+letras - número 2

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+letras +letras Revista independiente Nº2 revistamasletras.tumblr.com Nuevos colaboradores, Nuevas publicaciones. ¡Descúbrelo! Portada por PSHoudini pshoudini.deviantart.com

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Revista independiente.

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Page 1: +Letras - Número 2

+letras +letras Revista independiente

Nº2

revistamasletras.tumblr.com

Nuevos colaboradores,Nuevas publicaciones.

¡Descúbrelo!

Portada por PSHoudini

pshoudini.deviantart.com

Page 2: +Letras - Número 2

Queremos agradeceros todo vuestro apoyo en esta aventura que tenemos por delante.

¡Muchas gracias por ser una parte de ésto y un enorme abrazo!

- Equipo +Letras

¡Gracias!

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revistamasletras.tumblr.com

ProsaAlba Molera Romero .... 4

Marian Vielva .... 5

CuentoIgnacio Castellanos .... 7

FábulaÁngel Torezano.... 9

RelatoJonatan Bedoya .... 12

Cristina Escriche .... 17Myriam Soledad .... 22

Elena G. Reyes .... 25

CómicManuel Barbón .... 34

IlustraciónMaría Alea .... 28

Mauro Hernández ....29

PoesíaLaura Lobeiras Muñiz .... 38

Ignacio Castellanos .... 39Sandra Sánchez .... 42Ángel Torezano .... 48

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Se siente sola, y cuando pronuncia la úl-tima vocal de la palabra más distante se siente. Se mira al espejo de vez en cuan-do y sólo ve a la chica de ojos rasgados y labios pintados que parece inmune a

todo. Pero cuando llega la noche y el frío del In-vierno avanza se da cuenta de que ha hecho cosas horribles, de que es una persona terriblemente horrible. Ya no mira con ojos apasionados todo, ahora la chica que ve se ha vuelto fría, instigado-ra; ya no siente nada y preocupa sus pensamientos en cosas irrelevantes para no pensar en su dolor.

Porque ya no siente nada, se ha propuesto no sen-tir nada.

Y a veces cuando su mente escapa a la realidad puede ver que su dolor, ese que debía ser enorme ya no está, ya no queda nada, sólo vacío.

Ella no siente nada porque ni tan siquiera la nada puede permitirse.

por Alba Molera RomeroSilencio

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T enía la cabeza en otro mundo, tratan-do de recordar muchas cosas, tratando de ordenar mis pensamientos... era una sensación muy extraña, bueno, siempre lo es, ¿no?.

Estaba tratando de recordar tu postura cuando sujetabas el cigarro que vi en unas cuantas viejas fotos, tu siempre te empeñaste en decir a todo el mundo que nunca habías fumado, intentando ha-cer un borrón y cuenta nueva en tu vida.

También recuerdo tu imagen escondiendo tabletas de chocolate en los armarios más altos de la coci-na, porque seamos sinceros, lo querías todo para ti, pero... siempre encontrábamos tu alijo secreto.

Éramos dos críos cuando aquello pero tu siempre nos intentabas convencer para espiar al abuelo por si fumaba, entonces, el abuelo que lo sabía nos daba dinero para callar su secreto, así que estába-mos en un bucle infinito perfecto para comprar golosinas a tutiplén.

Solíamos sentarnos en la alfombra del salón, a tu vera, viendo culebrones en la televisión, lo cierto

es que ni recuerdo cuales eran, solo te recuerdo a ti diciendo: ¡Estaos quietos!, siempre la liábamos la verdad.

Recuerdo los dos besos que había que darte al en-trar y al salir de casa o te enfadabas con nosotros y nos llamabas maleducados y le decías a mamá: “educa a esos niños” y nosotros nos reíamos como cabrones que eramos, los besos, esos, siempre los has querido, eran dos besos que se transformaban en mil.

Tú si que tienes frases celebres y no los autores literarios, “A tomar por culo la bicicleta y a joder a la puta calle”, “Me cago en la sota de bastos, la Pantera Rosa y el Rey que rabió” ...

Sé que tus últimos años no fueron los mejores pero estabas ahí, solo espero que algún día dejemos de mirar el reloj pensando que hay que ir a buscarte, o incluso esconder la fruta porque no podías co-merla y a escondidas te llevabas las piezas, anoche me acosté pensando que se me olvido esconder las ciruelas.

por Marian VielvaLas ciruelas

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T odo va a pasar y no puedes cambiarlo, necesitarías una maquina del tiempo y todavía no está inventada, aunque eso nunca borraría tus recuerdos.

Todas las cosas pasan por una razón, quién sabe porque pero, tiene que ser por alguna, sea buena o mala, está claro que lo que hay que hacer es seguir mirando al frente y caminar... Qué fácil, ¿no?. Dile eso a alguien y te mirará y te dirá: Y también tengo que ser fuerte, ¿no?. No es tan sencillo.

Hay pasos que todos debemos de seguir para po-der conseguir esa fuerza mental y emocional para superar cualquier obstáculo, necesitamos apoyo también y por supuesto tiempo para sanar, aun así nunca olvidamos, es lo que nos hace diferen-tes, no podemos olvidar lo malo, lo bueno.

Nadie puede enseñarte como hacer eso, solamente tú mismo, podría decirse que es un aprendizaje forzado y desagradable, pero no, te hace conver-tirte en la clase de persona que tu decidas ser, ese camino tiene dos opciones, ninguna tiene porque ser mala, siempre será la que tu decidas la correc-

ta, pueden aconsejarte, pueden darte una opinión pero no será tu decisión, eso es lo bello de ser hu-manos, nuestra capacidad de decidir.

Aunque podemos recordar, no debemos vivir en los recuerdos, en nuestro pasado, eso solo abrirá una herida una y otra vez, no nos ayudará, solo nos hará retroceder y no sanar. He visto de pri-mera mano lo que ocurre cuando se hace eso, te mueres por dentro, olvidas quien eres, porque es-tás aquí y todo lo que querías y todo por lo que has luchado se esfuma como un sueño creado por tu propia imaginación.

Así que, mi consejo es que dibujes tus sueños y los hagas realidad sin olvidar la motivación que te impulsó a hacerlos realizar, eso y esos que te ayu-daron a tomar esas decisiones tan duras, lo que te motivó, lo que te desanimó pero te volviste a levantar porque a fin de cuentas, todos erramos pero siempre nos volvemos a levantar.

Intenta disfrutar de todo lo que amas, todo lo que puedas y nunca te olvides de quien eres y lo mu-cho que te quieres.

por Marian VielvaPresente y pasado

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-¡Joder Lavinia! Aparta ese rifle de mis bigotes.

Lavinia no movió un músculo. Siguió apuntando al licántropo con el rostro

frío como una piedra.

––Ya se… ya se que antes era un cazador y ahora un perro que camina a dos patas. Pero por todos los dioses, si hasta cenaste en la noche del Mur-ciélago Ululante con mi familia.

Lavinia dudó unos instantes. Finalmente le con-testó con sequedad y cierto distanciamiento en el tono de su voz.

por Ignacio Castellanos

Al otro lado del cañón

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––¿ Qué harías en mi lugar? Has matado. Te has alimentado, y no dejarás de hacerlo si te dejo marchar.

––Te juro que ahora puedo controlarme. Solo me alimento de animales pequeños. Nada más.

––En dos días tu propia familia te parecerá un bocado apetecible ¿Querrías correr el riesgo?

El licántropo la miró suplicante.

––Mantenme vigilado estos dos días. Si mis pe-los ves erizarse, entiérrame en el jardín trasero.

La cazadora suspiró. Relajó su cuerpo y descen-dió el rifle. Cogió su petaca y tras darle un trago largo, indicó a su antiguo compañero de faena que se marchara. El licántropo, tras posar su mirada un par de ve-ces en el rifle y en los ojos de su Verduga, echó a correr río arriba. Cuando apenas llevaba recorrido cincuenta me-tros, su cuerpo calló inerte sobre las hojas muer-tas. Parte de su cráneo fue dispersado de manera aleatoria por el suelo.Lavinia bajó el rifle. Esperó a que se disipara el humo. Vio que su colega de profesión permanecía inmóvil como un muñeco roto. Quedó clavada en el suelo mientras unas lágrimas corrían por sus pálidas mejillas. Lo más probable era que en un futuro no muy lejano ella estuviera al otro lado del cañón.

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Había una vez una pequeña luciér-naga que revoloteaba alrededor una noche de verano. Un amane-cer, como no tenía sueño y seguía volando alegremente por el bosque,

se encontró con una majestuosa águila que repo-saba en la rama de un roble. La alegre luciérna-ga, ingenua como era, entabló conversación con ella aunque ésta no parecía tener ganas de hablar. Aun así, iba contestando a sus preguntas con des-ganados monosílabos. Al final, como la luciérna-ga no dejaba de hacerle preguntas, el ave le dijo con prepotencia que un animal tan elegante y po-deroso como él no tenía por qué hablar con un insignificante insecto.

Sin embargo, cada amanecer, la luciérnaga iba al mismo roble y encontraba siempre al águila

Por Ángel Torezano

Fábula de la luciérnaga y el águila

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con su erguido cuello, mirándola por encima del hombro. Aunque siempre le decía lo mismo, que no tenía por qué hablar con ella, el águila contes-taba a sus preguntas y, con el tiempo, se fueron haciendo amigas.

La luciérnaga descubrió que el águila tenía un carácter prepotente y sabelotodo. Siempre recha-zaba sus opiniones, aduciendo que era tan insig-nificante que no podía tener razón en nada. El ave creía que siempre tenía la razón, que todo lo sabía y que en todo era la mejor. Hasta que un día, cansada de sus desmanes, la luciérnaga le propuso un reto. El águila, antes de saber de qué se trataba, aceptó, muy segura de ser capaz de vencer a la luciérnaga en cualquier empresa en la que se enfrentaran.

El insecto le propuso atravesar un laberinto de zarzales que había no muy lejos de allí volando a ras de suelo. Pero como la luciérnaga era mucho más pequeña y volaba mucho más lento, le propu-so hacerlo de noche para equilibrar las condicio-nes. El águila, muy segura de sus posibilidades, aceptó.

La noche siguiente las dos criaturas voladoras se reunieron en el límite del laberinto de zarzales. Ganaría la carrera la primera que llegase al otro lado. Dieron por iniciada la carrera y ambas em-prendieron el vuelo.

Enseguida el águila estuvo en cabeza, pues vo-laba rauda como el viento entre los pasillos del laberinto. La luciérnaga no voló a través de los

pasillos, sino que se introdujo directamente en las paredes del zarzal. Volaba más lentamente, zigza-gueando entre las afiladas espinas. Trazaba zetas y eses para esquivarlas. Gracias a su luz y a su pequeño tamaño, lo hacía sin ninguna dificultad.Aunque tardó un buen rato, la luciérnaga atra-vesó el laberinto casi en línea recta y salió por el otro lado, llegando a la meta. No vio al águila por ningún lado, sólo a un zorro que dormía pláci-damente en un tronco hueco. Así pues, pensó en sobrevolar el laberinto para buscar a su amiga. Por si acaso, hizo una señal luminosa en un tocón para certificar que había llegado la primera.

Estuvo sobrevolando el laberinto un buen rato y, al final, descubrió al águila en medio del zarzal. Cuando se acercó, descubrió con horror que estaba muy malherida. El ave había quedado atrapada entre dos zarzas que no había visto a causa de la oscuridad y, tratando de liberarse, sólo había lo-grado empeorar la situación y clavarse las espinas más profundamente. El águila agonizaba por el dolor, estaba totalmente inmovilizada y se sentía tan débil que no tenía ninguna posibilidad de es-capar.

La luciérnaga fue a buscar a sus amigas y, en-tre todas, pudieron retirar las zarzas lo suficiente como para que el águila quedara libre. Tardó mu-cho en curarse, pero sobrevivió con ayuda de la generosa luciérnaga. Entonces el águila entendió que jamás había estado tan cerca de la estupidez como cuando creía que lo sabía todo, pues así no aprendía nada, y acabó inevitablemente siendo presa del zarzal de la soberbia.

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Existen malas decisiones que tras la intervención del miedo nos llevan a actos irreversibles y sucesos ante los que angustiosamente, no podemos hacer nada. Además, cuando no nos

es posible escapar y las opciones se limitan a unas cuantas, sucumbimos a la desesperación. A veces, ésta nos lleva a la locura, imaginamos y sentimos cosas más allá de lo real, hasta tal punto que nos creemos libres aún observando las cadenas que in-conscientemente dejamos atar, creemos vivir una verdadera realidad, pero hay ocasiones en que pierdes por completo el sentido y ya no distingues que es real y que es falso, tal cosa fue mi pecado y como pago fui a parar a aquel lugar, ese lugar seco y deshabitado.

Solo quería cambiar mi vida, esa vida a la que no le encontraba sentido, por eso escapé de ella dejando atrás todo, mi familia, mis amigos, mi país, crucé ilegalmente la frontera ahora estaba allí abandonado por esos malditos de la carava-na, engañado y perdido en medio del desierto, lo único que tenía que hacer era caminar hasta Qui-mitari la cuidad más cercana de Misur y fue lo único que hice.

Caminé y caminé sin notar ningún avance, solo montañas de arena y un sol insoportable. No sé en que estaba pensando pero tendría que valer la pena.

El tiempo siguió transcurriendo, las horas siguie-ron pasando hasta caer la noche, creí que esta-

por Jonatan Bedoya

Kumo y la luz de la luna

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ría mejor así, que sería más fácil avanzar pero estaba helado. El cambio brusco de temperatura me afectó y potencializó mi agotamiento, tenía mucho miedo estaba solo y temía no salir, temía morir y que mi cuerpo no fuera encontrado, no era un chico atlético, estaba muy cansado pero, no quería parar, tenía la perseverancia de salir de allí antes del amanecer pero el cuerpo no me respondía más y caí boca abajo sobre la arena fría, el instinto de supervivencia hizo que diera media vuelta y entonces abrí los ojos y la vi, ilu-minando esplendorosa la luna rojiza, tan cerca que tuve la sensación de poder tocarla con solo ex-tender mi mano, rodeada de tantas estrellas como nunca antes había visto, fue una vista magnifica pero, solo duro unos segundos, porque la oscuri-dad sin anunciar penetró en mí y cubrió mis ojos.

Al despertar, no supe donde me hallaba ni como había llegado hasta allí. Extrañado me puse en pie y observé con asombro un lugar que fácilmente se confundiría con el paraíso, con múltiples prados bañados de hermosos colores y aromas, un bosque que rodeaba todo con árboles de distintas clases y un pequeño rio que alimentaba un no muy extenso lago, que desde lejos me encandelilló con los rayos del sol reflejados, al acercarme sentí el deseo de sumergirme y refrescarme así que lo hice y mien-tras estaba en aquella aguas me pregunté, cómo fue que resulte allí después de haberme desmaya-do, sé que no fue al caminar dormido, lo más fácil sería haber sido encontrado por alguien o traído por las personas de la caravana, que tras apiadar-se de mi, me rescataron seguramente de una muer-te odiosa o quizás cualquier otra persona, puesto

que desde el inicio descarté la posibilidad de estar viviendo una fantasía ya que todo era muy real.

Permanecí quieto, perdido en mis pensamientos durante algunas horas hasta que un fugaz mo-vimiento en el bosque me advirtió, bruscamente, que no estaba solo confirmado tras la visión de una pequeña silueta a la sombra de un enorme arboral. No tuve otro deseo más que el de cono-cer que era, así que rápidamente salí del agua y corrí hasta allí, con la sorpresa de hallarme ante un anciano con ropas harapientas y desgastadas y unos ojos hundidos y nublados que miraban con un alguna clase de tristeza. Le saludé y pregunté si estaba bien mientras me le acercaba para deta-llarlo mejor pero, él no dijo nada y permaneció inmóvil, así que, volví a hablarle para pregun-tarle sobre aquel lugar y esta vez rompió su silen-cio pero en vez de hablarme sobre lo que pregunte me pidió comida sin dejar de verme siempre tan fijamente, yo no traía nada, entonces sugirió al-canzarle algunas frutas de unos árboles no muy lejos, dijo que ya estaba muy viejo para tomarlas sin ayuda.

Eran tres arboles juntos pero diferentes uno del otro, cada uno daba un fruto distinto, acep-té. Nos dirigimos allí y mientras caminábamos el viejo no hizo ningún ruido más que el de sus pies descalzos en la tierra y las hojas secas, no mencionó ni una sola palabra pero mientras le alcanzaba los frutos le pregunté de nuevo sobre ese lugar en que me encontraba sin idea de cómo haber llegado, sin embargo, la respuesta del an-ciano me extrañó, pues dijo que ese era un lugar

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sin tiempo, no entendí y se lo hice saber, enton-ces respondió que no necesitaba saberlo, no ne-cesitaba saber más y justo después de decirlo se marchó pero antes de irse, mientras se alejaba me advirtió que si no quería terminar mal de-bía cuidarme de las telarañas y abrir los ojos.

Continúe caminando preguntándome de que ha-blaba el viejo, se me ocurrió que estaba loco así que proseguí en mi viaje aunque sin saber hacia dónde, solo que esta vez tenía más esperanzas al menos, ahora contaba con más posibilidades.

Al pasar varias horas, me fijé que por más que caminara parecía como si no avanzara, me sentía atrapado en una trampa, caminando en círculos aunque caminara recto, era extraño pero aún sa-biendo ésto, seguí caminando y fue así hasta que por fin llegue a una colina donde se podía ver gran parte del lugar, se podía ver muy lejos. El sol casi oculto y la luna ya posada y valles manchados con los más vivos colores “Éste, es un bonito lugar” escuché decir con una voz suave y dulce. “No eres de por aquí” de nuevo escuche de la misma voz, la escuché detrás de mí, me giré y la vi, una mujer hermosa, más bella que cualquier cosa que haya visto, inmediatamente sentí como todo mi cuer-po se paralizaba por aquella belleza, por aquellos ojos negros con una chispa amarilla y 4 peculia-res puntos sobre ellos en su frente y su cabello blanco, largo y liso, “hola, soy tu destino.” Dijo sonriendo con un gesto que desestabilizó mis sen-tidos, una sonrisa como nunca había sentido, una sonrisa que compartimos, no me di cuenta como me presenté ni lo que sucedió después, solo supe

que caminamos juntos y me tomó de la mano, sus-piré todo el tiempo, sentía una alegría inmensa que no podría explicar con exactitud. Platicamos sobre aquel lugar y sobre muchas otras cosas, co-rrimos jugueteando hasta llegar casi la media no-che. Nos tiramos en el suelo observando tomados de la mano las estrellas y esa luna, esa luna que esta vez estaba amarillenta, maravillosa, aunque hermosa daba una sensación terrorífica, todo fue perfecto, nunca estuve más feliz, hubo unos mi-nutos de silencio hasta que lo dijo, “quédate con-migo, quédate conmigo para siempre”. Se levantó y puso de rodillas, yo hice lo mismo sin dejar de verle a los ojos y volvió a mencionarlo “quédate conmigo para siempre”, yo asenté con la cabeza. Soy un hombre lleno de sueños y creía tener uno en frente, como negarme a él.

Nos acercamos para crear un beso, que encajaría perfectamente con mi rara felicidad, pero antes que se sellara, antes de cerrar los ojos creí ver al viejo parado detrás de ella y mientras tenía los ojos cerrados vinieron a mi las palabras de ese anciano y sentí miedo, así que, rápidamente, abrí los ojos y en un segundo vi como la silueta del vie-jo se desdibujaba en cientos de arañas, que luego sentí subir por mis piernas pero, lo que más me espantó fue ese ser grotescamente horrible con 6 odiosos ojos, horrendas patas flacas y largas y un cabello abundante y blanco que parecía no tener gravedad, ese ser que se erguía ante mí, ante mi miedo quebrando mi sueño y mis esperanzas, no pude ni gritar, solo estaba allí sin poder moverme pero, horrorizado y con el alma que se me esca-paba y no fue más pasados dos segundos después

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de abrir los ojos que escuché su primer y eterno grito, frenético, con esos terribles, manchados y mellados colmillos que amenazaban con des-truirme y no fue más que suficiente su chillido para lanzarme por los aires, unos cuantos me-tros precisos para sentir poder escapar. Sin mi-rar atrás eché a correr con el corazón más agita-do que nunca y mientras corría sentía como sus patas sometían violentamente la tierra, escuché esos chillidos que de alguna forma me animaban a correr más deprisa escuchando cada vez más lejos sus pisadas y sin saber hacia dónde corría me adentre en el bosque, tomando así más ven-taja, pero aún escuchaba como ese horrible y de-moníaco monstruo derribaba decenas de árboles.

Creí que podría salir de esa situación, mantenía una chispa de esperanza al menos la luz de la luna es buena conmigo, me tranquilizó una pizca sufi-ciente para examinar y percatarme que en este bos-que se sentía una soledad infinita, como si se roba-ra la alegría como si no, existiera la felicidad. Un bosque fantasmal, con esa niebla y ese frío sinies-tro y esos árboles marchitos y retorcidos, pútridos.

Me detuve, por completo, esta vez no escuché nada, ni siquiera sus pisadas ni sus chillidos, tal vez, dejó de perseguirme, pensé. No debí confiar-me porque cuando lo hice terminé de sellar mi maldición ya no podía hacer nada, ya todo estaba listo. Sentí una gran corriente por todo mi cuer-po, después de sentir un picotazo, seguramente de una araña, algo que me hizo más torpe, más lento, casi no podía moverme así que no pude continuar en mi huida, no pude seguir avanzan-

do, entonces escuché un gran estruendo como si hubiera caído un objeto a la tierra desde una altura increíble, era ella. Mi terror no pudo ser más intenso, no podía escapar, era inútil, estaba paralizado y sin fuerzas y ella, ella tranquila en frente observándome con una mirada siniestra.Sentí como el corazón quería salir-se del cuerpo cuando empezó a acercar-se, lentamente, con una confianza macabra.

Quién sabe que fatalidad me espera, quizás el destino tenga para mi algo más horrible que la muerte misma.

Derrotado caí al suelo y al percatarme que po-día moverme no se me ocurrió más que, con-templar por última vez la luna, extendí mis manos con intención de suplicarle ayuda de alguna forma, ésta me las ilumino con sus em-brujados destellos, confundiéndome con un nue-vo terror pues mis manos estaban esqueléticas.

Lancé una confusa mirada a mi compañe-ra pero asombrosamente, ella ya no estaba ni tampoco el bosque fantasmal ni la terri-ble luna amarillenta, de nuevo, me encuentro en el desierto nocturno debajo de la impo-nente luna rojiza, donde reinaba el silencio.

Sin comprender todavía lo sucedido, caminé un poco con alivio pero no por mucho pues creí ver una sombra tirada en la arena, se trataba de una persona. Creyendo haber encontrado la salvación corrí curioso hasta estar tan cerca para recono-cerlo, al hacerlo sentí un escalofrió que me heló

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hasta el alma, aquel cuerpo no era otro más que el mío. Era una locura, jamás había sentido tanta confusión, mucho menos tanto horror pero aún venía lo peor, una concentración de sensaciones indescriptibles, paralizantes y fulminantes pro-ducto de enterarme de lo que sucedía cuando el cuerpo abrió los ojos frente a mí con una sonrisa siniestra y malvada, con esos ojos increíblemente negros con una chispa amarillenta y cuatro pecu-liares puntos sobre ellos, en su frente.

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Una gota. Fue eso lo que la despertó. Una gota de agua justo en el centro de su cabeza vencida, en el cuero ca-belludo. Fue ese instante maravillo-so de frescor completamente gratuito

que le ofreció el mundo lo que la despertó. Levan-tó la cabeza muy despacio, abriendo los ojos con dificultad, cegada momentáneamente por la luz del día al que se había cerrado, y tras ese segundo de olvido, volvió a recordar la jaqueca, las heridas abiertas, el dolor de todos los músculos de su ma-gullado cuerpo. Por un momento, no supo deter-minar dónde estaba, ni qué estaba haciendo allí. ¿Por qué estaba desnuda en ese lugar, a la vista de todos? ¿Por qué tenía los brazos atados a lo alto de un poste? ¿Por qué le dolía todo tanto, y notaba

el sabor férreo de la sangre en la boca? ¿¡Por qué demonios había tanta luz en aquella plaza!?

Trató de enderezarse, tanto como las ataduras de sus brazos le permitieron. Se había dejado caer sobre sus rodillas para dormitar, y ahora notaba las piernas entumecidas y los brazos, que habían tenido que soportar todo su peso, terriblemente doloridos. Al estirarse notó el frío del poste de madera tras su cuerpo. Notó cómo pequeñas as-tillas se clavaban en su espalda. Hizo una mue-ca de dolor repentino. Pero ya no valía la pena quejarse, gritar o llorar. Sabía que había estado demasiado tiempo ahí, atada, expuesta como un animal de feria, para escarnio y deleite de todos: “¡Damas y caballeros! ¡Les presento a la criatura

por Cristina Escriche

La bestia

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más extraña de todas cuantas poblan la tierra: la mujer!”

La lluvia comenzó a caer, todas las pequeñas go-tas a un tiempo, como si una parte del cielo se hubiera roto y se desbordara sobre su cabeza, sin velar completamente al sol. Levantó la cara, y se refrescó con el agua que caía de las nubes. Notó con placer cómo las gotas resbalaban sobre su rostro, y caían dulcemente acariciando su cuerpo marchito, llevándose con ellas los restos de san-gre. Llevándose todo en lo que me he convertido. Se abandonó un instante a esa sensación. Y rió. Alzando la cabeza, se carcajeó al cielo.

Ajena a esa pequeña oración interna, la gente paseaba por la plaza. Muchos pasaban de largo sin lanzar una mirada, completamente extraños a aquel mundo independiente que existía y se de-sarrollaba atado a un poste de madera, esa irre-levante calamidad, ese desastre magullado y pá-lido que se debatía por seguir viviendo. Algunos lanzaban miradas furtivas y curiosas, ávidos de espectáculo, y avergonzados por ello. Unos pocos morbosos se detenían a contemplar su desnudez. A ella no le importaba. Era consciente de que es-taba ahí para ser exhibida, un pasatiempo para las monótonas y fútiles vidas de sus congéneres humanos.

Hubiera escupido al suelo y hubiera lanzado una maldición a los cielos. Le hubieran molestado aquellas miradas lascivas, aquellas sonrisas con-descendientes, aquellos ojos que la miraban con lástima y compasión, aquellos rostros orondos que

ansiaban que cayera, si no hubiera sido porque ya estaba acostumbrada a ellos. Hubiera maldecido, sí. Y hubiera llorado, si quedara en ella un míni-mo rastro de las lágrimas largo tiempo derrama-das. Y hubiera gritado, si aún tuviera las fuerzas para alojar tanto oxígeno en sus pulmones y tanta rabia en su corazón.

No. No quedaba nada de eso en ella. No había reminiscencia de lágrimas, de aire, de rabia, de odio, de alegría, de compasión, de risas, de espe-ranza. De amor.

***

Oscuridad de nuevo. Pronto, el entumecimiento de su cuerpo y el dolor de sus brazos se difumina-ron, y se hicieron lejanos, como se borran las este-las de la brisa sobre la superficie de un estanque. Estaba ella, blanca, pálida, brillante, en aquella oscuridad latente, en aquel silencio inmenso e inescrutable. ¿Es esta mi alma? Pensó que quizá por fin hubiera muerto. Se preguntó por qué no sentía dolor. Se figuró que el infierno debiera ser una tortura eterna.

¿No es esta oscuridad suficiente tortura para tu corazón, tú, que habías ansiado y vislumbrado tanta luz en tu vida? No reconoció la voz que le hablaba con crueles palabras.

Gritó a la oscuridad, y se sorprendió de tener fuerzas para ello. La inmensidad se tragó sus pa-labras.

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– ¿Quién eres?

Una respuesta vino a ella, como un susurro a su corazón. Tú.

Yo soy en lo que te has convertido.

Yo soy todas las personas que te han herido y to-das aquellas que te han amado. Yo soy todos los pecados que has cometido y cada instante en que has suplicado perdón. Yo soy las vidas que has salvado y todas aquellas que has engullido. Yo soy tu inocencia y tu lujuria. Yo te poseo y eres mía.

La oscuridad se ensombreció a su alrededor, y unas cadenas crecieron rodeando sus brazos, obli-gándola a contorsionar su cuerpo para resistir la fuerza que tiraba de ella. Se encontró atrapada de nuevo, pero esta vez le dolió más, como si se rea-briesen en ella todas las heridas que jamás había tenido.

Una enorme criatura hecha de Pesadillas y Sombras la rodeó. Y por primera vez en mucho tiempo, tuvo miedo. Sus manos permanecían ata-das y encadenadas a la horrible Nada. Cabezas monstruosas se acercaban a su cuerpo asustado y siseaban con lenguas bífidas y cuernos torcidos, sin llegar a tocarla. Enormes garras afiladas y terribles se cernían sobre sus extremidades, y se tensaban como a punto de clavarse. Miles de ojos la observaban con malicia desde la más negra os-curidad, haciéndole sentirse nerviosa y, de nuevo por primera vez en mucho tiempo, avergonzada. Se debatió y trató de liberarse, aterrada.

No hay forma de escapar de uno mismo.

La voz resonó en su cabeza como los latidos de sus propias venas. Era una voz negra y áspera, que la envolvió de dentro afuera. Dolió. Tensó todo su cuerpo en un espasmo de ira y sufrimiento. Cada movimiento, cada intento de inútil forcejeo dolía como mil espadas clavándose directamente en su pecho.

– ¿Es esto en lo que me he convertido? La Bestia por fin ha tomado mi vida mortal, apoderándose de mí, y ha llenado mi alma de esta oscuridad y de sus sombras.

Y, comprendiendo la futilidad de su resistencia, se rindió. Simplemente dejó de forcejear. Y los Monstruos se acercaron más a ella e inhalaron su aliento. Dejó el cuerpo inerte, su mente a merced del recuerdo. Pues su alma ya no le pertenecía a ella, sino a la Bestia.

***

En el centro de la plaza, atado a un poste de ma-dera, descansaba vencido sobre sí mismo el cuerpo de una mujer, blanco y pálido como un cisne, sal-picado de heridas carmesíes, desprovisto de todo signo de vida y, sin embargo, brillante bajo la luz del sol que asomaba tras una nube de tormenta. Las gotas de lluvia golpeteaban contra su piel y se arrastraban siguiendo los surcos de sus formas, limpiando los rastros de sangre con esmero, casi con cuidado.

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Y dentro de aquel mundo independiente que exis-tía y se desarrollaba atado a un poste de madera, esa irrelevante calamidad, ese desastre magullado y pálido, yacía el cuerpo de una mujer, blanco y puro, encadenado a la oscuridad de su alma, cus-todiado por los Monstruos y las Pesadillas que había creado en sí misma. Rendido para siempre al peso de su pecado. La cabeza hundida por el remordimiento, el corazón recuerda mentiras y amores pasados.

No. No recuerda. No queda ningún recuerdo en ella. No hay reminiscencia de lágrimas, de aire, de rabia, de odio, de alegría, de compasión, de ri-sas, de esperanza. De amor.

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por Myriam Soledad Trigueros

La fábrica de marionetas”No busquéis en los libros principios y reglas que seguramente encontremos mejor dentro de noso-tros”. (Rousseau)

Había una vez una ciudad de reco-nocido prestigio en un país no del todo prestigioso. Dicha ciudad po-seía la fábrica de marionetas más equipada y más galardonada de

todo el territorio nacional, y era precisamente en este negocio donde residía el abolengo de la urbe.Trabajar en la fábrica suponía gozar de status, dignidad y prestigio, además de cuantiosos bene-ficios siempre y cuando se siguieran las pautas y premisas del Maestro Empleador.

Para poder ser obrero de esta fábrica había que superar con éxito una serie de certificaciones que daban cuenta de la óptima cualificación de los as-pirantes. Básicamente todas las pruebas evaluaban la capacidad extrema de montado de marionetas de los operarios. Es decir, su cometido era evaluar la rápidez y el promedio de piezas idénticas que eran capaces de producir en el menor tiempo. La última parte en la cadena de montaje y ensambla-do consistía en insertar una esencia a los títeres. La esencia digamos que era una especie de micro-chips o artilugios que permitían repetir hasta un total de 1000 frases y adquirir ciertas habilidades programadas por los operarios. Cuanto menos se desviara del original mejor que mejor, pues en el armado de marionetas en cadena lo vital no era

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pensar cómo hacer marionetas personalizadas, de hecho era un delito tipificado en las leyes según el Ministerio de Culto y Disciplina. En una fábrica de marionetado hay que hacer réplicas exactas y luego colocarlas en el mercado, porque una ma-rioneta que piensa es un peligro ambulante. Sí que es verdad que de vez en cuando se editaban panfletos que recogían innovaciones de montado de marionetas pero realmente, los procesos de ma-rionetado no habían cambiado sustancialmente a lo largo de los siglos y más que nada, aquellas octavillas legislativas eran palabras vacías llenas de engaño.

Un día el señor R. entró a formar parte de la plantilla empresarial. De ese personaje sólo po-demos decir que era de todo punto curioso. Di-ferente a los demás trabajadores porque al señor R. no le importaban las leyes de marionetado .El señor R. iba por libre y lo que le importaba de verdad eran las marionetas. Les susurraba pala-bras porque sabía que eran juguetes con alma, a pesar de los hilos y la madera y el relleno de tra-po. Sabía que tenían sus problemas y decidió que no quería seguir montando marionetas idénticas. Trabajaría en algo diferente. Así que cada día les iba enseñando algo nuevo. A algunas les susurra-ba el porqué de los colores, les preguntaba cómo se encontraban ese día, si había habido algún alter-cado en las estanterías donde reposaban hasta ser manufacturadas… El señor R. les preguntaba el nombre, porque dentro de sí todas las marionetas tienen un nombre y saben quién son aunque no lo recuerden a la primera de cambio. Y cuando sus creaciones eran colocadas en el mercado, nun-

ca les perdía la pista y les mandaba una postal por navidad, un regalo por su cumpleaños... Al principio la producción de marionetas persona-lizadas no tuvo efecto alguno, pero a medida que avanzaban los años y el señor R. seguía con su metodología, las marionetas se revelaron. Orga-nizaron conferencias, manifestaciones…Crearon sociedades en contra del lavado de cerebro como la TUFD “Títeres unidos a favor de la desprogra-mación”. Los dirigentes de la empresa acusaron de traidor al señor R. por suscitar desórdenes en-tre los monigotes de trapo , los cuales se suponía que sólo debían obedecer a la autoridad compe-tente del Ministerio de Culto y disciplina. Así que, acabaron echándolo de la prestigiosa fábrica de fabricación lineal de marionetas. Sin embar-go, el señor R estaba feliz porque sabía que con pequeños gestos estaba cambiando el mundo. La noticia corrió como la pólvora entre las asociacio-nes PRO marionetas libres. Enteradas del injus-to trato que el pobre señor R. había sufrido, las antiguas marionetas que un día salieron de sus manos decidieron montar un negocio de des-ma-rionetado propio. Así, serían multitud y un día las fábricas de marionetado lineal serían historia y las marionetas dejarían de ser marionetas para convertirse en personas.

Moraleja de la historia: Quizás las sucesivas leyes educativas aunque pretendiendo buscar una mejo-ra del sistema educativo, en el fondo lo que quie-ren implementar de verdad no es una sociedad de ciudadanos preparados y forjados en valores hu-manos, sino una suerte de sociedad competente (en cuanto a mercado se refiere) y competitiva.

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Quizás por eso sea interesante no enseñar a pensar a las marionetas porque “una marioneta pensante, es un peligro ambulante”. Por otra parte, la figu-ra del señor R. es importante porque nos da idea de que cada docente debe trabajar siendo fiel a sí mismo, con su estilo, con su libertad de cátedra como dicen algunos. Pero sobre todo, teniendo en mente y en primerísima fila lo verdaderamente importante, a sus estudiantes (también conocidos como marionetas por algunos hacedores de leyes de pacotilla). En definitiva, sorprender y dejarse sorprender por lo humano de las cosas.

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Zuleika se encontraba en su cuarto aca-riciando sus cabellos cuando la visión de un joven alto y de complexión at-lética la obnubiló por completo. En un primer momento no recordaba ha-

berlo visto antes, pero luego se dio cuenta que aquellos ojos oscuros se habían cruzado antes con los suyos en el mercado, cuando su marido Putifar compró al joven como esclavo. Recor-daba vagamente el nombre del joven, así que de sus labios salió tímidamente el nombre de José.

El chico, al oír su nombre, se giró y al igual que le ocurrió a Zuleika, no podía creer que existie-ra una mujer tan bella: sus cabellos largos eran radiantes, oscuros y brillantes como el azaba-che; su mirada penetrante de tono esmeralda se dibujaba en unos ojos rasgados y perfilados

con kohol, intensificándola aún más; unos la-bios carnosos y rojos como rubíes y su figura se encontraba casi al descubierto a excepción de las sedas granates y doradas que la cubrían.

Una vez uno frente al otro, se trazó en los labios de ella una sonrisa atractiva y sensual que hizo que José rozara, acariciando aquel cuello bron-ceado por el sol, y bajase hasta llegar al hombro. Ella fue acercando despacio sus labios que se jun-taron con los de José, y éste, al darse cuenta de la situación, se separó bruscamente y abandonó los perfumes e inciensos de Zuleika. Sin embargo, ella, antes de que huyera, le arrebató su túnica que quedó rasgada…

por Elena G. Reyes

La manzana entre sedas

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2828por Maria Alea

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por Mauro Hernández

Grafito y Óleo sobre papel Caballo 109, 50x40cm.

The Gate

por Maria Alea

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por Mauro Hernández

Grafito sobre papel, 21x30cm.

Elf Warrior

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por Mauro Hernández

Grafito sobre papel, 21x30cm.

Apunte rápido

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por Mauro Hernández

Grafito sobre papel Caballo 109, 30x40 cm.

Mr. Hietala

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por Mauro Hernández

Acrílico, tinta y gouache sobre Cartulina, 21x30cm.

Apunte rápido

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por Manuel Barbón

Ye lo que hay

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por Manuel Barbón

Jen

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Por Laura Lobeiras Muñiz

Porque fui y siempre seré por ti, pero tú ya no eres ni dejas ser; Porque la distancia ya

no es el espacio que nos separa, Es el hielo que ya no fluye ni ebulle; Son los escudos

y las corazas insalvables, son los amores que no fueron, las excusas que nos dieron y

los sueños que nos vendieron. Y si el antes ya no es el ahora, y tú ni eres ni dejas ser,

yo seré por siempre lo que ya no es, seré el cuento que te contaron y nunca se cumplió.

Cuidaré la memoria del encanto, salvaré el dulce de la miel…

Hielo y miel

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Por Ignacio Castellanos

Cuando la guerra acabe,

Huesos desnudos cantarán

“Sangre joven

En vano vertida

Por seres obesos

Empoltronados en fálicos sillones

De moral superior e hijos incorruptos

Ideologías lascivas

Forjadoras de cadenas”

Dioses Alienadores de nuestro tiempo,

Modificadores de conducta ineficaz,

Movimientos poblacionales de pensamiento,

Ideologías Lascivas

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Aberración del término,

-“humano”-

Los perros obedientes,

Beben y se nutren

Sangre vertida en vano,

Ansia de poder,

Ansia de joder,

¿Crees tomar la decisión adecuada?

No temas,

Ya la han tomado por ti

Frío en las venas,

Fuego en el corazón,

Miles de caminos

Tomar una decisión,

Ya no es una opción

Mueren los ángeles,

Los sabios son crucificados

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El amor todo lo puede,

Le son ajenas las cadenas,

La aceptación sin fronteras,

Es su bandera.

Las ideologías,

Cumplieron Su función

Ahora solo devoran,

Como un niño malcriado,

Todo lo bueno y puro

Fuego en los cielos,

Muros diezmados,

Moral desterrada,

Prejuicios reciclados,

El limbo es su morada.

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Por Sandra Sánchez

Invítame a beber vivir

en la barra de tu bar.

Ponme ahora

lo que quieras,

como quieras,

ponme (a) diez

(sobre diez).

Vivamos Bebamos juntos,

que aún queda mucho alcohol

en la despensa…

Y a la vejez

-ya sabes-

unas copas de jerez.

Invítame a vivir (o viceversa)

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Por Sandra Sánchez

Mis poemas tienen ojos

y me miran,

lloran,

cada lágrima derrama

letras mojadas en sal

que resbalan de verso

en verso.

Mis poemas tienen ojos

y me miran,

tristes,

prisioneros de las hojas

en que los hallo,

encadenados unos

Mis poemas tienen ojos

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a otros por corchetes

y puntos suspensivos…

[Se hacen viejos,

se arrugan,

se encorvan en cada

estrofa,

se van muriendo

entre líneas]

Mis poemas tienen ojos

y me miran,

silentes,

aunque por dentro

yo- lo que siento-

es que me gritan.

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Por Sandra Sánchez

Cada vez que te miro juego a la ruleta

con tus ojos desafiantes en alevosa complicidad.

Soy ludópata de tu mirada.

Qué importa ganar o perder, mientras juguemos;

mientras sigas poniendo en práctica tu sutil arte

de provocación,

mientras el humo de tu cigarrillo persiga mi cara.

(A tu señal, apuesto)

Y me lo juego todo al 2 de tus labios rojos

al 8 del infinito de tu espalda,

al 4 de tus piernas y brazos

-deseando que me aferren-

Al 1 de tu entero cuerpo,

al 1000 de tus pechos de miel,

Ruleta

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al 69 del fuego de tu sexo...

Tu cabeza mira hacia otro lado

y tus ojos se paran en un brutal y sádico 0.

Hoy, no es mi día de suerte…

(El revólver, habla por fin)

¡P.U.M.!

(¡Puta Utopía de Mierda!)

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Por Sandra Sánchez

dos veces

con tu misma piedra.

Me daré de bruces

con ella...

y me dolerás

a Gloria Bendita.

Tropezaré

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Por Ángel Torezano

Iba camino al trabajo,

como cada gris mañana,

comiéndome una manzana

por mi habitual atajo.

Gente en su vida mundana

caminaba por doquier

tratando de no perder

ni un instante de semana.

Tanta prisa para ser

un esclavo de sus amos;

que el alma rebajamos

por dinero merecer.

Amor en silencio

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Ella llevaba dos ramos,

de rosa, jazmín y lila,

paseando tan tranquila;

nadie en ella nos fijamos.

Ni en su aroma que encandila;

labios de fiel mariposa;

cabellos de etérea diosa;

ni en cómo los pasos hila.

Entonces pasó una cosa,

un milagro diminuto,

que me entregó el sutil fruto

de una dicha silenciosa.

Todo se vistió de luto

cuando me clavé la espina,

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bien hondo, pues era fina,

al rozarme un tallo hirsuto.

“El que no mira no atina”,

me dijo muy caprichosa.

Brota la sangre copiosa.

Mi boca estaba que trina.

La vi entonces, tan dichosa,

y se detuvo mi mundo

en el silencio profundo

de su mirada gloriosa.

Fue un instante tan rotundo

que no hubo lugar a duda.

Mi alma se quedó muda.

La luz se hizo en un segundo.

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Como una flecha menuda

se internó en mi corazón,

cegándome la razón,

esa mirada desnuda.

Verdes de pura pasión

brillaban aquellos ojos,

sobre suaves labios rojos

livianos como un gorrión.

Se abrieron los mil cerrojos

que al alma evitan dolor,

con un suspiro de amor

y una explosión de sonrojos.

Ella me dio su candor;

yo le ofrecí mi sonrisa.

Ella era gentil poetisa;

yo torpe conquistador.

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Cual suma sacerdotisa

que en su sacristía reza,

su voz, llena de entereza,

pronunció su nombre: Elisa.

Tal despliegue de belleza,

Elisa de mis amores,

me cubrió el alma de flores

y me llenó de riqueza.

Flores de mil olores

pintan tu floristería;

ninguna con tanta alegría

se viste con tus colores.

Esta nota no hilaría

si pudiera hablar contigo,

mas ser mudo es mi castigo;

sólo tengo mi poesía.

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Dejo la carta al abrigo

de azucenas y azaleas,

confiando en que la leas

y me dejes ser tu amigo.

Te espero donde las feas

se juntan en primavera,

bajo la hermosa palmera,

cuando suban las mareas.

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