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Seminario Simon Collier 2018 Colomba Nómez Montalva Benjamín Concha González Pedro Dosque Concha Josefina Lewin Velasco Patricia Lillo Vásquez Gabriel Nachar Farías Instituto de Historia Pontificia Universidad Católica de Chile

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Seminario

Simon Collier2018

Colomba Nómez Montalva

Benjamín Concha González

Pedro Dosque Concha

Josefina Lewin Velasco

Patricia Lillo Vásquez

Gabriel Nachar Farías

Instituto de HistoriaPontificia Universidad

Católica de Chile

Seminario Simon Collier 2018Primera edición: noviembre de 2018

© Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2018

Diseño, diagramación e impresiónRIL® editores

Los Leones 2258cp 751-1055 Providencia

Santiago de ChileTel. Fax. (56-2) 2238100

[email protected] • www.rileditores.com

Impreso en Chile • Printed in Chile

ISBN 978-956-14-2276-6

Derechos reservados.

Índice

Presentación ..................................................................................... 11

Entre lo «germano» y lo «degenerado»: creación, uso y recepción de la música docta en la Alemania nazi (1933-1945)Colomba Nómez Montalva ................................................................. 13

¿Moriens libertas? El concepto de libertad romana en los annales (i-vi) y el agrícola de Cornelio TácitoBenjamín Concha González ................................................................ 43

Entre la liberalización y la regulación: el mundo de las micros santiaguinas desde la perspectiva de los choferes y empresarios del rubro (1979-2007)Pedro Dosque Concha ......................................................................... 79

La Antigüedad de Gustav Klimt. Imágenes de una conciencia en crisisJosefina Lewin Velasco ...................................................................... 115

Las voces del poder y el silencio del abuso. Historia de las violaciones sodomitas en Chile entre 1893 y 1908Patricia Lillo Vásquez ........................................................................ 145

Zonas de exterminio: capital, industria y explotación indígena en el Putumayo (1900-1912)Gabriel Nachar Farías ....................................................................... 171

Simon Collier (1938-2003)

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El jurado que decidió el Concurso Seminario Simon Collier 2018 estuvo integrado por académicos y estudiantes del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. El coordinador de la versión 2018 fue el profesor Rafael Gaune, que integró el jurado junto con Elvira López, Carolina Odone, Jorge Rojas y Sol Serrano. También fueron parte del jurado los estudiantes de postgrado Emilia Müller y uno de los gana-dores del concurso 2017, Matías Moreno.

La revisión de los textos y coordinación editorial estuvo a cargo de la profesora Bárbara Silva.

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Presentación

El Seminario Simon Collier 2018 reúne seis monografías preparadas por sus autores y autoras durante el año 2017, en los distintos seminarios de investigación que se dictaron en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Con esta publicación continúa una tarea iniciada el 2004, que busca estimular y premiar a los jóvenes que se inician en la investigación histórica, homenajeando al gran historiador que fue Simon Collier, a través de un reconocimiento que lleva su nombre.

Como en versiones anteriores del Seminario Simon Collier, ésta tam-bién reúne una variada gama de temas, metodologías y planteamientos historiográficos, dando cuenta de la heterogeneidad existente al interior de los seminarios de investigación del Instituto de Historia.

En esta versión 2018, el volumen se inicia con el trabajo que recibió la máxima distinción de este año, que corresponde a las monografía de Colomba Nómez. La siguen, por orden alfabético, los otros trabajos se-leccionados por el jurado.

Con este nuevo volumen del Seminario Simon Collier, el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile continúa con su labor de formación y reconocimiento de los jóvenes historiadores.

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Entre lo «germano» y lo «degenerado»: creación, uso y recepción de la música docta en

la Alemania nazi (1933-1945)1

Colomba Nómez Montalva

Introducción

En una entrevista publicada en The Boston Globe2, el compositor alemán Helmut Lachenmann, de familia judía, hablaba acerca de sus ex-periencias de niño con la música docta en los tiempos de la Alemania nazi. El músico recordaba que en 1942, cuando tenía ocho años, se estaba de-sarrollando la Batalla de Stalingrado. Junto a su familia, escuchaba las transmisiones de radio en Sttugart, su ciudad natal. Lachenmann recuerda haber escuchado a Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del régimen nazi, hablando de los sacrificios de los soldados alemanes para alcanzar la victoria de la raza aria sobre el mundo. Justo en el momento en que terminó el discurso, sonó la Quinta de Beethoven para dar fuerza a las palabras del ministro.

Este tipo de experiencias de infancia marcarían para siempre su pos-tura con respecto a lo que debe ser la música, y su relación con la sociedad, la política y el mundo «extra musical». Al crecer con el uso político de la música de los compositores canónicos alemanes, la postura de Lachen-mann fue radical: la música de tradición germana fue fácilmente vinculada al fascismo y, por lo mismo, la música creada desde allí en adelante debía

1 Este artículo fue desarrollado en el Seminario de Licenciatura del Instituto de Historia uc, Historiografía en el período de entreguerras y post Segunda Guerra Mundial, del profesor Nicolás Cruz.

2 Jeremy Eichler, «Music of pristine wildness and liberated noise», The  Bos-ton Globe, Critics Notebook, 2008: http://archive.boston.com/ae/music/articles/2008/04/05/music_of_pristine_wildness_and_liberated_noise/

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existir y ser compuesta de tal modo que fuera imposible remitirla a la política o a la ideología. El escritor George Steiner, por su parte, recuer-da que durante la Alemania nazi, su familia (al igual que todas aquellas familias de origen judío) tenía prohibido escuchar la música de Richard Wagner en alemán; por lo mismo, sus padres optaban por escuchar dicha música traducida al francés3. Ambas anécdotas son ilustrativas de lo que significaba la música docta después de 1933 en Alemania.

La llegada de Partido Nacionalsocialista al poder, junto con sus ante-cedentes y consecuencias, probablemente ha sido uno de los temas más debatidos en el ámbito de las ciencias sociales. Existe una enorme canti-dad de trabajos al respecto, desde una variedad de disciplinas: sociología, economía, teoría política, etc. También hay diversos trabajos que abordan los cambios y usos de la cultura por parte de Hitler y, sobre todo, en re-lación con Goebbels (su ministro de Propaganda). Por su parte, existen una serie de investigaciones con respecto al contexto artístico general así como al contexto musical de la época; sobre los compositores que vivieron en el período y sobre los diversos géneros de música popular repudiados por los nazis. No obstante, mucha de la bibliografía existente acerca de la música en la Alemania nazi se ha escrito desde la dimensión biográfica de los compositores del período. Junto con ello, y especialmente en el caso de la música más que en otras artes, estos estudios se centran más en definir aquello que los nazis dejaron fuera de su estética que lo que optaron por incorporar e impulsar, probablemente más difícil de definir.

Debido a lo anterior, esta investigación tiene como objetivo estudiar la recepción, uso y creación de música docta alemana en el contexto del ré-gimen nacionalsocialista alemán, entre 1933 y 1945. Se optó por delimitar la investigación en esos años debido a que 1933 marca el momento en que el nazismo se instala como una fuerza política importante en Alemania, y 1945 marca el declive y fin del régimen en cuestión. La elección de la música docta se debió, en gran parte, a que es probablemente la tradición musical en que los alemanes lograron una posición más relevante respecto de los otros países de Europa. De hecho, la tradición clásica germana se instaló como el canon en la música docta desde el siglo xviii y se mantuvo hasta la época aquí tratada. Además, fue un tipo de música que comenzó a ganar espacios de ejecución en la Alemania nazi, como lo reafirman los estudios de Gilbert4.

3 George Steiner, Un Largo Sábado. Conversaciones con Laure Adler, Madrid, Siruela, 2016, 106.

4 Shirli Gilbert, Music in the Holocaust: Confronting Life in the Nazi Ghettos and Camps, Oxford, Clarendon, 2005.

Entre lo «germano» y lo «degenerado»

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La tesis de este trabajo es que la música tuvo relevancia en esta época y fue efectivamente un elemento importante de nazificación, pero lo que se conformó como «estética nazi» respondió más a una construcción en base a lo que no era admitido, que a una forma propia de hacer música. Muchas veces existen elementos musicales que se prohíben, pero en un contexto diferente (o dependiendo del compositor y de cómo se use ese recurso en una determinada parte de la obra) son aceptados como parte de la estética del período.

La metodología de esta investigación se centró principalmente en el trabajo con fuentes primarias, es decir, obras musicales creadas e inter-pretadas en el período descrito, tanto con texto como sin él, y asociadas al régimen nazi. En segunda instancia, se contrastó el resultado de dicho análisis con bibliografía atingente a la investigación. En relación al corpus de fuentes musicales utilizadas, estas se dividieron en varias subcategorías. El primer tipo correspondió a ejemplos de música de compositores que vivieron en la época mencionada (entre 1933 y 1945) y que además eran difundidos o apoyados, en mayor o menor medida, por el régimen nazi. Dentro de esta categoría se eligieron los compositores más significativos para el régimen, y la selección de obras se hizo en base al antecedente que fueron interpretadas en espacios relativamente importantes en la época. En concreto, se trabajó con Richard Strauss, quien fue presidente de la Cámara de Música del Tercer Reich entre 1933 y 1935; Carl Orff, cuya filiación directa con el Partido Nazi todavía es motivo de discusión, pero su obra más conocida, Carmina Burana, tuvo un éxito rotundo luego de su estreno en 1937, y se convirtió en una de las obras más populares de la Alemania nazi; y Hans Pfitzner, uno de los compositores reconocidamente nazis.

El segundo tipo de fuente es aquella música que, si bien no fue escrita en el período señalado, sí fue ampliamente difundida y elevada como «el verdadero arte alemán» durante el régimen nazi: la música de tradición clásico-romántica germana de los siglos xviii y xix. Sin embargo, como abarcar todo el repertorio sería inviable, se optó por elegir obras que ha-yan sido interpretadas varias veces durante el período nazi, usando el mis-mo criterio que en el caso del primer corpus de fuentes. Así, se tomaron fragmentos de dos grandes trabajos de Wagner, El Anillo del Nibelungo (que corresponde a una serie de cuatro óperas) y Los maestros cantores de Viena, debido a que son dos obras cuya documentación avala que fueron usadas e interpretadas durante el período descrito. La primera incluso fue la música de fondo de un discurso de Hitler, titulado «Triunfo de la volun-tad» de 1934, y en el caso de la segunda, fue interpretada más de una vez al

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año por grandes directores de orquesta nazi, como Karajan y Furtwängler. Por otra parte, se incorporó al análisis tanto la Quinta como la Novena Sinfonía de Ludwig Van Beethoven, también porque se usó en discursos de Goebbels y fue parte del repertorio favorito de los altos mandos nazi.

Un tercer grupo de fuentes, aunque menor con respecto a los otros dos, correspondió a música que, ya fuera por el origen del compositor que la creó o por su estilo, fue denostada, descartada o prohibida por el régi-men nazi. Al ser un corpus de fuentes de menor envergadura, se incluyó tanto a compositores del período como a otros previos a él. En este grupo se encuentran Arnold Schönberg y Stravinsky, cuya música fue catalogada de «bolchevismo cultural» por parte de los nazis, y se eligieron por ser los más representativos de la llamada «música degenerada».

Los registros audiovisuales de interpretaciones musicales también se incluyeron como fuentes primarias. A partir de la interpretación de las piezas es posible modificar o transformar determinados pasajes de músi-ca, con el fin de enfatizarlos u ocultarlos. En este sentido, una parte del trabajo se centró en dos grandes directores de orquesta del régimen nazi, Herbert von Karajan y Wilhelm Furtwängler, en los repertorios que inter-pretaban y en las formas en que eran ejecutados. Se eligió destacar a los directores de orquesta puesto que, dentro de la música docta, este tipo de repertorio era uno de los que tenía más espacio en la escena musical du-rante el período descrito.

En cuanto a la metodología específica de análisis musical, esta se di-vidió en tres criterios: el género de la obra, el estilo y el texto (si es que lo tiene). El primer criterio sirvió más bien para agrupar y clasificar las distintas fuentes, pero además, el tipo de obra también da información acerca del contexto: el espacio en que se ejecutan, la cantidad de músicos necesarios, entre otros. El estilo de la obra, por otra parte, permitió dar cuenta de la estética que era preferida para el régimen, así como de aque-llas formas de lenguaje musical que eran rechazadas. A partir de ello, se plantearon hipótesis acerca de por qué existía una preferencia por cierto tipo de estética y por qué se desechaba otras. La inclusión de un lenguaje musical más moderno, de corrientes como el atonalismo y el serialismo, las diferentes formas de organizar las partes de una obra, la repetición o no repetición de los motivos melódicos y el uso de la rítmica son elemen-tos que se consideraron para esta forma de análisis.

Por último, el análisis del texto se asemejó a un análisis literario: a través de él se pudo conocer los tópicos preferidos por el régimen. También se pudo dar cuenta de los usos de mitos y relatos de tradiciones anteriores

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que se retomaron con una finalidad específica, por ejemplo, mitos y cantos de la Edad Media. Una consideración importante con respecto a la forma en que se analizaron los textos es que se optó por recurrir a traducciones de las letras, debido a la imposibilidad de leerlas en su idioma original (alemán). Para las obras creadas entre 1933 y 1945 también se analizó el contexto de producción (por ejemplo, el financiamiento, el contexto en el que se estrenó la obra, la posible censura, etcétera), debido a que, en este caso, es un factor más central que en el caso de obras anteriores recu-peradas por el régimen nazi.

Finalmente, una sección del estudio estuvo dedicada a los composi-tores (del período y anteriores) y directores rechazados por el régimen. El contraste entre los estilos de aquellos aceptados y los denostados por los nazis fue interesante para aclarar qué era lo que se buscaba o entendía por «música germana», qué música «aportaba» a la creación de una cultura musical y artística en la línea del régimen, y qué compositores, estilos y repertorios cabían en la categoría de «degradaciones»5.

La «Entartete Musik» o música degenerada

Si bien existe una gran cantidad de artículos y libros que tratan acerca de los géneros y estilos musicales «degradados» para los nazis, y que estos son de más fácil documentación debido a que hay una mayor cantidad de fuentes escritas al respecto (tanto oficiales como no oficiales), también es cierto que establecer lineamientos para lo que pudo considerarse la «esté-tica nazi» se torna un poco más complejo. En esto es relevante considerar la cantidad de matices que implica la relación entre arte y política, y que muchas veces dichos lineamientos estaban dados de forma general y am-bigua, y producían una serie de contradicciones con respecto a lo que era aceptado y lo que no. Por lo mismo, y para facilitar el análisis, se prefirió trabajar todos los recursos musicales que eran rechazados y, a partir de ello, establecer aquellos más cercanos al ideal musical nazi.

Todas las estéticas consideradas inadecuadas, o en su defecto, que iban en contra del ideal germano de música, fueron calificadas como «En-tartete Musik» («música degenerada»). De hecho, en 1938 se realizó una exposición dirigida por Hans Severus Ziegler en Dusseldörf abierta al

5 Casos conocidos son, por ejemplo, los escritos acerca de Mendehlsson y los exilios de compositores como Hindemith y Webern, y el del director Klemperer.

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público y que tenía la finalidad de educar sobre lo que no se debía hacer, componer y escuchar en relación al arte musical. La exposición llevaba el mismo nombre, «Entartete Musik», y, según Mark Lugwig, «comprendía fotografías, partituras, reseñas periodísticas negativas, y citas de Hitler. Adicionalmente, el público podía entrar a las ‘cabinas de escucha’ para probar la música de esas figuras degeneradas como Stravinsky, Weill, Toch, y muchos otros compositores de la época»6.

Esta exposición, junto con los artículos escritos por el propio Ziegler, fue una de las fuentes más ilustrativas al momento de tratar la música re-chazada y censurada en el Tercer Reich. Para Ziegler, «esta exhibición de música forma parte de un esfuerzo educacional intensivo, para producir una completa renovación de Alemania que comprenda la mente, el alma y el carácter», al mismo tiempo que acusaba a los judíos de «haberse infil-trado en la nación alemana y haber corrompido sus valores espirituales»7. De esta forma, se evidencia el rol que tenía la música en el proceso de nazificación de la sociedad, al ser percibida como una forma de educar a la población sobre lo germano y lo no germano.

Probablemente, el caso más conocido de un compositor vedado por la Alemania nazi fue el de Arnold Schoenberg, compositor reconocido de la Se-gunda Escuela de Viena8. Buch resume su historia del siguiente modo:

«Cuando los nazis toman el poder, Schönberg pierde su puesto en Berlín; se exilia en París, donde se reconvierte al judaísmo, y luego se di-rige a Estados Unidos, país en el que pasará el resto de su vida. En 1938, el Tercer Reich le reserva un lugar privilegiado en la exposición Entarte-te Musik [música degenerada] de Dusseldörf: según su comisario, Hans Severus Ziegler, la música atonal del judío Schönberg niega ‘el elemento

6 Mark Ludwig, «Silenced Voices: Music in the Third Reich», en Religion and the Arts, 4:1, 2000, 97.

7 Idem.8 La denominada Segunda Escuela de Viena corresponde a un conjunto de esti-

los musicales vinculados al expresionismo artístico en la música, a comienzos del siglo xx. Los principales expositores son Arnold Schoenberg y sus estu-diantes en Viena, entre los que destacan Anton Webern y Alban Berg. Plantean un lenguaje musical basado en la atonalidad, y el dodecafonismo, concep-tos  utilizados para describir la música que no se ajusta al sistema de jerar-quías tonales propios de la música europea entre el siglo xvii y los primeros años del siglo xx. Esta posición artística y estilística entraba en una suerte de antagonismo con la estética neoclásica impulsada por Igor Stravinsky, que en un lenguaje modernizado, vuelve a poner énfasis en las formas musicales.

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indudablemente germánico que es la tríada’ y, en términos más generales, las ‘Leyes fundamentales del sonido’»9.

De hecho, el atonalismo (y por añadidura, el dodecafonismo) como forma compositiva fue el recurso más criticado y vedado en el período nazi, pasando a formar parte de una suerte de «anticanon». Sin embargo, si bien las razones para esta crítica tienen que ver con la dimensión musical, tam-bién se relacionan con una inexorable identificación de la Escuela de Viena con la influencia de los judíos en la música alemana, justificada a partir de conflictos y debates estéticos anteriores al período tratado. Ya durante la década de 1910 y 1920, las críticas a los compositores que experimen-taban con el atonalismo eran abundantes en el círculo vienés (aunque las aclamaciones también eran cuantiosas en esta misma instancia). De hecho, el término «música degenerada» apareció en dicho círculo ya en 189910. Por lo mismo, no sería descabellado pensar que aquello que tomaron los nazis como referente de lo que consideraban la «Entartete Musik» tenía una correspondencia con aquellos debates y discusiones que estaban desa-rrollándose desde hace 25 años o más. Esto cobra aún más fuerza cuando se hace posible identificar, tanto en el discurso como en la práctica, a la escuela vienesa —en los círculos artísticos, directamente asociada con los judíos— con la involución de la historia de la música alemana.

En parte, esto explica una serie de contradicciones entre lo permi-tido y lo censurado en el medio musical alemán, entre 1933 y 1945. Lo cierto es que, si bien en el discurso el atonalismo y el dodecafonismo, así como una gran parte de las expresiones más modernistas de la música, eran consideradas degeneraciones, en la práctica una parte significativa de las composiciones en el período descrito incluía, en mayor o menor medida, este tipo de recursos. Por lo mismo, la asociación entre atonalidad y degeneración estaba ligada, más bien, a determinados compositores que al recurso mismo.

No obstante, hay una parte de la cita de Buch que se puede explicar al establecer esta asociación. El autor menciona una referencia a Ziegler, en la que dice que la tríada11 es el elemento germano por excelencia. Esto tiene más sentido cuando ya está establecida la relación entre degeneración

9 Hans Severus Ziegler, «Entartete Musik: eine Abrechnung» [1938], citado en Esteban Buch, El caso Schönberg, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2010, 297.

10 Ibíd, 123.11 Una tríada, en música, es un acorde compuesto por tres notas que suenan si-

multáneamente. Esta fue la base de la organización del discurso musical desde el

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y atonalidad, puesto que esta última rompe con ese elemento supuesta-mente alemán que es la tríada. En palabras más simples, al identificar la atonalidad con lo judío, dado que sus mayores exponentes lo eran, lo que ocurrió fue que se levantó, en contraposición a esta idea, la tonalidad, o al menos la tradición tonal, como el canon alemán.

Esto cobra aún más relevancia si se piensa que, efectivamente, la tra-dición tonal coincide con el período histórico en que Alemania (o lo que luego se consideró como lo germano, que incluye algunos lugares de la actual Austria) fue considerada como un país importante dentro del canon. Más aún, la mayor parte de los compositores reconocidos de la música docta forman parte de este período: Beethoven, Mozart (con la salvedad geográfica ya descrita), Schubert, Schumann, Brahms, Haydn, Bach, et-cétera. Y no es casualidad que, dentro del repertorio clásico interpretado en la Alemania nazi, muchos de estos compositores fueran los predilectos.

Así, el impulso al canon musical docto de los siglos xviii y xix resol-vía a nivel discursivo y práctico dos aristas del problema: por una parte, la instalación de la tonalidad como referente primordial de lo germano llenaba el vacío que pudiese haber respecto de una estética musical ger-mana por definición; y por otra, aquella música supuestamente influida por lo judío, la atonalidad, era justificable como degeneración tanto por sucesos anteriores (las críticas de la Viena de principios de siglo), como por su oposición, en teoría, a la tonalidad y, por consiguiente, a lo germano.

Pero esta oposición fue llevada a una dicotomía aún más interesante que la anterior, puesto que Schönberg y sus seguidores también fueron cali-ficados de hacer una música «forjada en una línea abstracta antigermana»12. El calificativo «abstracto» es el que llama la atención, ya que, en esta frase, es claro que posee una connotación profundamente negativa. La razón de ello se entrecruza con otro motivo del rescate de la tonalidad: la música modernista, en contraposición a la música clásico-romántica, requiere de un gran nivel de atención y de un conocimiento previo para ser escuchada; en otras palabras, es poco accesible en una primera escucha. Esto se debe a que ocupa un lenguaje que no es familiar para el común de los oyentes, como sí lo es la armonía tonal13.

nacimiento de la tonalidad (y con ello, de la armonía funcional) en el siglo xvii, y se mantuvo como canon hasta fines del siglo xix y principios del siglo xx.

12 «Die un-deutsche abstrakte Linie» in Joseph Wulff, Musik im dritten Reich (Giitersloh, 1963/1966), 45, citado en Levi, Erik, «Atonality, 12-tone music in the Third Reich», Tempo, 178, septiembre de 1991, 17.

13 Para clarificar este punto, se puede decir que toda la música popular que una persona occidental escucha desde niño funciona a partir de la tonalidad.

Entre lo «germano» y lo «degenerado»

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Este tipo de característica era vista como negativa por los nazis debi-do a que uno de los preceptos que aplicaron, no solo a la música, sino que a todas las artes que fomentaron, era la de generar un impacto en las ma-sas. Por lo mismo, una música que no genera una reacción inmediata, se percibía prácticamente como «antinatural». En esta circunstancia específi-ca, el calificativo «abstracto» implicaba que, en palabras de Goebbels, era «más apto para la duda puramente intelectual que para la exposición de la belleza natural y la armonía estética»14. O sea, la atonalidad se convertía más en un experimento intelectual que en arte y, por lo mismo, merecía ser degradada como tal. Otros casos ilustrativos de este punto son los de Webern, Weil y Berg, que se asemejan en su mayoría al de Schönberg, por lo que no serán tratados aquí15.

Pero la llamada «Entartete Musik» no se reduce únicamente a la ato-nalidad y el dodecafonismo, a pesar de que estos recursos figuraban en el escalafón más bajo de la estética musical para los nazis. Otro tipo de ca-tegoría que se estableció tanto en la exposición de Düsseldorf como en los artículos de la época referentes a esta temática, fue el de los «bolchevismos musicales». Esta categoría involucraba a una serie de compositores rusos y no rusos que seguían estéticas específicas, vinculadas al neoclasicismo de Igor Stravinsky16. Lo curioso de este tipo de lenguaje musical es que fue incorporado a lo que se consideraba «música degenerada», de manera tardía a diferencia de la atonalidad, que estuvo presente desde los inicios del régimen nazi.

De hecho, la música de Stravinsky se siguió interpretando en la Ale-mania nazi fuera de un contexto como el de «Entartete Musik» hasta 1940,

14 Joseph Goebbels, «Nationalsozialistische Kunstpolitik. Rede zur Jahrestagung der Reichskammer des Bildenden Künste in München», 1 de julio de 1939, Die Zeit ohne Beispiel, citado en Éric Michaud, Un art de l’eternité. L’image et le temps du nationalsocialisme, Paris, Gailllard, 1997, 206-207.

15 Sobre estos tres casos, Kater, Michael, Composers of the Nazi Era: Eight Por-traits, Londres, Oxford University Press, 2017.

16 La corriente neoclásica representada por Stravinsky fue, al igual que la Segun-da Escuela de Viena, una respuesta a la crisis de la tonalidad de fines del siglo xix y principios del xx. Mientras que la Escuela de Viena optó por el quiebre con la tonalidad como forma de estructurar el discurso musical, el neoclasicis-mo musical buscaba una reconciliación con las estructuras formales de la mú-sica del siglo xviii, pero con un lenguaje más moderno. Tienen un énfasis en lo modal y las complejidades rítmicas, y existe una búsqueda de formas sonoras exóticas, rescatadas de lugares como África y América Latina, y adaptados al lenguaje docto. El neoclasicismo musical es considerado muchas veces como opuesto a la propuesta atonal de la Escuela de Viena.

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año en que fue definitivamente prohibida17. Es decir, recién dos años des-pués de aparecer como figura importante en la exhibición de música de-generada, Stravinsky fue efectivamente censurado. De hecho, durante los primeros cinco años del régimen, Stravinsky no parecía causar un conflicto demasiado grande con los lineamientos nazis, a pesar de su origen ruso. Por lo mismo, una de las explicaciones de este fenómeno, que parece plausible, es que la estética de Stravinsky no necesariamente entraba en pugna con el ideal de música nazi. Al contrario, cuando se revisen a los compositores alemanes de este período, el lector notará que muchos de ellos aceptan la influencia de Stravinsky, en contraposición a lo que ocurre con Schönberg.

Entonces, ¿por qué ocurrió este cambio de opinión con respecto a Stravinsky? ¿Por qué no parece haber problema con su estética particular, dado que fue tomada por otros compositores alemanes, pero aun así cae en la categoría de música degenerada? La explicación parece tener que ver más con la política que con la música: el comienzo del rechazo a Stravinsky coincide con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Es más, el hecho que en la época se hable de «bolchevismos» apunta más a un problema ideoló-gico que a uno estético. Esto explica que entre 1933 y 1937, Stravinsky no haya sido parte de la discusión, y que luego de 1938 se considerara como música degenerada, a pesar de que, como se verá en la próxima sección, su estética se acerca mucho más a la de los compositores catalogados como nazis que a aquellos degradados por el régimen.

En resumen, a partir de los casos de los compositores de la «Entarte-te Musik» se puede establecer una serie de elementos mínimos que serán puestos a prueba en las secciones siguientes, en relación con la música que los nazis consideraban ilustrativa de lo germano. En primer lugar, existía una preferencia por una estética más cercana a los preceptos musicales es-tablecidos en el siglo xviii y xix que una más modernista; en este sentido, la conservación de una estructura tonal (parcial o total) cobró importancia. En segundo lugar, la posibilidad de que la música fuera entendida por el oyente rápidamente fue de especial atención y, por lo mismo, en la época se prefi-rieron aquellas obras que no requerían de un gran esfuerzo intelectual para ser escuchadas, o al menos, que su lenguaje fuera en algún punto familiar.

17 Levi, op. cit., 17.

Entre lo «germano» y lo «degenerado»

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Los compositores de la Alemania nazi

Carl Orff (1895-1982)

Si hay un compositor que ha sido ampliamente estudiado por sus vínculos con el Nacionalsocialismo alemán, es Carl Orff, en gran parte, porque su obra más difundida y conocida a nivel mundial, Carmina Bura-na, fue estrenada en junio de 1937 en la Alte Oper de Frankfurt, e interpre-tada un sinnúmero de veces hasta 1945. El estilo y lenguaje musical de esta obra, asimismo, ha sido caracterizado por diversos autores como lo más cercano a la esencia de la música nazi18 o, al menos, a la estética musical que este grupo político impulsaba y disfrutaba. Sin embargo, buena parte de la identificación del compositor con la ideología nazi se debe a una se-rie de hitos biográficos que, si bien no pueden ser ignorados, difícilmente se pueden sostener como argumento para calificar su música como nazi. Por lo mismo, fue necesario realizar un análisis más exhaustivo de su estilo para determinar en qué medida la música de Orff estaba influida por el gusto musical de los altos mandos del Tercer Reich, y hasta qué punto la obra del compositor coincidía con aquellos ideales artísticos impuestos o propiciados por la Alemania nazi.

Un primer acercamiento para dilucidar este punto fue la comparación del estilo del compositor antes y después de 1933. En relación a esto, Kater afirma que, hasta esa fecha, su música «era modernista, pero un modernis-ta idiosincrático (…). Mientras aceptaba como modelo de modernidad la música de Igor Stravinsky, cuyo estilo incorpora en sus creaciones después de 1924, no hay rastro de otras expresiones del modernismo de Weimar, como la atonalidad o cualquier cosa semejante a la Segunda Escuela de Viena»19. Lamentablemente, el mismo Orff retiró de circulación muchas de sus obras tempranas, y a la fecha siguen sin interpretarse20. Por lo mismo, la obra elegida para analizar el estilo temprano del compositor fue una de las únicas disponibles, Schulwerk21 (1924). Son cuatro piezas cortas para

18 Ejemplos de esto son los escritos de George Steiner y Nicholas Slonimsky19 Michael H. Kater, Composers of the Nazi Era: Eight Portraits, Nueva York/

Oxford University Press, 2017, 115.20 Alison Latham (ed.), Diccionario Enciclopédico de La Música, México D. F.,

Fondo de Cultura Económica, 2002, 1123.21 Carl Orff–Four Short Pieces (Schulwerk):

https://www.youtube.com/watch?v=rskxsfebtmw

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marimba, percusión y flauta, destinadas a la pedagogía (como muchas de sus obras de este período).

Lo primero de lo que uno se percata al escuchar esta serie de piezas es su carácter cercano a la música popular, e incluso a la música de raíz fol-clórica alemana. Si bien el compositor las pensó en un lenguaje más docto, con mayor complejidad rítmica (dada por la métrica irregular y el despla-zamiento de acentos), en términos generales se basó en preceptos modales y tonales (la melodía está escrita en la escala pentáfona de Do, al igual que el acompañamiento). En términos armónicos y melódicos incluso se puede considerar como conservador en el contexto de su época, lo cual coincide con las diferentes apreciaciones de Kater y otros autores respecto del len-guaje musical preferido por Orff. Asimismo, es necesario destacar que estas obras posteriormente fueron tomadas con fines pedagógicos por los nazis debido al énfasis puesto en los ritmos, que se percibían casi como inspirados en lo militar. Los instrumentos elegidos (gongs, metalófonos, flautas dulces, cascabeles, etcétera), se incorporaron inicialmente por el interés personal de Orff por los instrumentos exóticos22, pero cuyo significado fue rápida-mente aprovechado en relación con lo que los nazis buscaban como sonori-dad. Este fue el primer impulso que tuvo la carrera de Orff después de 1933. Otro punto que llama la atención en esta serie de piezas es la cercanía que tienen con el lenguaje utilizado por Stravinsky desde la década de 1910. La fórmula rítmica empleada en la obra se asemeja mucho a una sección de La Consagración de la Primavera, aunque suavizada por la armonía pen-táfona. De la misma forma, su lineamiento dentro de la música modal, así como los instrumentos elegidos se acercan mucho al estilo neoclásico en su faceta más conservadora.

De todas formas, se destaca el salto que existe entre este tipo de com-posiciones y lo que constituye su obra luego de 1933, centrada mayormente en un formato más grande, con orquesta. Si bien esto puede responder a una evolución natural en el compositor, y probablemente una parte de la explicación se debe a ello, también es cierto que los recursos musicales y el lenguaje que utilizó luego del ascenso del régimen nazi no es casual. La explicación de este fenómeno es que, si bien la postura política de Orff se mantuvo relativamente ambigua con respecto a la ideología nacionalsocia-lista23, su música, de una u otra forma, comenzó a responder a las necesi-dades del movimiento, ya fuera debido a una decisión política velada o

22 Kater, op. cit., 120.23 Ibíd, 119.

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simplemente por la necesidad de mantenerse activo como compositor. Ade-más, como ya se mencionó, Orff pudo compatibilizar su estilo compositivo con la estética buscada por los nazis porque ambas propuestas coincidían en varios aspectos: en primer lugar, el rechazo al lenguaje musical desarrollado por la Segunda Escuela de Viena y al jazz, así como la apreciación por parte de ambos actores de la llamada Volksmusik, o música folclórica alemana.

De hecho, el rescate de la música folclórica y de textos goliardos fue una de las razones por las que Carmina Burana fue tan aclamada en la Alemania nazi. Así, Orff cumplía con la expectativa nazi de buscar una «esencia germana» en tiempos remotos, antes de «la invasión judía» del es-píritu alemán. Esa búsqueda de tipo orgánica y esencialista de los orígenes de la nación a través del arte estuvo presente en los discursos políticos e incluso en las imágenes del período. En relación con lo anterior, Michaud afirma que «el lenguaje del despertar de la nación como despertar de la germanidad en sí misma estaba dado como instrumento de la reconstruc-ción del ‘paraíso’ o Reich eterno; pero entrañaba también el fin, pues era en el acto de palabra que revela la forma o la imagen originaria y en el acto plástico que la concretaba donde se realizaba el ‘Reich ideal’»24.

De esta forma, la revelación de una forma originaria de lo germano en las distintas manifestaciones del arte conducía, según la visión nazi, a la reconstrucción del Reich. Por lo mismo, no es de extrañar que en lo que re-fería a las diversas manifestaciones artísticas, esa búsqueda de elementos de la «autenticidad germana» se diera frecuentemente. En la música, ese tipo de búsquedas se manifestó con la utilización de recursos del tipo descrito anteriormente, como el uso de melodías folclóricas o en estilo folclórico y los textos antiguos. Sin embargo, decir que Carmina Burana se adecuó al gusto nazi solo por estos dos elementos sería reduccionista. Lo cierto es que en la obra hay una serie de otros elementos, probablemente mucho más sutiles, que hicieron que se convirtiera en un éxito en ese contexto.

Carmina Burana se compone de siete partes, y cada una corresponde a una serie de los cantos del Codex Burana: «Fortuna Imperatrix Mundi», «Primo Vere», «Uf Dem Anger», «In Taverna», «Cour D’Amour», «Blan-ziflor et Helena» y nuevamente «Fortuna Imperatrix Mundi». El primer elemento que llama la atención al escuchar la obra es la simplicidad de las melodías y su capacidad de ser fácilmente memorizadas. Esto cobra relevan-cia a la luz de un aspecto ya mencionado: el rechazo de la música de alta complejidad por parte de los nazis y su gusto por la música de fácil audición.

24 Michaud, op. cit., 137.

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Sin lugar a dudas, Carmina Burana cumple con este requisito, pero no solo porque las melodías son recordables. Uno de los principales recursos que utilizó Orff al componer la obra fue un estilo coral homofónico (todas las voces tienen el mismo ritmo, van juntas), y en algunas secciones hasta monódico (solo existe una melodía). Esto hace que la melodía destaque por sobre el tejido orquestal, haciéndola mucho más reconocible. Por otra parte, hay secciones de la obra (por ejemplo, la tercera sección) en que el estilo es completamente monódico y, de hecho, la melodía está basada en uno de los modos medievales25 (el modo dórico). En esta misma sección, la orquesta tiene una participación mínima, lo cual permite resaltar aún más la melodía. Otro elemento que facilita su audición es su estructura formal. Asimismo, cada una de estas secciones está compuesta a partir de una melodía que se suele repetir constantemente, con diferentes orquestaciones y armonías, y que suele reaparecer cada cierto tiempo. Esto también reafirma el hecho que Carmina Burana sea una obra de fácil acceso y que sus melodías sean fácilmente recordables. Otro elemento es la importancia dada a los bronces y la percusión en su orquestación. Considerando que en la tradición europea (sobre todo en el barroco26) este tipo de instrumentos solían ser utilizados para evocar escenas militares o paisajes relacionados a guerras, no parece casual que el tipo de sonoridad que Orff logra con estas dos familias de instrumentos haya pasado desapercibida.

Sin embargo, contrario a lo que se piensa de Carmina Burana, si bien los elementos mencionados permiten entender su éxito en la Alemania nazi, es cierto que también hubo otros aspectos de la obra que podrían haber desembocado en su fracaso al momento de su estreno. En primer lugar, aunque ni siquiera bordea la atonalidad, la pieza no se inserta en una estética post-romántica, preferida por lejos por parte de los altos man-dos del régimen27. En segundo lugar, los textos, si bien son recogidos de la

25 Es necesario recalcar que las monodias medievales surgieron, en primera ins-tancia, como una forma para los monjes de recordar los textos salmódicos, y posteriormente, para que todos los presentes en la misa pudiesen cantarlas, gracias a su baja dificultad. Por lo mismo, la relación entre ese tipo de melo-días y la memoria no está puesta aquí de forma arbitraria.

26 En la época barroca se solían utilizar recursos musicales específicos para en-fatizar determinados tópicos de los textos. Estos se conocen como «madriga-lismos», y eran una suerte de «lugares comunes» que eran insertados tanto en piezas de corta duración como los madrigales, como en la ópera. Existían manuales de música que explicaban cómo evocar una tormenta, un lamento, la ira, la alegría, etc. La guerra era uno de los tópicos más comunes.

27 Kater, op. cit., 123.

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tradición germana, están en una mezcla de lenguas (algunos en latín, otros en alemán y francés medieval), es decir, cualquier cosa menos el argot del régimen. Y por último, está la narrativa explícitamente sexual e incluso pornográfica de los cuentos28.

De esta forma, lo que pasó con Carmina Burana, al parecer, es que no fue Orff quien compuso en un estilo afín a la estética nazi (o al menos no com-pletamente), sino que el régimen aceptó la estética que Orff propuso, la cual un par de años después pasó a formar parte del canon nazi. Es decir, Carmina Burana no fue compuesta pensando en ser una obra canónica del régimen, sino que su consolidación como tal se dio tiempo después. Esta idea cobra fuerza cuando se considera que el año de su estreno, las críticas sobre la obra estuvieron divididas, mientras que en 1939, a dos años de su estreno, «era una carta constante»29. Esto no deja de ser interesante, puesto que coincidió con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, y fue justamente en esos años posteriores que esta obra «sonó en toda Alemania», con conciertos en Essen, Colonia, Mainz, Gorlitz, Frankfurt, Gottingen, Hamburgo, Aachen y Munster.

Por ende, una opción plausible para entender este fenómeno es que, en un contexto de guerra, hubo una necesidad de levantar obras musicales de compositores alemanes que funcionaran rápidamente como himnos, y que permitieran establecer un discurso que hablara del impulso y la re-novación del «arte alemán» verdadero, como una forma de enfatizar las ideas nacionalistas. Así, si bien Carmina Burana podía generar reparos es-pecíficos respecto de su estética en un inicio, estos pasaron a segundo pla-no en el momento que se necesitaron nuevos referentes de música alemana, así como obras que fuesen visibles, fáciles de memorizar, y que se pudiesen relacionar con el desarrollo del arte y que también tuvieran una búsqueda de sonoridades originadas en la «pureza del auténtico folclor germano»30.

Hans Pfitzner (1869-1949)

Después de 1945, Pfitzner se convirtió en un compositor olvidado, o al menos un compositor menor en relación con otros en el canon de la música

28 Ídem.29 Ibíd., 125.30 Kurt Huber, «Der Aufbau deutscher Volksliedforschung und Volks -liedpflege», en

Deutsche Musikkultur 1 (1936), citado en Michael Kater, Composers of the Nazi Era: Eight Portraits, 138. Nueva York / Oxford, Oxford University Press, 2017, 138.

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docta, pero aun así, Hans Pfitzner puede ser considerado el más nazificado de los compositores de la época. A diferencia de Orff, no es posible calificar a Pfitzner como un compositor conservador en su carrera temprana. De hecho, las obras del compositor de la década del veinte tienen mucha más cercanía con la atonalidad que con otras estéticas31, y era más afín a la Escuela de Viena que otros. A pesar de ello, él se percibía a sí mismo como un heredero de Wagner y de Brahms y, en términos generales, su lenguaje se mantuvo en el post-romanticismo32. Lo más llamativo de Pfitzner, y aunque parezca contradictorio con algunos de los recursos musicales que utilizó, fue su postura ideológica bastante clara: era un nacionalista y antisemita acérrimo. Kater resume muy bien este punto en la siguiente cita:

«Para él [Pfitzner], ellos [los judíos] eran los perpetradores del de-sastre de la posguerra. Abrazaba completamente la noción de extrema derecha de que Weimar era la creación artificial de una conspiración judía internacional-una República Judía. Él los igualaba con el internacionalis-mo, el bolchevismo, el desorden y la revolución, incluyendo en esta gama a las artes. Programáticamente escribió: ‘Durante la vergüenza y el crimen de la revolución que experimentamos, los alemanes se dejaron seducir por los criminales rusos-judíos, y los colmaron de tal entusiasmo que negaron de sus héroes y benefactores alemanes’. Dado que los judíos para él eran los instigadores del modernismo revolucionario, los rechazó tanto de la música como de otras artes»33.

Su afinidad con la ideología nazi hizo que, en 1933, aceptara el apoyo de Alfred Rosenberg y de la Cámara de Cultura del Tercer Reich, en un momento en que su vida personal y profesional estaba decaída. También buscó apoyo en otros círculos de los altos mandos nazi, pero durante los primeros años no fue considerado para puestos importantes y sus obras no fueron tocadas más que en espacios menores34. El compositor intentó en reiteradas ocasiones tener reuniones con Hitler, quien lo miraba con cierto recelo, como también lo hacían Göring y en especial Goebbels. Irónica-mente, Pfitzner era el más nazificado de los compositores, en el sentido de que buscaba activamente la ayuda, autorización y bendición de los nazis,

31 Por ejemplo, su Concierto para Piano (1922): https://www.youtube.com/watch?v=sii20jrC0tk, y «Von deutscher Seele» (1921).

32 El término post-romanticismo en música se refiere a una serie de compositores que, mientras mantenían aspectos de la música romántica, usaban formas musi-cales típicas del barroco y el clasicismo. Esta estética también tiene como caracte-rística el uso de una o ambas formas tradicionales de la música: forma y armonía.

33 Kater, op. cit., 148-149.34 Ibíd., 156.

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y fue recompensado con la amistad personal de muchos, sino todos sus líderes importantes35. Su situación de precariedad se revirtió un poco des-de 1935, con mayores espacios para presentar sus obras con la Orquesta Sinfónica de Viena y de Berlín. Tuvo también una serie de festivales a su nombre36 y fue invitado a dirigir en diversas ocasiones obras de Beethoven, Brahms, Wagner, entre otros. Sin embargo, esta etapa duró pocos años: debido a su edad, hacia 1942 Pfitzner estaba muy deteriorado de salud, y pasó sus últimos años (y los últimos del régimen nazi también) casi sin actividad musical.

En este caso, la biografía del compositor cobra una relevancia espe-cial, ya que, al contrario de Orff, Pfitzner fue el compositor que tuvo todo para triunfar en la Alemania nazi, y, aunque fue reconocido e interpretado, nunca logró ni la fama de Orff ni puestos importantes como Strauss. Tam-bién se hizo aquí un rescate más documental que musical debido a que muchas de sus obras icónicas del período nazi no son fáciles de obtener o definitivamente no estuvieron disponibles.

De todas formas, de las obras recopiladas37 se pudo establecer una serie de elementos de su estilo. En general, tanto en la década de 1920 como de 1930, su estética responde a una suerte de wagnerismo con tintes de atonalidad. No obstante, estos últimos se van diluyendo a medida que avanza el período nazi, y ya para sus últimas obras se aprecian recursos más cercanos al post-romanticismo que a una línea más modernista. Esto no parece extraño considerando que vivió sus primeros treinta años de vida en un entorno donde Wagner era el canon, y que el período en que el atonalismo estaba en boga coincidió con su período de experimentación. Pasados los años veinte, con todos los grandes exponentes de la Segunda Escuela de Viena en el exilio y considerando su afán de agradar a los al-tos mandos del régimen nazi, es perfectamente entendible su retorno a la estética de fines del siglo xix.

El caso de Pfitzner resulta particularmente interesante al momen-to de analizar la estética musical nazi porque responde a un punto ya

35 Ibíd., 162.36 Por ejemplo, el de Dessau (1935), el de Salsburgo (1940) y el de Brunswick

(1942).37 Sinfonía en Do sostenido menor op. 36a (1932): https://www.youtube.com/

watch?v=d7A04Iocyge; Sinfonía en Do Mayor op. 46 (1940), disponible la interpretación de 1949 que hizo Fürtwangler en: https://www.youtube.com/watch?v=vz2nnenwm3Y; Concierto para Cello en La menor op. 52 (1943): https://www.youtube.com/watch?v=mnpZ0Mxono8.

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anunciado: si bien el régimen nazi poseía una serie de lineamientos de lo que consideraba la música germana y existían esfuerzos por difundir esa línea, esta no se limitaba a la recuperación del siglo xviii y xix. Había una búsqueda de elementos nuevos o innovadores, que permitieran mostrar una suerte de evolución del arte del período de Weimar: la construcción de una nueva Alemania estaba directamente relacionada con la construcción de un nuevo arte, pero ese arte no se remitía solamente a imitar lo que ya se había hecho. Tal vez por esto Pfitzner no tuvo tanto éxito como se esperaría: no presentaba ningún tipo de lenguaje nuevo, cosa que sí hacían Orff y Strauss, cada uno a su manera. Por lo mismo, autores como Busch han llegado al extremo de decir que Pfitzner «se asoció con el poder nazi, el cual él pensó que podría promover su música y se amargó cuando los nazis encontraron la música del viejo músico elitista ‘algo sosa y poco útil’ en términos de propaganda»38. De todas formas, hay autores que le dan un rol menos despectivo al compositor, calificándolo como el «interme-diario entre los nacionalistas musicales post-románticos y los ideólogos del nacionalsocialismo»39.

Richard Strauss (1864-1949)

Richard Strauss y su relación con el régimen nazi ha sido motivo de polémica en los últimos años. Si bien hasta hace poco era calificado como un compositor afín al régimen nazi debido a que, como los dos compo-sitores anteriores, le tocó ser parte del proceso de desnazificación, en las últimas décadas se ha hecho una revisión tanto de su biografía como de sus obras. Hay dos posturas, no necesariamente contrapuestas: la primera es que aunque en un principio era simpatizante de Hitler, las diversas po-lémicas en las que participó después de 1936 desembocaron en una suerte de apatía en los últimos años del nazismo. La otra postura historiográfica sobre su figura plantea que en realidad, a pesar de estar influido por la filosofía de Nietzsche y por la posible cercanía ideológica con el nacional-socialismo, Strauss era en realidad un «portador de máscaras»40.

38 Sabine Busch, Hans Pfitzner im Nationalsozialismus, Stuttgart, Metzler, 2001, 322.

39 Buch, op. cit., 302.40 Michael H. Kater, The Twisted Muse. Musicians and their Music in the Third

Reich, Londres, Oxford University Press, 1999, 96.

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Strauss siempre se describió a sí mismo como un artista apolítico, al igual que el famoso director de esos años, Wilhelm Furtwängler. Con res-pecto a su postura acerca de la República de Weimar, Kater dice que

«Strauss miró lo que él diagnosticaba como problemas endémicos de la república con disgusto, y recibió la llegada de Hitler en enero de 1933 lleno de esperanza, no porque él tuviera preferencia por el totalitarismo, como se ha dicho erróneamente, sino porque él creía que un régimen dic-tatorial podía ayudarlo a implementar los cambios en la cultura musical de su país por los que él había estado abogando por décadas»41.

No obstante, su correspondencia y documentos privados hacen refe-rencias frecuentes de su aceptación del régimen que jamás condenó públi-camente, ni siquiera después de su colapso. Asimismo, no existe evidencia de que haya planeado dejar Alemania luego de 1933; y ese mismo año aceptó ser presidente de la Cámara de Música del Reich, ofrecido por el mismo Goebbels42. Pero, por otra parte, en 1935 fue despedido porque la Gestapo interceptó una carta a Stefan Zweig, en la cual hacía una crítica moderada al régimen, mientras el escritor estaba haciendo el guion de su ópera Die shweigsame frau. Como explica Potter, luego de esto «Hitler y Goebbels estuvieron de improvisto ‘indispuestos’ en la noche del estreno en Dresden, los nazis intentaron infructuosamente omitir el nombre de Zweig del programa, y Goebbels canceló la ópera después de unas pocas interpretaciones»43.

Sin embargo, Strauss continuó estrenando obras en Alemania de for-ma continua durante y después de la permanencia de Hitler en el poder. De igual manera, sus cartas a Zweig dan cuenta de una postura ambigua sobre las posibilidades que otorgaba el régimen nazi a la música alemana. En una de ellas, Strauss escribió: «mi reclutamiento como presidente de la Cámara de Música del Reich produce mucho trabajo extra. Creo que no puedo rechazar esta tarea debido al deseo del nuevo gobierno de Alemania por promover la música y el teatro, que puede producir mucho bien; y he podido de hecho, lograr cosas fructíferas y prevenir algunas desgracias»44. En octubre de 1934 parecía no estar tan convencido: «nada se ha

41 Ibíd., 204.42 Latham, op. cit., 1462.43 Potter, Pamela, «Strauss’s ‘Friedenstag’: A Pacifist Attempt at Political Resis-

tance», en The Musical Quarterly, Vol. 69, No. 3 summer, 1983, 411.44 Richard Strauss and Stefan Zweig, A Confidential Matter: The Letters of

Richard Strauss and Stefan Zweig, 1931-1935, trans. Max Knight. Berkeley, 1977, 38.

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alcanzado en estas juntas. Escuché que la ley Aria será endurecida y que Carmen45 será prohibida. No tengo interés en participar en tan vergonzo-sos errores (…) Mis largas y serias proposiciones fueron rechazadas por el ministro (…) El tiempo es muy valioso para mí como para participar en travesuras de amateurs»46.

Todos estos datos biográficos implican que abordar a Strauss como compositor nazi supuso un especial desafío, considerando que estas ambi-güedades también están presentes a lo largo de sus obras. Sin ir más lejos, es posible observar una disparidad incluso en términos de la recepción de sus obras en ese momento. Por ejemplo, su ópera en un acto Friedenstag («Día de paz»), de 1938, provocó una serie de opiniones altamente diver-gentes entre los críticos, tanto por su letra pacifista (considerando que Alemania estaba ad portas de la Segunda Guerra Mundial) como por su «antiteatralidad»47. Esta afirmación no pareciera relacionarse tanto con la música, pero lo primero que salta a la vista al escucharla en su versión sin puesta en escena, es el hecho de que las melodías en general se acercan más a declamaciones que al lirismo, e incluso acentúan inflexiones propias del habla, en desmedro de su ductilidad musical. La obra, en general, parece más un continuo recitativo acompañado por intervenciones de la orquesta. Esto podría llegar a explicar por qué la obra también fue calificada como «una traición a la congruencia de la estética fascista»48, considerando el énfasis que los nazis daban a las melodías de fácil acceso y, en general, al estilo de ópera wagneriano, que se destacaba por su virtuosismo lírico y, sobre todo, por sus arias memorables49.

Todo ello cobra aún más sentido cuando se compara esta ópera con Daphne50 (1938). En esta ópera, los arias poseen un nivel mucho más alto de lirismo, y aunque en los recitativos se concentran los giros más mo-dernistas, mantienen una cercanía con una melodía más que con una

45 Se refiere a la ópera Carmen del compositor francés Georges Bizet.46 Citado en George Marek, Richard Strauss: The Life of a Non-Hero, New York,

1967, 276-77. La expresión en inglés es «amateurish mischiefs».47 Latham, op. cit., 1462.48 Ídem.49 Desde el nacimiento de la ópera en el siglo xvii, han existido dos partes fun-

damentales que se intercalan mientras la obra se desarrolla: el recitativo, que consiste en una melodía declamada cuyo fin es hacer avanzar la trama, y el Aria, más semejante a una «canción» y con un énfasis lírico grande, en donde se habla de las emociones y el mundo interior de los personajes. Estas últimas suelen ser las más representativas de cada ópera.

50 Versión de 1944: https://www.youtube.com/watch?v=gqa8S8zBbna

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declamación pura. Además, la orquestación también tiene un carácter más melódico, en oposición a Der Friedenstag, que concentraba en la orquesta un recurso más rítmico y más vanguardista en términos armónicos. Sin embargo, Daphne no carece por completo de ellos, pero son utilizados en su mayoría como sección anterior al aria. Por lo mismo, funcionan como un instante en que se acumula tensión, más que como un recurso general de la obra. Esta puede ser la razón por la que esta obra sí tuvo una gran aceptación por parte de la crítica nazi: los elementos más disruptivos están más camuflados que en el caso de Der Friedenstag. Esto también habla de un interés por parte de Strauss de incorporar algunos elementos sutiles de atonalidad, insertándolos de tal manera que pudiesen ser tolerados o incluidos como parte del gusto musical nazi.

De esta forma, la otra visión que existe sobre Richard Strauss en la Alemania nazi parece ser plausible, una de sus «máscaras»: la de un com-positor que, desde la aceptación del régimen, buscó mecanismos de resis-tencia en términos musicales de forma velada, en búsqueda del «avance» del arte alemán guiado por su propia concepción estética. Esta es la visión que presenta Potter: «(…) un lado de Strauss, diferente del Strauss opor-tunista, adhería a principios antitotalitarios: la preservación de la música alemana, la protección de la música de la subyugación propagandística, y

—el proyecto que ocupó la mayor parte de su vida— la protección política y económica de los músicos»51. Según la autora, estas convicciones lo im-pulsaron a trabajar en contra del sistema, por medio de la detención de la interrupción en el dominio artístico, es decir, mediante su trabajo dentro del régimen52. A pesar de que probablemente esta es una visión un poco exagerada del asunto, y que es difícil calificar a Strauss de un ícono de la resistencia artística, lo que sí es verdad es que, en lo referente al lenguaje musical, Strauss parece habérselas ingeniado para conducir los parámetros estéticos del régimen hacia lo que él consideraba adecuado.

Lo cierto es que esta ambigüedad de Strauss, así como su aparente deseo de «rescatar la música» se mantuvo incluso hasta el año en que ter-minó la Segunda Guerra Mundial. En 1945, el compositor estrenó Meta-morphosen, una de sus obras tardías más emblemáticas y también una de las últimas antes de su muerte. La letra de la obra es una alusión explícita al bombardeo de las fuerzas aliadas a diversos teatros en Alemania, entre los que destaca el de la ciudad de Dresden (uno de los más importantes

51 Potter, op. cit., 408.52 Ibíd., 409.

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durante la época nazi). Esta obra ha sido una de las más estudiadas para explicar la relación de Strauss con el régimen nazi, y su lectura se puede resumir en dos posturas claras: la primera, en la línea de la resistencia, es la crítica por la destrucción causada por la barbarie y la violencia de la época que terminaba, y la segunda, es el lamento por el deterioro y el es-tado actual de la cultura germana53. Probablemente, Strauss asumía ambas posturas a la vez, en la medida que el compositor pasó gran parte de este período intentado aprovechar el impulso que se le dio a la música para hacer algo nuevo, al mismo tiempo que estaba en desacuerdo con ciertos rumbos tomados.

El impulso al repertorio de tradición germana

Durante el período comprendido entre 1933 y 1945, además de los estrenos de los compositores mencionados, hubo una serie de obras de-los siglos xviii y xix que se presentaron de forma continua durante el ré-gimen nazi, y que se instalaron como una suerte de «pasado glorioso» del arte y de la música al que había que aspirar a volver. Este repertorio re-cuperado incluía obras de Brahms, Johann Strauss, Schubert, Schumann, Mozart, Beethoven y Wagner, siendo especialmente notorio el gusto de los altos mandos nazi por estos dos últimos. Por lo mismo, se analizaron estos dos casos específicos, así como sus implicancias y su capacidad de delinear el gusto estético del régimen.

Richard Wagner (1813-1883)

El caso de Wagner es especial porque el gusto que tenía Hitler por el compositor está ampliamente documentado, así como sus coincidencias en términos de antisemitismo. Sin embargo, lo que se intentó demostrar aquí es que lo que causó simpatía en los altos mandos nazi no fue tanto el anti-semitismo de Wagner (o al menos, no fue lo más importante), sino que la mayor coincidencia estuvo en el concepto que el compositor tenía del rol de las artes, y en especial de la música, en la sociedad. Junto a ello, y en yuxtaposición a esta idea, su estética, que respondía a esa filosofía del arte, otorgaba todos los elementos para poner en práctica esa filosofía, al menos

53 Latham, op. cit., 1463.

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en términos teóricos. Esta es la razón por la cual Wagner fue rescatado e interpretado incluso más que en Weimar.

En la novela Combate por Berlín de Joseph Goebbels, se resumía el rol del arte de la siguiente manera: «la masa no es para nosotros más que material informe. Es por la mano de un artista que de la masa nace un pueblo y de un pueblo una nación»54. De esta forma, Goebbels planteaba la nación como un sujeto, y para los nazis el arte tenía por función ase-gurar la continuidad de ese «sujeto», es decir, fabricarlo y garantizar la identidad consigo mismo55. En un sentido último, ese sujeto era la nación germana, y dicho arte estaba delimitado por determinadas características. En la filosofía de Wagner sobre el arte, era importante que esta estuviese en concordancia con lo que él denominaba «la conciencia pública», ele-mento que, a su juicio, se había perdido con la creciente correspondencia entre el artista y la «conciencia de los individuos aislados». Esto había desembocado en un arte revolucionario, al que le daba un valor negativo.

En términos simples, la filosofía de Wagner se puede resumir en lo siguiente: para él, el arte consistía en confrontar a las personas con las verdades interiores más profundas acerca de ellos mismos y la sociedad; la forma ideal de arte era aquella que combinara todas las artes de forma equilibrada (y que explica su énfasis en la ópera); los intereses del arte eran puramente humanos y debían afirmar los valores más preciosos de la sociedad; y era importante para toda la comunidad participar en esta actividad56. Los últimos dos puntos aquí resumidos, el reflejo de los va-lores de la sociedad y la participación de la comunidad, hicieron que su música y los textos de sus óperas, con mayor o menor éxito, fuesen refle-jo de esas ideas. Por lo mismo, y considerando la visión nazi del arte como reformador del sujeto, no resulta extraño que haya causado una especial simpatía en el período descrito. Debido a esta relación entre arte (música) y filosofía, se tomó el estilo de composición wagneriano como uno de los ejes más claros de la música en la época. Debido a esta relación, el modelo musical de Wagner se instaló como el mejor, o al menos el que reflejaba más aquel impulso de la nación a través del arte.

Para probar esta hipótesis, se analizaron extractos de la serie El Ani-llo del Nibelungo y de Los Maestros Cantores de Viena¸ que fueron

54 Goebbels, citado en Michaud, op. cit., 13.55 Ibíd., 23.56 Bryan Magee, Wagner y su filosofía, México D. F., Fondo de Cultura Econó-

mica, 2011, 187.

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probablemente las óperas más interpretadas en la Alemania nazi y tam-bién las favoritas de Hitler. En el ciclo del Anillo, las cuatro óperas que la componen están basadas en la antigua épica alemana, que Wagner se de-dicó a estudiar junto con la épica griega. De esta forma, en este ciclo la re-cuperación del mito se volvió un eje central de las óperas, convirtiendo al Anillo en un «mito de amor, poder y renuncia expresado en un conflicto dramático entre dioses, gigantes, humanos, enanos y otros seres»57. Una de las óperas de la serie, Siegfried, cuya trama está basada en el mito ger-mano del héroe homónimo, era con la que Hitler se identificaba de forma más acabada. La ópera presenta a Siegfried como un héroe profundamen-te humano, al que le corresponde una vitalidad única. En el primer libro de Mein Kampf, Hitler termina con esta evocación: «un brasero estaba en-cendido, de cuya llama ardiente saldría un día la espada que entregará al Siegfried germánico la libertad y a la nación alemana la vida»58. Así, el vín-culo entre la mitología germana como elemento propio de la Volkgeist59 y el devenir de Alemania con el nazismo que intentaba rescatarla, hacen que el vínculo entre la recuperación del estilo y las temáticas wagnerianas lleguen a un momento de apogeo.

Hitler elegía las óperas que se interpretarían basándose tanto en el li-breto como en la música. Este fue el caso, por ejemplo, de la elección de la obertura de Rienzi, una de las óperas tempranas de Wagner. Hitler ex-plicaba que «este hijo de pequeño cabaretero obtuvo, a los veinticuatro años, evocando el prestigioso pasado el imperio romano, que el pueblo de Roma expulse a su senado corrupto. Y yo, de joven, escuchando esa música genial en el teatro de Linz, tuve la visión de un Reich alemán al que lograría darle la grandeza y la unidad»60. De esta forma, el gusto particular de Hitler por Wagner se resumía, más que en la estética musical propiamente tal, en el hecho que su obra potenciaba el mensaje mítico del que estaban imbuidas las tramas de sus óperas. El uso que se le dio a este repertorio, más allá de establecer la estética wagneriana como un ideal o al menos como una línea a seguir, fue la de hacer más potente el mensaje que el nuevo héroe germano, Hitler, estaba presente para «vengar a la

57 Latham, op. cit., 1599.58 Hitler, Adolf, Mein Kampf, citado en Michaud, op. cit., 91.59 Traducido normalmente como «espíritu del pueblo», es un concepto acuñado

en el siglo xix que hace referencia a la atribución de rasgos específicos e inmu-tables a cada nación.

60 Citado por A. Speer, Journal de Spadau, 7 de febrero de 1948, 108, a su vez citado en Michaud, op. cit., 83.

Entre lo «germano» y lo «degenerado»

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Alemania traicionada»61. Esta potencialidad que otorgaba la música de Wagner se puede ver claramente en el discurso de Hitler de 1934, «Triunfo de la voluntad»62, el cual sin duda alguna está estructurado y pensado para concordar con el extracto del tercer acto de la ópera Götterdämmerung (última de la serie del Anillo). El leitmotiv63 del inicio del discurso (que está presente varias veces a lo largo de la ópera) genera inmediatamente una sensación de expectación, cumpliendo la misma función que en la obra original. A partir de ahí el discurso de Hitler está pensado para que los momentos más dramáticos de la música antecedan o cierren las partes más elocuentes de su discurso; por ejemplo, la música suena más fuerte en el momento en que destaca las dificultades en los inicios del nacionalsocialis-mo. Existe documentación sobre la planificación de todas las apariciones públicas del Führer:

«Jamás dejaba nada al azar en la planificación temporal de las cere-monias o de las campañas, calculando la hora propicia para la espectacu-lar llegada en avión del Salvador que él era, el momento justo de sus usos de la palabra y el tempo de sus discursos, vigilaba el menor detalle visual de todas las manifestaciones de las cuales era el autor, el espectador o el héroe, y a menudo los tres a la vez»64.

Por lo mismo, el dramatismo y simbolismo de Wagner tenía una doble funcionalidad: en primer lugar, permitía identificar aquello que componía el Volkgeist con una estética específica en términos de arte musical, y a lo que otros debían aspirar. Pero al mismo tiempo, esa identificación permitía, de una u otra forma, potenciar un discurso extramusical, es decir, que las palabras dichas bajo ese fondo musical tuvieran un peso y una capacidad mayor de ser recordadas. En palabras simples, la función última de la apropiación de la estética de Wagner era la búsqueda de esa esencia ger-mana, a la que la nación (tanto colectivamente como en cada individuo particular) debía volver.

61 Ídem.62 «Adolf Hitler —Closing Ceremony— Triumph of the Will Wagner & subtitles»:

https://www.youtube.com/watch?v=gt06jsV_mam&t=409s&bpctr= 1510513685.

63 Un Leitmotiv o «motivo conductor» es un tema (melodía) recurrente en una pieza musical, generalmente en la ópera. Tiene por objetivo representar un personaje, emoción, objeto o idea concreta, con un sentido dramático.

64 Michaud, op. cit., 83.

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Ludwig Van Beethoven (1770-1827)

El caso de Beethoven dista un poco del de Wagner, en el sentido que la razón de su recuperación no fue tanto la afinidad personal o intelectual que pudo tener el compositor con los ideales artísticos nazis, sino porque, con o sin razón, era visto como el compositor alemán por excelencia, ade-más de ser uno de los mayores referentes mundiales en cuanto a música docta. Por lo mismo, al contrario que la mayor parte de los casos mencio-nados, su estética musical no cobra tanto interés para el caso, porque no fue incorporada a la forma nazi de hacer música. Sin embargo, lo que sí es interesante de analizar fueron las interpretaciones que se realizaron de las obras de Beethoven en la época y las formas en las que dos directo-res reconocidos del período, Herbert Von Karajan y Wilheim Furtwängler, acercaron, consciente o inconscientemente, las sinfonías de Beethoven a la estética nazi, aun cuando originalmente no la tuvieran.

Para esto se compararon las interpretaciones de estos dos directores del régimen con la interpretación de Klemperer, uno de los directores fa-mosos durante la República de Weimar, y que luego de 1933 abandonó Alemania por su origen judío. Las obras tomadas fueron la Quinta y la Novena Sinfonía de Beethoven. Cabe destacar que, para el primer caso, las versiones de Karajan son de 1940 y las de Furtwängler son de 1943 y 1942 respectivamente. Por otra parte, las versiones de ambas sinfonías de Klemperer son de 1947, año en que volvió a Alemania. Por lo mismo, y aunque probablemente su estilo de dirección no cambió tanto en ese período, el que las grabaciones de Klemperer no coincidan exactamente con el período nazi es un factor a considerar.

En lo que respecta a la Quinta, lo que se puede apreciar desde un primer momento son las diferencias de tempo (velocidad) con las que cada director tomó la obra. Karajan la toma a un tempo particularmente rápido, mientras Klemperer a uno que, en comparación, puede resultar bastante lento. En principio, esto puede responder al gusto del director, pero tiene implicancias a lo largo de los movimientos: mientras la interpretación de Karajan, por su elección de tempo, resalta más las dinámicas65, la de Klem-perer destaca las melodías que hace cada sección de la orquesta. Coinci-dentemente, esto repercute en la estética a la que cada director se acerca, en la medida en que Karajan, al exagerar las dinámicas, le da un tono

65 Es decir, los cambios en el volumen de los diferentes motivos melódicos y secciones.

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mucho más cercano a lo que era la sonoridad de la orquesta en el período romántico; mientras que Klemperer, debido a su propia forma de dirigir, lo que logra es un efecto de énfasis en la forma66, mucho más cercana a la estética del siglo xviii (que corresponde al período del clasicismo musical). Por su parte Furtwängler, si bien en términos de tempo está en un punto intermedio, utiliza un recurso bastante ausente en los otros dos directores: el rubato67. Este recurso también fue mayormente explotado por el roman-ticismo musical, por lo que su uso continuo tiende a asemejar la estética de la obra a este período. Algo parecido se repite en las interpretaciones de la Novena, con los mismos factores comunes.

No parece ser casual que este tipo de interpretación hay sido particu-larmente exitosa en la Alemania nazi. Esto, debido a que la «romantiza-ción» de Beethoven acercaba su sonoridad a la que Hitler y sus seguido-res concebían como la culminación de la estética germana. Por lo mismo, respondían a un gusto particular, que los directores optaron por dar a sus interpretaciones, con mayor o menor grado de conciencia. Sin embargo, esta línea de análisis, por razones de tiempo, quedó en una suerte de pri-mera aproximación planteada en el trabajo.

Consideraciones finales

En vista de lo que aquí se ha expuesto, es posible decir que la estética musical nazi, en principio, fue definida mucho más por oposición a lo que se consideraban recursos «impuros», que como una unidad de recursos y estilos definidos y coherentes entre sí. En este sentido, lo que se llamó la «Entartete Musik», o música degenerada, dictaba las pautas de lo que no era permitido hacer y de lo que se consideraban las «degeneraciones» musicales que «invadían» el arte germano, y por ende, la manifestación de la volkgeist alemana.

A medida que el régimen nazi se fue consolidando, y sobre todo antes y durante la Segunda Guerra Mundial (es decir, desde 1938 aproximadamen-te), estos límites se van volviendo más rígidos. En parte, la explicación de esto se debe a que, además de la identificación de las degeneraciones con «el pueblo judío», se empezó a hablar de «bolchevismo cultural», incorporando

66 En el sentido musical de la estructura y de desarrollo motívico y melódico.67 Libertad rítmica, aceleración y desaceleración de tempo con una finalidad

expresiva.

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al estilo de Stravinsky y en general todo lo que sonara a neoclasicismo ruso, a la categoría de Entartete Musik. Caso diferente fue el de las manifesta-ciones teóricamente judías, cuya identificación con ese concepto se estaba gestando desde finales del siglo xix y que, por lo mismo, como lineamiento era menos ambiguo que el caso ruso, y se mantuvo desde 1933 hasta 1945.

No obstante lo anterior, es necesario aclarar que incluso las conside-radas «degeneraciones», en determinados contextos y dependiendo del estilo general de una obra musical, podían ser perfectamente toleradas. En gran medida, esto dependía de que dichos elementos estuvieran al servicio de generar momentos de expectativa y no se establecieran como la estética general de la obra. Esto pasó, por ejemplo, con giros atonales de una obra de Pfitzner. Buch relata que después que Hitler tomara el poder, el musicó-logo Herbert Gerigk, actor protagónico de la política musical nazi, intentó desvincular a Schönberg, ese «‘fanático del nihilismo’, del principio de una superación de la tonalidad que él apreciaría en (…) la Sinfonía en do sostenido menor de Pfitzner»68.

Por lo mismo, si bien existía una estética general identificada por los nazis como «germana» y otra como «no germana», la mayor parte de las veces ambos conceptos perdían coherencia con respecto a los discursos so-bre los mismos, dependiendo de cómo estuviesen usados. Existieron casos en que incluso se cayó en una contradicción absoluta, como el Carmina Burana de Orff. Si bien no se puede establecer de forma tajante, la estética y el estilo general de la obra se asemeja mucho más a Stravinsky (en vistas de la instrumentación, el tratamiento de la orquesta, el énfasis en lo modal y lo rítmico) que a una obra del romanticismo alemán. Y sin embargo, a pesar de esas claras alusiones estilísticas y del reconocimiento del propio Orff de la influencia de Stravinsky, eso no influyó en el éxito y aceptación de su obra.

Además, y aunque solo se alcanzó a delinear en este trabajo, la nece-sidad de buscar un lenguaje nuevo y de no limitarse a imitar la estética an-terior a Weimar, implicó una de las mayores contradicciones de la estética nazi: para hacer dicha renovación de lenguaje fue necesario incorporar en un grado medio algunas de las «degeneraciones» de la música, camufladas por la estética general.

Por otra parte, es interesante también destacar que, dentro de un marco razonable de opciones, la postura política de los compositores y músicos no necesariamente influía en el éxito o aceptación de su obra

68 Buch, op. cit., 303.

Entre lo «germano» y lo «degenerado»

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en este período (muchos de ellos se autodenominaban «apolíticos», con mayor o menor grado de coherencia). De hecho, la afiliación política o el reconocimiento público del régimen no era un requisito para que se estre-naran las obras, ni mucho menos. Esto lo demuestra el contraste entre los casos de Orff y de Pfitzner: el primero nunca mostró un apoyo ni cercano a lo absoluto al régimen y logró un reconocimiento importante; el segundo, siendo extremadamente nacionalista y ciñéndose a la estética buscada por el régimen, no alcanzó nada semejante.

De todas formas, los nazis sí tenían un gusto particular por determi-nadas formas de composición e interpretación, aunque estas estuvieran menos claras que aquellas que rechazaban. En definitiva, esos rasgos eran, en primer lugar, una fuerte afinidad por el romanticismo musical, al que se le otorgaba una categoría superior que a otros períodos, debido a su capacidad innata de representar el mundo interior, no del compositor, pero sí del «espíritu nacional» alemán. Por lo mismo, tanto las composiciones como las interpretaciones durante esta época tendieron a exagerar o al menos enfatizar ese carácter, así como también el uso de recursos musica-les de dicho período.

Junto a ello, existió una preferencia por las obras de carácter sinfónico, orquestal u operístico. Las composiciones en formato grande, como son estos tres tipos, posibilitaban destacar el elemento expresivo de la música a partir de una gran masa sonora, de amplio registro y con un rango mayor de dinámicas. Pero, por otra parte, este tipo de formato era en el cual los compositores del canon alemán se habían destacado más a lo largo de los siglos (y sobre todo en los siglos xviii y xix) y, por lo mismo, reafirmaban la idea de Alemania como un referente artístico en sí, en términos sonoros. Específicamente, la ópera permitía simbolizar y enfatizar mensajes del tex-to, muchas veces referidos al pasado glorioso de Alemania. De esta forma, la intensificación de los mitos de tradición germana fue la tónica en este género particular.

Si bien el objetivo de este artículo se centró en presentar un panora-ma de lo que fue y no fue la música docta en la Alemania nazi a través de ejemplos, lo cierto es que cada uno de los puntos aquí tratados pueden ser profundizados mucho más. También cabe decir que se abordó cada uno de los compositores desde diferentes ángulos de análisis, debido a que cada uno de ellos se instalaba desde una postura distinta en relación con el ré-gimen. De esta forma, el análisis de Orff se centró en el estilo y los recur-sos musicales, a diferencia del de Pfitzner, que priorizó su biografía, y del de Strauss, focalizado en la recepción de sus obras. Por su parte, Wagner

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fue analizado sobre todo desde su filosofía y uso de los mitos, y Beetho-ven, desde la interpretación. Todas las estrategias mencionadas son válidas y pueden ser sumamente útiles a la hora de vincular la música con un con-texto extramusical (político, económico, ideológico, etcétera), y la decisión respondió a lo que se consideró más ilustrativo de su situación. Cada uno de los apartados tratados aquí abre una puerta hacia investigaciones más grandes para un futuro.

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¿Moriens libertas? El concepto de libertad romana en los annales (i-vi) y

el agrícola de Cornelio Tácito1

Benjamín Concha González

«The fundamental sense of freedom is freedom fromchains, from imprisonment, from enslavement by others.

The rest is extension of this sense, or else metaphor.»Isaiah Berlin, «Liberty: Incorporating Four Essays on Liberty»

El problema de la libertad

El lugar fundamental que ocupa la libertad en el vocabulario político moderno es indisociable de sus primeras elaboraciones teóricas en la Anti-güedad clásica. En efecto, la democracia ateniense y la Roma republicana elaboraron sus definiciones distintivas de libertad —eleutheria y libertas, respectivamente— al alero de su experiencia histórica particular. La liber-tad se transforma así, en un concepto informativo para conocer de qué forma se organizaban las relaciones sociales, el ordenamiento político y el conjunto de significados que articuló el mundo simbólico de esos pueblos2. De esta manera, la importancia de la libertad en la Antigüedad clásica se explica en función del carácter esclavista de estas sociedades. Frente a la experiencia de la esclavitud, la libertad se fue forjando como un valor so-cial a través del cual se delimitaba la pertenencia a una comunidad3. Como

1 Este artículo fue desarrollado en el Seminario de Licenciatura del Instituto de Historia uc, Roma, su imperio, su pensamiento, su legado, de la profesora Catalina Balmaceda.

2 Robert W. Wallace, «Personal Freedom in Greek Democracies, Republican Rome, and Modern Liberal States», en Ryan K. Balot (ed.), A Companion to Greek and Roman Political Thought, Oxford, Wiley-Blackwell, 2009, 164-177.

3 Orlando Patterson, Freedom in the Making of Western Culture, London, Basic Books, 1991, 1-41.

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señala Orlando Patterson, un valor social emerge cuando «una masa crí-tica de personas o una élite poderosa comparte el valor y, comportándose persistentemente en concordancia con ese valor, lo transforma en algo normativo»4. Atendiendo a lo anterior, aquí proponemos un análisis del concepto de libertad desde una perspectiva histórica, enfocándonos en el concepto de libertas desarrollado por el historiador romano Cornelio Tácito, a través de sus obras los Annales (libros i-vi) y el Agrícola, durante el Principado en los siglos i y ii d. C.

Para Tácito la pregunta por la libertad estuvo además condicionada por un momento histórico especial, pues ¿cómo se puede ser libre en una autocracia? Tras la victoria de Octaviano sobre las fuerzas de Marco Anto-nio en la batalla de Accio el año 31 a. C., el camino se pavimentó para que el primero estableciera un nuevo régimen político en Roma. Reconocido como quien logró asegurar la paz luego de décadas de guerras civiles, Au-gusto (Octaviano) consolidó el Principado como una innovación política en la historia romana hacia el año 28/7 a. C.5. Bajo la impronta de un gobierno marcadamente centralizado, en abierto contraste con el gobierno temporal y colegiado de la República, Augusto restableció nominalmente una República, que en la práctica fue un gobierno personal6. El poder de Augusto fue permanente, irrevocable, sin control administrativo y predomi-nante frente a instituciones como el Senado y el pueblo romano; tanto por potestad como por autoridad, sus poderes fueron ampliamente mayores a los que la práctica constitucional de la República romana tardía conoció7.

4 Ibíd., 41-42. Todas las citas textuales en inglés fueron traducidas por el autor.5 David Stockton, «La fundación del Imperio», en John Boardman, Jasper

Griffin y Oswyn Murrat (eds.), Historia Oxford del Mundo Clásico 2. Roma, Madrid, Alianza, 1988, 626-632.

6 Una diferencia fundamental es que la República tuvo distintos espacios de decisión política (comitia o asambleas, Senado, edicto de los magistrados, tri-bunos, veredictos en tribunales), mientras que con Augusto el poder pasó a residir crecientemente en su figura y sus delegados. Catalina Balmaceda, «El Emperador Tiberio en los Annales de Tácito», Onómazein, 6, 2001, 281-295; J. A. Crook, «Augustus: Power, Authority, Achievement», en Alan Bowman, Edward Chaplin y Andrew Lintott (eds.), The Cambridge Ancient History, Cambridge, Cambridge University Press, Vol. X, 1996, 113-146.

7 Hablamos de la provincia asignada por el Senado a Augusto (España, Galia, Siria y Egipto) el 27 a. C., que en su calidad de cónsul le entregó imperium (poder de mando en el campo militar y civil) sobre aquellas legiones que eran la mayoría del Ejército romano. El 23 a. C., su poder se redefinió al de impe-rium proconsulare maius (situándolo por sobre los demás procónsules) y se le otorgó la tribunicia potestas, asumiendo así los poderes del tribuno de la plebe

¿Moriens libertas? El concepto de libertad romana en los Annales...

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Augusto utilizó su ascendiente social (auctoritas), sus potestades legales (tribunicia potestas e imperium proconsulare maius), y su poder militar (logrando la adhesión del Ejército romano después de su triunfo en la guerra civil) para gobernar diplomáticamente de acuerdo a un consenso con el Senado y el orden ecuestre8.

Tácito nació probablemente en el año 56/57 d. C. y sus obras se en-marcan 130 años después de la creación del Principado, por lo cual sus textos son aproximaciones de primer orden para comprender la visión de un político que representa la posición del otrora poder influyente del Sena-do9. Precisamente el cursus honorum de Tácito (ejerció de pretor, cónsul y procónsul de Asia), que se extendió durante tres reinados (Vespasiano, Tito y Domiciano), nos habla de alguien que conoció perfectamente las intrigas y el rango de acción de un político en la época del Principado10. Este estu-dio aborda dos períodos, el primero entre el año 14 y 37 d. C. y el segundo entre el año 81 y 96 d. C. La finalidad de estudiar estos tramos temporales es poder analizar la crítica que Tácito realizó a dos príncipes distintos, que se transformaron en figuras arquetípicas del extenso poder asociado al prin-ceps (príncipe). En primer lugar, los años entre 14 y 37 d. C. corresponden

(interceder por los ciudadanos frente a otros magistrados, el derecho a vetar la acción de magistrados/decretos del Senado, convocar al Senado, presidir la co-mitia tributa y convocar las asambleas informativas denominadas contiones). El 19 a.C. se le habría otorgado una autoridad de censor y también la posi-bilidad de crear leyes sin necesidad de someterlas a la asamblea. J. A. Crook, «Political History, 30 B.C. To A.D. 14», en Alan Bowman, Edward Chaplin y Andrew Lintott (eds.), The Cambridge Ancient History, Cambridge, Cambrid-ge University Press, Vol. X, 1996, 77-101.

8 La autoridad (auctoritas) fue el elemento carismático de su poder. Obtenido a través de sus proezas militares y políticas, la autoridad de Augusto legitimó subjetivamente su figura, posicionándolo como un hombre virtuoso y líder indiscutido (príncipes viri). Confluyeron además elementos simbólicos y ma-teriales que afianzaron este poder e influencia. Entre el 29 a. C. y 2 a. C. se le otorgaron los siguientes cargos: Imperator (como primer nombre), el título de Augusto, pontifex maximus, padre de la patria (pater patriae), todo lo cual afianzó el culto a su personalidad. Junto con esto, teniendo una riqueza con la cual nadie podía rivalizar, se transformó en el gran patrón de Roma para un conjunto de «clientes» (militares, senadores y plebe). Crook, Augustus: Power, Authority… op. cit., 113-146; Werner Eck, The Age of Augustus, Oxford, Wi-ley-Blackwell, 2007, 266-804.

9 Ronald Syme, Tacitus, Oxford, Clarendon Press, Vol. ii, 1958, 526-540.10 Ronald Syme, Tacitus, Oxford, Clarendon Press, Vol. i, 1958, 63-74. Como se-

ñala Syme, el cursus honorum o carrera de honores era el sistema que articula-ba los requisitos de acceso a las distintas magistraturas de un político romano.

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al reinado de Tiberio, cuya descripción está contenida en los libros I-vi de los Annales. Por otra parte, los años entre 81 y 96 d. C. refieren al reinado de Domiciano, el cual es expuesto en la obra Agrícola dedicada a Cneo Julio Agrícola, gobernador de Britania (77-84 d. C.) y suegro de Tácito11.

Por lo dicho anteriormente, considerando las prerrogativas legales y extralegales del princeps, las cuales posibilitaron el ejercicio despótico del poder político evidenciado en ciertos reinados, la pregunta que guía esta investigación pretende responder: ¿qué significado tuvo la libertad en el pensamiento político romano en un régimen autocrático como el Principa-do? Para responder a esta interrogante, la hipótesis sostiene que la concep-ción de libertad romana descrita por Tácito en el siglo i y ii d. C. refiere a una propiedad de carácter moral e individual, puesto que el contenido ju-rídico y republicano del concepto se debilitó producto de la arbitrariedad que podía alcanzar la aplicación del poder durante el Principado12. Por lo mismo, se plantea indagar de qué forma la noción republicana de liber-tad fue resignificada en el contexto histórico particular de este período. De tal forma, ciertas categorías morales —sin llegar a reemplazar al refe-rente libertas— se vuelven informativas para comprender el mensaje de Tácito como una guía para la acción libre frente a la autocracia. Asimis-mo, el desplazamiento desde el ámbito institucional (republicano) a uno individual simboliza una «privatización» de la libertas, reconfigurándose en un plano que el historiador romano le asignó a la capacidad de agen-cia de ciertas figuras pertenecientes a la clase senatorial y militar romana del siglo i-ii d. C.

11 La información actual permite inferir que la fecha de publicación de la mono-grafía sobre Agrícola ocurrió en el año 98 d. C., mientras que los Annales es la última obra de Tácito, probablemente publicada en el año 117 d. C. Ambos trabajos son posteriores al reinado de Domiciano, razón por la cual el autor emprende un elogio a los nuevos tiempos de «reconciliación» entre la liber-tas y el Principado que habrían comenzado con Nerva, quien luego adoptó a Trajano como su heredero. Fue precisamente durante el reinado de Trajano (98-117 d. C.) cuando habrían aparecido las distintas obras de Tácito. Dylan Saylor, «The Agricola», en Victoria Pagán (ed.), A Companion to Tacitus, Oxford, Wiley-Blackwell, 2012, 23-44; Herbert W. Benario, «The Annals», en Victoria Pagán (ed.), A Companion to Tacitus, Oxford, Wiley-Blackwell, 2012, 101-122.

12 No es extraño que la terminología política empleada por Tácito se haya vin-culado estrechamente con categorías morales, pues esto había sido parte de la tradición histórica del pensamiento político e historiografía romana. Catalina Balmaceda, «Virtus Romana en el siglo I a.C.», Gerión, 1: 25, 2007, 285-304.

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Considerando esto, explicitamos dos premisas que componen el mar-co teórico que será utilizado para abordar la hipótesis propuesta. En pri-mer lugar, la libertas fue un concepto que tuvo una consistencia ideológica, como lo demuestra su extenso y consolidado uso en los siglos I y ii a. C., durante la República romana tardía13. Coincidimos con aquellos autores que han postulado la existencia de una definición socialmente comparti-da y negativa del concepto de libertas: ser libre era no ser un esclavo. Más que señalar las opciones actuales derivadas del ejercicio de la libertad, esta definición describe la posición legal de un individuo que, en ausencia de cualquier tipo de dominación (dominium) actual o potencial, era capaz de actuar según los designios de su voluntad en el marco jurídico estableci-do14. Complementando lo anterior, y siguiendo a Chaim Wirszubski, cree-mos que además existió una definición positiva ligada a un conjunto de derechos o protecciones cívicas, a saber: provocatio, appellatio y suffra-gium, y por parte del tribuno de la plebe, el auxilium, intercessio y el ius agendi cum plebe15. En síntesis, la libertas supone la «cualidad del ciuda-dano (…) simultáneamente abarcando las protecciones cívicas propias de un ciudadano libre y los constreñimientos impuestos por la ley, virtudes

13 Para el caso romano, Valentina Arena entiende por ideología un sistema de pensamiento que provee a los actores políticos de un «lenguaje y marco con-ceptual para analizar cuestiones políticas, estructurar sus decisiones y justificar sus acciones: en síntesis, para articular y explicar los comportamientos políti-cos». Valentina Arena, Libertas and the Practice of Politics in the Late Roman Republic, Cambridge, Cambridge University Press, 2012, 7. Para una visión distinta que sostiene el carácter políticamente impreciso e instrumental del concepto de libertas, Ronald Syme, The Roman Revolution, Oxford, Claren-don Press, 1939, 155-157.

14 Arena, op. cit., 14-16. Esta línea de pensamiento es lo que se ha denominado en teoría política como la versión republicana de la libertad. Para profundizar en este tema: Quentin Skinner, Liberty before Liberalism, Cambridge, Cam-bridge University Press, 1998; Philip Pettit, Republicanism, Oxford, Oxford University Press, 1997.

15 Chaim Wirszubski, Libertas as a Political Idea at Rome during the Late Re-public and Early Principate, Cambridge, Cambridge University Press, 1950, 1-31; Arena, op. cit., 50-54. Wirszubski sigue en esto la clásica dicotomía ela-borada por Isaiah Berlin, según la cual la libertad reconoce una definición negativa y positiva. La primera es descrita como la ausencia de interferencias o impedimentos externos al individuo y la segunda comprende la autorreali-zación mediante la capacidad de poder actuar según las determinaciones de la propia voluntad. Isaiah Berlin, Liberty: Incorporating Four Essays on Liberty, Oxford, Oxford University Press, 1969, 3-48.

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morales, y por derechos y deberes de carácter civiles y familiares»16. Táci-to tuvo un diálogo permanente con este concepto de libertas republicano al momento de atacar el poder del princeps.

La segunda premisa a desarrollar, dice relación con concebir la libertas en el Principado como un concepto que enfatizaba la relación entre el indi-viduo y el princeps, y que en lo fundamental refiere a sujetos históricos par-ticulares, a saber: la clase senatorial (libertas senatus). Sumado a lo anterior, no podemos hacer una aproximación a la visión tacítea de la libertad sin atender a la amplia gama de conceptos morales romanos que la acompañan (virtus, constantia, moderatio, entre otros), pues en buena parte la libertas pasó a ser explicada en relación con estos, en un contexto de autocracia17.

En lo que sigue, nos disponemos a explicar la resignificación del concep-to de libertad que habría realizado Tácito según los términos históricos de su época. Con este fin, en el segundo apartado discutiremos por qué el poder del princeps dificultó el entendimiento jurídico/republicano de la libertad. En la tercera sección explicaremos el proceso de resignificación realizado por Tácito, vinculando la libertas con acciones individuales y en otros casos propiedades morales. Finalmente, concluiremos con los resultados de este estudio.

El carácter del princeps como espejo del despotismo

Conforme a lo dicho, expondremos tres dimensiones que aparecen como expresiones explícitas del poder despótico del princeps en la na-rración de Tácito. Específicamente, hablaremos de aquellas interferencias arbitrarias que coartaron la libertad política, es decir, la libertad de po-der participar, incidir y decidir (en distintos niveles) sobre la vida de la

16 Wallace, op. cit., 75. Como es posible advertir, estas definiciones evidencian una estrecha relación entre libertad y ciudadanía. Sin embargo, nos parece que el argumento de Peter Brunt explica con claridad esta aparente sinonimia: «la libertad es condición de posibilidad para la ciudadanía, y esta última su garantía». Peter Brunt, The Fall of the Roman Republic and Related Essays, Oxford, Clarendon Press, 1988, 296. En efecto, como lo demuestra Arena, hay casos donde la pérdida de la ciudadanía no implica pérdida de libertad (capitis deminutio media), sin embargo, no se advierten instancias donde un esclavo no liberto pueda ser considerado un ciudadano romano, afianzando así sus de-rechos cívicos reconocidos por la ley pública y privada. Arena, op. cit., 27-29.

17 Mark Morford, «How Tacitus defined Liberty», anrw, 5: ii. 33, 1991, 3420-3450.

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comunidad política. En efecto, la libertad política representa un 42% de las menciones explícitas de libertas en Tácito, por lo que ciertamente es un núcleo de sentido relevante del concepto18. La primera de estas dimensio-nes se relaciona con el carácter o psicología del príncipe. Era importante conocer los vicios y virtudes del princeps pues, después de todo, su poder se transformó en una entidad supralegal, con impactos generalizados para el resto de la sociedad romana19. Sobre Tiberio, desde un inicio Tácito demuestra las reservas que tiene con el nuevo emperador después de la muerte de Augusto, el año 14 d. C.: «ni siquiera en los años pasados en el exilio de Rodas con apariencia de retiro había alimentado en su interior más que odio y simulación y secretas concupiscencias»20. Asimismo, Tácito refuerza esta imagen de Tiberio como un fabricante de falsas apariencias, cuando describe las sinuosidades de su discurso frente al Senado, para tra-tar de minimizar el monopolio de su poder: «en tal discurso había más de dignidad que de sinceridad; las palabras de Tiberio, incluso en cosas que no trataba de ocultar, ya por naturaleza, ya por costumbre, eran siempre vagas y oscuras»21.

Si en Tiberio al menos se identificaban matices22, Domiciano fue una figura monótona en su perfidia, aunque compartía con Tiberio el mismo

18 Gráfico 1. En lo que sigue, no realizamos un análisis cronológico de los acon-tecimientos y actores narrados por Tácito, sino que elegimos algunos ejemplos representativos que sirven para demostrar el poder que adquirió el princeps.

19 El carácter en la Antigüedad clásica era indicativo de la formación moral del líder, la que en teoría estaba curtida por el entorno legal, mos mairoum (costumbres de los ancestros) y la organización de la comunidad política entre otros factores. Se esperaba que el líder fuera un agente moral y que actuara conforme a la consecución del bienestar de sus conciudadanos. Asimismo, el carácter era concebido como algo inmutable, de ahí que un cambio conduc-tual no fuera una modificación de la personalidad del sujeto, sino solamente la expresión de una esencia, que aunque quizá disimulada, siempre estuvo presente. Philip A. Stadter, «Character in Politics», en Ryan K. Balot (ed.), A Companion to Greek and Roman Political Thought, Oxford, Wiley-Blackwell, 2009, 458; Syme, Tacitus vol. I… op. cit., 421.

20 Tácito, Annales, I.4.4.21 Ibid., I.11.2.22 Hablamos de la ayuda económica prestada el año 17 d.C., cuando un terre-

moto golpeó a algunas ciudades de la provincia de Asia. En el año 19 d. C., Tiberio fijó el precio del grano y subvencionó a los vendedores. El año 27 d. C., Tácito registra la ayuda económica dispensada a la población cuando un anfiteatro en Fidenas se desplomó dejando miles de muertos, así como tam-bién el apoyo brindado por el princeps tras el incendio del monte Celio en

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registro de vicios que Tácito se encargó de enfatizar. Cuando Agrícola con-siguió una aplastante victoria frente a las fuerzas del líder britano Calgaco en la Batalla del monte Graupius, Tácito sugiere que Domiciano recibió la noticia con una falsa alegría para enmascarar su preocupación23. Do-miciano al igual que Tiberio, «consideraba especialmente peligroso para él el que el nombre de un particular se erigiera por encima del Príncipe»24. Consumada la muerte de Agrícola el 93 d. C., Tácito narró el rumor que quizá su suegro pudo haber sido envenenado por Domiciano25. Aunque el historiador decidió rápidamente no dar crédito a tales versiones, es inevi-table confirmar que Tácito logró posar un halo de incertidumbre sobre el deceso de Agrícola. Aquella incertidumbre es aun mayor cuando el relato presenta que Domiciano fue permanentemente informado sobre el estado de salud de Agrícola y que, al enterarse de la noticia, «presentó una apa-riencia de dolor en su ánimo y en su rostro, por no intranquilizarlo ya su odio y porque disimulaba mejor el gozo que el miedo»26.

Quizá lo que mejor ilustra los efectos de la concentración del poder en el príncipe es la creciente importancia de los conceptos de clemencia y mo-deración. Como lo señala Wirszubski, la clemencia y moderación que se le reconocen al príncipe como virtudes políticas, no hacen más que refrendar que las salvaguardas jurídicas que podía tener la libertad habían perdido fuerza; el derecho no era garantía de libertad, por lo que todo dependía de cómo el príncipe decidiera utilizar su poder27. En el juicio de majestad en contra del procónsul de Asia Gayo Silano, Tácito señala que Tiberio intervi-no para que la pena de interdicción del agua y el fuego fuera cumplida en la isla de Citno, menos inhóspita que la de Gíaro: «sabía tomar una actitud de moderación cuando no lo empujaba el rencor»28. Cuando Tiberio perdonó la vida del caballero Gayo Cominio, acusado de escritos difamatorios en contra del princeps, Tácito dice que «resultaba más asombroso que aquel

Roma. A esta lista incluso podríamos agregar cierto respeto a las instituciones tradicionales romanas como el Senado. Ibíd., ii. 47.; ii. 87.; iv. 63-64.; ii. 48., respectivamente.

23 Tácito, Agrícola, 39.1.24 Ibíd., 39.2.25 Ibíd., 43.2.26 Ibíd., 43.3.27 Wirszubski, op. cit., 150-151.28 Tácito, Annales… op. cit., iii. 69.5.

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hombre, que conocía lo mejor y la fama que acompaña a los gestos de cle-mencia, prefieran las actitudes más siniestras»29.

El dato más desconcertante para el historiador fue la contingencia del carácter del princeps que obligaba a leer sus acciones con suma cautela pues, después de todo, en una monarquía esa era la política oficial del Es-tado romano. Nuevamente retornamos al tema del poder y sus usos arbi-trarios, pues la oblicuidad del carácter solamente puede importar cuando quienes están en posiciones dirigentes tienen la capacidad de coerción o de afectar las vidas de sus súbditos. Esto es lo que mantuvo a la aristocracia romana de la época bajo una especie de ansiedad existencial: «en realidad no es que haya aparecido el temor por primera vez, sino que la novedad estaba en que ahora eran los aristócratas quienes se sentían inseguros, y entre ellos Tácito, que es quien escribe»30.

Con todo, las escasas acciones virtuosas de Tiberio no fueron sufi-cientes para convencer a Tácito, pues como señaló el historiador en su obituario, este príncipe fue por esencia un simulador: «al final, se lanzó, a un tiempo, al crimen y al deshonor, una vez que, alejados el pudor y el mie-do, solo obraba según su carácter»31. En definitiva, este inmenso poder del príncipe obligó a desarrollar lo que Carlos Noreña denomina una «ética de la autocracia» y un «caleidoscopio de virtudes y vicios imperiales»32. Estas fueron las aproximaciones intelectuales que historiadores como Tá-cito se vieron obligados a desplegar para aprehender los límites y excesos del poder. En suma, era un poder que abre el cuestionamiento sobre la po-sibilidad de ser libres, cuando la vida o muerte de un ciudadano depende de la decisión de un príncipe.

El repliegue del ciudadano durante el Principado

La ciudadanía correspondía a una condición social específica, pues en Roma los ciudadanos eran los hombres adultos que no eran esclavos o extranjeros en territorio romano. Es fundamental advertir el papel que

29 Ibíd., iv. 31.2.30 Balmaceda, El Emperador Tiberio… op. cit., 292.31 Tácito, Annales… op. cit., vi. 51.3.32 Carlos Noreña, «The Ethics of Autocracy in the Roman World», en Ryan K.

Balot (ed.), A Companion to Greek and Roman Political Thought, Oxford, Wiley-Blackwell, 2009, 267-279.

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jugó la esclavitud como institución en la construcción de la ciudadanía33. Quien no era un esclavo era alguien libre, hecho que «comprende tanto la negación de las limitaciones impuestas por la esclavitud y la afirmación de las ventajas derivadas de la libertad»34. En ese sentido, la diferencia entre un esclavo y un ciudadano —que por definición es un hombre libre— es que, en virtud del derecho de gentes, el primero es considerado un objeto/cosa (res), sometido a una situación de dominación (actual o potencial), y por ello dependiente de la voluntad de otro35. Por contrapartida, los fundamentos de la libertad política del ciudadano romano eran el dere-cho a suffragium, provocatio, y todos los poderes del tribuno de la plebe (auxilium, intercessio y ius agendi cum plebe)36. Estas eran las garantías que constituían al ciudadano romano como una entidad de derecho: poder votar, no ser encarcelado/castigado sin juicio, la intervención del tribuno para proteger al ciudadano de los abusos de otro magistrado y la posibi-lidad de iniciar acciones políticas en las distintas instancias que el tribuno podía convocar (Senado, comitia tributa y los contiones).

Según Mark Morford, Tácito es un historiador cuya narración no buscaba analizar la libertad del pueblo romano (libertas populi Romani),

33 La institución esclavista no debe ser comprendida solamente como un estatus jurídico, sino también como una «muerte social». Con esto, Orlando Patter-son alude a que junto a la dominación personal que se ejerce sobre la persona del esclavo, este es un individuo excomulgado de la comunidad social y moral en la que vive. Por lo mismo, lleva una existencia marcada por el signo de la deshonra que se ha ido legitimando mediante la institucionalización de su figura como una especie de muerto en vida. Patterson, op. cit., 5-11.

34 Wirszubski, op. cit., 1.35 Arena, op. cit., 15.36 El sufragio se practicaba en las asambleas, mientras que el derecho a provo-

catio protegía la vida del ciudadano contra el poder coercitivo de un magis-trado, garantizando que ninguna ejecución o azote podía llevarse a cabo sin un juicio de por medio. A esto habría que agregar la apelación al tribuno de la plebe (appellatio), quien con su condición jurídica sacrosanta y mayor po-testad, podía interponer su propia persona a favor de un ciudadano frente a otro magistrado (exceptuando a un dictador). En todo caso, la apelación no siempre resultaba en la intervención del tribuno (auxilium); en otras palabras, la apelación era un derecho del ciudadano, mientras que el auxilium era un derecho del tribuno. Asimismo, el auxilium era una expresión del poder de intercessio que tenía el tribuno de la plebe (vetar la acción de un colega). Final-mente, encontramos el ius agendi cum plebe, que alude al derecho del tribuno de iniciar acciones políticas, lo que era concebido como un medio de expresión para canalizar institucionalmente los deseos del pueblo. Arena, op. cit., 50-54.

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puesto que en el Principado el pueblo renunció a la libertad (al haber gra-dualmente dejado de participar de la res publica en términos políticos)37. Efectivamente, Tácito señala que, en el año 14 d. C., por primera vez las elecciones se trasladaron del Campo de Marte al Senado, situación que transparentaba que las elecciones para las magistraturas más importantes eran efectuadas según las decisiones de Tiberio y no del pueblo38. De he-cho, según el historiador, «el pueblo no se quejó de que se le arrebatara su derecho sino con insignificantes rumores, y el Senado, que así se libraba de tener que hacer donativos y ruegos humillantes, lo ejerció con gusto»39. Asimismo, Tácito también relata de qué forma Tiberio manejó los comicios consulares, nominando y con ello implícitamente sugiriendo quién debía ocupar la posición40. En ese contexto, las elecciones eran manejadas por Tiberio con «palabras especiosas; en realidad, falsedad y engaño; y cuanto mayor era la apariencia de libertad que las cubría, tanto más pararían en implacable esclavitud»41.

Existe una amplia discusión sobre el grado de participación e inciden-cia política del pueblo en Roma42, sin embargo, el sufragio era un derecho central que acompañaba a la ciudadanía romana43. El voto (secreto solo

37 Morford, op. cit., 3421.38 Tácito, Annales… op. cit., I. 15.1. Según J. A. North, luego de esto las asam-

bleas retuvieron solo cierto control formal del proceso eleccionario. J. A. Nor-th, «Democratic Politics in Republican Rome», Past & Present, 126, february 1990, 3-21.

39 Tácito, Annales… op. cit., I. 15.1.40 Ibíd., I. 81.2: «Unas veces, sin citar los nombres de los candidatos, describía el

origen, la vida y los servicios militares de cada cual, de modo que entendieran de quiénes se trataba; otras, omitiendo incluso esas indicaciones, tras exhortar a los candidatos para que no perturbaran los comicios con intrigas, les prome-tía su colaboración para ello».

41 Ídem.42 Una visión que enfatiza el poder del pueblo romano se encuentra en Fergus

Millar, The Roman Republic in Political Thought, London, University Press of New England, 2002. La tesis contraria analiza el fin simbólico de las asam-bleas para legitimar el sistema político, Henrik Mouritsen, Politics in the Ro-man Republic, Cambridge, Cambridge University Press, 2017.

43 Las asambleas eran convocadas por ciertos magistrados con tal potestad. En ellas no había discusión, pues los ciudadanos eran llamados a votar en función de la moción (rogatio) presentada por el magistrado. Estas asambleas que se fueron estableciendo durante la República (comitia tributa, comitia centuriata, comitia curiata y la asamblea plebeya concilium plebis), no tenían un calen-dario fijo de reuniones, los resultados podían ser vetados (por magistrados con mayor potestad o augures que interpretaban auspicios adversos), el voto

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desde mediados del siglo ii a. C.) era ejercido en las diversas asambleas (comitia) del mundo romano e implicaba elegir magistrados, aprobar o rechazar leyes y confirmar o anular sentencias en causas capitales44. El Principado puso fin a la dinámica política eleccionaria que se había desa-rrollado durante la República romana, aun con altos niveles de competi-tividad y de fraude. Las elecciones pasaron a un segundo plano, aunque sería un error pensar que el pueblo perdió totalmente su libertad política. De hecho, se podría argumentar que siguió existiendo la libertad como performance. En específico, nos referimos a esa forma de acción política que data de tiempos republicanos, en la que el pueblo romano ejercía un poder en la forma de «tomarse las calles, haciendo agitaciones, demostra-ciones y disturbios»45.

Es importante resaltar este punto, pues nos ayudará a entender un núcleo central sobre la libertas romana. La libertad no era un estatus ju-rídico estático, consagrado y reconocido de una vez y para siempre en la forma de la ciudadanía. El ejercicio de la libertas nos habla más bien de una propiedad relacional, que aparece asociada a la posición que ocupaba el ciudadano en el sistema de estratificación social romano. De hecho, la ciudadanía en Roma jamás implicó la igualdad de derechos políticos, sino el reconocimiento de una igualdad ante la ley (aequa libertas)46. La narra-ción de Tácito se concentra en un concepto más aristocrático de libertad y sobre esta libertad perdida pasaremos a hablar47.

Al respecto, es instructivo lo que Tácito describe sobre la aplicación de la ley de majestad (lex maiestatis) durante el reinado de Augusto, utilizada

grupal favorecía a los grupos más ricos en la comitia centuriata y las rela-ciones clientelares y la distancia geográfica limitaban la libertad de votación. Moses Finley, Politics in the Ancient World, New York, Cambridge University Press, 1983, 24-96.

44 Arena, op. cit., 54-55; Wirszubski, op. cit., 18-20.45 Finley, op. cit., 91. Tácito narra un ejemplo representativo de esto, a propósito

de las manifestaciones del pueblo a favor de la familia de Germánico y en contra de su supuesto asesino Gneo Pisón. En ellas el pueblo aparece como un agente activo, exigiendo que el Senado condenara a Gneo Pisón. Tácito, Annales… op. cit., iii. 4; iii. 6.1; iii. 11.2; iii. 14.4.

46 Wirszubski, op. cit., 11-15.47 Ibíd, 16. Nos referimos a aquellos ciudadanos con amplios recursos económi-

cos, quienes poseían dignitas (prestigio social), ilustre linaje y auctoritas (auto-ridad o legitimidad social del poder) para acceder a las más altas magistraturas del sistema político romano.

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como un arma política contra quienes criticaran al emperador48. En este sentido, si bien los romanos no desarrollaron conceptos para describir la libertad de expresión a la usanza griega (eleutheros legein, isegoria, parresia), libertas significó también la acción del ciudadano que podía expresarse49. La transición en las sentencias desde las «muertes litera-rias» —quema de libros— hasta la aplicación de las penas capitales, solo se puede explicar por el inmenso poder que tuvo el princeps en el sistema judicial del principado50. En efecto, para J. A. Crook, «la emergencia del líder como el supremo juez y cabeza del orden legal, es la principal dife-rencia formal entre la República y el Imperio»51. Lo anterior se explica por las inmensas potestades que ostentaba el princeps en relación con la administración de justicia. Esto queda de manifiesto en el juicio de majes-tad contra el pretor de Bitinia, Grania Marcelo: cuando Tiberio se mostró interesado en declarar, Gneo Pisón habría preguntado «¿en qué lugar, Cé-sar, quieres declarar? Si eres el primero, tendré una pauta para guiarme; pero si lo haces al último, tengo miedo de disentir de ti sin saberlo»52.

Y como lo demuestra el caso del caballero romano Clutorio Prisco, pri-mer condenado a la pena capital por sus escritos, Tiberio instrumentalizó

48 La lex lesae maiestatis (la ley de majestad) se transformó ya con Augusto, en un arma jurídica que pasó a englobar el antiguo cargo de perduellio (críme-nes contra el Estado), y cuestiones más difusas como la difamación contra el princeps o algún miembro de su familia. En la República no era extraño que las causas capitales terminaran con la posibilidad de un exilio voluntario, pero ahora la jurisprudencia arbitraria del Principado fue agregando a esa lista la deportación, confiscación total de los bienes y la muerte del acusado. C. W. Chilton, «The Roman Law of Treason under the Early Principate», The Jour-nal of Roman Studies, 1-2, 45, 1955, 73-81.

49 Kurt A. Raaflaub, «Aristocracy and Freedom of Speech in the Greco-Roman World», en Ineke Sluiter y Rosen Ralph (eds.), Free Speech in Classical Anti-quity, Leiden, Brill, 2004, 43-58.

50 Frederick H. Cramer, «Bookburning and Censorship in Ancient Rome: A Chapter from the History of Freedom of Speech», Journal of the History of Ideas, 2: 6, april 1945, 157-171.

51 Crook, Augustus: Power, Authority… op. cit., 123. La facultad jurídica de la cognitio le permitía investigar las circunstancias legales sin intermediación de un juez. Asimismo, en virtud de su tribunicia potestas, heredó las prerroga-tivas de estos magistrados. Finalmente, su auctoritas era capaz de inclinar el resultado de los juicios. H. Galsterer, «The Administration of Justice», en Alan Bowman, Edward Chaplin y Andrew Lintott (eds.), The Cambridge Ancient History, Cambridge, Cambridge University Press, Vol. X, 1996, 397-410.

52 Tácito, Annales… op. cit., I. 74.5.

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esta ley durante parte de su reinado. Clutorio Prisco había sido premiado por componer un poema fúnebre dedicado a Germánico, el hijo adoptivo de Tiberio (sobrino biológico). Dos años después (21 d. C.), cuando se debilitó la salud de Druso, hijo de Tiberio, un delator llevó a la justicia a Prisco bajo el cargo de haber compuesto otro poema en nombre de Druso, y que esperaba su muerte para poder publicarlo y alcanzar un mayor pre-mio53. El poema había sido leído en una reunión de notables, que luego fueron llamados a declarar. Con la excepción de una asistente, todo el resto se aterrorizó y testimoniaron en contra de Prisco y finalmente fue aplicada la pena capital54. En su habitual taciturnidad, Tiberio habría lamentado la rapidez del juicio, aunque no censuró su resultado. Tácito, por su parte, sostiene que a pesar que se dictó un decreto para prorrogar los juicios con el fin de evitar condenas precipitadas, «el Senado no tenía la libertad de arrepentirse»55.

En el relato de Tácito, el miedo pasó a dominar la vida pública e intelectual de aquellos hombres que no demostraron la destreza suficien-te para evitar ser sindicados como enemigos del princeps56. La palabra asediada es una constante en sus escritos, como lo manifestó el propio his-toriador en las primeras líneas de la elegía dedicada a su suegro Agrícola, a propósito de las restricciones en tiempos de Domiciano: «pero, ahora, para relatar la vida de un hombre ya desaparecido me ha sido precisa una licencia que no hubiera necesitado si pretendiera acusarlo: ¡tan crueles y hostiles a las virtudes humanas están los tiempos!»57. Los tiempos lla-maban a la prudencia en virtud del terror que suscitaba verse acusado o siquiera involucrado marginalmente en un caso de majestad58. En efecto,

53 Ibíd., iii. 49.54 Ídem.55 Ibíd., iii. 51.2.56 El caso del caballero romano Marco Terencio puede ser tomado como una

verdadera excepción en la narración de Tácito. Marco Terencio, en pleno pro-ceso de majestad en el año 32 d. C. por su amistad con Sejano, fue absuelto en virtud de la honestidad de sus palabras. Terencio explicó que se acercó a Sejano, en parte, para estar cerca del poder imperial. Tácito, Annales… op. cit., vi. 8.1-4.

57 Tácito, Agrícola… op. cit., 1.4.58 Tácito, Annales… op. cit., iv. 69.3: «Los ciudadanos estaban más ansiosos y

llenos de temor que nunca, protegiéndose incluso de sus allegados; se evita-ban los encuentros y conversaciones, los oídos conocidos y los desconocidos; incluso se miraba con circunspección a las cosas mudas e inanimadas, a los techos y paredes».

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a propósito de la quema de los panegíricos y posterior ejecución de los senadores Aruleno Rústico y Herennio Seneción, Tácito relata que sus ver-dugos «creían, sin duda, que con aquel fuego se destruía la voz del pueblo romano, la libertad del Senado y la conciencia del género humano»59.

Tácito era consciente que, como base de la ciudadanía, la libertas romana estaba siendo hostigada y acorralada, especialmente cuando se trataba de miembros de la antaño poderosa aristocracia republicana. Los cambios señalados no fueron superficiales. El entendimiento de la ciu-dadanía romana durante la República, suponía un conjunto de derechos cívicos que hacían posible participar de los asuntos públicos y poseer sal-vaguardas jurídicas que protegían la vida de la persona. En buena parte, el princeps acaparró simbólica y materialmente estas prerrogativas, de modo que el garante de la ciudadanía y con ello de la libertas, fuera en última instancia su persona y no el sistema legal.

El Senado y el Ejército romano: enclaves aristocráticos de libertad

El relato de Tácito sobre el Senado y el Ejército es donde más cla-ramente apreciamos que, desde una perspectiva aristocrática, la libertad conllevaba participar plenamente del gobierno de la República según la auctoritas y dignitas de la persona. De ahí que, como señala Wirszubski, «el derecho a gobernar no era considerado un derecho cívico universal»60. Y es que no podía ser considerado un derecho extendido, pues en función de sus recursos económicos, ascendencia y sobre todo virtus (virtud), solo algunos lograban competir por las altas esferas del poder61.

59 Tácito, Agrícola… op. cit., 2.4. Los panegíricos estaban dedicados a los se-nadores estoicos con anterioridad ejecutados, Trásea Peto y Helvidio Prisco, respectivamente.

60 Wirszubski, op. cit., 14.61 La virtud romana en el siglo I a. C. reconoce al menos dos núcleos de sentido,

hablamos de la virtus-valentía y la humana-virtus. En su acepción como va-lentía, describe la propiedad del hombre que demuestra coraje y proeza física, ambos elementos que concurren en la definición de masculinidad romana en el contexto de una sociedad militarizada. La humana-virtus, en cambio, co-rresponde a una expansión del concepto que vino a significar el atributo ideal del ser humano desde la perspectiva de la excelencia moral. Balmaceda, Virtus Romana… op. cit., 286-295.

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Tácito sostiene que Domiciano «en vano habría reducido al silencio las actividades del foro y la honra de las artes liberales si otro lograba asumir la gloria militar»62. Estrictamente hablando, Augusto fue quien primero re-estructuró el poder militar en torno a su figura y luego, tanto Tiberio como Domiciano, habrían seguido ese precedente63. Con esto se buscó evitar la emergencia de potenciales competidores que pudieran eclipsar la excluyente gloria, poder y virtud que estos emperadores reclamaban para sí. El costo a pagar por esta política de Estado fue doble. En un nivel formal se manifestó en la pérdida del merecido reconocimiento para los generales victoriosos (ha-blamos de la entrega del triunfo), mientras que en un nivel sustantivo primó el criterio político por sobre el militar para abordar campañas y guerras.

En este contexto, no extraña que para Tácito el princeps no recono-ciera el mérito de sus hombres más valiosos en el Ejército y se conten-tara con reconocer victorias menores64. El caso del procónsul de África, Furio Camilo, fue ejemplo de esto. La provincia se encontraba asediada por la acción del caudillo númida Tacfarinate, y Furio Camilo logró una victoria contra las fuerzas de Tacfarinate el 17 d. C., razón por la cual se le asignaron las insignias del triunfo65. La dispensa de los honores no generó resquemores en Tiberio pues «no era tenido por militar experto. Con tal motivo fue mayor el entusiasmo de Tiberio al celebrar en el Se-nado su hecho de armas»66. El 24 d. C. el procónsul de África, Publio Dolabela, logró derrotar totalmente a Tacfarinate, pero Tiberio le negó el merecido triunfo en signo de deferencia a Sejano, cuyo tío, Junio Bleso, como procónsul de África celebró un triunfo, aun cuando no fue capaz de poner fin a la guerra67.

62 Tácito, Agrícola… op. cit., 39.2.63 Thomas E. Strunk, History after Liberty. Tacitus on Tyrants, Sycophants, and

Republicans, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2017, 707 (Ebook). Un análisis detallado sobre la conformación del Ejército profesional romano y las características de sus legiones, armada y política imperialista se encuentra en Lawrence Keppie, «The Army and The Navy», en Alan Bowman, Edward Chaplin y Andrew Lintott (eds.), The Cambridge Ancient History, Cambridge, Cambridge University Press, Vol. X, 1996, 371-396.

64 La única excepción en la narración de Tácito es Agrícola, a quien Domiciano en el año 84 d. C. le concedió la ornamenta triumphalia luego de haber con-quistado Britania. Tácito, Agrícola… op. cit., 40.1-4.

65 Tácito, Annales… op. cit., ii. 52.5.66 Ídem.67 Ibíd., iv. 26.1. Sejano fue prefecto de la guardia pretoriana, mano derecha de

Tiberio y terminó siendo condenado el año 31 d. C. por una conspiración.

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El caso de Furio Camilo no solo demuestra que la distribución de los honores militares respondía a criterios arbitrarios, sino que además ellos no se condecían con el desarrollo real que tuvieron muchos de los enfrentamientos. Por ejemplo, Tiberio se habría alegrado de los problemas suscitados por partos y armenios en las provincias del Oriente, pues sirvió de excusa para remover a Germánico de sus legiones del Rin y enviarlo «al frente de provincias nuevas, exponerlo a un tiempo al dolo y al azar»68. De igual forma, la acción militar se entorpeció también cuando lo con-vocó a un triunfo de una guerra con tribus germanas que aún no había concluido, el año 17 d. C.69. Asimismo, Tiberio tampoco permitió que Junio Bleso terminara las campañas en África —concedió que las legiones lo saludaran como imperator— y dio por concluida la guerra retirando la legión ix. Tácito dice que su sucesor, Publio Dolabela, «no se había atre-vido a retenerla [legión ix], temiendo más a las órdenes del príncipe que a las incertidumbres de la guerra»70. Junto con esto, el año 29 d. C., después de un exitoso levantamiento de los frisios, que según Tácito habría dejado 1.300 romanos muertos, Tiberio «disimulaba los daños sufridos para no confiar a nadie la dirección de una guerra»71.

Por otra parte, en el análisis que realiza Tácito sobre el Senado, obser-vamos cómo el príncipe hizo una usurpación del poder que la institución tuvo en la República, sin embargo, el historiador no veía en esto un proce-so unilateral; los senadores coadyuvaron a disminuir el rol tradicional de la corporación. Durante la República, el Senado era convocado por las al-tas magistraturas con tal potestad (ius agendi cum senatu) y ejercía como un consejo consultivo, que por convención y costumbre podía manifestar su opinión sobre cuestiones que afectaban a toda la comunidad72. Fina-lizadas las discusiones, y de no haber un veto, el Senado entregaba reco-mendaciones sin poder vinculante (Senatus Consultum), no obstante, por

68 Ibíd., ii. 5.1.69 Ibíd., ii. 26.1-5.70 Ibíd., iv. 23.2.71 Ibíd., iv. 74.1.72 A pesar que la convocatoria y la moción discutida era definida por el ma-

gistrado a cargo, no es posible aseverar que no había libertad de discusión. Ciertamente se reconocía un orden jerárquico donde algunos senadores de mayor rango eran quienes efectivamente hablaban (princeps senatus, con-sulares, praetorii), sin embargo, esto no conlleva que el Senado fuera un mero órgano consejero. Por el contrario, las discusiones alcanzaban un mo-mentum. Andrew Lintott, The Constitution of the Roman Republic, Oxford, Clarendon Press Oxford, 1999, 81-84.

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la auctoritas de la institución sus resoluciones eran generalmente adop-tadas73. Como señala Andrew Lintott, en la época republicana el Senado debe ser comprendido en su rol constitucional, en el que las normas comu-nes eran generadas (sin llegar a ser un cuerpo legislativo) aprovechando la amplia experiencia militar y política de sus miembros. Asimismo, el Senado también tenía un rol social, ya que en este «club aristocrático» las diferencias entre la clase dirigente eran negociadas y consensuadas74. Efectivamente puede parecer una paradoja que Tácito lamente el papel que tuvo el Senado con Tiberio, pues después de todo, la institución obtuvo nuevos poderes y podía aprobar leyes, elegir magistrados y actuar como una corte de justicia. De hecho, entre los años 18 a. C. y 4 d. C., Augusto llevó a cabo una serie de reformas para formalizarlo plenamente como un órgano de apoyo a su gestión75.

Con todo, el Senado experimentó restricciones e innovaciones en lo que había sido su rol constitucional. En primer lugar, ya fuera a través de su presencia física, de sus familiares o mediante cartas, los senadores estaban extremadamente conscientes que el princeps era quien controlaba los resultados de las discusiones. En segundo lugar, Augusto introdujo un subcomité o consilium senatorial para adelantar temas antes de ser discu-tidos en el Senado. Si bien su fin era agilizar la acción administrativa, era inevitable suponer que el verdadero debate ya había ocurrido. En tercer

73 El control del erario público, materias religiosas, asuntos legales y de orden público en Italia, envío y recepción de embajadas, decisiones estratégicas sobre la asignación de legiones en las provincias, elección de los magistrados para comandarlas y la ratificación de paz y alianzas formaban parte del amplio rango de acción del Senado. John A. North, «The Constitution of the Roman Republic», en Nathan Rosenstein y Robert Morstein-Marx (eds.), A Compa-nion to the Roman Republic, Oxford, Wiley-Blackwell, 2006, 257-267.

74 Lintott, op. cit., 84-174.75 Hablamos de las modificaciones conducentes a conformar una clase senato-

rial con estrictas reglas de funcionamiento y membresía: reducción del núme-ro a 600 senadores, cualificación económica mínima (censu senatorial de un millón de sestercios), control de las asistencias, fijación de los días para las sesiones, reducción del quórum del senatus consulta, derecho a sentarse en las primeras filas de los espectáculos, imposibilidad de casarse con ciertas clases/ejercer oficios específicos y el reconocimiento legal de pertenencia a la clase se-natorial hasta la tercera generación (incluyendo esposas). Richard J.A. Talbert, «The Senate and Senatorial and Equestrian Posts», en Alan Bowman, Edward Chaplin y Andrew Lintott (eds.), The Cambridge Ancient History, Cambridge, Cambridge University Press, Vol. x, 1996, 324-340; J. A. Crook, Augustus: Power, Authority… op. cit., 123-124.

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lugar, el príncipe monopolizó prerrogativas tradicionales del Senado, espe-cíficamente aquellas referidas al Ejército, relaciones internacionales, finan-zas públicas y la administración de las provincias76. Es cierto que Augusto y también Tiberio mostraron disposición a seguir trabajando —aunque no en términos de igualdad— con el Senado. Pero no hay que desconocer que era improbable que alguien hablara con extrema sinceridad o que incluso cuando Tiberio se retiró el año 26 d. C. a Capri, muchos siguieran creyendo que el Senado fuera relevante77. Este nuevo escenario puede ser pensado como un «pacto fáustico», en el que el príncipe resguarda y acrecienta la dignitas de los senadores, al precio que estos entregaran su poder de iniciar y discutir acciones políticas efectivas (libertas senatus)78.

Los momentos en los que Tácito muestra al Senado actuando libre-mente son escasos79. Un ejemplo sucedió el año 22 d. C., cuando el Se-nado tuvo que regular el asilo que ciertas ciudades griegas ofrecían a de-lincuentes, deudores y esclavos: «hermoso día fue aquel en que el Senado examinó los beneficios de los antepasados, los tratados con los aliados, (…) y todo ello —como antaño— con la libertad de confirmar o alterar»80. Sin embargo, estos eventos son episódicos y no marcan ninguna tendencia en la narración del historiador. Por de pronto, el año 15 d. C., cuando el Senado discutía sobre los recientes disturbios ocasionados por el pueblo en el teatro, se propuso que los histriones pudieran ser azotados, tras lo cual «interpuso su veto el tribuno de la plebe Haterio Agripa, que fue increpado por Asinio Galo en su discurso, mientras guardaba silencio Tiberio, que quería proporcionar al Senado aquellos simulacros de libertad»81.

Si el rol constitucional del Senado estaba severamente menoscabado, ¿qué había ocurrido con su rol social? Es en este punto que la voz del

76 Talbert, op. cit., 337-340.77 Ídem.78 S. P. Oakley, «Res olim dissociabiles: Emperors, Senators and Liberty», en A.

J. Woodman (ed.), The Cambridge Companion to Tacitus, Cambridge, Cam-bridge University Press, 2009, 184-194.

79 Tácito marca un punto de inflexión el año 23 d. C., que coincide con el ascen-so de Sejano, pues antes nos dice que los negocios públicos se habían debatido en el Senado con espacio para la discusión de los más notables. Es difícil soste-ner tal punto de inflexión, pues luego el mismo historiador en el obituario de Tiberio, nos muestra que la libertad en Roma atravesó un proceso progresivo de degradación. Ronald Martin, Tacitus, Los Ángeles, University of California Press, 1981, 104-106.

80 Tácito, Annales… op. cit., iii. 60.3.81 Ibíd., I. 77.3.

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historiador se funde con la del senador, quien no tiene ningún interés en condonar el a ratos patético comportamiento de sus colegas. En la base de estas acciones está el miedo, emoción que Tácito de manera clarividente asociaba con el poder del orden monárquico. Hay algunos que causaban miedo, mientras que había otros que lo padecían de manera extrema. Den-tro de los primeros estaban los delatores, cuyo accionar «por tantos años consumieron a la República»82. Algunos de ellos eran senadores, como Fulcinio Trión, a la postre cónsul el año 31 d. C.: «era Trión célebre entre los acusadores por su astucia y por su avidez de mala fama»83. No todos los delatores eran exitosos, aunque lo verdaderamente relevante fue el apoyo institucional que Tiberio les brindó. Por de pronto, cuando el expre-tor Cecilio Cornuto se suicidó en pleno juicio de majestad, correspondía que sus acusadores no obtuvieran beneficio económico alguno, después de lo cual Tiberio «se puso abiertamente de parte de los acusadores, que-jándose de que así quedaban enervadas las leyes y se ponía a la República al borde del precipicio; les dijo que era mejor acabar con las leyes que con sus guardianes»84.

Por contrapartida, quienes padecieron el miedo encontraron en la adulación un refugio. Desde el primer momento, después de la muerte de Augusto, el Senado apareció presto a la adulación del nuevo princeps: «en Roma cónsules, senadores, caballeros, corrieron a convertirse en siervos (…) mezclaban lágrimas y alegrías, lamentos y adulación»85. La adulación contaminó íntegramente a los distintos actores políticos de Roma, pues prohombres, consulares, pretores y senadores rivalizaban en las adula-ciones. Por lo mismo, Strunk habla de la naturaleza agonal que tiene la adulación para Tácito; si antes se competía por el honor y la gloria, ahora se buscaba agradar y sobrevivir al princeps86. El hartazgo en este desfile de aduladores llegó a tal nivel, que el mismo Tiberio reprochaba la acti-tud del Senado: «cada vez que salía de la curia, solía exclamar en griego algo así como: ‘¡Oh gente dispuesta a la esclavitud!’; es decir, que incluso

82 Ibíd., ii. 27.1. Los delatores instrumentalizaron el sistema de justicia criminal romano, enriqueciéndose como acusadores cuando lograban que la persona bajo juicio fuera encontrada culpable.

83 Ibíd., ii. 28.2.84 Ibíd., iv.27.1.85 Ibíd., i.7.1.86 Strunk, op. cit., 2379 (Ebook). Otros ejemplos de adulaciones en la narración

se encuentran en Tácito, Annales… op. cit., i. 13.5.; iii. 57.2.; i. 14.1.

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a aquel que no quería la libertad pública le repugnaba aquel rastrero y servil conformismo»87.

Como hemos visto, tanto en el Ejército como en el Senado, el Princi-pado desvirtuó la libertad de aquellos que históricamente jugaron un pa-pel preponderante al servicio de la res publica. Para participar del mundo político y militar había que hacerlo sometiéndose a las condiciones del princeps, asumiendo como natural el sabotaje constante al cual se podía estar afecto; en este contexto no se podía ser libre.

El coraje y la libertad en el Principado: el caso de los pueblos indómitos y dominados

En la sección precedente hemos planteado que la definición de li-bertad negativa en Tácito se vincula con un conjunto de interferencias arbitrarias que afectaron la vida de los ciudadanos romanos en relación con su libertad política. En lo que sigue, explicaremos la contracara posi-tiva del concepto de libertad en Tácito, mostrando de qué forma el autor resignificó la libertas desde una perspectiva individual y moral88. A través de la actitud que demuestran los distintos pueblos sometidos o en vías de ser derrotados por el imperialismo romano, Tácito elaboró una ingeniosa forma para mostrar que la libertad podía pervivir incluso en contextos de dominación. En ese sentido, el historiador seguía dialogando con la definición de libertas como ausencia de dominación, pero la extrapoló al plano de los Estados/pueblos89. Es indicativo que la mayoría de las veces que Tácito enuncia explícitamente la palabra libertad en ambas fuentes, esta se vincula con el concepto de libertad de los pueblos indómitos/do-minados (46%)90. No creemos que esto sea azaroso: la situación de estos pueblos le servía a Tácito para establecer un paralelismo con la situación que vivía Roma bajo el Principado. Específicamente, demostró que tanto

87 Tácito, Annales… op. cit., iii. 65.3.88 Es importante aclarar que la moral en Roma difiere del concepto moderno,

más atingente a la conducta personal. En ese sentido, los conceptos morales tenían una aplicación y proyección eminentemente social. Balmaceda, Virtus Romana… op. cit., 294-295.

89 Wirszubski, op. cit., 5: «La libertad negativa que tiene un Estado significa au-sencia de dominatio, de igual forma que la libertad negativa de un individuo significa ausencia de dominium».

90 Gráfico 1.

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romanos como «bárbaros» estaban sometidos a la misma experiencia de servidumbre, aunque ello no implicaba la desaparición de formas activas de resistencia91.

En los Annales y el Agrícola, el coraje que mostraban germanos y bri-tanos contra las legiones romanas esbozaba la creciente asociación que hizo Tácito entre libertad y la necesidad de mostrar virtud, entendida como el coraje guerrero al enfrentar a un enemigo (virtus-valentía)92. En el año 15 d. C., Tácito relata que Germánico atacó de improviso a los catos, esperando que estos se dividieran entre los caudillos Arminio o Segestes. De inmediato, el historiador traza una diferencia actitudinal entre estos líderes germánicos: «señalados ambos el uno por su perfidia para con nosotros, el segundo por su fidelidad»93. Frente al asedio romano, Segestes junto a su hija (esposa de Arminio) y un grupo de notables, decidieron acogerse a la clemencia de Germánico. Esta actitud contrastaba con la arenga de Arminio a los que-ruscos luego de haber sido derrotados: «si preferían la patria, sus mayores y sus antiguas cosas a aquellos señores y a nuevas colonias, debían seguir a Arminio, caudillo de la gloria y la libertad, y no a Segestes, que lo era de la vergonzosa servidumbre»94. Un año después y ad portas de enfrentarse

91 En esto seguimos a Myles Lavan, Wolf Liebeschuetz y Michael Roberts, quie-nes vinculan la pérdida de libertad en los pueblos descritos en el Agrícola, con un proceso de degradación moral que lleva a la inacción, cuestión que Tácito implícitamente vincula con Roma. Es sobre todo Lavan quien enfatiza esto, señalando que Tácito desarrolló una «psicología de la esclavitud» para dar cuenta de la situación tanto de los pueblos dominados como de los romanos. En esta psicología concurren elementos externos (dominación de Roma o el príncipe) e internos (complicidad, pasividad, pérdida de la voluntad de re-sistir). Myles Lavan, «Slavishness in Britain and Rome in Tacitus´ Agricola», Classical Quaterly, 1: 1, 2011, 294-305; Wolf Liebeschuetz, «The Theme of Liberty in the Agricola of Tacitus», The Classical Quaterly, 1: 16, 1966, 126-139; Michael Roberts, «The Revolt of Boudicca and the Assertion of Liber-tas in Neronian Rome», The American Journal of Philology, 1: 109, 1998, 118-132.

92 Balmaceda, Virtus Romana… op. cit., 286-295; Catalina Balmaceda, Virtus Romana: Politics and Morality in the Roman Historians, Chapel Hill, Univer-sity of North Carolina Press, 2017, 181-182. Un análisis sobre la importancia del concepto de virtud tanto en la República como en el Principado se encuen-tra en Donald Earl, The Moral and Political Tradition of Rome, New York, Cornell University Press, 1967.

93 Tácito, Annales… op. cit., I. 55.1. Segestes habría advertido a Publio Quintilio Varo antes que este cayera derrotado el año 9 d. C. en la batalla de Teutoburgo frente a Arminio.

94 Ibíd., I. 59.5

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germanos y romanos, Arminio pidió la posibilidad de conversar con Seges-tes, ahora romanizado con el nombre de Flavio. Mientras Segestes alababa la grandeza romana y resaltaba las penurias que sufrirían los germanos de ser derrotados, Arminio «le habla de los sagrados deberes para con la pa-tria, de la libertad ancestral, de los dioses tradicionales de la Germania»95. Luego y ahora en un discurso frente a sus tropas, Arminio, enfatizando la codicia y crueldad del imperialismo romano, se preguntaba: «¿les quedaba otra salida que aferrarse a su libertad o morir antes de ser esclavos?»96.

En el Agrícola este espíritu indomable en la lucha por la libertad es representado por el líder caledonio Calgaco. Antes de la Batalla del monte Graupius (84 d. C.), a través de un discurso de Calgaco, Tácito narra el sentir de los britanos que aún no habían sido conquistados por Agrícola97. Para Calgaco los romanos se definían por su imperialismo: «saqueadores del mundo, cuando les faltan tierras para su sistemático pillaje, dirigen sus ojos escrutadores al mar (…). A robar, asesinar y asaltar llaman con falso nombre imperio, y paz al sembrar la desolación»98. Asimismo, Cal-gaco reflexiona sobre la ventaja que hasta ese momento habían tenido al habitar la parte septentrional de Britania (actual Escocia): «no vemos las costas de los esclavos [costas de la Galia] y tenemos hasta los ojos sin profanar por el contagio de la opresión. A nosotros, los últimos habitan-tes de la tierra y la libertad nos ha defendido hasta el presente el mismo alejamiento»99. Sin embargo, los tiempos habían cambiado; Agrícola fue capaz de llegar con sus legiones al monte Graupius, por lo cual la ven-taja geográfica necesitó ser defendida de manera activa: «nosotros, con las fuerzas intactas, indómitos y dispuestos a conquistar la libertad (…) mostremos ya de entrada en el primer choque qué hombres ha reservado Caledonia para defenderse»100.

95 Ibíd., ii. 10.2.96 Ibíd., ii. 15.3.97 Para una discusión sobre la importancia en la historiografía antigua de la in-

serción de discursos ficticios mediante el recurso retórico de la inventio, Jaume Aurell, Catalina Balmaceda, Peter Burke y Felipe Soza, Comprender el pasado. Una historia de la escritura y el pensamiento histórico, Madrid, Akal, 2013, 16-19.

98 Tácito, Agrícola… op. cit., 30.4. La crítica al imperialismo romano no debe tomarse como la opinión personal de Tácito, sino como la capacidad del histo-riador para imaginar las objeciones de aquellos pueblos dominados por Roma. Balmaceda, Virtus Romana: Politics… op. cit., 146.

99 Ibíd., 30. 2-3.100 Ibíd., 31.4.

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Ambos ejemplos demuestran la estrecha relación entre libertad y coraje. De ahí que los casos donde primaba el ocio (otium) y la inercia (inertia) fueran instructivos para comprender los efectos de la inacción en la pérdida de la libertad. Tácito señala que, a diferencia de los britanos que mostraban fiereza, «los galos sobresalieron en las guerras; después, la apatía penetró en ellos de la mano de la tranquilidad y perdieron el valor y la libertad a un tiempo»101. Asimismo, Tácito señala que Agrícola ayudó a los britanos construyendo mercados, casas y templos, buscando promover la diligencia y laboriosidad en aquellos hombres «acostumbrados a pasar el descanso y el ocio entre placeres»102. Por otra parte, para Tácito el contacto entre ro-manos y britanos, visto desde la vertiente cultural de la romanización, tuvo efectos a la larga negativos para quienes adoptaron nuevos modos de vida: «empezó a gustarles nuestra vestimenta y el uso de la toga se extendió. Poco a poco se desviaron hacia los encantos de los vicios, los paseos, los baños y las exquisiteces de los banquetes. Ellos, ingenuos, llamaban civilización a lo que constituía un factor de su esclavitud»103.

Como señala Catalina Balmaceda, germanos y britanos estaban se-parados de los romanos no solo por una frontera geográfica, pues existía además una frontera de tipo temporal/política y otra cultural. La frontera temporal/política se relaciona con la representación que se puede hacer del mundo de estos pueblos como un «espacio republicano», a la usanza de la Roma republicana, es decir, un espacio donde la valentía, vigor, com-petitividad y gloria conformaban la virtud militar (militaris virtus) y eran valores para guiar la conducta de los individuos104. Como hemos visto en la sección anterior, esto contrasta con la actitud sumisa y acaso servil que demostraban políticos y militares frente al príncipe. Sin embargo, también habría una frontera cultural, pues la virtud que mostraron estos pueblos era menos «sofisticada» que la exhibida por un romano. En efecto, para Tácito britanos y germanos eran indisciplinados y, sobre todo, incapaces de trabajar con constancia por un objetivo común. Nuevamente, esto se presentaba en abierto contraste con el caso romano, para quienes «la res publica era responsabilidad e interés de todos»105.

En ese sentido, para el historiador fueron rescatables las muestras de valentía que exhibieron estos pueblos, pero ambos terminaron derrotados

101 Ibíd., 11.4.102 Ibíd., 21.1.103 Ibíd., 21.2.104 Balmaceda, Virtus Romana: Politics… op. cit., 136-147.105 Ibíd., 152.

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por los romanos. Es inevitable sindicar como una de las causas de la de-rrota la desunión y falta de disciplina con la que enfrentaban a las legio-nes romanas. Arminio fue incapaz de controlar el frente interno, afectado por los disensos con otros líderes germánicos, y terminó muerto por sus allegados: «le resultó adverso el espíritu de libertad de su pueblo»106. Por otra parte, Calgaco consideraba que los romanos eran «famosos gracias a nuestras desavenencias y discordias»107. Con todo, estos pueblos demos-traban que la libertad era una decisión que demandaba coraje y un rol activo. Sin embargo, estas eran condiciones necesarias pero no suficientes, pues además se requería de una comunidad política —no de caudillos dispersos— que imprimieran en la lucha por la libertad, una moderación y propósito común.

Paradigmas ciudadanos: Julio Agrícola, Germánico y Marco Lépido

En el tramo final del Agrícola, Tácito sintetiza la vida de su suegro con estas palabras: «pueden darse grandes hombres incluso bajo malos príncipes; que la fidelidad y la modestia, si van acompañadas de trabajo y energía, pueden superar la gloria de muchos que, por abruptos caminos, se hicieron famosos con su muerte ostentosa, pero sin ningún provecho para la nación»108. En sí misma, la frase no es solo una magnífica composición de justicia poética en el contexto de una elegía (laudatio funebris), sino que bien puede ser tomada como la unidad temática del Agrícola y la primera héxada de los Annales en lo que refiere al pensamiento político del historia-dor109. Tácito fue un hombre que decidió participar en el sistema político del

106 Tácito, Annales… op. cit., ii. 88. 2.107 Tácito, Agrícola… op. cit., 32.1. Solo tardíamente las tribus britanas se empe-

zaron a unir: Tácito, Agrícola… op. cit., 15.5.; 29.3.; 30.1.108 Ibíd., 42.4. Ejemplos de este tipo de muertes fueron la de los senadores es-

toicos Trásea Peto, Helvidio Prisco, Aruleno Rústico y Herennio Seneción. Para una introducción a estos casos, Tacitus, Agricola and Germany, Oxford, Oxford University Press, 1999, 1716.

109 Se han planteado tres vertientes para dar cuenta del pensamiento político de Tácito. Por una parte, el Tácito «rojo» (red Tacitus) descrito como un pensador antitiránico y a favor del gobierno republicano. El Tácito «negro» (black Ta-citus) representa una lectura monarquista del historiador, comprendiendo sus obras como un manual para cortesanos y/o príncipes, sobre cómo sobrevivir un régimen autocrático. Últimamente, también se ha desarrollado la lectura de un Tácito «rosado» (pink Tacitus), pragmático en su aceptación de una

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Principado, reconociendo que él mismo no estuvo exento de los horrores y excesos propios de su época110. Con todo, Tácito comprendió que su histo-riografía, pletórica en entregar ejemplos de virtud (exempla virtutis), serviría para testimoniar formas de ser libre en el Principado111. En ese sentido, y siguiendo a Ronald Syme, creemos que Tácito adhirió políticamente a una vía media: «la libertad sin licencia y el orden sin despotismo»112. Esta posi-ción no implicó una renuncia, sino una constatación de su tiempo histórico y de las opciones reales para retener la libertas.

Así entonces, para escapar de la cárcel conceptual del Principado, aque-lla que en términos estrictos implicaba un despojo de la existencia cívica, Tácito resignificó la libertad como una propiedad situada en la conducta personal. Esta conducta requería coraje y valor para actuar conforme a ciertos grados de independencia en un contexto de autocracia113. Britanos y germanos habían dado pruebas de esto, en la forma de una virtus-valentía; la libertad al fin de cuentas era una decisión, sin embargo, para sobrevivir en el Principado se requería algo más. Consciente de esto, el historiador posicionó la libertad en una red de conceptos morales que dieran cuenta que, además de coraje, se necesitaba una excelencia moral especial para la época; hablamos de la denominada humana-virtus114. Por lo mismo, el historiador registró para la posteridad aquellos paradigmas ciudadanos que

monarquía limitada, aunque crítico de sus excesos. Strunk, op. cit., 128; Da-niel Kapust, «Between Contumacy and Obsequiousness», European Journal of Political Theory, 3, 3, 2009, 293-311; Daniel Kapust, «Tacitus and Political Thought», en Victoria Emma Pagán (ed.), A Companion to Tacitus, Oxford, Wiley-Blackwell, 2012, 504- 524.

110 Tácito, Agrícola… op. cit., 45.1.111 Tácito, Annales… op. cit., iii.65.1: «De manera que no queden en silencio los

ejemplos de virtud, y para que el miedo a la infamia en la posteridad repri-ma las palabras y acciones perversas». Una visión distinta es la que sostiene Ronald Mellor, para quien Tácito «devela el lado oscuro de la vida pública y la pérdida de la virtus antigua, al tiempo que analiza la imbricación entre la maldad política y personal». Ronald Mellor, Tacitus´ Annals, Oxford, Oxford University Press, 2010, 79.

112 Syme, Tacitus vol. I…, op. cit., 28. Concordamos con Syme que leer a Tácito como un republicano o monarquista es una falsa dicotomía. Tácito aceptó el Principado como un hecho de la causa.

113 Michèle Ducos, «La liberté chez Tacite: droits de l´individu ou conduite indivi-duelle», Bulletin de l´Association Guillaume Budé, 2, 1977, 194-217; Martin, op. cit., 32-35.

114 Balmaceda, Virtus Romana… op. cit., 286-295. Para una aproximación a la re-lación entre la virtud romana y el concepto griego de areté, Myles McDonnell,

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actuaron con una resignación activa frente al príncipe. Resignaron la gloria y honores de tiempos republicanos, pero sirvieron activamente conforme al interés general de la res publica. Y para servir al Estado y sobrevivir en el intento durante el Principado, cultivaron y pusieron en práctica un conjunto de virtudes específicas: la moderación (moderatio), constancia (constantia) y obediencia (obsequium)115.

De este modo, Tácito mostró el camino hacia una libertad moral116, sin embargo, en las menciones explícitas a la libertas, este núcleo de senti-do no representa más que el 12% de la muestra total117. Esto puede expli-carse porque Tácito dispensó tal calificativo solo a hombres excepcionales en su relato, como su suegro Cneo Julio Agrícola, quien se enfrentó al tem-peramento hostil de Domiciano, el cual «era mitigado por la moderación y la prudencia de Agrícola, porque no provocaba ni a la fama ni a su destino con altanería ni con una vana presunción de independencia [libertatis]»118. Tácito dice que, desde su juventud y bajo la positiva influencia de su ma-dre, Agrícola logró encontrar mesura y prudencia en su formación acadé-mica, cuestión que luego se plasmaría en hechos a lo largo de su cursus ho-norum119. Como tribuno militar en Britania, bajo las órdenes de Suetonio Paulino, Agrícola no actuó licenciosamente, destinó tiempo a conocer sus tropas y se mantuvo incorruptible frente a las ventajas indebidas que pudo

Roman Manliness: Virtus and the Roman Republic, Cambridge, Cambridge University Press, 2006, 72-95.

115 La moderación implicaba el dominio propio y constancia, y aludía a la fir-meza en el accionar conforme a un propósito. Balmaceda, Virtus Romana: Politics… op. cit., 136-177. Si bien obsequium podía tener una connotación negativa según el contexto, Syme señala que para Tácito también podía signi-ficar «deferencia racional a la autoridad». Syme, Tacitus vol. I…, op. cit., 28.

116 El concepto de libertad moral lo desarrolla Daniel Kapust para describir «aque-lla independencia en la acción y discurso; específicamente es la independencia del individuo viviendo bajo un régimen autoritario (…) evitando por un lado la extrema adulación y servilismo, y por otro lado, lo que Tácito denomina la

‘abrupta contumacia’». Kapust, Between Contumacy…, op. cit., 294.117 Gráfico 1.118 Tácito, Agrícola… op. cit., 42.3.119 Fue tribuno militar de Britania bajo Suetonio Paulino (58-62 d. C.), cuestor

de la provincia de Asía (63/64 d. C.), tribuno de la plebe (66 d. C.), pretor (68 d. C), en el año 70 d. C. es nombrado legado de la xx legión, gobernador de Aquitania y probablemente nombrado cónsul (73-76 d. C.), finalmente go-bernador de Britania (77-84 d. C.). Tacitus, Agricola and Germany…, op. cit., 664-711.

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obtener del cargo120. Como cuestor de la rica provincia de Asia, mostró la misma probidad en los asuntos públicos, aun cuando el procónsul Salvio Ticiano, «inclinado a todo tipo de codicia, daría toda clase de facilidades para una mutua ocultación del delito»121.

En los peligrosos tiempos de Nerón, como cuestor Agrícola realizó las actividades propias del cargo «buscando el término medio entre la mo-deración y la abundancia, situándose tan lejos del despilfarro como cerca de la fama»122. Misma moderación y constancia mostró Agrícola cuando logró que la xx legión se sometiera a Vespasiano123. Agrícola supo templar-se y obedecer cuando estuvo bajo el comando de gobernadores inactivos, mientras que bajo otros más capaces manejó la gloria militar con cautela sin hacer gala de la fama bien ganada124. En sus primeros años militares no solo mostró disciplina, sino que también aptitudes prudentes y afables pro-pias de sujetos que actuaban en la esfera civil más que en el mundo militar. Una vez que asumió como gobernador el año 77 d. C., pudo dar cuenta de sus capacidades para gestionar exitosamente Britania. Inició su mandato procurando ordenar sus propias huestes: no encomendó a libertos/esclavos asuntos públicos, eligió a los centuriones según su mérito, actuó con seve-ridad frente a los abusos, aunque eso no habría menguado su capacidad de aceptar arrepentimientos, prefiriendo perdonar antes que castigar125.

Cuando llegó el momento de mostrar la virtud militar en la guerra, Agrícola actuó con una inteligencia práctica para consolidar el dominio romano. Según Tácito, no solo procuró explorar él mismo los territorios de Britania, sino que entendió que la única garantía de una paz duradera entre Roma y los pueblos sometidos era combinar la guerra con la roma-nización126. Asimismo, previo a la decisiva Batalla del monte Graupius que consolidaría el dominio romano en Britania, luego de seis años de cam-pañas, Agrícola resumió en estos términos su labor y la de sus soldados: «ocupamos el confín de Britania no por la fama y el rumor, sino con cam-pamentos y armas. Britania está descubierta y sometida»127. Frente a las

120 Tácito, Agrícola… op. cit., 5.121 Ibíd., 6.2.122 Ibíd., 6.3-4.123 Ibíd., 7.3: «Prefirió dar la impresión de que había encontrado buenos solda-

dos y no de que los había hecho buenos él».124 Ibíd., 8. Hablamos de Vetio Bolano y Petilio Cerial respectivamente.125 Ibíd., 19.1-3.126 Ibíd., 21.2.127 Ibíd., 33.3.

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fuerzas de Calgaco, Agrícola dijo a sus hombres que la gloria militar era aún un valor por el cual luchar, pues era preferible «una muerte honrosa a una vida infame»128. Ciertamente, a ojos de Tácito, Agrícola no vivió una vida infame. Después de la victoria y entregando una Britania sometida, retornó a Roma por orden de Domiciano, quien difícilmente podía tolerar que alguien más rivalizara con él en virtud militar129.

De vuelta en Roma, Agrícola disimuló la meritoria fama y «llevó una vida de total tranquilidad y retiro, moderado en su comportamiento»130. Hasta cierto punto, dejó que los hechos hablaran por sí mismos cuando, tras sucesivas derrotas del Ejército romano en Mesia, Dacia, Germania y Panonia, «la opinión pública reclamaba a Agrícola como jefe, compa-rando todos su fuerza, tenacidad y probado valor militar con la desidia y pánico de los otros»131. A pesar de esto, Agrícola supo asumir con realis-mo que su carrera pública había terminado, cuando Domiciano le cerró la puerta para que ejerciera como procónsul de África o Asia132. Agrícola encontraría luego la muerte, pero, según Tácito, había alcanzado un estado de plenitud sirviendo al Estado romano133.

Con respecto a Germánico, la evaluación de Tácito es más equívoca que aquella de Agrícola. En ciertos pasajes, el joven general mostraba inma-durez y falta de autoridad para conducirse en el ámbito militar y político134. En todo caso, estas críticas no aminoraban las cualidades que Tácito le reco-noce a Germánico en los Annales. Precisamente, Tácito señala que este «era un joven de talante liberal, de una admirable bondad, tan diversa del modo de hablar y de mirar de Tiberio, arrogante y sombrío»135. Habría que decir

128 Ibíd., 33.6.129 Ibíd., 39.1.130 Ibíd., 40.4.131 Ibíd., 41.3.132 Ibíd., 42.1-2.133 Ibíd., 44.3: «Había adquirido la plenitud de los verdaderos bienes, que están

en las virtudes, y, adornado con las galas del consulado y los honores del triun-fo, ¿qué otra cosa le podía deparar su fortuna?».

134 Tácito critica a Germánico por el pésimo manejo que tuvo de los amotinados en las legiones de Germania el 14 d. C., y también por una excesiva ingenui-dad que demostraba su falta de experiencia política, como sucedió en algunos momentos de su estadía en Oriente. Linda W. Rutland, «The Tacitean Germa-nicus: Suggestions for a Re-Evaluation», Rheinisches Museum fur Philologie, Neue Folge, 2, 130, 1987, 153-164; D.C.A. Shotter, «Tacitus, Tiberius and Germanicus», Historia: Zeitschrift fur Alte Geschichte, 2, 17, 1968, 194-214.

135 Tácito, Annales… op. cit., I. 33.2-3.

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que parte de su popularidad se debía también a que era hijo de Druso el Mayor, hermano de Tiberio, a quien el pueblo tenía en alta estima por con-siderar que «si hubiera llegado al poder, hubiera restablecido la libertad»136.

La política imperialista romana fijada por Augusto, en cierto sentido, demandó que los generales mostraran virtudes diferentes al momento de servir a la res publica137. Por lo mismo, hubo que desarrollar distintas cualidades, como aquella que mostró Germánico en tiempos de guerra cuando a Segestes, «con una respuesta llena de clemencia, le garantiza la indemnidad de sus hijos y allegados»138. Ser un buen general conllevaba también ejercitar la moderación, como la que demostró Germánico cuan-do fue llamado a celebrar el triunfo del año 17 d. C., con lo que Tiberio le quitó la posibilidad de continuar sus campañas en Germania. Todo esto no significa que la virtud militar fuera irrelevante, solo que Tiberio en ningún momento estuvo dispuesto a reconocer debidamente el coraje militar que Germánico demostró en vida139.

La vida de Germánico y sus atributos personales lo convirtieron en un líder que supo mantener la libertad, trabajando de manera mancomunada y acatando aquello que dijera el príncipe. La posición privilegiada de Ger-mánico en la dinastía Julio-Claudia, así como su popularidad, alimentó los temores de Tiberio. Sin embargo, desde un comienzo Germánico dio muestra de su lealtad, como cuando el año 14 d. C. se cuadró con el nuevo príncipe del Imperio romano y buscó anular los focos de sedición140. Junto con esto, no fueron menores los reconocimientos que le prodigaron sus soldados, naciones extranjeras y el pueblo romano. Sobre los primeros, «unos alababan la nobleza del general, otros su prestancia, los más su pa-ciencia, su amabilidad, su carácter invariable en las cuestiones serias y en

136 Ibíd., I. 33.2.137 En efecto, ya para el final del reinado de Augusto la política expansionista de

Roma había terminado. Keppie, op. cit., 371-372. Para una aproximación a las virtudes propias de la aristocracia en época republicana, Nathan Rosens-tein, «Aristocratic Values», en Nathan Rosenstein y Robert Morstein-Marx (eds.), A Companion to the Roman Republic, Oxford, Wiley-Blackwell, 2006, 365-382; Malcolm Schofield, «Republican Virtues», en Ryan K. Balot (ed.), A Companion to Greek and Roman Political Thought, Oxford, Wiley-Blackwell, 2009, 200-212.

138 Tácito, Annales… op. cit., I. 33.2-3.139 Ibíd., ii. 41.2.; i. 52; iii. 5.1, respectivamente. Hablamos de las primeras vic-

torias contra germanos en el año 14 d. C. y los escasos honores rendidos a Germánico por Tiberio durante sus exequias.

140 Ibíd., i. 33-34.

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las diversiones»141. Asimismo, Tácito sostiene que en su muerte, «lo llora-ron las naciones y reyes extranjeros; tanta había sido su benevolencia para los aliados, su clemencia para con los enemigos; verlo y oírlo inspiraban pareja veneración»142. El pueblo consideraba que tanto su padre como él habían «sido interceptados en su carrera solo porque pretendían organizar al pueblo romano en igualdad de derechos devolviéndole la libertad»143. En fin, la descripción de Tácito es elocuente: «Germánico, amable para con los amigos, moderado en los placeres, fiel a una sola esposa, con solo hijos legítimos, no había sido menos guerrero, aunque no tenía la teme-ridad de Alejandro, y se le había impedido someter a servidumbre las Germanias abatidas en tantas victorias»144.

Finalmente, en la primera héxada de los Annales, no cabe duda que Marco Lépido ejemplifica de manera sobria la posibilidad de ejercitar la libertad para un senador bajo el reinado de Tiberio. Desde un inicio, Tácito demuestra la valía y prudencia de Lépido, al señalar que el propio Augusto lo consideraba un posible sucesor que era «capaz pero que no tenía interés»145. En el año 21 d. C., Lépido mostró la misma moderación al declinar competir por el proconsulado de África contra Junio Bleso, excusándose pues «se entendía además lo que callaba: que Bleso era tío de Sejano y que por ello tenía mucho poder»146. Ciertamente sería un error considerar a Lépido como alguien inactivo que rehuyó de los avatares de la vida política durante el Principado. Sin ir más lejos, Lépido formó parte de quienes asumieron la defensa de Gneo Pisón, supuesto asesino de Ger-mánico, en un caso que, según Tácito, convulsionó al pueblo de Roma147.

En los casos de majestad contra Gayo Silio y Clutorio Prisco demos-tró la misma entereza y valentía. En el primer caso, Lépido se opuso a que se contraviniera la ley contra el patrimonio del acusado, pues después de su suicidio correspondía que una cuarta parte fuera a los acusadores y el resto a los hijos que le sobrevivían148. Luego, en la intervención durante el caso de Prisco, Lépido claramente estableció su parecer sobre el asunto, pues a cambio de la pena capital pidió como condena la interdicción del

141 Ibíd., ii. 13.1.142 Ibíd., ii. 72.2.143 Ibíd., ii. 82.2-3.144 Ibíd., ii. 73.2.145 Ibíd., i. 13.2.146 Ibíd., iii. 35.2.147 Ibíd., iii. 11.2.148 Ibíd., iv. 20.2.

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agua y fuego, exilio y pérdida de los bienes del acusado149. En esta pro-puesta subyace un juicio razonable: «las banalidades se diferencian de los crímenes, las palabras de las malas obras, y hay lugar a una sentencia por la cual ni este delito quede impune ni a nosotros nos hayan de pesar la clemencia ni la severidad»150.

Los reconocimientos a Lépido incluso llegaban de aquellas figuras que Tácito se encargó de mostrar como las más ominosas del nuevo ré-gimen. En el Senado lo consideraban «más amable que indolente, y que su estrechez de patrimonio y su nobleza vivida sin oprobio eran para él más motivo de honra que de ignominia»151. Asimismo, Tácito dice que Lépido «no carecía de prudencia, pues logró mantener su autoridad y su gracia ante Tiberio»152. El mismo Tácito, poco dado a enaltecer a los hom-bres que vivieron durante el Principado, consideró que «fue, para aquellos tiempos, un hombre recto y sabio, pues generalmente trataba de cambiar hacia mejor parte las crueles adulaciones de los otros»153. Adicionalmente, a partir de la conducta de Lépido, el historiador se preguntaba si acaso eran los hados quienes gobernaban las inclinaciones de los príncipes o si, por el contrario, «es posible seguir un camino libre de granjería y de peli-gros entre la tajante rebeldía y el vergonzoso servilismo»154. Esta pregunta es ciertamente retórica, como lo indica el obituario que escribió Tácito con ocasión de la muerte del senador: «murió también aquel año Marco Lépido, de cuya prudencia y sabiduría ya dije bastante en los libros prece-dentes. Tampoco su nobleza precisa de mayor demostración»155.

A través de los tres paradigmas ciudadanos que hemos descrito, Táci-to demuestra que la libertad era todavía posible en el Principado. Las tres figuras tienen en común una conducta que les permitía vivir con indepen-dencia bajo el Principado, evitando el servilismo (deforme obsequium) y la violenta obstinación (abrupta contumacia)156. Justamente de esto se trata-ba la vía media que Tácito buscó exaltar, pues aunque la libertad política estaba seriamente restringida, el fuero interno aún podía ser un espacio de

149 Ibíd., iii. 50.3-4. La propuesta de Lépido no fue acogida y como sabemos Clutorio Prisco fue ejecutado.

150 Ibíd., iii. 50.2.151 Ibíd., iii. 32.2.152 Ibíd., iv. 20.2.153 Ídem.154 Ibíd., iv. 20.3.155 Ibíd., vi. 27.4.156 Balmaceda, Virtus Romana: Politics… op. cit., 143.

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libertad. Agrícola, Germánico y Lépido habrían resistido los embates arbi-trarios del poder del príncipe a partir de ese fuero interno. Frente a la adu-lación que contaminó el escenario político romano de los primeros siglos del Principado, estos hombres mostraron una actitud moderada que los llevó a controlar su conducta. De igual forma, cuando el miedo al príncipe se transformó en una emoción que aumentaba la ansiedad y angustia de la aristocracia romana, los tres manifestaron constancia para actuar con firmeza, conforme a las necesidades de la res publica157. Encontraron así un complejo e infrecuente equilibrio para la época, actuando de manera virtuosa tanto por valentía como por los rasgos de excelencia moral que proyectaron a su accionar militar y político. Así pudieron seguir siendo dignos representantes de una aristocracia que tuvo que morigerar sus an-sias de gloria, al tiempo que siguieron sirviendo a Roma y, en el intento, no perdieron su libertad ni la vida. En resumen, estos paradigmas ciudadanos son un ejemplo que en el Principado «servir al Estado significaba ser un héroe, sin jugar el papel de héroe»158.

Consideraciones finales

En la primera héxada de los Annales y en el Agrícola, Tácito no dejó lugar a dudas que el Principado trajo consigo una revolución política, que también fue moral por añadidura. La institucionalidad republicana fue subvertida y transformada por un gobierno personal y arbitrario que limi-tó gravemente las aspiraciones de libertad política de la aristocracia repu-blicana, antes tan acostumbrada a participar plenamente de la res publica. De tal forma el vínculo entre la libertas y su núcleo de sentido jurídico/republicano se debilitó y con ello también la propia autocomprensión vital de ese grupo social. En ese sentido, la genialidad de Tácito fue comprender que el cambio de régimen político implícitamente conllevaba una degra-dación de la identidad aristocrática; militares y senadores ahora actuaban dominados por el miedo y subordinados al creciente poder del príncipe.

En este estado de cosas, Tácito realizó la resignificación del concepto de libertas en términos morales e individuales. Si ni la ley o el gobierno republicano eran garantías de libertad, para ser libre en el Principado era necesario tomar la opción personal de enfrentarse con independencia y

157 Ibíd., 194-195.158 Ibíd., 193.

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dignidad al poder despótico del príncipe. En otras palabras, esto exigía actuar con coraje y también mostrar una excelencia moral que permitiera sobrevivir al Principado, comportándose de manera virtuosa con modestia y constancia; esto es, siendo un paradigma de ciudadanía. De esta forma se podía servir a Roma y evitar trastocar el monopolio de la gloria, honor y virtud que el príncipe celosamente se arrogó. Era, por cierto, una forma menos atractiva para un aristócrata de servir a la res publica, sin embargo, fue la forma en que su existencia cívica y su libertad podía pervivir. Por lo anterior, Tácito es un historiador de una libertad política moribunda (mo-riens libertas), aunque no por ello su reflexión debe llevar al pesimismo. En última instancia, Tácito demostró que mientras existiera la posibilidad de actuar en el mundo con suficiente autodeterminación, incluso contra las restricciones impuestas por ese mundo, las posibilidades de ser libre y emanciparse del despotismo siempre estarían presentes.

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Contexto del uso de la libertad en Tácito

Gráfico 1

Tipos de libertad Annales (libros I-vi) Agrícola

Libertad política I.1.1; I.4.2; I.8.6; I.33.2; I.74.5; I.75.2; I.77.3; I.81.2; ii.82.3; ii.87; iii.27.1; iii.51.2; iii.60.3; iii.65.3; iii.70.1; iv.35.1; vi. 38.3; vi.42.2.

2.2; 2.3; 3.

Libertad personal ii.34.2; ii.35.2; iii.75.2; iv.27.1. 42.3.

Libertad pueblos dominados/indómitos

I.59.6; ii.4.2: ii.10.1; ii.15.3; ii.44.2; ii.45.3; ii.46.3; ii.87; iii.40.3; iii.45.2; iv.24.1; iv.36.2; iv.46.2; iv.50.3.

11.4; 24.3; 30.1 30.3; 31.4; 32.3.

Tabla 1159

159 La tabla resume las referencias de la ocurrencia de la palabra latina libertas y sus formas verbales relacionadas. Se registraron 43 casos que se representan en el gráfico. Elaboración propia a partir de los Annales (I-vi) y Agrícola.

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Entre la liberalización y la regulación: el mundo de las micros santiaguinas desde la

perspectiva de los choferes y empresarios del rubro (1979-2007)1

Pedro Dosque Concha

Introducción

Quince por ciento. Máximo un veinte por ciento del boleto. Por ese monto los choferes se despertaban a las 4 de la mañana, prácticamente todos los días del año, buscaban su máquina y «corrían a cien» por las calles de Santiago durante largas jornadas, y la conectaban completamente a través de una red de recorridos. Si un día no trabajaban, no tenían di-nero contante y sonante para sus gastos diarios y, para muchos, tampoco tenían para beber, despilfarrar y darle plata a las pololas y los amigotes que pululaban a su alrededor. Muchas veces, una micro era la inversión de un pequeño empresario que arriesgaba todo lo que tenía lanzando su capi-tal a la calle, a competir contra el capital de otros cientos de empresarios. Cada pasajero contaba: era la ley de la oferta y la demanda —la «ley de la selva»—, pero el usuario por lo menos tenía una micro que pasara ha-cia donde lo necesitaba. Frecuentemente, solo nos acordamos de parte de la historia: de las micros corriendo, pero no del micrero ni del empresario.

Ya han pasado 10 años desde que este sistema de locomoción de San-tiago fuera reemplazado por el sistema Transantiago. Muchos micreros quedaron desempleados, la mayoría de los empresarios quedaron fuera del nuevo sistema y no pudieron pagar sus deudas, mientras que la actitud de

1 Este artículo fue desarrollado en el Seminario de Licenciatura del Instituto de Historia uc, Historia oral y memoria: una aproximación a la historia del tiempo presente, de la profesora Nancy Nicholls.

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la gente hacia el transporte cambió de manera negativa. Esto provocó que el recuerdo que se tenía sobre el antiguo sistema de transporte se transfor-mara. En el caso de los choferes, la memoria actual de las micros de colo-res2 y las micros amarillas3 se encuentra completamente mediada por el Transantiago, ya que se basa en la constante comparación con este último. Esa evocación se asemeja a un trauma, en el sentido de estrés extremo, ya que su implementación fue una amenaza profunda —imaginada o real— a su bienestar, mientras que su funcionamiento ha tenido consecuencias de largo plazo en la vida emocional y social de los choferes hasta el día de hoy. Pero en cambio, en el recuerdo del sistema, la experiencia humana no permanece en la memoria de muchos de los usuarios, sino solo números, frecuencias, velocidades.

En 1979 se inició una liberalización del sistema de transporte de San-tiago. Entre ese año y el inicio del Transantiago en 2007 transcurrieron casi tres décadas en que las costumbres se mantuvieron y se desplazaron hacia el nuevo siglo: tal vez el sistema de locomoción se acabó, pero los trabajadores permanecieron en el rubro del transporte, trabajando en el Transantiago. La cultura no se desmarca del contexto histórico y, en este caso, las micros antiguas son reflejo de una época de liberalización de la economía chilena y una herencia de las políticas de la dictadura, y que se mantuvieron hasta dos décadas después de que esta acabara. A su vez, el regreso a la regulación en la década de 1990 ocurrió bajo el procedimiento de la licitación, que es un reflejo de la forma de provisión y regulación de los servicios públicos bajo los gobiernos de la Concertación. Por tanto, por su envergadura y efecto en la vida cotidiana que tiene el transporte colectivo, podemos decir que las micros santiaguinas fueron un paradigma de la manera de hacer políticas públicas en Chile en las últimas tres a cuatro décadas.

En este trabajo hacemos un análisis basado, principalmente, en entre-vistas realizadas a personas que participaron en la provisión del transporte

2 Este es uno de los nombres que se le da al sistema de locomoción colectiva de Santiago antes de la licitación implementada en 1992, ya que cada línea po-seía sus propios colores característicos. También eran conocidas como micros antiguas, pero este último término algunos lo utilizan para englobar todos los sistemas anteriores al Transantiago; convención que también usaremos. Tam-bién ocupamos el término micro de manera más amplia a la utilizada en la época de estudio para abarcar a los taxibuses o liebres, que eran de un menor tamaño que las micros.

3 Este es uno de los nombres que se le da al sistema de locomoción colectiva de Santiago desde la licitación de 1992, momento en el cual se obligó a pintar todas las micros de color amarillo con techo blanco y letras negras.

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público entre los años 1979 y 2007. De estas fuentes surgió una de las problemáticas principales que buscamos dilucidar en las siguientes pági-nas: la mayoría de los entrevistados añoran el sistema antiguo a pesar de que no quisieran volver a trabajar en tal sistema. Prefieren el Transantiago, a pesar de que varios sienten que tanto pasajeros como empresarios los miran como una parte más de la maquinaria, mientras que antes se sen-tían más respetados como personas. Nuestra hipótesis es que las micros antiguas corresponden a un mundo artesanal, percibido como propio por los choferes, ya que fue creado a través del emprendimiento y del esfuerzo diario de muchos conductores y empresarios. Esta sería una memoria que se contrapone al sistema actual del Transantiago, insípido y caracterizado por la tecnificación de la ingeniería. Antes estos actores trabajaban en un mundo de relaciones laborales y sociales mantenidas por ellos mismos y que, hasta cierto punto, podían manejar, mientras que en la actualidad no tienen ni voz ni voto en las operaciones de su trabajo.

Se ha estudiado mucho el sistema de locomoción de Santiago, pero no el mundo de la locomoción que se formó dentro de este sistema. La literatura formal al respecto es escasa y la podemos sintetizar como in-vestigaciones realizadas por ingenieros y economistas sobre la eficiencia del sistema de transportes y cómo las diversas leyes promulgadas entre las décadas de 1970 y 1990 impactaron el servicio y a la ciudad. Por tanto, la investigación histórica de estos estudios ha sido realizada solamente para poseer un marco a partir del cual proponer nuevas ideas para modificar el sistema de transportes del momento4. Entonces, debido a sus objetivos, estos estudios no analizan la experiencia laboral y empresarial de lo que fue un nuevo marco de funcionamiento fundamentado en ideas neolibe-rales, a diferencia de lo que existió antes y después de las micros antiguas.

Junto a esta bibliografía también existe una «literatura» informal conformada por algunas páginas de internet, blogs y archivos de fotogra-fías, así como boletos, vehículos y diversos objetos relacionados con el

4 Algunos ejemplos destacados de esta literatura son Guillermo Díaz, Andrés Gómez-Lobo y Andrés Velasco, «Micros en Santiago: de enemigo público a servicio público», Centro de Estudios Públicos (cep), Estudios Públicos, 357, 2004; Oscar Figueroa, «La desregulación del transporte colectivo en Santia-go: balance de diez años», eure, 16: 49, 1990, 23-32; Oscar Figueroa, «Four decades of changing transport policy in Santiago, Chile», Research in Trans-portation Economics, 40: 1, 2013, 87-95; y Ian Thomson, «Urban bus dere-gulation in Chile», Journal of Transport Economics and Policy, 26: 3, 1992, 319-326.

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transporte público que han recopilado algunos coleccionistas (que inclu-yen carteles de recorridos, adornos, réplicas en miniatura e incluso asien-tos, entre otros). Estos relatos se establecieron a partir de la nostalgia que surgió después de la decepcionante implementación del sistema Transan-tiago. Esto fue decisivo para el desarrollo de una visión nostálgica del mundo de las micros, que se alejaba de la crítica y que no se relacionaba con un análisis del sistema de locomoción. Sin embargo, y vinculado a lo anterior, en los últimos años se ha generado un estudio más profundo de la materialidad del sistema a través de carteles, boletos y fotos de micros en sus recorridos diarios5.

Por tanto, planteamos que existe un vacío en la literatura, el cual pro-ponemos empezar a corregir mediante el análisis de entrevistas a choferes y empresarios que fueron testigos directos de esta época de las micros an-tiguas. Abordaremos este mundo mediante la historia oral y la memoria actual dentro de una visión holística del sistema de locomoción colectiva, ya que es necesario analizar una industria como un todo. Una industria implica una diversidad de actores, actos, acciones y lugares, y para comprenderla es necesario un estudio que abarque todas estas dimensiones y sus relaciones. Sin embargo, por la extensión de este trabajo, nuestro objetivo es más limi-tado. Analizaremos la industria a partir de la provisión del servicio, desde la perspectiva de los choferes de micro. Así, esperamos que el lector pueda vincular esta visión a su propia experiencia y a la literatura sobre el tema, de modo de obtener la visión holística del sistema que proponemos.

El período temporal de nuestro estudio abarca desde la promulga-ción del Decreto 320 de 1979 del Ministerio de Transporte y Telecomu-nicaciones, con el cual se inició la liberalización del sistema mediante el permiso casi automático para operar «nuevas» micros en los recorridos ya existentes, hasta la implementación del Transantiago el 2007. Por su parte, el marco espacial del estudio es toda la ciudad de Santiago, ya que las líneas de micros recorrían la ciudad de extremo a extremo. A principios de los noventa, se contaban hasta 13.000 micros, que llegaban a prácti-camente todos los lugares de la ciudad. Además, la locomoción colectiva

5 Dentro de esta literatura destaca Marcelo Mardones, Simón Castillo y Wal-do Vila, Micropolis: Historia visual del Transporte Público de Superficie en Santiago, 1857-2007, Santiago, Consejo Nacional de Culturas y Artes, 2011; Paula Gajardo, El Rey del Cartel, Proyecto de Título Duocuc, 2013, http://www.youblisher.com/p/715705-El-Rey-del-Cartel; y el trabajo de coleccionis-mo y exhibición de boletos de la Agrupación de Coleccionistas de Boletos, Boleccionistas.

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unió espacialmente a una ciudad segregada socioeconómicamente con una densa red de movilidad, que era ineficiente, pero llegaba a todas partes.

Para nuestro análisis la fuente principal será un conjunto de entre-vistas orales, ya que el testimonio oral es clave para conocer la realidad de una industria privada en que se conservan pocos documentos escritos. Pero también complementamos esos testimonios con otro tipo de fuentes primarias como leyes, fotografías, revistas y periódicos de la época. Del mismo modo, utilizamos fuentes secundarias, como análisis económicos del sistema, un libro de cuentos escrito por conductores, y noticias y re-portajes que recuerdan el sistema de locomoción. Con respecto a las en-trevistas, realizamos diez6, lo cual es una muestra pequeña considerando la cantidad de gente involucrada en el sistema en un momento y a través del tiempo, por lo que los resultados son provisorios. Sin embargo, las respuestas de la mayoría de los entrevistados son muy coherentes entre sí.

Considerando la hipótesis que presentamos en esta introducción y las carencias de la literatura, dividimos este trabajo en tres secciones: en un primer apartado describimos el sistema de locomoción pública de Santiago y sus cambios entre la década de 1970 e inicios del siglo xxi, enfocándo-nos en los procesos relevantes para los choferes y empresarios. Luego, nos adentramos en el mundo de los choferes de micro ocupando como fuente principal las entrevistas realizadas para este estudio. Por último, hacemos una reflexión sobre la memoria de los sistemas de locomoción antiguos tras diez años del inicio del Transantiago.

El sistema: la locomoción colectiva de Santiago

El sistema de transportes motorizado de la ciudad de Santiago se había desarrollado de manera espontánea, desde la llegada comercial de los vehí-culos a motor durante la segunda década del siglo xx. Se habían convertido en «emprendedores»; muchos de ellos habían sido cocheros y, debido a la expansión de la ciudad, se dieron cuenta que había rutas que los tranvías no

6 Podemos dividir a los 10 entrevistados en: 7 choferes, uno de los cuales fue dueño de su micro desde 1985 hasta el inicio del Transantiago, y otro que lle-gó a tener hasta tres micros hacia el final de las micros antiguas; 2 inspectores, uno durante las micros de colores, y otro durante las micros amarillas; y 1 empresario desde 1989. Todos excepto los dos inspectores y 1 chofer siguieron trabajando en el nuevo sistema de Transantiago.

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podían satisfacer, por lo cual empezaron a cubrirlas con autobuses de todos los colores. Pronto superarían a la competencia gracias a la flexibilidad na-tural de sus vehículos, para más tarde consolidarse como el principal sistema de transporte de Santiago7. Así, en una completa informalidad, se originó el oficio de los que en el futuro serían llamados microbuseros o micreros.

Entre 1950 y 1970 Santiago tuvo un crecimiento demográfico y espa-cial vertiginoso, incluso más veloz que en los inicios de siglo. La población de la capital se expandió de 1.384.285 habitantes en 1952 a 2.125.000 en 1960 y a 2.779.000 en 1970, el doble que en 1952. Y en tal contexto, los servicios públicos de Santiago no pudieron satisfacer las crecientes necesidades de su población urbana.

Fue también en esos años en que el Estado empezó a intervenir en el sistema de transportes, con el fin de intentar regularlo. Por una parte, las autoridades solo constataron la realidad al formalizar las líneas ya dise-ñadas por las asociaciones que habían creado los propios microbuseros8. Pero también agregaron requerimientos para entrar al negocio, crear nue-vas líneas e importar autobuses; fijaron las tarifas de los pasajes y empezó un sistema mixto de provisión del servicio, al crear la Empresa Nacional de Transportes Colectivos en 1945, llamada Empresa de Transportes Co-lectivos del Estado (etc) después de ser completamente estatizada en 1953.

La escasez de oferta de locomoción continuó siendo la tónica y, aun más, el gobierno empeoró la situación al imponer fuertes restricciones. El sistema de transporte público simplemente no dio abasto, ya que la demanda superaba con creces la oferta de locomoción y la gente iba prác-ticamente «colgada» de los autobuses, porque no había espacio dentro de ellos. Miguel Quinteros, chofer de transporte público de esos años, relata que cuando empezó a trabajar en el año 1969 «al lado derecho de la puer-ta de subida de los pasajeros no tenían espejo. Y ahí había un gallo, 5 o 6 gallos colgando de la manilla. No sé cómo cresta manejaba uno (…). Se colgaba en las ventanas la gente. Era un sacrificio enorme para la pobre gente tomar locomoción»9.

7 Tomás Errázuriz, «El asalto de los motorizados: El transporte moderno y la crisis del tránsito público en Santiago, 1900-1927», Historia, 43: 2, 2010, 357-411. Realiza un extenso análisis de lo ocurrido en el sistema de transportes de Santiago en el primer cuarto del siglo xx.

8 Figueroa, «La desregulación del…», op. cit. Más adelante profundizamos so-bre las asociaciones.

9 Entrevista a Miguel Quinteros, Santiago, 19 de octubre de 2017. Actualmente tiene 71 años y es jubilado.

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La calidad de las micros también dejaba mucho que desear, hasta que en la década de 1970 empezaron a aparecer lentamente las nuevas carrocerías de Metalpar, Cuatro Ases, Carromet, entre otras. Las micros más antiguas se construían a partir de motores y chasis de camiones, con carrocerías artesanales para adaptarlas al transporte de pasajeros. Incluso se mantenían en circulación máquinas como la Studebaker 37 —por el año del modelo—, el autobús, con carrocería de madera y frenos de varilla, en que Ricardo Fuentes empezó a trabajar a inicios de 196010. Del mismo modo, las micros en que trabajó Miguel Quinteros en esa época eran muy inestables, tenían pisos de madera y lata delgada, que se rompían, y «pa-rabrisas de corredera, para que la máquina se ventilara. Pero sale un par de palomas, te chocan y te salta todo para adentro»11.

El sistema de transportes era muy artesanal12 y desordenado en su malla de recorridos. En 1978, el ingeniero Mario Gómez explicaba que hasta hacía poco en la locomoción no se planificaban los recorridos, «se confeccionaban por intuición y casi en sentido artesanal: por donde tran-sitaba más gente, por allí pasaba la micro»13. Quinteros confirmó esto, al asegurar que él sintió que el ordenamiento surgió en la década de 198014. Es decir, el sistema ya mostraba la desorganización causada por la atomi-zación del servicio en varios pequeños empresarios, cada uno buscando el recorrido más rentable.

Uno de los mayores problemas dentro de este sistema, y también una causa tanto de la escasez de oferta de locomoción pública como de la mala calidad de las micros, fue la regulación del precio de los pasajes, que existió hasta 1983. La persistente inflación que hubo hasta esa época causaba el aumento de los costos operativos, pero el Estado no subía consecuentemente el precio de los pasajes por el peligro político que sig-nificaba. Esto causaba problemas a los dueños de micros para mantener sus operaciones. Esta situación se mantuvo incluso bajo el gobierno de

10 Entrevista a Ricardo Fuentes, Santiago, 07 de octubre de 2017. El nombre es un seudónimo. Actualmente tiene 77 años y es conductor de colectivos, ya que por su edad fue obligado a retirarse como chofer de micro.

11 Entrevista a Miguel Quinteros, op. cit.12 Luego, como veremos, continuará siendo artesanal en su administración hasta

el final del sistema.13 Sindicato General Profesional de Dueños de Autobuses de Santiago, «Plani-

ficar es sinónimo de eficiencia», Sobre ruedas, Santiago, N° 1, enero de 1978, 6. Nótese que esta revista es de los empresarios del rubro, por lo que hay que matizar sus afirmaciones ya que tienen fines empresariales en su época.

14 Entrevista a Miguel Quinteros, op. cit.

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Augusto Pinochet, lo cual El Mercurio destacó en 1977 como un caso especial dentro de la economía:

«Se diría que la política económica abierta y libre que impera en el resto de las actividades, tanto los insumos como para los precios, no rige para el sector transporte. Es notable que la importación de buses mantenga anacrónicos impuestos (…) Se diría que el régimen de libertad económica imperante en extensas áreas de la actividad económica del país tiene su excepción en el campo del transporte»15.

Había miedo tanto por parte de la autoridad como de la población de que «cuando se les autorice una tarifa libre sin restricciones, se pro-duzcan abusos que vayan en perjuicio de los usuarios»16. Y así se les hizo notar a los dirigentes microbuseros en las entrevistas periodísticas que se les hacía en esos años. Probablemente, las manifestaciones por alzas de las tarifas de la locomoción santiaguina estaban aún en la memoria al rea-lizar estas preguntas, ya que las alzas de pasajes habían sido motivo de las primeras manifestaciones sociales «espontáneas» de Santiago, que habían llegado a casos de violencia callejera y muertes, como en la Huelga de la chaucha de 1949 y las manifestaciones de abril de 1957.

Ante la situación crítica que les imponía la fijación de tarifas, los dueños de micros alegarían por años que no podían cubrir sus costos, y más aún, que provocaba la descapitalización de la actividad, por lo que a muchos micreros no les alcanzaba para adquirir repuestos y renovar sus vehículos. En 1983, este conflicto llegó a tal punto que, como medio de presión, los micreros publicaron en su revista gremial Sobre Ruedas sobre suicidios de dueños de micros que no podían pagar sus deudas debido a la estrechez económica que causaba la regulación.

Por tanto, existían dos problemas principales que explicaban la baja cantidad de autobuses en la época anterior a la liberalización: i) la re-gulación de importación de buses y la dificultad para conseguir permi-sos de circulación, y ii) los acotados ajustes de tarifas que estrechaban los ingresos de los empresarios y los «sacaban de la calle». Sin embargo, el primero de estos problemas no afectaba tanto a los empresarios que ya estaban dentro del sistema, sino más bien a los que querían entrar y a los usuarios. Por esto, los alegatos se centraban en el segundo problema, como declaraba el dirigente Julio Vega en 1980: «sobre los problemas (…)

15 El Mercurio, Santiago, 05 de septiembre de 1977, 3.16 La Segunda, Santiago, 12 de mayo de 1981, 29. Entrevista a Miguel Herane,

Pdte. del Gremio de Dueños de Micros.

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el más importante es el económico, ya que hay empresarios que en estos momentos tienen máquinas cancelando y no pueden dar cumplimiento, y hay otros que tienen sus máquinas pagadas y no pueden repararlas como es debido, por (…) falta de una tarifa real»17.

A pesar que las tarifas no se liberalizaron hasta 1983, la situación tuvo un punto de inflexión en 1979 después del Decreto 320 del Minis-terio de Transportes y Telecomunicaciones. Desde entonces se realizó una progresiva liberalización del sistema de transportes público de Santiago que duró una década y que, en 1988, llegaría a conformar prácticamente una liberalización total de la industria. El objetivo de esta política era pa-liar los problemas crónicos de oferta del servicio de transporte en la capital del país, la cual era causada por la regulación que manejaba el gobierno a través del establecimiento de trabas de entrada a la industria18. En con-sonancia con la política económica neoliberal predominante de la época, con esta liberalización el gobierno esperaba que las fuerzas del mercado llevaran al «óptimo» social, que no existía bajo la intervención del Estado. De este modo la oferta aumentaría, los precios bajarían y la eficiencia y calidad del sistema mejoraría.

Sin embargo, no fue así. Al dejar la organización del mercado de ma-nera «natural» —sin intervención— a los oferentes, el resultado fue la co-lusión de los operadores19 a través de sus ya antiguas asociaciones y los nuevos gremios creados especialmente para organizarse bajo las nuevas reglas. El resultado final fue la sobreabundancia de micros, el aumento sostenido de los pasajes hasta 1991 (ver gráfico 1)20, una pronunciada contaminación atmosférica y sonora, la congestión del centro de Santiago,

17 Asociación Gremial Metropolitana de Transporte de Pasajeros, «Meta co-mún», Sobre ruedas, Santiago, N° 4, julio de 1980, 4.

18 El decreto estableció que lo único necesario para inscribir un autobús en la locomoción colectiva era un certificado de revisión técnica del vehículo en una planta autorizada por el ministerio y el itinerario ya aceptado por el ministerio al que se incluirá el nuevo vehículo o la descripción del nuevo itinerario.

19 Los operadores son los propietarios de las micros, es decir, los empresarios mi-crobuseros. Estos pueden ser desde un chofer que compró uno o dos vehículos, hasta empresarios que administran una flota de vehículos.

20 En 1980 se estableció mediante el Decreto supremo 270 una liberación parcial de las tarifas para buses cuyo año de fabricación fuera 1976 o posterior, lo cual implicó en la práctica una incorporación gradual a la libertad tarifaria con el paso de los años. Pero fue recién en mayo de 1983 que se concedió la tarifa libre total.

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y una competencia que terminó por perjudicar a los mismos choferes al generarles menos ingresos y más trabajo.

Gráfico 1. Tarifas y número de buses en Santiago, 1979-200121.

La cartelización22 de la industria se inició en la década de 1980 y se mantuvo hasta el fin del sistema de micros amarillas. Esta fue impuesta desde las asociaciones gremiales que funcionaban en cada línea de recorri-dos, las cuales pudieron disciplinar a sus miembros y desincentivar a sus competidores a través de tres mecanismos23. Estos consistían en premiar a los miembros que cobraban las tarifas fijadas con seguros más baratos; y si el operador bajaba su tarifa, se castigaba mediante la eliminación del orden de salida de sus micros y con el acoso de sus micros en la calle con otras micros, ya fuera mediante agresión o una competencia focalizada contra el rebelde. Este comportamiento colusorio les permitió mantener los precios de los pasajes altos en libre competencia, pero no les permitió evitar la constante entrada de nuevos operadores atraídos por las posibles ganancias. Tal situación alcanzó su punto culminante en 1990, cuando

21 Díaz, et al., «Micros en Santiago…», op. cit, 10.22 Por cartelización entendemos el acuerdo entre empresarios o empresas para

no competir entre ellos y controlar en conjunto la producción de un bien o la oferta de un servicio (por ejemplo, evitar la entrada de nuevos competidores, repartirse zonas del mercado o fijar precios de mutuo acuerdo).

23 Ibíd., 23-25.

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el número de micros llegó a 13.698, un 250% más que en 1979, lo que colapsó las vías de la ciudad con una congestión y contaminación memo-rables en el centro de Santiago.

A través de este esquema de colusión, las asociaciones de micro-buseros obtenían sus beneficios forzando a sus miembros a pagar altas cuotas llamadas «pagos de planilla». Camilo Valdés, chofer que llegó a tener tres máquinas durante la etapa de las micros amarillas, recuerda al respecto que

«Exigían un derecho para poder ingresar a la línea (…). Y eso hasta el 2010. Y pagábamos 40 mil de planilla que era un robo (…). Esos 40 mil pesos diarios era porque nos prestaban el recorrido para trabajar. Y eso, trabajara o no trabajara, tenía que pagar. (…) Entonces todos esos boletos los vendía la asociación, y ellos los compraban al Banco del Estado en ese tiempo, y ellos no lo vendían a nosotros. Entonces ellos los compraban a 5 pesos y a nosotros nos los vendían a 30. Ese era el negocio para los diri-gentes (…). Y usted tenía que someterse porque no había otro sistema»24.

Cristóbal Sánchez confirma que esta situación era generalizada, ya que los pequeños empresarios «se veían sumidos bajo el yugo de los direc-torios de más alto rango dentro de las líneas, porque prácticamente tenían dueño y nombre: la línea Manuel Montt-Cerrillos, la línea Matadero-Palma, Ovalle-Negrete, eran los de siempre. Las asociaciones gremiales eran verdaderos monopolios»25.

Entonces, hacia 1983, la liberalización estaba «completa». Se había facilitado la entrada de nuevas máquinas, se había establecido la libertad tarifaria y la empresa estatal etc se había extinguido oficialmente a través del Decreto ley 3.659, de marzo de 1981. Ahora los «amos y señores de las calles» eran exclusivamente las asociaciones privadas26.

Antes de continuar el análisis, es necesario realizar una digresión para profundizar en dos aspectos claves del rubro: el espacio y las escalas de funcionamiento. Las micros cubrían Santiago con una amplia red que la

24 Entrevista a Camilo Valdés, Santiago, 30 de septiembre de 2017. El nombre es un seudónimo. Actualmente tiene 75 años y trabaja en una empresa de Tran-santiago, aunque no como chofer por su edad.

25 Entrevista a Cristóbal Sánchez, Santiago, 29 de agosto de 2017. Cristóbal es —oficialmente— chofer de micro desde 1994, tiene 42 años y actualmente es líder sindical en una empresa de Transantiago.

26 Más tarde hubo un cambio más que ya significó la liberalización total del sis-tema: en 1988 se decretó que cualquier operador era libre de operar el re-corrido que quisiera, sin autorización previa. Esto en la práctica implicó la autorización de libre entrada y operación de micros en Santiago.

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recorría y unía de sur a norte y oriente a poniente. En una época en que todavía no se ocupaban los teléfonos móviles ni el gps, la incomunicación jugaba un rol clave en el desarrollo de las operaciones del transporte. Las distancias eran «mayores», por lo que los choferes tenían que arreglárse-las solos donde estuvieran y los empresarios no tenían más remedio que confiar en lo que dijeran los choferes, o salir a la calle a deshoras para vigilar sus inversiones.

Al respecto, Miguel Quinteros recuerda que «si quedaba en pana, des-de donde fuera tenía que sacar la máquina y llevarla a un taller donde la repararan, porque si no, no ganaba plata»27. Si no podía solucionar su problema, él se convertía en un problema para el dueño de la micro. Algo similar ocurría con la frecuencia: como cada chofer llegaba a un acuerdo con su patrón, los choferes tenían los máximos incentivos para cumplir a toda costa, ya que el empresario a veces «se paraba y relojeaba las máquinas y pasaban cada 5 minutos. (…) Si no pasaba en los minutos la máquina, ‘no serví’. Y por eso había una frecuencia bien pareja. No como ahora»28. Por su parte, el dueño de la micro tenía todos los motivos para desconfiar, como describe el empresario Pedro Martínez: «había que aceptar lo que dijeran los conductores (…) de lo que había pasado durante todo el día. (…) Podía haber pasado pana, hay carga de combustible, hay compra de repuestos, hay ene cosas que tú a la una de la mañana tienes que aceptar lo que te están diciendo y sin ninguna posibilidad de control»29.

El sistema de transportes era una red atomizada de «islas» —las mi-cros, en palabras de Leonardo Avendaño—, incomunicadas y semiautóno-mas, que se unían a través de recorridos terminales que fueron cambiando a través del tiempo. En un inicio, en la década de 1970, estos terminales eran virtuales, ya que técnicamente las máquinas se estacionaban en la calle en lugares periféricos o en el centro de la ciudad.

«Entonces a la señora de la esquina le arrendaban el baño. Y la señora como gauchada también nos daba comida y nosotros estábamos parados ahí. Entonces dentro de la casa hacía almuerzo, pasábamos al baño y las micros estacionadas en la calle (…) Entonces estabai arriba de

27 Entrevista a Miguel Quinteros, op. cit.28 Entrevista a Ricardo Fuentes, op. cit.29 Entrevista a Pedro Martínez, Santiago, 20 de noviembre de 2017. El nombre

es un seudónimo. Actualmente tiene 64 años y sigue relacionado con el trans-porte colectivo de Santiago.

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la máquina sentadito esperando que te echaran [para empezar el recorri-do…]. Pero no, no. No había nada de comodidad»30.

La gente en la calle reclamaba y esto no era cómodo para choferes ni para empresarios. Entonces, en la década de 1980, las asociaciones empe-zaron a arrendar o comprar terrenos grandes en la periferia de la ciudad, «peladeros» que fueron arreglando con el tiempo.

«Y ahí armaron bombas de bencina, talleres donde lavaban, engrasa-ban, todas esas cosas. (…) Y para uno era muy rico llegar así al paradero. Tú pasabai la planilla, te dabai una vuelta, te estacionabai, ibas al casino, te comías un sándwich, te tomabai un té, descansabai un rato, habían salas de estar donde veiai televisión, un rato jugar taca taca, ping pong, una cosa así»31.

Por otro lado, el sistema de locomoción se organizaba en varias es-calas de funcionamiento, que de menor a mayor cobertura lo podríamos dividir en: la micro (o máquina), los recorridos y sus variantes, las líneas, y el sistema; todo organizado desde «abajo hacia arriba» por los dueños de las micros, por las asociaciones que dirigían las líneas y por La Gremial, que representaba los intereses de la mayoría de los dueños de micro ante el gobierno y los usuarios.

El sistema estaba atomizado en miles de dueños de micro, cuya ma-yoría poseían una o dos máquinas, lo cual se mantuvo hasta la llegada del Transantiago. En 1981 en Santiago había 4.350 máquinas que pertenecían a 3.000 personas aproximadamente (1,45 autobuses por empresario). Para Camilo Valdés, quien llegó a tener tres máquinas en un momento, «cuando mucho el que era poderoso tenía dos máquinas. (…) Muchos tenían una máquina a medias, y trabajaban como conductor los dos o uno»32. Díaz et al. muestran que, para el año 2001, esta situación se mantenía y 3.237 de los 3.868 empresarios tenían solo una o dos micros33.

Estos empresarios se acoplaban a líneas de recorridos autorizadas por el gobierno que eran dirigidas por asociaciones de microbuseros. Antes de que se volviera a regular el sistema con las micros amarillas en 1992, no era muy difícil crear nuevas líneas o entrar en las existentes, como cuenta Leonardo Avendaño:

30 Entrevista a Leonardo Avendaño, Santiago, 18 de agosto de 2017. Actualmen-te tiene 59 años y es reclutador de choferes para una empresa de Transantiago.

31 Entrevista a Miguel Quinteros, op. cit.32 Entrevista a Camilo Valdés, op. cit. Pedro Martínez también afirma que con 3

o 4 micros uno ya tenía poder.33 Díaz, et al., «Micros en Santiago…», op. cit., 14.

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«Usted se compraba una micro. Entonces iba a donde la asociación, no sé, Cerrillos-Villa Olímpica. [Y decía] ‘Oye, sabí que tengo una mi-crito’, ‘No, no tráela pa’ acá’. ‘¿Si?’, ‘Ya píntala de este color, porque nuestro recorrido ahora tiene este color. (…) Y ponle al costado, ahí, Ce-rrillos-Villa Olímpica. Ahí están los letreros, búscate un par de choferes y trabaja’»34.

En 1980 había 79 líneas, las cuales aumentaron a 108 en 1990, y se diferenciaban por los sectores de la ciudad que recorrían, por su tamaño en cantidad de micros y empresarios, y por su antigüedad. Por ejemplo, la línea Ovalle-Negrete era una de las líneas más grandes y, en 1981, contaba con 256 máquinas en 23 recorridos entre Quilicura y el sur de Santia-go. Ellos afirmaban ser autobuseros de tradición que «tienen vínculos en ella que se remontan a sus padres y abuelos, que trabajaban las antiguas góndolas, de los tiempos en que Santiago aún parecía una gran aldea»35. Por su parte, en ese mismo año, la línea Maipú-Cerillos-Villa Olímpica contaba con 129 empresarios, dueños de 169 máquinas, en 7 recorridos y variantes. Esta línea se caracterizaba por tener más del 60% de sus máquinas de menos de 5 años de antigüedad, lo que le permitía acceder a la tarifa libre36 (debido a un decreto oficial de 1980 que permitía acce-der a dicha tarifa en la medida en que los servicios se efectuaran con los vehículos modelo 1976 o posterior). Estas líneas obtenían poder, como recuerda Camilo Valdés que trabajó en la línea Intercomunal 24: «llega-mos a ser como 300 máquinas (…) porque después fueron teniendo 3, 4 máquinas y así. (…) Éramos grandes, poderosos, con 300 máquinas había poder territorial (…) No se nos metía cualquier máquina, cualquiera otra empresa, cualquier otra asociación a invadirnos. Porque no nos podían invadir porque éramos más»37.

Las asociaciones eran las que manejaban todo. Ellos tenían los cu-pos para ingresar a las líneas que les permitían cobrar derechos para trabajar los recorridos. También mantenían el control sobre las rutas, y eran flexibles con respecto a la demanda, a pesar de que el Ministerio de Transportes oficializaba ciertos recorridos (con Cartones de Recorridos que entregaba):

34 Entrevista a Leonardo Avendaño, op. cit.35 Asociación Gremial Metropolitana de Transporte de Pasajeros, «Así son las

líneas», Sobre ruedas, Santiago, N° 13, junio de 1981, 9.36 Gremial Metropolitana de Transporte de Pasajeros, «Así son las líneas», So-

bre ruedas, Santiago, N° 14, julio de 1981, 7.37 Entrevista a Camilo Valdés, op. cit.

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«Pero en la ruta mandaba el empresario, mandaban las micros (…) Sobre todo antes del año 1992 (…) Si un recorrido era bueno, seguía, si no era bueno, se sacaba, sino, se modificaba, se acortaba, se alargaba (…) No pedían un permiso (…) Ese era el desorden. No sé si era un desorden controlado por decir así, porque funcionaba la cosa (…) Y así se hacía, hasta 1992 en que se licitó los recorridos. Pero también ocurrió que, a partir del año 1992, al principio partió todo ordenado con los recorridos licitados, pero después también fueron modificándose»38.

Finalmente, la mayoría de estas líneas estaban asociadas a La Gre-mial. La asociatividad de los dueños de micros se profundizó a finales de la década de 1970 con el fin de enfrentar los problemas financieros que tenían, debido a la regulación de tarifas que les imponía el Estado. Por esta razón, en enero de 1980, se fundó la Asociación Gremial Metropolitana de Transporte de Pasajeros —La Gremial— que representaba alrededor del 75% de los microbuses de principios de 1980 y que reemplazó al an-tiguo Sindicato General de Dueños de Autobuses de Santiago, que había sido fundado en 1931. Esta asociación profundizó su acción en el orde-namiento y planificación de los recorridos —o «parcelar el territorio»—, la compra de suministros, repuestos y máquinas, la administración de seguros y la defensa gremial ante el Estado. Sin embargo, en opinión de Pedro Martínez, la administración se mantuvo muy artesanal, ya que la mayoría de los dueños de micros seguía siendo gente sin conocimientos financieros ni legales; solo eran operadores con experiencia en el rubro39.

Durante el retorno de la democracia, ante la congestión, contamina-ción y altas tarifas de las micros de colores, el gobierno de la Concerta-ción decidió intervenir el sistema de transporte público de Santiago. La herramienta que eligió para esto fueron las concesiones de recorridos a través de licitaciones públicas40. El resultado principal de esta nueva re-glamentación fue la disminución de máquinas, la renovación del parque

38 Entrevista a Álvaro Morales, Santiago, 16 de octubre de 2017. Actualmente tiene 44 años y trabaja en el rubro de sistemas computacionales. Fue inspector durante el período de las micros amarillas, pero desde joven estuvo ligado al sistema de locomoción a través del coleccionismo.

39 Entrevista a Pedro Martínez, op. cit.40 La primera licitación de 1991 solo abarcó 2.8 km2 del centro de Santiago, que

era la con zona mayores problemas de tráfico. La segunda licitación de líneas de transporte fue en un perímetro mucho mayor de 75 km2. Por el tamaño de esa licitación, en 1994 se empezó a percibir en una mayor envergadura la nue-va regulación estatal al estilo concertacionista de concesiones de los servicios y bienes públicos a privados.

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microbusero… y que las micros a partir de ese momento fueron pintadas todas amarillas. Sin embargo, se mantuvieron prácticamente los mismos recorridos, la atomización y carácter artesanal de la administración, y la competencia en las calles por cortar más boletos no se acabó. En muchos aspectos, el cambio fue solo una capa de pintura superficial, y las bases del sistema de transportes se mantuvieron inalteradas hasta la llegada del sistema Transantiago, en 2007.

Por tanto, las micros amarillas fueron una herencia de los años 1980 en las décadas de 1990 y 2000, que reflejaron las políticas económicas neoliberales características de la época y los problemas urbanos que San-tiago sufría debido a su rápido crecimiento demográfico. Pero también, más allá de la particularidad del sistema, fue un caso de libre competencia que permitió que un grupo de emprendedores, en la mayoría de los ca-sos de escasos recursos, invirtiera y reestructurara el sistema de manera «natural», en el ejercicio del oficio. Durante casi tres décadas, el sistema de transporte santiaguino fue una industria en movimiento, que mutaba constantemente según la satisfacción de la demanda que podían proveer los conductores de las micros amarillas. Con esto, a la vez que generaban soluciones puntuales de transporte, creaban problemas generales como la congestión y la inseguridad del sistema.

Entonces, el cambio del sistema de micros antiguas de colores a mi-cros amarillas que ocurrió el 16 de octubre de 1992, a pesar de su impacto inicial, fue más que nada un impacto visual y un reordenamiento «a me-dias». Para Manuel García fue, principalmente, un cambio para que las máquinas fueran por lo menos presentables, ya que las micros antiguas eran «pencas [y…] todos ganaron con el cambio de las cacharros con las amarillas»41. Pero el sistema siguió desarrollándose según lo que pidiera la demanda y quién pudiera satisfacerla. Inicialmente, las micros se reno-varon por los requisitos de la licitación, pero pronto el parque envejeció nuevamente. También, en un principio, los precios bajaron por la compe-tencia en las licitaciones, pero en la licitación de 1998 los micreros logra-ron revertir la caída de las tarifas, ya que «extrañamente» en el 76% de las líneas solo hubo un oferente y por la tarifa máxima posible42. Por último,

41 Entrevista a Manuel García, Santiago, 10 de septiembre de 2017. Actualmente tiene 67 años y es chofer en Transantiago.

42 Díaz, et al., «Micros en Santiago…», op. cit., 4. En el gráfico 1 se puede obser-var el aumento de los pasajes tras la tercera licitación de 1998.

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y a pesar de que los recorridos se licitaran, otras micros comenzaron a utilizarlos, violando la supuesta exclusividad que tendrían los ganadores43.

No es que no haya cambiado nada, pero en la práctica el mundo de las micros se mantuvo sin grandes trasformaciones; es decir, fue más bien una actualización de la locomoción pública. Si lo viéramos como una narración, para los choferes fue más una complicación transitoria que un conflicto, por lo que más tarde —en el siguiente «acto»— la nueva situa-ción se reconciliaría con el mundo inicial y los actores volverían a él solo levemente cambiados. Por su parte, quince años después, el Transantiago sí cambiaría el sistema y el mundo laboral de los choferes de manera drástica, en un conflicto bajo la estructura clásica de la narración occidental.

Este sistema de transporte es un caso de liberalización de un mercado dentro de las políticas neoliberales de la dictadura. Pero lo que lo hace tan especial es su impacto en la vida cotidiana de la gente. Muchas personas se movilizaban en las micros, por lo que experimentaron los cambios de manera directa y diaria. Desde el punto de vista de los usuarios, el sistema había mejorado después del cambio de 1992, pero los vicios continuaban. En 2001, un estudio encargado por la corbat (Corporación de benefi-cencia para los accidentados de tránsito) mostró que aunque la mayoría de los usuarios reconocía el avance en la calidad de las máquinas, la loco-moción seguía siendo insegura. Más del 60% alegaba por malos tratos, la descortesía por parte de los choferes y la inseguridad en el viaje; y más del 70% criticaba problemas como viajar con las puertas abiertas, maltratos a escolares, exceso de velocidad y maniobras peligrosas, entre otros vicios44. La mayoría de esos problemas se acarreaban desde hacía décadas y demos-traban que el sistema, en realidad, no había cambiado mucho.

La principal razón de estos problemas era que no se había soluciona-do la competencia fundada en un «sistema de ingresos perverso»45, que se basaba en el corte de boletos de pasaje. Con ese sistema, los dueños de micros trasladaban el problema de la variabilidad de sus utilidades a los choferes, al fijarles un sueldo completamente variable. Esta situación, sumada a la atomización de la propiedad de las máquinas, provocaba que las líneas pelearan en las calles por cada pasajero, ya que los recorridos se topaban en algunos segmentos, especialmente en el centro de la ciudad e

43 Entrevista Camilo Valdés, op. cit.44 Emol, «Pasajeros disconformes con servicio de la locomoción colectiva», 11 de

abril de 2001, en http://www.emol.com/noticias/nacional/2001/04/11/51862/pasajeros-disconformes-con-servicio-de-la-locomocion-colectiva.html.

45 Entrevista a Pedro Martínez, op. cit.

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incluso dentro de las mismas líneas, ya que cada chofer tenía que «matar a su propio chancho»46. Con esto los choferes referían a que, aunque fueran compañeros de trabajo en la misma línea, cada cual debía velar por hacer-se su propio sueldo durante el día. Entonces los micreros se «tiraban» las máquinas encima, corrían por las calles sin respetar las leyes del tránsito, se rompían los vidrios entre sí, entre otras acciones que ponían en peligro al pasajero. Al final, eran solamente «islas» de choferes, cada uno tratando de sacar el máximo beneficio posible.

El fin empezó con el nuevo milenio. El presidente de la República Ricardo Lagos Escobar había anunciado un nuevo sistema de transportes para Santiago que cambiaría todo. A los dirigentes gremiales no les gustó la idea, ya que se sentían expropiados y estigmatizados47. El 12 de agosto del 2002 la discusión con el gobierno llegó a su punto más álgido, y los dirigentes microbuseros bloquearon la ciudad, con el fin de paralizar todas sus actividades. Allí sentenciaron su propio fin. El gobierno invocó la ley de seguridad del Estado y encarceló a los dirigentes, y su imagen ante los santiaguinos se desacreditó aún más. Ya no había cómo detener el cambio y el Transantiago empezó el 2007, dejando a muchos choferes sin trabajo y a varios pequeños empresarios fuera del sistema y endeudados.

El mundo: las micros de colores y amarillas

Ya hemos hablado un poco sobre el mundo de las micros antiguas dentro del análisis del sistema de locomoción pública de Santiago. Al dis-cutir sobre el sistema nos detuvimos en las relaciones estructurales, las fuerzas externas y el ambiente en que se desarrollaba la locomoción de la ciudad. Sin embargo, quisiéramos detenernos más profundamente en «el mundo» desde la perspectiva de los choferes y empresarios de las micros. Para este fin, definiremos un mundo como el entorno o el conjunto de personas y relaciones, los puntos de vista y valores, la materialidad, y las

46 Entrevista a Cristóbal Sánchez, op. cit., y entrevista a Leonardo Avendaño, op. cit.

47 Emol, «Microbuseros a 10 años del bloqueo de Santiago», 11 de agosto de 2012, en http://www.emol.com/noticias/nacional/2012/08/10/555087/lideres-microbuseros-a-10-anos-del-bloqueo-de-santiago-la-gente-pregunta-si-volve-ran-las-amarillas.htmll.

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circunstancias (biografías) relacionadas con un grupo y compartidos por sus miembros48.

Seguir esta línea de investigación implica adentrarnos en la subjetivi-dad de los trabajadores y empresarios, y la forma en que ellos adaptan el sistema —y son afectados por este— según sus capacidades, necesidades e intereses. En el caso de los choferes, en el que profundizaremos más, consideraremos dimensiones específicas de este mundo: la biografía, las emociones y sentimientos, las relaciones, la materialidad y la memoria49.

i) Los pequeños empresarios microbuseros

La mayoría de los dueños de las micros santiaguinas eran pequeños empresarios, muchas veces los mismos micreros, que gestionaban artesa-nalmente una o dos micros. La mayoría aprendió el negocio en la práctica, ya fuera porque era el hijo de un empresario microbusero que siguió los pasos del padre, la esposa viuda o una hija que heredó las micros de su padre, o porque era un chofer que logró invertir y comprarse su propia máquina, completa o compartida con otro chofer o inversor. Como sinte-tizaba el presidente del gremio Miguel Herane en 1982, «todo lo que ha-cemos es por y para el gremio: queremos mantenernos en el sector porque nacimos micreros»50.

Fueron pocas las familias que lograron formar grandes flotas de 20 o más micros. En realidad, la mayoría eran empresarios de escaso capital, que lo arriesgaban «lanzándolo a la calle». Por esto, sus ingresos podían ser muy volátiles, especialmente por la posibilidad que se les parara una máquina. Consecuentemente, no podían pagar sueldos fijos a los choferes, como demostró más de un intento fallido realizado en la década de 1990. Miguel Quinteros recuerda que trabajó dos veces con sueldo. Pero el pro-blema fue que «los dueños de micro también eran igual que nosotros los choferes. Malos administradores del dinero, muy malos administradores

48 Esta definición se formuló a partir del diccionario de Google, octava acepción, en www.google.cl y de Henry Pratt Fairchild, Diccionario de Sociología, Mé-xico, Fondo de Cultura económica, 1949, 194.

49 Nos inspiramos en Trinidad Vega, Estabilidad laboral de trabajadores inde-pendientes en el sector informal. El caso de un grupo de trabajadoras cuenta-propistas del sector de Achupallas en la Región de Valparaíso, Chile, en Felipe Ruiz (ed.), Panorámica del trabajo en el Chile neoliberal, Santiago, Universita-ria, 2016, 207-245.

50 Estrategia, Santiago, 05 de enero de 1982, 7. En entrevista Miguel Herane.

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(…) Llegaba final de mes para cancelar, y no tenía[n] plata para pagarnos el sueldo»51.

Pedro Martínez, que ingresó al rubro en 1989, dice que lo que más le sorprendió fue ver lo informal que era la administración. No conocían de finanzas, no tenían acceso al crédito en bancos, y compraban las micros a los importadores pensando solamente si es que las ganancias de cada mes alcanzaban para pagar las cuotas y sin fijarse en las altas tasas de interés que les cobraban. A esto se agregaba que muchos tenían un desconoci-miento total de la legislación laboral o tributaria52. Por todo esto, lo que en realidad hacían los empresarios era ajustarse a la forma de trabajar que les imponía el sistema y que venía «funcionando» desde hacía décadas.

Por último, quisiéramos agregar que, en su revista gremial, los em-presarios demostraban constantemente una autopercepción trágica de su quehacer. Se declaraban como un gremio con historia, sacrificado e in-comprendido por el público, y desde su primera edición expresaban que

«El empresario de la locomoción colectiva es un tipo extraño: tiene mucho que perder y, sin embargo, lo arriesga todo. Todo su capital. Y (…) ni siquiera él mismo maneja su capital (…) sino que un tercero y además, está expuesto a cualquier tipo de accidente […] Si la máquina queda de-tenida (…) el empresario no come (…) es algo así como si a un enfermo grave se le corta[ra] el suministro de oxígeno cuando más lo necesita»53.

ii) La vida sobre la micro: la experiencia laboral de los choferes

a) Biografía

Antes de trabajar como chofer, había que entrar al sistema de locomo-ción. Como varios entrevistados señalaron, a primera vista este no era el oficio más atractivo. Las dos principales maneras en que los entrevistados llegaron a trabajar como choferes o inspectores54 de micro fue porque conocían a otros choferes y vieron desde pequeños cómo era el trabajo, o porque perdieron su empleo anterior o tenían deudas que pagar y su

51 Entrevista a Miguel Quinteros, op. cit.52 Entrevista a Pedro Martínez, op. cit. Esta visión se corrobora con el continuo

recuerdo, repetición y explicación de leyes que realizaba la gremial a los em-presarios a través de su revista Sobre Ruedas.

53 Sindicato General Profesional de Dueños de Autobuses de Santiago, «Solu-ción a los problemas», Sobre ruedas, Santiago, N° 1, enero de 1978, 20.

54 Los inspectores eran quienes fiscalizaban que los choferes entregaran y recau-daran el dinero correspondiente.

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única oportunidad fue la locomoción. Varios pensaron que sería solo algo temporal, pero luego encontraron que, si bien era un trabajo sacrificado, les permitía tener ingresos que nunca podrían haber tenido en otra parte.

De los entrevistados, Avendaño, Sánchez y Morales tuvieron proble-mas mientras estudiaban, en tanto que Valdés y Díaz perdieron su trabajo durante las crisis de 1973 y 1977, respectivamente. Por su parte, Arévalo fue discriminado por ser hombre y nunca se pudo dedicar al secretariado; García tampoco se pudo dedicar a su sueño de ser jinete de caballos por ser muy grueso; y Quinteros perdió su expectativa de ser contador; y por último, Fuentes fue estafado y lo perdió todo cuando tenía menos de 20 años. Martínez fue el único que entró al sistema de transportes deseándo-lo, al ver que era una oportunidad de negocios. Sin embargo, ninguno se arrepintió nunca de haber entrado.

Tampoco es que fuera terrible llegar a ser micrero. La mayoría de las personas en Chile se dedicaba al trabajo que pudiera: no es que tuvieran muchas opciones para elegir. Incluso a muchos futuros micreros o inspectores les gustaba manejar o estaban fascinados por las grandes máquinas desde pe-queños. Tal vez Fernando Marín lo relata mejor en su cuento autobiográfico:

«Aún recuerdo que uno de mis hermanos se levantaba muy tempra-no en la mañana y yo, mientras él se afeitaba, me levantaba y encendía el motor de la máquina para juntar aire, todo un logro para mí; luego él se iba y yo me acostaba feliz, porque consideraba le había dado vida a ese gran vehículo (…) Con mi otro hermano la relación con el bus fue más estrecha ya que no solo le encendía el motor, sino que también me la llevaba al paradero (…). Imagínense, yo llegando con mis pocos años manejando a la casa y a veces estaba la niña que me gustaba, así yo infla-do me sentía el rey de la villa»55.

Tal como se relata en el cuento, los choferes —y los inspectores tam-bién— aprendían su oficio en la práctica con otros choferes, muchas veces sin licencia y manejando de noche, cuando había pocos carabineros56. Se-gún Fernando Díaz, en ese tiempo cualquiera era micrero, «le faltaba un chofer a un empresario, ‘ya, oye, yo tengo una persona’ y a veces hasta sin documentos manejaban. Entonces era muy al lote». Incluso él mismo no sabía nada sobre conducir autobuses cuando lo contrataron57. Sin

55 Fernando Marín Pinto, «Mi historia, quizás también la tuya», en Historias Sobre Ruedas. Recopilación de cuentos del primer concurso literario, Buses Vule S. A., 2017, 72. Fernando es chofer de Transantiago.

56 Entrevista a Leonardo Avendaño, op. cit., y entrevista a Cristóbal Sánchez, op. cit.57 Entrevista a Fernando Díaz, Santiago, 15 de septiembre de 2017. Actualmente

tiene 62 años y es chofer de Transantiago.

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embargo, esta situación también se debía a que siempre hubo escasez de choferes en el sistema, tal vez por lo demandante que era el trabajo, por el riesgo o por las malas condiciones laborales.

Una vez dentro del sistema de locomoción, el trabajo era sacrificado. Los choferes de micro sufrían largas jornadas laborales que los obligaban a despertarse a las 3 o 4 de la mañana, o llegar a su casa a esa misma hora de la madrugada. Solo imagine el trabajo más madrugador que pueda y luego piense que debe haber alguien que lleve a esas personas al trabajo: ese es el micrero. La jornada de trabajo tenía usualmente la estructura de lo que se lla-maba la «larguicorta», la cual consistía en trabajar durante una tarde-noche entera, para luego trabajar toda la mañana del día siguiente y luego pasarle la micro al compañero de máquina, quien realizaba la misma jornada.

Muchas veces, como no valía la pena volver a sus casas, los choferes dormían en el mismo bus, en el paradero. Cristóbal Sánchez recuerda que «eso sí que era demoledor. Sobre todo en invierno, que siempre ha sido helado. Uno lo tomaba como costumbre. Ahí con colchoneta en el pasillo. ¿Y cuánto tenía? ¿26 años? ¿27 años? Mientras mis amigos a veces salían todos, yo no podía hacer eso. No lo hacía»58; o algunos simplemente no dormían y «carreteaban». Los que tenían más suerte podían llevarse la micro para la casa, donde la custodiaban. Para los que tenían menos suerte, el compañero no llegaba y debían continuar otra jornada «largui-corta», sin detenerse. Sin embargo, lo que sí era cierto era que no podían enfermarse ni faltar, porque no ganaban plata. Tenían que trabajar todo el año, Fiestas Patrias, Viernes Santo y Año Nuevo incluidos. «Y a veces habían jornadas donde tu compañero se iba de vacaciones y tú tenías que asumir el mes solo. Un mes solo trabajando mañana, noche, mañana, noche. Claro, porque uno dice que no se cansaba tanto, porque ganabai muchas lucas. Hay lucas»59.

También era cierto que este tipo de jornada provocaba un trabajo a deshoras con respecto al resto de la familia. Leonardo Avendaño, quien era padre de familia, cuenta que «me levantaba a las 12 del día, por ejemplo, porque entraba a las 2 [p.m.] ¿cierto? Pero a esa hora no estaba ni mi señora ni mi hijo, porque se fue a trabajar y los niños se habían ido al co-legio. Vuelvo a la noche, cuando yo vuelvo están todos durmiendo ¿cierto? No veo a nadie. (…) Y al otro día me levanto de nuevo y salgó primero

58 Entrevista a Cristóbal Sánchez, op. cit.59 Entrevista a Cristóbal Sánchez, op. cit.

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que ellos».60 Cristóbal Sánchez, que también fue hijo de un chofer de micro, explica que «eran las reglas del juego. (…) Más que nada eran las madres las que llevaban el barco. Pero los padres eran muy ausentes»61.

El trabajo de conducir se desenvolvía en la plena competencia en las calles. El conflicto empezaba ya con los mismos compañeros de recorrido, tanto con el que iba adelante como el que iba atrás, ya que si uno alcanza-ba a ver al que iba adelante, este se iba a llevar a todos los pasajeros; y así en una cadena hacia atrás con todas las micros. Peor si se trataba de una «collera», otra línea paralela —de otra empresa— que en algún segmento del recorrido se topaba con la propia línea.

«Entonces ahí había un sapo62 que te avisaba, ‘el de Barnechea pasó hace tres minutos, y vai 10 minutos del que va adelante tuyo’, por mi lado. ‘Aah, ya’, entonces ahí te decías tú ‘¿a ver, me quedo, o voy, paso a la competencia y me voy adelante?’ y ahí se armaban las peleas, poh. Nos tirábamos las máquinas encima, nos quebrábamos los espejos, con las colas, las puertas de los buses. (…) no interesaba si era dueño [de la micro] o no. Él te iba quitando los pasajeros tuyos. Esa era la pelea»63.

Esto claramente era peligroso, ya que se realizaba con los pasajeros dentro de la micro, andando hasta a 100 kilómetros por hora. Como seña-la Fernando Díaz, «habían muchos accidentes, mucha muerte en choques. Para qué decir en Tobalaba-Las Rejas, que en ese minuto fue muy famosa, le decían ‘las camino al cielo’»64. Cristóbal Sánchez y Pedro Martínez recuerdan haber ido a los funerales de muchos compañeros y empleados. Esta fue una situación que se mantuvo por todo el período de estudio, y una de las grandes críticas al sistema por parte de los pasajeros.

Sin embargo, entre nuestros entrevistados hay diferentes versiones sobre la competencia, lo cual podría explicarse porque trabajaron en diferentes re-corridos y porque el nivel de competencia también dependía de la persona y de la cantidad de ingresos que deseaba. Para algunos, como Fernando Díaz,

60 Entrevista a Leonardo Avendaño, op. cit.61 Entrevista a Cristóbal Sánchez, op. cit.62 Sapo era una persona que, por iniciativa propia, se paraba en la calle a medir

el tiempo que había entre las micros a cambio de unas monedas que le entre-gaban los choferes por la información (sapear en chileno).

63 Entrevista a Leonardo Avendaño, op. cit.64 Entrevista a Fernando Díaz, op. cit. En 1978, el Departamento de Choques de

la Gremial atendió 15 choques diarios, y según los peritos el 98% era por falla humana. Sindicato General Profesional de Dueños de Autobuses de Santiago, «Solución a los…», op. cit.

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«era un infierno», pero para otros, como Manuel García, «nunca fue una competencia a muerte como se decía (…) éramos todos amigos»65.

Los ingresos que obtenían los choferes eran altos, mucho más de lo podrían haber conseguido en otros oficios, pero eran variables. Era un «sistema de ingresos perverso» que provocaba mayor competencia en las calles, y por tanto tomar mayores riesgos y más accidentes; y que también hacía que los choferes trabajaran más horas para poder ganar más dinero. En un inicio, los conductores obtenían el 20% del boleto, pero después con el tiempo, en la década de 1990, empezó a aumentar la competencia y bajó al 15%, aunque algunos negociaban con sus patrones para mejorarlo a 18% o 20%. Sin embargo, ese porcentaje se «complementaba» con la evasión: el robo de boletos, del que hablaremos más adelante.

b) Emociones, sentimientos y satisfacción

Lo primero que tenemos que señalar aquí es que los micreros se sen-tían más respetados en los tiempos de las micros antiguas, ya que tenían más autonomía para actuar y eso les daba autoridad en su trabajo. Au-toridad, flexibilidad y autonomía era un trinomio de facultades que les deba una sensación de poder y control para hacerse respetar. Hoy, con el Transantiago, no tienen esas facultades, y es una de las razones principales por la que añoran el sistema de locomoción antiguo.

Como señala Valdés, un chofer era la autoridad de su micro y

«Antes uno hacía un recorrido y todos pagaban. Normalmente nos pedían por favor si nos llevaban por 200 pesos. Por favor. Entonces nos respetaban como seres humanos (…) Ahora el conductor no tiene autori-dad para echar a nadien para abajo (…) Y antes no. Paraba la máquina y ‘ya, te bajaste’ y se bajaba poh. Ahora voy a reclamar qué, si los mismos que van arriba le echan ropa, porque de 10, 9 no han pagado»66.

Aunque a veces llegaban hasta utilizar medios violentos para mante-ner su autoridad e imponer respeto, ya que andaban con palos, cuchillos o incluso armas de fuego para defenderse: «uno no poh, uno andaba con su bate, con cualquier cosa y apechugabai y nadien se le paraba. A lo mejor era más inseguro, pero a nosotros nos respetaban. Hoy día no poh»67.

65 Entrevista a Manuel García, op. cit. Nótese que Manuel era de los micreros que no competía y ganaba poco dinero en comparación a otros choferes, in-cluso ganaba un tercio de lo que otros llegaban a hacer.

66 Entrevista a Camilo Valdés, op. cit.67 Entrevista a Manuel García, op. cit.

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Antes también los choferes tenían más flexibilidad y autonomía sobre el recorrido en la práctica; los horarios podían ser negociables con el patrón, ya que existía una relación más cercana y familiar; y también tenían opi-nión sobre la mantención y calidad de las máquinas. Como decía Manuel «teníamos voz y voto», mientras que hoy todo es regulado desde arriba, por un ente que muchas veces ni siquiera conocen68.

Otra de las características de la vida del micrero era que, para mu-chos de los entrevistados, había una extendida vida casi bohemia entre los choferes, en el sentido de llevar una vida poco organizada, sin preocupa-ciones de largo plazo. Los choferes ganaban mucho dinero bajo el sistema de cortar boletos, y en plata «contante y sonante», ya que era el mismo chofer el que administraba el dinero conseguido. Al final del día sacaban de «la pecera» —la caja de la micro— su porcentaje correspondiente a los boletos cortados, más todo lo que lograron evadir, y se lo llevaban para la casa, en efectivo. Y mientras más se arriesgaran en la calle e hicieran jor-nadas más extensas, mayor era su sueldo, el cual podía llegar a cifras que inicialmente no se habrían imaginado, tal como señala Cristóbal Sánchez: «el dinero que ganaba era más que algunos amigos que tuve de infancia que estaban ya titulados. O sea, ¡yo! los invitaba a ellos a servirse algo, ¡yo! los invitaba de vacaciones. Era increíble. Era increíble»69.

Pero el dinero se despilfarraba. El conductor se destacaba por ser bueno para comer, beber y para las mujeres. Y es que tenían dinero todos los días y el trabajo les dejaba poco tiempo y con horarios libres a des-horas. En la mañana temprano, llegaban al casino del terminal a comer churrascos, sopaipillas y empanadas; en la tarde tendían más a la comida chatarra y pollos fritos, y sobre la micro andaban con las botellas de bebi-da de dos litros para tomar mientras andaban sentados todo el día. Entre jornada y jornada «mucho trago. Mucho de pasarla bien (…) Mucha de esa gente ya no está porque terminaron todos con diabetes, infartos cerebrales, cardíacos. Todos con sobrepeso. Imagínate tú trabajar con ese ritmo, no alimentarse bien, beber alcohol, fumar en cantidades excesivas. El desenlace era fatal poh»70.

Fuentes entró a trabajar en los años sesenta, y aclara que desde esos años ya era común que «en la noche se amanecían tomando. Y al otro

68 Ídem.69 Entrevista a Cristóbal Sánchez, op. cit.70 Ídem.

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día trabajaban»71, sin «problemas». Era un tema endémico en la loco-moción: el Consejo de Defensa del Estado estableció que entre 1980 y junio de 1981, 3.079 conductores que manejaban ebrios fueron encar-celados y el 70% de los accidentes graves fueron causados por choferes que ingirieron alcohol. En 2001, más de la mitad de los encuestados en el estudio de la corbat había visto choferes manejando en estado de intemperancia o drogados72.

También eran muy mujeriegos y aprovechaban el hecho de viajar sin comunicación por toda la ciudad para encontrarse con varias mujeres. En palabras de Miguel Quinteros: «muy buenos para las niñas, claro. ¿Y por qué? Porque resulta que (…) para las mujeres era un imán el pololear con un chofer porque andaba con monedas siempre poh. Y el hecho de la moneda ya le daba un look especial»73. Más allá del estereotipo, el chofer era una persona que andaba por todo Santiago y muchas veces por zonas de pocos recursos, y tenía dinero a la vista, por lo que atraía amigos y mujeres.

El chofer ganaba más plata que sus conocidos, y como explica Cris-tóbal Sánchez: «hacían de todo. Y los veía, y si bien es cierto que les decía ‘oye viejo, cuídate’. Pero en su entorno era feliz, era su único relajo (…), te daba un poco esa sensación de decir ‘mira todo lo que me gané’ (…) había un derroche, por esos días de ‘mira todo lo que me gané’»74. Más que justificar, es preciso aclarar esta actitud. No es que muchos choferes fueran «flojos, mujeriegos y borrachos», porque eran personas trabajado-ras, tal como ya evidenciamos. El problema era que la rutina de trabajo provocaba un sentido de vacío, de no tener rumbo. Para muchos, la vida iba a seguir igual todos los días, porque «el conductor sabía que el otro día iba a ganar lo mismo, iba a tener lo mismo, iba a recibir lo mismo»75. Así que si nada iba a cambiar en el tiempo, mejor se «farreaba» el dinero hoy, se bebía hoy, se disfrutaba hoy. Pero eran trabajadores y todos los días había que salir a sembrar para comer. Álvaro Morales, que los obser-vó como inspector, señala que «muchos choferes [eran] muy responsables, dueños de familia (…) No era porque les naciera ser irresponsables, […sino] porque era un rubro que era altamente tenso, un rubro que era alta-mente competitivo»76.

71 Entrevista a Ricardo Fuentes, op. cit.72 Emol, «Pasajeros disconformes…», op. cit.73 Entrevista a Miguel Quinteros, op. cit.74 Entrevista a Cristóbal Sánchez, op. cit.75 Entrevista a Fernando Díaz, op. cit.76 Entrevista Álvaro Morales, op. cit.

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Esta actitud también fue cambiando con el tiempo, con el cambio generacional de conductores. Los choferes que empezaron a llegar en la década de 1990 eran más educados, antes muchos ni siquiera sabían leer. Por su parte, la mayor competencia que se generó por los puestos de con-ductor de micro, llevó a una mayor profesionalización. Así, los «vicios de la gente antigua» fueron menguando paulatinamente77.

Por último, el micrero ganaba mucha plata, pero en parte no le corres-pondía, ya que engañaba al patrón. «Decían ‘¡no!, nosotros ganábamos más cuando eran amarillas, cuando eran de colores’ (…) Pero eso era una cuestión entre comillas, una cuestión ficticia (…) Porque el conductor era mañoso, o sea el conductor si podía al patrón pasarlo por el voladero, lo pasaba»78. Con el tiempo crearon técnicas para desviar el dinero de los boletos, para que este fuera directamente para ellos. Entre estas se contaban las palomas —reventa de boletos—, las minifaldas —dar medio boleto—, o técnicas para engañar a los inspectores, como las metralletas

—unir con pegamento boletos no correspondiente—- y el echar boletos pa’ atrás —sacar boletos antes de mostrárselos al inspector antes de salir del terminal—, o para engañar a los pasajeros como la falsificación de boletos o simplemente dar boletos que no correspondían a la línea, entre otras formas.

Para paliar esta situación, los empresarios crearon estrategias o cam-pañas para que la gente exigiera su boleto, y que fuera el correcto. Estos iban desde simpáticos concursos reales como el «Boleto feliz», que regaló mensualmente grandes premios entre 1980 y 1981, hasta estrategias que eran derechamente mentiras, como falsos concursos en las líneas o im-primir en los boletos «Cuide su boleto, es su seguro de vida» en caso de choque, lo cual era completamente falso, pero mucha gente lo creía, según señalan los inspectores Leonel Arévalo y Álvaro Morales. Sin embargo, los dueños de micro nunca pudieron frenar el robo, y este continuó hasta la llegada de la tarjeta Bip! con el Transantiago.

c) Relaciones con otros actores del sistema

La primera y más importante relación de los choferes era con su patrón, si es que ellos mismos no eran su propio jefe. Sin embargo, el

77 Entrevista Cristóbal Sánchez, op. cit. También Entrevista a Fernando Díaz, op.cit., y Leonardo Avendaño, op. cit., señalan razones similares. Avendaño hoy se dedica a reclutar nuevos conductores para Transantiago.

78 Entrevista a Fernando Díaz, op. cit.

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contacto entre ellos era escaso, ya que el empresario perdía el nexo debido a que la estructura del servicio era muy dispersa en el espacio como para realizar un control exhaustivo. Por esta razón, el conductor manejaba to-das las operaciones diarias. Esto era lo que en parte permitía las situacio-nes destacadas más arriba de beber, apropiarse de parte de la recaudación y tener una mayor autonomía en el trayecto. Como señalaba Martínez, «la relación con el vehículo exclusivamente se da[ba] en la hora que el conductor llega[ba] a última hora de la noche a rendir cuentas (…) a veces esperando a las una de la mañana para hacer el cierre de la jornada»79.

Sin embargo, en comparación a la situación en Transantiago, los entre-vistados consideran que la relación con el empresario era más cercana, de amigos, hasta familiar, a pesar de los roces. Todo se negociaba directamente con el patrón, por lo que el porcentaje de comisión sobre los boletos depen-día de la relación que se establecía y de la confianza que se lograba con él.

Con respecto a los contratos y las condiciones laborales, lo que más recuerdan es la vulneración de las imposiciones, que era una situación ge-neralizada en Chile en esa época. Cuando eran jóvenes no les preocupaba negociar este aspecto, incluso —y por iniciativa propia— muchos negocia-ban que se les impusiera por el sueldo mínimo, ya que así podían conseguir comisiones superiores al 15% de los boletos. Hoy que están jubilados o pronto a hacerlo se arrepienten completamente de haber realizado tales acuerdos, de haber sido jóvenes despreocupados por su futuro.

Los dueños de las micros sabían que les robaban: que había robo de petróleo, de repuestos, y de dinero, directamente y a través de la evasión de boletos. Pero lo interesante es que igual lo dejaban pasar, en tanto el chofer fuera rentable. Era lo que se conocía como «el ladrón comercial»80: el patrón permitía que le robaran, en la medida que el chofer le trajera ganancias al final del día. Del mismo modo, el chofer permitía que no le pagaran las imposiciones, en la medida que obtuviera un buen sueldo —en parte por el robo—. Es decir, se permitían el robo recíproco siempre y cuando fuera mutuamente beneficioso. La relación se estropeaba cuando el micrero robaba y no rendía, ya que hubiera sido muy «caradura» de su parte atreverse a robar sin dejarle lo suficiente al patrón. Pero si el chofer no estaba contento con las condiciones de trabajo, por ejemplo, porque no le pagaban las imposiciones, mala suerte, el patrón podía contratar a otro chofer… que probablemente también le iba robar, ya que «no era

79 Entrevista a Pedro Martínez, op. cit.80 Ídem.

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tanta la cantidad de conductores que estaban capacitados para trabajar (…) Entonces por eso […uno] después daba unas vueltas por aquí, por allá y hablaba con una persona, ‘no, ya, yo te tengo una pega al tiro’. Y volvían a integrarlo»81.

Por último, los empresarios sí tenían una percepción de lo desorde-nado y poco preocupados que eran los choferes. Esta se reflejó en las mo-tivaciones para abrir la Escuela de Conductores en 1981, ya que entre las cosas que se proponía enseñar, además de los conocimientos técnicos, se encontraba: «buenos modales, tino, precaución, sentido de la responsabi-lidad, autocontrol del sistema nervioso, comprensión hacia los ancianos y los escolares, humanización ciento por ciento, evitando carreras desenfre-nadas (…)»82. Hasta el día de hoy, una de las ambiciones de los empresa-rios es la profesionalización del trabajo de conducción de autobuses, para lo cual han generado múltiples cursos de capacitación.

La relación con otros conductores era buena, de amistad, a pesar de la competencia en las calles. Aunque a veces la rabia estallaba y se llevaban las peleas de las calles a los terminales, terminando a golpes, pues no tole-raban que se les pasara por encima; la competitividad se dejaba de lado la mayor parte del tiempo. La relación entonces se movía entre la compe-tencia violenta en la calle, donde cada uno tenía que rendirle a su propio patrón, y la «chacota» continua, con mucho humor, apodos, y compartir mediante la comida y el fútbol amateur.

Por su parte, en las micros los choferes se relacionaban con un grupo de «amigotes» y pololas que pululaban a su alrededor, así como con los inspectores de ruta que subían de improviso a fiscalizar. Por supuesto, siempre estaba la presencia del pasajero.

La incomunicación le permitía al chofer tener varias mujeres a su lado, que a veces le ayudaban a cortar los boletos y llevar la plata. Camilo Valdés recuerda que «a los choferes no les faltaban las pololas. Dos, tres pololas. Y gordos así… (…). Y el gallo más penca tenía dos minas»83. Y aunque varios eran casados, podían escaparse hacia la casa de la polola diciendo que iban a dormir en el paradero para salir temprano debido a la jornada «larguicorta». También los entrevistados consideraban que era la plata la que llamaba, y por eso «llegaban los amigotes. (…) Porque

81 Entrevista a Miguel Quinteros, op. cit.82 Asociación Gremial Metropolitana de Transporte de Pasajeros, «Escuela de

conductores», Sobre ruedas, Santiago, N° 6, octubre de 1980, 2.83 Entrevista a Camilo Valdés, op. cit. A veces también era la esposa o la hija la

que acompañaba al chofer.

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sabían que el chofer andaba siempre con plata. (…) Por eso andaba un submundo de gente rodeándolo como polillas»84. El dinero también le permitía al conductor de micro tener ayudantes, llamados «bicicletas», que hacían los recados ya que ellos debían mantenerse manejando, o ami-gos que los ayudaban en la noche a cambio de unas monedas.

Necesitaban esa compañía especialmente en las noches y cuando en-traban a poblaciones peligrosas que no podían evitar por el recorrido de la línea. El nivel de sensación de violencia que experimentaban los entre-vistados es variable, lo cual es entendible ya que trabajaban en distintos sectores de una ciudad segregada espacialmente. Por eso hay experiencias de sensación de peligro, como el de Cristóbal Sánchez que, como otros, tenía que «contratar» guardaespaldas para que lo protegieran: «en ese tiempo estaba mucho la pasta base. El trago. Y mientras tú le dierai a ellos, andaban arriba contigo, y esa era la forma de protegerte. (…) andabai con 2 o 3 que eran… malos también. Imagínate el peligro si alguien se subía y ellos también iban con hechizas»85. Esas vivencias contrastan con otras de «relajo total», como decían Leonardo Avendaño y Camilo Valdés, a pesar de haber sido asaltados más de una vez. Pero en lo que sí están de acuerdo los testigos, es que la violencia aumentó mucho a lo largo de los años. Primero, en la década de 1990, después del fin de la represión de la dictadura, y luego hoy en día, en que consideran que el santiaguino se ha vuelto violento, desde el delincuente hasta el pasajero común, incluyendo a las «barras bravas» que secuestran a choferes junto a sus buses.

Los inspectores eran los encargados de conservar el orden en el sis-tema. Ellos mantenían la frecuencia de salida de las micros —aunque a algunos se les podía dar unas monedas para obtener ventajas86— y fisca-lizaban en terreno que los choferes entregaran los boletos. Eran empleados contratados por las líneas para mantener un control interno, por lo cual no tenían autoridad frente a los pasajeros, pero sí ante los choferes y los empresarios (para que compraran los boletos de la línea). Si un inspector encontraba una cantidad de boletos revendidos, por ejemplo, eso le costa-ba el puesto al chofer en cuestión, lo que causaba que los choferes tuvieran conflictos con los inspectores, que los amenazaran, y que algunas veces llegaran incluso a las golpizas87.

84 Entrevista a Álvaro Morales, op. cit.85 Entrevista a Cristóbal Sánchez, op. cit., hablando sobre la década de 1990.86 Entrevista a Miguel Quinteros, op. cit.87 Entrevista a Leonel Arévalo, Santiago, 07 de octubre de 2017. Actualmente

tiene 52 años y es artesano.

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Por su parte, la relación con los pasajeros era variable, ya que uno de los problemas de la locomoción pública es la amplitud de usuarios con di-ferentes necesidades. Algunos deseaban llegar lo más rápido posible, mien-tras que otros se preocupaban más de la seguridad. Pero en lo que sí están de acuerdo los entrevistados es que en esa época el santiaguino era más cordial y menos estresado. En hora punta, los pasajeros siempre han teni-do que estar apretados, en «una densidad vejatoria para todos»88, y como Fernando Escobar recuerda en su cuento autobiográfico: «las idas al co-legio no estaban exentas de peligro, debido a que repetidas ocasiones uno se iba colgando en la pisadera para llegar puntualmente a clases. En más de una oportunidad tuve que rogar al Tata Dios que me protegiera para llegar sano y salvo al colegio», pero se cuestiona, como los entrevistados, «en que momento de nuestra vida dejamos de querernos (…) ¿Qué micro tomamos que nos ha puesto tan egoístas, prepotentes, soberbios?»89.

El peligro y la competencia del sistema se sintetizaba en la relación que tenían los micreros con los estudiantes. El problema era claramente grave, según los pasajeros y reconocido por varios choferes, ya que inclu-so muchos de ellos mismos lo habían sufrido siendo jóvenes. El conflicto residía en que los estudiantes pagaban un pasaje rebajado y a los chofe-res, como ganaban una comisión por pasaje90, no les convenía llenar su micro con estudiantes, especialmente porque subían «en manada» afuera de los colegios. Esto provocaba que los conductores intentaran eludirlos, no les abrieran las puertas, o peor aún, que los estudiantes tuvieran que «lanzarse» hacia dentro de la micro en segunda vía para poder entrar, con el claro peligro de sufrir un accidente. Este maltrato a los escolares, meno-res de edad que no tenían la capacidad de pagar un transporte como los adultos, refleja la perversidad hasta la que podía llegar este sistema, que fomentaba una competencia peligrosa para todos los involucrados.

iii) La materialidad de la máquina

Para el chofer, la micro era como su oficina. Ellos la manejaban, la reparaban, muchas veces la custodiaban en su casa y administraban el

88 El Mercurio, Santiago, 7 de julio de 1981, A3.89 Fernando Escobar, «Vida juvenil en micro», en Historias Sobre Ruedas. Reco-

pilación de cuentos del primer concurso literario, Buses Vule S. A., 2017, 90 y 92.

90 Algunos dueños de micro evitaron este problema dándole el 100% del valor de los pasajes de los estudiantes.

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dinero dentro de esta. Aunque no fuera suya, la sentían como propia, y le tomaban cariño a la máquina. Manuel Moreno presenta este «amor motorizado» de la siguiente manera: «pero todo se olvida cuando el des-pachador lo llama por su nombre, se sube a la máquina y la enciende… y es que cuando estás arriba de ese ‘monstruo con ruedas’ que parece rugir al encenderla y esperar que cargue el aire para ponerla en macha… solo se puede pensar en ella, como si fuera ‘la mejor de las amantes’»91.

La micro era un objeto preciado, y se preocupaban que fuera propia. Por eso la máquina se «enchulaba» y a los choferes «les gustaba marcar-las, escribiendo sus nombres, apodos o el nombre de su mujer o amada. Además incluían algunas frases célebres de cada uno, tales como: ‘El pa-rrandero’ o ‘El patraña’ (…) que nacían de chiste internos»92. Fue en la década de 1980, junto a la liberalización del sistema, en que se puso de moda el «enchular» la micro. Según Miguel Quinteros, «a nosotros todos nos encantaba. Yo creo que era la única parte, en lo único en que uno gas-taba la plata con mucho, así con muchas ganas (…) ponerles unas cortinas adelante con unos flequitos dorados para abajo. Ponerles unos espejos aquí en el medio así para mirar para atrás. Luces. Las mejores radios»93. Y el empresario también estaba «chocho de ver sus buses bonitos», por lo que muchos también ayudaban a sus empleados a decorarla, dándoles adelantos. Entonces, entre ambos se dedicaban a hermosear la micro.

La variedad de decoración iba desde las luces, los asientos, las ma-nillas, los volantes, los parachoques, las tapas de ruedas, las cortinas, y agregados como pegatinas, zapatitos, banderines de equipos de fútbol, entre otras cosas. Y los choferes se dedicaban a cuidarla porque «había también un poco una competencia de los demás colegas de quien tenía la máquina más linda»94. La decoración era una forma de expresión del cho-fer, incluso de los que no las querían decorar para que se viera «limpia», como Fernando Díaz que encontraba que a veces se exageraba y «pare-cían discoteques (…) con luces amarillas, unas ruedas y una música (…) una locura»95. Entonces la micro se apropiaba, se «vendía», se invitaba a pasar, se pedía que pasara, ya que la mejor micro atraía más pasajeros.

91 Manuel Moreno Jara, «Un hombre sencillo», en Historias Sobre Ruedas. Re-copilación de cuentos del primer concurso literario, Buses Vule S. A., 2017, 176.

92 Entrevista a Álvaro Morales, op. cit.93 Entrevista a Miguel Quinteros, op. cit.94 Entrevista a Cristóbal Sánchez, op. cit.95 Entrevista a Fernando Díaz, op. cit.

Entre la liberalización y la regulación: el mundo de la micros...

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Eran objetos artísticos andantes que chocaban en competencia y recorrían Santiago dándole una imagen característica.

Memoria a 10 años del Transantiago

Han pasado ya 10 años desde que se implementó el Transantiago. El fracaso rotundo que significó sus inicios aún persiste en la memoria de los santiaguinos, a pesar de las mejoras que ha tenido con el tiempo, y parecie-ra como si en la mente de los usuarios fuera a quedar encasillado durante toda su existencia según la imagen que generó ese 10 de febrero de 2007. Para los choferes de la locomoción pública, sin embargo, ha sido un cambio con claroscuros. Este evento posterior a la existencia de las micros antiguas ha modificado completamente la memoria del sistema antiguo y la encua-dra en una permanente comparación, ya que parecieran ser dos sistemas completamente opuestos: mientras uno era artesanal, el otro es tecnológico, mientras uno era familiar, el otro es impersonal, mientras uno era precario y fatigoso, el otro es moderno y con mejores condiciones laborales.

Por eso se ha formado una nostalgia particular por parte de los cho-feres de micro: no volverían al sistema antiguo, pero lo añoran porque era familiar, porque tenían cierta cuota de poder y porque ellos lo habían for-mado en su labor diaria. No era un pasado glorioso, pero era un pasado construido por ellos mismos. Mientras que en el Transantiago son parte de un sistema insípido, impersonal y odiado por la gente. Es cierto que tienen más estabilidad y les ha permitido proyectarse en su vida; en sus palabras, es mejor, pero no es suyo, es impuesto, y sin flexibilidad, sin autonomía ni autoridad, además de ser menos «humano».

Para sistematizar, las tres principales razones por las que se produce esta comparación constante con el sistema de locomoción actual de Tran-santiago, según lo que hemos podido percibir a través de las 10 entrevistas realizadas, son:

i) La relación con el pasajero empeoró considerablemente. Existe, ade-más, una impotencia porque no pueden hacer nada para solucionar el problema de la evasión, y antes controlaban todo lo que pasaba en su máquina. Ahora el usuario tiene el poder. Esto los estresa más, a pesar de que trabajan menos y su sueldo es fijo, como cuenta Camilo Valdés: «yo no me canso de manejar el bus, me canso del sistema, del

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trato de la gente. Eso es lo que me cansa. Me deprime. Y yo como ya soy viejo, miro para el lado nomás»96.

ii) La profesionalización y mecanización de las relaciones afectan la me-moria del pasado. Existe una añoranza por un pasado más artesanal y familiar, en que si bien había conflictos, la relación con el patrón era directa. Hoy existen grandes empresas con miles de trabajadores, y los choferes no ven a sus jefes ni tienen compañeros de trabajo estables.

iii) Las mejores condiciones laborales actuales. Las mejores oportuni-dades de desarrollo gracias a la estabilidad laboral y salarial hacen olvidar el mayor poder que tenían antes. Han aceptado su posición actual a cambio de una mejor calidad de vida. El micrero ganaba mucha plata antes, sin embargo, como no lo ganaba por contrato, no podía, por ejemplo, pedir créditos ni tarjetas, mientras que en el Transantiago, sí97. También por el despilfarro se ahorraba poco o nada, pero ahora que tienen sueldo mensual, han podido organizarse mejor.

En su cuento autobiográfico, «Manejando mi vida», Manuel Pérez Ahumada sintetiza muy bien la transformación en la vida de los choferes de bus con el Transantiago, que también encontramos en nuestros entrevistados: «el Transantiago llegó para cambiar todo, para mejorar todo, la vida desordenada llegaba a su fin, ahora ya no había dinero diario para malgastar, ahora había un sueldo mensual [y] todo se ordenó, la vida en familia mejoró, hay más tiempo para compartir, todo es más ordenado»98. La conclusión de la mayoría de los entrevistados es corta y simple: «no volvería al sistema antiguo». Basta con añorarlo.

96 Entrevista a Camilo Valdés, op. cit.97 «Podemos ver que la gente ha surgido, mucha gente ha podido acceder a los

créditos, todos han renovado y tienen vehículos que antes no tenían, por lo demás han optado a tener mejor calidad de salud, ya que han podido adquirir planes de salud en isapre, han podido sacar carreras de sus hijos en la par-te estudiantil (…). La tasa de accidentes ha mermado categóricamente. (…) disminuyeron los asaltos. Ya no podemos contar con que siempre estábamos teniendo bajas en compañeros». Entrevista a Cristóbal Sánchez, op. cit.

98 Manuel Pérez ahumada, «Manejando mi vida», en Historias Sobre Ruedas. Re-copilación de cuentos del primer concurso literario, Buses Vule S. A., 2017, 163.

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Conclusión

En estas páginas hemos intentado crear una imagen de los sistemas de locomoción pública de Santiago entre 1979 y 2007, una imagen desde una perspectiva que muchos de los santiaguinos no vieron, la de los cho-feres y empresarios de las micros antiguas. Por espacio hemos realizado una pincelada general y no hemos profundizado en varios temas, como la delincuencia, las perspectivas de otros actores como los inspectores, los pasajeros, la pasión por el fútbol que se daba en el gremio y el momento del cambio al sistema Transantiago. Por tanto, falta mayor investigación y realizar más entrevistas, pero esperamos haber dado una imagen justa de la complejidad del mundo laboral dentro de este gremio.

Es difícil crear políticas públicas de transporte de pasajeros, especial-mente en una ciudad de seis millones de habitantes y mal planificada como Santiago. El Transantiago teóricamente es un sistema integrado, que es el paradigma actual de un buen sistema de transporte, pero a pesar de esto no funcionó y se ha tenido que mejorar por partes en la medida que aparecen los problemas. Sin observar las dinámicas de la ciudad y la historia de más de un siglo de transporte, la implementación falló. Tampoco se consideró el problema desde la dimensión subjetiva, ni la práctica desde el quehacer de los choferes y empresarios: nadie les preguntó nunca sobre su experiencia en el sistema. Sin embargo, los choferes no creen que haya que volver hacia atrás, sino que hay que mejorar el sistema actual, y a partir de sus experien-cias pasadas y comparativas ofrecen espontáneamente sus recomendaciones durante las entrevistas. Si bien es cierto que los choferes tienen una visión nostálgica de su rubro, hoy también tienen una visión propositiva de cómo hacer un mejor sistema de transportes para la ciudad de Santiago.

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La Antigüedad de Gustav Klimt. Imágenes de una conciencia en crisis1

Josefina Lewin Velasco

Introducción

La Viena del fin de siglo xix es probablemente una de las épocas más fascinantes de la Historia del arte y la cultura. Gilles Neret la ha descrito como un verdadero «laboratorio del apocalipsis», una última ofensiva an-tes de la decadencia dirigida por la fuerza creativa de artistas e intelectua-les desgarrados entre realidad, ilusión, modernidad y tradición2. Entre las personalidades que dan testimonio de ello —Sigmund Freud, Otto Wagner, Gustav Mahler, etcétera—, en el ámbito de las artes plásticas sobresale el nombre de Gustav Klimt. El objetivo central de esta investigación es ana-lizar la experiencia del cambio de siglo a través de la obra de este artista.

Klimt llegó a la fama al servicio de la cultura burguesa de la Viena del Fin-de-Siècle. Siguiendo el ejemplo de su padre, un humilde grabador em-peñado en introducir a sus hijos en el oficio de artesano, el célebre pintor austríaco comenzó sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Viena a los 14 años. Un poco más tarde, en 1886, Klimt encontró la oportuni-dad de demostrar su talento para la pintura histórica en los trabajos de decoración del Burgtheater y el Museo de Historia del Arte, dos de los mo-numentos más importantes del Ringstrasse3. En la escalera principal del

1 Este artículo fue desarrollado en el Seminario de Licenciatura del Instituto de Historia uc, Historiografía en el período de entreguerras y post Segunda Guerra Mundial, del profesor Nicolás Cruz.

2 Gilles Néret, Klimt, Koln, Taschen, 2016, 7.3 Famosa avenida y complejo de monumentos que rodea el centro de Viena. Su

construcción puede considerarse el corolario de un proyecto de remodelación urbana emprendido por la elite liberal vienesa del siglo xix.

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teatro, Klimt pintó una serie de representaciones de la historia del género dramático. El conjunto de obras expresaba así la exitosa integración del drama del pasado en la ecléctica cultura vienesa, mientras que cada mural celebraba individualmente la unidad de la sociedad y el teatro (Figura 1). Paralelamente, el joven artista optó por decorar la sala principal del mu-seo con una variedad de figuras femeninas que encarnaban las etapas más importantes de la historia del arte. En una lógica similar a la que operaba en la decoración del Burgtheater, cada una de estas mujeres era represen-tada en el lenguaje visual de su época: así, el espíritu histórico-positivista propio del museo celebraba un triunfo casi fotográfico (Figura 2)4.

Figura 1. Gustav Klimt. Altar de Dionisio (1886), pintura de techo en la escalera principal del Burgtheater5.

4 Carl E. Schorske, Fin-de-Siecle Vienna. Politics and culture, New York, Vinta-ge Books, 1981, 209-212.

5 http://www.klimt.com/en/gallery/early-works/klimt-altar-des-dionysos-1886.ihtml (sitio web oficial del Klimt Museum).

La Antigüedad de Gustav Klimt. Imágenes de una conciencia en crisis

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Figura 2. Gustav Klimt. Atenea (1891), fresco en la sala principal del Museo de Historia del Arte6.

Pronto, el sustrato social de los valores que habían animado la cons-trucción del Ringstrasse, la decoración del Burgtheater y el Museo de Historia del Arte empezó a dar señales de agotamiento durante los últimos años del siglo xix. Klimt, aún sin haber cumplido los 30 años, parecía estar destinado a convertirse en uno de los decoradores de edificios más importantes de la Viena finisecular. Sin embargo, no podría permanecer indiferente frente a esta crisis de consciencia que asediaba a la Europa del cambio de siglo. Esta sensibilidad explica, en buena medida, la evolución que experimentó la producción simbólica del artista a partir de la década de 1890. Así, el repertorio de Gustav Klimt prueba que «la naturaleza del impulso dominante [del arte] cambia conforme a los conceptos cambian-tes que el hombre tiene del mundo», tal y como propone Giedion en El Presente Eterno7. Siguiendo esta interpretación y considerando que «al igual que los textos o testimonios orales, las imágenes son una forma

6 https://www.khm.at/objektdb/detail/1311302/?offset=4&lv=list (sitio web oficial del Kunst Historisches Museum Wien).

7 Sigfried Giedion, El presente eterno: Los comienzos del arte, Madrid, Alianza, 1982, 27.

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importante de documento histórico»8, esta investigación pretende enta-blar un diálogo entre la obra de este célebre pintor austríaco y su contexto de producción.

La noción de una «Antigüedad imaginada»

Más específicamente, este trabajo propone un análisis historiográfico de la producción artística de Gustav Klimt sobre la Antigüedad griega, es decir, de todas aquellas piezas que contengan alguna referencia a un espa-cio, concepto o personaje propio de este tiempo histórico. Se trata, en la mayoría de los casos, de referencias más o menos literales que permiten identificar narrativas o al menos figuras específicas, facilitando así el or-den del análisis «conceptual» de la obra de arte. Ahora bien, es importante advertir en este punto que la decisión de analizar este conjunto específico de imágenes no implica que el interés de este trabajo se agote en la refe-rencia al mundo antiguo. No se trata simplemente de los contenidos, los relatos y figuras que Klimt rescató de la antigua Grecia, sino también de los insumos materiales que el artista escogió para representar estos conte-nidos, o de la forma —más o menos naturalista, por ejemplo— que decidió darles. Todo ello constituye un modo de representación de lo antiguo que responde al panorama del cambio de siglo.

La decisión de trabajar con esta selección obedece a la convicción de que la Antigüedad que presenta Klimt en su pintura es una Antigüedad atravesada por la experiencia del presente, una Antigüedad imaginada en los términos del Fin-de-Siècle vienés, si se quiere. Desde ahí nace la pre-gunta que orienta el rumbo de esta investigación: ¿qué revela la obra de Gustav Klimt en torno a la antigua Grecia sobre su contexto de produc-ción? En primer lugar, este trabajo plantea que esta Antigüedad imaginada «ilustra», figurativa y literalmente, la crisis de consciencia que marcó la llegada del siglo xx en Europa. Luego, en una línea complementaria y algo más original, el análisis que se expone al final de este ensayo descubre una estrategia de inversión del orden de la racionalidad en la feminización de la Antigüedad de Klimt. Así, la recurrencia de la otredad femenina en nues-tro repertorio —«otredad» sensible, inestable y abrumadoramente sexual, de acuerdo a las concepciones de género del siglo xix— es un síntoma más

8 Peter Burke, Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico, Barcelona, Crítica, 2005, 17.

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de la crisis del cambio de siglo: una forma de resistencia simbólica frente a la hegemonía de la razón decimonónica.

Para demostrar esta hipótesis, se propone dividir el análisis de la obra de arte en 3 niveles: (1) uno que atienda a su composición formal o «estilo», (2) uno vinculado a su materialidad y (3) uno que considere sus elemen-tos de contenido. Sintéticamente, podríamos vincular estos tres niveles de análisis a 3 preguntas distintas, a saber: ¿qué puede decir la configuración estilística de la obra sobre su contexto de producción?, ¿qué puede decir la materialidad de la obra sobre su contexto de producción? y ¿qué pue-den decir los contenidos representados en la obra sobre su contexto de producción?, respectivamente. Este tercer nivel de análisis que llamamos «conceptual» es, naturalmente, el más importante y extenso del trabajo, ya que allí se analiza en profundidad el valor histórico de lo femenino en las representaciones de la antigüedad de Klimt. Por su parte, el análisis «ma-terial» y «formal» del repertorio seleccionado servirá para introducir esta interpretación más o menos recurrente en la literatura especializada sobre Gustav Klimt, que ve en su obra una verdadera iconografía de la crisis inte-lectual del cambio de siglo. Y es que tal y como se señaló anteriormente, lo que atrae la atención de esta investigación es no solo la referencia al legado de la antigua Grecia, sino todo un sistema de representación del pasado que responde a una lectura particular —y finisecular— de la Antigüedad.

La Viena del fin de siglo: una «casa a mitad de camino»

Según Hobsbawm, desde el punto de vista intelectual, la llegada del siglo xx supuso la caída de una concepción del universo como «un edi-ficio basado en ‘los hechos’, sostenido por el firme marco de las causas determinantes de efectos y por ‘las leyes de la naturaleza’ y construido con las sólidas herramientas de la razón y el método científico; un edificio todavía inacabado, pero cuya finalización no podía retrasarse por mucho tiempo»; refiriendo a la caída del positivismo, las filosofías del progreso y las viejas certezas decimonónicas9. Así, lo que predominó en esta época fue un sentimiento de incertidumbre frente al futuro o, peor aún, un pre-sentimiento que la sucesión de los acontecimientos estaba arrastrando al hombre a un destino indeseado. Al señalar que la decadencia, el pesimismo

9 Eric Hobsbawm, La era del Imperio (1875-1914), Buenos Aires, Crítica, 2009, 253.

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y el nihilismo no eran más que la «consecuencia lógica» de los valores e ideales decimonónicos, Nietzsche había sido uno de los primeros profetas de la catástrofe. Y aunque es verdad que esta filosofía fue acogida por una juventud intelectual más bien reducida, no debemos subestimar el impacto que tuvieron estas ideas en la conciencia colectiva de la sociedad europea finisecular, pues tal y como señala Hobsbawm, «las cifras no son indicativas de la influencia intelectual»10,

Insólitamente, el siglo xx no había llegado a cumplir una semana cuan-do apareció en Viena la primera reseña de La interpretación de los sueños, un texto que, según Peter Watson, «acabaría por modificar por completo la idea que la humanidad tenía de sí misma»11. En esta línea, este autor considera que Viena —capital del decadente Imperio austrohúngaro y cuna del movimiento psicoanalítico— fue sin lugar a dudas el espacio más repre-sentativo de la mentalidad de la Europa del cambio de siglo. En este sentido, la capital imperial se asemejaba a una casa «a mitad de camino» entre viejas certezas y nuevas incertidumbres; una casa «atravesada por un buen número de pasillos», entre los cuales el psicoanálisis constituye un ejemplo ilustrativo. A pesar de que Freud se consideraba un científico, su teoría nunca llegó a proponer una metodología capaz de demostrar la existencia del inconsciente, de tal manera que pudiese satisfacer a un escéptico. En esta línea, Watson añade que:

«Freud y el inconsciente no son los únicos paradigmas: la propia doctrina del nihilismo terapéutico (según el cual no hay nada que hacer ante las enfermedades de la sociedad o incluso ante las enfermedades que afligían al cuerpo humano) mostraba una indiferencia ante el progreso que se hallaba en las antípodas del optimismo que demostraba el enfoque científico empirista. La estética del impresionismo, que gozaba en Viena de una gran popularidad, también participaba de esta división»12.

En este punto, la cuestión que habría que responder es por qué Vie-na fue particularmente representativa de la mentalidad europea de aquel contexto. Según Bettelheim, la clave para entender el carácter único que tenía esta ciudad en el escenario del fin de siglo tenía que ver con una coincidencia extraordinaria: «what gave Vienna its uniqueness was the luck of history: the fact that its greatest cultural flowering came about simultaneously with the disintegration of the empire which had made

10 Ibíd., 269.11 Peter Watson, Historia intelectual del siglo xx, Barcelona, Crítica, 2002, 19.12 Ibíd., 36-37.

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Vienna important»13. En este sentido, la decadencia del Imperio austro-húngaro, que perdió provincias, autoridad y supremacía desde mediados del siglo xix, reveló el vacío sobre el que reposaba la realidad e inducía a los pensadores y artistas austríacos a explorar nuevas perspectivas en el universo mental del ser humano14. La intelligentsia vienesa, en otras palabras, empezó a valorar menos la realidad externa —esto es, la des-alentadora realidad política, económica y social del Imperio— y volvió la mirada al desconocido dominio de la psiquis freudiana. Así, la necesidad de conquistar el mundo interior del individuo emergió frente a la imposi-bilidad de controlar el mundo «real» (reconociendo en este mundo «real» otra «realidad» bien distinta, como se verá más adelante). Con todo, este espíritu introspectivo no renunciaría al rigor analítico de la ciencia a la hora de introducirse en los abismos mentales que tanto le obsesionaban. De este modo, «la tensión entre la matemática y el instinto, entre la nostal-gia del orden y la inmersión en el desorden, la ambivalente inteligencia de un Yo insalvable sumido en el caos y la búsqueda de una lógica científica», se convertiría en un tema constante en el arte, la literatura y la psiquiatría en la Viena del 190015.

La capital del Imperio austrohúngaro aparecía entonces como el esce-nario perfecto para la gestación de lo que Schorske ha definido como una «revuelta edípica generalizada», es decir, la crisis de una generación que pierde la fe en las perspectivas de sus padres. Die Jungen fue el nombre que escogieron los distintos movimientos que se levantaron contra la hege-monía cultural de la Viena finisecular. El concepto apareció primero en la política para denominar a la Nueva Izquierda del Partido Constitucional, aunque más tarde Jung-Wien también identificaría a un movimiento lite-rario que desafió el estatus moral decimonónico y que exploraba verdades sociológicas y psicológicas (y sobre todo sexuales) del ser humano.

A mediados de los noventa, esta revuelta penetró por fin en el campo de las artes y la arquitectura. En este terreno, el nombre Die Jungen llama-ba a sustituir las restricciones del academicismo por una actitud más abier-ta y experimental hacia la pintura, e invitaba a los jóvenes artistas vieneses a rechazar la tradición realista de sus padres para buscar el verdadero

13 Bruno Bettelheim, «The Birthplace of Psychoanalysis», en The Wilson Quar-tely, 14: 2, 1990, 70.

14 María Bolaños Atienza, «El arte que no sabe su nombre: Locura y moderni-dad en la Viena del siglo xx», en Revista de la Asociación Española de Neu-ropsiquiatría, 27: 100, 2007, 445-446.

15 Ibíd., 446.

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rostro del hombre. En esta lógica se debe comprender la decisión de Klimt de romper definitivamente con las directrices estéticas de la élite liberal-burguesa y fundar la Secesión Vienesa, la cuna del modernismo pictórico en Viena. Ciertamente, la idea del quiebre con la tradición fue un principio básico entre los miembros de esta asociación, que veían en la «Secesión» una suerte de actualización de la antigua Secessio Plebis romana16.

La desnaturalización de la imagen y el problema de lo real. Análisis «formal» de la obra de arte

La fundación de la Secesión en 1897 definió, pues, la articulación de un nuevo lenguaje estético en la obra de Klimt. Así, las pinturas del artista en la mansión de Nikolaus Dumba —Música ii (1898) y Schubert en el piano (1899)— dejaban atrás el historicismo academicista que exhibían las decoraciones del Museo de Historia del Arte y el Burgtheater. La pintu-ra de Schubert, por ejemplo, abandonó cualquier pretensión de exactitud histórica (exceptuando quizá el retrato del pianista, todas las figuras que aparecen en ella son contemporáneas) y presentó interesantes efectos de iluminación impresionista que parecían disolver lo concreto del espacio racional y tangible de la pintura (Figura 3). Esta sería, según Gottfield Fliedl, la primera obra en que Klimt se distanció del naturalismo propio de la pintura histórica, donde las figuras seguían ocupando un lugar defi-nido en el espacio representado17. En este sentido, la obra renunciaba al compromiso positivista de los antiguos trabajos de Klimt: recrear las cosas «como fueron en realidad» (wie es eigentlich gewesen)18.

16 En la Roma republicana, secessio plebis designaba un espacio de lucha social donde los plebeyos se levantaban contra el mal gobierno de los patricios (de manera similar a esta juventud secesionista que denuncia la inercia del esta-blishment cultural vienés). Schorske, op. cit., 212-214.

17 Gottfield Fliedl, Gustav Klimt. The world in female form, Koln, Taschen, 1998, 46-47.

18 Schorske, op. cit., 220.

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Figura 3. Gustav Klimt. Schubert en el piano (1899)19.

Esta evolución estilística también se percibe en la obra de Klimt en torno a la Antigüedad griega. Así, por ejemplo, la Atenea que citábamos en la introducción de este ensayo (Figura 2) contrasta de manera dramática con la Atenea que Klimt pintó con ocasión de la primera exposición de la Secesión (Figura 4), siete años después de haber terminado los trabajos de decoración del Burgtheater y el Museo de Historia del Arte. Como se puede ver, Atenea «como habría sido en realidad» (pensemos en los mo-tivos típicamente griegos que decoran el fondo del fresco del museo) se convertía en patrocinadora de la liberación de las artes modernas en esta segunda representación en torno a la victoria de Teseo sobre el Minotauro (augurio de la emancipación de una juventud ateniense que podía ser me-tafóricamente la vanguardista juventud vienesa). De esta forma, la diosa protectora de la polis dejaba de ser un retrato fotográfico del pasado y se transformaba en una figura simbólica20. El contraste, sin embargo, solo termina de entenderse cuando se atiende a las innovaciones que presenta esta obra en términos de forma y estilo. Si en los frescos del Museo de His-toria del Arte Atenea tiene cuerpo y sustancialidad, aquí nos encontramos con una silueta abstracta, bidimensional.

19 http://www.klimt.com/en/gallery/early-works/klimt-schubert-am-kla-vier-1899.ihtml (sitio web oficial del Klimt Museum).

20 Schorske, op cit., 215.

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Figura 4. Gustav Klimt. Teseo (1897), póster para la primera exhibición de la Secesión21.

Para comprender qué tipo de mentalidad motivó la desnaturaliza-ción de esta Atenea es importante precisar que si Klimt se alejó de los patrones naturalistas tradicionales, no fue a partir de un desinterés por el mundo real, sino por una convicción de que este mundo real podía ser representado —y probablemente, mejor representado— a través de figu-raciones simbólicas. De esta manera, la evolución formal de la producción pictórica del artista reconocía que el mundo de «lo real» excedía aquello que se revelaba ante el ojo humano. En este punto no se puede dejar de considerar la influencia de la figura de Sigmund Freud, que también había renunciado a las pretensiones de exactitud biológica o anatómica de su disciplina (la psiquiatría). Tal y como propone Schorske, en una búsqueda para abrirse camino entre las ruinas de una concepción «sustancialista»

21 http://www.klimt.com/en/gallery/early-works/klimt-plakat-fuer-eine-kuns-taustellung-1898.ihtml (sitio web oficial del Klimt Museum).

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(substantialist) de la realidad, el artista y el psicoanalista se sumergieron en el yo y se embarcaron en un voyage intérieur22.

El psicoanálisis, en efecto, se fundaba en la posibilidad de abordar científicamente las fantasías del ser humano, asumiendo tácitamente la realidad positiva de los productos de la imaginación. En su autobiografía, Freud se refiere explícitamente a esto cuando relata cómo llegó a com-prender que buena parte de las escenas de seducción que escuchaba en su consulta no eran más que «fantasías urdidas por sus pacientes» —sucesos que no habían tenido lugar en la «realidad», si se quiere—, y cómo este descubrimiento le permitió concluir que «los síntomas neuróticos no se anudan de manera directa a vivencias efectivamente reales, y que para la neurosis vale más la realidad psíquica que la material»23. En este sentido, la decisión de representar a Atenea sin prestar demasiada atención a la rea-lidad empírica (a la anatomía del cuerpo humano, a la tridimensionalidad del espacio) podría entenderse a partir de esta inédita revelación —que es también una realización— del mundo psíquico. Las cambiantes repre-sentaciones del espacio y la sustancia en Klimt, desde lo naturalistamente sólido a lo impresionísticamente fluido, lo abstracto y lo geométricamen-te estático, anuncian entonces la búsqueda de nuevos ejes de orientación en un mundo sin coordenadas seguras24.

El valor del oro en la obra de Gustav Klimt. Análisis «material» de la obra de arte

La evolución «formal» que experimentó la producción artística de Klimt durante los últimos años de la década de los noventa vino acompañada de una segunda innovación estética que imprimiría un sello singular a su pin-tura: el uso del pan de oro. Los estudios que han intentado comprender esta originalidad técnica desde una perspectiva histórico-cultural, han planteado relaciones interesantes entre la realidad material de la obra de Klimt y algu-nas de las líneas de pensamiento que se han analizado más arriba. En esta lógica y siguiendo las conclusiones del análisis «formal» que se acaba de

22 Schorske, op. cit., 208.23 Sigmund Freud, «Presentación autobiográfica», en Obras completas, Vol. 20,

Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1978, 33.24 Schorske, op. cit., 226.

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realizar, se intentará demostrar cómo el oro puede ser otro síntoma más de la crisis que asedió a la Europa finisecular.

La materialidad de la obra de arte no se limita a revelar las condicio-nes económicas que rodean al artista. Precisamente, el arte que produjo Klimt durante su «fase dorada»25 era un arte en el que la materialidad de la pintura se imponía sobre sus contenidos; el costo (el «valor económico») del oro condicionaba el significado (el «valor simbólico») de la producción pictórica26. En este sentido, podemos vincular la materialidad de la obra de Klimt a la crisis de consciencia del cambio de siglo. Cuando se constatan las fisuras y contradicciones del orden ilustrado —cuando se descubre, por ejemplo, que la eficiencia racionalista exige cierta cuota de irracionalidad en la violencia— el sujeto moderno recurre al arte «porque cree adivinar en él la posibilidad de recrear esa realidad fraudulenta mediante la imaginación creativa»27 En este momento crítico, Klimt se sirvió del oro para conferirle a la producción artística el valor que le correspondía: al igual que el oro me-dieval, este oro moderno abandonaba la naturaleza y adoptaba las formas que se concebían en el seno de la imaginación, pero en lugar de celebrar la grandeza de la ley divina, «proclama la grandeza de la ley artística, la nueva y única religión posible en la modernidad»28.

De manera interesante, la primera pieza en que Klimt experimentó con oro fue la tercera y última Atenea de nuestro repertorio: Palas Atenea (Figura 5). Según Lisa Florman, los motivos ornamentales y el uso del pan de oro en esta obra revelaban una re-visión de la herencia griega que celebraba un pasado oscuro e irracional, redescubierto por Nietzsche en El Nacimiento de la Tragedia. Así, esta pieza descartaba las dos cualidades estéticas y morales supuestamente esenciales del arte griego —la «noble simpleza» (noble simplicity) y la «serena grandeza» (quiet grandeur)— y, con el oro, introducía un elemento decididamente anticlásico e irracional en la pintura. Las referencias simbólicas a una Grecia primitiva (Florman nota, por ejemplo, que la imagen de Medusa en la égida de Atenea remite a un prototipo típicamente arcaico) eran potenciadas, en definitiva, por

25 La «fase dorada» (1899-1910, aproximadamente) marca una etapa en la tra-yectoria artística de Klimt donde el uso de pan de oro coincide con una recep-ción crítica más favorable hacia su obra. Neret, op. cit.

26 Fliedl, op. cit., 115.27 Esta es al menos la interpretación de María Jesús Godoy en «El dorado en

la obra de Gustav Klimt: reminiscencias medievales de un color», en Quadri-vium, 1: 1, 2012, 5-29.

28 Ibíd., 21.

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el dorado que saturaba esta representación29; en última instancia, todo apuntaba a destruir la calma y la armonía que dominaba en las imágenes clásicas de los antiguos griegos.

Figura 5. Gustav Klimt. Palas Atenea (1898)30.

Según Ginzo Fernández, Nietzsche había llegado tempranamente a la conclusión que la forma en que el clasicismo alemán había representado a los griegos transmitía una idea falsa, idealizada y domesticada de la Anti-güedad. Así, El Nacimiento de la Tragedia sugería buscar a los «verdade-ros griegos» en la Grecia arcaica, trágica y agonal del siglo vi, rastrear el «origen creador de la cultura occidental» en una Antigüedad prefilosófica, señalando que había sido precisamente Sócrates y su racionalismo ilustra-do —ese ingenuo optimismo moral e intelectual que se imponía sobre el pesimismo de la consciencia trágica— lo que había trastocado la cultura de los griegos y su fuerza espiritual31. En palabras de Nietzsche:

29 Lisa Florman, «Gustav Klimt and the Precedent of Ancient Greece», en The Art Bulletin, 72: 2, 1990, 310-326.

30 http://www.klimt.com/en/gallery/early-works/klimt-pallas-athene-1898.ihtml (sitio web oficial del Klimt Museum).

31 Arsenio Ginzo Fernández, «Nietzsche y los griegos», en Polis. Revista de ideas y formas políticas de la Antigüedad Clásica, 12, 2000, 85-135.

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«Sócrates, héroe dialéctico del drama platónico, nos recuerda al hé-roe de Eurípides, que, como él, se ve forzado a justificar sus actos con razones y argumentos y corre tan frecuentemente, de este modo, el riesgo de perder para nosotros todo interés trágico. En efecto, ¿quién podría desco-nocer la naturaleza optimista de la dialéctica, que triunfa a cada conclusión y no puede vivir más que de fría claridad y de certidumbre, ese elemento optimista que, desde que penetra en la tragedia, invade sus regiones dioni-síacas y la conduce fatalmente a su propia pérdida, hasta dar el salto fatal (y mortal) en el drama burgués?»32.

Como se ve, esta revisión nietzscheana del pasado griego devino rápida-mente en una crítica cultural al orden ilustrado contemporáneo —el hombre moderno, en efecto, prolongaba la dinámica desatada por Sócrates—, lo que vuelve a vincular la materialidad de la obra de Klimt a la crisis intelectual del cambio de siglo. Siguiendo las interpretaciones de Florman en torno a Palas Atenea, el artista parecía empeñarse en exagerar la aplicación sensual del ornamento para socavar la pureza racional de la imagen33. El oro, en otras palabras, anulaba la «claridad» en esta representación de la antigüe-dad griega, visualizando de alguna manera la polémica propuesta de El Nacimiento de la Tragedia.

Las mujeres de Klimt y la obsesión en torno al eros femenino. Análisis «conceptual» de la obra de arte

Si el análisis «formal» y «material» de la obra de arte tenía que ver con cómo se representa el objeto artístico, el análisis «conceptual» que corres-ponde desarrollar debería ir directamente a lo que se representa, identificar los relatos y figuras que Klimt recogió del legado de la antigua Grecia, para luego interpretarlos en perspectiva histórica. Como se vio anteriormente, algunos autores ya han reparado en la presencia del elemento arcaico en la obra de Klimt, descubriendo allí la influencia de una línea de pensamiento nietzscheana, estrechamente vinculada con la caída de los paradigmas in-telectuales decimononos. Ahora bien, la lectura «conceptual» que propone esta investigación atiende menos a las referencias de un pasado ditirámbico y más al protagonismo de las mujeres en nuestro repertorio, considerando que lo femenino también puede ser un medio de expresión de la crisis del

32 Friedrich Nietzsche, El origen de la Tragedia, Madrid, Austral, 2007, 118.33 Florman, op. cit., 313.

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cambio de siglo. Así, el punto de partida será la primera pintura de Klimt en que se puede identificar una figura específica de la antigüedad: Safo, de 1888 (Figura 6), representación de la célebre poetisa griega del siglo vi a. C.

Figura 6. Gustav Klimt. Safo (1888)34.

Nacida en la isla de Lesbos alrededor del año 620, Safo es el único personaje en nuestro repertorio que existió realmente. Es famosa por haber fundado la «Casa de las servidoras de las Musas», escuela donde enseñó canto, literatura y otras formas de arte a mujeres jóvenes. Allí, Safo se habría enamorado y mantenido relaciones con varias de sus discípulas, convir-tiéndose en un ícono de la homosexualidad femenina a partir del siglo xix. En esta línea, comprender el lugar de Safo en el repertorio de Klimt exige reparar en la aparición de la figura del «amor aberrante» en la producción artística de mediados de siglo. En ese contexto diversas figuras vinculadas al mundo de la literatura decadentista se obsesionaron con el sadismo, la androginia y el lesbianismo (que alcanzó gran relieve en algunos poemas de Baudelaire y en Anactoria de Swinburne, donde es justamente Safo la

34 http://www.klimt.com/en/gallery/early-works/klimt-sappho-1888.ihtml (sitio web oficial del Klimt Museum).

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que asumía el papel de portavoz de este modus amandi)35. Paralelamente, los representantes más célebres de este amor fatal y decadente en el terreno de la pintura fueron los dos exponentes más importantes del simbolismo: Gustave Moreau y Gustav Klimt, precisamente. Pero mientras que las re-presentaciones de Safo en el repertorio artístico del primero gozan de cierta popularidad, el erotismo de Klimt se percibe más bien como «un erotismo en que se impone Salomé o Judith», en el que se asoma algo de sadismo y morbosidad en medio de su refinamiento36.

En este sentido, se ha olvidado que, antes de Judith y Salomé, también estuvo la figura de Safo, y ese olvido se ha producido, probablemente, porque nada en este retrato parece remitir a un amor «aberrante», andró-gino o decadente. Así, comprender el valor histórico de esta obra exige ir un poco más allá de la iconografía y plantear la siguiente pregunta: ¿qué invocaba, exactamente, la idea de lo sáfico en el contexto de producción de esta representación? Retomando lo expuesto más arriba, la segunda mitad del siglo xix atendió a una renovación de la idea tradicional de Safo, cuando el modernismo literario comenzó a explorar aspectos no asumidos del «safismo», como la homosexualidad. En Francia, por ejemplo, Bau-delaire había sido el primero en romper con la tradición heteronormativa de las eras del Renacimiento y el Romanticismo37, y representó a Safo como lesbiana (nativa de Lesbos) y Lesbiana (mujer homosexual) en Las Flores del Mal. Por lo demás, esta doble significación se acentuaba en un escenario de medicalización de la sexualidad, que empezaba a distin-guir y separar una tendencia «normal» heterosexual, de una orientación

35 Esteban Tollinchi, Romanticismo y Modernidad. Ideas fundamentales de la cultura del siglo xix, Vol. I, Río Piedras, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1989, 371.

36 Siguiendo, por ejemplo, las interpretaciones de Tollinchi en op. cit., 371-372.37 Los estudios de DeJean, Prins y Reynolds denuncian un ejercicio de «domes-

ticación» de la sexualidad de Safo en la literatura de este período, que desco-noció o manipuló sistemáticamente las insinuaciones homoeróticas contenidas en la prosa sáfica. Fundamental en este sentido habría sido la lectura de un famoso poema incluido en las Heroidas de Ovidio donde Safo declara su amor no correspondido por «Faón», interpretado por los autores renacentistas y románticos como una «confesión personal» de un deseo heterosexual, cuando parece más probable que Safo haya estado simulando los deseos de su diosa patrona Afrodita al declarar estos sentimientos por «Faón» (otro nombre para «Adonis», amante de la diosa del amor en la mitología griega). Catherine Ole-via Clarck, «Reading Sapphic Modernism: Belle époque poésie and Poetic Pro-se», Tesis Doctoral, Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, 2010.

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«desviada» u homosexual38. Tal y como señala Foucault, «el [y la] homo-sexual del siglo xix se convierte en un personaje: un pasado, una historia, una infancia, un carácter»39, y fue precisamente en este momento cuando el término «lesbiana» se transformó —naturalmente, a propósito de la procedencia de Safo— en una categoría para designar el deseo sexual de una mujer hacia otra40.

Así, parece poco probable que Klimt haya ignorado esta valoración oscura y sexualmente disonante de Safo, aun si aquí la representa como maestra o poeta antes que como lesbiana-homosexual. En el círculo mo-dernista en el que se desenvolvió el artista, el nombre de Safo invocaba por sí solo ese «amor aberrante» que proliferó en la producción artística de la Europa finisecular. No debemos olvidar que la Viena de Klimt fue también la Viena de Freud, centro neurálgico del proceso de medicalización de la sexualidad que señala Foucault. Así, pues, el peso simbólico que tenía «lo sáfico» en este contexto compensaba, de alguna manera, la ausencia ico-nográfica de eros en esta representación. En este punto, resulta interesante notar que Safo forma parte de un repertorio plagado de gestos lésbicos y alusiones explícitas a la experiencia erótica de la mujer. En cierta medida, esto aventuraba lo que sugeriría la obra más tardía de Gustav Klimt de manera más explícita: algo arrastraba al artista a representar una desco-nocida dimensión de la sexualidad femenina (tomemos por ejemplo el caso de Dos mujeres abrazadas [Figura 7]).

38 Clarck, op. cit., 13-14.39 Michel Foucault, Historia de la sexualidad I: la voluntad de saber, México D.

F., Siglo xxi, 2007, 53.40 Sandra Boehringer, «Sapphism and Lesbos», en Patricia Whelehan y Anne Bo-

lin (eds.), The International Encyclopedia of Human Sexuality, Massachusetts, Wiley-Blackwell, 2015, 1115-1354.

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Figura 7. Gustav Klimt. Dos mujeres abrazadas (1913)41.

La figura contenida en la segunda pieza a considerar en este análisis «conceptual» es la ninfa, diosa menor de la mitología griega vinculada al espacio natural, específicamente a las montañas, las cuevas, los manantia-les y otras fuentes de agua. Siguiendo las interpretaciones de Isabella Luta, la ninfa también ha sido asociada a una desatada potencia carnal; Homero, por ejemplo, la describe como el objeto de deseo de hombres mortales en la Ilíada, y en una lógica igualmente erótica, otros relatos mitológicos retratan a la ninfa como una auténtica depredadora sexual, dentro de los cuales el rapto de Hilas probablemente sea el más ilustrativo42. En esta línea, la autora sugiere que una de las representaciones pictóricas más ejemplares del siglo xix en torno a la ninfa «sexualmente agresiva» puede ser Hilas y las ninfas (1896) de John William Waterhouse (Figura 8):

41 http://www.klimt.com/en/gallery/drawings-1906-1918/klimt-zwei-sich-umar-mende-junge-maedchen-1913.ihtml (sitio web oficial del Klimt Museum).

42 En la mitología griega, Hilas es descrito como un joven de gran belleza, com-pañero y servidor de Heracles, que lo habría llevado con él a la expedición de los Argonautas. Allí, Hilas habría sido raptado por las ninfas de la fuente de Pegea, que quedaron prendadas de su belleza. Según el relato de Apolonio de Rodas: «tan pronto el efebo tocó la superficie del agua, la ninfa puso su brazo izquierdo alrededor de su cuello para besarlo, empujándolo, al mismo tiempo, hacia el estanque.» Jennifer Larson, Greek nymphs: myth, cult, lore, Nueva York, Oxford University Press, 2001, 67.

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«When nymphs are depicted as sexual aggressors, the object of their assault is Hylas; they attack a single human man as a group. Their functio-ning as a group is particularly noticeable in Waterhouse’s Hylas and the Nymphs (1896), in which the seven nymphs were drawn from two mo-dels. The nymphs are beautiful and unnervingly similar as they gaze at Hylas with desire»43.

Tres años después de Waterhouse, Klimt pintaría su propia versión de esta mítica figura femenina en la obra titulada Ninfas (Figura 9), compa-rable en varios sentidos con la representación del inglés en torno al rapto de Hilas (a pesar de que Klimt no invoca explícitamente el mito de Hilas). En esta línea, en términos de forma, lo primero que llama la atención es el empleo de la misma paleta de colores helados y sombríos en ambas re-presentaciones. Luego, en el ámbito del contenido, se puede advertir que la obra de Klimt replicó y exageró la expresión amenazante de las ninfas de Waterhouse, haciendo todavía más evidente la condición de «depreda-dora sexual» de la criatura acuática. Lo acuático, a su vez, puede ser otro elemento interesante que se repite en estas dos imágenes, ya que el tipo de ninfa que protagoniza el relato del rapto de Hilas es precisamente la ninfa de agua dulce o la náyade.

Figura 8. John William Waterhouse. Hilas y las ninfas (1896)44.

43 Isabella Luta, «Nymphs and Nymphomania: Mythological, Medicine and Classical Nudity in Nineteenth Century Britain», en Journal of International Women’s Studies, 18: 3, 2017, 42-43.

44 http://manchesterartgallery.org/collections/search/collection/?id=1896.15 (si-tio web oficial de la Manchester Art Gallery).

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Figura 9. Gustav Klimt. Ninfas (1899)45.

Siguiendo las interpretaciones de Neret, la figura de la náyade volve-ría a aparecer en Peces dorados (Figura 10)46, obra de Klimt que repro-duce una vez más los patrones de representación de la ninfa que exhibe la pintura de Waterhouse en torno al rapto de Hilas (la recurrencia de los rostros amenazantes, la referencia al elemento acuático y la aparición de mujeres en grupo, característica de la iconografía decimonónica de la ninfa-depredadora). En este punto, no deja de ser interesante que Klimt haya dedicado esta obra a las autoridades que rechazaron la ejecución de Filosofía, Medicina y Jurisprudencia47, bautizándola primero con el título A mis críticos. Y es que si en la representación de Waterhouse el objeto de deseo de las ninfas es Hilas, en Peces Dorados la náyade vuelve la mirada al espectador: en otras palabras, Klimt redirige la amenaza femenina hacia

45 http://www.klimt.com/en/gallery/early-works/klimt-nixen-silberfische-1899.ihtml (sitio web oficial del Klimt Museum).

46 Si bien aquí no hay ninguna referencia explícita a la figura de la ninfa. Neret, op. cit., 26.

47 Las tres controvertidas obras que el artista pintó en la Universidad de Viena, violentamente rechazadas por un sector importante de la crítica de la época. Ibíd., 21-26.

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el receptor, obligando a «sus críticos» a reconocerse como las nuevas víc-timas de la terrorífica sexualidad de la ninfa.

Figura 10. Gustav Klimt. Peces dorados (1901-1902)48.

Ahora bien, el parecido entre la obra de Waterhouse y las representa-ciones de Klimt en torno a la figura de la náyade no indica, necesariamente, una inspiración artística o un ejercicio de imitación consciente. Tal y como señala Luta, Hilas y las Ninfas constituye una imagen arquetípica de la ninfa depredadora del siglo xix, es decir, un prototipo de representación de la mujer que debería ser comprendido dentro de una escena artística y cultural específica. Así, en Ninfas y en Peces dorados se puede identificar la imagen de la femme fatale, una figura que fascinó a muchos de los con-temporáneos de Klimt, desde Gustav Moreau hasta Richard Strauss. Más allá de la obsesión del arte finisecular en torno a las expresiones «aberran-tes» del amor, la popularidad de la femme fatale —esa mujer que, como

48 http://www.klimt.com/en/gallery/early-works/klimt-goldfische-1901.ihtml (si-tio web oficial del Klimt Museum).

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la náyade, podía victimizar al hombre recurriendo a su sexualidad— solo puede comprenderse en el escenario de crisis que estamos analizando. En efecto, si en el siglo xix el «el hombre se define como apolíneo y racional por oposición a la mujer, dionisiaca e instintiva»49, el cuestionamiento de las viejas certezas ilustradas descubre inevitablemente la amenaza feme-nina. Tal y como se demostrará más adelante, para el hombre moderno los conceptos que comenzaron a ganar terreno en el escenario del Fin-de-Siècle —lo subjetivo, lo emotivo, lo primitivo— eran conceptos sustan-cialmente femeninos. Entonces se explica la imagen de una mujer terrible y al mismo tiempo seductora, ya que precisamente la misteriosa (hiper) sexualidad femenina era lo que desconcertaba, intimidaba y desafiaba a la mirada racionalizante-masculina.

Esto último nos devuelve al análisis de la figura de la ninfa, raíz etimo-lógica de la palabra ninfomanía, otro término médico que hizo su aparición en el contexto de «medicalización de la sexualidad» que se describía más arriba, ahora para designar una patológica hipersexualidad femenina50. Como se observa, el diagnóstico encaja perfectamente con la lógica de repre-sentación de la náyade en Ninfas y en Peces dorados, pero plantea algunos problemas para el análisis de Dafne (Figura 11), la tercera y última pintura de Klimt en torno a la figura de la ninfa.

De acuerdo al relato mitológico, luego de que Eros le disparara con una flecha de oro en el corazón, Apolo se enamoró de la dríade51 Dafne. Ella, sin embargo, no solo ya había manifestado sus deseos de permanecer casta, sino que además había sido hechizada por el mismo dios del amor para aborrecer instintivamente los sentimientos del dios del sol. Así, Apolo persiguió continuamente a Dafne, obligándola a invocar, en cierta ocasión, el auxilio de su padre, quien la convertiría en un laurel para protegerla de los deseos de su pretendiente. Dafne, en este sentido, invierte la condición de la ninfa, sustituyendo la imagen de la agresora sexual por la de la víctima.

49 Diego Romero de Solís, «El miedo a la mujer (arte, sexualidad y fin de siglo)», en Daimon. Revista Internacional de Filosofía, 14, 1997, 159.

50 La prueba más clara de que el concepto ninfomanía remite a la figura de la ninfa es el origen etimológico del término médico que designa la hipersexua-lidad masculina (la satiriasis) en la figura del sátiro, típico compañero de la ninfa en la mitología griega. Luta, op. cit., 38.

51 Ninfa de los árboles.

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Figura 11. Gustav Klimt. Dafne (1903)52.

Ahora bien, aunque parezca paradójico, esta imagen de la ninfa-víc-tima también expresa, a su manera, una desatada fuerza erótica femenina, y es que, tal y como señala Isabella Luta, la sexualidad de la ninfa es más bien ambigua y se puede manifestar de manera «activa» o «pasiva». En esta lógica, la autora propone que las representaciones pictóricas del siglo xix de la ninfa como víctima localizan la sexualidad de esta antigua figura mítica en la autoexposición o la desnudez (algo que se revela de forma notable en la exhibición del busto de Dafne, por ejemplo). Luta agrega que esta sexualidad «pasiva» también se considera en el diagnóstico de la ninfomanía:

«(…) Nudity and self-exposure are important signifiers for recogni-sing the victims of the sexual disorder. In one example, the victim’s pro-gression into Nymphomania is signified by the central actions of ‘refusing to put on her garments’ and ‘furiously [demanding] coitus’ (…) Whilst some active sexual assault attempts perpetrated by nymphomaniacs are recorded, in a larger number of cases nymphomaniacs express their symp-toms by taking off their clothes and demanding sex»53.

52 http://www.klimt.com/en/gallery/women/klimt-daphne-maedchen-mit-blauem-schleier-1903.ihtml (sitio web oficial del Klimt Museum).

53 Luta, op. cit., 43.

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En esta línea, es interesante notar que la literatura médica del siglo xix no solo describía a la mujer ninfómana como un peligro social —una «depredadora»—, sino que también la consideraba una «víctima» de sus propios impulsos54. Así, en lugar de contradecir la condición ninfomanía-ca, las representaciones pictóricas de ninfas-víctimas como Dafne también descubrían una dimensión de la hipersexualidad femenina55. En este sen-tido, las ninfas de Klimt revelaban dos caras de la realidad sexual de la mujer, denunciando nuevamente el interés del artista por indagar en los misterios del eros femenino.

Figura 12. Gustav Klimt. Dánae (1907)56.

En la obra de Klimt, el contraste entre Eros y Thanatos, entre la «pul-sión de vida» y la «pulsión de muerte», se asoma constantemente. En esta línea, Schorske propone: «Klimt turned to woman as a sensual creature, developing her full potential for (…) life and death»57. Así, si Ninfas y Peces Dorados revelan todo lo que la sexualidad femenina puede tener de «fatal», Dánae (Figura 12) apunta al sentido contrario, expresando su enorme potencia vital. A pesar de reconocer ciertos rasgos de la femme fatale en esta imagen, Neret sostiene que «más que nunca, estamos ante la mujer como portadora del secreto de la vida»58: la obra, en efecto, invoca

54 Ibíd., 45.55 De hecho, la tesis de Isabella Luta es que estas representaciones habrían sido

claves en la construcción de la «ambigüedad ninfomaníaca».56 http://www.klimt.com/en/gallery/women/klimt-danae-1907.ihtml (sitio web

oficial del Klimt Museum).57 Schorske, op. cit., 223.58 Neret, op. cit., 59.

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el misterio de la concepción, representando el instante mítico en el que Zeus penetra el cuerpo de Dánae para engendrar a Perseo59.

Klimt recurrió al mito de Dánae para elaborar una iconografía de la fecundidad. La posición «fetal» de la protagonista y el aspecto «uterino» de la atmosfera que la rodea no pasan desapercibidos. Los elementos for-males de la obra, por otra parte, también apuntarían a reforzar el conte-nido narrativo de la representación. Schorske, por ejemplo, nota formas biológicas y «cromosómicas» en la lluvia dorada60 y, en esta misma línea, Gilbert y Brauckmann proponen que las figuras circulares que aparecen en la parte inferior derecha del cuadro serían una estilizada representa-ción del blastocito61. De esta forma, Klimt intentó capturar en Dánae el poder vital de la sexualidad femenina en un lenguaje casi biológico. No se trataba de un regreso a las lógicas de representación naturalistas decimo-nónicas (como se ve, no hay nada de concreto en el espacio que rodea a Dánae). Más bien, lo que sucede es que las figuraciones simbólicas en esta obra evocan una realidad sexual «anatómica». Algunos de los testimonios que recoge Sara Ayres en su análisis sobre la recepción de Dánae sugieren que este simbolismo de inspiración «orgánica» fue uno de los aspectos que más escandalizó a los contemporáneos de Gustav Klimt. Así, por ejemplo, un comentario anónimo de 1908 criticaba la ejecución de la obra en los siguientes términos:

«Correggio painted Io and Leda, also Titian a Danae in the climacte-ric moments of delight. The old masters ennobled and spiritualized sensua-lity. They purified the material commonness of the all-too-earthly scenes via an infinite oblique tenderness of coloured transfigurations, through purity of line and the harmonies of the palette. For Klimt, who to be sure has his own very special subtleties, mythology becomes – gynaecology»62.

Siguiendo las interpretaciones de Ayres, un sector importante de la crítica sostenía que Klimt había «fallado» en imponer un filtro artístico

59 Según el mito griego, Dánae era la hija del rey Acrisio de Argos, a quien se le había revelado la profecía de que sería asesinado por su nieto. Temiendo esto, Acrisio encerró a su hija en una torre para asegurarse de que no quedara embarazada, pero Zeus, convertido en oro, logró penetrar en la torre donde Dánae se hallaba recluida, dejándola embarazada de Perseo.

60 Schorske, op. cit., 272.61 Scott Gilbert y Sabine Brauckmann, «Fertilization Narratives in the Art of

Gustav Klimt, Diego Rivera and Frida Kahlo: Repression, Domination and Eros among Cells», en Leonardo, 44: 3, 2011, 221-227.

62 Sara Ayres, «Staging the Female Look: A Viennese Context of Display for Klimt’s Danae», en Oxford Art Journal, 37: 3, 2014, 239.

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entre la audiencia y la materialidad de la desnudez femenina63. Desde esta perspectiva, Dánae representaba el cuerpo de la mujer en un lenguaje demasiado grosero —demasiado «ginecológico»— y esto no le permitía transitar desde lo terrenal hacia lo trascendente. Lo interesante, sin em-bargo, es que el objetivo de Klimt nunca fue ennoblecer artísticamente el mito de Dánae. Más bien, Dánae fue el pretexto, el medio narrativo que encontró el artista para representar la fuerza vital de la sexualidad feme-nina. De ahí la idea de capturar el momento atemporal de la concepción de Perseo en lugar de representar el mito en una lógica cronológica. Así, pues, la relación con el relato original se cortaba casi por completo y las características generalmente atribuidas a Dánae por una tradición icono-gráfica de larga data se reducían al mínimo64.

Figura 13. Gustav Klimt. Leda (1917)65.

Según Gottfield Fliedl, esto es exactamente lo que sucedió también en el caso de Leda (Figura 13), la última obra que revisaremos en este tercer nivel de análisis «conceptual». En la mitología griega, Leda era la esposa del rey Tindáreo de Esparta y la protagonista de otra de las historias de seducción de Zeus, que logró cautivarla tomando la forma de un cisne. De acuerdo al relato tradicional, Leda dio a luz a dos pares de hijos después

63 Ídem.64 Fliedl, op. cit., 208.65 http://www.klimt.com/en/gallery/late-works/klimt-leda-1917.ihtml (sitio web

oficial del Klimt Musem).

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de este encuentro: por un lado, a Helena y a Pólux (inmortales, presuntos hijos de Zeus), y por el otro, a Clitemnestra y a Cástor (mortales, supues-tos hijos de Tindáreo, con el que Leda había yacido la misma noche de su encuentro con Zeus).

Según Bram Dijkstra, en el contexto artístico del fin de siglo, el mito de Leda y el cisne se utilizó para retratar a las mujeres como criaturas «distintas de las humanas», despreciadas y temidas por anhelar los place-res animales que los hombres habían trascendido. Al mismo tiempo, en este relato mítico, el acto asertivo de la violación del dios-cisne habría ser-vido a los artistas varones del período para controlar esta peligrosa femi-nidad, devolviendo a Leda a una posición supuestamente predestinada de sumisión frente al autor masculino66. Ahora bien, la presencia de la figura masculina (el cisne negro que se asoma en la parte superior izquierda del cuadro) parece tan reducida en esta representación que es difícil pensar en una intención de domesticación de la sexualidad femenina. Sin embargo, la idea de representar a la mujer como una criatura sexualmente «salvaje» o misteriosa se ajusta perfectamente a la ejecución de esta obra (pensemos, por ejemplo, en lo dispuesta que parece Leda a entregarse a la cópula con el cisne). Así, en una lógica similar a la que veíamos en el análisis de Ninfas y Peces Dorados, Leda podría ilustrar el carácter incontenido o, en este caso, «bestial» de la sexualidad de la mujer.

Pero más allá de las intenciones que pudo tener Klimt al representar este violento ímpetu sexual femenino, el motivo central de Leda vuelve a ser el tema de la fecundidad. Siguiendo lo que se señalaba antes, el artista estuvo profundamente persuadido de que «la vida y su expresión erótica se encontraban siempre en una lucha entre Eros y Tánatos»67, y en esta medida no podía limitarse a retratar la figura de la femme fatale. En la obra de Klimt en torno a la Antigüedad griega conviven entonces las dos expre-siones del eros femenino: si en Ninfas y Peces Dorados se asoma la muerte y la destrucción, en Dánae y Leda se presenta el milagro de la concepción.

66 Bram Dijkstra, Idols of perversity: fantasies of femenine evil in Fin-de-Siecle Culture, citado en Helen Sword, «Leda and the modernist», en pmla, 107: 2, 1992, 307.

67 Neret, op. cit., 25.

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Conclusiones

El análisis «conceptual» de Safo, Ninfas, Peces Dorados, Dafne, Dá-nae y Leda demuestra que la feminización de la Antigüedad de Klimt con-ducía un proceso de erotización. En este sentido, es interesante ver cómo las dos primeras figuras que Klimt rescató de la Antigüedad griega —Safo y las ninfas— fueron utilizadas para articular una terminología médica en torno a la sexualidad femenina en el siglo xix, evocando imágenes eróticas en la mentalidad de las sociedades del fin de siglo. Si en el caso de Safo se trataba de imágenes homoeróticas, asociadas al deseo sexual de una mujer hacia otra mujer, en el caso de las ninfas se trataba de imágenes hipereró-ticas, vinculadas a una sexualidad femenina supuestamente incontenida («activa» en el caso de Ninfas y Peces Dorados o «pasiva» en el caso de Dafne.) Siguiendo esta interpretación, en las representaciones de Klimt en torno a la náyade o la ninfa sexualmente agresiva se perfilaba, además, la figura de la femme fatale: una mujer terrible y al mismo tiempo seductora, capaz de reducir al hombre haciendo uso de su sensualidad. Finalmente, esta apariencia amenazante o «fatal» de la sexualidad femenina de algún modo era compensada en Dánae y Leda, auténticas iconográficas de la fecundidad donde el eros femenino asumía toda su potencia vital.

Ahora bien, más allá de denunciar la obsesión de las sociedades del cambio de siglo en torno a eros y psique —ese mundo de las pulsiones freudianas que fracturó la hegemonía de la razón en un lenguaje científi-co—, esta idea de representar simultáneamente lo erótico y lo femenino descubre un sistema dicotómico de comprensión del sexo y el género. Y es que, a propósito de lo expuesto en torno a la figura de la femme fatale, lo erótico en el siglo xix remitía casi obligadamente a lo femenino. Kraus, por ejemplo, opinaba que «la sensualidad de la mujer era la fuente a la que acudía la intelectualidad del hombre para renovarse»68 y, en esta misma línea, Weininger sostenía en 1907 que «la mujer no es otra cosa que sexua-lidad», mientras que «el hombre es sexual, pero también es algo más»69. En este sentido, Klimt no representaba «simultáneamente» lo erótico y lo femenino; más bien, representaba lo erótico en lo femenino.

Siguiendo esta lógica, el protagonismo de las mujeres en nuestro re-pertorio puede interpretarse como una estrategia de inversión del orden de la racionalidad. Tal y como señala Romero, la mujer del siglo xix «trae

68 Hobsbawm, op. cit., 217.69 Otto Weininger, Sexo y Carácter, Barcelona, Ediciones Península, 1985, 97.

La Antigüedad de Gustav Klimt. Imágenes de una conciencia en crisis

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el recuerdo primitivo, el deseo, la duda de una Eva criminal»70. La mujer, que «se consume en la vida sexual, en la esfera de la cópula y la mul-tiplicación, en sus relaciones como mujer y como madre»71. La mujer, «santuario de lo extraño, el comportamiento contradictorio, el misterio de la maternidad»72. Desde esta perspectiva, es posible que Klimt haya advertido que lo masculino invocaba una inútil y rígida racionalidad que se agotaba y que, en su lugar, la imagen de lo femenino —lo sensible, lo sexual y en último término, lo irracional— podría convertirse fácilmente en el motivo predilecto de un arte que intentaba devolver una matriz de sentido a la experiencia humana. Es en este sentido que podemos vincular la presencia de Safo, Dafne, Dánae, Leda y la figura de la náyade en la obra de Klimt con el despertar de la crisis del pensamiento moderno. Tal y como señala Cairol, «la mujer se convertirá para la Viena Fin-de-siglo en arquetipo de un carácter irracional e instintivo donde se encarna la opo-sición a los valores de racionalidad y orden de la generación anterior»73.

Recapitulando, las conclusiones que se pueden extraer del análisis «formal», «material» y «conceptual» de la obra de Klimt en torno a la Antigüedad griega son:

(1) Que el proceso de desnaturalización de la producción artística de Kli-mt (evidente en el contraste entre sus dos primeras «Ateneas») estaría vinculado al desmoronamiento de una comprensión empirista de la realidad, evidenciando el impacto cultural de las ideas del psicoaná-lisis en relación a la existencia de una «realidad psíquica» intangible.

(2) (a) Que el empleo del oro en la obra de Klimt podría haber sido un recurso orientado a «proclamar la grandeza de la ley artística» en un mundo que ya no podía apoyarse en los soportes espirituales del pasado, y (b) que en el caso particular de Palas Atenea, el ornamen-to también podría haber apuntado a celebrar un pasado irracional redescubierto por Nietzsche en El Nacimiento de la Tragedia, encu-briendo de esta manera una crítica al orden cultural decimonónico.

(3) Que la feminización-erotización de la Antigüedad de Klimt, notable en obras como Safo, Ninfas, Peces Dorados, Dafne, Dánae y Leda,

70 Romero, op. cit., 157.71 Weininger, op. cit., 96.72 Romero, op. cit., 159.73 Eduard Cairol, «Un jardín de estatuas sin ojos. El legado de la antigüedad en

la Viena fin-de-siglo», en Congreso Internacional, Imagines. La Antigüedad en las Artes escénicas y visuales, Universidad de La Rioja, Logroño, 22-24 de octubre del 2007, 385.

Josefina Lewin

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apuntaría en definitiva a invertir el orden masculino del control y la racionalidad.

Siguiendo el ejemplo del hombre antiguo, el artista moderno recurrió al mito para enfrentar situaciones de interés colectivo74 y, en este senti-do, Klimt marcó una pauta. Al abandonar el afán ilusorio de representar literalmente los relatos del pasado para imaginarlos en relación a un pre-sente, el artista anunciaba, ciertamente, una tendencia en la producción artística del siglo xx. Este ensayo ha intentado comprender este ejercicio de re-creación del pasado a partir de un estudio enfocado en el caso de las representaciones de Klimt en torno a la Antigüedad griega. El protagonis-mo de las mujeres que se descubre en este tercer nivel de análisis «concep-tual» terminaría de confirmar lo que ya se revela en la lectura «formal» y «material» de nuestro repertorio: las representaciones de Klimt en torno a la Antigüedad griega, efectivamente, constituyen una expresión visual de la crisis de los paradigmas fundantes de la modernidad.

74 Judith E. Bernstock, «Classical Mythology in Twentieth-Century Art: An Overview Humanistic Approach», en Artibus et Historiae, 14: 27, 1993, 153.

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Las voces del poder y el silencio del abuso. Historia de las violaciones sodomitas en Chile

entre 1893 y 19081.

Patricia Lillo Vásquez

«El menor Peñalosa ha confesado a este jusgado (sic) que el asiático lo llevaba cotidianamente a su dormitorio y hacía con él media hora todos los días»2. En 1893, Peñaloza, un joven mesero de 15 años, huérfano y analfabeto, dependía de su trabajo para subsistir. Soportó todo tipo de abusos por parte de su jefe, y el peor de ellos fue la violación sodomi-ta3. Considerado víctima y cómplice, Peñaloza encarna el personaje del oprimido, cuyo cuerpo fue subyugado a la dominación y las relaciones de poder, que lo transformaron en objeto de productividad y placer bajo la consigna de la violencia4.

Los encuentros sexuales, pese a pertenecer a la vida privada5, es-tán condicionados al poder que utiliza el sexo, tanto en su composición biológica como social, como un mecanismo omnipresente que ordena las culturas desde el nacimiento del sujeto6. Este tipo de control se evidenció durante la segunda mitad del siglo xix en Chile. La institucionalización

1 Este artículo fue desarrollado en el Seminario de Licenciatura del Instituto de Historia uc, Historia sociocultural del escándalo. Chile en el siglo xix e inicios del xx, de la profesora Verónica Undurraga Schüler.

2 Archivo Nacional Histórico, Juzgado del Crimen (desde ahora en adelante anhjc), anhjc, caja 1119, exp. 20, fojas s/n, 1893.

3 Por violación sodomita se entiende la cópula anal sin el consentimiento de al menos una de las partes.

4 Michael Foucault, Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglo xxi, 2002, 35.

5 Se entiende por vida privada a aquellas prácticas realizadas en espacios con-cretos e íntimos como el hogar. Para saber más en torno al concepto ver: Ra-fael Sagredo y Cristián Gazmuri, Historia de la vida privada en Chile. El Chile moderno. De 1840 a 1925, Santiago, Taurus, 2005, 50.

6 Daniel Balderston & Donna Guy (comps.), Sexo y Sexualidades en América Latina, Argentina, Paidós, 1998.

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del poder sostenida por distintos organismos estatales reprimió todo tipo de comportamiento considerado criminal o delictivo. La promulgación del Código Civil en 1855 y posteriormente del Código Penal en 1874, fueron compilaciones que normaron el comportamiento público e íntimo de la sociedad chilena, incluyendo las prácticas sexuales del sodomita, ya fuera consentidas o forzadas7.

Los escasos estudios de la historiografía nacional con respecto a las violaciones sexuales, y particularmente aquellas protagonizadas por indi-viduos del mismo sexo, han entregado nociones de la masculinidad cues-tionada en el sodomita8. Por otro lado, en algunos trabajos la sexualidad en la sociedad chilena se aborda desde diferentes tópicos, como la violencia interpersonal, el conflicto entre el Estado y la Iglesia9, y los delitos sexua-les contra las mujeres. Pese al considerable aporte y valor de estas investi-gaciones, aún queda mucho por conocer de la vida privada, las prácticas y representaciones sexuales en el Chile decimonónico.

Poco sabemos sobre la sodomía en Chile. Sexo, sexualidad, violación, vergüenza y silencio eran tópicos que circundaban al sodomita, un hombre cuyo mayor pesar fue anhelar a otro hombre y poseerlo siempre con vio-lencia. Las preguntas que surgen en torno a un tema sepultado bajo tabúes y silencios son muchas: ¿qué llevó a estas personas a vulnerar y someter el cuerpo de otros individuos bajos sus placeres ocultos?, ¿cómo encon-traron a sus víctimas?, ¿existió acaso alguna relación entre ellos antes del abuso?, ¿qué relaciones de poder existían entre víctimas y victimarios? y, principalmente, ¿por qué la violación sodomita pudo cuestionar la imagen de masculinidad de los sujetos, su honor y moral en los distintos círculos sociales?

En el presente artículo pretendo analizar la violación sodomita desde la formación de la masculinidad de los individuos involucrados, las formas jurídicas que sancionaban estas prácticas sexuales y el impacto social que

7 Durante el siglo xix la sodomía se entendió como el concúbito entre dos personas del mismo sexo, en contra del orden natural. Particularmente, fue la cópula anal entre hombres. Por lo tanto, el «sodomita» es aquel sujeto que tie-ne encuentros sexuales con otro hombre. El problema de este concepto es que no define si el encuentro sexual es concensuado por ambas partes o ejercido mediante la violencia física y el control de una de las partes sobre el otro.

8 Carolina Gonzales, «Entre ‘sodomitas’ y hombres dignos, trabajadores y hon-rados», Tesis para optar al grado de Magíster, Santiago, Universidad de Chile, 2004.

9 Hugo Ramírez, «La cuestión del Colegio San Jacinto y sus consecuencias po-líticas, sociales y religiosas 1904-1905», en Historia, 18, 1983, 193-234.

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se formó en torno a estos sujetos durante la última década del siglo xix y los primeros años del siglo xx. El propósito es aseverar que las relaciones de poder en diferentes escalas de interacción social fueron determinantes y gravitantes para la formación cultural de Chile en la segunda mitad del período decimonónico. Esta propuesta se respalda por dos evidencias: la primera apunta a las relaciones de poder entre los individuos vinculados a la violación sodomita, quienes compartían un espacio de socialización que construía jerarquías entre los victimarios y sus víctimas, observado en la posición social de los individuos que fueron jefes y empleados, maestros y alumnos, amigos de mayor edad, o adultos reconocidos y respetados por su círculo social. La segunda evidencia corresponde al control y manejo de los organismos estatales sobre el desarrollo de los juicios por sodomía, cu-yas sentencias no fueron congruentes con las acusaciones y pruebas, trans-formando la penalización correspondiente al artículo 365 que castigaba la sodomía, en delitos menores como el desorden público o la ebriedad.

La metodología para comprobar la hipótesis planteada se basa en el uso de fuentes judiciales, específicamente, en casos tipificados como «so-domía», y fuentes impresas correspondientes a las publicaciones del diario La Lei. Esta selección de diferentes soportes materiales permite acceder y conocer los discursos sociales e individuales en los medios de comunica-ción masivos y los casos judiciales desde distintas perspectivas. A través de estos soportes, se pueden distinguir las dinámicas y relaciones entre los diferentes estratos sociales, para comprender las relaciones de poder entre los protagonistas, la influencia de las pruebas médicas, los discursos de testigos y el veredicto final que inculpó o absolvió al acusado.

Los casos judiciales son una fuente de información respecto a los dis-cursos y las prácticas por las cuales se castiga a la sociedad. Sin embargo, este tipo de soporte supone ciertas complejidades y limitaciones debido a su carácter polifónico, ya que allí se observan los discursos de los policías, investigadores, jueces, abogados, acusados, víctimas, entre otros10. Esta variedad de personajes conformó macro y micro relaciones de poder, que se evidencian en la preponderancia de la evaluación médica por sobre el relato de los testigos11. Otra de sus falencias radica en la labor del escriba-no, quien al cambiar el relato desde un soporte oral hacia un documento

10 Verónica Undurraga, Los rostros del honor. Normas culturales y estrategias de promoción social en Chile colonial, siglo xviii, Santiago, dibam, 2012, 43.

11 Michael Foucault, La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 2011.

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escrito podía modificar el sentido de las palabras12. Pese a estas compleji-dades, los casos judiciales son una ventana de acceso a la sociedad, otorgan luces sobre su cultura, comportamiento y relaciones sociales.

Por otro lado, la prensa y particularmente los periódicos, fue el reflejo de ciertos intereses sociales, políticos y económicos de quienes la controla-ban. Periodistas, financistas y líneas editoriales dieron un sentido simbóli-co y representativo de la élite gobernante13. Pese al cuestionamiento de su representatividad, esta fuente fue utilizada para conocer los discursos de la élite chilena que dirigía los medios de difusión de masas, y para com-plementar las fuentes judiciales.

Tanto los juicios como la prensa son el soporte de los casos de sodo-mía analizados en este artículo, cuya relevancia reside en las características particulares de cada uno. Para efectuar la comprobación de la hipótesis señalada se revisaron cinco casos tipificados como sodomía, que represen-tan diferentes situaciones que forman una muestra de caracterización de la violación sodomita, a través de los indicios presentes en cada juicio. En conjunto, las fuentes suman más de 200 fojas y 34 artículos publicados en el diario La Lei. Los procesos judiciales se desarrollaron en el juzgado del crimen de Valparaíso y Santiago, ciudades emblemáticas del desarrollo industrial y del crecimiento urbano de Chile.

Los protagonistas de estos crímenes fueron hombres adultos, entre 30 y 60 años, y niños varones de 7 y 17 años. Las víctimas y los criminales se conocían con anterioridad. Sus vínculos sociales eran muy estrechos debi-do a la proximidad de sus viviendas, sus trabajos o sus espacios educativos. Vivían en el mismo conventillo, en la casa contigua, pertenecían a la mis-ma comunidad educativa o, simplemente, eran amigos. Esta proximidad transformó los lugares propios de la vida privada del sector urbano en el espacio para consumar los actos de violación sexuales. Las habitaciones de una casa, conventillos, hoteles y colegios fueron el escenario de este tipo

12 Para más información referente a este problema se puede consultar: Alejandra Araya, «‘Pretronila Zuñiga contra Julián Santos por estupro…’ El uso de los textos judiciales en el problema de la identidad como problema de sujetos his-tóricos», en Anuario de Postgrado, Escuela de Posgrado, Universidad de Chile, 1999, 219-241.

13 Paula Alonso (comp.), Construcciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los estados nacionales en América Latina, 1820-1920, Bue-nos Aires, fce, 2004, 4-12; Celso Almuiña, La prensa Vallisoletana durante el siglo xix, Valladolid, 1997, 245- 279.

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de crímenes cuyo delito iba mucho más allá de la vulneración del cuerpo de la víctima.

Los casos señalados fueron efectuados dentro un contexto histórico complejo, marcado por grandes cambios y continuidades. Las sombras del pasado colonial se enfrentaban al anhelo del progreso industrial y eco-nómico, instaurado en las grandes ciudades como Santiago y Valparaíso. La definición del rol de la Iglesia dentro del Estado14 fue la causa de los conflictos por el poder entre estas instituciones. Delitos y pecados fueron un reflejo de los cambios en el orden de poder y control social. Pese al recurso de la moral cristiana dentro de los discursos de la élite chilena, este fue un argumento de escasa presencia en las prácticas sociales, en especial en las clases populares15.

Con el fin de la Guerra Civil en 1891, primó un discurso de superio-ridad de la élite sustentado en el pasado aristocrático de sus familias16. Durante el parlamentarismo, la élite concentraba el poder en sus manos, y fijó sus anhelos de grandeza y sus referentes en el proceso de moder-nización levantado en Europa, y que promovía el desarrollo económico del Estado17. La educación, la urbanización y la industria tensionaron el ideal del sistema tradicional frente a un mundo moderno. Una realidad

14 Para saber más referente al proceso de secularización en Chile ver: Sol Serrano, Qué hacer con Dios en la República: política y secularización en Chile: (1845-1885), Santiago, Fondo de Cultura Económica, 2008.

15 Para conocer más sobre el conflicto delito y pecado se sugieren textos como: Bartolomé Clavero, «Delito y pecado. Noción y escala de transgresiones», en Francisco Tomás y Valiente, Bartolomé Clavero, José Luis Bermejo, Enrique Gacto, Antonio Hespanha, Clara Alvarez (eds.), Sexo barroco y otras transgre-siones premodernas, Madrid, Alianza Editorial, 1990, 57-89; Ana María Aton-do, «De la perversión de la práctica a la perversión del discurso: la fornicación», en Sergio Ortega (ed.), De la santidad a la perversión. O por qué no se cumplía la ley de Dios en la sociedad Novohispana, México, Grijalbo, 1986, 129-164; César Salcedo, «Entre el delito y el pecado: la representación de la sodomía en el Puerto Rico del siglo xix», en Revista Identidades, 7, 2009, 11-29.

16 Enrique Fernández, Estado y Sociedad en Chile, 1891-1931. El Estado Ex-cluyente, la lógica estatal oligárquica y la formación de la sociedad, Santiago, Lom, 2003, 87-93.

17 Se entiende por modernidad la adquisición de ciertas condiciones propias de la «hegemonía» europea. Es por ello que el acceso latinoamericano a la mo-dernización formula un conflicto identitario por las transformaciones inte-lectuales, culturales y económicas. Para mayor información referente a este concepto ver: Bárbara Silva, Identidad y Nación entre dos siglos. Patria Vieja Centenario y Bicentenario, Santiago, Lom, 2008, 71-146.

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dual surgió desde la desigualdad en las nuevas clases sociales. La «cuestión social», la otra cara del progreso, fue el gran problema que sometió a los obreros al hacinamiento y a los problemas de alimentación y salubridad18. La vida privada se perdió en la cercanía de los conventillos y la concen-tración demográfica fue el escenario idóneo para vulnerar la sexualidad de individuos indefensos.

Los actos sodomitas analizados —entre 1893 y 1908— fueron com-portamientos que traspasaron las relaciones entre dos individuos. Poder, moral, honor y sexualidad son los principios básicos para abordar pro-cesos complejos generados desde la violencia sexual y el abuso del poder. Para ilustrar estas ideas y los tópicos que las sustentan, el presente artículo se compone de tres secciones, en las que se establece un diálogo entre dife-rentes nociones teóricas, sustanciales para comprender las problemáticas involucradas en los casos estudiados.

Sexualidad, masculinidad y sodomía es la primera sección que ex-pone el desarrollo histórico de la sexualidad y la incidencia de los actos sexuales en la valoración de la masculinidad. La siguiente sección trata las relaciones de poder y la penalización, abordando los casos desde la pers-pectiva jurídica, eclesiástica y social. Por último, en violencias sexuales y escándalos se exponen las ideas referentes al impacto social y cultural de la transgresión de los actos sexuales bajo el estigma del cuestionamiento del orden social.

Sexualidad, sodomía y masculinidad

Sexualidad es una palabra compleja de definir y comprender, ya que su significado depende de la mentalidad y la cultura dominante de cada época. Pese a ser un concepto anacrónico para el siglo xix, se ha desplegado un consenso histórico en cuanto al uso de este término para definir la función del cuerpo y su comportamiento dentro de la vida pública y privada.

Pero sexualidad no involucra solo el cuerpo, y el cuerpo no se tradu-ce solo en la carne. La sexualidad se ha edificado como una bisagra que articula las relaciones de poder en torno a las conductas del ser humano,

18 Jorge Yáñez, Estado, consenso y crisis social. El espacio público en Chile 1900-1920, Santiago, dibam, 2003, 35-40.

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como dispositivo específico de saber y poder19. Esto implica una construc-ción de la identidad sexual que determina el rol social de los individuos en torno al género, entendido como una construcción social de diferenciación de sexos. Este se expresa en el binomio femenino/masculino, que admite ciertos comportamientos dentro de los espacios sociales y las relaciones carnales propias de la vida íntima.

Los esquemas de poder impuestos a lo largo del siglo xix en Chile, configuraron una preponderancia de lo masculino20 por sobre lo femeni-no. Este fenómeno sociológico supone el ejercicio de la violencia simbólica, entendida como un mecanismo de control basado en la naturalización del género que determina el dominio y protección masculina sobre la fragili-dad femenina21. La formación del hábito de dominio masculino permitió la creación de un ideal en torno a las creencias e ideas forjadas por parte de los hombres. La imposición de este incuestionable orden social se for-taleció a través de valores y costumbres que normaban el comportamiento bajo los parámetros de las distintas esferas de poder.

Tanto el honor como la moral fueron argumentos importantes utili-zados dentro de los discursos litigantes en los procesos judiciales analiza-dos. El honor y la sexualidad pertenecían a un plano más complejo que la determinación de un comportamiento. Los distintos tipos de honor22 fueron entendidos en torno al rol y la posición social de los individuos. En este sentido, el honor de las mujeres se vinculó estrechamente a su comportamiento sexual —como el valor de la virginidad—, mientras que el de los varones se asoció al espacio público y a su comportamiento entre pares. Con ello se formó una representación de lo masculino en torno a un

19 Michael Foucault, Historia de la Sexualidad, España, Siglo Veintiuno Editores, tomo 1, 1995, 126-127.

20 La masculinidad se entiende «como una construcción social, los hombres no nacen como tales, sino que se forman bajo este paradigma construido por la cultura en la que se encuentran inmersos». Textos que ayudan a comprender este concepto son: P. Beattie, «Códigos ‘peniles’ antagónicos. La masculini-dad moderna y la sodomía en la milicia brasileña, 1860-1916», en Balderston, Daniel y Guy, Donna J. (comps.), Sexo y Sexualidades en América Latina, Ar-gentina, Paidós, 109-138; Alejandra Palafox, «Sodomía y Masculinidad en la ciudad de México (1821-1870)», en Anuario de Estudios Americanos, 1: 72, Sevilla, 2015, 289-32; Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000; José Olivarría y R. Parrini (eds.), Masculinidad/es. Identidad, sexualidad y familia, Santiago, Flacso, 2000.

21 Bourdieu, op.cit., 54.22 Undurraga, op. cit.

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hombre fuerte, controlador y protector23. Este carácter paternalista de la masculinidad se expresó en los cuidados de la esposa e hijos, equiparando la infancia con lo femenino. En consecuencia, la vulneración de un menor, física o sexual, era un ataque directo al honor del padre de familia, quien buscó limpiar su imagen a través agresiones físicas o denuncias judiciales que pudieran reivindicar su valor social24.

La relación entre moral y sexualidad surgió desde la Iglesia como un mecanismo de control que coaccionaba el comportamiento de los in-dividuos, principalmente de los fieles. Más allá del espacio religioso, la moral se consolidó y difundió en tres áreas: en el espacio público, en que la moral comprendía las relaciones sociales cotidianas; en el espacio legis-lativo y judicial, dado por la inmoralidad vinculada a la transgresión de las normas jurídicas; y como un comportamiento efectivamente positivo que formaba parte de las buenas obras públicas25. La moral ha sido una disciplina formada desde diferentes espacios de control, como la familia, la escuela, el Estado, entre otros, con el propósito de restringir, moldear y delimitar el desarrollo de las manifestaciones públicas y los placeres sexuales propios de la vida privada26.

La violencia moral significa la corrupción de esta a través de prácticas sexuales no consentidas o antinaturales27. El impacto público y la forma-ción de escándalos en torno a este tipo de crímenes dependía directamente de la posición social de sus protagonistas. A modo de ejemplo, las viola-ciones sexuales ocurridas en el colegio San Jacinto ilustran el impacto e implicancias de la vulneración de menores pertenecientes a la élite chilena, a inicios del siglo xx. Este suceso publicado por el diario La Lei en 1905, fue expuesto como muestra de la consunción moral y espiritual de todos los alumnos de los establecimientos católicos. Titulares como «La moral

23 Lara, Putnam, «Sex and standing in the streets of Port Limón, Costa Rica, 1890-1910», en Sueann Caufield, Sarah Chambers y Lara Putnam (eds.), Ho-nor, Status, and Law in Modern Latin America, Duke University Press, 2005, 158-163.

24 anhjc, caja 50216, exp. 38, 1908; La Lei, «Los escándalos Congregacionis-tas», en Erogaciones populares (comp.), Versiones I documentos publicados en La Lei, Santiago, 1905.

25 Santiago Legarre, «Ensayo de Delimitación del concepto de Moral Pública», Revista Chilena de Derecho, 1: 31, 2004, 169-182.

26 Michael Foucault, Historia de la Sexualidad, España, Siglo Veintiuno Editores, tomo 2, 1995, 35-50.

27 George Vigarello, Historia de la violación: desde el siglo xvi hasta nuestros días, Montevideo, Trilce, 1999.

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católica en los colegios congregacionistas. Un infame suceso: el colegio de San Jacinto»28, sugieren el cuestionamiento y desintegración de la imagen pública de los congregacionistas, que redirige la crítica de la violación de un infante hacia la polémica sobre la continuidad y el poder de los cole-gios religiosos.

La moral cristiana, más allá de ser una construcción instaurada du-rante la época colonial, continuó durante el siglo xix como un elemento constitutivo de la élite chilena. Así, esta última pudo consolidar su su-perioridad social y establecer paradigmas de buen comportamiento que ordenaran la sociedad en torno a sus intereses. Esto se evidencia en los discursos de los abogados, quienes, al defender las causas de las víctimas, sobreponían el valor de la moral por sobre la violencia física. Juan Luna, menor de 13 años, fue ejemplo de ello. Las declaraciones de su defensor señalan: «esta lesión, leve en cuanto a la lesión material, que estará sana en unos días, es grave bajo el punto de vista moral por cuanto se trata de la prostitución viciosa de un menor de edad»29. La idea de una sanación corporal alude a que la moral pervertida no posee la misma facilidad de reconstitución que el cuerpo de los sujetos. La pérdida de la moral era una marca social, una herida en la imagen pública, difícil de sanar.

A diferencia del valor que representó la moral para la élite, en el mundo jurídico las clases populares no sostuvieron, necesariamente, di-cho principio como un elemento regente de su comportamiento social. En otras palabras, la moral fue un argumento discursivo construido desde las esferas de poder como un instrumento para coaccionar el comportamiento de la sociedad. Sin embargo, las clases populares no insertaron este valor como un elemento de tutelaje en su socialización, sino como parte de un comportamiento aceptable o punible. Las declaraciones de Muñoz, un comerciante acusado de violación sodomita, son ejemplo de ello: «es la primera vez que estoy preso porque se me acusa de haber tenido relaciones carnales con este muchacho en varias ocasiones, lo que es completamente un cuento y por consiguiente falso»30. A diferencia de los discursos de los abogados y jueces, los acusados aluden a sus actos y antecedentes penales para argumentar su inocencia. Es decir, se reconocen a sí mismos como

28 La Lei, «Los escándalos Congregacionistas», en Erogaciones populares (comp.), Versiones I documentos publicados en La Lei, Santiago, 1905, 4-6.

29 anhjc, caja 216, exp. 37, foja 8, 1908.30 anhjc, caja 1119, exp. 20, foja 5, 1893.

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un individuo que sigue las normas jurídicas, sin considerar el peso moral que esto puede conllevar.

El honor y la moral estaban arraigados en los discursos médico-jurídi-cos en el espacio judicial. Si las víctimas o los victimarios formaban parte de la élite chilena, el uso de estas palabras se manifestaba con mayor reite-ración. Por el contrario, si el acusado o la víctima pertenecían a las clases populares, utilizaban sus prácticas sociales como mecanismo de defensa, y el valor del honor y lo moral se desplazaba a los discursos de los juristas. Los hechos y palabras fueron dominados por el control y el poder de las esferas que lo sostuviesen: Estado, médicos, jueces y abogados moldearon bajo sus parámetros el desarrollo de los juicios, desdibujando la frágil línea entre lo público y lo privado, la voluntad y la censura. De este modo, los crímenes del sodomita durante el siglo xix se reforzaron por el surgimiento de nuevos actores de poder como los científicos y sus incuestionables avances, encarna-dos en la figura del psiquiatra, que transformó al sodomita en un enfermo y sus prácticas sexuales en una patología que debía ser curada.

Los distintos casos de lujuria y pecado nefando fueron ordenados je-rárquicamente de acuerdo a su negatividad y perversión, y el vicio «contra natura» fue el más recriminado por la sociedad y los juzgados31. Pese a la transgresión cultural que rodeaba las prácticas sexuales lujuriosas, no existió una concordancia entre los castigos o marginaciones aplicadas por las distintas esferas de poder. Es decir, un acto sexual podía ser un escán-dalo social, pero no necesariamente era penalizado por la ley. Por ejemplo, el onanismo —sinónimo de masturbación— no se consideró como crimen en el marco jurídico. Sin embargo, las prácticas femeninas de onanismo fueron cuestionadas desde diferentes entidades tales como la medicina, que la consideró como una causa del cáncer. Del mismo modo, la religión la asoció a la pérdida del honor femenino, la corrupción de su moral y la pérdida de la belleza y carisma de las mujeres32. Por el contrario, el ona-nismo en los varones no tuvo mayor cuestionamiento o incidencia pública.

Las prácticas sexuales perversas insertas en el marco criminal fue-ron reguladas y sancionadas por el Código Penal, cuyo valor normativo determinó los crímenes y delitos contra el orden de las familias y la mo-ralidad pública. Dentro del epígrafe 5, la referencia a las violaciones se asoció únicamente a la mujer que fuese forzada, privada de razón por la

31 Palafox, op. cit., 292.32 Rafael Sagredo y Cristián Gazmuri, Historia de la vida privada en Chile. El

Chile moderno. De 1840 a 1925, Santiago, Taurus, 2005, 50.

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embriaguez, por ejemplo, o que fuese menor de 12 años. La jurisdicción omitió a la víctima masculina en todo rango etario. El epígrafe 6 titula-do «Estupro, incesto, corrupción de menores y otros actos deshonestos» señalaba dentro de sus artículos todas las penalizaciones, incluyendo la sodomía y la violación a personas de cualquier sexo33. Cabe destacar que ninguno de estos crímenes se incluyó dentro del título del Código Penal que sancionaba los crímenes y delitos contra el orden de las familias y la moral pública. Es importante remarcar estos silencios que evidencian la recriminación social de ciertas prácticas de la vida privada, que el Estado omitió y mantuvo bajo silencio, como tabúes.

¿Por qué la sodomía y los abusos deshonestos de hombres fueron crímenes vagamente considerados por la normativa judicial? El concepto de sodomía fue definido en 1869 como «concúbito entre dos personas de un mismo sexo, ó contra el órden (sic) natural»34. Esta concepción ilustra una idea formada desde la teología en el marco de la persecución de las brujas. La sodomía fue sancionada y perseguida como una herejía que contrariaba las Sagradas Escrituras, debido a la lujuria y erotismo antinatural que despertaba en los hombres. Era un pecado de sensualidad y sexualidad que se relacionaba con el culto a los demonios, con los pla-ceres nefandos y oscuros de la mujer, particularmente de las brujas en los aquelarres. La cópula anal pertinente al culto de los demonios simbolizó una alteración de la obra de Dios y, por lo tanto, una degradación social de los hombres que cometían este tipo de actos35.

Durante el siglo xix, en diferentes países de América Latina se eviden-ciaron claros cuestionamientos a la masculinidad en relación con las prác-ticas sodomitas. En México, la inestabilidad de las estructuras políticas después de su independencia auspició la continuidad de una jurisdicción de carácter colonial. La conciencia moral forjada por la Iglesia permaneció en la mentalidad de las personas, pese al proceso de laicización estatal36. La

33 «Código Penal 1874», Congreso Nacional de Chile, libro primero, 1874, 769-77534 Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana por la Real Aca-

demia Española, Undécima edición, Madrid, Imprenta de Don Manuel Riva-deneyra, 1869.

35 Fernanda Molina, «La Herejización de la Sodomía en la sociedad moderna. Consideraciones teológicas y praxis inquisitorial», Revista Hispania Sacra, 126, 2010, 539-562.

36 Jorge Bracamonte, «Los nefandos placeres de la carne. La iglesia y el estado frente a la sodomía en la Nueva España, 1721-1820», Debate Feminista, 38, 1998, 393-415.

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sodomía era solo un grado menor que el bestialismo37, y las violaciones, al igual que en el Código Penal de Chile, eran propias del mundo femenino por su inferioridad física. Casos similares se encuentran en Colombia, en la primera universidad estatal. En 1880 acusaron a dos jóvenes de tener comportamientos propios de un sodomita y dormir juntos durante la noche. Sin mayores pruebas, sus propios compañeros de vivienda los denunciaron y demandaron su expulsión, dada la contaminación moral que implicaba convivir con personas antinaturales38.

La sexualidad ha sido un concepto polisémico, un constructo social y cultural cuyas usanzas van más allá del cuerpo. Las prácticas sexuales y los comportamientos asociados a ellas, como las miradas de complicidad, la asociación a lo desnudo, a los gestos y roces inapropiados, conforman una imagen lujuriosa, propia del pecado indigno. El proceso de penaliza-ción fue un mecanismo de coacción fundamental para rectificar y corregir el comportamiento infractor de la población. Por lo tanto, la promulga-ción del Código Civil y del Código Penal simbolizaron un cambio cultural centrado en el fortalecimiento de las instituciones estatales.

Relaciones de poder y penalización

Las relaciones de poder han sido procesos complejos y multifactoria-les, fundados en la preponderancia de ciertas instituciones e individuos por sobre otros. Esta forma de socialización se forma a través de la cultura dentro del contexto histórico, por la suma de las tradiciones y costumbres, provenientes del capital cultural heredado entre las generaciones, y los cambios propios de los sucesos contemporáneos. En este sentido, durante la segunda mitad del siglo xix, las relaciones entre el Estado y la Iglesia sufrieron ciertas fricciones por el control político y social del Chile deci-monónico, particularmente sobre aquellos casos de connotación pecami-nosa como la sodomía.

La sodomía fue un problema cultural, social, colectivo e individual gatillado por causas muchos más profundas que el acto sexual en sí mismo: el gran problema de la sodomía se concentró en el género de

37 Palafox, op. cit., 294-295.38 Leidy Torres, «¿Progreso, disciplina y masculinidad? Un caso de sodomía en la

Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia (1880)», Historia y Sociedad, 29, 2015, 121-152.

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sus protagonistas y el cuestionamiento a la masculinidad. Fue un crimen y pecado, una aberración que desestabilizó todo orden establecido. Este fenómeno, también presente en Puerto Rico, evidenciaba un problema global debido a la fuerte herencia religiosa de los países latinoamericanos, lo que culminó en el ocultamiento de este tipo de crímenes, disfrazados como actos de desorden público y de violencia entre pares39.

En el marco de los conflictos entre el Estado y la Iglesia, la sodomía parece ser un espacio de tensión entre ambos poderes, en donde se enfren-taron por el control de las estructuras sociales y de la mentalidad de los individuos. Esto se evidencia en los discursos del corpus legislativo, a través del uso de valores y principios vinculados a la moral cristiana, que sirvieron como argumentos de defensa de querellantes y querellados. Ejemplo de ello fue la penalización del profesor Santiago Herreros, acusado de violar en la residencia de los clérigos, dentro del establecimiento, a su alumno Andrés Correa Ariztía, un menor de siete años cuya familia pertenecía a la élite santiaguina. Luego de un escandaloso desenlace, formulado por la re-levancia social de los protagonistas —por la pertenencia a la élite del niño y la representatividad religiosa del criminal—, Herreros fue sentenciado a 54 años de prisión40, sanción excesiva considerando que la sodomía era castigada con un máximo de 3 años según la gravedad del acto.

Algunos casos judiciales de carácter excepcional, como el del colegio San Jacinto, dieron a la sociedad un sentimiento de justicia a través del castigo ejemplar. Este tipo de sanciones carcelarias desplazó la sentencia de muerte, utilizada durante la colonia como dispositivo correctivo para la sociedad. Del mismo modo, las sentencias de los juicios se basaron en los argumentos y respaldos de la opinión de médicos y abogados, en cuanto a la culpabilidad o inocencia del acusado. El considerable valor que la sociedad le asignó a los profesionales y eruditos vinculados a las ciencias ilustra la relación de poder-saber planteada por Foucault. Es decir, en base a la microfísica del poder, se afianzó la estrategia de dominación en torno al poder legitimado en el conocimiento41.

El binomio poder-saber ilustra la base constituyente del Estado y moldea los límites de control que ejerce sobre los individuos; entonces el castigo se comprende como un mecanismo de control, empoderado bajo

39 Salcedo, op. cit., 11-29.40 La Lei, Los escándalos Congregacionistas…, op. cit., 168.41 Foucault, Vigilar y Castigar…, op. cit., 30-38.

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las teorías jurídicas de la anatomía política42. Bajo la lógica que el conoci-miento construye el poder, el Estado puede moldear y someter al hombre que, desde su concepción, se ha comprendido como un cuerpo dócil por individuos dominantes como su familia, el colegio, la religión, etc. De esta forma, los individuos son inducidos a una manipulación calculada de su comportamiento, a través de la anatomía gubernamental que sustenta el sistema de poder mediante el control y la vigilancia43.

La institución jurídica de un país ha sido un dispositivo de soberanía que castiga los comportamientos subversivos de la población, ya que es-tos pueden atentar en contra del orden establecido por el cuerpo político que detenta el poder. Las leyes y los individuos que conforman el sistema jurídico determinan las normas y formas de control en base a la institu-cionalización de su poder y, por lo tanto, bajo sus propios parámetros e intereses. En este sentido, la promulgación del Código Penal en Chile fue formulada desde las esferas de poder, de forma arbitraria, en torno a los principios que consideraron necesarios para establecer el orden del país. La élite chilena, caracterizada por una fuerte presencia masculina, impuso un sistema patriarcal que reprodujo la supremacía del hombre sobre la mujer y sobre todo individuo considerado femenino —como el sodomita pasivo44—, a través del Derecho45. La institucionalización del Derecho Penal en relación con la sexualidad se puede comprender como como un sistema de protección de la moral social, cuyo carácter correctivo recayó sobre los valores y la ética de la vida privada en general y del cuerpo fe-menino en particular46.

El Derecho Penal ha sido un espacio de marcada diferenciación entre el hombre y la mujer. Esto acrecienta e inserta la noción de fragilidad femenina sobre esta persistencia del poder masculino y viril. Los silencios en relación con la violación masculina son un síntoma esperado para un sistema patriarcal. Casos de violencia sexual sodomita suponen un desafío para un sistema judicial que espera la inexistencia de este acto deliberado de insurrección. Sin embargo, la inconmensurable suma de casos judiciales

42 Ídem.43 Foucault, Vigilar y Castigar…, op. cit.44 El sodomita pasivo es aquel que dentro del acto sexual es penetrado analmen-

te, tanto si hay o no consentimiento.45 Lorena Fríes y Verónica Matus, La ley hace el delito, Santiago, La Morada &

Lom, 2000, 15-22.46 Ídem.

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tipificados como sodomía y abusos deshonestos en los archivos evidencia la difícil realidad que se presentó para el sistema jurídico.

Los abusos deshonestos de carácter sodomita fueron asociados por el sistema judicial con la penalización de la violación femenina. El sodomita pa-sivo fue deliberadamente degradado a la feminidad, por asemejarse al cuerpo penetrado de la mujer. Por el contrario, si el sodomita era considerado activo, su masculinidad no era cuestionada47. Escenarios similares se reprodujeron en México en la segunda mitad del siglo xix. La historiadora Alejandra Pa-lafox plantea la violación como un acto de violencia sexual de exclusividad femenina, noción que se condice con la penalización de la violación en Chile, y la valoración de la mujer como un cuerpo frágil y vulnerable. En conse-cuencia, la violación de una mujer fue justipreciada desde una perspectiva genérico-social que omitía la violencia ejercida sobre el cuerpo de la víctima, destacando netamente el valor de la perversión de su imagen y el deshonor familiar. En cambio, las violaciones masculinas fueron evaluadas desde una perspectiva médico-jurídica48, que destacó la violencia física sobre el cuerpo de la víctima y valoró con mayor tenacidad la edad del menor y el estado de inconciencia del afectado al momento de la cópula.

Dentro de los juicios por sodomía, las evidencias y discursos fueron valorados de acuerdo a la relevancia social determinada por las microrre-laciones de poder entre los diferentes individuos que formaban parte del caso. Jueces, abogados, víctimas, victimarios, testigos, médicos y policías fueron algunos de los actores más comunes en el espacio jurídico del Chile decimonónico. Cada uno de ellos ocupó un lugar en la jerarquía social en torno al saber que respaldaba su valor. Es decir, las evidencias presenta-das por estos sujetos contenían implícitamente una jerarquía dada por su fiabilidad científica, clase social o trabajo vinculado al organismo estatal.

Dentro del marco legislativo, el fuerte desarrollo y apreciación social de las ciencias exactas durante el siglo xix forjó un fortalecimiento del poder en torno al conocimiento y ejercicio de disciplinas como la medicina y la psiquiatría. La conformación de una relación médico-jurídica forjó una alianza de poder, cuya valoración sobre las evidencias y el veredicto fueron determinantes frente a la promulgación de las sentencias. La me-dicina legal se encargó, entonces, de estipular el grado de responsabilidad criminal del acusado. En su diagnóstico, se verificaba la correlación entre

47 Carolina Gonzales, «Entre «sodomitas…», op. cit., 13-21.48 Palafox, op. cit., 308-312.

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la anatomía patológica y las semiologías físicas49. En otras palabras, estu-diaban las lesiones corpóreas generadas por golpes, los signos de violencia y sus síntomas en los cuerpos de las víctimas y victimarios, y para estos últimos, examinaban específicamente su miembro «viril».

Es interesante analizar la valoración médica sobre el cuerpo del sodo-mita pasivo o activo, puesto que, al contrario de lo que se podría esperar de la medicina, sus evaluaciones no tuvieron parámetros establecidos en torno a síntomas o rasgos físicos: no hubo un consenso claro en cuanto a lo que definía a un sodomita y qué lo diferenciaba de un hombre hetero-sexual. Si bien el sodomita pasivo podía presentar ciertas características anales cuando la cópula era realizada en contra de su voluntad, estas correspondían a heridas y marcas propias de la violencia y no del cuerpo del sodomita.

Por ejemplo, el peritaje de un médico legista en 1908 señalaba que «hay una gran inflamación, desgarraduras y forma de infundibulum (sic) en el ano de este niño, lo que indica que recientemente ha servido de pederasta pasivo»50. La resolución médica respaldaba la veracidad del uso corpóreo de un menor de 7 años como un sodomita pasivo y víctima de la violencia. Otros alcances médicos referentes al cuerpo del sodomita pasivo fueron descritos como: «Peñaloza presenta el ano completamente deforme, los pliegues han desaparecido. Su esfínter esterno (sic) relajado se abre con facilidad. Los alrededores se presentan un tanto irritados. Es-tos datos me manifiestan que es un sodomita»51. Ambos casos señalan a menores de edad abusados sexualmente bajo el rol de un sodomita pasivo. Sin embargo, las descripciones de las características físicas que evidencian su violación no tienen mayor concordancia entre sí, puesto que para un médico era indispensable destacar las heridas, mientras que en el segundo caso se resaltó la forma del ano y su capacidad de distensión.

En cuanto al desarrollo de los juicios, es indispensable comprender las relaciones de poder entre la víctima y el victimario y la valoración que el juez e investigador tenían de ellos. En este sentido, el rol y la importancia social de los protagonistas condicionaban las apreciaciones del juez. Ejem-plo de ello es la determinación médico-jurídica de la víctima, es decir, si un médico legista no encontraba suficiente evidencia para determinar que el

49 Adriana Hidalgo y Lina Quevedo, «Ciencia y Moral cristiana: fundamentos médicos para la promoción del discurso de la heterosexualidad en Colombia entre 1880 y 1930», Historia y Sociedad, 32, 2017, 139-165.

50 anhjc, caja 50216, exp. 38, foja 2, 1908.51 anhjc, caja 1119, exp. 20, foja 4, 1893.

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cuerpo de los individuos poseía las características del sodomita pasivo, se cuestionaba el origen de la acusación y el conflicto de intereses existentes entre ellos. Una vez reconocido como víctima, los niños no declaraban en los juicios hasta cumplidos los doce años de edad.

Por otro lado, dentro de los discursos de los victimarios se produjo el reiterativo argumento de ser un buen hombre y, por ende, ello aseguraba su inocencia pese a todo tipo de cuestionamiento o evidencias de sus actos. Tal fue el caso de Baltazar Torres, acusado de violar a Celestino Rojas en la celda que compartían en el presidio. Pese a ser sorprendido infraganti en el acto de sodomía por el sargento de turno, Torres afirmó tenazmente y durante todo el juicio que era inocente52. Curiosamente, los exámenes médicos no adjudicaron a Baltazar características propias del sodomita activo, por lo cual fue absuelto del crimen, pese a la presencia de testigos oculares del acto en cuestión.

La presunta inocencia de los perpetradores fue expuesta en sus dis-cursos mediante el uso de estrategias jurídicas que disminuían su falta frente al juez. En este sentido, el sistema judicial, y particularmente el Derecho Penal, era un espacio marcado por las pugnas de poder entre el Estado y la moral católica, que generaron vacíos entre la punición legal y eclesiástica, lo cual fue usufructuado por los victimarios al momento de defender su inocencia. La manipulación de la justicia por parte de los dis-tintos actores del juicio fue aplicada para obtener ciertos objetivos que les eran favorables. Como señala Mauricio Rojas, relaciones furtivas y fugas eran encubiertas en las demandas del varón como violador para proteger el honor femenino53.

Se pueden distinguir distintas estrategias para disminuir la culpa. Entre ellas se encontraban el estado civil —si el acusado era casado se apelaba a la institucionalidad del matrimonio y la prueba fehaciente de su masculinidad54—, el estar dormido o inconsciente, tener limitaciones

52 anhjc, caja 1162, exp. 33, foja s/n, 1896.53 Mauricio Rojas, Las voces de la justicia. Delito y sociedad en Concepción

(1820-1875). Atentados sexuales, pendencias, bigamia, amancebamiento e in-jurias, Santiago, dibam, 2008, 86-88.

54 El matrimonio y la familia fueron aspectos fundamentales para consolidar la virilidad del hombre y reforzar su masculinidad frente a la sociedad. Para saber más respecto al tema ver: Rojas, Las voces de la justicia. Delito y so-ciedad en Concepción (1820-1875). Atentados sexuales, pendencias, bigamia, amancebamiento e injurias; Josep-Vincent Marqués, «Varón y Patriarcado», en Valdés, Teresa y Olavarría, José (eds.) Masculinidad/es. Poder y Crisis, San-tiago-Chile, Ediciones de las mujeres 24, Isis-Flacso, 1997.

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biológicas, ser menor de 12 años o estar en estado de ebriedad. Este úl-timo es uno de los argumentos más destacados por la historiografía en cuanto al análisis de las violaciones y de las sodomías, y se distingue por su vinculación con los altos índices de alcoholismo de la sociedad chilena durante el siglo xix. La ebriedad fue una justificación de la manifestación de los placeres oscuros y animales de los hombres; ellos lograban expresar la lujuria por la inhibición de la moral y de las preocupaciones sociales55.

Según diversos autores56, el alcoholismo fue una característica pro-pia de las clases populares. A modo de ejemplo, en Valparaíso, uno de los casos trabajados vincula a un grupo de amigos, jóvenes entre los catorce y diecisiete años, que se reunieron a beber chicha en un conventillo, hasta quedar en completo estado de ebriedad. Al anochecer, dos de ellos des-pertaron por los ruidos y escándalos de los vecinos, quienes reaccionaron de forma estrepitosa al encontrar a Juan Luna, el menor del grupo, con los pantalones abajo y sangre en sus genitales. Todos fueron aprehendi-dos y obligados a declarar en el juicio. Víctimas y victimarios apelaron al estado de embriaguez en que se encontraban y a sus antecedentes penales, laborales y escolares57. Pese a las evidencias médicas de la violación de la víctima, la sentencia del caso se redujo al castigo por desorden público, en base a la falta de testigos oculares en el momento del acto sexual y a la escasez de pruebas fehacientes, como el testimonio de alguna figura de la fuerza pública.

Estar inconsciente o, en su defecto, dormido, fueron estrategias utiliza-das por las víctimas para desmentir cualquier tipo de aprobación o acuerdo previo a la cópula. Este argumento fue esgrimido por varones adultos, cuya inocencia solía ser difícil de comprobar, dado su comportamiento viril y

55 Para conocer más con respecto de la ebriedad como estrategia jurídica para disminuir la culpa del crimen ver: Mauricio Rojas, Las voces de la justicia. De-lito y sociedad en Concepción (1820-1875). Atentados sexuales, pendencias, bigamia, amancebamiento e injurias; y Carolina Gonzales, «Entre ‘sodomitas’ y hombres dignos, trabajadores y honrados».

56 Autores que defienden la idea del alcoholismo como una característica de la sociedad popular son: René Salinas, «Violencias sexuales e interpersonales en Chile tradicional», en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, 4: 13, 2000, 13-49; Mauricio Rojas, Las voces de la justicia. Delito y sociedad en Concepción (1820-1875). Atentados sexuales, pendencias, bigamia, amance-bamiento e injurias, Santiago, dibam, 2008.

57 anhjc, caja 216, exp. 37, foja 41, 1908.

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masculino58. El caso mencionado de Baltazar Torres no solo evidencia la baja valoración de las declaraciones de los testigos para el juez, sino también la importancia del estado de inconsciencia en que se encontraba. Habitual-mente, la violación sodomita perpetrada en adultos era una aberración alta-mente cuestionada por todas las esferas de poder. No obstante, la víctima de Baltazar, Celestino Rojas, pese a que era mayor que su perpetrador, padecía epilepsia, y fue encarcelado durante una crisis de su enfermedad, ya que la policía consideró que estaba en estado de ebriedad alterando el orden pú-blico59. Este antecedente, respaldado por los informes médicos, le dio una condición de doble víctima a Rojas, que protegió su moral frente a la cópula sodomita y su honor por haber sido apresado injustamente.

Dentro del conglomerado de estrategias jurídicas que atenuaban los castigos es imprescindible destacar las limitaciones biológicas. Si bien ha sido un concepto poco tratado por la historiografía referente a la violación sodomita, esta táctica, en particular, ilustra la construcción cultural del cuerpo como soporte de relaciones sociales. La simbiosis entre las ciencias anatómicas y la vida urbana propia de la modernidad conformaron al cuerpo como un envoltorio del ser. En otras palabras, un individuo tiene un cuerpo y es un ente socializador60, por lo cual la determinación de la enfermedad o incapacidad de un individuo para efectuar ciertos actos depende de la aceptación colectiva.

Todas las atenuantes utilizadas en los juicios fueron construidas en torno a un propósito común: disminuir o librarse del castigo. La sentencia fue el dictamen último del juez, que no solo castigaba un crimen, sino que también decidía el trato social del individuo inculpado. La integración de elementos y personajes extrajudiciales que compartieron la responsabili-dad de construir las sentencias constituyó una apertura del sistema judicial del siglo xix. Foucault plantea que esta reconfiguración de los juicios se efectuó para evitar que las sentencias fuesen algo estrictamente penal, y así disipar la culpa del juez como el único actor que castigaba61.

Los juicios y su desenlace fueron un espacio complejo, en el que to-dos los actores no jurídicos sostuvieron cierta responsabilidad sobre la

58 Se esperaba que, dada su fortaleza masculina, pudieran luchar para evitar cualquier tipo de vulneración.

59 anhjc, caja 1162, exp. 33, foja s/n, 1896.60 Daniel Arasse, «La Carne, La Gracia, Lo Sublime», en Alan Corbin, Jean-Jac-

ques Courtine, Goeorges Vigarello (eds.), Historia del Cuerpo, Buenos Aires, Taurus, 2005, 416-427.

61 Foucault, Vigilar y Castigar…, op. cit., 30-31.

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sentencia final. El veredicto debía asumirse y se debía responder con te-són frente a la gravedad de la causa. Es curioso que, dentro del sistema judicial, los crímenes por sodomía no fueron penalizados de acuerdo al artículo 365 del Código Penal, el cual señalaba: «el que se hiciere reo del delito de sodomía sufrirá la pena de presidio menor en su grado medio». Dentro de los diferentes casos trabajados en este artículo, solo dos fueron penalizados por sodomía. Uno de ellos fue protagonizado por individuos pertenecientes a la élite chilena dentro de un establecimiento católico, por lo cual su connotación escandalosa y la relevancia de sus protagonistas fue la clave para su sanción ejemplificadora. El otro caso tenía pruebas contundentes de violaciones diarias en contra de un menor de 15 años, y dada la reiteración de la cópula sodomita se estableció la sentencia en base al artículo 365, cuya pena fue la mínima establecida y se canceló a los pocos días por el pago de la fianza. El resto de los casos fueron sancio-nados a través de distintos artículos pertenecientes al Código Penal, que aludían a las faltas relacionadas con las denuncias, pero no al acto sexual en sí mismo. La penalización por sodomía no fue tal y la mayor parte de los acusados fueron absueltos o prescritos.

La condición social de las víctimas también tuvo una estrecha relación con la sentencia final de los juicios. Mientras el caso el colegio San Jacinto tuvo un gran impacto social y fue penalizado con 54 años de presidio para el violador, en los otros casos la indulgencia del juez hacia los culpables les otorgó la inocencia y restitución social de su persona. La abismante diferencia de las sentencias de los casos evidenciaba la influencia del poder socioeconómico de sus actores, así como la relevancia del rol de los medios de comunicación en el desarrollo de la investigación y el veredicto final. Las relaciones de poder, la magnitud del escándalo y las rupturas de lo sexual-mente correcto muestran la persistencia de las características propias de una sociedad tradicional que no necesariamente recriminaba el delito, sino el escándalo que se podía formular en torno a él.

En estos casos, la gravedad del delito de sodomía y el secretismo que circundaba este tópico conformó una serie de estrategias para evitar su castigo, ya que, al rechazar la veracidad del crimen, se limpiaba la imagen de los individuos y la masculinidad del chileno permanecía como una figura colectiva viril e intachable.

La existencia de una discrecionalidad judicial posee numerosas hipó-tesis dentro de los estudios históricos. Sara Matthews-Grieco señala que, si fuesen sentenciados todos los acusados de sodomía, entre ellos artesanos, comerciantes y ciudadanos, el impacto económico de su presidio sería

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considerable en cuanto a los recursos humanos y los servicios que estos individuos proveían62. Por otro lado, la sodomía pudo ser considerada una práctica propia de los jóvenes aún en formación, adjudicando sus actos a la inocencia y el desconocimiento.

Sin importar las causas, estrategias jurídicas o los usos de la ignoran-cia, la violación sodomita y la sodomía constituían un delito, un pecado y una aberración social. El valor público de un sodomita, principalmente aquellos considerados pasivos, se reducía a la imagen de un individuo sin lugar en la sociedad, un hombre que no logró responder a los ideales de masculinidad, un ser cuya virilidad fue disgregada en las prácticas de lo prohibido y antinatural.

Violencias sexuales y escándalos

Distintos estudios historiográficos con respecto a la violencia sexual han concebido al cuerpo como un soporte biológico y sociocultural, que permite aproximarnos al pasado mediante sus discursos, tratos, represio-nes y comportamientos. Sin embargo, el cuerpo estudiado en el contexto del cambio de siglo xix al xx ha sido exclusivamente femenino. El hombre y la construcción masculina parecían ser una imagen impenetrable para la sociedad, como si no pudieran ser víctimas de la lujuria de su propio cuerpo o de los placeres que promovían en otros hombres, quienes a través de su autoridad lograban someter al cuerpo, independiente de su sexo, y subyugarlo bajo sus placeres más oscuros.

En el imaginario colectivo, la construcción de la violencia sexual ha sido de exclusividad femenina. La mujer ha sido degradada, oprimida, so-metida y vulnerada; la pérdida de su virginidad hacía cuestionar su honor, y su moral se corrompía por no haber sido capaz de defenderse ante al agresor. La violación de la mujer fue valorada por la sociedad como un acto sexual que ella permitía; el violador se defendía frente al juez explicando que el cuerpo de la víctima demostraba placer, y que solo se negaba para simular las esperanzas de conservar su honor. Pese a la crudeza de esta tor-cida realidad formulada por el victimario, fue difícil de cuestionarla por las

62 Sara Matthews-Grieco, «Cuerpo y sexualidad en la Europa del Antiguo Régi-men», en Alan Corbin, Jean-Jacques Courtine, Goeorges Vigarello (eds.), His-toria del Cuerpo, Buenos Aires, Taurus, 2005, 216-217.

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dificultades que presentaba comprobar la violación. El resultado fue la su-misión de la figura femenina a la idea de ser víctima o cómplice del delito63.

Para comprender la historia de la violación se deben vincular dos aspectos fundamentales: la sensibilidad y emociones de los individuos, así como sus prácticas culturales. Precisamente, esta connotación de «sensi-bilidad» y del cuerpo penetrado otorgó el rostro femenino a la violencia sexual. Pero hablar de la violación únicamente desde la violencia sería un reduccionismo considerable para un tema tan potente y poroso. La cons-trucción social del cuerpo y su condicionamiento infunde características sobre este que vulneran y violentan al individuo en ámbitos muchos más complejos que lo corpóreo. Como ya fue mencionado, en la construcción de la sexualidad, la vinculación del honor y la moral son aspectos intrín-secos y propios del ser, que no pueden ser desvinculados. En este sentido la violación se puede comprender como una forma de manifestación de la violencia moral, definida como la preponderancia de la conservación de la moralidad de los individuos por sobre su sexualidad. En otras palabras, los individuos «condenan más el gesto moral que el acto violento»64. Tal fue el caso de Juan Luna, un menor víctima de violación sodomita, cuyo abogado demostró en sus discursos mayor preocupación por la conser-vación de la imagen moral del niño, que por sus heridas o su estado de vulnerabilidad65. De este modo demostraba el peso social de este valor para la élite, que podía justificar la violencia física, pero no aquella que transgredía las normas de lo aceptado.

De igual forma, la violación surgía por el uso de la violencia interper-sonal que, fundamentada en el poder del agresor sobre la víctima, permitía la práctica del abuso. Durante el siglo xix chileno, este tipo de violencia formaba parte de una cotidianeidad que naturalizaba el abuso de poder de aquellos que lo detentaban. Es por ello que, en el contexto jurídico, las sentencias fueron aceptadas por las partes como una manifestación de las normas estatales que determinaban el comportamiento colectivo, por la recriminación social de los individuos inculpados frente a la corrobora-ción del crimen66.

63 Salinas, «Violencias sexuales…», op. cit., 42.64 George Vigarello, Historia de la violación: desde el siglo xvi hasta nuestros

días, Montevideo, Trilce, 1999, p. 35.65 anhc. caja 216, exp. 37, foja 8, 1908.66 René Salinas, «Violencia interpersonal en una sociedad tradicional. Formas de

agresión y de control social en Chile. Siglo xix», Revista de Historia Social y de las Mentalidades, 12: 2, Santiago, 2008.

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La violencia interpersonal fue respaldada por los ideales del patriar-cado y por el modelo masculino que resguardaba las relaciones de poder desde lo jurídico hacia lo social67. De este modo, y al igual que en la violencia sexual, esta solo se admitió sobre el cuerpo femenino, pero ¿qué pasó cuando la víctima fue un hombre? Las distinciones propias del hom-bre y la mujer sustentadas en torno a las relaciones de género impidieron concebir la vulnerabilidad masculina, por lo tanto, cuando la víctima era hombre, el juicio cambiaba el foco del crimen hacia otras acciones dis-ruptivas. La diferencia entre los discursos de las víctimas de violaciones evidencia el punto anterior. Las mujeres vulneradas relataron todos los detalles posibles de la violencia bajo la cual fueron sometidas68. Por el contrario, los hombres permanecieron en silencio apelando al olvido o al desconocimiento de los hechos por el estado de inconciencia en el que se encontraban cuando ocurrió la violación. En cuanto a las víctimas meno-res de 12 años, estos solían ser representados por sus padres, con la finali-dad de proteger su imagen y demostrar públicamente el valor de la figura paterna, que cumplía su rol masculino frente a la vulneración de su familia.

El crimen de violación se concretó bajo la coacción del abusador sobre su víctima por la manipulación, el engaño y el chantaje emocional o material69. En el contexto de las violaciones sodomitas, este tipo de estrategias utilizadas por el perpetrador fue aplicado en los niños, usufruc-tuando del poder y control que ejercían sobre estos. Las circunstancias de la violación y su conocimiento dentro de los círculos sociales generó gran escándalo por la gravedad de los hechos y por la corrupción de las normas más sensibles de la vida privada. Sin embargo, pese a que en todos los casos existió una transgresión a las leyes y costumbres, no todos fueron reconocidos o señalados como escándalo, puesto que este responde a ele-mentos distintivos que sustentan esta connotación, tales como la difusión del acontecimiento en cuestión, el rol y valor social de sus protagonistas, y el espacio en el que fueron consumados los actos70.

La relevancia de la violación como un acontecimiento escandaloso se configuraba en tres elementos indispensables. Primero, el devenir, que

67 Fríes y Matus, La ley hace…, op. cit.68 Salinas, «Violencia interpersonal…», op. cit., 35-36.69 Joanna Bourke, Los violadores. Historia del estupro de 1860 a nuestros días,

Barcelona, Crítica, 2009, 20.70 Carolina Shillagi, «Problemas públicos, casos resonantes y escándalos. Algu-

nos elementos para discusión teórica», en Revista de la Universidad Bolivaria-na, 30: 10, Buenos Aires, 2011.

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apuntaba a la valoración de los hechos fuera de su contexto y desde di-ferentes ámbitos, en donde se distinguían actores y prácticas culturales. Luego, la temporalidad, desde una mirada en retrospectiva, ya que una distancia temporal permitía una visión global y miscelánea del aconte-cimiento. Por último, la constitución simbólica, que permitía valorar el acontecimiento en el espacio efectuado y el impacto social que le otorgaba conservación en la memoria colectiva71.

Dentro de todos los procesos expuestos en este artículo, solo uno logró consolidarse como un escándalo sexual en el espacio social. Este fue el caso del colegio San Jacinto, cuya denuncia surgió desde el diario La Lei el día sábado 31 de diciembre de 1904. Allí señalaron que en los estable-cimientos congregacionistas se efectuaron actos de violación en contra de sus alumnos, jóvenes de élite que perdían su inocencia y su moral en las manos de la misma religión72. Aquí la violación sodomita poseía los ele-mentos propios de un escándalo, no solo por los disruptivos medios que el agresor utilizó para fugarse y salir del país, sino también por la respuesta del público, que valoró estos acontecimientos como graves.

El día 3 de enero de 1905 y bajo la premisa que este caso particular no era el único ocurrido en el establecimiento, el gobierno y el Congreso Nacional intervinieron en el asunto, conminando a la clausura del colegio San Jacinto. Al día siguiente, el caso ya era activamente investigado por el juez del crimen, el señor Artorquiza, y publicado en 5 diarios más: El Chileno, El Ferrocarril, El Mercurio, El Imparcial y El Porvenir. La acti-va participación de los medios de difusión de masas situó a los lectores como un público «adjetivo y sustantivo»73. En otras palabras, ese público sancionó a los criminales desde la crítica social y política, que se volvió sustantiva por la conformación de una colectividad, es decir, la considera-ción de la masa como un ente mayor que personificaba la opinión pública como una esfera de poder heterogénea.

La relevancia de la participación pública dentro del escándalo per-mite comprender y conocer las normas sociales y morales vigentes en el espacio público y privado dentro del contexto temporal del escándalo. La connotación escandalosa del caso del colegio San Jacinto surgió por diversas causas que agravaron la falta. Entre ellas destacó que los actos

71 Shillagi, «Problemas públicos, casos…, op. cit.72 «Los establecimientos Congregacionistas. Un preámbulo a un gravísimo de-

nuncio», La Lei, Santiago, diciembre, 1904.73 Shillagi, «Problemas públicos, casos…», op. cit., 253-254.

Las voces del poder y el silencio del abuso. Historia de las...

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de violación sodomita fueron reincidentes entre los funcionarios de dicho establecimiento sobre sus alumnos; que sus víctimas eran hijos de la élite chilena; y que sus perpetradores escaparon al momento de ser descubiertos y fueron encubiertos por la congregación, lo cual generó un conflicto aun mayor entre el Estado y la Iglesia.

La violación del joven Ariztía, la gran víctima del colegio San Jacinto, reproduce la imagen de un problema público por los actores que movilizó su resolución. La arena pública74 construida en torno a este escándalo supuso un choque de fuerzas y poderes entre los medios de difusión de masas, particularmente la prensa, el Estado, la élite chilena y el poder ecle-siástico. La mayor cualidad de este acontecimiento para ser denominado como escándalo fue la relevancia de sus protagonistas en el espacio públi-co y la reiteración de la violación sodomita en el establecimiento católico. La recepción social de este caso lo convirtió en un problema de mayor connotación porque aquellas esferas de poder que crearon las normas, las fracturaron por la lujuria y los placeres oscuros que tanto censuraron. De este modo, la única forma de subsanar esta fractura y conflicto dentro de las mismas instituciones era a través de un ejemplar castigo.

La insistencia de los medios, especialmente del diario La Lei —que publicó 34 noticias hasta la resolución del proceso judicial75—, llevó a que este caso fuera no solo un caso de tipificación recurrente como lo era la sodomía. Además, delineó y conformó la arena pública como un espacio de conflicto de poderes, que sustentaron la formulación de un escándalo. Todas estas prácticas socioculturales, propias del siglo xix, culminaron en el resultado anhelado: una sentencia ejemplar.

El caso de los congregacionistas se contradice con la mayor parte de las sentencias registradas en el archivo judicial. Los casos de violación sodomita encarnados por individuos del mundo popular demuestran cuán valioso era el poder que dominaba las instituciones, las personas y su futu-ro, ya que, reprimidas desde su concepción, sufrían el abuso de un cuerpo dócil a través del castigo. El origen socioeconómico de los demandantes era relevante: aquellos provenientes del mundo popular raramente gana-ban sus juicios, mientras que la elite recibía «la justicia solicitada».

74 Entendida como el espacio conflictivo en el que los diferentes actores invo-lucrados de fuerzas desiguales intentan imponer acciones y definiciones para sancionar el acto transgresivo. Shillagi, op. cit., 246.

75 «Los establecimientos Congregacionistas. Un preámbulo a un gravísimo de-nuncio», La Lei, Santiago, diciembre, 1904.

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Conclusión

Estudiar las violaciones sodomitas es levantar el velo a los tabúes so-ciales ocultos bajo el silencio y el olvido; es demostrar que la figura mas-culina ha sido tan vulnerable como la femenina, que ni la inconsciencia ni el olvido de sus víctimas borrará el crimen que fue cometido en contra de sus cuerpos, sometidos por la violencia y el poder. Indagar en las prácticas sexuales del mundo masculino implica cuestionar las construcciones del sexo que generaron las esferas de poder como el Estado o la Iglesia.

Más allá de transformar las violaciones sodomitas en objeto de estudio, se debe considerar que estas son un tema complejo que despierta temor en la sociedad. Al estudiarlas, se enfrenta la figura de hombres violadores que desearon cuerpos infantiles y despertaron su lujuria y perversión a través del uso de su poder sobre las víctimas. Es un sujeto abominable que ha sembrado miedo como las sombras de una pesadilla hecha realidad, que se vive en los círculos familiares, colegios, cerca del hogar, e incluso un espacio público cubierto por las sombras de la noche.

La sodomía fue, es y será un tema poroso. Es una palabra de potente valor histórico, capaz de reflejar los secretos más íntimos de nuestra cultura. En ella se advierten los sistemas de control de los individuos, los conflictos entre el Estado y la Iglesia, la construcción de la masculinidad, la opresión del mundo femenino y masculino bajo el sistema patriarcal, todos tópicos que circundan la violación sodomita y evidencian lo que esconde el silencio de la vida privada. En este sentido, las relaciones y microrrelaciones de poder fueron gravitantes en cuanto al comportamiento público y privado de los individuos, y determinaron el carácter cultural de la sociedad chilena a fines del siglo xix. Por lo tanto, el estudio historiográfico del sodomita no solo permite evidenciar ciertas prácticas y representaciones ocultas de la sexualidad de los hombres, sino también comprender las formas de sociali-zación coaccionadas por las esferas de poder sobre los individuos, indepen-diente de su condición social.

Sin duda alguna, la sodomía es un tema con muchas más aristas por estudiar; en este sentido, el poder como escenario idóneo de ocultamiento y violación es tan solo una de ellas. Distintos tópicos como la contami-nación social que implican las relaciones sexuales entre el mismo sexo, y la historia de la violación masculina, son algunos de los que circundan la profundidad de la historia cultural del sodomita dentro de los grandes cambios vividos a fines del siglo xix.

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Zonas de exterminio: capital, industria y explotación indígena en el Putumayo

(1900-1912)1

Gabriel Nachar Farías

«Estos indios no eran trabajadores manuales en la estación, ni em-pleados de la zona de la compañía; eran indios de la selva, miembros

de varias tribus que habitaban la zona. No se les preguntaba si que-rían trabajar caucho; eran forzados a hacerlo como esclavos. Si no

traían caucho eran flagelados o encadenados o puestos en el cepo»2.

Este artículo tiene por objetivo analizar la dinámica de la penetración capitalista en la Amazonía a través de un estudio de caso: el enclave econó-mico formado por la Peruvian Amazon Rubber Company (parc), o Casa Arana, en la zona del río Putumayo. Esta fue una de las compañías encarga-das de la explotación y comercialización transnacional del caucho amazóni-co en la primera década del siglo xx. La Casa Arana se hizo conocida mun-dialmente al ser investigada por autoridades británicas por las denuncias realizadas en su contra. Estas se fundaban en los abusos cometidos por sus funcionarios contra la población indígena, la cual fue sometida a un brutal régimen de explotación que acabó en el exterminio de miles de personas3. Dicho exterminio estuvo directamente vinculado a la expansión del

1 Este artículo fue desarrollado en el Seminario de Licenciatura del Instituto de Historia uc, Capitalismo, del profesor Javier Puente.

2 Roger Casement, «Declaración N° 1», en Roger Casement, Libro azul britá-nico. Informes de Roger Casement y otras cartas sobre las atrocidades en el Putumayo, Lima, caaap / iwgia, 2011 [1912], 125.

3 Los primeros informes sobre la crueldad de los caucheros en el Putumayo fueron publicados en 1904 y 1905 por el ingeniero Jorge M. von Hassel, y, más tarde, en 1907 por el periodista Benjamín Saldaña Roca en los periódicos de Iquitos La Sanción y La Felpa, en Pilar García Jordán, «El infierno verde. Caucho e indios, terror y muerte. Reflexiones en torno al escándalo del Putu-mayo,» Anuario del iehs, viii, Tandil, 1993, 76.

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capitalismo en el siglo xix y en las primeras décadas del siglo xx. A con-tinuación, se ofrece una breve explicación contextual sobre el análisis del capitalismo y la producción de mercancías en un mundo dominado por este modo de producción. Luego, se analizan las prácticas capitalistas que sostu-vieron el boom del caucho amazónico y que, simultáneamente, derivaron en la muerte de miles de habitantes de la zona del río Putumayo.

En primer lugar, el capitalismo es un proceso que se desarrolla, al me-nos, en dos dimensiones distintas y complementarias. La primera, descrita por Karl Marx en El Capital, corresponde al proceso contingente y sincróni-co en el cual se utiliza la fuerza de trabajo como mercancía que se consume mientras produce más valor, en tanto otra mercancía adquiere un valor agre-gado o plusvalía. La plusvalía es acumulada por el capitalista que, al adue-ñarse de los medios de producción, es el único agente capaz de moldear un modo de producción del cual es, en última instancia, el único beneficiado4.

4 Carlos Marx, El Capital: Crítica de la economía política. Tomo i. Libro 1. Proceso de producción del capital, Santiago, Lom, 2015.

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Mapa 15

5 Casement, Libro azul británico…, op. cit., 33.

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En segundo lugar, el capitalismo también es un modo de producción histórico y global que ha experimentado diversas transformaciones6. En este artículo se analiza el desarrollo capitalista en la que fue, quizá, su transfor-mación más radical: el desarrollo y expansión de la industrialización en los siglos xviii y xix, cuyos antecedentes pueden datarse en el siglo xv7. En un caso ilustrativo del desarrollo del modo de producción capitalista, Sven Bec-kert describe las dinámicas globales del comercio de algodón en la segunda mitad del siglo xix. Allí destaca una progresiva especialización y jerarqui-zación de los comerciantes algodoneros, quienes transportaban la materia prima desde las zonas de producción hacia los puertos locales, desde allí a Liverpool y, finalmente, desde los muelles a las fábricas8. Es decir, el sistema se basaba en un centro manufacturero unido a una zona productora a través de una red de comerciantes. A la mundialización de este esquema básico se le ha llamado economía-mundo capitalista9.

La dinámica productiva es distinta en cada zona de la economía-mundo. En las periferias se desarrollaron modos de producción orientados hacia los centros manufactureros, con lo cual los agentes del capitalismo industrial re-estructuraron sociedades enteras para alcanzar las cuotas de producción que la industrialización europea requería. Ejemplos de ello fueron el tráfico de esclavos africanos, cuyo comercio fue fundamental para la mundialización del capitalismo en el siglo xvii10, y que en el siglo xix seguía jugando un rol fundamental en la producción extensiva de algodón en Norteamérica11. Por otra parte, a partir de la colonización británica, en la India se llevó a cabo un gran proceso de desindustrialización, para que sus manufacturas no pudieran competir con las de la industria textil inglesa12.

Beckert ha demostrado que existe una transición aparente entre un capitalismo de guerra a un capitalismo industrial, acaecido con el fin de la esclavitud y el triunfo de las corrientes abolicionistas luego de la guerra

6 Jürgen Kocka, Capitalism. A Short History, Princeton and Oxford, Princeton University Press, 2016, 25-83.

7 Eric Wolf, Europa y la gente sin historia, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2009 [1982], 324.

8 Sven Beckert, «Making Cotton Global», en Empire of Cotton. A Global His-tory, New York, Vintage Books, 2015, 199-241.

9 Fernand Braudel, «Las divisiones del espacio y el tiempo», en Civilización material, economía y capitalismo. Tomo iii: El tiempo del mundo, Madrid, Alianza, 1984, 5-64.

10 Eric Williams, Capitalismo y esclavitud, Traficantes de sueños, 2011 [1944].11 Beckert, op. cit., 175-198.12 Wolf, op. cit., 347.

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civil en Estados Unidos13. Sin embargo, algunos procesos brutales de acu-mulación primitiva y apropiaciones por despojo, como los ocurridos en el Putumayo, fueron posteriores al decaimiento de la esclavitud y encarnaron las dinámicas más macabras del capitalismo de guerra dentro de su etapa industrializante.

La transición entre dos formas de producción capitalista, entonces, no fue clara ni definitiva. En cambio, el capitalismo global siguió contando con zonas dominadas por la esclavitud o semiesclavitud de la mano de obra. Frente a esta problemática, en este artículo se propone que, en el marco de una economía global dominada por los centros industriales, los agentes capitalistas desarrollaron un capitalismo de penetración primaria en la Amazonía que transformó, bajo la ley de la Casa Arana, a la cuenca del río Putumayo en una zona de exterminio. A partir del análisis de la doble dimensión del proceso capitalista, este estudio reconstruye las ac-ciones desarrolladas por diferentes agentes capitalistas responsables del exterminio humano del Putumayo.

Conocer el territorio, controlar el espacio

El filósofo y teórico marxista Henri Lefebvre, pionero en estudios sobre las relaciones entre los modos de producción y la espacialidad, sostiene que

«El espacio interviene en la producción misma: organización del trabajo productivo, transportes, flujos de materias primas y de energías, redes de distribución de los productos, etc. A su manera productiva y pro-ductora, el espacio entra en las relaciones de producción y en las fuerzas productivas (mejor o peor organizadas)»14.

Bajo esta premisa, es necesario analizar las particularidades de la Amazonía como espacio. Nicholas Kawa propone que, aun cuando el ser humano ha alterado constantemente el ecosistema amazónico desde antes de la penetración capitalista, la ecología de la Amazonía ha resistido a los intentos de manipulación y control15. Según Kawa, en el auge de la indus-trialización capitalista la Amazonía desarrolló una relación ambigua con

13 Beckert, op. cit., 242-311.14 Henri Lefebvre, La producción del espacio, Madrid, Capitán Swing, 2013

[1974], 56.15 Nicholas Kawa, Amazonia in the Anthropocene. Peoples, Soils, Plants, Forests,

Austin, University of Texas Press, 2016, 20.

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la modernidad, en la medida en que combinó un estrecho vínculo con el circuito económico mundial a través de la extracción del caucho, pero su población quedó marginada de esa modernidad en muchas otras formas16.

Por otra parte, James Scott sostiene que algunos espacios geográficos han sido de utilidad para poblaciones que han buscado apartarse de los ímpetus centralizadores de los Estados. Vivir en montañas o en selvas pue-de transformarse en una práctica de resistencia contra la soberanía estatal, evadiendo al Estado a través de la ocupación de espacios en los cuales es particularmente difícil establecer y mantener su control17. Ahora bien, otras fuerzas no-estatales también podrían buscar establecer cierto tipo de control en dichas zonas, sobre todo en un momento como el siglo xix, cuando el mundo entero se abría como una diversidad de posibilidades de explotación económica18.

Las propuestas de Kawa y de Scott son fundamentales, toda vez que la Amazonía fue un espacio codiciado y disputado por diversas fuerzas, es-tatales y no estatales, que buscaban apropiársela, cada una por sus razones particulares. A pesar de ello, fue un espacio sumamente difícil de controlar. Quienes finalmente lograron establecer cierto tipo de hegemonía en algún punto de la hoya amazónica, se vieron siempre limitados por las condi-ciones que imponía la selva a los asentamientos humanos. A continuación se presentarán tales dificultades, con énfasis en las formas de conocer la Amazonía y cómo estas influyeron en los posteriores procesos de apropia-ción de la selva, exitosos o no. En toda esta historia, el caucho ocupó un lugar central y su extracción no puede desprenderse de los mecanismos de dominación implementados por los diversos agentes del capital que llegaron al Putumayo en las últimas décadas del largo siglo xix.

Entre el siglo xv y el xviii a la Amazonía se la conoció tanto como se la imaginó19. Una avalancha de exploradores, aventureros, conquistado-res y misioneros europeos llenaron de tinta páginas y páginas de diarios, crónicas, relaciones e informes, y construyeron los diversos discursos so-bre los que se asentó el imaginario europeo de la Amazonía durante los

16 Ibíd., 36.17 James C. Scott, The Art of Not Being Governed. An Anarchist History of

Upland Southeast Asia, New Heaven and London, Yale University Press, 2009, 13.

18 Eric Hobsbawm, «La unificación del mundo», en La Era del Capital, 1848-1875, Buenos Aires, Crítica, 2012 [1975], 53-69.

19 Ana Pizarro, «Imaginario y discurso: la Amazonía», Revista de Crítica Litera-ria Latinoamericana, 31: 61, 2005, 62.

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siglos coloniales20. Hacia el final de este período, sin embargo, la percep-ción sobre lo que representaba el espacio amazónico empezó a cambiar.

En 1737, la Academia de Ciencias de París encargó a Charles Ma-rie de La Condamine y a otros dos científicos, realizar mediciones en el Ecuador para resolver una controversia relativa a la forma de la Tierra. La Condamine, además, realizó por su cuenta una expedición al río Ama-zonas de vital importancia, pues «de allí sale, para Europa, ni más ni menos que el conocimiento de la existencia del caucho y sus virtudes»21. El informe es particularmente interesante debido a su curiosa intersección entre el conocimiento científico y el mítico, por ejemplo, al dedicar pasajes a elucubraciones sobre la existencia de mujeres Amazonas o del Dorado22. Sobre el caucho, el naturalista francés apuntó que

«Cuando está fresca [la resina] se le da con moldes la forma que se desea; es impermeable; pero lo que la hace más notable es su gran elasti-cidad. Con ella se fabrican botellas irrompibles, botas, bolas huecas que se aplastan al apretarlas y que recobran su primitiva forma al cesar de oprimirlas»23.

Un siglo después, Charles Goodyear descubrió el proceso de vulcani-zación, que haría la goma más resistente. Luego, con el uso del caucho en llantas neumáticas en 1845, técnica perfeccionada por John Boyd Dunlop

20 Ibíd., 62-66.21 Ana Pizarro, Amazonía: el río tiene voces, Santiago, Fondo de Cultura Econó-

mica, 2009, 89.22 Esta intersección se habría producido, según Pizarro, porque en la narrativa

de La Condamine se reflejaba una mentalidad europea, y en particular france-sa, que estaba transitando hacia la modernidad, por lo que el mito se presen-taba en términos de una explicación metódica racional, en ibíd., p 88. De esta forma, la Relación de La Condamine era una especie de tratado sobre etno-grafía, historia natural, un bestiario de la Amazonía, un estudio de geografía e hidrografía, un tratado histórico y mítico, y una descripción sobre el gigantes-co sistema del río Amazonas, todo ello integrado en una única narrativa en la cual no estaba absolutamente clara la cronología de su travesía, en Neil Safier, «Unveiling the Amazon to European Science and Society: The Reading and Re-ception of La Condamine’s Relation abrégée d’un Voyage fait dans l’ intérieur de l’ Amérique méridionale (1745)», Terrae Incognitae, 33: 1, 2001, 38-39; Mary Louise Pratt, Ojos imperiales: Literatura de viajes y transculturación, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2010 [1992], 52.

23 Charles Marie de La Condamine, Relación abreviada de un viaje hecho por el interior de la América Meridional, Madrid, Calpe, 1920, 55.

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en 188824, las cifras de la producción de caucho se elevaron drásticamen-te. El desarrollo exponencial de la industria automotriz permitió que la extracción de caucho creciera desde 10.000 toneladas en 1875, a más de 120.000 luego de 190525. Hasta la primera década del siglo xx, práctica-mente todo el caucho utilizado en esa industria fue extraído de la cuenca del Amazonas (en particular, las zonas que regaban Brasil, Perú, Ecuador y Bolivia), ya que en ella crecía Havea brasiliensis, el árbol que producía la especie de látex más elástica y pura26.

Los barones del caucho, cuyo auge puede situarse entre 1880 y 1910, fueron activos en apropiarse de los territorios de extracción de caucho a través del reconocimiento del espacio y su población, lo cual además les proveyó de argumentos para legitimar sus acciones sobre ellos. En 1907 se publicaron los diarios del ingeniero francés Eugène Robuchon, quien, en 1904, había sido contratado por el Estado peruano por intermediación de la Casa Arana. El objetivo había sido realizar un estudio geográfico y antropológico de la zona del Río Putumayo27, en ese entonces ya bajo el control de la Peruvian Amazon Company.

Entre las anotaciones de Robuchon destacan las constantes referen-cias al canibalismo de los indígenas. Señala, por ejemplo, haber tenido noticias que, cerca de La Chorrera, una importante estación cauchera, «los indios borax navajes se habían sublevado: cuatro blancos habían sido asesinados y comidos»28. Cargando con las mentalidades e imaginarios de su época, se declaraba «impaciente por conocer en su propia casa a estos

24 Antes de estos avances de la ciencia y la tecnología, el caucho no era mucho más que una curiosidad. Se conocían a grandes rasgos los usos del material por parte de las poblaciones indígenas, pero en Europa aún no se iniciaba su producción industrial, que le otorgaría luego un lugar central en el desarrollo de la industria de los transportes terrestres como la bicicleta y el automóvil, en Pizarro, Amazonía…, op. cit., 106, y John Melby, «Rubber River: An Account of the rise and Collapse of the Amazon Boom», The Hispanic American His-torical Review, 22: 3, Aug., 1942, 452.

25 Corey Ross, «Colonialism, Rubber, and the Rainforest», en Ecology and Power in the Age of Empire: Europe and the Transformation of the Tropical World, Oxford, Oxford Univesity Press, 2017, 99.

26 Greg Grandin, Fordlandia: The rise and fall of Henry Ford forgotten jungle city, New York, Metropolitan Books, 2009, 35.

27 Eugène Robuchon, En el Putumayo y sus afluentes, Lima, Imprenta La Indus-tria, 1907, 21.

28 Ibíd., 75.

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salvajes»29, procediendo a describir las habitaciones de algunos indígenas huitotos. Al hablar sobre su itinerario por las secciones del río Igarapara-ná para ir al encuentro de los huitotos, sostenía que «el viaje (…) ofrecía sin embargo serias dificultades, porque los huitotos son antropófagos»30. Sobre otro clan de este grupo, afirmaba que eran «astutos y por extremo pacientes, se hayan siempre listos para asesinar a los blancos cuando a estos se les olvida conservarse en guardia»31. Más explícitamente describía que «el capitán o cacique agarra un pedazo de carne humana y después de deshacerlo en largos filamentos, se lo lleva a la boca y comienza a chu-parlo lentamente»32.

La idea del canibalismo de los indígenas del Putumayo fue comba-tida por el explorador norteamericano Walter Hardenburg, quien, casi paralelamente, también se internó en la zona dominada por Arana. Según Hardenburg, los huitotos eran sumamente humildes y hospitalarios, salvo algunas tribus alejadas y aisladas que ni siquiera participaban en la extrac-ción del caucho33. Fue, además, mucho más enfático y preciso al describir el régimen de trabajo que la Peruvian Amazon Company imponía a los huitotos: eran esclavizados por la Compañía civilizadora, apenas les daban de comer y muchos morían de inanición34.

Las tribus huitotos no eran las únicas víctimas; en las secciones que se encontraban en el río Igaraparaná y Caquetá, la Casa Arana había esclavi-zado, torturado y asesinado a tribus andoques, yurias, ocainas, y yaguas35. En 1909, Hardenburg publicó parte de la información que recogió en su viaje en la revista londinense Truth. En esos momentos, Londres era la sede de la Peruvian Amazon Company, lo que movilizó los esfuerzos de la Sociedad Antiesclava y de Protección de los Aborígenes para impulsar una investigación por parte del gobierno inglés36, la cual sería llevada a cabo por el cónsul británico en Río de Janeiro, Roger Casement.

Aparte de las anotaciones antropológicas, tanto Robuchon como Har-denburg realizaron una extensa descripción del territorio, así como una

29 Ibíd., 86.30 Ibíd., 97.31 Ibíd., 111.32 Ibíd., 120.33 W. E. Hardenburg, The Putumayo. The Devil’s Paradise, London, T. Fisher

Unwin, 1913, 154.34 Ibíd., 160.35 Ibíd., 194.36 Pizarro, Amazonía…, op. cit., 129.

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caracterización de la hidrografía de la región, de su flora y de su fauna. El ingeniero francés estuvo encargado de mapear la zona dominada por la Casa Arana. No solo los caucheros se beneficiaron de ello, pues el contrato de Robuchon establecía que «levantará un plano general del territorio (…) indicando al mismo tiempo la extensión superficial de dichos territorios» y que «para el gobierno del Perú quedarán todos los trabajos realizados, tales como mapas, las vistas fotográficas y dos ejemplares de los informes escritos en castellano»37.

Todas estas prácticas de cartografía, descripción, clasificación, ex-ploración y, en síntesis, de producción sistemática de conocimientos de-sarrolladas por los agentes europeos fueron sumamente importantes. La destacada lingüista Mary Louise Pratt señala que «la ola de viajeros suda-mericanos de la década de 1800 y 1820 estaba compuesta principalmente por británicos, quienes viajaban y escribían como exploradores avanzados del capital europeo»38, práctica que se mantuvo durante todo el largo siglo xix. Según Eric Hobsbawm, hacia 1880, «con algunas ligeras excep-ciones, la exploración no equivalía ya a ‘descubrimientos’, sino que era una forma de empresa deportiva, frecuentemente con fuertes elementos de competitividad personal o nacional»39. Esta vanguardia capitalista veía a la sociedad latinoamericana como atrasada e incapaz de explotar los recursos naturales de los que disponía40. La naturaleza era útil41, pero la población no la aprovechaba42.

37 Robuchon, En el Putumayo…, op. cit., 164-165.38 Pratt, Ojos imperiales…, op. cit., 270.39 Eric Hobsbawm, La era del Imperio, 1875-1914, Buenos Aires, Crítica, 2012

[1987], 19.40 Pratt, Ojos imperiales…, op. cit., 280.41 Para Franco Moretti, lo útil constituye un elemento central de la mentalidad

burguesa decimonónica. Con lo útil aparece la eficacia, lo que va configurando los primeros de lo que luego Max Weber llamó racionalidad dirigida; con-ceptos claves del vocabulario burgués que se consagran con la expansión del capitalismo en el siglo xix, en Franco Moretti, El burgués. Entre la historia y la literatura, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2014, 39-60.

42 David Day señala que el uso del suelo en forma de agriculturas sedentarias (y se-dentarizantes) constituye una característica fundamental de lo que él denomina sociedades suplantadoras. El cultivo del suelo apoyaría las reclamaciones sobre los territorios conquistados (por ejemplo, en el caso de los europeos sobre Aus-tralia, América o África, así como también por parte de los Estado-nación que se formaron luego en esos territorios y que buscaron asegurar sus soberanías sobre poblaciones y territorios indígenas), legitimando el derecho de los pueblos con-quistadores a usurparlos, toda vez que esos suelos no trabajados demostrarían

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En el siglo xix, explorar territorios (siempre y cuando quedara re-gistro de ello) fue una práctica capitalista, pues «el desarrollo de la in-dustria es inseparable de la exploración de los territorios y el progresivo conocimiento —con fines estrictamente prácticos— de su población»43. La información era utilizada para encontrar nuevos focos de inversión, o para delimitar y profundizar la producción o extracción de las zonas ya conocidas, y así obtener el mayor provecho posible44.

Por otra parte, el problema del asentamiento blanco en el Putumayo debe tratarse desde, al menos, dos aristas diferentes: la disputa entre Co-lombia y Perú por controlar dichos territorios (de hecho, en un nivel más amplio, esto apunta a la disputa general entre los distintos Estado-nación

la barbarie y el salvajismo de los habitantes de esas zonas. La civilización no solo se impone con la espada o el rifle, también con el arado, en David Day, «El cultivo del suelo», en Conquista. una nueva historia del mundo moderno, Barcelona, Crítica, 2006, 193-211. Una idea similar, pero con mayor énfasis en la influencia del capitalismo y en la imposición de la dominación colonial como factores que llevaron al exterminio directo de poblaciones indígenas se en-cuentra en Mohamed Adhikari, «‘We are determined to exterminate them’: the genocidal impetus behind commercial stock farmer invasions of hunter-gatherer territories», en Mohamed Adhikari (ed.), Genocide on settler frontiers. When hunter-gatherers and commercial stock farmers clash, London, Berghahn Books, 2015, 1-31; y en Patrick Wolfe, «Settler colonialism and the elimination of the native», Journal of Genocide Research, 8: 4, 2006, 387-409.

43 Federico Bossert y Lorena Córdoba, «El trabajo indígena en economías de enclave», en Lorena Córdoba, Federico Bossert y Nicolas Richard (eds.), Capi-talismo en las selvas. Enclaves industriales en el Chaco y Amazonía Indígenas (1850-1950), San Pedro de Atacama, Desierto, 2015, 117.

44 El corolario de estas prácticas se encuentra en las monumentales guías de viaje británicas. John M. MacKenzie señala, por ejemplo, que el South American Handbook británico «estaba destinado principalmente a empresarios, turistas y los planificadores de políticas gubernamentales (…) señalaba la existencia de oportunidades muy considerables para las empresas y las personas con capital». Aun a inicios de la década de 1920, cuando el poder de los barones del caucho estaba en pleno declive, se señalaba que una de las importantes actividades comerciales desarrolladas en Iquitos era la extracción de la goma. Para MacKenzie, estas guías eran «un himno de alabanza al imperialismo informal y las oportunidades para el comercio y la inversión británicos», y las guías consagradas al imperio informal «destacaban en términos generales de inversión, el comercio y los negocios. Combinaban el turismo con el análisis empresario», en John M. MacKenzie, «Imperios del viaje. Guías de viaje bri-tánicas e imperialismo cultural en los siglos xix y xx», en Ricardo Salvatore (comp.), Culturas imperiales. Experiencia y representación en América, Asia y Africa, Rosario, Beatriz Viterbo, 2005, 234-235.

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que rodeaban la Amazonía: Brasil, Bolivia, Ecuador, Colombia, Perú y Venezuela) y el enclave construido por la Casa Arana. Por supuesto, la suplantación de la soberanía indígena subyace a las dos consideraciones45. De esta forma, el problema podría enfocarse como un problema de sobe-ranía: en la práctica, ¿quién ejercía el control del Putumayo?46

Desde el punto de vista estatal, tanto Perú como Colombia pretendían ocupar la zona del Putumayo y reclamaban para sí el territorio. El reclamo de Colombia partía de la base que los primeros colonizadores de la zona fueron colombianos, y que estos habían sido expulsados «por la fuerza de las armas»47 por parte de los empresarios peruanos. Un abogado contratado por el Estado colombiano, Norman Thomson, acusó al Estado peruano de permitir los crímenes de los caucheros peruanos en el Putumayo, toda vez que con ello habría podido afirmar su propia soberanía en dichos territorios48. El mismo Hardenburg habría de relatar cómo los barones peruanos, secundados por militares, buscaban tomar las posesiones caucheras colombianas49.

Según Thomson, la reivindicación colombiana estaba sujeta al princi-pio jurídico uti possidetis de iure, que establecía que los antiguos dominios coloniales serían las fronteras de los nuevos Estados independientes de América Latina, y el Putumayo era parte del antiguo virreinato de Nueva Granada50. A los peruanos, además, se les acusaba de haber violado el modus vivendi de 1906, por el cual ambos Estados se comprometían a no intervenir en el Putumayo hasta la resolución del arbitraje del papa Pío ix51. Thomson sostenía que, una vez firmado este acuerdo, Colombia había retirado a sus oficiales «en tanto que Perú aumentó el número de los suyos, animándolos más y más en sus obras de usurpación»52.

45 Sobre los procesos de conformación de una subalternidad derivada de la su-plantación de la soberanía, tanto del individuo como de la colectividad en la que se inserta, en un contexto de desarrollo global capitalista, ver Kenneth Su-rin, «The sovereign individual, ‘Subalternity’, and becoming-other», Angelaki, 6: 1, 2001, 47-63.

46 Una excelente introducción a esta problemática es la obra de Pilar García Jordán, Cruz y arad, fusiles y discursos. La construcción de los Orientes en el Perú y Bolivia, 1820-1940, Lima, ifea / iep, 2001.

47 Norman Thomson, El libro rojo del Putumayo. Precedido de una introduc-ción sobre el verdadero escándalo de las atrocidades del Putumayo, Bogotá, Arboleda & Valencia, 1913, iv.

48 Ibíd., xxi.49 Hardenburg, The Putumayo…, op. cit., 165.50 Thomson, El libro rojo…, op. cit., 104-107.51 García Jordán, «El Infierno verde…», op. cit., 75.52 Thomson, El libro rojo…, op. cit., 121.

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En Perú, Carlos Larrabure y Correa defendía la legitimidad de la domi-nación peruana en el Putumayo a través de los mismos principios jurídicos: una cédula real de 1802 establecía que las zonas regadas por el Amazonas y sus afluentes pertenecían al virreinato del Perú53, lo cual no habría sido mo-dificado al momento de su independencia, dos décadas después. Además, en opinión de Larrabure y Correa, «Colombia nunca ha tenido en el Putumayo y Caquetá ninguna autoridad real»54, a diferencia del Estado peruano, cuya soberanía en la región «está comprobada por multitud de actos efectivos, administrativos y militares de autenticidad irrefragable»55.

Por otra parte, en Perú, la acusación contra la Peruvian Amazon Company fue tomada como una especie de causa nacional por parte de algunos funcionarios del Estado. Ellos no dudaron en acusar a Colombia de conspirar con la sociedad Antiesclava y otros funcionarios británicos56, y presentaron a los barones del caucho como evangelistas de la civilización y la modernidad. Pizarro señala que la construcción del sujeto cauchero como agente civilizador estuvo irremediablemente unida a la noción de patria. Su valoración se entrelazó con un momento histórico de disputas fronterizas y consolidación de la nación, sobre todo en los espacios en que las fronteras aún estaban siendo demarcadas, como la Amazonía57. Así, la cruzada civilizadora de los barones del caucho fue, a la vez, una cruzada por la identidad nacional58 y por la soberanía estatal.

Esta obsesión de los Estados por controlar los territorios y establecer los límites de sus naciones (fenómeno transversal en América Latina a lo

53 Carlos Larraboure y Correa, «Perú y Colombia en el Putumayo (1913)», en Carlos Rey de Castro et al., La defensa de los caucheros, Iquitos, ceta-iwgia, 2005, 342-343.

54 Ibíd., 349.55 Ibíd., 352.56 Carlos Rey de Castro, «Los escándalos del Putumayo. Carta abierta dirigida a

Mr. Geo B. Michael, cónsul de S. M. B. en Pará (1913)», en Rey de Castro, op. cit., 96-98.

57 Pizarro, Amazonía…, op. cit., 120.58 Jesús Salazar ha señalado que la defensa por parte del intelectual y diplo-

mático peruano Carlos Rey de Castro a los caucheros, y en particular sobre Arana, se apoyó en un discurso nacionalista y eugenésico, logrando favorecer la imagen pública del dueño de la Peruvian Amazon Company, en Jesús Sala-zar Paiva, El proyecto nacional ensangrentado: nacionalismo y civilización en los discursos en torno a los crímenes de la Peruvian Amazon Company en el Putumayo, Tesis para optar al grado de Magíster en Historia, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2014, 74.

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largo del siglo xix e inicios del siglo xx) puede interpretarse como una forma de referente ideológico para la producción de nacionalismos que construían a un «otro» externo para consolidar un «nosotros» al interior de los territorios nacionales59 . En última instancia, los agentes construc-tores de los proyectos nacionales «sacralizaron el territorio y lograron equiparar soberanía con soberanía territorial, convirtiendo, de este modo, al territorio en materialización de la identidad nacional»60.

A pesar de estos discursos, proyectos o ficciones, lo cierto es que, a finales del siglo xix e inicios del siglo xx, las disputas territoriales de la Amazonía entre Perú y Colombia estuvieron marcadas a sangre y fuego por la necesidad de estos Estados de obtener los mayores beneficios de la fiebre del caucho61. Irónicamente, de todas las riquezas producidas en el período, los únicos realmente beneficiados (en términos económicos) fueron los barones del caucho y las industrias del norte global.

A nivel geopolítico, el conflicto territorial entre Perú y Colombia que-dó zanjado en 1934 con la intervención estelar de la Liga de las Naciones (quizá uno de los pocos actos de los que pudo enorgullecerse), que favore-ció las pretensiones colombianas62. Sin embargo, las investigaciones pos-teriores han demostrado que la presencia de ambos Estados era tan ficticia como el respeto a los tratados y principios jurídicos que utilizaban para legitimar su reivindicación territorial. En 1902, un cauchero colombiano señaló que «en este rincón de Colombia vivimos como cosa perdida, pues la acción de la ley y la justicia no alcanzan hasta nosotros»63.

Pero si no era el Estado, ¿quién ejercía el control del Putumayo? Aun cuando sea necesario problematizar la soberanía de los Estado-nación,

59 Pedro Navarro Floria, «Las viejas fronteras revisitadas: problematizando la formación territorial de los bordes de los Estado-nación latinoamericanos a través del caso de la Norpatagonia Argentina», Antítesis, 4:8, 2011, 431.

60 Ídem.61 Minerva Campion, «The Construction of the Amazonian Borderlands through

the longue durée: An Indigenous Perspective», Journal of Borderlands Stu-dies, 2016, 1-18; Georg Maier, «The Boundary Dispute Between Ecuador and Peru», The American Journal of International Law, 63:1, 1969, 28-46.

62 Pierre-Etienne Bourneuf, «‘We Have Been Making History’: The League of Nations and the Leticia Dispute (1932-1934)», The International History Re-view, 39: 4, 2017, 592-614.

63 José Gregorio Calderón, et al., «Caucheros colombianos del Cará-Paraná so-licitan protección gubernamental frente al avance peruano», en Augusto Javier Gómez López (comp.), Putumayo: La vorágine de las caucherías. Memoria y Testimonio, Bogotá, Centro Nacional de Memoria Histórica, 2014, 105.

Zonas de exterminio: capital, industria y explotación indígena...

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siempre fija, siempre limitada, y, en la mayoría de los casos, ficticia64, el régimen de trabajo en el Putumayo requería necesariamente de la concen-tración de la mano de obra en las zonas extractivas. Así, resultaba impe-rativo fijar a la población indígena a cada sección de la Casa Arana. Por supuesto, esta tentativa de sedentarización se presentó como una forma de introducir la civilización a una población nómada y salvaje65. Como resu-me Mr. Woodroffe, un inglés que viajó ocho años por la Amazonía y que publicó un breve sumario sobre las condiciones impuestas por la Peruvian Amazon Company en el Daily News, «el gobierno es solamente un mero nombre. Los trabajadores son peones y la voluntad del administrador es la ley para su territorio»66.

La Casa Arana era la ley en el Putumayo, y su forma de ejercer su soberanía, mucho más real que la de los Estado-nación, encontró su iden-tidad en la noción de ser un enclave económico. Su poderío llegaba a tal punto que, de hecho, las guarniciones militares y las misiones católicas peruanas que llegaron a la zona «dependieron para su abastecimiento y transporte de la todopoderosa empresa de Julio César Arana (…) la gran civilizadora del Putumayo, [y] el principal instrumento para la nacionali-zación peruana de la región y de sus pobladores indígenas»67.

Francisco Zapata propone que los enclaves eran centros productores de materias primas que se caracterizaban por estar geográficamente aisla-dos, por ser o haber sido propiedad de empresas extranjeras, con escasas vinculaciones a la economía nacional y por poseer una organización social basada en las company towns o ciudades industriales, directamente ligadas con la empresa particular del enclave68. Las tres categorías de enclave pro-puestas por Zapata son el minero, la fábrica y la plantación. Esta última «también originada en capitales foráneos y dedicada a producir algunos

64 Bertha K. Becker, «Geopolitics of the Amazon», Area Development and Policy, 1: 1, 2016, 15-29.

65 Carlos Rey de Castro, «Los escándalos del Putumayo. Carta abierta dirigida a Mr. Geo B. Michael, cónsul de S. M. B. en Pará (1913)», en Rey de Castro, op. cit., 86. Cursivas en el original.

66 Carlos Rey de Castro, «Los escándalos del Putumayo. Carta abierta al direc-tor del Daily News & Leader, de Londres (1913)», en Rey de Castro, op. cit., 279.

67 Pilar García Jordán, «En el corazón de las tinieblas… del Putumayo, 1890-1932. Fronteras, caucho, mano de obra indígena y misiones católicas en la nacionalización de la Amazonía», Revista de Indias, lxi: 223, 2001, 592-593.

68 Francisco Zapata, «Enclaves y sistemas de relaciones industriales en América Latina», Revista mexicana de sociología, 39: 2, 1977, 719.

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artículos agrícolas, como el algodón, el azúcar, o los plátanos destinados a la exportación»69.

La Peruvian Amazon Company no fue propiamente un enclave de plantación, pues no contó con la importación de una materia prima que luego se desarrolló en los suelos amazónicos. En este sentido, el espacio selvático fue mucho más determinante que el ingenio de Julio César Arana para organizar la extracción cauchera. Esto la diferenciaba de los enclaves azucareros del Chaco o de las plantaciones de plátanos de la United Fruit Company, que adquirieron (a veces pacíficamente, a veces por medio de la violencia más desatada) grandes extensiones de terreno en los cuales desa-rrollar su agricultura extensiva70. En el Putumayo, en cambio, la extensión del dominio de la Casa Arana dependió de la concentración de árboles de caucho que se encontraban en la hoya hidrográfica. El producto estaba en los árboles y la tarea consistía en identificar un lugar en que dicha especie se encontrara en abundancia.

Pero la selva amazónica imponía sus condiciones no solo en cuanto a la dificultad para controlar el espacio, sino también en torno a las ca-racterísticas de la mano de obra. A modo de comparación, los ingenios azucareros fueron cultivos artificiales, importados y no propios del es-pacio selvático del Chaco71, y se tuvo que recurrir en gran medida a la migración y el desplazamiento (forzado) de la mano de obra indígena para que trabajaran en los ingenios72. En el Putumayo, la mano de obra fueron las mismas tribus que habitaban los alrededores de la zona cauche-ra, sometiendo a estos pueblos a un proceso de sedentarización forzada,

69 Ibíd., 720.70 Para el caso de la United Fruit Company, ver Marcelo Bucheli, Después de

la hojarasca. United Fruit Company en Colombia, 1899-2000, Bogotá, Edi-ciones Uniandes, 2013; para el caso de los ingenios azucareros en el Chaco, ver Gabriela Dalla Corte, «Redes y organizaciones sociales en el proceso de ocupación del Gran Chaco», Revista de Indias, lxvii: 240, 2007, 485-520.

71 Un rápido trazado histórico acerca de la producción de azúcar en el mundo desde el siglo xv hasta el xx, remarcando sus sucesivas migraciones se encuen-tra en Jason Moore, «Sugar and the Expansion of the Early Modern World-Economy: Commodity Frontiers, Ecological Transformation, and industriali-zation», Review (Fernand Braudel Center), 23: 3, 2000, 415.

72 Ver Rodrigo Montani, «El ingenio como superartefacto. Notas para una etno-grafía histórica de la cultura material wichí», en Córdoba, Bossert y Richard, Capitalismo en las selvas…, op. cit., 22; Jorge Balán, «Migraciones, mano de obra y formación de un proletariado rural en Tucumán, Argentina, 1870-1914», Demografía y Economía, 10: 2, 1976, 201-234.

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limitando su desplazamiento y nomadismo característico. Ambos enclaves tendieron a la sedentarización de los pueblos indígenas explotados, pero en el Chaco esta sedentarización fue precedida por el desplazamiento y la migración forzada73.

La sedentarización descrita comprende una lógica protoestatal bas-tante clara. Scott señala que el Estado moderno se caracteriza por la bús-queda de codificación de la naturaleza y la población, a través de un pro-ceso de simplificación, estandarización y esquematización de toda una serie de prácticas locales que, de otro modo, resultarían ininteligibles74. Parte de estos procesos implican sedentarizar a poblaciones nómadas o de agriculturas móviles, para hacerlas legibles y sujetas a tributación y reclutamiento75. En el tipo de enclave formado por la Peruvian Amazon Company la sedentarización de la población indígena era necesaria, pero las prácticas que hacían legible a las poblaciones eran innecesarias (mucho más fundamentales eran las que hacían legible el espacio, pero un espacio deshumanizado, meramente productivo): la concentración de caucho coin-cidía con la concentración de mano de obra explotable, y eso era todo lo que le interesaba a la compañía76. En el siguiente apartado se analizarán las relaciones de producción establecidas entre los diferentes actores pre-sentes en el Putumayo durante la fiebre del caucho, y la concentración de mano de obra como el factor que hizo posible la riqueza sin precedente de los barones del caucho.

73 Es importante tener en cuenta que aún en algunas zonas de la Amazonía, en lo que hoy sería el noreste de Brasil, la fiebre del caucho también implicó una movilización de mano de obra a gran escala con la esperanza de tomar parte de las riquezas de la extracción de la goma. Ahora bien, en este caso, tal migra-ción correspondió menos al desplazamiento forzado y más a una acción semi-voluntaria (la llegada a las caucherías, ya fuera en Brasil o en Perú, implicaba para todos un régimen de semiesclavitud), en Kawa, op. cit., 29.

74 James C. Scott, Seeing Like a State. How Certain Schemes to Improve the Hu-man Condition Have Failed, New Heaven and London, Yale University Press, 1998, 2-3.

75 Scott, The Art…, op. cit., 5.76 El caso más espectacular de establecimiento de un enclave económico en la

Amazonía fue, sin duda, la utópica (o distópica) ciudad de Henry Ford en el río Tapajós, con la cual se buscaba competir contra el monopolio inglés y holandés de la producción de caucho en las plantaciones del sudeste asiático, suministrando directamente, sin intermediarios, toda la goma necesaria para la industria automovilística de la Ford Motor Company, en Grandin, op cit.

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Modo de producción, agentes y exterminio (o el proceso de extraer, transportar, torturar y asesinar)

La tortura y el asesinato asociados al trabajo o a algunas de sus fun-ciones (como el extraer y transportar algún producto de la naturaleza) son acciones que han acompañado a la humanidad durante mucho tiempo, por lo cual no habría nada nuevo en su práctica durante el siglo xix e inicios del siglo xx. Como señalan Bossert y Córdoba, aunque la extrac-ción de caucho a niveles industriales significó una verdadera revolución en las sociedades indígenas implicadas, «ninguna de las dos [refiriéndose también a los ingenios azucareros] generó un fenómeno absolutamente novedoso al emplear mano de obra indígena en sus respectivas regiones: ambas partían de —y continuaban— claros antecedentes»77.

En el contexto de la Amazonía y de la fiebre del caucho, dichas acti-vidades eran los pilares de la riqueza de los barones del caucho78, y todas ellas constituyeron la especificidad del modo de producción impuesto por los caucheros a los indígenas, siempre con el objetivo de alcanzar la mayor tasa de plusvalía al menor costo posible. Se calcula que, hacia finales del siglo xix, entre 40.000 y 50.000 indígenas vivían entre los ríos Putumayo y Caquetá79, divididos en distintas tribus, aisladas unas de otras por di-ferencias de lenguas, costumbres y culturas80. Sus labores eran extraer el caucho de los árboles y transportarlo hasta las secciones81, desde donde este era transportado a las industrias del norte global. La extracción en sí misma no representaba una tarea extenuante, pero sí el ritmo y las condi-ciones a las que eran sometidos por los capataces.

Para insertar estas prácticas en la dinámica global del capitalismo, es decir, para hacerlas prácticas capitalistas, es esencial tener en cuenta la

77 Bossert y Córdoba, «El trabajo indígena…», op. cit., 112.78 Sobre otro caso de extracción de caucho en la Amazonía, ver Frederick Vallvé,

The impact of the rubber boom on the bolivian lowlands (1850-1920), Tesis doctoral, Washington D. C., Georgetown University, 2010.

79 García Jordán, «El infierno verde…», op. cit., 75.80 Pizarro, Amazonía…, op. cit., 108.81 Existían dos formas de extraer el caucho de los árboles: el cauchero cortaba los

árboles para extraer la resina. Era un trabajo estacional, sumamente destructivo y dañino para las áreas de la selva en las cuales se extraía la goma. El segundo método era el del seringueiro, quien sangraba los árboles realizando pequeños cortes en el tronco. Este segundo tipo implicaba un carácter mayormente seden-tario del trabajo de extracción, vinculado a lugares específicos de explotación. En el Putumayo se combinaron ambos tipos de extracción, Ibíd., 103.

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noción de heterogeneidad estructural que propone Walter Mignolo. Esta es una concepción espacio-temporal que contempla simultáneamente el espacio de acumulación moderno y el de la explotación colonial al tener en cuenta diversas formas de trabajo o modos de producción (servidum-bre, esclavitud, asalariado, reciprocidad, producción mercantil simple, etc.) que coexisten, en vez de sucederse unas a otras82. Como plantea John Tutino, esta es una forma de distinguir el capitalismo mundial, es decir, el proceso histórico de conformación, transformación y desarrollo del modo de producción capitalista al situarlo en un marco espacial y temporal glo-bal, «que se beneficia de la integración de diversos métodos de producción y relaciones sociales en sociedades dispersas, y las sociedades capitalistas, en las que la concentración del poder financiero rige las relaciones sociales cotidianas generadas por las interacciones comerciales»83.

En el informe de Roger Casement se señalaba que los árboles de cau-cho por sí solos no tenían un gran valor. Sin embargo, lo que hacía atrac-tiva la zona era la posibilidad de contar con mano de obra semiesclava, «lo que los ‘conquistadores’ invasores estaban buscando eran indios que podían ser obligados o inducidos a sangrar los árboles y traer el caucho en las condiciones impuestas por el hombre blanco»84. Elocuentemente, Ca-sement concluía que el «látigo tenía un papel incesante en la producción de caucho del Putumayo»85.

Pero la violencia no se limitaba solo al látigo que azotaba los cuerpos de la población explotada durante la extracción. Varios de los testimonios sostienen que la comida era escasa para los indígenas86. Según el informe, las «muertes como consecuencia del hambre (…) no se debían a simples

82 Walter D. Mignolo, «Colonialidad global, capitalismo y hegemonía epistémi-ca», en Salvatore, Culturas imperiales…, op. cit., 84.

83 John Tutino, Creando un nuevo mundo. Los orígenes del capitalismo en el Bajío y la Norteamérica española, Hidalgo, Michoacán y Ciudad de México, Universidad Intercultural del Estado de Hidalgo / El Colegio de Michoacán / Fondo de Cultura Económica, 2016 [2011], 72-73.

84 Casement, «Carta N° 9», en Libro azul británico…, op. cit., 78.85 Ibíd., 90.86 Los caucheros, al defenderse de estas acusaciones, simplemente negaron los

cargos que se les imputaban. Rey de Castro señalaba que «entre las cosas que come [el indio], figuran, en gran escala, las conservas —carnes, sardinas, salmón, etc.— el arroz, azúcar y otros víveres», en Rey de Castro, «Los escán-dalos del Putumayo. Carta abierta dirigida a Mr. Geo B. Michael, cónsul de S. M. B. en Pará (1913)», en Rey de Castro, op. cit., 86.

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negligencias sino al propósito planeado de matar»87. La Declaración N° 7 señala que «a los indios no se les daba nada de comer; se les hace recoger caucho y se les flagela si no lo traen. No son sino esclavos»88; mientras que la Declaración N° 18 afirma que «los prisioneros muertos de hambre en el cepo (…) eran algo común»89. El cepo era uno de los métodos de tortura utilizados en las instancias en que los indígenas no estaban trabajando. Según el informe de Casement, cada sección tenía uno:

«Consiste en dos largas y muy pesadas vigas de madera, unidas por una bisagra en una punta y abiertas por la otra, con un candado para ce-rrarlas con una grapa. En la madera se tallan pequeños orificios del tama-ño del tobillo de un indio. La viga superior se levanta gracias a la bisagra, se colocan los pies de la víctima en esos dos huecos y se cierran las vigas con el candado en el otro lado. La víctima, con los tobillos prisioneros y las piernas forzadas abiertas, permanece en este doloroso encierro sobre la espalda o con el rostro contra el suelo durante horas y a veces días, a menudo semanas y a veces meses»90.

El informe de Casement es vasto, aunque la recolección de testimonios se limitó a los súbditos británicos provenientes de Barbados que habían sido llevados a trabajar en las secciones de la compañía. Esto había sucedi-do incluso antes de 1907, cuando «la firma Arana Hnos. fue convertida en la Peruvian Amazon Rubber Co. (Ltd.) con sede en Londres (…) Posterior-mente, esta compañía británica cambió el nombre a la Peruvian Amazon Co. (Ltd)»91. De acuerdo con Ana Pizarro, este cambio en la propiedad de la compañía se debió a «cuestiones estratégicas y la necesidad [de Julio César Arana] de contar con el respaldo de la corona británica»92.

La presencia de los barbadenses en las secciones constituyó uno de los elementos clave de la organización del régimen de extracción de caucho en el Putumayo. La mayoría de ellos habían sido contratados por Arana Hnos. entre 1904 y 1905, por lo cual, al momento de las entrevistas de Casement, ya llevaban unos cinco años presenciando la vida en las cau-cheras. Estos testimonios también daban cuenta que la mayoría de los bar-badenses torturó o fue testigo de cómo torturaban a los indígenas en las secciones, por diversas razones. Muchos señalaban que los jefes de cada

87 Casement, «Carta N° 9», en Libro azul británico…, op. cit., 99.88 Casement, «Declaración N° 7,» en Libro azul británico…, op. cit., 140.89 Casement, «Declaración N° 18», en Libro azul británico…, op. cit., 197.90 Casement, «Carta N° 8», en Libro azul británico…, op. cit., 57.91 Ibíd, 46.92 Pizarro, Amazonía…, op. cit., 108.

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sección eran los principales asesinos y torturadores en el Putumayo, y que «el jefe de la sección daba las órdenes; si tú no los flagelabas, te flagelaban a ti (…) Todos los jefes de las secciones, muchos de ellos matan indios»93. En la Declaración N° 13, el entrevistado revelaba que uno de los jefes de sección golpeaba y mataba a disparos a los indígenas94.

Otro de los testimonios de los barbadenses declaraba que «los indios eran asesinados por no trabajar el caucho (…) realmente estuvo trabajan-do persiguiendo a los indios, flagelándolos con frecuencia y siempre por haber cometido la misma ofensa: intentar evadir el trabajo del caucho»95. Sin embargo, la mayoría de los barbadenses también era enfática en decla-rar que ellos no mataban indios. Se les pedía que los flagelaran o se les en-cargaba trabajar en las lanchas96. Según el informe de Casement, «quien infligía los azotes a los indios recolectores de caucho era uno, o más, de los racionales asignado a esa tarea especial por el jefe de sección»97. Los «racionales» a los que se refiere el cónsul eran los empleados asalariados de la compañía en el Putumayo, es decir, en su mayoría barbadenses.

En el informe de Casement y en los testimonios que él recogió des-tacaba la categoría de «muchachos», que eran indígenas, a menudo ni-ños o jóvenes, «entrenados para oprimir a sus congéneres en beneficio de los ‘caucheros’»98. Armados con rifles Winchester y criados lejos de sus familias, estos muchachos acompañaban las columnas de transporte del caucho hasta las secciones y eran parte de las «correrías» en las que se salía a capturar indios para que trabajasen el caucho99. Las descripciones de Casement y de los barbadenses en relación con la labor de los «mu-chachos» siempre eran brutales, aunque el propio Casement señalaba que esos «muchachos» realizaban tales actos de crueldad siguiendo las órdenes de los patrones blancos. Un testigo señalaba que durante una expedición

93 Casement, «Declaración N° 6», en Libro azul británico…, op. cit., 137.94 Casement, «Declaración N° 13», en Libro azul británico…, op. cit., 162.95 Casement, «Declaración N° 21», en Libro azul británico…, op. cit., 218.96 El trabajo en las lanchas era, por lo general, algo más pacífico que el trabajo en

las secciones caucheras en el interior de la zona del Putumayo. Ver Casement, «Declaración N° 4», en Libro azul británico…, op. cit., 134.

97 Casement, «Carta N° 9», en Libro azul británico…, op. cit., 87.98 Ibíd., 84.99 Este sistema de captura se practicaba ya desde la década de 1890, y «eran

verdaderas cacerías en donde bajo el mando de algún cauchero, blancos e indígenas asaltaban poblados de nativos, matando, llevándose a las mujeres y a los niños para venderles entre 200 y 400 soles cada uno». En Pizarro, Ama-zonía…, op. cit., 107.

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para capturar a un antiguo trabajador del caucho, que se había escapado con rifles y organizado una banda de indígenas que atacaba las secciones,

«Vásquez, quien estaba a cargo, ordenó que uno de los ‘muchachos’ le cortara la cabeza a esta mujer. Dio la orden sin ningún motivo, según Chase, fue simplemente porque ‘estaba a cargo y podía hacer lo que qui-siese’. El ‘muchacho’ cortó la cabeza de la mujer: la agarró por el cabello, la arrojó al suelo y le cortó la cabeza con un machete»100.

A través de los barbadenses, de los «muchachos» y de los jefes de secciones, la compañía logró configurar un sistema de tortura, captura y represión que le daba, en la práctica, el monopolio de la violencia dentro del territorio que esta controlaba. Al crear su propia estructura de mando vertical, la Peruvian Amazon Company tenía el control total de lo que su-cedía entre los ríos Putumayo y Caquetá. Barbadenses y «muchachos» con «Winchester en mano, se convirtieron en su ejército particular (…) eran los verdugos que llevaban a cabo los castigos y ocurrencias del supervisor»101.

Los informes de Casement no son la única fuente que hace posible indagar las dinámicas del régimen de explotación en el Putumayo. Ya se han mencionado, por ejemplo, los diarios de Hardenburg. Por otra parte, en los informes del colombiano Vicente Olarte Camacho, se menciona que

«Un indio no se presentó el día fijado para entregar los 10 kilos de caucho (…) se le mandó a aprehender y fue decapitado. Los otros indios, que sí habían entregado su tarea, amanecieron, sin embargo, ahorcados de las vigas de sus propias casas»102.

En 1915, Carlos Valcárcel, juez que había llevado las causas de los primeros juicios contra la Peruvian Amazon Company en Perú, decidió publicar los testimonios recogidos en su investigación, una vez que ha-bía quedado claro que el proceso no conduciría a nada. El objetivo de Valcárcel era probar los crímenes del Putumayo de forma mucho más contundente que Casement, los cuales eran puestos en duda por una gran mayoría de funcionarios del Estado peruano. Según uno de los testimo-nios, «Normand [empleado boliviano de la Peruvian Amazon Company]

100 Casement, «Declaración N° 13», en Libro azul británico…, op. cit., 156.101 Pizarro, Amazonía…, op. cit., 108-109.102 Vicente Olarte Camacho, Las crueldades en el Putumayo y en el Caquetá,

Bogotá, Imprenta Eléctrica, 1910, 80.

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asesinaba a aquellos indios de cinco en cinco cada día, y los cadáveres los hacía quemar en un lugar cerca de la casa de la sección»103.

El juez señalaba que en el Putumayo también se cometieron crímenes contra «personas civilizadas», es decir, blancos (y no indígenas), y asegura-ba que estos habían sido menos frecuentes y brutales «porque los jefes no podían reemplazarlas con facilidad; y porque la desaparición de ellas podía originar graves perjuicios a dichos jefes»104. Sobre este tema, Valcárcel con-cluía que casi todos los empleados de la compañía contratados por engan-che105 «han permanecido, de hecho, en la esclavitud, pues como siempre le debían a las compañías (…) no se podían retirar de aquel río»106. Se refiere, por supuesto, a los civilizados, es decir, en su mayoría barbadenses, pero también a empleados provenientes de Colombia, Bolivia y el mismo Perú que no tuvieran un cargo alto (jefes de sección) en la compañía.

A partir de 1910, la fiebre del caucho amazónico inició su declive107, lo que produjo la caída de los barones del caucho, que en no más de veinte años habían acumulado riquezas sin parangón. Ellos hicieron de Manaos e Iquitos ciudades excepcionalmente modernas y avanzadas, en comparación a otras ciudades importantes del continente108. En las vís-peras de la Primera Guerra Mundial, parecía claro que el futuro de la industria del caucho descansaba en las plantaciones más que en su reco-lección «salvaje»109. En consecuencia, los capitales británicos y holandeses se trasladaron al sudeste asiático, donde las condiciones ecológicas eran propicias para las plantaciones de la especia Havea, y en donde podían

103 Carlos A. Valcárcel, El proceso del Putumayo y sus secretos inauditos, Iquitos, ceta-iwgi, 2004 [1915], 161.

104 Ibíd., 302.105 Sobre los mecanismos de contratación de mano de obra no indígena en la

Amazonía cauchera, ver Bradford Barham and Oliver Coomes, «Wild Rub-ber: Industrial Organisation and the Microeconomics of Extracting during the Amazon Rubber Boom (1860-1920)», Journal of Latin American Studies, 26: 1, 37-72.

106 Valcárcel, El proceso del Putumayo…, op. cit., 302.107 Entre 1870 y 1912 el crecimiento en la producción de caucho alcanzó una

tasa porcentual del 680%; en 1895, el caucho amazónico representaba más del 60% de la producción mundial, sin embargo, en los albores del siglo xx bajará al 50% debido a la producción en Malasia. De ahí en más, la tasa solo disminuirá, en Pierre Leon, «La América Latina», en Pierre León y Gilbert Ga-rrier (comps.), La Historia Económica y Social del mundo, 4. La Dominación del Capitalismo, 1840-1914, Madrid, Encuentro Ediciones, 1980, 594.

108 Pizarro, Amazonía…, op. cit., 111-117.109 Ross, «Colonialism, Rubber, and the Rainforest…», op. cit., 104.

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tener un mayor control de la producción y distribución110. Por otra parte, las investigaciones llevadas a cabo en contra de la Peruvian Amazon Com-pany habían desprestigiado completamente a la compañía. Por lo tanto, una vez que el problema de la producción de caucho se resolvió con la irrupción de la goma proveniente de Asia, el interés por el caucho amazó-nico fue prácticamente nulo.

El negocio del caucho en el Putumayo dejó tras de sí un saldo de entre 30.000 y 40.000 vidas111. Según Casement, la extracción de caucho como se había practicado hasta ese momento ya ni siquiera rendía frutos eco-nómicos, pues la devastación de la selva y la debilidad de la mano de obra producto del brutal régimen de explotación al que se había visto sometida durante casi diez años habían afectado negativamente la producción. En su opinión, debían implementarse reformas urgentes al régimen de explo-tación, lo cual acarrearía «cambios positivos para los indios habitantes de la selva y, en última instancia, para los prospectos económicos de la compañía en esa región»112.

Tom Brass señala que, desde Adam Smith hasta Max Weber, los teó-ricos y los estudiosos de la economía liberal sostuvieron que la esclavitud iba en contra de la productividad y rentabilidad económica113, tenden-cia que se habría impuesto a nivel global con el triunfo de la Unión en la Guerra Civil de Estados Unidos114. Según Brass, el análisis de la relación

110 Las primeras plantaciones de caucho en el sudeste asiático se realizaron ha-cia finales de 1896, en Malasia, luego de que millares de semillas de Havea brasiliensis fueron extraídas ilegalmente de Brasil y transportadas a Inglaterra, donde se iniciaron los primeros intentos de producir la goma en un esquema de agricultura industrial. Hacia 1912, este tipo de producción ya superaba la comercialización mundial de la recolección de caucho en la Amazonía, ibíd., 106-107.

111 García Jordán, «El infierno verde…», op. cit., 84.112 Casement, «Carta N° 9», en Libro azul británico…, op. cit., 118.113 Tom Brass, «Unfree labour as primitive accumulation», Capital & Class, 35:

1, 2011, 24-25.114 Otra opinión es la que expresa Barrington Moore Jr., para quien la Guerra

Civil norteamericana no habría sido una demostración de la incompatibilidad entre los sistemas productivos esclavista e industrial, debido a que la planta-ción explotada por esclavos fue un motor importante del desarrollo global de la industria. Según Moore, lo que habría estado en juego era la posibilidad de construir una democracia capitalista con una burguesía industrial como clase dominante, por lo que el conflicto habría sido, ante todo, político, entre clases dominantes, antes que una querella por la rentabilidad de las mecánicas pro-ductivas, ya que «los sistemas agrícolas que oprimen a la mano de obra, y en

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entre capitalismo y esclavitud (históricamente) posterior a la acumulación originaria solo ha contemplado que los agentes del capital «dejan existir» el trabajo esclavo o semiesclavo. Sin embargo, no se ha profundizado en que, de hecho, el capitalismo lo reproduce continuamente, y es parte permanente de su funcionamiento115. Esto explicaría la implantación de un régimen de producción francamente esclavista en el Putumayo y que este fuera parte, al mismo tiempo, del proceso capitalista de valorización de la mercancía (el caucho) y del proceso histórico de su desarrollo en los inicios del siglo xx.

¿Esta relación sincrónica entre esclavitud y capitalismo explica la violencia desatada en el Putumayo? Lo hace, si se toma en cuenta lo que Michael Taussing ha llamado cultura del terror: un modelo explicativo de la narrativa de Roger Casement en los reportes sobre el Putumayo116, pero también de las prácticas cotidianas de violencia, toda vez que la tortura y el terror estuvieron motivadas por la necesidad y la existencia de mano de obra barata117. Ahora bien, como sugiere Taussing, en el Putumayo no existía mano de obra —como mercancía— de ningún tipo, sino culturas que no habían sido incorporadas realmente a un mercado de fuerza de trabajo. Esta población fue forzada a extraer el caucho, lo que convir-tió estas prácticas en pilares de una organización sistematizada de reglas, imaginarios y procedimientos que sostuvieron la fiebre del caucho por cincuenta años118.

particular el esclavismo de plantación, son obstáculos políticos para una clase particular de capitalismo, en un estadio histórico específico: a falta de término más preciso, tenemos que llamarle capitalismo democrático competitivo», en Barrington Moore Jr., Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia. El señor y el campesino en la formación del mundo moderno, Barcelona, Penín-sula, 2002 [1966], 231.

115 Brass, «Unfree labour…», op. cit., 29.116 Michael Taussing, «Culture of Terror-Space of Death. Roger Casement’s Putu-

mayo Report and the Explanation of Torture», Comparative Studies in Society and History, 26: 3, 1984, 479-494.

117 Ibíd., 494.118 Ibíd., 495.

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Conclusión

Las páginas precedentes han buscado dar cuenta de cómo el capita-lismo global se introdujo en el Putumayo, un rincón recóndito de la Ama-zonía y de la economía-mundo. Para sintetizar la panorámica ofrecida, es necesario volver sobre algunas definiciones y conexiones entre el Putuma-yo y el mundo a inicios del siglo xx, pues son estas relaciones la base de lo que se ha denominado aquí como «capitalismo de penetración primaria».

La combinación entre la expansión de los Estado-nación y las in-versiones capitalistas en zonas extremas del continente americano son el punto de partida en el análisis de la penetración primaria. La cronología propuesta por Erick Langer en su análisis de la frontera oriental de los Andes puede ser funcional, según la cual hacia 1880 se inició una última y definitiva fase de sometimiento de los pueblos indígenas, producto de la penetración del capital y del Estado en sus territorios. Esto fue posible por los avances tecnológicos del armamento y los medios de comunicación y transporte de personas y mercancías119, lo cual favoreció también la inte-gración interna de los Estados latinoamericanos120.

Para muchos pueblos indígenas, estas décadas fueron el inicio de una larga historia de conflictos, toda vez que hasta ese momento apenas ha-bían tenido contacto con los colonizadores. Esta nueva fase colonizadora, caracterizada por la alianza entre los Estados nacionales y los capitales in-ternacionales, llegó a exterminar poblaciones enteras, ya fuera por su bru-tal sometimiento a regímenes de producción esclavistas o semiesclavistas121,

119 Este elemento fue clave en los sucesos del Putumayo, en donde su aislamien-to con el resto de Perú debido a su situación geográfica terminó por acercar Iquitos muchos más a Manaos y Liverpool que a Lima, en Pizarro, Amazo-nía…, op. cit., 16. Sobre el desarrollo y la influencia de estas tecnologías, ver Francois Ca’ron, «Factores y Mecanismos de la Industrialización», en Leon y Garrier, La Historia Económica…, op. cit., 148-173; Daniel R. Headrick, «El Imperialismo de las Naves de Vapor, 1807-1898», en El Poder y el Imperio. La tecnología y el imperialismo, de 1400 a la actualidad, Barcelona, Crítica, 2011, 169-211.

120 Erick D. Langer, «La frontera oriental de los Andes y las fronteras en América Latina. Un análisis comparativo. Siglos xix y xx», en Raúl J. Mandrini y Car-los D. Paz (eds.), Las fronteras hispanocriollas del mundo indígena latinoame-ricano en los siglos xviii-xix. Un estudio Comparativo, Tandil, iehs / cehir / uns, 2003, 24-29.

121 Otro ejemplo de esta dinámica fue la integración forzosa del pueblo Yaqui de Sonora a la producción de henequén de la Península de Yucatán, en Friedriech

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o por la necesidad de los inversionistas de «vaciar» los territorios para implantar especies de flora o fauna no nativas122. Los Estado-nación apro-vecharon estas macabras prácticas capitalistas para afianzar su soberanía en territorios que, hasta ese momento, solo pertenecían nominalmente a la nación, pero en los cuales no se ejercía ningún grado de autoridad real.

La investigación sobre el capitalismo de penetración primaria abre muchas preguntas y flancos de investigación. Uno de los conceptos que se repiten en las investigaciones sobre casos que cabrían en el esquema de la penetración primaria es el de genocidio, el cual es sumamente con-troversial123, pero contribuiría a explicar y aunar una serie de prácticas y procesos propios de ella.

Raphael Lemkin señala que genocidio se refiere a un proceso de des-trucción de una nación o un grupo étnico124, en el cual existen fases de in-cubación y aceleración125. Es un plan coordinado de acciones para eliminar a individuos en tanto pertenecientes a una entidad social (grupo nacional). Este incluye la destrucción del patrón nacional del grupo víctima y, luego, la imposición del patrón nacional del grupo opresor126. Según Lemkin, los genocidios se llevan a cabo a partir de diferentes técnicas: política, social, cul-tural, económica, biológica, física, religiosa y moral127. Sin embargo, el autor no deja claro si todas ellas son necesarias para la perpetración del genocidio, ni establece una jerarquización que contribuya a dilucidar la problemática.

Katz, «México: la restauración de la República y el Porfiriato, 1867-1910», en Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina 9. México, América Central y el Caribe, c. 1870-1930, Barcelona, Crítica, 1992, 47-51. Ver también Sterling Evans, Bound in Twine: The History and Ecology of the Henequen-Wheat Complex for Mexico and the American and Canadian Plains, 1880-1950, Co-llege Station, Texas A&M University Press, 2007.

122 Sobre un caso de exterminio de poblaciones indígenas producto de la intro-ducción de fauna no nativa, ver Alberto Harambour, Borderland Sovereig-nties: Postcolonial Colonialism and State making in Patagonia. Argentina y Chile, 1840s-1922, Tesis doctoral, New York, State University of New York at Stony Brook, 2012.

123 Daniel Feierstein, Introducción a los estudios sobre genocidio, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2016, 13-35.

124 Raphael Lemkin, El dominio del Eje en la Europa ocupada, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2009 [1944], 153.

125 Bernard Bruneteau, El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y procesos genocidas desde Armenia a Ruanda, Madrid, Alianza, 2006, 29-30.

126 Lemkin, El dominio del Eje…, op. cit., 154.127 Ibíd., 157-168.

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Ahora bien, aunque la historia del imperialismo está plagada de masa-cres brutales, todas ellas consumadas en las periferias de la economía-mun-do128, estas podrían no caber dentro de la categoría moderna de genocidio. No obstante, en palabras de Bernard Bruneteau, «la sangrienta periferia del mundo occidental en el siglo xix plantea problemas al historiador (…) Nos encontramos aquí con el delicado problema de la operatividad de la categoría de genocidio colonial»129.

Otra de las interrogantes que plantea el estudio de la penetración pri-maria es la relación entre la soberanía estatal y la soberanía del capital. En este artículo se ha demostrado que una de las condiciones que posibilitó la dinámica exterminadora fue la difusa soberanía de las zonas extremas o periféricas que ocuparon los agentes del capital, y que nominalmente eran parte de un Estado. Para los capitales transnacionales resultaba más fácil introducir sus plantaciones y organizar la producción o extracción de un determinado producto debido a que, en la práctica, eran los amos absolutos de estas regiones, e imponían su propia ley y orden.

La dominación de los agentes se instalaba típicamente en la figura de los enclaves, ligados a capitales internacionales. Hacia 1880, los Esta-dos latinoamericanos que se independizaron en las primeras décadas del siglo xix, habían entrado en una fase de reformas liberales con miras a reintegrarse y reposicionarse en nuevos circuitos económicos globales130. El Imperio británico fue particularmente importante en este período, toda vez que las economías latinoamericanas eran esencialmente de exporta-ción e Inglaterra se encumbraba como el mayor receptor del mundo de

128 Mark Levene sostiene que los genocidios de la época del imperialismo tienen la particularidad de haber sido perpetrados en los espacios fronterizos de un sistema centralizado de poder, ya fuera el imperio o el Estado-nación, en Mark Levene, «Empires, Native Peoples and Genocide», en A. Dirk Moses (ed.), Em-pire, Colony, Genocide. Conquest, Ocuppation and Subaltern Ressistance in World History, New York; Oxford, Berghahn Books, 2008, 188. En el caso estudiado en esta investigación esto cobra una especial relevancia, toda vez que la zona del Putumayo, como ya se ha explicado, fue una zona de frontera entre distintos Estado-nación, por esencia, periférica, inserta en una zona más amplia de periferia global de la economía-mundo.

129 Bruneteau, El siglo de los genocidios…, op. cit., 35. Para una discusión acerca del concepto de «genocidio colonial», ver G. Jan Colijn «Carnage before our time: nineteenth century colonial genocide», Journal of Genocide Research, 5: 4, 2003, 617-625.

130 Víctor Bulmer-Thomas, «El sector exportador y la economía mundial, 1850-1914», en La historia económica de América Latina desde la Independencia, México, D. F., Fondo de Cultura económica, 2000 [1994], 63-104.

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exportaciones primarias, dominando el mercado mundial de muchos de esos productos, desde el té hasta el algodón131.

Esta relación dependiente de las economías latinoamericanas hacia el Imperio británico ha sido un tópico permanente en la discusión acerca del llamado imperialismo informal británico, noción relacionada a una cierta consideración sobre el control que ejercía Inglaterra sobre las eco-nomías latinoamericanas. Según Eugénio Vargas, luego de un momento inicial de intento de control político por parte del Imperio británico, en los primeros años después de las independencias, la política británica hacia América Latina estuvo mucho más enfocada en el provecho comercial que podía obtener. Esta tendencia comercial se intensificó a partir de las déca-das de 1860-1870, cuando las oligarquías liberales buscaron activamente los productos manufacturados británicos y sus inversiones de capital en infraestructura clave en la modernización de las economías nacionales132. Según Pierre Leon, «la intervención extranjera [británica] trasciende la acción puramente económica y, con creciente vigor, entra en un terreno ambiguo, donde lo político y lo económico están cada vez más estrecha-mente vinculados»133.

A modo de síntesis, la penetración primaria del capitalismo en Amé-rica Latina respondió a una debilidad de los Estado-nación para ejercer efectivamente su autoridad sobre sus territorios nominales. Esto dejó la puerta abierta para que otras fuerzas impusieran su propia soberanía en regiones alejadas de los centros políticos y administrativos. La penetración capitalista fue seguida, de manera paulatina, por la penetración estatal, a medida que las actividades de los empresarios nacionales o extranjeros al servicio del capital global «pacificaron» vastas zonas geográficas, posibi-litando la implementación de la administración estatal. Esta alianza entre Estado y capital conformó zonas de exterminio en los que la violencia, la tortura y la muerte fueron la norma. Esto convirtió una experiencia tan-gencial de modernidad134 en una experiencia de genocidio en contra de las poblaciones indígenas que, hasta ese momento, habían resistido la pene-tración colonial, estatal y capitalista.

131 Hobsbawm, La era del imperio…, op. cit., 41.132 Eugénio Vargas García, «¿Imperio informal? La política británica hacia Amé-

rica Latina en el siglo xix», Foro Internacional, 46: 2, 2006, 378-379.133 Leon, «La América Latina…», op. cit., 602.134 Julio Pinto Vallejos, «De proyectos y desarraigos: La sociedad latinoameri-

cana frente a la experiencia de la modernidad», Contribuciones, 130, 2000, 95-113.

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Octubre de 2018

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