lo sobrenatural

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Antropología Teológica Pbro. Dr. Alejandro Ramos Lic. Esp. Matías Zubiría Mansilla Colaboración: Prof. Juan Carlos Bilyk y Prof. Ma. Laura Chabay Unidad 5 LO SOBRENATURAL Versión Marzo 2013

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ANTROPOLOGIA

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Page 1: Lo Sobrenatural

Antropología TeológicaPbro. Dr. Alejandro Ramos

Lic. Esp. Matías Zubiría Mansilla

Colaboración: Prof. Juan Carlos Bilyk y Prof. Ma. Laura Chabay

Unidad 5

LO SOBRENATURALVersión Marzo 2013

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Ramos - Zubiría Mansilla

01 – Antropología Teológica – Capítulo 4 – Los sobrenatural

Índice

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01 – Antropología Teológica – Capítulo 4 – Los sobrenatural

Introducción

“Lo sobrenatural” hoy nos resulta una expresión ambigua por la diversidad de significados que tiene según los contextos y por la poca claridad con la que, a menudo, se lo define.

Nosotros vamos a intentar repasar algunos de esos significados.

Al escuchar hablar de lo sobrenatural lo primero que se nos ocurre pensar es en el título de uno de esos programas de la TV del canal Infinito, en los cuales hay un personaje que, hablando con forzado tono de misterio, intenta introducirnos en los secretos de alguna de las concepciones orientales sobre la vida del hombre y el mundo.

Otro sentido de la expresión se halla en los libros pseudo-filosóficos o pseudo-teológicos de la denominada New Age (“Nueva Era”), en los cuales se usa como síntesis de una espiritualidad que se funda en el panteísmo.

El hombre tiene que tomar conciencia de que forma parte de una única sustancia, el Todo, y a través de esta tarea racional, alcanza su propia salvación.

“Sobrenatural” significa, en este caso, la conciencia que el hombre tiene de lo divino de su ser; éste sería el modo de alcanzar la armonía corporal y espiritual, y a través de ella, la plenitud.

Pero “sobrenatural” es, además, un término que se ha banalizado en la expresión popular y que se aplica para hacer referencia a una experiencia profunda de exaltación de los sentidos, un estado de éxtasis al cual el hombre llega por el placer.

Una variante dentro de esta idea sería cuando se aplica este concepto a la idea de “inspiración” que ilumina y dirige la obra de un artista en un momento especial de “iluminación”, o a la experiencia estética que puede conmover el alma de un hombre ante la presencia de lo bello.

En todos estos casos, se verifica una profunda desvirtuación del significado de este concepto; puesto que el mismo término sugiere algo que escapa a la realidad humana y a las posibilidades de su propia fuerza.

Se trata de aquello que está por sobre la naturaleza sea del mundo o sea del hombre. Es algo que trasciende, que está por encima, que está antes y después del hombre: Dios, que es su Causa.

De esta forma, nos acercaríamos más al concepto cuando nos referimos a la existencia de fenómenos que exceden la capacidad humana para realizarlos y comprenderlos.

El ejemplo más claro es el del milagro. A veces, se confunde el milagro con lo sobrenatural, y decimos se confunde porque son cosas distintas; el milagro (una sanación, por ejemplo) es un hecho sobrenatural, pero sólo en cuanto al modo cómo se produce. Es un hecho que se realiza al margen de las leyes de la naturaleza, a raíz de una intervención extraordinaria de la Primera Causa eficiente de todo, que es Dios. Así es en este sentido que se dice que es “sobrenatural” una

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curación milagrosa, porque no tiene posibilidades de explicación por medio de la ciencia1.

Pero “sobrenatural” no sólo es lo que se produce de esa forma extraordinaria, sino también algo que el hombre recibe desde afuera, que no sale de él mismo y que produce, en él, un efecto que es sobrenatural en sí mismo: la participación en una vida diferente, superior, como es la Vida divina.

En el caso del milagro, el hecho es sobrenatural, pero el efecto es natural: por ejemplo, la salud del cuerpo. Pero en el segundo caso, no sólo el hecho es sobrenatural (tener Fe, por ejemplo), sino que el efecto es también algo sobrenatural puesto por Dios en el hombre: la aceptación de la existencia de una realidad de la cual no tengo evidencia ni por los sentido ni por la razón, que es la Realidad divina.

Cuando nosotros hablamos de “sobrenatural” nos referimos, entonces, fundamentalmente a esta participación del hombre en la Vida divina.

Insistimos en esta idea porque, a menudo, se piensa en lo religioso como en un sentimiento que lleva al hombre a “obligarse” con unas leyes que marcan un estilo de vida.

La religión no es un sentimiento, porque estos no son más que movimientos pasajeros de la parte sensible del hombre.

Aunque pudiera la Fe concluir en un sentimiento (por ejemplo, de compasión por el prójimo o de deseo de Dios que nos haga sentir bien y nos impulse a obrar), la fe es algo mucho más profundo, pues radica en la parte más elevada y expresa el deseo más íntimo del hombre: el deseo de Dios.

La religión tampoco consiste solamente en una ética, si alguien se obliga en conciencia a cumplir con preceptos religiosos es porque antes cree en algo, en Alguien.

Quedarse con esta idea de lo religioso sería una ignorancia respecto de lo que constituye la naturaleza humana, que es poner al hombre en relación con un Ser superior, distinto de él mismo.

Es cierto que es posible observar fenómenos externos en la vida humana como consecuencia de una convicción religiosa, pero es cierto también que, en realidad, más allá de esos comportamientos, hay algo que es inexplicable para las capacidades humanas: hay una fuerza espiritual, más potente que los sentimientos y la razón, que eleva al ser humano a vivir de realidades que alcanza a percibir sólo por la Fe.

Lo sobrenatural, en sentido cristiano, es lo que Dios pone en el hombre, y no lo que éste logra con su esfuerzo personal.

Es esa íntima convicción de la presencia de Dios en los ritos sacramentales o la aceptación de su Palabra, por ejemplo. Algo que no puede salir de él mismo, que viene de arriba. ¿Cómo es factible si no que, al mirar un pedacito de pan sin levadura, uno crea que es el Cuerpo de Cristo y se arrodille?

1 Cf. SPIAZZI R. Natura e grazia, fondamenti dell`antropología cristinana secondo San Tommaso d`aquino.. Bologna: Studio Domenicano, p.145-149.

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Cuando hablamos de “sobrenatural” nos referimos, fundamentalmente a esta participación del hombre en la Vida divina

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Lo sobrenatural es la realización de un movimiento en dos tiempos (movimientos):

1º movimiento: Dios toma la iniciativa, sale de sí mismo, por así decirlo, y pone algo de sí en el ser humano: su Vida, una energía que genera el segundo movimiento.

2º movimiento: la elevación del hombre a una Vida distinta, superior.

Es así: se vive de realidades espirituales de las que no se tiene certezas racionales, se buscan cosas que no se perciben con los ojos. El que ama a Dios tiene una vida absolutamente distinta de aquél que no lo conoce o lo rechaza.

El creyente, más allá de sus dificultades para cumplir con todo lo que le exige el modelo de vida que intenta imitar, tiene unos criterios que determinan su vida cotidiana que surgen de la Fe en Dios; por ejemplo, desde el sentido de la vida y la muerte o de la misión que pretende cumplir en su existencia terrenal hasta la valoración de las cosas materiales en una jerarquía de valores que suponen cosas más valiosas.

Entonces, la religión no es que sirva para vivir mejor aquí, es que viviendo de realidades espirituales, el hombre llena su existencia con la búsqueda de una vida mejor que sólo es posible en la eternidad de manera perfecta, pero que se anticipa en algo aquí por la Fe.

La religión no puede tener nunca como finalidad última esta vida, porque entonces sí sería un producto del hombre y para el hombre.

Un ejemplo de esto sería si la desvirtuación del sentido de la acción cultual, como sucede con la meditación trascendental que proponen algunas religiones.

No hay que confundir la oración cristiana, un diálogo personal con Dios, con la meditación que proponen las religiones orientales, pues en éstas. no se dialoga con nadie más que con uno mismo, no hay otro ser distinto y superior, es sólo la búsqueda de sí mismo y por sí mismo.

Conviene, pues, distinguir lo que tiene el hombre y puede desarrollar que son sus capacidades naturales, de aquello que puede recibir pero nunca jamás sacar de sí mismo: lo sobrenatural dado por Dios.

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1. Lo natural y lo sobrenatural

Para tratar de explicar qué entendemos por sobrenatural, nos vamos a remitir a las palabras mismas de Jesús.

En el Evangelio de San Juan, se narra el encuentro que tiene con una mujer de Samaría (un pueblo de Galilea). En la ciudad de Sicar, se hallaba, según la tradición, el pozo de Jacob. Jesús estaba sentado -cuenta el texto- junto a ese pozo, cuando al mediodía, vino la mujer a sacar agua.

Entonces Jesús le dijo:

«Dame de beber». Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dijo la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva». Le dijo la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»

Jesús le respondió:

«Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna»2.

En este texto, Jesús habla de un agua “viva”.

Esta expresión se refiere a lo que la misma Sagrada Escritura llama, en otra oportunidad, la gracia.

Jesús aprovecha la situación, la necesidad natural de beber agua, para hablarle a aquella mujer de una necesidad espiritual: la sed de Dios que toda alma tiene por estar creada para Él.

El agua viva es, entonces, la misma Vida divina que el hombre recibe en su interior; por eso, en el texto, Jesús dice que «aquél que beba de esta agua no tendrá sed jamás», y que «esta agua brota para la vida eterna».

Es Dios mismo, una participación en su Vida, lo único que puede saciar completamente los deseos de verdad y de amor a un bien que todo espíritu tiene; además, esta vida inicia aquí en la tierra algo que se consuma sólo en la Vida eterna con la visión y gozo directo de Dios.

Este texto es la mejor introducción para hablar de esa Realidad divina en el hombre que denominamos lo sobrenatural. En primer lugar, deberíamos distinguir este concepto de aquello que constituye la naturaleza del hombre para, luego, ver el modo en cómo esto se hace presente.

La naturaleza designa la generación o nacimiento de los seres vivientes, según su significado primitivo. Es el principio intrínseco de una cosa en

2 Juan 4, 8-15.

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virtud del cual ella se mueve en busca de su perfección; es aquello que constituye una cosa, que hace que es y no otra cosa (esencia) y que determina el modo de su realización.

La humanidad, por ejemplo, es la esencia del hombre y consiste en ser una animal racional, por lo tanto, el ser humano se realiza en la medida en que pone en acto esas capacidades que posee.

De esta manera, son naturales al hombre no sólo las operaciones que permiten a su cuerpo material conservarse, reproducirse, o sentir, sino también las operaciones propias de su alma espiritual, como el conocimiento y el amor. Sin ellas, el hombre no se realiza, y por esto, decimos que lo natural determina o mueve a la acción; todo ser, en definitiva, busca su propia perfección.

Natural es, entonces, lo que uno tiene desde su concepción, lo que forma parte de la esencia o se deduce de ella y lo que tienen todos los seres que pertenecen a esa especie.

La naturaleza en el hombre comprende las dos dimensiones: la espiritual y la corporal.

El alma humana es de naturaleza espiritual y tiene, además de su esencia, dos potencias a través de las cuales actúa: la inteligencia y la voluntad.

El intelecto, como ya hemos visto, le permite al hombre tener apertura para captar el ser de las cosas y expresarlo después en una palabra; la voluntad es la facultad que lleva al hombre a actuar, principalmente a buscar el bien que le presenta la razón.

La vida del alma consiste, entonces, fundamentalmente, en actos de conocimiento y en actos volitivos.

Son acciones que ponen al hombre en contacto, por un lado, con el mundo material, puesto que el conocimiento se inicia en la información sobre las cosas que le brindan los sentidos; pero que, por otro lado, también lo ponen en contacto con realidades espirituales que están por encima de sus capacidades naturales, puesto que la inteligencia y la voluntad no se conforman con conocer y amar realidades contingentes, sino que, además, buscan la posesión de realidades absolutas, como la verdad y el bien absoluto.

Todo esto significa que el alma tiene una vida espiritual que corresponde a su naturaleza, pero que, además, ella está en condiciones de recibir una participación en un tipo de conocimiento y amor que no surgen de ella, sino que recibe de Dios.

Deberíamos aquí hacer una aclaración: cuando decimos que el hombre es un ser racional por naturaleza, no pretendemos reducir esto a la razón.

No es el hombre sólo razón; es ser que razona pero que también siente dolor, placer, ve, toca, etc; es decir, que, además de alma, tiene un cuerpo, y esto es evidente porque cada uno puede percibirse así mismo, por la razón y por los sentidos. Si dijéramos que es puro intelecto, estaríamos negando algo que, por evidente, es innegable y no necesita más pruebas que la propia percepción.

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Quisimos hacer esta aclaración porque hay algunos que sostienen que cada uno debe ser feliz como le parezca y que, por tanto, nadie tiene derecho a imponer a otro un modo de felicidad.

Y en realidad, esto es un error, ya que si bien es cierto que soy un ser libre, también es cierto que hay cosas que no entran en el ámbito de la opción personal, porque la naturaleza me las exige no sólo a mí sino a todos los hombres.

El deseo de comer, el de conocer o el de amar son “exigencias” de mi naturaleza. No soy libre en esto, si no amo a alguien no puedo ser feliz.

La naturaleza, mi naturaleza, es el ser y su modo de obrar, algo que tengo desde que nací y que no me di a mí mismo, sino que lo recibí de otros, de mis padres y de la Causa que genera todo ser que existe.

Ahí está la dificultad para algunos que niegan que exista una naturaleza determinada en el hombre; reconocer esto es reconocer implícitamente que Dios existe y que es Él el origen de mi ser. Además, tal reconocimiento nos lleva a la conclusión de que también nuestro modo de ser hombres, es decir, de obrar, está, en cierta medida, señalado por nuestro propio ser.

La negación de esto surge en la historia de la filosofía, en distintos momentos: tanto en la antigüedad como en la modernidad, marcada por el racionalismo y el subjetivismo que terminaron por imponer sus principios en la actualidad3.

La idea de naturaleza es un concepto clave hoy, sobretodo, en el ámbito del pensamiento filosófico o científico.

Es, por ejemplo, lo que se debate en las cuestiones bioéticas del aborto, la eutanasia y la clonación, en las cuales se juega el futuro de la humanidad.

También es decisiva una clara idea de naturaleza humana para evitar que los individuos sean manipulados por los criterios de una sociedad de consumo.

Lo sobrenatural es, por definición, como dijimos, aquello que no sale del ser del hombre, que no lo tiene por ser tal, porque no pertenece a su esencia; que, por lo tanto, puede agregarse a ésta, pero no le pertenece por derecho4.

Si todas las cosas creadas tienen un ser y éste proviene de una Causa, podemos decir que naturaleza, en general, es el conjunto de las cosas creadas, por tanto, designamos como sobrenatural algo que no pertenece a este mundo creado. Es aquello que está por encima de él, es el Ser superior y anterior que origina todo, pero que no forma parte de esta Creación.

3 NICOLAS J.H. Les profondeurs de la grace, Paris: Beauchesne, 1969, p.335-360.4 Enseña Santo Tomás que ésta es precisamente la razón por la cual lleva el nombre de gracia, esto es, porque se trata un don dado gratuitamente y que supera completamente las expectativas de las creaturas. (Cf., SANTO TOMÁS, Contra Gentiles, III, c. 150).

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Trataremos de explicar mejor esta idea.

Estamos hablando, en definitiva, de un ser trascendente, y trascendencia significa que no se identifica con el mundo, que no está dentro de él, que es un ser distinto. Dios, lo sabemos por la Revelación y por la razón, es la Causa Primera.

Ahora bien, ser causa significa producir un efecto, el cual tiene que ser diferente de la causa, aunque depende de aquella para existir; pues la causa es siempre anterior y distinta del efecto, porque nadie puede ser causa de sí mismo (nadie puede ser su propio padre), puesto que es contradictorio afirmar que se existe antes de existir.

En conclusión, ser causa no significa estar dentro del mundo, encerrado en él, dependiendo de él; la causa existe antes, independientemente del mundo, por esto decimos que “trasciende”.

Dejando de lado todas concepciones equivocadas de lo sobrenatural que citamos antes, tenemos que afirmar que por tal entendemos el ser mismo de Dios, la realidad de su esencia y de sus obras, eso que por ser infinito supera completamente lo que el hombre puede pensar o imaginar; por lo tanto, lo denominamos misterio (algo oculto, desconocido) para una mente finita como la nuestra.

Se trata de la Vida de Dios, de su modo de pensar y amar; es algo que nos supera, nos “trasciende”, que no podemos alcanzar por nosotros mismos, pero que podríamos recibir, en parte, en virtud de que también nosotros somos seres espirituales.

Trataremos de explicarnos. Dios es un Ser puramente espiritual, como veremos más adelante, no tiene cuerpo, y por este motivo, su vida consiste en actos de conocimiento y de amor.

Siempre que hablemos de “Vida en Dios” nos referimos a ese tipo de actos y es esto lo que el hombre recibe, por participación, de acuerdo a su capacidad. Esto significa que recibe un conocimiento y un amor que no surgen de su razón y voluntad, sino que son puestos por Dios5.

¿De qué manera Dios pone esa Vida en el hombre? Es un misterio, es algo que nos supera, estamos hablando de la Vida de Dios y de lo que Él nos da. No obstante ello, podemos compararlo, en cierta medida, con lo que nos sucede entre los seres inteligentes.

Yo sé que puedo poner en otro una idea que antes no existía, que puedo hacerlo conocer algo nuevo, y quizás también por este conocimiento, llevarlo a desear, a amar algo. Algo similar es lo que realiza Dios en el hombre cuando le permite conocer algo que éste jamás alcanzaría por sí: la existencia de tres personas en Dios, por ejemplo.

5 Santo Tomás enseña que la gracia es una cualidad en el alma, es decir, se trata de un accidente, no de la misma sustancia sino el alma sería Dios, pero un accidente que modifica la sustancia en cuanto la hace participar de la Bondad divina. Ésta se halla en el alma de una manera imperfecta, esto es, como una participación de la Vida divina. (Cf., SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I-II, q. 110, . 2, ad. 2).

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Ese conocimiento sobrenatural, la Fe, no es más que una participación de la Vida divina en mí.

Algo que supera mis capacidades y expectativas y que, por lo tanto, viene de “arriba”.

Nada hay nada en mí por lo que pueda decir que es obra mía, ni siquiera puedo pensar que lo merezco, puesto que si de alguna forma constituye mi ser, entonces, o ya no es Vida divina, o bien mi esencia es divina, lo cual parece poco probable.

Habría que distinguir en el alma humana lo que ésta tiene de Dios, su Creador: su ser natural, su espiritualidad; de lo que se le agrega y significa para ella una vida nueva, de orden sobrenatural: la gracia.

Respecto de la primera, tenemos que afirmar que el alma humana es ciertamente capaz, como dijimos, de recibir algo de Dios. Por ser espiritual y por estar hecha para la perfección espiritual, desea naturalmente a Dios, deseo que se manifiesta en la permanente búsqueda de felicidad.

Pero respecto de la segunda, se trata no de la sustancia del alma, sino de un accidente que la perfecciona.

Lo sobrenatural es algo divino en el hombre, puesto por Dios, y no una simple exaltación de sentimientos humanos; tampoco una simple consideración externa de Dios respecto de la persona.

Como si fuera una bendición general o una mirada misericordiosa, en cierta medida, es algo de esto, pero es también mucho más que esto: es una participación en el Bien divino.

En efecto, Dios no puede darse entero, no tiene el hombre capacidad de recibirlo (así como el vaso no puede recibir toda el agua del mar), pero sí puede darle una parte de su Vida.

La cuestión que se nos plantea ahora es: ¿por qué Dios da esta participación en su Vida?

La respuesta no es sencilla porque siempre que hablamos de Dios tenemos que pensar en un Ser distinto a nosotros en su modo de pensar y de amar. En esto último, radica precisamente la explicación que nos interesa.

Dios ama de una manera diferente a como lo hace el hombre, porque nosotros, cuando amamos, buscamos un bien (algo que nos realiza, completa, perfecciona) que ya existe; nadie puede amar lo que no conoce y se conoce lo que existe. Así, por ejemplo, no se puede amar a una persona que no se conoce.

En Dios, en cambio, el Amor no presupone un bien existente, sino que es anterior a este bien. ¿Por qué?

Porque todas las cosas creadas son contingentes, esto es, en algún momento, no existieron y comenzaron a existir porque la Causa Primera lo quiso.

Pues bien, en esa voluntad o decisión está el primer acto de Amor. Dios crea por Amor, porque es la Bondad Absoluta, y lo bueno tiende a difundirse por naturaleza, como la persona que es buena hace el bien no porque el otro sea bueno, sino porque él es bueno.

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La razón de la Creación está en Dios, en su Bondad; si Él crea sin necesitar de las creaturas, es porque siendo Perfectamente Bueno, su bondad lo impulsa a salir de sí y a generar otros seres.

Ésa es también la razón por la cual Dios les da a algunos hombres la posibilidad de tener parte en su Vida, de conocerlo y amarlo, que es el modo de vivir con Él. Esta Vida, este conocimiento es lo que pone Dios en el hombre, y es algo real, de hecho los que creen en Él, llevan una vida distinta6.

De todo cuanto llevamos dicho, podríamos sacar una primera conclusión: lo sobrenatural consiste en tener parte en la Vida divina, y esto se da no porque yo sea bueno, sino porque Dios es bueno. Su amor es siempre anterior al mío, sino yo no estaría aquí. En este caso de lo sobrenatural también Él me da algo que me supera y que me eleva por pura Bondad, gratuitamente, sólo porque quiere. Por eso, al misterio de lo sobrenatural en Teología se lo denomina: Gracia.

6 Dice Santo Tomás: «Hay de hecho un amor universal con el cual Él ama todas las cosas existentes. como dice la Sagrada Escritura (Sabiduría 11, 25)…Hay, además, un amor especial por el cual Dios eleva a la creatura racional por encima de las condiciones de la naturaleza, a la participación del Bien divino. En este último caso, se dice que Dios ama a una persona en sentido absoluto, puesto que, con este amor, Dios quiere para la creatura aquél bien eterno que es Él mismo. Ésta es la razón por la cual cuando se dice que uno tiene la gracia de Dios se quiere indicar un don sobrenatural producido por Dios en el hombre». (SANTO TOMÄS. Suma Teológica I-II, q. 110, a. 101).

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2. La gracia en la Biblia

No encontramos en la Sagrada Escritura una reflexión sistemática sobre este tema; sin embargo, los distintos términos que se usan para mencionar la gracia manifiestan su sentido. Algunos de estos términos eran anteriores a la Biblia y se usaban en ámbitos profanos7.

En primer lugar, significa el atractivo y la amabilidad que tiene una persona con la cual se atrae a los demás.

Esto es, cuando decimos: “tal persona tiene gracia”, queremos expresar que tiene cierto encanto o atractivo. En este sentido, Proverbios 31,30 dice: «La gracia es engañosa y la hermosura es vana».

Otro significado es el de benevolencia o buena disposición que logra una persona ante otra, cuando tiene su favor; en este sentido, dice la Escritura que José había encontrado gracia ante Dios (Gn.39,4).

En la Biblia, se usa el término hebreo hesed, que expresa la amistad de Dios con los hombres, la confianza de éstos depositada en Él y la gratitud por haber llenado de frutos la tierra; así el Salmo 136:

«Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterno su amor. Dad gracias al Dios de los dioses porque es eterno su amor; dad gracias al Señor de los señores, porque es eterno su amor».

Naturalmente, existe también el significado más frecuente: dar gracias a otro por un bien recibido.

También el término gracia designa un favor o auxilio que se nos debe y se nos concede por buena voluntad, cuando decimos que Dios nos concedió tal o cual gracia.

Así es como se usa a menudo en la Sagrada Escritura para expresar la necesidad que tiene el hombre de la ayuda divina, y también el poder de Dios que puede y desea brindar esa ayuda.

Esto es lo que se pide en el Salmo 25,16:

«Vuélvete a mi, tenme piedad que estoy sólo y desdichado». De manera especial, designa las bendiciones de Dios a su Pueblo o la belleza espiritual que tiene el favor de Dios. El Salmo 45, 3 afirma: «Eres hermoso, el más hermoso de los hijos de Adán, la gracia está derramada en tus labios, por eso Dios te bendijo para siempre».

Y éste es el sentido en el que se usa en Teología la palabra gracia: como don o favor divino8, y el sentido con el que se utiliza la expresión en el Nuevo

7 Cf. IBAÑEZ MENDOZA. Dios santificador: I. La gracia. Madrid: Palabra, 1983, p. 11-128 En el Antiguo Testamento, Dios se define a sí mismo como un Dios de gracia: «Yahveh, Dios de ternura y de gracia, tardo a la ira y rico en misericordia y fidelidad “(Éxodo 34, 6). Esta generosidad se derrama sobre todos los hombres y consiste en una iniciativa totalmente gratuita, no justificada en el pueblo elegido por ningún mérito (Deuteronomio 7, 7; 8, 17; 9, 4.). El signo de la existencia de esta gracia es la fidelidad de Dios a sus promesas, concretamente la entrega de la Tierra prometida. La gracia supone una elección y ésta tiene, por fin, la Alianza, es decir, Dios busca un intercambio, una comunión. Quizás una de las expresiones que mejor la definen en el Antiguo Testamento sea la de bendición (Números 6, 25). Por último, la gracia, consiste también en la respuesta del hombre a esas bendiciones, abriendo su corazón y entregándole su vida. Ésta produce corazones nuevos en el

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Testamento. Estos textos van a aparecer a medida que veamos los temas más importantes del misterio de la gracia.

Deberíamos tratar de los siguientes temas: la necesidad, la esencia, la causa y los efectos: la justificación y el mérito.

sentido de un estilo de vida nuevo (Geremías 31, 31). (Cf. LÉON-DUFOUR, X. Vocabulario de Teología Bíblica. Barcelona : Herder, 1988, p. 365-367).

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3. El misterio de la gracia

3.1. La necesidad de la gracia

El primer tema a considerar es: ¿por qué es necesario una ayuda de Dios para ser feliz, siendo el hombre un ser inteligente y capaz de realizar cosas que lo hagan feliz?

La respuesta implica una clarificación de la noción de felicidad, porque es cierto que los seres humanos podemos realizarnos en la medida que, esforzándonos, ponemos en acto todas nuestras capacidades.

El estudio de una ciencia determinada nos permite desarrollar nuestras capacidades intelectuales, por ejemplo; de allí que la investigación resulte, además, un profundo placer para nosotros.

El intelecto humano está hecho para conocer, por eso, nos preguntamos por las cosas y sus explicaciones; ahora bien, no sólo nos interesa saber cómo funciona algo, de qué está hecho, sino también para qué sirve.

Es decir, nos preguntamos por la finalidad de los seres, porque es quizás ésa la cuestión más importante para descubrir. Ese fin tiene que ver con la esencia de ese ser y sus modos de desarrollo.

Esto nos sucede con las cosas y también con nosotros mismos. La inteligencia tiene una propiedad que la distingue: es reflexiva, es decir, tiene la capacidad de volverse sobre sí misma; no solamente conoce, sino que conoce que conoce. Y este carácter reflexivo de la inteligencia hace que nos preguntemos por la finalidad de nuestra vida, por su sentido.

En ese contexto, surge la necesidad de responder sobre las cosas que nos hacen felices, entonces, vienen a nuestra mente las cosas que consideramos más valiosas: como la familia y su bienestar, los amigos, la posibilidad de ser útil a los demás y ser solidarios con sus necesidades, los bienes que necesitamos para cumplir con todo esto, como la salud, los bienes materiales, más los bienes de orden espiritual que van desde el conocimiento (una capacitación profesional) hasta las virtudes que nos hacen obrar el bien para nosotros y para los demás.

En todos estos casos, basta con una buena educación que nos señale el camino de edificación personal por el desarrollo de las capacidades que forman parte de nuestra naturaleza.

Pero es un hecho del que todos tenemos más o menos experiencia que, a pesar de lograr todas estas cosas buenas, permanece en nosotros el deseo de una mayor plenitud personal.

Es como si el hombre fuera un recipiente que nunca termina de llenarse, que siempre desea más y que sabe que poco le dura la felicidad que alcanza con tanto sacrificio.

En realidad, en esta experiencia personal, percibimos una gran verdad: la dimensión espiritual nos abre a una realización que no puede ser satisfecha plenamente ni en el orden material ni en el orden espiritual, al menos en esta vida. De allí que todos deseemos un mundo mejor.

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Ese deseo ilimitado tiene su explicación en la naturaleza espiritual del alma humana, pues siendo inmaterial, no puede tener límite o cantidad su deseo de plenitud. Esto aparece claramente en el apetito insaciable que tiene la inteligencia de conocer las cosas y la explicación última de todo: la Verdad; y en el deseo profundo de alcanzar un amor que sea para siempre y que realmente llene su alma. En ambos casos, quizás sin saberlo, el hombre busca a Dios, el único Ser que puede saciar ese deseo.

En conclusión, en el hombre, la espiritualidad significa una apertura a la trascendencia. Así es que hay dos tipos de felicidades que se pueden alcanzar: una, con el despliegue de todas las potencialidades humanas; otra, en la que éstas últimas no le bastan y necesita del auxilio divino.

El hombre necesita absolutamente la gracia para dirigir su vida a un fin sobrenatural, por los siguientes motivos:

a) el intelecto humano tiene que ser elevado a la participación del Conocimiento divino por la luz de la gracia, para acceder al conocimiento de las verdades sobrenaturales a las cuales no llega sólo con su razón 9.

b) la gracia es también necesaria para realizar el bien moral y para evitar el pecado, de manera particular a partir del pecado original, puesto que la naturaleza ha quedado debilitada10.

c) es imprescindible recibir la gracia para merecer la vida eterna, y la razón de esto se halla en que un ser para obrar en orden a un fin necesita tener cierta proporción con dicho fin, es decir, capacidad de producir actos a la altura de ese fin 11.

En este caso, la felicidad no se realiza plenamente en la existencia temporal; sólo se inicia en ella, pero se completa en la Vida eterna que comienza a partir de la muerte.

Hay un pasaje de la Sagrada Escritura en el que Jesús, haciendo una oración solemne antes de subir a Jerusalén para la Crucifixión, afirma que la Vida eterna consiste en un acto de conocimiento: «Esta es la Vida eterna, que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo» (Jn.17,3).

Es importante comprender bien esta necesidad de la gracia.

Cuando decimos que, el hombre necesita de ella, afirmamos que no hay que confundir bondad natural con bondad sobrenatural. No se trata de hacer que el hombre sea más “buenito”, gentil o simplemente justo y solidario.

No es ése el fin de la religión; ésta tiene una finalidad que trasciende la dimensión civil y temporal. Se trata, más bien, de que el hombre sea visto como bueno por Dios.

9 Cf. SANTO TOMÁS. Suma Teológica. I-II, q. 109, a. 1.10 Cf. idem aa. 2, 3, 4, 8.11 Cf. Idem a 5.

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Y Dios mira a los seres creados de dos maneras diferentes:

1) con una mirada contempla toda la Creación y ve que es buena (como repite una y otra vez el texto del Génesis), que las cosas son buenas en su ser porque existen y porque salen de Él que es bueno;

2) con otra mirada contempla al hombre, el único ser con el que puede dialogar y del que espera un acto libre de amor. En efecto, la relación que el ser humano entabla con Dios es absolutamente particular, es personal; por esta razón, Dios espera del hombre algo más que un reconocimiento general. Él espera que salgamos de nuestro encierro y le hablemos, lo escuchemos, lo busquemos, etc. De esto hablamos cuando decimos que existe realmente en la persona humana una vida superior para la cual no es suficiente con que el hombre sea bueno.

No se salva el bueno, sino el que acepta y reconoce a Dios como tal.

3.2. Dios tiene siempre la iniciativa

La gratuidad del don sobrenatural se pone de manifiesto particularmente cuando consideramos de dónde parte esta acción por la que el hombre es elevado a la participación de la vida divina: el mismo Dios. Esto es algo asombroso, puesto que Dios no necesita del hombre en absoluto, no necesita de nadie, y sin embargo, Él sale en su búsqueda.

Para decirlo de una manera más directa, cada vez que uno busca a Dios, es porque ya antes ha sido encontrado por Él.

Esto es lo que enseña la Sagrada Escritura ya en el Antiguo Testamento, cuando manifiesta en distintos pasajes que la iniciativa de la salvación está en Dios, quien desea enviar a un Mesías a cumplir con esta misión, sin mérito del pueblo elegido12.

Lo mismo sucede en el Nuevo Testamento, aunque quizá con más claridad, San Pablo dice, refiriéndose a los pensamientos que suponen un conocimiento por la Fe: «No podemos tener un pensamiento nuestro como puramente nuestro, sino que el poder tenerlo nos viene de Dios»13.

Con mayor profundidad, lo expresa el mismo Jesús cuando compara la relación entre Él mismo y el creyente con la de la vid y los sarmientos, pues así como la vida de éstos depende de la savia que reciben, de la misma manera, el que cree sabe que: «Sin Mí nada pueden hacer» (Jn.15,1-10).

El don divino comienza a actuar antes que la voluntad humana, y consiste en una iluminación del intelecto y en un impulso de la voluntad, que producen el primer deseo de Dios. Es Dios quién mueve al hombre hacia Él.

El inicio de la Fe, que es el comienzo de la búsqueda de Dios, exige esta ayuda divina, pues si el hombre tuviese capacidad para producir un primer acto que lo oriente hacia Dios sin Él, tendría en sí mismo la naturaleza divina, para decirlo con palabras de San Pablo: «Si es gracia, ya no es por las obras»14.

12 Cf. Deuteronomio 7, 7-8: «No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres».13 2 Cor.3,5.14 Romanos 2,9.

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Lean Gn 12, 1-3 y notarán que Dios es quien busca a Abraham y él le responde.

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En conclusión, todo es obra de Dios en lo que respecta a la salvación, al menos esto es lo que se puede concluir desde la Teología. No se trata, entonces, de que el hombre necesite el don divino para que lo ayude y le haga más fácil la dura tarea de la exigencia de los preceptos. Se trata, más bien, de que sin la gracia no se puede llegar a Dios, ni siquiera dar el primer paso15.

Éste es un tema que sigue teniendo relieve hoy en día, porque afirmar que todo es obra de Dios podría parecerle a algunos que es un modo de menoscabar la obra del hombre.

Si todo es de Dios, nada es del hombre. Y entonces, o no es salvación real del hombre o no vale la pena hacer nada bueno.

En realidad, hay que tener en cuenta que estamos hablando de actos humanos en orden a Dios y que el hecho de que Dios actúe antes que el hombre no impide que éste sea libre, porque esa ayuda divina supone siempre la libre aceptación del hombre.

Puede darme Dios el don de la fe y que yo no lo acepte o no lo cuide y lo pierda.

Cuando hablamos de la gracia, estamos hablando del Amor divino por los hombres, y por eso, si nos preguntamos de qué manera podemos obtener la gracia, enseguida se nos ocurre pensar en aquellas cosas buenas que podemos hacer para demostrarle a Dios que somos buenas personas.

Y así podríamos concluir en que aquellos que son más buenos son más amados por Dios. El razonamiento no es del todo incorrecto, pero habría que hacer algunas aclaraciones.

Se está en la verdad cuando se afirma que el que exista correspondencia de parte del Ser que es amado acrecienta el deseo de amar del que ama, por el contrario, la falta de respuesta del otro termina por enfriar el amor.

Esto sucede también con Dios, seguramente tiene más ganas de seguir dando dones a aquellos que los usan bien.

En los Evangelios, Jesús enseña esto por medio de la parábola de los talentos (dones); en ella, cuenta que un Señor reparte entre sus siervos esos talentos y viene luego a pedirles cuenta, dejando sin nada a aquellos que, por temor, los guardaron y premiando con más a los que los hicieron dar frutos 16. Así es como piensa Dios cuando regala estos dones.

Pero habría que tener en cuenta aquí que, cuando hacemos estas comparaciones entre el amor humano y el divino, encontramos que son diferentes.

En efecto, el amor humano supone el bien; Dios, en cambio, no lo supone sino que lo origina. Así, nuestra existencia no es casualidad sino fruto de un acto de voluntad del Creador; ése es el primer acto de Amor de Dios, antes de que existamos, obviamente antes de que podamos darle algo.

15 Esto fue enseñado por la Iglesia desde los primeros siglos, así lo definición en el Concilio de Cartago s. IV, declarando que los que no enseñaban esto se apartaban de la verdad.16 Cf. Lucas 25, 20: «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado. Está bien servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más».

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Aún más, luego de la Creación, el Amor divino se manifestó más grande al amar al hombre, alejado de Él por el pecado.

Así es que el amor de Dios siempre precede al nuestro, sin olvidar claro, que Él no necesita de nosotros.

Por todo esto, la gratuidad es absoluta; Dios da por el mismo, porque es bueno y no porque nosotros seamos buenos.

3.3 Las clases de gracia

Dios prepara el alma para que pueda recibirlo; primero, la mueve a amarlo, y luego, se queda de manera permanente, esto a través de dos clases de gracias:

la gracia habitual: tiene cierta permanencia en el alma.

la gracia actual: consiste en una moción de la voluntad, en algo más bien pasajero.

Sólo son modos diferentes de hacerse presente Dios en el hombre

El hombre tiene inteligencia y voluntad, potencias que tienen capacidad de generar actos por sí mismas; sin embargo, también pueden ser empujadas a obrar por Dios, que es la causa de todo movimiento.

De este modo, Dios puede causar este movimiento, de la misma manera en que es Causa de todos los seres, siendo esto no en un acto aislado, sino una Creación permanente, en cuanto las cosas siguen existiendo.

Así, cada vez que un ser actúa, lo hace en virtud de que la Causa Primera le dio esta capacidad.

Sin embargo, cuando el hombre realiza un acto sobrenatural, como el de la esperanza teológica por ejemplo, se produce una intervención divina diferente, inmediata.

La gracia actual es una ayuda divina para realizar un acto que se dirija a la salvación. Dios actúa sobre la voluntad o el entendimiento de manera directa.

Esta intervención de Dios en el hombre se da de diferentes maneras: en forma de “iluminación” (cuando Él pone una idea en la mente humana o cuando ayuda a la comprensión de un tema desde una perspectiva teológica) o suscitando el deseo y el amor a Él. En este sentido, dice San Pablo en la carta a los Filipenses: «Dios es quien hace en nosotros el querer y el obrar» (2,13).

En la Teología, se usa una expresión para explicar esta intervención de Dios y la causalidad humana:

«Al que hace lo que está de su parte, Dios no le niega sus gracias».

La expresión rescata el rol de la acción humana: cooperar con las gracias actuales por las cuales el hombre alcanza la gracia habitual (este es el sentido del término en la frase), es decir, la amistad con Dios, que no es un sentimiento, sino la Vida divina participada.

¿De qué manera coopera el hombre?

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En primer lugar, no poniendo obstáculos. Así, por ejemplo, si Dios me inspira un buen pensamiento (desear un bien espiritual, una virtud o hacer el bien al prójimo), no quedándome en la intención, sino poniendo los medios para que se produzca ese deseo.

Otro modo de cooperación con Dios sería generar, dentro de uno mismo, hábitos que me hagan estar más disponible para el bien sobrenatural, tratando de fomentar aquello que ayude a la fe y la esperanza, como el hecho de conocer mejor a Dios.

Quizás también evitando aquello que me aleje de esto, como volcar mis energías en cosas que no tienen demasiado valor, esto no sólo distrae sino que perturba la paz del alma.

El que nos creó sin contar con nosotros, por pura bondad, no nos salvará sin contar con nuestra participación, porque quiere ser amado libremente y no por imposición. Él ayuda al hombre por medio de la gracia, siempre que éste no la rechace.

Podríamos completar la explicación anterior con otra frase teológica:

«La gracia perfecciona y eleva la naturaleza».

Esto significa que, antes que nada, la supone, es decir, si no existe el hombre, Dios no puede otorgar las gracias, o bien, si la naturaleza es defectuosa al punto de impedir la acción de la inteligencia, por ejemplo, la gracia no puede suplir esta deficiencia17.

3.4. Los efectos de la gracia: la justificación del hombre y los méritos sobrenaturales

Definíamos antes a la gracia actual como una moción de la voluntad o el entendimiento, como algo pasajero; ésta se distingue de la que en Teología se llama gracia habitual, es decir, una presencia permanente de lo sobrenatural en el hombre18.

Y de qué otra manera podría darse esta presencia, sino estableciendo una relación personal profunda entre el hombre y Dios, una amistad, en definitiva. Pues así como uno lleva dentro a las personas que quiere, de un modo semejante lleva a Dios cuando lo ama y es amado por Él.

Naturalmente, esta amistad no significa, como entre los seres humanos, una relación de igual a igual, esto es, en igualdad de derechos y obligaciones; aunque sea mi amigo, Dios es Dios y la cercanía no puede ser sólo un sentimiento humano que buscándose a sí mismo se olvide de mirar al Otro.

Es por esta razón que en la Teología se designó con el nombre de justificación al efecto que produce la gracia en el alma.

Justificación viene de justicia, y ésta consiste en dar a cada uno lo suyo, como dice la clásica definición romana; en este caso, se refiere a lo que, en justicia, tiene el hombre que darle a Dios: el reconocimiento como Creador de todas las cosas y el ofrecimiento de su vida.

17 Cf. IBAÑEZ-MENDOZA, Dios santificador..., op.cit., p.144-151.18 Cf. SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I-II, q.110,a.4. La gracia actual es un impulso causado por Dios y recibido en el alma, por el que las potencias son transitoriamente elevadas y movidas para un acto sobrenatural. Su misión es disponer el alma para la gracia habitual.

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Es la misma Sagrada Escritura, la que llama “justo” al que escucha la Palabra de Dios y la cumple, identificando al justo con el santo y en contraposición de aquel que, por no escuchar a Yahvé, se aleja de esa “justicia divina”.

La misión de la gracia es restaurar el orden perdido por el acto de soberbia de Adán.

En efecto, como dijimos antes, hay un orden en el Universo, porque la Causa que lo origina es inteligente, y los seres fueron creados según una jerarquía para que el ser superior, el hombre, dirigiese toda la Creación al mismo Dios, que es su Principio y Fin.

Ese orden se rompió cuando el primer hombre quiso ocupar un lugar que no le correspondía, el lugar de Dios.

El primer auxilio divino para restablecer el orden en el interior fue la Ley que entregó Yahvé a Moisés. La función de la misma era mostrarle el camino, es decir, aquello que debía hacer para mantener ese orden a Dios: los mandamientos (Ex. 20, 1-17).

Este primer auxilio era externo al hombre y se limitaba sólo a señalar una ruta. Pero el primer pecado dejó un desorden interior que se evidencia cuando queriendo el bien hacemos el mal; por lo tanto, hacía falta algo más, un auxilio que no sólo indicara el camino, sino que nos diera la fuerza para poder caminar y cumplir con esos mandamientos.

Eso es la gracia. No es una declaración externa de justicia en el hombre, ni un sentimiento de compasión divina respecto de la debilidad humana, sino algo divino en el alma, algo que no le pertenece a su ser, pero que está realmente presente.

El Amor de Dios, como dijimos antes, es distinto del amor humano, porque causa el bien que ama, no lo supone como aquél. Así Dios ama con un Amor general a todas las cosas por ser su Causa, y con un Amor especial al hombre cuando pone en él un don real, convirtiéndose Él mismo en vida nueva y sobrenatural del alma19.

Por este nuevo modo de estar presente en la interioridad del hombre, Dios es la vida del alma; pero no la vida natural (que tiene desde el momento de la concepción), sino una nueva agregada.

En efecto, esta vida sobrenatural se suma desde afuera y no se mezcla con la sustancia del alma formando una sola cosa.

Pensar algo así sería caer en el panteísmo.

Dios se aproxima de una manera inesperada al hombre, se mete dentro de él, pero sin que dejar de ser Dios y sin que el ser humano pierda su ser.

No hay mezcla de sustancias, la divina y la humana, porque ambas son de naturaleza espiritual y lo espiritual es simple e indivisible. La noción de mezcla sólo es aplicable a lo material.

Lo divino ingresa en la naturaleza humana como una cualidad nueva del alma (la cualidad es un accidente, es decir, que no es una sustancia) que la

19 Cf. SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I-II, q.110,a.1.

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eleva a participar de la Vida divina. Por esto, definíamos la gracia como una participación de la Vida divina, porque lo que se recibe es una parte, no todo el ser de Dios; sólo algo de su modo de conocer y amar.

Aquí radica la diferencia sustancial entre el concepto católico de lo sobrenatural, y esa noción en las religiones orientales (budismo, hinduísmo, sufismo,etc). En estas últimas, lo divino y lo humano forman una sola sustancia.

También aquí se hace patente la diferencia de concepciones sobre la gracia en las iglesias cristianas, pues mientras que para la Teología católica se trata de un don divino realmente presente en el interior del hombre, para las iglesias separadas (todas las que surgen del protestantismo) se trata de algo externo, de una declaración de Misericordia divina que perdona las faltas pero que no modifica la sustancia del alma.

Como dijimos antes, la gracia no es una sustancia, es una cualidad (accidente) que pone realmente la Vida divina.

Regresando al tema de la justificación, es necesario dar algunas precisiones que permitan entender mejor el tema.

Nosotros dijimos que uno de los primeros efectos que produce la presencia de la gracia es restaurar la amistad con Dios, borrando del alma el pecado.20

Pecado no es lo que cada uno considere que está mal hacer, sino lo que Dios piensa que está mal que el hombre haga. Y Dios piensa que lo malo está en que se produce un desorden del alma, porque por buscar un bien aparente, el hombre no se realiza y no le retribuye a Dios el amor de Él recibido.

Estamos siempre hablando de realidades espirituales, por lo tanto, quizás algún ejemplo nos sirva para comprender mejor.

Si yo pensara que en mi vida hay muchas cosas importantes, pero las cosas materiales y el bienestar que ellas me producen son las más importantes, entonces se produciría un desorden espiritual; porque, entre otras cosas, no valoraría las personas por lo que son, sino por la capacidad que tienen de brindarme eso que me gusta.

Lo mismo sucedería si yo me amara más que a cualquier otra persona; mi egoísmo terminaría siendo soledad porque es muy difícil amar a un egoísta.

En estos dos ejemplos, hay un desorden interior, puesto que se cambia el valor de las cosas y se invierte el orden de importancia. Sin embargo, hay también un desorden externo, porque el amor al dinero o el egoísmo son fuente de problemas en la familia y la sociedad.

Algo similar sucede en la relación con Dios: si Él no ocupa el primer lugar en la escala de las cosas importantes, el alma se desordena.

20 El perdón de los pecados es un hecho sobrenatural, sólo Dios puede realizar esa acción, y es una de las mayores demostraciones del amor de Dios. Eso es lo que enseña Jesús en los Evangelios: «Los escribas y fariseos comenzaron a preguntarse: “¿Quién es este que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino solo Dios?” Pero Jesús conociendo sus pensamientos les dijo: “¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué es más fácil decir tus pecados te son perdonados, o levántate y camina? Para que ustedes sepan que el Hijo del Hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados”, dijo al paralítico: “Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa”» (Lc 5,21-25). .

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Se desordena todo en la vida, aunque me vaya bien, porque el orden supone un principio y un fin, lugares que sólo pueden ser ocupados por Dios; de otra manera, yo forzaría mi alma a conformarse con algo que no la puede llenar.

Esto engendraría una violencia interior, porque por más que yo quiera inventar otro orden, sea creyente o no, tarde o temprano, termino concluyendo en que eso que me inventé como lo más importante no me hace enteramente feliz.

El alma, una realidad espiritual, sólo puede llenarse con un amor que no se termine y que sea lo más grande: Dios, sólo Él.

El pecado es, entonces, una desobediencia a uno mismo, a lo que reclama mi ser desde lo más profundo; y una desobediencia a Dios que me hizo de esta forma.

La gracia es un don divino que establece en mi alma una nueva relación con Dios, no ya la que se puede lograr con la razón (porque si uno se atreve a usarla se dará cuenta de la necesidad de explicar el origen y el fin de todo); tampoco la que surge del lejano sentimiento de bondad hacia ese Dios que es bueno con uno (sobre todo cuando uno necesita algo); sino una profunda relación de amistad en la que el hombre le dedica la vida entera.

Amistad con Dios significa amarlo por encima de todas las cosas y personas, incluso de las que más quiero en la tierra, y amar a todas ellas con un amor diferente. Diferente, porque busco el bien espiritual para esas personas y diferente, porque el modo de amar tiene un modelo que es la vida de Jesús21.

Cuando decimos que la gracia santifica al hombre estamos diciendo que pone este Amor en su corazón; no que se convierte en un santito de yeso o en “buenito” que le da de comer a los gatitos abandonados en la calle.

Seguramente esa santidad (o bondad sobrenatural) de la que hablamos no es perfecta, por eso, siempre tendremos algo que mejorar, pero lo que es cierto que es esa bondad no sale de mí, sino que es Dios quien la puso en mí gratuitamente; yo sólo dejé que entrara, evité poner obstáculos.

Estos últimos son los pecados. De allí que la gracia lleve al hombre a luchar contra las tentaciones, haciéndole ver que, a veces, no son verdaderos bienes lo que nos ofrecen, y dándole la fuerza para buscar con sacrificio los bienes más valiosos22. Este cambio en la vida del hombre se llama conversión en la Biblia.

La gracia, entonces, perdona los pecados cuando el hombre se arrepiente de sus faltas, movido por la gracia actual y pide a Dios su perdón; entonces, se establece un orden nuevo, una vida nueva.

21 La gracia convierte al hombre en hijo adoptivo de Dios y heredero. Todo hombre es hijo de Dios por ser creado por Él, pero en este caso, el don divino lo eleva por la participación en la Naturaleza divina. Jesús es el Hijo de Dios por naturaleza, porque es Dios, y por medio de la Fe en Él, el hombre se hace hijo en el sentido que dijimos, como lo dice San Pablo en Gálatas 4, 4-7.22 Hay en la Biblia un pasaje que muestra claramente el significado de esta vida nueva que se realiza por la gracia. Jesús se encuentra con un ciego de nacimiento al que cura compadecido de su enfermedad. Esta curación se realiza en sábado y era precepto para los hebreos no trabajar en sábado, entonces, encuentran allí el motivo para oponerse a Jesús. En la discusión, le preguntan porqué motivo es ciego si por sus pecados o los de sus padres, identificando enfermedad física con el pecado. La narración culmina con la realización del milagro: la curación de la enfermedad física y el acto de fe del ciego. Con el milagro, Dios busca no sólo la salud física, sino algo más importante, la del alma, que consiste básicamente en descubrir a Dios, en verlo. Cf. Juan 9.

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La gracia es un don divino que establece en mi alma una nueva relación Dios.

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En la búsqueda de la felicidad, el hombre pone, en primer lugar, otras cosas, en vez de a Dios. La justificación implica un doble movimiento:

búsqueda de Dios,

rechazo de aquello que me aleja de Él23.

Esto es mucho más que ser educado o bueno con los demás, esto es mucho más que ser solidario o buen ciudadano; es vivir para la Vida eterna.

La Palabra de Dios habla de una relación más profunda que la amistad.

Ella afirma que, por la gracia, el hombre se convierte en hijo adoptivo de Dios:

«Mas al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, para que recibiésemos la adopción. Y puesto que son hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba, Padre! De manera que ya no eres siervo sino hijo, y si hijo, también heredero por medio de Dios» (Gal.4,4-7)

Cristo es Hijo de Dios por naturaleza, es decir, tiene la misma Esencia divina. El hombre se convierte en hijo porque recibe parte de esa naturaleza, según su capacidad. Esta posibilidad surge a partir de la unión de las dos naturalezas en Cristo, por eso, se dice que, por la gracia que recibimos de Cristo, somos hechos hijos, esto es, no nos convertimos en Dios, sino que recibimos su Vida.

El hombre se hace bueno por la gracia en un sentido distinto al ser “buena persona con los demás”, porque esta nueva bondad significa una relación de amistad (cercanía) con Dios. Sin embargo, no podemos decir que a partir de allí uno no necesite hacer obras buenas, pues como dice el refrán: «Obras son amores y no buenas razones»24.

El primer efecto que produce la gracia es la justificación, como explicamos antes.

El segundo efecto es el mérito sobrenatural que le agrega a las obras que realiza el hombre.

La presencia de Dios en el alma no sólo le participa de su Vida, sino que, además, es una fuente de energía para realizar actos sobrenaturales, como actos de fe o caridad, etc.

Por otra parte, hace que esos actos se ordenen a la vida eterna en cuanto realizados por amor a Dios; un acto de caridad a un pobre, por ejemplo, es tenido en cuenta por Dios en el momento de valorar la vida humana, porque ese acto tiene una motivación superior: el amor a Dios y porque, unido el hombre a Cristo por la fe, suma los méritos del Hijo de Dios:

«Permaneced en Mí, como Yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí» (Juan 15,4).

23 Cf. SANTO TOMÁS, Suma Teológica, op.cit., I-II, q.113,a.6,c.24 Cf. COLZANI G., Antropología Teologica, l’uomo paradosso e mistero, Bologna: Dehoniane, p.400ss.

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Por más pequeño que sea el acto, vale para Dios, más que un acto cualquiera de bondad natural, porque el mérito es el de la obra que Dios realiza en nosotros25.

¿Y por qué quiere Dios que hagamos actos buenos, si Él no necesita de nosotros para ser feliz?

Porque en esos actos se manifiesta la Bondad divina; porque queda de manifiesto cuán grande es la obra que puede realizar Dios en una persona que le abre su alma, como lo hizo en Teresa de Calcuta o en tantos santos o bien en tantos otros desconocidos que dan su vida por amor a Él.

Nos queda pendiente una cuestión: si la gracia es don sobrenatural infundido por Dios en el alma y pertenece a la esencia de la misma, entonces no todos los hombres la tienen.

Ahora bien, ¿por qué Dios da las gracias a unos y a otros no?, ¿por qué le da a uno más que a otros? ¿Es que Dios no ama a todos los hombres por igual?, ¿no somos todos iguales ante Él?

Una vez más, la respuesta es distinta de lo que podríamos pensar, porque Dios es un Ser diferente del hombre.

En efecto, somos todos iguales ante Dios en el sentido de que todos los seres existentes existimos por su Amor, pero es una evidencia de la realidad que ha dotado a los hombres con capacidades distintas.

Hay distintos tipos de capacidades y algunos tienen una capacidad más que los demás. Pero Dios no se la dio para que sobresaliera sobre los otros buscando su bien personal únicamente.

Dios piensa de una manera diferente: si alguno es más inteligente, por ejemplo, que otros es para que ponga al servicio de los demás esa capacidad, no para que se aproveche de ella para dominar.

Dios piensa siempre al hombre realizándose con los demás, sirviendo a los otros.

Lo mismo sucede con la gracia. Dios distribuye las gracias pensando no sólo en la santificación de uno, sino en que ése puede ayudar a los demás a llegar a Él. Esto sucede, por ejemplo, con la fe o la esperanza por las cuales unos ayudan y sostienen a otros.

De todas maneras, es evidente que a unos les da más, y esto se explica por dos motivos.

El primer motivo es que, así como Dios crea por Bondad, también da las gracias por Amor, es decir, que el motivo de su Amor es su Bondad, sus ganas de querer, no nosotros. La gracia no es un premio a un buen comportamiento humano; siendo su Amor la razón de la comunicación de esos dones, Él puede disponer libremente de ellos.

El segundo motivo es que no todos los que reciben la gracia la aceptan y se dejan iluminar o mover por Dios hacia Él. Puede suceder que alguno, escuchando hablar de Dios, no tenga ganas de hacer lo que Él dice o le interesen más otras 25 IBÁÑEZ-MENDOZA, Dios santificador..., op.cit., p.226-238.

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cosas. Esas gracias se pierden, por así decirlo, porque el hombre no correspondió al Amor divino.

En todo esto, se manifiesta lo sobrenatural como un misterio, como algo divino.

Para concluir, hay que decir que la gracia en el hombre es, en primera instancia, un hecho religioso: la presencia divina en la interioridad; pero que luego, se transforma también en un hecho cultural26.

Es decir, la presencia de lo sobrenatural no queda limitada a la interioridad individual, sino que orientado el hombre a Dios, toda la actividad humana se transforma, surgiendo de allí una Cultura que trasciende los límites de una nación o civilización: la Cultura católica27.

En efecto, la gracia no sólo orienta el alma individual a Dios, elevándola a participar de la Vida divina (lo cual se expresa en el culto, es decir, en la oración); sino que dirige toda la actividad humana, el trabajo, la ciencia, la técnica, la vida familiar, etc., a una realización ulterior en la Vida eterna. Por eso, lo sobrenatural genera no sólo un culto sino una Cultura.

Con la gracia, la imagen divina en el hombre se actualiza, pues llega a su máxima realización en cuanto Dios mismo habita en el hombre. Esta imagen sigue siendo dinámica, ya que el hombre se realiza en la medida en que cumple su misión en el mundo.

A continuación, veremos la dificultad con la que se encuentra el hombre durante su vida terrenal para cumplir con dicha misión: la presencia del mal.

26 Cf. FÓSBERY A., La Cultura Católica... op.cit., p. 289-308.27 La cultura católica se define así: “el patrimonio de la fe, los tesoros de la doctrina y la liturgia y la materia de la cual viven y se sirven los cristianos” (FÓSBERY A., La Cultura Católica... op.cit., p.306).

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