la muralla enterrada

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ANALES DE LITERATURA CHILENA Año 2, Diciembre 2001, Número 2, 301-302 CARLOS FRANZ LA MURALLA ENTERRADA (SANTIAGO, CIUDAD IMAGINARIA) Santiago: Planeta, 2001, 221 págs. Hay dos tipos de escritores: los que solo escriben ficción y aquéllos que, ade- más de escribir ficción, realizan ensayos y crónicas, comentando lo que han leído, proponiendo su experiencia vital como simples lectores. Con La muralla enterrada, que recrea la ciudad de Santiago desde las novelas chilenas del siglo XX, Carlos Franz se inscribe en el segundo tipo de escritores: será novelista y además (como Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Edwards y muchos otros), un crítico cultural que ilumina subjetivamente el paisaje latinoamericano. El libro de Franz, como lo prefigura su subtítulo (Santiago, ciudad imagina- ria), nos devuelve una ciudad construida por la literatura, que se superpone a la conocida por nosotros a la manera de un sueño o de un mal recuerdo. Teniendo presente 73 novelas santiaguinas, Franz realiza una cartografía que distingue siete barrios. Enumerémoslos muy apretadamente: la Chimba, antiguo espacio de involuciones, “vientre hambriento” (p. 33), al norte del río Mapocho; el Centro cívi- co, “la ciudadela amurallada” (p. 59), sostén de nuestros miedos y ansias de poder; la Estación Central, barrio chino del “deseo tras el umbral” (p. 81); el Matadero, cuyos conventillos son sede de un “cariño rabioso que mata antes de dejar trunco lo que ama” (p. 106); San Diego, cuyo espíritu de zoco conforma un “cordón umbilical capaz de asfixiarnos con su brutal pragmatismo de boliche” (p. 128); la Alameda, unida a parques y cerros de antiguo prestigio, recreando “el mito de la Ciudad de los Césares” (p. 141) y, finalmente, los Barrios Altos, simulacros de un Jardín del Edén en sepia, “la excentricidad dorada” (p. 164). Esta visión pormenorizada de los barrios, entendidos como regiones del espí- ritu, aparece presentada también de un modo panorámico desde dos imágenes: la muralla y el imbunche. La muralla enterrada es lo que nos limita, pues defiende, separa y oculta: es el ghetto, la fortaleza, la ciudad prohibida. Tamaña muralla guar- da un cuerpo enviscado, el imbunche: “el otro Chile, el negado, el mutilado, el que deformamos con las limitaciones que le imponemos” (p. 55). Es el silencio esquizoide de El Mudito de Donoso, la locura de Juanita Lucero de D’Halmar, las vueltas en redondo de los pobres de Sepúlveda Leyton o de los aristócratas venidos a menos de Edwards. Así, la ficción nos sitúa entre la muralla y el imbunche: “entre la inútil defensa de nuestras debilidades y la mutilación de nuestras posibilidades” (p. 19). Este ensayo incluye un registro de 25 fotos (de Javier Lewin), a modo de inconsciente óptico, de calidad estética indiscutible. Y como una invitación a conti- nuar la aventura de desenterrar tesoros, también recibimos un plano de la ciudad imaginaria de Santiago, con 69 puntos, deducidos de las novelas comentadas. Así, Carlos Franz nos lega el recorte escrito de los barrios (como si un niño jugara con las

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Page 1: La Muralla Enterrada

ANALES DE LITERATURA CHILENAAño 2, Diciembre 2001, Número 2, 301-302

CARLOS FRANZ

LA MURALLA ENTERRADA (SANTIAGO, CIUDAD IMAGINARIA)Santiago: Planeta, 2001, 221 págs.

Hay dos tipos de escritores: los que solo escriben ficción y aquéllos que, ade-más de escribir ficción, realizan ensayos y crónicas, comentando lo que han leído,proponiendo su experiencia vital como simples lectores. Con La muralla enterrada,que recrea la ciudad de Santiago desde las novelas chilenas del siglo XX, CarlosFranz se inscribe en el segundo tipo de escritores: será novelista y además (comoVargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Edwards y muchos otros), un crítico culturalque ilumina subjetivamente el paisaje latinoamericano.

El libro de Franz, como lo prefigura su subtítulo (Santiago, ciudad imagina-ria), nos devuelve una ciudad construida por la literatura, que se superpone a laconocida por nosotros a la manera de un sueño o de un mal recuerdo. Teniendopresente 73 novelas santiaguinas, Franz realiza una cartografía que distingue sietebarrios. Enumerémoslos muy apretadamente: la Chimba, antiguo espacio deinvoluciones, “vientre hambriento” (p. 33), al norte del río Mapocho; el Centro cívi-co, “la ciudadela amurallada” (p. 59), sostén de nuestros miedos y ansias de poder;la Estación Central, barrio chino del “deseo tras el umbral” (p. 81); el Matadero,cuyos conventillos son sede de un “cariño rabioso que mata antes de dejar trunco loque ama” (p. 106); San Diego, cuyo espíritu de zoco conforma un “cordón umbilicalcapaz de asfixiarnos con su brutal pragmatismo de boliche” (p. 128); la Alameda,unida a parques y cerros de antiguo prestigio, recreando “el mito de la Ciudad de losCésares” (p. 141) y, finalmente, los Barrios Altos, simulacros de un Jardín del Edénen sepia, “la excentricidad dorada” (p. 164).

Esta visión pormenorizada de los barrios, entendidos como regiones del espí-ritu, aparece presentada también de un modo panorámico desde dos imágenes: lamuralla y el imbunche. La muralla enterrada es lo que nos limita, pues defiende,separa y oculta: es el ghetto, la fortaleza, la ciudad prohibida. Tamaña muralla guar-da un cuerpo enviscado, el imbunche: “el otro Chile, el negado, el mutilado, el quedeformamos con las limitaciones que le imponemos” (p. 55). Es el silencio esquizoidede El Mudito de Donoso, la locura de Juanita Lucero de D’Halmar, las vueltas enredondo de los pobres de Sepúlveda Leyton o de los aristócratas venidos a menos deEdwards. Así, la ficción nos sitúa entre la muralla y el imbunche: “entre la inútildefensa de nuestras debilidades y la mutilación de nuestras posibilidades” (p. 19).

Este ensayo incluye un registro de 25 fotos (de Javier Lewin), a modo deinconsciente óptico, de calidad estética indiscutible. Y como una invitación a conti-nuar la aventura de desenterrar tesoros, también recibimos un plano de la ciudadimaginaria de Santiago, con 69 puntos, deducidos de las novelas comentadas. Así,Carlos Franz nos lega el recorte escrito de los barrios (como si un niño jugara con las

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cosas queridas), sus fotos (la colección más preciada) y el mapa (los territorios deldeseo), para que nosotros continuemos la aventura de recrear nuestras tradiciones,como jóvenes nostálgicos que escribiéramos para el porvenir.

En la lectura, acompañamos a los personajes de las novelas en su deambular,sintiendo sus mismas ansias y su misma necesidad de fundamento. Este paseo cons-tituye una aventura arqueológica: al visitar un barrio, habitamos el presente (lanostálgica y alicaída Providencia de La desesperanza de Donoso) y, simultánea-mente tenemos la imagen superpuesta de un pasado remoto, como aquella de laAvenida Pedro de Valdivia de La Cachetona (1913), descrita allí como un mosaicode estilos, “desde el legendario torreón mozárabe hasta la ligera y económica casu-cha escocesa” (p. 165). Y en un mismo espacio (un puente del Mapocho) observa-mos el extravío de Angel Heredia (el inolvidable lumpen aristócrata de Casa Gran-de, de 1908), junto a la pavorosa lucidez de ese lumpen del alma que es AlfredoGómez Morel en El Río, de 1962. La ciudad es recompuesta en nuestra memoriacomo un collage de jirones que provienen de todos los tiempos y de todas las partes,como los sueños.

En el recuento final, celebramos el rescate que realiza Franz de la tradiciónnovelística chilena, incluida la de corte naturalista como Un perdido, El Roto y Lamala estrella de Perucho González. Catalogada de realista, nuestra novela ha sidomás bien valorada por su función social, señalándose su supuesta rigidez formal.Franz la sitúa en el cofre de las cosas olvidadas y nos la devuelve desde una poéticade la ensoñación. De paso, nos entrega lecturas inéditas de los clásicos chilenos,haciendo, por ejemplo, de la Lucero una asesina de Dios y del roto de Edwards, unjusticiero.

Como ensayista, Franz ordena el mundo en base a oposiciones que se vanengarzando hasta mostrarnos una imagen compleja de la realidad. Así, oponiendo elBarrio Cívico al sector de la Vega nos dirá: “En ese más allá del río hay otra ciuda-dela que invierte los valores del Centro, y es su vientre y delirio” (p. 190). Comoartista, realiza una presentación poética del suceder humano. Su prosa diseña viñetasque permiten estampar la frágil memoria ciudadana. Y así, poniendo en conjunciónesas imágenes –la ternura del matadero, el cariño rabioso del conventillo, la utopíarural de las casitas del alto, el peaje de carne de la Estación– comenzamos a refundarel relato afectivo de Santiago. Finalmente, como lector, Franz nos entrega una ricacolección de citas de la literatura chilena que se confunde con su voz y con la de susnovelas.

RODRIGO CÁNOVAS

P. Universidad Católica de Chile