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LOS CUENTOS DE LA TIERRA Proyectos de Innovación Educativa MBL-011/15 y MBL-005/17
Recogida de información:
Carlos Escobedo Araque – María del Carmen Jurado Ortega – Ana María Muñoz Galán – María Es-
tefanía Pérez Torres
Traducción:
María Jesús Badía Tortosa – Raúl Cobo Alguacil – Diego Fernández Romero – María Dolores Gue-
rrero Pulido – Francisco Gabriel Jiménez Collado – María del Pilar Ramiro Rueda
Grafismo y maquetación:
Raúl Cobo Alguacil – María del Carmen Martínez Rodríguez
Diseño artístico:
María del Carmen Martínez Rodríguez
Diseño web:
Raúl Cobo Alguacil – Juan Pablo Espinosa Zafra – José María Pérez López – María José Pérez Ro-
mero
Corrección:
Carlos Escobedo Araque – María del Carmen Jurado Ortega – Ana María Moñoz Galán – María Es-
tefanía Pérez Torres – Ana María Quesada Armenteros – María Pilar Quesada Bayona – Mónica
María Sánchez Rascón
Música y adaptación musical:
Raúl Cobo Alguacil – Francisco Molina Pancorbo
Responsable del área de difusión:
María Belén Latorre Oya
Interpretación:
Francisco Gabriel Jiménez Collado – Belén María García Romera – María del Carmen Jurado Ortega
– Inmaculada Molina Valdivia – Juana Antonia Valero Castro – Elena Villar Muñoz
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Motivación
Mi padre me contó una vez la historia que le ocurrió a su abuelo entrando
de noche a Jaén por el Camino de la Fuente la Peña.
Según esta historia, ya era tarde y el hombre venía del campo con su burro.
Al cobijo de la fuente, un pobre niño lloraba. Mi bisabuelo se agachó para
hablar con el chico pero no le dijo ni media palabra. El hombre pensó que
el muchacho se había extraviado y que sus padres estarían esperándole en
la ciudad, por lo que decidió subirlo a la bestia y llevarle a Jaén.
Conforme se iban acercando a la civilización, mi bisabuelo, que tiraba de
burro, notaba que al animal le costaba avanzar. Él pensó que estaría can-
sado de arar la tierra durante todo el día. Sin embargo, a la altura de la es-
quina del seminario con el camino al castillo, echó la vista atrás para pre-
guntar al pequeño dónde vivía y, en su lugar, vio a un ente de brazos hasta
el suelo y dientes más largos que los dedos de su mano. Empujó a la criatura
y tiró del burro hasta llegar a casa sin mirar a su espalda.
Esta misma historia, con los mismos protagonistas (los bisabuelos de otras
personas) me llegaron por varias fuentes. Esta coincidencia me hizo pensar
en la cantidad de historias parecidas que existen en lo ancho y largo de
nuestra rica geografía y sentí interés por saber si otras culturas poseen esa
similitud de historias.
Esta inquietud fue trasladada a mis compañeros del departamento de Len-
gua Castellana y Literatura y de Arte, quienes, entusiasmados por la idea,
aceptaron participar en la primera versión de Los cuentos de tierra. La aco-
gida de este proyecto fue tan productiva que, imbuidos por el impulso del
proyecto bilingüe del centro, nos lazamos a la siguiente etapa del camino,
la versión en varios idiomas de estas historias. Nace Los cuentos de la tierra
v.2.0.
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En este volumen se recogen las historias originales revisadas y corregidas y
una interpretación de las mismas en inglés y, en algunos casos, también en
francés.
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Índice de contenidos
Versión en español ............................................................................................... 9
El tesoro del camino del puerto ................................................................................. 11
Leyenda de los Poyos del Tabaco ............................................................................... 15
La lavandera ............................................................................................................. 19
Juana, la Loca ............................................................................................................ 23
El enano de las cadenas ............................................................................................. 27
Chimpancés por las calles .......................................................................................... 31
La barragana ............................................................................................................. 33
El león de la Vega ...................................................................................................... 37
El lagarto de La Malena ............................................................................................. 41
La tarantela ............................................................................................................... 43
Elena tenía amores (canción popular) ........................................................................ 47
Jesús Nazareno ......................................................................................................... 49
La casa de los recién casados ..................................................................................... 53
El tesoro de la Puerta de Baeza .................................................................................. 59
El trovador Macías, el enamorado ............................................................................. 63
English version ................................................................................................... 67
The treasure of the port road .................................................................................... 69
The legend of Tobacco Terraces ................................................................................. 71
The washing woman ................................................................................................. 73
Juana, the crazy woman ............................................................................................ 75
The dwarf of the chains ............................................................................................. 77
Chimpanzees around the streets ................................................................................ 79
The concubine ........................................................................................................... 81
The lion of the medow .............................................................................................. 83
The lizard of La Malena ............................................................................................. 85
The tarantella ........................................................................................................... 87
Nazarene Jesus.......................................................................................................... 89
The just married house .............................................................................................. 91
The treasure of Baeza's door ..................................................................................... 93
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The troubadour Macias, the enamored ...................................................................... 95
Version française ................................................................................................ 97
Le trésor du chemin du port ...................................................................................... 99
La légende des bancs du tabac................................................................................. 101
La blanchisseuse ..................................................................................................... 103
Jeanne la folle ......................................................................................................... 105
Le nain des chaînes ................................................................................................. 107
Des chimpancés dans les rues .................................................................................. 109
La concubine ........................................................................................................... 111
Le lion de la vallée .................................................................................................. 113
Le lézard de « La Malena » ...................................................................................... 115
La tarantelle ........................................................................................................... 117
Jésus de Nazareth ................................................................................................... 119
La maison des nouveaux mariés .............................................................................. 121
Le trésor de la Porte de Baeza ................................................................................. 123
Le troubabour Macías, l'amoureux .......................................................................... 125
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Versión en español
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Los cuentos de la tierra El tesoro del camino del puerto
11
El tesoro del camino del puerto
ancha Real ha sido, desde tiempos de la Reconquista, una tie-
rra de fronteras privilegiada por su ubicación; tan cerca de
Jaén
que sus
calles
pueden verse
desde la
entrada del
pueblo y al pie
de Sierra
Mágina. Un
enclave
perfecto para el
asenta-
miento de
peque-
ños
pobla-
dos y
puestos de
vigilan-
cia y buen
lugar donde
escon-
derse en caso de
huida.
Los restos de historia árabe en la localidad son muy variados, como la fuente
de las pilas y la fortificación que se hallaba en la Vereda de la Torre. Existen
restos de enterramientos en los campos y hablan de tesoros que nuestros
antecesores escondieron cerca de la ciudad.
En cierta ocasión, llegó a Mancha Real un personaje misterioso, alto y en-
corvado pero robusto y fuerte. Nunca se le había visto por aquí y sus ojos
azules y su pelo rubio invitaban a pensar que era extranjero. La nariz y la
M
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El tesoro del camino del puerto Los cuentos de la tierra
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mandíbula se le marcaban en un rostro curtido con barba de varios días. No
parecía joven, si bien su cara estaba dotada de cierta belleza masculina.
Se había hospedado en el hostal del pueblo y había pagado por adelantado
para una semana. No se relacionaba mucho con la gente, se limitaba a le-
vantar la mano para saludar. Por las mañanas no se le veía por las calles, no
desayunaba en los bares ni compraba enseres de ningún tipo. Pero todas
las tardes, acompañado de su maleta de cuero marrón desgastada por el
tiempo, salía del hostal, ruta al camino de Granada, se ponía sus lentes para
leer alguno de los papeles que contenía en su bolsa de viaje y se perdía
puerto arriba.
Los ancianos del pueblo decían que, a veces, se agachaba para coger un pu-
ñado de tierra, lo desmenuzaba y se lo acercaba para verlo más detenida-
mente. Luego apuntaba en su libreta garabatos que parecían jeroglíficos y
volvía a guardar el cuaderno. El extranjero debía de ser culto y tener cono-
cimientos orográficos pues entre sus papeles había mapas con líneas de re-
lieves.
Una tarde, algunos curiosos que estaban en la Plazoleta de Las Pilas, ha-
blando de fútbol y de cosas del campo, lo vieron pasar por el camino de la
sierra. Todo el pueblo hablaba del extranjero y todos tenían interés por el
hombre que apenas hablaba nuestro idioma y cuya reserva era irritante
para los menos acostumbrados a gente foránea. Los reunidos en la plaza no
tuvieron piedad de él esa tarde, algunos le llamaron loco, otros se rieron de
él y los menos le lanzaron los palillos y las virutas de paja que tenían entre
los dientes. Pero el extranjero pareció no sentirse aludido, siguió su camino,
sin mirar a nadie, sin hablar con nadie, sin reaccionar ante nada. Su actitud
molestó más a la gente de la plaza, que decidió esperar a que volviera a
pasar de regreso al pueblo.
La noche estaba cayendo y la hora normal de regreso del extraño personaje
se retrasaba. Los vecinos que insultaron al extranjero fueron abandonando
la plaza cansados de esperar.
Nunca más se le vio por el pueblo ni nadie ha vuelto a saber de él. Las gentes
dicen que huyó, cansado de ser perseguido por el pueblo e insultado a cada
paso. Hastiado por la curiosidad de unas personas que no comprendían qué
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Los cuentos de la tierra El tesoro del camino del puerto
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apuntaba en su cuaderno ni qué hacía todas las tardes camino de la sierra.
Otros dicen que se perdió por la montaña y murió despeñado por las pen-
dientes, “su cuerpo debió ser pasto de los lobos y de los buitres”, exclaman
algunos.
Sin embargo, para quien me contó la historia, mientras movía la cabeza y
levantaba su sarmentoso índice “¡ése, ése fue el que se llevó el tesoro!”.
Ana. A. González
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Los cuentos de la tierra Leyenda de los Poyos del Tabaco
15
Leyenda de los Poyos del Tabaco
ace más de cien años, vivía por las tierras de Mancha Real
el Tío Ratón. Era un hombre de campo, acostumbrado a la-
brar la tierra, levantarse por la mañana, regar sus cultivos y
trabajar en cuanto la madre naturaleza le daba. No era un
hombre muy alto, pero sí fuerte, esa fortaleza que les da el
tiempo a
las personas
que día
tras día
forjan su
destino a
base de
trabajo. El
labriego
era una
persona
normal, no
se le veía
mucho por
las posadas, ni
alternaba
mucho por
el pueblo,
pero cono-
cía a todo el
mundo y
era querido y respetado por todos.
El Tío Ratón vivía alejado del pueblo, cerca de su terreno, pero se le veía a
menudo bajando por simiente y a recoger agua a la fuente. Su casa no era
más que cuatro paredes y un techo casi en ruinas que apenas se tenía en
pie. La vetusta chimenea proporcionaba el calor invernal justo para no he-
larse hasta los huesos y guardaba sus aperos en una minúscula habitación
junto a un poco de trigo, una hogaza de pan y un poco de embutido.
H
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Leyenda de los Poyos del Tabaco Los cuentos de la tierra
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Era conocido por su humildad y sencillez y nunca había tenido disputa con
alguien. Sin embargo, nadie conocía cuál era el secreto, cuál era el motivo
por el que cultivaba el mejor maíz y el mejor tabaco de la comarca. Él siem-
pre decía que no quería hacerse rico, que lo único que le interesaba era salir
adelante y no morir de hambre. Por eso sólo sembraba lo justo para man-
tener su modo de vida.
Sin embargo, a pesar del respeto ganado por el tiempo entre los vecinos, la
fama de la calidad de sus siembras había traspasado la frontera local y un
día dos ladrones, escopeta en mano, se presentaron en casa del Tío Ratón.
Los ladrones estaban dispuestos a todo para llevarse el tabaco y el maíz que
se cultivaban en la pequeña propiedad. Llevado por el pánico y con la única
esperanza de huir, la nariz del Tío Ratón fue haciéndose cada vez más pun-
tiaguda, sus ojos se tornaron negros por completo, sus orejas redondeadas
subieron hasta colocarse por encima del cráneo, su espalda se encorvó
hasta colocarlo a cuatro patas, sus pies se convirtieron en garras y su talla
se miniaturizó hasta transformarle en ratón. Así, mutado a roedor, el pobre
hortelano vio cómo los ladrones robaron la mayor parte de su plantación
de tabaco.
A esta visita le siguieron otras y no sólo de ladrones, también los carabine-
ros venían a apropiarse del tabaco del Tío Ratón que sólo podía ver, cosecha
a cosecha, cómo su trabajo era robado o requisado sin poder hacer nada
por él. Pensaba que ojalá pudiera transformarse en león y comerse a los
expoliadores, plantarles cara y luchar por lo que era suyo. En su lugar, sólo
podía escabullirse temeroso, convertido en ratón y llorar por la pérdida de
su cosecha.
A la cosecha siguiente, una noche, después de un largo día de trabajo, el Tío
Ratón estaba tan cansado que cayó roto sentado frente al fuego. Tan can-
sado estaba que no escuchó que se acercaban dos ladrones dispuestos a
arrebatarle, de nuevo, su preciado tabaco. Los malhechores encontraron al
pobre Tío Ratón durmiendo al lado de las ascuas de la hoguera:
- ¿Dónde está el tabaco? – preguntaron – hemos estado buscando por
el campo y no hemos visto ni una hoja.
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Los cuentos de la tierra Leyenda de los Poyos del Tabaco
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El Tío Ratón estaba en estado de shock, apenas podía balbucear dos pala-
bras seguidas. Le habían pillado con la defensa baja y no podía huir trans-
formado en ratón. Los ladrones se estaban poniendo cada vez más nervio-
sos y sólo era cuestión de tiempo que recurriesen a la violencia contra él.
Entonces, el Tío Ratón pensó que era el momento de convertirse en león.
Atemperó sus ánimos y se dirigió, con voz decidida a los ladrones:
- El tabaco no está aquí. Lo he plantado en los poyos, en las montañas.
Si quieren los señores, puedo acompañarles a su localización exacta.
Los ladrones se congratularon y amenazaron al Tío Ratón con cortarle el
cuello si les engañaba con alguna artimaña. Anduvieron durante varias ho-
ras por senderos y espigados terraplenes hasta llegar donde se encontraba
la plantación.
- ¡Pues aquí está mi tabaco y aquí estaréis vosotros por siempre! – dijo
el Tío Ratón.
Entonces, el hortelano se transformó en ratón y huyó, ante la sorpresa de
los ladrones, por el camino que sólo él conocía. La noche era cerrada y aún
quedaban varias horas hasta la salida del sol. Los ladrones no pudieron salir
de los poyos; jamás encontraron la salida. Ni el Tío Ratón volvió a saber de
ellos, pero, desde entonces, su tabaco y su maíz volvieron a ser, como al
principio, sólo para él.
Juan Antonio Romero (contado por su abuelo Diego) David Campiñas (contado por su abuela Antonia)
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Los cuentos de la tierra La lavandera
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La lavandera
uando no había agua corriente en las casas, ni máquinas
que hicieran los trabajos domésticos, las mujeres de an-
taño iban a lavar sus ropas a mano a los ríos o a lavade-
ros donde se reunían para hacer la colada. Lavar a mano
una prenda significa mojar, enjabonar, frotar y aclarar.
Pero para no llevar mucho peso y para que la ropa se
seque más rápido, antes de volver a casa hay que escu-
rrir las prendas.
Cuentan las
personas ma-
yores de Man-
cha Real que
hace mucho
tiempo, una
lavandera,
María, solía
bajar a la
fuente para
realizar la co-
lada. La fuente
era un acceso
al riachuelo
donde bajaba
agua clara y
con espacio
suficiente para
manejarse a la
hora de lavar
la ropa.
C
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La lavandera Los cuentos de la tierra
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María era una joven dispuesta y bien vista en el pueblo. Trabajaba mucho y
nunca había tenido una palabra más alta que otra con los vecinos. Era ama-
ble y le encantaba jugar con los niños por la tarde en la plaza del ayunta-
miento.
Una mañana, María había madrugado para hacer la colada. Ese día tenía
que lavar la manta de sus padres, pues ya se estaba yendo el invierno y ha-
bía que guardarla limpia para los próximos fríos. María esperaba que alguna
de las mujeres que bajaban a la fuente le ayudara a estrujar la manta, pero
era demasiado temprano para que allí hubiera un alma. Empezó a lavar la
manta cuando, cansada de lavar se incorporó sentada sobre sus rodillas. Al
levantar la mirada, a su lado, había una mujer encapuchada a la que no re-
conocía, pues llevaba el rostro tapado por la caperuza. En tono amable, la
desconocida le dijo:
- Pareces exhausta, ¿quieres que te ayude?
A María se le iluminó la cara, aunque no reconociera a la misteriosa dama,
su ofrecimiento fue tan cordial y tan oportuno que no dudó en aceptarlo
dándole las gracias por adelantado.
La encapuchada se reclinó junto a ella y cogió el otro extremo de la manta
mientras su cara seguía estando oculta tras el gorro de la capa. María no
paraba de darle las gracias a la vez que empezaba a retorcer la manta. Al
rato, María observó que por la parte de la mujer no se escurría agua alguna
y le preguntó:
- ¿Estás bien? Parece que no tiene usted fuerza para escurrir la manta.
- Es que un alma en pena no tiene fuerzas – respondió la encapuchada.
La encapuchada se inclinó hacia María, que vio que dentro de la capucha no
había más que el vacío, una capa erigida sobre sí misma sin más sustento
que el propio aire dentro de ella. La manta cayó sobre el lecho del riachuelo
junto al resto de enseres que María había bajado. Y así fue como se los en-
contraron, pues nunca jamás se supo nada ni de la misteriosa dama enca-
puchada ni de María.
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Los cuentos de la tierra La lavandera
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José Antonio Rosa
Juan Antonio Romero
José Carlos López
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Los cuentos de la tierra Juana, la Loca
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Juana, la Loca
n Siles, vivía una señora llamada Juana. Esta señora vivía sola y
se decía que estaba loca porque no se relacionaba con nadie,
no iba nadie a visitarla y siempre estaba rodeada de la más si-
niestra soledad. Sin embargo, según algunos vecinos el pueblo,
en la casona donde se alojaba, la Loca guardaba una fortuna en
un escondite secreto.
Perico era un
muchacho joven,
que había sido
criado cerca del
pueblo, entre Si-
les y Orcera, en
una humilde
casa de campo
donde su padre
apenas podía sa-
car de la tierra lo
justo para darle
de comer a la fa-
milia.
Un día Perico vio
que su padre se
había puesto sus
ropas de ir a
misa y lo acom-
pañaba una ex-
traña mujer.
- ¿A dónde vas, papá? – dijo Perico.
- Mira, Perico, voy al pueblo a resolver un asunto importante con esta
señora. Quédate aquí y guarda la casa, que ya sabes que hay mucha gente
mala por ahí.
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Juana, la Loca Los cuentos de la tierra
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Perico accedió, en principio, a regañadientes. Pero el joven era muy curioso
y no pudo aguantar en su casa sin saber a dónde se dirigía su padre y quién
era esa bella y extraña mujer. Los siguió a suficiente distancia como para
que no le descubrieran. Tenía diez años y ya había salido a cazar conejos de
campo y perdices con su padre, por lo que estaba seguro de que no le des-
cubrirían.
El padre y la mujer llegaron a Siles y llamaron a la puerta de Juana. Perico
esperó que entraran escondido en un matorral junto a la verja de entrada
del domicilio. Cuando hubieron entrado, se encaramó a una ventana donde
guardaría para siempre lo que desde allí vio.
Cogiendo por el pelo a la vieja, la mujer que acompañaba al padre de Perico
le preguntó a Juana dónde escondía el dinero. La Loca no quiso decirles la
ubicación exacta de la fortuna. Entonces, la mujer desconocida llamó al pa-
dre de Perico y juntos la ataron a una silla. La mujer no dejaba de gritar,
pero, como estaba loca, nadie del pueblo vino a socorrerla.
Después de un rato de interrogatorio, la Loca sólo les había dicho que el
dinero estaba guardado en cajas, pero jamás les diría en qué lugar de la casa
las guardaba.
- Trae esa almarada – dijo la mujer al padre.
El padre de Perico le acercó el arma. La mujer paseó alrededor de Juana
recorriendo su diámetro hasta en tres ocasiones. No paraba de hablar, di-
ciendo que para qué quería una mujer sola tanto dinero, que quién se lo iba
a quedar una vez que muriera si no tenía parientes cercanos, si nadie la iba
a echar de menos.
La mujer acercó su cara a la de Juana. No se sabe muy bien qué le susurró,
pero Juana negó con la cabeza y, en un acto rápido como un relámpago, la
mujer insertó la almarada por el oído de Juana con tanta violencia que la
punta salió por el otro.
La sangre asustó a Perico que saltó de la ventana y llegó corriendo hasta su
casa. Su padre no había hecho nada pero era cómplice del asesinato de
Juana, la Loca.
Cuando su padre volvió, Perico le preguntó:
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Los cuentos de la tierra Juana, la Loca
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- ¿Papá, quién era esa señora que iba esta mañana contigo?
- Nadie, hijo, no era nadie – contestó el padre, enjuto y triste, sin saber
que su hijo le había visto cometer un acto atroz.
Al cabo de los días, llegó a oídos de Perico que habían encontrado muerta a
Juana y que habían interrogado a todo el pueblo en busca de los culpables,
ya que nada se sabía del asesinato y la Guardia Civil estaba dando palos de
ciego. Perico tuvo que acostumbrarse a vivir sabiendo que su padre, que en
el fondo no era mala persona y que siempre lo había tratado bien, era el
coautor del crimen.
Los días pasaron, las horas se convirtieron en meses y las semanas en años.
El caso de Juana, la Loca, se archivó sin hallar al culpable del delito. La casa
donde vivió no hubo quien la comprara o alquilara por miedo al fantasma
de la Loca. En su fuero interno, Perico, que nunca le había comentado nada
a nadie, había perdonado a su padre, aunque seguía teniendo cierto resen-
timiento contra la mujer que aquel día le acompañaba.
Al fin Perico era mayor y se iba a hacer el servicio militar. Su padre, con
lágrimas en los ojos lo despidió como si notase que el hijo que partía no era
el mismo que volvería.
Aquella misma noche, en el cuartel, Perico compartió vino y brisca con los
compañeros de servicio. Perico era hábil en las relaciones sociales y no
tardó en hacerse con el grupo. Sin embargo, no era tan hábil con una copa
en la mano y, cuando se emborrachó, contó lo que había visto años atrás
desde la ventana de Juana.
El alférez y el resto del cuerpo abandonaron la sala sin que Perico se diera
apenas cuenta que se habían ido, sin poder si quiera explicar que aquella
señora fue la artífice del asesinato, sin saber qué iba a ser de su padre.
Localizaron al padre de Perico quien indicó dónde encontrar a la mujer que
le acompañaba aquella mañana. Los dos fueron llevados a mantas hasta las
calles de Siles donde, antes que la Guardia Civil pudiera hacerse con la mul-
titud, aprehendieron a la pareja. Llevaron al padre y a la mujer a las afueras
del pueblo. Rodearon los cuellos de los asesinos con una soga y, sin juicio
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Juana, la Loca Los cuentos de la tierra
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previo, sin defensa de su honor o falta de él, el pueblo de Siles los ahorcó a
los dos.
Desde entonces, al lugar donde murieron el padre de Perico y la extraña
mujer se le conoce con el nombre de palos de la horca.
Marta Montalvo
María Martínez
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Los cuentos de la tierra El enano de las cadenas
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El enano de las cadenas
argarita es una mujer discreta dedicada al cuidado de la
señora Isabel. Tanto lleva Margarita cuidando a la señora
que esta la trata como si no fuera una criada, para Isabel,
Margarita ha pasado a ser su ángel de la guarda, su pro-
tectora, su amiga y su fiel compañera.
Desde que era pequeña ha estado bajo el asilo de la señora. Podría decirse
que Margarita se
ha hecho mujer
en la vieja casa de
Isabel. Se trata de
una casa grande,
de tres plantas.
Ha conocido tiem-
pos mejores, de
hecho ahora sólo
viven allí la vieja
Isabel y su donce-
lla. Margarita
duerme en los an-
tiguos cuartos del
servicio, cerca de
la cocina, en la
planta baja. La se-
ñora, por su
parte, descansa
en sus lujosos
aposentos de la
planta de arriba. El sótano sirve de almacén, donde antaño se guardaba el
vino y la matanza, aunque ahora sólo sirve de trastero.
Una noche de tormenta, Margarita estaba descansando en su dormitorio
cuando el viento cerró bruscamente la puerta de la ventana del pequeño
baño de la planta inferior. Justo después, Margarita escuchó lo que parecía
M
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El enano de las cadenas Los cuentos de la tierra
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un carruaje tirado por bestias. Las cadenas del vehículo parecían subir las
escaleras hasta el distribuidor de la primera planta. Allí se detenían durante
unos segundos y, como si no hubieran encontrado lo que anduvieran bus-
cando, volvían a bajar los grandes peldaños de mármol.
- ¡Margarita, Margarita!, ¿qué es lo que siente? – pregunta la anciana.
- No sé, señora, parecen unas cadenas subiendo y bajando las escale-
ras – responde Margarita.
Por entonces, el ruido de cadenas cesa, al parecer ahuyentado por los gritos
de las mujeres.
Margarita sube a las estancias de Isabel para comprobar su estado de salud.
Parece nerviosa. Posee una mirada enajenada que asusta a la muchacha.
Armada de valor, se acerca a la cama para consolar a la anciana. Cuando
está calmada y a punto de conciliar de nuevo el sueño, se vuelven a escu-
char las cadenas escaleras abajo.
- ¡Ay, Margarita, al sótano! ¡Ha ido al sótano! – grita Isabel.
Decidida a descubrir el origen del sobrenatural ruido y vela en mano, Mar-
garita deja a la señora en el dormitorio principal y baja al sótano. La tor-
menta sigue golpeando con fuerza la fachada de la casona. La chica busca y
rebusca por todos los rincones del trastero hasta que se consume la vela
por completo, pero no encuentra ni rastro de las cadenas ni de quien las
transporta.
Entonces, Margarita, con los restos de la vela en la mano y a la luz de un
nuevo relámpago, lo ve. Subiendo las escaleras, sujetas en los pies con gri-
lletes, las cadenas que habían atormentado desde el inicio de la noche. Las
transportaba un enano. Apenas levantaba medio metro del suelo. Su pelo
era desaliñado y los ojos le ardían del color del fuego. Sudaba tanto que
parecía haber estado debajo de la tormenta. Su nariz se confundía con su
boca, de la que sobresalían unos deformes dientes. El cuello se confundía
con su pecho y, sin decir nada, parecía incomodar la presencia de las muje-
res en la casa. Sólo había durado un segundo el resplandor, pero a Margarita
le había parecido una vida entera.
-
Los cuentos de la tierra El enano de las cadenas
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Cogió otra vela de un cajón de la cocina y corrió escaleras arriba hasta la
habitación de la señora. No había ni rastro del enano encadenado en las
escaleras. Isabel seguía despierta, con las manos puestas en las orejas, pen-
dulando sobre su cintura y gritando repetidamente “¡vete de aquí!, ¡déja-
nos en paz!”.
El episodio se repetía noche tras noche, hasta que, una noche, tan normal
como las demás, Margarita escuchó a la señora:
- ¡Nooooo, vete de aquí!
Margarita subió las escaleras, temerosa de encontrarse con el enano. No
estaba. Recorrió el pasillo hasta el dormitorio de Isabel y entonces lo vio. El
enano estaba encima de la cama de la anciana agarrándole del pelo mien-
tras ella intentaba zafarse de su captor. Al llegar Margarita el enano se des-
vaneció y nunca jamás se ha vuelto a saber de él, pero desde ese momento,
cada noche de tormenta, Margarita sube al cuarto con Isabel y la vela du-
rante toda la noche, esperando que esa no sea la noche del regreso del
enano y sus cadenas.
Ana Vico
Alba de Dios
Nuria Torres
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Los cuentos de la tierra Chimpancés por las calles
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Chimpancés por las calles
uedo recordar con facilidad, pues no hace tanto que pasó, que
en el verano de dos mil once había cerca del pueblo una re-
serva de animales procedentes de un circo rumano que se ha-
bía visto obligado al cese de sus actuaciones y había desapare-
cido por nuestras tierras. Los animales estaban bien cuidados
y no había día que les faltara ni agua ni alimento. Los cuidadores limpiaban
puntualmente sus jaulas y vivían como señores.
Un cierto día, uno
de los cuidadores,
después de limpiar
la jaula, renovar el
agua y dejar la ra-
ción diaria de ali-
mentos, salió de la
jaula dejando, por
descuido, la puerta
abierta.
Los dos chimpan-
cés, al ver abierta la
puerta, sintieron el
hambre de libertad
y salieron de la
jaula. Como no ha-
bía nadie que los
detuviera, salieron
de la reserva en di-
rección al pueblo.
Es por todos sabido de la fuerza superior de un chimpancé sobre el hombre,
o sea, cualquier gresca entre uno y otro acabaría, en igualdad de condicio-
nes, a favor del primate no evolucionado. Por suerte, estos chimpancés es-
taban acostumbrados a la presencia humana, si bien es cierto que no en
P
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Chimpancés por las calles Los cuentos de la tierra
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situaciones de libertad. Esta es la razón por la que nadie quería acercarse a
más de un metro de los primates.
Un hombre se los encontró en la plaza y tuvo que sujetarse a un banco para
que el chimpancé no lo tirase al suelo. Según sus palabras, las del hombre,
“si me hubiese tirado, ahí mismo me mata”.
Avisada la Guardia Civil y movilizado el cuerpo de policía, se procedió a la
reducción de los primates, guiándolos hacia zonas seguras donde no pudie-
ran hacer daño a nadie.
Fue un día especial porque, donde no pasa nada casi nunca, ver en el pueblo
una cámara de televisión y un chimpancé por las calles, aviva las calurosas
noches de verano.
Érica Moreno
Mireya Rodríguez
-
Los cuentos de la tierra La barragana
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La barragana
ace un tiempo escuché por la radio un programa donde ha-
blaban de esas palabras que se usaban por nuestros abue-
los y los abuelos de nuestros abuelos y que, en plena era de
la tecnología y las redes sociales, ahora que somos más cul-
tos que
nunca y
que todo
el mundo
tiene ac-
ceso a
todo, sin
embargo,
se están
perdiendo.
La palabra
de aquella
tarde era
barragana
y trajo a mi
memoria
una histo-
ria que
ocurrió en
Pegalajar
pero que
bien po-
dría haber sucedido en miles de pueblos de todo el mundo.
Hasta no hace mucho tiempo, pero sobre todo en la Edad Media, los primo-
génitos de los grandes señores heredaban toda la fortuna y tierras de sus
progenitores. Este hecho provocaba al resto de la descendencia viril de la
pareja sólo dos opciones: alistarse y convertirse en caballero para ganarse
la fortuna o hacerse sacerdote y dedicarse a la vida espiritual. Este segundo
hecho, provocaba que en la iglesia existieran un alto grado de siervos de
H
-
La barragana Los cuentos de la tierra
34
Dios ausentes de vocación. Esta falta de oficio clerical provocaba que mu-
chos de estos hombres recurrieran a mil argucias para ocultar sus instintos
y normalizar, a los ojos de los feligreses, las aventuras que, en ocasiones,
tenían con mujeres. Estas mujeres trabajan para el sacerdote durante el día,
limpiando su casa, haciendo la comida y manteniendo pulcra su ropa. En
ocasiones, esta dedicación se extendía durante la noche, asegurando com-
pañía femenina bajo las sábanas sacerdotales. A estas dedicadas mujeres se
les conocía con el nombre de barraganas.
Una de estas muchachas era famosa en el pueblo por su belleza y su altane-
ría. Era una mujer muy hacendosa y sus artes no se limitaban a la labor do-
méstica. De amplia sonrisa y larga cabellera negra, era capaz de domar al
más bravo de los varones con sólo una mirada de sus oscuros ojos andalu-
ces. Tan afamada era su belleza que hasta el propio cura temía de ella y que
llegara a ser más importante para el pueblo que el propio Hijo del Señor.
Sea como fuere, el sacerdote estaba cansado de celar por el desmesurado
encanto natural de la joven. Temía que algún día se viera comprometida
con algún mozo del pueblo y, llevado por los celos, dejara al descubierto sus
intereses para con la muchacha. Tenía que deshacerse de ella.
No tardó en presentarse la ocasión. Un día, un pastor que cuidaba a sus
ovejas a las afueras del pueblo fue a visitar al cura. El pastor era un hombre
envejecido por las inclemencias de un tiempo frío en verano y mucho más
frío en invierno. A pesar del paso de los años por el pastor, mantenía gran
cantidad de pelo y tras las arrugas se escondía un hombre que, sin llegar a
ser guapo, podría haber enamorado a alguna moza del pueblo durante las
fiestas patronales.
- Muy señor mío – dijo el pastor – rondo los cincuenta y aún no he
conocido muchacha ni que me quiera ni que me deje querer. Vengo bus-
cando mujer que me quiera bien y bien me dé de comer.
El sacerdote vio la ocasión perfecta para quitarse de encima a la muchacha
y dar consuelo al pastor.
- Esta es Magdalena – dijo el cura presentando al pastor – ha estado a
mi cuidado y te la confío ahora en matrimonio. Os casaré en la misa del
domingo.
-
Los cuentos de la tierra La barragana
35
Magdalena parecía sorprendida, si bien no le resultó extraña la salida del
sacerdote. Por su parte, el pastor estaba más que contento, pues Magda-
lena era realmente guapa y, por lo que le había dicho el cura, de sobrada
experiencia en las labores del hogar.
- Antes de casaros y para ver que sois buen cristiano, tengo que reali-
zarte unas preguntas.
El pastor no solía ir misa y no le gustaba estar sujeto a la necesidad de acudir
a la iglesia dejando a su rebaño cercado día sí y día no, por lo que, aunque
tenía dudas de conocer las respuestas, accedió.
- ¿Cuántos dioses hay? – preguntó el cura.
- Uno – respondió el pastor.
- ¿Y personas?
- En mi cortijo, una, pero en el pueblo, una.
- ¿Sabes los mandamientos?
- Los mandamientos, señor cura, son cinco: 1º tender la raspa del
suelo; 2º acarrear la siembra de todo el mundo; 3º el mejor choto al caldero;
4º que nunca falte el hato; y 5º no decirle la verdad ni a Cristo – indicó el
pastor.
- Estás un poco loco, pero me parece suficiente, este domingo os caso.
Cinco meses después de la boda, el agradecido pastor subió de su cortijo a
hablar con el cura.
- Magdalena ha tenido un hijo. Yo creía que las mujeres engendraban
en nueve meses.
El cura se acercó al pastor, lo toma de un brazo y lo acompañó hacia su
despacho. Le indicó que se sentara en la silla frente a la mesa y cogió un
libro de la estantería. Se colocó bien las gafas y se sentó delante del pastor.
- Mujer que a cura sirviere y con pastor se casare, estando fuerte y
robusta, a los cinco meses pare.
-
La barragana Los cuentos de la tierra
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Y el pobre pastor, creyéndose las palabras leídas del cura, crio a aquel cin-
comesino que nació fuerte y hermoso y al que nunca faltó ni gloria.
Borja Pulido
Fernando Tello
-
Los cuentos de la tierra El león de la Vega
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El león de la Vega
bn Yusuf había hecho fortuna gracias a sus grandes dotes de mer-
cader. Era capaz de vender cualquier cosa a cualquier persona, in-
cluso si no la necesitaba.
Había amasado tanta fortuna que algunos habían llegado a pensar
que se había encontrado la piedra filosofal y era capaz de convertir
cualquier metal en oro por medio de la alquimia. Otros decían que había
hecho un pacto con el mismísimo demonio y se había convertido en un gran
mago.
Sea como fuere, Ibn Yusuf poseía un gran palacio donde había cabida para
gran cantidad de personas. Decían que sus pasillos parecían las calles de una
ciudad y que incluso había mercado los lunes. Animales de todo tipo habi-
taban el palacio y toda persona era bien recibida en su casa.
El avance de la Reconquista a través de la Península estaba provocando el
desplazamiento de muchos de los grandes mercaderes musulmanes desde
I
-
El león de la Vega Los cuentos de la tierra
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Jaén hasta las tierras de Granada. Ibn Yusuf no deseaba convertirse en cris-
tiano y temía que, si seguía en la ciudad, todas sus pertenencias le fueran
arrebatadas.
Decidió trasladarse a Granada, donde encontraría la tranquilidad que esta
tierra de fronteras había empezado a negarle. Recogió todo lo que había en
palacio y formó una gran caravana de siervos y animales. Nunca se había
desplazado tanta gente por estas tierras de Al-Ándalus.
La enorme fila de personas y animales avanzaba a trompicones, pues tenía
que pararse continuamente para dar servicio a las fieras. Ibn Yusuf temía
que su familia y todos sus siervos y animales fueran presa de una embos-
cada y hubiera derramamiento de sangre. No podía consentir que la cara-
vana se retrasase tanto.
Entrando por Huelma, el gran mercader, al observar dos riscos con forma
de león, tomó una importante decisión: iba a dejar en aquel lugar parte de
su fortuna para aligerar el peso de las bestias. Ordenó cavar un hoyo entre
las dos piedras. Sus sirvientes se afanaron en realizar la tarea rápidamente
para no llamar la atención de las gentes de la localidad próxima.
En cuanto hubieron terminado el foso, Ibn Yusuf metió parte de sus riquezas
y las enterró. No fue lo único que hizo. Lanzó un conjuro por el que si una
persona no autorizada quisiera levantar una sola piedra que tapara sus ri-
quezas, los leones que las guardan volverían a la vida, abriendo de nuevo
surco que contiene el tesoro y tragando para siempre al usurero que quiera
robarle su oro.
Ibn Yusuf nunca volvió por el tesoro. Tal vez lo olvidó o pensó que era mayor
el riesgo a ser capturado por los cristianos que la riqueza que allí había es-
condido. Tal vez fue víctima de alguna emboscada y murió yendo para Gra-
nada.
En cualquier caso, hace unos años, un turno de trabajadores estaba cavando
para construir la carretera que une Úbeda con Iznalloz cuando todos desa-
parecieron sin dejar rastro. Unos dicen que encontraron el tesoro de Ibn
Yusuf y se lo repartieron, después salieron de allí sin dar cuentas a nadie.
Pero otros cuentan que, al acercarse a la Vega de las Piedras, donde Ibn
Yusuf enterró su tesoro, los leones cobraron vida y, tras confirmar que su
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Los cuentos de la tierra El león de la Vega
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autorización no era oficial, se tragaron al turno de trabajadores. Según esta
fuente, el tesoro sigue allí, esperando que Ibn Yusuf vuelva a por él.
Vanesa Lirio
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Los cuentos de la tierra El lagarto de La Malena
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El lagarto de La Malena
a Magdalena es uno de los barrios más conocidos de Jaén. Era la
salida natural de las mercancías, que iban y venían por la puerta
de Martos, dirección Córdoba, Sevilla y América.
Frente a la
iglesia de la
Mag-
dalena,
existe un
manantial de
agua clara
prove-
niente del
cercano
monte de Santa
Catalina. De
sus aguas se
servían los
vecinos y
ex-
tranjeros, que
venían a la
ciudad por la
puerta de
Martos, y se usaba de abrevadero para las bestias. La vida del vecindario se
generaba a través de la fuente.
Un día, a principios del siglo XVII, apareció rondando la fuente un impo-
nente reptil. Sus dimensiones eran tales que podía confundirse con un dra-
gón. Debido a la presencia de agua y al paso constante de animales, el ani-
mal se hizo fuerte en la zona. Vivía escondido pero cualquier ser vivo que se
atrevía a acercarse a la fuente, terminaba siendo devorado por el lagarto.
L
-
El lagarto de La Malena Los cuentos de la tierra
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Los pastores de la zona, los vecinos, el cura de la iglesia y los demás usuarios
de la fuente elevaron sus protestas hasta las autoridades de la ciudad. Alar-
mada por la presión social, la autoridad competente lanzó un edicto por el
cual se debía dar caza al animal, estando dispuesto a otorgar al héroe aque-
llo que desease.
Llegó a oídos de un condenado la información del edicto y la leyenda del
animal. Se ofreció voluntario para acabar con el reptil a cambio de su liber-
tad. Las autoridades accedieron a condonar su pena si se deshacía del dra-
gón y liberaba a la ciudad de su azote.
Solicitó tres cosas para llevar a cabo su plan: un saco de panes, un caballo
rápido y un saco de pólvora.
A lomos del más raudo de los caballos, el reo se acercó al raudal y llamó al
dragón. Cuando hubo salido de su escondite, el valiente preso lanzó un pan
y espoleó al caballo. El dragón seguía de cerca al muchacho, que a cada cin-
cuenta metros iba lanzando trozos de pan. Subió por la calle Santo Domingo
y llegó a la actual Martínez Molina. Llegó hasta la Catedral por la calle Maes-
tra y atravesó la plaza de Santa María. El chico podía oler el hálito del reptil
cada vez más cerca. Sólo le quedaban dos panes cuando enfiló la calle Hur-
tado. Al doblar la esquina con la iglesia de San Ildefonso y sin más panes
para atraer a la fiera, el joven reo prendió la pólvora y lanzó el saco. El reptil
engulló de un bocado la saca con la yesca encendida y paró a la puerta del
templo. Movió la cabeza y se produjo la deflagración de la pólvora dentro
del animal.
El lagarto de La Malena había encontrado la muerte y el reo fue recompen-
sado con la libertad. La piel del reptil fue expuesta dentro de la iglesia de
San Ildefonso, para recordar que allí encontró fin el dragón que atemorizó
a los vecinos de Jaén.
Desde entonces, forma parte del habla de la localidad el dicho “vas a reven-
tar como el lagarto de Jaén”.
Juan de Dios Cano (contada por su abuela Ana)
Ángel Gómez
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Los cuentos de la tierra La tarantela
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La tarantela
principios del siglo veinte no era muy normal ver por los cam-
pos españoles arácnidos venenosos o, al menos, con veneno
suficiente como para matar a una persona.
Las
tarán-
tulas son
ani-
males cuyo
hábitat no es
nuestros
campos o
nuestros
bos-
ques, pero
aquella
mañana
Martín se iba
a llevar una
sor-
presa.
A Martín le
gustaba
levan-
tarse temprano y salir a pasear por el monte, por el camino de las pilas. Le
gustaba recoger flores para llevárselas a Lucía, su hermosa mujer. Trabajaba
de notario en la ciudad y, a pesar de su trabajo, era querido y respetado por
todos los habitantes del pueblo.
Esa mañana, junto a las flores, había una araña un poco más grande de lo
normal. Martín no le dio importancia y acercó sus manos al suelo para cor-
tar los tallos rojos de las primeras amapolas de primavera. La tarántula, al
-
La tarantela Los cuentos de la tierra
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sentirse amenazada, mordió a Martín en el dorso de la mano. Martín se ir-
guió y pisó al arácnido animal repetidas veces, preso por el pánico y el dolor
de su extremidad.
Algunos vecinos lo vieron dar patadas al suelo justo antes de caer redondo
a tierra sumido en el más profundo de los dolores, mientras el veneno se-
guía su curso mortal hasta el corazón de Martín.
En la casa del notario se reunieron el médico y el farmacéutico del pueblo
para tratar de encontrar un remedio al veneno. Nunca jamás habían visto
un animal así y temían seriamente por la vida del joven. Mandaron razón a
Jaén por si el doctor de la capital supiera cómo curarle.
Todo el pueblo andaba revolucionado por la terrible noticia, “si para esta
noche no encuentran cura, el pobre Martín morirá”. El barbero, un hombre
viajado que sabía tocar la guitarra, había permanecido en la puerta de su
establecimiento escuchando a las gentes cuanto decían del notario: que una
araña por aquí, que si una mancha con forma de guitarra en la barriga del
bicho allá, que si la fiebre alta y los delirios.
El barbero cerró su barbería, cogió su guitarra y se dirigió a casa del mal
avenido muchacho. En la habitación encontró al alcalde, a los médicos de
Mancha Real y de Jaén, al farmacéutico, al cura, rosario en mano, y a la
mujer de Martín, llorando mientras sujetaba la amapola que Martín había
recogido para ella.
- Yo curaré al chico – dijo el barbero.
Empezó a tocar la guitarra de forma casi enfermiza. Una canción tras otra.
Pasado un tiempo y ante el asombro de los congregados, Martín se levantó
de forma casi autómata, sin conciencia, y empezó a bailar al ritmo de la mú-
sica del guitarrista.
Pasadas las tres de la mañana, el barbero se fue a descansar.
- Volveré mañana – se despidió.
Repitió la canción al día siguiente y en los días venideros. Martín cada vez
estaba mejor y la fiebre había empezado a remitir. Era capaz de sostener
una cuchara e, incluso, de comer sin vomitar.
-
Los cuentos de la tierra La tarantela
45
Una noche, Lucía le preguntó al barbero qué es lo que estaba haciendo para
sanar a su marido.
- La canción de la tarantela cura las picaduras de tarántula haciendo
que el enfermo baile hasta que el veneno sale por todos los poros de su piel
– dijo el barbero –. El día que toque la guitarra y el enfermo no baile, habrá
sanado.
Como había vaticinado el barbero, un día Martín dejó de bailar al son de la
música. Se volvió hacia Lucía y le dijo “estoy curado, no siento dolor alguno”.
Agradecieron al barbero todo cuanto había hecho por ellos, hasta le regala-
ron una guitarra nueva. Cuando se la entregaron, el barbero les dijo:
- La mejor cura para cualquier tipo de enfermedad es la música, si no
eres capaz de cantar o de bailar es porque, tal vez, estés a punto de morir.
Cristina Sánchez
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Los cuentos de la tierra Elena tenía amores
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Elena tenía amores (canción popular)
Elena tenía amores
con un chico muy gallardo.
Por nombre tenía Flores,
por apellido Navarro.
Ellos dos se paseaban
muy llenitos de ilusión.
Todo el mundo los miraba
con mucha admiración.
Ha pasado mucho tiempo
y ella en cinta se quedó.
Quedando buena del parto,
Elena se levantó.
Llevando el niño al bosque,
allí lo abandonó.
Liadito en un pañal,
metidito en una manta,
como madre criminal,
se marchó para su casa.
Un pastor que allí había,
un pastor que allí se hallaba
desde muy lejos oía
cómo aquel niño lloraba.
El pastor compadecido
al niño en brazos lo cogió.
Sintiendo pena en el alma,
a su casa lo llevó.
Este niño tiene un padre,
lo deben de bautizar,
en el colegio del Carmen.
-
Elena tenía amores Los cuentos de la tierra
48
Y allí mismo lo dejó.
Y al poco tiempo lo hicieron
cura de la población.
Una mañanita nueva,
una señorita entró.
El confesor la miraba,
el confesor la miró.
Padre yo tengo una pena.
He sido una criminal.
He matado a un hijo mío,
le he dado muerte fatal.
Liadito en un pañal,
metidito en una manta,
como madre criminal,
me marché para mi casa.
Señora es usted mi madre,
por lo que se explica usted.
En la capilla del Carmen,
se declara una mujer.
Mi padre es un pastor,
me recogió en un barranco.
Tu padre se llama Flores,
por apellido Navarro.
Salvador Olmo
-
Los cuentos de la tierra Jesús Nazareno
49
Jesús Nazareno
ra el año del Señor de 1590 y no se recordaba en Jaén un
otoño tan lluvioso que aquel. Las calles embarradas eran in-
capaces de absorber más agua y el torrente de barro bajaba
por la cuesta de la Merced hasta la misma puerta de la Cate-
dral. Nadie en su sano juicio se hubiera atrevido a salir a la
calle, pues aquel día era, sin duda, el más desapacible de aquel mes de no-
viembre.
Tomás y Catalina no esperaban a nadie aquella noche en el cortijo. Ya ha-
bían recogido los aperos y se disponían a cerrar las puertas cuando un re-
lámpago cegador recorrió el cielo gris oscuro de la ciudadela.
- ¡Ya veremos este año la cosecha! – dijo Catalina.
- Con tanta agua, la aceituna se pone gorda, pero no de aceite – replicó
Tomás.
No habían hecho más que cerrar la puerta cuando escucharon la aldaba del
gran portón de madera sonar en el eco solitario de la casona. Un anciano
desgreñado apareció frente a ellos. Debía ser de fuera, pues su rostro, su
voz y su acento no les eran conocidos a la pareja.
- ¿Podrían acogerme, los señores, por esta noche? – preguntó el viejo
– no soy más que un pobre peregrino que vive de la caridad de la buena
gente.
Catalina miró a Tomás recelosa, el viejo estaba empapado y los harapos ha-
bían empezado a roerse por rodillas, mangas y codos. Las botas dejaban ver
una sección del talón y ya despuntaba el pulgar por la puntera.
- Es nuestro deber de cristianos – recordó Tomás –. El pobre hombre
parece enfermo.
- Sólo busco cobijo por una noche, les prometo que no daré guerra –
dijo el hombre.
-
Jesús Nazareno Los cuentos de la tierra
50
A regañadientes, Catalina accedió dejar pasar al desconocido. Le pidió que
se quitara la ropa y le dio una muda limpia que su marido había dejado de
usar. Le quedaba grande, el abuelo tuvo que remangarse la camisa para po-
der ponerse los pantalones.
Tomás pidió al extraño que los acompañase a la mesa esa noche y les con-
tara de dónde venía, qué hacía por estas tierras y cuál era su destino final.
El buen hombre respondió a todas las preguntas y, a la luz del candil, ame-
nizaron la noche con unos melenchones típicos de la zona.
Antes de ir a dormir, el anciano se dirigió a la puerta y señaló hacia el exte-
rior.
-
Los cuentos de la tierra Jesús Nazareno
51
- He visto que tienen los señores un hermoso tronco de olivo postrado
en la puerta – dijo el anciano –. La madera parece sana y tengo cierta expe-
riencia en la talla. Si no les importa y como pago a su bondad, les puedo
tallar un Cristo. Sólo me llevará una noche.
Los dueños de la casa no pusieron reparos y permitieron que el desconocido
usara el tronco de olivo. La noche era lluviosa y ventosa como suelen ser los
otoños en Jaén. A cada soplido del viento, acompañaba el peinado de la
madera el cepillo. A cada trueno, le acompañaba un golpe del formón y la
lluvia sobre el tejado del cortijo parecía la lija fina puliendo la suave madera.
Pasada la noche, el ruido cesó. La pareja, pensando que el anciano estaría
cansado de estar tallando de tan nocturna manera, dejó que descansara y
no consintió molestia alguna para con el anciano. Pasados dos días, Catalina
y Tomás empezaron a estar preocupados por no tener noticias de su even-
tual inquilino.
- ¡Mira que te dije, Tomás, que no te fiaras! ¡Anda que si se ha llevao
el formón, el escoplo y la gubia de tu padre! ¡Deberíamos ir a ver! – indicó
Catalina.
- Yo lo único que temo es que haya caío rendío con el estruendo de la
otra noche y haya fenecío de cansancio – dijo Tomás.
Cogidos de la mano y muy despacio, se situaron frente al dormitorio donde
el anciano había pasado los últimos dos días. Llamaron a la puerta. Las bisa-
gras movieron la madera y el interior apareció frente a sus ojos. Había pa-
rado de llover y el sol otoñal penetraba por los minúsculos orificios de la
pared. Estaba desierta. Sobre la mesa las herramientas que el viejo había
utilizado dos noches atrás y, en el centro del cuarto, la perfecta talla de un
Cristo Nazareno subiendo por el Monte Calvario.
José A. González
-
Los cuentos de la tierra La casa de los recién casados
53
La casa de los recién casados
arcial era el cabeza de una familia humilde y trabajadora. Car-
men era su dedicada mujer. Entre ambos criaban a su hijo ma-
yor, Carlos, y al pequeño Manuel. Las cosas no les habían ido
muy bien los últimos tiempos por las tierras sevillanas de
Utrera y la familia estaba desesperada por encontrar un trabajo que les per-
mitiera comprar un poco de embutido y una hogaza de pan que echarse a
la boca.
Lucas, un buen amigo de Marcial con el que había hecho el servicio militar,
le propuso mudarse a Quesada, cerca de Cazorla. En la sierra siempre había
esperanza para gentes tan trabajadoras y honradas como ellos.
-
La casa de los recién casados Los cuentos de la tierra
54
El hombre no tardó en encontrar trabajo en la panadería del pueblo y Car-
men comenzó a hacer las labores del hogar en el cortijo de un anciano, cerca
del Barranco de Santiago. Los dos niños se adaptaron con facilidad al colegio
y ya habían hecho grandes amistades entre los alumnos de la vieja escuela.
A los chicos les parecía gracioso el acento sevillano de los pequeños.
Con el objetivo de que Carmen no tuviera que desplazarse hasta muy lejos,
habían echado el ojo a una propiedad a las afueras del pueblo, a unos diez
minutos del cortijo donde trabajaba Carmen. La casa era antigua y parecía
deshabitada desde hacía años. No le vendría nada mal un lavado de cara.
Marcial era experto con el manejo de las herramientas de construcción, no
en vano su abuelo había sido albañil y le había enseñado el oficio, por lo que
poseía cierta destreza natural para el uso de toda aquella utilería.
Compaginando el trabajo en la panadería con la obra y con ayuda de algu-
nos vecinos jóvenes de la zona, la reforma estuvo terminada en apenas un
par de semanas. El tejado estaba en buen estado y sólo hacía falta reforzar
las vigas de madera de la zona de la cocina. Algunos adoquines del suelo
estaban levantados y la chimenea estaba obstruida por los nidos de los pá-
jaros. Tuvieron que limpiar a consciencia la vivienda.
Al poco estuvieron instalados en su nuevo hogar. No era muy grande y los
dos muchachos tenían que compartir dormitorio. “Al menoh tenemoh ande
dormí” decía Manuel. Los padres estaban contentos. Sin duda habían pros-
perado en muy poco tiempo. En apenas dos semanas su vida había dado un
vuelco radical y parecía que las cosas habían empezado a irles bien por fin.
Corría el día cinco de un templado día de noviembre cuando, al final de la
jornada, Carmen llegó a casa más deshecha que de costumbre. Tenía lágri-
mas en la cara y miraba a su familia con una expresión entre pena y preo-
cupación.
- ¡No puede ceh! – decía – ¡mih niñoh, no!
- ¿Qué eh lo que te paza, Carmen? – le preguntó Marcial.
Carmen le explicó que ella no solía ver al anciano porque siempre estaba en
sus tareas del campo. Pero hoy había dado descanso al personal después
reparar los corrales del ganado y preparar todo para el frío. Así que, aquel
-
Los cuentos de la tierra La casa de los recién casados
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día, el anciano estaba ocioso. Como apenas habían hablado desde que la
contratara, el hombre quiso saber cómo le estaba yendo la vida en Quesada.
Ella le explicó que se habían mudado a una vieja casa a las afueras, que es-
taba deshabitada y que el ayuntamiento se la había dejado a buen precio.
El anciano encarnó las cejas y miró con temor a Carmen. Entonces le contó
la historia que, muchos años atrás, le contó su abuelo a él de primera mano.
“Mira, Carmen, no sé si es verdad o leyenda, pero ya son muchas las familias
que han querido vivir allí y no han podido. Yo conozco de dos casos que
tuvieron que poner pies en polvorosa para evitar la masacre”.
“Hacía muchos años, una pareja de recién casados eligió esa localización
para instalarse en su primera vivienda. Ya sabes que los comienzos no son
fáciles y el hombre no encontraba dónde empezar a trabajar. Es cierto que
no era el hombre más trabajador de la comarca y le gustaba mucho el pi-
rriaque, por lo que era normal que se gastara el jornal en la cantina”.
“Una tarde, desesperados por la escasez y la falta de recursos, decidieron
robar la caja del carnicero del pueblo. Aprovechando la nocturnidad, entra-
ron en la casa del carnicero y se llevaron la recaudación semanal. Pero el
propietario del dinero dormía con un ojo cerrado y otro abierto y escuchó
ruidos en la planta de la tienda. Bajó cuchillo en mano y vio salir a la pareja
con el botín. Los siguió de cerca sin que se percatasen y los sorprendió con-
tando el dinero sobre la mesa de la cocina”.
“Dicen las malas lenguas que sobre esa misma mesa, el carnicero, llevado
por la ira, mató y troceó a la pareja y echó sus despojos a los lobos para que
nadie supiera jamás del terrible crimen”.
“El carnicero tuvo una vida larga y feliz, pero, en la casa, cada trece de cada
mes, día en que intentaron robar en la carnicería, la pareja de ladronzuelos
se aparece. Cargados de odio sobre el carnicero, asesinan ferozmente y sin
piedad a quienes en ella se alojan, pensando que es su asesino quien en ella
descansa”.
“No os fieis ni penséis que os van a distinguir pues no pueden ver aunque
os miren, ya que el carnicero les privó del sentido visual justo antes de aca-
bar con sus vidas. Los fantasmas no conocen a nadie, no hablan con nadie,
-
La casa de los recién casados Los cuentos de la tierra
56
no huelen a nadie, no temen a nadie… Yo, que vosotros, abandonaría la casa
esta misma noche”.
Carmen no podía creer lo que había oído de boca del anciano. Habían es-
tado restaurando la casa hasta apenas unos días atrás y nadie de los que les
había ayudado tuvo siquiera la decencia de comentar nada. Esos eran los
motivos por los que había llegado tan hundida a casa.
- ¡Ezo no eh na, mushsha! – dijo Marcial - ¿Vamoh ahora a hacele cazo
a to lo que noh digan? ¡Anda, vamoh a prepará la comía que tengo un ham-
bre que no pueo ni con mi arma!
Durante los días siguientes, la familia siguió haciendo como si no hubieran
conocido la grotesca historia de su casa. Siguieron trabajando en la panade-
ría como si nada, limpiado el cortijo como si nada y yendo a la escuela como
si nada. De vez en cuando, cuanto más cerca del día trece estaba el calen-
dario, Carmen miraba a Marcial y él le guiñaba un ojo de complicidad. Ni en
los momentos más difíciles había perdido el sentido del humor y siempre
tenía una cara y gesto amable para con ella y los niños.
La noche del trece de ese mes de noviembre la familia siguió la rutina de
siempre. Se acostaron todos poco después de la caída del sol. La noche es-
taba tranquila. Marcial se levantó pronto para ir a trabajar, sobre las cuatro
de la madrugada. Salió del dormitorio vestido y pensó, mirando para Car-
men, que era una tonta por creer en viejas historias de fantasmas. Salió a la
sala de estar para tomarse unos calostros que había dejado Carmen prepa-
rados para desayunar y, cuando regresó al dormitorio para despedirse de
Carmen, los vio. Dos figuras levitaban alrededor de la cama cuchillo en
mano. En las cuencas de ojos sólo se les veía el abismo, una oscuridad tan
profunda que cualquier luz que se le acercara se perdería para siempre en
el olvido. Uno de ellos parecía un hombre. La otra figura, una mujer, llevaba
en la otra mano la cabeza de Carmen. La mujer yacía inerte en el lecho ma-
trimonial. Marcial salió corriendo del dormitorio. Llorando cogió a sus hijos
en brazos y, sin parar de gritar “¡Eh curpa mía, eh curpa mía! ¡La he matao
yo!”, salió de la casa.
-
Los cuentos de la tierra La casa de los recién casados
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Arrodillado unos pasos frente a la puerta del que había sido durante unas
semanas su hogar, el hombre se derrumbó. Abrazó a sus hijos llorando de-
sesperado y pensó que jamás conocería a una mujer como Carmen, que ja-
más haría oídos sordos a viejas fábulas y leyendas y, sobre todo, que jamás
abandonaría a sus hijos. Cogió a los dos chicos y los agarró fuertemente. Se
acercó al borde del barranco de Santiago y, con la promesa humeando en
la boca de Marcial, desaparecieron en sus profundidades.
Javier Guerrero
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Los cuentos de la tierra El tesoro de la Puerta de Baeza
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El tesoro de la Puerta de Baeza
átima había vivido con su madre desde siempre en esa casa. Le encan-
taba salir al balcón y tocar el ventanal de la casa de enfrente. La calle
de los huérfanos era de una de esas calles del casco antiguo donde
pocas cosas habían cambiado. Adoraba bajar a la calle, torcer la esquina
para ver jugar a los niños en la plazoleta de igual nombre e ir a la tienda de
ultramarinos de doña Dolores de la esquina donde comprar caramelos. Tan
cerca de la catedral, tan próximo a la iglesia de San juan, a tiro de piedra de
la capilla de San Andrés y a sólo unos pasos del monasterio de Santa Clara.
En aquella zona de la ciudad, el tiempo se había detenido hacía años y aún
se respiraba el ambiente embriagador de la antigua judería. No en vano, en
el sótano de su casa una inscripción en hebreo aún estaba grabada en la
pared הנר אור שנת סוף עד o como siempre había traducido su madre “hasta
el final de la luz de la vela”.
Decían que la vieja zona de la muralla del antiguo Jaén donde estuvo la fa-
mosa Puerta de Baeza, justo en el mismo sitio en que se encontraba la casa
de Fátima, había sido antaño refugio de judíos que abandonaron, cuando
su expulsión de España por los Reyes Católicos, fastuosos tesoros al no po-
der llevárselos con ellos. Las viejas historias de tesoros escondidos siempre
habían entusiasmado a la muchacha que esperaba poder encontrar alguno.
Un día por la noche, un grupo de pastores llamaron a la puerta pidiendo
asilo. Habían dejado el ganado en lugar seguro cerca de la fuente de la Mag-
dalena, pero era ya noche y no habían encontrado dónde alojarse. La madre
de Fátima no era muy amiga de dejar pasar a desconocidos y mucho menos
a esas horas del día. Pero la muerte de su marido unos años atrás la había
sumido en una profunda miseria y se sentía incapaz de poder mantener a
su hija. Por este motivo y por la gran suma dinero que le ofrecieron por el
hospedaje, dejó que los pastores pasaran la noche en el sótano de la casona.
Pasadas las doce de la noche y movida por la curiosidad y la valentía típica
de la edad, la joven Fátima, viendo el destello de luz reflejarse por la puerta
del sótano, decidió bajar sigilosa a husmear. Los hombres estaban rodeando
la luz de una vela y susurrando palabras en hebreo que Fátima no conseguía
F
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El tesoro de la Puerta de Baeza Los cuentos de la tierra
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traducir. Pudo, no obstante, recordar el mensaje cíclico que aquel aquelarre
de pastores repetía sin parar.
De repente la vela dio una llamarada y los pastores dejaron de hablar. Fá-
tima se echó las manos a la boca para evitar que saliera de ella algún sonido
involuntario. Las piedras del viejo muro se movieron con el sortilegio y los
hombres entraron dentro de la gruta. Al instante salieron con las manos
llenas de tesoros. Copas de oro con rubíes engarzados, collares de perlas
preciosas y cajas de joyas multicolor llamaron la atención de la joven. Guar-
daron el tesoro en las alforjas y apagaron la vela a medio consumir.
Fátima apenas pudo dormir el resto de la noche. Estaba deseando enseñarle
a su madre lo que había visto en el sótano. Se afanaba en recordar cada una
de las palabras que los forasteros habían repetido para desgarrar el muro y
abrir la puerta de la gruta del tesoro.
Por la mañana, el grupo de pastores le dieron las gracias a la señora y le
pagaron lo acordado la noche anterior. A Fátima le hubiera gustado decirles
que le habían robado y que tendrían que pagar más por cuanto de su casa
habían cogido, pero sabía que había más donde ellos habían sacado su
parte, por lo que apremió a su madre para que los despidiera.
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Los cuentos de la tierra El tesoro de la Puerta de Baeza
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- ¡Madre!, no se va a creer lo que he visto hacer a esos hombres que
se acaban de ir – dijo Fátima a su madre mientras tiraba de ella hacia el
sótano.
- Mira niña – dijo la madre –, ¡que me vas a tirar!
Cuando llegaron al sótano, Fátima encendió la misma vela que los pastores
habían usado la noche anterior y repitió las palabras que les había escu-
chado decir. La vela dio de nuevo la llamarada y, como por arte de magia,
la puerta de la cueva se volvió a abrir ante la atónita mirada de la madre.
- Es el fin de nuestras fatigas, ¡madre!
Fátima se adentró en la gruta y empezó a valorar las riquezas que en ella se
amontonaban. La muchacha empezó a coger y a soltar tesoros sin decidirse
cuál sería el más caro para vender. Mientras, en la otra parte del mágico
portal, la madre sostenía la cada vez más reducida vela.
El cirio estaba empezando a dar pequeños destellos y la madre de Fátima
parecía cada vez más nerviosa pues la niña no salía de la cueva.
- ¡Vamos, niña, y ven ya pacá! – decía.
Sin darse cuenta, la luz de la vela se apagó dejando a oscuras el sótano. El
ruido ensordecedor de piedras en movimiento puso en pie de batalla a la
madre de Fátima, que corrió a encender una nueva lámpara. Cuando se hizo
de nuevo la luz, el sótano estaba indemne. No había ni rastro de la puerta
de la cueva del tesoro. En su lugar, la inscripción en hebreo que tantas veces
había leído Fátima y tantas veces había traducido su madre a la muchacha.
La mujer corrió al muro intentando recordar inútilmente las palabras que
su hija había verbalizado unos minutos atrás. No pudo. Se arrodilló bajo la
inscripción intentando encontrar el latido de su hija tras la pared pero nadie
respondía a sus lamentos.
Desde entonces, en las noches frías del viejo Jaén, cuando la noche está
tranquila, una voz entre murallas se escucha susurrar, una y otra vez “tu
tesoro te espera, tu tesoro aquí se halla, abre las puertas de tu muralla”.
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El tesoro de la Puerta de Baeza Los cuentos de la tierra
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Juan González
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Los cuentos de la tierra El trovador Macías, el enamorado
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El trovador Macías, el enamorado
odo empezó en el Reino de Galicia, allá por el siglo XIV. Macías
nació en la cuna de una humilde y trabajadora familia, que lo
crio sin
lujos,
pero con
muchísimo amor.
Siendo mozo,
Macías entró al
servicio de Don
Enrique de
Aragón,
aprendió a
manejar las
armas, así como
música y el oficio
de trovador.
Años después, Don
Enrique,
marqués de
Villena,
organizó expe-
diciones en tierras
de moros y así llegó
al reino de Jaén. Entre
sus filas, militaba el joven Macías; trovador y poeta, pero sobre todo, cora-
zón enamoradizo.
Tras días de mucho trabajo, el marqués de Villena quiso organizar unas fies-
tas para dar entretenimiento a las gentes de los pueblos. Con este motivo,
se congregaron artesanos, comerciantes, trabajadores del campo, mujeres
y niños dispuestos a pasar un gran día.
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El trovador Macías, el enamorado Los cuentos de la tierra
64
Distraídos en estos menesteres andaban los aldeanos cuando Macías la
vio… una dama de una belleza tal, que el joven sintió paralizados sus múscu-
los al verla, su sangre tornó hielo, y entendió que había dejado de ser dueño
de su corazón para siempre.
- Se llama Elvira – le dijeron. Es la doncella de la marquesa.
Atrevido, Macías se dirigió a ella y le pidió permiso para acompañarla…
Doña Elvira no reaccionó como él esperaba, pero sus palabras de desdén no
impidieron que el amor surgiera entre ellos, con la misma fuerza con la que
el mar choca en las rocas, con la furia y la pasión del amor de juventud. Su
intención de mantenerlo en secreto por miedo a las represalias de sus se-
ñores, no duró mucho. Poco a poco, la gente del pueblo se fue haciendo eco
de la relación entre los jóvenes. Esto hizo que Macías se decidiera a ir al
frente a luchar, hacer fortuna y volver luego a por su amada. Así lo hizo. A
la par de las heridas de guerra, llegaba el dinero a su bolsa. Preparado ya
para acudir junto a su amada, emprendió el camino hacia Porcuna.
Pero a su llegada, las noticias no fueron buenas. Don Enrique, tío de Elvira,
la obligó a casarse con Don Hernán Pérez. Se había convertido en una mujer
casada y Macías debía olvidarla.
El joven no se resignaba en su empeño de hablar con ella, de verla, y así lo
hicieron durante muchas noches. Los amantes se veían a escondidas, dis-
frutaban de su amor, se encendían con la pasión de sus cuerpos… hasta que
llegó a oídos de Don Hernán. Este, amenazó a Macías con darle muerte si
no dejaba a Doña Elvira, pero el joven hizo oídos sordos a aquella amenaza
y volvió a cortejar a su amada.
Macías fue apresado en la torre del castillo de Arjonilla. Allí encerrado, can-
taba dulces canciones destinadas a su enamorada y lanzaba lamentos amar-
gos por su suerte. Las coplas llegaron a oídos de todo el mundo, ya todas las
mujeres envidiaban a Elvira por aquellas cosas tan bonitas que Macías le
dedicaba. Aunque, al celoso marido no habrían de gustarle.
Presto, decidido a acabar con este romance, se presentó en el castillo y, a
los pies de la torre donde Macías estaba encarcelado, llamó su atención di-
ciendo:
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Los cuentos de la tierra El trovador Macías, el enamorado
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- ¡Asómate Macías, traigo noticias de Elvira!
El joven enamorado no dudó en acudir a la ventana para saber de su amada
cualquier nueva que le pudieran dar. Sorprendido por el marido de aquella,
recibió una flecha mortal en su pecho.
Se dice, que Macías estaba encadenado, por eso, en el escudo de Arjonilla,
aparece una cadena bajo la imagen del castillo.
María del Carmen Jurado
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English version
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The tales of the earth The treasure of the port road
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The treasure of the port road
eople from Mancha Real think that this is a bording place where
we can find numerous treasures belonging to several cultures who
settled here.
P
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The treasure of the port road The tales of the earth
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A tall, strong, blond and blue-eyed foreigner established a home in the vil-
lage. The man, who didn't speak Spanish, went up to the seaport every af-
ternoon and nobody knew what he did there. He studied the ground, used
to write some notes down in his notebook and compared its orographical
maps.
Many villagers didn't understand what this person was doing in the village
and they insulted him while he was walking and they threw him objects be-
cause they wanted him to leave the town.
One day, the foreigner didn't come back and many thought that he had
fallen off a cliff and died to be eaten by wolves and vultures. But many oth-
ers were certain that that man, that weird and uncommon man was the one
who had found the treasure and had taken it!!
Ana. A González
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The tales of the earth The legend of Tobacco Terraces
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The legend of Tobacco Terraces
ore than a hundred years ago, a little and strong man lived
around Mancha Real. Due to his humility and simplicity, he
was respected by everyone and he was known as Tio Ra-
ton.
It was said that he picked the best corn and the best tobacco in the area.
They were so good that their fame went across the border of the town to
arrive to the criminals' ears.
M
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The legend of Tobacco Terraces The tales of the earth
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One afternoon, a couple of thieves, shotguns armed, went to snatch the
harvest. In order to scape, the poor man who cultivated just what he
needed, turned into a mouse and he slipped away without attracting bur-
glars’ attention.
The next harvest, after a tiring day, Tio Raton fell assleep close to the em-
bers of the bonfire. He couldn't hear the two thieves who came again so he
couldn't become a mouse.
The two armed men threatened the gardener to kill him if he didn't say
them where the harvest was. The emboldened little man accompanied the
robbers across mountains to the ground where he had grown his best har-
vest. After several hours walking, they arrived to Tio Raton's terrace culti-
vation. Suddently, the gardener became a mouse and left the burglars
there.
Tio Raton never hear anything about the thieves again and his harvest was
again, as it was long time ago, just for him.
Juan Antonio Romero
David Campiñas
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The tales of the earth The washing woman
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The washing woman
aria was a girl loved by everyone. She was always willing to help
others and she loved playing with children in the town square. She
used to go to the creek to do the laundry with the other women
from the village.
A spring morning, Maria went to wash her parents’ blanket so much earlier
than she used to do it, to the point that nobody was there to help her to
squeeze the blanket.
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The washing woman The tales of the earth
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Then, a hooded woman came near her and she offered to help her. When
they both started to squeeze the blanket, the foreigner side didn't make
enough strength and the blanket didn't squeeze. Maria was surprised and
looked at the woman and all she could see was the emptiness of a suffering
soul.
Nobody saw the stranger woman again and all that was found about Maria
was the blanket which was half washed.
José Antonio Rosa Juan Antonio Romero
José Carlos López
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The tales of the earth Juana, the crazy woman
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Juana, the crazy woman
uana lived in a big house in the outskirts of Siles and she had no re-
lationship with anybody. In fact, she was so reserved that she was
called Crazy Juana. It was also told that she kept a lot of money inside
her house and she hadn't approached to anybody due to the fear to
be stolen.
J
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Juana, the crazy woman The tales of the earth
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One day, Perico's father, a farmer who cultivated just they needed to live in
a little piece of ground between Siles and Orcera, said to his ten years old
son that he was going to Siles to accompany the unfamiliar woman who was
walking close to him and that the little boy had to stay at home taking care
of the harvest. But Perico wanted to know and he went behind them.
Hidden not to being seen, he could see how the couple went into Crazy Jua-
na's house. Perched to a window, Perico saw how his father and the
stranger woman tied Juana to a chair. After hours of interrogatory, Crazy
Juana hadn't told them anything about where her fortune was. In an attack
of anger, the unknown woman pierced ear to ear with a dagger the head of
the ancient woman. Perico run away as fast as he could.
Keeping this secret for himself, Perico growed and he went to military ser-
vice. But the first night, led by alcohol, he told what happened in the quartel
canteen. The ensign heard the story and he went to catch Perico's father
who admitted the crime and said where they could find the unfamiliar
woman who went with him that night.
While they were walking by Siles' streets, the crowd snatched the captives
to the Guardia Civil and they were driven to the countryside where they
were hanged without a previous judgment.
Since then, this place is known like "sticks of the gallows".
Marta Montalvo
María Martínez
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The tales of the earth The dwarf of the chains
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The dwarf of the chains
argarita is a young woman who lives and looks after Isabel in
the elderly woman’s old big house. The girl sleeps near the
kitchen, on the ground floor, and the owner does it in the
room of the top floor.
A stormy night, Margarita hears a crunch of chains going up and down the
stairs. The old woman asks what it is but the young one cannot find the
origin of the noise anywhere. Suddenly, a flash of lightning allows them to
M
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The dwarf of the chains The tales of the earth
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see a dwarf in the middle of the stairs wearing shackles and chains. The ap-
pearance lasts only a few seconds, but, since that day that noise is heard
every night.
One night, the old woman screams louder than the other nights: "Leave me
alone!", Get out! "Margarita goes up and astonishes that she can see how
the dwarf of the chains keeps Isabel up holding her hair. One second later,
the dwarf disappears and the calm is back and, since then, although the
small and scary figure has never come back, Margarita sleeps every night in
Isabel's bedroom close to her.
Ana Vico
Alba de Dios
Nuria Torres
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The tales of the earth Chimpanzees around the streets
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Chimpanzees around the streets
summer day, some chimpanzees escaped from the animal shelter
located in the outskirts of Mancha Real. They didn't really cause dam-
ages and they didn't hurt anyone, but their presences in the streets
and the news on the local TV relieved the boiling heat of summer after-
noons.
Érica Moreno
Mireya Rodríguez
A
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The tales of the earth The concubine
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The concubine
n Pegalajar, Magdalena, a girl who make people fall in love with her
looking, served the village priest. The priest fell in love with her and she,
deceived by the priest, was cajoled by him. He was so afraid that she
would be haunted by the village boys that he decided to finish this situation.
One day, a village shepherd who had his cattle in the outskirts went to visit
the priest asking for s