san isidoro[1]

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Campus: Recreo Licenciatura: Humanidades Carrera: Historia El problema de la existencia de los monstruos en las “Etimologías” de San Isidoro como reflejo de la influencia del legado grecolatino en la Alta Edad Media Nombre: Andrea Martínez Freile

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Page 1: San Isidoro[1]

Campus: Recreo

Licenciatura: Humanidades

Carrera: Historia

El problema de la existencia de los monstruos en las “Etimologías” de San Isidoro

como reflejo de la influencia del legado grecolatino en la Alta Edad Media

Nombre: Andrea Martínez Freile

Profesor: José Marín Riveros

Sección: 01

Fecha: 24/11

Page 2: San Isidoro[1]

Viña del Mar – 2009

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Page 3: San Isidoro[1]

Índice:

Página

Introducción …………………………………………………………………. 3

Capítulo Primero: “Nada hay que no traiga de Dios su origen.”: el principio 7

que rige las etimologías de San Isidoro………………………………………..

Capítulo Segundo: El problema de la existencia de los monstruos en las 14

Etimologías de San Isidoro……………………………………………………

Bibliografía……………………………………………………………………. 22

3

Page 4: San Isidoro[1]

Introducción:

El legado grecolatino no pereció ante las invasiones bárbaras, pues si bien muchos

elementos se perdieron, otros tantos sobrevivieron al choque de estas culturas para producir

nuevas e interesantes mezclas. Un ejemplo de la permanencia de la herencia clásica en los

nuevos reinos germánicos lo constituye el florecimiento cultural visigodo del VII. Dentro

de este desarrollo se destaca la figura de San Isidoro de Sevilla (560- 636).

San Isidoro fue un obispo hispanorromano que debido a su educación, su influencia

en el reino visigodo y su amplia producción literaria, llegó a convertirse en una de las

mayores figuras intelectuales de la época. Cabe señalar que una de sus obras, las

Etimologías, sería, después de la Biblia, el libro más copiado durante la Edad Media.

La Etimologías es una recopilación, una enciclopedia del saber antiguo, que se

ordena bajo la premisa de que el conocimiento del origen de las palabras va permitir una

mejor comprensión de la esencia de la cosa nombrada. La búsqueda del sentido de los

vocablos se remontará a los orígenes de la cultura, se remontará hasta el mundo clásico.

Las Etimologías de San Isidoro constituyen de esta manera, un gran ejemplo de la

pervivencia del legado clásico bajo la nueva interpretación cristiana. Para desarrollar este

punto, el presente trabajo se centrará, específicamente, en el libro “XI: Acerca del hombre y

los seres prodigiosos”, pues dentro de los numerosos elementos que se traspasaron de una

época a la otra, entre los muchos temas que estudia la obra isidoriana, el interés de este

trabajo versará sobre la construcción de un imaginario medieval basado en el significado

teológico de los seres prodigiosos.

La existencia de los seres prodigiosos, de los monstruos, constituye un problema no

menor en la teología cristiana, como se puede apreciar en el hecho de que dos grandes

intelectuales, como San Agustín (354-430) y San Isidoro, lo comenten. Es un tema que saca

a relucir preguntas sobre la función de las criaturas, sobre nuestra incapacidad para

entender el plan de divino. Es una problemática que tiene muchas aristas, que influyó de

varias maneras en todo el Medioevo y que presenta, claramente, elementos de origen

grecolatino.

4

Page 5: San Isidoro[1]

Llegado a este punto es necesario señalar que en este trabajo no se desarrollará la

simbología de otros seres, como son demonios, animales, plantas y minerales, no se tratarán

otros imaginarios medievales, como son el purgatorio, el infierno y el cielo.

Para el estudio de esta temática se utilizarán diferentes trabajos y estudios.

La obra de Jacques Fontaine Isidoro de Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura

hispánica en tiempos de los visigodos (París, 1959), constituye una de las más completas

revisiones sobre la vida del obispo sevillano, su obra y pensamiento, dentro de la cual

destaco el capítulo “Etymologia est origo” donde se analiza la relación existente entre el

origen de la palabra, su etimología, con la esencia de la cosa significada.

Se utilizará también la obra de Jacques Le Goff Lo Maravilloso y lo cotidiano en el

occidente medieval (París, 1985), pues si bien este autor se especializa en la Baja Edad

Media y por lo tanto, trata problemas que se extienden fuera del período a tratar en este

trabajo, la metodología utilizada y la presentación de algunos de los temas del libro

permiten adentrarnos en la mentalidad de la época y conocer la visión que se tenía sobre

ciertas situaciones que tienen estrecha relación con la existencia de los monstruos, como

fue la importancia simbólica del desierto. Por lo anterior destaco los capítulos “I: Lo

maravillo en el Occidente medieval, II: El desierto y el bosque en el occidente medieval,

III: algunas observaciones sobre el cuerpo e ideología en el Occidente Medieval y IX: Los

marginados en el Occidente Medieval.”

Cabe señalar que Jacques Le Goff es un connotado representante de la tercera

generación de la Escuela de los Annales.

Como se dijo anteriormente, la fuente principal del trabajo serán los libros XI y XII

de las Etimologías de San Isidoro. Es necesario señalar que, como fuente secundaria, se

trabajará el Capítulo VIII del Libro XVI: “Libro de las dos ciudades: desde Noé hasta los

Profetas” de la Ciudad de Dios de San Agustín, pues allí se presenta nuevamente el

problema de la existencia de los monstruos.

Como se puede apreciar, dos grandes personajes de la época tratan el problema.

En ellos la existencia de los seres portentosos no responde a una mala interpretación de las

fuentes antiguas o de los fenómenos de la naturaleza, sino que por el contrario, reflejan un

problema teológico y estético mayor, que va más allá de la existencia real de estos seres, y

5

Page 6: San Isidoro[1]

que constituye, al mismo tiempo, un buen ejemplo de la transmisión del saber clásico a la

Edad Media.

Debido a esto, el revisar esta problemática resulta muy importante para poder

comprender la mentalidad de la época, el cómo se entendía lo maravilloso y lo cotidiano, la

correspondencia entre la palabra y la esencia, y el papel que jugaban todos los seres en la

creación.

Para poder estudiar este tema será necesario dividir el análisis en dos grandes

problemáticas.

Primero será necesario comprender los principios que rigen la obra isidoriana en

general y como ordenan, así mismo, el libro XI: Acerca del hombre y los seres prodigiosos.

En este apartado se tratará la relación existente entre la palabra y la esencia de las cosas. A

través de este análisis se podrá entender la importancia del estudio de la etimología, pues el

saber el origen de un concepto no serviría solamente para acrecentar el bagaje cultural, sino

que, aun más importante, permitiría aprehender la esencia misma del objeto nombrado.

El que las palabras denoten las características de las cosas se puede apreciar

claramente en el caso de los monstruos, pues en el libro correspondiente, San Isidoro señala

la relación de su denominación con su función de vaticinio, su papel de mostrar y de portar

señales y presagios.

Teniendo clara la función de las etimologías, se pasará a responder una segunda

problemática: el porqué se incluyen a los seres portentosos dentro de la obra isidoriana y la

de San Agustín. Se estudiará, por lo tanto, el problema teológico que implica la existencia

de estos seres. Los monstruos son criaturas que resultan contrarias a la naturaleza conocida

por el hombre, producen rechazo porque no responden a las estructuras con las que la

mayoría de los seres se desarrolla. En los portentos la naturaleza, por exceso o por defecto,

no sigue el canon establecido. Nace en este punto la pregunta sobre la fealdad en el plan

divino.

A lo largo de estas interrogantes se irá distinguiendo entre los seres que son

propiamente portentos, los portentosos y los inventados por los hombres para explicar

situaciones embarazosas o indebidas, como es el caso de las sirenas, tal como diferencia

San Isidoro. Destacando, conjuntamente, las características y funciones que son propias de

cada grupo.

6

Page 7: San Isidoro[1]

Se caracterizarán algunos pueblos monstruosos, tales como los Blemmyas, los

Esciapodas y los Cinocéfalos, determinando el lugar donde habitan y el significado de que

los monstruos generalmente se ubiquen en Oriente y en lugares alejados y cercanos a los

límites de la tierra, como son los desiertos.

Se terminará recalcando los elementos grecolatinos que pueden encontrarse en la

conformación de este imaginario.

7

Page 8: San Isidoro[1]

Capítulo Primero: “Nada hay que no traiga de Dios su origen.”1: el principio que rige

las etimologías de San Isidoro

Mucho se ha hablado sobre la supuesta “oscuridad” de la Edad Media, sin embargo,

existen muchos ejemplos que permiten afirmar la permanencia del legado grecolatino y la

existencia de nuevos y grandes pensadores durante este período. San Isidoro de Sevilla es

un claro ejemplo de esta “claridad”.

San Isidoro fue un obispo hispanorromano que debido a su educación, su influencia

en el reino visigodo y su amplia producción literaria, llegó a convertirse en una de las

mayores figuras intelectuales de la época. Cabe señalar que una de sus obras, las

Etimologías, sería, después de la Biblia, el libro más copiado durante la Edad Media.

Para poder comprender esta figura y los principios que rigieron sus obras, es

necesario conocer ciertos antecedentes personales e históricos que determinaron su

formación.

En primer lugar, hay que destacar la figura de su hermano mayor Leandro, pues fue

él quien se encargó de la educación de Isidoro, luego de la pronta muerte de sus padres.

Leandro es, por sí solo, otra de las grandes personalidades de la época. Fue también

obispo de Sevilla y durante la permanencia en este cargo jugó un importante papel en la

conversión de Hermenegildo (564-585) y posteriormente en la consolidación oficial de la

religión católica tras la conversión de Recaredo (¿?- 601) y un grupo de nobles y obispos

arrianos en el III Concilio de Toledo el año 589.

Esto implicó que Isidoro se desarrollará en el momento de mayor esplendor del

reino Visigodo, cuando se ha alcanzado la unidad religiosa y territorial, siendo su propio

hermano y el educador, partícipe de este proceso.

“Es probable que la profunda cultura eclesiástica que se descubre en Leandro haya

producido un impacto indeleble en Isidoro. También es verosímil pensar que los viajes de

su hermano mayor y los personajes con los que aquél mantuvo amistad y relaciones,

1 Jacques Fontaine, Op. Cit. 204.

8

Page 9: San Isidoro[1]

facilitaran la llegada a Sevilla de libros y obras de carácter más técnico, científico o

gramatical, que quedaron luego a disposición de Isidoro.”2

Bajo la mirada isidoriana, el reino Visigodo se encuentra en su momento de mayor

esplendor, a diferencia de lo que sucede con el Imperio Bizantino, por lo que le

correspondería a éste, y no al segundo, ser el continuador del tan valorado mundo

grecorromano. El conseguir esto, es uno de los objetivos que guiarán la mayor parte de su

labor eclesiástica e intelectual. San Isidoro intentará entregar los elementos necesarios que

permitan formar y preparar a los dirigentes y a la sociedad visigoda para tomar el relevo

histórico cuando Bizancio caiga, convirtiéndose en herederos dignos de Roma.

Junto con esto, gran parte de su preocupación por la educación estuvo relacionada

con prevenir el nacimiento de herejías o desviaciones de fe. “La ignorancia- dispone- es

madre de todos los errores; hay que evitarla, singularísimamente entre los obispos de Dios,

que recibieron la misión de enseñar al pueblo…Conozcan, pues, los sacerdotes las

escrituras santas y los cánones, para que toda su acción consista en la predicación y en la

enseñanza, y para que edifiquen a todos los fieles tanto por su conocimiento profundo de la

fe como por la corrección ejemplar de sus obras”3

San Isidoro comprende lo imprescindible que es la buena formación de los monjes y

sacerdotes para evitar la transmisión desviada de los dogmas y del actuar del mensajero.

Para lograr esto, el hispalense recurre al modelo de educación romana, el orador.

El orador era el hombre culto por excelencia, capaz de transmitir ideas, de

convencer a las personas por el dominio de su lenguaje y de expresar emotivos discursos.

No por casualidad, sus Etimologías comenzaran tratando las bases de esta educación, el

trívium y el quadrivium. Este modelo pervivirá luego bajo la figura del predicador cristiano,

del evangelizador. Isidoro buscará que, precisamente, sus monjes y sacerdotes sean capaces

de emular tales modelos.

En este anhelo por conseguir la mejor formación de los dirigentes políticos y

religiosos de su época, San Isidoro fusionará sus preocupaciones gramaticales y religiosas

bajo un solo principio educativo.

2 Manuel Díaz y Díaz, “Introducción general”, en San Isidoro de Sevilla, Etimologías, Volumen I, Madrid Biblioteca de Autores Cristianos, 1993, 104.3 Ibid. 77

9

Page 10: San Isidoro[1]

“Isidoro estableció repetidamente la conexión indefectible entre la ciencia de los

significados, o sentidos, como él los denomina, y la ciencia de las palabras, que juntas

constituyen el ideal de una formación completa, al que hay que aspirar ya desde los

primeros grados educativos y que es exigible desde un primer momento en cuanto realizan

una misión educacional pública, lo que para él equivale en la práctica a misión

eclesiástica.”4

Este principio estará claramente presente en sus Etimologías, pero es posible

encontrarlo en obras anteriores. Tal es el caso de su libro Diferencias (Differentiae

verborum 598-615).

Se trata de una obra destinada a la enseñanza de vocabulario, permite conocer los

distintos matices que distinguen palabras, que muchas veces, por un sentido métrico o estilo

de redacción, son utilizadas como equivalentes. Está compuesta de dos libros, en el

primero se ejercita, sin ningún orden claro, una gran variedad de vocablos, en cambio, “El

plan del segundo libro está más claro. Baja asimismo desde el cielo a la tierra y a los seres

vivos, aunque en un sentido religioso: de Dios a los hombres…”5

En el segundo libro queda claro cómo San Isidoro logra ejercitar el vocabulario, la

gramática, haciendo uso de temas religiosos que refuerzan el catecismo.

Un segundo libro que sigue esta tendencia, lo constituye el de los Sinónimos

(Synonyma 610-615). En este, se relata la introspección que realiza un pecador al tomar

conciencia de los errores y pecados que ha cometido. Este proceso de arrepentimiento es

descrito utilizando reiterativamente una misma idea a través de todos sus sinónimos o

frases equivalentes, maximizando, de esta forma, su efecto catártico. He aquí un pequeño

ejemplo: “Mi alma está angustiada, mi espíritu se agita, mi corazón se bambolea. Me posee

la ansiedad y me abate la angustia…”6

Esta obra, no sólo nos permite conocer el gran manejo de vocabulario que poseía el

autor, sino que además vuelve a demostrarnos como San Isidoro fusiona el ejercicio de

retórica con temas espirituales, como los problemas gramaticales están íntimamente

relacionados con los pastorales.

4 Ibid. 118.5 Jacques Fontaine, Isidoro de Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura hispánica en tiempos de los visigodos, Madrid , Ediciones Encuentro, 2002, 1176 Ibid. 118

10

Page 11: San Isidoro[1]

Bajo ésta línea de desarrollo, aparece las Etimologías, la obra culmine de su

pensamiento gramatical y pedagógico.

Las Etimologías son una enciclopedia, una compilación de todo el saber antiguo

presentado a través del estudio del origen de las palabras. Pues tal como nos dice San

Braulio: “Esta obra, adaptada del todo a la filosofía, todo aquel que la estudie a fondo y la

medite a menudo, habrá merecido hacerse dueño del saber en todos los temas divinos y

humanos. Brinda una selección más que abundante de las diversas artes, al reunir en

apretada síntesis casi todo cuanto debe saberse.”7

Las razones que tuvo Isidoro para escribir esta obra son varias. Puede encontrarse,

en primer lugar, una motivación educativa relacionada con el papel político que jugarían los

receptores de su obra. El que las Etimologías haya sido dedicada al rey Sisebuto permite

inferir que uno de sus objetivos era el poder entregar una recopilación de cocimientos que

aportaran al desarrollo cultural de la elite gobernante, recordando siempre que,

posiblemente, el reino Visigodo sería el heredero de Roma. Ligado a esto, se encuentra la

permanente preocupación que tenía Isidoro por la educación pastoral del cuerpo

eclesiástico. Habría, también, una preocupación por preservar el sentido preciso de las

palabras, evitando, de esta manera, la degradación del lenguaje. 8

San Isidoro construye las Etimologías a partir de un claro principio rector, que se

puede sintetizar, tal como bien nos señala Jacques Fontain, en la frase: Etimologiae est

Origo, que es la definición que San Isidoro da de la etimología.

Resulta muy importante el que San Isidoro haya definido, valga la redundancia,

etimológicamente a la etimología, pues a través de ella podemos comprender cuál era la

visión que él tenía sobre ellas, y por tanto la idea que lo llevó a escribir este libro.

“Este último –Varrón- se había servido a menudo de la etimología, puesto que creía

ya, con los estoicos, que no pocas veces se podía acceder a la realidad de las cosas

remontándose al “origen” de la palabra. Fue, sin duda, a él, como veremos, a quien Isidoro

le debe, en último extremo, el principio organizador de su propia enciclopedia: etymología

est origo. La categoría gramatical de la etimología, promovida al rango de principio

7 San Braulio, “Renotatio Isidori a Braulione Caesaraugustano Edita” en Isidoro de Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura hispánica en tiempos de los visigodos, Madrid , Ediciones Encuentro, 2002, 3088 Jacques Fontaine, Op. Cit. 122.

11

Page 12: San Isidoro[1]

universal de conocimiento y de exposición de los saberes, dio, como era lógico, su titulo a

la obra.”9

Ya desde el Cratilo de Platón (427 a. C. – 347 a. C) se encuentra presente la idea de

que las palabras nos develan la naturaleza de lo nombrado: “Sócrates: ... tiene razón cuando

afirma -Cratilo- que las cosas tienen el nombre por naturaleza y que el artesano de los

nombres no es cualquiera, sino sólo aquel que se fija en el nombre que cada cosa tiene por

naturaleza y es capaz de aplicar su forma tanto a las letras como a las sílabas…”10

Poco después, Sócrates realiza un ejercicio gramatical que bien podría incluirse

dentro de las Etimologías de San Isidoro. El filósofo sigue el mismo principio rector e

incluso el mismo estilo: “Sócrates:… Parece que también su padre, llamado Zeus, tiene

maravillosamente puesto el nombre, aunque no sea fácil de comprender. En efecto, el

nombre de Zeus es como su definición. Lo dividimos en dos partes… Y es que, tanto para

nosotros como para los demás, no hay un mayor causante de la «vida» (zén) que el

dominador y rey de todo. Acontece, pues, que es posiblemente exacto el nombre de este

dios «por el cual» (di'hón) los seres vivos tienen el «vivir» (zén).”11

Esta visión que asocia la palabra con la esencia de lo nombrado permanecerá a

través de la filosofía helenística, de los escépticos, entre otras corrientes, hasta llegar al

propio Isidoro: “La etimología estudia el origen de los vocablos, ya que mediante su

interpretación se llega a conocer el valor esencial de las palabras y los nombres. …Su

conocimiento es de una utilización imprescindible en la interpretación léxica, Pues si se

sabe cuál es el origen de una palabra, más rápidamente se comprenderá su sentido….”12

Pero en tanto en esta definición como en el Cratilo, aparecerá un problema tan

difícil de resolver que determinará, siglos más tarde, el conflicto entre los nominalistas y

los llamados “realistas”: la existencia o no de la arbitrariedad en los nombres.

San Isidoro se pronuncia ante este problema y nos presenta una solución mixta.

Reconoce que, si bien las palabras corresponden a la naturaleza de las cosas, también

existen muchos vocablos que son elegidos por el hombre a su antojo. San Isidoro no ignora

que en todas las denominaciones hay elementos discrecionales, pero ésta arbitrariedad no

9 Ibid 123.10 Platón, “Cratilo”, en Dialogos, Volumen II, Madrid, Gredos, 2000. 16311 Ibid. 17112 San Isidoro de Sevilla, “Libro I: Acerca de la gramática: Etimologías” en Etimologías, Volumen I, Madrid Biblioteca de Autores Cristianos, 1993, 321.

12

Page 13: San Isidoro[1]

quiebra el principio rector de la obra, pues encuentra la solución de este problema

remontándose a Adán, antes de la caída del hombre y de la multiplicación de las lenguas.

“Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del

campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les

pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. Gen 2,

19.”13 

Todavía se puede encontrar un origen aún más primigenio e importante de esta

asociación entre la esencia de lo designado y la palabra: “Nada hay que no traiga de Dios su

origen.”14 Pues hay que recordar que Dios es el Verbo que crea todo lo existente, tal como

se señala Juan: “1En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la

Palabra era Dios. 2 Ella estaba en el principio con Dios. 3 Todo se hizo por ella y sin ella

no se hizo nada de cuanto existe. 4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los

hombres.”15

Es aquí donde encontramos la finalidad última de las Etimologías, la preocupación

por el origen de las palabras, la preocupación por el conocimiento gramatical ha alcanzado

aquí su objetivo máximo: el conocimiento de Dios.

En manera de síntesis, se puede trazar cuatro momentos en el trayecto y objetivos de

la etimología. En primer lugar, se busca la comprensión de la esencia de las cosas a través

del origen de los nombres que las identifican. Sin embargo, como muchas palabras fueron

escogidas arbitrariamente por el hombre, es necesario que el análisis se remonte al

momento en que se otorgaron lo nombres según la naturaleza de las cosas, es decir, antes de

la caída de Adán. Eso sería prácticamente imposible si no contáramos con la palabra

revelada, con las Sagradas Escrituras, pues a través de ellas recibimos el mensaje redentor

de Jesucristo, y éste se transmitió en griego, latín y hebreo, las tres lenguas sagradas.

De esta manera, es necesario remontarnos al origen de la cultura grecolatina para

poder comprender el significado de las palabras, de la creación y a partir de ella, acercarnos

a Dios, origen y verbo de todo lo que existe.

A través de este proceso, a través del principio rector que guía las Etimologías de

San Isidoro es posible comprender como se fusionaba, en la mentalidad medieval, la

13 Biblia de Jerusalen, Trad. José Ubieta, Bilbao, Desclee de Brouwer, 1994, 14 Jacques Fontaine, Op. Cit. 204.15 Biblia de Jerusalen, Op. Cit.

13

Page 14: San Isidoro[1]

herencia cultural del mundo grecolatino con la nueva interpretación que el cristianismo le

daba al mundo.

.

14

Page 15: San Isidoro[1]

Capítulo Segundo: El problema de la existencia de los monstruos en las Etimologías

de San Isidoro:

Considerar a las Etimologías de San Isidoro como una enciclopedia, como un

compendio que reúne todo cuanto debe saberse, implica, también, entenderlas bajo el

principio rector que guía la obra. La etimología es el origen, es un regreso a los valores

iníciales de la cultura, es el puente que permite acercarnos a la esencia del objeto

nombrado, de la criatura y, a partir de ella, al creador.

Que las Etimologías sean una recopilación, un inventario del mundo, se puede

apreciar con tal sólo revisar el índice de la obra.

Según la edición brauliana, veintidós son los libros que constituyen las Etimologías.

A lo largo de todos ellos, Isidoro trata una gran variedad de temas. Comienza por el

Trivium y el Quadrivium, dedica una sección a la Iglesia y sus sectas, pasa, luego, a hablar

sobre el Mundo y sus partes, acerca de las piedras y los metales, para terminar revisando los

utensilios domésticos y rústicos… estos son solo algunos ejemplos de todos los tópicos que

son revisados en la obra.

Si bien, Isidoro realiza una amplia revisión de lo que constituye el mundo divino, la

naturaleza y lo creado por el hombre, hay un tema en especial que llamó mi atención: el

libro XI Acerca del hombre y los seres prodigiosos. Esta sección trata sobre el hombre y

sus partes, las edades del hombre, de los seres prodigiosos y sobre los metamorfoseados.

Es reconocido el método de abreviación y síntesis que utiliza San Isidoro, nunca

dirá más de lo que es estrictamente necesario y, sobre todo en las Etimologías, definirá sólo

los elementos esenciales de cada objeto estudiado. Debido a esto, uno se pregunta ¿Por qué

sería necesario hacer una revisión de estos seres que, a primera vista, constituyen una

aberración de la naturaleza y ponen en duda la maestría de Dios? Luego ¿por qué incluye a

los monstruos en el libro que trata sobre los hombres, por qué no están junto a los animales

o constituyen un tema separado?

Estas interrogantes vuelven a surgir cuando se constata que San Agustín dedica el

capítulo VIII del libro XVI de la Ciudad de Dios a analizar el problema de la existencia de

los monstruos.

15

Page 16: San Isidoro[1]

La primera cuestión a determinar es saber si estos seres son humanos. “Si debemos

creer que cierto género de hombres monstruosos, como refieren las historias de los gentiles,

descienden de los hijos de Noé, o de aquel único hombre de quien éstos procedieron

también, como son algunos que aseguran tienen un solo ojo en medio de la frente, otros que

tienen los pies vueltos hacia las pantorrillas; otros que no tienen boca, y que viven sólo con

aliento que reciben por las narices; otros que no son mayores que un Codo, a quienes los

griegos por el codo llaman pigmeos.”16

San Agustín responde afirmativamente a esta interrogante. Señala que sin importar

la forma o características que posean, si los monstruos son animales, son racionales y

mortales no es posible dudar de su naturaleza humana. San Isidoro, si bien no lo hace

expresamente, también los entiende integrados al género humano, al incluirlos dentro de

libro que trata acerca de los hombres.

Pero cuando se ha establecido que los monstruos son humanos, en vez de

solucionarse el problema, aparecen un sin número de otras interrogantes: ¿la existencia de

la aberración, de la mutación que, por exceso o falta, transforma la constitución normal de

los hombres en la de estos seres implica acaso que Dios podría equivocarse al crear un ser?

Se ha dicho que los portentos se encuentran dentro del género humano, pero ¿no es el

hombre hecho a imagen y semejanza de Dios? ¿Si el cuerpo, además, es imagen del alma,

la existencia de la tara física o deformidad presentes en estos seres, expresaría alguno tipo

de pecado o enfermedad espiritual?

En todos estos casos el cuestionamiento se dirige, finalmente, hacia la pregunta

sobre la existencia de la fealdad, que en la mentalidad clásica y medieval, normalmente, se

define como la desproporción y falta de orden entre las partes que constituyen al todo. “La

integritas, que debe entenderse, precisamente, como la presencia de un todo orgánico, de

todas las partes que concurren a definirlo como tal (S. Th, I, 73, 1). Un cuerpo humano es

deforme si carece de uno de sus miembros y llamamos feos a los mutilados porque les falta

la proporción de las partes con respecto al todo”17

Cuando se observa al cíclope o a los antípodas encontramos esa desproporción, ese

desorden, y si podemos distinguir ese único ojo o esa pierna al revés, es porque conocemos

cual “debiese” ser su ordenación natural. En ambos casos, el punto de comparación es la

16 San Agustín, Ciudad de Dios, Tomo II, Buenos Aires, Club de Lectores, 1940, 161.17 Umberto Eco, Arte y Belleza en la estética medieval, Barcelona, Lumen 1999, 114.

16

Page 17: San Isidoro[1]

estructura del hombre. Si fueran seres de una raza totalmente distinta, por más extrañas que

esta fuera, se entenderían bajo sus propios parámetros, como sucede en el caso de los

animales, sin embargo, los ostentos son monstruos y son hombres, precisamente, porque es

posible reconocer la anomalía en una estructura humana normal.

Para poder responder a esta cuestión, para poder comprender el significado de estos,

San Isidoro vuelve a recurrir a la etimología, al origen del nombre: “Varrón dice que

portentos son las cosas que parecen nacer en contra de la ley de la naturaleza. En realidad,

no acontecen contra la naturaleza, puesto que suceden por voluntad divina, y voluntad del

Creador es la naturaleza de todo lo creado… En consecuencia, el portento no se realiza en

contra de la naturaleza, sino en contra de la naturaleza conocida. Y se conocen con el

nombre de portentos, ostentos, monstruos y prodigios, porque anuncian (portendere),

manifiestan (ostendere), muestran (monstrare) y predicen (praedicare) algo futuro… La

aparición de determinados portentos parece querer señalar hechos que van a acontecer; pues

en ocasiones Dios quiere indicarnos lo que va a suceder a través de determinados perjuicios

de los que nacen…”18

El que nos resulten extraños estos seres, el que no podamos comprender la razón de

su existencia, se debe a que nuestro limitado entendimiento nunca va a poder desenmarañar

las razones que guían a Dios para hacer tal o cual cosa. Pero San Isidoro no se queda sólo

en este punto, explica, además, claramente porqué la existencia de los portentos es

necesaria.

Los monstruos tienen una función definida que cumplir en este mundo y, de la

misma manera que las sombras son necesarias para resaltar la luz, Dios los creó como un

elemento que completaba la armonía completa de la creación. “Las cosas pueden

inspirarnos desconfianza en su desorden, en su caducidad, en su aparecérsenos

fundamentalmente hostiles: pero la cosa no es lo que parece, es signo de otra cosa. La

esperanza puede volver, por lo tanto, al mundo, porque el mundo es el discurso que Dios

hace al hombre.”19

18 San Isidoro de Sevilla, “Libro XI: Acerca de los hombres y los seres prodigiosos”, en Etimologías, Volumen II Segunda Edición, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1993.19 Umberto Eco, Op. Cit. 70.

17

Page 18: San Isidoro[1]

En el caso de los portentos, esta función simbólica propia de todo lo creado, puede

apreciarse de una manera aún más clara, pues los monstruos, tal como señala su etimología,

aparecen para vaticinar o señalar hechos futuros.

Al comprender la función profética que cumplen estos seres, se puede entender, al

mismo tiempo, la razón de su extraña configuración, pues es la deformidad, la anormalidad

lo que capta la atención de los hombres y permite, de esta manera, transmitir el mensaje por

el cual fueron creados. Cada rasgo que compone su extraña fisonomía es, además, un signo

en sí mismo, que recalca la maestría de Dios, que no crea nada sin sentido. “A Alejandro le

pronosticó su repentina muerte un monstruo nacido de mujer: la parte superior del cuerpo

era de hombre, pero sin vida; la parte inferior, una mezcla de diferentes bestias, y tenía

vida; ello significaba que la parte peor sobreviviría a la mejor…”20

De esta manera, la existencia de los seres monstruos queda justificada, la aberración

de su nacimiento y estructura queda comprendida bajo los conceptos de la armonía general

de la creación; la falta de desproporción y desorden que, en un primer momento, se aprecia

en ellos, queda sublimada por el fin por el que fueron concebidos. “El bien es el ser

considerado en su perfección, en su eficaz correspondencia con el fin hacia el que

tiende…”21

Pero no todos los seres que presenten alguna alteración en su morfología son

portentos, San Isidoro distingue entre los portentos, los portentosos y los que son

inventados por el hombre.

“Entre portento y portentoso hay una diferencia: <<portento>> es lo que

experimente una metamorfosis completa; por ejemplo, se dice que en Umbría una mujer

parió una serpiente (Plinio, 7,3)… En cambio, <<portentoso>> es lo que experimenta una

ligera alteración; por ejemplo, el que nace con seis dedos…”22

Habría que aclarar, por lo tanto, si las pequeñas alteraciones que sufren los seres

portentosos cumplen el mismo rol que los portentos, es decir, si son ellas, también, signos

de vaticinio. De no ser así, se tendría que volver a reflexionar entorno a la posibilidad de

que Dios se equivoque o que permitiría la existencia de estas malformaciones.

20 Ibid 47.21 Ibid 3322 San Isidoro, Op. Cit. 47

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Page 19: San Isidoro[1]

San Agustín responde a estas interrogantes diciendo que “cualquier hombre nacido

en cualquier paraje, esto es, que fuere animal racional mortal, por más extraordinaria que

sea su forma, o color del cuerpo o movimiento, sonido o voz, cualquier virtud, cualquier

parte o cualquiera calidad de naturaleza que tenga, no puede dudar todo el que fuese fiel

cristiano, que desciende y trae su origen de aquel primer hombre…Porque Dios es el

criador de todas las cosas; Él sabe dónde y cuándo conviene o convino criar algún ser, y

sabe con qué conveniencia o diversidad de partes ha de componer la hermosura de este

Universo.”23

Con otras palabras, San Agustín vuelve a recalcar la idea propuesta por el

hispalense: nada acontece contra la voluntad divina… otro problema es que nosotros,

simples mortales, no podamos comprender las razones que la guían.

El libro XI de las Etimologías Isidoro no recoge solamente las interrogantes sobre la

existencia de estos seres, sino que hace, además, una caracterización de los portentos y

seres portentosos conocidos hasta ese momento.

El carácter de portentoso lo reciben los hombres debido a la talla de su cuerpo, ya

sea por su gran altura (gigantes) o pequeñez (pigmeos); por la magnitud de sus miembros,

cuando se desarrolla uno en desproporción o se tienen más de los que corresponde (varias

cabezas o más de cinco dedos); por estar metamorfoseados, es decir, presentar partes de

otros animales (minotauro); por presentar una traslación de sus miembros, como el tener los

ojos en el pecho o con las piernas vueltas hacia atrás (antípodas); etc.

Se podría pensar que estas alteraciones se presentan sólo en algunos pocos seres, sin

embargo, es posible encontrar pueblos enteros con algún rasgo portentoso.

La existencia de estas otras “razas” de hombres hace que surja la pregunta,

nuevamente, por el límite de la normalidad, pues en este caso, todo un pueblo es el que está

determinado por cierta alteración, la deformidad forma parte integral de su fisonomía y por

lo tanto es “normal” dentro de sus parámetros. Tal vez, para solucionar este problema sea

necesario volver a la explicación que nos da San Isidoro: estos seres no se realizan en

contra de la naturaleza, sino en contra de la naturaleza conocida.

En el libro XI de las Etimologías se nombran muchos pueblos monstruosos, sin

embargo, sólo analizaré algunos de ellos. He seleccionado estos pueblos por su

23 San Agustin, Op. Cit. Pág. 162

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trascendencia histórica y por ser ejemplos de la permanencia del legado clásico en la

mentalidad medieval. No podemos dejar de subrayar que estos pueblos han sido nombrados

también, por otros pensadores, entre ellos San Agustín.

“Los cinocéfalos deben su nombre a tener cabeza de perro; sus mismos ladridos

ponen de manifiesto que se trata más de bestias que de hombres. Nacen en la India.

También la India engendra cíclopes, que llevan su nombre porque ostentan un ojo en medio

de la frente…Se cree que en Libia nacen los blemmyas, que presentan un tronco sin cabeza

y que tienen en el pecho la boca y los ojos. Hay otros que, privados de cerviz, tienen los

ojos en los hombros… Dicen que en Etiopía existe el pueblo de los esciopodas, dotados de

extraordinarias piernas y de velocidad extrema. Los griegos los denominan skiópodai

porque durante el verano, tumbados de espaldas sobre la tierra, se dan sombra con la

enorme magnitud de sus pies. En Libia habitan los antípodas, que tienen las plantas de los

pies vuelta tras los talones y en ella ocho dedos…”24

En la Crónica de Nuremberg (siglo XV) hallamos varios ejemplos gráficos de los

seres recién descritos, de este libro he seleccionado las siguientes imágenes:

Cíclopes Cinocéfalos

Esciapodas Blemmyas25

A partir de los ejemplos citados, es posible reconocer ciertos elementos comunes en

todos ellos.

24 San Isidoro, Op. Cit. 5125 Las ilustraciones fueron tomadas de: Umberto Eco, Historia de la Belleza, Barcelona, Lumen, 2006, 139

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Page 21: San Isidoro[1]

En primer lugar, todos se encuentran en la India, en Libia o en Etiopía, es decir, en

países lejanos y exóticos, remarcando la distancia que los separa del resto de la humanidad.

Los pueblos monstruosos se encuentran en Oriente o en tierras colindantes con el desierto,

en el límite del mundo físico conocido, en lugares a los que la civilización todavía no ha

llegado y en los que, por lo tanto, todavía existe espacio para que se desarrolle todas las

ricas formas, historias y seres que constituyen el imaginario medieval.

“El desierto de los monjes de Egipto se manifiesta como el lugar por excelencia de

lo maravilloso; el asceta encuentra allí al demonio de manera inevitable, pues el demonio

está en su casa en el desierto. Pero también el monje, en cierta manera, encuentra en el

desierto al Dios que ha ido a buscar allí.... La idea del desierto oscila entre una concepción

paradisiaca y una concepción de sufrimiento y pruebas: la tentación de Cristo…”26

En segundo lugar, es posible encontrar el origen de todos estos pueblos en la

mitología clásica, tal como se puede apreciar por sus nombres griegos: sciápodas, cíclopes,

cinocéfalos etc. Y por las fuentes que utiliza San Isidoro para recopilar la información

sobre ellos: Varrón, Plinio, Homero, Virgilio, Ovidio, entre otros.

Este último rasgo estará presente en la última clasificación que hace San Isidoro

sobre los seres prodigiosos: los inventados por el hombre.

“Se habla también de otros fabulosos portentos humanos que no son tales, sino que

se interpretan como ficciones inventadas a partir de un hecho real…”27

Es difícil determinar cuál es el límite que separa a estos seres de los que son

propiamente portentosos. San Isidoro nombra, por ejemplo, como seres inventados a las

Gorgonas, a la Quimera, al Centauro, nos explica como las sirenas en realidad “fueron unas

meretrices que llevaban a la ruina a quienes pasaban, y estos se veían después en la

necesidad de simular que habían naufragado…”28 o que “existe constancia de que Hidra fue

un lugar de donde procedían las aguas que devastaban una ciudad cercana: canalizadas por

una acequia, saltaba por otros muchos lugares. Viendo esto Hércules, desecó aquellos

parajes, y así pudo cerrar el canal de agua. Precisamente el nombre de “hidra” deriva de

agua…”29

26 Jacques Le Goff, Lo Maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval, Barcelona, Gedisa, 1991, 28.27 San Isidoro, Op. Cit. 5328 Idem29 Idem.

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Uno ve en todos estos ejemplos seres característicos de la mitología clásica que, en

principio, no podrían distinguirse, en cuanto a la veracidad de su existencia, respecto de

todos los otros seres prodigiosos que se han nombrado. Tal vez, una razón que podría

explicar este problema, sería que los primeros están siempre relacionados con alguna

actividad del hombre y San Isidoro los reprocharía precisamente por esto, por ser la simple

justificación de ciertas conductas humanas, ya sea el no poder canalizar un río o el que un

hombre quede en la ruina por el encanto de ciertas mujeres; en cambio, la existencia de los

seres portentosos tiene un significado propio, tienen una función establecida, pues vaticinan

o muestran un mensaje futuro, y su configuración está determinada por Dios.

Como se ha podido apreciar, el mundo de los seres prodigiosos es complejo, son

muchas las interrogantes que surgen a medida que uno lo va estudiando y muchas de ellas

no tienen una respuesta determinada. Tal vez esto se deba a que el hombre medieval vivía

en un mundo en que todas las cosas significaban, nos remitían o eran manifestaciones de

Dios. Una piedra, un árbol, un animal o un monstruo, todos eran signos de una verdad

superior. Toda la naturaleza era huella de Dios.

Considero que esta forma de comprender el mundo también está presente en la obra

isidoriana, pues la etimología, el origen de la palabra, trata de comprender el significado de

lo nombrado, del mundo, del lenguaje que ocupa Dios. Es por esto que San Isidoro incluye

a los monstruos en su obra, pues los seres prodigiosos son un claro ejemplo de cómo Dios

nos habla a través de la creación y de cómo todas las criaturas juegan un papel en la

elaboración de este mensaje.

San Isidoro intentará dilucidar el significado de la creación volviendo a la fuente de

la palabra, a la fuente de la cultura: la civilización grecolatina. Y recorriendo este camino

hacia el origen, recopilará y sistematizará una enciclopedia que serviría de guía para el

reino Visigodo que, según su visión, debería continuar el camino dejado por Roma.

No acertaría completamente en este punto, pues si bien el reino Visigodo pronto se

desintegraría, su obra, las Etimologías se convertirían en el “ciclo de Paideia” que guiaría

occidente durante la Edad Media.

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Fuentes

San Isidoro de Sevilla, Etimologías, Segunda Edición, Biblioteca de Autores

Cristianos, Madrid, 1993.

San Agustín, Ciudad de Dios, Tomo II, Buenos Aires, Club de Lectores, 1940

Bibliografía.

Biblia de Jerusalen, Trad. José Ubieta, Bilbao, Desclee de Brouwer, 1994.

Jacques Fontaine, Isidoro de Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura hispánica en

tiempos de los visigodos, Madrid , Ediciones Encuentro, 2002.

Jacques Le Goff, Lo Maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval, Barcelona,

Gedisa, 1991.

Manuel Díaz y Díaz, “Introducción general”, en San Isidoro de Sevilla, Etimologías,

Volumen I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1993.

Platón, “Cratilo”, en Dialogos, Volumen II, Madrid, Gredos, 2000.

San Braulio, “Renotatio Isidori a Braulione Caesaraugustano Edita” en Isidoro de

Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura hispánica en tiempos de los visigodos,

Madrid, Ediciones Encuentro, 2002.

Umberto Eco, Arte y Belleza en la estética medieval, Barcelona, Lumen 1999.

Umberto Eco, Historia de la Belleza, Barcelona, Lumen, 2006, 139

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