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Gog

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Giovanni Papini

http://www.ciudadseva.com/textos/novela/gog.htmPROCESO A LOS INOCENTES

Ginebra, 2 octubre

Hace tres semanas destroc, con mi Packard, a una vieja, y como sus parientes pretendan una indemnizacin impdicamente desproporcionada a la prdida -sabemos perfectamente cul es el precio medio de las mujeres-, he tenido que llamar a un buen abogado para que me defendiese contra aquellos explotadores de cadveres.

El abogado Francisco Malgaz parece, a primera vista, un patn montas vestido de seor. Cbico, mal garbado, basto, huesudo y adusto. Cabeza enorme, manos grandes, pies gigantescos, ojos de buey y dientes de caballo. Pero luego, al cabo de un rato de estar con l, se descubre que es un hombre de ingenio y de talento, culto y de amena conversacin. He pasado con l ms de una hora agradable. Ayer por la noche, por ejemplo, me confi sus ideas sobre la justicia.

-Nuestro sistema -deca- es absurdo y complicado. La herencia del Derecho romano nos oprime. El Derecho romano, con todas sus precauciones, casuismos, fue la obra de unos labriegos avaros y desconfiados que vean el castigo de los delitos bajo el aspecto de una represin. No se puede castigar el delito que ya ha sido cometido y es irremediable, sino tan slo secuestrar al delincuente para que no cometa otros. Cuando leo en las sentencias que un individuo es condenado a tres aos, ocho meses y veintisiete das, huelo a especulacin. Parece que los jueces quieren hacer pagar al culpable el acto cometido con arreglo a una tarifa de precios que llega hasta el cntimo. Cuando haya pagado aquellos aos, aquellos meses y aquellos das, el deudor estar en paz, lo mismo que antes. Es un error. Un delito es irreparable y por esta razn no se paga nunca y de ningn modo puede ser cancelado, puesto que no puede devolverse a la vctima la paz o la vida perdidas.

Por otra parte, si un juez penetra en el fondo de las cosas, y en los procesos modernos largusimos no puede pasar de otro modo, termina por darse cuenta de que el acusado no poda menos de realizar lo que ha realizado, dado el temperamento, las ideas, las necesidades, las pasiones y todo lo dems. Si nos fundamos en la psicologa, todo culpable debera ser absuelto; si nos preocupamos de la defensa de la sociedad, todo culpable debera ser eliminado para siempre. Esas gradaciones minuciosas de penas son ilgicas y arcaicas y los procesos, para m, prdidas de tiempo intiles.

Lo importante es eliminar de la circulacin a los delincuentes, sin sutilezas superfluas ni gastos gravosos. Yo dividira los delitos en tres categoras: mayores, medios y menores. Y a cada categora asignara una pena nica. Los mayores, como, por ejemplo, el parricidio, la traicin a la patria, etctera, deberan ser castigados con la muerte inmediata. Los medios -heridas, hurtos, estafas y anlogos- con la deportacin perpetua. Los menores -rapias, difamaciones- con la confiscacin de la propiedad o una gran multa. De esta manera quedaran abolidos los tribunales y los jueces, las cancilleras y los jurados, los procedimientos, las prisiones con todos sus directores y carceleros, y la sociedad estara protegida lo mismo, con inmensa economa de tiempo y de dinero. Los procesos son escuelas de delincuencia y las prisiones sementeras de criminalidad. Una buena Polica proveera a todo. Acosando al delincuente es fcil a un comisario el establecer la calidad de su delito y es fcil librarse de l. O se le mata, o se le expulsa del pas, o se le hace pagar. Seguridad, rapidez y ahorro. En pocos aos disminuiran el gasto de la justicia y el nmero de delitos.

Los procesos, sin embargo, no seran suprimidos del todo. Sabe contra quines deberan ser incoados? Contra los llamados inocentes. Procesar a los delincuentes es una extravagancia costosa, pero procesar a los inocentes es el deber supremo de un Estado consciente de sus deberes. Cuando se ha cometido un delito, toda la ciencia de los jueces, la elocuencia de los abogados y la severidad de los esbirros no pueden conseguir que el dao y la ofensa dejen de existir y sean incancelables. Pero se podra, en cambio, impedir al menos la mitad de los delitos que sern cometidos si los pretendidos incensurables, los llamados honrados, fuesen vigilados y sometidos a juicio.

Cada municipio debera tener una junta de vigilancia y denuncia, compuesta de psiclogos y moralistas, a los que se podra aadir, si se creyese oportuno, un mdico y un cura. Esta junta debera vigilar y, en ciertos casos, acusar a todos aquellos, y son innumerables, que viven de tal modo que se hallan expuestos, pronto o tarde, a la tentacin y al contagio del delito. Hay en todas partes vagabundos notorios, desocupados desprovistos de rentas, seres colricos, sanguinarios, recelosos, prdigos, fanticos, pasionales. Todos los conocen y todos prevn que un da u otro acabarn mal, al menos en la proporcin de un treinta por ciento. Si un hombre tiene una idea fija, si aquel otro cambia de oficio a cada estacin, si ste es inclinado a la melancola, la suspicacia o al lujo exagerado, se puede estar seguro de que no tardarn mucho en cometer alguna vergonzosa o criminosa accin. Son, en apariencia, personas de bien, pero en realidad delicuentes in fieri. Y entonces los procesos pueden ser necesarios, ms que tiles. Si para los delincuentes naturales son intempestivos, para aquellos que lo son en potencia, son oportunos y utilsimos.

Llame a juicio a los iracundos, a los libertinos, a los haraganes, a los avaros; amonsteles y, si es preciso, castguelos. A los tiranos de la familia, quteles la patria potestad; a los suspicaces demasiado susceptibles, extrpeles los clculos biliares; a los derrochadores y dilapidadores, prveles del patrimonio; a los apasionados, squeles un poco de sangre. y mil y mil delitos sern evitados. Estos procesos preventivos sern la gloria del legislador y el triunfo del juez. La salvacin de la moral y de la sociedad no se obtienen con vanos y costosos procesos contra los culpables, sino con interminables procesos contra los inocentes. La mayor parte de los crmenes los realizan hombres que parecan, una hora antes, inocentes y que as eran considerados por la ley. Los pretendidos inocentes son el semillero del cual salen los malhechores ms repugnantes. Debemos dejar de mirar los actos externos -simples consecuencias materiales de un estado de nimo- y atender, en cambio, a la conducta, a las opiniones, al gnero de existencia, a los sentimientos y las costumbres de todos los ciudadanos. Nadie. en la tierra, examinado de dentro a fuera, puede llamarse inocente. Procesar a un supuesto inocente significa, precisamente, salvarle a l y a nosotros del delito que podra cometer maana.

Aunque el sistema del abogado Malgaz me parece demasiado simplista y propicio a los abusos, hay que reconocer, sin embargo, que no est falto de cierto barniz de lgica y de buen sentido.

Pero, para evitar cien procesos, no tendran al menos que incoarse veinte mil?El Libro NegroEL TRIBUNAL ELECTRNICOGiovanni Papinihttp://fisicarecreativa.net/libronegro/tema03.html

Pittsburg, 6 de octubre.

La construccin de mquinas pensantes ha progresado muchsimo durante los ltimos aos, especialmente en nuestro pas, que ostenta ahora el primado de la tcnica as como Italia tuvo en sus tiempos el primado del arte, Francia el de la elegancia, Inglaterra el del comercio y Alemania el de las ciencias militares.

En estos das se realizan en Pittsburg los primeros experimentos para utilizar mquinas en la administracin de la justicia. Despus de haberse construido cerebros electrnicos matemticos, dialcticos, estadsticos y sociolgicos, ya se ha fabricado en esta ciudad, fruto de dos aos de trabajo, el primer aparato mecnico que juzga.

Tal aparato gigante, con un frente de siete metros, se alza en la pared de fondo del aula mayor del tribunal. Los jueces, abogados y oficiales de justicia no ocupan sus lugares habituales, sino que se sientan como simples espectadores entre las primeras filas del pblico. La mquina no tiene necesidad de ellos, es ms segura, precisa e infalible que sus reducidos cerebros humanos. Como nico ayudante el enorme cerebro tiene a un joven mecnico que conoce los secretos de las innumerables clulas fotoelctricas y de las quinientas teclas de interrogacin y comando. El nico recuerdo del pasado que se ve en la mquina es una balanza de bronce que corona platnicamente al metlico cerebro jurdico.

La primera audiencia del novsimo tribunal comenz hoy por la maana, a las nueve horas. El primer imputado fue un joven obrero de la industria siderrgica, acusado de haber asesinado a una jovencita que se le resista. El acusado narr a su modo el hecho, y otro tanto hicieron los testigos. Luego, el tcnico oprimi un botn para preguntar a la mquina cules eran los artculos del cdigo que deban aplicarse en el caso. En un cuadrante iluminado aparecieron inmediatamente los nmeros pedidos. El mismo cerebro, debidamente manejado por su secretario humano, concedi las atenuantes genricas, y pocos segundos despus, en otro cuadrante, apareci la sentencia: veintitrs aos de trabajos forzados para el joven asesino. Un distribuidor automtico vomit un cartoncito en el que estaba repetida la sentencia, el inspector de polica recogi este cartoncito y condujo fuera al condenado.

Apareci luego una mujer, quien de acuerdo con la acusacin haba falsificado la firma de su patrn para apoderarse de algn millar de dlares. Este segundo proceso se despach an con ms facilidad y rapidez: se encendieron algunos ojos amarillos y verdes en la frente del cerebro jurisconsulto, y al cabo de un minuto y medio apareci la sentencia: dos aos y medio de crcel.

El tercer proceso fue ms importante y dur algo ms. Se trataba de un espa reincidente, que vendi a una potencia extranjera documentos secretos referentes a la seguridad de nuestro pas. El interrogatorio, hecho por la mquina mediante seales acsticas y luminosas, dur por espacio de varios minutos. El acusado solicit ser defendido, y el cerebro mecnico, despus de reconocer el buen derecho de la demanda, mediante un disco parlante enumer las razones que podan alegarse para atenuar la vergonzosa culpa. Se sigui una breve pausa y en seguida otro disco respondi punto por punto, en forma concisa y casi geomtrica, a aquellas tentativas de disculpa.

El asistente consult a diversas secciones de la mquina, y las respuestas, expresadas inmediata y ordenadamente mediante signos brillantes, fueron desfavorables al acusado.

Finalmente, despus de algunos segundos de silencio opresivo, se ilumin el cuadrante ms elevado de toda la mquina: apareci, primeramente, el lgubre diseo de una calavera, y luego, un poco ms abajo, las dos terribles palabras: silla elctrica.

El condenado, un hombre de edad mediana, muy serio, de aspecto profesoral, al ver aquello profiri una blasfemia, y luego cay hacia atrs contorsionndose como un epilptico. Aquella blasfemia fue la nica palabra genuinamente humana que se oy en todo el proceso. El traidor fue tendido en una camilla de mano y gimiendo desapareci de la sala silenciosa.

No tuve voluntad ni fuerza para asistir a otros cuatro procesos que deban ventilarse aquella misma maana. No me senta bien, una sensacin de nuseas amenazaba hacerme vomitar. Era aquello el efecto de algn manjar indigesto tomado en el desayuno, o tal vez consecuencia del siniestro espectculo que implicaba aquel nuevo tribunal?

Regres al hotel y me tend en la cama pensando en lo que haba visto. He sido siempre favorecedor de los prodigiosos inventos humanos debidos a la ciencia moderna, pero aquella horrible aplicacin de la ciberntica me confundi y perturb profundamente. Ver a aquellas criaturas humanas, quiz ms infelices que culpables, juzgadas y condenadas por una lcida y glida mquina, era cosa que suscitaba en m una protesta sorda, tal vez primitiva e instintiva, pero a la que no lograba acallar. Las mquinas inventadas y fabricadas por el ingenio de los hombres haban logrado quitar la libertad y la vida a sus progenitores. Un complejo conjunto mecnico, animado nicamente por la corriente elctrica, pretenda ahora resolver, en virtud de cifras, los misteriosos problemas de las almas humanas. La mquina se converta en juez del ser viviente; la materia sentenciaba en las cosas del espritu... Era algo demasiado espantoso, incluso para un hombre entusiasta por el progreso, como yo me jacto de serlo.

Necesit una dosis de whisky y algunas horas de sueo para recuperar un poco mi serenidad. El tribunal electrnico tiene, sin duda, un mrito: el de ser ms rpido que cualquier tribunal constituido por jueces de carne humana.

El Proceso (obra)Ante la ley (cuento/fragmento)Franz Kafkahttp://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/kafka/antela.htm

Ante la ley hay un guardin. Un campesino se presenta frente a este guardin, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardin contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si ms tarde lo dejarn entrar.

-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley est abierta, como de costumbre; cuando el guardin se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardin lo ve, se sonre y le dice:

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibicin. Pero recuerda que soy poderoso. Y slo soy el ltimo de los guardianes. Entre saln y saln tambin hay guardianes, cada uno ms poderoso que el otro. Ya el tercer guardin es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no haba previsto estas dificultades; la Ley debera ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardin, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguilea, su barba negra de trtaro, rala y negra, decide que le conviene ms esperar. El guardin le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.

All espera das y aos. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardin con sus splicas. Con frecuencia el guardin conversa brevemente con l, le hace preguntas sobre su pas y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes seores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardin. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

-Lo acepto para que no creas que has omitido ningn esfuerzo.

Durante esos largos aos, el hombre observa casi continuamente al guardin: se olvida de los otros y le parece que ste es el nico obstculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros aos audazmente y en voz alta; ms tarde, a medida que envejece, slo murmura para s. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplacin del guardin ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, tambin suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardin. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si slo lo engaan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos aos se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace seas al guardin para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardin se ve obligado a agacharse mucho para hablar con l, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

-Qu quieres saber ahora? -pregunta el guardin-. Eres insaciable.

-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; cmo es posible entonces que durante tantos aos nadie ms que yo pretendiera entrar?

El guardin comprende que el hombre est por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al odo con voz atronadora:

-Nadie poda pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.

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