luis amigó, rasgos espirituales

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Luis Amigó, Rasgos espirituales.

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  • LUIS AMIG, rasgos espirituales

  • LUIS AMIG, rasgos espirituales

    AGRIPINO GONZLEZ, T.C.

  • A mis hermanos y hermanas,los religiosos terciarios capuchinos,en el 150 aniversario del nacimiento

    de nuestro buen Padre y Fundador

  • Este libro no podr ser reproducido, ni total ni parcialmente,sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados

    2 Edicin corregida

    Agripino Gonzlez Alcalde, T.C.

    Depsito Legal: V-428-2004

    Maquetacin e impresin: Martn Impresores, S.L. - Valencia

  • Carta prlogo

    Adoradores del Padre:

    1. Amor de Dios. . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 2. Voluntad de Dios . . . . . . . . . . . . . . . 21 3. Gloria de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 4. Justicia y misericordia. . . . . . . . . . . 39

    Jesucristo Nuestro Seor:

    5. Cristo, ejemplar y modelo . . . . . . . . 4 6. Seguimiento de Cristo . . . . . . . . . . . 55 . Imitacin de Cristo . . . . . . . . . . . . . 63 8. Cristo, nuestro Redentor . . . . . . . . . 3

    Espritu Santo Parclito:

    9. Vida en el espritu . . . . . . . . . . . . . . 81 10. Camino de perfeccin . . . . . . . . . . . 89 11. Ansias de cielo. . . . . . . . . . . . . . . . . 9 12. Salvacin de las almas. . . . . . . . . . 105

    Obediencia y reverencia a la iglesia:

    13. Veneracin, reverencia y sumisin . 113 14. Eucarista, liturgia y palabra . . . . . 121 15. Autoridad eclesial . . . . . . . . . . . . . 129

    ndice

  • Mara Nuestra Madre:

    16. Seora Nuestra . . . . . . . . . . . . . . . 13 1. Nuestra Madre de los Dolores . . . . 145 18. La Sagrada Familia . . . . . . . . . . . . 153

    Nuestro Padre San Francisco:

    19. Amor serfico . . . . . . . . . . . . . . . . 161 20. Fraternidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169 21. Minoridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 22. Actitud contemplativa . . . . . . . . . . 185 23. Paz interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193 24. Sentido penitencial . . . . . . . . . . . . 201 25. Desapropio franciscano . . . . . . . . . 209

    Estilo de vida:

    26. Espritu propio . . . . . . . . . . . . . . . 21 2. Caridad fraterna . . . . . . . . . . . . . . 225 28. Sencillez y humildad . . . . . . . . . . . 233 29. Camino de la cruz . . . . . . . . . . . . . 241 30. La pobreza. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249 31. La obediencia . . . . . . . . . . . . . . . . 25 32. Sentido providencialista. . . . . . . . . 265 33. La gratitud . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 34. Gozo interior . . . . . . . . . . . . . . . . . 281

    Zagales del Buen Pastor:

    35. Ministerio especfico . . . . . . . . . . . 289 36. Actitud del Buen Pastor . . . . . . . . . 29 3. Moralizacin . . . . . . . . . . . . . . . . . 305 38. Catequesis y misiones . . . . . . . . . . 313 39. Doctrina y ejemplo. . . . . . . . . . . . . 321 40. Emulacin y trabajo . . . . . . . . . . . 329 41. Circunspeccin y silencio. . . . . . . . 33

    Carta testamento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 345

  • 11

    Venerable Padre Luis: Paz y Bien.Perdona, Venerable Padre, mi osada de escribirte al cielo. Pero tengo que hacerlo. Deseo presentarte a ti, antes que a ningn otro mortal, este librito que hemos elaborado un poco a medias y a pesar de la distancia. Y al mismo tiempo quiero implorar tu benvola bendicin sobre esta criaturita, apenas nacida.

    Sabes que estamos orando y trabajando insis-tentemente por tu pronta canonizacin. Y pens: para tan estupenda efemrides seguramente nece-sitars de un trajecito nuevo, para que ests pre-sentable y guapo ese da. Y me decid a escribir este libro sobre tu fisonoma espiritual. No creo que haya conseguido delinearla plenamente por cuanto cortar un traje, as a distancia y a ojo de buen cubero, no resulta nada fcil, ni tampoco es la mejor manera de que ste salga ajustado. Sea todo por el amor de Dios..., y de tu persona!, claro.

    De todos modos a fe ma que intentarlo lo he intentado, bien lo sabe mi Dios. Eso s, no estoy tan seguro de haberlo conseguido. Como tampo-

    carta Prlogo

  • 12

    co estoy seguro de si has sido t quien ha dicho lo que yo quera, o ms bien he sido yo quien ha referido lo que t pensabas. De todos modos, si falta ha habido, yo asumo la culpa por los dos. Y tambin por entrambos prometo cumplir la con-dena. Porque, cmo se va a pasar hoy factura a quien camina ya por tales alturas?

    Por otra parte, a raz del Concilio Vaticano II, o en todo caso muy poco tiempo despus, yo comprend la necesidad de volver a las fuentes, es decir, me convenc de la obligacin que tene-mos, tanto religiosos como religiosas, de ser fieles al espritu de los fundadores, a sus intenciones evanglicas y al ejemplo de su santidad.

    Adems estoy convencido, y cada da que pasa me reafirmo ms en tal conviccin, que el religioso y la religiosa del siglo XXI o ser mstico y espiritual o, simplemente, no ser. Por ambos convencimien-tos he querido que elaborramos juntos este libro sobre los rasgos espirituales de tu persona, sobre tu fisonoma espiritual como modelo de identidad para tus hijas e hijos espirituales.

    Ah!, que cul ha sido el hilo conductor desde las fuentes? Pues mira, del Cristo evanglico -el Cristo misericordioso y redentor- he ido bajando a Pablo de Tarso, a Francisco de Ass, a la Orden Capuchina y a las rdenes Terceras, hasta llegar a tu persona. Ignoro si ha sido acertada la eleccin y el camino de acercamiento a tu espiritualidad el ms adecuado. Tampoco s si he sido preciso en delinear tus rasgos espirituales. Dios lo sabe!

  • 13

    Desde luego a lo largo de los 42 captulos del libro -que han venido apareciendo en la Hoja Informativa durante los diez ltimos aos- he pro-curado ir alternando el monlogo con el dilogo, lo narrativo con lo descriptivo, y lo biogrfico con lo autobiogrfico, para que el conjunto final resulte delicioso y tambin variado al mismo tiempo.

    Eso s, he tenido un especial inters por escribir-lo siguiendo la estructura del libro Pensamientos. He querido resaltar tu silueta evanglica, francis-cana y amigoniana. Y he querido que resalte por sus tonos sencillos, claros, deliciosos. He querido que sea as tu traje para el da en que, si Dios quiere, seas elevado al honor de los altares.

    Tan slo me resta enviarte de nuevo mi ms cordial saludo filial, manifestarte mi gratitud por tu desinteresada colaboracin, y suplicar de tu persona una bendicin benevolente sobre esta obrita conjunta. Que, al fin y al cabo, obra de entrambos es...!

    Afmo.

    Fr. Agripino G.

  • 15

    Ya sabes, carsimo Padre Luis Amig (por-que en ese cielo de luces infinitas en que vives lo sabis casi todo), ya sabes, digo, que existe una gran diversidad de espiritualida-des. Y que todas ellas rivalizan para hermosear a la Iglesia Santa de Dios.

    Las hay de corte marcadamente monacal. La austeridad corporal y la mortificacin interior son sus medios de perfeccionamiento espiritual. Su ambiente, un clima de soledad y de recogimiento. Otras espiritualidades, en cambio, inculcan, s, la soledad y el silencio, pero en un marcado ambien-te de mortificacin y de trabajo, de meditacin bblica y de piedad litrgica.

    - S, tienes razn, hijo mo, me dice mi buen Padre Luis. Y prosigue con un minucioso anlisis de las espiritualidades.

    Y tambin las hay, como t bien sabes, me dice, de carcter preferentemente especulati-vo. Favorecen la mstica. Unen contemplacin y accin apostlica y pastoral. Y tambin hay espi-ritualidades de corte ms afectivo, centradas en la humanidad de Cristo. Bien en el misterio de su

    1. aMor de dioS

  • pasin, bien en las parbolas de la misericordia divina.

    Por supuesto que las hay, asimismo, centra-das en la santificacin personal dentro del pro-pio ambiente, en la propia vocacin, en el diario trabajo.

    - Y tambin las hay...

    - S, s. Cierto, me responde. Las hay de infini-dad de formas, modos o maneras, como casi infi-nitas son tambin las aspiraciones y matices del espritu humano. Pero todas tienen como centro el gran amor que todo un Dios profesa al hom-bre. Un amor que le lleva a proyectarse en tres personas. Un amor tal que le obliga primeramen-te a crear el mundo y el hombre. Y a redimirlo y salvarlo despus. Por eso puede decir muy bien el apstol san Juan: Hermanos, amemos a Dios, porque l nos am primero.

    - Y el apstol Pablo: Si Dios no perdon ni a su propio Hijo, cmo no nos dar todo con l? Siendo Dios quien justifica, quin condenar? No, Venerable Padre Luis?

    - Claro, claro. Y es que cimentados en el amor que Dios nos ha tenido y nos sigue tenien-do, (vamos, creo yo, me remacha mi buen Padre Fundador) la llamada a la santidad constituye la base de toda espiritualidad. El centro es siempre el amor de todo un Dios, uno y trino, el solo Santo, el solo Amable, el todo Bien.

    16

  • - Perdona, Padre Luis, pero esa forma de expre-sarte me recuerda un poquito a Francisco de Ass, aquel gran enamorado de Dios, no?

    - Por supuesto. Claro que s. Por eso Francisco nos quera a sus frailes adoradores del Padre, en espritu y en verdad, con corazn limpio y mente pura.

    - Ah!, y ahora que lo recuerdo, tal vez por eso el Serfico Padre escribe que aquellos hermanos a quienes el Seor ha dado la gracia del trabajo, tra-bajen fiel y devotamente, de tal forma que no apa-guen el espritu de la santa oracin y devocin.

    - S, claro que s. Recuerda si no que, ante tal derroche de amor de Dios, Francisco de Ass, ano-nadado, extasiado, compone sus Alabanzas al Dios Altsimo. Y las escribe de rodillas, como dicen que pintaba el Beato Anglico sus madonnas. Recuerdas cuando dice: T eres el santo, Seor Dios nico, que haces maravillas. T eres el fuer-te. T eres el grande. T eres el altsimo. T eres el rey omnipotente. T eres el padre santo, rey del cielo y de la tierra. T eres el Dios trino y uno, el seor de los dioses. T eres el bien, el todo el bien, el sumo bien, seor Dios vivo y verdadero?

    - Verdaderamente. Qu palabras efusivas de amante! Con menor vehemencia, pero no con menor amor, tambin t escribiste, Padre: Todo lo que somos, podemos y valemos lo hemos de poner, amados hijos, al servicio del Seor, de quien lo hemos recibido, y a cuya gloria se ordena.

    1

  • - Cierto que mi buen Padre Francisco tena alma de poeta, corazn de lis, como dice Rubn Daro en su poema Los Motivos del Lobo. Por eso es nico en sus alabanzas al Seor Altsimo. No ahorra eptetos, ni superlativos. Son algo connatural a su espritu: Omnipotente, san-tsimo, altsimo y sumo Dios (as escribe el Serfico Padre), T que eres el sumo bien, todo el bien, todo bien, que eres el solo bueno, haz que te rindamos toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendicin y todos los bienes.

    - Ah!, mi buen Padre Luis. Nuestra Regla y Vida, la deliciosa Regla y Vida de nuestra Orden Tercera, recoge asimismo el pensamiento. Pero, a fe ma, que no resulta tan brillante y espontneo. Dice as: Dondequiera y en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, los hermanos y las her-manas crean sincera y humildemente, y tengan en el corazn, y amen, honren, adoren y sirvan, alaben, bendigan y glorifiquen al altsimo y sumo Dios eterno, Padre, Hijo y Espritu Santo.

    - S, es verdad, es verdad. Pero dicha alabanza, en sentir de la Regla y Vida, se hace trinitaria y csmica. Por eso casi a continuacin dice: Alaben al Seor, rey del cielo y de la tierra, los hermanos y hermanas con todas las criaturas y denle gra-cias porque, por su santa voluntad y por medio de su nico Hijo con el Espritu Santo, cre todas las cosas espirituales y corporales y nos cre tambin a nosotros a su imagen y semejanza.

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  • En pocas palabras: adoradores del Padre con toda la creacin, que el hombre es el rey de ella, como tantas veces os dije.

    - A propsito del amor, Por qu nos escribiste, Padre, que formado nuestro corazn para amar, y amar a Dios, el amor es su vida, como dice San Agustn. Amar, su funcin capital y el centro a que naturalmente se dirige?

    - Pues porque as conviene que sea. Pero, ade-ms, ese amor a Dios ha de tener su natural reflejo en los hermanos; una vez que me puse un tanto potico, algo infrecuente en m, escrib: No es posible amar a Dios sin amar tambin por l al hombre, su obra predilecta, ni amar a ste con verdadero amor de caridad si se prescinde del amor de Dios. Ambos amores son como rayos emanados de una misma luz y como flores del mismo tallo.

    - Siguiendo esta tradicin agustiniana, que pasa por Fray Luis de Len en su Oda al msico Salinas, en que la armona del universo canta la gloria de Dios y pregona la obra de sus manos, dices: Este lenguaje mudo, pero elocuente, de la naturaleza lo entenda muy bien el gran Padre de la Iglesia cuando, hablando con las flores del campo mientras paseaba, deca: Callad, ya s lo que me queris decir: que ame a Dios.

    - Esto tal vez te suena a msica celestial, no? Pues posiblemente de ah provenga la frase.

    Mi buen Padre Luis, conducindome como de la mano, desde la fuente encimera del evangelio,

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  • a travs del espritu agustiniano y franciscano, capuchino y terciario, me conduce hasta su misma persona, ilustrndome las fuentes de donde brota ese amor a Dios, que nos debiera transformar a los religiosos en adoradores del Padre, pues que as conviene.

    - Y hoy por hoy ya vale, no?, me dice el Venerable Padre Luis esbozando una media sonri-sa. Y concluye... pues como casi siempre concluye:

    Sea todo por el amor de Dios!

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  • 21

    Me pareci orte decir en cierta ocasin, Venerable Padre Luis, que interpretar entonces la voluntad de Dios, cuando t eras todava estudiante (con lo difcil que eso debe de resultar!), era privilegio exclusivo de los guardianes y maestros de novicios. Y, vete t a opinar lo contrario!, me decas. Te la jugabas... Y concluas:

    - Te lo digo yo, Fray Luis de Masamagrell.

    Lo cierto es que, quien ms quien menos, todos estamos de acuerdo en admitir que el cumpli-miento de la voluntad de Dios es la base de toda virtud, de toda santidad y, por consiguiente, de la propia salvacin. Pero (vamos, creo yo), el proble-ma no es tanto admitir el hecho, que a todas luces resulta evidente, cuanto hallar la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros y, luego, ponerla en prctica. Y tanto es as que con harta frecuencia afirmamos que Dios escribe recto con renglones torcidos. En fin, tal vez sea as, pero seguramen-te convenga tambin distinguir muy bien lo que es voluntad de Dios de lo que con demasiada fre-cuencia no pasa de ser mera obstinacin humana.

    2. VolUntad de dioS

  • 22

    Oh, cuntas veces se encubre la propia voluntad, mejor dicho, el propio egosmo bajo capa de perso-nalidad!

    A pesar de todo yo creo que t, Padre Luis, tuviste la idea clara. Y su realizacin, tambin porque... qu clase de santo puede ser quien no busque y cumpla la voluntad de Dios, por lo menos en los ltimos momentos de su vida, cuan-do vislumbra ya el dies natalis?

    A propsito, t nos dijiste:

    - La obra ms perfecta y, por lo tanto, al Seor ms agradable, en que podemos ocuparnos, es aquella que fuere ms conforme a su voluntad santsima, la cual se nos comunica y declara por medio de los superiores, que son sus vicegerentes en la tierra.

    S, seor. No cabe duda de que por esta vez la frase te sale redonda. Y, adems, de un espritu y sabor netamente franciscanos. S, seor. Aunque a m me da la impresin de que no es sino una deduccin lgica y natural de aquella idea, tan manida, de que quien obedece al superior obedece a Dios.

    Ah!, se me olvidaba. No recuerdo a quin le o decir que lo nico verdadero, o por lo menos seguro, de la sentencia es que sta seguramente no se le ocurri a ningn sbdito, sino ms bien a algn padre prior. Y sea todo por el amor de Dios!, como t, mi buen Padre Luis, acostumbras concluir los prrafos notablemente serios.

  • 23

    Por lo dems, Venerable Padre Luis, a este pobre diablo siempre se le ocurre alguna pregun-ta curiosa, alguna que otra pregunta de las que siempre lleva en la recmara. He aqu una de ellas como ejemplo:

    - Si quien obedece al superior obedece a Dios, quien obedece a tres superiores, a cuntos dioses obedece? No, ya s que as a primera vista hasta parece un sencillo problema matemtico. Vamos, de regla de tres simple. Pero, al menos a m, no me parece tal. Pues si ya resulta harto difculto-so buscar la voluntad de Dios por cuenta propia, figurmonos lo que ser, por cuenta ajena! Mucho ms si los buscadores son numerosos, como caza-dores en rastrojo ajeno all por las calendas de Nuestra Seora de Agosto.

    Bueno, bromas aparte, ya conozco yo tu gran amor por la bsqueda de la voluntad de Dios y tambin por llevarla a la prctica. Que t, Padre Luis, siempre pasaste por persona seria y cohe-rente. Adems t mismo lo escribiste:

    - Tened entendido que a Dios no se le agra-da sino cumpliendo su voluntad santsima que, respecto de nosotros, no es otra que nuestra sal-vacin; cumpliendo para ello su santa ley y pro-curando llegar a aquel grado de perfeccin que l quiere de nosotros.

    Tambin deseo recordar que escribiste una vez que la conformidad con la voluntad de Dios es el acto ms grande que puede hacer el hom-bre, y que en l tienen ejercicio todas las virtu-des. Y es la pura verdad, pero siempre nos queda

  • el interrogante de saber cul es la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros aqu y ahora. Que tambin t escribiste al reverendsimo padre general pidiendo autorizacin para fundar la Congregacin de Religiosos Terciarios Capuchinos de Nuestra Seora de los Dolores, sabiendo bien (o tal vez presintiendo) que si pedas el permiso al superior provincial -a pesar de ser t su conseje-ro!- no te hubiera autorizado, convencido como estaba de que l no haba de protegerte, segn el mismo ministro provincial confesar aos ms tarde.

    S, ya s que tu forma de obrar en este caso fue correcta. Y que ms que hacer la voluntad del superior es preciso cumplir la voluntad de Dios. Y que t en la Orden Capuchina siempre procediste conforme a ley, que para eso eres hijo de abogado. Y tambin s muy bien que a las rdenes se les llama Regulares a razn de que en ellas todo va en orden y se mide con la regla. Que t mismo lo dices y repites con harta frecuencia. Pero tambin es verdad que, al menos en esta circunstancia, el ministro provincial parece ser que no tiene clara la voluntad de Dios, al menos sobre tu persona. O que su interpretacin tal vez no fue la ms correc-ta, al menos en esta ocasin. Y, vete t ahora a saber por qu!

    Sea todo por el amor de Dios!

    Recuerdo perfectamente que respecto de la voluntad de Dios t nos escribiste en cierta oca-sin, muy solemne por cierto:

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  • 25

    - Nada ms perfecto, ni ms santo, ni ms grato a los divinos ojos podemos hacer en este mundo, amados hijos, que la omnmoda conformidad de nuestra voluntad con la divina.

    S, seor, tienes toda la razn. Tampoco se puede negar que esta vez la frase te sali bien redonda y cumplida, aunque me da la impresin de que no es original. De todos modos yo tambin lo pienso as, y as lo creo, y as lo admito a pie juntillas. Que los problemas intelectuales cierta-mente no suelen ser los que mayor dificultad de solucin presentan. Al fin y al cabo la sola razn nicamente sirve para certificar evidencias, y para bien poco ms. Por eso las grandes decisiones de la historia, al menos de la historia sagrada, han venido siempre por la va de la voluntad y del amor. Dgalo, sino, el acto de la creacin, el de la encarnacin, o el de la vida, pasin y muerte del Seor y de su Santsima Madre.

    A propsito del cumplimiento de la voluntad de Dios, la actitud del Seor y de su Santsima Madre son ejemplos que convencen. Cuando Cristo plan-ta su tienda entre nosotros dice:

    - Aqu estoy, Seor, para hacer tu voluntad.

    Y al final de su vida terrena exclama:

    - Padre, hgase tu voluntad.

    Y Mara, en el hecho de la encarnacin, dice al ngel:

    - He aqu la esclava del Seor. Hgase en m segn tu palabra.

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  • Y de este hacer la voluntad de Dios brotan las maravillas de la creacin, de la encarnacin y de la redencin. Ah!, y de esa serie interminable, casi infinita, de piadosas anunciaciones, todas ellas sencillamente deliciosas, que se muestran en nuestros museos y que no son si no la mani-festacin de que la actitud propia del hombre es de rodillas, de hinojos.

    Hgase en todo, Seor, tu voluntad!

    Tambin Francisco de Ass, s, tambin el mni-mo Francisco de Ass, tiene esto claro. Bueno, claro, claro...,lo que se dice claro, lo han tenido siempre los santos. Y por eso ruega al Seor con estos preciosos eptetos:

    - Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, concdenos por ti mismo a nosotros, mise-rables, hacer lo que sabemos que quieres y querer siempre lo que te agrada.

    No, si yo ya s que t, Venerable Padre Luis, nos dices que procuremos ponernos como nios en manos de la santa obediencia. Y que roguemos a Dios, de quien procede toda luz, para que l nos ilumine en todas las circunstancias difciles y nos muestre en cada momento cul es la voluntad divina para acatarla y seguirla.

    No, si yo ya s que cuando t escribes al minis-tro general de la Orden para que te permita ir a convivir con tus religiosos terciarios capuchinos, concluyes tu misiva diciendo:

    - Todo esto supuesto, declaro que no deseo ni pretendo otra cosa que hacer en todo y por todo la

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  • 2

    voluntad de Dios, que se me declara por medio de vuestra paternidad reverendsima.

    Eso ya lo s. Pero hasta en estos mismos casos el excesivo nfasis en las afirmaciones permite ya poner en duda de la verdadera intencin de las mismas. Que no siempre quien con mayor fuerza afirma con mayor razn prueba despus.

    No, si ya s que hacer la voluntad de Dios es algo muy en sintona con la corriente de pensa-miento franciscano capuchino y, sobre todo, con tu propia vida y espiritualidad. Pero tambin s que buscar y hacer la voluntad de Dios en cada uno es una empresa lo suficientemente seria e importante como para no abandonarla en manos de los hombres, sino en las amables y misericor-diosas de nuestro Padre y Seor.

    Por eso, en fin, Padre Luis, Venerable Padre Luis, para que no te formes un concepto diferente de mi persona permite que concluya con aquella actitud, tan bellamente potica, de santa Teresa de Jess, la monja inquieta y andariega de vila, y que es tambin la ma:

    - Vuestra soy, Seor, para vos nac./Qu man-dis hacer de m?

    O si lo prefieres, con aquella otra plegaria, siempre antigua y siempre nueva, de nuestro inol-vidable Juan Ramn Jimnez, que empieza y con-cluye as:

    - Sea lo que Vos queris. / Lo que Vos queris, Seor; / sea lo que Vos queris.

  • O simplemente con aquella tuya mucho ms sencilla, y hasta en prosa, que no impresiona tanto, pero que no es menos profunda y siempre resulta ms cercana a nuestra espiritualidad ami-goniana, hecha de minoridad y de sencillez, que suena a reposo en las manos de Dios y que no es otra cosa sino amable providencia divina:

    - Hgase en todo, Seor, tu voluntad!

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    3. gloria de dioS

    Para mayor gloria, pues, de Dios y humilla-cin de mi alma...As, breve, conciso, apretado.

    Con este leve golpe de timn, Venerable Padre Luis, das comienzo a tus Apuntes sobre mi vida. As entras con paso firme y pie seguro en tu bio-grafa, mejor dicho, en tu Autobiografa.

    Nada, que te pareces a don Fermn de Pas, el Magistral de La Regenta, quien en un santiamn se sube a la torre ms elevada de la ciudad o al picacho ms empingorotado del pueblo. Di que s. Que vale ms vuelo de guila que ciento de avutarda. Y, claro, desde arriba, desde lo alto, lo ves todo muy bien y muy claro. A vista de pjaro, vamos, que es como mejor se ven y calibran las sencillas realidades humanas.

    Sin duda no existe nada tan exacto y tan cordial en tu Autobiografa como este comienzo. Lo dems se me antoja material de relleno. Los hechos, los datos, los proyectos, las realizaciones -incluso tus mismas ilusiones- vienen a confirmar tu espritu serfico, tu alma franciscana, tu vida en frater-

  • nidad y minoridad... para mayor gloria de Dios y humillacin de tu alma.

    - Para mayor gloria, pues, de Dios...

    Ad maiorem Dei gloriam, proclama San Ignacio de Loyola y sus hijos jesuitas.

    Y ste es el lema de tu existencia. Tu espritu desprendido y serfico, tu amor a la Providencia Divina, tu estilo gozoso, transparente y bendito proclama la gloria de Dios, de un Dios paternal y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad.

    Francisco de Ass se deshace en alabanzas para gloria de su Seor, ponderando la laboriosidad de las abejas y la excelencia de su ingenio. Tanto que, a veces, se pasa todo un da en alabanza de stas y de las dems criaturas de la campia asi-siense. As lo cuentan sus bigrafos.

    Y t nos dices -as, amablemente- que las obras de la creacin pregonan, cada cual a su manera, la gloria de Dios y al unsono entonan un himno de alabanza a su infinito poder, sabidura y bondad.

    El Serfico Padre (lo recuerdas, Padre Luis?) al encontrarse en presencia de muchas flores, les predica, invitndolas a dar gloria al Seor, como si gozasen de razn. Y lo mismo hace con las mie-ses y las vias, con las piedras y los rboles, y con todo lo bello de los campos, las aguas y las fuen-tes, la frondosidad de los huertos, la tierra y el fuego, el aire y el viento, invitndolas con ingenua fuerza al amor divino y a una gustosa fidelidad. A todas las criaturas las llama hermanas, como quien ha llegado ya a la gloriosa libertad de los

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  • 31

    hijos de Dios. Que as se expresa, segn quiero recordar, Toms el de Celano.

    Y t, Venerable Padre Luis, proclamas que las obras del Seor, las magnficas obras del Seor -y lo son todas!-, las que hace a precio de su poder, como las que realiza a precio de su amor, y hasta las que ejecuta a precio de la sangre de su propio Hijo, son hechas para su gloria... y confusin y humillacin de quienes sencillamente las admiran y contemplan.

    Francisco de Ass vive cantando las misericor-dias del Seor, y muere con una loa a su Seor en los labios:

    - Loado seas, mi Seor! A ti las alabanzas, la gloria, el honor y toda bendicin...

    Y t concluyes:

    - Todo lo que somos, podemos y valemos, lo hemos de poner, amados hijos, al servicio del Seor, de quien lo hemos recibido y a cuya gloria se ordena.

    Y finalizas este pensamiento tan franciscano y tan bello con otro no menos serfico:

    - Cuanto existe en este encantador palacio del mundo no tiene otro objeto, despus de la gloria de Dios, que facilitar al hombre en este transcen-dental negocio de su salvacin.

    - Para mayor gloria, pues, de Dios...

    Cuando Francisco de Ass, apenas finalizado el captulo general de 121 (el que tuvo en la humilde Campa de Nuestra Seora de los ngeles, de Ass)

  • enva algunos hermanos a pases de ultramar, su espritu queda intranquilo. Parece como que le queda dentro un desasosiego y dolor grandes. Y desea animarles con su ejemplo. Que un capitn jams de los jamases se queda en retaguardia. De lo contrario, como escribe Santa Teresa:

    - Ni merecen nombre de capitanes ni permita el Seor salgan de sus celdas.

    A Francisco de Ass no le parece correcto que-darse en las trincheras. Y ordena a sus hermanos:

    - Id y orad al Seor para que yo acierte con la provincia donde pueda trabajar para mayor gloria de Dios, provecho y salvacin de las almas, y buen ejemplo de nuestra Religin.

    Gloria de Dios,... salvacin de las almas,... buen ejemplo de la Religin Serfica,... Acaso no es lo que tan insistentemente tambin t nos repites, Padre Luis? A mis hermanas, tus hijas en Colombia, les recomiendas all por el lejano ao de 1923:

    - Deseo que seis muy santas para gloria de Dios, honor de nuestra Congregacin y salvacin de muchas almas que el Seor pondr bajo vues-tra direccin y custodia.

    Y a tus hijos, mis primeros hermanos de Italia, les escribes muy gozoso aos despus, all por la primavera de 1931:

    - Me alegro sobre manera del creciente progreso de esa familia serfica, plantel hermoso que dar,

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  • sin duda, mucha gloria a Dios en Italia y honra a nuestra Madre Congregacin.

    Gloria de Dios,... honra de la Congregacin,... salvacin de las almas,...

    Y para unas y otros, tus hijas e hijos espiritua-les, concluyes tu carta testamento recordndoles algo muy querido a tu corazn:

    - El Seor nos tiene ya trazado, en las Reglas y Constituciones de vuestra Congregacin, el camino que debemos seguir para su glorificacin, salvacin de muchas almas y santificacin de la nuestra.

    Gloria de Dios,... salvacin de muchas almas,... santificacin de la nuestra,...

    Ah!, siempre me ha llamado la atencin que en tus Apuntes sobre mi vida, tu deliciosa Autobiografa (ese canto a la misericordia divina que brilla en la pequeez humana, tu escrito ms franciscanamente bello, con ribetes de Florecillas de San Francisco) hayas encadenado maravillosa-mente bien la gloria de Dios y la providencia divi-na, concluyendo con una loa o suspiro de gratitud a entrambas.

    Si por desgracia, como humildemente comien-zas a escribir, eres ingrato a los beneficios de Dios, que para levantarte siempre te tiende la mano la Divina Providencia, exclamas:

    - Gracias sean dadas al Seor!

    Si el Seor, en su misericordia infinita, te conce-de unos padres muy catlicos, t siempre ponde-

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  • ras las virtudes de tus padres, pues ello redunda en gloria de Dios. Y concluyes:

    - Benditos sean mis Santos Patronos!

    Si narras la especial providencia del Seor para con vuestro convento capuchino de la Magdalena, en Masamagrell (Valencia), refieres la milagro-sa multiplicacin del pan y del aceite para gloria suya:

    - Milagro de la Divina Providencia, exclamas, que debiera consignarse en las crnicas del con-vento de la Magdalena para mayor gloria del Seor!

    Y si refieres la especial intervencin de Dios en la reconciliacin del alcalde y prroco de Alboraya, o en el suministro providencial de pan desde la Punta de Ruzafa al convento de Masamagrell, lo consignas para gloria de Dios. Y dices:

    - Loado sea Dios de quien procede todo bien!

    Y si trasladas la escuela serfica del convento de Orihuela, Alicante, al de La Ollera en Valencia, t confiesas, para gloria de Dios (siempre para mayor gloria de Dios!), que de tal modo movi los corazones su Divina Providencia que nada de lo necesario os falt. Y tambin finalizas con una loa:

    - Sea Dios bendito por todo!

    Y si te ves obligado a partir para Orihuela, aun-que con el corazn lacerado al dejar tan sin apoyo a las dos Congregaciones que, a tu parecer, deban de dar mucha gloria a Dios, lo haces confiado en

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  • que su Divina Providencia las amparara y resul-tara todo en mayor provecho an de las mismas Congregaciones. Y concluyes:

    - Gracias sean dadas al Seor por sus bonda-des!

    Gloria de Dios,... providencia divina,... gratitud humana,... Tres pilares de tu espritu serfico.

    Padre Luis, Venerable Padre Luis, qu claro tie-nes t que todo ha de ser para gloria del Seor! Tu vida, como la de Francisco de Ass, como la de los primeros hermanos menores, hecha de desapro-pio y misericordia, es todo un canto a la providen-cia divina para mayor gloria de Dios y salvacin de las almas.

    Qu claro tienes t que la creacin entera canta la gloria de Dios! Que todo es creado para su mayor gloria, que la gloria del Seor se refleja en la perfeccin de sus santos y que los santos transparentan la gloria de Dios.

    Sin duda una de las races ms profundas de tu espritu serfico, tal vez la fuente encimera de tu espiritualidad de hermano menor franciscano, y por aadidura capuchino, es ese tu reconoci-miento humilde y sincero de que todo es para glo-ria del Seor. Loado seas, mi Seor!, como canta Francisco de Ass, aquel juglar del gran Rey.

    Acabo de presenciar, venerable Padre Luis, una canonizacin all en San Pedro de Roma, en la plaza mayor del mundo, con su columnata del Bernini como los brazos abiertos de un padre gigante, bondadoso, que desea abrazar en su

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  • regazo a todos sus hijos. Los peregrinos hablan de la gloria de los santos, de que antes se colocaba su imagen dentro de la baslica, en la gloria del Bernini. De qu van a hablar, claro, en tan grata jornada! Si hasta el tibio sol del otoo romano se asoma y aplaude la gloria del Seor!

    Se habla de la gloria de los canonizados. De la gloria para sus hijos. Pero lo ms claro es que Dios se refleja en la gloria de sus santos, pues todo, como t bien dijiste en cierta ocasin, Padre, todo es para gloria de Dios. Y hasta la maana del otoo romano, que rompe en luz, acompaa. Que la naturaleza canta la gloria de Dios y el firma-mento pregona la obra de sus manos, como escri-be el salmista. Que tambin t lo recuerdas.

    En la maana romana se dan cita la gloria de Dios, el honor de la Orden, la salvacin...

    Que la gloria de Dios se manifiesta en la humil-dad y gratitud humana!

    - Para mayor gloria, pues, de Dios, y humilla-cin de mi alma...

    Gloria humana!... Cmo podris creer, voso-tros que buscis gloria unos de otros? En cambio quin podra decir, quin podra comprender cun lejos est Francisco de gloriarse si no es en la cruz del Seor? Que es lo que tambin t, Venerable Padre Luis, insistentemente nos repites:

    - Est, amados hijos, muy lejos de nosotros glo-riarnos en otra cosa que en la cruz de Jesucristo. Ammosla y vivamos crucificados con ella para el

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  • mundo, y el mundo para nosotros, como dice el Apstol.

    Y es que en esto, slo en esto, es en lo que pode-mos gloriarnos. Que tambin el Serfico Padre San Francisco lo dice:

    - En todos los dems dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apstol: Qu tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de l, por qu te gloras como si lo tuvieras de ti mismo? Pero en la cruz de la tribulacin y de la afliccin podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro.

    - A l siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amn.

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    4. JUSticia Y MiSericordia

    Apenas llego a Segorbe, la ciudad ducal, saludo a mi buen Padre Luis y tomo asien-to en una sillita de enea en su sencillo des-pacho, le digo:

    - No s por qu, Venerable Padre, pero... me resulta muy difcil poder armonizar en el Seor justicia y misericordia. S, ya s que Dios es paciente porque es eterno y es piadoso porque es omnipotente. Que esto se lo escuch yo a alguien hace muchos, muchos aos y, la verdad, me impresion.

    - Entonces... no crees, pues, que justicia y misericordia se le suponen a Dios Padre con mayor razn que la magnanimidad se le supone a los reyes o la valenta a los soldados?

    - Tal vez tengas razn, Padre, pero no me expli-co, ni nunca me he podido explicar, el sufrimiento de los inocentes, el dolor de los nios o la muer-te de los infantes, an antes ya de haber nacido. Por qu,...!!! Cuando pienso esto, creme Padre Luis, que me duele hasta el aliento, como dice el clsico.

  • S, yo recuerdo aquello de que Dios es paciente porque es eterno, y es piadoso porque es omnipo-tente, pero... por qu un Dios impasible permite el dolor aparentemente sin sentido?

    - Mira, hijo, tal vez la duda sea fruto de la limi-tacin humana, como la crtica suele serlo de la irreflexin y de la inmadurez. Por otra parte no olvides que todo cuanto sucede tiene una explica-cin lgica y natural. Y que para apreciar una rea-lidad en su conjunto no es suficiente con situarse en un punto de mira elevado, es necesario, ade-ms, cambiar frecuentemente de punto de vista, de perspectiva.

    Por lo dems para el creyente acaso el dolor nunca sea irracional del todo. Y hasta tal vez el sufrimiento de los inocentes tenga siempre un sentido. Seguramente pone de relieve la profunda solidaridad del hombre con los dems hombres, sus hermanos. Y del hombre con toda la creacin, tanto en el bien como en el mal. Si conocise-mos la extraordinaria repercusin de cada una de nuestras acciones, an de las ms pequeas, no podramos vivir!, dice Bernanos. Tal vez un dolor, aparentemente sin sentido, pueda ayudar a com-pletar lo que falte a la pasin de Cristo, segn la frase feliz de San Pablo. No crees?

    - Puede ser; puede ser, Padre. Pero, por qu la muerte afrentosa del Hijo inocente de Dios tiene que ser el precio de la redencin? Por qu razn, me pregunto, Padre mo, por qu razn Dios Padre am a los culpables ms que al inocente? Por qu el inocente primognito fue el precio de los segun-dones? Casi nunca en la historia humana es as.

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    - Es verdad que la historia casi nunca se com-porta as. Pero la nuestra (no lo olvides) no es slo una historia humana, es sobre todo una historia religiosa y sagrada.

    - No, si ya s, Venerable Padre Luis, que t unes y armonizas maravillosamente bien justicia y misericordia en el Seor. Y hasta te cuesta muy poco. Mucho ms ahora que habitas los espacios infinitos de luz inmarcesible del sbado eterno.

    - Tal vez. Y tal vez por eso te dije en cierta oca-sin que el Seor nunca nos trata en este mundo cual merecen nuestras culpas, sino que, de tal modo atempera el vino de la justicia con el leo de la misericordia que se cumple lo que dice el profe-ta: Que la justicia y la paz se abrazan.

    Mi Venerable Padre Fundador llega a este punto como quien llega el primero a la meta: satisfecho, radiante, transfigurado. Que los santos son as. Y no se lo podemos discutir. Por eso despaciosamente tengo que asentir con la cabeza a su aseveracin.

    - S, es verdad. Creo habrtelo escuchado ya alguna que otra vez. Y esto me recuerda, le digo, la parbola evanglica del Hijo Prdigo, que ms bien debiera llamarse del Padre misericordioso ya que, como Padre omnipotente, no ejercita la autoridad de la ley, sino la autoridad de la mise-ricordia. El Padre, apoyando sus manos sobre la espalda del hijo extraviado, se funde con l en una bendicin interminable. Y el hijo, descansando en el pecho paterno, recobra una paz eterna. La jus-ticia y la paz se besan, como bien dice el salmista, Venerable Padre Luis.

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    - A m personalmente la escena bblica del Hijo Prdigo me recuerda la actitud misma de mi Serfico Padre San Francisco vistiendo con su propio manto al pobre en la llanada de Ass. Lo recuerdas?

    - S, cmo no, claro que lo recuerdo. Cmo no lo voy a recordar! Y a m me trae a la memoria tu misma actitud paternal imponiendo las manos sobre el anciano Abilio, acartonado y reviejo, en el penal de Santoa all por 1929, o recibiendo a Honorio Maura a la puerta de palacio, luego de aquella su escapadita a Barcelona, o imponiendo la mano a los penitentes en la capillita, oscura y pacificadora, de Nuestra Seora del Claustro en Solsona.

    - Qu quieres que te diga, hijo! Yo creo que quien ama armoniza justicia y misericordia, y las armoniza admirablemente bien. El viejo patriarca, en su encuentro con el Hijo Prdigo, ha convertido su soledad en una soledad infinita; su ira, en una gratitud sin fronteras. Y su estampa, de oros vie-jos, representa el amor y la misericordia divinas con su gran poder de transformar la muerte en vida.

    - La verdad, Padre. Qu bien lo entendi el autor sagrado! Y qu bien lo expres as mismo Francisco de Ass en el abrazo con el leproso!

    - S, creo que te lo indiqu ya en otra ocasin. De todos modos permteme recordrtelo una vez ms. Con qu limpieza de miras lo escribe tam-bin nuestro Serfico Padre San Francisco! Que no haya en el mundo hermano alguno que, por

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    mucho que hubiere pecado, se aleje jams de ti despus de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido misericordia, si es que la busca. Y, si no busca misericordia (le escribe al ministro pro-vincial) pregntale t si la quiere. Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, male ms que a m, para atraerlo al Seor. Y compadcete siempre de los tales.

    - En la tradicin espiritual franciscano capuchi-na es esencial ese talante y aire de familia miseri-cordioso y compasivo. No, Venerable Padre Luis? Que el contemplar a diario la pasin del Seor invita, convida a ello. Crea espritus sensibles y misericordiosos.

    - Es verdad, es verdad. Tienes razn. As es, s.

    Llegados a este punto me parece adivinar que mi Venerable Padre Fundador se remonta imagi-nativamente a los aos dorados de su ministerio inicial y a los aos de su primer sacerdocio por pueblos y barracas de la huerta levantina. Su misericordia, de la que tan ampliamente le dot su Seor, le lleva a la renovacin de las rdenes terceras y a la fundacin de dos congregaciones amigonianas dedicadas ambas a obras de miseri-cordia, naturalmente.

    Yo me quedo pensando que el hombre, por limi-tado y humano, frecuentemente se queda en la virtud moral de la justicia. El Seor, por omnipo-tente y divino, se sita siempre, como Padre amo-roso, en la meta de la misericordia a la que invita a todos los mortales. Y algunas almas elegidas hasta tienen la gracia y el valor de seguirle.

  • Seguidamente mi Venerable Padre Fundador, como en un intento supremo por precisar an ms su pensamiento, me dice piadosamente:

    - Mira, hijo. El rbol de la cruz, que simboliza la justicia por lo recto y largo del tronco y la miseri-cordia por sus brazos, fue el punto cntrico donde convergieron estos dos divinos atributos, para darse el sculo de paz que salv al linaje humano de la muerte eterna.

    Entonces comprend que a la base de lo ms valioso de la persona se encuentra siempre un estrato de profundo sufrimiento y de cruz. En la base del amor se halla siempre una buena dosis de sacrificio. Y la oracin ms penetrante, la que llega mayormente al corazn del Padre, es la de un espritu sufrido y doliente.

    - Por cierto, me dice mi buen Padre Luis, as es, s. Recuerda si no lo que yo escrib en aquella circular que acertadamente has titulado guerra y paz, con motivo de la primera contienda mundial.

    Y mi buen padre Fundador me lee amable-mente: Si puede mucho la penitencia, mayor, sin comparacin, es el poder de la oracin, pues no hay cosa que le sea imposible.

    Y a continuacin, como en un intento por com-pletar su pensamiento, aade: Ella es el canal conductor de las gracias del Altsimo; la escala de Jacob por donde suben nuestras splicas al cielo y vuelven despachadas favorablemente; la llave que abre el seno de la misericordia de Dios y el poder que sostiene el brazo de su justicia.

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  • Y, como sin querer, nuevamente me pone de manifiesto el equilibrio y la armona de que gozan la justicia y misericordia divinas.

    Naturalmente que mi buen Padre Luis Amig tiene bien asimilado, por su sentido tan francis-cano y providente de la vida, que Dios es el Padre justo y misericordioso, lento a la ira y rico en misericordia y piedad.

    Por otra parte los religiosos de la restauracin, y mi buen Padre Fundador fue uno de ellos, esta-ban como anclados en la presencia divina. Eran sumamente pobres y gozosos, y vivan el senti-do penitencial como en su ambiente. Por eso no me extraa ese su sentido equilibrado de la vida, ese su estilo piadoso y paciente, ese su gozo en el espritu.

    Algunos de los devotos del Padre Luis toda-va recuerdan con qu entusiasmo invitaba a los hermanos a que celebrasen franciscanamente el amor del Padre para con el mundo, el cual nos ha creado, nos ha redimido y por su sola misericordia nos salvar. Y con qu gozo les recordaba que el plan divino, al hacernos sentir su justicia, es bien manifiesto, pues Dios aflige y atribula a los pue-blos cuando se apartan de l; pero les acoge, cual padre amoroso, si, arrepentidos, le invocan.

    Yo no puedo por menos de reconocer en la espiritualidad de Luis Amig ese extraordinario equilibrio entre la justicia y la misericordia; ese su sentido para reconocer y armonizar ambos atributos en Dios; ese su acatamiento a la volun-tad divina. Ciertamente que el dilogo no me deja

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  • totalmente satisfecho. Y una y otra vez viene a mi mente el sufrimiento de los inocentes, el dolor de los nios, la muerte de los infantes, aun de los no nacidos. Y hasta me pregunto: Qu sentido tiene el dolor de los extraviados de nuestros cen-tros de reeducacin, an antes de haber podido iniciar el sendero de la vida? Y me hace exclamar: Por qu!!! Pero es evidente que el Venerable Luis Amig a mi pregunta desgarrada no puede ofrecer respuesta satisfactoria por va de razn, y hasta por va de fe resulta un tanto incomprensible, por lo menos como gua de peregrinos.

    Y mi Venerable Padre Luis Amig tambin esta vez se retira, como siempre, con un semblante de misericordia y bondad extraordinario. Semblante que refleja una expresin azul, conformada, como la suelen mostrar los ancianos que son piadosos y buenos. Semblante que es un trasunto de la feli-cidad y de la gloria. Pero, vaya usted a saber por qu, concluye con una jaculatoria que es como un suspirillo de alivio:

    Bendito sea Dios, justo y misericordioso!

    Yo me acord entonces, en aquel momento solemne de la despedida (y ve t tambin a saber por qu) del salmo 84:

    La justicia y la misericordia se abrazan...

    Cuando abandon el palacio episcopal era ya de noche y haba comenzado a enfriar. Brillaban algunas estrellas en el limpio cielo azul. Y la ciu-dad gozaba de esa paz virgiliana de que suelen gozar las ciudades medievales al comenzar a oscurecer.

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    5. criSto eJeMPlar Y Modelo

    Por cierto, Venerable Padre Luis, que nuestro serfico Padre San Francisco es una perso-na sumamente entusiasta. S, endiosada, transfigurada, dira yo.

    Qu santo entusiasmo el suyo! Qu ardor imprime a su palabra! Con qu gozo invita a sus hermanos, incluso a las avecillas del campo, a convertirse en adoradores del Padre! Toms de Celano, su mejor bigrafo, dice que al encontrarse el Serfico Padre en presencia de muchas flores, les predicaba, invitndolas a adorar al Seor, como si gozaran del don de la razn.

    - Desde luego, hijo mo, desde luego que as es, s, por extrao que nos pueda parecer. No olvides que Francisco es una persona sumamente afecti-va. Al menos as nos lo ha transmitido la historia. Tiene alma de poeta provenzal. Se ha formado en las tierras de la Umbra, en la campia de Ass. Francisco, a las primeras luces del alba, canta las laudes ante el Cristo de San Damin. Y en la Foresta Umbra pasa el da contemplando las maravillas de su Seor. Y esto resolea el espritu, crea almas sensibles. No lo crees as?

  • - A propsito de laudes en la iglesita de San Damin. Recuerdas, Padre Luis, cuando el serfi-co Padre exclamaba?: Oh, cun glorioso es tener en el cielo un padre santo y grande! Oh, cun santo es tener un tal esposo, consolador, hermoso y admirable! Oh, cun santo y cun amado es tener un tal hermano y un tal hijo, agradable, humilde, pacfico, dulce, amable y ms que todas las cosas deseable, Nuestro Seor Jesucristo! El que dio su vida por sus ovejas y que or al Padre por nosotros.

    Lo recuerdas, Padre Luis?

    - Cmo no, claro que lo recuerdo. Qu maravi-lla de texto trinitario! Aunque el pasaje no es del Oficio de la Pasin, como pudiera parecer en una primera impresin. Pero no, es de su Carta a los Fieles. Ms que oracin propiamente dicha es una invitacin cordial a la plegaria.

    De todos modos por el texto fcilmente com-prenders que la espiritualidad de nuestro Serfico Padre es una espiritualidad trinitaria, fundamen-talmente elaborada sobre textos bblicos. Y muy cordial, es verdad, eso s.

    - Perdona, Padre Luis, pero yo siempre cre que la espiritualidad franciscano capuchina y amigo-niana, es una espiritualidad esencialmente cristo-cntrica, mucho ms que trinitaria. Y, por lo que veo, no es as. Podras explicarte mejor, Padre?

    - Desde luego, desde luego que s. Toda espi-ritualidad cristiana, y por aadidura catlica, es trinitaria y, al mismo tiempo, cristocntrica. Que si no fuera as no sera verdadera espiritualidad.

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    Por eso las espiritualidades, todas, coinciden en la vida trinitaria y convienen en admitir la prima-ca moral de Cristo. Sin embargo hay variedad de aspectos, aunque no esenciales, sino ms bien accidentales, que concretan matices, formas y modalidades con que Cristo es vivido como centro en cada una de ellas.

    - De tus palabras, Padre Luis, deduzco que el cristocentrismo es algo esencial, pero no exclusivo, de nuestra familia serfica. O me equivoco?

    - Oh, no, no, no! Efectivamente, as es. Yo creo que es as. Y en esa perspectiva es preciso contem-plar la devocin que la espiritualidad franciscana ha profesado siempre a la humanidad de Jess, especialmente en el misterio de su nacimiento y de su pasin...

    - Y centrada, adems, en la devocin a su san-tsimo nombre, a su sagrado corazn, a la euca-rista, y a su preciossima sangre...

    - S, as es; e incluso a la realeza de Cristo, no lo olvides. Por lo dems la espiritualidad francis-cana no es slo, no puede ser slo, inteligencia y corazn. Sobre todo est hecha de vida, es vida.

    - Ahora comprendo, mi venerado Padre Luis, por qu el comportamiento del alma franciscana para con Cristo no se limita en realidad al aspecto devocional, sino que impregna toda la teologa y vida franciscanas y se manifiesta en el seguimien-to fiel de Cristo, en su imitacin amorosa y en la identificacin mstica con l.

  • Permteme que te diga, Padre Luis, que posees una rara habilidad para descender de la pater-nidad divina, como adoradores del Padre, a la fraternidad humana en que Cristo se presenta como ejemplar y modelo de nuestras vidas. Ahora comprendo, Padre Luis, por qu en tus escritos insistes tanto en el seguimiento de Cristo pobre y crucificado, en la imitacin de Cristo y en el Cristo redentor, ejemplar y modelo.

    - S, s. Has sintetizado muy bien. Y por eso yo os escribo en cierta ocasin que Dios, para nues-tro rescate y libertad, no dud en entregar a su Hijo que, con su ejemplo, doctrina y muerte de cruz, nos condujese a la gloria, verdadera tierra de promisin.

    - Ah!, por lo que veo entiendo que nuestra espi-ritualidad que, segn dices, es vida no concluye aqu. Que t sacaste unas consecuencias. Y tal vez por esto nos escribes asimismo: Siguiendo, pues, el espritu y las huellas de nuestro Seor Jesucristo y de su fiel imitador Nuestro Padre San Francisco... procuremos en lo sucesivo ser mode-los y ejemplares de virtud, y con palabras y obras atraer muchas almas al Seor, para que resplan-dezcan las nuestras como estrellas en la gloria.

    - Claro, claro, que el espritu ni es, ni puede ser, algo etreo, no. Es algo esencial al ser humano para poder comprender el sentido del mundo y de la vida en una cierta perspectiva. Adems anima, vivifica e impulsa a la persona a desarrollarse en ese contexto y a obrar en esa precisa direccin.

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  • - Carsimo Padre Luis. Una vez ms veo que aprecias las realidades con certera precisin. Que cuanto ms alto se planea se aprecian mejor las cosas y ms estabilidad manifiesta la persona. A propsito. Por qu nos presentas como modelo de seguimiento e imitacin un Cristo doliente, peni-tente y crucificado?

    - Muy sencillo. Yo dira que es evidente.

    - Para ti, que ves todo desde arriba, no lo dudo. Ser evidente, s. Pero, creme, que para m no lo es tanto. Y hasta me resulta un poco confuso.

    - Pues, me manifiesta el Padre Luis, porque el Cristo franciscano, y por aadidura capuchino, es un Cristo ejemplar y modelo de desapropio, de despojo y de sufrimiento. Pero es un Cristo vital y cordial. Y sobre todo amable, sumamente amable. Es la imagen de un Dios amante hasta la cruz! Quin nos podr apartar, hermanos, del amor que Cristo nos profesa?, dice el Apstol.

    - Desde luego que la fraternidad, aun con la creacin entera, le digo, es una de las notas ms brillantes de la espiritualidad franciscana, que por eso prorrumpa San Francisco en una eclosin de gozo espiritual: El seor me dio hermanos, aleluya!

    - S, y por eso tambin san Buenaventura, bi-grafo y gran conocedor de Francisco, pudo escri-bir: Como la piedad del corazn lo haba hecho hermano de todas las dems criaturas, as la cari-dad de Cristo lo volva ms intensamente an her-mano de quienes llevan en si mismos la imagen del Creador y han sido redimidos por la sangre del Redentor.

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  • - S, y el mismo san Buenaventura dice que Francisco a todas las criaturas las llamaba her-manas, como quien haba llegado ya a la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

    - Bueno, Venerable Padre Luis, pero aun no me has contestado, al menos claramente, por qu nos presentas como ejemplar y modelo a un Cristo cru-cificado, redentor, obediente y sumiso.

    - Bueno, pues porque tal vez ese era el signo de los tiempos de entonces; porque la formacin franciscana -y t lo sabes muy bien- se transmite por contagio, por smosis, vitalmente; porque la formacin va en la direccin de robustecer la voluntad, y para ello nada mejor sin duda que acentuar las virtudes llamadas pasivas; incluso por necesidad, que ms de una virtud ha brotado por esa vereda. Y ve t a saber por qu! Adems de que hay realidades (entre ellas las de la fe) que aceptamos por gracia, sin ms. Que no es cues-tin de estar con el porqu en los labios hasta la tarde del juicio final. Vamos, as lo pienso yo.

    - Comprendo, comprendo. De ah tu forma de proponer el modelo y deducir luego las consecuen-cias, no? Y el modelo y ejemplar es Cristo, natu-ralmente. Por eso nos dices que quiere el Seor que le sigamos cargados con nuestra cruz, smbolo de la mortificacin y de la penitencia. Camino que l quiso seguir tambin para entrar en su Reino, a fin de estimularnos con su ejemplo.

    Y en otra ocasin te preguntas: Pero, en qu y cmo hemos de seguir a Jesucristo?

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    Y a rengln seguido te respondes: En la nega-cin de nosotros mismos y cargados a su ejemplo con nuestra cruz. Que as nos lo dice tambin l mismo por san Mateo: El que quiera seguirme, niguese a s mismo, tome su cruz y sgame.

    Y, mientras yo recordaba estos textos de mi buen Padre Luis, l me miraba como con cierta delicia y comprensin, pero no me deca nada, pues es sabido que siempre resulta embarazo-so por dems escuchar citas o elogios sobre uno mismo. Que en esto de la humildad fue siempre muy cuidado el Venerable Padre Luis.

    Por lo dems presentar a Cristo como mode-lo y ejemplar, para sacar luego las lgicas conse-cuencias, fue falsilla muy usada durante siglos. De todos modos no puedo retirarme de nuestro dilogo sin que me venga a la mente aquella cita de mi buen Padre Fundador: Era necesario que el Salvador del linaje humano se constituyese en su ejemplar y modelo, ensendole prctica-mente el camino del cielo, que por eso este divino Libertador quiso morar entre nosotros treinta y tres aos y constituirse nuestro gua para ense-arnos, con la doctrina y ejemplo, la prctica de las virtudes necesarias para salvarnos.

    Por lo dems ya se sabe que la espiritualidad franciscano capuchina se transmite por conta-gio, con el trato, vamos, y que el ejemplo es el mejor predicador, y cuya fuerza de persuasin es irresistible.

    Que as lo deca tambin el Venerable Padre Luis.

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    6. SegUiMiento de criSto

    Yo, Fray Luis de Masamagrell o Luis Amig, que es lo mismo, te dije en cierta ocasin que Cristo es el principio, camino y meta de la vida religiosa.Y que la esencia de la consa-gracin es el seguimiento de Cristo. Ms an, te coment que la esencia de la vida religiosa consis-te en configurarse con Cristo, con su ser y con su obrar.

    S, ya s que esto se dice pronto. De un envi-tn, como aseguran all por tu tierra castellana. Casi sin respirar. Como se dice algo serio, vamos. Pero para que las verdades sean operativas, por mayor carga de evidencia que en s mismas encie-rren, no es suficiente con pensarlas, ni con creer-las, ni siquiera con decirlas. Es necesario vivirlas, crearlas y recrearlas una y muchas veces, cons-tantemente. Es necesario encarnarlas, como deci-mos hoy.

    Ah! Que si el seguimiento de Cristo es algo propio y especfico de nuestro espritu amigonia-no, me preguntas? Pues no ms de lo que pueda ser la luz para el resto de los mortales. El segui-miento de Cristo es algo comn a todos los cris-

  • tianos. Su mismo nombre as lo indica. Lo propio y especfico nuestro es nicamente la sfumatura, como dicen los italianos, los matices y el estilo de seguimiento. Comprendes?

    Lo nuestro es el seguimiento del Cristo total, a la letra, sin glosa, al modo como lo sigue Francisco de Ass. Un seguimiento del Cristo doliente, compasivo y misericordioso. Seguimos las huellas de un Cristo obediente, pobre y humilde. Que por algo os escribo yo, creo que al comienzo de las primeras Constituciones -no lo recuerdo con precisin, hace ya de esto tanto tiempo!- pero, s, creo que os escrib:

    - Siguiendo el espritu y las huellas de nues-tro seor Jesucristo, y de su fiel imitador san Francisco, servirn al Seor en vida mixta, tanto ms perfecta que las otras, cuanto es ms confor-me con la de Nuestro Seor Jesucristo.

    Tambin por eso mismo yo, Fray Luis de Masamagrell, como Pablo de Tarso o como el Serafn de Ass, nunca me preci de saber cosa alguna sino de seguir a Cristo y Cristo crucificado. Porque, como se pregunta Toms, el de Celano, quin podra expresar, quin entender siquiera cmo se gloriaba el Serfico Padre nicamente en la cruz del Seor?

    Por eso recoge muy bien los matices del segui-miento de Cristo nuestra Regla y Vida cuando manifiesta:

    - Siguiendo a Jesucristo, a ejemplo de san Francisco, estn obligados a practicar ms y

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  • mayores cosas..., y deben negarse a s mismos, como cada uno ha prometido al Seor...

    Pues as debe de ser, creo yo, ya que prosigue nuestra Regla y Vida:

    - Dejando de lado todo cuidado y toda preocu-pacin, de la mejor manera que puedan debern esforzarse por servir, amar, y honrar al Seor Dios con corazn limpio y mente pura, ya que as lo quera y practicaba tambin nuestro Serfico Padre. No te parece?

    A propsito, un seguimiento a la letra, sin glosa, significa un seguimiento pleno y total en pos de las huellas del Seor. Vamos, al menos es lo que a m me parece. Que por eso manifiesta tambin nuestra Regla y Vida:

    - Ninguna otra cosa deseen sino a nuestro Salvador que se ofrece a s mismo en el ara de la cruz, como sacrificio y hostia mediante su sangre por nuestros pecados, dejndonos ejemplo para que sigamos sus huellas.

    Por algo cuando los hermanos se renen en asamblea fraterna -en aquellos deliciosos Captulos de las Esteras en la campa de Ass!- buscan primeramente el reino de Dios y su justi-cia, se exhortan entre s sobre el modo de observar mejor la Regla que han prometido y se animan a seguir fielmente las huellas de Nuestro Seor Jesucristo. Que la fidelidad en el seguimiento de Jess se cifra en los detalles. Y la perfeccin se justiprecia por el acabado de la obra artstica.

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  • Es posible que alguien confunda lo importante con lo principal, y que piense en la soledad de su interior que los detalles son de escaso valor, pero no es menos verdad que, si no se aprecia suficien-temente el detalle, la esencia se la lleva el viento o, por mejor decir, no pasa de ser un ente intelec-tual sin la menor consistencia. Cuando en la vida religiosa se van quitando los detalles, dijo alguien, con el pretexto de que son accidentes, al final no le queda esencia ni para los funerales.

    Por eso te coment en cierta ocasin que nos dice el Seor: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

    Y la perfeccin de la obra se aprecia en los detalles de la misma. Que lo dems, me parece a m, no son ms que ganas de bajar el listn de las exigencias y no dar la talla. Casi seguro que en aquel momento solemne me record yo de cuando el Serfico Padre est escribiendo su Regla y Vida en Fonte Colombo, cerca de Rieti, y se le presen-tan el hermano Elas y los Ministros Provinciales temerosos de que redactara una nueva Regla demasiado estrecha. Entonces, el bienaventurado Francisco levanta su rostro hacia el cielo y le habla a Cristo as:

    - Seor, no dije bien que no te creeran?

    Y en lo alto se escucha la voz del Crucificado que responde:

    - Quiero que esta Regla sea observada a la letra, a la letra, a la letra; sin glosa, sin glosa, sin glosa.

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    Con anterioridad te dije yo, Fray Luis de Massamagrell, que seguimos las huellas de un Cristo obediente, pobre y humilde. Y as debe de ser para la familia amigoniana, pues nuestra espi-ritualidad, por sus profundas races franciscanas, capuchinas y terciarias, presenta unos matices y connotaciones marcadamente penitenciales. Por eso en cierta ocasin en que mis hijas de Yarumal, en Colombia, me piden consejo para la formacin de las religiosas, les escribo:

    - Nuestro Instituto, rama del tronco franciscano y por aadidura capuchino, debe de estar basado en una profunda humildad, una obediencia ciega y una total pobreza.

    La verdad, yo ya s que esto no es cosa que se lleve hoy y que mi corazn de padre me tira-ba entonces por otras veredas, pero la coherencia de hijo no me deja apartarme de ese marchamo marcadamente penitencial de noble ascendencia franciscana. Que bien sabe el Seor que yo, como todo buen padre que se precie, para mis hijas e hijos espirituales siempre quise lo mejor en esta vida y el gozo del Seor en la otra.

    Estos matices de abnegacin y de anonada-miento, que tan profundamente marcan la vida y existencia de nuestros conventos capuchinos en el seguimiento de Cristo, es sin duda una de las notas que hacen amable el hbito franciscano por nuestras huertas y campias levantinas. Oh!, perdona, hijo, pero es que a mi edad el sentimien-to se sobrepone a la razn. No obstante para m el hbito y la sandalia capuchina siempre fueron

  • un signo evidente de pobreza y consagracin que, por lo dems, asimismo lo recoge nuestro derecho particular. Seguramente que por eso os escrib:

    - Nos hemos de ganar el cielo con nuestras obras llevando la cruz en seguimiento de nuestro divino Redentor, como l mismo nos lo dice: El que quiera venir en pos de M, que tome su cruz y que me siga.

    Por lo dems tambin mi serfico padre san Francisco lo quera as, y as tambin lo subraya en sus predicaciones:

    - Esfurcense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de nuestro Seor Jesucristo y recuerden que nada hemos de tener en este mundo sino que, como dice el Apstol, estemos contentos teniendo qu comer y con qu vestirnos. Porque, quin ms humilde que el Serfico Padre, que fue humilde en su hbito, ms humilde en los sen-timientos, humildsimo en el juicio de s mismo, como manifiesta el de Celano? Pues este prncipe de Dios no se distingua cual prelado sino por esta gema brillantsima: que era el mnimo entre los menores.

    Ah!, creo yo, Fray Luis de Masamagrell, que asimismo te indiqu ya con anterioridad que seguimos las huellas de un Cristo doliente, compasivo y misericordioso. Todas las rdenes franciscanas manifiestan unas connotaciones populares por cuanto estn sumamente conecta-das con la vida fraterna y popular, en la que se ejercitan en vivir las obras de misericordia con el espritu de las bienaventuranzas. Y nuestra rama

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    amigoniana participa particularmente de estos mismos caracteres.

    Esto me recuerda a m una de las etapas ms deliciosas de mi vida religiosa. Me refiero, natural-mente, a mi etapa como Comisario de las rdenes Terceras. Ese afn por preparar a los hermanos a bien morir; ese recoger a los hurfanos en asi-los; ese asistir a los enfermos a domicilio; ese ensear a los nios en escuelitas nocturnas; ese recoger en los buzones de las iglesias buenas lecturas para los presos y enfermos; ese reunir ropas para cubrir al desnudo... no eran sino otras tantas formas de vivir las obras de misericordia en clave franciscana y con el estilo gozoso de las bienaventuranzas.

    Y es que los franciscanos seguimos a un Cristo misericordioso, lento a la ira y rico en piedad. Y es que nuestra espiritualidad -como la de Francisco de Ass, a quien dot el Seor de un espritu gene-roso, clemente y compasivo- presenta connota-ciones de comprensin, sensibilidad y benignidad extraordinarias, impresionantes.

    Por eso, cuando quiero dotar de una finalidad a mis dos Congregaciones, oro insistentemente al Seor, realizo las consultas necesarias, reflexio-no serenamente, y, sobre todo, me dejo inspirar por una espiritualidad del seguimiento literal de Cristo Buen Pastor, misericordioso y compasivo. Y creo que, como a Francisco de Ass, tambin a m el Altsimo en persona me revela que debo vivir segn la forma del santo Evangelio. Y yo as lo escribo sencillamente y en pocas palabras, y el

  • seor papa Len XIII me lo confirma posterior-mente.

    Reconozco que en nuestros das, y por lo que se refiere al seguimiento literal de Cristo, tal vez acentuis un poco en demasa los rasgos festi-vos sobre los penitenciales. Seguramente que en el Cristo total hoy subrayis mucho ms la dimensin eucarstica y sacramental que no la de memorial de su pasin. Pero no resulta menos arriesgado supervalorar el carcter de banquete sobre el de sacrificio. Que toda celebracin es el colofn lgico y natural de un empeo y trabajo felizmente concluido.

    He comenzado recordndote que el seguimiento es un configurarse con Cristo, con su ser y con su obrar. Y que la esencia de la consagracin es el seguimiento. Que yo, al menos, as lo entend siempre. Y por eso en cierta ocasin os escrib:

    - Por ser l la verdad eterna que no puede engaarse ni engaarnos, siguiendo sus pasos estaremos seguros de no andar entre las tinieblas del error, pues l mismo dijo que quien me sigue no camina en tinieblas, sino que tendr la luz de la vida.

    En seguimiento y alabanza de Cristo. Amn.

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    7. iMitacin de criSto

    En nuestra ltima conversacin, mi Venerable Padre Luis, me hablaste de la espiritualidad como seguimiento de Cristo. Permite mi osada, Padre, pero... No es lo mismo seguimiento de Cristo que imitacin de Cristo?

    - Es una buena pregunta, s, responde a mi interpelacin el bueno del Padre Luis. Pues la dife-rencia, si es que la hay, no puede ser demasiado profunda. El mismo San Agustn, el ms brillante de los padres de la iglesia latina, en cierta ocasin se pregunta: Qu es, pues, seguimiento sino imitacin?

    Por esto creo que la diferencia no puede ser demasiada. De todos modos la idea de seguimiento ofrece unas connotaciones ms dinmicas y comu-nitarias. La de imitacin, en cambio, muestra unas connotaciones ms estticas, individualistas y de evidente trasfondo asctico y moral. Al menos ese matiz diferencial aprecio yo.

    Por otra parte seguimiento e imitacin se han venido acentuando, con mayor o menor insisten-cia, segn las determinadas pocas histricas lo requeran. En la Baja Edad Media, y an en los

  • comienzos de la Edad Moderna, en que se acen-ta la huida del mundo y el exacto cumplimiento del propio deber como base de una espiritualidad personal, preferentemente se subraya la idea de imitacin. Hoy, ms dados a una idea optimista y comunitaria de la vida, se habla sobre todo del seguimiento de Cristo. El seguimiento presenta la imagen del camino y la vereda. La imitacin, la figura de la fuente o el espejo. Tal vez ambas realidades no sean exactamente idnticas, pero s equivalentes.

    - A propsito, opino, es curioso observar que el evangelio hable preferentemente de seguimiento de Cristo. Pablo de Tarso, en cambio, que de datos histricos elabora su propia teologa, propende ms a la imitacin. Por qu crees, Padre Luis?

    - Cierto, cierto. As se expresan, s. Y an se aprecian otros matices diferenciados ms.

    Cristo invita a su seguimiento personal: Ven y sgueme. Quien desee seguirme, cargue con su cruz y me siga.

    Pablo, por su parte, invita a la imitacin de su persona: Os ruego que seis mis imitadores. Sabis cmo debis imitarnos.

    A lo ms aconseja o recomienda: Sed imitado-res mos como yo lo soy de Cristo.

    Posiblemente el seguimiento postule la presen-cia de Jess. En la primitiva iglesia, en cambio, arraiga mayormente la idea de imitacin.

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    - Venerable Padre Luis, en Francisco de Ass, tal vez por provenir su espiritualidad del Cristo total, si bien por va de San Pablo, prevalece sobre todo la idea de seguimiento. No es as?

    - Puede ser, s, puede ser. Si bien no lo s a ciencia cierta. Pues el seguimiento en l se hace imitacin al detalle, porque quin podra des-cribir dignamente con qu fidelidad y semejan-za trata de imitar la vida mortal de Cristo! Todo su empeo, tanto en pblico como en privado, se dirige a esto: a renovar en s mismo y en los dems las huellas de Cristo, por desgracia cubier-tas u olvidadas. Que as al menos se expresa un tal Ubertino de Casale.

    No obstante s hay que decir que no se trata de una imitacin servil, de las formas no ms, no. Es una imitacin interior, de las actitudes. De tal modo que, cuando abre los evangelios, Cristo le revela claramente que, como le ha imitado en las acciones de su vida, as tambin debe de configu-rarse con l en los sufrimientos y dolores de su Pasin, lo que cumple fielmente antes de salir de este mundo, segn lo narra San Buenaventura.

    - Sea como fuere, lo cierto es que en las pos-trimeras de la Baja Edad Media, no s si acierto a expresarme bien, Padre, se vuelve a una espiri-tualidad ms de imitacin, de silencio, de soledad, de concentracin; a una espiritualidad de mayor desapego del mundo, de encuentro sincero consi-go mismo y con el Seor. Yo dira que se vuelve a una espiritualidad de repliegue, vamos.

  • - Tienes razn, s, me asegura mi buen Padre Luis Amig. Posiblemente fuera por el contexto histrico religioso de la poca. Se haba desequili-brado razn y fe. Se daba un cierto distanciamien-to entre la ciencia y la creencia. Haba inflacin de lo intelectual y especulativo en detrimento de la fe. Como reaccin, naturalmente, se pretende no tanto entender cuanto vivir, y vivir en fe y fideli-dad. Se da, al menos entre los catlicos, suprema-ca de la voluntad sobre la razn y la inteligencia. Y se prefiere lo claro y sencillo a lo tortuoso e intrincado. En una palabra, que tiene ms y mejor cartel el monje y el asceta que no el telogo.

    - A propsito, en esta poca ve la luz el librito De La Imitacin de Cristo, del conocido monje alemn Toms de Kempis. Es un librito delicioso, fenome-nal para la poca en que se escribe. Ha formado a generaciones de religiosas y religiosos hasta ayer mismo, como quien dice. Lstima que ste fuera un librito escrito por un monje y para los monjes! Promueve una espiritualidad de corte ms bien voluntarista y de dimensin meramente personal e interior. Hay que comprender, es verdad, que el carcter colectivo de la cristiandad medieval haba abierto ya entonces paso a un inters por la indi-vidualidad de cada uno de sus componentes.

    - S, es un librito que propende a un desape-go del mundo, desapropio de s mismo y a pre-sentar al hombre como morada de Dios. Acenta la dimensin asctica en la vida del creyente. Considera que es necesario un proceso de puri-ficacin y de ascensin para poder estar en el mundo sin ser del mundo. El librito, digmoslo

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    claramente, es de camino, no de llegada, no de meta.

    - Hablas, Venerable Padre Luis, del Kempis De La Imitacin de Cristo como quien lo conoce bien...

    - Claro, claro que s. Y es que el librito (que por otra parte es una joya de la asctica cristia-na) antes lo leamos todos los das del ao duran-te el desayuno o colacin, lo que, dicho sea con el mayor de los respetos, parece ser que tambin formaba parte de esta asctica de la voluntad. De todos modos De La Imitacin de Cristo que, como te digo, leamos todos los das en comn y El Combate Espiritual, de Lorenzo Scpoli, que con frecuencia lemos en comn, como lectura espiri-tual, ambos libros marcan a numerosas genera-ciones de religiosos.

    - De capuchinos tambin?...

    - Por supuesto, tambin de capuchinos. Y tal vez nos marcan an ms que a otras rdenes y congregaciones religiosas. A ese espritu asctico, voluntarista, De La Imitacin de Cristo, se viene a sumar ese otro espritu caballeresco, andante, del Combate Espiritual y a los capuchinos, que por esas fechas acertamos a pasar por all (pues vimos la luz en dicha poca asctica y caballeresca) nos toc de lleno.

    La minoridad, la negacin de s mismos, el desa- propio y la pobreza como asctica recogen unas connotaciones de que careca, ciertamente, la espiritualidad amable del desprendimiento, la ale-

  • gra y la libertad interior franciscanos. Al menos, Francisco, y sus Penitentes de Ass, no lo haban entendido as.

    - Perdona, Venerable Padre Luis, que volva-mos sobre De La Imitacin de Cristo, de Toms de Kempis, y sobre El Combate Espiritual, de Lorenzo Scpoli. T, que los conoces bien, puedes indi-carnos cules son sus temas ms importantes y recurrentes?

    - El primero de ellos es muy dado a exponer la vanidad del mundo, la falsa felicidad, la radical pobreza de los bienes sensibles, la huida del amor propio y de los afectos desordenados. Asimismo propugna la libertad interior, el abandono total en Dios, la gratuidad de la gracia, la paciencia, la oracin,... la Eucarista... Por lo dems los temas nunca son tratados en sentido meramente mora-lizador, sino como camino para la imitacin de Cristo y la unin con Dios. Por esto te indiqu ya anteriormente que es libro de camino, no de llega-da. En pocas palabras, el libro De La Imitacin de Cristo hace una apologa del silencio, de la sole-dad y la concentracin, que llevan al despego del mundo y al encuentro consigo mismo y con Dios.

    - Y el libro del Combate Espiritual?

    - El ttulo mismo lo indica. Es... eso, un libro centrado en la imagen del caballero y en las armas espirituales para la guerra. Armas segursimas y siempre muy necesarias para la victoria final, segn su autor, cuales son la confianza en Dios y la desconfianza en uno mismo, el ejercicio y la

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    oracin. Seguramente sus fuentes encimeras se encuentran ya en San Pablo.

    Y, qu firmeza no ponan nuestros maestros espirituales en acentuar lo de combate, lo de caba-lleros, y lo de las armas para la guerra! En esto no haba Pablo que les igualase. Con lo contrario que a todo esto era nuestro Serfico Padre, ya ves! Y a estas armas aadan nuestros formadores las de la modestia, la humildad, la pobreza,... y no s cuantas ms. Qu te parece?

    - Y t crees, Padre, ahora que todo lo ves claro y como en espejo, en la bondad de dichos libros?

    - Perdona, hijo, pero aqu arriba no me per-miten hablar mal de nadie, menos todava de los ausentes. Que a esto se llama hombra de bien. Y no lo har porque ambos libros intencionalmente iban dirigidos a preparar imitadores y soldados de Cristo. Y su intencin primera era buena, buen-sima. Y a m, personalmente, me hicieron mucho bien. Me sellaron y me marcaron profundamen-te. Tal vez su mayor defecto no se encuentre en ambos libros, muy buenos en s mismos, sino en el excesivo relieve que les otorgaron nuestros for-madores, muy superior al que fuera de desear.

    De todos modos comprendo que son libros que provienen del mundo monacal, tienen como des-tinatarios a monjes y son compuestos en un con-texto histrico religioso de finales de la Baja Edad Media, sin duda muy diferente al contexto actual.

    - Entonces...

  • - S, ya s lo que me quieres decir, lo que me vas a preguntar: Entonces... Por qu t, y por tu mediacin tus hijos espirituales, hemos recibido una espiritualidad con tantos matices monsticos?

    Pues, y te respondo, porque cada uno es hijo de su tiempo y padre de sus hechos. Desde luego la espiritualidad que yo recib, y seguramente voso-tros tambin en los primeros tiempos, no era una espiritualidad que ayudase demasiado a iluminar vidas activas que tienden a llenrsenos de rui-dos y de palabras, de imgenes y de sonidos; en un mundo que propende a la dispersin ms que a la interioridad, a la manifestacin ms que al recogimiento... a la exposicin ms que a la vida interior. De todos modos el ejercicio de la voluntad nunca viene mal, no te parece?

    - Por supuesto, por supuesto, respondo a su pregunta. Que ahora me explico por qu tan pater-nal y amablemente nos aconsejas: Por imitar a Jesucristo quisieron los santos vivir ocultos y aun despreciados del mundo; reputaron por basura las riquezas terrenales; amaron la soledad, el silencio y el retiro.

    - Seguro que este pensamiento lo hubiera fir-mado y rubricado con sumo gusto Toms de Kempis y, por supuesto, no hubiera desentonado en su libro De La Imitacin de Cristo.

    - Desde luego. Cierto. Pero tambin es verdad que al inculcar la imitacin de Cristo yo propend a una imitacin interior, de la oracin, la gracia y la virtud. Recuerdas cuando os dije: Podemos con toda confianza llegarnos a Dios en la oracin

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  • y llamarle padre, seguros de no ser rechazados, porque nos mira en Jesucristo, su Unignito Hijo, de quien el cristiano viene a ser una copia, por la gracia que lo justifica y las virtudes que a imita-cin suya lo santifican?

    - Est bien, est bien...

    - De todos modos (y te lo dice un padre que, como comprenders, ha de tener ms inters que nadie por sus hijos) la espiritualidad de la imita-cin de Cristo es uno de los caracteres de la nues-tra, si bien reconozco que en cada poca y en cada circunstancia histrica se ha de acompasar la imitacin y el seguimiento de Cristo al paso de la gracia y al andar del Maestro.

    Perdona, hijo. La frase no es de ningn santo padre, ciertamente; pero no me dirs que no me sali brillante y hasta redonda, al menos por esta vez, eh? Y, dejando escapar un leve suspiro Ay, Jess, me dijo:

    - Hasta la prxima!

    - Hasta la prxima, pues, Padre!

    Hago a mi buen Padre Fundador, pues, un vago saludo de adis con la mano y abandono el pala-cio. Bajo la carretera Sagunto-Burgos y me diri-jo, como tantas otras veces, a Autobuses. No hay nadie ya por la calle. La calle est desierta. Segorbe es una ciudad fresca y tranquila. Especialmente en las ltimas horas de una tarde de invierno.

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    8. criSto nUeStro redentor

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    Venerable Padre Luis, yo creo que la espi-ritualidad De La Imitacin de Cristo y del Combate Espiritual del captulo anterior nos lleva de la mano a la contemplacin amorosa de Cristo Nuestro Redentor. No te parece, Padre? Y es que este tema entra por su propio pie, como por derecho propio, vamos, en la teologa de la cruz. Pues sin derramamiento de sangre no hay redencin, segn el aforismo clsico.

    - As es, s, claro, me replica el Venerable Padre Luis. Que por esto se pregunta Toms de Celano, refirindose a la actitud del Serfico Padre, y siguiendo en todo al hilo de San Pablo: Quin podra decir, quin podra comprender cun lejos estaba de gloriarse si no era en la cruz del Seor? Slo a quien lo ha experimentado le es dado saberlo.

    Por lo dems la teologa de la cruz, que en su mayor parte no es otra que la teologa de la reden-cin, ha estado siempre muy presente en la espi-ritualidad capuchina y tambin en nuestra propia espiritualidad. De hecho la espiritualidad de la cruz, junto con la espiritualidad del combate espi-

  • ritual, ilumina mi pensamiento en muchos de mis escritos. No crees?

    - S, claro que s. Y especialmente en los de tu primera poca (los entendidos llaman escritos del primer Amig). Yo recuerdo muy bien que Mons. Lauzurica dice que t siempre tenas delante el ejemplo de la cruz. Tal vez por eso nos repites, si bien siempre con diversos matices, claro, aquel pensamiento: No olvidis, amados hijos, que el camino recto y seguro para la santificacin es la santa cruz.

    Ah!, y en lo referente al combate espiritual, recuerdo cuando, refirindote al Serfico Padre como al hombre que hoy se necesita, escribas: Penetrado este esforzado campen de la altsima misin que la Divina Providencia le confiara enar-bola el estandarte de su milicia serfica y, apenas se ve rodeado de doce discpulos que, admirados de su doctrina y movidos de superior impulso, se cobijaban a la sombra de su bandera, creyndose ya con elementos y fuerzas suficientes para dar la batalla en toda la lnea al enemigo, les instruye y adiestra en el manejo de las armas espiritua-les que han de esgrimir en el combate contra sus enemigos.

    El pensamiento sin duda, dalo por seguro, lo hubiera suscrito gustosamente el autor del Combate Espiritual.

    - Es verdad. Es verdad. Adems, y para que no hubiere lugar a dudas de la influencia del Combate Espiritual en nuestra espiritualidad yo mismo aada a continuacin: Diez aos slo

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  • haban transcurrido y ya tuvo la satisfaccin este valeroso caudillo de ver acampados a sus rdenes ms de cinco mil religiosos, aguerridos soldados de la milicia de Cristo, que bien pronto llenaron toda la tierra, con lo que vino a ser el ejrcito ms numeroso y de los ms formidables de la iglesia catlica.

    Desde luego el Combate Espiritual influy mucho en m y, a travs de m, en mis hijos. Desgraciadamente las ms de las veces se ha ignorado y otras no se ha entendido correctamen-te. Claro, yo comprendo que eran otros tiempos. Y es que a m me toc vivir una poca especial-mente abundante en luchas e intrigas, en reyes y emperadores.

    - Perdname, Venerable Padre Luis, pero yo considero que este espritu caballeresco y comba-tivo (y a estas alturas no hay razn para avergon-zarse de l) lo infundiste admirablemente en las rdenes terceras, con quienes escribiste las pgi-nas ms bellas de tu vida religiosa en la huerta levantina. No?

    - Por supuesto, claro que s. Recuerdas ese hormiguear de terciarios y terciarias los cuartos domingos de mes, desde las primeras horas de la maana, camino de la montaita de nuestro con-vento capuchino de La Magdalena? Y las grandes peregrinaciones al Santuario de Nuestra Seora de los ngeles del Puig? Desde luego nunca se hubieran realizado si yo no hubiera infundido en mis terciarios ese espritu fuerte y combativo de las legiones cristianas de la primitiva cristiandad.

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  • Claro que el mvil de las peregrinaciones al Santuario de Nuestra Seora de Los ngeles del Puig de Santa Mara, altar mayor y fortaleza del Reino de Valencia, te lo digo yo que las realic, no era otro que peregrinar, cual ejrcito de aguerri-dos macabeos, para implorar de la Seora la liber-tad del Papa que (y quede esto entre nosotros) a finales del siglo XIX presenta el lamentable estado de un emperador cado. Que no nos ha dado Dios espritu de timidez, sino de fortaleza, amor y senti-do comn. Que as lo dice, creo, el apstol Pablo.

    - Venerable Padre Luis, veo que te ests pasan-do un peln, como decimos por aqu ahora. Que esto ya no se lleva. Que, a pesar de tu espritu de franciscano menor, y por aadidura capuchi-no, con facilidad suma te enciendes, cual otro San Juan Eudes, que herva de santa ira al slo or el nombre de un hereje. Y eso no es, no.

    - Perdona, hijo. Tal vez tengas razn. De todos modos no creo que la serenidad est reida con la fortaleza, ni que se haya de confundir suavidad con apocamiento, ni que la dulzura exija pusilani-midad. Por otra parte la historia, como la energa, ni se crea ni se destruye, ni se ignora ni se silen-cia. Sencillamente, los historiadores interpretan con ojos de hoy las que fueron realizaciones de ayer.

    - Perdname una vez ms, mi venerado y ya Venerable Padre Luis, pero creo que nos estamos desviando levemente del tema, que es (no lo olvi-des) Cristo Nuestro Redentor, una de las compo-

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  • nentes de tu espiritualidad y de nuestra propia espiritualidad.

    No s si interpreto correctamente tu pensa-miento, y si no fuere as me corriges, pero tengo la impresin de que, como buen hijo del Serafn de Ass e imitando las actitudes de Cristo Buen Pastor, tu espiritualidad gira en torno a la figu-ra de un Cristo misericordioso y redentor y a una mariologa dolorosa de Nuestra Seora al pie de la cruz. O ms precisamente, de Mara en su sole-dad que la maana del sbado santo desciende del Calvario.

    - S, s, es posible que la tuya sea una sntesis precisa y correcta, pero sintetizar excesivamen-te lleva consigo el riesgo de mutilar infinidad de detalles sumamente significativos. Lo que s es cierto es que en mi pensar y sentir influye nota-blemente la figura del Cristo Redentor. Y es que hasta nuestra misma regla franciscana, y la vues-tra de terciarios, induce a ello: Ninguna otra cosa deseen sino a nuestro Salvador, que se ofreci a s mismo en el ara de la cruz como sacrificio y hostia mediante su sangre por nuestros pecados.

    - Seguramente que en el fondo, intervengo, el Cristo franciscano es un Cristo misericordioso y redentor.

    - Pudiera ser, s. Que el Cristo que a m me transmitieron, lo recuerdo muy bien, era un Cristo sencillo y amable; humilde, misericordioso y mor-tificado; pobre, obediente y sacrificado; en una palabra, el Cristo de la Eucarista y del Calvario...

  • Y no cabe duda de que ste sea un Cristo de corte franciscano y redentor.

    - Ah!, tengo para m, carsimo Padre Luis, que la sombra del Cristo Redentor se proyecta en toda tu vida en forma de amor misericordioso y en un sentido pascual del sufrimiento y del dolor. La contemplacin de la obra de la redencin se tra-duce, en teora, en una espiritualidad de la teo-loga de la cruz y, en la prctica, en una vivencia de las parbolas de la misericordia con el espritu nuevo de las bienaventuranzas, no?

    - Ciertamente, as es, s. No debes olvidar que el capuchino, no recuerdo si te lo dije ya o no, en todo caso ahora te lo digo, cada da medita el mis-terio de la pasin y muerte en cruz del Seor, con frecuencia realiza el ejercicio del va crucis, y hasta la vida misma le lleva a una actitud penitencial.

    - Alguien escribi, con mucha precisin por cierto, que, junto a la figura central del Cristo Redentor, que desde el propio ejemplo de vida invita al hombre concreto a la cristiana aventura de un amor vivido radicalmente aceptando gozo-samente la cruz, en tus enseanzas pastorales no faltan referencias a la Virgen Mara y a Francisco de Ass, los otros dos amores de tu personal vida espiritual. Y creo que es as. Puedes explicarte, Padre, con mayor precisin?

    - Desde luego mi amor por Francisco de Ass no es sino el amor de un hijo hacia su padre espiritual, pero un padre que es trasunto fiel del Redentor, el santo ms parecido a su Divino Corazn y cuyo espritu serfico es el nico que

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    puede restaurar nuestra sociedad. Que as lo confirma Su Santidad Len XIII. Francisco de Ass, por su fidelidad imitativa, se convierte as en el ms vlido cooperador a la gran obra de la Redencin.

    Y a la Santsima Virgen, pues por ser madre y corredentora del gnero humano. No te parece que es ttulo suficiente?

    - Por supuesto, claro que s. Pero, adems, porque t mismo nos lo has dicho: A la mujer la vemos asociada al hombre en todas las gran-des obras, y hasta en la de la Redencin quiso el Seor estuviese representada en la Santsima Virgen, Corredentora del linaje humano.

    Evidentemente tu espiritualidad, nuestra espiritualidad, partiendo del amor de un Cristo Redentor, presenta la componente de la contem-placin amorosa de la cruz y posee unas con-notaciones caractersticas de tinte franciscano, mariano y corredentor, en las que algn da hemos de profundizar.

    - Por supuesto. Por supuesto. Pero mientras tanto: Habis de procurar, amados hijos e hijas, formar muy bien vuestro espritu y conformar vuestra vida a la del modelo que el Seor nos pre-senta en el Serfico Padre San Francisco...

    - Que as sea, mi Venerable Padre Luis!

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    9. Vida en el eSPritU

    En mis dilogos con el Venerable Padre Luis hay ocasiones en que me comporto cual un Scrates cualquiera que trata de alumbrar cuanto hay de mejor y ms autntico en el interior del Venerable Padre Fundador. Otras veces, como timonel que conduce su bajel a travs de las aguas procelosas de su espritu. Pero siem-pre trato de ser un cronista imparcial o un sim-ple amanuense de sus intimidades. Hoy prefiero largar cable y red para que mi buen Padre Luis se pueda mover ms a sus anchas, como pez en el agua, y nunca mejor dicho, que esto es lo que hacen los pescadores en la noche. Por eso largo una pregunta amplia y espaciosa, la que sirve de epgrafe al presente dilogo y me acurruco a sus pies pacientemente a escuchar:

    - Y la vida interior, es decir, la vida en el Espritu?...

    - S, ya en los primeros aos de mi infancia, responde mi buen Padre Luis, tena yo una idea muy clara: era la de vivir la vida en el Espritu. Pues, gracias a Dios, saba muy bien que el hom-bre ha sido puesto en esta tierra para conocer,

  • amar y servir a Dios en esta vida y despus gozar-le en la eterna. Que as lo aprend yo textualmen-te, creo que en el catecismo del Padre Astete, en la escuelita que don Sebastin Piedra tena instalada en la Valencia antigua.

    As es que, cuanto antes pude, me dirig a Ba