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Clío, 1998, vol. 6, núm. 22 99 Los Annales vistos desde Moscú Youri Bessmertny en Annales ESC, enero-febrero 1992, núm. 1, pp. 245-259. Traducción del fránces: M. Micheline Cariño O. * Como pudimos leerlo recientemente en uno de los editoriales de los Annales: “la herencia de los Annales pertenece a todo el mundo: cada quien es libre de hacer una lectura particular...”. 1 La exactitud de esta afirmación no tiene duda alguna. Yo iría incluso más lejos: más allá de una sola “herencia”. Uno podría decir lo mismo del fenómeno de los Annales en su conjunto, incluyendo la interpretación que se puede dar a la evolución de la revista durante los últimos años. A propósito de esta evolución, Carlo Ginzburg escribía en enero de 1990: “...en los diez, en los últimos quince años, los Annales se volvieron la única revista de historia que realmente se desarrolló —por la selección tanto de sus temas como por la de sus colaboradores— en una perspectiva mundial”. 2 Incluso admitiendo que esta evocación del carácter “único” de los Annales no se encuentre desprovisto de cierta exageración de las circunstancias [se trata de un artículo escrito para el sesenta aniversario de la revista], no se podría ignorar el creciente interés que suscitan los Annales en diversos países. El mismo C. Ginzburg estaba en todo su derecho al constatar: “suscitando ————— * Profesora e investigadora del Departamento de Humanidades/UABCS, 1 Tentons l'expérience, Annales ESC, 1989, p.1317. 2 Le Monde, 19-I-90, p.22.

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Clío, 1998, vol. 6, núm. 22 99

Los Annales vistos desde Moscú

Youri Bessmertny en Annales ESC,

enero-febrero 1992, núm. 1, pp. 245-259. Traducción del fránces: M. Micheline Cariño O.*

Como pudimos leerlo recientemente en uno de los editoriales de los Annales: “la herencia de los Annales pertenece a todo el mundo: cada quien es libre de hacer una lectura particular...”.1 La exactitud de esta afirmación no tiene duda alguna. Yo iría incluso más lejos: más allá de una sola “herencia”. Uno podría decir lo mismo del fenómeno de los Annales en su conjunto, incluyendo la interpretación que se puede dar a la evolución de la revista durante los últimos años. A propósito de esta evolución, Carlo Ginzburg escribía en enero de 1990: “...en los diez, en los últimos quince años, los Annales se volvieron la única revista de historia que realmente se desarrolló —por la selección tanto de sus temas como por la de sus colaboradores— en una perspectiva mundial”.2 Incluso admitiendo que esta evocación del carácter “único” de los Annales no se encuentre desprovisto de cierta exageración de las circunstancias [se trata de un artículo escrito para el sesenta aniversario de la revista], no se podría ignorar el creciente interés que suscitan los Annales en diversos países. El mismo C. Ginzburg estaba en todo su derecho al constatar: “suscitando

————— * Profesora e investigadora del Departamento de Humanidades/UABCS, 1 “Tentons l'expérience”, Annales ESC, 1989, p.1317. 2 Le Monde, 19-I-90, p.22.

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acuerdos o desacuerdos, la revista es más que nunca un punto de referencia indispensable”.3

El “acuerdo” o el “desacuerdo”... ¡Anotación capital! En efecto, hoy la revista es objeto de discusiones animadas tanto en Francia como en el extranjero. El historiador extranjero de visita en Francia, por ejemplo, no puede pasar por alto las divergencias existentes entre sus colegas franceses respecto de los Annales. Las publicaciones críticas aparecidas sobre este tema en Francia, en el transcurso de los años ochenta, según yo, ya no satisfacen a mucha gente.4 Pero, durante estos últimos años, no he encontrado opiniones enteramente positivas respecto a la línea actual de la revista.5 ¿Azar? Probablemente. Sin embargo, a pesar de uno mismo, se debe preguntar si entre los historiadores franceses no ha llegado ya la hora de analizar las opiniones divergentes a propósito de los Annales. ¿Cuál es su origen? ¿Qué sectores de opinión especializada conciernen? ¿Cuál es el objeto de las principales discusiones? Preguntas que, en mi opinión, exigen ser analizadas.6

Como extranjero, me es más fácil juzgar el impacto de los Annales fuera de Francia, y en primera instancia, evidentemente, en mi país.

La recepción que tuvieron los Annales difirió según los periodos de la historia soviética. También difirió según los grupos de historiadores soviéticos. Tampoco hoy acá la revista genera unanimidad. Como sabemos, los Annales se distinguieron siempre por el planteamiento de acercamientos epistemológicos originales sobre el estudio del pasado, en oposición con los métodos preconizados por cierto número de otras escuelas científicas. Hoy, esta oposición ha tomado una orientación —————

3 Ibídem. 4 Véase, por ejemplo, Hervé Coutau-Begarie, Le Phénomène Nouvelle Histoire,

París, 1983; François Dosse, L’Histoire en miettes. Dès “Annales“ à la “nouvelle histoire”, París, 1987.

5 Cf. Y. L. Bessmertny, “Pour un bilan du colloque ‘L'école des Annales hier et aujourd'hui’”, Histoire Moderne et Contemporaine, 1990, núm.6; “L'école des Annales: printemps 1989”, Almanach Européen 1990, Moscú, 1991 (en ruso).

6 Este análisis ya fue iniciado; véase en Jaqcues Le Goff, La Nouvelle Histoire, prefacio a la nueva edición, París, 1988, pp. 10-15.

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particular (veáse más adelante), pero no ha desaparecido. Es pues bastante comprensible que la opinión que podemos tener sobre los Annales es generalmente una suerte de reactivo que caracteriza la posición de tal o cual historiador. Lo que es perfectamente verdadero para las diferentes tendencias de la historiografía soviética.

Proponiéndome presentar aquí las reflexiones que me inspira la recepción de los Annales en los medios científicos soviéticos; evidentemente no pretendo presentar un cuadro exhaustivo. Por otra parte, tengo plena conciencia de la subjetividad de mis juicios. Es inútil recordar a los lectores de los Annales que la subjetividad es atributo de casi todos los juicios históricos, pero que conviene evaluar de una manera adecuada el origen y la dimensión de esta subjetividad: regresaremos sobre este punto.

Así, como fiel y antiguo lector de los Annales (de los que sigo con simpatía su evolución desde los años cuarenta) quisiera exponer aquí en grandes líneas, lo que hace original la percepción actual de los historiadores soviéticos de distintas tendencias, incluyendo los que me son más cercanos, que nunca tuvieron nada que ver con la historiografía oficial soviética.

Para empezar, me gustaría explicar por qué, en ciertos aspectos, la visión que tenemos hoy de los Annales en Rusia difiere de la vigente en los países de Europa occidental. Es conveniente en primera instancia recordar la manera particular en la que se concibe la ciencia histórica acá. Antes de la Revolución, la competencia y la honestidad del historiador —como la de cualquier otro científico, por otra parte— no era cuestionada. Es en cierta forma por esta razón que el lector de esta época consideraba tanto a los escritores rusos como a los historiadores, cual sabios maestros. Una antigua y bien enraizada tradición pretendía que se buscara en las obras de los escritores y de los historiadores la respuesta a los “últimos cuestionamientos” existenciales. En las décadas que siguieron a la Revolución la situación se modificó por completo. Una gran parte del público cultivado desarrolló un prejuicio netamente desfavorable hacia ciertos escritores e historiadores. Con el tiempo, este prejuicio (sobre todo hacia la mayoría de los historiadores) se transformó en un completo

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rechazo. En efecto, la ciencia histórica oficial (así como otras ciencias sociales) se había desacreditado ante el criterio de los lectores. Todas ellas, en conjunto, contribuían a crear el mito de un presente y de un pasado dignos del “Ministerio de la Verdad” en la célebre novela de Orwell, 1984. E incluso aunque algunos historiadores “disidentes” siempre se opusieron a la historiografía oficial, esto no tuvo más que un efecto mínimo sobre la actitud crítica respecto a las obras históricas soviéticas y sus autores.7

Después de 1985, cuando la falsificación flagrante del pasado apareció claramente, la desconfianza respecto a la historia oficial pudo declararse abiertamente y se generalizó. Al mismo tiempo, en la totalidad del público (incluso entre los que no se habían nunca interesado en la historia), se sintió la necesidad de aprender finalmente la verdad sobre el pasado. Claro está, esta verdad se buscaba fuera de los libros de historia oficial. La historiografía extranjera en general, y la escuela de los Annales en particular, conocieron entonces un incrementado interés. Y como la inmensa mayoría de estos nuevos amateurs de la historia ignoraban todo respecto de la especificidad del conocimiento histórico, se encontraban sobre todo motivados por el deseo de descubrir verdades simples y definitivas. Al mismo tiempo que el gran público, varios jóvenes historiadores también se contagiaron por el deseo de encontrar repuestas definitivas a estas preguntas: ¿cómo buscar la verdad histórica, y qué nos enseña la historia del pasado, cercano o lejano, de nuestro país o de cualquier otro? (Insisto a propósito sobre el carácter definitivo de las respuestas buscadas. Es aquí, desde mi punto de vista, una de las razones

————— 7 Este rechazo de la historia por una gran parte del público es el drama de cuantiosos

historiadores soviéticos de primer orden. La fidelidad a los más altos niveles morales, para ellos, se encontraba en flagrante contradicción con la posibilidad de ejercer su profesión, esta actividad sólo era posible si el historiador se sometía completamente a los dictados de las ideologías stalinistas. De tal manera, algunos historiadores se vieron obligados a emigrar, otros tuvieron que renunciar a expresarse durante largos períodos, otros, finalmente, perdieron en esto sus vidas. Sólo algunos, escasos, pudieron encontrar una tronera y prosiguieron sus investigaciones (para mayores detalles veáse, Y. Bessmertny, “La vision du monde et l'histoire démographique en France au IXe - XVe siècles”, Travaux du Collège de France, 1991, 4e leçon).

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de la imagen particular que se hicieron de los Annales algunos de nuestros lectores. Pero regresaremos sobre esto).

Otras circunstancias pueden igualmente explicar el interés suscitado por los Annales en nuestro país, y la originalidad de la recepción que se les dio. Entre éstas, el rechazo de la revista, hasta una fecha reciente, por la historia oficial. Presintiendo la atracción que podía presentar este movimiento histórico, los jefes de línea de la historia oficial se esforzaron por impedir su difusión en nuestro país, al mismo tiempo que alentaron, bajo todas sus formas, la crítica de esta tendencia. Es inútil recordar aquí, en detalle, tal o cual argumento de esta cábala, de la que formaron parte, por un capricho del destino, personalidades tan respetadas actualmente como Iouri Afanassiev. Es más importante remarcar que, desde el principio de la perestroika, el número de historiadores profesionales que se interesaron por los Annales aumentó considerablemente. No obstante, la mayoría de ellos se interesaron sobre todo por la connotación concreta de algunas investigaciones publicadas en la revista.8

En compensación, el papel de los Annales dentro del estudio epistemológico de la historia retuvo la atención de un número relativamente restringido de historiadores pertenecientes a las más variadas tendencias.9 Se tratará particularmente aquí de aquéllos de los que me siento más cercano.10 ¿Cuáles son desde su punto de vista (y el mío) las principales características de los Annales hoy? Como bastantes historiadores occidentales, estimo que conviene subrayar en primer lugar que los Annales contribuyeron a establecer una nueva concepción del —————

8 Esta tendencia apareció claramente en el coloquio internacional sobre “L'école des Annales hier et aujourd'hui”, que se llevó a cabo en Moscú en octubre de 1989. Para mayores detalles referirse al libro que me dispongo a presentar: Sur un point crucial. Débat au tour des Annales, ou comment écrire l’histoire aujourd’hui et demain, Moscú, Ed. Naouka.

9 Artículos y libros le han sido dedicados en nuestro país por investigadores de tendencias tan diversas como A. I. Gourévitch, M. N. Sokolova, I. N. Afanassiev, N. Avtonomova, O. M. Médouchevskaïa, G. G. Diliguenski, Y. L. Bessmertny.

10 Considero aquí más particularmente la posición de los Annales de estos últimos años. Como sabemos, fue a partir de 1988 que el Comité de Dirección presentó entre las columnas de la revista artículos dedicados a los problemas centrales de la epistemología histórica; debates en los que los mismos directores tomaron parte activamente. “Les Annales vues de Moscou” del año 1962. Cf. en el artículo de G. G. Diliguenski, Annales Esc, 1963, núm. 1, pp. 103-113.

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conocimiento histórico, dentro de los objetos que estudia y los métodos de construcción de estos objetos, a partir de los documentos disponibles. Abandonando la representación positivista del objeto de las investigaciones históricas, como existente independientemente del historiador, los fundadores de los Annales, y de una manera aún más notoria sus sucesores actuales, demostraron la indisociabilidad del sujeto y del objeto en el conocimiento histórico. Si los predecesores de los Annales se fiaban antes que nada de la “elocuencia” de los documentos en sí mismos, los historiadores de los Annales —así como los representantes de otras escuelas históricas del siglo XX— subrayaron, a mi parecer, muy justamente, el carácter ilusorio de tal concepción.

Las investigaciones de los Annales nos convencen que, como ya lo escribía Michel Foucault, el documento, en sí mismo, es mudo. No está “programado” a dar informaciones, particularmente aunque sean un poco “definitivas”. Como resultado del tratamiento de las imágenes del pasado, en el espíritu de los hombres del pasado, el documento no se entrega al historiador más que si éste encuentra la forma de hacerlo hablar. Para lograrlo, el historiador debe ser capaz de llevar a cabo una intensa actvidad intelectual. Su primer deber es construir la problemática que permite una nueva lectura del texto histórico, proponiendo así un nuevo objeto de estudio. Es por esto, que así como yo, los colegas que me son cercanos, consideramos perfectamente justificada la concepción de los Annales, según la cual el objeto de estudio histórico es siempre elaborado por el investigador mismo. En efecto, es él quien transforma un documento, hasta ahora mudo, en un texto que revela sus secretos.11 12 Y es sólo entonces que pueden aparecer nuevas realidades históricas. Entonces el conocimiento histórico no se constituye gracias al pasado, sino gracias a aquél que hoy estudia el pasado. Así pues, considero la

————— 11 Cf. a propósito de P. Burke, The French Historical Revolution. The Annales School, 1929-

1989, Stanford, 1990; A. I. Gourevitch, La synthèse historique et l'école des Annales (en prensa en Moscú).

12 Cf. J. Le Goff, op. cit. p.63; J. Le Goff, Histoire et Mémoire, París, 1988, p.294 y “Tentons l’expérience”, p.1321; véase también J. Y Grenier y B. Lepetit, “L'expérience historique. A propos de C. E. Labrousse”, Annales ESC, 1989, núm. 6., pp. 1344-1353.

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renovación metodológica llevada a cabo por los Annales como una revolución “copérnica” en nuestra ciencia.

Uno de los resultados de esta renovación es la transformación de los temas seleccionados para la investigación. Como sabemos, en distintos periodos, los colaboradores de los Annales prefirieron diversos aspectos del pasado. Nuestros historiadores, evidentemente, se percataron que al lado del estudio de las mentalidades, estos últimos tiempos podíamos encontrar nuevamente en las columnas de los Annales el análisis (bajo una nueva óptica) de fenómenos tales como el acontecimiento histórico, la biografía, el poder y la política. Esta renovación de temas, así como el creciente interés por las cuestiones epistemológicas, provocaron en nuestro país un repunte del interés por los Annales, y no solamente en un círculo restringido de especialistas. Los medios concernidos por las ciencias humanas y el público cultivado en su conjunto, están interesados en la revista, en una primera instancia, porque su metodología se opone al enfoque determinista bastante difundido acá. En vez de dedicarse a la investigación escolástica de los principios universales y arbitrarios, el adepto de los Annales actúa como investigador, esforzándose por encontrar una interpretación original de los propios documentos. Los obstáculos artificiales de la libertad creadora son desplazados de golpe. En la investigación de la verdad científica, la audacia es apuntalada por la metodología.

En segundo lugar, la recepción de las ideas defendidas por los Annales exime, al gran público, de las representaciones simplistas anteriormente en curso, respecto a la naturaleza del saber histórico y a los medios de alcanzarlo. Se vuelve imposible asimilar los hechos históricos a “cosas” ya elaboradas dentro de su “empaque” documental que esperan la hora para ser revelados. Se descubre la especificidad del estudio histórico, que nada tiene que ver con la búsqueda de fórmulas prescritas o de una “caja de sorpresas” repleta de relatos del pasado.

En tercer lugar, la difusión de la experiencia de los Annales y la autoridad creciente de los estudios históricos realizados bajo su égida, contribuyen, en cierta medida, a restablecer en nuestro país la ciencia histórica en sí misma. El historiador deja de ser el ilustrador juramentado

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de los principios sociológicos universales, para convertirse en un verdadero investigador, un creador de conocimientos científicos. Un hecho aparece con una nitidez particular: para explicar la historia no basta con determinar la “base económica” de la sociedad y estudiar la lucha de clases por los privilegios socioeconómicos. Los pensamientos de personas de diferentes grupos sociales, su forma de aprehender los acontecimientos políticos, los estereotipos psicológicos que determinan sus aspiraciones sociales: son algunos de los aspectos —entre otros— de la actividad social asiduamente estudiada por los Annales durante todos estos últimos años, y son el objeto, en la URSS, de una atención cada vez más viva.

El interés de estos sujetos se ve reforzado por la vida política de nuestro país. Los conflictos actuales demuestran hasta qué punto las acciones humanas están ligadas a la visión del mundo que tiene cada quien. Y si se desea profundizar respecto a las motivaciones de estas acciones, se tiene todavía una mejor razón para interesarse en la experiencia acumulada por los Annales en el campo de la observación histórica. Se puede decir, en el marco de las discusiones de los Annales, que el destino de nuestra sociedad se vincula con la reflexión sobre las tareas y el destino del historiador y de la historia misma.

No sé si el lector de estas líneas ha notado que la recepción otorgada a los Annales en nuestro país, reflejó, en cierta medida, la especificidad del contexto cultural soviético respecto a lo que le distingue del mundo occidental. Sin duda alguna esto no es fortuito; en efecto, mientras lo que en la conciencia occidental parece normal, algunas veces acá produce un shock terrible. Por otra parte, observemos que lo que sería para un occidental un tema de especulaciones arbitrarias, para uso exclusivo de cierto número de especialistas, es algunas veces en la URSS objeto de un largo debate, en el que puede participar un público muy diversificado, para el que los problemas del conocimiento histórico son también pretextos de discusión de los asuntos de actualidad.

El carácter particular de la recepción reservada a los Annales en nuestro país, refleja, con gran nitidez, el carácter subjetivo del conocimiento histórico y de su relatividad. Para ilustrar mi propósito quisiera citar algunas frases de los Annales dignas de retener la atención

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del lector soviético promedio: “Un artículo o un libro de historia no es una reproducción de la realidad, sino la expresión de una estructura que disuelve su opacidad.”13 14 “Un buen libro de historia es un sistema de propuestas explicativas ligadas entre sí.”15 “En una primera instancia nosotros no acordamos ningún privilegio filosófico a la realidad. Pasado y presente están constituidos por una masa de hechos escritos y no se transformarán en ninguna otra cosa, sin haber sido avalados críticamente por nosotros.”16 Citaré aún dos afirmaciones muy significativas. Es cierto que éstas no se deben a la pluma de los directores de los Annales, sino a la de G. Duby, y me parece que no restan fidelidad a la línea de la revista: “La historia es en el fondo el sueño del historiador.”17 “Lo que escribo es mi historia... y no tengo para nada la intención de disimular la subjetividad de mi discurso.”18

Si no me equivoco, tal tipo de afirmaciones son completamente conformes a la tradición historiográfica de los Annales. Para el autor o el lector occidental de los Annales, la “versión” personal de la historia propuesta por el investigador afirma, sobre todo, un método de análisis original que permite una nueva interpretación del documento. Ésta es concebible por la máxima inventiva que demuestra el historiador en su formulación del problema, en su investigación de métodos de análisis, y en su interpretación de los documentos. Al final de cuentas, los testimonios fragmentarios y descosidos del pasado pueden conformar un coherente cuadro estructurado, cuyo autor es precisamente el mismo historiador. Sin duda, este último no se arriesgaría a identificar este cuadro con la realidad. Sin embargo, el desfase entre la hipótesis del historiador y la realidad no implica, de ningún modo, un procedimiento oportunista de cualquier naturaleza. La más mínima sospecha de oportunismo bastaría, me parece, para que el lector occidental rechazara categóricamente el —————

13 A. Bruguiere, “De la compéhension en histoire”, Annales ESC, 1990, núm. 1, p. 125. 14 “Tentons l’expérience”, p. 1321. 15 Ibíd, p. 1320. 16 A. Bruguiere, op. cit, p. 124. 17 George Duby, Guy Lardreau, Dialogues, París, 1980, p. 49. 18 Ibíd, p. 38.

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razonamiento en su conjunto. En todo caso que el historiador se muestre, aunque sea un poco tendencioso (sobre todo en el plano político), será inmediatamente tachado (tal como concibo la tradición de los Annales), del peor de los pecados, lo que trae consigo un golpe fatal a su reputación científica.

Claro está que no se puede excluir que el “inconsciente” del investigador occidental (incluido el adepto a la escuela de los Annales), pueda ser afectado por cierto conformismo y por el deseo de imponer, a pesar de todo, su propio punto de vista. Pero, hasta donde yo sé, las reglas del “espíritu de escuela” condenan tan formalmente tales actitudes que su aplicación provocaría inevitables protestas.19

En la historiografía soviética la situación es bastante distinta. Simplemente porque durante décadas los historiadores oficiales se persuadieron a sí mismos de tener el monopolio de la verdad. La práctica de un enfoque marxista era considerada como una condición sine qua non de profundidad y de objetividad en el análisis. La necesidad de cumplir con un “deber social” y con la defensa de los intereses de una clase (“la más avanzada”) y de un sistema político (“el más justo”), eran abiertamente proclamadas. El oportunismo político desembocaba en un oportunismo desenfrenado, y la práctica sociopolítica era considerada como la expresión natural de la “conciencia de clase” del historiador.

Desde hace algunos años, el rechazo de estos principios por numerosos historiadores soviéticos, por importante que éste haya sido, no podía modificar la realidad de un solo golpe; respecto al recibimiento de algunas obras históricas, ciertas tradiciones quedaron bien enraizadas en la opinión pública. Es por eso que hoy, en la Unión Soviética, no solamente el amateur de historia, sino una buena parte de los historiadores profesionales, que estudiaron hace veinte o treinta años, se encuentran sumergidos en la mayor perplejidad al leer las citas antes referidas —pertenecientes a los responsables de los Annales o a autores que les son cercanos—, sobre el carácter subjetivo del conocimiento histórico y el

————— 19 Cf. El artículo de M. Morineau criticando la posición de uno de los Annales, E. Le Roy

Ladurie, publicado en Annales ESC, 1981, núm.4.

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papel del historiador en la reconstrucción de los hechos históricos. La posibilidad de los juicios “no definitivos” sobre el pasado será comprendida como la justificación de interpretaciones oportunistas del pasado y de las fuentes mismas, e incluso como una amenaza de regresar a la fórmula, tristemente celebre acá, respecto de la historia como “política apoyada en el pasado”. En otros términos, para cierto número de historiadores soviéticos y para un número aún mayor de amateurs de la historia, algunas normas historiográficas que resultan habituales en la óptica de la tradición occidental, pueden perfectamente ser consideradas como una justificación de los principios anteriores a la perestroika, e incluso como una autorización implícita para falsificar el pasado.

De ningún modo quiero justificar esta interpretación deformante. Me limito a constatar que ésta es bastante común, y que está relacionada con las divergencias culturales y políticas que existen en nuestras sociedades. Divergencias que pueden originar sensibles aberraciones en nuestro diálogo.

Por lo que a mí corresponde, me doy cuenta que en varios casos el carácter subjetivo de la visión del pasado que produce cada historiador es inevitable (ya lo he subrayado antes). Sin embargo, me parece que los factores y el carácter de esta dimensión subjetiva merecen aún mayor atención, que la que actualmente les es dada por los Annales.

Los directores de la revista insisten, sobre todo, en el hecho que la subjetividad existente en la reconstrucción del pasado proviene de la particularidad del proceso histórico: cada historiador al “recrear” su objeto de estudio no puede más que imprimir la huella de “sí mismo”.20 Sin poner nada en duda sobre este razonamiento, me gustaría, no obstante, determinar con mayor nitidez lo que recubre esta noción de “sí mismo” del historiador. ¿Sus preferencias personales? ¿Sus gustos de escritor? ¿Su filiación a tal o cual escuela científica? ¿El género de los libros que conserva en su biblioteca? ¿Su medio social? No resulta nada difícil —————

20 Véase “Tentons l’expérience”, p. 1321; A. Bruguiere, op. cit., pp.124-125. Discutiendo la posición epistemológica de los Annales actuales, me esfuerzo por sólo referirme a las citas de los miembros del comité de redación, y no a artículos de otros autores cuyas opiniones no corresponden forzosamente con las de los directores de la revista.

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considerar que el “sí mismo” del historiador, de una u otra manera, está determinado por la influencia de todos estos factores; los responsables de los Annales lo reconocen a grandes rasgos. Pero es más arduo, y más interesante, evaluar la importancia y el sentido de estas influencias.

Recordaré, al respecto, que los mismos directores de los Annales subrayan que los documentos analizados por el historiador forman parte de una cultura distinta a la que él pertenece. El estudio de estos textos siempre presupone un diálogo entre las dos culturas. Pero tal diálogo es forzosamente sometido a ciertas contingencias que nada tienen que ver con la subjetividad del historiador. En este marco, las “experiencias” más extravagantes no pueden ser abordadas, por ejemplo, sin considerar en dicho diálogo la mutua comprensión, como ya lo había señalado M. Bakhtine. Aquí, la idea de una mutua comprensión se opone, por una parte, a la “explicación” en un solo sentido: cuando el historiador está compenetrado por la superioridad de su cultura sobre todas aquéllas del pasado y se cree capaz, debido a esta superioridad, de comprenderlo todo, de aclararlo todo. En el otro extremo, la noción de mutua comprensión se opone a la actitud del historiador dispuesto a “sacrificarse”, a “fundirse”, en la cultura estudiada (en el nombre de una seudofidelidad); el diálogo de las culturas es entonces remplazado por un monólogo del pasado incomprensible para los contemporáneos. M. Bakhtin, propuso en sus tiempos una serie de métodos de estudio indispensables para la mutua comprensión del presente y del pasado, métodos que recientemente han sido detalladamente analizados por V. Bibler.21

Sin dedicarme aquí a una exposición detallada de estos métodos y sin pretender universalizar su significación, quisiera subrayar un hecho. El historiador profesional al formular las preguntas que plantea al pasado, siempre se ve limitado, de una u otra manera, por la selección de los procesos metodológicos. La capacidad profesional exige que estos procesos respeten ciertos cánones epistemológicos, que no solamente engloban los principios efímeros de tal o cual escuela, sino que igualmente implican algunas normas generales que provienen de la especificidad —————

21 B. S. Bibler, “Diálogue. Conscience. Culture” (La idea de cultura en la obra de M. Bakhtine), en Odysseus. L’homme et l’histoire, Moscú, 1989, pp. 34 ss.

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misma del conocimiento histórico. En esto el historiador difiere del escritor (y más aún del defensor de la “vanguardia rusa”).22 Ésta es una de las primeras limitaciones a la subjetividad de la visión del pasado que tiene el historiador.23

Desde mi punto de vista, otro límite al subjetivismo del historiador está ligado al hecho que no podría hacer una completa abstracción de los conocimientos acumulados por sus predecesores. Claro está, la filiación de las diferentes generaciones de investigadores no debe ser considerada al pie de la letra. Ni la obtención de nuevos datos históricos, ni, con mayor razón, el establecimiento de nuevos enfoques de estudio del pasado, dependen forzosamente de la experiencia acumulada. En cada etapa, la reinterpretación del pasado “amalgama” —podríamos decir— los conocimientos adquiridos y los transmite a las generaciones siguientes en otro contexto e incluso con connotaciones radicalmente diferentes. ¿Esto basta para liberar al historiador de todo vínculo con aquellos que lo antecedieron? Al leer sus obras, a pesar de todo, no puede más que tener en cuenta sus observaciones y sus conclusiones. Un historiador que rehusara apoyarse sobre las experiencias de sus predecesores estaría destinado a “derribar puertas abiertas”, y sería incapaz de percibir la evolución del conocimiento histórico. El historiador no puede hacer tabla rasa del pasado. El vínculo entre las diferentes generaciones de

————— 22 Daniel S. Milo, “Pour une histoire expérimentale, ou la gaie histoire”, Annales ESC, 1990,

núm. 3, pp. 719-720. 23 Si no me equivoco, los directores de los Annales no están del todo en acuerdo con esta

cuestión. Así como A. Bruguière subraya con vigor que no se podría considerar la posición de los Annales como la “versión francesa del subjetivismo de Benedetto Croce” (op. cit., p. 124); según él, la posición científica del historiador es “establecida a la vez por la cohesión interna del análisis y por los procedimientos de validación de la tradición científica” (A. Bruguiere, “Annales”, en el Dictionnaire des sciences historiques (París, 1986, p. 51). Jacques Le Goff, en su Histoire et Mémoire, p.196, expresó una opinión igualmente tajante respecto a la objetividad del conocimiento histórico. Por otra parte, los autores de “Tentons l’expérience”, aunque consideren que la construcción del objeto de estudio por el historiador no debe contradecir “los datos disponibles y responder a los principios de coherencia interna”, suponen que creando esta “construcción”, el historiador tiene derecho de “partir de principios de inteligibilidad diferentes o de nuevas metodologías” (p.1321). ¿Acaso no habría aquí el deseo de liberar al historiador de la necesidad de tomar en cuenta las especificidades de su oficio?

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historiadores es indefectible.24 La objetividad irrumpe así dentro del cuerpo mismo de la investigación.

Esta “incursión” puede tomar otra figura. Al mismo tiempo que escribo estas líneas, no soy indiferente de la forma en que será comprendido mi pensamiento. Me pregunto cómo le parecerá a mi lector, qué reacción provocará. Pienso particularmente en la opinión de los especialistas, de los que me siento cercano por el espíritu y la orientación. Su pensamiento no se aparta de mí, e involuntariamente corrijo lo que he escrito considerando los criterios que son decisivos en nuestro círculo. Me parece difícil imaginar que mis colegas franceses se hayan totalmente liberado de esta autocensura. Entonces, si ésta existe, consciente o no, deducimos que al plantear las preguntas dirigidas a la fuente documental, al interpretar sus respuestas y al formular el objeto de estudio, el autor de los Annales, a pesar suyo, considera un medio intelectual preciso. Los problemas que son inquietantes en este medio, las realidades de su existencia, influyen de una u otra manera el trabajo del historiador. Lo orillan a una cierta selección moral y social, contribuyen a definir las prioridades y los caprichos del investigador, e influencian todas sus selecciones metodológicas.

Este compromiso del historiador no debe ser entendido de una manera esquemática. Ya he mencionado la dolorosa experiencia del “deber social” que transformó una considerable cantidad de historiadores soviéticos en oportunistas de baja calaña. El compromiso al que nos referimos aquí, no tiene nada que ver con este famoso “deber social”, ya que ignora todo tipo de prejuicios de clase y de parcialidad, y que no se alimenta más que de la filiación a determinada tradición cultural contemporánea. Como lo recordaba recientemente A. Burguiére, L. Febvre pensaba que “no hay historia más que la del presente”.25 Conscientemente o no, al orientarse hacia una de las tendencias socioculturales de su época, el historiador aunque sea especialista de los tiempos más remotos, se sujeta a esta máxima de L. Febvre. —————

24 La concepción de “Tentons l'expérience” supone la negación de las posibilidades acumulativas de la historia.

25 A. Bruguiere, De la comréhension..., p.124.

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En este sentido, el “yo” creativo del historiador está ligado al medio social en el cual se “sumerge”.26 La subjetividad del historiador se encuentra lejos de ser solamente la expresión de su personalidad. Hasta cierto punto, se puede incluso ver el reflejo de la mentalidad colectiva de los historiadores en determinada época. Evidentemente, como toda mentalidad colectiva, ésta no determina la actitud de cada historiador en particular. Pero es igualmente cierto que ésta influencia el contexto general de las representaciones científicas y sociales que ningún investigador podría ignorar.

Me parece, que al desatender los orígenes y las formas de la visión subjetiva de los historiadores, los Annales hoy día limitan su campo de investigación en torno a los problemas del relativismo en la historia. Ningún científico, dotado de sentido común, puede ignorar el carácter relativo del conocimiento del pasado. Ningún estudio histórico, por perfecto que éste sea, es capaz de recrear la realidad, “wie es eigentlich gewesen war”. La diferencia entre la realidad y la imagen que de ésta da el trabajo histórico, no se debe únicamente a la subjetividad de los historiadores, sino también a la falta de similitud entre las culturas (que los historiadores deben hacer dialogar), es decir, a los límites de la “mutua comprensión” de las culturas como tales; a la dimensión concreta de los métodos para adquirir conocimiento que posee cada generación de historiadores; y a bastantes otros factores. Un historiador que ignorara examinar la estrechez de sus representaciones no sería un verdadero historiador.

No obstante, se trata de reconocer hasta qué punto son profundas las disparidades entre el pasado y su interpretación que ofrecen los trabajos de historiadores de tendencias y de generaciones distintas. En efecto, la evolución de la ciencia histórica jamás permite considerar la adquisición de soluciones “definitivas” o desembocar en verdades “absolutas”. Sin embargo, el conocimiento histórico, en mi opinión, puede revelarse más rico hoy que ayer, y mañana más que hoy. La experiencia científica de los Annales es la prueba resplandeciente. Claro está que jamás hay que perder de vista la especificidad del saber histórico en sí mismo; bajo ninguna —————

26 G. Duby, G. Lardreau, op. cit., p. 49, J. Le Goff, Histoire et Mémoire, p. 195.

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circunstancia éste podría ser reducido a un conjunto de “leyes universales”, ni a una suma de características descriptivas inamovibles. Muy esquemáticamente podemos decir que el conocimiento histórico es un conjunto siempre cambiante de representaciones concretas y generales sobre las sociedades del pasado y su evolución. Como ya lo he señalado, cualquiera que sea la especificidad de la visión que el historiador de cierta generación se haga del pasado, ésta engloba de una u otra manera los fragmentos de las observaciones reunidas por sus predecesores. No se puede ignorar la experiencia científica de las generaciones previas, simplemente porque es imposible “olvidar” lo que se hizo antes. En este sentido la ciencia histórica tiene un desarrollo progresivo, no solamente en lo concerniente a la acumulación de datos concretos, sino también desde el punto de vista de la interacción y de la interdependencia de los fenómenos al interior del todo.

La concepción de los autores de la editorial de los Annales de 1989 es diferente. Y ello no solamente porque ésta rechaza la posibilidad de un efecto acumulativo en el estudio de la historia.27 La cuestión de la selección entre diferentes versiones de la historia es prácticamente eliminada, debido al postulado según el cual “todo artículo o libro de historia” no puede representar más que un sistema de proposiciones no contradictorias,28 y no un intento de recreación del pasado. Es por ello que todas las versiones de la historia —si “las proposiciones que la constituyen” no están en “contradicción con los datos disponibles y obedecen a principios de coherencia interna”—, son presentadas como igualmente verosímiles, y la preferencia por una u otra se vuelve en cierta forma injustificable. Consecuentemente, el progreso del saber histórico, en la medida en la que podemos emplear este término, es considerado únicamente a través del incremento cuantitativo del conjunto de los objetos estudiados, y como el resultado de la multiplicación de los

————— 27 “Tentons l’expérience”, p. 1322: “...los resultados no serían...acumulables”. Cf. J. Le Goff,

prefacio..., p.13: “la historia...es por una parte también acumulativa”; J. Le Goff, Histoire et Mémoire, pp. 306-325.

28 Ibíd., p.1320.

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enfoques metodológicos.29 Considero que aquí el conocimiento histórico no es más que la suma de estos múltiples enfoques.

El estudio de las interacciones entre las diferentes esferas de la sociedad no es apreciado en su justo valor. En consecuencia, la comprensión del pasado como un sistema homogéneo es cuestionada.30

Por otra parte, se debe reconocer que para todas estas cuestiones no se han puesto los puntos sobre las íes. Particularmente, éste es el caso de la versión de la historia elaborada a partir de los principios epistemológicos de los Annales actualmente. El lector es llevado a considerar que, de todas las versiones del pasado, ésta es la que merece la máxima atención.

Debo señalar aquí, que a pesar de lo que recién dije, los principios epistemológicos de los Annales me parecen en efecto bastante fecundos. Se puede considerar que mis críticas conciernen particularmente a la posibilidad de interpretar de manera distinta esos principios en el marco de tradiciones culturales diferentes. Me parece igualmente útil profundizar cómo se aplica en los Annales la estrategia para adquirir el saber histórico. Esta reflexión podría facilitar las investigaciones concretas, y la comprensión de todas las dificultades epistemológicas que enfrenta el historiador.31

————— 29 Ibíd., pp. 1320-1321: “La historia sólo progresa por su adecuación cada vez más estrecha a

los procesos pasados... El conocimiento histórico no progresa por totalización, sino por el empleo de métodos fotográficos, por el desplazamiento del objetivo y por la variación del foco...La síntesis histórica se establece mediante la construcción de nuevos objetos...”.

30 Es conveniente preguntarse aquí si la imagen que tengo de esta editorial de 1989 no peca por la subjetividad misma a la que son sometidas todas la imágenes de los fenómenos históricos. Sería imposible excluirlo, pero desde mi punto de vista sería demasiado subjetivo atribuir todas mis posiciones simplemente a la subjetividad.

31 Aunque aporte así un balance de mis reflexiones sobre los Annales de hoy, no puedo compartir el punto de vista expuesto recientemente en un artículo de Iouri Afanassiev, historiador querido y combatiente por la democracia en URSS (“Tendencias principales de la historiografía francesa”, en la compliación L' historiographie étrangère contemporaine non-marxiste, Moscú, 1989, pp. 136-160). No estoy de acuerdo con el autor de este artículo, entre otras cosas, respecto a la interpretación que aporta sobre las relaciones entre los estudios históricos y el pasado, en el lugar que atribuye al análisis diacrónico y en su análisis sobre las divergencias entre los Annales y el marxismo.

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Actualmente, algunas de estas dificultades son abordadas más explícitamente por los opositores de los Annales, en el seno mismo de la revista. Al respecto, no podría pasar por alto los trabajos de F. Furet, quien, desde el final de los años setenta, opone cada vez con mayor radicalidad sus principios epistemológicos a los de sus antiguos compañeros de pensamiento. Poniendo en duda una de las tesis centrales sobre la necesidad de estudiar en primer lugar las entidades históricas,32 Furet subraya que el historiador no puede estudiar concretamente más que un número estrictamente limitado de hechos provenientes de la vida de individuos bien precisos, y aún más, si éstos no sobrepasan los límites de una “franja” cronológica dada (por ejemplo, la edad del matrimonio en determinado grupo social sobre cierto número de años; tema sobre el que las informaciones precisas han llegado hasta nosotros). Igualmente se puede intentar, según F. Furet, seguir la evolución de fenómenos particulares (una vez más, como la edad del matrimonio). Pero sería vano desear comprender la causa de esta evolución: las motivaciones de las personalidades estudiadas son demasiado complejas y demasiado diversas, las circunstancias demasiado aleatorias, las fuentes demasiado escasas y lacónicas, la subjetividad del procedimiento de los mismos investigadores, demasiado vasta. Consecuentemente, según Furet, la ciencia histórica es incapaz de establecer un cuadro global del pasado, y aún más, de su evolución. El historiador es igualmente incapaz de introducir el elemento diacrónico en las ciencias sociales, la historia debe moldearse a sí misma a partir de la imagen de éstas para transformarse en una serie de incursiones históricas en el marco de las ciencias sociales.33

Evidentemente, los directores actuales de los Annales no aceptan esta condenación de la ciencia histórica. Reconociendo la enorme importancia del análisis de los comportamientos y de las representaciones individuales en cierta época, Jacques Le Goff, Jacques Revel o André Bruguiére insisten en sus trabajos respecto a la factibilidad de la historia total. Ésta se —————

32 Los autores de “Tentons l’expérience” subrayan también que las sociedades estudiadas en la historia son de hecho sistemas independientes, y que deben ser consideradas como tales (p. 1320).

33 François Furet, L'atelier de l'histoire, París, 1982, pp. 5-8, 76-77, 80-85, 88. Sobre los diferentes puntos de vista entre François Furet y algunos autores de la escuela, véase también: I. Afanasiev, op. cit., pp. 146, 156.

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establece mediante el estudio de la interacción de los individuos dentro de todas la esferas sociales interdependientes, a través del estudio de esta interacción bajo la perspectiva “pluricronológica”, y por una síntesis interdisciplinaria, que según estos historiadores permite asegurar la renovación del estudio del pasado sin que por esto se deje de lado el análisis diacrónico.

Gustoso sumaría mi convicción a estos juicios optimistas. Sin embargo, no encuentro en los Annales un análisis satisfactorio —en mi opinión— sobre algunas dificultades epistemológicas que han retenido la atención de F. Furet, así como la de otros historiadores. Pienso en particular en los medios de resolver el problema de la síntesis histórica. Como es sabido, este problema es uno de los eternos cuestionamientos de la ciencia histórica. En su época, los fundadores de los Annales intentaron responder a este problema, lo mismo hicieron Fernand Braudel34 y Jacques Le Goff junto con Pierre Toubert.35 Sin subestimar las respuestas acometidas por estos investigadores, me gustaría precisar la posición de los Annales de hoy respecto a este tema.36 Es evidente que me es ajena la intención de exigir una receta única para resolver un problema tan complejo. Sin duda alguna, la síntesis histórica siempre tendrá diversas variantes, en función de la problemática concreta, del carácter de las fuentes, de la época específica, etcétera. No obstante, sin la definición de una estrategia concreta de investigación respecto a esas variables, le sería difícil al historiador desempeñar su tarea. Si esto se admite, probablemente se debe definir con mayor claridad por lo menos algunas orientaciones de esta investigación. ¿Acaso no sería fructífero, por ejemplo, analizar la interacción entre las representaciones que los hombres del pasado se hacían de sí mismos, y las estructuras sociales en las que vivían? Mi experiencia del estudio de esta interacción en el ámbito —————

34 Cf. F. Braudel, Civilización material, economía y capitalismo, t. 2, Los juegos del intercambio, cap. 5.

35 P. Toubert y J. Le Goff, “Une histoire totale du Moyen Age estelle possible?” (Actes du Centième Congrès National des Sciences Savantes, París, 1977); J. Le Goff, Prefacio..., pp. 11-12.

36 Es suficiente para comprender esta posición constatar que “la síntesis histórica se establece con la constitución de nuevos objetos”, y que ¿los modelos históricos deben privilegiar la complejidad? (“Tentons l'expérience”, p.1321).

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demográfico, me parece que prueba la fecundidad de este procedimiento.37 En efecto, ésta permite comprender mejor algunos rasgos característicos de las sociedades pasadas, considerándolas integralmente (es decir, consideradas como un todo) pero evitando “modernizarlas”. La noción central en torno a la que se orienta entonces el trabajo del historiador es la del comportamiento social,38 que incluye las aspiraciones personales de ciertos individuos y las estructuras sociales independientes de cada uno de ellos en lo particular, pero que influencian, hasta cierto punto, su estilo de vida.

Por otra parte, esto no excluye la existencia de aporismas en la epistemología histórica; aporismas que aparecen aún con mayor nitidez si el historiador se esfuerza por estudiar los fenómenos individuales (y únicos), empleando solamente los métodos de investigación disponibles, que desgraciadamente sólo preveen el análisis de los fenómenos de masas.39

El saber científico me parece ser tal, que que no permite utilizar más que abstracciones científicas de este orden. Debido a éstas, todas (o casi todas) las estructuras sociales del pasado pueden ser estudiadas. Pero, ¿qué resta respecto del análisis de las acciones individuales, de los fenómenos únicos, de las situaciones excepcionales? Por supuesto, se puede ver en éstas epifenómenos de las estructuras sociales o procesos de interacción de varias individualidades. Pero esto sólo determina un aspecto, digamos genérico, sobre su naturaleza. Para comprender la estructura de cada acción individual, para aclarar las motivaciones de los individuos, para precisar lo que las hace comparables, así como el —————

37 Cf. Y. L. Bessmertny, “La mentalité et l'histoire démographique”, en Recueil des travaux offerts à Georges Duby (en preparación).

38 Cf. Aron Gurevich, “Marc Bloch and Historical Anthropology”, en Marc Bloch aujourd’hui: Histoire comparée et sciences sociales, París, 1990; Arlette Frage, Le goût de l'archive, París, 1989; y reporte de A. Corbin en Annales ESC, 1991, núm. 3, pp. 596-597.

39 Véase al respecto, J. Le Goff, Histoire et Mémoire, p. 200 ss. Alain Boureau, “Propositions pour une histoire restreinte des mentalités”, Annales ESC, 1986, núm. 6, sobre todo las pp 743-750. En URSS, estas dificultades retuvieron la atención de L. M. Batkine (“Deux moyens d’étudier l’histoire de la culture”, en Questions de Philosophie, 1986, núm. 12) y de G. S. Knabbe (cf. “La connaissance historique dans la deuxième moitié du XXe, ses obstacles et les moyens de les franchir”, Odysseus, —en prensa).

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mecanismo de su interacción, se requiere un aparato metodológico particular. Las concepciones científicas que habitualmente emplea el historiador, y que siempre suponen cierta repetición, ¿son utilizables en este caso? ¿Cómo resolver esta dificultad gnoseológica sin apartarse del marco del saber científico? Me parece que estas preguntas merecen, en el presente, una atención particular, en tanto que la recuperación por el interés de los fenómenos individuales y únicos es una de las características de los Annales de hoy.

Desde mi lejana Rusia, no me es posible aprobar a aquéllos que hablan de la despersonificación de los Annales, incluso de la muerte de la escuela que ella* representa.40 Se puede concluir de todo lo que he señalado, que reconozco el papel inspirador que han tenido los Annales para la ciencia histórica soviética. Al mismo tiempo, me parece que para ser fiel al ideal de la intensidad de la actividad intelectual que debe tener el historiador, los Annales deberían intensificar su puesta en práctica e impulsar su propia epistemología.

No debemos tampoco olvidar que cuantiosos principios metodológicos de la mayor importancia, elaborados durante sesenta años por los historiadores de esta escuela, han conocido —por lo menos en el oeste— una gran difusión. Historiadores de diferentes países los emplean en sus investigaciones sin ni siquiera darse cuenta hasta qué punto están en deuda con la herencia de los Annales. Resultando que la “diferencia epistemológica específica” existente entre los Annales y el resto de la historiografía occidental, pierde algunas veces su nitidez.

Al optar por interesarse más particularmente en los problemas epistemológicos actuales, los Annales se han planteado una tarea extraordinariamente ardua. Una tarea que no se podría cumplir “poquito a poco”. La epistemología del conocimiento histórico exige un análisis global y generalizado. Es por esto que es tan importante evitar los —————

* [la revista, N del T]. 40 Es en particular el punto de vista del profesor S. Kaplan, de la Universidad de Cornwell en

los Estados Unidos (véase Questions d’Histoire, Moscú, 1989, núm. 4, pp. 115-116). I. Wallerstein, en su reporte “Beyond Annales” leído en el coloquio de Moscú en 1989, sostiene más o menos la misma opinión.

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razonamientos inacabados, las formulaciones incompletas, la ausencia de puntos sobre las íes. Es precisamente esta falta de precisión que puede generar en algunos lectores, acostumbrados a ver en los Annales un ejemplo de renovación radical de los enfoques históricos, cierta insatisfacción y algunas dudas.

Los Annales siguen oponiéndose a la historiografía tradicional. Aún subsisten las divergencias, tanto por los procedimientos epistemológicos como por las posibilidades heurísticas. Sin embargo, ante el incremento general del interés por la epistemología histórica, la línea de demarcación entre los Annales y algunas otras escuelas científicas ha perdido su nitidez, ésta se ha embrollado. Esto es lo que probablemente ha conducido a algunos críticos occidentales a subrayar que la originalidad de los Annales es en lo sucesivo mayor en el ámbito institucional que en el epistemológico.41

Desearía creer que la recuperación por el interés de la revisión epistemológica de sus posiciones, que desde 1989 han manifestado los Annales, contribuirá a que dicha revisión sea más argumentada y mejor concebida, lo que aportará un nuevo impulso a las investigaciones históricas y gnoseológicas.

Moscú, abril - junio de 1991

Instituto de Historia Universal

Traducido del ruso al francés por Colette Stoïanov

————— 41 Cf. J. Le Goff, prefacio..., p. 12.