mateo solana y gutiÉrrez - … · no es fácil intentar valorar a nuestro padre en la prolífera...

25
Número MATEO SOLANA Y GUTIÉRREZ 2017 30

Upload: ngokhue

Post on 13-Oct-2018

215 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Número

MATEO SOLANA Y GUTIÉRREZ

2017

30

Mtro. Alejandro Murat Hinojosa

Gobernador Constitucional del Estado de Oaxaca

Mtra. Ana Isabel Vásquez Colmenares Guzmán

Secretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García Manzano

Director General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos López

Jefa del Departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán Acevedo

Jefe del Departamento de Fomento Artístico

Ing. Cindy Korina Arnaud Jiménez

Jefa del Departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar Aguilar

Investigación y Recopilación

2

Un personaje indeleble

MATEO SOLANA Y GUTIÉRREZ

No es fácil intentar valorar a nuestro padre en la prolífera obra literaria que nos legó, páginas impregnadas de vicisitudes como ocurre con

la mayoría de los intelectuales; sin embargo, logró su-perar tales situaciones escribiendo como pocos lo han hecho, con un talento saturado de humildad, respeto y generosidad hacia sus semejantes.

Su pluma siempre se manifestó psicoanalizando de manera simple y precisa todos los hechos que con-

3

sideraba importantes en sus libros, respetando siempre lo que era justo en su contenido.

Fue un buen esposo y padre, supo encaminarnos con su ejemplo lleno de virtudes para que pudiéramos superar los problemas que día a día hay que enfrentar.

Aún recuerdo cuando el Licenciado Agustín Ba-rrios Gómez, comunicador de la extinta empresa Te-levicentro de la ciudad de México, vino a esta ciudad a entrevistarlo a la casa y quedó sorprendido de la ex-tensa biblioteca que vio, misma que ilmó sin dejar de preguntar a nuestro padre: “Don Mateo, ¿ya leyó todos los libros?” a lo que sonriente respondió: “Únicamente como un 30 %”; por cierto, se trataba de un acervo de aproximadamente veinticinco mil ejemplares.

También recuerdo cuando una vez tocaron a la puerta y salí a ver quién era, y me preguntó dicha per-sona: “¿se encuentra Don Mateo? y le pregunté: ¿quién lo busca?; “Soy el licenciado Emilio Portes Gil” me res-pondió aquel caballero de quien luego supe se trataba del ex presidente de la República Mexicana; así como

4

esta ocasión hubo varias, mismas que entendí poste-riormente y que me hicieron relexionar que una per-sona como nuestro padre, tenía estas amistades gra-cias a su talento y amor por las letras.

Finalmente, concluyo este breve recuerdo con al-gunas palabras de nuestro padre: “el único que sabe

los sentimientos más profundos que existen en el ser

humano, es uno mismo”.

Jorge Solana Figueroa.

5

Carta devida

En los años siguientes, muchos de los alumnos que hemos mencionado, fueron catedráticos de su escuela preparatoria, entre ellos Mario Souza

como economista, González, Aparicio, Torres Bodet y Horacio Zúñiga que se distinguió como maestro de lengua castellana, creando una escuela de oratoria donde Mateo Solana ailó su vocabulario y aumentó sus conocimientos literarios y de cultura general que le permitieron competir en el primer concurso nacio-nal de oratoria convocado por el diario capitalino “El Universal” en 1926, que formaba parte de un certamen internacional que se desarrollaría simultáneamente en diversos países americanos y europeos. Sólo podían participar estudiantes menores de 22 años. Los trabajos fueron estrictamente oratorios y que se pudieran ex-poner en diez minutos. El premio consistió en un viaje educativo que se iniciaba en Nueva York y continuaba por diversos países de Europa.

El congreso nacional de jóvenes que se reunió el 31 de marzo de ese año, bajo la presidencia de Ángel Carbajal, otorgó su apoyo al concurso de oratoria, con lo que inició una fuerte propaganda entre los estudian-tes. En la Escuela Nacional de Jurisprudencia, Ángel Carbajal que era presidente de la sociedad de alumnos y el estudiante Ramón Beteta Quintana, iniciaron los trabajos de organización del concurso. Las inscripcio-nes se recibieron en la calle de Iturbide número 11, do-micilio de la redacción de El Universal. Por gestiones

6

de Eduardo Bustamante, el Director de la Escuela de Jurisprudencia, Aquiles Elorduy, ofreció un premio de 200 pesos al triunfador capitalino y la Universidad, 500 pesos al ganador del Distrito Federal.

El concurso tuvo lugar en varias capitales de nues-tro país: Guadalajara, Mérida, Morelia y otras. En el Dis-trito Federal se realizó en el teatro Hidalgo, abarrotado con lo más representativo de la intelectualidad y de be-llas señoritas que fueron designadas madrinas por los estudiantes y que ocuparon los palcos de honor. En el primer día del concurso, el vencedor fue José Muñoz Cota, un preparatoriano desmelenado y nervioso, de ojos chispeantes y ademán fuerte, exacto e imponente. En el segundo día, participó Mateo Solana quien, como dijo el cronista: “con periodos calculados y de exacta métrica, en suave prosa rítmica, hizo un elogio del la-tinoamericano que, según él, es el bálsamo supremo para restaurar los dolores de la raza”.

Con Mateo participaron Enrique González Apari-cio, Manuel R. Palacios, Arturo García Formenti, Donato Miranda y Miguel Huerta. El jurado integrado por Ma-nuel Gómez Morín, José María Lozano y Genaro Fer-nández Mc Gregor, declararon ganador a Muñoz Cota, preparatoriano de 19 años, quién también resultó ven-cedor en el concurso nacional en donde obtuvieron el segundo lugar Alejandro Gómez Arias y el tercero, Al-fonso Gutiérrez Hermosillo. Muñoz Cota asistió como representante de México a la etapa inal del concurso en Washington, en donde el joven H. Wening repre-sentante de Estados Unidos conquistó el primer lugar, seguido de Muñoz Cota en el segundo. También parti-ciparon representantes de Canadá, Inglaterra y Francia, Jacobo Dalevuelta, impulsor y cronista oicial de los concursos, nos dejó una transcripción de algunos pá-rrafos del discurso de Solana Gutiérrez, en el periódico “El Universal” que reproduzco en seguida:

7

El latinoamericanismo, que voló en las níveas cara-

belas de Colón sobre las vértebras sinuosas del Atlántico,

dio impulso, en el polvo de los siglos, al ala del halcón

mexicano frente a la insignia norteamericana de las cua-

renta y ocho estrellas que levanta el panamericanismo

como una rúbrica de sombra en la circunferencia azul,

que vio dormir veinte pueblos en el seño de Hispania, al

amparo de la cruz que sublimó Vasco de Quiroga y que

vibró en los nervios apostólicos de fray Bartolomé de las

Casas.

El latinoamericanismo es Bolívar con el pavés de

América en los brazos; el latinoamericano es Sucre,

con el fuego de los cielos en la espada, para forjar la

epopeya de Junín; el latinoamericanismo es Hidalgo

surgiendo heroico como un titán rebelde del incendio

de Guanajuato; el latinoamericanismo se llamó More-

los de Cuautla, en Amilpas, el maratón del continente, y

más tarde, el latinoamericanismo se llamó Ignacio Za-

ragoza, cuando, ante el asombro de los púnicos galos,

se posó el gigantesco pájaro de la libertad en la frente

granítica del apóstol Benito Juárez.

Cuando tengamos un tribunal de justicia ibe-

roamericana, que dejamos morir en Costa Rica; cuan-

do exista una confederación real de esos países; cuan-

do resolvamos nuestras cuestiones internacionales en

la balanza de la justicia, que hasta la fecha han hecho

oscilar tan solo las botas y las charreteras de los caudi-

llejos triunfantes; cuando deje de sonar para la América

la hora de la espada y el camarada máuser no tenga

la palabra; cuando nuestro comercio como nuestros

sueños, vayan en el dorso de los trasatlánticos y en las

alas de los monoplanos sobre los lomos de los mares;

cuando el cuerpo de la raza, que tiene el alma de bul-

bul tenga también perfiles de cordillera; cuando nues-

tras esperanzas y nuestra ideología se plasmen en un

épico evangelio, como aquellas tablas de la ley que

8

nos entregara Bolívar en la República de Plata; cuan-

do nuestras esperanzas y todos nuestros anhelos, que

son los focos luminosos de los astros, puedan fundirse

en un credo y en un postulado, entonces los países de

América, sedientos los unos de verdad y hambrientos

los otros de belleza, podrán sentarse en la mesa de los

astros donde las manos pálidas de dios, parte el pan

cósmico del porvenir y del amor”.

Una vez que terminó la carrera de Leyes en la Es-cuela Libre de Derecho, fue empleado del Departamen-to Consultivo de la Procuraduría General de la Repúbli-ca y en el Tribunal Fiscal de la Federación. En su regreso a la ciudad de Oaxaca, colabora con el Lic. Wilfrido C. Cruz en la revisión del Código Penal y el Código de procedimientos penales para reformarlos y actualizar-los. Contrae Matrimonio con Hortensia Figueroa con quien procrea siete hijos: Beatriz, Paulina, Hortensia, María Antonieta, Eduardo, Mateo, Jorge y Rafael, todos aventajados y distinguidos en sus profesiones.

En 1933 llega a esta ciudad el periodista Fernando Ramírez de Aguilar a proponer al Gobernador Anasta-sio García Toledo, la realización del Primer Congreso Mexicano de Historia, dando realce al descubrimien-to de la zona arqueológica de Monte Albán y sus bri-llantes piezas de orfebrería mixteca, realizado el año anterior por Don Alfonso Caso, que también iguraba en el círculo de amistades de Solana Gutiérrez. Una vez aprobado el proyecto por el Gobernador, iniciaron los preparativos en los cuales correspondió a Mateo la logística, por lo que no iguró en los titulares y no-tas periodísticas respectivas que no lo mencionan en el Comité organizador integrado por el Lic. Heliodoro Díaz Quintas, Director del Instituto de Ciencias y Ar-tes, Fernando Ramírez de Aguilar, Guillermo A. Esteva, José J. Núñez Domínguez y Federico Gómez Orozco. El acto inaugural fue presidido por el General Abelar-

9

do L. Rodríguez, Presidente de la República. El Lic. Díaz Quintas dio la bienvenida a los asistentes y el Secretario de la Academia Mexicana de Historia, Francisco Salazar, pronunció el discurso oicial. La Banda de Música de la Policía Estatal dirigida por el Maestro Juan León Maris-cal, interpretó dos obras del mismo: “Allegro Sinfónico” y “Fantasía Mexicana”.

El Primer congreso Mexicano de Historia coincidió con la celebración del aniversario de la Revolución, el 20 de noviembre y en los festejos participaron: la Con-federación de Partidos Socialistas del Estado, la Confe-deración de Ligas Sociales y la Confederación de Cam-pesinos, organizaciones que pugnaban por un régimen más cercano al socialismo ruso.

Luego del inicio del Congreso, los asistentes se re-unieron en el Cerro del Fortín para presenciar la Gue-laguetza ofrecida al Presidente de la República. Al día siguiente, muy temprano, subieron a Monte Albán, donde el Maestro Alfonso Caso explicó en conferen-cia magistral el signiicado y la trascendencia histórica y antropológica del descubrimiento y restauración de

10

estas huellas de las culturas mixteca y zapoteca. Por la noche se realizó un homenaje y reconocimiento a los méritos del historiador Manuel Martínez Gracida, a pesar de que su obra permanece inédita en su mayor parte.

El 24 de noviembre, último día del primer Congre-so Mexicano de Historia, los asistentes comieron en Cuilapan los mejores platillos de la gastronomía oaxa-queña y por la noche, en el Teatro Macedonio Alcalá, se desarrolló un “Sábado Rojo”, más solemne que los celebrados anteriormente, pues fue el acto de clausura del Congreso. En el Casino del mismo teatro y con la asistencia del Presidente de la República, se sirvió un gran banquete que culminó con un alegre baile al que accedió únicamente con invitación en mano, irmada por Julio Bustillos, Wilfrido C. Cruz, Raymundo Man-zano Trovamala, todos licenciados en Derecho, y en el cual lucieron sus mejores galas las bellas damas oaxa-queñas.

Las inquietudes intelectuales de Mateo Solana quedan relejadas en los libros y múltiples artículos periodísticos que escribió a lo largo de su vida. Tuvo como maestros a los integrantes del Ateneo de la Ju-ventud, movimiento intelectual revolucionario que se adelantó a la revolución política y armada. En el Ateneo había humanistas como Pedro Henríquez Ureña; iló-sofos como Antonio Caso y José Vasconcelos; ensa-yistas como Alfonso Reyes, Julio Torri y Jesús Acevedo; críticos como Eduardo Colín; poetas como González Martínez. La inluencia de estos intelectuales se releja en los escritos de Mateo Solana. Comienza abordando temas históricos como: “El Marqués del Valle, ensayo biológico sobre Hernán Cortés”, “Don Fernando Cortés, Marqués del Valle de Oaxaca”, y “Maximiliano de Habs-burgo”. Pero este enfoque histórico lo lleva a adentrarse en los campos ilosóicos, sociológicos y psicológicos

11

para comprender mejor a los personajes históricos y el entorno socio económico que inluyó en cada uno de ellos, y también continuar con el programa del Ateneo, que era renovar y extender la cultura, elevando en to-dos los ámbitos, la calidad espiritual del mexicano.

La biblioteca de Solana y Gutiérrez, bastante de-sordenada a simple vista pero en la cual el dueño podía localizar cualquier título que se le pidiera o que quisiera consultar, abarcaba temas de artes como “El devenir de las artes” de G. Dorles; “Abstracción y naturaleza” de W. Woerringer; de literatura: “El gusto literario” de L. L. Schocking; “La literatura española” de J. Torri. De ilo-sofía: “¿Qué es el hombre? de M. Buber. “El existencialis-mo” de N. Bobbio; “Religión y Ciencia” de B. Russell. “El pensamiento de Sócrates” de A. E. Taylor. Los más usa-dos y tal vez lo más abundantes en esa biblioteca eran los dedicados a la psicología de los cuales destacaba la colección de “obras completas” de S. Freud en diez o más tomos, y a la cual acompañaban “psiquiatría moral experimental” de H. Baruk. “Psicología médica” de R. de la Fuente. “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” de E. Fromm. “El nuevo psicoanálisis” de K. Horney. “In-troducción a la psicología” de W. Wolf y muchos más.

En varios de sus artículos periodísticos y charlas oiciales o entre amigos, Solana Gutiérrez comenta-ba que le apasionaba la psicología porque le permitía un acercamiento al interior del ser humano y mejor comprensión de las grandes contradicciones de mu-chos personajes históricos. Y de esas lecturas y apro-piaciones temáticas y corrientes ilosóicas y psicológi-cas, surgen los libros más conocidos de Mateo Solana: “Ramón López Velarde, gran poeta de América” (1988) “Psicología de Juárez. “El complejo, el mito, el alma má-gica” (1980) “Metafísica erótica” (1973), obra comentada con elogios por el doctor en ciencias Luis Recasens Si-chens, ilósofo del Derecho, por Dr. Gregorio Marañón y

12

Dr. Ignacio Chávez, opiniones que podemos sintetizar en los siguientes párrafos.

Este libro es un libro humano y revolucionario en la más nítida aceptación del vocablo. La potencia crea-dora del arte, plástico o verbal, literario, lorece a veces en naturalezas equívocas, instintivamente involutivas y, en consecuencia, anormales. Serían como la lor que crece en el lodo y que en estas páginas se estudian. Son iguras universales.

Lo diabólico y lo místico es el diapasón de la pro-yectiva de esta obra ilosóica, penetradora de los más modernos hallazgos de la psicología caudal o psicoa-nalítica. El contenido sintético de este libro sería el de una psicología compulsando una estética. Y ambas vertientes metodológicas luyendo en el eterno miste-rio del ser humano. Una búsqueda sutil en los espíritus egregios y atormentados, hace la malla de esta obra.

La poetisa griega Safo de Lesbos, la de la fama am-bigua, que creara el signo de la aberración femenina y Santa Teresa, la del alma serena y visionaria, mecida en las visiones de lo sobrenatural y de lo artístico, se-rían las protagonistas poéticas prodigando belleza en las almas, con su irradiación en la pasión, humana y divina. Editorialmente, este libro es el primer logro de alianza ecuménica quizás, de la universidad mexicana y la universidad de Oaxaca, (de esta tierra que ha dado la talla universal de Vasconcelos), se apunta un privile-gio iniciador.

En estas páginas ágiles, de prosa esmerada, nítida, se muestra la llaga y la llama de los grandes talentos líricos mexicanos y extranjeros, principalmente france-ses. Su proyección es cientíica pero a través del con-ducto artístico, por el estilo esmerado en que la temá-tica se expone. La máscara y el rictus humano de los poetas dolorosos –Baudelarire, Poe, Rimbaud, Childe–, se transforma en el trazo sereno de un mármol antiguo.

13

Comparece el dolor, compañero del hombre pre-destinado, la lucha del genio con la fatalidad del desti-no humano y una de las representaciones del misterio creador del pintor suicida, cruciicado en martirios ca-seros, morales y físicos; Van Gogh, acaso surcado de ese demonio nativo, cientíicamente estructurado por Freud, el complejo edípico. El tema de “Metafísica eró-tica” es arduo, pero ediicante por su agilidad literaria y ilosóica y porque descubre o enseña las fuentes inte-riores que fecundan la vida o la hacen fatal. Sondea las experiencias egregias, cúspides y abismos y que son poetas, sus artistas famosos, sus pensadores, triunfan-tes al in desde el dolor y la muerte.

Acaso este libro, de sensualidad reinada, inquie-tante, “metafísica”, sea la revelación, rara y vital al mismo tiempo, del misterio del hombre, porque lo es del ge-nio lírico, artístico, arrancado al abismo de sus íntimas gestaciones trascendentales. Este libro es también, un ensayo de psicología empírica aplicada a la etnografía y la historia como pulso trágico de la vida. Se distienden pues, las motivaciones y el enfoque. Spranger, el psicó-logo de la edad juvenil, reconoce en la rebeldía juvenil una justiicación acorde a sus impulsos embriogénicos innatos, de liberación y de justicia.

En estas páginas, sin referencia al dogmatismo de los sociólogos, adversos al desfogue juvenil –estudian-til–, se evocan episodios tenidos de esta insurgencia tradicional, que más que reprimida debe ser encausada con las normas de una comprensión sutil, que son las de la cultura como generosidad educadora. Escarban-do en los abismos anímicos, individuales y colectivos, se compulsan los impulsos agresivos, cual signo atá-vicos, de los individuos como embriones de las razas antiguas, la arábiga, de composición inmemorial, y cuyos estallidos casos tengan un rescoldo vindicador. La tónica revolucionaria, por humana, de este libro, se

14

releja y revierte en la condenación violenta de todo imperialismo, como el que abate a los países asiáticos por la Roma sajona.

En su libro “Psicología de Juárez”, tal vez el más completo y profundo, Solana y Gutiérrez dice: “Hay dos

hombres en Juárez: el sujeto de la ciencia del espíri-

tu, el arquetipo; y el ente vital, que irradia emociones,

que se cuece en sufrimientos. Tomó de cada cosa sola-

mente aquello que podía educarlo, siguiente el consejo

de la sabiduría que posa en las meditaciones de Andre

Gide, de alma macerada en el drama de la carne. Todo

en la existencia es atractivo, todo tiene su asidero. Lo

educó el Seminario, el Instituto, Constant y Rousseau.

La educó la mujer, el triunfo, la lucha, el dolor sin tasa;

todo sirvió a su educación.

Pedía Juárez formar a la mujer con la grandeza

que “exige su necesaria y elevada misión”; pues esto es

formar el germen fecundo de regeneración y mejora

social. La educación de la mujer no debe descuidar-

se. Sabía la clara fuente de sus estímulos vitales: era la

mujer que Dios puso a su vera. Más que los libros, esta

página áurea y viva de intuición y abnegación, le educó,

le mostró los caminos memorables.

El indio amó infinitamente a la mujer blanca, más

joven que él cuando la desposó canónicamente, Mar-

garita Eustaquia había dado a la raza, en él, lo que desde

tantas centurias le faltaba: la había elevado en la ado-

ración, le había dado ternura. Le despertaba del sueño

secular. Del letargo volvía Juárez al éxtasis del alma. De

la magia renacía el amor.

La mujer blanca acuñó en el molde humano, im-

pávido, los hijos que vivieron y los hijos que murieron

prematuros: ambos son la nueva criatura que tiene que

vivir y que tiene que morir para que perdure la raza cós-

mica, que es la entraña florecida de humanidad. Mar-

garita Eustaquia, –estamos seguros de ello–, querría

15

morir antes que Juárez para no verlo morir; esta es la

vieja raíz que cundió en su carne niña con premuras de

fruto. Juárez amó a la esposa blanca con santo amor y

gratitud.

Hay un retrato de Juárez en familia, tomado en

Oaxaca, y que es documento conmovedor por su plas-

ticidad antropomórfica. Comparecen Juárez, Margarita

y María Josefa. La trina estampa añeja, descubre en los

gestos pasmados el alma de esas gentes. Está ribetea-

do el cuadro idílico de ingenuas tradiciones lugareñas,

pues las mujeres llevan flores en las manos, como en

una ofrenda mística; y él, sentado en medio, absorto,

rígido, enquistado, cruza su mano basta sobre el pecho

como el caballero en el lienzo del Greco. Parecía de

oficiante su actitud.

El rostro indígena de María Josefa, contraído y rís-

pido, parece inexpresivo, porque también le cubre la

máscara de la impasibilidad. Sería la mediadora entre

su hermano y Margarita. Juárez vio a la niña en la casa

donde sirvió de criado. La vería con esa indiferencia

respetuosa del que no se imaginaba el lazo que más

tarde le uniría con el ama. Les separaban enormes dis-

tancias de edad y condición, aunque se supera con los

merecimientos.

No podía imaginarse el poderoso esfuerzo que

desarrollaría para elevar su mente a los rangos que

el mundo sabe respetar. Sólo la voz del inconsciente

pudo anunciar a su instinto las grandes consumaciones

de su existencia. A esto se llama corazonada. Obscura-

mente, sabía que esos amores eran el estímulo mayor

para el propio descubrimiento. Juárez entonces, sin

darse cuenta, esperó.

El contacto cordial con Salanueva; orondo, eu-

fórico bajo su rostro rubicundo; ese buen tonsurado

al que amó y admiraba Juárez en su pueril liberalismo

empírico; el contacto cordial con Margarita Eustaquia,

16

de gesto consumido, modesto, melancólico, resigna-

do; el contacto con María Josefa, la hermana vieja, co-

cinera de la familia Maza, sorranclona y materna con el

muchacho esquivo y triste; la confidente de los castos

amores con la “niña”, el ama; el contacto con sus hijos

pequeños, con Beno, el Negrito; con su yerno Santa-

cilia, cuya amistad fue consuelo y un descanso; con

Camilo, recio y leal, el humilde servidor que arrancó a

la serranía; el contacto con estos afines, entrañables,

buenos, compensaron a Juárez del corrosivo efecto de

las desilusiones por la maldad de los demás. Este cane-

vá de comprensiones, esta epifanía de devociones fue

como una comunidad de modulación espiritual.

El psicólogo tiene que cincelar el real significado

de aquel ascendiente que ejerció Margarita Maza de

Juárez, pues ella modeló en ternuras silenciosas la ti-

midez unciosa y las rebeldías pasivas de aquella alma

concentrada”.

Algunos casos burocráticos en los periodos guber-namentales del Ing. Manuel Mayoral Heredia y del Lic. Alfonso Pérez Gazga otros otorgados por los gobiernos municipales de esta ciudad, permitieron a Mateo Sola-na y Gutiérrez, acabar sus días perdido en sus libros y en sus investigaciones, llenando viejos cuadernos con sus notas y observaciones, que serían base al libro que nunca terminó: sus memorias. Y inalizó su tránsito bri-llante para los que lo conocimos y tratamos, en febrero de 1975, dejando una familia amorosa, algunos libros casi desconocidos en nuestro medio y una estela lumi-nosa de afectos, que lo resguardan en el viejo panteón de San Miguel, donde duerme acompañando a sus an-cestros.

17

LA PREDESTINACIÓN DE LA MUERTE(El canónigo Gutiérrez Maza)

No sabemos apreciar el don de vivir; él nos ofre-ce cordialidad, oportunidades de elevarnos y lo hacemos camino de conlictos, ocasiones de

pugna, amargura de los otros y de nosotros mismos.¿Qué tiene la naturaleza humana de limitada, de

corta en sus visiones, de combativa y repelente? ¿Por qué sacriicarnos a la volubilidad de la pasión las expre-siones de lo más permanente y bello de nuestro ser? ¿Por qué nos ciega el orgullo, por qué nos endurece el egoísmo, por qué nos debilita el miedo al sacriicio, que es altar de perfección? Hay mucho de viciado en nuestra condición, pero hay su virtud contrapuesta y mitigadora: somos congénitos instrumentos del mal, pero también depósitos naturales de energías libres y sanas. Y el drama del hombre es el del vencimiento de su instinto, vencimiento que no consiste en su disfraz ni en su extirpación, sino en su cauce lógico, biológico y moral.

El hombre bueno, de bondad ejemplar, no siempre ha alcanzado este estado beatíico por la circunstancia fortuita de haber nacido con un temperamento natu-ralmente apaciguado, con una constitución apagada, sino que ha tenido que superar, en luchas interiores intensas, sus debilidades congénitas hasta templarse en un grado heroico. Este es el drama del sacerdote

Una muestrade su talento

18

católico; que, siendo humano, se crea una conciencia angélical a golpes de cilicio y de renunciación; que está entre pecadores y este fragor de contagio de la corrup-ción, le sirve para puriicarse y vencer la enfermedad de las almas contiguas, subyugadas algunas ante ese esplendor de valor y de ternura cristiana.

Hay vidas predestinadas para el dolor, la persecu-ción, la lenta agonía injusta. Yo me imagino a ese hado, sapiente en su crueldad, al sino, concitando todas las energías dispersas de la adversidad, para lanzarlas en un haz sobre un destino irredento. ¿Hay un misterio en esto, o es una aberración de ese milagro rápido que es el vivir? En las tesis teológicas se acepta un designio venturoso en el mal; el mal es un conducto de las reve-laciones; es como el precio de la dignidad de nacer, la justiicación pugnativa y violenta de nuestra superiori-dad transitoria.

Pensamos también que la muerte es el mal y la desventura suprema. La manda siempre la naturaleza en su armonía destructora y fecunda. Pero hay muertes que nos hacen creer en una predestinación, porque las vidas predestinadas a la santidad serán llamadas mis-teriosamente a su eterno recogimiento. Una de estas muertes es la del canónigo Gutiérrez Maza. Esta adi-vinación mortal surgía de las raíces de una sensibili-dad en cuya transparencia se presentía la presencia de Dios; esa aproximación a la divinidad, esa vivencia de la unidad de las grandes almas en su origen innegable; esa constancia inenarrable del milagro de la inmortal que se da en este mundo: la santidad, pero una santi-dad que es ya beatitud, es decir, gloria y gozo de morir, MORIR PORQUE NO SE MUERE, que dijera el místico arrebatadoramente.

Pocos días antes de morir en aparente buen es-tado de salud, tuvimos una conversación dolorosa, en la que le hice vibrar y él a mí como a una cuerda que

19

rasgara una mano invisible de artista. Le veía tranqui-lo pero con una dulce tristeza que ponía en su rostro adelgazado las marcas clásicas de una conformidad llena de fortaleza y de unción.

Después le vi en su inerte envoltura, en la expre-sión hermética, estatuaria, del molde ya vacío. La mano beatíica de las bendiciones y de los perdones contraída en un espasmo de fervor inmovilizado, con el cruciijo en ella, ese manantial de la vida eterna que luyó sobre el propio cadáver la claridad de una resurrección. Hasta creí, viéndolo así de sereno y completo en su ruina, en una catalepsia, en un engaño de la muerte, en no sé qué reintegraciones de la energía vital… no obstante que los médicos le habían martirizado inútilmente.

Una hemorragia cerebral diagnosticada como caso

20

benigno de la clínica. Su cuerpo robusto y sanguíneo (unos setenta y dos años) minado por la arterioescle-rosis, cobijó un alma de niño. Los santos son siempre niños; serlo es el principio de su santidad. Sobre la per-fecta inocencia obra el prodigio de las sabidurías y de las energías que hacen la santidad; la perpetua niñez es una predestinación en el camino glorioso de la beati-tud; un resplandor que guía en la ascensión.

Se relatan en torno a su deceso, circunstancias emocionantes que corroboran la creencia en algo pro-videncial de su muerte. Ofreció a Dios su vida si se re-solvía un conlicto grave en que su caridad le hizo in-tervenir. A los tres días de solucionado el conlicto, el sacerdote heroico expiró. Y no sin esa agonía del hemi-pléjico que labró un mérito más, el de la resignación, y que hace sospechar al profano abismos de vértigo, tor-turas espirituales en la aparición de la afasia; aumento progresivo del dolor orgánico por la conciencia aun intacta, de él, porque la aproximación de la muerte le clariicaba la noción de las cosas, le hacía más percep-tible su ternura, más honda su fe, más bella su varonil humildad, más acerbo el dolor de la carne.

Lector infatigable, cultivó disciplinas que hacían su remanso gozoso. Había en su saber una como gracia pueril por la curiosidad de las etimologías, por el encan-to ingenioso de los descubrimientos o ijamientos del idioma. No era el academicista ampuloso y estéril, sino el orfebre gentil que, como en un cuento de hadas, va descubriendo las mansiones suntuosas, el hálito mági-co del verbo y del estilo, y les toma sus tonalidades para recrearse en una armonía recatada, en un lujo interior. Receptor formidable de conocimientos, tuvo la supre-ma modestia de no parecer como su relector. Fino ca-tador de placeres intelectuales, fue un atildado latinista. Su preparación teológica le facilitó esta incursión por los mundos inagotables del clasicismo inmortal.

21

Su caridad era como la de San Vicente de Paul, su entereza dirigente como la de San Ignacio de Loyola (cuya vida, que últimamente leyó de nuevo autor, me recomendaba a porfía); y tuvo el corte auténtico del aristócrata de raza, pues lo era, por emparentado con los Condes de la Maza y aun con otras ramas del más antiguo linaje cantábrico. Como San Francisco de Bor-ja, dejó el mundo para vivir en Dios. Y fue sobrio y cas-to, y trabajador y prudente y entero en su lucha dioce-sana, que vivió largos años, que no abandonó jamás, ni un instante, hasta su muerte ejemplar.

No creo que haya leído mucho de mi producción literaria. Su ortodoxia canónica, tan inlexible (pero no por eso menos humana) le vedaba la transacción con el atrevimiento de mi emoción estética. Sus labios no supieron jamás adular; y si estimulaban suavemente lo hacían con la sobriedad del que no podía saber de vanaglorias; del que no supo sacriicar el brillo de su talento a la humildad de su rango eclesiástico. Era la simpatía hecha hombre. Sus rasgos característicos eran equilibrar la severidad de su jerarquía, de su edad y de su raza con la más encantadora de las simpatías casi in-fantiles. ¡cómo sabía reír, y hasta hacer inocente humo-rismo, este varón tan sabio y tan santo! ¡cómo gozaba secretamente los periles, más ingenuos, más fugaces, más volátiles e insigniicantes, de las cosas! ¡cómo sa-bía sorber la importancia que tienen todos los actos, todos los hechos humanos, todos los hombres, por ra-ros y pequeños que parezcan! Tenía una curiosidad hu-morística, por su ciencia, y una curiosidad humanitaria, por su candor protector.

Era, por otra parte, un temperamento enérgico, pa-sional. Contenía su pasión por su caridad, su energía por su simpatía. Amó a los suyos con mimos de padre; fue un padre adoptivo para unos sobrinos huérfanos. Su bella vida de holocausto más de una vez se des-

22

garraba ante las tragedias de un familiar en quien, el eclipse interior, sumió en oscuridades desconcertantes. El canónigo Rafael Gutiérrez Maza fue un vaso de ter-nura sobria y sabia; y que, como los vasos al colmarse, prodigan luego su contenido; porque una lorecien-te emoción, un sentimiento cualquiera, rebasaban al momento su alma castellana y mexicana; su ina alma mesiánica nacida del milagro de las herencias, hidal-guía bendita; de unos padres emigrados y asentados por la entrañabilidad de las coincidencias del espíritu, que también simbolizaron la honradez, la caridad y la piedad religiosa.

El padre –recio varón–, del santo sacerdote oaxa-queño, parecía salir de una novela de Galdós –el autor del “Abuelo”–, y la madre, de un cuadro costumbrista del montañés Pereda. Piden estas iguras la biografía, que alguna vez haré, con tantos dramáticos sentidos en torno a la fundación familiar que sirvieron de som-bra a mis inquietudes, de luz al fondo de mis vocacio-nes nacientes. En el rostro apostólico de mi tío, vi tantas veces esa lucha del llanto interior, el gesto valiente del alma que sostenía las más hirientes angustias por la an-gustia de otros.

Quiso mucho a mi madre, más joven que él, y que le acompañó con entereza de mujer, en su agonía, con esa comunión plena de la feminidad, en las horas terri-bles de los desprendimientos del espíritu libertado, en que se siente vibrar sobre nuestras cabezas que oprime el dolor, el aleteo de los ángeles que lloran y que sólo ellas perciben en su intuición.

Nació el gran sacerdote en Huajaupan de León, sede de las mixtecas oaxaqueñas, ciudad podríamos lla-mar solariega, donde persisten tradiciones hogareñas, plenas de severidad. La ciudad posee un marco de pai-saje montañoso y áspero que surca la carretera interna-cional, en cuyos parajes oraban, el vicario muerto y el

23

obispo bonachón, de ojos azules, pastor admirado, sus breves ocios monásticos, que llamaban “su Tebaida”.

El sepelio adquirió proporciones vigorosas, en que se derramó la ternura del pueblo, de ese pueblo que educó y amó tanto el presbiterio. Las campanas do-blaban a duelo, continuas, potentes, místicas; lanzaban su lamento sonoro en la paz azul del cielo mixteco. El ataúd se cubrió con los colores morados, símbolos de la jerarquía episcopal. Las clases más humildes se dis-putaban conducir a la morada última al que les había dado pan y consuelo ininito.

Asistí a los funerales solemnes en la triste catedral pueblerina. Penetré el sentido de esa “suntuosidad fú-nebre” que me ha hecho entender alguna pintura del Greco y la solemne música de Bach. Los sacerdotes lloraban al vicario, haciendo emocionar a la gente que veía laquear una voluntad disciplinada en los designios divinos. ¡El había formado a tantos de ellos! ¿Pero hay almas como aquella que se recogía en el seno de Dios? ¿Almas capaces de tanta ternura, de tanta majestad en su misión y en su oración? Era devoto ferviente de la Virgen María, del dogma de la Inmaculada Concepción, muriendo en los días que la Iglesia consagra a esta fes-tividad, la que representa el misterio de los misterios teologales.

Y murió, hay que decirlo, en la pobreza, de los grandes espíritus. La heredad de sus padres no sirvió de nada para él. Como mandaba San Pablo (alguna de cuyas biografías yo le di a leer) ganaba el sustento con sus manos ungidas, ese trabajo luminoso del sacerdote que no se remunera más que con ingratitudes cuando no con vituperios.

Y murió en olor de santidad, como dice la gente. Lo que yo sé decir es que era un ser predestinado para la simpatía y para el bien. Y que su santidad, consagrada y reconocida o no, se confundía en él con el heroís-

24

mo cotidiano, connatural y que este estaba revestido en su humildad de esas calidades sencillas, humanas, que distinguen al verdaderamente hombre, al que es todo un hombre; y más al sacerdote, que es el hombre de Dios.

Pero fue un ser misterioso, que trascendía su rara humanidad. Y murió envuelto en extraños anuncios, en presagios que hacen pensar en mandatos de lo alto, porque la santidad de una vida no es potencia que pue-da estar prendida mucho tiempo en el mundo, sino que tiende a reintegrarse, por su esencia superior misma, al abismo de Dios. ¡Pocos hombres conocieron tanto la naturaleza del hombre; y pocos tuvieron, para ella, tan-to perdón!

CUADERNOS DE OAXACA.- EX ALUMNOS.- NUM 91.- Febrero de 1948.