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Servidores y testigos de la Verdad (III) Lectio divina de Hechos de los Apóstoles

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Servidores ytestigos de la Verdad (III)

Lectio divina de Hechos de los Apóstoles

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Arzobispado de Madrid

Impreso en abril 2014

Selección de textos y comentarios: Andrés García Serrano (coord)

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2ÍNDICE

La Lectio divina.............................................................

...de los Hechos de los Apóstoles..............................

11. La no acepción de personas en la misión..........

12. Pablo en el Areópago: la misión alos que rechazan el Evangelio...............................

13. Pablo y los dirigentes de la comunidad..............

14. El naufragio de Pablo:todo es ocasión para la misión .............................

15. Pablo en Roma: la misión universala cristianos, judíos y paganos.............................

Oración ..........................................................................

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Tiziano Vecellio,

(1575),

Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid

LA LECTIO DIVINA…

La lectio divina es, sobre todo, la obra del Espírituen nosotros que habla al hombre por medio dela Palabra de Dios para mostrarle la voluntad

del Padre. De este modo, la lectio divina permite mos-trar la esencia más íntima del hombre facilitándole co-nocer el plan de Dios sobre él, y, por tanto, conocersea sí mismo. Para ello la lectio divina parte del texto dela Palabra de Dios, realizando una lectura atenta quepreste atención a cada mínimo detalle del texto. La lec-tio divina consiste en un leer atentamente el texto bí-blico, meditando en su significado para hacerlonuestro. Es ese entrar en diálogo confiado con Aquelque nos dirige su palabra hasta quedarnos contem-plando, admirados, la belleza del rostro de quien noshabla. Y esta contemplación ciertamente transformanuestra vida.

Una imagen vale más que mil palabras. Palabra y vi-sión no se oponen, son cauces complementarios quepueden ayudar a comprender la esencia de la lectio di-vina. Tratemos de explicarla mediante la contemplaciónde un cuadro de Tiziano en el que aparece San Jerónimorezando (Tiziano Vecellio, San Jerónimo en el desierto(1575), Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid). San Jeró-nimo, patrono de los exegetas católicos puesto que elPapa español San Dámaso le encargó la traducción delas Sagradas Escrituras al latín, la lengua del pueblo enaquel momento, nos puede ayudar en el arte de la lec-tura espiritual de la Sagrada Escritura, con la que que-remos rezar a lo largo de este curso 2013-2014.

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Observemos el cuadro. Su marco es el desiertoagreste. Todo evoca al retiro y al silencio, pero nada dice.Nada distrae al espectador de la imagen de San Jerónimoy de su mirada ardiente, clavada en los clavos de Cristo,clavada en Cristo. Es el marco de toda búsqueda de Dios,que no puede darse sin silencio, sin interioridad, sin uncierto pararse y darse solo a Él. ¡Cuánto necesitamos estesilencio en medio del vértigo de nuestros días! La con-templación de la Palabra de Dios será un oasis de paz enDios, un escuchar tranquilamente la voz de Dios quehabla en nuestra intimidad.

En el ángulo superior izquierdo encontramos, casi undetalle, la Cruz. En su humildad, la Cruz de Cristo nollena la escena, pero sin embargo, todo converge haciaella. No se impone, pero sin ella la obra entera careceríade sentido. Todo el cuadro invita a buscarla. Este cuadroes todo un tratado de contemplación sobre la búsquedadel rostro de Cristo. Jerónimo busca a su Señor, el con-suelo y la gloria del Resucitado. Parece como si todo elcuerpo pendiera de esa mirada. La mirada profunda deSan Jerónimo es la mirada del que ama a Cristo y seidentifica con Cristo, hasta en la cruz. La oración sólo seilumina cuando tendemos y miramos a Cristo y no anosotros mismos.

¿Pero quién busca a Cristo? San Jerónimo, en suhumanidad desnuda, sin tapujos. El Santo se encuentra,con el peso de sus años, orientado hacia el objeto de sudeseo, la visión del Señor. Es decir, San Jerónimo no sólomira a Cristo, sino que también se deja mirar por Él. Dejaque Cristo mire su carne desnuda, enferma, quizás he-rida por su pecado, anciana. Ese diálogo de las miradases la oración contemplativa que une la carne gloriosa denuestro Señor con nuestra desnuda carne.

El cuerpo, con su verdad desnuda, se cubre parcial-mente con un manto rojo. Es la Iglesia. Tiziano lo expresacon este manto cardenalicio, teñido de púrpura en lasangre de los mártires. El que reza está en soledad, pero

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nunca solitario. Esta dimensión eclesial es un rasgo esen-cial de toda contemplación cristiana. En el seno de laIglesia, el rostro de Cristo se hace accesible a todo el quelo busca con sincero corazón. Dejémonos acompañar porla Iglesia, por su Magisterio, por sus santos y por nues-tras comunidades parroquiales.

Si la mirada de San Jerónimo orienta el cuerpo y tirade él hacia Cristo, las manos nos enseñan el camino. Launa está sobre la Biblia; la otra sobre la piedra. San Jeró-nimo busca al Señor en las palabras del Señor. Y nuestramadre la Iglesia nos dice que la Palabra de Dios es la Bi-blia. Parece como si San Jerónimo se impulsara hacia elcrucifijo apoyándose en el libro santo. Como decían losPadres de la Iglesia, ignorar las Escrituras es ignorar aCristo mismo. Pero no sólo eso, del mismo modo, conocerlas Escrituras nos lleva a conocer el corazón de Dios enla Palabra de Dios.

En la otra mano, San Jerónimo tiene una piedra. Lalectura orante de las Sagradas Escrituras no es superfi-cial, ni de una mirada curiosa. Se trata de una miradaempeñativa, que está dispuesta a sufrir y luchar poramor. El amor busca la unión, la identificación, aunquecueste. Queremos leer y meditar la Palabra de Diosuniéndonos al Señor hasta formar una sola cosa con Él.La oración sería un simple pasatiempo, una evasión, sise la priva de este deseo de cambiar la vida, de hacertodo aquello que el Señor nos manifiesta en la oración.Es una contemplación transformadora, aunque cueste.Se trata, en definitiva, de descubrir la voluntad de Diospara luchar para hacerla propia. La piedra expresa la ac-titud de quien dice: «Señor, ¿qué quieres que haga?»,¿qué he de hacer para identificarme más contigo?. La Pa-labra de Dios es ese libro de discernimiento (mano iz-quierda) que ilumina las dificultades propias de la vida(mano derecha) para identificarnos progresivamente alVerbo Encarnado, el hombre perfecto.

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… DE LOS HECHOS

DE LOS APÓSTOLES

Coincidiendo con la Misión Madrid, la Archidió-cesis de Madrid propone la lectura meditadadel libro de los Hechos de los Apóstoles. Este

libro describe el desarrollo de la fructífera misión dela Iglesia naciente. Dicha misión, aún desarrollándosehace más de veinte siglos, es modelo para la Iglesia detodos los tiempos. De hecho, las características de lamisma, la guía del Espíritu, la fortaleza en las diversasdificultades, la comunión eclesial, la caridad, el servi-cio, la alegría, el testimonio hasta el martirio si fueranecesario, y la acogida a todos, tanto a los que se acer-can a la Iglesia, como a los alejados o a los que la re-chazan, están llamadas a desarrollarse también ennuestra misión en Madrid. Ciertamente, la Palabra deDios, de un modo especial el libro de los Hechos de losApóstoles, puede iluminar y revitalizar nuestro ardormisionero y el modo en que realizamos esta dimensiónpropia de todo cristiano.

Proponemos, por tanto, la lectio divina de quince pa-sajes que muestran distintos aspectos de la misión delos orígenes del cristianismo. El libro de los Hechos co-mienza con una afirmación programática que describelas distintas etapas en las que puede dividirse el libro.Las últimas palabras de Jesús, antes de su Ascensión alos cielos, subrayan el mandato misionero de Jesús queenvía a sus discípulos a ser sus «testigos en Jerusalén,en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tie-rra» (Hch 1,8). Veremos cada una de estas etapas encada uno de los trimestres del curso 2013-2014: «Jeru-

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salén» en el primer trimestre, «Judea y Samaría» en elsegundo, y «hasta los confines de la tierra» en el tercero.

Los cinco primeros textos propuestos para la medi-tación (primer trimestre del curso 2013-2014) se enmar-can «en Jerusalén» y describen los fundamentos de lamisión. En una especie de «evangelio de la infancia» dela Iglesia naciente, San Lucas, el autor de los Hechos,describe los pilares básicos de la Iglesia y de su misión:el mandato misionero de Jesús antes de su Ascensión;la necesidad de que dicha misión sea apostólica, esdecir, eclesial, fundada en los doce apóstoles y sus su-cesores; la acogida del Espíritu Santo como motor y fun-damento de toda vida eclesial; las dificultades comoparte constitutiva de la misión cristiana; y la comunión,dimensión esencial para dicha misión eclesial.

Los cinco siguientes textos propuestos (segundo tri-mestre del curso) describen la misión en «Judea y Sa-maría». La persecución a los cristianos en el Templo deJerusalén provoca que éstos se alejen de Jerusalén yvayan «por todas partes anunciando la Buena Nueva dela palabra» (Hch 8,4). Esta dispersión favorece la misión,que conlleva la caridad y servicio, especialmente a losmás necesitados. Esteban es el primer testigo de Jesu-cristo que, identificándose plenamente con su Maestro,ofrece su vida por el Señor. Este primer testimonio mar-tirial ha de ser modelo de nuestra misión, que está lla-mada a estar dispuesta al martirio, si fuera necesario.En Judea, bajando desde Jerusalén hacia el sur, se en-cuentra Felipe con el etíope eunuco, que leyendo el pro-feta Isaías y regresando de peregrinar a Jerusalén,representa la misión a los que se acercan al Señor. Porúltimo, el encuentro de Pedro con el centurión Corneliodescribe la primera conversión de un pagano y, portanto, el modelo de la misión a los más alejados.

Los cinco últimos textos propuestos (tercer trimestredel curso) se centran en la misión de la Iglesia en la diás-pora, llegando «hasta los confines de la tierra». La asam-

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blea de Jerusalén decide, con la guía del Espíritu Santo,que todos los hombres son destinatarios de la salvaciónde Dios sin restricción alguna; estamos llamados a aco-ger y llegar a todos, sin acepción alguna de personas.San Pablo es el modelo de esta misión universal quellega, no sólo a los alejados, sino también a aquellos quele rechazan. El discurso de Pablo en el Areópago de Ate-nas muestra cómo Pablo presenta la integridad del men-saje cristiano, aún cuando éste sea exigente y puedarecibir mofas. Ahora bien, Pablo es bien consciente desu incapacidad física para llegar a todos. Por ello, su dis-curso a los dirigentes de las comunidades cristianas vadirigido también a cada uno de nosotros, que estamosllamados a evangelizar conforme al modelo paulino. Fi-nalmente, Pablo, en su ardor evangelizador, llega aRoma, aprovechando cualquier oportunidad que la Pro-videncia le ofrece para predicar, incluso su naufragiopor las aguas del Mediterráneo.

Cada una de estas quince sesiones propuestas estácompuesta por los siguientes apartados. En primerlugar encontramos el texto de la Escritura que queremoscontemplar. En segundo lugar proponemos un comen-tario que trata de explicar dicho pasaje. En tercer lugarproponemos una serie de textos relacionados con la te-mática del pasaje en cuestión. Dichos textos están toma-dos de la Tradición de la Iglesia, tanto de los Padres dela Iglesia, como de teólogos contemporáneos, como delMagisterio de la Iglesia, y, junto con el pasaje de los He-chos y el comentario al mismo, tratan de iluminar la re-flexión personal. Finalmente, sugerimos una serie depreguntas que pueden servir para un diálogo en grupoen el que pongamos en común lo que el Señor hayadicho a cada uno. De este modo, podemos construirjuntos, y guiados por la Palabra de Dios, la Misión Ma-drid en nuestra propia parroquia.

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La no acepción de personas

en la misión

11.1 El pasaje de la Escritura

1Unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñara los hermanos que, si no se circuncidaban con-forme al uso de Moisés, no podían salvarse. 2Estoprovocó un altercado y una violenta discusión conPablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabéy algunos más de entre ellos subieran a Jerusaléna consultar a los apóstoles y presbíteros sobre estacontroversia. 3Ellos, pues, enviados por la Iglesiaprovistos de lo necesario, atravesaron Fenicia y Sa-maría contando cómo se convertían los gentilescon lo que causaron gran alegría a todos los her-manos. 4Al llegar a Jerusalén, fueron acogidos porla Iglesia, los apóstoles y los presbíteros; ellos con-taron lo que Dios había hecho con ellos. 5Pero al-gunos de la secta de los fariseos, que habíanabrazado la fe, se levantaron, diciendo: “Es nece-sario circuncidarlos y ordenarles que guarden laley de Moisés”. 6Los apóstoles y los presbíteros sereunieron a examinar el asunto. 7Después de unalarga discusión, se levantó Pedro y les dijo: “Her-manos, vosotros sabéis que, desde los primerosdías, Dios me escogió entre vosotros para que losgentiles oyeran de mi boca la palabra del Evange-lio, y creyeran. 8Y Dios, que penetra los corazones,ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Es-píritu Santo igual que a nosotros. 9No hizo distin-ción entre ellos y nosotros, pues ha purificado suscorazones con la fe. 10¿Por qué, pues, ahora inten-

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táis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuellode esos discípulos un yugo que ni nosotros ninuestros padres hemos podido soportar? 11No; cre-emos que lo mismo ellos que nosotros nos salva-mos por la gracia del Señor Jesús”.12Toda la asamblea hizo silencio para escuchar aBernabé y Pablo, que les contaron los signos y pro-digios que Dios había hecho por medio de ellosentre los gentiles. 13Cuando terminaron de hablar,Santiago tomó la palabra y dijo: “Escuchadme,hermanos: 14Simón ha contado cómo Dios por pri-mera vez se ha dignado escoger para su nombreun pueblo de entre los gentiles. Con esto concuer-dan las palabras de los profetas como está escrito:16Después de esto volveré y levantaré de nuevo la chozacaída de David; levantaré sus ruinas y la pondré en pie,17para que los demás hombres busquen al Señor, y todoslos gentiles sobre los que ha sido invocado mi nombre:lo dice el Señor, el que hace 18que esto sea conocido desdeantiguo.

19Por eso, a mi parecer, no hay que molestar a losgentiles que se convierten a Dios; 20basta escribirlesque se abstengan de la contaminación de los ído-los, de las uniones ilegítimas, de animales estran-gulados y de la sangre. 21Porque desde tiemposantiguos Moisés tiene en cada ciudad quienes lopredican, ya que es leído cada sábado en las sina-gogas.22Entonces los apóstoles y los presbíteros con todala Iglesia acordaron elegir a algunos de ellos paramandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eli-gieron a Judas llamado Barsabás y a Silas, miem-bros eminentes entre los hermanos, 23y enviaronpor medio de ellos esta carta:

“Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludana los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia, pro-venientes de la gentilidad. 24Habiéndonos ente-

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rado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro,os han alborotado con sus palabras, desconcer-tando vuestros ánimos, 25hemos decidido, por una-nimidad, elegir a algunos y enviároslos connuestros queridos Bernabé y Pablo, 26hombres quehan entregado su vida al nombre de nuestro SeñorJesucristo. 27Os mandamos, pues, a Silas y a Judas,que os referirán de palabra lo que sigue: 28Hemosdecidido, el Espíritu Santo y nosotros, no impone-ros más cargas que las indispensables: 29que osabstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de san-gre, de animales estrangulados y de uniones ilegí-timas. Haréis bien en apartaron de todo esto.Saludos”.30Los despidieron, y ellos bajaron a Antioquía,donde reunieron a la comunidad y entregaron lacarta. 31Al leerla, se alegraron mucho por aquellaspalabras alentadoras. 32Judas y Silas, que eran tam-bién profetas, hablaron largamente, exhortando yconfirmando a los hermanos. 33Por su parte, Pabloy Bernabé permanecieron en Antioquía, enseñandoy anunciando, junto con otros muchos, la BuenaNueva, la palabra del Señor (Hechos 15,1-21).

11.2 La lectio divina del pasaje

San Lucas nos presenta en este capítulo un momentoverdaderamente crucial en la historia del cristianismonaciente y, por tanto, en la historia de la Iglesia. No di-simula sobre la gravedad de la cuestión que desata un“altercado” y una violenta “discusión”. Para entenderbien lo que sucede es preciso recordar lo que ya hemosleído y meditado en capítulos anteriores, particular-mente desde el capítulo 10, donde se nos narra cómoPedro es enviado por el Señor mismo a anunciar elevangelio a Cornelio, el centurión romano, y el suce-sivo descenso del Espíritu Santo sobre éste y todos los

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de su casa. En el c. 11 se nos informa del origen de laIglesia en Antioquía, donde se convierte un gran nú-mero de paganos. Antioquía se mostró pronto comouna comunidad bien consolidada, e influyente en lascomunidades del entorno debido también, probable-mente, a la misma influencia que la importante ciudadtenía en la región. En los capítulos 13 y 14 se nos ha in-formado también de la importante misión de Pablo yBernabé que tiene origen en la misma ciudad.

El dato es claro: a los paganos que reciben la noticiadel Evangelio y se convierten no se les ha exigido, parahacerse cristianos, otra cosa que el Bautismo. La pre-dicación de Pablo es clara al respecto: sólo Jesucristoes el Salvador y la salvación consiste en adherirse to-talmente a él por la fe y en la vida nueva recibida en elsacramento.

La paz y el éxito de la misión se ven de pronto amena-zados por la presencia de unos que bajaron desde Je-rusalén y que enseñaban la necesidad de lacircuncisión para poder recibir la salvación. El alter-cado se produce, pues, entre los cristianos de tendenciajudaizante y los que han llegado a la fe en Jesucristoprocedentes del paganismo. Y el conflicto no es mar-ginal en absoluto, toca el corazón mismo del Evange-lio, la verdadera naturaleza de la salvación vinculadaa la fe en Jesucristo y, por tanto, la relación de la Iglesianaciente con el pueblo de Israel y la ley de Moisés.¿Deben los cristianos seguir siendo judíos, es decir, re-cibir el signo de pertenencia a la antigua Alianza, lacircuncisión y someterse a todos los preceptos de laLey? Para los cristianos de procedencia judía era natu-ral permanecer apegados a la tradición de Moisés y,sin renunciar a ello, abrazar a Jesucristo como el Me-sías Hijo de Dios enviado para cumplir definitiva-mente las promesas hechas al pueblo de la Alianza.Resulta comprensible que así fuese. El problema seplantea en relación con los paganos: ¿es preciso exigir-les que, para ser cristianos, se hagan también judíos?

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Lo que está en juego es la universalidad del cristia-nismo. Pero esta depende de la universalidad delmismo Cristo: ¿Es el único salvador de todos los hom-bres, también de los paganos? ¿Su muerte y resurrec-ción carecen de eficacia si no es previamente selladacon el sello de la circuncisión? Las obras de la Ley ¿sonnecesarias para la salvación? Y si es así, ¿entonces enqué consiste la novedad de la salvación que nos ha tra-ído el Señor? En definitiva, ¿cuál es la relación entre lagracia y la vida traídas por Jesucristo y la Ley mosaica?

No era una preocupación meramente teórica. Lo quevenían a afirmar los que habían bajado desde Judea eraque los recién convertidos en Antioquía y en las nue-vas comunidades fundadas por Pablo y Bernabé, quese habían incorporado a la Iglesia, que habían profe-sado ya la fe en Jesucristo y que se habían bautizadono recibirían la salvación, a no ser que se circuncida-sen, es decir, que aceptasen la Ley de Moisés. Venían adecir, pues, que la fe en Cristo y el bautismo –es decir,Cristo mismo- no tienen eficacia salvífica por sí mis-mos. La controversia se extendía también a la propiacomunidad de Antioquía ¿era, en verdad, Iglesia de Je-sucristo?

Es clara, entonces, la seriedad de la cuestión. Ello ex-plica la turbulencia y la violenta tensión desatada. En-traban en conflicto, por un lado, la apasionada defensade la tradición recibida de los patriarcas, de los profe-tas, desde Moisés en adelante, cuya enseñanza se haescuchado siempre en las sinagogas (cf. Hch 15, 21) y,por otro, la novedad del Evangelio anunciado a los pa-ganos, como fuerza de salvación que llega exclusiva-mente por la fe en Jesucristo. El peligro era la rupturade la unidad de la Iglesia naciente que se veía a símisma ante una doble fidelidad: la tradición recibiday la novedad que parecía imponerse. No es este elúnico momento en que la Iglesia se ha enfrentado aesta cuestión. Es, más bien, un desafío permanente,pues toda generación tiene, de un modo u otro, el

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mismo problema: ¿cómo permanecer fiel a la Tradicióny también al mundo concreto –cambiante por defini-ción- que hay que evangelizar? ¿Tradición o progreso?¿Sujeción a normas y costumbres recibidas del pasadoo apertura a las novedades que parecen venir exigidas?¿Es ese el dilema?

Veamos entonces cómo lo resolvió la Iglesia en ese mo-mento. Según Hch 15, 2 fue la misma iglesia de Antio-quía la que decidió enviar a Pablo y Bernabé aJerusalén para plantear allí la cuestión, consultando alos “apóstoles y presbíteros”. San Pablo se refiere tam-bién a este viaje a Jerusalén en Galatas 2, 1-10 y, salvoalgunos detalles, el testimonio es coincidente con el re-lato de Lucas en Hechos.

En Jerusalén, el primero en hablar es Pedro y se refiere–como único modo de afrontar justamente la contro-versia- a lo que el Señor mismo ha ido haciendo. Nohay, en realidad, otro criterio sino el que nace de labúsqueda sincera de la voluntad de Dios tal como élactúa. Sin mencionar explícitamente a Cornelio (Hch10) subraya cómo él mismo fue enviado a los paganosy cómo estos recibieron el Espíritu Santo igual que losdemás. No hay ningún proyecto propio ni criterio hu-mano que buscar: Dios ha hablado y ha actuado y siDios ha purificado sus corazones por la fe, ¿a qué vieneexigir cargas insoportables? Aquí parece ser Pabloquien habla: “nosotros nos salvamos por la gracia delSeñor Jesús”.

Después son de nuevo escuchados Pablo y Bernabé. In-mediatamente habla Santiago, que parece hacerlo conautoridad (“Escuchadme… no hay que molestar”): serefiere, en primer lugar, a lo que Dios hizo a través dePedro (llamado aquí por su nombre hebreo, Simón)para subrayar que el Señor mismo ha querido llamar alos gentiles a la fe dando cumplimiento a las promesas,citando Am 9, 11s. El oráculo se refiere a la futura res-tauración de Israel que ha venido a ser como unachoza. Vemos así cómo la Iglesia naciente se sentía par-

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ticularmente señalada en ese oráculo como la nueva Je-rusalén en la que buscarán al Señor “los demás hom-bres”, el resto de la humanidad y todos los gentiles. Lasolución que aporta Santiago no es la de un consensofácil, destinado a resolver fricciones… Se trata de bus-car de nuevo la voluntad de Dios, del hablar y actuarde Dios. Santiago ratifica la libertad de la Iglesia y, portanto, de los paganos recién convertidos- respecto dela Ley mosaica: salva Jesucristo por gracia y por la fe.A los gentiles se les pide un mínimo (abstenerse de lacontaminación de los ídolos –comer carne que hayasido ofrecida a los ídolos paganos- las uniones ilegíti-mas y de comer animales estrangulados). En Ga 2, 1-10 San Pablo afirma que no se puso a los gentilesninguna condición. Posiblemente esto que dice San-tiago y que se contiene en la carta enviada a Antioquía,Siria y Cilicia sea fruto de una segunda reunión quepretende minimizar el escándalo para los judeocristia-nos en aquellas comunidades en las que tengan unapresencia importante.

Se sella así la libertad de la Iglesia respecto a la Ley deMoisés. Se confirma que la salvación es por gracia y nopor las obras de la Ley. Jesucristo queda afirmadocomo el único Salvador y la Iglesia abre definitiva-mente la puerta a los gentiles, ratificando la misión dePablo y Bernabé. Iglesias culturalmente muy distintas(Jerusalén – Antioquía) se reconocen como hermanasunidas por el vínculo de la fe. Se logra la paz y la con-cordia a través de un camino concreto: la búsqueda dela voluntad de Dios tal como muestra su actuar en lahistoria, en la medida en que es leída eclesialmente, esdecir, en la comunión de las Iglesias que se refieren ala Iglesia madre a los apóstoles y a Pedro. Se logra lapaz porque se busca la verdad en la caridad. La paz esfruto de la verdad, proveniente de Dios y acogida enla fe común y, por eso, expresa la comunión. Es asícomo se hace posible la fidelidad a la Tradición sinquedar anquilosados en actitudes tradicionalistas, ce-rradas a toda novedad.

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11.3 Así lo leyeron

Cristo es el fin de la ley: él nos hace pasar de la es-clavitud de esta ley a la libertad del espíritu. La leytendía hacia él como a su complemento; y él, comosupremo legislador, da cumplimiento a su misión,transformando en espíritu la letra de la ley. De estemodo, hacía que todas las cosas lo tuviesen a él porcabeza. La gracia es la que da vida a la ley y, poresto, es superior a la misma, y de la unión deambas resulta un conjunto armonioso, conjuntoque no hemos de considerar como una mezcla, enla cual alguno de los dos elementos citados pierdasus características propias, sino como una trans-mutación divina, según la cual todo lo que habíade esclavitud en la ley se cambia en suavidad y li-bertad, de modo que, como dice el Apóstol, no vi-vamos ya esclavizados por lo elemental del mundo, nisujetos al yugo y a la esclavitud de la ley (SAN AN-DRÉS DE CRETA, Sermón I).

De modo semejante, [los apóstoles] continuaronfundando Iglesias en cada población, de maneraque las demás Iglesias fundadas posteriormente,para ser verdaderas Iglesias, tomaron y siguen to-mando de aquellas primeras Iglesias el retoño desu fe y la semilla de su doctrina. Por esto tambiénaquellas Iglesias son consideradas apostólicas, encuanto que son descendientes de las Iglesias apos-tólicas. Es norma general que toda cosa debe serreferida a su origen. Y por esto, toda la multitudde Iglesias son una con aquella primera Iglesiafundada por los apóstoles, de la que procedentodas las otras. En este sentido, son todas primerasy todas apostólicas, en cuanto que todas juntas for-man una sola. De esta unidad son prueba la comu-nión y la paz que reinan entre ellas, así como sumutua fraternidad y hospitalidad. Todo lo cual notiene otra razón de ser que su unidad en unamisma tradición apostólica. El único medio seguro

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de saber qué es lo que predicaron los apóstoles, esdecir, qué es lo que Cristo les reveló, es el recursoa las Iglesias fundadas por los mismos apóstoles,las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde,por carta (TERTULIANO, Tratado sobre la prescrip-ción de los herejes, 21, 3-22).

Pero en el verdadero hombre de Iglesia la intran-sigencia de la fe y el apego a la tradición no se con-vierten en rudeza, en desprecio o en aridez decorazón. No le impiden el ser acogedor y no lo en-cierran en una ciudadela de actitudes negativas.Tiene buen cuidado de no echar en olvido que,tanto en sus miembros, como en su Jefe, la iglesiapor su parte debe decir sí, y que toda negativa noes sino el reverso o el segundo tiempo de una ad-hesión positiva. Sin ceder más que ella al espíritude transacción, él desearía siempre, lo mismo queella, “dejar abiertas todas las puertas por donde es-píritus diversos entre sí puedan llegar a la mismaverdad”… Comprende que el espíritu católico, quees a un tiempo riguroso y comprensivo, es un es-píritu “más caritativo que querelloso”, opuesto atodo “espíritu de facción” o simplemente de capi-lla, lo mismo si se trata de eludir la autoridad dela Iglesia como si, por el contrario, se pretende aca-pararla. Toda iniciativa laudable, toda fundaciónque cuenta con la debida aprobación, todo nuevohogar de vida espiritual es para él una ocasiónpara mostrar su agradecimiento. Como es enemigo“del celo desabrido y de disputas de palabras” ysabe que al amparo de las discusiones ideológicasel espíritu maligno que es maestro en el arte desembrar el desorden, se da maña para desazonarel cuerpo dela Iglesia, y como teme también alfalso rigor que llega a ocultar la unidad profundaallí donde todavía se conserva, no se muestra hos-til por principio a las diferencias legítimas. “Contal que se salve la unidad de la caridad en la fe ca-

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tólica”, cree por el contrario que estas diferenciasson necesarias, porque no se puede suprimir “ladiversa manera con que los hombres sienten unamisma cosa”, y aun las tiene por beneficiosas, paraque resplandezca por medio de la Iglesia la multi-forme sabiduría de Dios… Y aun cuando sucedaque estas posturas diferentes se convierten en di-vergencias, tampoco se inquieta de buenas a pri-meras desde el momento en que la Iglesia lastolera. Le basta un momento de reflexión para con-vencerse de que “siempre las ha habido en la Igle-sia y siempre las habrá, y que si terminaran parasiempre, sería porque habría cesado toda vida es-piritual e intelectual”. En lugar de perder la pa-ciencia, trata de mantener la concordia y seesfuerza, cosa harto difícil, por conservar un espí-ritu más amplio que sus propias ideas. Él se afanaen usar de “esta especie de libertad por la que su-peramos lo que a cada uno de nosotros nos com-promete más inflexiblemente”, que es “unamanera misteriosa, irónica y alada de superarnuestras diferencias”. Si no se debe desesperar auncuando se trata de espíritus profundamente divi-didos, ¿cómo no va a esperar poder llegar a unacuerdo cuando se trata de hermanos en la mismafe? Por lo mismo, se encuentra protegido contra lamalhadada suficiencia que le llevaría a ver en sumisma persona la norma encarnada de toda la or-todoxia. Él pone, por encima de todo, “el lazo in-disoluble de la paz católica”, y se echaría en carael haber rasgado la Túnica inconsútil si diera lugaral menor “cisma de caridad” (HENRI DE LUBAC,Meditación sobre la Iglesia, 198-201).

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11.4 Preguntas para el diálogo en grupos

¿Cómo entiendes la expresión: Jesucristonos ha salvado por la fe, por pura gracia?

El conflicto que da lugar a este texto puedeparecer ya antiguo. ¿Qué síntomas percibesen ti, en los demás cristianos, tal vez en tugrupo, que te hagan pensar que no es tanantiguo, sino que es un problema que, dealgún modo, sigue dándose entre nosotros?

Dado que el Bautismo es el sacramento dela fe que nos salva, ¿cómo refrescar la con-ciencia de que somos bautizados? ¿Cómoprofundizar en la gracia bautismal?

¿Piensas la vida cristiana como un con-junto de normas y obligaciones que hayque cumplir o la piensas como relaciónpersonal -de amistad, de fe, de amor, de su-misión- con Dios Padre por medio de Jesu-cristo en el Espíritu Santo?

Cuando hay conflictos entre nosotros, bienindividualmente o entre grupos de la parro-quia, movimientos... ¿Buscamos resolverloso ya ni siquiera lo intentamos? ¿Qué crite-rios utilizamos para resolverlos?

¿Cómo podemos crecer en la conciencia yen la vida de la Iglesia como comunión de

los santos?

¿Hasta qué punto valoras la unidad, sellode la caridad, en la relación con los demáscristianos y con las distintas espiritualida-des o los diferentes carismas?

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Pablo en el Areópago: la misión a los que rechazan el Evangelio

12.1 El pasaje de la Escritura

22Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: “Ate-nienses, veo que sois en todo extremadamente re-ligiosos. 23Porque, paseando y contemplandovuestros monumentos sagrados, encontré inclusoun altar con esta inscripción: ‘Al Dios descono-cido’. Pues eso que veneráis sin conocerlo os loanuncio yo. 24El Dios que hizo el mundo y todo loque contiene, siendo como es Señor de cielo y tie-rra, no habita en templos construidos por manoshumanas, 25ni lo sirven manos humanas, como sinecesitara de alguien, él que a todos da la vida yel aliento, y todo. 26De uno solo creó el género hu-mano para que habitara la tierra entera, determi-nando fijamente los tiempos y las fronteras de loslugares que habían de habitar, 27con el fin de quelo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo en-contraban; aunque no está lejos de ninguno denosotros, 28pues en él vivimos, nos movemos yexistimos; así lo han dicho incluso algunos devuestros poetas: ‘Somos estirpe suya’. 29Por tanto,si somos estirpe de Dios no debemos pensar quela divinidad se parezca a imágenes de oro o deplata o de piedra, esculpidas por la destreza y lafantasía de un hombre. 30Así pues, pasando poralto aquellos tiempos de ignorancia, Dios anunciaahora en todas partes a todos los humanos que se

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conviertan. 31Porque tiene señalado un día en quejuzgará el universo con justicia, por medio delhombre a quien él ha designado; y ha dado a todosla garantía de esto, resucitándolo de entre losmuertos” (Hechos 17,22-31).

12.2 La lectio divina del pasaje

San Pablo llegó a Atenas después de su estancia enBerea. En esta ciudad, San Pablo y Silas habían anun-ciado el Evangelio a la comunidad judía, que los acogiócon interés. Como resultado de su actividad en la si-nagoga, muchos judíos se convirtieron al cristianismo,junto a bastantes mujeres distinguidas y griegos. Noobstante, los adversarios judíos de Tesalónica, al tenerconocimiento de lo sucedido, fueron a dicha ciudad ylograron alborotar a sus habitantes. San Pablo se vioobligado a abandonar la ciudad; acompañado de algu-nos cristianos de Berea, se encaminó a Atenas (Hch17,10-15).

Lucas señala que Atenas estaba llena de estatuas y ob-jetos religiosos. Algunas referencias de autores anti-guos describen esta ciudad como la más religiosa delos griegos; por ejemplo, Sófocles y Flavio Josefo laconsideraban “la más devota” de las ciudades griegas.San Pablo debía estar habituado a ver en las ciudadesde la diáspora representaciones de dioses y exvotos va-riados. En Atenas, sin embargo, caminando por las ca-lles y plazas, contemplando la abundancia derepresentaciones de los dioses paganos, se sintió pro-vocado de un modo especial. Su fe monoteísta le lle-vaba a considerar todas estas representaciones comoidolátricas y abominables. No obstante, consciente dela ignorancia de aquellos hombres, como dirá despuésen su discurso en el Areópago, experimentó una granurgencia de anunciar a todos el Evangelio. El relato lu-cano nos dice que todos los días hablaba con la gente

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que encontraba: con los judíos en las sinagogas, con lospaganos en la plaza pública (v.17). Era consciente dellevar la buena noticia que todo corazón humano an-hela y espera; por ello, no perdía ocasión de hablar atodos sobre Jesús y su resurrección (v.18).

En su discurso en el Areópago, para hacerse entendermejor de sus oyentes, subraya un dato de la realidad,de la disposición de los atenienses que ha reconocidorecorriendo las calles de la ciudad: su gran religiosi-dad. Es decir, sabe valorar el aspecto positivo que seescondía en los altares y exvotos que veía; en concretola existencia de altares dedicados a divinidades desco-nocidas. Así, al comienzo de su discurso se dirige a losallí presentes con estas palabras: “Atenienses, veo quesois en todo extremadamente religiosos. Porque, pase-ando y contemplando vuestros monumentos sagrados,encontré incluso un altar con esta inscripción: ‘Al Diosdesconocido’. Pues eso que veneráis sin conocerlo oslo anuncio yo” (v.22-23). La preocupación e interés deSan Pablo no es condenar el error en el que viven losatenienses, sino el deseo de comunicar a todos lo queél ha encontrado y ha experimentado como la salva-ción.

En su exhortación Evangelii Gaudium, el Papa Franciscotambién nos invita a vivir la misión poniendo nuestraatención en lo esencial del acontecimiento cristiano yen los hombres que lo esperan: “La evangelización estáesencialmente conectada con la proclamación delEvangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siemprelo han rechazado. Muchos de ellos buscan a Dios se-cretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, aunen países de antigua tradición cristiana. Todos tienenel derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienenel deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no comoquien impone una nueva obligación, sino como quiencomparte una alegría, señala un horizonte bello, ofreceun banquete deseable. La Iglesia no crece por proseli-tismo sino ‘por atracción’… Una pastoral en clave mi-

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sionera no se obsesiona por la transmisión desarticu-lada de una multitud de doctrinas que se intenta im-poner a fuerza de insistencia. Cuando se asume unobjetivo pastoral y un estilo misionero, que realmentellegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anun-cio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lomás grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo másnecesario” (EG 14 y 35).

Esta tensión misionera, ¿de dónde nace? En los evan-gelios se dice varias veces que Jesús, viendo al gentíocomo ovejas sin pastor, conmovido, se ponía a ense-ñarles (Mc 6,34; Mt 14,14). Ante el sufrimiento de losque encontramos, ante sus intentos por caminar en laoscuridad, esta compasión nace cuando somos cons-cientes de la gracia que se nos ha concedido de conocera Aquel que es luz y vida de los hombres. En su exhor-tación Evangelii Gaudium, el Papa Francisco aludía aesta conmoción que todo cristiano tendría que tenerante los hombres que todavía no experimentan la luzy la alegría del Evangelio: “Si algo debe inquietarnossantamente y preocupar nuestra conciencia, es que tan-tos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y elconsuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comu-nidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sen-tido y de vida” (EG 49).

El discurso pronunciado en el Areópago está dirigidoa paganos. Por eso, fundamentalmente tiene una di-mensión teológica, pues parte del punto común que lesune a ellos: la dimensión religiosa. En él destaca losrasgos que más le ayudan a proponer la fe en CristoJesús. Por eso, habla del Dios creador del cielo y de latierra (v.24-25), de su providencia y cercanía (v.26-27),del parentesco que ha establecido con los hombres(v.28), de la inadecuación de representar con imágenesa la divinidad. Son rasgos característicos de la fe mo-noteísta judía, como es fácil constatar en tantos textosdel AT. No obstante, también hay expresiones que re-sultarían familiares a sus oyentes; incluso utiliza en su

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discurso una cita de Arato, un poeta griego, dondeevoca la dimensión religiosa como dependencia-rela-ción. Esta conciencia religiosa es muy escasa en nues-tra época, ya que la cultura actual favorece sobre todola autosuficiencia del hombre. Sin duda, el rechazo ola reducción de la dimensión religiosa del hombre esun verdadero obstáculo al anuncio evangélico.

En nuestra sociedad española, desde hace décadas, seha favorecido una mentalidad laicista. En el mejor delos casos, se ha marginado a Dios al círculo privado eindividual de la persona. Al mismo tiempo se teorizapúblicamente que la religiosidad o fe de las personasno tienen derecho de ciudadanía en la sociedad. En nopocas ocasiones se ha censurado la dimensión religiosadel hombre al considerarla como algo inútil o innece-sario para la realización de la persona y la construcciónsocial. El hombre es autosuficiente, se basta a sí mismo.La concepción humana verdadera sería la del hombreno religioso, reducido a sus intereses materiales y a labúsqueda de su satisfacción inmediata. La preguntapor el significado de la vida, las grandes cuestiones dela existencia, las exigencias radicales del corazón hu-mano son consideradas como no interesantes, comoideas artificiales o pensamientos complicados. Lo im-portante es tener salud, dinero y amor, como dice lacanción popular.

En la primera mitad del siglo pasado el poeta inglésTh.S. Eliot describía esta situación del modo siguiente:“Pero parece que ha pasado algo que no había pasadonunca: aunque no sabemos bien cuándo, ni por qué, nicómo, ni dónde. Los hombres han dejado a Dios no porotros dioses, dicen, sino por ningún dios, y eso nohabía ocurrido nunca, que los hombres a la vez nega-sen a los dioses y adorasen a dioses profesando pri-mero la Razón, y luego el Dinero, y el Poder, y lo quellaman Vida, o Raza, o Dialéctica… Estéril y vacío. Es-téril y vacío. Y tiniebla sobre la faz de lo profundo. ¿Hafallado la Iglesia a la humanidad, o la humanidad ha

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fallado a la Iglesia? Cuando a la Iglesia ni se la consi-dera ya, ni se oponen siquiera a ella, y los hombres hanolvidado a todos los dioses excepto la Usura, la Lujuriay el Poder”. También el Papa Francisco, al comienzode la Evangelii Gaudium, indica con estas palabras la di-ficultad que presenta la sociedad arreligiosa y materia-lista en la que la Iglesia sigue anunciando el Evangelio:“El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple yabrumadora oferta de consumo, es una tristeza indivi-dualista que brota del corazón cómodo y avaro, de labúsqueda enfermiza de placeres superficiales, de laconciencia aislada” (EG 2).

Esta cultura, esta mentalidad favorecida en nuestra so-ciedad, es lo más contrario al anuncio cristiano. El granenemigo del cristianismo no es el pecado, sino la irre-ligiosidad. Pues las personas irreligiosas son aquellasque han censurado sus preguntas radicales, han ne-gado su apertura al Infinito, y se conforman con loscuatro bienes que resuelvan sus necesidades inmedia-tas y les concedan una satisfacción pasajera. Habiendodecidido que no tienen necesidad de salvación, queellos pueden resolver las dificultades que la vida plan-tea, que se conforman con las pequeñas satisfaccionesque pueden conseguir día a día, son personas que notienen el oído abierto ni el corazón atento al mensajeque anuncia la salvación, el cumplimiento verdaderode la vida. “No hay nada más absurdo que la respuestaa una pregunta que no se ha planteado”. Por ello, esfundamental volver a despertar la inquietud religiosaen todas las personas, para que se abran al mensaje desalvación que el cristianismo no deja de proclamar almundo entero. Y esto no puede suceder por repetir undiscurso correcto o fustigar a la gente que está ador-mecida o cerrada; es necesario que el mensajero testi-monie una humanidad despierta, una humanidad quese deja herir por la belleza de la realidad, por la exis-tencia de las cosas, pues el asombro no sólo es la posi-ción más natural de la persona humana, sino también

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el camino más inmediato para tomar conciencia de lapresencia del Misterio, del Creador.

Por lo demás, proponer el anuncio evangélico a todoslos hombres, sea cual sea su creencia religiosa o situa-ción personal, es reconocer que todos ellos, por su es-tado creatural, esperan en lo profundo de su ser estaBuena Noticia. De hecho, al oírla, independientementede que luego su libertad se abra y acoja, experimentanuna correspondencia. Aspecto fundamental de la mi-sión que fue destacado por J. Ratzinger en una confe-rencia pronunciada en Dallas en 1991 con estaspalabras: “La misión se justifica si los destinatarios, enel encuentro con la palabra del Evangelio, reconocen:‘Esto justamente es lo que esperaba’… Israel pudohacer experiencia en el mundo pagano de lo que losanunciadores de Jesucristo vieron luego nuevamenteconfirmado: su predicación respondía a una espera.Salía al encuentro de un conocimiento fundamentalantecedente acerca de los elementos esenciales cons-tantes de la voluntad de Dios, que quedó consignadapor escrito en los mandamientos, pero que es posibleencontrar en todas las culturas y que se desarrolla contanta mayor claridad cuanto menos interviene unpoder arbitrario para desvirtuar este conocimiento pri-mordial. Cuanto más vive el hombre en el ‘temor deDios’, tanto más concreta y claramente es eficaz estaanámnesis”.

12.3 Así lo leyeron

San Pablo encontró un altar en el cual estaba gra-bado: “Al dios desconocido”. ¿Quién era aqueldios desconocido, sino Cristo? ¿No ves con quésabiduría emplea aquel nombre (un dios “desco-nocido”)…, no para reprochar a los que lo graba-ron, sino para salvarlos y para su provecho?¿Qué se puede decir? ¿Acaso, dices, los atenien-ses grabaron aquel nombre por Cristo? En efecto,

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si los atenienses escribieron aquel nombre porCristo, no era admirable la perspicacia de SanPablo. Pero, lo admirable es que ellos quisieronescribir otra cosa, y, sin embargo, el Apóstol supocambiar el sentido. Era necesario, en primerlugar, explicar por qué los atenienses habían gra-bado “al dios desconocido”. ¿A quién se refe-rían? Ellos tenían muchos dioses, más aún,tenían muchos “demonios”. En efecto, todos losdioses de los gentiles son demonios. Y algunosde ellos venían de los países vecinos, otros delextranjero, como sucede entre los hombres.¡Mirad qué cosa más ridícula! Si hubiera sido deverdad Dios, no podía ser extraño. En efecto,Dios es el Señor de todo el universo. Los gentiles,en cambio, habían recibido aquellos dioses, unosde sus padres, otros de los pueblos de alrededor,como, por ejemplo, de los escitas, de los tracios,de los egipcios. Y, si fuerais expertos en estasdoctrinas extrañas, conoceríais bien todas estashistorias. Porque no se os enseñaron todas juntasdesde el principio, sino que las recibisteis poco apoco: una cosa de vuestros padres, otra de losabuelos, otra de vuestro coetáneos. Os habéisreunido, dijo San Pablo, porque así como cono-cemos todos los demás dioses, ahora mostramosel último de ellos y os lo damos a conocer. Asíque se une a los anteriores uno distinto, que es elverdadero Dios y es desconocido. Es descono-cido por vosotros, y por esto se oculta y no cui-dáis de Él, ni recibe culto. ¿Qué hacer entonces?Para solucionar el asunto pusieron un altar y gra-baron las palabras: “al dios desconocido”. Conesta inscripción querían decir que si hay otrodios, que nunca conocimos, queremos de todosmodos venerarle. Mira ¡qué gran superstición!Por esto los atenienses habían grabado: “al diosdesconocido”. Pero San Pablo interpreta el epí-grafe de otro modo: aquellos se referían a “otros

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dioses” en general; San Pablo, en cambio, loaplica a Cristo, empleando el sentido a favorsuyo. Y, reafirmando su doctrina, añadió: “Al quevosotros veneráis sin conocerle, a ese yo le anun-cio ante vosotros”; efecto, el dios “desconocido”no es sino Cristo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Ca-dena sobre los Hechos de los Apóstoles, 17,23).

Si aquí hablara del cuerpo, se podría también en-tender de este mundo visible, pues en Él, segúnel cuerpo, vivimos, nos movemos y somos. Peroes del alma, creada a su imagen, de la que con-viene entender estas palabras de un modo mássublime, no visible, sino espiritual. ¿Qué no hayen El, de quien divinamente está escrito: “Porquede Él, por Él y en él son todas las cosas”? Luegosi en Él está todo, ¿en quién puede vivir lo quevive y moverse lo que tiene movimiento, sino enquien son? Sin embargo, no todos están con Él enel sentido del salmo: “Yo siempre estaré con-tigo”. Ni Dios está con todos al modo que deci-mos: “El Señor esté con vosotros”. ¡Gran miseriala del hombre no estar con aquel sin el cual nopuede existir! Y si está en Él, ciertamente no estásin Él. Si no lo recuerda, ni lo conoce, ni lo ama,no está con Él (SAN AGUSTÍN, Sobre la SantísimaTrinidad, 14,12).

San Pablo y Bernabé se sienten empujados por elEspíritu hacia los paganos (cf. Hch 13 46-48), locual no sucede sin tensiones y problemas. ¿Cómodeben vivir su fe en Jesús los gentiles converti-dos? ¿Están ellos vinculados a las tradiciones ju-días y a la ley de la circuncisión? En el primerConcilio, que reúne en Jerusalén a miembros dediversas Iglesias alrededor de los Apóstoles, setoma una decisión reconocida como proveniente

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del Espíritu: para hacerse cristiano no es necesa-rio que un gentil se someta a la ley judía (cf. Hch15, 5-11.28). Desde aquel momento la Iglesia abresus puertas y se convierte en la casa donde todospueden entrar y sentirse a gusto, conservando lapropia cultura y las propias tradiciones, siempreque no estén en contraste con el Evangelio.

Los misioneros han procedido según esta línea,teniendo muy presentes las expectativas y espe-ranzas, las angustias y sufrimientos, la cultura dela gente para anunciar la salvación en Cristo. Losdiscursos de Listra y Atenas (cf. Hch 14, 11-17; 17,22-31) son considerados como modelos para laevangelización de los paganos. En ellos SanPablo “entra en diálogo” con los valores cultura-les y religiosos de los diversos pueblos. A los ha-bitantes de Licaonia, que practicaban unareligión de tipo cósmico, les recuerda experien-cias religiosas que se refieren al cosmos; con losgriegos discute sobre filosofía y cita a sus poetas(cf. Hch 17, 18.26-28). El Dios al que quiere reve-lar está ya presente en su vida; es él, en efecto,quien los ha creado y el que dirige misteriosa-mente los pueblos y la historia. Sin embargo,para reconocer al Dios verdadero, es necesarioque abandonen los falsos dioses que ellos mis-mos han fabricado y abrirse a aquel a quien Diosha enviado para colmar su ignorancia y satisfacerla espera de sus corazones (cf. Hch 17, 27-30). Sondiscursos que ofrecen un ejemplo de incultura-ción del Evangelio.

Bajo la acción del Espíritu, la fe cristiana se abredecisivamente a las “gentes” y el testimonio deCristo se extiende a los centros más importantesdel Mediterráneo oriental para llegar posterior-mente a Roma y al extremo occidente. Es el Es-píritu quien impulsa a ir cada vez mas lejos, nosólo en sentido geográfico, sino también más allá

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de las barreras étnicas y religiosas, para una mi-sión verdaderamente universal (JUAN PABLOII, Redemptoris missio, 24-25).

El respeto de la dignidad personal, que comportala defensa y promoción de los derechos huma-nos, exige el reconocimiento de la dimensión re-ligiosa del hombre. No es ésta una exigenciasimplemente «confesional», sino más bien unaexigencia que encuentra su raíz inextirpable enla realidad misma del hombre. En efecto, la rela-ción con Dios es elemento constitutivo delmismo «ser» y «existir» del hombre: es en Diosdonde nosotros «vivimos, nos movemos y exis-timos» (Hch 17, 28). Si no todos creen en esa ver-dad, los que están convencidos de ella tienen elderecho a ser respetados en la fe y en la elecciónde vida, individual o comunitaria, que de ella de-rivan. Esto es el derecho a la libertad de conciencia ya la libertad religiosa, cuyo reconocimiento efec-tivo está entre los bienes más altos y los deberesmás graves de todo pueblo que verdaderamentequiera asegurar el bien de la persona y de la so-ciedad. «La libertad religiosa, exigencia insupri-mible de la dignidad de todo hombre, es piedraangular del edificio de los derechos humanos y,por tanto, es un factor insustituible del bien dela persona y de toda la sociedad, así como de lapropia realización de cada uno. De ello resultaque la libertad, de los individuos y de las comu-nidades, de profesar y practicar la propia reli-gión es un elemento esencial de la pacíficaconvivencia de los hombres (...). El derecho civily social a la libertad religiosa, en cuanto alcanzala esfera más íntima del espíritu, se revela puntode referencia y, en cierto modo, se convierte enmedida de los otros derechos fundamentales»(JUAN PABLO II, Christifideles laici, 39).

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Remarquemos que la evangelización está esen-cialmente conectada con la proclamación delEvangelio a quienes no conocen a Jesucristo osiempre lo han rechazado. Muchos de ellos bus-can a Dios secretamente, movidos por la nostal-gia de su rostro, aun en países de antiguatradición cristiana. Todos tienen el derecho de re-cibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deberde anunciarlo sin excluir a nadie, no como quienimpone una nueva obligación, sino como quiencomparte una alegría, señala un horizonte bello,ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crecepor proselitismo sino “por atracción”. JuanPablo II nos invitó a reconocer que “es necesariomantener viva la solicitud por el anuncio” a losque están alejados de Cristo, “porque ésta es latarea primordial de la Iglesia”. La actividad mi-sionera “representa aún hoy día el mayor desafíopara la Iglesia” y “la causa misionera debe ser laprimera”. ¿Qué sucedería si nos tomáramos re-almente en serio esas palabras? Simplemente re-conoceríamos que la salida misionera es elparadigma de toda obra de la Iglesia (PAPAFRANCISCO, Evangelii Gaudium, 14-15).

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12.4 Preguntas para el diálogo en grupos

¿Vivo una humanidad que se deja provo-car por la realidad, que es consciente delas preguntas radicales que llevamos en elcorazón y las expreso con libertad delantede todos? O sea, ¿vivo la dimensión reli-giosa de mi ser en cualquier circunstanciao lugar de mi vida?

A semejanza de San Pablo, ¿sabemos iden-tificar el punto positivo de la situaciónque puede facilitar la acogida del anunciocristiano?

¿Pedimos a Cristo tener un corazón comoel suyo, sensible a las necesidades de loshombres?

Nuestros diálogos con las personas que en-contramos en el trabajo o en la calle, ¿secentran en las cuestiones morales o en elacontecimiento único del Dios hechohombre para salvarnos a todos?

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Pablo y los dirigentes

de la comunidad

13.1 El pasaje de la Escritura

17Desde Mileto, envió recado a Éfeso para que vi-nieran los presbíteros de la Iglesia. 18Cuando sepresentaron, les dijo: «Vosotros habéis compro-bado cómo he procedido con vosotros todo eltiempo que he estado aquí, desde el primer día quepuse el pie en Asia, 19sirviendo al Señor con todahumildad, con lágrimas y en medio de las pruebasque me sobrevinieron por las maquinaciones delos judíos; 20cómo no he omitido por miedo nadade cuanto os pudiera aprovechar, predicando y en-señando en público y en privado, 21dando solemnetestimonio tanto a judíos como a griegos, para quese convirtieran a Dios y creyeran en nuestro SeñorJesús. 22Y ahora, mirad, me dirijo a Jerusalén, en-cadenado por el Espíritu. No sé lo que me pasaráallí, 23salvo que el Espíritu Santo, de ciudad en ciu-dad, me da testimonio de que me aguardan cade-nas y tribulaciones. 24Pero a mí no me importa lavida, sino completar mi carrera y consumar el mis-terio que recibí del Señor Jesús: ser testigo delEvangelio de la gracia de Dios. 25Y ahora, mirad:sé que ninguno de vosotros, entre quienes he pa-sado predicando el reino, volverá a ver mi rostro.26Por eso testifico en el día de hoy que estoy limpiode la sangre de todos: 27pues no tuve miedo deanunciaros enteramente el plan de Dios. 28Tened

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cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre elque el Espíritu Santo os ha puesto como guardia-nes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se ad-quirió con la sangre de su propio Hijo. 29Yo sé quecuando os deje, se meterán entre vosotros lobos fe-roces, que no tendrán piedad del rebaño. 30Inclusode entre vosotros mismos surgirán algunos quehablarán cosas perversas para arrastrar a los dis-cípulos en pos de sí. 31Por eso, estad alerta: acor-daos que durante tres años, de día y de noche, nohe cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos acada uno en particular. 32Ahora os encomiendo aDios y a la palabra de su gracia, que tiene poderpara construiros y haceros partícipes de la heren-cia con todos los santificados. 33De ninguno he co-diciado dinero, oro ni ropa. 34Bien sabéis que estasmanos han bastado para cubrir mis necesidades ylas de los que están conmigo. 35Siempre os he en-señado que es trabajando como se debe socorrer alos necesitados, recordando las palabras del SeñorJesús, que dijo: “Hay más dicha en dar que en re-cibir”». 36Cuando terminó de hablar, se puso de ro-dillas y oró con todos ellos. 37Entonces todoscomenzaron a llorar y, echándose al cuello dePablo, lo besaban; 38lo que más pena les daba de loque había dicho era que no volverían a ver su ros-tro. Y lo acompañaron hasta la nave (Hechos 20, 17-38).

13.2 La lectio divina del pasaje

El encuentro con los responsables de la Iglesia de Éfesoda pie a Lucas para poner en boca de Pablo un tercerdiscurso. Después de la alocución a los judíos (Hch 13)y la dirigida a los paganos (Hch 17) el Apóstol habla alos pastores de la comunidad eclesial en la forma deuna solemne despedida. Podríamos denominar este ca-pitulo (Hch 20) como «el testamento espiritual pau-

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lino». De ahí, su importancia y la conveniencia de co-nocer sus «líneas fuerza» para profundizar en la con-cepción que Pablo tiene sobre el ministerio/servicio ylas consecuencias de esta tarea misionera.

Las grandes claves responderían al cómo, al dónde,al para qué y para quiénes. La respuesta al modo decómo desempeñar el servicio misionero sería triple:con una humildad sazonada de valor en medio de laspruebas (v. 19), con una integridad sin omisiones (v.20) y con desinterés por lo material (v. 34). El único ob-jetivo del enviado, del apóstol, es predicar la voluntadde Dios (v. 27). Y, ello, en medio de tribulaciones parael misionero (v. 23) y «lobos feroces» o malos predica-dores para el rebaño (v. 29s). Con una doble finalidad:para el apóstol, dar testimonio del Evangelio (v. 24),anunciando el Reino de Dios y su designio (vv. 25. 27)llevando la carrera a buen término desempeñando elministerio recibido de Jesús (v. 24); para los demás, elcrecimiento en la fe y la participación en la herencia (v.32). Con una certeza: el destino está en manos del Es-píritu (v. 22), que con su fuerza sostiene la misión (v.23) y suscita pastores para el cuidado de la Iglesia deDios (v. 28). Por último, para vivir de la Palabra de gra-cia (v. 32), Pablo ofrece dos consejos «apostólicos»: lavigilancia y el recuerdo de la manera como la misiónse ha desarrollado (v. 31).

Los temas más importantes de este tercer discurso,donde se nos presenta la grandeza del corazón dePablo (el Señor Jesús, la Iglesia y sus pastores) se in-sertan en este esquema: evocación de su trienio deapostolado en Éfeso (vv. 18-21); anuncio de su separa-ción (vv. 22-27), y, exhortación a la vigilancia misio-nera (vv. 28-35).

En todo el cuerpo de este tercer discurso aparececuatro veces la confesión del señorío de Jesús: a quiense sirve es al Señor (v. 18); lo que se insta, tanto a judíoscomo a griegos, es a creer en «nuestro Señor» (v. 21);

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todo por el encargo dado por el Señor Jesús (v. 24), y,lo que retenemos en nuestra memoria son las palabrasdel Señor Jesús (v. 35).Todo esto se resumirá en la na-ciente Iglesia con la profesión de fe: Jesús es el Señor.

Los pastores convocados a Éfeso son denominadosprimero como «presbíteros» (v. 17) y luego como «obis-pos» (v. 28). Estos ministros de la comunidad lo sonpor el Espíritu para el servicio de la comunidad (v. 28).Un ministerio que consiste en «apacentar» y cuya re-ferencia, en su ser y actuar, es el mismo Cristo comoPastor. Este servicio aparece en boca de Cristo referido,de manera especial, a Pedro (cf. Jn 21, 16).

La Iglesia a la que se dedica este ministerio de cui-dado pastoral es propiedad del Señor Jesús, adquiridapor el derramamiento de su propia sangre (cf. 1 Cor 1,2; 10, 32; 11, 16.222; 15, 9; 2 Cor 1,1; Gal 1, 13; 1 Tes 2,14. También: Mt 26, 28; Ef 1, 7; 1 Pe 1, 19; 1 Tim 2, 13s).La Iglesia es algo tan precioso que ha costado sangredivina (v. 28). En la mente de Pablo es algo tan centralque no puede dejar de mencionarlo en estas palabrasde despedida con sus colaboradores. Consecuente-mente, esto exige una gran responsabilidad en los quehan de ser puestos al frente (presidir): obispos o pres-bíteros. Al pastor se le exige –tanto para él mismocomo para el resto del rebaño- vigilancia (noche y día)y pasión (con lágrimas). Ahora bien, el cuidado por elpropio ministerio (v. 28) es básico para asentar la pas-toral de los hermanos. Ésta supone primero un creci-miento en la fe (v. 32) que sin la constante relación conDios sería imposible. Dentro del trato con Dios está lasumisión a la Palabra de gracia: el mismo Señor se noscomunica por su Palabra, custodiada y celebrada en laIglesia con sus sacramentos. Pablo no confía esta Pala-bra a los ministros de la Iglesia sino al contrario: confíaa los pastores a la Palabra para que caminen bajo su es-cucha y magisterio. Es la compañera de camino parasu ministerio.

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En esta comunidad no faltarán dificultades de todotipo. Con la expresión «lobos feroces» (v. 29) y «hombresperversos» (v. 30) podría aludirse a las corrientes judai-zantes o gnósticas de la primera hora. Para superar lasdificultades es preciso una entrega desinteresada. La re-ferencia a la «herencia reservada a los consagrados» dapie a Pablo para exponer su doctrina sobre la remunera-ción: les pide que del interés por la misión y la heredadeterna pasen al desinterés, en su ministerio, por las he-rencias económicas. El apóstol se pone, una vez más,como marco de referencia: a nadie he pedido plata, oro ovestidos… he ganado lo necesario con el trabajo de mismanos… os he dado ejemplo (vv. 33ss). Un ejemplo quepasa por ganarse la manutención personal y la de sus co-laboradores en la misión aun a sabiendas del derecho quetiene el trabajador por el Evangelio (cf. Hch 18, 5; 1 Cor 9,3-15; Flp 4, 10-20). Este desprendimiento es motivo de ale-gría (v. 35). Un antiguo proverbio, originario de Persia yrepetido por los griegos, resume la enseñanza de Jesússobre la entrega del dinero (cf. Lc 6, 38; 10, 30-37).

El pasaje concluye con un gesto litúrgico: la oraciónde rodillas (v. 36; cf. Ef 3, 14; Dn 6, 11). La Iglesia, cons-ciente de la alteza de su misión y debilidad, no deja deorar cada día. En esa oración, universal e intercesora,abraza a toda la humanidad que ha sido creada para queencuentre en su seno la unidad y, también, la comunióncon Dios. De hecho, Pablo pone como ejemplo su propiamisión dando testimonio lo mismo a griegos que a ju-díos (v. 21; cf. Rom 1, 16; 10, 12; 1 Cor 1, 24; 10, 32; Gal 3,28). Y, para todos el mismo «Evangelio», la Buena Noti-cia (v. 24; Rom 1, 1; 15, 16; 2 Cor 11, 7) que es la gracia deDios (v. 24; cf. Rom 5, 2.15; 1 Cor 1, 4; 3, 10). Esta Iglesiave en Pablo al pastor y misionero ideal cuyos surcos hande seguir los futuros ministros de la comunidad predi-cando la voluntad de Dios (v. 27), sin miedo a enfren-tarse ni al futuro ni a las persecuciones que aguardan(cf. Hch 21, 4. 11).

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13.3 Así lo leyeron

«Cuidad de vosotros y de toda la grey, en la queel Espíritu Santo os puso como obispos para apa-centar la Iglesia de Dios, que Él adquirió con susangre». ¿Te das cuenta? Ordena dos cosas. Al co-rregir a otros no obtiene una ventaja para él solo –pues dice: «Temo que, después de haber predicadoa otros, quede yo descalificado» –, y no se cuidaúnicamente de él solo. En verdad, quien se amasólo a sí mismo y busca únicamente sus propiascosas es semejante al [siervo] que escondió el ta-lento. Y [Pablo] dice estas cosas no porque le pa-rezca más digna nuestra salvación que la delrebaño, sino porque, cuando nos cuidamos de nos-otros mismos, también la grey saca provecho (SANJUAN CRISÓSTOMO, Homilías a los Hechos de losApóstoles, 44,2).

Así, pues, nosotros, por ejemplo, no debemosevangelizar para comer, sino comer para evange-lizar; porque si evangelizamos para comer, mani-festamos menor aprecio del Evangelio que delalimento, y de esta manera será nuestro bien elcomer, y nuestra necesidad el Evangelio. Lo cualtambién reprueba el Apóstol cuando dice que éltenía positivamente derecho a usar del permisoconcedido por el Señor a aquellos que anuncian elEvangelio para vivir del Evangelio; es decir, a pro-porcionarse del Evangelio las cosas que se necesi-tan para la vida: pero que él, sin embargo, no hacíauso de esa potestad (SAN AGUSTÍN, Comentarioal Sermón de la Montaña, 2, 16, 54).

Ciertamente, había dicho que los presbíteros deÉfeso habían sido llamados a Mileto y a quienes élllama ahora obispos, es decir, inspectores. Una

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misma ciudad no podía tener varios obispos, sinoque bajo el nombre de obispos se refiere a los mis-mos presbíteros, como verdaderos sacerdotes,pues el grado [ministerial] estuvo unido y paramuchos era casi idéntico (SAN BEDA, Comentarioa los Hechos de los Apóstoles, 20, 28).

¿Queremos jóvenes coherentes? ¡Seamos nosotroscoherentes! De lo contrario, el Señor nos dirá loque decía de los fariseos al pueblo de Dios: «Hacedlo que digan, pero no lo que hacen». Coherencia yautenticidad. Pero también vosotros, por vuestraparte, tratad de seguir este camino. Digo siemprelo que afirmaba san Francisco de Asís: Cristo nosha enviado a anunciar el Evangelio también con lapalabra. La frase es así: «Anunciad el Evangeliosiempre. Y, si fuera necesario, con las palabras».¿Qué quiere decir esto? Anunciar el Evangelio conla autenticidad de vida, con la coherencia de vida.Pero en este mundo en el que las riquezas hacentanto mal, es necesario que nosotros, sacerdotes,religiosas, todos nosotros, seamos coherentes connuestra pobreza. Pero cuando te das cuenta de queel interés prioritario de una institución educativao parroquial, o cualquier otra, es el dinero, esto nohace bien. ¡Esto no hace bien! Es una incoherencia.Debemos ser coherentes, auténticos. Por este ca-mino hacemos lo que dice san Francisco: predica-mos el Evangelio con el ejemplo, después con laspalabras. Pero, antes que nada, es en nuestra vidadonde los otros deben leer el Evangelio. Tambiénaquí sin temor, con nuestros defectos que tratamosde corregir, con nuestros límites que el Señor co-noce, pero también con nuestra generosidad aldejar que él actúe en nosotros. Los defectos, los lí-mites y —añado algo más— los pecados… (PAPAFRANCISCO, Encuentro de jóvenes con vocación, 6-VII-2013).

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13.4 Preguntas para el diálogo en grupos

Lo importante –enseña el Apóstol- es «lle-var a buen término la carrera» porque laevangelización es urgente e importante.¿Es importante también para nosotros?

Humildad, valor y desinterés son los con-ceptos que emergen de la manera de ejercerel ministerio en Pablo. ¿Estas tres virtudescaracterizan nuestra acción evangeliza-dora?

Rezamos al Padre cada día: Hágase tu volun-tad. ¿Buscamos en todo conocer la volun-tad de Dios y llevarla a cabo?

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El naufragio de Pablo:

todo es ocasión para la misión

14.1 El pasaje de la Escritura

1Cuando se decidió que emprendiésemos la na-vegación rumbo a Italia, Pablo y algunos otrospresos fueron confiados a un centurión de la co-horte Augusta, que se llamaba Julio (…) 9Trans-currido bastante tiempo, como la navegación sehacía peligrosa, pues había pasado ya el Ayuno,Pablo les advirtió: 10-Veo, amigos, que la nave-gación va a traer peligros y serios daños no sólopara la carga y la nave, sino también para nues-tras vidas. 11Pero el centurión hizo más caso al pi-loto y al patrón que a las palabras de Pablo. (…)14No mucho tiempo después se desató un vientohuracanado llamado Euroaquilón. 15Arrastradala nave e incapaz de resistir el viento, quedó alcapricho de las olas, y comenzamos a ir a la de-riva. 16Navegamos a sotavento de una pequeñaisla que se llamaba Cauda y a duras penas con-seguimos hacernos con el esquife. 17Después deizarlo, usaron los cables de refuerzo para ceñir elcasco de la nave por debajo. Y por miedo a cho-car contra la Sirte plegaron las velas y se dejaronir a la deriva. 18Como el temporal nos sacudíaviolentamente, al día siguiente aligeraron lanave, 19y al tercer día, con sus propias manos,arrojaron los aparejos al mar. 20Durante variosdías no aparecieron el sol ni las estrellas, y dado

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que nos venía encima una tempestad no pe-queña, habíamos perdido ya toda esperanza desalvarnos.21Llevábamos largo tiempo sin comer, y entoncesPablo se alzó en medio de ellos y dijo: — Mejorhubiera sido, amigos, escucharme y no habernoshecho a la mar desde Creta, porque habríamosevitado estos peligros y estos daños. 22Pero ahoraos invito a tener buen ánimo, porque ninguno devosotros morirá; sólo se perderá la nave. 23Estanoche se me ha aparecido un ángel del Dios aquien pertenezco y a quien sirvo, 24y me hadicho: «No temas, Pablo; tienes que comparecerante el César, y Dios te ha concedido la vida detodos los que navegan contigo». 25Por lo tanto,amigos, tened ánimo. Confío en Dios que ocu-rrirá tal como se me ha dicho. 26Vamos a dar conalguna isla. (…) 33Mientras amanecía, Pablo in-vitó a todos a tomar alimento: — Lleváis hoy ca-torce días llenos de tensión y en ayunas sin habercomido nada; 34por eso, os animo a que toméisalimento, pues es necesario para que os salvéis;porque ninguno de vosotros perderá ni un solocabello de la cabeza. 35Dicho esto, tomó pan, diogracias a Dios delante de todos, lo partió y em-pezó a comer. 36Todos los demás se animaron ytomaron también alimento. 37Estábamos en lanave un total de doscientas setenta y seis perso-nas. 38Después de haber comido hasta quedar sa-tisfechos, aligeraron la nave arrojando el trigo almar. 39Cuando se hizo de día (…) divisaron unaensenada con su playa (Hch 27,1.9-11.14-26.33-39).

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14.2 La lectio divina del pasaje

Estamos delante de uno de esos pasajes de la Escrituraque bien podrían llevar, a más de uno, a preguntarse,¿qué hace un texto como éste en un libro religiosocomo la Biblia? Y es que en este larguísimo capítulo te-nemos la descripción de las peripecias de un viaje enbarco desde las costas de Asia Menor hasta Italia. Si selee el pasaje entero (que aquí hemos ofrecido abre-viado) vemos cómo, con todo género de detalles, senos describen los preparativos, las diferentes escalas,el tipo de navegación, las conversaciones con el capi-tán, los fenómenos atmosféricos, los aparejos de mari-nería, un motín a bordo y un naufragio. Hasta nosobliga a acudir a un diccionario para verificar el signi-ficado de términos que sólo los introducidos en el artede la navegación conocen (“Navegamos a sotavento deuna pequeña isla … y a duras penas conseguimos ha-cernos con el esquife. Después de izarlo, usaron los ca-bles de refuerzo para ceñir el casco de la nave pordebajo”). En resumen, se nos cuentan cosas que unono esperaría encontrar en un libro “religioso”.

Es precisamente ese término, “religioso”, el que hasufrido un cambio radical con la entrada en el mundode Jesucristo, el Hijo de Dios. Con Jesús se ha produ-cido un “cambio de método religioso”. Mientras el ros-tro de Dios permanecía oculto, la búsqueda religiosase concentraba en el esfuerzo de imaginación, de refle-xión, de comunicación a través de sacrificios, de ora-ción en ciertos lugares. Lo religioso estaba ligado a losagrado (ciertos momentos, ciertos lugares, ciertas per-sonas, ciertos objetos) y separado de lo profano. Comodecía Filón, un escritor del primer siglo d.C., “no es lí-cito que comparta un mismo habitáculo lo mortal conlo inmortal”.

Pero detengámonos un instante a pensar, ¿cómo en-contraron a Dios los discípulos? ¿Cómo entraron en

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contacto con lo divino o lo inmortal Zaqueo el publi-cano o la Samaritana? Se encontraron a un hombre porla calle. En las circunstancias más banales: trabajandoen la orilla del mar, recogiendo impuestos, en una ma-nifestación callejera o yendo a sacar agua a un pozo.Desde que Dios mostró su rostro en Jesucristo, el mé-todo religioso cambió: ahora se trataba de seguir aaquel hombre, de estar con él, de convertirse a él. Enesta nueva modalidad ya no se privilegia a los que soncapaces de un esfuerzo imaginativo o de devoción, o alos que tienen tiempo para cumplir unos ritos. Son pri-vilegiados los sencillos, los que estando necesitados sepegaron a aquel hombre que les miraba (no había otracondición): pastores, pescadores, publicanos, prostitu-tas.

Lo que acabamos de describir es la dinámica de laEncarnación. Se trata de una dinámica que continúa enel tiempo, gracias a la presencia del Espíritu de Cristoresucitado en medio de nosotros. ¡Sería terrible pensarque durante un pequeño periodo de tiempo, mientrasque Jesús estuvo en la tierra, la relación con Dios pa-saba por la relación con un hombre pero ahora volve-mos al viejo método religioso: esfuerzo deimaginación, de reflexión, y de comunicación a travésde ritos y de oración en ciertos lugares! El pasaje quenos ocupa, situado ya en el tiempo de la Iglesia, esdecir, en el nuestro, muestra que la dinámica de la En-carnación continúa en el tiempo.

Si primero fueron los discípulos los que se encon-traron con Jesús junto a la orilla de un lago, y mástarde Pablo camino de Damasco, ahora es la tripula-ción de un barco, en un viaje de rutina, la que inter-cepta en el tiempo al misterio de Dios. En la vidacotidiana. Un centurión que debe acompañar a unpreso (Pablo) en el viaje de Asia Menor a Roma, un ca-pitán de navío en lo que debía ser una travesía más,los marineros desempeñando su trabajo habitual, losotros presos sumidos en su desgracia: todos ellos se

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“toparon” con el nuevo rostro de Dios en sus circuns-tancias cotidianas.

Todos ellos tuvieron que afrontar una circunstanciacomún: una tempestad que fue creciendo y que parecíaabocarles al naufragio. En una situación como éstasalen a la luz los límites de cada uno, lo que “da de sí”la vida y la corta esperanza de los hombres. Cunde elpánico. Se produce una especie de motín a bordo por-que la marinería quería abandonar la nave. Los solda-dos, en medio de la confusión, quieren acabar con lospresos para evitar que escapen a nado. No hay espaciopara la confianza, para el afecto y la ayuda mutua. Dehecho no se puede improvisar lo que no se tiene. Sálvesequien pueda.

En medio de esta circunstancia sucede algo extraor-dinario: Pablo se levanta y con una tranquilidad pas-mosa llama a la confianza. Pone delante de todos el granfactor de la historia: el Dios que se ha revelado en Cristo,dominador de la tempestad y del destino de los hom-bres. Pablo es un instrumento elegido y Dios lo quierepreservar para dar testimonio ante el Emperador, poreso todos se salvarán. La tranquilidad de Pablo no esfingida, ni es producto de una “técnica para la misión”:en medio de una tempestad se manifiesta dónde está laconsistencia de cada uno. Y el apóstol de los gentilesdice “pertenecer” a Dios, que es el origen de su paz, desu confianza. Signo de ello es que parte el pan en mediode ellos (el gran gesto cristiano de comunión) y lesofrece sentarse a comer con él. Les transmite la gran no-vedad que el Hijo de Dios ha traído a la historia: “nin-guno de vosotros perderá ni un solo cabello de lacabeza”, que es como si dijera, “vuestra vida es amada,tiene un valor infinito, nada se perderá; por vosotros hadado la vida Cristo”.

Si ya es asombroso encontrar un hombre así enmedio de una circunstancia que hacía enloquecer atodos, la prueba definitiva de que han topado con lodivino es la del cumplimiento en la realidad de lo que

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anunciaba el apóstol: en efecto, al día siguiente divisantierra y tras algunas peripecias se salvan. Este es elgran criterio que toda la tradición de los profetas de Is-rael ha transmitido para distinguir un profeta verda-dero de uno falso: que lo que anuncie se cumpla (cf. Dt18,21-22).

¡Con cuánta frecuencia nosotros desechamos de an-temano las circunstancias de nuestra vida en las quepensamos que el Señor no puede entrar! En algunoscasos porque son circunstancias demasiado banales; enotros casos porque nos parece imposible un cambio.Pensemos en aquellas situaciones que parecen “depaso”, como un viaje, una enfermedad en casa o en elhospital, una hora de clase o de espera en la cola de unaoficina, una reunión de vecinos… De entrada pensamosque son situaciones de “tránsito”, de “relleno”, a la es-pera de aquellos momentos en los que puedo relacio-narme con Dios: en la oración, en la parroquia, conciertos amigos, en mi grupo… Afortunadamente Cristoes Señor también del tiempo y puede entrar en la histo-ria en cualquier momento y aprovechando cualquier cir-cunstancia, en la cotidianidad de la existencia. Denuestra parte no se necesita más que la disponibilidadpara acoger su Presencia, como hizo Pablo, atento a loque el Señor podía hacer incluso en un momento deaparente “transición” como el viaje que le trasladaba deAsia a Roma para ser juzgado.

Pero nuestro escepticismo se pone de manifiesto es-pecialmente en aquellas circunstancias demasiado“duras” en las que pensamos que es imposible que elSeñor pueda actuar. En realidad no podemos ni imagi-nar que la situación que nos pesa pueda cambiar, puedanacer algo “útil” de ella. No nos diferenciamos muchodel apóstol Tomás que consideraba imposible ver a unmuerto resucitado, o de los marineros que acompaña-ban a Pablo en su viaje, que había perdido toda espe-ranza de salvarse de la tempestad. Pero a nuestrasespaldas tenemos el gran acontecimiento que ha cam-

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biado la historia: la piedra del sepulcro ha sido levan-tada. Lo que era imposible ha sucedido. Lo mismopuede suceder con ese problema afectivo que me para-liza, con esa situación familiar complicada, con esa en-fermedad que me “come” la moral, con esos defectosque me humillan… Es precisamente en esos “imposi-bles” donde el Señor muestra su poder, donde puedecrecer nuestra certeza de que Él está presente.

El apóstol Pablo no tenía un carácter o una energía“especial” que lo hacía diferente a nosotros. Simple-mente partía de la certeza, aquilatada en el tiempo, deque el Señor estaba presente y actuaba en la historia. Yes esa certeza la que transmite al centurión, al capitánde la nave y a los marineros. El resto lo hace el Señor,con la energía que posee para sometérselo todo, inclui-dos los fenómenos atmosféricos. Esa es la certeza dePablo: que el Señor actúa. ¿En qué otro lugar podemosponer nosotros nuestra confianza? ¿En nuestras fuer-zas? ¡Sería ridículo!

Llama la atención ese gesto tan común entre los pri-meros cristianos, que aparece en otras ocasiones en ellibro de Hechos e incluso en los evangelios (cf. Lc 24 yJn 21): el partir el pan. Se trata de una acción que parecenormal en un gesto común de compartir la comida conlos amigos. Esconde, sin embargo, toda una significa-ción eucarística. Es Cristo el que se ha “partido” pornosotros, dándonos a comer su cuerpo. Durante el viaje,Pablo realiza este gesto de “memoria”: invita a todos acomer dando gracias a Dios y “partiendo el pan”. La sal-vación en la que él creía, y cuya certeza comunicaba atodos con aquel gesto de compartir la comida, venía deCristo, el que había dado la vida por todos. Así tambiénpara nosotros la Eucaristía es el lugar donde Cristo nosfortalece con su cuerpo y con su sangre para que lle-guemos a ser una sola cosa con él y entre nosotros. Demodo que podamos decir, en cada uno de nuestrosgestos del día: “con nuestras manos pero con sufuerza”.

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14.3 Así lo leyeron

«Dios te ha concedido la vida de todos». Luegoes falso lo que dice Homero: «Del hado, ningúnhombre ha escapado, ni malo ni bueno, aunquehaya sido noble». Esto quiere decir lo siguiente.Es imposible escapar a la fatalidad de la muerte,ya que en el mismo nacimiento se determina lamuerte del hombre, Ved, en efecto que, si no espor Pablo, todos los que estaban en la nave hu-bieran perecido, sólo que Dios les hizo ese re-galo, porque apreciaba a Pablo. Además, si lodeterminado era que perecieran todos, tambiénPablo hubiera indudablemente muerto en el mar,pues permaneció en el barco sin comer catorcedías y después naufragó. Dice, en efecto, el en-gañoso verso: «Ni malo ni bueno» porque, real-mente, al precipitarse en un mismo accidente queconllevaba una muerte segura, habían de morirtodos, los buenos y los malos. La Escritura, sinembargo, dijo lo contrario: que el justo se salvaríade un evidente peligro mortal, aunque en elmismo perecieran todos. Y es que el designio deDios era éste: que Pablo muriera en Roma. Cier-tamente Dios podía arrebatarlo de Jerusalén me-diante un ángel y plantarlo en Roma, igual quearrebató a Habacuc de Judea y lo depositó juntoal foso de Daniel, en Babilonia. Pero no lo hizo,y así demostró que también era una acción mila-grosa el salvar de un peligro inesperado a Pabloy a los que estaban con él. Y le hizo don de estasvidas a Pablo, por su tierna bondad y su amor alos hermanos (AMMONIO, Cadena sobre los He-chos de los Apóstoles).

Date cuenta cómo el comportamiento de Pabloles enseña de igual manera que si estuvieran enuna Iglesia, y también los preserva de en medio

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de los peligros. La Providencia permite que enun primer momento no se dé crédito a las pala-bras de Pablo, para que la experiencia de aque-llos sucesos devuelva la confianza en suspalabras; como realmente sucedió (SAN JUANCRISÓSTOMO, Homilías a los Hechos de los Após-toles, 53, 2).

Si gracias a Pablo fueron salvados unos prisione-ros, después que la nave fue sacudida y nau-fragó, piensa tú qué es tener a una persona santaen la propia casa; porque son también muchaslas tempestades que se nos presentan, inclusomucho peores que aquellas, pero nosotros pode-mos estar a gusto con sólo obedecer a los santoscomo aquellos y si cumplimos lo que nos man-dan. En efecto, no son únicamente salvados, sinoque también ellos introducirán la fe. Aunque elsanto esté prisionero, realizará obras mayoresque los que estén en libertad. Fíjate también enlo que sucedió aquí. El que estaba en libertad, elcenturión, tuvo necesidad del prisionero; el ex-perto timonel necesitó del que no lo era, sobretodo del que era piloto en realidad. CiertamentePablo no gobernaba aquel casco de nave, sinotoda la Iglesia, aprendiendo del que es Señor delmar, no con una ciencia humana, sino con una sa-biduría espiritual. En esta nave de la Iglesia haymuchos naufragios, muchas olas, espíritus ma-lignos, «por fuera, luchas; por dentro temores».Así pues, Pablo era realmente piloto (SAN JUANCRISÓSTOMO, Homilías a los Hechos de los Após-toles, 53, 4).

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14.4 Preguntas para el diálogo en grupos

Todo es ocasión para la misión. ¿Soy cons-ciente de que el Señor puede elegir cual-quier circunstancia de la vida cotidianapara manifestarse a mí y a través de mí?¿Qué momentos aparentemente “banales”se han convertido en decisivos en tu vidapor la intervención del Señor?

El viaje de Pablo fue ocasión de reconocerde nuevo la potencia de Cristo resucitado.¿En qué circunstancias pienso que es im-posible que el Señor pueda entrar? Alcontrario, ¿podrías contar de algún mo-mento de tu vida en el que el Señor te hasorprendido entrando en una situaciónque tú pensabas irresoluble?

Pablo tomo pan, dio gracias a Dios, lo par-tió y empezó a comer, ofreciendo a todos.¿Soy consciente de que la energía paramoverme en la vida y para hacer crecer micerteza me viene a través de la gracia sa-cramental? ¿Podrías describir cuál es elpapel de los sacramentos en tu vida?

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Pablo en Roma: la misión universal, a cristianos, judíos y paganos

15.1 El pasaje de la Escritura

11Al cabo de tres meses, zarpamos en un barcoque había invernado en la isla de Malta. Era deAlejandría y llevaba por mascarón los Dióscuros.12Arribamos a Siracusa y nos detuvimos tres días;13desde allí, costeando, llegamos a Regio. Al díasiguiente, se levantó viento sur, y llegamos a Pu-teoli en dos días. 14Allí encontramos a algunoshermanos, los cuales nos rogaron que pasásemossiete días con ellos.

Y así llegamos a Roma. 15Los hermanos de Roma,que habían oído hablar de nuestras peripecias,salieron a recibirnos al Foro Apio y Tres Taber-nas. Al verlos, Pablo dio gracias a Dios y se sintióanimado. 16Una vez en Roma, le permitieron aPablo vivir por su cuenta en una casa, con el sol-dado que lo vigilaba. 17Tres días después, con-vocó a los judíos principales y, cuando sereunieron, les dijo: “Yo, hermanos, sin haberhecho nada contra el pueblo ni contra las tradi-ciones de nuestros padres, fui entregado en Jeru-salén como prisionero en manos de los romanos. 18Me interrogaron y querían ponerme en libertad,porque no encontraban nada que mereciera lamuerte; 19pero, como los judíos se oponían, me viobligado a apelar al César; aunque no es quetenga intención de acusar a mi pueblo. 20Por estemotivo, pues, os he llamado para veros y hablar

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con vosotros; pues por causa de la esperanza deIsrael llevo encima estas cadenas”. 21Ellos le res-pondieron: “Nosotros no hemos recibido deJudea carta sobre ti ni ninguno de los hermanosque ha venido de allí nos ha denunciado o ha-blado nada negativo sobre ti, 22pero deseamos oírde tus propios labrios lo que piensas, porque sa-bemos que a esta secta se la contradice en todaspartes”. 23Después de acordar con él un día, vi-nieron a verlo a su alojamiento en mayor nú-mero. A todos ellos les exponía el reino de Diosdesde la mañana hasta la tarde, dando testimo-nio e intentando persuadirlos de lo relativo aJesús apoyándose en la ley de Moisés y los pro-fetas. 24Unos aceptaban con fe lo que decía, perootros permanecían incrédulos. 25Se estaban mar-chando en total desacuerdo, cuando Pablo les di-rigió esta sola palabra: “Con razón habló elEspíritu Santo a vuestros padres, por medio delprofeta Isaías, diciendo: 26‘Ve a este pueblo y dile:oiréis con el oído pero no entenderéis, miraréiscon los ojos pero no veréis. 27Porque se embotóel corazón de este pueblo, oyeron con oídos sor-dos y han cerrado sus ojos para no ver con losojos ni oír con los oídos ni entender con el cora-zón y convertirse y que yo los cure’. 28Por ello,sabed todos vosotros que esta salvación de Diosha sido enviada a los gentiles. Ellos sí la oirán”. 30Permaneció allí un bienio completo en una casaalquilada, recibiendo a todos los que acudían averlo, 31predicándoles el reino de Dios y ense-ñando lo que se refiere al Señor Jesucristo contoda libertad, sin estorbos (Hch 28,11-31).

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15.2 La lectio divina del pasaje

El libro de los Hechos de los Apóstoles termina na-rrando la llegada de San Pablo a Roma y su arresto do-miciliario durante dos años. Nada se nos dice delresultado del juicio ante el emperador. Después deesos años de prisión, según la tradición, el Apóstol ha-bría recuperado su libertad y continuado su misiónevangélica hasta el momento de su muerte, ocurridapocos años después en Roma.

En su viaje desde Malta a Roma, tras los meses in-vernales, el autor de Hechos, que está acompañando aSan Pablo en este viaje, destaca la acogida y ayuda queobtienen de los cristianos que habitan las diferentesciudades romanas por las que pasan (Hch 28,11-15). Asu llegada a Roma, sorprendentemente no vuelve aaludir a los cristianos. Toda la atención y preocupaciónde San Pablo está dirigida exclusivamente a la comu-nidad judía. A los pocos días de su llegada a la capitaldel imperio, el Apóstol convoca a los principales de lacomunidad judía para explicarles el motivo de su pri-sión y asegurarles que no va a acusar al pueblo judíoante el tribunal del César (28,17-22). Este primer en-cuentro motiva otro más numeroso en el que San Pabloles da a conocer con mayor profundidad todo lo rela-cionado con el cristianismo (v.23-28). Resulta verdade-ramente inconcebible que San Lucas no se detenga adescribir el encuentro con la comunidad cristiana,sobre todo cuando sabemos por la carta paulina diri-gida a los Romanos del gran interés del Apóstol de en-contrarse con ella. Es tan llamativo este proceder delApóstol que ha suscitado perplejidad en los estudio-sos, como manifiestan estas palabras del exegeta cató-lico J.A. Fitzmyer: “Sorprende grandemente que en laescena final de los Hechos San Pablo no tenga ningúncontacto con los cristianos de Roma y que no cuentenada de su comparecencia ante el César, punto culmi-

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nante hacia el cual se ha ido construyendo en un estu-diado crescendo la historia lucana. Este capítulo finalsólo trata de su testimonio a los judíos de Roma”.

El cristianismo había enraizado en Roma bastanteantes de la llegada de San Pablo; incluso había crecidocon fuerza, como testimonia en dicha carta a los Roma-nos. Alude en ella a su intención de visitarles con estaspalabras: “Me he visto impedido muchas veces de irhasta vosotros. Mas ahora, no teniendo ya campo deacción en estas regiones y teniendo desde hace muchosaños grandes deseos de ir adonde vosotros…” (15,22s).O sea, el Apóstol presupone que la comunidad cris-tiana existía bastante antes de que él escribiera sucarta. Es más, reconoce que se dirige a una comunidadconocida en todo el mundo (1,8; 16,19). Con otras pa-labras, la comunidad de Roma se trata de una comu-nidad sólidamente enraizada. Ahora bien, justamentepor el hecho de haberles enviado la misiva y por suvivo deseo de visitarles desde hacía tiempo, uno espe-raría alguna noticia más extensa y no una alusión depasada en los versículos que describen su aproxima-ción a Roma. Sin embargo, San Lucas no ofrece nin-guna información al respecto; ni tan siquiera alude aello. ¿Por qué esta ignorancia total de los cristianos?¿Cuál es el origen de esta atención exclusiva a los ju-díos al final de Hechos?

Es muy probable que San Lucas haya querido su-brayar la fidelidad de San Pablo al judaísmo, dado queen varias ocasiones ha sido acusado de ir contra la Leyde Moisés y el Templo (Hch 18,13; 21,21.28; 25,8.19).Utilizando otras palabras, vuelve a afirmar la fidelidady pertenencia del Apóstol a su pueblo, al igual que hi-ciera ante Felix, a los pocos días su encarcelamiento enJerusalén. Allí, en un discurso pronunciado por SanPablo, leemos: “Te confieso que según el Camino, que

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ellos llaman secta, de esta manera rindo culto al Diosde nuestros padres, creyendo todo cuanto es conformea la ley y cuanto está escrito en los profetas; teniendoen Dios la esperanza, que también ellos mismos guar-dan, de que ha de haber resurrección tanto de justoscomo de injustos” (Hch 24,14-15). Al final de su escrito,una vez más, San Lucas afirma que San Pablo no pre-tende destruir o cambiar las tradiciones de los mayo-res, sino que, por el contrario, pertenece y ama a supueblo. No obstante, aun siendo bien consciente deque la salvación viene de los judíos (cf. Jn 4,22), al re-conocer que el cristianismo es el cumplimiento de laspromesas antiguas (Rm 9,4-5; 15,8; 2Cor 1,20; Gál 3,16),el Apóstol propone con decisión la fe cristiana a sushermanos de raza que habitan en Roma. Para el Após-tol no hay dos caminos diferentes: toda la historia dela salvación desarrollada a lo largo de los siglos en Is-rael culmina, se cumple en Cristo Jesús. En este sen-tido, es decisivo que en nuestras comunidadeseclesiales se transmita una concepción unitaria de lahistoria salvífica y se propicie la lectura del AntiguoTestamento, testimonio explícito del inicio y desarrollohistórico de la iniciativa de Dios en favor de la huma-nidad.

El relato de Hechos, concluye con unas palabras quedejan un sabor amargo en el lector. Después de haberintentando convencer a los judíos reunidos, utilizandolos textos sagrados de la ley de Moisés y los profetas,de que Jesús era el enviado de Dios que cumplía laspromesas antiguas, San Pablo cita la profecía de Is 6,9-10 dirigida contra aquellos que permanecían incrédu-los; palabras que parecen expresar un rechazo ocondena de esos increyentes. Es más, el Apóstol parececoncluir que los judíos han perdido su oportunidad:“Sabed todos vosotros que esta salvación de Dios hasido enviada a los gentiles. Ellos sí la oirán” (Hch28,28). ¿Es correcta esta interpretación? ¿Los judíos

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han sido excluidos de la salvación alcanzada por Jesu-cristo? ¿Por qué cita San Pablo estas palabras de Isa-ías?

En realidad, durante todos los años de su actividadmisionera el Apóstol ha manifestado un gran amor porsu pueblo, al que siempre ha intentado comunicar eldon precioso que él había recibido gratuitamente decamino a Damasco. Toda su vida la ha gastado y des-gastado por hacer llegar tanto a judíos como a gentilesla insoldable riqueza que es Cristo. Por tanto, la cita deIsaías no puede expresar algo contrario a este grandeseo suyo. Esta cita profética aparece también enotros libros del NT (Mc 4,12; 8,17-18; Mt 13,14-15; Lc8,10; Jn 12,39-40; Rm 11,8). Los autores sagrados se sir-ven de ella para explicar cómo es posible que aquellosa quienes ha sido enviado a Jesús lo rechacen. Pero almismo tiempo esta profecía es un aldabonazo a susconciencias, una llamada a su conversión, un intentode que acojan finalmente al Enviado. Por lo demás, notodos los judíos de Roma rechazan el anuncio de SanPablo (v.24). La cita de Isaías no puede tener la funciónde afirmar la exclusión del pueblo de Israel de la sal-vación de Cristo, sino una provocación a aquellos querechazan o se oponen al mensaje evangélico. Como re-cuerda el documento titulado El pueblo judío y sus Es-crituras Sagradas en la Biblia cristiana, hay queinterpretar estas expresiones dentro de su contexto his-tórico. Afirma dicho documento: “En el Nuevo Testa-mento, los reproches dirigidos a los judíos no son másfrecuentes ni más virulentos que las acusaciones expre-sadas contra ellos en la Ley y los Profetas. No debenpues servir más de base al antijudaísmo. Utilizarloscon este fin va contra la orientación de conjunto delNuevo Testamento. Un antijudaísmo verdadero, esdecir una actitud de desprecio, de hostilidad y de per-secución contra los judíos en tanto que judíos, no existeen ningún texto del Nuevo Testamento y es incompa-

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tible con la enseñanza del Nuevo Testamento. Lo quehay son reproches dirigidos a ciertas categorías de ju-díos por motivos religiosos y, por otro lado, textos po-lémicos en defensa del apostolado cristiano contra losjudíos que se le oponían”. Como ha repetido en variasocasiones el Papa Francisco, “un cristiano no puede serantisemita”. Por tanto, cualquier sentimiento antijudíoque exista en nuestras comunidades cristianas no nacede la fe; es más, es claramente contrario a ella.

Por otra parte, la elección divina del pueblo de Is-rael no fue jamás un fin en sí mismo. En la elección deAbrahán, el padre del pueblo judío, son benditas todaslas naciones (Gn 12,3). O sea, su llamada era el modode difundir el abrazo de Dios a todos los hombres. Estavocación universal de Israel fue reiterada por los pro-fetas (véase, por ejemplo, Is 11,10; 42,1.6; 49,1-3.6; Am9,11-12). Sin embargo, la concepción del judaísmo dela época de San Pablo estaba muy lejos de vivir cons-cientemente esta misión. El juicio y la actitud que ma-nifestaba respecto a los paganos eran muy severos, yllevaban a un rechazo de cualquier contacto con elmundo pagano. Seguramente este rechazo fue favore-cido por el odio y la violencia que el pueblo judío tuvoque sufrir de parte de las otras naciones. En cualquiercaso, en el judaísmo de aquella época se consideraba alos paganos como pecadores y rechazados de Dios.Ante esta opinión, es fácil comprender la oposiciónque la misión cristiana encontró entre las autoridadesjudías y los miembros más radicales del pueblo ele-gido; de modo particular la actividad apostólica de SanPablo entre los gentiles. Por ello, el Apóstol justifica re-petidas veces su proceder apelando a la voluntad di-vina. Leyendo sus cartas encontramos expresada conclaridad la concepción de que su misión entre los pa-ganos se debe a un mandato de Dios, es un designiodivino, que se cumple a través de la muerte y resurrec-ción de Jesucristo (Rm 3,29-31; 9,24-25; 11,25; 16,26; Ef

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3,5-9; Col 1,25-27; 1Tm 3,16). El mismo San Lucas ex-presa esta idea de modo explícito al atribuir la misiónpaulina entre los gentiles a la llamada de Dios (cf. Hch22,17-21; 26,17-18). Todos los gentiles, pues, están lla-mados también a formar parte del pueblo elegido, tam-bién ellos están llamados a participar de la elección deDios. Esta verdad la encontramos, como hemos dicho,en los textos proféticos. Pero es verdad que en ellos sedeja claro también que los gentiles participarán de laamistad de Dios gracias a la fidelidad de Israel a laalianza establecida. San Pablo, por el contrario, indicaen sus palabras finales que semejante acontecimientotendrá lugar de un modo imprevisto: los gentiles par-ticiparán de la salvación no a través de la fidelidad delpueblo judío, sino gracias a la obcecación de parte deellos (Hch 28,25-28).

Si tenemos en cuenta lo sucedido históricamente, enrealidad la misión entre los gentiles nace de la pasiónpor hacer llegar a todos la experiencia de bien recibida.Es decir, la difusión del cristianismo en todas las na-ciones se debe a la adhesión a Cristo de un número re-ducido de judíos y a la realización del mandato que lesdio Jesús después de su resurrección de ir a proclamarel Evangelio en todo el mundo (Mt 28,18-20; Mc 16,15-16; Lc 24,47). Por tanto, la participación gentil en laspromesas salvíficas judías coincide con el aconteci-miento de la misión cristiana que, según San Lucas, co-menzó desde los primeros años de la existencia de laIglesia (cf. Hch 11,19-21). La evangelización a la que in-sistentemente nos invita el Papa Francisco nace de estapasión y agradecimiento por el don recibido, de la ale-gría que se experimenta en el encuentro con Cristo. Yconsiste fundamentalmente en ofrecer dicha alegría atodos: “Remarquemos que la evangelización está esen-cialmente conectada con la proclamación del Evangelioa quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han re-chazado. Muchos de ellos buscan a Dios secretamente,

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movidos por la nostalgia de su rostro, aun en países deantigua tradición cristiana. Todos tienen el derecho derecibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber deanunciarlo sin excluir a nadie, no como quien imponeuna nueva obligación, sino como quien comparte unaalegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquetedeseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino ‘poratracción’” (EG 14).

15.3 Así lo leyeron

Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén noconoció el tiempo de su visita, gran parte de losJudíos no aceptaron el Evangelio e incluso nopocos se opusieron a su difusión. No obstante,según el Apóstol, los Judíos son todavía muyamados de Dios a causa de sus padres, porqueDios no se arrepiente de sus dones y de su voca-ción. La Iglesia, juntamente con los Profetas y elmismo Apóstol espera el día, que sólo Dios co-noce, en que todos los pueblos invocarán alSeñor con una sola voz y "le servirán como unsolo hombre" (Soph 3,9).

Como es, por consiguiente, tan grande el patri-monio espiritual común a cristianos y judíos, esteSagrado Concilio quiere fomentar y recomendarel mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, quese consigue sobre todo por medio de los estudiosbíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno.

Aunque las autoridades de los judíos con sus se-guidores reclamaron la muerte de Cristo, sin em-bargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede serimputado ni indistintamente a todos los judíosque entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y, sibien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no seha de señalar a los judíos como reprobados de

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Dios ni malditos, como si esto se dedujera de lasSagradas Escrituras. Por consiguiente, procurentodos no enseñar nada que no esté conforme conla verdad evangélica y con el espíritu de Cristo,ni en la catequesis ni en la predicación de la Pa-labra de Dios.

Además, la Iglesia, que reprueba cualquier per-secución contra los hombres, consciente del pa-trimonio común con los judíos, e impulsada nopor razones políticas, sino por la religiosa cari-dad evangélica, deplora los odios, persecucionesy manifestaciones de antisemitismo de cualquiertiempo y persona contra los judíos (CONCILIOVATICANO II, Nostra Aetate, 4).

Somos todos conscientes de que entre las muchasriquezas de este número 4 de Nostra Aetate, trespuntos son especialmente relevantes. Quisierasubrayarlos aquí, ante vosotros, en esta circuns-tancia verdaderamente única.

El primero es que la Iglesia de Cristo descubre su"relación" con el Judaísmo "escrutando su propiomisterio" (cf. Nostra Aetate, ib). La religión judíano nos es "extrínseca", sino que en cierto modo,es "intrínseca" a nuestra religión. Por tanto tene-mos con ella relaciones que no tenemos con nin-guna otra religión. Sois nuestros hermanospredilectos y en cierto modo se podría decirnuestros hermanos mayores.

El segundo punto que pone de relieve el Concilioes que a los judíos como pueblo, no se les puedeimputar culpa alguna atávica o colectiva, por loque "se hizo en la pasión de Jesús" (cf. Nostra Ae-tate, ib). Ni indistintamente a los judíos de aqueltiempo, ni a los que han venido después, ni a losde ahora. Por tanto, resulta inconsistente todapretendida justificación teológica de medidas

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discriminatorias o, peor todavía, persecutorias.El Señor juzgará a cada uno "según las propiasobras", a los judíos y a los cristianos (cf. Rom 2,6).

El tercer punto de la Declaración conciliar quequisiera subrayar es la consecuencia del se-gundo; no es lícito decir, no obstante la concien-cia que la Iglesia tiene de la propia identidad,que los judíos son "réprobos o malditos", comosi ello fuera enseñado o pudiera deducirse de lasSagradas Escrituras (cf. Nostra Aetate, ib) del An-tiguo Testamento o del Nuevo Testamento. Másaún, había dicho antes el Concilio, en estemismo texto de Nostra Aetate, pero también enla Constitución dogmática Lumen gentium (n. 6)citando la Carta de San San Pablo a los Romanos(11, 28 s.), que los judíos "permanecen muy que-ridos por Dios", que los ha llamado con una "vo-cación irrevocable" (JUAN PABLO II, Incontrocon la Comunità ebraica nella Sinagoga di Roma17/4/1986).

Sobre todo por su origen histórico, la comunidadde los cristianos está vinculada al pueblo judío.En efecto, aquél en quien ella ha cifrado su fe,Jesús de Nazaret, es hijo de ese pueblo. Lo sonigualmente los Doce que él escogió "para que es-tuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc3,14). Al principio, la predicación apostólica nose dirigía más que a los judíos y a los prosélitos,paganos asociados a la comunidad judía (cf. Hch2,11). El cristianismo ha nacido, por tanto, en elseno del judaísmo del siglo I. Se ha ido sepa-rando progresivamente de él, pero la Iglesianunca ha podido olvidar sus raíces judías, clara-mente atestiguadas en el Nuevo Testamento; re-conoce incluso a los judíos una prioridad, puesel evangelio es "fuerza divina para la salvación

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de todo aquel que cree, del judío primeramente ytambién del griego" (Rom 1,16).

Una manifestación siempre actual de aquel vín-culo originario consiste en la aceptación porparte de los cristianos de las Sagradas Escriturasdel pueblo judío como Palabra de Dios dirigidatambién a ellos. La Iglesia, en efecto, ha acogidocomo inspirados por Dios todos los escritos con-tenidos tanto en la Biblia hebrea como en la Bi-blia griega. (…) Las Sagradas Escrituras delpueblo judío constituyen una parte esencial de laBiblia cristiana y están presentes de múltiplesmaneras en la otra parte. Sin el Antiguo Testa-mento, el Nuevo sería un libro indescifrable, unaplanta privada de sus raíces y destinada a secarse(PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, El pueblojudío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia cristiana,2,84).

Se debe observar que los textos polémicos delNuevo Testamento, aun los que se expresan entérminos generales, siguen estando ligados a uncontexto histórico concreto y no quieren nuncaimplicar a los judíos de todos los tiempos y luga-res por el mero hecho de ser judíos. La tendenciaa hablar en términos generales, a acentuar loslados negativos de los adversarios, a silenciar suslados positivos y no tomar en consideración susmotivaciones y su eventual buena fe, es una ca-racterística del lenguaje polémico en toda la an-tigüedad, observable igualmente en el interiordel judaísmo y del cristianismo primitivo frentea toda clase de disidentes.

El Nuevo Testamento es esencialmente una pro-clamación del cumplimiento del designio deDios en Jesucristo y por eso mismo se encuentraen grave desacuerdo con la gran mayoría del

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pueblo judío, que no cree en este cumplimiento.El Nuevo Testamento expresa pues a la vez su fi-delidad a la revelación del Antiguo Testamentoy su desacuerdo con la Sinagoga. Ese desacuerdono puede ser calificado de "antijudaísmo", puesse trata de un desacuerdo a nivel de creencia,fuente de controversias religiosas entre dos gru-pos humanos que comparten la misma fe de baseen el Antiguo Testamento, pero se dividen luegosobre el modo de concebir el desarrollo ulteriorde dicha fe. Por profunda que sea, tal divergenciano implica en modo alguno hostilidad recíproca.El ejemplo de San Pablo en Rom 9-11 demuestraal contrario, que una actitud de respeto, de es-tima y de amor hacia el pueblo judío es la solaactitud verdaderamente cristiana en esta situa-ción que forma misteriosamente parte del desig-nio totalmente positivo de Dios. El diálogo siguesiendo posible, puesto que judíos y cristianos po-seen un rico patrimonio común que los une, y esvivamente deseable para eliminar progresiva-mente prejuicios e incomprensiones de un ladoy de otro, para favorecer un mejor conocimientodel patrimonio común y para reforzar los víncu-los mutuos (PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA,El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Bibliacristiana, 87).

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15.4 Preguntas para el diálogo en grupos

¿Existe en nuestra comunidad una verda-dera alegría evangélica que nos impulsa acompartirla con todos los hombres queencontramos?

Como dijo Pablo VI, “el hombre contempo-ráneo escucha más a gusto a los que dantestimonio que a los que enseñan, o si es-cuchan a los que enseñan, es porque dantestimonio” (EN 41). ¿Cómo entendemosnosotros la misión? ¿Cómo la llevamos acabo?

¿Cómo podemos favorecer en nuestras co-munidades la lectura y comprensión ade-cuada de los textos del AntiguoTestamento?

¿Qué iniciativas y gestos podemos reali-zar para favorecer una mayor hermandadentre católicos y judíos?

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Oración

Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo y Hermano de los hombres,te alabamos y te bendecimos.Tú eres el Principio y la Plenitud de nuestra fe.El Padre te ha enviado para que creamos en tiy, creyendo, tengamos Vida eterna.

Te suplicamos, Señor, que aumentes nuestra fe:conviértenos a Ti, que eres la Verdad eterna e inmutable,el Amor infinito e inagotable.Danos gracia, fuerza y sabiduría para confesar con los labiosy creer en el corazón que tú eresel Señor Resucitado de entre los muertos.Que tu Caridad nos urja para encender en los hombres el fuego de la fey servir a los más necesitadosen esta MISIÓN-MADRID que realizamos en tu nombrea impulsos del Espíritu.Te pedimos con sencillez y humildad de corazón:haznos tus servidores y testigos de la Verdad:que nuestras palabras y obrasanuncien tu salvación y den testimonio de tipara que el mundo crea.

Te lo pedimos por medio de Santa María de la Almudena, a quien nos diste por Madre al pie de la cruzy nos guía como Estrella de la Evangelizaciónpara sembrar en nuestros hermanos la obediencia de la fe

Amén.

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ARZOBISPADO DE MADRID