socotra, la isla de los genios

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ATALANTA JORDI ESTEVA SOCOTRA, LA ISLA DE LOS GENIOS

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"La mirada de Jordi Esteva está poblada por mundos que se van y que él nos restituye como si fueran nuestra propia nostalgia" Sami Naïr

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Page 1: Socotra, la isla de los genios

A T A L A N T A

JORDI ESTEVA

SOCOTRA,LA ISLA DE LOS GENIOS

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MEMORIA MUNDI

ATALANTA

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ATA L A N TA2011

JORDI ESTEVA

SOCOTRA, LA ISLA

DE LOS GENIOS

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación públicao transformación de esta obra sólo puede ser realizada con laautorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,

www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanearalgún fragmento de esta obra.

En cubierta, guardas e interior: Fotografías de Jordi Esteva.

Dirección y diseño: Jacobo Siruela

Todos los derechos reservados.

© Jordi Esteva, 2011© EDICIONES ATALANTA, S. L.

Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. EspañaTeléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34

atalantaweb.com

ISBN: 978-84-938466-5-7Depósito Legal: B-31.686-2011

Casa Asia otorgó a Jordi Esteva una beca «Ruy de Clavijo»para las investigaciones en la isla de Socotra.

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Í N D I C E

I. El sueño de Socotra15

II. Mis primeros socotríes19

III. El pozo de Rimbaud32

IV. La ciudad de la camella ciega39

V. Sailor’s Club56

VI. En el mar de arabia66

VII. Rumbo a Socotra72

VIII. La isla de Gilgamesh y del Príncipe Serpiente75

IX. Somnoliento Hadibu90

X. El templo de Zeus Trifilio99

XI. El pescador y su esclavo111

XII. El bosquecillo de incienso135

XIII. La llanura de Caín177

XIV. Los portugueses en Socotra184

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XV. El hijo del sultán197

XVI. El ámbar gris213

XVII. Mahmud al-Bahari233

XVIII. Hacia las montañas de Socotra242

XIX. Adho Dimellus260

XX. En casa de Alí274

XXI. Historias de yins295

XXII. El sultán y las brujas320

XXIII. La cueva de Hasán334

XXIV. En los altos de al-Haggar351

Agradecimientos360

Índice de ilustraciones361

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Socotra, la isla de los genios

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A Jordi Tresserras.

A Miko, la princesa nubia, y a mis otros gatos, Bitxo, Jimi y

Vilma. Y a Fura, porque muchas ideas se me ocurren durante

nuestras aventuras junto al río, avistando martines pescadores y

otros pájaros.

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There was a stone and it was calling me.

Ahmed Sheikh Nabhany en Los árabes del mar

Detrás de los volcanes, Hugh podía ver cómo se acumulaban

nubes de tempestad: «¡Socotra!», pensó, «mi isla misteriosa del

mar Arábigo, de donde procedían el incienso y la mirra y adonde

nadie ha llegado jamás».

Malcom Lowry, Bajo el volcán

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I

El sueño de Socotra

Algunas noches, cuando el sueño tardaba en acudir,hacía girar la bola del mundo y la detenía con un dedo.Una madrugada, la paré en un punto minúsculo entreÁfrica y Arabia.La isla de Socotra.¿Estaría habitada?, ¿qué animales albergaría?, ¿sería

desértica o selvática?Pero en los libros no encontraba nada sobre la isla ni

sobre sus pobladores. Aunque por aquel entonces, a fina-les de los años cincuenta, la Universidad de Oxford aca-baba de enviar una expedición de arqueólogos en buscadel templo perdido de Zeus Trifilio y un equipo de pa-leontólogos que medía los occipitales de los «nativos» yles tomaba muestras de sangre para establecer el oscuroorigen de los socotríes, que se seguían expresando, decían,en una lengua hija de la del Reino de Saba.El aislamiento de aquella isla del Índico, a doscientos

cincuenta kilómetros del Cuerno de África y a casi cua-trocientos de las costas de Arabia, había preservado una

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flora y fauna singulares, con especies propias de otras eras.Aquél era el lugar donde crecían los árboles del incienso1

y de la mirra,2 ofrendados con prodigalidad en los ritualespaganos e indispensables en las momificaciones de los an-tiguos egipcios. En la isla se encontraba el áloe socotrino,3

tan apreciado por los griegos para curar las heridas de gue-rra que, según la leyenda, Alejandro Magno, alentado porAristóteles, invadió la isla para procurárselo. En Socotraabundaba, además, el árbol del dragón,4 en forma de setagigante, de savia roja como la sangre, que utilizaron tantolos gladiadores del Coliseo para embadurnar sus cuerpos,como los lutieres de Cremona para dar la pincelada deci-siva a sus Stradivarius. Durante siglos, atraídos por la ri-queza de sus resinas olorosas, indios, griegos y árabes delsur acudieron a Socotra. Tras ellos, los piratas.La isla lo reunía todo para soñar despierto, pero, du-

rante los años en que me dediqué a vagar por el mundo,era un lugar prohibido. No muy grande, del tamaño deMallorca, pertenecía al Estado marxista del Yemen del Sury, según se decía, albergaba una base de submarinos de laUnión Soviética. Cuando, tras la Guerra Fría y la unifica-ción del Yemen, se levantó la prohibición de visitar la isla,hacía años que yo había concluido –a la fuerza, todo hayque decirlo– mi largo periplo de juventud, que me llevó ala India, al Sudán y al mar Rojo para recalar varios años enEl Cairo. De nuevo en mi ciudad, tras ser encarcelado yexpulsado de Egipto por una infundada acusación de cons-pirar contra su gobierno, el sueño de Socotra cayó en elolvido.

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1. Boswellia sacra.2. Commiphora myrrha.3. Aloe succotrina.4. Dracaena cinnabari

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Y allí permaneció hasta principios de este siglo, cuandorecorrí las costas de Arabia y del África Oriental siguiendoel rastro de viejos capitanes y mercaderes árabes. En lospuertos de Omán, tras disfrutar de un estofado de tibu-rón, los marinos contaban cientos de historias. La voz seles entrecortaba al evocar tempestades; sus ojos se ilumi-naban al recordar la camaradería entre navegantes y lasamistades que tenían en Zanzíbar o en Mombasa. Cuandoen una de aquellas conversaciones apareció por primeravez el nombre de Socotra, me quedé maravillado porqueen mi imaginación hacía tiempo que aquella isla había de-jado de ser real para tornarse en un lugar tan fabuladocomo la ciudad de Ubar, sepultada bajo las arenas del Cua-drante Vacío en Arabia, o el oasis de Zarzura, en las cer-canías de Siwa, del que nadie regresaba cuerdo.Socotra existía. Aquellos marinos hablaban de ella. Re-

cordaban la aparición repentina de su silueta en la galerna;una visión que les aterrorizaba. Durante meses, los vientosles impedían aproximarse a la isla, pues en caso de apuro,no era posible encontrar un solo abrigo donde fondear susbarcos. Los mismos monzones que propiciaban la nave-gación en el Índico, en las proximidades de Socotra lanza-ban los veleros a la deriva contra los acantilados que seerguían desde las profundidades del océano. Aunque nin-guno de los marinos había desembarcado en la isla, todosafirmaban con rotundidad que en Socotra sucedían hechosque, situados en otros lugares, les habrían arrancado unasonrisa condescendiente. Aseguraban que los socotríeseran maestros en el arte de lo oculto. La fama les venía delejos.Según Marco Polo, los pobladores de Socotra eran «los

magos y nigromantes más sabios que había en el mundo».Dominaban los vientos y podían cambiarlos a voluntad.

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Si un pirata había robado en la isla, lo retenían medianteconjuros. Por más que desplegara sus velas y enfilara elhorizonte, los socotríes conseguían con sus sortilegios queun viento huracanado soplara en dirección contraria. En laisla de Lamu, donde acudía gente de toda la costa delÁfrica Oriental durante las fiestas del aniversario del Pro-feta, para honrarle con sus rezos y repetir al unísono losnoventa y nueve nombres de Dios conocidos por los hom-bres, me contó un marino que en Socotra moraba el Anja,el ave Roc, el pájaro gigante de Simbad que apresaba ele-fantes y se los llevaba al nido. Quizá fuera el ave Fénix degriegos y romanos; el Simurg de los persas. Esa misma ave,aseguraban en las costas del Zufar, cogía a los niños y ali-mentaba con ellos a sus crías. Pero si uno conocía las pa-labras mágicas, podía invocar al ave y viajar sobre su lomoa la isla.Las historias de magos, aves fabulosas y piratas de la

isla de Socotra me cautivaron. Sentado en una estera, anteun café perfumado al cardamomo, en el puerto omaní deSur o a bordo de un velero árabe en la península de Mu-sandam, a la entrada del Golfo Pérsico, oía a los navegan-tes bajar la voz pronunciando, invocando casi, el nombrede la isla en tres sonoros tiempos: Sú-qú-trá. Y aquel nom-bre tantas veces repetido acabó por despertar el viejosueño.

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«La mirada de Jordi Esteva está poblada por mundos que se van yque él nos restituye como si fueran nuestra propia nostalgia.»

Sami Naïr.

Después del éxito alcanzado por Los árabes del mar, Jordi Estevanos lleva ahora a la isla de Socotra, perdida en el Índico, a casi cuatro-cientos kilómetros de las costas de Arabia. A este lugar mítico, que hapreservado su flora y fauna primordiales, acudieron indios, griegos yárabes del sur durante siglos, atraídos por las preciadas propiedades delas resinas olorosas de los árboles del incienso, de la mirra o de la lla-mada sangre del dragón. Marco Polo escribió que sus pobladores eranmagos y nigromantes, y, según los marinos, en esta isla moraba el aveRoc, mencionada en el segundo viaje de Simbad.

El autor lleva a cabo un apasionante viaje a las montañas del interior.Lo acompañan el nieto del último sultán, derrocado por los comunistasde Adén, el ingenuo y joven Ahmed y varios camelleros. Durante su pe-riplo, alrededor de un fuego, se contarán historias de aves fabulosas,brujas y yins. A medida que asciende hacia los dedos de granito, ocul-tos por las nubes, se da cuenta de que Socotra acaso sea su últimosueño.

Jordi Esteva (Barcelona 1951) Escritor y fotógrafo, Interesado enOriente y en África, ha residido cinco años en El Cairo. Entre sus librosdestacan: Los oasis de Egipto, Mil y una Voces sobre las sociedades ára-bes enfrentadas al desafío de la modernidad, Viaje al país de las almasacerca del animismo africano y Los árabes del mar: la búsqueda de losmarinos árabes que recorrían el Índico en sus veleros siguiendo la rutade los monzones. Ha dirigido la película Retorno al país de las almassobre las ceremonias de trance y los rituales de pose-sión animistas de los akán en Costa de Marfil.

www.atalantaweb.com

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