la ruta de los reyes - el anillo del hechicero ii.pdf

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¿Es un puñal loque veo ante mí,con el mango haciami mano? Ven, quete agarre. No tetengo, y, sinembargo, te veosiempre.

WILLIAMSHAKESPEARE

Macbeth

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D

Capítulo uno

espués de la fiesta,MacGil llegótambaleante a sus

aposentos. Había bebidodemasiado y todo le dabavueltas. Ni siquiera recordaba

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el nombre de su acompañante,una mujer medio desvestidaque se agarraba a él riendo.Los pajes cerraron la puerta delos aposentos reales ydesaparecieron discretamente.

MacGil no sabía dóndeestaba su reina, pero no leimportaba, porque ya casinunca compartían el lecho. Lareina solía retirarse a susaposentos, en especial cuandolos banquetes se alargabandemasiado. Estaba al corriente

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de las aventuras de su marido yno le concedía importancia.¿Acaso el rey no podía hacer loque quisiera? Por otra parte, losMacGil siempre habían reinadocon sensatez.

Al llegar a la cama, elmonarca se sintió demasiadomareado para otra cosa que nofuera dormir y apartó a lamujer de su lado. No estaba dehumor.

—¡Vete! —dijo, dándole unempujón.

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La puerta se abrió y entraronlos pajes, cogieron a la mujerde los brazos y se la llevaron.Las protestas de la mujerquedaron acalladas en cuantose cerró la puerta.

MacGil se sentó en el bordede la cama, con la cabezaapoyada en las manos. Teníaun dolor de cabeza tremendo,algo raro antes de la resaca.Todo había cambiado encuestión de segundos. La fiestaiba estupendamente, y justo

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cuando se disponía a dar buenacuenta de un plato de carne yuna copa de vino, apareció eltal Thor y lo estropeó todo;primero contó su estúpidosueño, y luego le arrebató lacopa de las manos. Para colmo,apareció el perro, lamió vinoderramado y cayó muerto.

MacGil no había tenido unmomento de tranquilidad desdeentonces. Pensar que habíanintentado matarlo fue unauténtico mazazo. Alguien

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había conseguido burlar no soloa sus guardias, sino también asus catavenenos. Se estremecióal pensar que había estado apunto de morir envenenado.

De nuevo se preguntó sihabía hecho bien enviando aThor al calabozo. ¿Cómo habíasabido el chico que la copaestaba envenenada? Habríapuesto el veneno, habríaparticipado de alguna forma…Por otra parte, el chico teníamisteriosos poderes. Era

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posible que dijera la verdad y lohubiera visto todo en un sueño.¿Y si había enviado al calabozoal único que le era leal?Atormentado por esa idea,MacGil se frotó la arrugadafrente, pero estaba demasiadoebrio para pensar. Además,aunque era de noche hacíamucho calor.

Se incorporó para despojarsede la túnica y de la camisa. Enropa interior, se secó el sudorde la frente y de la barba, se

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quitó las pesadas botas, unadetrás de otra, y movió losdedos con alivio. Hizo unasrespiraciones profundas paracalmarse. Le molestaba latripa, que parecía habersehinchado. Se acostó en la camacon la cabeza sobre laalmohada y suspiró mirando altecho. Ojalá la habitacióndejara de moverse.

De nuevo se preguntó quiénpretendía matarlo. A Thor loquería como a su propio hijo, y

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en el fondo no creía que fueraculpable. ¿Quién sería suenemigo? Se preguntó cuál erael motivo, y si volvería aintentarlo. No se sentía seguro.Puede que Argon tuviera razón.

Se sentía demasiado espesoy confuso; le pesaban lospárpados. Tendría que esperara la mañana para reunir a susconsejeros y pedirles queiniciaran una investigación. Lapregunta que le rondaba lacabeza no era quién deseaba

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s u muerte, sino quién no ladeseaba. El rey sabía que teníaenemigos en la corte.Generales ávidos de poder,consejeros que maniobrabanentre las sombras, nobles yseñores que ambicionaban lacorona, espías, antiguos rivales,asesinos a sueldo de losMcCloud… incluso de las TierrasAgrestes. El peligro podía estarmás cerca todavía.

Los párpados le pesabantanto que se le cerraban los

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ojos, pero detectó algo que leobligó a mantenerlos abiertos:un movimiento. Enfocó la vistapensando que serían sus pajes,pero no estaban. El reyparpadeó, un poco confuso. Suspajes nunca le dejaban a solas;ni siquiera recordaba cuándohabía sido la última vez quehabía estado solo en suhabitación. Y no recordabahaberles dicho que se fueran.Lo más extraño era que lapuerta estaba abierta.

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Oyó un ruido proveniente delotro extremo de la habitación yle pareció ver a un hombre altoy delgado que salía de entre lassombras y se acercabasigilosamente, pegado a lapared. Llevaba una capa oscuray se cubría el rostro con unacapucha. MacGil parpadeó.¿Estaría teniendo visiones? Porun momento pensó que no eramás que un juego de luces ysombras. Pero la sombra seguíaacercándose. No se distinguía

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bien en la penumbra. Movidopor su instinto guerrero, seincorporó y se llevó la mano alcinto, buscando una espada, unpuñal. Pero se había desvestidoy no tenía las armas a mano.Estaba en la cama, totalmentedesarmado.

La figura se movía con larapidez de una serpiente.MacGil pudo verle la cara uninstante, pero estabademasiado borracho para fijarla vista, todo le daba vueltas.

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Le pareció que era el rostro desu hijo. El rostro de Gareth. Sepreguntó qué le había llevado apresentarse tan tarde, sinanunciarse, y se estremeció demiedo.

—¿Eres tú, hijo? —preguntó.Al vislumbrar un brillo

asesino en esos ojos, el reyhizo ademán de erguirse, peroel visitante fue más rápido.Antes de que MacGil tuvieratiempo de levantar la mano,una hoja de metal destelló a la

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luz de las antorchas y se leclavó en el corazón.

El grito del rey hendió elaire. No se sorprendió, lo habíaoído muchas veces en lasbatallas: era el grito de unguerrero mortalmente herido.El frío metal se hundió entresus costillas, produciéndole undolor tan intenso como nohabía imaginado. Su respiraciónse hizo trabajosa, ahogada, ynotó en la boca el sabor saladode la sangre. Con esfuerzo,

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miró el rostro tras la capucha yse quedó sorprendido: no eras u hijo. Era un hombre al queconocía y que se parecía aGareth. Pero por más que seestrujaba el cerebro noconseguía ponerle nombre.

Un reflejo de viejo guerreropermitió a MacGil levant a r lamano y detener a su atacante.Era una fuerza que surgía de suinterior, el poso de susancestros, la testarudavoluntad de no rendirse nunca

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que le había llevado a ser rey.Haciendo acopio de todas susfuerzas, dio un empujón a suatacante, que soltó un grito ysalió disparado al otro lado dela habitación. Era más delgadoy endeble de lo que parecía.

MacGil consiguió ponerse depie, y con un supremo esfuerzo,se arrancó la daga del pecho yla arrojó lejos. La daga rebotóen el suelo de piedra con unruido metálico y se estampócontra la pared.

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Al hombre se le había caídola capucha sobre los hombros ymiraba aterrorizado al rey quese acercaba. Rápidamente, sepuso de pie, recogió la daga ysalió corriendo. MacGil intentóir tras él, pero un dolor intensole traspasaba el pecho. Sesentía débil. De pie en lahabitación, contempló la sangreque le mojaba las manos ycayó de rodillas. Empezaba atener frío. Tenía que pedirayuda.

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—Guardias —llamó con vozdébil.

Inspiró profundamente y seesforzó desesperadamente porrecuperar su voz profunda, lavoz de un rey.

—¡GUARDIAS!Esta vez oyó pasos que se

acercaban corriendo desde undistante pasillo. Una puerta seabrió a lo lejos, y los pasossonaron más cerca. De nuevose sintió mareado, pero en estaocasión no era a causa de la

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bebida.Lo último que vio fue el suelo

de piedra, que se acercabacada vez más a su rostro.

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T

Capítulo dos

hor tiró con todas susfuerzas de la aldaba dehierro. La inmensa

puerta se abrió lentamente conun chirrido de madera vieja. Alentrar en los aposentos del rey

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se le erizó el vello de losbrazos; la oscuridad flotaba enel aire como una neblina y seoía el crepitar de las antorchasen las paredes. Había unhombre tendido en el suelo.Thor avanzó. Tenía elpresentimiento de que eraMacGil, y de que había sidoasesinado. Había llegadodemasiado tarde. Se preguntódónde estaban los guardias, porqué nadie había acudido enayuda del monarca.

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Cuando llegó junto al cuerpotendido en el suelo letemblaban las rodillas. Searrodilló, lo cogió del hombro yle dio la vuelta. El cuerpoestaba frío. MacGil, su rey,yacía en el suelo con los ojosabiertos y un puñal clavado enel pecho. Estaba tan rígidocomo una espada clavada en lapiedra.

El paje del monarca miraba aThor fijamente. Tenía en lamano la misma copa de oro

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macizo, con rubíes y zafirosengastados, que Thor habíavisto en el banquete. Sin dejarde mirarle, el paje inclinó lacopa y vertió el vinolentamente sobre el cadáverdel rey, salpicando a Thor.

Al oír un chillido, Thor volvióla cabeza y vio que su halcón,Estopheles, se había posado enel hombro del rey y bebía lasgotas de vino que le mojabanel rostro.

Argon llegó muy serio, con la

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reluciente corona en una manoy el bastón en la otra. Congesto solemne, el druida lecolocó a Thor la pesada coronaen la cabeza. La corona leapretaba en las sienes.

—Ahora eres el rey —proclamó Argon.

Thor miró al druida conexpresión de asombro yparpadeó. Cuando abrió losojos de nuevo, vio a losmiembros de la Legión y a losde la Plata, reunidos en una

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sala. Centenares de guerrerosse inclinaron ante él.

—¡Nuestro rey! —dijeron acoro.

Thor se despertósobresaltado. Jadeando, seincorporó y miró a su alrededor.Estaba en un lugar oscuro yhúmedo, sentado en el suelo depiedra y con la espaldaapoyada en la pared.Entrecerró los ojos y distinguióunos barrotes de hierro másallá, y la luz trémula de una

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antorcha. Entonces recordó:estaba en el calabozo. Lohabían arrastrado allí tras elbanquete. Recordó que elguardia le había dado unpuñetazo en la cara, y supusoque había perdido elconocimiento, no sabía porcuánto tiempo. Se sentó en elsuelo y respiró profundamentepara sobreponerse a lapesadilla. Había sido un sueñomuy intenso. Esperaba que nofuera cierto, que el rey no

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hubiera muerto. Había vistoperfectamente la daga clavadaen su pecho. ¿Eranimaginaciones suyas o habríaalgo de verdad?

Alguien le dio con el pie en lasuela del zapato, y una vozdesconocida le habló.

—Ya era hora de que tedespertaras. Llevo horasesperando.

Distinguió en la penumbra aun chico de su edad, delgado yde baja estatura, con las

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mejillas picadas de viruela. Ensus ojos verdes brillaba unamirada inteligente.

—Me llamo Merek —dijo elchico—. Soy tu compañero decelda. ¿Por qué te hanencerrado?

Thor irguió la espalda, seapoyó en la pared y se peinócon los dedos la maraña depelo, intentando recordar.

—Dicen que has intentadomatar al rey —dijo Merek.

—Ha querido matar al rey, y

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lo haremos papilla si algún díasale de esta celda —amenazóuna voz.

La amenaza fue saludadacon un coro de golpeteos de lastazas contra los barrotes. Thorvolvió la cabeza y vio un pasillolleno de celdas. A la trémula luzde las antorchas, los prisionerosque sacaban la cabeza porentre los barrotes tenían unaspecto grotesco yamenazador. La mayoría eranbarbudos, y estaban

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desdentados y pálidos, como sillevaran mucho tiempo entrerejas. Era una visión tanterrorífica que Thor apartó lamirada. No podía creer queestuviera en el calabozo. ¿Lohabrían encerrado parasiempre?

—No les hagas caso —dijoMerek—. En la celda soloestamos tú y yo. Ellos nopueden entrar. Y no meimportaría que hubierasenvenenado al rey. Yo habría

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hecho lo mismo.—Pero yo no envenené al rey

—dijo Thor indignado—. No heenvenenado a nadie. Al revés,intentaba salvarlo. Lo único quehice fue tirarle la copa al suelo.

—¿Y cómo sabías que lacopa estaba envenenada?—gritó desde el pasillo alguienque les había oído—. Supongoque ha sido por arte de magia.

De las celdas a lo largo delpasillo brotó un coro derisotadas.

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—¡Es un adivino! —gritó unoen tono burlón.

Los demás rieron.—¡No, solo fue un golpe de

suerte! —dijo otro, provocandomás risas.

Thor frunció el ceño. Estabamolesto con las acusaciones, yle habría gustado aclararlotodo, pero sabía que sería inútildiscutir. Además, no tenía porqué defenderse de esa pandillade delincuentes. Vio sinembargo que Merek le miraba

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de otra forma, como intentandodecidir si creerle o no.

—Te creo —murmuró al finsu compañero de celda.

—¿En serio?Merek se encogió de

hombros.—Después de todo, si

pretendías envenenar al rey nohabrías sido tan tonto deavisarle, ¿no?

El chico se retiró al otroextremo de la celda y se sentóen el suelo, con la espalda

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apoyada en la pared, mirando aThor.

—Y tú —preguntó Thor concuriosidad—, ¿por qué estásaquí?

—Soy un ladrón —dijo elchico, con cierto orgullo.

Thor se quedó asombrado.No conocía a ningún ladrón. Aél nunca se le había ocurridorobar, y no entendía que losdemás lo hicieran.

—¿Por qué robas?Merek se encogió de

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hombros.—Mi familia no tiene para

comer. Yo no tengo estudios niformación. Lo único que séhacer es robar. Roboprincipalmente comida, nadaimportante, para ayudarles a irtirando. Llevo años haciéndolo,pero el otro día me detuvieron.En realidad es la tercera vezque me detienen por robar. Latercera vez es la peor.

—¿Por qué? —preguntó Thor.Merek se quedó en silencio y

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movió la cabeza a un lado y aotro. Tenía los ojos llenos delágrimas.

—La ley del rey es muyestricta. No hay excepciones.La tercera vez que te descubrente cortan la mano.

Thor miró alarmado lasmanos de Merek. No le faltabaninguna.

—No han venido a buscarme—dijo Merek—, pero prontovendrán. —Apartó la miradacomo si le diera vergüenza

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hablar del tema.Thor estaba horrorizado.

Apoyó la cabeza entre lasmanos y se esforzó por ordenarsus pensamientos. Todo habíasucedido tan deprisa queapenas había podido asimilarlo.Le dolía la cabeza. Por unaparte se sentía exultante,porque los hechos le habíandado la razón. Había visto elfuturo, había visto cómoenvenenaban a MacGil y lohabía impedido. Después de

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todo, tal vez era posiblecambiar el destino. Estabaorgulloso de haberle salvado lavida a su rey. Por otro lado, lohabían metido en el calabozo yno podía defenderse. Todos sussueños y esperanzas se habíanido a pique, y ni siquiera podríaunirse a la Legión. Tendríasuerte si pasaba en el calabozoel resto de sus días. Lo quemás le dolía era que MacGil,que se había portado con élcomo un auténtico padre,

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creyera que había intentadomatarlo; tal vez incluso Reese,su mejor amigo, lo creía… o,todavía peor, Gwendolyn.

Su vida pareció torcersecuando Gwen dio crédito a lapatraña de los burdeles. Él solohabía querido hacer las cosasbien, y todo le había salido mal.Ahora no sabía cuál sería susuerte, pero no le importaba.Solo quería limpiar su nombre;que la gente supiera que nohabía intentado matar al rey,

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que tenía auténticos poderes ypodía ver el futuro. Y lo primeroque debía hacer era salir deallí.

Estaba pensando en estocuando unos pesados pasos seacercaron por el pasillo. Se oyóun tintineo de llaves y aparecióel corpulento carcelero quehabía arrastrado a Thor alcalabozo y le había dado unpuñetazo en la cara. Nada másverlo, Thor sintió el dolor en lamejilla. Aquel hombre le

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enfurecía.—Vaya, pero si es el

pequeñajo que intentó matar alrey —dijo el hombre en tonomalhumorado.

Dio varias vueltas con lallave en la cerradura y abrió lapuerta. Llevaba unos grilletesen la mano y una pequeñahacha colgando de la cintura.

—Recibirás tu merecido —ledijo a Thor. Luego se vol vióhacia Merek—. Ahora te toca ati, ladronzuelo. Es la tercera vez

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que te cogen —añadió con unasonrisa maliciosa—. No hayexcepciones.

Agarró rápidamente a Merek,le dobló un brazo a la espalda,le colocó un grillete y encadenóel otro extremo en un ganchode la pared. Merek gritó y sedebatió para intentar soltarse,pero fue en vano. El guardia loagarró por detrás y le colocó elbrazo libre sobre una repisa depiedra.

—Así aprenderás a no robar

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—dijo con una mueca odiosa.Cogió el hacha y la levantó

bien alta, sobre la cabeza,mientras esbozaba unahorrenda sonrisa que dejabaver su fea dentadura.

—¡NO! —gritó Merek.Thor contemplaba

horrorizado cómo la hoja delhacha descendía sobre lamuñeca del pobre chico. Se ibaa quedar manco solo por haberrobado algo de comida paraalimentar a su familia. Thor no

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podía permitir semejanteinjusticia. Una oleada de calorle subió desde la planta de lospies hasta las palmas de lasmanos. No entendía lo que lepasaba, pero el tiempo seenlenteció y él se movió muchomás rápido, como si cadasegundo se hubiera alargado.En su mano se formó unapelota amarilla de energía, quelanzó contra el guardia. Coninmensa sorpresa, vio que lapelota atravesaba la oscura

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celda y le golpeaba en lacabeza al guardia, haciéndolesoltar el hacha. La pelotarebotó, atravesó la celda, diocontra la pared y cayó al suelo.El hacha se había detenido aunos milímetros de la muñecade Merek. El chico miraba aThor mudo de asombro.

El guardia se volvió entoncescontra Thor, pero este todavíase sentía lleno de poder. Dio unsalto en el aire y golpeó con losdos pies al guardia en el pecho,

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lanzándolo al otro lado de lacelda. El fornido individuo volópor los aires y se dio un golpetan fuerte que se oyó un crujidoy cayó al suelo inconsciente.

Merek seguía inmóvil,atónito. Pero Thor sabíaexactamente qué hacer: cogióel hacha y partió la cadena delos grilletes, haciendo brotaruna chispa del hierro. Merekmiró la cadena que colgaba desu muñeca y comprendió queestaba libre. Miró a Thor con la

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boca abierta.—No sé cómo darte las

gracias —dijo—. No sé cómo lohas hecho, ni quién eres, o quéeres, pero me has salvado lavida. Te debo una. Y juro queestas cosas me las tomo muyen serio.

—No me debes nada —dijoThor.

—No es cierto. —Se acercó aThor y le dio un apretón en elbrazo—. Ahora eres mihermano. Algún día te

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devolveré el favor.Dicho esto, dio media vuelta

y salió como una exhalación porla puerta abierta, mientras seoía gritar a los prisioneros.

Thor echó un vistazo alguardia tendido en el suelo ycomprendió que tenía que huircuanto antes; los gritos de lospresos eran cada vez másensordecedores. Salió de lacelda, miró a un lado y a otro ydecidió correr en direcciónopuesta a Merek. Al fin y al

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cabo, no podían perseguirlos alos dos al mismo tiempo.

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E

Capítulo tres

ra de noche, pero elcaótico entramado decallejuelas de la Corte

del Rey era un hervidero degente. A Thor le sorprendió quehubiera más gentío y agitación

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que durante el día. Muchosportaban antorchas cuya luzarrojaba siniestras sombrassobre sus rostros, mientras lascampanas del castillo doblabansin parar. Eran tañidos lentos,con intervalos de un minutoentre uno y otro. Thor conocíalo que significaba: muerte. Solohabía una persona por quien lascampanas podían sonar así: elrey.

Esto le inquietó. Recordó elpuñal que había visto en

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sueños y se preguntó si seríacierto que habían asesinado alrey. Tenía que asegurarse, demodo que detuvo a un chicoque corría frenéticamente en ladirección opuesta.

—¿A dónde vas? —lepreguntó—. ¿Por qué hay tantaagitación en las calles?

—¿No te has enterado?Nuestro rey agoniza. Le hanapuñalado, y la gente se estáarremolinando frente a laPuerta del Rey para conocer las

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últimas noticias. Si es cierto loque dicen, es una noticiaterrible. ¿Te imaginas lo quepuede pasar en un país sin unrey?

Luego el chico se zafó deThor y se perdió en la noche.

Thor no sabía qué hacer. Leparecía increíble que sussueños y sus premoniciones secumplieran punto por punto.Había vislumbrado el futuro. Endos ocasiones. Esto leasustaba. Sus poderes

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resultaban más amplios de loque había imaginado, y alparecer se fortalecían de día endía. ¿A dónde le llevarían?Había escapado del calabozo, yahora no sabía a dónde ir. Losguardias y toda la Corte del Reyno tardarían en buscarle, y elhecho de haberse escapado leharía parecer más culpable quenunca. Por otro lado, a MacGille habían apuñalado mientrasThor estaba en el calabozo. ¿Nole libraría esto de culpa, o solo

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le señalaría como parte de unaconspiración?

Comprendió que no podíacorrer riesgos. No era un buenmomento para el pensamientoracional; a su alrededor, todo elmundo estaba ávido de sangre.Si le encontraban, seconvertiría en el chivoexpiatorio. Necesitabarefugiarse en un lugar segurohasta que la tormentaamainara y su nombreestuviera libre de culpa. Lo

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mejor sería marcharse lejos,refugiarse en su pueblo, tal vez,o más lejos todavía.

Pero Thor no era de los quetoman el camino fácil. Decidióque debía quedarse, demostrarsu inocencia y volver a supuesto en la Legión. No era uncobarde, no pensaba huir.Sobre todo quería ver a MacGil,si es que seguía con vida.Necesitaba ver al rey. Se sentíaculpable por no haber podidoimpedir que lo atacaran. ¿Por

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qué se le condenaba a ver conantelación la muerte del rey sino podía impedirla? ¿Y por quélo había visto morirenvenenado si en realidad lohabían apuñalado?

De repente comprendió aquién podía acudir. Reese no loentregaría a las autoridades,incluso le ofrecería refugio.Reese le creería, sabía queThor apreciaba de verdad alrey. Si había alguien quepudiera limpiar el nombre de

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Thor, era Reese. Tenía queencontrarle.

Decidido a dar con su amigo,Thor se internó por lascallejuelas en dirección alcastillo. La habitación de suamigo se encontraba en el alaeste, cerca de la muralla de laciudad. Confiaba en dar con élpara que le ayudara a entrar enel castillo, porque si sequedaba en las calles, seguroque alguien lo reconoceríatarde o temprano, y una

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muchedumbre enfurecida notardaría en hacerle pedazos.

Pese a que era verano, lanoche era fresca y las callesestaban resbaladizas, llenas debarro. Thor tenía que ir concuidado para no caerse. Alllegar a la muralla continuócorriendo bajo la atentavigilancia de los soldados,dispuestos cada pocos metros.

Afortunadamente, losguardias que lo encerraron ene l calabozo se olvidaron de

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quitarle su vieja honda. Cuandoestuvo cerca de la ventana deReese, cogió una piedra delsuelo, la disparó con la honda ylogró que volara por encima dela muralla y chocara en laventana. La piedra cayó alsuelo y los guardias del rey sesobresaltaron al oír el impacto,pero Thor se agachó pegado almuro para evitar que lodescubrieran.

Transcurridos unos minutos,Thor empezó a desanimarse. Si

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Reese no estaba en suhabitación, no tendría másremedio que huir. Con elcorazón en un puño, esperó aque se abriera la ventana de suamigo. Y tras lo que le parecióuna eternidad, cuando yaestaba a punto de desistir, vioque alguien se asomaba a laventana y miraba a un lado y ao t r o con gesto de asombro.Entonces se puso de pie,retrocedió unos pasos y agitó elbrazo a modo de saludo hasta

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que Reese lo vio.Incluso a la luz de las

antorchas, distinguió la alegríaen el rostro de su amigo. Estole reconfortó. Ahora tenía laseguridad de que todo iría bien.Reese le hizo señal de queesperara, y Thor se volvió aagachar junto a la muralla paraesconderse de los guardias.

Tuvo que esperar bastante.No podía bajar la guardia por siacaso tenía que huir.Finalmente, se abrió una puerta

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de la muralla y apareció Reese;miró a un lado y a otro y corrióa abrazar a Thor. Oculto en lacamisa llevaba a Krohn, quecasi saltó en brazos de su amo.

Thor estaba feliz de tener alleopardo en los brazos,gimoteando y lamiéndole lacara.

La alegría del encuentro hizosonreír a Reese.

—Cuando se te llevaron,quiso seguirte, y me lo llevéconmigo para que no le pasara

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nada.Thor se lo agradeció con un

apretón en el brazo. Krohnseguía empeñado en darlelametones en la cara.

—Yo también te he echadode menos, pequeño —le dijoThor riendo—. Pero ahoratienes que callarte, o losguardias nos descubrirán.

Y Krohn pareció entenderlo,porque se calmó.

—¿Cómo has conseguidoescapar? —Reese estaba

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sorprendido.Thor se encogió de hombros.

No sabía explicarlo. Prefería nohablar de sus poderes para queno lo miraran como a un bichoraro.

—Supongo que he tenidosuerte. Se me presentó laocasión y la aproveché.

—Me extraña que la turba note haya hecho pedazos.

—Nadie me ha reconocido enla oscuridad.

—¿Sabes que los soldados

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tienen orden de buscarte?¿Sabes que han apuñalado a mipadre?

Thor asintió con semblantegrave.

—¿Está bien?La expresión de Reese se

entristeció.—No —reconoció—. Se está

muriendo.Esta noticia entristeció a

Thor como si se tratara de supropio padre.

—Pero tú ya sabes que yo no

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tengo nada que ver, ¿verdad?Lo que los demás pensaran

le tenía sin cuidado, peronecesitaba saber que el hijomenor de MacGil creía en suinocencia. Era su mejor amigo.

—Claro que lo sé —dijoReese—. Si no fuera así, noestaría aquí hablando contigo.

Aliviado, Thor le dio uncariñoso apretón en el hombro.

—Pero el resto de lossúbditos no tienen tantaconfianza —añadió Reese—. Lo

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mejor sería que te marcharasbien lejos. Te proporcionaré micaballo más veloz y víverespara un tiempo. Tienes queesconderte hasta que esto secalme, hasta que encuentren alauténtico asesino. Ahora nadiepuede pensar con claridad.

Pero Thor hizo un gestonegativo.

—No puedo irme. Me haríaparecer culpable, y necesitoque sepan que yo no lo hehecho. No puedo escapar de los

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problemas. Tengo que limpiarmi nombre.

—Si te quedas teencontrarán y volverán aencerrarte. Esta vez teejecutarán…, eso si la turba note mata primero.

—Es un riesgo que tendréque correr —dijo Thor.

Reese se le quedó mirandofijamente, con una expresiónque era primero depreocupación y que setransformó en admiración. Al

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cabo de un rato, asintiólentamente.

—Eres muy orgulloso. Ytonto, un tonto rematado. Poreso te aprecio.

Reese sonreía. Thor lerespondió con una sonrisa.

—Tengo que ver a tu padre—dijo—. Debo explicarle enpersona que no he sido yo, queno tengo nada que ver conesto. Si decide ejecutarme, queasí sea. Pero quiero tener laoportunidad de explicárselo. Es

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todo lo que te pido.Reese lo miraba con

seriedad, como evaluándole.Por fin, tras lo que a Thor lepareció una eternidad, accedió.

—Te conduciré hasta él.Conozco un pasillo secreto quelleva a sus aposentos. Esarriesgado, y una vez que estésdentro, no podré hacer nadapor ti. No podrás salir. Puedesignificar tu muerte. ¿Seguroque quieres correr el riesgo?

Thor asintió con semblante

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grave.—Está bien —dijo Reese, y le

lanzó un capote.Thor lo cogió al vuelo y miró

a su amigo asombrado. Estabaclaro que lo tenía todo previsto.

Reese le sonrió.—Sabía que serías tan tonto

como para quedarte. Noesperaba menos de mi mejoramigo.

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G

Capítulo cuatro

areth repasó losacontecimientos de lanoche mientras

paseaba de un lado a otro de lahabitación. ¿Por qué habíasalido todo tan mal? Estaba

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muy nervioso. ¿Cómo eraposible que aquel idiota venidode fuera, Thor, hubieraaveriguado su plan deenvenenamiento? Y no soloeso, incluso había interceptadola copa envenenada. Recordó elmomento en que Thor dio unsalto y tiró la copa… Al ver queel vino se derramaba por elsuelo, Gareth comprendió quesus sueños y aspiraciones seiban a pique.

Fue un instante terrible. Sus

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esfuerzos quedaron destruidos,anulados. Y cuando el perrolamió el vino y cayó muerto, élcreyó morir también. Toda suvida pasó en un instante antesus ojos. Se vio descubierto ysentenciado al calabozo porintentar matar a su padre; opeor todavía, ejecutado. Habíasido un estúpido al poner enmarcha ese plan; no debíahaber visitado a la bruja.

Pero por lo menos actuó conrapidez, de eso estaba

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orgulloso. En cuanto se vio enpeligro, Gareth se puso de pie yacusó a Thor. Fue un momentode inspiración, y al parecerfuncionó, para su propiasorpresa. La muchedumbre sellevó a Thor, y el banquetecontinuó casi con normalidad.Claro que ya no volvió a ser lomismo, pero por lo menos lassospechas recayeronúnicamente sobre el chico.

Y Gareth rezaba para quesiguiera siendo así. Hacía

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décadas que un MacGil nosufría un intento de asesinato.Se pondría en marcha unainvestigación para llegar alfondo del asunto.

Desde luego, había sido unaestupidez intentar envenenar asu padre. Debía haber sabidoque el rey era invencible. Loúnico que había hecho eraponerse en evidencia. Solo eracuestión de tiempo quesospecharan de él. Tenía quelograr que declararan a Thor

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culpable y le ejecutaran cuantoantes.

Por lo menos habíarectificado, y tras su intentofallido de asesinato no lo habíavuelto a intentar. Gareth sesentía más tranquilo ahora.Comprendió que en el fondo noquería matar a su padre, noquería mancharse las manos desangre. Tal vez no llegaría a serrey, pero después de loocurr ido esa noche, no leimportaba tanto. Por lo menos

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estaba en libertad. No se sentíacapaz de volver a pasar por unproceso tan estresante: lossecretos, la ocultación, el temorconstante a ser descubierto.Era demasiada presión.

Ya era tarde. Gareth habíarecorrido la habitación muchasveces y por fin empezaba acalmarse. Pero cuando seestaba preparando parameterse en la cama, se abrió lapuerta de golpe y apareció Firthgritando y con el rostro

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desencajado, como si lopersiguieran todos losdemonios.

—¡Está muerto! ¡Estámuerto! ¡Yo lo he matado! ¡Yolo he matado!

Gareth no tenía ni idea de loque le pasaba. Se preguntó sisu amigo estaría borracho. Firthempezó a correr por lahabitación dando chillidos, conlas manos levantadas. Las teníamanchadas de sangre, lomismo que su túnica amarilla.

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Gareth se quedó helado.Firth acababa de matar aalguien. ¿A quién?

—¿Quién está muerto? —lepreguntó—. ¿De quién hablas?

Pero Firth estaba tanhistérico que no podíaresponder. Gareth le agarró delos hombros y le sacudió.

—¡Contéstame!Firth lo miraba con ojos

desorbitados.—¡Tu padre! El rey. Acabo de

matar a tu padre con mis

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propias manos.Gareth se quedó helado,

como si le clavaran un puñal enel pecho, incapaz de moverse,incapaz de sentir. Soltó a Firthy dio un paso atrás, jadeando.Así que las salpicaduras eran desangre. Le costaba entenderque Firth, un mozo de cuadras,el más pusilánime de susamigos, hubiera matado al rey.

—Pero… ¿cómo es posible?¿Cuándo…?

—Ahora, en sus aposentos —

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dijo Firth—. Le he clavado unpuñal.

A medida que asimilaba loocurrido, Gareth fuerecuperando los reflejos. Corrióa cerrar la puerta, que se habíaquedado abierta, no sin antesechar un vistazo a un lado y aotro para asegurarse de que nohubiera guardias cerca.Afortunadamente no habíanadie en el pasillo. De todasformas, echó el pesado pestilloy se apresuró a calmar a Firth.

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Lo cogió por los hombros y leabofeteó hasta que consiguióque dejara de gritar y secalmara.

—Cuéntamelo todo —leordenó con sequedad—. Todoslos detalles. ¿Por qué lo hashecho?

—¿Cómo que por qué? —Firth parecía confundido—. Túquerías matarlo y el veneno nofuncionó. Pretendía ayudarte,pensaba que era lo quequerías.

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Gareth agarró a Firth de lacamisa y empezó azarandearlo.

—¿Por qué lo has hecho? —gritó, una y otra vez.

Le sorprendió comprobar quese sentía culpable de la muertede su padre. Era extraño,porque apenas unas horasantes había queridoenvenenarlo para que cayeramuerto en pleno banquete.Ahora, en cambio, su muerte leapenaba como la de un buen

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amigo y sentía remordimientos.En parte le dolía que lohubieran matado, sobre todode esta manera, y a manos deFirth. Apuñalado.

—No lo entiendo —lloriqueóFirth—. Hace unas horas, túmismo intentaste matarlo contu plan de la copa envenenada.Pensaba que me estaríasagradecido.

Inexplicablemente, Garethreaccionó abofeteándole.

—¡No te pedí que hicieras

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esto! Nunca te lo pedí. ¿Por quélo has matado? Mírate, tienessangre por todas partes.Estamos perdidos. Solo escuestión de tiempo que nosdescubran.

—No me vio nadie —gimoteóFirth—. Me colé en losaposentos aprovechando elcambio de guardia.

—¿Dónde está el arma?—No soy tan tonto como

para dejarla allí —dijo Firth conorgullo—. Me he deshecho de

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ella.—¿Qué puñal utilizaste? —

Gareth pensaba frenéticamenteen los detalles. Delremordimiento pasó a lapreocupación. Ahora analizabalos cabos sueltos que habíapodido dejar el bobo de Firth, elrastro que podría llevar hastaél.

—Usé un puñal que no lesdará ninguna pista —dijo Firth,muy satisfecho—. Lo encontréen los establos, no tiene nada

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de especial. Había otros cuatroiguales. No les dará ningunapista —repitió.

Gareth palideció.—¿Un puñal corto, con un

mango rojo y la hoja curva?¿Estaba colgado en la paredjunto a mi caballo?

Firth asintió, un pococonfundido.

Gareth se enfureció.—Eres un estúpido. ¡Claro

que les dará una pista!—¡No vi ninguna marca! —

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protestó Firth. Pero estabaasustado y le temblaba la voz.

—¡No hay marcas en la hoja,pero sí en la empuñadura! —chilló Gareth—. ¡Debajo de laempuñadura! No locomprobaste, eres un idiota. —Estaba rojo de furia—. En laempuñadura está grabado elemblema de mi caballo.Cualquier persona puedeadivinar que el puñal pertenecea la familia real.

Firth se quedó estupefacto.

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Gareth quería matarlo con suspropias manos.

—¿Qué hiciste con el puñal?Dime que lo tienes; dime que lohas traído, por favor.

Firth tragó saliva.—Nadie lo encontrará. Lo he

hecho desaparecer.En el rostro de Gareth se

pintó una mueca deincredulidad.

—¿Dónde, exactamente?—Lo tiré por el aliviadero

que va a dar a la bacinica del

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castillo. La vacían cada hora.No te preocupes. Ahora yaestará en el fondo del río.

De repente empezaron atañer las campanas del castilloy Gareth corrió a asomarse a laventana. Le invadió el pánicoen cuanto vio la agitadamuchedumbre que seapelotonaba junto al castillo.Las campanadas solo podíansignificar una cosa: Firth habíadicho la verdad. Había matadoal rey, por increíble que

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pareciera.Gareth se sintió invadido por

una extraña rigidez. No podíacreer que hubiera echado arodar semejante cadena deacontecimientos. Y era Firthquien la había ejecutado, nadamenos. De repente, llamaron ala puerta y entraron variosguardias reales. Por unmomento, Gareth pensó quevenían a detenerlo, pero losguardias se cuadraron ante él.

—Señor, han apuñalado a

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vuestro padre, y estágravemente herido. Es posibleque el asesino se encuentrecerca todavía. Para vuestraseguridad, hemos de pedirosque no salgáis de vuestrosaposentos.

A Gareth se le erizó el vello.Su padre no había muerto.

—¿Está herido? —La palabracasi se le atraganta—.Entonces, no ha muerto.

—Así es, nuestro señor. YDios quiera que sobreviva y

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pueda decirnos quién hacometido este acto tanhorrendo.

Los guardias se despidieroncon una inclinación de cabeza ysalieron de la habitación.

Gareth tuvo tal acceso defuria que agarró a Firth por loshombros y lo estampó contra lapared de piedra. Su amigo lomiraba aterrorizado, incapaz dehablar.

—¿Qué has hecho? —gritóGareth—. ¡Estamos perdidos!

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—Pero… pero —tartamudeóFirth—. Estaba seguro de quehabía muerto.

—Estás seguro de muchascosas —dijo Gareth—. ¡Y teequivocas en todas! —Peroentonces tuvo una idea—.Tienes que ir a recuperar elpuñal antes de que seademasiado tarde.

—Ya lo he tirado —contestó—. ¡Se lo habrá llevado lacorriente!

—Lo tiraste en la bacinilla.

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Eso no significa que ya esté enel fondo del río.

—Es lo más probable —dijoFirth.

Gareth estaba harto detantas tonterías. Salió corriendode la habitación, con su amigopisándole los talones.

—Te acompañaré. Temostraré exactamente dónde lohe tirado —dijo Firth.

En el pasillo, Gareth sedetuvo y se volvió hacia Firth,que estaba manchado de

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sangre. Era un milagro que losguardias no se hubieran dadocuenta de una prueba tanpatente.

—Te lo diré solo una vez.Vuelve ahora mismo a misaposentos, quítate esa ropa yquémala. Límpiate todo rastrode sangre. Y luego desaparece.Desde esta misma noche,mantente alejado de mí,¿entendido?

Le dio un empujón, saliócorriendo por el pasillo, bajó

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por las escaleras de caracol yse dirigió a toda prisa a la zonade los criados.

En el sótano, los criadoslimpiaban enormes ollas yhervían baldes de agua sobreunos hornillos de piedra de losque brotaban altas llamaradas.Iban cubiertos con unos suciosdelantales y estabanempapados en sudor.

Al otro extremo de la salahabía una inmensa bacinilla. Unchorro de orines y de heces

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caía de forma continuada desdelo alto, salpicando a sualrededor. Ante la asombradamirada de los presentes, Garethse dirigió al criado que teníamás cerca y lo agarró del brazo.

—¿Cuándo fue la última vezque se vació la bacinilla?

—Hace cinco minutos que lahan llevado al río, señor.

Gareth dio media vuelta,subió como una exhalación porla escalera de piedra y saliójadeante al frío exterior.

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Atravesó el prado y se escondiódetrás de un grueso troncojunto al río. Desde allí vio quedos criados levantaban elenorme orinal de hierro yvertían su contenido en lasaguas.

Se quedó observando laoperación hasta asegurarse deque habían vaciado totalmentela bacinilla. Después, mástranquilo, regresó al castillo.Nadie había visto nada, y elpuñal se encontraría ya en las

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aguas, donde la corriente loarrastraría río abajo. Si supadre moría esa noche, nohabría ninguna pista quellevara hasta el asesino.

¿O sí?

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C

Capítulo cinco

on el leopardo pisándolelos talones, Thor seguíaa Reese por las

entrañas del castillo. Su amigoabrió una puerta secreta en unamuralla y, con la antorcha en

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alto, guio a Thor por laintrincada red de pasadizos, tanestrechos que tenían que ir enfila india. Subieron por unaempinada escalera de piedra,llegaron a otro pasadizo y aotra escalera. Sin conocer elcamino, era casi imposiblellegar a los aposentos del rey.

—Estos pasadizos seconstruyeron hace cientos deaños —susurró Reese—. Losconstruyó el padre de miabuelo, el tercer MacGil,

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después de sufrir un asedio.Están pensados como vía dehuida. Lo más irónico es quedesde entonces no hemosvuelto a sufrir un asedio, demodo que hace muchos añosque estos pasadizos no seusan. Estaban cubiertos conpaneles. Yo los descubrí haceunos años, y me gustautilizarlos de vez en cuando.Puedo dar la vuelta al castillosin que nadie sepa dóndeestoy. Cuando éramos niños,

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Godfrey, Gwendolyn y yojugábamos aquí al escondite.Kendrick era demasiado mayor,y a Gareth no le gustaba jugarcon nosotros. La regla era queno podíamos usar antorchas;todo estaba oscuro como bocade lobo y nos moríamos demiedo.

Thor tenía que esforzarse porno perder de vista la antorchade Reese, que conocía elcamino como la palma de sumano y caminaba muy rápido.

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—¿Cómo lo haces para noperderte con tantasencrucijadas? —le preguntóasombrado.

—Para un niño, vivir en elcastillo resulta muy solitario —dijo Reese—. Sobre todocuando eres demasiado jovenpara unirte a la Legión y no haynada más que hacer, de modoque decidí aprenderme dememoria todos los pasadizos,todos los rincones.

Doblaron por un pasadizo,

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bajaron tres escalones, llegarona una estrecha abertura en lapared y descendieron por unalarga escalera. Finalmente,llegaron a una puerta de roblecubierta de polvo. Reese apoyóla oreja en la gruesa hoja yescuchó.

—¿A dónde da esta puerta?—preguntó Thor, acercándose aél.

—Chitón —dijo Reese.Thor apoyó también la oreja

en la gruesa puerta de madera.

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Krohn miraba atentamente.—Es la puerta trasera de los

aposentos de mi padre—susurró Reese—. Intentoaveriguar con quién está.

Se oían unas vocesapagadas. Thor no podíadistinguirlas. El corazón le latíacon fuerza en el pecho.

—Parece que hay muchagente —dijo Reese. Le dirigió aThor una mirada de advertencia—. Esto está en plenaebullición. Sus generales, sus

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consejeros, su familia…, estántodos aquí. Sin duda te estaránbuscando como sospechoso delintento de asesinato. Es comolanzarse en manos de unamuchedumbre que quierelincharte. Si mi padre siguepensando que eres culpable,estás perdido. ¿Seguro quequieres entrar?

Thor tragó saliva. Tenía laboca seca. Era ahora o nunca.Comprendió que se encontrabaen un momento crucial que

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decidiría su futuro. Si escapabade la Corte del Rey, podríallevar una vida tranquila yanónima. Pero si atravesabaesa puerta, era posible que loejecutaran o lo metieran en elcalabozo para el resto de susdías.

Respiró hondo y tomó unadecisión. No podía echarseatrás; tenía que enfrentarsecon su destino. Pero no seatrevió a abrir la boca, para nocambiar de opinión, y se limitó

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a asentir con la cabeza. Reeserespondió con un gesto deaprobación, apoyó la mano enla manija de hierro y empujó lapuerta con el hombro.

Thor se encontró en lahabitación del rey; la brillanteluz de las antorchas le hizoguiñar los ojos. Reese y Krohnestaban junto a él.

El rey estaba tumbado en lacama, sobre un montón dealmohadones, con más deveinte personas a su alrededor,

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unos arrodillados y otros de pie.Eran sus consejeros, susgenerales, Argon, la reina,Kendrick, Godfrey y hastaGwendolyn. Todos ellos teníanuna expresión grave yentristecida, pero a Thor lealegró ver que el monarcaseguía con vida.

La entrada de Thor y deReese a través de una puertasecreta provocó una auténticaconmoción. Habíaninterrumpido un momento

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íntimo del rey con susallegados, que volvieron elrostro hacia ellos.

—¡Ese es! —gritó uno.Señaló a Thor con el dedo—.¡Aquí está el chico que intentóenvenenar al rey!

Thor no supo qué hacercuando los guardias quevigilaban la estancia se letiraron encima. Pero no podíaecharse atrás; tenía queenfrentarse a la rabia de lagente y hacer las paces con el

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rey. En lugar de escapar, sepreparó para resistir, mientrasKrohn gruñía a los guardias.

De nuevo sintió una oleadade calor, un poder que bro tabaen su interior. Sin querer,levantó una mano con la palmaabierta y dirigió la energíahacia los guardias. El efecto fuesorprendente. Los guardias sedetuvieron al instante, como sise hubieran quedadocongelados.

—¿Cómo te atreves a entrar

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aquí y utilizar tu brujería? —rugió Brom, desenvainando laespada—. ¿No te ha bastadocon un intento de matar al rey?

Al ver que Brom se acercabablandiendo la espada, Thor sesintió invadido por una extrañafuerza, más intensa que lasanteriores. Cerró los ojos y seconcentró. Notó perfectamentela energía de la espada deBrom, su forma, su filo, y dealguna forma se unió a ella y leordenó detenerse.

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Brom se quedó paralizado amedia zancada, sin poderavanzar.

—¡Argon! —gritó—. ¡Deténcuanto antes este hechizo!¡Detén a este chico!

Argon avanzó un paso, sebajó lentamente la capucha yse quedó mirando fijamente aThor.

—No veo razón paradetenerlo —dijo—. No havenido a hacer daño a nadie.

—¿Estás loco? ¡Ha estado a

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punto de matar a nuestro rey!—Eso es lo que suponéis —

dijo Argon—. No es lo que yoveo.

Entonces se oyó una vozgrave y profunda.

—Dejadle en paz.Todos miraron a MacGil. El

rey se incorporó en la camapara ver lo que ocurría. Estabadébil, y le costaba granesfuerzo hablar.

—Quiero hablar con el chico.No fue él quien quiso matarme.

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Vi la cara del asesino y no eraél. Thor es inocente.

Todos se tranquilizaron. Thorse relajó también y abandonóel control que los teníainmovilizados. Los guardias, alverse libres, lo miraron como sifuera un ser de otro mundo yenvainaron las espadas.

—Quiero hablar con el chicoa solas —dijo MacGil—.Dejadme con él. Marchaos.

—Pero mi señor —protestóBrom—. ¿No os parece

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arriesgado quedaros a solascon este chico?

—No quiero que nadie leponga la mano encima —dijoMacGil—. Ahora marchaostodos, también los miembrosde mi familia.

Los presentes se miraronunos a otros, dudando sobrequé hacer. No parecían capacesde moverse. Un espeso silencioinvadió la estancia. Luego, unopor uno, fueron saliendo de lasala; también los miembros de

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la familia real. Krohn se fue conReese. Pronto, la estancia, quemomentos antes estaba repletade gente, se quedó casi vacía.

Por fin, se cerró la puerta yse quedaron a solas Thor y elrey. A Thor le dolíainmensamente ver a MacGil tanpálido y enfermo. No sabía porqué, pero era como si una partede él mismo estuvieramuriendo en la cama. Lo quemás deseaba en el mundo eraque el rey se recuperara.

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—Acércate, hijo —dijoMacGil. Su voz sonó débil,apenas un susurro.

Thor corrió a su lado y searrodilló frente a él. MacGil letendió débilmente la mano paraque se la besara. Thor sesorprendió al notar que lecorrían unas cálidas lágrimaspor las mejillas. MacGil lesonreía.

—Mi señor —dijo Thor. Nopodía aguantar por más tiempo—. Os ruego que me creáis

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cuando os digo que no hetratado de envenenaros. Elcomplot se me apareció en unsueño, gracias a poderes quedesconozco. Solo queríaavisaros. Os ruego…

MacGil levantó una manopara acallar su protesta.

—Me he equivocado contigo.Pero para darme cuenta hetenido que esperar a queestuvieran a punto dematarme. Ahora entiendo quequerías salvarme. Perdóname.

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Sé que me has sido leal, tal vezel único miembro leal de lacorte.

—Ojalá me hubieseequivocado —dijo Thor—.Preferiría que estuvierais sano ysalvo, que mis sueños fueranmeras ilusiones, que nohubierais sufrido ataquealguno. Tal vez me equivoque.Tal vez sobreviviréis.

MacGil negó con la cabeza.—Ha llegado mi hora —dijo.Thor tragó saliva. Percibía

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que así era, aunque no legustara.

—¿Sabéis quién ha cometidoeste acto tan terrible, mi señor?—La pregunta le atormentabadesde su sueño premonitorio.No se le ocurría quién podíaquerer matar al rey. Ni por qué.

MacGil alzó la mirada altecho. Cualquier movimiento lesuponía un esfuerzo.

—Vi su cara. Es un rostro queconozco bien, pero no consigosituarlo. —Volvió la cabeza

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hacia Thor—. Ahora no tieneimportancia. Me ha llegado lahora. Ya sea por mano de unapersona o de otra, el resultadoes el mismo. —Se incorporó ycogió a Thor por la muñeca consorprendente fuerza—. Lo queimporta es lo que pasarácuando yo me haya ido. Estereino se quedará sin un rey.

Se quedó mirando a Thor conuna intensidad que este nosupo interpretar. No entendíaqué quería decirle el rey, qué

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esperaba que hiciera. Queríapreguntárselo, pero no queríainterrumpirle; al rey le costabamucho hablar.

—Argon tenía razón conrespecto a ti. Tu destino es másalto que el mío.

Las palabras del rey hicieronque Thor se estremeciera. ¿Sudestino sería más alto que el deMacGil? El simple hecho de queArgon y el monarca hablaran deél ya le parecía difícil deentender. ¿Y a qué se refería

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con este mensaje sobre sudestino? ¿No estaría alucinandoen sus últimos momentos devida?

—Yo te elegí…, te incluí enmi familia por una razón.¿Sabes cuál es?

Thor movió la cabeza. No losabía, y deseabadesesperadamente saber algomás.

—¿No sabes por qué te hepedido que te quedaras en misúltimos minutos de vida?

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Thor intentaba entender, contodas sus fuerzas. Pero erainútil.

—Lo siento, mi señor —dijo—. No lo sé.

MacGil esbozó una débilsonrisa. Sus ojos empezaban acerrarse.

—Muy lejos de aquí, más alláde las Tierras Agrestes, másallá del país de los dragones, seextiende un inmenso territorio.Es el país de los druidas, dedonde proviene tu madre.

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Tienes que ir allí en busca derespuestas.

MacGil abrió los ojos de paren par. Fijó en Thor una miradaintensa que el muchacho nosabía descifrar.

—Nuestro reino depende deello —dijo el rey—. Tú no erescomo los demás. Eres especial.Pero para devolver la paz a mireino, tienes que averiguar laverdad sobre tu origen. —MacGil cerró los ojos. Surespiración se hizo más agitada

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y dificultosa, y la presión sobrela muñeca de Thor se aflojó.

Thor notó que se le llenabanlos ojos de lágrimas. Se esforzópor encontrar un sentido a laspalabras del rey, pero no veíaninguna lógica. ¿Lo habría oídomal?

MacGil murmuró algo, perotan débilmente que Thor noconseguía oír lo que decía yagachó la cabeza para acercarla oreja a sus labios.

Con un último esfuerzo, el

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rey alzó la cabeza y dijo:—Debes vengar mi muerte.De repente, se puso rígido, y

luego su cabeza cayó a un lado.Sus ojos se abrieron con unamirada fija, perdida.

Estaba muerto.—¡NO! —gritó Thor.Su grito debió de ser lo

bastante fuerte como paraalertar a los guardias, porqueen un momento se abrieron laspuertas y varias personasentraron atropelladamente en

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la habitación. Thor estabaaturdido. Tuvo una vagasensación de que todos seagitaban a su alrededor y oyó alo lejos el tañido de lascampanas. El tañido seguía elritmo de los latidos de sucorazón. Luego, todo se volvióborroso, la habitación empezó adar vueltas. Thor perdió laconciencia y cayó pesadamentesobre el suelo de piedra.

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G

Capítulo seis

areth parpadeó paracontener las lágrimas ylevantó la cabeza hacia

la pálida luz del primer sol, quese alzaba en el cielo. Unaráfaga de viento le azotó la

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cara. Estaba amaneciendo enlas remotas Colinas Kolvian,donde se celebraban losfunerales del rey. Habíanacudido centenares defamiliares, amigos y estrechoscolaboradores del monarca;tras ellos estaban los soldados,intentando contener a lasmasas que asistían a loss e rv i c i o s desde lejos. Latristeza que se pintaba en elrostro de todos era genuina. Nocabía duda de que el padre de

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Gareth era un monarca querido.Dispuestos en semicírculo,

los familiares más cercanosesperaban a que el cadáverfuera bajado a la fosa. Elcuerpo sin vida del reyreposaba sobre unas tablas,envuelto en cuerdas.

En primera fila, unos pasospor delante del resto, Argoncontemplaba el cadáver conrostro inescrutable. Vestía latúnica de color escarlata quereservaba para los funerales y

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se tapaba la cara con lacapucha. Gareth intentabadesesperadamente analizar laexpresión del druida yaveriguar cuánto sabía. ¿Eraposible que Argon supiera queél había matado a su padre? Yen tal caso, ¿diría algo o lodejaría en manos del destino?

Por desgracia para Gareth,Thor había sido absuelto deculpa, porque estaba en elcalabozo cuando el rey fueapuñalado. Además, el propio

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MacGil había asegurado queThor era inocente. El problemaera que se había constituido uncomité para investigar yencontrar al asesino.

Gareth estaba tan nerviosoque casi deseaba que loenterraran en la fosa junto a supadre. Solo era cuestión detiempo que descubrieran aFirth, y esto sería su fin. Paraevitarlo debía actuar conrapidez y conseguir queculparan a otra persona. Se

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preguntó si alguien sospechabade él. Pero tal vez se estabavolviendo paranoico, porquenadie parecía prestarleatención. Ahí estaban sushermanos —Reese, Godfrey yKendrick—, su hermanaGwendolyn y su madre, enestado catatónico. Desde lamuerte del rey, el dolor habíaconvertido a su madre en otrapersona. Cuando lecomunicaron la noticia sufrióuna especie de ataque, y desde

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entonces tenía la mitad de lacara paralizada y le costabamucho hablar.

Gareth observó con atencióna los consejeros del rey. Elcapitán general, Brom, y el jefede la Legión, Kolk, estabandelante, y todos los demás enun segundo término. Teníanuna expresión de tristeza, peroa Gareth no le engañaban.Demasiado bien sabía que atodos —tanto los miembros delgobierno, consejeros y

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generales como los nobles yseñores que los acompañaban— les importaba poco la muertedel rey. Podía leer la ambición yla sed de poder en sus rostrosmientras se preguntaban quiénsería el próximo en ocupar eltrono.

Era lo mismo que sepreguntaba Gareth. ¿Qué hacertras un asesinato tan caótico,todavía sin resolver? Si todo sehubiera resuelto, si ya hubieraun culpable, el plan de Gareth

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sería perfecto: la corona iría aparar a su cabeza. Al fin y alcabo, era el primogénito de loshijos legítimos. Su padre habíaexpresado la intención de cederel trono a Gwendolyn, pero lodijo en la intimidad familiar, sinque las instituciones laratificaran. Y los miembros delgobierno se tomaban muy enserio la ley. Sin una ratificación,Gwendolyn no sería coronada.

Así pues, el trono tenía queser para él. Era la ley. Por

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supuesto, el procedimientoseguiría su curso; él seencargaría de que así fuera.Sus hermanos se opondrían, deeso no le cabía duda. Sacaríana colación la reunión con supadre, y probablementeinsistirían en que Gwendolynera la elegida. Kendrick nointentaría detentar el poder,era demasiado noble. Godfreyera demasiado apático paraactuar, y Reese demasiadojoven. La única rival era

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Gwendolyn. Pero Gareth eraoptimista: el gobierno noestaba preparado para aceptarque una mujer dirigiera elAnillo, y mucho menos unajovencita. Y como la eleccióndel monarca no estabaratificada, tenían la excusaperfecta para obviarla.

En opinión de Gareth, elúnico peligro era Kendrick. A éllo detestaba todo el mundo,pero Kendrick gozaba de granaprecio entre la gente del

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pueblo y los soldados. Endeterminadas condiciones,podían decidir que Kendricksubiera al trono. Otro motivopara darse prisa en deshacersede él.

El roce en una manointerrumpió sus meditaciones.Habían empezado a bajar a lafosa el ataúd de su padre, yGareth, como el resto de sushermanos, sujetaba una de lascuerdas. Si él se despistaba, elataúd bajaba ladeado, de modo

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que agarró la cuerda con la otramano para corregir el desnivel.Nunca había logrado complacera su padre, pensó Gareth; nisiquiera en la muerte.

Las campanas del castillotañían a lo lejos. Argon dio unpaso al frente y levantó lamano mientras pronunciaba laspalabras rituales en la lenguaperdida del Anillo, la quehabían hablado susantepasados durante siglos.

—Itso ominus domi ko

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resepia…Era la lengua que Gareth

había aprendido de sus tutores.La necesitaría cuando asumierasus poderes reales.

De repente, Argon se calló ymiró directamente a Gareth conunos ojos que parecíantraspasarlo. Gareth se sonrojó,y un escalofrío le recorrió laespalda. Se preguntó si todos leestarían mirando, si adivinabanlo que Argon quería decir. Lepareció que el druida conocía

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sus pecados. Pero Argon eramuy misterioso; no queríaparticipar en los caprichososquiebros del destino.

—El rey MacGil era un buenmonarca, un hombre justo. —Lavoz de Argon, lenta y profunda,parecía de otro mundo—. Honróa sus ancestros y trajo a estereino una paz y una riquezacomo nunca se habíanconocido. Los dioses hanquerido llevárselo antes de loque imaginábamos, pero su

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legado es profundo yenriquecedor. Nos toca anosotros aprovecharlo ycontinuarlo.

Hizo una pausa.—Nuestro reino del Anillo

está rodeado de serios peligros.Más allá del Cañón, protegidopor el escudo de energía, seencuentra una tierra demonstruos y criaturas salvajesque podrían acabar con todosnosotros. Y en el mismo Anillo,al otro lado de la Cordillera, un

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clan conspira contra nosotros.Vivimos en un estado de paz yprosperidad sin precedentes,pero la amenaza es constante.¿Por qué los dioses handecidido arrebatarnos a un reybueno y justo cuando todavía lequedaban muchos años pordelante? ¿Por qué ha tenidoque sufrir semejante suerte? Nosomos más que marionetas enlas manos del destino, yaunque nos encontremos en lacima del poder, podemos

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acabar bajo tierra. Lo quetenemos que preguntarnos noes qué luchamos por conseguir,sino en qué clase de personaqueremos convertirnos.

Argon inclinó la cabezamientras el féretro descendía alinterior de la fosa. A Gareth leardían las palmas de lasmanos, desolladas por lacuerda. Cuando el ataúd llegóal fondo, se oyó un grito.

—¡NO!Fue un grito histérico de

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Gwendolyn, que se asomó alborde de la fosa como siquisiera arrojarse dentro. Reesey Kendrick corrieron aagarrarla, pero Gareth no semovió. No sentía simpatía porsu hermana; más bien leparecía una amenaza. SiGwendolyn quería yacer bajotierra, él estaría encantado.

Desde luego, en esto podíaayudarla.

Thor contemplaba el entierro

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del rey desde una cortadistancia. El lugar que elmonarca había elegido para serenterrado le parecíaespectacular: un balcón en lamontaña más alta del reino,tan alta que casi podían tocarselas nubes. El primer sol se abríapaso en el firmamento y teñíalos nubarrones de coloresverdes, amarillos yanaranjados, pero la neblina noacababa de disiparse, como siel reino estuviera de luto.

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Hasta Krohn gimoteaba, yEstopheles chillaba y volaba encírculo sobre el escenario.

Thor todavía no se habíahecho a la idea de que el reyhabía muerto. Le parecíaextraño estar allí, rodeado de lafamilia real, viendo cómoenterraban a un hombre al quehabía cogido tanto cariño. Erael primero que se había portadocon él como un padre, y lamuerte se lo arrebataba. Porencima de todo, no podía

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olvidar las últimas palabras delrey: «Tú no eres como losdemás. Eres especial. Pero paradevolver la paz a mi reino,tienes que averiguar la verdadsobre tu origen».

¿Qué habría querido decirsobre su origen? ¿Por qué eratan especial, y cómo eraposible que MacGil lo supiera?¿Estaría delirando? No entendíaqué tenía que ver él con eldestino del reino.

«Muy lejos de aquí, más allá

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de las Tierras Agrestes, másallá del país de los dragones, seextiende un inmenso territorio.Es el país de los druidas, dedonde proviene tu madre.Tienes que ir allí en busca derespuestas».

¿Qué sabía MacGil de sumadre? ¿Cómo sabía de dóndeprocedía, y cuáles eran esasrespuestas? Thor no podíadejar de pensar en su madre.Siempre había creído queestaba muerta. Que pudiera

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estar viva le resultabaemocionante y quería partir ensu busca. Tenía que encontrarlas respuestas y descubrir quiénera, por qué era especial.

El féretro de MacGil seguíabajando, acompañado por eltañido de las campanas. Thorno entendía la crueldad deldestino. ¿De qué le habíaservido ver la muerte del rey sino había podido impedirla?Habría preferido no ver elfuturo y despertarse un día con

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la noticia de que el rey habíamuerto. Así no se sentiríaculpable de no haber hechomás por impedirlo.

¿Qué ocurriría ahora? Era unreino sin un rey. ¿Quiénocuparía el trono? Todos dabanpor supuesto que sería Gareth,y Thor no podía imaginar nadapeor.

Paseó la mirada por losasistentes. Vio los rostrosseveros de los nobles y losseñores venidos de todos los

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rincones del Anillo. Eranhombres poderosos en un reinoque necesitaba una dirección.Thor no dejaba de preguntarsequién habría sido el asesino.Viendo sus caras, todos leparecían sospechosos, ansiososde poder. ¿Se dividiría el reinoen dos partes? ¿Habríaenfrentamientos? ¿Y qué seríade él? ¿Qué pasaría con laLegión? ¿Se rebelarían loscaballeros de la Plata si Garethse convertía en el próximo rey?

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Se preguntó también siseguirían creyendo en suinocencia o lo enviarían devuelta al pueblo. Él queríaquedars e allí, en la Legión. Noquería ningún cambio. Hastahacía unos días, el reino lehabía parecido un lugar seguroy permanente, y MacGil unmonarca bien asentado en eltrono. Resultaba increíble quealgo tan estable pudieraderrumbarse de repente. ¿Quépodía esperarse entonces del

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resto? Ya nada le parecíapermanente.

Al ver que Gwendolynintentaba arrojarse a la tumbade su padre, a Thor se le partióel corazón. Reese la apartó, ylos criados empezaron a arrojarpaletadas de tierra, mientrasArgon continuaba con suscantos ceremoniales. Una nubeoscureció el sol por unmomento, y Thor sintió unaráfaga de aire frío en aquel díaestival. Krohn, sentado a sus

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pies, empezó a gimotear.Tenía que hablar con

Gwendolyn. Tenía que decirleque lo sentía muchísimo, queestaba desolado por la muertedel rey y la acompañaba en sudolor. No quería que se sintierasola. Y aunque persistiera en sudeseo de no verle más, él leaseguraría que lo habíanacusado falsamente. Lo únicoq u e pedía Thor era unaoportunidad para explicarseantes de decirle adiós para

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siempre.Con la última paletada de

tierra, los asistentes empezarona moverse. Se habían formadolarguísimas hileras de súbditosque se perdían en la distancia,más allá de la colina. Todosllevaban una rosa negra en lamano para depositarla sobre elmontón de tierra que marcabael lugar donde el rey estabaenterrado. Poco a poco, lamuchedumbre se fuedispersando.

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Gwendolyn se apartó deReese y salió corriendo, sinhacer caso de los gritos de suhermano.

—¡Gwen!La princesa estaba histérica,

inconsolable. Atravesó lamultitud y se alejó corriendopor un camino de tierra. Thorno soportaba verla así; teníaque hablar con ella. Con elleopardo pisándole los talones,se abrió paso entre lamuchedumbre y la vio corriendo

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a lo lejos.—¡Gwendolyn!La princesa no se detuvo.

Thor tuvo que apretar a correr,y Krohn corría a su lado.Cuando por fin la alcanzó y lacogió del brazo, le faltaba elaliento. Gwen se giró hacia él.Estaba despeinada, empapadaen lágrimas.

—¡Déjame en paz! —gritó,intentando zafarse de él—. ¡Noquiero verte nunca más!

—Gwendolyn —dijo Thor en

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tono de súplica—. Yo no hematado a tu padre. Solo queríasalvarlo. No tengo nada que vercon su muerte, él mismo lodijo, ¿recuerdas?

Gwen no podía escaparporque Thor la agarraba confuerza; no quería que semarchara sin oír lo que teníaque decirle. Gwendolyn sedebatía débilmente, demasiadollorosa y agotada para salircorriendo.

—Sé que no lo has matado

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tú, pero esto no arregla nada.No entiendo cómo te atreves ahablar conmigo después dehaberme humillado delante detodo el mundo.

—No lo entiendes. No hicenada en el burdel. Es mentira,una calumnia.

La princesa lo miró con ojosentrecerrados.

—¿Quieres decir que noestuviste en el burdel?

Thor titubeó.—Estuve allí. Con los demás.

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—¿Y dices que no entrasteen una habitación con unamujer?

Thor agachó la cabeza.—Creo que sí, pero…—Nada de peros —le

interrumpió la princesa—.Acabas de admitirlo. Eresrepugnante. No quiero tenernada que ver contigo.

La expresión de Gwen pasóde la tristeza a la rabia. Seacercó despacio a Thor y ledijo:

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—No quiero volver a vertenunca más. ¿Me entiendes? Nosé cómo se me ocurrió perderel tiempo contigo. Mi madretenía razón; no eres más queun plebeyo. No estás a mialtura.

Aquellas palabras le dolierona Thor en lo más profundo,como si le clavaran un puñal enel pecho. Le soltó la muñeca ydio unos pasos atrás. Tal vezAlton tenía razón, después detodo. A lo mejor no había sido

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más que un entretenimientopara la princesa.

Sin pronunciar una palabra,dio media vuelta y se alejó deallí, acompañado de Krohn. Porprimera vez desde su llegada,se preguntó si tenía sentidohaber venido.

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Capítulo siete

wendolyn se quedójunto al acantilado,totalmente abatida,

destrozada por el dolor.Primero su padre, y ahora Thor.Era el peor día de su vida. Lo

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que más la atormentaba eraque su padre hubiera sidoasesinado. ¡Qué injusticia! Undesconocido le habíaarrebatado sin más a lapersona que era la luz de suvida.

Gwen quiso morir al conocerla noticia. La noche había sidocomo una larga pesadilla, yesta mañana incluso peor.Sufrió una impresión tanespantosa al ver que bajaban ala fosa el cadáver de su padre

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que quiso lanzarse con él alhoyo y no salir nunca más.Había huido de la multitud conla idea de lanzarse por elacantilado. Y entonces aparecióThor.

Nada más verlo Gwen sesintió mucho mejor, y por unmomento se olvidó de supadre, pero al mismo tiempofue peor, porque seguía furiosacon Thor; todavía hervía deindignación cuando pensabaque se había reído de ella al

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acudir al burdel. Le fastidiabasobre todo haber quedado enridículo delante de su madre,que desde el principio se opusoa que Gwen saliera con unplebeyo. Thor le había hechosentirse abochornada.

Y qué desfachatezpresentarse ante ella como sinada, cuando admitía quehabía estado en el burdel conuna mujer. Se ponía enfermasolo de pensarlo. Sin embargo,verle alejarse por el sendero,

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acompañado por el leopardo, lecausó una pena infinita. Sepreguntó si las cosas podían irpeor.

Miró a lo lejos, hacia laslomas y los valles de las ColinasKolvian, que daban al oeste delreino. Gwen sabía que en esamisma dirección, mas allá,estaba la Cordillera, y al otrolado el reino de los McCloud. Sepreguntó si su hermana habríallegado allí con su marido, sisería feliz con su nueva vida. En

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estos momentos, la envidiabapor encontrarse tan lejos.

Claro que su hermana nuncahabía tenido una relaciónestrecha con su padre; tal vezla noticia de su muerte no lehabría dolido mucho. De loscuatro hermanos, Gwen era lamás próxima a su padre. Reesey Kendrick también estabanabatidos; se llevaban muy biencon MacGil. Lo curioso era queGodfrey, que siempre habíadetestado a su padre, pareciera

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tan triste. Y por último estabaGareth, frío e impasible comosiempre. En todo caso se lehabía visto preocupado, comosi ya estuviera pensando en elpoder que tandesesperadamente deseaba.

Gwen se estremeció.Recordó las proféticas palabrasde su padre cuando le encargóque se hiciera cargo del reinoen un día muy lejano, un díaque Gwen creyó que no llegaríanunca. Y ahora, de repente, la

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tarea le caía en las manos. ¿Laobligarían a ceñirse la corona?Esperaba que no. Se veíaincapaz. Y sin embargo, se lohabía prometido a su padre. Sepreguntó qué sería de ella.Entonces oyó una voz.

—Aquí estás.Era Reese, que la miraba

preocupado, a unos metros dedistancia.

—Me tenías inquieto.—¿Qué te creías, que iba a

saltar? —soltó Gwen, tal vez

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demasiado bruscamente. Nohabía querido contestarle así,pero no pudo contenerse.

—No, claro que no —dijoReese—. Estaba preocupadopor ti.

—No te preocupes. Soy tuhermana mayor, sé cuidar demí misma.

—No es eso —se apresuró adecir Reese—. Quería decirteque… no eres la única quesufre. Yo también le quería.

Esto le dio que pensar a

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Gwen, sobre todo cuando vioque su hermano tenía los ojosllenos de lágrimas. Comprendióque se estaba comportandocomo una niña mimada. Lamuerte de su padre los habíaafectado a todos.

—Lo siento —musitó—. Séque lo querías, y él te queríamucho. De hecho, creo que enti se veía a sí mismo de joven.

Reese le dirigió una miradacargada de esperanza y depesar. A Gwen se le partió el

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corazón al verlo tan perdido.¿Quién lo educaría ahora?Reese tenía catorce años; ya noera un niño, pero tampoco eraun hombre. Es a esta edadcuando un chico necesita más asu padre, un modelo al quecopiar. Y desde la muerte delrey, su madre estaba casicatatónica y ausente. No hacíaningún caso a sus hijos. Suhermana mayor se había ido;Gareth vivía alejado de lafamilia; Godfrey estaba siempre

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en la taberna y Kendrick en elcampo de batalla. Gwen notenía más remedio queconvertirse en el padre y lamadre de Reese.

—Ya verás como todo te irábien —dijo, y con estaspalabras también ella se sintiómejor—. Todo irá bien.

—¿Has visto por aquí a Thor?—preguntó Reese.

A Gwen se le encogió elestómago.

—Ha estado aquí —dijo

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secamente—. Y le dije que semarchara.

—¿Qué quieres decir? —Reese no entendía nada—.Pensaba que erais muy amigos.

—Ya no —gruñó Gwen—.Desde luego que no, despuésde lo que ha hecho.

—¿Y qué ha hecho? —Reeseabrió los ojos como platos.

—Como si no lo supieras.Como si no supieras que me hapuesto en ridículo delante detodo el reino.

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—¿En ridículo? No sé de quéme estás hablando. —Reeseparecía genuinamentesorprendido.

Gwen lo miró condetenimiento y dedujo que suhermano no sabía nada, lo quele pareció sorprendente. Creíaque todo el mundo estaba alcorriente de lo ocurrido y sereía de ella. A lo mejor no eratan grave; a lo mejor no eratan terrible como lo habíapintado Alton.

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—Me han contado susaventuras en el burdel con esasmujeres.

Reese se puso serio.—¿Y quién dices que te lo ha

contado?Gwen titubeó. Ahora ya no

estaba tan segura de lo quepensaba.

—Alton, claro.Reese sonrió

maliciosamente.—¿Y te lo has creído?Gwen miraba fijamente a su

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hermano. Se le aceleró el pulsoy por primera vez empezó apreguntarse si habría cometidoun error.

—¿Qué quieres decir?—Yo estaba con Thor en el

burdel —dijo Reese—. Fuimoscon la Legión después de lacaza. En realidad era más unataberna que un burdel. Thor nohizo nada malo. Yo estaba conél cuando aparecieron lasmujeres, y puedo decirte quese llevó una sorpresa; no se

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imaginaba que hubieramujeres. De hecho, intentóescapar, pero los hombres loempujaron. No fue por supropio pie.

—Pero no se negó —insistióGwen en tono acusador.

Reese siguió defendiendo asu amigo.

—Te han informado mal.Thor no hizo nada. Sedesvaneció nada más llegar alrellano; no le había puesto unamano encima a la mujer

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cuando cayó en redondo. Altones quien te ha mentido y se hareído de ti. Tu honor estáintacto.

Gwen se sonrojóintensamente. Estaba a untiempo aliviada y avergonzada.Había acusado a Thorinjustamente; le había dirigidoduras palabras. Le dolía haberlellamado plebeyo, ni siquieraentendía por qué se lo habíadicho. ¡Qué arrogante sonaba!Estaba furiosa consigo misma

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por haber sido tan cruel.—¿Qué le dijiste

exactamente? —preguntóReese.

Gwen agachó la cabeza.—Fui una estúpida. Le dije

cosas que en realidad nopensaba.

Gwen acababa de quitarseun peso de encima. Se abrazó aReese y sollozó encima de suhombro.

—Echo de menos a nuestropadre —dijo.

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—Ya lo sé —dijo Reese, conla boca contra su hombro—. Yotambién le echo de menos.

Se separó de Gwen y la miróa los ojos.

—Hablaré con Thor yprocuraré que se arreglen lascosas —dijo—. No importa loque le hayas dicho.

—Hay palabras que no seolvidan —susurró Gwen.

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Capítulo ocho

areth y sus cuatrohermanos —Kendrick,Godfrey, Reese y Gwen

— entraron en el enormevestíbulo del castillo, que bullíade caballeros venidos de todas

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las provincias del Anillo. Todospugnaban por acercarse a ellospara darles sus condolencias.

—A vuestro padre loqueríamos, señor. Era un buenrey —le dijo a Gareth uncaballero corpulento que él norecordaba haber visto en todasu vida.

Gareth no conocía a esoshombres, ni tenía interés enconocerlos. No quería susimpatía porque no lacompartía; a él su padre nunca

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le había demostrado cariño.Ahora que ya había tenido

ocasión de reflexionar y deasimilar lo sucedido, Gareth sealegraba de la muerte de supadre. Se alegraba de que suplan para asesinarlo hubieradado resultado, aunque nohubiera sido según lo planeado.Él no lo había matado, perohabía puesto en marcha elplan, que no habría sido posiblesin su intervención. Leimpresionaba comprender que

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era el auténtico causante detoda esa conmoción: lamuchedumbre, el caos, loscaballeros venidos a ofrecer suscondolencias. Lo supieran o no,era él quien había cambiadosus vidas con un acto devoluntad.

Los pajes condujeron a loscinco hermanos a la últimasala, donde les esperaban losmás estrechos colaboradoresdel rey. Gareth tenía un nudoen el estómago. Se preguntó

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qué les esperaba allí. Porsupuesto, era preciso nombrarun sucesor; no podían permitirque el reino estuvieradescabezado, como un barcosin timón. Confiaba en que lenombraran a él. ¿A quién iban anombrar, si no? Aunque tal vezdesignaran a su hermana.

Echó una ojeada a sushermanos, que estaban serios yen silencio, y se preguntó si seopondrían a que le dieran eltrono. Seguramente. Todos lo

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detestaban, y además su padrehabía elegido a Gwen. No cabíaduda de que tendría que luchar.Pero si ganaba, saldría de lareunión convertido en elmáximo poder del reino.

De repente se le ocurrió quetodo podía ser una trampa y sele hizo un nudo en el estómago.¿Y si querían acusarle delantede todo el mundo? ¿Y si teníanpruebas de que había matado asu padre y lo mandaban directoal patíbulo? En cuestión de

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segundos, Gareth pasó deloptimismo a la ansiedad. Eraasombroso. Y es que la reuniónsería definitiva.

Finalmente consiguieronatravesar la multitud que seapelotonaba a las puertas de lasala, esperando a oír lo quedecidía el consejo.

Cuatro guardias lespermitieron pasar. Seencontraron frente a la granmesa circular del consejo,donde desde hacía siglos se

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sentaban los colaboradores delrey. Resultaba extraño estar allíy no ver a su padre sentado enel trono. Era la primera vez queGareth veía vacío el inmensotrono de madera tallada. Losconsejeros miraban el tronovacío como si esperaran que undirigente fuera a caer del cielo.

Los cinco hermanos fueronconducidos al centro de la sala,entre las dos partes de la mesacircular, dando la cara a losmiembros del consejo. Estaban

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tan serios que Gareth se sintiófrente a un tribunal. A un ladode la mesa, sentada en untrono más delicado y rodeadapor sus damas de compañía,estaba la reina. En su rostro nose leía expresión alguna, comosi se encontrara en estado deshock.

Aberthol, historiador yerudito, ocupaba el centro de lamesa. Había sido tutor de tresgeneraciones de reyes. Era elde más edad del grupo, y el

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rostro surcado de arrugas ledaba el aspecto de un anciano.Llevaba la túnica de colorpúrpura que seguramentedataba de cuando el padre deGareth era un niño. Como teníamás experiencia, era el quedirigía los procedimientos, y losdemás le imitarían. Eran Brom,Kolk, Owen, el tesorero;Bradaigh, consejero de asuntosexteriores; Earnan, cobrador deimpuestos; Duwayne, asesorpara asuntos de la plebe, y

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Kelvin, representante de losnobles.

Era un grupo que imponíarespeto. Gareth escrutó susrostros, intentando adivinar sialguno de ellos estabadispuesto a condenarle, peroninguno le mirabadirectamente.

Aberthol tenía un pergaminoen la mano. Carraspeó ycontempló en silencio a loscinco hermanos.

—Antes que nada, los

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miembros del consejoqueremos ofreceros nuestrassinceras condolencias por lamuerte de vuestro padre. Eraun gran hombre y un gran rey.Echaremos de menos supresencia en esta sala y ennuestro reino. Creo que noexagero al decir que este reinono será el mismo sin él. Yo loconocía desde que empezó adar sus primeros pasos;también fui consejero de supadre. Era un gran amigo, y os

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prometo que haremos loposible por dar con su asesino.

La mirada del ancianoconsejero se posó en cada unode los hermanos. Gareth tuvoque hacer un esfuerzo para noponerse nervioso.

—Os conozco desde quenacisteis, y tengo elconvencimiento de que vuestropadre estaba orgulloso devosotros. Sé que necesitáis untiempo de duelo, pero haytemas importantes en el reino

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que no pueden esperar. Este esel motivo por el que os hemosconvocado.

Se aclaró la voz.—Lo más urgente es

investigar el asesinato devuestro padre. Crearemos unacomisión que investigue lascausas y las circunstancias dela muerte, y que lleve alasesino ante la justicia. Hastaentonces, ningún súbdito delreino estará tranquilo. Tampocoyo.

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A Gareth le pareció que lamirada de Aberthol se deteníaun instante en él. Se preguntósi pretendía darle un mensaje yapartó la vista para noobsesionarse. Tenía que idearun plan para desviar laatención. Debía encontrarcuanto antes un culpable al queacusar.

—Mientras tanto, el hecho esque estamos en un reino sinrey. Este es un mundo agitado,donde no conviene estar sin

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dirección. Cuanto más tiempotardemos en tener un dirigente,más conspirarán los demáspara hacerse con el trono. Nohace falta que os diga que sonmuchos los que ambicionanesta corona.

El anciano suspiró.—La ley del Anillo establece

que el trono pase alprimogénito.Lamentablemente, tiene queser el primer hijo legítimo. Nopretendo ofenderte, Kendrick.

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El joven agachó la cabeza.—No me ofendo, señor.—Esto significa entonces —

dijo Aberthol, con un carraspeo— que el trono pasará aGareth.

Al oír estas palabras, Garethsintió una emoción difícil dedescribir, una inyección depoder que le corría por lasvenas.

—Pero, señor, ¿y nuestrahermana Gwendolyn?—protestó Kendrick.

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—¿Qué pasa con Gwendolyn?—preguntó Aberthol, muysorprendido.

—Antes de morir, nuestropadre nos dijo que nombraba aGwendolyn su sucesora en eltrono.

Los miembros del consejovolvieron la cabeza haciaGwendolyn, que les devolvióuna mirada turbada, un pocoavergonzada. Gareth se pusorojo de rabia. Estaba seguro deque su hermana ambicionaba el

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trono tanto como él y que lodisimulaba.

—¿Es cierto, Gwendolyn? —preguntó Aberthol.

—Así es, señor —murmuróGwendolyn con la cabeza gacha—. Es lo que mi padre deseaba.Me hizo jurar que aceptaría eltrono. Y lo juré. Ojalá no lohubiera hecho, porque no haynada que desee menos.

Aquello cogió por sorpresa alos miembros del consejo, quese miraban unos a otros con

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gran desconcierto.—Nunca se ha sentado una

mujer en el trono —dijo Brom,muy nervioso.

—Y menos una joven —añadió Kolk.

—Si le ofreciéramos lacorona a una joven, seguro quelos nobles se rebelarían ycompetirían entre sí paraarrebatarle el poder —dijoKelvin—. Esto nos colocaría enuna situación delicada.

—Eso por no hablar de los

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McCloud —añadió Bradaigh—.Nos atacarían, nos pondrían aprueba.

Aberthol levantó despacio lamano y todo el mundo guardósilencio. Sentado con la cabezagacha y la palma de la mano enel aire, mirando al suelo,parecía un viejo árbol enraizadoen la tierra.

—No nos correspondeadivinar los deseos del rey.Este no es el problema —dijo—.Centrémonos en la ley. Desde

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un punto de vista legal, laelección de heredero —ciertamente inusual— denuestro monarca no llegó aratificarse. Y sin ratificación, noes de obligado cumplimiento.

—Se habría ratificado en elsiguiente consejo —protestóKendrick.

—Tal vez —respondióAberthol—, pero por desgraciael rey no vivió para celebrarlo,de modo que no tenemosconstancia escrita de lo que

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dijo, y por lo tanto ningunaratificación que convierta sudeseo en ley.

—¡Pero hay testigos! —gritóKendrick impaciente.

—¡Es cierto! —exclamóReese—. ¡Yo estaba presente!

—¡También yo! —corroboróGodfrey.

Todos miraban a Gareth, queno abrió la boca, aunqueestaba furioso. Sus sueños deocupar el trono parecíandesmoronarse. Todos sus

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hermanos estaban contra él. AGareth le parecieron másodiosos que nunca.

—Me temo que los testigostienen poca importancia cuandose trata de un asunto tanimportante como la sucesióndel trono —dijo Aberthol—. Losdecretos oficiales tienen queestar ratificados por el consejo,es un paso indispensable paraque se hagan efectivos. Estosignifica que sigue vigente laley que ha regido siempre con

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los reyes MacGil: el trono lohereda el primogénito. Losiento, Gwendolyn.

Kendrick se volvió hacia lareina.

—¡Madre! Tú conoces losdeseos de nuestro padre. ¡Dilesalgo! —suplicó—. ¡Haz algo!

Pero la reina se limitó aseguir sentada con las manosunidas sobre el regazo y lamirada perdida, en un estadocatatónico. Tras esperar envano una respuesta, Kendrick

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se volvió hacia el consejo.—¡Es injusto! —gritó—. Esté

o no ratificado, era el deseo delrey, el deseo de nuestro padre.Vosotros le servíais, y deberíaisrespetar su deseo. No esGareth quien debe reinar, sinoGwendolyn.

—Ya basta, hermano. Porfavor. —Gwen intentó cal marle,poniéndole una mano sobre lamuñeca.

—¿Quién dice que no deboreinar? —gritó Gareth, incapaz

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de contenerse por más tiempo—. Soy el primogénito, despuésde todo. No como tú —le dijo aKendrick.

Lamentó de inmediato suacceso de rabia. Era preferiblemantener la boca cerrada ysimular que no le interesaba eltrono, pero no había podidocontenerse. Por la expresión deKendrick, comprendió que sesentía herido. Esto le alegró.

—Solo puedo decir que la leyes la ley —dijo Aberthol

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lentamente—. Lo siento. Deacuerdo con la vieja ley delAnillo, proclamo a Gareth, hijode MacGil, como el octavomonarca MacGil del ReinoOeste del Anillo. ¿Habéis oídomi proclamación, oh, vosotros,aquí reunidos?

—¡Te hemos oído! —fue larespuesta.

La ceremonia se cerrógolpeando un bastón de metalcontra el suelo. El sonidoreverberó en la sala de punta a

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punta. Gareth estaba exultante.Una vibración le recorrió elcuerpo, un sonido que leconvertía en rey.

No podía creerlo.Se había convertido en rey.

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E

Capítulo nueve

l rey McCloud cabalgabaal frente de un pequeñocontingente militar. Iba

vestido para la batalla,ostentando la vistosa armadurade los McCloud. Era un hombre

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alto y de poderosas espaldas,fornido pero sin un gramo degrasa, y su nariz ancha yaplastada portaba las marcasde muchas batallas. Sumandíbula cuadrada estabarematada por una corta barbarojiza, sembrada de canas. Yahabía cumplido cincuenta añosy no tenía miedo de nada. Sedecía que era el más agresivo ybrutal del linaje de los McCloud,y se enorgullecía de ello.

Siempre había sacado el

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mayor partido de lo que la vidapodía ofrecerle, y cuando lavida no se lo ofrecía, él lotomaba de todas formas. Dehecho, le gustaba más tomarpor la fuerza que recibir. Al reyMcCloud le encantaba hacerdaño a los demás, y disfrutabadirigiendo su reino con mano dehierro, sin ningún tipo decompasión. Mantenía unadisciplina tan férrea entre sussoldados como no se habíamantenido nunca. Y

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funcionaba. Sus hombres leseguían en perfecto orden; aninguno se le ocurriría replicarleo mover un dedo sin supermiso. Esto incluía a su hijo,el príncipe, que le seguía acorta distancia, y a la decenade arqueros, los mejores delreino, que iban detrás.

Llevaban todo el día acaballo, sin descansar ni unmomento. A primera hora de lamañana atravesaron el PasoOeste del Cañón. Siempre en

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guardia, para no caer en unaemboscada, siguieron hacia eleste y atravesaron al galope laspolvorientas llanuras delNevari.

Por fin, cubiertos de polvo,atisbaron en el horizonte el MarAmbrek y pudieron oler la brisamarina. Con el galope de loscaballos resonando en susoídos, vieron las sombras rosa yturquesa que arrojaba elsegundo sol en el horizonte. Erauna fresca tarde de verano. El

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rey McCloud sintió la caricia delviento en la cara y deseó llegarcuanto antes al borde del mar.Hacía muchos años que no veíael océano. Era demasiadoarriesgado llegar hasta aquí:tenían que atravesar el Cañón ycabalgar un buen trecho porterritorio desprotegido. Porsupuesto, los McCloud tenían supropia flota de barcos en estelado del Anillo, lo mismo quelos MacGil al otro lado, perosiempre era arriesgado

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aventurarse más allá delescudo de energía del Cañón.De vez en cuando el Imperiocapturaba uno de sus barcos ypedía un rescate. Erainevitable. El Imperio lossuperaba ampliamente ennúmero de hombres. PeroMcCloud nunca pagaba rescatey estaba orgulloso de ello. Senegaba a ceder; preferíasacrificar a sus hombres.

En esta ocasión, sinembargo, el Imperio liberó a la

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tripulación capturada y devolvióel barco con un mensaje:querían un encuentro conMcCloud. El rey suponía lo quequerían: atravesar el Cañón,invadir el Anillo. Estaba segurode que le pedirían una alianzapara derrotar a los MacGil.Hacía años que el Imperiointentaba convencer a losMcCloud para atravesar elCañón. Querían entrar en elAnillo y dominar el únicoterritorio del planeta que

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todavía se les resistía. Acambio, le prometían unaparticipación en el poder.

La pregunta que inquietaba aMcCloud era: ¿qué beneficiopodría extraer del acuerdo?¿Cuánto estaría dispuesto adarle el Imperio? Durante años,había rechazado las propuestasdel Imperio, pero ahora lasituación era otra: los MacGil sehabían vuelto demasiadopoderosos. McCloud empezabaa comprender que no podría

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controlar el Anillo sin ayuda.Ya estaban cerca de la costa.

McCloud volvió la cabeza paraechar un vistazo a su hijo, quelo seguía a caballo con sunueva esposa, la hija deMacGil. ¡Qué tonto había sido elmonarca al entregarle a su hija!¿De verdad creía que estocontribuiría a la paz entre losdos reinos? ¿Lo consideraba tanbobo, tan blando? Porsupuesto, había aceptado a lanovia: era una propiedad que

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podría servir como moneda decambio, lo mismo que unascabezas de ganado. Pero enabsoluto era un paso hacia unacuerdo de paz. Todo locontrario; si acaso, la bodaanimó a McCloud a mostrarsemás audaz. Después de entraren la Corte del Rey y ver tantariqueza, ardía en deseos dehacerse con todo el Anillo. Loquería todo.

Llegaron a la playa. Loscascos de los caballos se

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hundían en la arena y laneblina que surgía del mar lesrefrescó la cara. El rey McCloudestaba contento de haberllegado por fin a la playa quellevaba tantos años sin pisar.Sus obligaciones le dejabanpoco tiempo libre, y de vez encuando tenía la tentación dedejarlo todo.

Las negras siluetas de losbarcos del Imperio sebalanceaban sobre las olas.Hacían ondear una bandera

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amarilla con un escudo negrorematado por dos cuernos en elcentro. El barco más cercanoestaba a menos de unkilómetro de la orilla. Estabaanclado, esperándoles. Pero leacompañaban unos veintebarcos más. McCloud sepreguntó si era unademostración de fuerza, o talvez una emboscada. No habíamodo de saberlo, tendría quecorrer el riesgo. Después detodo, si lo que querían era

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atravesar el Cañón, no lesserviría de nada matarle. Por suparte, iba acompañado de unpequeño grupo de hombresporque creía que así ofreceríauna sensación de seguridad. Detodas formas, eran sus mejoresarqueros y llevaban flechasenvenenadas, por si acaso.

Al llegar a la orilla, McClouddesmontó y sus hombres leimitaron. Los caballosresoplaban de cansancio. Losrepresentantes del Imperio

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estaban atentos a su llegada yrápidamente hicieron descenderuna barca por un costado delbarco. A bordo iban por lomenos una docena de hombres.

A McCloud le dio un vuelco elestómago. Detestaba tener queparlamentar con esos salvajes,unos seres que no dudarían entraicionarle; a la más mínimaocasión, romperían el escudoprotector y se harían con lasdos partes del Anillo.

Los hombres de McCloud se

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arremolinaron en torno a suseñor.

—A la mínima señal deconflicto, prended fuego a lasflechas y disparadlas. Apuntada las velas. Con unas cuantasflechas cada uno podéis hacerque arda toda la flota.

—Sí, nuestro señor —dijerontodos a coro.

Junto al rey estaba su hijoDevon, acompañado de sunueva esposa, la hija de losMacGil, que contemplaba

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inquieta el mar. El monarcahabía tenido la idea de traerlapara dejarle bien claro queahora era propiedad de losMcCloud. Quería que tuvieramiedo, que supiera que solopodía contar con ellos, que supadre y su reino quedaban muylejos y nunca volvería a verlos.

La maniobra había dadoresultado, porque la princesaestaba pegada a su marido,paralizada de miedo. Y el tontode Devon, que no entendía

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nada, disfrutaba de ello. Paradisgusto de McCloud, inclusoparecía enamorado de sumujer.

Devon se acercó a su padre.—¿Qué pueden querer de

nosotros?—No seas tonto. Quieren que

abramos las puertas del Cañón.¿Qué otra cosa iban a querer?

—¿Y vas a hacerlo? ¿Vas apactar con ellos, padre?

McCloud volvió la cabezahacia su hijo y le miró con tanta

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furia que el joven apartó lamirada.

—Nunca le cuento a nadiemis intenciones. Ya sabrás loque pienso hacer cuando lohaga. Mientras tanto, observa yaprende.

Aguardaron en silencio a quela barca del Imperio llegara a laorilla. Debido a las extrañascorrientes del Mar Ambrek, lasolas rompían mar adentro,formando una cordillera deagua a varios metros de la

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orilla, y los ocupantes de labarca tuvieron que remarduramente para sobrepasarlas.McCloud se sintió aliviado de notener que remar. Había tenidoque hacerlo en su juventud yrecordaba lo duro que era.

De repente oyeron uncaballo que se acercaba algalope. Era extraño, porque sesuponía que no había nadie enkilómetros a la redonda. El reyse puso en guardia, y sushombres sacaron los arcos y las

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flechas, preparándose para unataque. Era lo que McCloudtanto temía: ¿y si habían caídoen una trampa?

Sin embargo, no se veía másque un jinete cabalgando por lallanura, envuelto en una nubede polvo. No se divisaba ningúnejército en el horizonte.Además, el jinete llevaba eluniforme de los mensajeros deMcCloud: de color naranja, conrayas azules sobre el pecho.Para llegar hasta ellos en este

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lugar desolado tenía quehaberlos seguido. McCloud sepreguntó qué podía ser tanimportante como para que leenviaran un mensajero.

El mensajero desmontócuando el caballo ni siquiera sehabía detenido. Estaba sinaliento y jadeaba. Se acercó aMcCloud, hincó la rodilla entierra y agachó la cabeza.

—Mi señor, os traigo noticiasdel reino —dijo, entrebocanadas de aire.

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—¿De qué se trata? —preguntó impaciente McCloud.

Volvió un momento la cabezahacia la barca del Imperio, cadavez más cerca de la orilla. ¿Porqué tenía que llegar unmensajero precisamente ahora,cuando necesitaba estar enguardia frente al Imperio?

—Rápido, dime lo que tengasque decir —gritó.

El mensajero se levantó,todavía jadeante.

—Mi señor, el rey MacGil ha

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muerto.Todos contuvieron el aliento.

El monarca ahogó un grito.—¿Ha muerto? —Parecía

imposible. Acababa de verlo enperfecto estado: un rey en elpináculo de su poder.

—Lo han asesinado —dijo elmensajero—. Lo han apuñaladoen sus aposentos.

Se oyó un grito de horror.McCloud volvió la cabeza. Lahija de MacGil gritaba y agitabalos brazos como una histérica.

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—¡NO! ¡Mi padre!La princesa chillaba y se

agitaba, y Devon la cogía de losbrazos para calmarla, pero eraen vano.

—¡Déjame, tengo que volvera casa ahora mismo! ¡Quierover a mi padre!

—Está muerto —le dijoDevon.

—¡Noooo!El rey McCloud no podía

permitir que el Imperio viera ala esposa de su hijo fuera de

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control. Y tampoco queríadarles la noticia de la muertedel monarca. Para hacerlacallar, se acercó a la princesa yde un puñetazo en la cara ladejó inconsciente. Devon cogióa su esposa desmayada en losbrazos para que no cayera alsuelo, y miró horrorizado a supadre.

—¿Por qué has hecho esto?¡Es mi esposa! —gritó conindignación.

—Es de mi propiedad —le

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corrigió el rey. Y castigó a suhijo con una intensa mirada defuria.

McCloud se dirigió almensajero.

—¿Estás seguro de queMacGil ha muerto?

—Totalmente, señor. El reinodel otro lado del Anillo está deluto. Esta misma mañana sehan celebrado los funerales.Incluso han nombrado a unnuevo rey. Su nombre esGareth.

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Perfecto, pensó McCloud.Gareth era el más débil de loshermanos, el peor dotado parareinar. No podía pedirse nadamejor. Asintió lentamentemientras se acariciaba la barba.Podía decirse que las noticiasllegaban en el mejor momento.Su eterno rival, MacGil, habíamuerto asesinado. Increíble.¿Quién habría sido el asesino?Le gustaría darle las gracias, ysolo lamentaba que no se lehubiera ocurrido antes a él.

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Llevaba años intentandoinfiltrar un asesino en la cortede los MacGil, pero sin ningúnéxito. Y ahora resultaba que lospropios hombres de MacGilconseguían lo que él no habíalogrado.

Esto lo cambiaba todo.Dio unos pasos en dirección

a la orilla y observó cómo seacercaba la barca del Imperio alomos de las olas. Ya estaba amenos de treinta metros de laorilla. McCloud se alejó unos

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pasos del grupo y esperópensativo, con las manos en lascaderas. Estas noticias locambiaban todo con respecto asu encuentro con el Imperio.Ahora los MacGil eran muchomás vulnerables: el rey habíamuerto y su hijo más débilocupaba el trono. Tenía laocasión ideal para atacarles, yya no necesitaba la ayuda delImperio.

La barca llegó a la orilla.McCloud volvió a acercarse a

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sus hombres. A bordo iban unadecena de salvajes del Imperiovestidos con los taparrabos rojobrillante de las TierrasAgrestes. Habían tenido queremar duramente para alcanzarla orilla. Cuando se pusieron depie, McCloud pudo comprobar loimponentes que eran. McCloudera alto y robusto, peroaquellos salvajes le sacabanuna cabeza por lo menos;tenían las espaldas más anchasy unos músculos poderosos que

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se marcaban bajo la piel rojiza.Sus rostros, de mandíbulascuadradas, ojos muy separadosy unos hocicos triangulares enlugar de nariz, les hacíansemejantes a animales, y aesto contribuía también quetuvieran labios finos, por dondeasomaban largos colmillos, yunos cuernos curvos yamarillentos en lo alto de latesta. McCloud tuvo que admitirque tenía miedo. Eranauténticos monstruos.

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Su líder, Andronicus, era elmás alto, casi el doble queMcCloud. Esbozó una sonrisamalvada, mostrando susafilados dientes, y sus ojosamarillos brillaron de astucia.Saltó de la barca y en doszancadas llegó a la orilla. Susmanos, como las de todos lossuyos, acababan en tresafiladas zarpas, y con ellasacariciaba el brillante collardorado que llevaba al cuello,del que colgaban las cabezas

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reducidas de sus enemigos.En cuanto el líder llegó a la

orilla, los salvajes searremolinaron a su alrededor,formando una media luna.

McCloud había oído historiasde Andronicus, sobre sucrueldad y su barbarie. Sabíaque ejercía un férreo controlsobre todas las provincias delImperio, excepto el Anillo.Nunca había creído que fueratan imponente… hasta ahora.Por primera vez en mucho

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tiempo, McCloud se sentía enpeligro, aunque estuvierarodeado de sus hombres. Ahorase arrepentía de haberaceptado el encuentro.

Andronicus avanzó unospasos y abrió los brazos con laspalmas hacia arriba, exhibiendolas brillantes zarpas. Sonrióampliamente y emitió unsonido gutural, un gruñido quebrotaba de lo más profundo delpecho.

—Saludos —dijo con una voz

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inmensamente profunda—. Oshemos traído un regalo de lasTierras Agrestes.

A un gesto suyo, uno de sushombres se adelantó llevandoen las manos un cofreengastado con piedraspreciosas que destellaban a laluz del sol crepuscular. McCloudcontempló el cofre,preguntándose qué podía ser.

El salvaje del Imperio abrióla tapa y le mostró el cofreabierto, que contenía la cabeza

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cortada de un hombre. McCloudla contempló horrorizado. Era lacabeza de un hombre de unoscincuenta años, con una espesabarba negra. Había una miradade sorpresa en sus ojosabiertos, y de su gargantatodavía goteaba sangre fresca.

McCloud miró a Andronicus,haciendo un esfuerzo por noparecer afectado.

—¿Es un regalo o unaamenaza? —preguntó.

Andronicus sonrió.

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—Ambas cosas —respondió—. En nuestro reino, estradición regalar la cabezacortada de un enemigo. Se diceque si bebes la sangre quebrota de la garganta, mientrasestá fresca, adquirirás la fuerzade varios hombres.

El salvaje le acercó el cofre,y McCloud tuvo que agarrar lacabeza por el pelo apelmazadode sangre y levantarla. Lavisión de la cabeza cortada ledisgustaba profundamente,

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pero no quería dejarseamedrentar por aquellossalvajes. Lentamente, entrególa cabeza a uno de sus hombresy no la volvió a mirar.

—Gracias —dijo.La sonrisa de Andronicus se

hizo más amplia. McCloud teníala desagradable sensación deque el salvaje leía suspensamientos. Se sintió muyexpuesto.

—¿Sabéis por qué hemosconvocado este encuentro? —

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preguntó Andronicus.—Me lo puedo imaginar —

respondió McCloud—.Necesitáis nuestra ayuda paraentrar en el Anillo, paraatravesar el Cañón.

Andronicus asintió con ojosbrillantes de avidez.

—Eso es lo que deseamos. Ysabemos que nos lo podéisproporcionar.

—¿Por qué no habéis acudidoa los MacGil? —Era unapregunta que reconcomía a

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McCloud—. ¿Por qué anosotros?

—Ellos son más cerrados. Noson como vosotros.

—¿Y por qué pensáis quesomos distintos? —McCloudquería ponerlo a prueba,averiguar cuánto sabía.

—Mis espías dicen quevosotros y los MacGil no oslleváis bien. Vosotros queréiscontrolar el Anillo, pero sabéisque no es posible. Si de verdadlo queréis, necesitáis un aliado

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poderoso que os ayude. Por esonos dejaréis entrar en el Anillo.Y nosotros os ayudaremos ahaceros con la otra mitad.

Los brillantes ojos amarillosde Andronicus eraninescrutables. Por más que losexaminaba, McCloud seguía sinsaber lo que pensaba.

—¿Y qué ganáis vosotros conesto? —preguntó.

Andronicus sonrió.—Por supuesto, si os

prestamos ayuda, el Anillo

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pa sa rá a formar parte delImperio. Seréis uno de nuestrosterritorios. Tendréis queresponder ante mí, pero podréisllevar vuestro reino de lamanera que os plazca. Ospodréis quedar con el botín. Losdos salimos ganando.

McCloud miró pensativo aAndronicus mientras se frotabala barba.

—Pero si puedo quedarmecon el botín y puedo llevar mireino como me venga en gana,

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¿qué ganáis?Andronicus sonrió.—El Anillo es el único

territorio del planeta que nocontrolo. Y no me gustan lascosas que están fuera de micontrol. —Su sonrisa setransformó en una mueca quepermitió a McCloud entrever sufiereza—. Es un mal ejemplopara los demás reinos.

El sol estaba bajo en elhorizonte y se oía el romper delas olas. McCloud seguía

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pensativo. Andronicus le habíadado las respuestas queesperaba, pero todavía nohabía hecho la pregunta quemás le importaba.

—¿Y cómo sé que podemosconfiar en vosotros?

Andronicus sonrióampliamente.

—No lo podéis saber —dijo.La sinceridad de la respuesta

sorprendió a McCloud. Yparadójicamente le hizo confiarmás en él.

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—Yo tampoco sé si podemosconfiar en vosotros —dijoAndronicus—. Una vez queentremos en el Anillo, nuestroejército será vulnerable.Podríais prepararnos unaemboscada, o sellar el Anillocon nosotros dentro.Tendremos que confiar el unoen el otro.

—Tenéis más hombres queyo —respondió McCloud.

—Pero cada vida es preciosa—dijo Andronicus.

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Ahora McCloud tuvo lacerteza de que le estabamintiendo. ¿Esperaba que se locreyera? Andronicus disponía demillones de soldados, y sedecía que había sacrificado aejércitos enteros paraconquistar un pequeño pedazode tierra, solo para demostraralgo. ¿Haría lo mismo paratraicionarle? ¿Permitiría queMcCloud controlara el Anillopara darle muerte cuandomenos se lo esperaba?

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McCloud reflexionó. Hastahoy había estado dispuesto acorrer el riesgo: después detodo, si acababa con los MacGilpodía conquistar el Anillo. Ytambién podría ser el primeroen traicionar al Imperio:primero los utilizaría paraconquistar el Anillo y luego,cuando los salvajes estuvierandentro, sellaría el Anillo paraque no pudieran salir.

Pero ahora que MacGil habíamuerto y Gareth era el nuevo

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rey, McCloud tenía otros planes.A lo mejor ya no necesitaba alImperio. Ojalá hubiera recibidoantes la noticia. Pero tampocoquería darles una negativarotunda a los salvajes delImperio. Tal vez le serían útilesmás adelante. Tenía que ganartiempo con ellos para pensar enuna nueva estrategia.

Mientras el cielo se teñía decolor púrpura, el rey seguíaacariciándose la barba,meditando una respuesta.

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—Os agradezco la oferta. Lameditaré seriamente.

Andronicus se acercó aMacCloud con gestoamenazador. El rey olió suapestoso aliento y se preguntósi lo había ofendido. Queríallevarse la mano a la espada,pero estaba demasiadonervioso. No le cabía duda deque aquel salvaje podía hacerletrizas.

—No penséis demasiado —advirtió Andronicus, ya sin una

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sombra de sonrisa—. No megustan los hombres que setoman demasiado tiempo parapensar. Mi oferta no durarámucho. Si no nos dejáis entrar,encontraremos la manera deabrirnos paso. Y entonces osaplastaremos. No os olvidéis deincluir este punto en vuestrasreflexiones.

McCloud enrojeció de furia.Nadie le hablaba de estamanera.

—¿Es una amenaza? —

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Quería parecer tranquilo, perola voz le temblaba.

Del pecho de Andronicusbrotó un sonido profundo yburbujeante. Al principioMcCloud pensó que era unacceso de tos, pero luego sedio cuenta de que era unacarcajada.

—Yo nunca amenazo —dijoel salvaje—. No tardaréis endaros cuenta de ello.

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T

Capítulo diez

hor regresóapesadumbrado a losbarracones de la Legión.

Andaba lentamente, con lacabeza baja, dando patadas alos guijarros del camino. Krohn

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i ba a su lado, y Estopheles leseguía desde lo alto, volandoen círculos.

El dolor del funeral y laconversación con Gwen lehabían dejado desanimado ysin fuerzas, como si una partede sí mismo hubiera quedadoenterrada con MacGil. El rey lohabía acogido bajo suprotección, le había regalado aEstopheles; Thor no habíaconocido otra figura paternal. Ysin embargo, le había fallado;

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no había logrado evitar quemuriera. El tañido de lascampanas parecía anunciar atodos los vientos su fracaso.

Y para colmo, su desastrosoencuentro con Gwen. Ahora laprincesa le detestaba. Thor nohabía podido convencerla de suinocencia. Es más, en laconversación quedó patente loque pensaba de él: que noestaba a su altura. Resultabaque Alton tenía razón: Gwen noquería saber nada de un

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plebeyo, y esto a Thor lerompía el corazón. Primerohabía perdido al rey, y despuésa la joven de la que se habíaenamorado.

La Legión era lo único que lequedaba. No le importaba supueblo, su padre ni sushermanos…, pero la idea deperder a la Legión, a Reese y aKrohn le resultaba insoportable.El leopardo gruñó para indicarleque ya llegaban a losbarracones, que tenían la

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bandera a media asta. Desdelejos se adivinaba que losmuchachos estaban abatidos.Era un día de duelo. El rey, sulíder, había sido asesinado, y lopeor era que no se sabía porquién ni con qué fin. Todosesperaban órdenes. ¿Quépasaría con el ejército? ¿Quépasaría con la Legión?

Thor pasó bajo la enormepuerta de piedra y entró en elrecinto. Se preguntó quépensarían de él aquellos chicos

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que lo miraban con tristeza. Aestas alturas, ya se habríaextendido la noticia de que lohabían metido en el calabozopor intentar envenenar al rey.¿Sabrían que se habíademostrado su inocencia, osospecharían de él? ¿O acasopensarían que era un héroe portratar de salvar al rey? No pudoadivinarlo por la expresión desus rostros, pero palpó latensión en el ambiente ydedujo que habían estado

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hablando de él.Al entrar en los barracones

vio que muchos de los reclutasestaban metiendo su ropa y suspertenencias en petates delona, como si se dispusieran apartir de viaje. ¿Se disolvía laLegión? Thor se asustó alpensarlo.

—Por fin estás aquí —dijouna voz conocida.

O’Connor le contemplaba conuna amable sonrisa en su rostropecoso, enmarcado por una

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orla de pelo rojo. Se acercó aThor y le dio un apretón en elbrazo.

—Tengo la sensación de quehace mucho que no te veo.¿Estás bien? Me dijeron que tehabían metido en chirona. ¿Quéocurrió?

—¡Eh, mirad! ¡Es Thor! —gritó una voz.

Elden corrió a abrazarlo llenode alegría. A Thor le seguíasorprendiendo lo mucho quehabía cambiado Elden desde

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que le salvó la vida al otro ladodel Cañón. No podía reconoceren él al chico hostil delprincipio.

Los gemelos, Conval yConven, también se acercarona saludarle.

—Me alegro de que estés devuelta —le dijo Conven,abrazándole.

—Yo también me alegro —dijo Conval.

Era un alivio ver que ningunode sus amigos dudaba de su

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inocencia.—Estuve en el calabozo, es

cierto —dijo, respondiendo a lapregunta de O’Connor—. Alprincipio sospechaban quehabía tenido algo que ver conel intento de envenenar al rey.Pero cuando lo asesinaron,comprendieron que yo erainocente.

—Entonces, ¿te dejaronlibre? —preguntó O’Connor.

Thor no sabía cómoresponder.

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—No exactamente. Enrealidad me escapé.

Sus amigos lo miraronasombrados.

—¿Te escapaste? —preguntóElden.

—Una vez que estuve fuera,Reese me ayudó y me llevóhasta el rey.

—¿Quieres decir que viste alrey antes de morir? —Convalestaba asombrado.

Thor asintió con la cabeza.—MacGil sabía que yo era

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inocente.—¿Qué te dijo? —quiso saber

O’Connor.Thor titubeó. Le resultaba

incómodo repetir las palabrasdel monarca sobre su destino,sobre que era especial. Sonaríajactancioso, y no queríaprovocar envidias ni parecer unloco delirante. Decidió omitiresa parte de la conversación ycontar solo el final.

—El rey me dijo: «Debesvengar mi muerte».

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Sus amigos bajaron lamirada entristecidos.

—¿Tienes idea de quién hasido? —preguntó O’Connor.

Thor negó con la cabeza.—Sé tan poco como

vosotros.—Me gustaría atraparlo —

dijo Conven.—Lo mismo digo —añadió

Elden.—Pero no entiendo por qué

están haciendo el equipaje —dijo Thor mirando alrededor—.

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¿Se van de viaje?—Nos vamos todos —dijo

O’Connor—. Y tú también. —Cogió un petate y se lo arrojó aThor. La saca de lona le dio enel pecho. Thor la cogió antes deque cayera al suelo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó asombrado.

—Mañana empieza la Pruebade los Cien Días —dijo Elden—.Nos preparamos para partir.

—¿Prueba de los Cien Días?—Pero ¿es que no sabes

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nada? —preguntó Conval.—Me parece que a este

jovencito hay que explicárselotodo —dijo Conven, y le pasó elbrazo sobre los hombros—. Note preocupes, amigo. En laLegión siempre hay mucho queaprender. La Prueba de los CienDías es el sistema que tiene laLegión de convertirnos encurtidos guerreros. Es un rito deiniciación. Cada verano, nosenvían a vivir cien días dedurísimo entrenamiento.

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Algunos no regresan con vida.Los que regresan son recibidoscon honores; se les haceentrega de armas y tienenderecho a un puestopermanente en la Legión.

Thor seguía sin entendertotalmente.

—Pero ¿por qué hay quehacer el equipaje?

—La Prueba de los Cien Díasno se lleva a cabo aquí —explicó Elden—. Nos hacenembarcar y nos llevan muy

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lejos. Viajaremos a través delCañón y llegaremos a lasTierras Agrestes, yalcanzaremos el Mar Tartuvio yla Isla de la Niebla. Son ciendías de infierno, temibles. Perotenemos que pasar la prueba siqueremos continuar en laLegión. Date prisa con tuequipaje, porque zarpamosmañana.

Thor contempló el petate condesconcierto. Tenía que reunirsus escasas pertenencias,

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atravesar el Cañón parainternarse en las TierrasAgrestes, embarcar y pasar ciendías en una isla con losmiembros de la Legión. Era unaaventura que le atraía y leaterraba a un tiempo. Nuncahabía estado a bordo de unbarco, nunca había navegado.Le atraía la idea de aprendercosas nuevas, y esperabahacerlo lo bastante bien comopara que le dejaran participar.

—Antes de hacer el equipaje

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debes informar a tu señor —dijo Conven—. Ahora que Erecno está, tu señor es Kendrick,¿no?

Thor asintió.—Así es. ¿Está aquí

Kendrick?—Estaba fuera, preparando

su caballo —dijo Conven—.Tengo entendido que tebuscaba.

Thor estaba emocionado conla Prueba de los Cien Días.Quería que le pidieran el

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máximo de lo que podía dar,poder demostrar que estaba ala altura de los demás. Y siconseguía volver —y estabaconvencido de que volvería— sehabría convertido en unguerrero fuerte y curtido.

—¿Estás seguro de quetambién puedo ir? —preguntó.

—Claro que sí —dijoO’Connor—. Salvo que tu señorte necesite aquí, por supuesto.Tiene que concederte permiso.

—Pregúntaselo, deprisa —

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dijo Elden—. Hay que hacerpreparativos y llevas retraso.Los barcos no esperarán. Y elque no haga la prueba no podráseguir en la Legión.

—Hace apenas una hora vi aKendrick en la armería. Puedesprobar allí —dijo O’Connor.

Thor no necesitó más parasalir como un cohete endirección a la armería, al otrolado del campo. Krohn lo seguíacorriendo y rugiendo.

Encontró a Kendrick en la

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armería, contemplando muyconcentrado las alabardas quecolgaban de la pared. Thorlamentó interrumpir suspensamientos. Cuando Kendrickvolvió la cabeza hacia él, teníalos ojos rojos, como si hubierallorado. Thor recordó entoncesque fue Kendrick quien bajó elcadáver del rey al fondo delfoso.

—Lamento interrumpiros,señor —dijo, jadeando tras sucarrera a través del campo. Era

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un mal momento parainterrumpir a su señor—. Noquisiera molestar. Ahora mismome marcho.

Pero Kendrick le detuvo.—No. Quédate. Me gustaría

hablar contigo.Thor esperó a que su señor

estuviera preparado parahablarle. Kendrick siguió ensilencio largo rato, examinandolas armas.

—Mi padre te tenía cariño —dijo al fin—. Apenas te conocía,

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pero te tenía auténticasimpatía.

—Gracias, señor. Yo tambiénsentía cariño por vuestro padre.

—Ni la gente del pueblo ni lacorte real me han consideradocomo verdadero hijo del rey.Simplemente porque soy hijode otra madre.

Volvió la cabeza hacia Thor yle dirigió una mirada quemostraba determinación.

—Se portó como un padreconmigo. Y soy tan hijo suyo

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como los demás. Llevo susangre. No soy menos que mishermanos porque nocompartamos la misma madre.

Parecía hablar solo. Con ojoshúmedos de lágrimas, alargó lamano y acarició la hoja de unade las armas colgadas en lapared.

—No llegué a conocerle bien—dijo Thor—. Pero por lo quepude ver, os quería y estabaorgulloso de vos. Os tenía tantocariño como a cualquiera de sus

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otros hijos.Kendrick asintió. En su rostro

se leía el agradecimiento.—Era un hombre bueno.

Podía mostrarse duro, riguroso,pero era un buen hombre.Siempre actuó con justicia.Nuestro reino no será el mismosin él.

—Me gustaría que pudieraisocupar el trono —dijo Thor—.Seríais el mejor rey.

Kendrick seguía mirando lahoja de la alabarda.

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—Debo someterme a lasleyes de nuestro reino, y noenvidio a mi hermano Gareth.Según la ley, es él quien debereinar. Pero me preocupa queno se haya respetado el deseode mi padre, que quería que mihermana ocupara el trono. Nolo lamento por mí. No sé siGareth será un buen rey. Peroasí es la ley, y la ley no siemprees justa; es inflexible pornaturaleza.

Volvió la mirada hacia Thor.

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—¿Qué te ha traído hastaaquí?

—Cuando Erec se marchó,me encargaron que fueravuestro escudero, un granhonor para mí. No podría tenerun señor mejor.

—Ah, Erec. —Kendrick miró alo lejos con expresión ausente—. Nuestro mejor caballero. Hapartido para su Selección,¿verdad? Me alegro de que seasmi escudero. Seguro que noserá por mucho tiempo, porque

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Erec no tardará en volver.Nunca puede estar muchotiempo lejos de la Corte delRey.

El rostro de Kendrick seiluminó de repente. Acababa decomprender la situación.

—Ya entiendo, quierespedirme permiso paramarcharte a la Prueba de losCien Días, ¿verdad?

—Así es, señor. Si os parecebien. En caso contrario, mequedaré para serviros.

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—No. Todos los miembros dela Legión tienen que pasar poresa prueba. Es un rito iniciático.Desde un punto de vistaegoísta, preferiría que tequedaras, pero no te retendré.Ve, y volverás convertido en unguerrero más curtido y en unmejor escudero.

Thor se sintió inmensamenteagradecido. Estaba a punto depreguntarle a Kendrick qué leesperaba en la prueba cuandose abrió la puerta de la armería

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y se presentó Alton vestido consus mejores ropas y flanqueadopor dos guardias de la corte.

—¡Aquí está! —gritó,señalando con el dedo a Thor—. Es el que me pegó el otrodía en el banquete. ¡Unplebeyo, nada menos! Osópegar a un miembro de lafamilia real. Ha violado la ley.¡Arrestadlo!

Los guardias se disponían aobedecer cuando Kendrick seadelantó y desenvainó la

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espada. El roce del aceroresonó en la armería y losguardias se detuvieron en elacto. La espada de Kendrick lesimpedía el paso.

—Un paso más, y tendréisque véroslas conmigo.

Su voz sonó profunda yamenazadora. Thor nunca lehabía oído hablar así. Losguardias debieron de pensar lomismo, porque no se movieron.

—Yo soy un miembro de lafamilia real —puntualizó

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Kendrick—. Un miembrodirecto, lo que no es tu caso,Alton. Solo eres hijo de unprimo lejano del rey. Losguardias me obedecerán a míantes que a ti. Y Thor es miescudero. Nadie va a tocarle unpelo de la cabeza, ni ahora ninunca.

—¡Ha violado la ley! —gimoteó Alton, agitando lospuños como un niñoenrabietado—. ¡Un plebeyo nopuede atacar a un miembro de

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la realeza!Kendrick se limitó a sonreír.—En este caso me alegro de

que lo haya hecho. De hecho,yo mismo te habría pegado, dehaber estado allí. No sé lo quehiciste, pero seguro que te lomerecías…, esto y mucho más.

Alton enrojeció de ira.—Será mejor que les digas a

tus guardias que se retiren. O silo prefieres, acércate y te darétu merecido. De hecho estoydeseoso de usar la espada.

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Los dos guardias se miraron,y de mutuo acuerdo envainaronlas espadas y salieron de laarmería ante la miradafrustrada de Alton.

—Te sugiero que imites a losguardias, antes de que se meocurra usar la espada.

En cuanto vio que Kendrickhacía ademán de acercarse,Alton salió corriendo.

El caballero enfundó el armacon una sonrisa. Thor se sintióaliviado y agradecido. Una vez

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más, estaba en deuda conKendrick.

—No sé cómo daros lasgracias —dijo.

—Ya lo has hecho. —Kendrick le puso la mano en elhombro—. Ver la cara que hapuesto ese bufón me haalegrado el día.

Kendrick estalló encarcajadas y Thor se le unió.

—Mi padre no tomaba anadie bajo su protección a laligera. Vio en ti algo especial, y

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yo lo veo también. Participa enla Prueba de los Cien Días yhazlo lo mejor que puedas. Teconvertirás en el guerrero queveo en ti.

Más tarde, cuando el segundosol estaba bajo en el horizontey teñía el cielo de maravillosostonos púrpuras y anaranjados,Thor llevó a Krohn a pasear porlos campos que circundaban elrecinto de la Legión. Queríadarle a su leopardo la

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oportunidad de correr y dejugar, de cazar anima les parala cena. Krohn gemía decontento y portaba orgulloso enla boca el Ursutuay queacababa de cazar, un animaldel tamaño de un conejo, contres cabezas y un pelaje colorpúrpura.

Krohn había crecido mucho.Tenía casi el doble del tamañoque cuando Thor lo encontró, ycada vez necesitaba moversemás. También se había vuelto

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juguetón; quería que Thor lopersiguiera, y le mordisqueabalos tobillos para azuzarlo. No ledejaba en paz hasta que Thoraccedía a correr tras él.Entonces el leopardo salíacorriendo encantado, y noparaba hasta que su amo secansaba de perseguirlo.

Los días eran largos en estaestación, y Thor sintió lanecesidad de salir de losbarracones, donde reinaba unambiente de nerviosismo por el

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viaje y de tristeza por la muertedel rey. Se enfrentaban a unmomento de grandes cambios,todos estaban tensos. Thor yahabía hecho el equipaje yesperaba el momento deabandonar el Anillo. No leshabían dicho exactamentecuándo partirían, solo que seríaen un día o dos.

Necesitaba un momento asolas antes de partir. Queríaordenar los pensamientos quebullían en su cabeza desde la

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muerte del rey y el encuentrocon Gwendolyn. Se preguntótambién dónde estaría Erec y sivolvería. Desde luego, todo enla vida era pasajero: parecíapermanente, pero no lo era.Esto le hacía sentirse a untiempo más vivo y menos vivo.

—Nada es lo que parece —dijo de repente una voz.

Thor se giró en redondo. Allíestaba Argon con su túnicaescarlata y un bastón en lamano, la mirada perdida en el

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amplio horizonte. Comosiempre, Thor se preguntócómo conseguía Argon aparecertan súbitamente. Verlo allí leproducía emoción y temor almismo tiempo.

—Después del funeral osestuve buscando —dijo Thor—.Tengo que haceros muchaspreguntas. No os encontré.

—No siempre deseo que meencuentren —dijo Argon, con unintenso brillo en sus ojosazules.

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Thor se preguntaba cuántosería capaz de ver el druida.¿Podía vislumbrar el futuro? Y silo veía, ¿le contaría algo?

—Mañana partimos para laPrueba de los Cien Días.

—Lo sé —dijo Argon.—¿Regresaré con vida?Argon apartó la mirada.—¿Seguiré en la Legión?

¿Pasaré esta prueba? ¿Meconvertiré en un gran guerrero?

Argon le miró con carainescrutable.

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—Demasiadas preguntas —dijo, apartando la mirada.

Estaba claro que no iba aresponder.

—Si te dijera lo que teespera, afectaría a tusdecisiones —dijo Argon—.Trazas el futuro con cadadecisión que tomas.

—Pero en mi sueño vi elfuturo de MacGil. Vi que iba amorir y no logré evitarlo. ¿Dequé sirvió que lo viera?Preferiría no haber visto nada.

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—¿En serio? Pero que tú losupieras afectó al destino. Ibana envenenarlo. Eso lo evitaste.

Thor se quedó perplejo. Nolo había pensado.

—De todas formas, lomataron.

—No con veneno, sino con unpuñal. Y no sabes qué efectopuede tener este pequeñocambio en el destino del reino.

Thor se quedó pensativo. Lacabeza le daba vueltas. Noacababa de entender a dónde

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quería llegar Argon. Habíamuchas cosas que no entendía.

—El rey quiso verme antesde morir —dijo—. ¿Por qué amí, precisamente? ¿Qué quisodecir cuando me habló de mimadre, o de que me esperabaun alto destino? ¿Eran solodelirios?

—En el fondo sabes que noeran delirios —dijo Argon.

—¿Es cierto, entonces?¿Tendré un destino más altoque el suyo? No veo cómo es

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posible. Él era el rey, y yo nosoy nadie.

—¿Y quién eres, entonces? —replicó Argon. Dio unos pasoshacia Thor y le miró fijamente.

Krohn gimoteó y saliócorriendo. Thor sintió unescalofrío, como si la mirada deArgon le atravesara de parte aparte.

—Dios no escoge a losarrogantes, sino a los humildes.A los que parecen menosprobables, a los que nadie

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h a c í a caso. ¿No lo haspensado? Tus años trabajandoen la granja y pastoreando lasovejas de tu padre son la mejorbase para el guerrero, elauténtico guerrero. Lahumildad. La reflexión. Así seforja un guerrero. ¿Nuncapensaste que estabas llamadoa algo más grande? ¿No sentíasque tu destino estaba en otrolugar?

Thor se quedó pensativo. Locierto era que sí que había

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tenido esa sensación.—Sentía que… tal vez estaba

llamado a tareas más grandes.—Y ahora que llega el

momento, no te lo crees —dijoArgon.

—¿Por qué yo? ¿Cuáles sonmis poderes? ¿Cuál es midestino? No sé de dóndeprovengo, ni quién era mimadre. No sé por qué todotiene que ser tan misterioso enmi vida.

Argon movió la cabeza con

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gesto comprensivo.—Un día tendrás las

respuestas, pero antes debesaprender, convertirte en quienrealmente eres. Posees grandespoderes, pero no sabesutilizarlos. El caudal que fluyepor tu interior no asomatodavía a la superficie. Debesayudar a que mane como unmanantial. En estos cien díasaprenderás mucho, y no olvidesque es solo el principio.

Thor se preguntó cuántas

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cosas estaría viendo Argon.Había muchas cosas que queríadecirle, cosas que nadie másentendería.

—Me siento culpable de estarvivo. El rey está muerto y yosigo con vida. Su muerte pesasobre mis hombros. Me duele.

Argon le miró fijamente.—Un rey muere y otro le

sucede. Es ley de vida. Un tronono puede quedar vacío. Losreyes se suceden uno tras otroen el Anillo. Todo lo que nos

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parece permanente no es másque un fluir. Y nada ni nadie —ni tú ni yo— puede detener lacorriente. Es un desfile demarionetas, un desfile de reyes.

Argon suspiró y se quedó conla mirada perdida en elhorizonte.

—Los designios del universoson inescrutables —siguiódiciendo—. Resulta dolorososeguir adelante, pero debemoshacerlo. No tenemos otraopción. Y recuerda que un día

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te reunirás con MacGil. —Aldecir esto le dirigió a Thor unasonrisa que daba miedo—. Tutiempo aquí es breve. Nopermitas que tu vida se carguede culpa y de miedo. Viveplenamente cada momento,¿comprendes? Lo mejor quepuedes hacer por MacGil esvivir plenamente. ¿Me hasentendido?

Agarró a Thor por loshombros con unas manos quequemaban como brasas. Sus

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ojos parecían atravesarlo. Thortuvo que apartar la mirada ylevantar las manos paraprotegerse los ojos. De repentesintió que estaba solo, ycuando volvió a abrir los ojos,Argon se había evaporado.

Miró en todas direcciones,pero no vio nada más que elcielo y las llanuras barridas porel viento.

La noche era fresca. Thor y loschicos de la Legión estaban

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sentados alrededor de unahoguera, contemplando lasllamas que crepitabanalegremente. Thor apoyó loscodos en el suelo y echó lacabeza hacia atrás paraadmirar el cielo donde titilabanmillones de estrellas rojizas yanaranjadas. Como en otrasocasiones, se preguntó sihabría otros mundos allá lejos,otros planetas que noestuvieran divididos por uncañón, mares que no estuvieran

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guardados por dragones, reinosque no estuvieran enfrentados.Se preguntó por la suerte y porel destino.

Oyó crepitar el fuego y miróa sus compañeros alrededor dela hoguera. Contemplaban lasllamas con rostro sombrío,cogiéndose las rodillas con lasmanos. Algunos asaban trozosde carne ensartados en unpalo.

—¿Quieres un poco? —preguntó una voz.

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Era Reese, sentado junto aThor. Sujetaba un paloenvuelto en una substanciablanca y viscosa. Los demáschicos hacían lo mismo. Thortocó la masa pegajosa con eldedo.

—¿Qué es?—Es savia del Árbol del Sello.

Hay que tostarla al fuego hastaque se pone púrpura. Estádeliciosa. Será el último bocadosabroso que comas en muchotiempo.

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Los demás tambiénacercaban al fuego sus palosenvueltos en la pegajosa savia,que chisporroteaba. Thoracercó su palo a las llamas. Lasavia burbujeaba y cambiabad e un color a otro hastatornarse de color púrpura.Estaba deliciosa; dulce ypegajosa. Thor se la zampótoda.

Al otro lado tenía sentados aElden, O’Connor y los gemelos,charlando tranquilamente. Thor

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echó un vistazo al corro dejóvenes de la Legión alrededorde la hoguera. Eran alrededorde un centenar, entre catorce ydiecinueve años, y estaba claroque se habían agrupado deforma espontánea por edades.Los de diecinueve años nomiraban siquiera a los decatorce. A Thor le parecieronmuy mayores, casi adultos,incluso demasiado mayorespara estar en la Legión.

—¿También vienen? —le

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preguntó a Reese. No hacíafalta que añadiera nada más.Todos estaban pensando en loscien días de prueba que lesaguardaban. Nadie hablaba deotra cosa.

—Desde luego —dijo Reese—. Todos sin excepción. Detodas las edades.

—La única diferencia —intervino Elden— es que cuandoellos regresen ya habránacabado en la Legión y selicenciarán.

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—¿Y entonces qué harán? —preguntó Thor.

—Si pasan la prueba, sepresentan ante el rey para queelija a los que nombrarácaballeros. Los que soncaballeros tienen que pasar dosaños en puestos de vigilanciaen diversos puntos del reino.Durante este tiempo vanrotando y luego vuelven a laCorte del Rey y pasan unaselección para integrar la Plata.

—¿Es posible que no pasen

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la Prueba de los Cien Días,después de todo este tiempo?—preguntó Thor.

Reese frunció el ceño.—Es diferente cada año, y

para cada edad. He oído demuchos que no han pasado laprueba, independientemente dela edad que tengan.

Los chicos se quedaron ensilencio. Thor miraba pensativolas llamas. ¿Qué iba a ser deellos?

Tras unos momentos de

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silencio se oyeron unos pasos yapareció Kolk flanqueado pordos guerreros. Kolk entró en elcírculo y empezó a pasearlentamente, de espaldas alfuego.

—Descansad y alimentaos —dijo—. Es la última vez quepodéis hacerlo. Desde ahora yano sois unos chicos; soishombres y estáis a punto deembarcar para vivir los ciendías más difíciles de vuestravida. Cuando volváis —si es que

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lo conseguís— valdréis algo.Ahora vuestra vida no tienevalor.

Continuó caminandolentamente, mirándoles como siquisiera meterles el miedo enel cuerpo.

—La Prueba de los Cien Díasno es un examen —dijo—. Noes una práctica, es real. Lapráctica es lo que hacéis aquícon la Legión: unentrenamiento con supervisión.Pero esto desaparecerá en los

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próximos cien días, porqueentraréis en una zona deguerra. Cruzaremos el Cañón yestaremos fuera del escudo,caminaremos kilómetros por lasTierras Agrestes, por lugaresque no controlamos.Embarcaremos y atravesaremosel Mar Tartuvio. Estaremos enaguas enemigas, lejos de lacosta, y atracaremos en unaisla sin protección, en el centrodel Imperio. En cualquiermomento podemos caer en una

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emboscada. Estaremosrodeados de fuerzas enemigas,y los dragones no andaránlejos.

»No cabe duda de que habráenfrentamientos —continuóKolk—. Algunos guerreros osacompañaremos, pero la mayorparte del tiempo estaréis solos.Seréis hombres luchando comohombres, y algunos moriréis.Cada día morirán algunos, yotros quedarán gravementeheridos. Otros abandonarán por

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miedo. Pero los pocos queregresen serán los que merecenestar en la Legión. Si estáisdemasiado asustados, noesperéis a decirlo mañana.Cada año, esta es la noche enque algunos hacen el equipajey se marchan. Si es vuestrocaso, espero que lo hagáiscuanto antes. No queremoscobardes a nuestro lado.

Dicho esto, Kolk dio mediavuelta y se marchó, seguido porsus hombres.

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—¿Tan terrible es? —preguntó O’Connor al chicosentado a su lado. Era un jovende unos dieciocho años. Asintiócon una mueca.

—Cada año es diferente —dijo—. Muchos de mishermanos no han regresado.Como dice Kolk, esto va enserio. El mejor consejo quepuedo darte es que te preparespara una prueba a vida omuerte. Pero te aseguro que siregresas serás mejor guerrero

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de lo que hayas soñado.Thor se preguntó si lo

lograría. ¿Tenía madera deguerrero? ¿Cómo reaccionaríacuando tuviera que librar uncombate a vida o muerte? Nosabía si sería capaz de resistirlos cien días. ¿Qué pasaría a suregreso? Tenía la sensación deque volvería totalmentecambiado. Todos volveríancambiados. Y pasarían juntospor esto.

Por la expresión de Reese,

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comprendió que algo más lepreocupaba. Estaba pensandoen su padre.

—Lo siento —le dijo Thor.Reese no volvió la cabeza,

pero asintió lentamente con losojos llenos de lágrimas.

—Solo quiero saber quién lohizo. Quiero saber quién lemató.

—Lo mismo que yo —dijoElden.

—Y nosotros —corearon losgemelos.

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—¿Te dijo algo cuandoestuviste con él? —le preguntóReese a Thor—. ¿Te dijo quiénlo había matado?

Los demás se le quedaronmirando. Thor intentó recordarlas palabras exactas del rey.

—Me dijo que vio a suasesino, pero no podía recordarsu rostro.

—¿Lo conocía?—Eso me dijo.—Esto no ayuda mucho —

dijo O’Connor—. Un rey conoce

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a mucha más gente quecualquiera de nosotros.

—Lo siento —dijo Thor—. Nome dijo nada más.

—Estuviste unos minutos conél antes de que muriera —insistió Reese—. ¿Qué más tedijo?

Thor dudaba. No sabíacuánto le podía contar a Reese.No quería provocar envidias nicelos, ni en Reese ni en losdemás. ¿Cómo decirles que elrey pensaba que su destino era

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más alto? Esto solo traeríaproblemas.

—No dijo gran cosa.Guardaba silencio.

—Entonces, ¿por qué queríaverte a ti, justo antes de morir?¿Por qué no verme a mí? —insistió Reese.

Thor no supo qué decir.Comprendió que Reese sehabía sentido muy mal cuandosu padre no lo eligió a él en susúltimos momentos de vida.Pensó en algo que pudiera

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servirle de consuelo.—Me dijo lo mucho que te

quería. Supongo que leresultaba más fácil decírselo aun extraño.

Reese lo miró fijamente,intentando adivinar si le estabamintiendo. Finalmente, volvió lacabeza. Al parecer, la respuestale había tranquilizado. Thor sesentía fatal por no haber dichotoda la verdad, porque nuncamentía, pero no supo qué otracosa decir sin herir los

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sentimientos de su amigo.—¿Qué pasará ahora con la

espada? —preguntó Conval.—¿A qué te refieres? —

preguntó Reese.—Ya sabes, la Espada

Dinástica. Ahora que el rey hamuerto, el nuevo MacGil tendráocasión de intentar empuñarla.He oído que coronarán aGareth. ¿Es cierto?

Los jóvenes sentadosalrededor del fuego miraronexpectantes a Reese, incluso

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los mayores.Reese asintió lentamente.—Así es.—De modo que Gareth

tendrá que intentarlo —dijoO’Connor.

Reese se encogió dehombros.

—Así es, según la tradición.Si él quiere.

—¿Crees que podráblandirla? —preguntó Elden—.¿Crees que es el Elegido?

Reese ahogó una carcajada.

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—¡No lo dirás en serio! Es mihermano de sangre, no porelección. No tengo nada quever con él. No es el Elegido. Nisiquiera es un rey, apenas esun príncipe. Si mi padre viviera,Gareth nunca sería coronado. Yapuesto lo que quieras a queno puede blandir esa espada.

—¿Cómo quedaremos antelos otros reinos si nuestronuevo rey lo intenta y fracasa?—preguntó Conval—. OtroMacGil que fracase nos hará

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parecer débiles.—¿Quieres decir que mi

padre era un fracaso? —Reesese puso en guardia.

—No quería decir eso —rectificó Conval—. Pero nuestroreino dará sensación dedebilidad si el nuevo rey esincapaz de empuñar la espada.Se lo tomarán como unainvitación a atacar.

Reese se encogió dehombros.

—No podemos hacer nada.

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Un MacGil empuñará la espada.Cuando llegue el momento.

—A lo mejor eres tú —dijoElden.

Todos miraron a Reese.—Eres el otro hijo legítimo

del rey —dijo Elden.—Lo mismo que Godfrey. Y

es mayor que yo.—Pero Godfrey no quiere

reinar, de modo que soloquedas tú.

—Eso ahora no importa,porque Gareth será el rey.

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—A lo mejor no por muchotiempo —dijo una voz graveentre el grupo de chicos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Reese, escudriñandoentre las sombras para ver elrostro del que había hablado.

Pero no hubo respuesta aeso.

—Se rumorea que habrá unarevuelta —dijo Elden—. Garethno es como tú. Ni comonosotros. Se ha ganado muchosenemigos, sobre todo en la

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Legión y en la Plata. Puedepasar cualquier cosa. Es posibleque un día te conviertas en elrey.

—Yo no quiero llegar al tronoen estas circunstancias. Noquiero reinar porque mi padrehaya muerto demasiado prontoni porque le pase algo aGareth. Además, mi hermanomayor, Kendrick, sería mejorrey que yo.

—Pero él no puede sentarseen el trono —dijo O’Connor.

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—Entonces, mi hermanaGwendolyn. Era la elegida demi padre.

—¡Pero una mujer no puedeocupar el trono! —exclamó unode los presentes—. Eso nopuede ser.

—Era lo que mi padre quería—insistió Reese.

—Sin embargo, no ocurrirá —dijo otro.

Reese movió la cabeza conpesadumbre.

—Pase lo que pase, ahora

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estamos en manos de Gareth —dijo.

—¡Quién sabe lo queencontraremos cuandovolvamos! —observó Elden.

El grupo se quedó ensilencio, contemplando lahoguera.

Thor también estabapensativo. La mención deGwendolyn le había dejado unasensación de vacío. Se acercó aReese para hablarle al oído.

—¿Viste a tu hermana

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después del funeral?Reese asintió lentamente.—Le expliqué la verdad.

Ahora ya sabe que tú no hicistenada malo en el burdel.

Thor se sintió inmensamentealiviado y lleno deagradecimiento hacia Reese.Por primera vez en muchosdías, pudo relajarse.

—¿Te dijo si quería volver averme? —preguntó, lleno deesperanza.

—No. Lo siento, hermano —

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dijo Reese—. Mi hermana esmuy orgullosa y no le gustaadmitir que estaba equivocada.

Thor fijó la mirada en lasllamas y asintió lentamente. Loentendía. Sentía un vacío en elpecho, pero esto le dabafuerzas. Le quedaban cienlargos días por delante, y erapreferible que no tuviera quepreocuparse por nadie.

Thor estaba junto a la cama delmonarca, en los aposentos

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reales. La única iluminación erala luz parpadeante de unhachón en la esquina opuesta.Thor se arrodilló y tomó lamano del rey, que tenía losojos cerrados y un aspectoapacible. Su cuerpo estaba fríoe inmóvil. Estaba muerto.Todavía tenía la corona en lacabeza.

De repente, Estopheles entróvolando a través de unaventana abierta y se posó en lacabeza del monarca. Cogió con

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el pico la corona y salióchillando por la ventana. Thorvio al halcón alejarse volandopor el cielo. Volvió la cabezahacia el lecho real y descubrióque MacGil había desaparecidoy estaba Gareth en su lugar. Lamano que Thor tenía entre lassuyas se había convertido enuna serpiente.

Apartó la mano rápidamente.El rostro de Gareth tambiénestaba mutando, se convertíaen la cabeza de una cobra, con

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una piel escamosa y una lenguabífida. Esbozaba una sonrisaperversa. Sus ojos amarillentosrelucían de maldad.

Thor parpadeó. Cuandovolvió a abrir los ojos seencontró de vuelta en supueblo. Las calles y las casase s t a ba n desiertas, con lasventanas y las puertas abiertas,como si todo el mundo hubierasalido a escape. El vientolevantaba nubes de polvo.Recorrió la calle que llevaba a

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su antiguo hogar, una casita deadobe enjalbegada. La puertaestaba abierta. Thor tuvo queagachar la cabeza para entrar.Dentro estaba su padre,sentado a la mesa, de espaldasa la puerta. Un poco nervioso,Thor se dirigió al otro extremode la mesa para sentarse frentea su padre. No tenía ganas deverlo, pero no podía evitarlo. Supadre lo miró con rostro severo.Unos pesados grilletes en lasmuñecas lo encadenaban a la

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mesa.—Has matado a nuestro rey

—dijo en tono acusador.—No es cierto —dijo Thor.—Nunca has sido parte de

esta familia.Thor no respondió, pero el

corazón se le aceleró.Intentaba entender las palabrasde su padre.

—¡Yo no te quería! —gritó supadre, poniéndose en pie ysacudiendo los grilletes—. ¡Noquería cargar contigo!

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Levantó sus manazas y lasdirigió hacia el cuello de Thor,como si quisiera estrangularle.Thor parpadeó.

Cuando abrió los ojos estabaen la proa de un barco deguerra que subía y bajabaviolentamente en medio de unintenso oleaje. Thor sujetabacon fuerza el timón, yEstopheles volaba ante él, conla corona en el pico. De repenteapareció en el horizonte unaisla cubierta por la niebla, y

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más allá relumbró unallamarada en el cielo, cubiertode oscuros nubarrones de colorpúrpura. Los dos soles estabanuno junto a otro en elhorizonte.

Oyó de repente un siniestrorugido y comprendió que seencontraba frente a la Isla de laNiebla.

Se despertó sobresaltado yse incorporó jadeando. Miródesconcertado a su alrededor.Estaba en los barracones,

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rodeado de los demás chicos,que dormían todavía.Empezaba a amanecer.

Se secó el sudor de la frente.Todo había sido un sueño, peroparecía tan real…

—Yo sé lo que son laspesadillas, chico —dijo una voz.

Kolk estaba de pie entre loschicos, ya totalmente vestido,con los brazos en jarras.

—Eres el primero endespertarte —dijo—. Muy bien.Tenemos un largo día por

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delante. Y tus pesadillas no hanhecho más que empezar.

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D

Capítulo once

e pie frente a laventana abierta,Gareth contemplaba el

amanecer sobre su reino. ¡Sureino! Sonaba bien. A partir dela coronación, el rey ya no sería

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su padre, sino él, GarethMacGil, el octavo monarca delos MacGil. Ceñiría la corona, ysu rostro quedaríainmortalizado en las monedasreales, en la estatua situadafrente al castillo.

Empezaba una nueva era,una nueva dinastía. En cuestiónde semanas, el nombre de supadre no sería más que unrecuerdo, quedaría relegado alos libros de historia. Habíallegado su turno de brillar. Toda

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su vida había estado esperandoeste día.

Lo cierto era que se habíadespertado varias vecesempapado en un sudor frío; nohabía parado de dar vueltas enla cama y de levantarse pararecorrer la habitación. En losescasos momentos en quehabía logrado conciliar el sueñohabía tenido unos sueñosterribles en los que veía elrostro severo y acusador de supadre, regañándole igual que le

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había regañado toda su vida.Pero ahora su padre no podíanada contra él. Ahora él podíacontrolarlo: abría los ojos y elrostro de su padre desaparecía.Él estaba en el mundo de losvivos, y su padre no.

Resultaba difícil para Garethasimilar tantos cambios. Enpocas horas, la coronareposaría sobre su cabeza,vestiría la túnica real ysujetaría el cetro. Losconsejeros del rey, los

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generales, el pueblo…, todostendrían que obedecerle.Controlaría el Ejército, laLegión, el Tesoro. Locontrolaría absolutamente todo,y nadie podría negarse aobedecerle. Llevaba toda suvida anhelando el poder queahora estaba a su alcance. Nisu hermana ni sus hermanos lohabían conseguido. El poder lellegaba un poco antes de lo quehabía imaginado, aunquesiempre tuvo el convencimiento

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de que lo conseguiría. Así que,¿por qué desperdiciar los añosesperando? Quería subir altrono ahora que era joven, y nocuando fuera un anciano. Loúnico que había hecho eraempujar un poco para quesucediera lo inevitable.

Y era lo que su padre semerecía, porque toda su vida lehabía estado criticando. Nuncale aceptó tal como era. Garethhabía vencido a su padre, quevería cómo era coronado rey el

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hijo que menos apreciaba, elhijo al que nunca quiso. Lotenía bien merecido por noquererle. Gareth ya nonecesitaba su amor, tenía todoun reino que le adoraría. Y lodisfrutaría al máximo.

Llamaron a la puertagolpeando la aldaba de hierro.Gareth, que ya estaba vestido,abrió. Le impresionó pensarque era la última vez que abríaesa puerta, porque esa mismanoche dormiría en otro sitio —

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en los aposentos reales— ytendría criados día y noche paraobedecer sus órdenes, dentro yfuera. Nunca más tendría queabrir una puerta, porque estaríarodeado de una corte deservidores, guerreros yguardaespaldas, todo lo quenecesitara. La sola idea le hacíatemblar de emoción.

—Mi señor —dijeron a corolos guardias reales, inclinandola cabeza ante él.

Uno de los consejeros reales

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se adelantó para hablar.—Hemos venido para

acompañaros a vuestraceremonia de coronación —dijo.

—Muy bien.Gareth se esforzó por

parecer tranquilo, por disimularque llevaba toda su vidaesperando este momento.

Levantó la barbilla. Debíaadoptar una posturamonárquica. La ceremonia de lacoronación lo convertiría enotra persona, y él exigiría que

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lo miraran de otra manera.Los guardias le esperaban

alineados a lo largo de lospasillos, sobre los que habíanextendido una alfombra roja.Gareth caminaba lenta ysolemnemente, disfrutando delmomento. A su paso, losguardias inclinaban la cabezauno tras otro, como fichas dedominó.

—Mi señor.Era estupendo oírles. Un

sueño hecho realidad, como si

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recorriera el camino que supadre había hecho apenasveinticuatro horas atrás.

Para abrir una pesada puertade roble, los criados tuvieronque tirar con todas sus fuerzasde la aldaba de hierro. Lapuerta se abrió con un crujido,dejando ver la gran sala deceremonias. Gareth esperabamucho público, pero no estabapreparado para el espectáculo:centenares de personasvestidas con sus mejores ropas.

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Eran altas personalidades delreino: nobles, miembros de larealeza, de la Plata. Estabanperfectamente dispuestos enhileras, preparados para unaimportante ceremonia. Cuandovieron entrar a Gareth, selevantaron e inclinaron lacabeza ante él.

Gareth estaba impresionado.Todos querían asistir a sucoronación. Ya nadie podríadetener la ceremonia. Habíallegado su hora. En unos

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momentos, la corona estaríasobre su cabeza y no habríamodo de volver atrás. Ya sentíasu peso en el cuero cabelludo.Avanzó por el largo pasillo,cubierto por una preciosaalfombra roja. Junto al altar yel trono, le esperaban Argon yalgunos miembros del consejoreal.

—¡Oídme, oídme bien!Poneos en pie para recibir alnuevo rey.

—¡Te oímos! —gritaron a

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coro centenares de voces, unclamor que se elevó hasta losaltos techos.

Gareth conocía a muchos delos presentes. Algunos de elloslo habían mirado siempre comoa un chiquillo, o lo habíanignorado por completo. Ahoratendrían que respetarle.Tendrían que prestarleatención.

Pasó ante sus hermanos:Godfrey, Kendrick, Gwendo lyn yReese. Y al lado de Reese

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estaba aquel chico, Thor.Menudos incordios eran todosellos. Pero no importaba,porque pronto dejarían demolestarle. En cuanto ocuparael trono y tomara el poder, seencargaría de ellos a sumanera. Después de todo,nadie mejor que él para saberque los peores enemigos sonlos que están más cerca.

La reina, su madre, le dirigióuna mirada llena de reproches.Pero a Gareth no le importaba.

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Ya no necesitaba la aprobaciónde su madre. Ahora él era surey, y ella tendría queobedecerle.

Cuando Gareth empezó asubir los siete escalones demarfil que llevaban al trono, lamúsica del laúd sonó másfuerte. Arriba le esperabaArgon, con su túnica deceremonias. Los asistentes sesentaron, la música se detuvo yla sala quedó en silencio.

Los ojos de Argon parecían

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atravesarle. Gareth hubieraquerido volver la cabeza, perose obligó a sostener la mirada.De nuevo se preguntó quésabría Argon, qué vería. ¿Podíaver el futuro? O todavía peor,¿podía ver el pasado, lo quehabía hecho él? Y en tal caso,¿se lo diría a alguien? Seprometió que también sedesharía de Argon. Se desharíade todos cuantos pudieransospechar de él.

Cuando vio que Argon iba a

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hablar, Gareth rogó en silencioque no dijera nada que pudieraacusarle de asesinato.

—Henos aquí reunidos, porobra del destino —dijo Argon,hablando lentamente—, paralamentar la muerte de un granrey y al mismo tiempo sertestigos de la coronación de suhijo. La ley del Anillo dice quela corona pasará al primer hijolegítimo. Y este es GarethMacGil.

Las palabras de Argon

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parecían señalar la culpabilidadde Gareth. ¿Por qué tenía queemplear el adjetivo «legítimo»?Lo había hecho paramolestarle, no cabía duda.Insinuaba que Kendrick habríasido mejor rey que él. Se loharía pagar caro.

—Como druida de los MacGildurante siete generaciones,tengo el deber de colocar lacorona real sobre vuestracabeza, Gareth, esperandocumplir con la sagrada ley del

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reino del Anillo. ¿Aceptáis esteprivilegio, Gareth MacGil?

—Lo acepto —respondióGareth.

—¿Juráis proteger y hacercumplir las leyes de nuestroreino?

—Lo juro.—¿Prometéis, Gareth, que

seguiréis la senda de vuestropadre, en todos los sentidos, ylas huellas de vuestrosancestros, para proteger elreino, mantener el Cañón y

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defendernos de todos nuestrosenemigos, internos y externos?

—Lo prometo.Argon le clavó una mirada

severa. Tras un largo ratomirándole con expresióninescrutable, cogió la corona deMacGil, profusamenteenjoyada, la levantó en alto yla colocó lentamente sobre lacabeza de Gareth. Con los ojoscerrados, empezó a entonar uncanto en el antiguo lenguajedel Anillo:

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—Atimos lex vi massprimus…

Continuó canturreando convoz grave y gutural, hasta quese detuvo y colocó una manosobre la frente de Gareth.

—Por los poderes que meotorga el Reino Oeste delAnillo, yo, Argon, te nombro ati, Gareth, el octavo monarcaMacGil.

Las palabras de Argon fueronsaludadas con tibios aplausos.Gareth se volvió hacia sus

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súbditos y observó sus caras.Todos esperaban de pie,mostrando corrección pero sinentusiasmo.

Gareth tomó asiento en eltrono de su padre. Apoyó losbrazos en los gastadosapoyabrazos del viejo trono yse quedó mirando a sussúbditos, que lo contemplabancon esperanza y un ciertomiedo. También vio entre losasistentes algunas miradasescépticas y se dijo que no se

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olvidaría de ellos. Se lopagarían caro.

Thor salió del castillo con suscompañeros de la Legión. Sesentía muy desanimado, porquehabían tenido que asistir a laceremonia de coronación y lehabía resultado insoportablever cómo coronaban a Gareth.Parecía increíble que unashoras atrás MacGil hubieraestado sentado en ese trono,c o n la misma corona y el

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mismo cetro. Solo hacía unashoras que habían rendidohomenaje al padre de Gareth.¿Cómo podían ser tandesleales?

Por supuesto un reinonecesita su rey. Un trono nod e b e estar mucho tiempovacante, pero ¿no podíanhaberlo dejado vacante un pocomás? ¿Tan difícil era queestuviera vacío unas horas?¿Qué tenían los tronos, lostítulos y los reinos para que

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todo el mundo los ambicionara?Tal vez Argon estaba en locierto: todo era un desfile dereyes. ¿No terminaría nunca?

Cuando vio a Gareth en eltrono, le pareció que era másuna prisión dorada que un lugarde poder. Desde luego, no eraun asiento que él ambicionaraocupar.

Al recordar las últimaspalabras de MacGil acerca deldestino que le aguardaba, nopudo evitar un

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estremecimiento. Confiaba enque no se estuviera refiriendo aque él iba a ceñir la corona, niaquí ni en ningún lugar. A Thorno le interesaba la política; soloquería convertirse en un granguerrero, combatir con suscompañeros y ayudar a losdemás. Quería la gloria delguerrero, nada más. Sería ellíder de los hombres en elfragor de la batalla, pero nomás allá. Los líderes quebuscaban el poder acababan

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corrompiéndose,inevitablemente.

Se mezcló con suscompañeros, molestos porquesu partida se había retrasadopara rendir homenaje al nuevorey. Se había declarado fiestanacional, y no partirían hasta lamañana siguiente, lo quesignificaba otro día sin hacernada más que lamentarse porla muerte del anterior monarcay pensar en la subida al tronode Gareth. Era lo último que

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Thor deseaba. Quería partir,atravesar el Cañón, subir albarco, dejar que el aire delocéano le aclarara las ideas.Quería pasar página,sumergirse en lo que la Legiónle tenía preparado.

Cuando estaban saliendo delcastillo, Reese se acercó a Thory le dio un codazo en lascostillas. Thor volvió la cabezay vio que su amigo le indicabaque mirara a un lado. Allíestaba Gwendolyn, con un largo

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vestido de seda negra, mirandoa Thor.

Pero si le había dicho que noquería volver a verle…

—Quiere hablar contigo —ledijo Reese—. Ve con ella.

O’Connor, Elden y losgemelos, además de otroschicos de la Legión, jalearon aThor con sus ooos y aaas.

—¡La novia lo llama! —gritóO’Connor.

—Será mejor que corras, ocambiará de opinión —dijo

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Elden.Thor se puso rojo como una

manzana.—No lo entiendo. Dijo que no

quería volver a verme —le dijoa Reese.

Su amigo esbozó una sonrisay movió la cabeza con airecomprensivo.

—Supongo que se lo hapensado mejor. Ve con ella,tienes tiempo. No partimoshasta mañana.

Thor oyó un maullido y vio

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que Krohn salía disparado haciaGwendolyn. Era todo lo quenecesitaba para correr haciaella, dejando atrás las bromasde sus amigos. No le importabaque se rieran de él, ya nada leimportaba salvo estar con ella.Ahora comprendía lo muchoque la había echado de menos,lo dolorosa que le habíaresultado su ausencia.

Siguió a Krohn, quezigzagueaba entre la multitudpara llegar hasta Gwendolyn.

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Estaban rodeados de unamultitud que salía del castillotras la ceremonia. A Thor leapenó ver a Gwendolyn tanseria y solemne. En sus ojos yano brillaba la alegría; su miradaparecía cargada de dolor y detristeza. Sin embargo, en ciertomodo estaba más guapa quenunca. Krohn saltó sobre suspies, pero ella siguió mirandofijamente a Thor, que no sabíaqué hacer.

—Lamento las palabras que

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pronuncié ayer —dijoGwendolyn—. Lamento habertedicho que eras un plebeyo y noestabas a mi altura. No lo dijeen serio. Estaba enfadada. Tepido que me perdones.

Thor se emocionó.Gwendolyn volvía a mostrarsetierna y cariñosa.

—No hace falta que tedisculpes.

—Claro que sí. Reese meexplicó que aquello del burdelera mentira. No tenía que

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haber hecho caso de los demás.Debería haber dejado que teexplicaras.

Thor estaba tan hipnotizadopor sus ojos azules que nopodía pensar con claridad.

—¿Me darás otraoportunidad? —preguntó Gwen.

Thor sonrió ampliamente.—Claro que sí. —Bajó la

cabeza y golpeó con el pie laspiedras del suelo—. De hecho,confiaba en que cambiarías deopinión. Porque yo no he

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cambiado.Gwendolyn lo miró. En su

rostro se dibujó por fin unaamplia sonrisa que a Thor lealegró el corazón. Se sentíamucho más ligero, como si sehubiera quitado un peso deencima.

Estaban en medio de lasalida, zarandeados por lagente que entraba y salía.Gwendolyn le dio la mano, y elcontacto de su piel le produjo aThor algo parecido a una

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descarga.—Ven conmigo.Mucha gente les dirigía

miradas curiosas.—¿A dónde vamos?—Ya lo verás —dijo ella.La siguió sin dudarlo.

Cogidos de la mano,atravesaron la multitud y sedirigieron hacia los campos.

Era una preciosa mañana deverano. El segundo solempezaba a alzarse en el cielo,

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iluminando los campos repletosde flores. Thor y Gwencaminaban de la mano y Krohncorreteaba junto a ellos.Atravesaron unos bosquecillosde árboles cuajados de floresblancas y verdes, entre los querevoloteaban los pajarillos, ysubieron por una ladera dehierbas y flores tan altas queles llegaban a las rodillas.Desde la cima, el panorama eramagnífico. La Corte del Rey seextendía a sus pies, y el cielo

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era azul y amarillo, con apenasunas nubecillas blancas en elhorizonte.

Pero lo que impresionó aThor, más que el panorama,fue el túmulo funerario deMacGil. El montículo de tierrase recortaba contra laespectacular silueta de lasColinas Kolvian. Sobre elmontículo había un posterematado por un halcón dentrode un círculo, el símbolo delreino. Alzaron la vista al oír el

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chillido de Estopheles, que bajóde lo alto y se posó sobre elposte. Miró a Gwen y a Thor yvolvió a chillar y a agitar lasalas hasta que finalmente sequedó quieto.

Thor y Gwen intercambiaronuna mirada de asombro.

—Los actos de los animalessiempre serán un misterio paramí —dijo Thor.

—Perciben cosas quenosotros no percibimos —dijoGwen.

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Era inaudito que soloestuvieran ellos dos junto a latumba del rey. A Thor lepareció triste, porque,veinticuatro horas antes, MacGilpodía reunir a miles depersonas con una sola orden, yahora que había muerto nadieiba a rendirle homenaje.

Gwen se arrodilló y colocósobre la tumba el ramito deflores turquesa que había idocogiendo por el camino. Thor searrodilló a su lado y limpió el

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túmulo de piedrecitas. Krohn setumbó sobre el montón detierra, apoyó la barbilla en elsuelo y gimoteó.

Todo estaba en silencio. Seoía el silbido del viento. Thorsintió una inmensa tristeza,pero al mismo tiempo leconfortaba estar allí con MacGily con Gwen.

—Mi padre sabía que iba amorir —dijo Gwen.

Thor le dirigió una mirada.La joven tenía la cabeza gacha

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y estaba llorosa.—Hace unos días me llamó a

su cuarto y empezó a hablarmede su muerte. Fue extraño y medejó muy triste. Le dije que nohablara de eso, pero insistió enque le hiciera una promesa.

—¿Qué tenías queprometerle?

Gwen se secó una lágrima ycolocó bien las flores sobre latumba de su padre antes decontestar. Finalmente, se ir guióy exhaló un suspiro.

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—Me hizo prometerle quedirigiría los asuntos del reinocuando él muriera.

Miró a Thor con los ojoshúmedos de lágrimas, esospreciosos ojos azules que aThor le gustaban más que nadaen el mundo. Comprendió queGwen decía la verdad.

—¿Quería que dirigieras losasuntos del reino?

La expresión de Gwen seensombreció.

—¿Te parece que no sería

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capaz?—No…, no, claro que no —

tartamudeó Thor—. No era esolo que quería decir. Solamenteestaba sorprendido. No tenía niidea.

—También para mí fue unasorpresa —dijo Gwen, mástranquila—. Nunca lo habíadeseado, pero le prometí que loharía. No paró hasta que se loprometí.

—Entonces… no lo entiendo.—Thor estaba confuso—. ¿Por

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qué han coronado a Gareth yno a ti?

Gwen miró la tumba de supadre.

—El deseo de mi padre noquedó ratificado. El consejo noha querido acatarlo.

—No es justo —protestó Thorindignado—. ¡No es lo quequería tu padre!

Gwendolyn se encogió dehombros.

—No importa. Yo tampoco loquería.

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—Pero no es justo queGareth se siente en el trono.

Gwen se secó una lágrima.Hizo un esfuerzo por contenerel llanto.

—Dicen que cada reino tieneel monarca que se merece.

Las palabras de Gwenquedaron flotando en el aire, yThor comprendió que eramucho más sabia de lo que élpensaba. Vio claramente quesería una excelente reina parasus súbditos, y que era una

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lástima que no la hubieranconsiderado para el trono, quehubieran obviado el deseo desu padre.

—Me preocupa mi reino —dijo Gwen—, nuestra parte delAnillo. Cuando sepan queGareth ocupa el trono, losMcCloud se volverán másatrevidos. Esto dará alas anuestros enemigos, porquesaben que Gareth no sabedirigir. Con él seremos másvulnerables.

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Thor pensó que lasconsecuencias del asesinato delrey parecían no acabar nunca.

—Lo que me preocupa es nosaber quién le mató —dijoGwen—. No descansaré hastaaveriguarlo; tampoco el almade mi padre podrá descansar sino se hace justicia. Ya noconfío en nadie en esta corte.De hecho, solo confío en ti,porque eres un extraño. Ytambién en mis hermanosKendrick y Reese, pero aparte

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de vosotros no confío en nadie.—¿Se te ocurre quién

deseaba su muerte?—Tengo muchas ideas,

muchas pistas que vale la penaseguir. Las seguiré todas, nodescansaré hasta dar con elasesino.

Gwen pronunció estaspalabras con la mirada fija enla tumba de su padre. Thoradvirtió su tono de resolución, yno le cupo duda de quecumpliría su promesa.

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Cuando Gwen se puso depie, Thor la imitó. Se quedaronmirando la tumba.

—Quiero irme lejos,marcharme de aquí —dijo Gwen—. En parte quisiera no volver.No sé cómo acabará esto, perointuyo que tendrá un finaltrágico. Habrá muertes,traiciones y asesinatos. Detestoesta corte, no quieropertenecer a la realeza.Desearía llevar una vidasencilla. Ojalá mi padre hubiera

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sido un granjero. Estaría vivotodavía, y eso me importa másque todo el reino.

Thor la cogió de la manopara consolarla. Gwen no laapartó.

—Pronto me marcharé lejos—dijo Thor.

Gwen le miró con los ojosllenos de lágrimas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó asustada.

—Mañana embarco con losmiembros de la Legión rumbo a

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una isla lejana. Empezamos laPrueba de los Cien Días. Noregresaré hasta el otoño, si esque consigo regresar.

Gwen bajó la cabeza congesto apesadumbrado.

—La vida puede ser cruel.Todas las desgracias al mismotiempo. —De repente, alzó lacabeza con determinación—.¿Cuándo zarpa el barco?

—Por la mañana.Gwen juntó las manos.—Tenemos todo un día para

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estar juntos —dijo, esbozandouna sonrisa—. Vamos aaprovecharlo.

Thor le devolvió la sonrisa.La sonrisa de Gwen se hizo

más amplia.—Conozco el lugar ideal.Cogidos de la mano,

corrieron a través de loscampos, con Krohn trotando asu lado. Thor no tenía ni ideade a dónde iban, pero mientrasestuviera junto a Gwen, no leimportaba lo más mínimo.

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Thor se sentía feliz de estar conGwen, caminando entre camposde flores, subiendo y bajandosuaves colinas. Notaba que ellatambién estaba contenta,aunque sin la alegría deantaño. Aquella sonrisa queiluminaba el mundo a sualrededor y aquella risa tancontagiosa habíandesaparecido. Desde la muertede su padre, Gwen se mostrabamás contenida, más austera.

Atravesaron campos floridos

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que eran puros estallidos decolores rosas y verdes,púrpuras y blancos. Krohncorreteaba a su alrededormaullando y saltando, más feliztodavía que ellos. Gwen sedetuvo al llegar a lo alto de unacolina. Thor se quedósobrecogido ante el hermosopanorama que se extendía anteellos: a lo lejos, un gran lagoazul celeste centelleaba al sol.Estaba rodeado de altísimasmontañas que mostraban

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distintos coloridos, iluminadaspor la luz matinal.

—Es el Lago de los Riscos —dijo Gwen—, un lago muyantiguo y misterioso. Nadieviene hasta aquí. Lo descubríde niña, cuando tenía muchotiempo libre y me aficioné aexplorar. ¿Ves aquella islita enmedio del lago?

Thor tuvo que entrecerrar losojos para distinguirla.

—Allí solía escaparme deniña. Cogía esa barquita —dijo,

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señalando un viejo bote deremos en la orilla—, y remabahasta la isla. A veces mequedaba durante días, lejos detodo. Era un lugar donde nadiepodía encontrarme, el únicositio que conozco donde todo espuro.

Gwen miró a Thor. En susojos brillantes danzabandistintos tonos de azul. Porprimera vez desde que murierasu padre, parecía llena de vida.

—Me gustaría llevarte allí —

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dijo—. Compartir mi islacontigo.

Las palabras de Gwen lellegaron al alma. Thor se sintiómás unido a ella que nunca.

—A mí me encantaría ircontigo —dijo.

Gwen le tomó de la mano.Los dos unieron los rostros ysus labios se fundieron en unbeso mágico, mientras el solasomaba detrás de una nube.Al besar los dulces labios deGwen, Thor se sintió inundado

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de una cálida ternura, y leacarició la mejilla, suave comoel melocotón.

Fue un beso largo yprolongado. Gwen se apartócon una sonrisa y le cogió de lamano para bajar por la suaveladera en dirección a la orilla,donde el bote les estabaesperando.

Gwendolyn se sentó en la popay Thor remó por las tranquilasaguas del lago hasta la playa

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de la isla, de relucientes arenasrojas. Una vez allí, saltó atierra, sacó el bote del agua yle tendió la mano a Gwen paraayudarla a bajar, mientrasKrohn saltaba de la barca ycorría emocionado por la playa.

Abandonaron la arena yentraron en un pequeño pradode fresca hierba y flores. Elúnico sonido era el susurro delas ramas de los árboles —exóticos, inmensos— que labrisa veraniega agitaba a uno y

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otro lado, dejando caer pétalosblancos de flores, como sifueran copos de nieve. Gwentenía razón: era un lugarmágico.

Y no cabía duda de que lesentaba bien, porque ahora eratodo sonrisas. Cogió a Thor dela mano y lo condujo por unavereda que cruzaba caminosmás amplios. No cabía duda deque conocía la isla como lapalma de su mano. Thor sepreguntó a dónde le llevaría.

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Continuaron andando por laestrecha pista, bajando lacabeza para esquivar lasramas, hasta llegar a un claroen medio del bosque. Estabanen el centro de la isla. Y enmedio del claro se levantabauna pequeña edificación depiedra medio derruida. Lasparedes seguían en pie, peroen su interior hacía tiempo queno quedaba nada, y el sueloestaba cubierto de espesomusgo. Sin embargo, alguien

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había moldeado una suaveelevación de tierra que podíautilizarse como cama.

Gwen se acostó y le indicó aThor que hiciera lo propio.Tumbados boca arriba sobre ellecho de tierra, podíancontemplar el cielo. Krohn setumbó junto a Gwen, que rio yempezó a acariciarlo. Thorempezaba a sospechar queKrohn quería más a Gwen que aél. Entrelazó las manos detrásde la cabeza sobre el suave

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musgo y contempló el cieloamarillo y turquesa, dondebrillaban los dos soles. A sualrededor, los árboles semecían acariciados por la brisay dejaban caer sus blancospétalos. Por un momento tuvola sensación de que no habíanadie más en el mundo.Estaban libres depreocupaciones, en un lugarprotegido, donde nadie podíatocarlos. Se sintió tan relajadoque deseó quedarse allí para

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siempre.Notó el tacto de los dedos de

Gwen y le cogió la mano. Así,con los dedos entrelazados conlos de Gwendolyn, se sentíatodavía mejor. Todo estababien en su mundo. La sola ideade marcharse al día siguiente lepartía el corazón. Había estadodeseoso de irse, pero ahora lepreocupaba dejar sola a Gwen.Después de todo lo que leshabía pasado, la muerte delrey, los malentendidos y su

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reconciliación, por fin habíanllegado a estar bien juntos. ¿Ysi su partida lo estropeabatodo? ¿Volverían a estar juntosdespués de que él estuvieracien días ausente?

—Ojalá no tuviera queabandonarte mañana —dijo.

Esperaba no haber sonadodemasiado desesperado, y lesorprendió la reacción de Gwen,que le miró sonriente.

—Esperaba que lo dijeras. Nopienso en otra cosa desde que

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anunciaste que te ibas. Medestroza el corazón pensar queno estarás, porque solo mesiento tranquila contigo.

Le apretó la mano y le dio unbeso. Estuvieron largo ratobesándose.

—¿Qué dirá tu madre?¿Crees que te prohibirá estarconmigo?

Gwen se encogió dehombros.

—Desde que murió mi padre,es otra persona. No la

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reconozco. No ha pronunciadouna sola palabra. Se limita amirarme fijamente. Es como siuna parte de ella hubieramuerto, y no creo que despiertepara prohibirme que vuelva averte. Y aunque así fuera, nome importa. He de vivir mipropia vida. Ya encontraré lamanera. Si es necesario, meiré.

Thor se quedó sorprendido.—¿Abandonarías la corte por

mí?

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Gwen asintió lentamente.Thor pudo ver el amor en susojos, y su corazón se llenó degratitud.

—¿A dónde podríamos ir? —preguntó.

—A cualquier parte, noimporta dónde. Solo quieroestar contigo.

Thor estaba pletórico defelicidad. Él pensaba lo mismo.

—Es curioso: hay personasque se presentan en tu vida enmomentos muy especiales. Tú

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llegaste cuando mi padremurió, ¿no es extraño? No sé loque habría hecho si no hubierasestado aquí. Pensar que estuvea punto de perderte a causa deun tonto malentendido…

—Yo también me he hechoesta pregunta —dijo Thor—. ¿Ysi no hubiese encontrado aArgon en el bosque? ¿Y si nohubiese hecho lo posible porvenir a la Corte del Rey paraunirme a la Legión? No tehabría conocido, y mi vida

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habría sido muy diferente.Se quedaron en silencio,

disfrutando del momento.—Es difícil imaginar que

mañana estarás lejos de aquí—dijo Gwen—. Estarásnavegando por el mar a bordode un barco, en un país lejano,bajo otros cielos.

Se incorporó y le dirigió unamirada intensa.

—¿Me prometes que volverásconmigo? —preguntó con unapremio que revelaba una

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naturaleza apasionada. Pero aThor esto no le asustó; éltambién era así.

La miró con semblante serio.—Te lo prometo.—Júramelo —dijo Gwen—.

Júrame que volverás, que nome dejarás aquí. Tienes quevolver, pase lo que pase.

Thor cogió las manos queGwen le tendía y la mirófijamente.

—Te lo juro. Volveré contigopase lo que pase.

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Gwen le dio un beso largo yapasionado. Thor cogió surostro entre las manos y laacercó todavía más. Queríagrabar en su memoria el tactode su piel, el tono de su voz, elolor de su pelo, para no olvidarni un detalle en los próximoscien días. Pero entonces sedespertaron sus nuevospoderes, y una vocecilla lesusurró —incluso en estemomento, en la cima de sufelicidad— que algo se

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interpondría entre ellos. Y queel juramento que acababa dehacer podía costarle la vida.

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E

Capítulo doce

rec se puso en marchacon la salida del primersol. Cuando el segundo

sol estaba en el cielo, elsendero empezó a ensancharsey a hacerse menos abrupto. Las

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piedras de aristas puntiagudasse vieron reemplazadas primeropor guijarros redondeados yluego por finas conchasblancas, claro indicio de que seacercaba a una ciudad. Empezóa cruzarse con personas a pie oen carro, transportandomercancías o conduciendo susbueyes. Era un precios o día deverano, y casi todos se cubríanla cabeza con sombreros dealas anchas para protegerse delsol.

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A medida que se aproximabaa la ciudad, la carretera se fuepoblando de gente. Erec calculóque estaba cerca de Savaria,principal ciudad del sur, famosapor sus bellas mujeres, susvinos de alta graduación y susmagníficos caballos. Aunquenunca había tenido oportunidadde visitar Savaria, Erec habíaoído hablar del famoso torneoque se celebraba allí cada año.El ganador podía elegir a unamujer con la que desposarse

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entre las jóvenes casaderas.Muchachas de todos los puntosdel Anillo acudían cada año alevento con la esperanza deresultar elegidas, y loscaballeros más renombrados delas provincias participaban en eltorneo para llevarse el premio.

Parecía un buen lugar paraempezar su Año de Selección.Erec no esperaba encontrar tanpronto a la mujer que sería suesposa, pero por lo menos eltorneo le mantendría en forma.

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No le cabía duda de queganaría a cualquier adversario,ya que era la mano derecha delrey, el mejor caba llero delreino. Y no lo pensaba porarrogancia, sino tras unacomparación objetiva con susadversarios. Hacía muchos añosque nadie vencía a Erec en elterreno de la lucha. Pero encuanto a encontrar a la mujeradecuada, eso era otra historia.

Subió a una colina paracontemplar la ciudad desde

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arriba: la vieja muralla, tangruesa como dos hombresjuntos, el arroyo que discurríajunto al muro, los castillos, consus torres, parapetos ychapiteles; las casitas depiedra, con sus tejados depizarra y sus humeanteschimeneas. No cabía duda deque Savaria era una bonitaciudad con mucho encanto,aunque no tan grande como laCorte del Rey.

En una de las torres del

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castillo había un vigía vestidocon el traje rojo y verde del sur.En cuanto vio a Erec se puso depie, lo saludó frenéticamentecon la mano y sopló una largatrompeta, el saludo oficial de laGuardia del rey. De inmediatose oyó un grito, se levantó lareja de hierro del puentelevadizo y dos jinetes salieronal galope a su encuentro.

Erec dedujo que no erafrecuente que los miembros dela Plata visitaran el sur, por lo

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que su llegada se saludabacomo un acontecimientoespecial, sobre todo porquevenía directamente de la Cortedel Rey. Además, era el másfamoso caballero de la Plata yfavorito del rey.

Los soldados, que lucían lasbarbas rojizas propias de loshabitantes de Savaria, sedetuvieron sonrientes anteErec. Sus caballos resoplabantras la breve carrera.

—Mi señor, es un honor

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recibiros —dijo uno de ellos—.Hace años que no nos visitaningún miembro de la Corte delRey.

—¿Qué os trae hasta aquí? —dijo el otro—. ¿Venís por elfestival?

—Así es. Es mi Año deSelección, y me temo que mehe mostrado demasiadoexigente.

Los soldados estallaron enrisotadas.

—Lo entiendo bien —dijo uno

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de ellos—. Yo también llegué ala edad máxima sin haberescogido esposa. Y tampocome decidí durante mi Año deSelección, de modo que measignaron una. ¡No hay día enque no lo lamente! —dijo,soltando una alegre carcajada—. Mi esposa no cesa deatormentarme y de recordarmeque no la elegí yo.

Erec rio.—A mí me faltan unos meses

para mi Año de Selección —dijo

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el otro soldado—. Confío enhaber encontrado esposa antes.

—Bueno, yo acabo deempezar mi viaje, y no sé siserá aquí donde encuentre conquien desposarme —dijo Erec—. Pero me gustaría conocer laciudad y participar en el torneo.

—Muy bien, mi señor —dijouno de los soldados—. Nuestroduque estará encantado deteneros. Y nosotros nossentiremos honrados de poderacompañaros. ¡La llegada de un

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favorito del rey es un granacontecimiento! Os trataráncomo a un miembro de larealeza.

Erec rio.—No formo parte de la

realeza —dijo—. No soy másque un caballero.

—No un caballero cualquiera,mi señor. Hemos oído cantarvuestras hazañas.

—No hago más que cumplircon mi deber para con el rey.Desde luego me siento honrado

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de contar con vuestracompañía. ¡Vayamos a ver alduque!

Dicho esto, partieron altrote. La gente se alineaba a lolargo de la carretera quellevaba a la ciudad con laesperanza de ver a Erec. Lostres entraron por la puerta depiedra conocida como Andalucíay se dirigieron a la amplia plazacentral, rodeada de viejasparedes de piedra.

Erec estaba sorprendido de

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la cantidad de gente que seacercaba a verlo. El duque llegócon algunos de sus hombres. Yalrededor de la plaza se habíancongregado decenas demujeres, bellísimas y vestidascon sus mejores galas,esperando atraer su atención.Resultaba increíble quehubieran venido a verle. Por unmomento, Erec se sintió unpersonaje famoso.

Al ver al duque —un hombrealto y delgado, de aspecto

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gallardo y postura erguida—recordó que ya lo conocía.Habían coincidido en un eventoen la Corte del Rey. También lealegró ver junto al duque a unode sus compañeros de armas,un miembro de la Plata con elque había combatido enmúltiples ocasiones. Se llamabaBrandt. Estuvieron el mismoaño en la Legión y juntos semetieron en más de un lío.Tenía el mismo aspecto que laúltima vez que lo vio, años

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atrás. Su barba rubia y sus ojosazules le traían a la menteviejos recuerdos.

Brandt bajó sonriente delcaballo, y Erec hizo lo propio.

—¡Erec, hijo de mala madre!—gritó alegremente Brandt—.No pensé que te vería lejos dela Corte del Rey —dijo, dándoleun cálido abrazo.

—Tampoco yo pensé quevolvería a verte, viejo amigo.

Con gesto amistoso, elduque le puso la mano sobre el

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antebrazo.—¡Estamos encantados de

que estés aquí! Eresbienvenido. ¡Es como tener alpropio rey! Y hacía años que nonos veíamos.

El duque volvió la cabezapara llamar a sus guardias, queacudieron al momento.

—Preparad la sala delbanquete. Hoy celebraremos unfestín en honor de nuestrohermano Erec.

—¡Eso, eso! —gritó

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alegremente la multitud.—¿Qué te trae por aquí? —

preguntó Brandt—. ¿Te haenviado el rey?

—Me temo que no… Esta vezvengo por un asunto personal.

Brandt le miró atentamente,con las cejas levantadas, hastaque el rostro se le iluminó alcomprender.

—¡No me digas que estás entu Año de Selección! Menudogranuja. Todavía no tienesnovia, ¿verdad? ¡Lo sabía!

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Siempre te interesaron más lasespadas que las damas. Nuncaentendí a qué esperabas paracomprometerte, cuando teníasa tus pies a la mitad de lasseñoritas de la Corte del Rey.

Erec rio.—Tampoco yo entiendo por

qué he esperado tanto, amigo.Pero llevas razón. Aquí metienes, dispuesto a participar enel torneo.

—¡Oh! —gritaron al mismotiempo Brandt y el duque.

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—Entonces, ¿vas aparticipar? —preguntó el duque—. Entonces nos hemosquedado sin torneo. ¿Quiénpuede ganarte en un combate?

—Yo puedo ponérselo difícil—protestó Brandt—. De hecho,recuerdo que la última vez quenos enfrentamos, en el campode la Legión, gané yo.

Erec rio.—Entonces, ¿eras tú?—Sí, teníamos diez años. ¡Y

no tenías ni la más remota

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posibilidad! —gritó Brandt.Erec rio.—No te he ganado desde

entonces —dijo Brandt—. Perocomo no te ha ganado nadie,tampoco me siento mal. Peropuedes darme una segundaoportunidad, ¿no?

Le pasó un brazo a Erec porlos hombros y se lo llevó haciael castillo. El duque y sushombres los siguieron.

—¡Apartaos, rufianes! —gritóalegremente Brandt—. Aquí

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tenemos a un auténticomiembro de la Plata.

Erec reía, feliz deencontrarse entre amigos.

—Puede que seas el mejorguerrero, pero apuesto a quetodavía consigo emborracharte.

—Eso ya lo veremos —dijoErec.

—Desde luego, será unacontecimiento que entres enel torneo —dijo el duque—.Sobre todo para estasseñoritas. Míralas bien. Todas

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te miran. Han venido desdetodos los rincones del Anillo enbusca de marido. ¡Y tú serás elpreferido!

—Esta noche en el banquetelas verás de cerca —dijo Brandt—. Podrás elegir. ¡Espero queesta noche te decidas por una!Este año los juegos seránmucho más interesantes.

Entre las damas que sehabían acercado a curiosear ylos caballeros que miraban condisimulo a su nuevo

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competidor, Erec se sintió muybien recibido. Estaba contentode encontrarse junto a su viejoamigo, y tras cabalgar durantetodo el día se las prometía muyfelices con el banquete y lafiesta de la noche, aunquetambién le preocupabaenfrentarse a la elección deesposa. Al ver la belleza deaquellas mujeres, sin embargo,se dijo que tal vez esta nochelo cambiaría todo.

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E

Capítulo trece

ra temprano, peroGodfrey ya habíatomado unas cuantas

copas y estaba en la tabernacon dos compañeros deborrachera: Akorth, un hombre

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alto y gordo, con poblada barbapelirroja, y Fulton, delgado ycon voz rasposa,prematuramente envejecido acausa de la bebida.

Había sido una semanahorrorosa. Primero la muerte yel funeral de su padre, y luegola coronación de su hermanoGareth. No cabía duda de quenecesitaba un trago. Despuésde todo, ¿qué mejor quebrindar por un hermano al quedetestaba y despedirse de un

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padre que siempre le habíamirado con desaprobación? Sinembargo, estaba triste.Siempre pensó que la muertede su padre le alegraría, porquele daría libertad para vivir supropia vida y beber cuantoquisiera sin que nadie se loreprochara. Y en cierto modo,se sentía liberado. Pero almismo tiempo le asaltó uninesperado remordimiento, unsentimiento que brotaba de lomás profundo de su ser, y que

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había mantenido reprimidodurante mucho tiempo. Locierto era que la muerte de supadre le entristecía. Hubieraquerido que siguiera vivo, ysobre todo que le demostraracariño, que le admitiera comoera, aunque fuera solo por unmomento.

Lo más curioso era que no sesentía totalmente libre. Creíaque la muerte de su padre lellevaría a pasar más tiempo enla taberna con sus amigos, pero

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había perdido las ganas debeber. Ahora tenía unsentimiento nuevo: ganas desalir y hacer algo, algoresponsable, aunque no sabíaqué. Era como si de repentefuera capaz de ponerse en ellugar de su padre.

—¡Otra ronda! —gritó Akorth.Y el tabernero se apresuró aponerles en las manos tresnuevas jarras de cervezaespumosa.

Godfrey se llevó su jarra a la

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boca y bebió un largo trago,notando cómo se le subía a lacabeza. Miró a su alrededor yse dio cuenta de que estabanlos tres solos en el bar, lo queno era extraño, porque todavíaera temprano. El día ya se leestaba haciendo largo. Volvió ainvadirle la tristeza cuando almirarse los zapatos vio que lostenía manchados de tierra, latierra de la tumba de su padre.Esto le llevó a pensar en supropia muerte y en cómo

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estaba viviendo su vida, encómo la desperdiciaba. Solotenía dieciocho años, pero yasentía que era demasiadotarde. ¿O todavía podría dar unvuelco a su existencia yconvertirse en el hijo que supadre siempre había deseado?

Dejó la jarra en la mesa y sevolvió hacia Akorth.

—¿Crees que ya es tardepara mí?

Akorth apuró una jarra decerveza y se llevó a la boca una

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nueva jarra con la otra mano.Cuando acabó de beber dejó oírun sonoro eructo.

—¿A qué te refieres?—A convertirme en un

ciudadano ejemplar. En unguerrero, en una persona útil.¿Crees que podría?

—¿Te refieres a hacer algoresponsable y útil con tu vida?

—Sí.—¿Quieres decir, convertirte

en uno de ellos? —intervinoFulton.

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—Sí —dijo Godfrey—. ¿Creesque estaría a tiempo, siquisiera?

Akorth soltó una risotada quehizo estremecer la taberna ydio un golpe sobre la mesa conla palma abierta.

—Este asunto te ha afectadomucho, ¿verdad? —bramóAkorth con su vozarrón—. Measusta un poco oírte hablar así.¿Quién quiere ser como ellos?Es demasiado aburrido.

—Con nosotros lo pasas

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mejor —dijo Fulton—. Tenemostoda la vida por delante. ¿Porqué perder el tiempo siendoresponsable cuando puedesperder el tiempo bebiendo?

Fulton celebró su propiochiste con risotadas, y Akorthse le unió.

Godfrey volvió la mirada a sujarra de cerveza. No sabía quépensar. En parte, estaba deacuerdo con sus amigos.Después de todo, era lo quesiempre había pensado, su

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filosofía de vida. Pero no podíanegar que estaba empezando apreguntarse si no habría nadamás; estaba cansado de hacersiempre lo mismo. Sobre todo,estaba indignado y,curiosamente, sentía deseos devengarse, no solo de su padre,sino de su asesino. Tal vez loúnico que quería era entender.Necesitaba saber quién habíamatado a su padre. ¿Quiénpodía haber deseado su muertey por qué? ¿Cómo había

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conseguido burlar a losguardias y escapar?

Repasó otra vez todas lasposibilidades, todas laspersonas que podían haberdeseado la muerte del rey. Nopodía dejar de pensar en suhermano Gareth. Recordó lareun i ón con sus hermanos,cuando él se marchó tanprecipitadamente. Le dijeronque el rey había nombradocomo sucesora a Gwendolyn.Debía de ser la única decisión

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correcta que su padre habíatomado en toda su vida; laúnica que encontraba digna derespeto. A Godfrey nunca lehabía gustado su hermanoGareth: era malo y calculador.Su padre había hecho loacertado al negarle el trono; sinembargo, al final lo habíancoronado.

Godfrey no dejaba de darvueltas al tema. Había undetalle que le obsesionaba:desde niño había visto una

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mirada de odio en los ojos deGareth, y esto le llevaba apreguntars e si habría tenidoalgo que ver en el asesinato. Encierto modo, estaba convencidode que tenía algo que ver, peronadie iba a tomarle en serio aél, a Godfrey el borracho.

Tenía que averiguarlo,aunque solo fuera paracongraciarse con su padre, paracompensar el tiempo que habíaechado por la borda. Si no sehabía ganado la aprobación del

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rey en vida, a lo mejor loconseguía después de muerto.S e masajeó la cabezaintentando pensar con claridad.Había algo que tenía querescatar del olvido, un recuerdoque no acababa de aflorar a laconciencia, una imagen que nopodía precisar, aunque sabíaque era importante. Se devanólos sesos, abstrayéndose de lasrisotadas de sus amigos.

De repente recordó aquel díaen el bosque, cuando se

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encontraron a Gareth encompañía de Firth. Ya entoncespensó que era muy raro, yahora recordaba que nopudieron explicar qué hacíanallí o a dónde iban. Seincorporó de repente, como sihubiera recibido una descargaeléctrica, y miró a Akorth.

—¿Recuerdas que el otro díaen el bosque nos encontramoscon mi hermano Gareth?

Akorth arrugó la frente,intentando aclarar las brumas

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del alcohol.—¡Lo vi en compañía de su

novio! —dijo burlón.—¡Seguro que iban de la

mano! —dijo Fulton, echándosea reír.

Pero Godfrey no estaba dehumor para bromas.

—¿Recuerdas de dóndevenían?

—¿De dónde? —preguntóAkorth.

—Se lo preguntaste y no telo dijeron —recordó entonces

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Fulton.En la mente de Godfrey iba

tomando forma una idea.—¿No os parece extraño que

estuvieran allí, en medio deninguna parte? ¿Recuerdascómo iba vestido? Llevaba unacapa y una capucha en uncálido día de verano. Ycaminaba deprisa, como si sedirigiera a alguna parte oviniera de alguna parte.

El asunto le parecía cada vezmás claro.

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Akorth miraba a Godfrey conasombro.

—¿A dónde intentas llegar?—preguntó—. Porque si esperasque yo lo adivine, vas muyerrado, amigo. Lo que yo digoes: ¡si quieres llegar al final delasunto, pide otra jarra! —gritóentre risotadas.

Pero Godfrey hablaba enserio y estaba concentrado.Esta vez no permitiríadistracciones.

—Creo que iban a alguna

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parte —dijo, pensando en vozalta—. Creo que iban a algunaparte y que llevaban malasintenciones.

Miró fijamente a sus amigos.—Y creo que tiene algo que

ver con la muerte de mi padre.Akorth y Fulton se pusieron

serios de golpe y se lequedaron mirando.

—Esto es algo muy serio —dijo Akorth.

—¿Acusas a tu hermano y asu novio de matar al rey? —

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preguntó Fulton.El tabernero los oyó y se

quedó paralizado en el sitio.Godfrey estaba concentrado,

pensando, imbuido de unsentimiento de responsabilidadal que no estabaacostumbrado.

—Es exactamente lo quequiero decir —respondió al fin.

—Es peligroso que digas eso—le advirtió el tabernero—.Ahora tu hermano es el rey. Sialguien te oye, pueden meterte

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en el calabozo.— M i padre es el rey —

corrigió Godfrey en tono severo.Se sentía imbuido de una nuevafuerza—. Mi hermano Garethsolo lleva una corona en lacabeza, pero no es un rey. Esun príncipe, igual que yo. Y nisiquiera es muy bueno comopríncipe.

El tabernero moviólentamente la cabeza y apartóla vista.

—¿A dónde iban? ¿Qué hay

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en el bosque? —Godfreynecesitaba saberlo. Agarró aAkorth de la muñeca.

—Cálmate, amigo. No tepongas nervioso…

—Necesito saber qué hay enese bosque —insistió Godfrey.

Akoth parecía encontrarse enestado de shock. En su miradase leía un respeto que Godfreyno había visto jamás en él.

—¿Qué mosca te ha picado?No puedo contestar, no tengoni idea.

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—Espera un momento, creoque sí que hay algo en elbosque —dijo Fulton.

Godfrey volvió la cabeza.—Bueno, no ahí

exactamente, sino cerca, enBlackwood, a unos pocoskilómetros. Se dice que allí viveuna bruja.

—¿Una bruja? —repitióGodfrey lentamente. Derepente todo encajaba.

—Sí, eso se dice. ¿Crees quese dirigían allí?

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Godfrey se bajó del taburete,que cayó al suelo, y saliócorriendo a la calle. Sus dosamigos saltaron también ycorrieron tras él.

—¿A dónde vas? —gritóAkorth—. ¿Te has vuelto loco?

Cuando abrió la puerta de lataberna, la luz de la mañana ledeslumbró. Por primera vez enmucho tiempo, se sentíaplenamente vivo. Dio mediavuelta y miró por última vez elinterior de la taberna.

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—Voy a encontrar al asesinode mi padre.

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S

Capítulo catorce

teffen se encogíatembloroso bajo loslatigazos de su jefe y se

tapaba la cabeza con losbrazos.

—¡Te ordené que vaciaras el

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recipiente cuando estuvieralleno! ¡Mira el estropicio quehas organizado!

A Steffen no le gustaba quele gritaran. Había nacidodeforme y jorobado, habíatenido que soportar muchosgritos desde niño. Sushermanos no lo aceptaban, notenía amigos, nadie le hacíacaso. Sus padres seavergonzaban de él. Fingieronque no existía, y en cuantopudieron lo echaron de casa

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para que se las arreglara comopudiera.

Desde entonces, Steffenhabía llevado una vida dura ysolitaria. Vivía de trabajosesporádicos y de pedir limosna,hasta que encontró un empleoen las tripas del castillo del rey.Él y otros criados se repartíanla dura tarea de vaciar elrecipiente de los desechos.Durante años, su tareaconsistió en esperar a que elenorme recipiente de hierro se

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hubiera llenado con las aguasmenores y mayores de los pisossuperiores; entonces, él y otrocriado levantaban el recipiente,lo sacaban por la puertatrasera, atravesaban el campohasta el río y lo vaciaban allí.

Durante este tiempo, Steffenhabía aprendido a hacer bien sutarea. No le afectaba eltransporte del pesado orinal,puesto que ya era jorobado. Encuanto a la fetidez, habíaaprendido a ignorarla, a pensar

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en otras cosas mientras hacíasu trabajo. Y es que Steffentenía una viva imaginación y nole costaba trasladarsementalmente a una realidadparalela. También poseía unagran capacidad de observación.Todo el mundo tendía aminusvalorarlo, pero enrealidad Steffen lo veía y lo oíatodo y lo absorbía como unaesponja. Era mucho mássensible y observador de lo quela gente creía.

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El día en que un puñal cayóen el recipiente de losdesechos, Steffen fue el únicoque se dio cuenta de que algohabía sonado distinto. Steffenoyó el clic de un metal ycomprendió que pasaba algoraro. Habían tirado un objetoequivocado, ya fuera poraccidente o —lo más probable— a propósito. De modo queesperó a quedarse solo, seacercó al recipiente tapándosela nariz con los dedos, enrolló

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la manga por encima del codo ymetió el brazo dentro de laporquería. Buscó y rebuscóhasta dar con un objeto largode metal. No se habíaequivocado. Antes de sacarlo ala superficie ya sabía que setrataba de un puñal. Lo sacórápidamente y, tras asegurarsede que nadie miraba, loenvolvió en unos harapos y loescondió tras un ladrillo suelto.

Días más tarde, en unmomento en que no había

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m o ro s en la costa, levantórápidamente el ladrillo yexaminó el arma con máscalma. No había visto nunca unpuñal tan bellamentetrabajado. Desde luego, nopertenecía a un plebeyo; era unarma de la aristocracia, unobjeto muy valioso y caro.

A la luz de la antorchacomprobó que tenía algunasmanchas que no se iban. Eranmanchas de sangre. Esto leextrañó, pero entonces recordó

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que el puñal había caído alrecipiente la misma noche enque asesinaron al rey, y letemblaron las manos al pensarque tal vez había encontrado elarma del crimen.

—¿Cómo puedes ser tanestúpido?

Su jefe seguía azotándolecon el látigo. Steffen se encogiómás y envolvió rápidamente elpuñal en unos trapos. Confiabaen que su amo no hubiera vistonada. Mientras estaba

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examinando el puñal, el orinalhabía rebosado. Steffen noesperaba que su jefe estuvieratan cerca. Pero estabaacostumbrado a este trato, y selimitó a apretar los dientes y aesperar que cesaran loslatigazos.

—Si vuelves a dejar que elrecipiente rebose, te echaré apatadas. No, haré que teencadenen y te arrojen alcalabozo, estúpido jorobado.¡No entiendo cómo te aguanto!

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Normalmente los latigazoscesaban al poco rato, pero estavez su jefe —un hombre gordo,con la cara marcada de viruelay unos ojillos perezosos— seensañaba especialmente con él.Los latigazos continuaroncayendo sobre Steffen, hastaque de repente algo se desatóen su interior. Ya no aguantabamás. Sin pensárselo, cogió elpuñal y se lo clavó a su jefeentre las costillas.

El hombre soltó un grito

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ahogado y se quedó inmóvil,tieso como una estaca. Mirabaa Steffen con horror eincredulidad. Los latigazoscesaron, pero Steffen estabafurioso. Toda la ira que habíaacumulado durante años sedesbordó. Con una mano cogióa su jefe por el cuello, mientrascon la otra hundía más el puñaly lo dirigía al corazón. Delpecho del hombre manaba unauténtico río de sangre.

Steffen no podía creer que

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hubiera tenido el valor de haceralgo así, pero disfrutó cadainstante. Llevaba añossoportando los malos tratos deese hombre espantoso que loazotaba con saña. Por fin habíallegado su hora de la venganza.

—Te lo mereces pormaltratarme —le dijo—. ¿Creesque eres el único que tienepoder aquí? ¿Cómo te sientesahora?

Su jefe cayó al suelo entrejadeos y estertores. Murió en

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cuanto llegó al suelo y sequedó allí tendido, con el puñalclavado en el pecho.

No había nadie más aaquellas horas de la noche.Tras mirar a un lado y a otropara comprobar que estabansolos, Steffen extrajo el puñal,lo envolvió en un trapo y loescondió de nuevo detrás delladrillo suelto. Aquella dagadesprendía una energíamaligna que le atraía, leincitaba a usarla. Pero al

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contemplar el cadáver de sujefe en el suelo le invadió elpánico. ¿Qué había hecho? Noentendía qué le había pasado;nunca había matado a nadie.Se inclinó para coger el cadáverde su jefe, se lo echó sobre loshombros y lo arrojó al enormerecipiente de los desechos,donde cayó con un chapoteo,salpicándolo todo de aguasucia. Por fortuna, el recipienteera hondo y el cadáver se fue alfondo.

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En el próximo turno, Steffenvaciaría el recipiente con laayuda de un criado que siempreestaba tan borracho que no sedaría cuenta de nada, unhombre que siempre apartabala mirada y se tapaba la narizpara no notar el mal olor. Nisiquiera se daría cuenta de queel recipiente pesaba más de loacostumbrado. Y cuando lovaciaran en el río, no se daríacuenta de que la corriente sellevaba un cadáver flotando.

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Steffen confiaba en que el ríose llevara a su jefe al infierno.

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G

Capítulo quince

areth intentabadisimular sunerviosismo en su

primera reunión de gobierno.Estaba sentado en el trono desu padre, en la amplia sala del

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consejo. Desde la mesasemicircular, los consejeros desu padre le miraban conexpresión grave y sin muchoconvencimiento.

Gareth empezaba a asimilarla situación: era el trono de supadre, los aposentos de supadre, los asuntos de su padre,sus leales consejeros. A lomejor se estaba volviendoparanoico, pero no se sentíacómodo frente a ellos. No podíaevitar preguntarse si

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sospechaban que él lo habíamatado.

Por primera vez, sintió sobresus hombros el peso de lasobligaciones que habíacontraído. Ocupar el tronosignificaba que todas lascargas, las decisiones y lasresponsabilidades recaían sobreél. No se sentía preparado paraesto. Siempre había querido serrey, pero no había pensadonunca en lo que significaba aun nivel práctico, cotidiano.

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El consejo llevaba horasdebatiendo diversos asuntos,pero Gareth no sabía quédecidir en cada caso. No podíaevitar la sensación de que cadanuevo problema que lepresentaban era una muestrade rechazo, como si quisieranrecalcar su incapacidad, su faltade experiencia. Demasiadopronto comprendió que no teníani los conocimientos ni lasabiduría de su padre paragobernar, y además carecía de

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experiencia. No estabapreparado para tomardecisiones, y sabíaperfectamente que las quehabía tomado erandesacertadas.

Lo que más le inquietaba eraque la investigación sobre elasesinato de su padre seguíaen marcha. Temía quedescubrieran algo sobre Firth,lo que sin duda les conduciríahasta él. No estaría tranquilohasta que no hubiera alejado

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ese riesgo, y planeaba lamanera de encontrar otroculpable. Era arriesgado, desdeluego, pero matar a su padrehabía sido un riesgo.

—Mi señor —dijo en tono degravedad uno de losconsejeros. Owen, el tesorerodel reino, estaba desenrollandoun pergamino tan largo queparecía no tener fin—. Me temoque nos encontramos casi enbancarrota. La situación es muygrave. Advertí sobre ello a

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vuestro padre, pero no tomó lasdecisiones oportunas. No quisocargar al pueblo con un nuevoimpuesto, ni tampoco a laaristocracia. Sinceramente, nocreo que tuviera un plan. Creoque pensaba que todo searreglaría de un modo u otro,pero no ha sido así. Hay quedar de comer al ejército, y hayque reparar las armas. Hay quepagar a los herreros, cuidar dela caballería. Y nuestratesorería está prácticamente

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vacía. ¿Qué proponéis quehagamos, señor?

Gareth se quedó callado. Notenía ni idea de qué decir.

—¿Qué propondríais vos? —preguntó.

Owen carraspeódesconcertado. Al parecer erala primera vez que el rey lepedía su opinión.

—Bueno, mi señor… Hmmm.A vuestro padre le propusecrear un nuevo impuesto parael pueblo, pero consideró que

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era una mala idea.—Es una mala idea —

intervino Earnan—. El pueblo serebelaría contra un nuevoimpuesto. Y sin el pueblo nosomos nadie.

Gareth miró al joven sentadoa su derecha. Era Berel, unamigo de infancia, unaristócrata sin formaciónmilitar, tan cínico y ambiciosocomo el mismo Gareth. Y esque el nuevo rey se habíatraído al consejo a sus propios

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amigos como consejeros, a finde equilibrar las fuerzas.Representaban a la nuevageneración. Esto no habíasentado bien a la vieja guardia.

—¿Qué opinas, Berel? —lepreguntó.

El joven arqueó una ceja yrespondió con voz segura ypausada:

—Ponedles una nueva tasa;que paguen el triple que hastaahora. Haced que el pueblonote el peso de vuestro nuevo

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poder, que os tenga miedo. Esla única manera de gobernar.

—¿Desde cuándo sabéis voslo que significa gobernar? —lepreguntó Aberthol.

—Perdonad, mi señor, ¿quiénes esta persona? —Bromestaba indignado—. Somos elgobierno del rey, y no hemosdado nuestra aprobación a laincorporación de nuevosmiembros.

—Es mi gobierno y hago enél lo que quiero —replicó

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Gareth—. Berel es uno de misnuevos consejeros. Y su ideame gusta. Triplicaremos la tasaque paga el pueblo. Asíllenaremos las arcas y haremosque el pueblo sienta el peso dela autoridad. Entenderán queyo soy el rey y que debentemerme… más de lo quetemían a mi padre.

—Mi señor —dijo Aberthol—,debo advertiros contra esaforma de actuar. No es buenotomar una decisión así con tal

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precipitación. Provocará unarevuelta de los súbditos.

—Son mis súbditos —bramóGareth—. Puedo hacer con elloslo que quiera. He tomado midecisión. ¿Qué otros temas mehabéis traído?

Los miembros del consejo semiraron inquietos unos a otros.De repente, Brom se puso depie.

—Mi señor, con todos losrespetos, he de deciros que nopuedo formar parte de un

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gobierno al que no se escucha.Participé en las reuniones deeste consejo durante años, y enatención a su memoria estoyaquí para serviros. Pero no soismi rey. Y no participaré en ungobierno que no respete a susmiembros originales. Habéistraído a unos intrusos queignoran lo que significa dirigirun reino. No pienso participaren esta farsa. Por lo tanto,renuncio a mi puesto.

Dicho esto, Brom apartó la

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silla y se marchó dando unportazo cuyo eco retumbó unay otra vez en la amplia sala.

Aunque no lo demostró,Gareth se quedó asustado. Labaraja de cartas sedesmoronaba a su alrededor.¿Se había pasado de la raya?Pero lo que dijo fue:

—No importa. No lonecesitamos. Tengo a mi propioconsejero en asuntos militares.

—¿Decís que no lonecesitamos, mi señor? Es uno

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de nuestros mejores generales—le recordó Aberthol—. Y erael mejor consejero de vuestropadre.

—Los consejeros de mi padreno son mis consejeros —advirtió Gareth en tonoamenazador—. Empezamos unanueva etapa. Si hay alguienmás que se sienta descontento,es preferible que se marcheahora.

Con el corazón encogido,esperó a que otros consejeros

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se levantaran y abandonaran lasala, pero sorprendentementenadie se movió; se limitaron amirarle estupefactos. Garethhabía considerado necesarioafirmar su autoridad para tomarposesión de su reino. Pero latensión le dejó extenuado.Estaba sudando y solo queríaacabar la reunión cuanto antes.Llevaban demasiadas horasreunidos.

—¿Hay algo más, o podemosdar por terminada la reunión?

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—preguntó en tono impaciente.—Mi señor, hay otro asunto

de importancia —dijo Bradaigh—. La noticia de la muerte devuestro padre se ha extendidoa todos los rincones del Anillo.Según nuestros espías, losMacCloud se han reunido conun contingente de las TierrasAgrestes. Al parecer tienenintención de atacarnos, ya seaen solitario o con la ayuda delImperio. Es posible que lespermitan atravesar el Cañón

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por el Paso del Oeste. Sugieroque movilicemos nuestrasfuerzas y dupliquemos laspatrullas en la Cordillera.

Gareth se quedó estupefacto.No sabía qué decisión tomar.Nunca había sido muy ducho enestrategias militares, y la solaidea de que los MacCloudpudieran invadirlos leaterrorizaba.

—Los MacCloud nopermitirán que el Imperiopenetre en el Cañón —dijo—.

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Esto los pondría en peligrotambién a ellos. Pero es posibleque nos ataquen, por más quemi hermana se haya convertidoen su nueva princesa. Tal vezsea mejor no esperar yatacarles primero.

—¿Atacarles sin que medieprovocación? —preguntó Kelvin—. Eso desataría una auténticaguerra.

Gareth se quedó pensativo,con el mentón apoyado en lamano. Se preguntó cuándo

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acabaría esa pesadezinsoportable. No quería seguirpensando, quería salir de allí.Su principal preocupación era lainvestigación acerca delasesinato de su padre.

—Reflexionaré sobre lo quepodemos hacer —dijo en tonocortante—. Mientras tanto,tengo que hablaros de un temamucho más urgente: elasesinato de mi padre. He oídoque han encontrado al asesino.

—¿Cómo?

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—¿Es posible, mi señor?—¿Quién? ¿Cuándo?Todos los consejeros

gritaban al mismo tiempo, yalgunos incluso se pusieron depie, llenos de indignación.

Era justamente la reacciónque Gareth esperaba de ellos.Sonrió para sí y le hizo unaseña a Firth, que esperaba depie junto a la pared, para quese acercara. Con gesto teatral,Firth le tendió un objeto quellevaba en la mano, y Gareth lo

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levantó para que todospudieran verlo. Era unfrasquito.

—Es raíz de mandrágora, elveneno utilizado para intentarmatar a mi padre la noche delbanquete. Como podéis ver,está casi vacío. Este frasco fueencontrado esa misma nocheen la habitación del asesino.

—¡Decidnos quién es elasesino, mi señor! —clamóAberthol.

Gareth hizo un esfuerzo por

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fingir que le dolía dar la noticia.—Me apena decir que se

trata de mi hermano mayor, elhijo primogénito de mi padre:Kendrick.

—¿Cómo puede ser?—¡Es indignante!—¡No es posible! —gritaron

los consejeros.—Oh, me temo que es cierto

—respondió Gareth—. Haypruebas que lo atestiguan. Heordenado a mis hombres que lodetengan. Será encerrado en el

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calabozo y juzgado por elasesinato de mi padre.

Los consejeros empezaron ahablar todos a la vez.

—¡Pero Kendrick era elfavorito de vuestro padre!—gritó Duwayne—. Siempre fueel más leal.

—Tiene que ser un error —dijo Bradaigh.

—¡Todavía estamosinvestigando este caso! —exclamó Kelvin.

—Dad por concluida la

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investigación —dijo Gareth—.Ya no es necesaria.

—Todo encaja. —Firth dio unpaso adelante—. Kendrick teníael motivo. Era el primogénito,pero estaba fuera de la líneasucesoria. Esta ha sido suvenganza.

Los consejerosintercambiaron miradas deescepticismo.

—Estáis en un error —intervino Aberthol—. Kendrickno es ambicioso. Es un guerrero

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leal.Gareth se sintió satisfecho al

ver que los consejeros discutíanentre ellos. Era justo lo quequería: plantar en sus mentesla semilla de la duda. Habíaencontrado un chivo expiatorioal que culpar y encerrar. No leconcedería juicio alguno. Haríasaber al reino que el asuntohabía concluido de forma rápiday satisfactoria. Y de paso selibraba de un posiblepretendiente al trono.

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Se apoyó en el respaldo ycontempló satisfecho la caóticasituación que había creado.Empezaba a pensar que,después de todo, el papel derey no le venía tan mal.

En realidad le venía comoanillo al dedo.

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T

Capítulo dieciséis

hor llevaba horascaminando con losnumerosos miembros de

la Legión por una anchacarretera de tierra que parecíano tener fin. Junto a él estaban

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Reese, O’Connor, Elden y losgemelos, y Krohn le seguía decerca. Se dirigían al lejanoCañón, donde acababa suprimer tramo del viaje al MarTartuvio.

Después de pasar la nochecon Gwen, Thor se levantó conel alba para llegar a tiempo alos barracones. Allí cogió supetate, sus armas y su honda ypudo salir con todos los demás.Le parecía increíble estar apunto de iniciar con los chicos

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la aventura más grande de suvida, la que los convertiría enhombres hechos y derechos:cien días repletos de peligros.Se notaba la tensión en el aire.Algunos chicos caminabanllenos de ilusión, pero otrospermanecían en silencio yparecían asustados. Al parecer,dos chicos de la Legión sehabían escapado durante lanoche porque tenían miedo deembarcar rumbo a la Prueba delos Cien Días.

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Thor se alegraba de queninguno de sus nuevos amigosse hubiera marchado. Noestaba demasiado asustado,tenía otras cosas en quepensar. El recuerdo de la nochepasada con Gwendolyn no seapartaba de su mente: surostro, su voz, su energía. Eracomo si la tuviera delante.Había sido un día y una nochede magia, unos momentosinolvidables. Pensar enGwendolyn le llenaba el

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corazón de gozo y le hacíasentir que todo estaba bien enel mundo, independientementede lo que ocurriera duranteaquellos cien días. Llevando aGwendolyn en su corazón,podría soportarlo todo. Teníauna razón para volver con vida.

Juntos recordaron al reyfallecido y se sintieron unidospor la pena. Para Thor fue unalivio compartir su tristeza conella; le proporcionó elsentimiento de paz que

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necesitaba. Apenas cerraba losojos, vislumbraba el lago deaguas transparentes y la islarecóndita donde había estadocon Gwendolyn, el lugar másextraordinario que había vistojamás. Estuvieron toda la nochecontemplando las estrellas, yGwendolyn se quedó dormidaentre sus brazos. No sedesnudaron, pero se estuvieronbesando toda la noche, hastaque ella se hizo un ovillo yapoyó la cabeza en su pecho.

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Era la primera vez que tenía auna joven dormida en susbrazos. En algunos momentos,Gwen lloró, y Thor comprendióque lloraba por su padre.

Se despertó con el alba.Estaba saliendo el primer sol, yuna preciosa luz rojizailuminaba el horizonte. Aquellasilenciosa mañana de verano,Thor se sintió feliz conGwendolyn dormida en susbrazos. Notaba el calor de sucuerpo, la suave brisa que

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movía lentamente las ramas delos árboles, y tuvo la sensaciónde que todo era perfecto. Era laprimera vez que se despertabacon tal sentimiento de amor yde armonía con el mundo. Porprimera vez, se sentía deseadopor alguien.

La despedida fue triste. Thordebía regresar corriendo a laLegión. Con las lágrimasrodándole por las mejillas,Gwen le abrazó fuerte durantelargo rato, resistiéndose a

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dejarle marchar.—Júramelo otra vez —le

susurró—. Júrame que volverás.—Te lo juro.Thor conservaba en la retina

la imagen de Gwen mirándolecon ojos llenos de lágrimas y deanhelo. Ahora que marchabapor la carretera con sushermanos de la Legión, esaimagen le daba fuerzas.

—No tengo muchas ganas devolver a atravesar el Cañón —dijo una voz.

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Las palabras de Eldensacaron bruscamente a Thor desu ensoñación. Su amigomiraba con expresión temerosala silueta del puente en ladistancia. Era el Paso del Este,guardado por cientos desoldados alineados.

—Yo tampoco —admitióO’Connor.

—Esta vez será distinto —dijo Reese—. Vamos en grupo.Estaremos poco tiempo en lasTierras Agrestes; enseguida

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embarcamos. Es el camino máscorto para llegar a los barcos,pero no nos adentraremosmucho en el territorio.

—Pero estaremos más alládel Cañón, y puede ocurrircualquier cosa —dijo Conval.

Todos se quedaron ensilencio. Thor oía el retumbarde cientos de botas caminandosobre las piedras, los cascos delos caballos que acompañabana los guerreros y el jadeo deKrohn que corría junto a él.

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Podía oler los caballos, el sudorde los jóvenes asustados. Él notenía miedo. Estabaemocionado, nervioso, yanhelaba volver a ver aGwendolyn.

—Bueno, pensad que cuandovolvamos, dentro de tresmeses, seremos otros —dijoO’Connor—. Habremoscambiado.

—Si es que volvemos —corrigió Reese.

Thor contempló a los jóvenes

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y a los hombres a su alrededory pensó que aquel momento nose repetiría. El mundocambiaba constantemente, acada minuto. Era difícilconservar algo. Le habríagustado poder congelar elmomento que estaba viviendo,pero sabía perfectamente queera imposible.

Por fin llegaron a la base delPaso del Este, donde sedetuvieron antes de cruzar el

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puente. Los miembros de laLegión contemplaban contemor reverencial el larguísimopuente que se perdía en ladistancia. A Thor no le extrañó;era la segunda vez que lo veíay seguía impresionándole. Elpuente colgaba sobre unabismo tan profundo que no seveía el fondo, y aunque estabarepleto de soldados del reyformados en hilera, uno tenía laimpresión de que poner un pieallí era emprender un camino

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sin retorno.Cuando empezaron a

recorrer el puente, en fila indiay en silencio, Thor comprendiólo mucho que se jugaban. Estoya no era un ejercicio deentrenamiento. Cuandoabandonaran la protección delAnillo, entrarían en las TierrasAgrestes como auténticosguerreros que luchan a vida omuerte. Cualquiera podíamatarlos en cualquiermomento.

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Todos estaban tensos ytendían a acercarse unos aotros; caminaban apretando lamandíbula, listas las manossob re la empuñadura de laespada. El viento ululaba ysoplaba desde cualquierdirección… y de repenteparaba. Thor no quería mirarhacia abajo pero no pudoevitarlo. Y se arrepintió, porquelo que vio fue un profundísimoabismo que acababa en unfondo de niebla. Tragó saliva, y

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por enésima vez se asombródel poder que poseía el lugar.Krohn gruñó y se acercó a Thorpara frotarse contra suspantorrillas.

Siguieron caminando ycaminando. El puente parecíano acabar nunca. De repente seoyó un chillido que provenía delo alto. Era Estopheles, quevolaba en círculo sobre ellos.Cuando vio que su halcónbajaba en picado, Thor secubrió el brazo con la manga y

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lo levantó, esperando que seposara allí. Pero Estophelesllevaba en la garra un objetoque parecía un pergamino.Cuando el pergamino cayó a lospies de Thor, el halcón emitióun chillido y se alejó volando.Krohn corrió a cogerlo entre losdientes y se lo llevó a su amo.

—¿Qué es? —preguntóReese.

—¿Un mensaje? —aventuróO’Connor.

Thor desenrolló el pergamino

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con mucho cuidado, convencidode que tenía que ser unmensaje para él. En cuanto viola letra, supo que era deGwendolyn y lo protegió concelo. Lo sostuvo con manostemblorosas sin dejar decaminar.

Pasarán muchos días hastaque volvamos a vernos, y esposible que no nos veamosnunca más. No encuentropalabras para expresartecómo me siento. No dejo de

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pensar en ti. Estaré a tu ladoen todo momento,dondequiera que vayas.Tienes mi corazón en tusmanos. Espero que lomanejes con cuidado. Piensaen mí y regresa a mi lado.

Con todo mi amor,Gwendolyn

—¿Qué es? —preguntó Elden.—¿De quién es el mensaje

que lees? —bromeó Conval.Thor no respondió. Enrolló el

pergamino y se lo metió en el

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bolsillo. No estaba seguro dequerer que los demásconocieran su contenido.

—¿Es de mi hermana? —lesusurró Reese.

Thor esperó a que los demásno miraran para hacer un gestode asentimiento.

Reese pareció comprender.—Se ha enamorado de ti,

amigo. Espero que la tratesbien. Es delicada. Y la quieromucho.

Thor releía mentalmente el

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mensaje de Gwen, lleno deemoción. Había estadopensando en ella todo el rato, yde repente le caía un mensajedel cielo, como si suspensamientos se hubieranmaterializado. Sentía uninmenso amor por Gwen, y yaestaba contando los días que lefaltaban para verla. Por primeravez en mucho tiempo tenía algoa lo que aferrarse, un puerto alque regresar.

Todavía tardaron en llegar al

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otro lado del Cañón. Pisar elsuelo de las Tierras Agrestesfue como una sacudidaeléctrica. ¡Ya estaban fuera dela protección del escudo deenergía! De inmediato, Thor sesintió vulnerable, y a los demásles debió de pasar lo mismo,porque se llevaron las manos alas empuñaduras y se pusieronen posición de alerta. Siguieronun camino que se internaba enun espeso bosque. Se oíanextraños ruidos de animales a

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su alrededor.Kolk se adelantó y les dirigió

unas palabras.—Tenéis que permanecer

juntos y con las armaspreparadas. Nos moveremospor estos bosques como un solohombre. Quedan muchoskilómetros para llegar alocéano, donde los barcos nosesperan dispuestos para zarpar,vigilados por nuestros hombres.El ejército del Imperio seencuentra demasiado lejos para

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causar problemas, peropodemos encontrarnos conasaltantes solitarios.Permaneced alerta.

Caminaron durante horas. Elcamino se hizo más estrecho ysinuoso a medida que seinternaban en el bosque, y elcielo se oscureció. Durante todoel camino siguieron oyendosonidos de extraños animales, yde vez en cuando el crujir deunas ramas les producía unsobresalto, pero no sufrieron

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ningún ataque. Thor estabatodo el rato en guardia, ysuspiró aliviado cuando horasmás tarde el bosque dio paso aun terreno más abierto y vierona lo lejos el Mar Tartuvio. A susoídos llegó el batir de las olas,y el aire les trajo un olor a mar.El terreno se veía despejado,sin un enemigo a la vista. Losbarcos de madera lesaguardaban con las velasondeando al viento. Loshombres del rey montaban

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guardia.—¡Lo hemos conseguido! —

gritó O’Connor.—Todavía no —dijo Elden—.

Solo hemos llegado hasta losbarcos, pero tenemos quecruzar el océano, que es muchopeor.

—Tengo entendido que laisla se encuentra a varios díasde distancia —dijo Conval—. Sedice que en el Mar Tartuviosuele haber intenso oleaje ygrandes tormentas. Sus aguas

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están repletas de monstruos yde naves enemigas. Nuestraaventura no ha hecho más queempezar.

Thor contempló la orgullosasilueta de los barcos fondeados,con las blancas velas reluciendoal sol. Estaba emocionado.Habían abandonado el Anillo.

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E

Capítulo diecisiete

rec estaba en la ampliasala, sentado a la mesade honor y un poco

abrumado por las atencionesdel duque, que le habíaorganizado un banquete de

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bienvenida con cientos deinvitados. Desde luego, sabíaque era importante en el reino,sobre todo debido a su relaciónco n el rey, pero no esperabaque el duque sacara laalfombra roja. Era el segundodía de celebraciones antes deltorneo; si no empezaba prontoa competir, con tanta bebida ytanta comida perderíafacultades.

Recostado en los mullidoscojines, echó un vistazo en

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derredor y observó la ampliagama de atavíos, maneras yacentos de los asistentes,caballeros llegados de lospuntos más remotos del Anillo.Le parecieron todos excelentesguerreros. Y aunque el duqueestaba seguro de que Erec losvencería, él no daba nada porsupuesto. Así se lo habíanenseñado. Al día siguiente secelebraría el torneo, y queríahacer un buen papel. Despuésde todo, representaba al rey, y

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esto se lo tomaba muy enserio.

Otra cosa era que encontraraesposa. Sonrió para sí al pensaren el tema. En los dos últimosdías le habían presentado a lasmujeres más bellas del Anillo.De hecho, en la misma salapodía ver a muchas jóvenesbonitas, y la mayoría tenían susojos puestos en él. Observó queesto despertaba los celos dealgunos hombres, aunque él nose sentía celoso ni competitivo.

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Todas las mujeres que lehabían presentado eran guapasy elegantes, pero para elegiresposa Erec quería fiarse de suinstinto, y por alguna razónninguna de ellas le habíadespertado una emociónespecial. Aunque estaba segurode que serían excelentesesposas, ninguna era para él.

—Erec, de la Isla Sur delAnillo, permíteme que tepresente a Dessbar, de laSegunda Provincia de las

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Tierras Bajas.El duque le presentó a otra

hermosa joven, en un desfileque parecía no tener fin. Erauna bonita damisela vestida deseda blanca de la cabeza a lospies. Le dirigió una simpáticasonrisa a Erec y le hizo unagraciosa reverencia.

—Es un placer, mi señor.—El placer es mío —dijo

Erec, poniéndose en pie yrozando su mano con los labios.

—Dessbar proviene de Valle

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Esmeralda y de una noblefamilia del este. Su madre esprima lejana del rey. Es desangre noble. Sería unaexcelente esposa.

Erec asintió amablemente.No quería ofender a la joven nial duque.

—Se adivina que es de noblelinaje —dijo, con unainclinación de cabeza—. Es unprivilegio conoceros.

Cuando Erec tomó asiento,tanto la joven como el duque

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parecieron un pocodecepcionados, pero él noquería fingimientos. Abordaríala elección de esposa con lamisma disciplina con la que seenfrentaba al combate: convoluntad, determinación yconcentración.

La fiesta continuó hasta altashoras de la noche. De losfuegos solo quedaban rescoldosy la gente empezaba amarcharse, pero Erecfinalmente se había sentado

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junto a su viejo amigo Brandt eintercambiaba con él historiasde batallas.

—¿Recuerdas cuandopatrullábamos aquella colina,nosotros cuatro contra toda unacompañía de McCloud? —preguntó Brandt.

—Ya lo creo que me acuerdo—asintió Erec.

—Te aseguro que si no llegaa ser por ti, no seguiría convida.

Erec movió la cabeza.

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—Fue pura suerte.—Nada de pura suerte; eres

el mejor guerrero del reino.—Es cierto —corroboró el

duque, al otro lado de Erec—.Pobres de los caballeros que seenfrenten mañana contigo.

—No estoy tan seguro —dijoErec humildemente—. Creo quetienes muy buenos guerrerosaquí.

—Cierto, cierto —admitió elduque—. Han llegado de todoslos puntos del Anillo. Parece

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que todos los hombres deseanlo mismo: una bella esposa.Dios sabe por qué. ¡En cuantola conseguimos no pensamosmás que en deshacernos deella!

Los hombres rieron.—No cabe duda de que la

competición será muy reñida —dijo el duque—. Pero tengoplena confianza en ti.

—El único problema —intervino Brandt— es que elganador debe elegir esposa. Y

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conociéndote, puede que noelijas a ninguna… ¡y lasofendas a todas!

—No pretendo ofender anadie —dijo Erec—. Solo que…¿y si no la he encontradotodavía?

—No me digas que ningunade estas mujeres te place losuficiente —dijo con sorpresa elduque—. Has conocido aalgunas de las mujeres másbellas de la corte. Muchos delos hombres aquí reunidos

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morirían por alguna de ellas… yciertamente algunos puedenmorir mañana.

—No pretendo ofender anadie —dijo Erec—. No meconsidero mejor que ningunode ellos. Al contrario,seguramente muchos de esoscaballeros son mejores que yo.Pero… no quiero precipitarme.Creo que cuando encuentre a lamujer adecuada me lo dirá elcorazón.

—¡Precipitarte! —exclamó

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Brandt—. ¡Has tenidoveinticinco años para pensarlo!¿Cuántos más necesitas?

El comentario fue recibidocon risas.

—Decídete de una vez,sienta la cabeza con unaesposa y únete a nosotros en ladesgracia. Después de todo, ladesgracia siempre buscacompañía. ¡Y tenemos el deberde poblar nuestro reino!

Todos estallaron enrisotadas. Erec apartó la

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mirada, un poco incómodo porel giro que tomaba laconversación. De repente sequedó electrificado al divisar alotro lado de la sala a una jovende unos dieciocho años, conuna larga melena rubia y ojosverdes y almendrados. Ibavestida como una criada, conropas casi harapientas, ypasaba de mesa en mesasirviendo el vino a loscomensales. Mantenía lacabeza gacha, sin mirar a los

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clientes, en la actitud máshumilde que Erec había vistojamás. Parecía desalentada,con la ropa sucia y el pelodescuidado, como si llevaradías sin lavárselo. Había otrasmuchas sirvientas trabajandoduramente, y nadie les hacía elmenor caso. En la corte, lasclases sociales se tomaban enserio, y los sirvientes eran laclase inferior.

Sin embargo, en cuanto Erecle puso la mirada encima, fue

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como si le hubiera alcanzado unrayo. La chica tenía algoespecial, destilaba una dignidadcasi aristocrática que ladistinguía de las demás.

Cuando la joven se acercó asu mesa para llenar las copasde los invitados, Erec pudoverla de cerca y se quedó sinrespiración. Nunca se habíasentido así al conocer aalguien, ni siquiera antemiembros de la realeza. Era loque llevaba toda la vida

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buscando, el sentimiento quehabía intuido sin saber si loexperimentaría algún día.

La belleza de la muchacha lehabía dejado sin habla. Teníaque averiguar quién era.

—¿Quién es esa mujer? —lepreguntó al duque.

El duque y otros comensalesvolvieron la cabeza, esperandover a una vistosa dama.

—¿Te refieres a Esmeralda,la del vestido azul?

—No. —Erec señaló a la

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joven con un gesto—. A ella.El duque y sus amigos se

quedaron confusos.—¿Te refieres a la criada…?Erec asintió.El duque se encogió de

hombros.—¿Cómo voy a saberlo? Una

criada —dijo en tono desdeñoso—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Laconoces?

—No. —Las palabras se leatascaban en la garganta—.Pero me gustaría conocerla.

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La joven se acercó parallenar la copa de Erec, pero élestaba tan hipnotizado que seolvidó de alzarla. Finalmente,sus miradas se encontraron.Erec sintió que el mundo sedesmoronaba a su alrededor.La joven lo miró.

—Mi señor —dijo. Abrió losojos de par en par y duranteunos segundos lo mirófijamente, como si seconocieran—. Mi señor,¿queréis que os sirva más vino?

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Erec la contemplabaembobado, incapaz de decirnada. Al final, fue ella quienreaccionó y se marchó, aunqueen un par de ocasiones volvió lacabeza hacia Erec. En cuantopudo dejar la jarra de vino,salió corriendo de la sala.

Erec seguía embobado.—Quiero conocerla —le dijo

al duque.—¿A esa joven? —le

preguntó el duque conincredulidad.

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—Pero si es una criada —dijoBrandt—. ¿Para qué quieresconocerla?

Erec sabía que aquella era lajoven que buscaba.

—Esa es la mujer que quiero.Es mi elegida si gano lostorneos.

—¿Tu elegida? —Brandtestaba perplejo.

Tampoco el duque salía desu asombro.

—Podrías elegir a cualquiermujer del reino, a ambos lados

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del Anillo; a la hija de unaristócrata, a una mujer conuna dote tan grande comoamplio es el reino. ¿Y eliges auna sirvienta?

Pero las objeciones de susamigos no hicieron mella enErec, que seguía con la miradaclavada en el punto por dondela joven había salido corriendo.

—¿A dónde ha ido? Tengoque averiguarlo.

—¿Estás seguro? —preguntóBrandt.

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—Cometes un grave error —añadió el duque—. Estáshaciendo un desprecio a lasmujeres de esta sala, todas dealta alcurnia.

Erec se volvió hacia el duquey le habló con sinceridad.

—No pretendo despreciar anadie —dijo—. Pero es la mujercon la que quiero casarme. ¿Meayudarás a encontrarla?

El duque le hizo una señal asu ayudante, que partió raudo acumplir el encargo. Luego,

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esbozó una amplia sonrisa y lepuso a Erec la mano en elhombro.

—Es cierto lo que he oído deti, amigo. No te importa lo quepiensen los demás. Esto es loque aprecio de tu persona. —Suspiró profundamente—.Encontraremos a esa jovensirvienta. ¡Y tendremos boda!

Los invitados que estabanalrededor estallaron en gritosde júbilo y le palmearon laespalda a Erec. Pero él no les

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prestaba atención; pensaba enla joven que le había robado elcorazón. Estaba convencido deque había encontrado al amorde su vida.

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G

Capítulo dieciocho

areth estaba de piejunto a la ventanacontemplando la Corte

del Rey, tal como a su padre legustaba hacer. MacGil solía saliral exterior y asomarse a los

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parapetos, pero Gareth preferíaquedarse junto a la ventanacon las manos entrelazadas a laespalda y mirar a su pueblo sinque nadie le viera.

A su pueblo. Ahora eran sussúbditos. Le resultaba difícil deasimilar. Desde el día de sucoronación, no se había quitadola corona de la cabeza. A pesarde que era verano y hacíacalor, tampoco se quitaba lacapa blanca y negra de supadre, y seguía aferrando el

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cetro de oro. Empezaba asentirse como un rey, unauténtico rey, y lo disfrutaba.

Todo el mundo se inclinaba asu paso. Cada vez que alguieninclinaba la cabeza, él sentíauna inyección de adrenalina tanpoderosa como no habíasentido nunca. Y siempre leestaban mirando, a todashoras.

Lo había logrado. Habíamatado a su padre sin quenadie se enterara y había

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despejado lo que obstaculizabasu camino hacia el trono. Yaestaba allí. No había vueltaatrás.

Sin embargo, no sabía quéhacer como rey. Toda su vidasoñando con este momento, yahora ignoraba qué pasosseguir. No le cabía duda de queser el rey implicaba soledad.Llevaba horas solo en susaposentos, contemplando laciudad. En la planta inferior, elconsejo le esperaba para una

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reunión. Gareth había decididohacerles esperar; le encantabahacerles esperar. Era el rey, ypodía hacerles esperar cuantoquisiera.

Entretanto, se preguntó quépodía hacer para asegurar yaumentar su poder. Lo primerosería encarcelar a Kendrick, yluego ejecutarlo. Era arriesgadoque el primogénito, el preferidode la familia, siguiera con vida.Ya había ordenado a losguardias que lo detuvieran, y

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no pudo evitar una sonrisa alpensar en lo mucho que sesorprendería.

Thor también representabaun peligro. Había estadodemasiado cerca del rey, y¿quién sabe lo que le habíadicho el monarca en su lechode muerte? ¿Y si habíaidentificado a Firth? Thor seríael siguiente en la lista. Habíaque deshacerse de él. Garethya tenía un plan con el queestaba muy satisfecho. Había

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pagado a un miembro de laLegión para que matara a Thor;tenía que tenderle unaemboscada en cuanto llegarana la Isla de la Niebla yasegurarse de que el joven noregresara.

En cuanto hubiera resuelto elproblema de Kendrick y deThor, le llegaría el turno aGwendolyn, que tambiénconstituía un riesgo. El rey lahabía designado para ocupar eltrono, y el pueblo se podía

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poner de su parte.Pero el tema que más le

preocupaba era la EspadaDinástica. ¿Debía intentarempuñarla? Si lo lograba,triunfaría: ningún otro monarcade los MacGil había podidolevantarla. El pueblo se pondríade su parte y el trono estaríaasegurado, porque él seconvertiría en el Elegido, el queestaba destinado a dirigir losdestinos del reino. Gareth habíasoñado siempre con levantar

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esa espada, desde que era unniño. En cierto modo creía quepodría.

Por otra parte… no estabatan seguro.

La puerta de sus aposentosse abrió de golpe, y Garethvolvió la cabeza con gestoindignado. ¿Quién se atrevía aentrar así? Era Firth, que lomiraba aturdido. Últimamentese comportaba de un modoinsolente, como si tuvieraderecho a una parte de la

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corona. Tal vez había sido unerror nombrarle consejero, sedijo Gareth. Por otra parte, sealegraba de verlo: estabacansado de tanta soledad. Yano sabía quién era amigo suyode verdad, y vivía apartado detodos.

A una indicación de Gareth,los soldados dejaron pasar aFirth y cerraron la puerta. Firthabrazó a Gareth y trató debesarle, pero este le apartó. Noestaba de humor para

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demostraciones; tenía muchascosas en que pensar.

Firth pareció dolido, pero serecompuso y esbozó unasonrisa.

—Mi señor —dijo,enfatizando el tratamiento—.¿No te gusta que te llamen así?—Batió las palmas encantado—. ¡Es increíble que seas el rey!Podemos hacer lo que se nosantoje. Todo el mundo estápendiente de nuestros deseos.

—¿Nuestros? —preguntó

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Gareth secamente.Firth titubeó.—Es decir… de tus deseos,

mi señor. Puedes pedir lo quequieras, todo el mundo esperatu decisión.

—¿Qué decisión?—Acerca de la espada —dijo

Firth—. Nadie habla de otracosa en el reino. ¿Intentaráslevantarla?

Gareth se quedó mirando asu amigo. No era tan tontocomo parecía. A lo mejor no era

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tan mala idea tenerlo deconsejero.

—¿Y qué me sugieres quehaga?

—¡Debes hacerlo, porsupuesto! Si no lo haces,pensarán que no te atrevessiquiera, y entonces deduciránque no tienes que ser el rey. Asu modo de ver, si estásconvencido de que debesocupar el trono, tienes queintentar levantar la espada.

Gareth se quedó pensativo.

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Tal vez su amigo tenía razón.—Además, estás destinado a

ser el rey. —Cogió a Gareth delbrazo y lo condujo a la ventana—. Eres el Elegido.

De repente Gareth se sintiómuy cansado.

—No es cierto —dijo consinceridad—. He robado eltrono. No me lo dieron.

—Esto no significa que no teesté destinado —dijo Firth—. Enesta vida solo obtenemosaquello a lo que estamos

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destinados. A veces el destinollega a tus manos, y otrasveces tienes que atraparlo alvuelo. Esto te hace más digno,mi señor. Piénsalo. Eres elúnico MacGil que ha tenido queir a por el trono en lugar desentarse a esperar que se lod e n . ¿Sabes lo que significaeso? En mi opinión significa queeres el único de los MacGil quepuede empuñar la espada yrein a r para siempre. Y si loconsigues, imagínate: todos los

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pueblos del Anillo y de más alláse inclinarán ante ti. Podrásunificar el Anillo. Nadie dudaráde tu legitimidad.

Firth tenía los ojos brillantesde emoción.

—¡Debes intentarlo!Gareth se zafó de Firth y

atravesó la estancia. Bienpensado, Firth tenía razón; a lomejor estaba destinado al tronoy se juzgaba con excesivaseveridad. Después de todo, supadre no habría muerto de no

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haberlo querido el destino. Talvez había ocurrido así para queGareth subiera al trono… Sí, eraposible que la muerte de supadre hubiera sido lo mejorpara el reino.

Oyó gritos en la Corte delRey y vio pasar el desfile quecelebraba su coronación, conlos estandartes y las banderas.Era un día tan bonito queparecía preparado para laocasión. Firth tenía razón,pensó Gareth: si había llegado

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al trono era porque el destinolo quería. Debía tomar ladecisión más importante de sureinado. Ojalá pudiera pedirleconsejo a Argon, pero el druidale detestaba, de modo que nose atrevía a consultarle.Suspiró, se apartó de laventana y se encaminó a lapuerta.

—Di a los guardias quevengan —le ordenó a Firth—.Prepara la cámara dinástica.

Firth aguardaba expectante

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su explicación.—Voy a levantar la espada.

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E

Capítulo diecinueve

l rey McCloud habíasubido a caballo a lo altode la Cordillera y desde

allí contemplaba con envidia lasferaces tierras de los MacGil.Era un bonito día de verano y

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una cálida brisa agitaba loslargos cabellos del monarca,que se encontraba en compañíade sus generales, su hijo y unamplio contingente dehombres. Aquellas eran lastierras que siempre habíadeseado, lo mismo que supadre y el padre de su padre.Era la mejor parte del Anillo, lamás fértil, con los ríos máscaudalosos y las aguas máspuras. La parte del Anillo quecorrespondía a los McCloud no

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estaba mal, pero no era deprimera categoría. Los MacGiltenían las viñas de uva másdulce y sus vacas daban mejorleche… Hasta el sol parecíamás cálido allí. Pero la situacióniba a cambiar: los MacGilhabían disfrutado demasiadotiempo de esas ventajas, yahora todo pasaría a losMcCloud.

Por primera vez, McCloud sesintió optimista. Había logradosubir a lo alto de la Cordillera, y

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eso era buena señal. Los MacGilsiempre se mostraban celososde la Cordillera, siemprevigilaban que los McCloud noencontraran el paso paraatravesarla; ni siquiera lespermitían subir a la cumbre.Pero esta vez sus hombres sehabían abierto paso sinproblemas. Quizá porque losMacGil no esperaban un ataquede sus antiguos adversarios, oporque el nuevo rey MacGil erajoven y no estaba preparado.

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McCloud conocía a Gareth.Sabía que no era ni muchomenos como su padre.

El reino no estaba en buenasmanos, y él sabía aprovecharuna oportunidad cuando se lepresentaba. Era una ocasiónúnica para golpear a los MacGilde tal modo que no volvieran alevantar cabeza. Los atacaríaen el mismo corazón del reino,antes de que tuvieran tiempode recuperarse de la muerte delrey. Porque MacCloud

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sospechaba que todavía nosabían cómo comportarse conaquel monarca novato, y no seequivocaba.

Más aún, estaba seguro deque el asesinato del rey habíallevado a una división entre losMacGil. La muerte del monarcahabía quedado impune, y estohacía que la unidad se quebraray el reino se debilitara, señalesóptimas para el adversarioexterior. Por fin tenían laoportunidad de aplastar a sus

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adversarios y hacerse con elcontrol del Anillo.

McCloud esbozó una levesonrisa, tan leve que apenasmovió la espesa barba. Sushombres lo miraban conatención mientras élcontemplaba complacido elpaisaje que se desplegaba asus pies. Los pueblecitosdesparramados sobre lascolinas parecían la vivaestampa de una vida bucólica ytranquila: de las chimeneas

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salían volutas de humo, lasmujeres tendían la ropa y losniños correteaban alrededor,mientras los granjeroscosechaban y atendían elganad o que pastaba en losprados. Lo más importante eraque no había patrullas devigilancia. Los MacGil seestaban volviendo descuidados.

La sonrisa de McCloud setornó más amplia. Las mujeres,las ovejas… Pronto todo seríasuyo.

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—¡AL ATAQUE! —gritó.Sus hombres lanzaron una

jubilosa exclamación de guerray levantaron las espadas enalto antes de lanzarse al galopecolina abajo. McCloud ibadelante, como siempre, con elpelo largo ondeando al viento,azuzando a su caballo por laempinada pendiente. Nunca sehabía sentido tan vivo.

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S

Capítulo veinte

entado en la Sala deArmas, Kendrick afilabasu espada. Se había

instalado en un largo banco demadera y estaba rodeado desus compañeros de armas, los

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miembros de la Plata, pero sesentía decaído. La muerte de supadre le había afectado mucho.La gente nunca entendió queMacGil fuera un verdaderopadre para él. A pesar de queMacGil lo quería como a un hijo,su primogénito, todo el mundolo consideraba un hijo ilegítimo.¿Por qué? Solo porque su padrehabía elegido a otra mujercomo reina.

Era injusto. Kendrick habíaasumido su papel de ilegítimo y

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se había comportado como unbuen hijo, reprimiendo sussentimientos en caso necesario.Pero ahora que su padre ya noestaba y Gareth ocupaba eltrono, Kendrick se rebelabacontra la situación. No porquequisiera ser rey, sino porquequería que todo el mundo lereconociera como alprimogénito MacGil, tanlegítimo como sus mediohermanos.

La piedra de afilar dejaba

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escapar un agudo chirridocontra el filo de la espada.Kendrick pensó en lo que nollegó a decirle a su padre. Ojaláhubiera tenido oportunidad dedarle las gracias por haberlecriado como a un hijo. Lehabría dicho que no leimportaba lo que pensaran losdemás, que lo quería como aun padre. Un padre que lehabía sido arrebatadodemasiado pronto. Y sin previoaviso.

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Frotó furiosamente la espadasobre la piedra de afilar, comosi quisiera sacarle chispas.Estaba decidido a encontrar alasesino de su padre y amatarlo. Repasó mentalmentea los sospechosos una y otravez, y le apenó pensar que elque le parecía más probableestaba muy cerca: su mediohermano Gareth.

En el fondo sabía que Garethtenía que estar detrás delasesinato. Recordaba

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perfectamente lo furioso que sepuso cuando el rey eligió aGwendolyn. Kendrick conocíaperfectamente a su mediohermano: era taimado y leenvidiaba la primogenitura;siempre había visto a Kendrickcomo un obstáculo, y no sehabría detenido ante nada paraconseguir el trono.

Claro que había otrossospechosos: enemigos delreino, enemigos derrotados enlas batallas, señores rivales.

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Estos enemigos eran másfáciles de aceptar porque noeran de la familia. Kendrick sepropuso examinarlos uno a uno,pero inevitablemente suspensamientos volvían a Gareth.

Abandonó un instante sutarea y miró a su alrededor: losmiembros de la Plata ponían apunto sus armas. Hacía untiempo espantoso, el sol deverano había dado paso a laniebla y los chaparrones. Erahabitual que después del

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solsticio cambiara el tiempo, ysiempre se había consideradoun momento adecuado paraponer las armas a punto antesde la nueva temporada.

También era el día en que laLegión partía para la Prueba delos Cien Días. Al pensar en lapartida de Thor, su nuevoescudero, Kendrick no pudoevitar una sonrisa. El chico leresultaba muy simpático;esperaba grandes cosas de él.

Alrededor de la mesa

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estaban sentados otrosmiembros de la Plata, algunosde ellos mayores que Kendrick,con muchas batallas a susespaldas. Estaban poniendo susarmas a punto y charlabanamistosamente entre ellos.Kendrick siempre se sentíaagradecido de poder estar allí.Le aceptaron como a unmiembro de la Plata, aunquedesde luego él se lo ganó apulso. En un primer momento lorecibieron con frialdad, porque

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suponían que estaba allí por serquien era y que se mostraríaaltivo y desagradable. Peropoco a poco se fue ganando elrespeto de todos. Kendrickluchaba tan duro como el quemás en las batallas. Insistíasiempre en que lo tratarancomo a uno de ellos, y se habíaganado su cariño. Con los añosse había convertido en elmiembro más querido de lafamilia real, más incluso que elpropio rey, y sus compañeros

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de la Plata lo trataban como aun soldado.

Y eso era precisamente loque anhelaba Kendrick: ser unmiembro respetado de la Plata.No había nada en el mundo quele importara más. Ahora teníael respeto de todos, lo podíaver en sus caras, y los jóvenesincluso empezaban aconsiderarle un líder. A lamuerte del rey, más de uno sele había acercado paraexpresarle lo mucho que sentía

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que no le hubieran coronado.Sus compañeros querían verleen el trono, pero Kendrick sabíaque su padre había elegido aGwen, y sobre todo queríacumplir los deseos de su padre.

Claro que no le gustó queGareth usurpara el trono. Lepreocupaba el futuro del reino.Gwen no estaba preparadapara encabezar una revuelta.Por el bien del reino, Kendrickestaría dispuesto a ocupar eltrono temporalmente hasta que

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su hermana fuera más maduray estuviera preparada.Entonces le cederíagustosamente el poder.

Atme, un orgulloso guerrerode pelo y barba de un intensocolor rojo, se sentó junto aKendrick mientras aceitaba elmango de su hacha. Atmeprovenía de la zona oriental delAnillo y era uno de los mejoresamigos de Kendrick. Habíanluchado juntos en muchasbatallas.

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—¿Qué piensas de laceremonia? ¿Te parece bienq u e hayan coronado a unhermano más joven? —preguntó Atme con expresiónseria.

La pregunta hizo que otrosmiembros de la Plata miraran aKendrick expectantes. Eraevidente que no confiaban enGareth y que hubieran queridover a Kendrick sentado en eltrono.

Kendrick titubeó. No sabía

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cómo responder a laprovocativa pregunta de suamigo. Le habría gustado decirque había sido una injusticia,q u e Gareth sería un pésimogobernante y que llevaría elreino al desastre. Les habríadicho que el rey debía de estarrevolviéndose en su tumba yque había que hacer algo. Perono podía decir nada. Solocontribuiría a desmoralizar a loshombres de la Plata, y podríaincluso provocar una revuelta.

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Tenía que pensar qué hacer acontinuación, debía medir biensus palabras.

—Todo se verá a su debidotiempo —dijo, para no mojarse.

Sus compañeros asintieron ydesviaron la mirada, como si yaestuvieran satisfechos con surespuesta, pero Kendrick sabíaque no era así.

Las puertas de la sala seabrieron de repente con granestrépito, dejando paso a laGuardia del rey. Era insólito que

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se atrevieran a entrar de estamanera en la sala de la Plata, yademás armados. Kendrick nohabía visto nunca una situaciónigual. Los miembros de la Plata,avezados guerreros, sevolvieron hacia los causantesdel estrépito y aguardaron unaexplicación. Kendrick sepreguntó si había algúnproblema y se dijo que tal vezvenían en busca de ayuda.

Los miembros de la Guardiadel rey se encaminaron hacia

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Kendrick con expresión severa yse detuvieron ante él. Uno deellos, que había estado muypróximo a su padre, dio unpaso al frente y habló en tonoformal, como si leyera unedicto.

—Kendrick del Clan MacGildel Reino Oeste del Anillo —dijocon semblante grave—. Vengoa anunciaros que estáisarrestado. Habéis sido acusadode traición y participación en elasesinato del rey MacGil.

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Kendrick se quedó sin habla.Un escalofrío le recorrió laespalda. En la sala todoscontuvieron el aliento y suscompañeros se pusieronlentamente de pie. El aire setornó irrespirable y un pesadosilencio descendió sobre la Salade Armas.

Kendrick se puso de pie. Noentendía nada. Rápidasescenas de su vida desfilaronante sus ojos. Miró a Darloc conatención y comprendió que el

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guardia no estaba bromeando.—Darloc —dijo,

pronunciando lentamente cadapalabra, intentando mantenerla calma—. Me conoces desdeque era niño. Sabes que estaacusación no es cierta.

Darloc apenas parpadeó.Cuando habló, su voz tenía undeje de tristeza.

—Mi señor. Me temo que misopiniones personales nocuentan. No soy más que unsirviente del rey y llevo a cabo

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lo que se me ha ordenado.Perdonadme, por favor. Tenéisrazón. No puedo creersemejante tontería, pero he deservir al rey. Debo limitarme acumplir órdenes.

Al mirarle a la cara, Kendrickcomprendió que el guardiaestaba muy incómodo en suposición de ejecutor de unaorden injusta y se compadecióde él.

No podía creer que Gareth seatreviera a acusarle de la

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muerte de su padre. Queríadecir que se sentía amenazadoy tenía algo que ocultar; poreso necesitaba un chivoexpiatorio, por improbable quefuera. La idea de que suhermano estaba relacionadocon el asesinato adquiría cadavez más sentido. Ahora estabaseguro de que Gareth habíamatado al rey, y la ira seencendió en su pecho. Sintió unimperioso deseo de hacerjusticia.

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—Lo siento, Kendrick. Deboarrestaros —dijo Darloc,haciendo una señal a uno desus hombres.

El soldado dio un paso alfrente, pero Atme se levantó y,rápido como una centella,desenvainó la espada y secolocó delante de Kendrick.

—Si le tocáis a Kendrick unpelo de la cabeza tendréis queenfrentaros conmigo —dijo convoz profunda.

Un ruido metálico de

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espadas inundó la sala.Decenas de oficiales de la Platase pusieron de pie paraenfrentarse a la Guardia delrey.

Darloc se quedó estupefacto.Demasiado tarde, comprendióque había sido un errorpresentarse en los cuarteles dela Plata. El reino estaba alborde de una guerra civil.

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D

Capítulo veintiuno

esde la playa, Gwen sedespedía del barco devela que zarpaba con

Thor a bordo. El mar estabaagitado, y ella se habíaacercado demasiado al agua;

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las olas le golpeaban en laspiernas con tanta fuerza que lahacían tambalearse. Thorestaba al timón y le decía adióscon la mano, pero Estopheles,posado sobre su hombro,clavaba en ella una mirada demal agüero que la hizoestremecerse.

Thor sonreía. Pero Gwen vioque la espada que llevaba alcinto se soltaba y se hundía enel mar sin que él parecieraenterarse, porque seguía

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despidiéndose sonriente. Gwensintió miedo por él.

El mar se agitó todavía más,y las aguas de azul cristalino setornaron oscuras y espumosas.El barco se balanceabaviolentamente sobre las olas.Pero Thor seguía sonriendocomo si no ocurriera nada.Gwen no entendía lo queestaba pasando. Incluso el cielose oscureció de repente y setiñó de escarlata, como si lasnubes hubieran enrojecido de

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rabia. Se desató una tormenta.Los relámpagos iluminaron elcielo. Un rayo desgarró lasvelas del barco y provocó unincendio a bordo. Pero el navíosiguió alejándose, cada vezmás rápido, arrastrado por lascorrientes.

—¡THOR! —gritó Gwen.Siguió gritando su nombremientras el barco en llamasdesaparecía en un horizonteteñido de rojo.

Abatida, agachó la cabeza.

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Una ola más fuerte le dio en elpecho y le hizo perder pie.Manoteó en el aire buscandoalgo a que aferrarse, pero noencontró nada y se vioarrastrada por poderosascorrientes. Una ola le dio en lacara, dejándola sin respiración.

Gwen chilló.Cuando abrió los ojos se

encontró en la habitación de supadre. Era de noche y hacíamucho frío. Un sinfín deantorchas encendidas —

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demasiadas— iluminaban elcuarto con luz trémula. Supadre estaba de espaldas aella, de pie junto a la ventana.Aunque no le podía ver la cara,Gwen supo de inmediato queera su padre. Llevaba la capareal de pieles y parecía másalto y fornido de lo que habíasido en vida. Gwen se acercó aél.

—Padre.Se quedó horrorizada cuando

el rey volvió hacia ella un rostro

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descompuesto, en el queasomaba el hueso, con los ojossobresaliendo en las órbitas.Con expresión de tristeza, elrey le tendió la mano.

—¿Por qué no vengas mimuerte? —se lamentó.

Gwen ahogó un sollozo ycorrió a abrazar a su padre,pero él retrocedió y cayó por laventana sin que ella pudieraimpedirlo. Gwen lanzó unchillido y se asomó. Su padre seprecipitaba a un oscuro y

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profundo abismo, tan profundoque parecía llegar a lasentrañas de la tierra. Nisiquiera lo oyó llegar al fondo.

Un triquitraque a susespaldas le hizo volver lacabeza. La corona de su padrerodaba sobre el suelo de unlado a otro de la habitación,produciendo un sonido huecoque iba aumentando devolumen. Finalmente, la coronase quedó quieta en medio de lahabitación vacía.

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Gwen oyó de nuevo la voz desu padre.

—¿Por qué no me vengas?Se despertó sobresaltada y

se incorporó de golpe en lacama, respirandoagitadamente. Se frotó los ojosy corrió a la ventana,intentando desprenderse de lahorrorosa pesadilla queacababa de tener. Cogió unpequeño cuenco de agua juntoa la ventana y se mojó la caraantes de asomarse al exterior.

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Amanecía. Empezaba aasomar el primer sol, y la Cortedel Rey estaba en calma. Alparecer, Gwen había sido laprimera en levantarse. Habíatenido un sueño espantoso quemás parecía una visión que unapesadilla, y todavía estabaagitada. Ver a Thor a punto demorir a bordo del barco…parecía un mensaje, como si sehubiera asomado al futuro. Laidea de que Thor iba a morir lerompía el corazón.

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Y también estaba laespantosa visión de su padre,con el rostro mediodescompuesto. Incapaz deconciliar el sueño tras unavisión tan real, se puso arecorrer su cuarto de unextremo a otro.

Casi automáticamente,empezó a vestirse, aunque eramás temprano de lo habitual.Tenía que hacer algo, cualquiercosa, lo que fuera con tal deencontrar al asesino de su

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padre.

Acababa de amanecer cuandoGodfrey empezó a recorrer lospasillos del castillo, todavíasolitarios. Era la primera vezque estaba solo y sobrio enmuchos años, y se sentía unpoco raro. No recordaba cuántotiempo hacía desde que pasaraun día entero sin beber, o asolas, sin sus amigosborrachines. Comprendió queesta sensación de soledad y de

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seriedad era la que la gentedebía de experimentar a diario.Le pareció terrible. Menudoaburrimiento. Se moría porvolver a la taberna con susamigos y olvidarse de todo. Noestaba hecho para la vida real.

Sin embargo, por primeravez en su vida resistió susimpulsos y se obligó a seguir. Elhecho de ver cómo enterrabana su padre le había afectadomucho. Algo había empezado acrecer en su interior: una

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sensación de descontento y deincomodidad que no habíaexperimentado nunca. Sesentía a disgusto en su propiapiel. Por primera vez, se vio a símismo tal como era, examinósu forma de vida hasta elmomento, su probable futuro, yla imagen no le resultó enabsoluto agradable.

Lo mismo le ocurría con susamigos. Los contempló connuevos ojos y no le gustaron.Esa misma mañana, el sabor de

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la cerveza le disgustó. Porprimera vez en mucho tiemposentía la cabeza clara y elánimo sereno. Necesitabapensar con claridad, porquealgo en su interior —un impulsoque no acababa de entender—le impelía a ir en busca delasesino de su padre.

Tal vez fuera su propiosentimiento de culpa. Habíatenido mala relación con supadre, y esta podía ser suúltima oportunidad para

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redimirse y ganarse suaprobación, la aprobación quesu padre le había negado envida. Si encontraba al asesinode su padre podría expiar suculpa.

Por otra parte, aquello leparecía injusto. Le enfurecíapensar que su hermano Gareth—un tipo manipulador ymezquino, sin corazón, que nose preocupaba más que de símismo— ocupaba el trono.Godfrey había conocido a

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muchos tipos así, podía olerlosa la legua. Veía el brillo demaldad y de ambición en losojos de su hermano. No leca b í a ninguna duda de queGareth carecía de escrúpulos yera capaz de jugar muy sucio.Estaba seguro de que teníaalgo que ver con la muerte delrey.

Subió unos escalones, doblópor un pasillo y llegó al tramofinal que llevaba a la habitaciónde su padre. Se le encogió el

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corazón. El recuerdo del día enque su padre le llamó y le hizouna serie de reproches estabademasiado fresco en sumemoria. Siempre le habíaresultado antipático este últimotramo a los aposentos del rey.

Se detuvo frente a la puerta.Era una puerta en arco, con unahoja muy gruesa. Se preguntócuántos MacGil habían pasadobajo su dintel. Resultabaextraño verla sin los guardiasque solían vigilarla. Godfrey

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nunca había visto la puerta singuardias, pero ahora parecíacomo si nadie recordara a supadre. Empujó el picaporte dehierro y la puerta se abrió conun chirrido.

Al entrar sintió la presenciade su padre, su vitalidad. Lacama estaba hecha, con la ropadispuesta sobre el cobertor. Sucapa seguía colgada en unaesquina y las botasdescansaban frente a lachimenea. Por la ventana

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abierta entró una ráfaga de airefrío. Godfrey se estremeció; eracomo si su padre estuviera enese instante frente a él. Cuandola brisa agitó las cortinas quependían del dosel, pareció quesu padre le hablaba.

Lleno de tristeza, recorrió laestancia sin saber qué buscaba.Era la habitación donde supadre había sido asesinado,pensó con un escalofrío. Tal vezencontraría una pista que habíapasado desapercibida para los

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demás. Aunque suponía que lasautoridades habían peinado lahabitación, quería intentarlo.Necesitaba intentarlo, para supropia tranquilidad.

Estuvo buscando sinencontrar nada, hasta que unavoz de mujer le sobresaltó. Noesperaba a nadie.

—¡Godfrey!Volvió la cabeza. Era su

hermana pequeña, Gwendolyn.—Me has asustado —dijo—.

Pensaba que estaría solo.

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—Lo siento. —Gwen entró ycerró la puerta tras ella—. Esmuy temprano. He visto lapuerta abierta. Yo tampocoesperaba encontrarte aquí.

Godfrey estudió a suhermana con ojosentrecerrados. Parecía alterada,perdida.

—¿Qué haces aquí? —lepreguntó.

—Yo podría preguntarte lomismo —respondió Gwen—. Esmuy temprano. Si estás aquí es

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que te has sentido impulsado avenir, lo mismo que yo.

Godfrey miró a su alrededorpara comprobar que nadiepodía verlos ni oírlos, y se dijoque se estaba volviendoparanoico. Asintió lentamente.Le tenía mucho cariño a Gwen,que era sensible y compasiva.Era la única de sus hermanosque nunca le juzgaba, la únicacapaz de confiar en él y deconcederle una segundaoportunidad. A ella podía

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decírselo todo.—Tienes razón —dijo—. Me

he sentido impulsado a venir.De hecho, ha sido un impulsoirresistible.

—A mí me ha pasado lomismo —dijo Gwen—. Lamuerte de nuestro padre hasido demasiado repentina yviolenta. No podré relajarme nidisfrutar de la vida hasta queno encontremos a su asesino.He tenido una pesadilla horribleque me ha traído hasta aquí.

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Godfrey asintió. Lo entendíaperfectamente.

Al observar a su hermanarecorriendo la habitación conexpresión de angustia,comprendió lo mucho queestaba sufriendo. De todos loshermanos, Gwen era la queestaba más unida a su padre.

—Pensé que a lo mejorencontraría algo —dijo Godfrey,volviendo a mirar debajo de lacama y en todos los rincones—.Pero no he visto nada raro.

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Gwen recorría lentamente laestancia, observando conatención cada detalle.

—¿De qué son estasmanchas?

Godfrey se acercó a mirar. Enel suelo de piedra se distinguíaapenas el débil contorno de unamancha que conducía hasta laventana. A la luz del solpudieron verla con másclaridad: era sangre. Godfreysintió un escalofrío. Aquellasmanchas que cubrían el suelo y

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las paredes eran de la sangrede su padre.

—Tuvo que ser una luchaviolenta —dijo Gwen, siguiendoel rastro.

—Es horrible —dijo Godfrey.—No sé lo que esperaba

encontrar aquí, pero a lo mejorha sido una pérdida de tiempo.No veo nada especial.

—Ni yo —dijo Godfrey.—Puede que sea mejor mirar

en otros sitios.—¿Dónde?

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Gwen se encogió dehombros.

—En otro sitio, pero aquí no.Godfrey se estremeció.

Quería marcharse cuanto antesde aquella horrible habitación.Y no le cabía duda de que a suhermana le pasaba lo mismo.

Los dos se encaminaron condecisión a la salida, peroentonces Godfrey vio algo quele hizo detenerse de golpe.

—Espera. Mira esto.Se acercó a la chimenea y

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señaló una mancha de sangreen la pared.

—No es como las demás.Está en otra parte de lahabitación y es más clara.

Los hermanos contemplaronla mancha y se miraron con aireinterrogativo.

—Podría ser del arma delasesino —dijo Godfrey—. Talvez intentaba esconderla en lapared.

Tocó la pared buscando unapiedra suelta, pero no la

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encontró. Gwen señaló lachimenea.

—Aquí —dijo.Godfrey no conseguía ver

nada.—Junto a la columna de

humos. ¿Ves el agujero en lapared? Es un vertedero de losdesechos.

—¿Y qué?—Hay más manchas de

sangre alrededor. Mira el ca ñónpor donde sale el humo.

Se arrodillaron y metieron la

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cabeza en el hogar para mirar.Gwen tenía razón. El rastro delas manchas conducía alvertedero.

—El puñal cayó por aquí. Elasesino lo tiró al recipiente delos desechos.

Los dos hermanos semiraron. Ya sabían lo quetenían que hacer.

—Vamos a la cámara de losdesechos —dijo Godfrey.

Godfrey y Gwendolyn bajaron

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por la empinada escalera decaracol que conducía a lasentrañas del castillo. Godfrey,que nunca había llegado tanabajo, empezó a sentirsemareado. Por fin llegaron a unaenorme puerta de hierro.

—Supongo que hemosllegado a la zona de laservidumbre, y me imagino queaquí se encuentra la sala de losdesechos —dijo.

—Vamos a ver —dijoGwendolyn.

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Godfrey llamó a la puerta. Alcabo de un rato, se oyeronunos pasos y apareció un rostrograve y solemne que lescontemplaba impasible. Era unviejo criado que llevaba toda suvida sirviendo en el castillo.

—¿Qué deseáis?Godfrey miró a Gwen, y esta

le animó a seguir con lamirada.

—¿Está aquí la sala de losdesechos? —preguntó.

—Así es —dijo el criado—. Y

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también la antecocina. ¿Quéhabéis venido a hacer aquí?

Godfrey iba a respondercuando el hombre entrecerrólos ojos, como intentandorecordar.

—Un momento. ¿Sois loshijos del rey? —En su rostro sedibujó una expresión derespeto—. Lo sois. ¿Qué estáishaciendo aquí?

Dio un paso atrás y abrió lapuerta.

Estaban en las entrañas del

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castillo, que Godfrey nuncahabía visitado, pese a quehabía vivido allí toda su vida.Era una sala amplia y maliluminada, con varios fuegosencendidos sobre los quebullían enormes calderos, ymesas de madera parapreparar la comida. Allítrabajaban decenas de criados,aunque ahora solo estabapresente el que les habíaabierto la puerta.

—Llegáis en un momento

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especial —dijo—. No hemosempezado a preparar elalmuerzo. Pronto llegarán losdemás criados.

—No importa —dijo Godfrey—. No hemos venido por eso.

—¿Dónde está la letrinageneral? —preguntó Gwen.

El criado la miró atónito.—¿La letrina del castillo? —

repitió—. ¿Para qué queréissaberlo?

—Por favor, enseñádnosla —pidió Godfrey.

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El hombre se quedómirándolos con una expresiónm u y seria en su rostroalargado, de mejillas hundidas.Finalment e dio media vuelta ylos condujo al otro lado de lasala, hasta un gran pozo depiedra que albergaba uncaldero de hierro tan grandeque se necesitaban por lomenos dos personas paratransportarlo, y que parecíarebosar de todos los desechosde los habitantes del castillo.

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Los desechos caían alrecipiente por un canal dedesagüe que debía de llegar dehasta lo alto. El olor era tanintenso que Godfrey retrocedió.

Haciendo un esfuerzo, seacercó al recipiente con Gwenpara examinar las paredes delpozo. Pero por más que seesforzaron, no vieron manchasni nada extraño.

El caldero estaba vacío.—No encontraréis nada —

dijo el criado—. Lo vaciamos

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cada hora.Godfrey suspiró.

Probablemente estabanperdiendo el tiempo. Él y Gwenintercambiaron una mirada defrustración. Se hizo un largosilencio que finalmenteinterrumpió el criado.

—¿Se trata de mi señor? —preguntó.

—¿Tu señor? —preguntóGwen.

—El que ha desaparecido.—¿Quién ha desaparecido?

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—preguntó Godfrey.—Desapareció una noche y

no volvió nunca al trabajo. Hayrumores de que lo asesinaron.

Godfrey y Gwen se miraron.—Cuéntanos un poco más —

pidió Gwen.Pero antes de que el criado

pudiera responder se abrió unapuerta al otro lado de la sala yentró un hombre de aspectosorprendente. Era bajo y ancho,pero lo que llamaba la atenciónera su espalda, completamente

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torcida, jorobada y deforme.Además, cojeaba, y seadivinaba que le costaba unesfuerzo levantar la cabeza. Elhombre se acercó a elloslentamente y miróalternativamente a Godfrey y alcriado. Luego saludó con unainclinación.

—Es un honor para nosotrosrecibir vuestra visita, señores —dijo.

—Seguro que Steffen sabemás de este asunto que yo —

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dijo el otro criado en tonoacusador. Estaba claro que nole tenía simpatía al jorobado.

Dicho esto, el criado se retiróy dejó a los dos hermanos asolas con el jorobado.

—Steffen, ¿podemos hablarun momento contigo?—preguntó Gwen en tonotranquilizador.

Steffen se retorcía las manoscon inquietud.

—No sé lo que os habrádicho, pero no dice más que

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mentiras y habladurías —dijo,poniéndose a la defensiva—. Yono he hecho nada malo.

—Claro que no —se apresuróa decir Godfrey.

No le cabía duda de queSteffen tenía algo que ocultar, yquería saber de qué se trataba.Estaba convencido de que teníarelación con la muerte de supadre.

—Queremos hacerte unaspreguntas acerca de nuestropadre, el rey —añadió Gwen—.

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¿Recuerdas si ocurrió algo fuerade lo corriente la noche en quemurió? ¿Sabes si cayó un armapor el vertedero?

Steffen mantenía la cabezabaja y se movía intranquilo.

—No he visto ningún puñal —dijo.

—¿Y cómo sabes que era unpuñal? —le preguntó Godfrey.

Por la mirada culpable deSteffen, Godfrey comprendióque lo había pillado en unamentira. No cabía duda de que

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el jorobado ocultaba algo.Steffen no respondió y continuóretorciéndose las manos con lacabeza gacha.

—No sé nada —repetía—. Nohe hecho nada malo.

Godfrey y Gwenintercambiaron una mirada.Ahora estaban seguros de quehabían descubierto algoimportante, pero el jorobado noquería decirles nada más.

Godfrey decidió cambiar detáctica. Se acercó a Steffen y le

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puso una mano sobre la joroba.El criado le miró con expresiónde culpabilidad, como unchiquillo cogido en falta.Godfrey le dirigió una miradasevera.

—Sabemos lo que le hapasado a tu señor —se inventó—. O nos dices lo quequeremos saber sobre elasesinato de nuestro padre o teencerramos en el calabozo y novuelves a ver la luz del sol. Túeliges.

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Godfrey se sintió imbuido dela fuerza de su padre; la sangrede una larga estirpe de reyescorría por sus venas. Nuncahabía tenido tal seguridad en símismo, nunca se había sentidotan orgulloso de ser un MacGil.Y esta vez estaba seguro decontar con la aprobación de supadre.

Steffen debió de notarlo,porque al cabo de un rato dejóde retorcerse, levantó la cabezay asintió.

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—Si os lo cuento, ¿no iré alcalabozo?

—Te lo prometo —respondióGodfrey—. Si no has tenidonada que ver con la muerte demi padre, no te encerraremos.

Steffen se humedeció loslabios y, tras meditarlo un rato,respondió:

—De acuerdo. Os lo contarétodo.

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S

Capítulo veintidós

entado con suscompañeros en un largobanco de madera en la

cámara de boga, con Krohninstalado a sus pies, Thormanejaba un pesado remo.

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Llevaban días remando al sol yestaban empapados en sudor,preguntándose cuándo acabaríaese suplicio. La travesía notenía fin. Al principio las velaslos transportaron rápidamente,pero cuando se calmó el viento,los jóvenes tuvieron queponerse a remar.

Thor, sentado más o menosen mitad del largo y estrechonavío, entre Reese y O’Connor,se preguntó cuánto tiempopodrían aguantar remando.

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Nunca había hecho un esfuerzotan prolongado; estabaagotado y le dolía todo elcuerpo: los hombros, lasmuñecas, los antebrazos, losbíceps, la espalda, el cuello…,hasta las nalgas. Las manos letemblaban y tenía las palmasdesolladas. Algunos chicos sehabían desmayado deagotamiento. La isla parecíaestar en el fin del mundo. Thorrezaba para que volviera asoplar el viento.

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Al llegar la noche no lespermitieron más que un brevedescanso. Podían dormir enturnos de quince minutos,mientras otros los relevaban.Thor se tumbó en el banco conKrohn acurrucado a su lado. Erala noche más oscura que habíavisto jamás, pero el firmamentoestaba repleto de titilantesestrellas rojas y amarillas.Afortunadamente, seguíahaciendo buen tiempo y lanoche no era demasiado fría.

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Acariciado por la húmeda brisamarina, Thor se quedódormido, pero lo despertaronminutos más tarde. Sepreguntó si esto formaba partede la Prueba de los Cien Días,si era una forma deendurecerlos.

El hambre le hacía rugir elestómago y se preguntó quéotras penalidades tendrían queafrontar y si podría soportarlas.Apenas les habían dado comidala noche anterior: un pedacito

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de carne salada y una botellitade ron. Thor le dio la mitad dela carne a Krohn, queinmediatamente pidió más. Sesentía fatal por no tener nadamás que darle al leopardo, peroél mismo también llevabavarios días alimentándose muymal. Empezaba a echar demenos las comodidades delhogar.

—¿Cuánto durará esto? —oyóque un chico le preguntaba aotro.

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—Lo suficiente paramatarnos —dijo otro entrejadeos.

—Tú ya has estado en la isla—le dijo uno a un chico de másedad que remaba con rostrograve—. ¿Cuánto falta para quelleguemos?

El chico mayor, que era altoy musculoso, se encogió dehombros.

—No sabría decirte. Todavíano hemos llegado a la pared delluvia.

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—¿Pared de lluvia?En lugar de responder, el

chico siguió remandotrabajosamente. El barco volvióa quedar en silencio y solo seoían los golpes de los remoscontra el agua.

Por enésima vez, Thorcontempló el agua con los ojosentrecerrados para protegersedel resplandor. Le encantaba elcolor amarillo del agua, másclara en algunos puntos, sobretodo en la superficie, donde se

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distinguían algunas criaturasextrañas que nadaban en laestela del barco, como si noquisieran perderlo de vista. Viouna serpiente de color púrpura,casi tan larga como la esloradel barco, con multitud decabezas distribuidas por todo elcuerpo. Las cabezas sobresalíande vez en cuando del agua yabrían y cerraban la boca,mostrando unos dientesafilados como cuchillos. Thor sepreguntó si era su forma de

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respirar o si intentaba cazaralgunos insectos al vuelo. O talvez les estaba amenazando.

No podía imaginarse quéextraños seres vivían alládonde iban. Intentó no pensaren ello. Era un lugar tan remotoque podían encontrar cualquiercosa. ¿Formaría esto parte delentrenamiento? Tenía laespantosa sensación de que asíera.

A pocos metros de Thor, unchico alto y delgado que había

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visto antes en los campos dejuego cayó desvanecido sobreel remo. Luego se inclinó haciaun lado y se derrumbó sobre elsuelo de madera. Thor lorecordaba de los ejercicios conlos escudos. Era el chico al quehicieron correr alrededor delcampo porque se negó a hacerel ejercicio con los escudos.Thor sintió lástima entonces, yvolvió a sentirla. Sin pensarloun momento, se levantó delasiento y se acercó al chico.

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Sabía que estaba prohibidomoverse del sitio, pero no pudoevitar acudir en ayuda de uncompañero. Le dio la vuelta yvio que estaba congestionadopor el sol, con la piel quemaday los labios secos y agrietados.Respiraba débilmente.

—¡Levántate! —le dijo,agitándole un poco.

El chico parpadeó.—No puedo más —dijo el

chico con voz débil.—¡Levántate! —insistió Thor

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en un susurro—. Tienes queponerte de pie antes de que tedescubran tumbado en el suelo.

—¡THORGRIN! —gritó Kolk.De una patada en los riñones loenvió unos metros más allá.Thor cayó de bruces sobre elsuelo de madera—. ¿QUÉDEMONIOS ESTÁS HACIENDO?

Thor estaba furioso, perologró contenerse y se limitó amirar a su superior.

—¡Se ha desmayado y queríaayudarle! —protestó.

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—No abandones NUNCA tuasiento. Bajo NINGÚNconcepto. Aquí no hay niños depecho. Si se cae, que se caiga.

Al ver a Kolk de pie, con losbrazos en jarras, Thor sintióuna oleada de rabia. Más que lapatada, le indignaba que legritaran delante de todos. Kolkse mostraba a veces demasiadoduro e hiriente. Algún día sevengaría de él.

El leopardo corrió junto aThor y le enseñó los dientes a

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Kolk, que prefirió no acercarsey se limitó a señalar el asiento.

—¡Vuelve a tu sitio! ¡O yomismo te echaré de este barco!—gritó.

Thor había empezado aponerse de pie cuando vio algodetrás de su jefe que le pusolos pelos de punta.

—¡CUIDADO! —gritó,señalando detrás de Kolk.

El oficial volvió la cara, peroya era demasiado tarde. De noser porque Thor se lanzó sobre

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él y lo tiró al suelo, no lo habríacontado. Una fracción desegundo más tarde, una balade cañón pasó volando justopor donde acababa de estarKolk, casi le rozó la cabeza,chamuscó la barandilla y cayócon un gran chapoteo en elagua. Afortunadamente, apartede astillar un poco la barandillano causó más daños.

Gracias a que Thor habíadado el aviso, los chicos de laLegión agacharon la cabeza a

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tiempo. Al oír que la bala decañón caía al mar, levantaronla cabeza como un solohombre. En el horizonte, unenorme navío negro seacercaba a gran velocidad.Llevaba una bandera amarillacon un escudo negro en elcentro del que sobresalían unoscuernos.

—¡Navío del Imperio! —gritóKolk.

Navegaba directo hacia ellos,con un centenar de soldados a

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bordo, y les apuntaba con ungran cañón. Las fuerzasestaban desequilibradas: ellostenían un barco más grande,equipado con un cañón y conmás soldados. Peor aun, setrataba de los salvajes delImperio, seres altos ymusculosos, de piel rojiza, ojosamarillos y un par de cuernosen sus calvas cabezas; bajo elpequeño triángulo queostentaban a modo de nariztenían mandíbulas anchas,

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dientes afilados como navajas ydos largos colmillos quesobresalían. Su aspecto eraamedrentador: de pie sobre lacubierta, blandían sus espadasy parecían regocijarse ante laposibilidad de abordarles.

—¡TRIPULACIÓN! —gritóKolk, poniéndose de pie.

Los chicos se pusieron enmarcha. Thor no entendía loque ocurría ni lo que tenían quehacer, pero los de más edadllevaron la iniciativa.

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—¡ARQUEROS AL FRENTE! —gritó Kolk—. ¡Tensad lascuerdas! Los demás, prendedfuego a las puntas de lasflechas.

Los mayores, másdisciplinados, cogieron arcos yflechas y corrieron hacia popa.Mientras tanto, los más jóvenesmojaban trapos en aceite yenvolvían con ellos las saetasantes de prenderles fuego.

Thor también buscó unaoportunidad para ayudar. En

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cuanto vio a un arquero que notenía ayudante, corrió aprepararle la flecha encendida.Decenas de arquerosdispararon a un tiempo sussaetas de fuego. Muchascayeron al agua con un silbido,pero otras alcanzaron lacubierta del navío enemigo. Sinembargo, ninguna llegó alvelamen, su verdaderoobjetivo. Los salvajes sabíanperfectamente qué hacer:saltaron sobre las flechas

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encendidas para apagarlas. Laprimera andanada no habíatenido ningún efecto. El barcodel Imperio, en cambio, pudovolver a disparar el cañón.

—¡AL SUELO! —rugió Kolk.Thor fue uno de los primeros

en tirarse al suelo, y obligó aKrohn a echarse también. Seoyó un cañonazo y la bala pasósilbando sobre sus cabezas.Esta vez se llevó un buen trozode la barandilla. Las astillas demadera volaron por todas

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partes.—¡DISPARAD DE NUEVO! —

gritó Kolk.Los arqueros volvieron a sus

puestos. Thor preparórápidamente otra flechaencendida para el arquero. Estavez el barco estaba más cerca ytuvieron más suerte. El navíodel Imperio seguía acercándosea toda velocidad.Probablemente imaginaban queestaban tan cerca —apenasveinte metros de distancia—

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que las flechas no podríanafectarles.

Este fue su gran error,porque decenas de flechasencendidas alcanzaron elvelamen, que pronto empezó aarder.

—¡AL SUELO! —gritó Kolk.Los salvajes les lanzaban

enormes lanzas. Thor oía lossilbidos de las lanzas a sualrededor y el impacto de lasque se clavaban en la cubierta.Volvió la cabeza al oír un grito y

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vio que uno de suscompañeros, un chico al que noconocía, se agarraba el brazoalcanzado por una lanza.Afortunadamente, los demás noparecían seriamente heridos, yninguno había fallecido. Casitodos se habían puesto acubierto.

El barco del Imperio estabaya tan cerca que Thor podíadistinguir los ojos amarillos delos salvajes. Su navío estabaardiendo, pero ellos no

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parecían preocuparse y seguíanremando con ímpetu paraabordarles. Krohn gruñía y lesenseñaba los dientes.

—¡RECUPERAD LAS LANZASY DISPARADLAS CONTRAELLOS! —gritó Kolk.

Los chicos se pusieroninmediatamente en marcha ycorrieron a arrancar las lanzasclavadas en la madera. Thortuvo que emplear todas susfuerzas para arrancar una quese había clavado muy

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profundamente. Vio que laslanzas de Reese y Elden caíanal agua. Muchas se quedabancortas, de modo que fueronpocas las lanzas quealcanzaban el barco enemigo.

Thor apuntó contra un caboque sostenía el mástil principaldel navío enemigo. Cerró losojos y se concentró. Le inundóuna oleada de energía y decalor y se dejó arrastrar por esafuerza. Avanzó unos pasos,echó el tronco hacia atrás y

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arrojó la lanza con todas susfuerzas.

En cuanto la lanza saliódisparada, Thor supo que daríaen el blanco. Era un tiroperfecto.

La lanza partió limpiamenteen dos el grueso cabo, y la velaprincipal, que estaba en llamas,se vino abajo. En un momento,el barco estaba ardiendo, y seoyeron los gritos de lossalvajes. El navío empezó abambolearse y finalmente se

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escoró, haciendo caer a muchossalvajes al mar.

La tripulación de la Legiónacogió el hundimiento convítores de victoria. Thor sepreguntó si se habrían dadocuenta de que todo había sidoa causa de su lanza. Un chicodesconocido le dio una palmadaen la espalda.

—Buen tiro —dijo.Otros chicos lo miraban con

expresión de admiración. Thorse sintió orgulloso. Al ver el

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barco del Imperio y comprenderque estaban en territorio hostil,había tenido miedo, pero ahorale parecía que no había nadaimposible. De hecho, si podíanhacer frente a esto, podrían contodo lo demás.

Un grito resonó en cubierta.—¡LA FLOTA DEL IMPERIO!El vigía del barco, instalado

en la cofa, señalaba elhorizonte.

Todos corrieron a babor paramirar. Thor se quedó

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horrorizado cuando vio en elhorizonte lo que parecía la flotanaval del Imperio. Eraimposible enfrentarse a tantosnavíos. No lograrían llegar alAnillo antes de que lesalcanzaran. Entonces se oyó ungrito:

—¡LA PARED DE LLUVIA!Thor miró hacia estribor. El

horizonte estaba ocupado porlo que parecía una pared deagua. Resultaba extraño,porque el día seguía despejado

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y el cielo estaba azul, pero porestribor se veía una pared delluvia inmóvil, como unacascada en mitad del mar.

—¿Qué es eso? —le preguntóa Reese.

—Es la frontera con el Mar delos Dragones.

—¡A LOS REMOS! ¡TENEMOSQUE LLEGAR A LA PARED DELLUVIA! —gritó Kolk.

Y por primera vez Thor notóel miedo en su voz.

Los chicos ocuparon su lugar

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en los bancos y empezaron aremar con todas sus fuerzas. Elbarco se movió con rapidezhacia la pared de lluvia, y derepente se vio atrapado poruna poderosa corriente que loarrastraba. Los barcos delImperio se hicieron máspequeños en el horizonte.

—¿No nos seguirán? —lepreguntó Thor a Reese.

—No querrán atravesar lapared de lluvia.

—¿Por qué? —preguntó Thor.

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—Es demasiado peligroso.No se arriesgarán. Tras esapared hay un mar repleto demonstruos.

Thor miró pensativo lasaguas.

—Pero si es demasiadopeligroso para ellos, ¿cómopodremos sobrevivir nosotros?

Reese movió la cabeza conaire pensativo.

—No tenemos otro remedio.Thor ya oía el rugido del

agua cayendo sobre el mar, y

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millones de gotitas lehumedecieron el rostro. Era unalivio que los barcos delImperio hubieran dejado deperseguirles, pero ahora elpeligro estaba delante.

Pronto quedaron empapadosen agua helada. La cortina delluvia no les dejaba ver nada.Caía sobre ellos con tantafuerza que tuvieron queagarrarse al mástil. Thor sesol tó sin querer y se deslizósobre la cubierta mojada hasta

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el otro costado del barco. Elagua se le metía en las orejas,en los ojos, en la boca…,apenas le dejaba ver nirespirar. No deja ba depreguntarse: pero si estasaguas son demasiadopeligrosas para el Imperio,¿qué clase de criaturas y depeligros nos esperan al otrolado?

PRÓXIMAMENTE…El tercer libro de El Anillo del

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Hechicero.

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Título original: A March of Kings (TheSorcerer’s Ring Series, Book 2)© Morgan Rice, 2013© De la traducción: Isabel de Miquel, 2014© La Esfera de los Libros, S. L., 2014Avenida de Alfonso XIII, 1, bajos28002 MadridTel.: 91 296 02 00 • Fax: 91 296 02 06

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Primera edición en libro electrónico (epub):enero de 2014ISBN: 978-84-9060-043-6Conversión a libro electrónico: Moelmo, S. C. P.