schure edouard - en tierra santa

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    EDUARDOSCHUR

    EN TIERRA SANTAJERUSALN

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    EN TIERRA SANTA

    I

    JAFFA. LA ASCENSIN

    Hemos viajado toda la noche en un vapor egip-cio procedente de Port-Sad. Sobre el puente habaun campamento de sirios, cuyas mujeres veladascuidaban a un enfermo acostado sobre un tapiz.El navio henda lentamente el mar silencioso yclido, bajo un cielo lmpido en que parpadeabanlas estrellas. De cuando en cuando, las mujeres, acu-clilladas e inmviles, murmuraban con voz nasaluna plegaria; pero el paciente no se mova, y, tran-quilamente, esperaba la muerte o su curacin, conla faz plida y los ojos clavados en el firmamento.Un anciano rabe fumaba en su pipa junto a lcon soberana indiferencia y, a su alrededor, hacan

    guardia algunos soldados egipcios. Este grupo erauna imagen de esas razas inmutables de Orienteque lo esperan todo del Destino aunque conservanen su fatalismo una majestad hereditaria, una feindestructible. Nuestra civilizacin trata intil-mente de moverlos. Ni el tiempo ni el espaciohacen variar al oriental que, por mucho que viaje,

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    La vierge Cphenne, helas! encor vivante,lie, chevele, au roe des nires ilots, se lamente en tordant avec des vains sanglots sa chair royale a court un frisson d'epouvante. Au milieu de l'cume arrtant son essor,le Cavalier vainqueur du monstre et de Mduse,ruisselant d'une bave horrible ou le sang fuse,emporte entre ses bras la vierge aux cheveux d'or.Mais Pgase irrit par le fouet de la lame,a l'appel du hros s'enlevant d'un seul bond,bat le del bloui de ses ailes de flamme(1).La poesa griega inspirndose en los santuarioso guiadas por su maravillosa intuicin, ha poblado(1) Ay! Atada a la roca de los negros islotes, la Vir-gen de Cefeo todava viva se lamenta entre intiles sollozos,sacudiendo su desmelenada cabellera y retorciendo su carnereal que un escalofro de espanto estremece.El caballero vencedor del monstruo y de Medusa detienesu vuelo entre las espumas, reluciente de la baba horrible enque se difunde la sangre, y arrebata en sus brazos a lavirgen de dorados cabellos.Pero Pegaso, irritado por el latigazo de la ola, se elevade un salto al or el mandato del hroe, y bate el cielodeslumbrador con sus alas de fuego.

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    el Mediterrneo de smbolos parlantes desde Fe-nicia hasta las columnas de Hrcules. Siempreque asociaba un mito a un lugar determinado, eradebido a un hecho histrico y re|igioso. Sus divi-nas fbulas han asociado los promontorios, acr- polis e islas con ideas, eternas como diosas vela-das de nubes. No es acaso notable que diga laleyenda que la hazaa de Perseo tuvo lugar en estemar de Levante, llamado en el libro de Job "la granmar en que Leviatn abre surcos tan grandes comoabismos" y del que ha dicho el salmista: "l vioa Dios y se retir"? No s qu tesofo de Ale- jandra vea la imagen del Alma cautiva en laMateria y entregada indefensa a las fuerzas an-males de la Naturaleza en Andrmeda encadenada

    a la roca, ofrecida como pasto al monstruo marino.Perseo era para l la encarnacin del Hroe dota-do de Inteligencia y Sabidura, armado con el broquel de la Intuicin y la espada de la Ciencia;era el Hroe que, al matar al monstruo de la Ne-gacin, liberta al Alma aterrorizada, y se la lleva,henchida de felicidad a las estrellas, sobre el ca- ballo alado del Entusiasmo, hijo de Jpiter y delRayo. No s si les parecer a nuestros sabios hele-nistas y expertos fillogos que este soador hacomprendido ortodoxamente a Hesodo, y no meatrevera a afirmar que Esquilo y Sfocles, quie-nes escribieron tragedias sobre Andrmeda y Per-seo, que, por desgracia, se han perdido, hayan

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    pensado como l; pero lo que s s es que la tierrade Cristo y los Profetas es todava la patria delAlma divina para la conciencia moderna; que estaAlma, atada a la roca de la materia por antiguosservilismos, est en manos de todos los monstruosdel Abismo en este fin de siglo... y que Perseo noha venido todava. No tengamos miedo, pues, de entrar en TierraSanta por el prtico de la leyenda helnica, cir-cundada por olas del mar. Ella personifica y dra-matiza el pensamiento principal que debe guiarnosdesde Jerusaln a la cuna de los profetas, y nosrecuerda que debemos mirar los santuarios delCristianismo con ojos arios y Alma Universal.

    Las barcas han conseguido ponerse a la borda

    del buque a pesar del mal tiempo. Una de ellasest unida a la escala por medio de una cuerda. Nuestros bagajes son arrojados a la cala y nos-otros tras ellos, mientras que la cresta de una olalevanta a la dbil embarcacin. Y atletas sirios derostros morenos y altiva apostura nos llevan afuerza de brazos por el mar agitado bajo torren-tes de lluvia, entre los gritos de los bateleros, in-trpretes y pasajeros. Pasamos rpidamente la pe-ligrosa barra entre negras rocas que parecen mons-truos que vomitan espuma y nos hallamos en unmar tranquilo, junto al muelle de Jaffa, el. cualest formado por un conjunto abigarrado de ca-suchas: la Aduana turca. All se agrupan los ros-

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    tros curiosos de los judos y de los musulmanes.Los nios, pensativos y flacos, no tienen esa fa-miliaridad simiesca de los fellahinos del Cairo.En sus ojos brilla una tristeza secular, una pesa-dumbre milenaria. Atravesamos las tortuosas ca-llejas de un msero bazar. El chaparrn se filtraa travs de las esteras colgadas entre los techos.En los cafetines rabes, as como en las tiendasde especias y de tabaco se ven hombres que, fu-mando en sustchibuks ycon la cabeza envueltaen turbantes blancos, negros y grises, miran tris-temente el desfile de los viajeros. Y en sus ojosfijos nos acoge esa melancola singular que abrumaa Palestina y a todos sus habitantes.Ya estoy en el jardn del hotel. El sol ha hecho

    reverdecer el grano. Las casas blancas y los con-ventos esparcidos entre macizos de verdura bri-llan, y la vieja Palestina sonre como si fuera una joven pagana La brisa del mar mueve el follajede los naranjales. El olor acre de los cactus semezcla en el aire con los perfumes y exhalacionesde la tierra hmeda. Un inmenso sicomoro de hojascadentes tiembla sobre mi cabeza como un velovegetal retorcido por el viento. Hablo con un dra-goman sirio que lleva un cinturn de seda y se cu- bre la cabeza con una cofia multicolor: es un ro- busto muchacho de grandes ojos lnguidos, bellocomo un prncipe. Es un maronita. Para recomen-drseme dice con arrogancia: "Soy catlico y fran-

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    cs", lo cual es una misma cosa para los sirios.Una mujer cruza el camino pasando tras el valladode cactus. Es, tambin, una siria. Su vestido detela blanca bordado de amarillo se abre en puntasobre el pecho. Lleva esclavas de oro en los bra-zos y algunos ceques en los cabellos. De su largocuello sale la cabeza altiva, de arqueada nariz y perfil sensual y soador. Sus ojos, negros comoaceitunas, brillan serenamente. Todo anuncia queesta mujer es de naturaleza casta, todava adorme-cida; desde su negligente manera de andar hasta suapostura. El dragomn le dirige algunas palabrasen rabe.Ella respondeTaieb (est bien), y sacando unanaranja de una caja, una de esas naranjas de Jaffa,

    de color amarillo oscuro, oblongas y sabrosas que brillan entre el follaje como linternas venecianasa la luz del sol, se la tiende al joven por encimade la hilera de cactus, volviendo despus a poner en marcha su cabalgadura, con una sonrisa mar-filea para el hermoso sirio y una mirada despec-tiva para mi vulgar vestido de turista europeo.Al saborear esta escena, estos sobrios gestos yestas expresivas miradas concentradas, he credoescuchar la voz de la Sulamita del Cantar de losCantares: "Morena soy, oh hijas de Jerusaln, mascodiciable; como las cabaas de Cedar, como lastiendas de Salomn" y la voz del amigo: "Vendrsconmigo del Lbano, desde las guaridas de los leo-

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    nes y los montes de los leopardos. Panal de mieldestilan tus labios, oh esposa; y la fragancia de tusvestiduras es como el olor de los cedros. Huertoeres cerrado, hermana y esposa ma, fuente cerra-da, fuente sellada", y la respuesta de la joven:"Que mi buen amado venga a mi huerto y gustesus frutos deliciosos... Mi amado es como un pu-ado de mirra. Y pasar la noche entre mis senos."Tales son las flores suaves y los frutos violentosque crecen en el tronco salvaje del alma juda,cuando el rayo de los profetas no la ha azotado para transformarla en carbn ardiente del altar de Jehov.Lo encantador de Palestina es que en ella se vuel-ven a encontrar en todo momento las escenas fa-

    miliares del Antiguo Testamento y del Nuevo y quese viaja ms en el Tiempo que en el Espacio. Nose puede dar un paso sin cruzarse con el patriarcaque va de camino con sus tiendas y rebaos, conla despectiva moabita, la Santa Familia desterraday el buen samaritano a caballo.El ferrocarril que lleva desde Jaffa a Jerusalnes un ferrocarrilillo inocente y vergonzoso: ino-cente, porque no ha conseguido estropear el pai-saje, pues desaparece entre la rica vegetacin de lallanura, no pareciendo ms que un pobre gusanoque se arrastra por valles solitarios, que van su- biendo hacia la Ciudad Santa; vergonzoso, porque parece como si supiera que no se le quiere y que

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    slo se le tolera en esta tierra, cuyos recuerdosestn protegidos por su salvaje rusticidad. S, elferrocarril es vergonzoso y miserable, pues a pe-sar de que los camellos que levantan su cuello al paso de la locomotora tienen aspecto de estpidos,conservan un gesto de superioridad ante esta m-quina que pasa. Y, cuando balancean su cabeza, parece que le dicen: "Por mucho que corras contu inquieta cabellera de humo, oh monstruo dehierro, slo llevas curiosos hastiados e impotenteshacia un objetivo que siempre huye; pero, nos-otros, animales dciles e infatigables, de lenta yfirme marcha, somos los buques del desierto. Nos-otros hemos llevado a los patriarcas a los oasisde la paz y a los profetas a los pozos de la verdad."

    A pesar de esto, atravesamos la llanura de Sa-rn, el antiguo pas de los filisteos, sentados c-modamente en elegantes vagones suizos. A los na-ranjales suceden los trigales, las praderas rodeadasde hileras de nopales, de palmas espinosas, de oli-vos y de palmeras dispersas. El mes de marzo estacabando. Las grandes y brillantes flores de la primavera oriental esmaltan la grama, creciendo principalmente a la sombra de los rboles y de?os negros zarzales como si temiesen al ardor delsol. Aqu florecen en forma de campanillas cerra-das o de abiertas estrellas de oro y prpura; y,sentados bajo los frescos palmerales, querramosque pasara corriendo un rebao de gacelas, sobre

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    la hierba aterciopelada, sembrada de anmonas,rojas como gotas de sangre, y de deslumbradoras prmulas parecidas a soles diminutos. Y con lafantasa evocamos un grupo de hijas de Israel quevestidas de prpura y azafrn, cantan un salmosobre la Kinnor, al son de un tamboril, y marchanante el Rey agitando palmas. Y hasta creemos es-cuchar su himno en el aire ligero desgranndosecomo un collar de metal: "Nosotros elevamos losojos a las montaas de donde nos viene ayuda...Cun hermosos son los pies de los mensajeros delSeor que descienden de Sin!"Desde los tiempos de Montesquieu y, sobre todo,desde los de Taine se ha hecho resaltar hasta lasaciedad y de tal manera la influencia de la natu-

    raleza en el hombre, en la sociedad y en la civi-lizacin, que se ha terminado por ver en ella elfactor esencial de la historia. Esta idea que halagaa los instintos materialistas de nuestra poca, seha instalado tan bien en los cerebros que ha ex- pulsado a todos sus enemigos. Tal como se ex- presan nuestros historiadores y sus discpulos lesfalta muy poco para que digan que el pensamientohumano, el arte y la religin son una vegetacinnatural de la tierra, igual que las flores de lasdiversas zonas del globo. Segn ellos, las junglaso selvas del Ganges habran engendrado el pantes-mo hind; de la misma manera que los golfos ylas montaas de Helenia habran modelado la mi-

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    las cosas y envuelta en su miseria y en su recogi-miento, la Tierra Santa espera siempre que se rea-licen las promesas del Mesas, mientras los corazo-nes se orientan hacia ella desde todos los puntosdel globo. La vegetacin parece haberse contagiadode esta tristeza, de este anonadamiento, por nos qu secreta simpata del hombre con las plan-tas. Es una vegetacin humilde, pastoral, enterneci-da y adorante La palmera inclina su penacho de palma temblando; el olivo se prosterna y repliegaen s mismo con gestos de medroso anciano, y lahiguera de las parbolas, rboles de frutos exqui-sitos y de la sabidura, tapiza las laderas de los bosques grises y escala tristemente los flancos ris-cosos de las montaas. Pero los dos rboles carac-

    tersticos de Tierra Santa son la palmera y el olivo.Por todas partes la espesura graciosa de aqullanos recuerda la entrada triunfal del Mesas enJerusaln mientras que el follaje sollozante de ste, parece todava hmedo por las lgrimas de Geth-seman.El tren atraviesa el valle de Sorec en que Da-lila entreg a Sansn a sus enemigos, segn re-fiere la Biblia. Despus se interna por la sombragarganta de los Refaim o de los gigantes, clebre por los combates de David con los filisteos. Haylluvia de piedras en los barrancos y extraos ma-torrales en las cumbres. Los montes sombros deJudea nos encierran en un crculo dantesco. In-

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    sensiblemente, llegamos a una meseta barrida por el fro cierzo de las alturas. La noche llega; ya nose ven rboles, sino un paisaje informe. Las ce- pas azulencas de la via que se arrastran a la luz del crepsculo como serpientes sobre la tierra ne-gra nos dicen que estamos en Palestina y no enun pas del Norte. Las bajas casitas de la leprose-ra protestante, institucin saludable y grandementecaritativa, se extienden en la sombra. Pasamosfrente a una fea colina que parece como aplastada.Es el monte del Mal Consejo, y el tren se detieneen una pequea estacin colorada que domina alvalle de Hinom. De la otra parte de la estacin hayun hacinamiento de casas que se extienden por unadepresin del monte, el cual cierra el horizonte. Es

    la silueta de Jerusaln, que todava se parece a lade las viejas estampas. La capilla de San Salvador,domina a la ciudad sumergida en la sombra consu pirmide de luz.Atravesamos a pie el valle de Hinom. El barriomoderno que afea la llegada a Jerusaln, est su-mido en profunda oscuridad. Llegamos a una po-terna lgubre, guardada por soldados turcos. Esla puerta de Jaffa. Unos tenduchos, iluminadoscon faroles, algunos beduinos a caballo y una hi-lera de camellos arrodillados nos hacen pensar enla Ciudad Santa de Oriente.

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    IIUN VISTAZO A JERUSALN

    LOS TRES MUNDOS ENEMIGOS: JUDOS, CRISTIANOS Y MUSULMANESHe pasado la noche entre los gruesos y frosmuros de laCasa Nova,hostera de los francisca-nos en donde me albergo. En una ciudad en que lareligin es todo, es preferible alojarse en un con-vento para impregnarse de su espritu. En mi celday en los mudos y fros corredores reinaba un si-lencio sepulcral. Fuera no se oa otra cosa que la-dridos de perros vagabundos y sin dueo. Estamaana he subido a la terraza del convento queocupa la parte, alta de la ciudad y desde donde seve Jerusaln.

    La ciudad, contemplada a vista de pjaro, tieneun aspecto severo y triste. Forma un cuadrilteroirregular, rodeado de murallas e inclinado haciaLevante. A la derecha y muy cerca se encuentra laantigua ciudadela de David, pesada construccinconvertida en cuartel turco que ocupa el punto mselevado de Jerusaln. La ciudad desciende en sua-ve pendiente desde esta altura, para terminar por su parte inferior en un muro rectilneo que da a pico sobre el valle de Josafat, frente al monte delos Olivos. No se oye en la ciudad melanclica elrodar de un carruaje, ni se ve a nadie en sus calles.Unicamente las campanas rompen el silencio ha- blndose en los aires. Las callejas son estrechas

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    como profundas trincheras. No hay flores ni jardi-nes. De trecho en trecho se ve un ciprs solitarioque s yergue en el centro de un patio desierto dearcadas deshabitadas. Casas de extraas ventanasse aglomeran unas junto a otras, quiz aterradas por las plagas pasadas o esperando glorias futuras.Sus terrazas de parapetos estn coronadas de cu- pulillas blancas que, vistas desde aqu arriba, dana la ciudad el aspecto de un cementerio musulmn.Pero los ojos se sienten atrados por dos inmensascpulas negras que sobresalen de las dems. Unade ellas se levanta en el centro de la ciudad: es elSanto Sepulcro o la tumba de Cristo; la otra,ocupa el lugar donde estaba emplazado el templode Salomn, el ngulo Sudoeste: es la mezquita

    de Omar o la tumba de Jehov. Y las moradasde los vivos desaparecen bajo el peso de estastumbas de dioses, pues ellas son las msticas arcasque atesoran los ms profundos sentimientos quehan conmovido el corazn de los hombres; las queconservan las ms sublimes ideas que han con-

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    vulsionado la faz del mundo, y que evocana un mis-mo tiempo el infierno de la historia y el cielo delalma, todo lo que pasa y todo lo que perdura,lassiegas de la Muerte y las Resurrecciones de laIdea divina en la eterna metamorfosis. Mas ellasguardan celosamente sus misterios y esplendores.Estas dos cpulas oscuras dan un carcter nicoa Jerusaln: su sello de enervadora tristezae in-destructible esperanza.Y la Ciudad Santa est orando y esperando,hundida entre las montaas, con todas sus c- pulas que parecen las tiendas del pueblo de Israel blanqueadas por el sol del Levante. Un laberinto decolinas de color verde plido, sembradas de capi-llas, conventos y hospitales la rodea, formando un

    horizonte de melancola y penitencia. Tras el montede los Olivos, una lnea horizontal cierra el hori-zonte como el muro del Destino: es la sierra deMoab. Jerusaln tiene un significado histrico yotro proftico para toda la humanidad. Tratemosde adivinarlos en sus monumentos y fisonoma ac-tual. Consultada as, quiz nos revele su secretoy nos diga si le queda algn papel que representar en el mundo, algn destino que realizar.He vagado durante los primeros das por Je-rusaln de Norte a Sur, de Levante a Poniente,sin salir de sus murallas. Me parece vivir enunconvento, en una prisin o en un cuartel. En esta

    ciudad depenitentes, cautivos y guardianes ce-20

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    Estos pobres animales duermen en cualquier sitio,sobre inmundicias, y os imploran con sus ojos tier-nos y desesperados.Jerusaln est dividida en tres distritos, que soncomo tres poblaciones distintas. Es preciso visi-tarlas una tras otra para comprender la fisonomasorprendente de esta ciudad nica en su gnero.Entonces se comprueba que aqu se codean Asia,frica y Europa sin comprenderse ni lograr sepa-rarse. El judaismo, el islam y el cristianismo seencuentran aqu en una tierra consagrada por elorigen comn de sus tradiciones. Cada uno deestos tres cultos se considera el nico legtimo; pero, como no puede expulsar a los otros, los miracelosamente mientras que Moiss, Jess y Mahoma,

    se ciernen por encima de ellos en una comuninincomprensible, que los tiene a todos en jaque ymanda que todos se respeten.El barrio judo, encerrado entre el armenio, elmusulmn y la muralla de la mezquita de Omar, esel que tiene aspecto ms extraordinario. Sus sr-didos habitantes pasean por el ddalo de sus calle- juelas y viven en casas de bajas puertas y venta-nucas con celosas que apenas dejan entrar la luzdel da. La mayora de ellos son sefarditas o ju-dos de ojos azules y cabellos amarillos, que han ve-nido de Polonia. Los jvenes, cubiertos con pun-tiagudos bonetes de algodn, llevan levticas grises,ajustadas por la cintura; los viejos pobres usan

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    tinuamente, formando la mayor parte de la ciudad, bajo la proteccin de la Alianza Israelita Univer-sal. Las persecuciones les obligan a venir a Tie-rra Santa, pero tambin les trae aqu el deseo deque les entierren "junto a sus padres" en el vallede Josafat. Mas ni un solo judo se atrevera a penetrar en el recinto sagrado del antiguo Templode Haram-ech-cherif, pues los soldados turcos lomataran como a todo cristiano que osara hacerlosin la proteccin de uncawas consular. Adems deque es demasiado vergonzoso ver la mezquita deOmar emplazada en el mismo lugar en que estu-viera el templo de Salomn. Y los judos no seatreveran tampoco a pasear sobre el Santo delos Santos, reservado al Gran Sacerdote, pues, por

    muy profanado que est este lugar por los enemi-gos del pueblo de Dios, est siempre consagradoa Jehov, segn la creencia de Israel. As que amenudo se ven palidecer los rostros de los rabinosy agitarse todas sus arrugas con un temblor declera ante la mirada indiscreta del extranjero.Cuando se pasa al barrio musulmn se ve en se-guida que se ha cambiado de religin, raza y am- biente social. Este barrio se parece mucho a todoslos bazares de Oriente, con sus largas calles su-cias y pintorescas, cubiertas de lona, por las quecaminan con desdeosa negligencia altos, arrogan-tes y enjutos beduinos de perfil aguileo ytosta-da piel, consus largos mantos que arrastran por

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    el suelo barriendo el polvo. Y tambin se ven mu- jeres acuclilladas, de senos flcidos y miradas deanimal, y rabes de barba blanca, hermosos como patriarcas. En la idea cndida y la calma majestuo-sa que les circunda como el albornoz con que secubre el cuerpo, todos estos hijos de Ismael pare-cen decir: "Pasad, cristianos y judos. Quin puede bautizar mejor que el Dios que adoramos?"(Corn TI, 132), "No hay ms Dios que Dios; nohay otro Dios que l, el Dios vivo, el inmutable"(Corn 11-256). "Pasad, cristianos y judos. Somoshijos de la tienda. Vuestras ciudades acabarn por convertirse en ruinas y vosotros en polvo; pero,como Al, el desierto inmenso y la tienda nmadano cambian. Somos los hijos de Al y del desier-

    to."El barrio cristiano es completamente distinto. Elmundo judo y el musulmn estn representados por un rasgo nico: el barrio cristiano es todo locontrario. Todo tiene en l el sello de la diver-sidad: monumentos, vestidos y rostros; ese sellode las luchas intestinas y del trabajo incesante quedividen a la Cristiandad, pero tambin hay unavida moral e intelectual ms intensa. En la plazo-leta del Santo Sepulcro, al que se desciende por una escalera como a un foso, desfilan peregrinosde todos los pases del mundo y todas las Iglesiascristianas. All se cruzan los sacerdotes con losfieles entre los puestos de objetos santos. Los po-

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    pes griegos se caracterizan por su prestancia au-toritaria y por sus grandes sombreros negros, y parece que os dicen con su arrogancia: "Desdelos tiempos de Bizancio somos los dueos de estatierra y no dejaremos a nadie nuestro dominio."La fisonoma de los monjes y sacerdotes latinosindica una vida religiosa y activa, un ardiente proselitismo. Esos ojos en donde arden una fe profunda o una voluntad imperiosa, proclaman la pretensin del Pontfice de Roma, sucesor de SanPedro y Vicario de Jesucristo, de dominar espiri-tualmente al mundo. Las encarnizadas guerras delos tiempos pasados por la posesin de la CiudadSanta y la febril competencia de hoy, tienen surazn de ser. Esta razn de orden puramente re-

    ligioso se concentra para los cristianos en la VaDolorosa que atraviesa Jerusaln de Este a Oeste,y sube desde la puerta de San Esteban al SantoSepulcro. La calle, estrecha y angulosa, se parecea las dems de Jerusaln, y los conventos y capi-llas en ella situados indican las catorce estacionesdel camino de la Cruz. Aqu os ensean el ves-tigio de una escalera del Pretorio de Pilatos. Mslejos est el convento latino de la Flagelacin. Enel cuarto] turco se puede ver la capilla de la coro-nacin de espinas. Unos cuantos pasos mas allse encuentra el arco del Ecce Homo. Los ligaresen que se supone que el Cristo cay las tres veces,debido a la pesada carga, estn sealados por co-

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    lumnas v placas de mrmol. Una columna rota yempotrada en el suelo seala la casa de SantaVernica. De este modo, la tragedia sagrada e in-finitamente tierna se revive escena por escena,gesto por gesto, en la larga calle que termina enel Calvario, el cual ha sido transformado en bas-lica, en inmensa capilla ardiente. Los lugares mso menos autnticos de este drama doloroso y lossmbolos imperfectos que lo recuerdan estn opri-midos y mutilados por el peso de las casas queamenazan venirse abajo y por la tenebrosidad delas calles. El arte ha retrocedido impotente antela realidad y el terror sublime de los recuerdos.De estos muros que han visto en xtasis pasar la procesin de los siglos rezuman la sangre y el llan-

    to de la humanidad, siempre culpables, pero inven-ciblemente prosternada y enternecida ante el dra-ma de Ja Pasin. Aunque en su capilla, situadaen este recorrido, cerca del arco del Ecce Homoy del convento de las Damas de Sin, lancen losderviches el grito de Al ante el cortejo invisibleque pasa y repasa, y se jacten de venir del pas deBrahma, Vishn y Siva, se ven obligados sin dar-se cuenta a unirse al cortejo de lamentaciones y aexclamar como Pilatos: Ecce Homo, he aqu alhombre, ese hombre flagelado que, muriendo bajoel peso de la cruz, ha vencido a todos los dioses.Pues en esta va se resumen las naciones, razase Iglesias hostiles, en un dolor comn cuando vie-

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    nen a llorar ante los ensangrentados vestigios. Elfenmeno realizado aqu, fenmeno desconocidopor la Humanidad precedente y nuevo para ella,es el del Dolor transfigurado, el del hombre con-vertido en Dios por su martirio y muerte.La Va Dolorosa nos habla al atardecer, con pene-trante elocuencia, al corazn y al pensamiento.Cuando el sol se ha puesto tras la ciudad alta yla sombra del Valle de Josafat envuelve aJerusa-ln se escapan cnticos y sollozos de las bvedassubterrneas, llenas de cirios encendidos, y se venlas nobles mujeres, procedentes de todas las re-giones de la tierra, que se inclinan vestidas de sa-yal en las elevadas terrazas de los conventos, paracontemplar con indecible melancola el monte de

    los Olivos an acariciado por los plidos rayosdel sol moribundo, pues all fue donde Jess llor por Jerusaln; all donde prometi que: "El cieloy la tierra pasarn, mas mis palabras no pasarn."Y entonces, un escalofro de muerte y esperanzarecorre los viejos cipreses y las almas contristadasque pueblan la ciudad, escalofro que nicamentese siente en Jerusaln.De esta manera viven unos juntos a otros enlos tres campos hostiles de la Ciudad Santa: elmundo judo, el cristiano y el musulmn, sin pe-netrarse ni comprenderse, desconfiados y huraos.Son tres razas, tres religiones, tres universos, cadauno de loscuales niega alosotros dos,aunque a

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    IIIVISITA AL SANTO SEPULCRO

    Luego de pasar por un ddalo de calles, bazaresy poternas, se desciende por una estrecha escale-ra para entrar en una plazoleta cuadrada y rodeadade conventos e iglesias, que sirve de entrada a la baslica del Santo Sepulcro. Esta plaza rebosa siem- pre de gente vestida a la moda oriental. Entre losgrupos de negros abisinios cubiertos con pintorrea-dos cufies, de maronitas vestidos con amarilloscaftanes, y de humildes y harapientosmujiks ru-sos, se ve una multitud de vendedores con sus pues-tecitos de objetos piadosos. Los hay para todas lasfortunas y, sobre todo, para los pobres: cruces dencar y crucecitas de madera negra, rosarios de

    bano y de oloroso boj. Y, cosa rara!, entre lasviejas y gastadas losas, surgen trozos de columnas partidas, vestigios de antiguas iglesias demolidas.Jerusaln ha sufrido veinte sitios y, aunque lasguerras y las invasiones las hayan destruido, lasiglesias del Santo Sepulcro han vuelto a levan-tarse en esta tierra de lgrimas, como esos rboles32

    del Indostn, cuyas ramas cadentes se replantan enel suelo, formando nuevos y nuevos troncos, hastahacer con ellos un bosque inextricable. No importa gran cosa que el monumento estemplazado en el verdadero Calvario y en la tumba

    de Cristo. Aqu est indudablemente el lugar ms30

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    sagrado de la tierra, pues el acontecimiento queconmemora y que le santifica ha cambiado la fazdel mundo y la esencia del alma humana.La antigua baslica, que fue reconstruida y res-taurada despus del incendio de 1805, est incrus-tada entre iglesias y conventos que la ocultany oprimen, pues solamente se ve su fachada prin-cipal que da a la plaza y que forma la extremidaddel brazo Sur del crucero. La antigua fachada delas cruzadas, de color gris rojizo, de piedras gas-tadas y rotas, parece una iglesia bizantina y unafortaleza. La fachada almenada slo tiene dos ven-tanitas con columnitas, coronadas de archivoltas.En la superficie de los dinteles hay bajorrelievesdel siglo XII que representan a un Cristo nimbado

    con su cruz y todo el simbolismo grotesco y puerilde la Edad Media: arpas, sirenas, palomas y dra-gones que se persiguen en un gran rbol. La bas-lica tiene dos puertas romanas. La de la derechaest tapiada. Bajo el negro prtico de la otra seve brillar una gran cantidad de luces que arden enel interior del santuario, envueltas en una neblina

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    de incienso, v se oyen los vagos murmullos de loscantos religiosos.Se entra por un oscuro vestbulo del que pen-den centenares de encendidas lmparas. Lo prime-ro que llama la atencin es un amplio divn rojotan grande como una cama de cuerpo de guardia yque parece un trono deterioradsimo de un sultn deleyenda. Tres soldados turcos estn acostados enl: dos de ellos duermen; el otro, fuma indolente-mente en sutchibuck, ylas espirales del humo deltabaco se mezclan con las nubes de incienso. Sonlos guardianes obligatorios del Santo Sepulcro, quevigilan la puerta y el interior de la catedral. Indu-dablemente, es humillante para los cristianos verse protegidos por los emisarios del Gran Turco, sobre

    todo cuando se recuerda lo que el Gran Turco haceen otras partes; pero de esto debemos felicitarnos, pues si no estuvieran aqu estos guardianes indi-ferentes y desdeosos, las iglesias cristianas se dis- putaran a mano armada la posesin del santuario.Ismael es un buen guardin cuando hay sobre luna autoridad suficiente, y quiz sea este su papelen el futuro.Si, despus de dar algunos pasos se mira a loslados, la mirada se pierde en un barullo de prti-cos, capillas y arcadas que se confunden y sobre- ponen. Son como oscuras cavernas llenas de ci-rios mviles, de hbitos sacerdotales, de gimientesletanas y de un rumor continuo de febriles som-

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    bras humanas. Aqu estn diez y nueve siglos dehistoria cristiana que piden su lugar en la tum- ba de Cristo, la cual ha suspendido el tiempo para tantas almas y suprimido el espacio. Aquestn las losas que cubren los cuerpos de Godofre-do de Bouilln y de Balduno. Aqu est la piedrade la Uncin, en que se dice que fue embalsamadoJess; aqu la plaza de las Tres Maras, y la ca- pilla del Santo Sepulcro, bajo la alta rotonda.La primera ojeada nos produce gran decepcin.Como se tienen en la imaginacin las escenas delEvangelio, se espera ver aqu algn profundo se- pulcro tallado en la roca y, en su lugar, se encuen-tra un esbelto y gigantesco quiosco, cubiertoporuna especie de corona y por innumerables lmpa-

    ras de plata. Desde la poca de Constantino elGrande, los devotos han sobrecargado y ornamen-tado este lugar, sin sentido alguno del arte ni delsimbolismo superior. Primeramente, se ha talladola parte de roca que encierra la tumba, convirtin-dola en un monolito al separarla del resto del sue-lo, y, despus, se ha rodeado el conjunto con unacapilla cuadrangular de mrmol que se levanta enel centro de la cpula, en el corazn de la baslica,lo cual produce un efecto opuesto a la impresinsencilla y profunda que se buscaba; mas produceotro de rara grandeza, a la vez suntuoso y brbaro.Y nos preguntamos qu es lo que significa estequiosco de columnas retorcidas, revestido de una

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    malla de lmparas como de una casulla, y rodeadode enormes candelabros tan altos como l, en losque arden gruesos cirios. Elmujik o cofto que los ivea debe tomarlos por los candelabros del Apoca-lipsis o por alarbadas de gigantes. Quiz pienseque este santuario guarda algo precioso, siempre iincomprensible. El pope que est de vigilante enla puerta de la capilla no deja entrar a los visitan-tes ms que uno a uno. En el interior hay undeslumbramiento de iconos de oro y lmparas ar-dientes. Los fieles se arrodillan ante el mrmol deuna piedra sepulcral desgastada por el roce de loslabios. Pero no hay nada que recuerde la majestadde esta tumba, ni las escenas msticas que iluminancon su blancura al corazn de los miles de cre-

    yentes esparcidos por el globo. Se sale por la puerta opuesta, y nos sentimos conmovidos por esas devociones ardientes, que se multiplican prin-cipalmente alrededor del santo lugar. A mi ladohay hombres en pie que parecen como hipnotiza-dos; un poco ms all se encuentran algunos pe-regrinos arrodillados, y ms lejos an algunasmendigas, prosternadas completamente en tierra,que no se atreven a aproximarse. Mientras losmonjes latinos cantan el oficio en uno de los ladosdel Santo Sepulcro, los sacerdotes griegos esperancolocados en la parte opuesta, en el umbral de la baslica, para reemplazarlos. Cada deslumbradoracapilla de las diez que forman un semicrculo al-

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    rededor del Rey de los sepulcros, pertenece a unaiglesia distinta. En todas se canta, se murmura,se salmodia, lo cual forma una cacofona singu-lar. Un obispo, vestido con casulla negra, oficia enla de los abisinios ante una multitud apiada quemurmura plegarias. Esto parece evocar el recuerdode una lgubre escena del Santo Oficio.En resumen, a m me parece que el Santo Se- pulcro con su baslica es un relicario gigantesco,en el que la piedad secular de los pueblos cristia-nos ha encerrado la tumba maravillosa, para guar-darla a fuerza de acercarse a ella con un celo mez-quino y fantico. Es sta una piedad infantil, aun-que ciega, ardiente y egosta en la que cada cual busca solamente su propia salvacin sin preocupar-

    se de la de toda la humanidad, sin comprender asu prjimo y hermano, preocupndose de l muy poco y, an ms, detestndole porque lleva otrohbito y porque su fe tiene otra frmula, y envi-dindole porque posee un pedazo mayor del san-tuario.As como en el Harem-ech-cherif aparece la di-visin profunda que existe entre Israel, el Cris-tianismo y el Islam, de la misma manera se obser-van en el Santo Sepulcro las disensiones intestinasde toda la Cristiandad; sin embargo, la piedra sa-grada del templo de Jerusaln contiene el pensa-miento unitivo, como el Santo Sepulcro contieneel Alma cuyos rayos deben abarcar a la huma-

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    nidad entera; pero todava no ha brotado este pensamiento, esta Alma con su universalidad ma-ravillosa.El Santo Sepulcro es una Babel de los cultoscristianos, pero an no es su Jerusaln.La religin que aqu reina y que representa a lavulgaridad del sacerdocio humano, es una religinque ha reemplazado la doctrina de la resurrecciny la vida doctrina que constitua la fuerza del primitivo cristianismo, por el culto de la expia-cin y la muerte. La civilizacin que realizase entodo su significado este pensamiento de Cristo:"En verdad os digo que si no naciereis otra vez,no entraris en el reino de los cielos", tendra unafilosofa, una moral, una sociologa, un arte y un

    culto que an hoy da no existen. Adems, noslo no se realizan estas palabras, sino que apenasse comprenden. Lo mismo ocurre con muchas delas palabras del Divino Maestro, que son pareci-das a esas gotas de roco que brillan como si con-tuviesen todo el sol, aunque no son sino gotas tem- blorosas suspendidas de las hierbas del camino.La sensacin de ahogo que produce el SantoSepulcro se aviva an ms en el piso superior, don-de est la capilla de la crucifixin, en que brillaun Cristo de plata entre dos ladrones, y en dondese ensea el pretendido hoyo de la cruz bajo unretablo. No hay imagen alguna que evoque laterrible majestad de la escena que ha sido la gran

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    palanca del cristianismo.Descendamos a la capilla de Santa Elena.Este subterrneo es el lugar ms imponente detoda la baslica. Las amplias escaleras desciendeny creemos entrar en un profundo calabozo por untragaluz tenebroso. Despus de descender treintaescalones, nos encontramos en una cripta tenebrosatallada en parte en la roca. Sin embargo, a la luzque se filtra por las ventanas que tienen formade troneras se distinguen las cuatro gruesas co-lumnas que sostienen la aplastada bveda. En es-tas tinieblas penden numerosos huevos de aves-truz ofrendados por los hijos del desierto e innu-merables lmparas macizas de metal que ardentemblorosamente. Entre los muros, de los que rezu-

    ma la humedad y el salitre, se ven vagamente ros-tros de santos y santas nimbados. Dcese que aques en donde la emperatriz Elena sola pasar losdas orando y, meditando en el misterio de la cruz.Sufrir, amar, orar esperando, esto es lo que ver-daderamente ense el Cristianismo a la antiguahumanidad pagana y a la joven humanidad br- bara.Ms, quines son estos fantasmas arrodilladosen las escaleras que yo no haba visto al descen-der y que permanecen all como pegados a los rin-cones y a las lumbreras tapiadas de los muros?Son sombras o estatuas? Son corazones de pie-

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    dra o de carne esas figuras inmviles, silenciosasque no abren la boca ni extienden la mano? Sonlos que no tienen esperanza, que an siguen re-zando por costumbre: mendigos llenos de lce-ras, paralticos, lisiados, seres cubiertos de malesque, no atrevindose a salir a la luz del da, gus-tan conversar en la penumbra subterrnea.Semejante lugar es a propsito para descubrirnosese poder particular del Cristianismo que mejor queninguna otra religin, ha sabido descender a losabismos del Dolor y de la Muerte y encontrar en elfondo de sus amarguras la dulzura de inmorta-les esperanzas. La vista se acostumbra lentamentea la oscuridad, y se distinguen cosas que no sevean al principio. En el fondo del subterrneo

    veo un negro agujero que conduce a una cripta anms profunda: es la capilla llamada del Hallazgode la Cruz.Ante este agujero negro reza un ancia-no arrodillado y replegado sobre s mismo. Quviene a buscar esa encarnacin de la miseria hu-mana en la caverna del sufrimiento, tras la que seentrev el indecible horror de la muerte, ms te-rrible que las torturas todas de la vida? Qu leocurre a ese hombre decado? Qu piensa eseconsumido cerebro? Qu siente ese corazn deanciano que casi no late ya? Quin lo sabe y quinle puede consolar? Cristo... pero Cristo no estaqu, porque slo pas de largo por la tierra. Eseanciano ha dejado de ir a los oficios y de inclinar-

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    se ante las urnas intiles. La msica sonora delas campaas llega a sus odos solamente como unvago campanilleo; el canto de la baslica es desdeaqu un zumbido montono, y la gente que enella se agita, una vana fantasmagora. Ese ven-cido de la vida se ha lapidado en su soledad, antela otra cripta ms negra y profunda... Y, sin em- bargo, reza todava.Y, entonces, descendi sobre el viejo harapientoun dbil rayo del da lejano, un rayo azul: l le-vant su cabeza; sus labios se movieron, y unavaga sonrisa ilumin su rostro atontado, sonrisaque expresaba sublime resignacin. Y me parecique el abandonado anciano perdonaba a todos losricos y venturosos de la tierra, y que entraba en

    la unidad misteriosa de todas las almas. Habacomprendido quiz las palabras del Cristo pronun-ciadas tras el supremo silencio y la suprema de-sesperacin: "Todo se ha consumado"?

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    IVLA MEZQUITA DE OMAR . EL TEMPLO DE JERU-

    SALNY SU HISTORIAEl cawas del cnsul de Francia, a quien yo ha- ba despedido la vspera, se ha presentado esta ma-ana con dos soldados turcos en el convento de losFranciscanos, para conducirme a la mezquita deOmar. El cawas es un hermoso jenzaro, algo ascomo un Hrcules turco de alargada faz, en cuyos

    ojos de trtaro disciplinado asoma una sonrisa pro-tectora. Como loscawas de los cnsules sirven deintermediarios entre cristianos y musulmanes, sonaqu personajes importantes y se sienten envane-cidos del poder que ejercen y del respeto que seles tiene: son los dueos de Jerusaln. El mo hacambiado algunas palabras con el Padre Felipe, elvenerable ecnomo deCasa Nova.Parecan, bajoel pequeo prtico del convento, dos personajes pintados por Sodoma o Bocafumi. El monje ita-liano, que es muy corts y amable, me ha despe-dido con una sonrisa indulgente de sus gruesoslabios, que se dibujaba bajo la bruma gris de su barba apostlica, sonrisa que quera decir: "Yo noira a una mezquita a hacer mi oracin del alba";mientras que el rostro triunfante del trtaro pro-clamaba lo contrario: "Al nos envainfieles, para proveemos de hermosos bakchiches.Monjes e in-crdulos, sois nuestros servidores. Gloriaa Al!"

    Descendemos hacia el barrio musulmn por es-40

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    trechas ralles. Me he cruzado con un viejo rabi-no bajo la bveda de un bazar. Al ver al jenzaro,ha comprendido que yo iba a la mezquita deOmar, es decir, al emplazamiento del templo deSalomn y me ha lanzado una mirada de odio yreprobacin que quera decir: "T, el hijo de losque han destruido el templo de Jehov, vas aver el Santo lugar; mientras que yo, el hijo de Is-rael, slo tengo derecho a llorar en el muro deDavid." Hemos pasado juntoa. la torre Anto-nia, fesima construccin romana transformada encuartel turco que sobresale de un frrago de casas,donde se pretende que Pilatos juzg a Cristo. Cuan-do bamos a entrar por la puerta enrejada en elHaram, al fin de la sombra calle, un nio mogra-

    bn me envi una maldicin haciendo ademn detirarme una piedra. Los musulmanes consideraneste lugar como el ms sagrado de sus santuariosdespus de la Meca, y sus fanticos guardan ren-cor al infiel que lo profana con su presencia.Cuntas envidias, odios y pasiones rodean altemplo de Jehov! Por qu razn han de des-

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    trozarse entre s las almas entenebrecidas en elumbral del Eterno ante el que deberan unirse to-dos? Mas estas mismas pasiones fomentadas por tres mil aos de luchas religiosas que an no hanterminado, son las que prueban la atraccin ms-tica del lugar denominado tan apropiadamente por los musulmanes Haram-ech-cherif, el recinto sa-grado, sagrado igualmente para las tres grandes re-ligiones que han modelado la historia. Este es elgran santuario de Israel cuyas dos ramas son laCristiandad y el Islam, y si se cumplen las antiguas profecas, ha de ser tambin el lugar de su recon-ciliacin y llevar en un lejano da los smbolosantiguos y modernos de la religin universal.Por la lgubre puerta, guardada por centinelas

    turcos, entramos en la vasta explanada que formael rincn Sudeste de Jerusaln. Es un rectngulode 500 metros de largo por 300 de ancho, que di- buja exactamente el contorno del antiguo templode Herodes. Es un blanco desierto en el que lasmargaritas, primaveras y gramneas crecen en losintersticios de las viejas losas. El santo atrio se haconvertido en una pradera melanclica. Por do-quiera se encuentranmirhabs,trozos de columnatas,arcos de triunfo rotos, capillas musulmanas, gra-ciosas rotondas rodeadas de elegantes columnas.Y, ms lejos, el tazn de una fuente y seculares ci- preses cuyos gruesos troncos parecen cadveres,aunque su fnebre verdor, siempre opulento, abri-

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    gue a centenares de palomas, como esas viejasreligiones que no quieren todava morir y sirvende abrigo a millares de almas. La esbelta y octo-gonal mezquita de Omar, con muros llenos de ven-tanas ojivales, su tambor azul resplandeciente y suoscura cpula coronada con una media luna deoro, se yergue en el centro de la gran plaza sobreuna elevada terraza a la cual da acceso una ampliaescalinata. La sombra tristeza que el Ham-ech-cherif inspira al principio se transforma en sere-nidad majestuosa a medida que se concentra lamirada en la elegante maravilla, que parece un palacio de Aladino evocado por magia en el senode las ruinas.Mirando alrededor de la inmensa plaza se hace

    ms intenso el contraste entre la mezquita y susalrededores de aspecto brbaro e inculto. Por elLevante y el Sur la alta muralla de la ciudad cie-rra el patio con la lnea negruzca de sus agudasalmenas. El terreno est como cortado a pico de laotra parte del muro y da sobre los valles de Josa-fat y de Hinom. Al Poniente y al Norte se extien-den dos hileras de srdidas casas derruidas, sin puertas, que tienen agujeros enrejados en lugar deventanas. Las viejas moradas de los cruzados y delos sarracenos se hacinan en el recinto de Salo-mn y en el pretorio romano cuya gran audienciase conserva todava, formando un conjunto sinies-tro y complicado de restos humanos. Y se creen ver

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    los chiribitiles de una fantstica soldadesca, unaespecie de cuartel de las naciones en el que se ence-rraran los miserables y los militarotes de todos lossiglos, quienes hace ms de mil aos que contem- plan a travs de los barrotes de hierro de su prisinla maravillosa mezquita, el templo de Al que des-lumbra al Sol con sus reflejos de esmeralda y tur-quesa. De vez en cuando, interrumpen sus juegosy pendencias para contemplarla con los ojos pre-ados de lgrimas e inyectados en sangre. Peroel patio est cerrado y el templo es inaccesible.Sunt lacrymae rerum.En todo esto hay una l-gica profunda de la historia, una imagen llamativadel estado actual de la humanidad y, quiz, un sig-nificado secreto del porvenir. Este suelo ha despe-

    dido vahos de plegarias y maldiciones, y ha re-sonado con los himnos sagrados y los gritos de lamuerte. Los reyes y los pueblos se lo han disputa-do, creyendo que su posesin les dara el imperiodel mundo y la entrada del cielo. Un viajero con-temporneo que ha paseado su alma de sensitivo yescptico desesperado por todo el globo, Pierre Loti,ha llamado poticamente al Haram-ech-cherif "elcorazn silencioso de Jerusaln"; pero este cora-zn late de odio y de amor. Aqu rezuman las pie-dras pensamientos eternos. Sean cuales fueren, loscrmenes que han conmovido estos muros son re-sultado de un prodigioso esfuerzo, del esfuerzoms espiritual, audaz y vasto que haya existido

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    jams, pues tuvo por objeto la unidad humana co-ronada por la unidad divina.Cuando se piensa en la grandeza de los aconte-cimientos que han tenido lugar aqu; cuando semedita sobre lo que representa ante el mundo estesantuario, en el que los iniciados de Egiptoy Caldea se encuentran con los profetas deIsrael; cuando se reflexiona en que este tem- plo ha mantenido y mantendr el equilibrio delos reyes de Ja justicia y la tiara de los pontfices del Espritu; por otra parte, cuando selanza una mirada al estado de la humanidad actual;cuando se observan el marasmo de Oriente y la barbarie cientfica de Occidente, las divisiones dela cristiandad, el materialismo radical de sus guas

    intelectuales, el profundo agnosticismo de sus sa-cerdotes, la escptica indiferencia de sus preten-didos sabios y el empirismo anrquico de sus go- biernos: entonces uno se siente agradecido a loshijos de Ismael y a los discpulos de Mahoma quevelan en este lugar como sobre una reserva sa-grada, no permitiendo que sea tocada. La Iglesiagriega y la romana, mezquinas y rivales, construi-ran aqu catedrales llenas de oropeles y capillitasde devocin. nicamente el Islam podra conser-var la hosca soledad del lugar, su carcter de ab-soluto, que es un testimonio y una promesa, almismo tiempo que una protesta.Acompaado del jenzaro, he subido a la terraza

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    por las escalinatas de suave pendiente y he dado lavuelta a la arrogante mezquita octogonal. De cercase admiran los tonos discretos y ricos de las por-celanas de que est revestida, que se dibujan sobresu turbante de delicados mosaicos. Desde los cuatrolados de la terraza se abarcan con la mirada loscuatro lados del Haram. El imn, vestido de negroy blanco, nos espera ya en el gran prtico para mos-trarnos el interior del templo, que es ms mara-villoso todava que su tornasolada vestidura. Mas,antes de penetrar en l, me detengo bajo la esca-linata, para sentarme en un banco de mrmol nolejos de la mezquita El-Aksa, que es la que sirve para el culto, pues la de Omar no es ms que unmonumento conmemorativo. Mis ojos estn fasci-

    nados por las losas blancas, esmaltadas de flores,de la gran plaza, que brillan reflejando el sol demarzo. Estas losas no deben arrancarse de aqu, pues hacen emanar la magia de los viejos recuerdos,que aflora y vaga por el aire silencioso. He aqu quelas grandes escenas de la historia se desarrollanante m en rpidas visiones.Mucho tiempo antes de Moiss, cuando los Ibrimo los Hebreos no eran an ms que tribus dis- persas en las estepas de Asia, en la poca de los patriarcas nmadas y monotestas del desierto, alos que engloba la Biblia en el nombre de Abraham,el monte Moria en que nos encontramos era ya unlugar sagrado, "un lugar elevado" consagrado al

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    Dios supremo, aunque entonces no existan la te-rraza, ni la ciudad, ni el templo. Una montaa pe-lada emerge de las gargantas salvajes, coronadacon una meseta rocosa; esta altura est protegida por un crculo de piedras sin labrar, como las denuestroscrotnlecsceltas. En el recinto sagrado ha- ba tiendas y rebaos, y acampaba una tribu. Enlo ms elevado de la roca que sirve de ara, un pa-triarca ofrece de pie el sacrificio del fuego con las primicias del ao, sarmientos de vid y trigo, aElohim o El-Helin. Es Melquisedec, primer reyde Jerusaln, un rey de justicia a quien Abrahamrinde vasallaje como a un superior, con el cual co-mulga con las especies de pan y vino, y de quienrecibe la bendicin. Esto lo atestiguan los dos ver-

    sculos de la Biblia: "Entonces Melquisedec, reyde Salem, sac pan y vino, el cualera sacerdotedel Dios alto." "Y bendjolo y dijo: Bendito seaAbraham del Dios alto, poseedor de los cielos y dela tierra." (Gnesis XIV, 18 y 19.) Sobre estamisma roca del monte Moria construy Salomnsu templo, en cuyo emplazamiento se ve hoy da lamezquita de Omar que tiene en rabe el nombre deCubbet-es-Sakraht o cpula de la piedra, cuya piedra simblica guarda relacin con ciertas tradi-ciones msticas y antiguas profecas. Segn losrabinos del Talmud, est marcada con el nombreinefable, siendo para ellos la piedra fundamentaly el centro del mundo: Eben Schativah.Los mu-

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    sulmanes la veneran y han hecho profecas sobreella. El historiador rabe Djel-al-ed-Din lo refiere:"T eres mi trono, dice el Dios del Islam a Sa-krah, t ests cerca de m, t eres el fundamentosobre el que he levantado los cielos y bajo el quehe extendido la tierra... Sobre ti se reunirn to-dos los hijos de los hombres; de ti surgirn de lamuerte."Han pasado algunos siglos desde la poca de los patriarcas. El monte Moria se ha convertido enuna especie de ciudadela que se levanta en mediode una ciudad. En la plataforma hay unnaos (tem- plo) bastante parecido por su estructura general alos templos egipcios. Su tabernculo de prfido estcubierto por un magnfico techo de cedro con cor-

    nisa de oro. La fortaleza sagrada eleva su temploesplndido como una ofrenda al Eterno, con su cua-dro de prticos y murallas, mientras que al Oestese extiende la imponente ciudad, coronada por laciudadela de David. La multitud se agolpa en lascalles y sigue a un cortejo real que sube hacia eltemplo. Los israelitas cantan salmos en las terrazasagitando palmas, saludando al rey Salomn con susquito de oficiales y diputados de Israel. Cuandoel arca aparece en el atrio, suenan las trompetas.El gran sacerdote, revestido con elefod violetay carmes y el pectoral en que relucen las doce piedras preciosas que recuerdan las doce tribus deIsrael y a los doce Elohim, potencias de Iaveh,re-

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    cibe al cortejo entre las dos columnas de bronce dela entrada del tabernculo. Los levitas depositanel arca de oro en el Santo del templo, entre elcandelabro de los siete brazos y el altar de los perfumes.Despus, el gran sacerdote la transporta al Santode los Santos l es el nico que tiene derecho a penetrar en semejante lugar que est situado trasel velo de lino tejido de jacinto y oro, y la deposita bajo las alas gigantes de dos colosales esfinges, lla-madas Kerubim, las cuales han sido esculpidas enmadera de olivo y enteramente recubiertas de l-minas de oro.Y el rey Salomn, despus de dedicar el templo,se vuelve hacia el pueblo e invoca al Dios de Israel

    con una larga plegaria que termina con estas pa-labras : "Acoge benvolo al extranjero que aqute evoque, para que conozcan tu nombre todos los pueblos de la tierra."Qu significan este templo, este pueblo y estaarca en la historia universal?En la capilla central del templo de Abidos, si-tuado en el Alto Egipto, construido por Seti I, padre del gran Ramss y consagrado a Osiris unsiglo antes de Moiss, se ve una barca pintada enel estuco de la muralla. La barca lleva una alta arca, parecida a un templete, sobre la que se cierne elsol alado de la vida eterna. Lotos en botn y flore-cidos penden de los costados de la nave. Isis, el

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    Alma del mundo, la Luz inteligente e inteligible,lleva el timn; su hijo Horus, el Verbo viviente,vigila a proa. Esta barca es la de las almas, que,conducida por los dioses, flota en las celestes aguasde la Va lctea. El arca simbolizaba para los sacer-dotes egipcios y para sus iniciados la ciudad di-vina, Helipolis, planeta espiritual iluminado por el sol divino al que llegan las almas glorificadas,despus de uri viaje cosmognico, ciudad que, diri-gida por los dioses, guarda los principios sobera-nos, las Ideas-Madres, las Leyes eternas que go- biernan a los mundos y a sus humanidades y, por consiguiente, a las razas, naciones y ciudades hu-manas. El Vidente de Patmos la llama trece siglosdespus: la Jerusaln celeste. Por esto dice Osi-

    ris en el Libro de los muertos(cap. I, libro IX):"Yo soy el gran Principio de la obra que reposa enel Arca santa, sobre el soporte." Y por esto tam- bin, haba en el Santo de los Santos de todo temploegipcio un arca de madera de palmera que contenalos libros sagrados de Hermes, los cuales tratabande las ciencias humanas y divinas, consideradascomo secretas por el vulgo. Esta arca era llevadacon gran pompa alrededor del templo en las gran-des ceremonias. Los sacerdotes del grado superior y los faraones saban todo esto, y gobernaban deacuerdo con ello cuando se mostraban dignos de suiniciacin, dejando que el pueblo adorase dolosde piedra, cocodrilos sagrados y bueyes Apis.

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    El Arca de los principios estaba oculta en el tem- plo, y slo unos pocos entendan su significado.He aqu que Moiss, quien fue iniciado en lostemplos egipcios, tuvo la idea de congregar en el pas de Goschen a un grupo de tribus hebreas,rudas y" honradas, que se distinguan por las tradi-ciones de nobleza e independencia de sus patriarcas,y resolvi formar con los indmitos Ibrim, a quie-nes los Faraones trataban como esclavos, el pue- blo de Israel, es decir, el representante en la tierratoda del Dios nico, de ese mismo Osiris intangi- ble y sin forma al que adoraban los iniciados egip-cios en sus templos. A ello le movieron cuarentaaos de estudios, meditaciones y disciplina, ascomo el espectculo de la idolatra universal y una

    vocacin especial. Un Elohim, un rayo de Elcha lehabl investido de la forma de un ngel de fuegoen el matorral incendiado del Sina, y le impusosu terrible misin. Cuando condujo al desierto a su pueblo, mand construir una arca porttil, pro-tegida por una tienda mvil, llamada tabernculo.Dos esfinges de oro, denominadas Kerubim, senta-das en su tapa, se miran frente a frente, formandoel techo con sus alas abiertas. En el tabernculose guardan las tablas de la Ley y ellibro de los principios cosmognicos, esdecir, los diez primeroscaptulos delGnesisescritos en jeroglficos, en lalengua sagrada de los templos; libro que Esdrasy los doctores de la primera sinagoga tradujeron

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    ms tarde al hebreo y en caracteres caldeos, decuyos tres significados no se comprenden ms quedos o uno (1). Esta arca porttil, colocada en eltabernculo mvil, es la de Osiris, animada por losmismos principios, aunque el genio do Moiss latransform y adopt a un fin nuevo. Es elathanor del dios viviente, el smbolo de que ste se halla presente ante el pueblo nmada; pero el arca nosera nada si Moiss no hubiese construido en tornode l un templo viviente compuesto por inteligen-cias, almas y voluntades humanas.Adems, Moiss escogi, segn relata la tradi-,cin hebrea, un consejo de setenta iniciados entrelos que componan el consejo de los ancianos, yles confiri la tradicin oral, sin la que seran in-

    comprensibles los misterios del libro (nmeros,XI, 16, 17 y 25). Este consejo serva de interme-diario y de moderador entre los ancianos y la castasacerdotal que oficiaba en el tabernculo y guarda- ba el arca. Estos iniciados son el origen de lasescuelas de profetas que duraron ocho siglos desdela poca de los Jueces y de los Reyes hasta la deCristo. As que Moiss no instituy una tirana sa-cerdotal, sino un gobierno de tres poderes, en elque un consejo de iniciados y profetas dirige y equi-(1) Para poder interpretar esotricamente los diez pri-meros captulos del Gnesis, vase el admirable libro de Fa- bre d'Olivet: La Bihle hbraique restitue, Pars, 1821.libra al consejo de los ancianos y a la autoridad de

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    los sacerdotes (2). Este es el templo viviente, eltemplo a cuya conquista marcha la humanidad, delque el Arca no es ms que el smbolo. Con frreavoluntad forj Moiss ese templo de carne, almay espritu al conducir a sus rebeldes ibrimes du-rante cuarenta aos a travs del desierto. Nada le detiene, ni espanta: ni la anarqua quelavantan sus miles de cabezas viperinas, ni el rayoque le rodea en el tabernculo, pues el divino fue-go de un fin universal le posee y le hace invul-nerable La crtica moderna ha tildado de legendaria todala obra v el personaje de Moiss, y ha llegado hastaa negar la existencia del fundador de Israel, porquelas obras que leg al mundo han sufrido una se-

    rie de redacciones y deformaciones posteriores,como ocurre con la mayora de las tradiciones re-ligiosas. Como si fuera posible que una idea en-carnase en un pueblo sin un iniciador que la incul-que! Como si una nacin pudiera nacer sin un ge-nio que le d forma o como si fuera posible redon-dear o ahuecar una vasija sin hacer antes algunaque moldee la arcilla! La constitucin del pueblo(2) Vase la sugestiva obra La Mission des Juifs,sobrela historia y la constitucin de Israel, escrita por un disc- pulo de Fabre d'Olivet, Saint Yves D'Alveydre, en la que,si bien se pueden encontrar algunas partes discutibles, haynumerosas apreciaciones nuevas, atrevidas y profundas.

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    judo sin Moiss sera un milagro ms asombrosoe inexplicable que los rayos del Sina, la colum-na de fuego del tabernculo y los millares de san-tos que se aparecan a los setenta ante la luz deJehov.Consecuencia de la obra de Moiss fue la cons-truccin en Jerusaln del templo de Salomn, reali-zada en la cima del monte Moria, cuatro siglosdespus, cuya obra marca el punto culminante dela historia de Israel, y el comienzo de la decaden-cia de la nacin y sus guas. Es una potente reali-zacin material y visible, que brillar como unglorioso faro en la imaginacin de los pueblos y enel caos de los siglos anrquicos; pero la idea decaey se rebaja en ella. El tabernculo de Moiss no

    ha llegado a ser ms que un templo de piedra, ce-dro y oro. El arca siempre guardada en el Santo delos Santos, contiene nicamente el declogo, y noest lejano el da en que sean poqusimos los queentiendan el misterioso libro, ellibro de los princi- pios, el Gnesis. La realeza soberana que sucedi alos jueces ha falseado ya el principio del gobiernomosaico, y las escuelas de los profetas que an lorepresentan, logran apenas combatir la idolatra po- pular, la anarqua de los Ancianos y la tirana delos reyes. Cercano est ya el cisma que ha de se- parar a Judea de Israel. Vlase la idea universal deMoiss y la idea mezquina y nacional triunfa sobreella El toro de Asiria atisba el instante oportuno

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    para poder pisotear a los dos Querubines del arcade oro. Y pronto Senaquerib sitiar a Jerusaln ysaquear el templo, Nabucodonosor lo destruirhasta no quedar de l piedra sobre piedra, y, por una crueldad jams vista en la historia, transpor-tar a las doce tribus a las orillas del Eufrates.Aunque el alma juda parezca engrandecerse en eldestierro y en ste florezcan las obras inmortalesde sus poetas literarios; aunque Zorobabel logrereconstruir el templo con permiso de Ciro, la exis-tencia nacional de Israel y su misin salvadoraen la historia parece estar comprometida para siem- pre. Ya el pueblo de Dios ha cado bajo el dominiode los sucesores de Alejandro. Los fariseos queSuean con el pasado, suean con restaurar el reino

    de David y Salomn, mientras que los ltimos profetas anuncian al Mesas de justicia y dolor que predijera Moiss antes de morir desde lo altodel monte Nebo, frente a la tierra de Canan, ochosiglos antes de su advenimiento.El monte Moria ha cambiado de aspecto una vezms. Ya no es el templo de Salomn, sino el de He-rodes, el cual es ms vasto y suntuoso y, tan im- ponente, que deslumhra a todos los paganos. Estrodeado de hermosos patios que tienen cuatro pr-ticos de doble hilera de columnas; descansa sobreterrazas escalonadas que parecen ser una conti-nuacin de la arquitectura de la montaa y sus cua-tro lados estn cubiertos de mrmol brillante. Sus

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    torrecillas y su techo de oro arden como antorchassobre la colmena ruidosa de Jerusaln y sobre elvalle de Josafat, cubierto de rumbas de reyes y profetas. No parece sino que el monte Moria fuerauna colosal Arca de Moiss. Y, sin embargo, esteesplendor no es ms que una guarida de fanatismoy supersticin, un testimonio de servidumbre. Elmugido de los animales inmolados que dura todoel da, el acre olor de las carnes quemadas, el ros-tro rgido de los doctores de la Ley, la faz in-quieta y suspicaz de los ricos fariseos, dcennosen qu se ha convertido est religin. No slo seha transformado Judea en provincia romana, go- bernada por el miedoso y cruel Herodes que ase-sin por miedo a toda su familia, como un sultn

    rojo de su tiempo, sirio que el pueblo ha perdidotambin toda la conciencia de su misin en la per-sona de sus autoridades religiosas. Y de esta ma-nera el buitre del cesarismo roman, posado en latorre Antonia, olfatea su presa y comienza a dividir en pedazos a la nacin.En el pato del templo vease a veces aparecer aun extrao personaje que no se pareca a nadie.Vena del monte de los Olivos, atravesando la ba-rranca del Cedrn, y ascenda por la abrupta rampahasta la puerta Dorada, por cuya profunda poterna practicada en la muralla de Jerusaln se le veaentrar en el recinto sagrado junto al prtico deSalomn. Iba acompaado por un cortejo poco nu-

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    meroso. No tena ms signo distintivo que la blancavestidura de los esenios y la larga cabellera "so- bre la que nunca haba pasado el hierro", esa ca- bellera de los que haban sido consagrados alSeor desde la infancia y reciban el nombrede Nazires o Nazarenos. Embelleca su frente lameditacin, tena rostro de infinita dulzura y susinmensos, extticos y penetrantes ojos de vidente,llenos de luz dorada, de luz de otro mundo, ahon-daban de parte a parte a los hombres. Cuandoenvolvan en una red de amor, era imposible apar-tar la vista de ellos, y cuando fulguraban de indig-nacin no se poda sostener su mirada; mas losque haban visto verter unas lgrimas de compa-sin a los ojos brillantes, estaban para siempre

    consolados. Oh, de qu manera le escuchaban susdiscpulos! En su cortejo haba un grupo de pobresgentes tmidas que le seguan desde lejos con ac-titudes humildes y apasionadas. Eran los enfermosque haba curado con la imposicin de sus manoso solamente tocndolos, y crean en l mas quesus discpulos y no le perdan de vista.Tras haber predicado el Evangelio del reino deDios en Galilea, este hombre vino a proclamar su divino mensaje a todos los hijos de Israel, a losdoctores de la Ley a los escribas y a los fariseos.Ense sus parbolas paseando por los prticos deeste patio y escogi sus ejemplos de entre los he-chos que ocurran ante su vista. All fue donde

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    glorific el denario de la viuda, donde perdon ala mujer adltera, y de donde arroj a los merca-deres del templo. Pocos le eran fieles y tena mu-chos enemigos. Los fariseos le llamaban "el gali-leo"; el pueblo, "El Mesas"; l se titulaba "Elhijo del Hombre", y sus discpulos le daban elttulo de "Hijo de Dios". Qu significaba este t-tulo? De donde proceda la misin y el poder deJess de Nazareth?A nadie se lo cont l, pues la gnesis de su pensamiento yaca enterrada en s mismo. Su en-seanza y sus actos eran la revelacin que ofren-daba al mundo. Para l su revelacin era el siem- pre oculto misterio de su alma, pero este misterio brillaba en toda su vida y en su persona.

    Desde la infancia viva en este mundo y en elotro. Con frecuencia tena sublimes visiones, y sele abran en lo infinito caminos que los mortalesdesconocan. Un da de su adolescencia en que sehallaba en las azuladas montaas de Galilea ro-deado de esos lirios blancos de corazn negro queflorecen entre hierbas ms altas que los hombresvio una estrella maravillosa que se diriga hacia ldesde el fondo de los tiempos y desde los inson-dables espacios, la que al acercarse y aumentar detamao se convirti en inmenso sol, en cuyo centrorefulga una colosal y deslumbradora figura hu-mana, que tena la majestad del Rey de los reyescon la dulzura de la Mujer eterna, de tal modo que

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    era externamente hombre e internamente mujer.Millones de ngeles que se lanzaban al espacio, parasumergirse luego en el crculo de fuego, eran losrayos de ese sol.Era la visin conocida por rarsimos profetascon el nombre de Adonai; la visin del Seor por medio de la cual las potencias invisibles traduceny manifiestan al vidente lo Inexpresable, la Fuerzaoriginaria sin forma y. sin nombre, lo Eterno-Mas-culino unido a lo Eterno-Femenino, que es imagendel Verbo creador de todas las almas y de todoslos hombres en todos los mundos y tiempos.La visin se acerc y Jess se vio envuelto enun huracn de luz.El adolescente se sinti reabsorbido durante unos

    instantes por la mirada de Adonai y, entonces,unido a l en inefable felicidad, perdi toda suconciencia terrestre.Y, cuando despert, volvi a ser lo que antesera: el Hijo del Hombre en la carne y en la sangre,que moraba en la tierra perversa para salvarla.Parecile en su encantamiento que el sol de Adonaivolva a entrar en lo Insondable como haba ve-nido, alejndose insensiblemente y sumergindoseen l como una estrellita. Pero algo le deca queese sol era su patria y que antes de nacer entre loshombres ya haba visto esa luz.La visin deslumbradora volvi a aparecrseledos o tres veces, durante los diez aos que per-

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    maneci con los esenios en Engaddi, lugar situadoen el espantoso desierto de los montes de Judea,desde donde se dominaba el Mar Muerto. Y cadavez haba salido de ellas empapado de fuerzas so- brehumanas. Y, cmo iba a hablar a quienquieraque fuese de este misterio inefable? Quin lehabra comprendido? Quin le habra escuchadosin tacharle de blasfemo? Oh! Ese sol interior ytrascendente era para l el corazn del mundo, larealidad suprema, ms verdadera y real que todasestas montaas y ciudades; era su sol de Amn-Ra, su arca de oro y su templo viviente. Qu po-dran decirle despus de esto los templos de mrmoly la humareda de los incensarios? l quera con-ducir a todos los hombres hacia esa felicidad por

    la inmensa fe y el amor inmenso que le haba in-fundido. Soaba convertir a todos los hombres enun templo viviente y fraternal. Por eso, cuandodeca "Mi Padre que est en los cielos" y abra losojos, los hombres levantaban la cabeza y las mu- jeres bajaban sus prpados palpitantes. Pero lsaba tambin que era preciso realizar un acto inu-sitado para hacer que algunos rayos de luz ilumi-naran al alma oprimida de Israel, gobernada por Herodes, y al alma corrupta de la tierra, dominada por la loba romana del Csar sangriento. S; sabaque deba de morir para resucitar consigo al mun-do. Lo saba ya en aquella terrible noche que pasen el desierto de Engaddi y que fue designada por

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    los evangelistas con el ttulo dela Tentacin; enaquella noche en que se sinti convertido en Mesas.Y entonces vio que ya se acercaba la hora de lacruz...Ahora se iba a realizar la terrible visin: haballegado la hora decisiva.Aquel da tuvo Jess un violento altercado conlos fariseos. Su muerte estaba resuelta ya en elSanedrn. Los emisarios encargados de espiarle ha- ban tratado de arrancarle una blasfemia suficiente para condenarle, pero l, penetrando sus intencionesy sus ms pequeos pensamientos, haba roto loslazos que le tendieran y haba respondido a las in-sidiosas argucias de los doctores de la Ley con pa-labras lmpidas que brotaban de los arcanos inac-

    cesibles de su pensamiento, lanzando sobre todouna luz inesperada. Y, despus de haberles reducidoal silencio, les atac con un discurso de vehementemajestad, llamndoles "hipcritas y raza de v- boras".En ese momento resonaron bajo el pilono deltemplo las sagradas trompetas de los levitas queanunciaban el fin del da, hora en que el Gran Sa-cerdote oraba en el Santo de los Santos.Respondieron a ellas las bocinas de los legiona-rios de la torre Antonia con una fanfarria parecidaal grito estridente de una monstruosa ave de presa.Y el pueblo afluy como un mar agitado, subiendodesde el atrio del templo por la gran escalinata

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    hacia el pato de las mujeres y hacia los prticos delrecinto. Hundase el sol tras la negra masa de lastorres de Herodes; su luz rasante iluminaba el tem- plo de mrmol blanco y hera su techo de oro que brillaba romo la nieve del Lbano.Las trompetas sonaron una vez ms; iba a ce-rrarse el templo.Pero los dos grupos enemigos estaban all pre-sentes. A un lado se hallaba Jess rodeado por susdiscpulos; al otro, los Fariseos, plidos de clera,con los brazos cruzados y consultndose para dar un golpe final. De sbito, uno de ellos, acercn-dose algunos pasos al Galileo, con odio en los la- bios y desafo en la mirada, seal al soberbio edi-ficio que brillaba con todo su esplendor, y exclam:

    Y qu hars t de este templo?Al or estas palabras, sinti Jess que le subadel corazn al rostro toda la oleada de su vida, yvio concentrarse en la expresin de aquella faz hu-mana lo que haba llegado a ser el templo de Jeho-v: un arca de egosmo, odio y expresin sacerdotal.Tambin vio el templo de amor y alegra que hu- biera querido edificar con ayuda de todos los hom- bres de buena voluntad. Vio tras de s a todos los profetas de Israel y los de los otros pueblos, a lossabios, a los videntes, a los hijos de Dios, a los quehaban hecho los templos y las religiones con siglosde oracin, meditacin y herosmo. Todos le pe-dan que ofrendase su vida para libertar a la huma-

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    nidad ...Entonces pareci que el esenio, el Nazir de Gali-lea, el de los largos cabellos que descendan por loshombros, resplandeca y creca un codo. Y, ha- blando tranquilamente, dijo sealando al cielo: En tres das puedo derribarlo y volverlo aconstruir. En verdad os digo que de l no quedar piedra sobre piedra!Y en el grupo de los fariseos hubo una explo-sin de sarcasmos, denuestos y risas que se pro-longaron como un gran grito de triunfo. Habanconseguido lo que queran; tenan la palabra queel Sanedrn necesitaba para condenar al profetade Galilea. Pero Jess, sali andando lentamentedel templo, con la cabeza inclinada llena de pensa-

    mientos, y seguido de sus asustados discpulos.Si alguien hubiera mirado un momento despus por una lumbrera practicada en el muro de Jeru-saln habra visto que el largo prtico de Salomnque caa al valle de Josafat se llenaba de som- bras, perfiles y brazos amenazadores que se tendanhacia el valle de la Sombra de la Muerte. Eran al-gunos miembros del Sanedrn, que seguan aten-tamente con la mirada al grupo de discpulos que pasaban el torrente del Cedrn, a lo lejos, en elfondo del abismo... y a la blanca vestidura del profeta que se perda bajo los negros olivos de Get-seman.

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    Lo que sucedi despus, escrito est en losEvangelios y en las Actas de los apstoles; todoslos nios lo saben: Jess crucificado; los disc- pulos fundando la Iglesia cristiana; Pablo, su per-seguidor, derribado por su caballo en el camino deDamasco, convertido por la luz y la voz del Cristo,lleg a ser el apstol de los gentiles. Pero sigamoshaciendo la historia del templo y veamos cmoconfirmaron los sucesos posteriores las profecas delGalileo.Cuarenta aos despus estaba dando la nacin juda sus ltimas convulsiones, y se rebelaba unavez ms contra el yugo romano. Pero Tito sitia la Ciudad Santa, y oblig a los" ltimos defen-sores de Jerusaln a retirarse al recinto del templo

    para la lucha suprema. No tardaron los arietes enmachacar las puertas de Jehov. Defendironse los judos con heroico coraje. En el patio eran dego-llados los gentiles y las mujeres. Desde la balaus-trada de Nicanor hasta las puertas del recinto co-rra la sangre por las escalinatas de mrmol. Y,en fin un soldado romano lanz un. hachn en-cendido por las puertas abiertas del edificio sa-grado, en que estaban apiados miles de judos ylos ltimos soldados. Los artesonados de cedro seincendiaron, y todo el interior fue pasto de las lla-mas. Los legionarios romanos plantaron sus guilasante el pilono de la entrada a la luz salvaje delincendio, y proclamaron emperador a Tito sobre

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    las ruinas del templo de Jehov. Los que se re-fugiaron entre sus muros fueron pasados a cuchi-llo antes de que las llamas los abrasaran. Millaresde judos, ocultos en los subterrneos, murieron dehambre, de lo cual se dieron cuenta los romanoscuando la fuente de Silo, alimentada por las cis-ternas del monte Moria, empez a vomitar cad-veres.Esta no es la nica confirmacin de la profecade Cristo referente al templo de Jerusaln, ni puedeser la que ms nos llame la atencin. La que su-cedi en el siglo iv de nuestra era, durante el rei-nado del emperador Juliano, es, indudablementean ms singular y curiosa. Constantino haba proclamado el Cristianismo en todo el imperio. Su

    sucesor, Juliano, crey que podra restablecer el paganismo. Juliano es una gran figura, a pesar desu espritu incompleto. Menos prudente que el sa- bio Marco Aurelio, aunque ms ardiente y heroicosenta un puro entusiasmo por la belleza del hele-nismo y quiso vencer o morir por sus dioses. Ini-ciado en la filosofa alejandrina, era muy superioiintelectualmente a la mayora de los cristianos desu tiempo y quiz presinti esa amplia sntesis delhelenismo y del Cristianismo, que es el sueo delos tiempos modernos. Su error no fue otro quehaber venido demasiado pronto al mundo y haber desconocido la grandeza de Cristo as como su poder de fraternizacin humana, esa fuerza de

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    amor que soliviantaba y resucitaba al mundo. Losque quieren conocer la lgica profunda de la hu-manidad y Jas potencias providenciales que la di-rigen, pueden quiz ser nobles almas y grandeshroes dignos de nuestra admiracin y simpata, pero sucumben infaliblemente. Juliano no persi-gui a los cristianos con hogueras y animales fe-roces, sino que se vali de artes sutilsimas. Por ejemplo, prohibi que los sacerdotes y doctorescristianos enseasen las letras paganas, diciendoque no lo podan hacer sinceramente, lo cual pusoa stos fuera de tino. Su idea ms original fue lade reconstruir el templo de Jerusaln y devolver alos judos el culto nacional de Jehov a fin de quefuera falsa la profeca de Cristo. Dedic una can-

    tidad considerable de dinero a esta restauracin ydecret el comienzo de los trabajos. Miles de ju-dos acudieron para asistir a ellos. Se limpi elsuelo de escombros, se horad la tierra; pero cuan-do quisieron poner Jos cimientos, brotaron explo-siones de fuego de la roca y mataron a gran n-mero de obreros. Los dems se negaron a conti-nuar. Si los historiadores eclesisticos hubieransido los nicos que nos refirieran estos hechos,tendramos derecho a decir que eran pura leyenda; pero Ammiano Marcelino, admirador apasionado ehistoriador de Juliano, gran partidario como l dela religin helnica, lo relata con todos sus deta-lles. Sozmenos escriba pocos aos despus: "Si

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    alguien encuentra increble este relato, busque eltestimonio de los testigos oculares que an vivenhoy, busque a los judos y a los paganos, quehan abandonado su obra sin terminarla, o, mejor dicho, que an no han podido comenzarla."Juliano no se asust por tan poca cosa. Habadeclarado la guerra al Galileo. Y, como verdaderohroe, no habra retrocedido para lograr su deseoante las fuerzas conjuradas de la tierra y del cielo.Cuando recibi esta noticia en Antioqua, iba asalir a combatir a los partos; declar que, cuandovolviera, l mismo pondra la primera piedra deltemplo de los judos invocando a Jpiter o a lainefable Inteligencia y a Apolo, su Verbo solar.Pero poco despus cay herido por una flecha, y

    muri noblemente, conversando sobre la inmorta-lidad del alma con sus amigos Lbanos y Mximos,como un hroe de Plutarco o un discpulo de Platn.La frase "T has vencido, Galileo", ltimas pa-labras que se le atribuyen, es una invencin cris-tiana, que, no obstante, resume esta vida trgicay seala la victoria definitiva del Cristianismo. No acaba aqu la historia de la roca sagrada demonte Moria a la que an le quedan nuevas glo-rias y ultrajes. Apenas han pasado tres siglos. Bi-zancio reina en Jerusaln; un patriarca Cristiancuida del Santo Sepulcro; pero la poca heroicade los apstoles ha pasado ya. El Bajo Imperiocarcomido, pierde el tiempo en luchas teolgicas

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    retrocede ante los brbaros por una parte y ante losIslamitas por la otra. Mahoma ha fundado en Ara- bia una nueva religin que no tiene nada del eso-terismo de Moiss y de Cristo, aunque, no obstante, procede de ambos; religin instintiva y adecuadaa las almas fuertes y rudas; religin de grandio-sa sencillez, que se resume casi enteramente en es-tas palabras:Al Akbar!Dios es grande! Bizan-cio no ha sabido defender a Jerusaln. El califaOmar ocupa el monte de los Olivos con un ejrcitorabe, y la ciudad se rinde despus de la capitu-lacin concertada por el patriarca Sofronio que ga-rantizaba a los cristianos la vida, sus riquezas ysus iglesias mediante el pago de un tributo. Laescena que sigue a esto no es slo de pica gran-

    deza, sino que caracteriza de admirable manera lasituacin religiosa del mundo en el ao 638.El califa Omar vino atravesando el desierto defrica como un beduino cualquiera, con un odrelleno de agua y un saco de cebada colgados de lasilla de su camello. El califa dijo al patriarca, unavez acabada la redaccin del tratado: "Condcemeal templo de David." Omar entr en Jerusaln precedido del patriarca y seguido por cuatro milarmados compaeros del Profeta. Lo primero quehizo el patriarca fue llevarlo a la iglesia de la Re-surreccin; despus a la de Sin, y dijo: "Estees el templo de David", a lo que replic Omar "Mientes", y saliendo de all, se dirigi a la puerta

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    llamada de Bab-Mohammed. El lugar en que seencuentra hoy la mezquita se hallaba tan lleno deinmundicias que las escaleras que conducan a lacalle estaban cubiertas y los escombros llegabancasi a tapar la bveda. "Aqu slo es posible en-trar arrastrndose", dijo el patriarca. "Est bien",respondi Omar. Pas primero el patriarca, al quesigui Omar con su gente, y llegaron al espacioen que hoy se encuentra el atrio de la mezquita.Todos pudieron ponerse all en pie, y Omar, des- pus de haber mirado a su alrededor y observar atentamente el lugar, exclam:"Al Akbar!Aquest el templo de David que me describi el Pro-feta." Encontr laSakrah llena de inmundiciasque haban arrojado los cristianos por odio a los

    judos. Entonces, extendi Omar su manto sobrela roca y se puso a barrerla. Todos los musulmanesque le acompaaban hicieron lo mismo (3).Este episodio del califa conquistador compa-ero del Profeta que barre con su vestidura al san-tuario de Salomn profanado por los cristianos esun hecho religioso e histrico muy significativoOmar no vino como Juliano con un sentimiento dehostilidad contra Cristo. En el Corn abundan las(3) Le temple de Jerusalem, por e! conde Melchor deVogue, Pars, 1864. Seria conveniente aadir al estudio deeste libro, tan slidamente documentado, !as pginas poticasy sugestivas de Eugenio Melchor de Vogue sobre Haram-ech-cherif, de su hermosa obraVoyage en Syrie et en Palestine.

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    palabras que ensalzan al profeta Aischa (Jess).Y Omar vino lleno de respeto, con alma de hroey creyente a realizar un acto de tolerancia y dereparacin ante el primer santuario del mundoen donde se proclam el Dios nico ante el uni-verso. El Islam parece ser aqu rbitro entre laantigua tradicin de Israel y los representantesoficiales del Cristianismo. Quin no ha de ver lagrandiosidad de este papel? Al rendir homenaje alIslam quiero distinguir esencialmente a los califasde la poca heroica de los sultanes de Constanti-nopla y a la raza rabe de la turca. Fue la razarabe la que produjo a Mahoma y sus compaeros.Si el porvenir nos reservara un movimiento reli-gioso que permitiera que el Islam se convirtiese

    en religin universal, no dudamos de que surgirade la raza rabe. Omar pertenece a la poca msgloriosa del islamismo, y no podemos menos queadmirar la reverencia que l senta al arrodillarseante la piedra sagrada. Y as podr erigir el tem- plo con una forma nueva que promete ser ya: El templo de las naciones.Omar no fue quien cons-truy la mezquita, sino uno de sus sucesores, elcalifa Abd-el-Melik-ibn-Merun. Los musulmanesla denominaron mezquita de Omar, como es justo, pues, si bien es hermosa la obra del arquitecto,ms hermosa es an la accin del hroe.Y ya empieza el ltimo acto de lo que se podrallamar el drama del Templo de Jerusaln, claro es

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    que quiero, decir el ltimo del pasado, pues no sa- bemos lo que le tiene predestinado el futuro.Han pasado cuatro siglos. La Europa feudal ycaballeresca quiere conquistar la Ciudad Santa enun arrebato de entusiasmo. Y el joven Occidente,cubierto con todas sus armas, se lanza hacia elviejo Oriente, arrastrado por no s qu esperanzade encontrar en l el arca de los misterios y elarcano de su propio pensamiento. Una sola cosave all: el Santo Sepulcro! Y Jerusaln fue re-conquistada. Los caballeros cristianos ocupan lamezquita El-Aksa, situada en el rincn Sudoestedel Horom, enfrente precisamente de la mezquitade Omar. Sus caballos piafan y relinchan en lascuadras de Salomn, que son unos amplios subte-

    rrneos, situados bajo el recinto sagrado y llenosde arcadas gigantescas que se pierden de vista. Yaquellos celtas y francos, poco versados en arqueo-loga, miraron con admiracin la mezquita deOrnar, y se sintieron fascinados por su forma ma- jestuosa y esbelta y por su extrao interior, per-suadindose de que tenan ante s el templo deSalomn, pensamiento que produjo una fermen-tacin nueva en su imaginacin ardiente. Ellossabrn conquistar el mundo en nombre de Cris-to, a la luz de los rayos multicolores que des-cienden de la cpula! Viejos y sapientsimos rabi-nos de Jerusaln les han confiado en secreto ciertasideas que dicen que proceden de la tradicin oral

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    de Moiss. Les hablan de Adam-Kadmn, el hom- bre original celeste y completo, anterior a la tierra,quien ms tarde se dividi en la multiplicidad delos seres (interpretacin esotrica de Adn) y delCristo universal, que comprende a Jess de Na-zareth, si bien lo supera grandemente, puesto quetambin abarca a los profetas e inspirados de to-dos los tiempos (interpretacin esotrica de la re-dencin por Cristo). Los caballeros cristianos seasimilaron la parte combativa y generosa de estas profundas ideas. Resolvieron fundar una orden demonjes guerreros y laicos, para defender lealmen-te en Europa y Oriente la religin de Cristo y,tambin, para ser los prudentes propagandistas deesta religin universal. En cierto sentido se pa-

    recer a los profetas, quienes servan de arbitrosentre los reyes y los sacerdotes, y de contrapesoentre ambos poderes, pues ellos tambin servirnde contrapeso entre los reyes de Occidente y el papado. Y en memoria del templo de Jerusaln,en donde se les ocurri la idea, se llamaron Tem- plarios. Y, levantando en alto las espadas cuyas puntas se miran bajo la apagada luz del santua-rio, en donde las grandes ojivas brillaban sobre laantigua roca de Cubet-es-Sakrah, hicieron su ju-ramento. As, se fund la Orden del Templo que,heroica y pura en un principio, acaba por debi-litarse al cabo de algunas generaciones. Y, a se-mejanza de los reyes y de la clereca, a quienes

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    quieren guiar, gstanle excesivamente los bie-nes terrenos. Mas los grandes Maestros de la Or-den conservan la tradicin y tratan de enderezar y llevar por buen camino a los fieles. Las idea;que poseen les dan una fuerza secreta y se espar-cen insensiblemente. Trescientos aos despus laOrden del Temple es la ms rica de Europa y tantoms temible cuanto que se compone de monjesarmados. Tiene su culto, doctrina y reglas inde- pendientes de la Iglesia, constituyendo un Estadodentro del Estado. Entonces se alian un rey deFrancia y un papa para destruirla en masa; aquelansiando sus riquezas; ste, celoso