san isidoro[1]
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Campus: Recreo
Licenciatura: Humanidades
Carrera: Historia
El problema de la existencia de los monstruos en las “Etimologías” de San Isidoro
como reflejo de la influencia del legado grecolatino en la Alta Edad Media
Nombre: Andrea Martínez Freile
Profesor: José Marín Riveros
Sección: 01
Fecha: 24/11
Viña del Mar – 2009
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Índice:
Página
Introducción …………………………………………………………………. 3
Capítulo Primero: “Nada hay que no traiga de Dios su origen.”: el principio 7
que rige las etimologías de San Isidoro………………………………………..
Capítulo Segundo: El problema de la existencia de los monstruos en las 14
Etimologías de San Isidoro……………………………………………………
Bibliografía……………………………………………………………………. 22
3
Introducción:
El legado grecolatino no pereció ante las invasiones bárbaras, pues si bien muchos
elementos se perdieron, otros tantos sobrevivieron al choque de estas culturas para producir
nuevas e interesantes mezclas. Un ejemplo de la permanencia de la herencia clásica en los
nuevos reinos germánicos lo constituye el florecimiento cultural visigodo del VII. Dentro
de este desarrollo se destaca la figura de San Isidoro de Sevilla (560- 636).
San Isidoro fue un obispo hispanorromano que debido a su educación, su influencia
en el reino visigodo y su amplia producción literaria, llegó a convertirse en una de las
mayores figuras intelectuales de la época. Cabe señalar que una de sus obras, las
Etimologías, sería, después de la Biblia, el libro más copiado durante la Edad Media.
La Etimologías es una recopilación, una enciclopedia del saber antiguo, que se
ordena bajo la premisa de que el conocimiento del origen de las palabras va permitir una
mejor comprensión de la esencia de la cosa nombrada. La búsqueda del sentido de los
vocablos se remontará a los orígenes de la cultura, se remontará hasta el mundo clásico.
Las Etimologías de San Isidoro constituyen de esta manera, un gran ejemplo de la
pervivencia del legado clásico bajo la nueva interpretación cristiana. Para desarrollar este
punto, el presente trabajo se centrará, específicamente, en el libro “XI: Acerca del hombre y
los seres prodigiosos”, pues dentro de los numerosos elementos que se traspasaron de una
época a la otra, entre los muchos temas que estudia la obra isidoriana, el interés de este
trabajo versará sobre la construcción de un imaginario medieval basado en el significado
teológico de los seres prodigiosos.
La existencia de los seres prodigiosos, de los monstruos, constituye un problema no
menor en la teología cristiana, como se puede apreciar en el hecho de que dos grandes
intelectuales, como San Agustín (354-430) y San Isidoro, lo comenten. Es un tema que saca
a relucir preguntas sobre la función de las criaturas, sobre nuestra incapacidad para
entender el plan de divino. Es una problemática que tiene muchas aristas, que influyó de
varias maneras en todo el Medioevo y que presenta, claramente, elementos de origen
grecolatino.
4
Llegado a este punto es necesario señalar que en este trabajo no se desarrollará la
simbología de otros seres, como son demonios, animales, plantas y minerales, no se tratarán
otros imaginarios medievales, como son el purgatorio, el infierno y el cielo.
Para el estudio de esta temática se utilizarán diferentes trabajos y estudios.
La obra de Jacques Fontaine Isidoro de Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura
hispánica en tiempos de los visigodos (París, 1959), constituye una de las más completas
revisiones sobre la vida del obispo sevillano, su obra y pensamiento, dentro de la cual
destaco el capítulo “Etymologia est origo” donde se analiza la relación existente entre el
origen de la palabra, su etimología, con la esencia de la cosa significada.
Se utilizará también la obra de Jacques Le Goff Lo Maravilloso y lo cotidiano en el
occidente medieval (París, 1985), pues si bien este autor se especializa en la Baja Edad
Media y por lo tanto, trata problemas que se extienden fuera del período a tratar en este
trabajo, la metodología utilizada y la presentación de algunos de los temas del libro
permiten adentrarnos en la mentalidad de la época y conocer la visión que se tenía sobre
ciertas situaciones que tienen estrecha relación con la existencia de los monstruos, como
fue la importancia simbólica del desierto. Por lo anterior destaco los capítulos “I: Lo
maravillo en el Occidente medieval, II: El desierto y el bosque en el occidente medieval,
III: algunas observaciones sobre el cuerpo e ideología en el Occidente Medieval y IX: Los
marginados en el Occidente Medieval.”
Cabe señalar que Jacques Le Goff es un connotado representante de la tercera
generación de la Escuela de los Annales.
Como se dijo anteriormente, la fuente principal del trabajo serán los libros XI y XII
de las Etimologías de San Isidoro. Es necesario señalar que, como fuente secundaria, se
trabajará el Capítulo VIII del Libro XVI: “Libro de las dos ciudades: desde Noé hasta los
Profetas” de la Ciudad de Dios de San Agustín, pues allí se presenta nuevamente el
problema de la existencia de los monstruos.
Como se puede apreciar, dos grandes personajes de la época tratan el problema.
En ellos la existencia de los seres portentosos no responde a una mala interpretación de las
fuentes antiguas o de los fenómenos de la naturaleza, sino que por el contrario, reflejan un
problema teológico y estético mayor, que va más allá de la existencia real de estos seres, y
5
que constituye, al mismo tiempo, un buen ejemplo de la transmisión del saber clásico a la
Edad Media.
Debido a esto, el revisar esta problemática resulta muy importante para poder
comprender la mentalidad de la época, el cómo se entendía lo maravilloso y lo cotidiano, la
correspondencia entre la palabra y la esencia, y el papel que jugaban todos los seres en la
creación.
Para poder estudiar este tema será necesario dividir el análisis en dos grandes
problemáticas.
Primero será necesario comprender los principios que rigen la obra isidoriana en
general y como ordenan, así mismo, el libro XI: Acerca del hombre y los seres prodigiosos.
En este apartado se tratará la relación existente entre la palabra y la esencia de las cosas. A
través de este análisis se podrá entender la importancia del estudio de la etimología, pues el
saber el origen de un concepto no serviría solamente para acrecentar el bagaje cultural, sino
que, aun más importante, permitiría aprehender la esencia misma del objeto nombrado.
El que las palabras denoten las características de las cosas se puede apreciar
claramente en el caso de los monstruos, pues en el libro correspondiente, San Isidoro señala
la relación de su denominación con su función de vaticinio, su papel de mostrar y de portar
señales y presagios.
Teniendo clara la función de las etimologías, se pasará a responder una segunda
problemática: el porqué se incluyen a los seres portentosos dentro de la obra isidoriana y la
de San Agustín. Se estudiará, por lo tanto, el problema teológico que implica la existencia
de estos seres. Los monstruos son criaturas que resultan contrarias a la naturaleza conocida
por el hombre, producen rechazo porque no responden a las estructuras con las que la
mayoría de los seres se desarrolla. En los portentos la naturaleza, por exceso o por defecto,
no sigue el canon establecido. Nace en este punto la pregunta sobre la fealdad en el plan
divino.
A lo largo de estas interrogantes se irá distinguiendo entre los seres que son
propiamente portentos, los portentosos y los inventados por los hombres para explicar
situaciones embarazosas o indebidas, como es el caso de las sirenas, tal como diferencia
San Isidoro. Destacando, conjuntamente, las características y funciones que son propias de
cada grupo.
6
Se caracterizarán algunos pueblos monstruosos, tales como los Blemmyas, los
Esciapodas y los Cinocéfalos, determinando el lugar donde habitan y el significado de que
los monstruos generalmente se ubiquen en Oriente y en lugares alejados y cercanos a los
límites de la tierra, como son los desiertos.
Se terminará recalcando los elementos grecolatinos que pueden encontrarse en la
conformación de este imaginario.
7
Capítulo Primero: “Nada hay que no traiga de Dios su origen.”1: el principio que rige
las etimologías de San Isidoro
Mucho se ha hablado sobre la supuesta “oscuridad” de la Edad Media, sin embargo,
existen muchos ejemplos que permiten afirmar la permanencia del legado grecolatino y la
existencia de nuevos y grandes pensadores durante este período. San Isidoro de Sevilla es
un claro ejemplo de esta “claridad”.
San Isidoro fue un obispo hispanorromano que debido a su educación, su influencia
en el reino visigodo y su amplia producción literaria, llegó a convertirse en una de las
mayores figuras intelectuales de la época. Cabe señalar que una de sus obras, las
Etimologías, sería, después de la Biblia, el libro más copiado durante la Edad Media.
Para poder comprender esta figura y los principios que rigieron sus obras, es
necesario conocer ciertos antecedentes personales e históricos que determinaron su
formación.
En primer lugar, hay que destacar la figura de su hermano mayor Leandro, pues fue
él quien se encargó de la educación de Isidoro, luego de la pronta muerte de sus padres.
Leandro es, por sí solo, otra de las grandes personalidades de la época. Fue también
obispo de Sevilla y durante la permanencia en este cargo jugó un importante papel en la
conversión de Hermenegildo (564-585) y posteriormente en la consolidación oficial de la
religión católica tras la conversión de Recaredo (¿?- 601) y un grupo de nobles y obispos
arrianos en el III Concilio de Toledo el año 589.
Esto implicó que Isidoro se desarrollará en el momento de mayor esplendor del
reino Visigodo, cuando se ha alcanzado la unidad religiosa y territorial, siendo su propio
hermano y el educador, partícipe de este proceso.
“Es probable que la profunda cultura eclesiástica que se descubre en Leandro haya
producido un impacto indeleble en Isidoro. También es verosímil pensar que los viajes de
su hermano mayor y los personajes con los que aquél mantuvo amistad y relaciones,
1 Jacques Fontaine, Op. Cit. 204.
8
facilitaran la llegada a Sevilla de libros y obras de carácter más técnico, científico o
gramatical, que quedaron luego a disposición de Isidoro.”2
Bajo la mirada isidoriana, el reino Visigodo se encuentra en su momento de mayor
esplendor, a diferencia de lo que sucede con el Imperio Bizantino, por lo que le
correspondería a éste, y no al segundo, ser el continuador del tan valorado mundo
grecorromano. El conseguir esto, es uno de los objetivos que guiarán la mayor parte de su
labor eclesiástica e intelectual. San Isidoro intentará entregar los elementos necesarios que
permitan formar y preparar a los dirigentes y a la sociedad visigoda para tomar el relevo
histórico cuando Bizancio caiga, convirtiéndose en herederos dignos de Roma.
Junto con esto, gran parte de su preocupación por la educación estuvo relacionada
con prevenir el nacimiento de herejías o desviaciones de fe. “La ignorancia- dispone- es
madre de todos los errores; hay que evitarla, singularísimamente entre los obispos de Dios,
que recibieron la misión de enseñar al pueblo…Conozcan, pues, los sacerdotes las
escrituras santas y los cánones, para que toda su acción consista en la predicación y en la
enseñanza, y para que edifiquen a todos los fieles tanto por su conocimiento profundo de la
fe como por la corrección ejemplar de sus obras”3
San Isidoro comprende lo imprescindible que es la buena formación de los monjes y
sacerdotes para evitar la transmisión desviada de los dogmas y del actuar del mensajero.
Para lograr esto, el hispalense recurre al modelo de educación romana, el orador.
El orador era el hombre culto por excelencia, capaz de transmitir ideas, de
convencer a las personas por el dominio de su lenguaje y de expresar emotivos discursos.
No por casualidad, sus Etimologías comenzaran tratando las bases de esta educación, el
trívium y el quadrivium. Este modelo pervivirá luego bajo la figura del predicador cristiano,
del evangelizador. Isidoro buscará que, precisamente, sus monjes y sacerdotes sean capaces
de emular tales modelos.
En este anhelo por conseguir la mejor formación de los dirigentes políticos y
religiosos de su época, San Isidoro fusionará sus preocupaciones gramaticales y religiosas
bajo un solo principio educativo.
2 Manuel Díaz y Díaz, “Introducción general”, en San Isidoro de Sevilla, Etimologías, Volumen I, Madrid Biblioteca de Autores Cristianos, 1993, 104.3 Ibid. 77
9
“Isidoro estableció repetidamente la conexión indefectible entre la ciencia de los
significados, o sentidos, como él los denomina, y la ciencia de las palabras, que juntas
constituyen el ideal de una formación completa, al que hay que aspirar ya desde los
primeros grados educativos y que es exigible desde un primer momento en cuanto realizan
una misión educacional pública, lo que para él equivale en la práctica a misión
eclesiástica.”4
Este principio estará claramente presente en sus Etimologías, pero es posible
encontrarlo en obras anteriores. Tal es el caso de su libro Diferencias (Differentiae
verborum 598-615).
Se trata de una obra destinada a la enseñanza de vocabulario, permite conocer los
distintos matices que distinguen palabras, que muchas veces, por un sentido métrico o estilo
de redacción, son utilizadas como equivalentes. Está compuesta de dos libros, en el
primero se ejercita, sin ningún orden claro, una gran variedad de vocablos, en cambio, “El
plan del segundo libro está más claro. Baja asimismo desde el cielo a la tierra y a los seres
vivos, aunque en un sentido religioso: de Dios a los hombres…”5
En el segundo libro queda claro cómo San Isidoro logra ejercitar el vocabulario, la
gramática, haciendo uso de temas religiosos que refuerzan el catecismo.
Un segundo libro que sigue esta tendencia, lo constituye el de los Sinónimos
(Synonyma 610-615). En este, se relata la introspección que realiza un pecador al tomar
conciencia de los errores y pecados que ha cometido. Este proceso de arrepentimiento es
descrito utilizando reiterativamente una misma idea a través de todos sus sinónimos o
frases equivalentes, maximizando, de esta forma, su efecto catártico. He aquí un pequeño
ejemplo: “Mi alma está angustiada, mi espíritu se agita, mi corazón se bambolea. Me posee
la ansiedad y me abate la angustia…”6
Esta obra, no sólo nos permite conocer el gran manejo de vocabulario que poseía el
autor, sino que además vuelve a demostrarnos como San Isidoro fusiona el ejercicio de
retórica con temas espirituales, como los problemas gramaticales están íntimamente
relacionados con los pastorales.
4 Ibid. 118.5 Jacques Fontaine, Isidoro de Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura hispánica en tiempos de los visigodos, Madrid , Ediciones Encuentro, 2002, 1176 Ibid. 118
10
Bajo ésta línea de desarrollo, aparece las Etimologías, la obra culmine de su
pensamiento gramatical y pedagógico.
Las Etimologías son una enciclopedia, una compilación de todo el saber antiguo
presentado a través del estudio del origen de las palabras. Pues tal como nos dice San
Braulio: “Esta obra, adaptada del todo a la filosofía, todo aquel que la estudie a fondo y la
medite a menudo, habrá merecido hacerse dueño del saber en todos los temas divinos y
humanos. Brinda una selección más que abundante de las diversas artes, al reunir en
apretada síntesis casi todo cuanto debe saberse.”7
Las razones que tuvo Isidoro para escribir esta obra son varias. Puede encontrarse,
en primer lugar, una motivación educativa relacionada con el papel político que jugarían los
receptores de su obra. El que las Etimologías haya sido dedicada al rey Sisebuto permite
inferir que uno de sus objetivos era el poder entregar una recopilación de cocimientos que
aportaran al desarrollo cultural de la elite gobernante, recordando siempre que,
posiblemente, el reino Visigodo sería el heredero de Roma. Ligado a esto, se encuentra la
permanente preocupación que tenía Isidoro por la educación pastoral del cuerpo
eclesiástico. Habría, también, una preocupación por preservar el sentido preciso de las
palabras, evitando, de esta manera, la degradación del lenguaje. 8
San Isidoro construye las Etimologías a partir de un claro principio rector, que se
puede sintetizar, tal como bien nos señala Jacques Fontain, en la frase: Etimologiae est
Origo, que es la definición que San Isidoro da de la etimología.
Resulta muy importante el que San Isidoro haya definido, valga la redundancia,
etimológicamente a la etimología, pues a través de ella podemos comprender cuál era la
visión que él tenía sobre ellas, y por tanto la idea que lo llevó a escribir este libro.
“Este último –Varrón- se había servido a menudo de la etimología, puesto que creía
ya, con los estoicos, que no pocas veces se podía acceder a la realidad de las cosas
remontándose al “origen” de la palabra. Fue, sin duda, a él, como veremos, a quien Isidoro
le debe, en último extremo, el principio organizador de su propia enciclopedia: etymología
est origo. La categoría gramatical de la etimología, promovida al rango de principio
7 San Braulio, “Renotatio Isidori a Braulione Caesaraugustano Edita” en Isidoro de Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura hispánica en tiempos de los visigodos, Madrid , Ediciones Encuentro, 2002, 3088 Jacques Fontaine, Op. Cit. 122.
11
universal de conocimiento y de exposición de los saberes, dio, como era lógico, su titulo a
la obra.”9
Ya desde el Cratilo de Platón (427 a. C. – 347 a. C) se encuentra presente la idea de
que las palabras nos develan la naturaleza de lo nombrado: “Sócrates: ... tiene razón cuando
afirma -Cratilo- que las cosas tienen el nombre por naturaleza y que el artesano de los
nombres no es cualquiera, sino sólo aquel que se fija en el nombre que cada cosa tiene por
naturaleza y es capaz de aplicar su forma tanto a las letras como a las sílabas…”10
Poco después, Sócrates realiza un ejercicio gramatical que bien podría incluirse
dentro de las Etimologías de San Isidoro. El filósofo sigue el mismo principio rector e
incluso el mismo estilo: “Sócrates:… Parece que también su padre, llamado Zeus, tiene
maravillosamente puesto el nombre, aunque no sea fácil de comprender. En efecto, el
nombre de Zeus es como su definición. Lo dividimos en dos partes… Y es que, tanto para
nosotros como para los demás, no hay un mayor causante de la «vida» (zén) que el
dominador y rey de todo. Acontece, pues, que es posiblemente exacto el nombre de este
dios «por el cual» (di'hón) los seres vivos tienen el «vivir» (zén).”11
Esta visión que asocia la palabra con la esencia de lo nombrado permanecerá a
través de la filosofía helenística, de los escépticos, entre otras corrientes, hasta llegar al
propio Isidoro: “La etimología estudia el origen de los vocablos, ya que mediante su
interpretación se llega a conocer el valor esencial de las palabras y los nombres. …Su
conocimiento es de una utilización imprescindible en la interpretación léxica, Pues si se
sabe cuál es el origen de una palabra, más rápidamente se comprenderá su sentido….”12
Pero en tanto en esta definición como en el Cratilo, aparecerá un problema tan
difícil de resolver que determinará, siglos más tarde, el conflicto entre los nominalistas y
los llamados “realistas”: la existencia o no de la arbitrariedad en los nombres.
San Isidoro se pronuncia ante este problema y nos presenta una solución mixta.
Reconoce que, si bien las palabras corresponden a la naturaleza de las cosas, también
existen muchos vocablos que son elegidos por el hombre a su antojo. San Isidoro no ignora
que en todas las denominaciones hay elementos discrecionales, pero ésta arbitrariedad no
9 Ibid 123.10 Platón, “Cratilo”, en Dialogos, Volumen II, Madrid, Gredos, 2000. 16311 Ibid. 17112 San Isidoro de Sevilla, “Libro I: Acerca de la gramática: Etimologías” en Etimologías, Volumen I, Madrid Biblioteca de Autores Cristianos, 1993, 321.
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quiebra el principio rector de la obra, pues encuentra la solución de este problema
remontándose a Adán, antes de la caída del hombre y de la multiplicación de las lenguas.
“Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del
campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les
pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. Gen 2,
19.”13
Todavía se puede encontrar un origen aún más primigenio e importante de esta
asociación entre la esencia de lo designado y la palabra: “Nada hay que no traiga de Dios su
origen.”14 Pues hay que recordar que Dios es el Verbo que crea todo lo existente, tal como
se señala Juan: “1En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la
Palabra era Dios. 2 Ella estaba en el principio con Dios. 3 Todo se hizo por ella y sin ella
no se hizo nada de cuanto existe. 4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los
hombres.”15
Es aquí donde encontramos la finalidad última de las Etimologías, la preocupación
por el origen de las palabras, la preocupación por el conocimiento gramatical ha alcanzado
aquí su objetivo máximo: el conocimiento de Dios.
En manera de síntesis, se puede trazar cuatro momentos en el trayecto y objetivos de
la etimología. En primer lugar, se busca la comprensión de la esencia de las cosas a través
del origen de los nombres que las identifican. Sin embargo, como muchas palabras fueron
escogidas arbitrariamente por el hombre, es necesario que el análisis se remonte al
momento en que se otorgaron lo nombres según la naturaleza de las cosas, es decir, antes de
la caída de Adán. Eso sería prácticamente imposible si no contáramos con la palabra
revelada, con las Sagradas Escrituras, pues a través de ellas recibimos el mensaje redentor
de Jesucristo, y éste se transmitió en griego, latín y hebreo, las tres lenguas sagradas.
De esta manera, es necesario remontarnos al origen de la cultura grecolatina para
poder comprender el significado de las palabras, de la creación y a partir de ella, acercarnos
a Dios, origen y verbo de todo lo que existe.
A través de este proceso, a través del principio rector que guía las Etimologías de
San Isidoro es posible comprender como se fusionaba, en la mentalidad medieval, la
13 Biblia de Jerusalen, Trad. José Ubieta, Bilbao, Desclee de Brouwer, 1994, 14 Jacques Fontaine, Op. Cit. 204.15 Biblia de Jerusalen, Op. Cit.
13
herencia cultural del mundo grecolatino con la nueva interpretación que el cristianismo le
daba al mundo.
.
14
Capítulo Segundo: El problema de la existencia de los monstruos en las Etimologías
de San Isidoro:
Considerar a las Etimologías de San Isidoro como una enciclopedia, como un
compendio que reúne todo cuanto debe saberse, implica, también, entenderlas bajo el
principio rector que guía la obra. La etimología es el origen, es un regreso a los valores
iníciales de la cultura, es el puente que permite acercarnos a la esencia del objeto
nombrado, de la criatura y, a partir de ella, al creador.
Que las Etimologías sean una recopilación, un inventario del mundo, se puede
apreciar con tal sólo revisar el índice de la obra.
Según la edición brauliana, veintidós son los libros que constituyen las Etimologías.
A lo largo de todos ellos, Isidoro trata una gran variedad de temas. Comienza por el
Trivium y el Quadrivium, dedica una sección a la Iglesia y sus sectas, pasa, luego, a hablar
sobre el Mundo y sus partes, acerca de las piedras y los metales, para terminar revisando los
utensilios domésticos y rústicos… estos son solo algunos ejemplos de todos los tópicos que
son revisados en la obra.
Si bien, Isidoro realiza una amplia revisión de lo que constituye el mundo divino, la
naturaleza y lo creado por el hombre, hay un tema en especial que llamó mi atención: el
libro XI Acerca del hombre y los seres prodigiosos. Esta sección trata sobre el hombre y
sus partes, las edades del hombre, de los seres prodigiosos y sobre los metamorfoseados.
Es reconocido el método de abreviación y síntesis que utiliza San Isidoro, nunca
dirá más de lo que es estrictamente necesario y, sobre todo en las Etimologías, definirá sólo
los elementos esenciales de cada objeto estudiado. Debido a esto, uno se pregunta ¿Por qué
sería necesario hacer una revisión de estos seres que, a primera vista, constituyen una
aberración de la naturaleza y ponen en duda la maestría de Dios? Luego ¿por qué incluye a
los monstruos en el libro que trata sobre los hombres, por qué no están junto a los animales
o constituyen un tema separado?
Estas interrogantes vuelven a surgir cuando se constata que San Agustín dedica el
capítulo VIII del libro XVI de la Ciudad de Dios a analizar el problema de la existencia de
los monstruos.
15
La primera cuestión a determinar es saber si estos seres son humanos. “Si debemos
creer que cierto género de hombres monstruosos, como refieren las historias de los gentiles,
descienden de los hijos de Noé, o de aquel único hombre de quien éstos procedieron
también, como son algunos que aseguran tienen un solo ojo en medio de la frente, otros que
tienen los pies vueltos hacia las pantorrillas; otros que no tienen boca, y que viven sólo con
aliento que reciben por las narices; otros que no son mayores que un Codo, a quienes los
griegos por el codo llaman pigmeos.”16
San Agustín responde afirmativamente a esta interrogante. Señala que sin importar
la forma o características que posean, si los monstruos son animales, son racionales y
mortales no es posible dudar de su naturaleza humana. San Isidoro, si bien no lo hace
expresamente, también los entiende integrados al género humano, al incluirlos dentro de
libro que trata acerca de los hombres.
Pero cuando se ha establecido que los monstruos son humanos, en vez de
solucionarse el problema, aparecen un sin número de otras interrogantes: ¿la existencia de
la aberración, de la mutación que, por exceso o falta, transforma la constitución normal de
los hombres en la de estos seres implica acaso que Dios podría equivocarse al crear un ser?
Se ha dicho que los portentos se encuentran dentro del género humano, pero ¿no es el
hombre hecho a imagen y semejanza de Dios? ¿Si el cuerpo, además, es imagen del alma,
la existencia de la tara física o deformidad presentes en estos seres, expresaría alguno tipo
de pecado o enfermedad espiritual?
En todos estos casos el cuestionamiento se dirige, finalmente, hacia la pregunta
sobre la existencia de la fealdad, que en la mentalidad clásica y medieval, normalmente, se
define como la desproporción y falta de orden entre las partes que constituyen al todo. “La
integritas, que debe entenderse, precisamente, como la presencia de un todo orgánico, de
todas las partes que concurren a definirlo como tal (S. Th, I, 73, 1). Un cuerpo humano es
deforme si carece de uno de sus miembros y llamamos feos a los mutilados porque les falta
la proporción de las partes con respecto al todo”17
Cuando se observa al cíclope o a los antípodas encontramos esa desproporción, ese
desorden, y si podemos distinguir ese único ojo o esa pierna al revés, es porque conocemos
cual “debiese” ser su ordenación natural. En ambos casos, el punto de comparación es la
16 San Agustín, Ciudad de Dios, Tomo II, Buenos Aires, Club de Lectores, 1940, 161.17 Umberto Eco, Arte y Belleza en la estética medieval, Barcelona, Lumen 1999, 114.
16
estructura del hombre. Si fueran seres de una raza totalmente distinta, por más extrañas que
esta fuera, se entenderían bajo sus propios parámetros, como sucede en el caso de los
animales, sin embargo, los ostentos son monstruos y son hombres, precisamente, porque es
posible reconocer la anomalía en una estructura humana normal.
Para poder responder a esta cuestión, para poder comprender el significado de estos,
San Isidoro vuelve a recurrir a la etimología, al origen del nombre: “Varrón dice que
portentos son las cosas que parecen nacer en contra de la ley de la naturaleza. En realidad,
no acontecen contra la naturaleza, puesto que suceden por voluntad divina, y voluntad del
Creador es la naturaleza de todo lo creado… En consecuencia, el portento no se realiza en
contra de la naturaleza, sino en contra de la naturaleza conocida. Y se conocen con el
nombre de portentos, ostentos, monstruos y prodigios, porque anuncian (portendere),
manifiestan (ostendere), muestran (monstrare) y predicen (praedicare) algo futuro… La
aparición de determinados portentos parece querer señalar hechos que van a acontecer; pues
en ocasiones Dios quiere indicarnos lo que va a suceder a través de determinados perjuicios
de los que nacen…”18
El que nos resulten extraños estos seres, el que no podamos comprender la razón de
su existencia, se debe a que nuestro limitado entendimiento nunca va a poder desenmarañar
las razones que guían a Dios para hacer tal o cual cosa. Pero San Isidoro no se queda sólo
en este punto, explica, además, claramente porqué la existencia de los portentos es
necesaria.
Los monstruos tienen una función definida que cumplir en este mundo y, de la
misma manera que las sombras son necesarias para resaltar la luz, Dios los creó como un
elemento que completaba la armonía completa de la creación. “Las cosas pueden
inspirarnos desconfianza en su desorden, en su caducidad, en su aparecérsenos
fundamentalmente hostiles: pero la cosa no es lo que parece, es signo de otra cosa. La
esperanza puede volver, por lo tanto, al mundo, porque el mundo es el discurso que Dios
hace al hombre.”19
18 San Isidoro de Sevilla, “Libro XI: Acerca de los hombres y los seres prodigiosos”, en Etimologías, Volumen II Segunda Edición, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1993.19 Umberto Eco, Op. Cit. 70.
17
En el caso de los portentos, esta función simbólica propia de todo lo creado, puede
apreciarse de una manera aún más clara, pues los monstruos, tal como señala su etimología,
aparecen para vaticinar o señalar hechos futuros.
Al comprender la función profética que cumplen estos seres, se puede entender, al
mismo tiempo, la razón de su extraña configuración, pues es la deformidad, la anormalidad
lo que capta la atención de los hombres y permite, de esta manera, transmitir el mensaje por
el cual fueron creados. Cada rasgo que compone su extraña fisonomía es, además, un signo
en sí mismo, que recalca la maestría de Dios, que no crea nada sin sentido. “A Alejandro le
pronosticó su repentina muerte un monstruo nacido de mujer: la parte superior del cuerpo
era de hombre, pero sin vida; la parte inferior, una mezcla de diferentes bestias, y tenía
vida; ello significaba que la parte peor sobreviviría a la mejor…”20
De esta manera, la existencia de los seres monstruos queda justificada, la aberración
de su nacimiento y estructura queda comprendida bajo los conceptos de la armonía general
de la creación; la falta de desproporción y desorden que, en un primer momento, se aprecia
en ellos, queda sublimada por el fin por el que fueron concebidos. “El bien es el ser
considerado en su perfección, en su eficaz correspondencia con el fin hacia el que
tiende…”21
Pero no todos los seres que presenten alguna alteración en su morfología son
portentos, San Isidoro distingue entre los portentos, los portentosos y los que son
inventados por el hombre.
“Entre portento y portentoso hay una diferencia: <<portento>> es lo que
experimente una metamorfosis completa; por ejemplo, se dice que en Umbría una mujer
parió una serpiente (Plinio, 7,3)… En cambio, <<portentoso>> es lo que experimenta una
ligera alteración; por ejemplo, el que nace con seis dedos…”22
Habría que aclarar, por lo tanto, si las pequeñas alteraciones que sufren los seres
portentosos cumplen el mismo rol que los portentos, es decir, si son ellas, también, signos
de vaticinio. De no ser así, se tendría que volver a reflexionar entorno a la posibilidad de
que Dios se equivoque o que permitiría la existencia de estas malformaciones.
20 Ibid 47.21 Ibid 3322 San Isidoro, Op. Cit. 47
18
San Agustín responde a estas interrogantes diciendo que “cualquier hombre nacido
en cualquier paraje, esto es, que fuere animal racional mortal, por más extraordinaria que
sea su forma, o color del cuerpo o movimiento, sonido o voz, cualquier virtud, cualquier
parte o cualquiera calidad de naturaleza que tenga, no puede dudar todo el que fuese fiel
cristiano, que desciende y trae su origen de aquel primer hombre…Porque Dios es el
criador de todas las cosas; Él sabe dónde y cuándo conviene o convino criar algún ser, y
sabe con qué conveniencia o diversidad de partes ha de componer la hermosura de este
Universo.”23
Con otras palabras, San Agustín vuelve a recalcar la idea propuesta por el
hispalense: nada acontece contra la voluntad divina… otro problema es que nosotros,
simples mortales, no podamos comprender las razones que la guían.
El libro XI de las Etimologías Isidoro no recoge solamente las interrogantes sobre la
existencia de estos seres, sino que hace, además, una caracterización de los portentos y
seres portentosos conocidos hasta ese momento.
El carácter de portentoso lo reciben los hombres debido a la talla de su cuerpo, ya
sea por su gran altura (gigantes) o pequeñez (pigmeos); por la magnitud de sus miembros,
cuando se desarrolla uno en desproporción o se tienen más de los que corresponde (varias
cabezas o más de cinco dedos); por estar metamorfoseados, es decir, presentar partes de
otros animales (minotauro); por presentar una traslación de sus miembros, como el tener los
ojos en el pecho o con las piernas vueltas hacia atrás (antípodas); etc.
Se podría pensar que estas alteraciones se presentan sólo en algunos pocos seres, sin
embargo, es posible encontrar pueblos enteros con algún rasgo portentoso.
La existencia de estas otras “razas” de hombres hace que surja la pregunta,
nuevamente, por el límite de la normalidad, pues en este caso, todo un pueblo es el que está
determinado por cierta alteración, la deformidad forma parte integral de su fisonomía y por
lo tanto es “normal” dentro de sus parámetros. Tal vez, para solucionar este problema sea
necesario volver a la explicación que nos da San Isidoro: estos seres no se realizan en
contra de la naturaleza, sino en contra de la naturaleza conocida.
En el libro XI de las Etimologías se nombran muchos pueblos monstruosos, sin
embargo, sólo analizaré algunos de ellos. He seleccionado estos pueblos por su
23 San Agustin, Op. Cit. Pág. 162
19
trascendencia histórica y por ser ejemplos de la permanencia del legado clásico en la
mentalidad medieval. No podemos dejar de subrayar que estos pueblos han sido nombrados
también, por otros pensadores, entre ellos San Agustín.
“Los cinocéfalos deben su nombre a tener cabeza de perro; sus mismos ladridos
ponen de manifiesto que se trata más de bestias que de hombres. Nacen en la India.
También la India engendra cíclopes, que llevan su nombre porque ostentan un ojo en medio
de la frente…Se cree que en Libia nacen los blemmyas, que presentan un tronco sin cabeza
y que tienen en el pecho la boca y los ojos. Hay otros que, privados de cerviz, tienen los
ojos en los hombros… Dicen que en Etiopía existe el pueblo de los esciopodas, dotados de
extraordinarias piernas y de velocidad extrema. Los griegos los denominan skiópodai
porque durante el verano, tumbados de espaldas sobre la tierra, se dan sombra con la
enorme magnitud de sus pies. En Libia habitan los antípodas, que tienen las plantas de los
pies vuelta tras los talones y en ella ocho dedos…”24
En la Crónica de Nuremberg (siglo XV) hallamos varios ejemplos gráficos de los
seres recién descritos, de este libro he seleccionado las siguientes imágenes:
Cíclopes Cinocéfalos
Esciapodas Blemmyas25
A partir de los ejemplos citados, es posible reconocer ciertos elementos comunes en
todos ellos.
24 San Isidoro, Op. Cit. 5125 Las ilustraciones fueron tomadas de: Umberto Eco, Historia de la Belleza, Barcelona, Lumen, 2006, 139
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En primer lugar, todos se encuentran en la India, en Libia o en Etiopía, es decir, en
países lejanos y exóticos, remarcando la distancia que los separa del resto de la humanidad.
Los pueblos monstruosos se encuentran en Oriente o en tierras colindantes con el desierto,
en el límite del mundo físico conocido, en lugares a los que la civilización todavía no ha
llegado y en los que, por lo tanto, todavía existe espacio para que se desarrolle todas las
ricas formas, historias y seres que constituyen el imaginario medieval.
“El desierto de los monjes de Egipto se manifiesta como el lugar por excelencia de
lo maravilloso; el asceta encuentra allí al demonio de manera inevitable, pues el demonio
está en su casa en el desierto. Pero también el monje, en cierta manera, encuentra en el
desierto al Dios que ha ido a buscar allí.... La idea del desierto oscila entre una concepción
paradisiaca y una concepción de sufrimiento y pruebas: la tentación de Cristo…”26
En segundo lugar, es posible encontrar el origen de todos estos pueblos en la
mitología clásica, tal como se puede apreciar por sus nombres griegos: sciápodas, cíclopes,
cinocéfalos etc. Y por las fuentes que utiliza San Isidoro para recopilar la información
sobre ellos: Varrón, Plinio, Homero, Virgilio, Ovidio, entre otros.
Este último rasgo estará presente en la última clasificación que hace San Isidoro
sobre los seres prodigiosos: los inventados por el hombre.
“Se habla también de otros fabulosos portentos humanos que no son tales, sino que
se interpretan como ficciones inventadas a partir de un hecho real…”27
Es difícil determinar cuál es el límite que separa a estos seres de los que son
propiamente portentosos. San Isidoro nombra, por ejemplo, como seres inventados a las
Gorgonas, a la Quimera, al Centauro, nos explica como las sirenas en realidad “fueron unas
meretrices que llevaban a la ruina a quienes pasaban, y estos se veían después en la
necesidad de simular que habían naufragado…”28 o que “existe constancia de que Hidra fue
un lugar de donde procedían las aguas que devastaban una ciudad cercana: canalizadas por
una acequia, saltaba por otros muchos lugares. Viendo esto Hércules, desecó aquellos
parajes, y así pudo cerrar el canal de agua. Precisamente el nombre de “hidra” deriva de
agua…”29
26 Jacques Le Goff, Lo Maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval, Barcelona, Gedisa, 1991, 28.27 San Isidoro, Op. Cit. 5328 Idem29 Idem.
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Uno ve en todos estos ejemplos seres característicos de la mitología clásica que, en
principio, no podrían distinguirse, en cuanto a la veracidad de su existencia, respecto de
todos los otros seres prodigiosos que se han nombrado. Tal vez, una razón que podría
explicar este problema, sería que los primeros están siempre relacionados con alguna
actividad del hombre y San Isidoro los reprocharía precisamente por esto, por ser la simple
justificación de ciertas conductas humanas, ya sea el no poder canalizar un río o el que un
hombre quede en la ruina por el encanto de ciertas mujeres; en cambio, la existencia de los
seres portentosos tiene un significado propio, tienen una función establecida, pues vaticinan
o muestran un mensaje futuro, y su configuración está determinada por Dios.
Como se ha podido apreciar, el mundo de los seres prodigiosos es complejo, son
muchas las interrogantes que surgen a medida que uno lo va estudiando y muchas de ellas
no tienen una respuesta determinada. Tal vez esto se deba a que el hombre medieval vivía
en un mundo en que todas las cosas significaban, nos remitían o eran manifestaciones de
Dios. Una piedra, un árbol, un animal o un monstruo, todos eran signos de una verdad
superior. Toda la naturaleza era huella de Dios.
Considero que esta forma de comprender el mundo también está presente en la obra
isidoriana, pues la etimología, el origen de la palabra, trata de comprender el significado de
lo nombrado, del mundo, del lenguaje que ocupa Dios. Es por esto que San Isidoro incluye
a los monstruos en su obra, pues los seres prodigiosos son un claro ejemplo de cómo Dios
nos habla a través de la creación y de cómo todas las criaturas juegan un papel en la
elaboración de este mensaje.
San Isidoro intentará dilucidar el significado de la creación volviendo a la fuente de
la palabra, a la fuente de la cultura: la civilización grecolatina. Y recorriendo este camino
hacia el origen, recopilará y sistematizará una enciclopedia que serviría de guía para el
reino Visigodo que, según su visión, debería continuar el camino dejado por Roma.
No acertaría completamente en este punto, pues si bien el reino Visigodo pronto se
desintegraría, su obra, las Etimologías se convertirían en el “ciclo de Paideia” que guiaría
occidente durante la Edad Media.
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Fuentes
San Isidoro de Sevilla, Etimologías, Segunda Edición, Biblioteca de Autores
Cristianos, Madrid, 1993.
San Agustín, Ciudad de Dios, Tomo II, Buenos Aires, Club de Lectores, 1940
Bibliografía.
Biblia de Jerusalen, Trad. José Ubieta, Bilbao, Desclee de Brouwer, 1994.
Jacques Fontaine, Isidoro de Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura hispánica en
tiempos de los visigodos, Madrid , Ediciones Encuentro, 2002.
Jacques Le Goff, Lo Maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval, Barcelona,
Gedisa, 1991.
Manuel Díaz y Díaz, “Introducción general”, en San Isidoro de Sevilla, Etimologías,
Volumen I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1993.
Platón, “Cratilo”, en Dialogos, Volumen II, Madrid, Gredos, 2000.
San Braulio, “Renotatio Isidori a Braulione Caesaraugustano Edita” en Isidoro de
Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura hispánica en tiempos de los visigodos,
Madrid, Ediciones Encuentro, 2002.
Umberto Eco, Arte y Belleza en la estética medieval, Barcelona, Lumen 1999.
Umberto Eco, Historia de la Belleza, Barcelona, Lumen, 2006, 139
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