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EL EVANGELIO DE JUAN VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Capítulos 4 al 7) INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 24 EL EVANGELIO DE JUAN VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Capítulos 4 al 7)

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EL EVANGELIO DE JUAN VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Capítulos 4 al 7)

INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 24

EL EVANGELIO DE JUAN

VERSÍCULO POR VERSÍCULO

(Capítulos 4 al 7)

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Capítulo 1

El Agua Viva

En su prólogo, Juan nos contó que nos diría que, cuando

las personas respondían a Jesús adecuadamente, nacían de nuevo.

Lo hizo alegóricamente en el capítulo 2 y, obviamente, éste era su

objetivo en el capítulo 3, donde describe ese extraordinario

encuentro que tuvo Jesús con el rabí Nicodemo.

En el capítulo 4, Juan nos relata el encuentro que tuvo

Jesús con una mujer en Samaria. Este capítulo comienza

diciéndonos que Jesús viajaba de Jerusalén a Galilea. Cuando las

Escrituras nos dan detalles geográficos, suele haber una razón. Si

usted ha estado en Tierra Santa, sabe que esto significaba que iba

a tener que recorrer Israel a lo largo. Si uno quiere ir de Jerusalén

a Galilea, debe pasar por Samaria.

Debido a los acérrimos prejuicios que había entre judíos y

samaritanos, los judíos ortodoxos, cuando viajaban a Galilea,

viajaban muchos kilómetros para dar un rodeo a Samaria. Jesús

pasó directamente por Samaria. Esto es significativo, porque

indica que Jesús estaba mostrando algo a sus discípulos acerca de

los prejuicios.

Jesús viajó al corazón de Samaria. Estaba en lo que hoy se

denomina la ciudad de Siquem, donde se encuentra el pozo de

Jacob. Aparentemente, envió a sus discípulos a una aldea cercana

para conseguir comida, pero rechazó su comida cuando volvieron.

Parece que quiso librarse de ellos porque quería tener un

encuentro privado con una mujer samaritana.

Podríamos aprender mucho sobre técnicas de entrevistas si

estudiamos el encuentro que tuvo Jesús con esta mujer. Antes que

nada, fíjese que Jesús estaba muy dedicado a esta entrevista. La

palabra “dedicado” significa, literalmente, ‘apoyar’ o ‘poner a un

costado para un propósito específico’. Jesús puso a un costado los

prejuicios de su cultura judía y dejó a un lado su propia

comodidad con motivo de esta entrevista. Leemos que era

mediodía, y que Él estaba cansado. Muy probablemente hacía

mucho calor.

También estaba consagrado a la persona que estaba

entrevistando. Demostró que estaba consagrado cuando decidió

entrevistar a esta persona a solas. Cuando nos entrevistamos con

alguien, es importante recordar que las personas comparten los

asuntos secretos de su corazón cuando nos encontramos con ellas

a solas. Hay momentos en que es muy importante estar a solas con

la persona que estamos entrevistando.

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Cuando miramos por sobre el hombro de Jesús, en esta

entrevista, también debemos observar su discernimiento.

Entrevistar significa, literalmente, ‘mirar entre’. Jesús

verdaderamente ‘mira entre’ y ‘escucha entre’ las palabras con

gran discernimiento cuando entrevista a esta mujer.

Jesús va al pozo para sacar agua. Tiene sed; la mujer tiene

sed. Como no está hablando ahora con un distinguido rabí, no usa

una expresión como “nacer de nuevo”. Estoy persuadido de que a

esta mujer samaritana le dice lo mismo que le dijo al rabí, pero no

lo expresa de la misma forma. Él describe la experiencia del

nuevo nacimiento para esta mujer samaritana en un lenguaje

figurado que ella puede entender.

Al pedirle que le dé de beber, Jesús inicia la conversación

poniéndose en deuda con ella. Dado que los hombres judíos no

hablaban con samaritanos, especialmente mujeres samaritanas, y,

mucho menos, con una mujer de su reputación, esto era una

ruptura total con la cultura y el fuerte prejuicio entre judíos y

samaritanos. Él centra la conversación en la sed de ella. Se ocupa

de la realidad de que ella tendrá que volver a este pozo vez tras

vez para saciar su sed.

De hecho, le está preguntando: “¿No te gustaría tomar un

trago que saciará tu sed por el resto de tu vida?”. A menudo me he

preguntado si la mujer no sería una alcohólica. Si usted fuera un

alcohólico, ¿no sería esta una buena metáfora del nuevo

nacimiento: “Un solo trago, y no volverás a tener sed por el resto

de tu vida”?

Cuando ella entiende lo que Él está diciendo, le dice:

“Dame este trago que saciará mi sed por el resto de mi vida”. En

ese punto, Jesús dice: “Ve y llama a tu esposo”. Ella le contesta:

“No tengo esposo”. Entonces Él le dice (permítame parafrasear su

respuesta): “¡Tienes toda la razón! Has tenido cinco esposos, y el

hombre con el que estas viviendo ahora no es tu esposo, ¿no es

cierto?”.

Ahora bien, ¿por qué trajo a colación este tema? Volvemos

a encontrarnos con el mismo tema que vimos en el encuentro entre

Jesús y Zaqueo: el arrepentimiento (Lucas 19:8,9). Sin el

arrepentimiento, ella no puede tomar este único trago, esta Agua

Viva que saciará su sed por el resto de su vida.

Al considerar la técnica de entrevista de Jesús, vemos que,

además de las otras cosas que he señalado, como entrevistador,

era directo. Para cuando llegó al punto en que estaba siendo

directo con esta mujer –cuando la confrontó con la cuestión de su

vida doméstica-, Jesús ya le había comunicado su amor y su

aceptación incondicionales hacia ella. Si usted y yo queremos

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comunicar amor y aceptación incondicionales hacia la persona

que estamos entrevistando, cuando lleguemos al punto donde

tenemos que ser directos, descubriremos que esa persona aceptará

que seamos directos.

Como entrevistador, Jesús no es solo directo. Es, también,

directivo. Observe cuán directivo es Jesús en su entrevista con

esta mujer. La dirigió hacia su problema, que era el pecado. La

dirigió hacia su solución, que era el Agua Viva. En el momento

correcto, la dirigió hacia su Salvador. Hacia el final de la

entrevista, ella dice: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el

Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le

dijo: Yo soy, el que habla contigo” (4:26).

Al decir esto, Jesús obviamente estaba dirigiendo a esta

mujer samaritana a su Mesías, y claramente estaba afirmando que

Él era el Mesías. Esta afirmación de Jesús acentúa el argumento

de Juan –que podemos seguir a lo largo de su Evangelio- de que

Jesús es el Cristo (el Mesías), el Hijo de Dios. En este contexto,

Jesús también le dice: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el

que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva”.

Cuando oramos, ya que estamos hablando con Dios, ¿qué

deberíamos pedir al Dios Todopoderoso? Jesús, claramente, está

diciendo a esta mujer que Él es el Mesías, y que si ella lo supiera

y lo creyera, le pediría vida eterna, salvación, Agua Viva, porque

ese único trago saciaría su sed por el resto de su vida.

Cuando le dijo que llamara a su esposo, dirigiéndola hacia

su pecado y su necesidad de arrepentimiento, la mujer hizo lo que

las personas suelen hacer cuando son confrontadas con su pecado

y su necesidad de arrepentimiento: hizo una pregunta teológica

difícil y polémica. Le preguntó, en esencia: “Ustedes, los judíos,

creen que Dios tiene su sede en Jerusalén, pero nosotros, los

samaritanos, creemos que Él debe ser adorado aquí, en el monte

Gerizim. Ahora bien, ¿cuál es tu posición al respecto?”. Esto es

como decir: “Siempre me he preguntado: ¿quién tiene razón: los

presbiterianos, los metodistas, los bautistas o los católicos? ¡Es

que estoy tan confundida!”. ¿Le ha pasado encontrarse con

personas que plantean preguntas difíciles cuando no quieren

enfrentarse a la dura realidad de su pecado y su necesidad de

arrepentimiento?

Note que, cuando ella planteó estos temas, Jesús siguió

siendo directivo y la dirigió más allá de las instituciones religiosas

de ese tiempo. Jesús le dijo, en esencia: “Dios es un Espíritu.

Nadie puede limitar a Dios. Ustedes, los samaritanos, no tienen a

Dios allá en el monte Gerizim; nosotros, los judíos, no lo tenemos

en Jerusalén. Dios es un Espíritu, ¡y quienes lo adoran en Espíritu

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y en verdad pueden adorarlo en Espíritu y verdad en cualquier

parte!”. Cuando le dijo estas palabras, Jesús dirigió a esta mujer

samaritana más allá de la religión institucional al Dios que es un

Espíritu.

Uno de los aspectos más hermosos de esta entrevista es

relatado en la “lengua de señas” simbólica de Juan. Como señalé

anteriormente en mi introducción a este Evangelio, siempre

debemos buscar el significado más profundo cuando leemos los

escritos del apóstol Juan. Aquí, él usa un lenguaje simbólico

cuando escribe acerca del cántaro de agua de la mujer.

Cuando ella llega a la entrevista, su cántaro de agua es un

símbolo de su sed y, por supuesto, la sed que tiene es por algo

mucho más que simplemente agua. El hecho de que haya tenido

cinco esposos y que estuviera viviendo con un hombre que no era

su esposo sugiere un tipo de sed más profunda. Al principio de la

entrevista, la mujer se maravilla de que Jesús no tenga un cántaro.

Dado que el cántaro es símbolo de sed, o necesidad, entonces

podríamos decir que Jesús está siendo descrito en esta entrevista

como un Hombre sin un cántaro; un Hombre que no tiene la sed

que representa la necesidad de salvación de esta mujer.

El pasaje más hermoso de esta entrevista es este:

“Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los

hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he

hecho. ¿No será éste el Cristo?” (28, 29).

Cuando la mujer nació de nuevo, Jesús le dio un

ministerio. Es significativo el hecho de que, cuando fue a la

ciudad, se dirigió a los hombres. ¿Qué hombres? Bueno,

obviamente eran hombres que conocía. Tal vez conocía a muchos

hombres de la ciudad. Dado que las mujeres no se relacionaban

libremente con los hombres en esa cultura samaritana, creo que

esta observación de Juan sugiere que era una prostituta. Va a los

hombres de Samaria y les dice, básicamente: “Vengan a ver a un

verdadero Hombre. Vengan a ver a un Hombre que me dijo todo

lo que he hecho jamás. Abrió los pensamientos de mi corazón.

Habló a mi corazón. Vengan a ver a este Hombre”.

El texto dice que los hombres fueron. Escucharon a Jesús

por lo que había dicho la mujer. Pero, luego, al encontrarse con

Él, dijeron: “Ya no creemos solamente por tu dicho, porque

nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste

es el Salvador del mundo, el Cristo” (42). En su relato inspirado

de esta entrevista, Juan nos dice nuevamente lo que nos dijo que

nos contaría: cuando las personas respondían a Jesús, nacían de

nuevo. Este capítulo relata el nuevo nacimiento de una mujer

samaritana y de los hombres que alcanzó en la ciudad de Samaria.

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La entrevista de Jesús registrada en este capítulo es una

descripción de las dos mayores experiencias de la vida: nacer de

nuevo y ser el instrumento a través del cual otras personas nacen

de nuevo. Jesús describió a esta mujer las dos mayores

experiencias de la vida, alegóricamente. Dijo, básicamente:

“Mujer, si tomas este único trago, el Agua Viva no solo saciará tu

sed, sino que se convertirá en una fuente de agua a la que vendrán

otras personas para tomar”.

En otras palabras: “No solo nacerás de nuevo y saciarás tu

propia sed de vida. Te convertirás en una fuente, un manantial, a

la que acudirán otras personas para saciar su sed nacer de nuevo”.

Todo esto le ocurre a esta mujer. Una vez que experimenta el

nuevo nacimiento ella misma, recorre toda Samaria y alcanza a los

hombres para Cristo.

Al resumir esta larga entrevista que, si incluimos la

respuesta posterior, ocupa 42 versículos, hágase las preguntas que

estamos usando para estudiar el Evangelio de Juan. ¿Quién es

Jesús? En esta entrevista, Él es el Agua Viva. La sed es una de las

necesidades básicas que tenemos como seres humanos. Jesús es el

agua viva que puede saciar nuestra sed.

Y, en esta entrevista, ¿qué es la fe? Debemos contestar la

pregunta con lo que Jesús dice a esta mujer: “Si conocieras con

Quién estás hablando, si conocieras el Don de Dios, ¡oh, lo que le

pedirías!”. La fe es darse cuenta de que, cuando le pedimos algo a

Dios, nos estamos dirigiendo al Rey del universo, Aquel que tiene

recursos infinitos y poder ilimitado. Esta entrevista nos da otra

respuesta a la pregunta: “¿Qué es la fe?”. Cada vez que tomamos

un vaso de agua, creemos que el vaso de agua que sostenemos en

la mano saciará nuestra sed. Demostramos nuestra fe en esa

realidad cuando tomamos, efectivamente, ese vaso de agua. De

manera similar, muchos creen que Jesús puede saciar su sed, pero

nunca toma, por fe, el Agua Viva.

Cuando Jesús dice a la mujer que llame a su esposo si

realmente quiere el Agua Viva, tenemos otra respuesta más a la

pregunta de Juan acerca de lo que es la fe. Es necesario encarar el

tema del arrepentimiento con relación a la fe. En todas las

entrevistas de Jesús, tanto las registradas por Juan como en los

otros Evangelios, no existe la fe salvadora sin el arrepentimiento.

Como vimos en las entrevistas que tuvo con Zaqueo y el joven

rico, Jesús les dijo que debían arrepentirse, y solo después de esto

anunció que había habido salvación (Lucas 18:18-23; 19:8,9).

Luego, cuando leemos el relato que Juan hace de esta

entrevista, debemos preguntarnos: “¿Qué es la vida?”. La vida es

experimentar estas dos cosas: nacer de nuevo nosotros y luego

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convertirnos en instrumentos a través de los cuales otras personas

nacen de nuevo. La vida también podría consistir en deshacernos

de nuestros “cántaros de agua” –nuestras viejas formas de saciar

nuestra sed- cuando se sacian las cosas de nuestra vida que nos

dan sed y nos convertimos en recipientes de los cuales otros

pueden beber y nacer de nuevo.

¿Ha sido saciada su sed? ¿Ha creído que Jesús puede

saciar su sed, pero nunca ha tomado, por fe, ese trago del Agua

Viva? Si usted no ha experimentado esta gran alegría, arrepiéntase

de su pecado, deje sus viejos “cántaros de agua” y acepte a Jesús

como su Agua Viva. Mi oración es que si usted ha nacido de

nuevo y Él es su Fuente de Agua Viva, usted experimente esta

segunda alegría al compartir las Buenas Nuevas con otros, aun

con los que son despreciados por su cultura y su sociedad.

Capítulo 2

En su cosecha

Ahora quisiera considerar los versículos que relatan cómo

Jesús y los apóstoles responden a esta entrevista con la mujer de

Samaria. A partir del versículo 27, leemos: “En esto vinieron sus

discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin

embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella?

Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los

hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he

hecho. ¿No será éste el Cristo? Entonces salieron de la ciudad, y

vinieron a él.

“Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí,

come. El les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros

no sabéis. Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá

traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi comida es que haga la

voluntad del que me envió, y que acabe su obra. ¿No decís

vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He

aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya

están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge

fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente

con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el

que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo

que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis

entrado en sus labores.

“Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron

en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me

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dijo todo lo que he hecho. Entonces vinieron los samaritanos a él

y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y

creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya

no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos

hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador

del mundo, el Cristo” (27-42).

Cuando volvieron, los discípulos se asombraron porque

Jesús estaba hablando con una mujer, especialmente esta mujer

samaritana, pero ninguno se atrevió a preguntarle: “¿Qué haces?”

o “¿Por qué hablas con esta mujer?”. Tenemos aquí un ejemplo

del hecho de que, cuando Jesús entrevistaba a personas como

Nicodemo y esta mujer, tenía el discernimiento perfecto.

Compare el discernimiento de Jesús y el discernimiento de

los apóstoles. ¿Qué vieron los apóstoles? Vieron a una mujer

samaritana, una mujer ignorante, y vieron una mujer de reputación

dudosa, una mujer pecadora. Pero, ¿qué vio Jesús? Él vio a una

mujer sedienta; una mujer que estaba lista para recibir la

experiencia del nuevo nacimiento. Jesús vio a una mujer que

alcanzaría a toda Samaria luego que Él hubiera pasado por la

región.

Cuando los apóstoles instaron a Jesús a que comiera, Él hizo

dos grandes afirmaciones; primero: “Yo tengo una comida que

comer, que vosotros no sabéis”. Los apóstoles tomaron estas

palabras literalmente, y pensaron que alguien le había traído

comida. Jesús hizo, luego, una segunda gran afirmación: “Mi

comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su

obra”.

En el Evangelio de Juan, Jesús es un Hombre con una

misión, y un hombre que sabe cuál es su misión. Fíjese con qué

frecuencia hace referencia a las obras que el Padre quiere que haga.

Dice: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre

tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar”

(9:4). Aquí, dice: “Mi comida es que haga la voluntad del que me

envió, y que acabe su obra” (4:34).

Cuando Jesús concluye sus tres años de ministerio público,

ora al Padre: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra

que me diste que hiciese” (17:4). Al lograr la salvación en la cruz,

sus últimas palabras son un grito triunfal: “¡Consumado es!”

(19:30).

Estas declaraciones de misión del Señor deberían

desafiarnos a finalizar, cada día, las tareas que Dios nos asigne. La

declaración más profunda que hizo Jesús acerca de la dinámica del

ministerio de evangelización que nos encomendó como sus

discípulos se encuentra en los versículos que siguen a esta dinámica

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entrevista con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob, cuando

pasó por Samaria.

Siembra y cosecha

Nuestro estudio del Evangelio de Juan nos trae ahora al

punto en que Jesús ha finalizado su entrevista con la mujer de

Samaria, que nació de nuevo como resultado de esa entrevista. Lo

que tenemos ante nosotros es una gran declaración acerca del

ministerio hacia el que quiere dirigirnos el Señor a todos nosotros

(4:35-42). Jesús dirigió a la mujer samaritana hacia ese ministerio y

luego entrenó a los apóstoles compartiendo con ellos una visión del

milagro que llevó a la mujer samaritana al Agua Viva.

Como la mayoría de las personas de ese entorno cultural,

estos hombres que viajaban con Jesús muy probablemente eran

campesinos y tal vez tenían huertas para dar de comer a sus

familias. En este sentido, eran todos agricultores. Esto significa

que estos hombres entendían claramente y fácilmente cuando

Jesús usaba metáforas, como la del campesino que siembra

semillas en diferentes tipos de suelos, como en su Parábola del

Sembrador. Entendieron fácilmente cuando Jesús habló de las

malezas en su jardín en su Parábola del Trigo y la Cizaña.

Aparentemente, habían estado hablando de que se

acercaba el tiempo de la cosecha, en cuatro meses, y cuán

importante era que estuvieran en sus casas para ese momento. Yo

estoy seguro que Jesús hace referencia a su conversación en este

sentido cuando les dice, básicamente: “¿No dicen ustedes: ‘Aún

faltan cuatro meses para que llegue la cosecha?’ Miren, yo les

digo: ‘Alcen sus ojos y miren los campos, porque ya están blancos

(maduros por demás) para la siega, simplemente esperando que

venga un siervo del Señor para cosecharlos’”.

Este es el contexto de una de las grandes exhortaciones de

Jesús: “Alzad vuestros ojos y (luego) mirad los campos”. ¿Qué lo

motivó a decir esto? Acababa de tener una entrevista con la mujer

samaritana. Cuando Jesús y los apóstoles se encontraron con esa

mujer junto al pozo de Samaria, todo lo que vieron los apóstoles

fue una mujer samaritana pecadora. Jesús dice, en esencia: “Alcen

sus ojos antes de mirar a una mujer así. Dios les dará

discernimiento si miran hacia arriba antes de mirar a las personas.

Esto se cumple especialmente cuando uno mira a las personas

desde arriba. Vean a las personas como Dios las ve”. Esta es la

esencia de lo que dice Jesús en estos magníficos versículos de las

Escrituras.

Jeremías nos da una razón por la que simplemente debemos

hacer esto, cuando dice: “Engañoso es el corazón más que todas las

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cosas, y perverso”. Luego pregunta: “¿Quién lo conocerá?”. Y

contesta su propia pregunta diciéndonos enfáticamente que sólo

Dios conoce el corazón humano (Jeremías 17:9.10).

Soy pastor desde 1956. No pasó mucho tiempo antes que me

diera cuenta de que Jeremías tenía razón: yo no conocía mi propio

corazón, y no conocía el corazón de mi gente. En mi ignorancia,

había dicho muchas veces: “Para amar a una persona, solo hace falta

entenderla”. No pasó mucho tiempo antes que conociera algunas

personas que pensaba que yo entendía muy bien, pero que me

resultaba difícil amar. Estoy muy agradecido porque en mis

primeros años de pastor Jesús me enseñó a mirar hacia arriba antes

de mirar a la gente. Hice el gran descubrimiento de que, si miramos

hacia arriba antes de mirar a nuestro alrededor, veremos personas

como la mujer samaritana de la forma que la vio Jesús, en vez de la

forma que la vieron los apóstoles.

Algunos tal vez pregunten: “¿Mira Jesús con amor a los

pecadores que cometen crímenes horribles y que hacen enormes

daños?”. La respuesta a esa pregunta viene envuelta en una hermosa

palabra de la Biblia: misericordia. Esta palabra se encuentra 366

veces en la Biblia, una para cada día, además de un día más para los

años bisiestos.

¿Qué es la misericordia? Es el amor incondicional de Dios.

La misericordia es el atributo de Dios que no nos da lo que

merecemos. La gracia de Dios es el atributo de Dios que da y

provee, y aun prodiga sobre nosotros, toda clase de bendiciones que

no merecemos. La gracia de Dios es la obra de Dios dentro de

nosotros, sin intervención nuestra. La gracia de Dios es el amor de

Dios que recibimos. La palabra “misericordia” es la palabra bíblica

que describe la forma en que Dios no nos da lo que merecemos. La

misericordia nos demuestra cómo ama Dios. La misericordia es

simplemente la palabra bíblica que nos dice que el amor de Dios es

incondicional.

Jesús nos recuerda que: “Vuestro Padre que está en los

cielos ... hace salir su sol sobre malos y buenos, y ... hace llover

sobre justos e injustos” (Mateo 5:45). Simplemente, nos está

recordando el hecho que Dios ama incondicionalmente. David

escribe que, de hecho, el bien y la misericordia (amor

incondicional) de Dios lo seguirían todos los días de su vida

(Salmos 23:6).

Una vez escuché a una persona que había sido juez por

cincuenta años decir que la mayoría de las personas que

comparecían ante su tribunal no estaban interesadas en la justicia,

porque eran culpables y lo sabían. Por lo tanto, estaban

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interesados en la misericordia. La última vez que escuché la

predicación de un gran pastor que fue un modelo para mi

ministerio, él tenía ochenta y un años. Lo primero que dijo fue:

“Soy muy viejo ahora y, al prepararme para estar con mi Señor,

me interesa un solo concepto: ¡la misericordia de Dios!”.

No habría salvación para ninguno de nosotros si no fuera por

la misericordia de Dios. Por lo tanto, debemos agradecerle por su

misericordia y por la bendita realidad de que Dios mira a los

pecadores con amor incondicional. Así que, si usted y yo alzamos la

vista antes de mirar a las personas, nunca miraremos desde arriba a

una persona que no podemos amar, si estamos unidos a Cristo y

tenemos el amor de Dios.

Esta gran exhortación que oímos de Jesús es su respuesta a

la experiencia del nuevo nacimiento de la mujer samaritana.

Palabras más, palabras menos, está diciendo a sus apóstoles:

“Ustedes siempre están hablando de la cosecha. ¿No se dan cuenta

de que la cosecha es cada día? Alcen sus ojos, y luego miren a las

personas, y verán que son como frutos maduros, más que listos para

ser cosechados”.

Así como esta mujer estaba sedienta y más que lista para el

Agua Viva, hay muchas personas hoy que están listas y esperando

que algún siervo de Cristo las coseche. Si simplemente alzáramos

nuestra vista antes de mirar a las personas, descubriríamos que estas

palabras de Jesús son tan dinámicamente ciertas hoy como lo fueron

junto a ese pozo de Samaria, dos mil años atrás.

Me pregunto si alguna persona ha creído alguna vez por su

palabra de testimonio acerca de lo que Cristo significa para usted.

¿Ha encontrado usted el Agua Viva? ¿Ha saciado Él su sed? Si lo ha

hecho, recuerde que el plan de Cristo es que, al tomar del Agua

Viva, esta se convierta en usted en agua a la que otras personas

puedan acudir y beber de ella. ¿Hay alguien que cree en usted

porque ya no necesita sus “cántaros”?

Note también lo siguiente: luego de que los hombres de

Samaria fueron a Cristo por las palabras de la mujer, dijeron: “Ya

no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos

hemos oído, y sabemos [esta es una palabra que significa conocer

por experiencia y relación] que verdaderamente éste es el

Salvador del mundo, el Cristo”.

Cuando tenemos el privilegio de cosechar, es sumamente

importante que guiemos a las personas hacia Cristo y no hacia

nosotros. Nuestro objetivo debe ser que ellas puedan decir que ya no

es cuestión de nuestra palabra de testimonio. Debemos orar

diligentemente para que las escuchemos decir la esencia de lo que

estos hombres de Samaria dijeron a esta mujer: “Lo hemos oído

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nosotros mismos, y sabemos (por relación) que éste es el Cristo, el

Mesías, el Salvador del mundo y nuestro Salvador personal”.

Lo que estos hombres de Samaria dijeron también sigue el

argumento sistemático del apóstol Juan en este Evangelio. Recuerde

que el propósito de Juan al escribir este Evangelio es convencernos

de que Jesús es el Cristo, el Mesías y el Hijo de Dios. Juan quiere

que creamos su argumento sistemático, porque creer en su

argumento abre la puerta para el Agua Viva, vida eterna para

nosotros (20:30, 31).

Jesús enseña, también: “El que cosecha recibe paga, y

recoge fruto para vida eterna, para que tanto el que siembra como el

que cosecha puedan regocijarse juntos”. Según Jesús, cuando

tenemos la experiencia de ser el vehículo a través de quien otra

persona descubre las dos mayores experiencias de la vida, recibimos

paga. Esta paga no es dinero, ¡pero es paga! Esta es la paga más

gratificante que pueda recibir jamás un ser humano: saber que

nuestra vida sirvió para algo, saber que significó algo para toda la

eternidad para la persona con quien nos cruzamos –que, antes de

mirarla, miramos hacia arriba-, que fuimos para ella el agente

humano de las dos mayores experiencias de la vida. Esta es la paga

más gratificante y satisfactoria que podamos ganar jamás en este

mundo.

¿Qué siente usted con relación a la persona que lo llevó a

Cristo? ¿Qué sienten las personas que usted ha llevado a Cristo con

relación a usted? Piénselo por un minuto y vea si no encuentra

significado en las siguientes palabras: “El que cosecha recibe paga y

recoge fruto para la vida eterna”. ¿Cómo puede usted influir en la

calidad de su eternidad por medio de la forma en que usa su tiempo

en esta vida? Una forma es: “El que gana almas es sabio”

(Proverbios 11:30).

En Lucas, capítulo 16, el Señor dijo que es posible que

hagamos amigos, que nos estarán esperando, en habitaciones

eternas, en el estado eterno. Según Jesús, estos amigos nos darán la

bienvenida al estado eterno y dirán: “No estaríamos aquí, en estas

habitaciones eternas, si tú no hubieras sido el agente humano de

nuestra salvación”. Esto es, ciertamente, dar propósito, significado,

definición y dirección a la vida humana, ¿no es cierto? ¿Qué cosa

podría hacer usted que diera más propósito y significado a su vida y

a las vidas de otros que compartir las Buenas Nuevas de que ellos

pueden recibir la misericordia y la gracia de Dios?

Cuando el apóstol Pablo agradeció a los filipenses por

apoyar su ministerio, que estaba llevando a cientos de gentiles a

Cristo, dijo a su iglesia favorita que no deseaba sus regalos, sino que

deseaba que el fruto abundara en su cuenta en el estado eterno. Eso

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fue lo que enseñó Jesús, en el capítulo 16 de Lucas, cuando presentó

su profunda parábola del mayordomo infiel. No podemos llevarnos

nuestro dinero con nosotros, pero podemos “comprar acciones en el

cielo”, según Jesús y Pablo.

Jesús luego nos dice que cuando se reciba esta paga y el

fruto sea recogido por la eternidad, tanto el que siembra como el que

cosecha se regocijarán juntos, porque en este ministerio de llevar

gente al Agua Viva, es cierto que uno siembra y otro cosecha.

Al reflexionar sobre esta metáfora, hágase la siguiente

pregunta: ¿Quién lo llevó a Cristo? ¿Quién lo llevó a la fe? Tal vez

piense en una persona. Pero, en realidad, ¿fue una persona, un

programa de radio que usted escuchó, un tratado evangelístico que

leyó, o fue toda una sucesión de personas que plantaron semillas,

que sembraron la verdad del Evangelio en su vida, mucho antes de

que llegara a su vida el siervo del Señor que cosechó su salvación?

¿Podría ser que Dios haya usado a un padre, una madre, un

abuelo, una abuela, un amigo, un vecino, un maestro de Escuela

Dominical o un pastor piadoso para sembrar la Palabra de Dios en

su vida? Si lo piensa, tal vez se dé cuenta de que toda clase de

personas plantaron semillas en su vida hasta que un día alguien vino

e hizo que su fe llegara a dar fruto. Esa persona cosechó su

salvación. La persona que vemos como el ganador de almas, el que

hace discípulos, es el cosechador en esta enseñanza de Jesús.

Cada vez que alguien “lleva a una persona al Señor”, según

nuestra expresión, o tiene esta experiencia de cosechar, esa persona

debería darse cuenta de esto: que uno siembra y otro cosecha. Jesús

entrenaba a sus discípulos para que fueran cosechadores, pero les

dijo: “Yo los he enviado a ustedes a cosechar lo que no les costó

ningún trabajo. Otros se han fatigado trabajando, y ustedes han

cosechado el fruto de ese trabajo” (38, NVI).

Cuando usted tiene el gozo de cosechar, cuando tiene el

gozo de llevar a alguien a la fe, ¡qué cosa maravillosa es ser el

agente humano del nuevo nacimiento! Tal vez usted sea un pastor,

un evangelista, un maestro o un creyente que presenta el Evangelio a

las personas individualmente. Su mayor experiencia en la vida es su

propia experiencia del nuevo nacimiento. Cuando usted presenta el

Evangelio a alguien, sea de uno por vez o a un grupo, y las personas

nacen de nuevo, esto es, para usted, la segunda mayor experiencia

de la vida.

Pero, recuerde esto: cada vez que usted cosecha, es probable

que otra persona haya sembrado. El apóstol Pablo escribe que en la

eternidad conoceremos a Dios tan completamente como Él nos

conoce a nosotros (1 Corintios 13:12). Cuando conozcamos como

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14

Dios nos conoce a nosotros, sabremos que muchas personas

sembraron para que nosotros pudiéramos cosechar. Cuando

cosechamos, otros han trabajado y nosotros cosechamos el fruto de

ese trabajo que es una larga procesión de siembra fiel de testigos

fieles que sembraron para que nosotros pudiéramos experimentar el

gozo de cosechar.

En resumen, en esta entrevista y la respuesta a la entrevista,

¿ve usted las respuestas a las preguntas clave que revelan para

nosotros la verdad de este evangelio? De nuevo, esas preguntas son:

“¿Quién es Jesús?”, “¿Qué es la fe?” y “¿Qué es la vida?”.

¿Quién es Jesús? Es el Agua Viva. Jesús es el Cristo, que

habla a su corazón. Es el Mesías.

¿Qué es la fe? La fe es arrepentimiento (“Ve, llama a tu

marido”). Como estos hombres de Samaria y los apóstoles que se

encontraron con Jesús por primera vez, la fe significa encontrarse

con Jesús. La fe es preguntarse: “Si sabes a Quién le estás orando,

¿qué deberías pedirle?”. La fe es dejar su cántaro de agua, el

símbolo de su sed, y reemplazar los síntomas de su sed por el Agua

Viva de Cristo.

¿Qué es la vida? La vida es saciar su sed. La vida es el Agua

Viva. La vida es aquellas dos grandes experiencias: su propia

experiencia personal del nuevo nacimiento y, luego, ser el agente

humano a través del cual otros nacen de nuevo.

Creer para ver

El cuarto capítulo del Evangelio de Juan concluye con la

historia de otra señal, una evidencia milagrosa, que sigue la línea

de razonamiento del apóstol Juan. Jesús continuó su viaje de

Judea a Galilea luego de su fructífero ministerio en Samaria a

través de la mujer con la que se encontró junto al pozo de Jacob.

Vuelve a Caná de Galilea, donde convirtió el agua en vino. Dado

que Nazaret no está muy lejos de Caná, esto significa que vuelve a

su casa. Había dejado Galilea porque “no hay profeta sin honra

sino en su propia tierra” (Marcos 6:4). El milagro de Caná se

indica como su primera señal, y al volver ahora realizará la

segunda señal o milagro registrado por el apóstol Juan.

Hay un hombre en Capernaum que es un noble –

literalmente, un hombre del rey- y tiene un hijo con una fiebre

terrible que lo ha llevado casi a la muerte. Este padre perturbado

deja el lecho de su hijo moribundo y viaja 30 kilómetros a Caná,

porque oye que Jesús está allí. Este padre es un hermoso ejemplo

de otra respuesta a la pregunta: “¿Qué es la fe?”.

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15

Él sabía adónde ir cuando tenía un problema. Fue a Jesús

cuando tuvo un problema que no podía resolver. Tomó muy en

serio el hecho de acudir a Jesús con su problema. Dejó el lecho de

un hijo moribundo para ir a Jesús con su problema. ¿Qué cosa

haría que usted dejara a un hijo moribundo? Él encaró el problema

con toda seriedad. Dejó el lecho de muerte de su hijo moribundo

porque creía que Jesús representaba la única esperanza para su

hijo.

Estaba convencido de que tenía que persuadir a Jesús para

que fuera Capernaum personalmente para ministrar sanidad a su

hijito. Sin embargo, en realidad se convierte en un ejemplo de fe

cuando tiene su entrevista con Jesús.

Jesús prueba la fe de este padre cuando dice: “Ve, tu hijo

vive”. El padre no protesta ni insiste en que Jesús lo acompañe a

su casa. Simplemente hace lo que Jesús le ordena. Una visión

secular de la fe es “ver para creer”. El espíritu de este enfoque es

que “voy a creer cuando lo vea”. La Biblia enseña

invariablemente que el creer es (nos lleva a) ver. David anuncia:

“Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de

Jehová en la tierra de los vivientes” (Salmos 27:13).

Este padre sabía dónde ir cuando tenía un problema. Fue a

Jesús con su problema. Acudió a Jesús con toda seriedad. Creyó lo

que veía cuando acudió a Jesús con su problema. Cuando iba

camino a su casa –obedeciendo lo que Jesús le había ordenado-

vio lo que creía cuando acudió a Jesús. Sus siervos se encontraron

con él y le dijeron: “¡Tu hijo vive!”. Estas eran exactamente las

mismas palabras de Jesús le había dicho a este padre. Entonces,

creyó él con toda su casa.

¿Sabe usted dónde ir cuando tiene un problema? ¿Acude a

Jesús cuando tiene un problema que no puede resolver? ¿Toma en

serio el hecho de acudir a Jesús con su problema? ¿Cree lo que ve

cuando acude a Jesús con su problema? Si es así, como este padre,

usted verá lo que cree cuando acuda a Jesús con los problemas

que no puede resolver. No se trata de ver para creer. El creer es

(nos lleva a) ver. Como David y como este padre, crea para ver la

bondad del Señor en su experiencia de vida.

Capítulo 3

El hombre del estanque

Nuestro estudio del Evangelio de Juan nos lleva al capítulo

5, y vemos nuevamente lo que vimos en los primeros cuatro

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capítulos. Casi parece redundante, pero el tema de cada capítulo

de este evangelio se presenta en forma constante y hermosa.

Recuerde nuevamente que en el prólogo nos dijo que, cuando las

personas respondían correctamente a Jesucristo, nacían de nuevo.

Juan nos va a volver a decir esto cuando comenzamos a leer el

capítulo 5.

Este capítulo comienza diciéndonos que, cuando Jesús fue

a Jerusalén, tuvo que pasar por un lugar desgarrador llamado el

“estanque de Betesda”. Leemos que alrededor de los pórticos de

este estanque yacía una gran cantidad de personas débiles, que

sufrían todo tipo de enfermedades. Estas personas desesperadas y

desvalidas creían en algo que podría haber sido una superstición:

estaban tendidas alrededor del estanque porque creían que, si el

agua se movía, era porque un ángel la había tocado, y, cuando

ocurría esto, el primero en entrar al estanque sería sanado. Este

repentino movimiento del agua era causado por las fuentes que

proveían de agua a este estanque.

Los religiosos también pasaban junto a ese estanque cada

vez que iban a adorar. Jesús no podía pasar al lado del estanque de

Betesda sin detenerse. Simplemente, debía detenerse. Jesús

atravesó esta gran multitud de personas débiles hasta que encontró

un hombre que, tal vez, era el más débil. Había sido un inválido

durante 38 años. Sin embargo, cada vez que el agua se movía, no

tenía a nadie que lo ayudara a entrar al agua. Siempre había

alguien que entraba al estanque antes que él. Lo que le pasaba era

que no podía ser el primero en entrar al estanque. Le dijo a Jesús:

“No tengo a nadie que me ayude”.

Es triste pensar que no tenía a ningún amigo o familiar que

lo quisiera lo suficiente como para ayudarlo. Jesús encuentra a

este hombre y le hace una pregunta que nos suena extraña:

“¿Quieres ser sano?”. Ahora bien, el hombre le podría haber

contestado: “¿Qué te parece? Hace 38 años que estoy aquí. ¡Por

supuesto que quiero ser sano!”. Pero no lo dijo.

Los profesionales de la salud encuentran que esta pregunta

es muy pertinente, porque hay personas que no quieren sanarse.

No sabrían qué hacer si se sanaran. Toda su vida parece girar

alrededor del hecho de que están enfermas. Son hipocondríacas

con complejo de mártir y, claramente, quieren estar enfermas.

Parecen encontrar su identidad como “personas enfermas”.

¿Por qué les gusta a las personas hablar acerca de sus

operaciones? ¿Por qué nos gusta dar un “concierto de órganos”

(órgano por órgano)? Se llama “complejo de mártir”. Así que la

pregunta de Jesús –“¿Quieres ser sano?”- era muy apropiada.

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17

Cuando Jesús sana al hombre, éste está acostado sobre su

lecho. Es el día de reposo. No se les permitía a los judíos llevar

cargas el día de reposo. Pero Jesús le dice, básicamente: “Levanta

tu lecho, colócalo sobre tu espalda y avanza por la calle, justo

delante del templo”.

Esto inicia el diálogo que tiene Jesús con la jerarquía

religiosa y que continúa hasta el capítulo 9. Este diálogo es

importante porque el Espíritu Santo dedica cinco capítulos de las

inspiradas Escrituras a registrar su contenido, para nuestro bien.

Note que Jesús inició este diálogo cuando le dijo a este hombre

que levantara su lecho y lo llevara por la calle, violando la ley del

día de reposo. No estaba violando las leyes escritas por Moisés,

sino los cientos de leyes que los fariseos y escribas habían

agregado a las leyes del día de reposo de Moisés.

El hecho de que el hombre había estado acostado sobre un

lecho, enfermo, durante 38 años y ahora está lo suficientemente

sano como para caminar por la calle delante del templo no parece

ser importante para estos líderes religiosos. Yo, que estoy en una

cama o en una silla de ruedas desde comienzos de la década de los

ochenta, hubiera esperado que dijeran: “¡Miren eso! ¡Ese es el

hombre del estanque de Betesda! Ha estado ahí tanto tiempo que

casi forma parte del decorado. ¡Mírenlo! ¡Camina! ¡Qué

maravilloso!”.

Pero no fue eso lo que dijeron. Su respuesta fue: “¡Estás

rompiendo una regla! ¡Estás cargando tu lecho en el día de

reposo!”. Querían saber quién le había dicho que llevara su lecho.

Él les contestó que la persona que lo había sanado se lo había

dicho. Entonces, ellos se trabaron con Jesús en este diálogo hostil,

algo que Jesús obviamente quería.

Quisiera darle una tarea que nos lleva al corazón del

Evangelio: al leer el relato de Juan de este diálogo, tome una

lapicera y un anotador y escriba todo lo que dice Jesús acerca de sí

mismo. Cada vez que Él dice algo de sí, de quién es o de lo que

está haciendo aquí, en este diálogo, póngalo por escrito.

Según C. S. Lewis, el gran profesor de la literatura del

Renacimiento, cuando uno llega al final del capítulo 8 y reflexiona

sobre lo que ha escrito, tendrá tres opciones: puede decir que

Jesús era un mentiroso, puede ser benévolo y llamarlo un lunático,

o puede llamarlo Señor, postrarse y adorarlo. Estas son las únicas

tres opciones que Él le dará para cuando haga una lista de las

cosas que Jesús dice de sí en este diálogo.

Obviamente, Jesús incita a la jerarquía religiosa a entrar en

este diálogo. Está preparado para hacer estas afirmaciones y las

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precede con un milagro que las certifica. El milagro mismo es una

historia hermosa que nos lleva a un nivel de verdad más profundo

del Evangelio de Juan.

En Apocalipsis, Juan nos dice en el primer capítulo que las

iglesias son como siete candelabros de oro y, en el medio de estos

candelabros, ve a uno que es como el Hijo del Hombre. Ve a

Cristo en medio de los candelabros. En esa hermosa lengua de

señas judía, Juan nos dice que Jesús puede ser encontrado hoy en

el medio de todas sus iglesias. Mateo relata que, cuando nació

Cristo, los magos vinieron con la pregunta: “¿Dónde está [Él]?”.

Jesús contesta esa pregunta en Apocalipsis. Por lo menos una

respuesta a esa pregunta de los magos es que Jesucristo está en

medio de sus iglesias.

Juan nos da otra hermosa alegoría cuando describe la gran

multitud de personas débiles alrededor del estanque de Betesda.

Alguien dijo que esta gran multitud de personas débiles es una

buena imagen de la iglesia. Pensamos que las grandes cantidades

nos dan fuerza. En algunas partes del mundo, nos entusiasmamos

porque hay muchas personas que asisten a iglesias evangélicas

hoy.

Sin embargo, cuando uno tiene una multitud de personas

débiles, eso no es una iglesia; ¡es una buena descripción de un

hospital! Un hospital podría denominarse ‘una gran multitud de

personas débiles’. ¿Creemos que tenemos fortaleza porque

tenemos muchas debilidades? Si esta es la aplicación aquí,

entonces, cuando vea a Jesús entre esa gran multitud de personas

débiles, debería verlo en medio de sus iglesias.

Es allí donde se encuentra Cristo hoy, y es allí donde a Él

le gustaría encontrarlo a usted. Al ver a Cristo que encuentra a

este hombre impotente, que ha estado en el estanque de Betesda

más tiempo que ninguna otra persona, el más débil de todos, ¿me

permite una aplicación personal? ¿Es usted el más débil de una

gran multitud de personas débiles? ¿Es usted, tal vez, el más débil

de todos? ¿Ha estado usted débil más tiempo que nadie más, y

está harto de estar débil? Bueno, entonces la aplicación de esta

historia es para usted. El Jesucristo resucitado, vivo, sanador está

en medio de sus iglesias hoy y lo está buscando a usted. Cuando

Jesús lo encuentre, quiere preguntarle: “¿Estás harto de ser débil?

¿Quieres ser sano?”.

Me he preguntado a menudo por qué Jesús no sanó a todos

en el estanque de Betesda. No hay duda de que Él podría haber

sanado a todos alrededor de ese estanque. ¿Por qué no se dirigió a

toda esa multitud y dijo: “¡Sean sanos! Levanten sus lechos y

vayan por la calle frente delante del templo”? ¡Eso hubiera

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impactado realmente a la jerarquía religiosa! ¿Por qué sanó Jesús

solo a este hombre? Estoy persuadido de que la respuesta a esta

pregunta está en que el hombre había renunciado al estanque de

Betesda. Se había dado cuenta de que no había esperanza para él

en el estanque de Betesda.

Estoy convencido de que esas pobres y confundidas

personas realmente creían en una superstición cuando pensaban

que el primero que entraba en el estanque sería sanado. El

estanque de Betesda ilustra alegóricamente los lugares donde las

personas buscan ser sanadas y que nunca podrán darles el

bienestar o la integridad que están buscando. Tratan de buscar

sanidad o vida abundante o eterna en muchos lugares y de muchas

formas. Esos lugares y sus formas de sanar suelen ser “estanques

de Betesda”.

Al moverse Jesús, entonces, entre personas débiles e

indefensas hoy, está buscando personas que se han dado cuenta de

que sus “estanques de Betesda” no las sanarán. La droga no los

sanará. El alcohol no les dará vida eterna. No encontrarán sanidad

o integridad en las personas; no las encontrarán en aquello

esquivo que buscan cuando tienen amoríos o pecan, y no

encontrarán la sanidad en el dinero, el éxito, el prestigio, el estatus

o el poder.

Cuando las personas hayan probado con todos sus

“estanques de Betesda” y saben que jamás encontrarán vida eterna

en esos lugares, están listas para Jesús. A Él le gusta moverse

entre gente débil hasta que encuentra el más débil. Entonces, le

gusta preguntarle al más débil: “¿Sabes que es posible que mi

fortaleza se perfeccione en tu debilidad? Si acudes a mí y confías

en mí, ¡puedo sanarte!”. Esa verdad, que describe hermosamente

el apóstol Pablo, es lo que se nos ilustra en la sanidad del hombre

débil del estanque de Betesda.

La historia de este hombre es, también, una ilustración de

lo que significa nacer de nuevo. Véase usted en este hombre

impotente del estanque de Betesda. Tal vez sea físicamente débil.

Tal vez lo sea espiritualmente. Tal vez encuentre en su debilidad

la fortaleza de Jesucristo. Renuncie a sus “estanques de Betesda”

y acuda a Jesús. Dígale: “Sí, quiero ser sano. Quiero que me

sanes”.

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Capítulo 4

¿Mentiroso, lunático o Señor?

“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece

que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan

testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida”

(5:39,40).

Esta es la forma en que Jesús comienza su diálogo con

estos líderes religiosos. La sanidad del hombre del estanque fue lo

que podríamos llamar una sanidad estratégica, porque fue el

catalizador que creó el foro donde Jesús se presentó ante los

líderes espirituales de los judíos.

Como señalé, hubiéramos pensado que la jerarquía

religiosa estaría eufórica por el hecho de que ese hombre pudiera

caminar. Pero no lo vieron de esta forma. Cuando lo vieron

llevando su lecho, le dijeron: “Oye, ¡estás quebrantando la ley!”.

Esto nos demuestra cuán lejos estaban de lo que el apóstol Pablo

llamaba “el espíritu de la ley”. Jesús sanó a este hombre de la

forma en que lo hizo porque en este punto de su ministerio,

obviamente, quería trabarse en un diálogo con los líderes

religiosos.

Aprendimos en los evangelios sinópticos que Jesús enseña

a través de sermones, discursos y parábolas. Enseña mediante sus

entrevistas con personas y sus tres años de diálogo continuo con

los apóstoles.

Jesús también nos enseña a nosotros en su diálogo hostil

con la jerarquía religiosa. Especialmente en los capítulos 5 a 8 de

este Evangelio, Juan nos da su relato preciso de este largo diálogo

entre Jesús y la jerarquía religiosa. El entorno del diálogo cambia

a veces. Gira alrededor de los milagros que hace Jesús -el hombre

del estanque, la alimentación de la multitud, la sanidad espiritual

de la mujer sorprendida en adulterio, el hombre que nació ciego- y

esta es la forma en que comienzan los capítulos 5 a 9.

Cuando haga su lista de lo que dijo de sí Jesús en el

capítulo 5, descubrirá que, en esencia, Él decía: “Todo juicio me

ha sido encomendado. Yo soy el Hijo, y mi Padre Dios no juzgará

a nadie en el día final. Me lo ha entregado todo a mí. Yo juzgaré a

todos”. Jesús también dice que Él puede hacer todas las obras que

el Padre puede hacer.

Jesús relaciona atributos del Padre consigo mismo. Lo que

pasa es que si alguien dijera que es Dios, una pregunta que

podrían hacerle es: “Ah, ¿así que tú eres Dios? Bueno, déjame

hacerte una pregunta. ¿Puedes crear? Dios crea; ¿puedes tú

crear?”. Jesús ahora dice que Él es el Creador. Nosotros diríamos:

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“Bueno, Dios es eterno. Dios siempre fue. Él es ahora, siempre

fue, y siempre será. ¿Eres tú eterno?”.

Al final de este diálogo hostil, los religiosos se vuelven a

Jesús y dicen: “Pero si no tienes ni cincuenta años y actúas como

si conocieras a Abraham”. Jesús contesta: “Antes que Abraham

fuese, yo soy”. Luego leemos que tomaron piedras para apedrearlo

por blasfemia. No había ninguna duda en la mente de estos líderes

religiosos que escucharon estas afirmaciones de Jesús en cuanto a

lo que Él quería decir.

No dijeron: “Bueno, no podrías ser todas esas cosas que

dices, pero eres un hombre maravilloso”. No podían hacerlo.

Algunos querían apedrearlo, y leemos que, cuando terminó

diciendo estas cosas, “muchos creyeron en Él”. Jesús se dirigió a

los que creyeron en Él y les dijo, básicamente: “Ahora,

permanezcan en mi Palabra y conviértanse verdaderamente en mis

discípulos. Entonces conocerán la Verdad, y la Verdad los hará

libres. Y cuando el Hijo, que es la Verdad, los haga libres, ustedes

serán verdaderamente libres”. Algunos intentaron apedrearlo, pero

otros lo llamaron “Señor”, lo siguieron y se convirtieron

verdaderamente en discípulos suyos.

Anteriormente le pedí que haga una lista con todas las

cosas que Jesús dijo que era en estos capítulos del Evangelio de

Juan. Ahora piense en lo que ha escrito. Luego de pensar en las

cosas que dijo Jesús que era, creo que descubrirá que usted solo

tiene las tres opciones que le dije que había presentado C. S.

Lewis. Así que sea intelectualmente sincero, y llame a Jesús

“mentiroso”, “lunático” o su Salvador, Señor y Dios.

Luego de decir estas cosas en el capítulo 5, ya que habían

deducido que no había evidencias que probaran que Jesús era

quien decía ser, Él les dice, en esencia: “A ustedes, en realidad, no

les faltan pruebas ara creer en todas estas cosas”. Jesús les dijo, en

un momento de ese diálogo hostil: “El problema de ustedes no es

básicamente intelectual; es moral, y una cuestión de lo que van a

escoger deliberadamente”.

Lo que Jesús les dijo, en realidad, fue esto: “Si realmente

quisieran creer mis afirmaciones, hay pruebas suficientes. Por

ejemplo, Juan el Bautista, a quien usted respetan, dijo cosas

sumamente hermosas acerca de mí”. Todos reconocían que Juan

el Bautista era un profeta. Jesús dijo: “Juan dio testimonio de mí”.

Vimos esto en el relato de Juan del Bautista.

Luego Jesús dijo: “Ustedes tienen las obras que he hecho”.

Jesús hizo muchas obras milagrosas. Al final del capítulo 2,

leemos que realizó muchos milagros en Jerusalén, y algunas

personas creyeron gracias a estos milagros. Jesús ahora recuerda a

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estos líderes religiosos esos milagros cuando dice: “Tienen mis

milagros. Sané a este hombre aquí, en el estanque de Betesda. Mis

obras demuestran lo que digo”.

Luego Jesús dijo: “Tienen el testimonio del Padre mismo

en mi bautismo. Cuando fui bautizado, el Padre mismo habló y

dijo: ‘Este es mi hijo bienamado’. Tienen el testimonio de Dios el

Padre”.

Luego mencionó las Escrituras y nos dio dos versículos

que, según el escritor de devocionales inglés, Oswald Chambers,

son la clave que revela la verdad de toda la Biblia para nosotros.

En esencia, Jesús dice a estas personas, que eran expertos de la

Biblia: “Ustedes buscan en las Escrituras porque creen que ser

expertos en la Biblia les dará vida eterna”. Dijo: “Ellas [las

Escrituras] son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a

mí para que tengáis vida”.

Otra traducción dice así: “Ustedes buscan, investigan y

consideran cuidadosamente las Escrituras con gran diligencia

porque suponen que tienen vida eterna a través de ellas. Pero estas

mismas Escrituras dan testimonio de mí, y aun así no están

dispuestos, sino se rehúsan a acudir a mí para que tengan vida”. El

texto griego original, aquí, de hecho, sugiere algo así: “Ustedes no

acuden a mí porque no quieren”. Lo que Jesús está diciendo es lo

siguiente: “La cuestión no es intelectual; es una cuestión moral, y

el problema es que están tomando la decisión deliberada de no

acudir a mí”.

A principios de la década del sesenta, yo estaba dirigiendo

un debate de un grupo de estudiantes en una facultad de leyes de

Florida. Me encontraba en una discusión acalorada con uno de

esos estudiantes. En un punto, en vez de discutir –lo que había

estado haciendo por un tiempo bastante prolongado- sentí que

debía decir: “Bueno, el tema aquí no es intelectual; en realidad, es

una cuestión moral, de elección. La verdadera pregunta es si usted

quiere aceptar las consecuencias morales de creer en Cristo y

seguirlo”.

Por las reacciones de los demás estudiantes, pude percibir

que había llegado, de alguna forma, al verdadero problema.

Luego, varios de ellos se me acercaron y me dijeron: “El asunto es

ese. Todos sabemos que tiene una amante. El verdadero problema

era su estilo de vida. No se trataba de todos esos argumentos

teológicos y filosóficos a los que quería arrastrarlo a usted.

Cuando usted dijo que el problema no era intelectual, sino sus

elecciones morales, estaba encarando el verdadero problema”.

Aprendí esto del diálogo que tuvo Jesús con estos líderes

religiosos. Era lo que estaba haciendo Jesús cuando les dijo: “No

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les faltan pruebas a ustedes. Lo que pasa es que no quieren acudir

a mí. Por eso no acuden a mí”. Jesús les dio cinco testigos

infalibles. Dijo: “Si quieren pruebas, tienen suficientes. Ustedes

no vienen a mí para tener vida eterna porque no quieren acudir a

mí”.

Jesús también hizo a los líderes religiosos una pregunta

profunda: “¿Cómo pueden creer mientras siempre están buscando

la aprobación mutua en vez de la aprobación que viene de Dios?”.

Creo que les estaba diciendo: “Están jugando un juego mundano y

secular: el juego de buscar la aprobación mutua. Ni siquiera se les

ocurre buscar la aprobación que viene de Dios o preguntarse:

‘¿Cómo se siente Dios con relación a lo que estoy haciendo?’”. La

esencia de su pregunta era: “Si ustedes están viviendo sus vidas en

el nivel horizontal, buscando la aprobación mutua, ¿cómo pueden

decir que creen en Dios? Ni siquiera les interesa la mirada

vertical, hacia arriba, o si están agradando a Dios”.

En el capítulo 5, Juan realmente contesta la pregunta:

“¿Quién es Jesús?”. Recuerde que, al comenzar mi comentario del

Evangelio de Juan, lo desafié a contestar tres preguntas en cada

capítulo de este Evangelio. Juan ciertamente contesta la primera

de estas preguntas: “¿Quién es Jesús?”, cuando registra para

nosotros este diálogo que comienza en el capítulo 5. Sus

respuestas a esa primera pregunta son tremendas en este capítulo.

Él es: El Hijo que es uno con su Padre Dios, es amado por su

Padre, y puede hacer todas las obras que puede hacer su Padre. El

Hijo que juzgará a todos. Es el Hijo que ha sido enviado por su

Padre para levantar a los muertos y dar vida eterna a quienes Él se

la quiere dar. Es el Sanador del más débil de los hombres. Toda la

Biblia trata de Él, y debemos acudir a Él para recibir vida eterna.

En realidad, dice que Él es eterno.

La segunda pregunta que lo desafié a contestar a lo largo

de todo este Evangelio es: “¿Qué es la fe?”. Esta pregunta aparece

contestada para nosotros aquí también. La fe es, esencialmente,

moral y una cuestión de elección deliberada, según el quinto

capítulo del Evangelio de Juan.

¿Y qué pasa con la tercera pregunta: “¿Qué es la vida?”

en el capítulo 5? La respuesta a esa pregunta nos lleva

nuevamente, por supuesto, al hombre que fue sanado en el

estanque de Betesda. La vida es bienestar. Jesús nos dice que la

vida es nacer de nuevo; la vida es acudir a Cristo, intercambiar

nuestra debilidad y enfermedad por su bienestar y salud; estar

relacionados con Él y saber que contamos con su aprobación.

Estas son las respuestas de Jesús a la pregunta: “¿Qué es la vida?”

en el capítulo 5.

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Capítulo 5

La parábola de la visión misionera de Jesús

El capítulo 6 comienza con un milagro: la alimentación de

los cinco mil. Vimos ese milagro cuando hicimos un estudio de

los evangelios sinópticos. Por lo tanto, no lo veremos en

profundidad aquí. Pero, después del milagro en que Jesús da de

comer a cinco mil hombres hambrientos y sus familias –tal vez

veinte mil personas-, da un gran discurso. Este discurso forma

parte, también, de su diálogo hostil con los líderes religiosos. Se

lo llama “el discurso del Pan de Vida”.

En este discurso, Jesús dice que Él es el Pan de Vida. En el

capítulo 4, Jesús dijo dogmáticamente que era el Agua Viva al

hablar de una de las necesidades básicas, la sed. Jesús dijo: “Yo

soy el Agua Viva que puede saciar tu sed para siempre”. Por

supuesto, cuando Jesús dijo esto se refería al nuevo nacimiento y

la vida eterna que Juan desea tanto que experimentemos nosotros.

En este discurso, que se considera el más difícil de

entender de Jesús, Él habló de otra necesidad básica del hombre,

el hambre. Jesús dice, básicamente: “Yo puedo satisfacer tu

hambre por el resto de tu vida”. En el contexto de esa afirmación,

da su discurso del Pan de Vida. Cuando termina este discurso

leemos: “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron

atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce:

¿Queréis acaso iros también vosotros?” (66, 67).

Es aquí donde encontramos, en palabras de Pedro, una de

las respuestas más agudas a la pregunta: “¿Qué es la fe?”. Cuando

Jesús pregunta a los apóstoles si ellos también lo van a dejar,

Pedro dice: “¿Adónde iremos? Tú tienes palabras de vida”. Pedro

no entendió este difícil discurso, pero escogió seguir por fe.

Al final del discurso del Pan de Vida, Jesús dijo: “A

menos que coman mi sangre y mi carne, no tendrán vida eterna”.

Algunos pensaban que estaba enseñando canibalismo. Por esta

razón, muchos se alejaron. Estoy seguro de que este discurso pasó

por encima de la cabeza de Pedro como una bandada de pájaros.

Pedro no entendió lo que estaba diciendo Jesús. Pero es aquí

donde encontramos una buena respuesta a la pregunta: “¿Qué es la

fe?”. A veces, la fe es creer cuando no entendemos.

Isaías nos dijo que Dios no piensa como un hombre ni

actúa como un hombre. Por lo tanto, no debemos esperar entender

a Dios, según Isaías (Isaías 55). Sin embargo, él sigue diciéndonos

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que la Palabra de Dios alineará y adecuará nuestros pensamientos

a los de Dios. Por esta razón Isaías predicó la Palabra de Dios, y

por eso debemos hacerlo nosotros, y también leer y estudiar su

Palabra.

Sin embargo, al llegar a Dios a través de su Palabra, no

siempre debemos esperar entender todo lo que leemos acerca de

Dios, porque Él no es hombre; Él es infinitamente diferente del

hombre. Dado que Jesús fue la mayor revelación de Dios que este

mundo recibió jamás, no debemos sorprendernos al leer que hubo

ocasiones en que los pescadores analfabetos no entendieron a

Jesús.

Piense en la sabiduría de Salomón cuando dice en

Proverbios 20:24: De Jehová son los pasos del hombre; ¿Cómo,

pues, entenderá el hombre su camino?”. Si Dios no actúa como un

hombre ni piensa como un hombre, no siempre deberíamos

esperar entender lo que nos ocurre al ser guiados por Él.

Pedro demuestra una gran sabiduría cuando responde al

discurso del Pan de Vida de Jesús diciendo, básicamente: “No

entiendo lo que dices, pero te creo y te sigo igual”.

Jesús no solo nos dio una figura del nuevo nacimiento

cuando habló del Agua Viva y el Pan de Vida, sino que nos dio

respuestas hermosas a la pregunta: “¿Qué es la fe?”. Como señalé,

cada vez que bebemos un vaso de agua tenemos una imagen de lo

que es la fe. Imagine que está muriéndose de sed. Tiene en su

mano un vaso de agua que cree que puede saciar su sed y salvar su

vida. ¿Cómo demostrará la realidad de que cree realmente que esa

agua puede saciar su sed y salvar su vida? Lo demostrará al tomar

esa agua.

Jesús está diciendo: “Yo soy el Agua Viva, y ustedes

tienen una sed de vida. Yo soy el Pan de Vida, y ustedes tienen

hambre de una vida real, eterna y abundante. ¿Cómo van a

demostrar la realidad de que creen que puedo saciar su sed de vida

y su hambre de vida? ¿Cómo van a ordenar su vida según la mía

de manera de poder saciar su sed y su hambre? Bueno, así como

beben el agua para demostrar la realidad de que creen que un vaso

de agua puede saciar su sed, deben apropiarse de mí, recibirme a

mí, creer en mí y relacionarse adecuadamente conmigo. Deben

seguirme”.

Esto es lo que Jesús estaba diciendo en la parte más difícil

de su discurso del Pan de Vida, cuando habla de beber su sangre y

comer su carne. Al usar estas dos metáforas, estaba enseñando, en

realidad: “Todo lo que fue logrado por mi muerte, y todo lo que

mi muerte puede significar para ustedes, lo deben tomar; deben

realmente creer, deben apropiárselo. Deben experimentar en sus

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vidas todo lo que Dios quiere darles a través de mi muerte, que

está representada por mi sangre y simbolizada por el vino de la

Cena del Señor, que estableceré horas antes de morir en mi cruz.

Ustedes simbolizan y expresan su fe en todo lo que significa mi

muerte cuando beben el vino de la Cena del Señor”.

La otra gran realidad acerca de Jesús fue la vida que vivió.

Él vivió una vida fantástica aquí en la tierra, y mientras vivió esa

vida nos demostraba verdad y nos daba gracia para aplicar la

verdad que ejemplificaba y enseñaba. Nos estaba mostrando la

vida que Dios quiso que viviéramos y dándonos el poder para

vivirla. La vida de Cristo que aparece en los Evangelios es una

muestra de la vida eterna. La vida eterna es, esencialmente,

calidad de vida y cantidad de vida.

Cuando Jesús dice: “Deben comer mi carne”, nos da otra

ilustración de la fe. Nos dice en este discurso: “Yo soy el Pan de

Vida, y ustedes tienen hambre. ¿Cómo pueden comer pan cuando

tienen hambre y relacionarse con ese pan de forma tal que el pan

satisfaga su hambre? Ustedes comen el pan; se apropian del pan;

reciben el pan”.

“Mi pan, la vida que estoy viviendo aquí durante 33 años,

les demuestra cómo satisfacer su hambre de vida. Mi vida les

demuestra cómo mi Padre Dios quería que vivieran sus vidas.

Deben responder adecuadamente a mi vida. Deben apropiarse de

mi vida. Deben demostrar simbólicamente su fe en mi vida y todo

lo que puede significar mi vida para ustedes cuando comen el pan

de la Cena del Señor”.

“En otras palabras, deben comer mi carne (representada

por el pan) y beber mi sangre (representada por el vino o la copa);

si no, no tendrán vida eterna”. Jesús no enseña aquí que comer el

pan y tomar el vino nos dará vida eterna. Enseña que el hecho de

creer en lo que representan ese pan y ese vino nos dará vida

eterna. Cuando Pedro escribe que el bautismo puede salvarnos,

quiere decir que lo que profesamos creer cuando somos

bautizados nos salva (1 Pedro 3:21).

Sin embargo, Pedro y sus otros discípulos no entendieron

lo que acabo de explicar. Leemos que muchos de los discípulos de

Jesús se fueron y ya no lo siguieron, porque su idea de la fe era la

siguiente: “Solo creo lo que entiendo”. Recuerde que había una

diferencia entre un discípulo y un apóstol. Los discípulos eran

seguidores, pero los apóstoles eran discípulos que Jesús comisionó

para que fueran apóstoles o sus mensajeros especiales.

Muchos discípulos se alejaron de Jesús en este punto, pero

todos sus apóstoles siguieron el ejemplo de Pedro y siguieron a

Jesús, aun cuando no entendieron su discurso. Pedro tenía el don

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de una fe ejemplar cuando dijo: “No entiendo, pero, de todas

maneras, creo”.

Cuando llegamos al punto donde no entendemos, debemos

construir el puente de la fe desde lo que entendemos hacia lo que

no entendemos. Algunas veces caminamos en la luz, por vista,

pero hay veces cuando debemos caminar en la oscuridad por fe.

Si bien se lo llama el discurso del Pan de Vida, el tema

principal no es el pan. En cierto sentido, el discurso trata, en

realidad, del trabajo significativo. Fíjese en el contexto del

discurso. Jesús reanuda su diálogo hostil con estos líderes acerca

del trabajo de ellos. Jesús les dice cosas muy duras: “Su trabajo no

tiene significado y, además, hacen ese trabajo sin sentido con una

motivación errada”.

Ellos le contestan: “Bueno, entonces ¿qué es trabajo

significativo? ¿Cuál es el trabajo de Dios?”. Jesús les dice:

“Ustedes crean en mí y yo les mostraré lo que es el trabajo

significativo”. Luego ellos de dicen, básicamente: “¿Qué haces

todo el día? Si eres tú quien puede decirnos lo que es el trabajo

significativo, ¿qué haces todo el día?”.

En este discurso del Pan de Vida, Jesús nos da, en forma

elocuente, su filosofía del ministerio. Les cuenta de su trabajo, y

lo que dice es profundo. Quisiera parafrasear y resumir la esencia

de lo que dijo Jesús: “Esto es lo que hago: al ir por este mundo,

cuando mi Padre me dice que diga palabras, las digo. Hablo lo que

mi Padre me dice que diga. Algunas personas rechazan mis

palabras. No están sintonizados con Dios, y no escuchan mis

palabras para nada. Pero cuando hablo estas mismas palabras que

el Padre me dice que diga, las personas que son atraídas al Padre

por el Espíritu Santo descubren que esas palabras son Espíritu y

son Vida. Esas personas acuden a Dios cuando escuchan estas

palabras. Esto es lo que hago todo el día”.

Jesús les dice a esas personas, y a usted y a mí, algo muy

apasionante. Nos dirá lo mismo en el discurso del Aposento Alto,

más adelante en el Evangelio de Juan. Es posible ser un vehículo a

través de quien Dios hace su obra. El trabajo de Dios es el trabajo

más significativo que usted o yo podríamos hacer jamás. Eso no

significa que todos sean llamados a ser predicadores o misioneros.

Sin embargo, creo que significa que, no importa lo que hagamos,

deberíamos hacerlo porque creemos que es el trabajo que Dios nos

ha dado para hacer.

Dios, tal vez, lo puso en el mundo de los negocios o en una

profesión. Tal vez hizo que fuera un ama de casa y una madre, lo

que significa que la ha llamado a ser una formadora de hombres,

de personas, de hogares y de recuerdos. Dios, tal vez, lo llamó a

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ser un mecánico. No importa lo que sea usted, debe tener la

convicción de que está donde Dios lo ha llamado a estar para

hacer el trabajo que Dios le ha asignado.

Dios quiere que estemos donde esté la necesidad. Una

forma en que Dios nos lleva a donde está la gente que necesita a

Cristo es arreglar las cosas de tal forma que debamos ganarnos el

sustento para mantener una familia. Eso nos fuerza a salir y estar

junto a personas que necesitan vida eterna y necesitan tener fe en

Jesús. Ese es el trabajo significativo del que Jesús habló en el

discurso del Pan de Vida.

Basándome en mi propia experiencia de trabajar con

muchos hombres durante varias décadas, creo que una de las

grandes plagas de nuestro tiempo es el aburrimiento. Me asombra

la cantidad de hombres que están aburridos, hombres que pensaría

que deberían estar satisfechos porque hacen trabajos muy

interesantes. Sin embargo, cuando llego a conocerlos encuentro

que muchos están aburridos con lo que están haciendo.

Me encontré con la siguiente cita varios años atrás.

Expresa lo que he oído decir a muchos hombres. Un político

inglés de 88 años escribió estas palabras en su diario mucho

tiempo atrás: “Al mirar atrás, a la edad de 88 años, a más de 57

años de mi vida política en Inglaterra, teniendo en cuenta lo que

yo considero que son los mejores resultados, y meditando en la

historia de Gran Bretaña y el mundo desde 1914, veo claramente

que no he logrado prácticamente nada. El mundo y la historia del

hormiguero humano durante los últimos 57 años serían

exactamente iguales que ahora si me hubiera dedicado a jugar al

ping pong en vez de asistir a comisiones y escribir libros y

memorandos. Por lo tanto, debo hacer la confesión -algo

ignominiosa- ante mí mismo y ante los que leen esto, de que, en

mi larga vida, debo de haber realizado entre 150.000 y 200.000

horas de trabajo totalmente sin sentido”.

Cuando Jesús vino a salvarnos, lo hizo para salvarnos de

varias cosas. Una de esas cosas es el agonizante aburrimiento del

“trabajo totalmente sin sentido”. No creo que nadie que entienda

quién es Jesús, lo que es la fe y lo que es la vida eterna tenga

escrito en su epitafio: “Toda mi vida de trabajo, mi carrera de 57

años, fue simplemente una cuestión de trabajar sin sentido”.

Según mi opinión, nuestro Señor Jesucristo no quiere que

tengamos un epitafio así a los 88 años. Por eso nos dio el discurso

del Pan de Vida. En el corazón mismo de este discurso, Jesús está

hablando, en realidad, del trabajo significativo.

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Capítulo 6

La enseñanza de Dios

Juan continúa relatando el diálogo hostil entre Jesús y los

líderes religiosos en el séptimo capítulo de este Evangelio. El

diálogo se interrumpe en ocasiones, pero luego aparece en otro

contexto. Cuando se reanuda, leemos que Jesús hace otra

afirmación dogmática: “Yo soy un Maestro que vino de Dios. Mi

enseñanza no es mía. Es la enseñanza del Padre”. En otras

palabras, está diciendo lo siguiente: “Yo no soy simplemente un

rabino autoproclamado. Mi enseñanza es la enseñanza de Dios”.

Este hijo de un carpintero de Nazaret decía que su enseñanza era

la santa e inspirada Palabra de Dios.

Por supuesto, los líderes religiosos cuestionaron esa

afirmación. Palabras más, palabras menos, el espíritu de su

afirmación era: “¿Cómo podemos saberlo? ¡Solo tenemos tu

palabra al respecto!”. Esta es una pregunta que enfrentamos hoy.

Decimos que la Biblia es la Palabra de Dios. Hay muchos que

dicen: “¿Cómo sabemos que esa afirmación es verdadera? ¿Cómo

sabemos que no son solamente las opiniones de personas que

vivieron hace dos mil años? ¿Cómo sabemos realmente que la

Biblia es la inspirada Palabra de Dios?”.

Satanás hizo básicamente la misma pregunta en el tercer

capítulo del Libro de Génesis: “¿Conque Dios os ha dicho...? ¿Ha

dicho Dios realmente algo? Bueno, si lo ha dicho, no es cierto”.

Ese el truco más antiguo que ha usado el diablo, y sigue usándolo

hoy, todo el día, todos los días. Satanás cuestiona este tema: ¿Es la

Biblia realmente la Palabra de Dios? Cuando cuestionaron a Jesús

en este punto, como vimos en el capítulo 5, Él les dijo,

básicamente: “La proposición que deben aceptar es que la fe no

es, principalmente, un asunto intelectual. La fe es, principalmente,

una decisión que uno debe tomar, una decisión moral”.

Jesús lo expresó, en esencia, de esta forma: “Si algún

hombre acude a mis enseñanzas con el deseo de hacer la voluntad

de Dios, pidiéndole que lo ayude a hacer su voluntad que se revela

en mis enseñanzas, en llevar a cabo mis enseñanzas, llegará a

tener el conocimiento de que mis enseñanzas son, realmente, la

Palabra misma de Dios”.

En otras palabras, Jesús dijo: “Las únicas palabras

calificadas para expresar una opinión sobre la inspiración de mis

enseñanzas son las de quienes han acudido a mis enseñanzas con

el deseo y el compromiso de hacer la voluntad de Dios y dicen:

‘Dios, quiero hacer lo correcto’”.

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A diferencia del estudiante de leyes que mencioné antes y

de la mujer samaritana, que presentan una cortina de humo

intelectual para eludir las consecuencias morales de la fe, Jesús

dice a estos líderes que deben acudir a su enseñanza en este

espíritu: “Realmente quiero hacer lo correcto, a medida que

encuentro la forma correcta de vivir de acuerdo con las

enseñanzas de Jesús”. He descubierto personalmente que si

acudimos a toda la Biblia de la forma en que Jesús nos desafió a

encarar sus enseñanzas, haremos el mismo descubrimiento acerca

de toda la Biblia que Jesús nos invitó a hacer acerca de sus

enseñanzas.

Jesús dijo: “Si acuden a mis enseñanzas sinceramente, con

el deseo y el compromiso de aplicar y experimentar la verdad que

encuentran en ellas, al aplicarlas y experimentarlas, tendrán

confirmación intelectual de que mis enseñanzas son la enseñanza

de Dios”.

Por ejemplo, imagínese que usted y su cónyuge van a ver a

su pastor porque su matrimonio está en un vacío estéril, porque

ambos se han casado por lo que cada uno podía obtener del otro.

Ninguno de ustedes está dando nada, y ninguno está recibiendo

nada.

Ahora imagine que van a su pastor y él, que es un hombre

de Dios, les dice: “¿Saben una cosa? Jesús dijo: ‘Más

bienaventurado es dar que recibir’. Lo que quiso decir con esto es

que hay más felicidad en dar que en recibir”. El pastor le habla a

usted como esposo: “Si estás viviendo con tu esposa por lo que

puedes recibir de ella, entonces ella no está recibiendo nada de ti”.

El pastor luego se dirige a la esposa: “Si estás viviendo con tu

esposo por lo que puedes recibir de él, entonces él no está

recibiendo nada de ti”.

El pastor explica entonces que, cuando dos personas así se

encuentran al final del día, van camino a un choque, porque ambas

quieren recibir, y ninguna siquiera está pensando en dar. El pastor

entonces desafía a la pareja a imaginarse lo opuesto. Suponga que

la pareja aplica el consejo del pastor y, mientras el hombre llega a

su casa, está pensando en su esposa. Mientras la esposa llega a

casa de su trabajo, o está haciendo su trabajo de la casa, piensa en

lo que puede hacer por su esposo. Él piensa en la realidad de que

ella ha estado trabajando duro también, y él debe expresarle su

aprecio y ofrecerle ayuda de cualquier forma que pueda. Tal vez

piense: “Voy a hacer algo especial para ella, no importa cuán

cansado me encuentre”.

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Y suponga que ella esté pensando: “¡Pobre, mi esposo!

Tiene que trabajar duro todo el día. Está allá afuera trabajando

duro para mantenerme a mí y a su familia. Necesita estar en casa

para descansar y tener una buena comida”. Cuando se encuentran

al final del día, ella insiste en que tengan una noche tranquila en

su casa, y él insiste en salir para hacer algo que a ella le guste.

Discusiones como éstas no destruyen los matrimonios. Es una

hermosa discusión.

Como pastor, he tenido parejas que vienen a mí y me

dicen: “Sabe, pastor, que ese pensamiento que ha revolucionado

nuestra relación: estar centrado en el otro en vez de estar centrado

en uno mismo. Es sorprendente cuánta vida tenemos en nuestro

matrimonio ahora, gracias a esta esa enseñanza”. Les he dicho:

“Bueno, hay 500 enseñanzas de Jesús, ¡así que tengo 499 más

como esta!”.

Jesús nos dijo cómo podríamos probar que sus enseñanzas

vienen de Dios y que sus enseñanzas son la Palabra de Dios

(7:17). Nos dice que acudamos a sus enseñanzas con el deseo de

aplicarlas. En otras palabras, Jesús dice: ““Si ustedes aplican un

enfoque intelectual a mi enseñanza, no podrán comprobar que es

la enseñanza de Dios”. El intelectual siempre ha dicho: “Cuando

llegues a mi mente, llegarás a mi voluntad. Convence a mi

intelecto, y te entregaré mi voluntad y tomaré las decisiones

morales correctas”. Jesús dice, básicamente: “No. Es al revés.

Tomen la decisión deliberada de aplicar la verdad que enseña

Jesús, y la prueba intelectual vendrá después del compromiso de

su voluntad. Si algún hombre quiere hacer la voluntad de Dios,

según la voluntad de Dios se revela en mis enseñanzas, cuando lo

haga sabrá si mis enseñanzas son de Dios o del hombre”.

El apóstol Pablo escribe que toda Escritura nos es dada por

Dios por inspiración (2 Timoteo 3:16). Pedro nos dice lo que es la

inspiración cuando escribe que hombres santos de Dios

escribieron movidos por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21). En el

espíritu de esta enseñanza de Jesús, que nos dice cómo encarar sus

enseñanzas, veo dos definiciones de lo que llamamos la

inspiración de las Escrituras. Ambas definiciones son

completamente verdaderas y válidas pero, en mi opinión, una de

ella es más madura que la otra. La primera afirmación acerca de la

inspiración de las Escrituras es esta: “La Biblia es cierta porque es

inspirada”. Esta forma de ver la inspiración dice: “Lo que diga la

Biblia es cierto porque la Biblia es inspirada. Cuando leo en las

Escrituras que es más bienaventurado dar que recibir, creo que esa

proposición es cierta porque la Biblia lo dice; lo creo y, eso pone

punto final al asunto”.

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La segunda forma de ver la inspiración es esta: “La Biblia

es inspirada porque es verdadera”. Este punto de vista de la

inspiración de las Escrituras tiene dos fundamentos. La primera,

es que creo que las Escrituras son inspiradas. Por lo tanto, todo lo

que diga la Biblia es verdadero porque la Biblia lo dice. Este

punto de vista concuerda con el primero. Sin embargo, este

segundo punto de vista va un paso más allá. La persona que

sostiene este punto de vista puede decir: “Creo que es más

bienaventurado dar que recibir porque la Biblia lo dice, y porque

experimenté una revolución dinámica y positiva en mi relación

matrimonial cuando apliqué esta hermosa verdad a mi

matrimonio”.

Estas dos filosofías de las Escrituras podrían expresarse de

otras formas también. La primera, dice: “Es verdadero porque la

Biblia lo dice”. La segunda, dice: “Es verdad; por eso lo dice la

Biblia”. Ambos puntos de vista de las Escrituras concuerdan con

la proposición: “La Biblia lo dice, yo lo creo, y eso pone punto

final al asunto”. Sin embargo, la persona que sostiene el segundo

punto de vista puede hablar con una mayor convicción acerca de

la inspiración de las Escrituras, y tiene un punto de vista más

maduro de la inspiración.

En el capítulo 17 de Juan, en el versículo 17, Jesús dice,

mientras ora: “...tu palabra es verdad.”. Cuando ponemos este

profundo versículo junto al versículo 17 de Juan 7, encontramos

un enfoque de las Escrituras que es similar al de Cristo, porque así

nos enseñó Él, y nos mostró por su ejemplo cómo encaraba las

Escrituras. Basándonos en estos dos pasajes, deberíamos

acercarnos a las Escrituras buscando la verdad. El tema prioritario

no es la forma literaria en que se encuentra la verdad. Siempre

deberíamos buscar la verdad cuando leemos la Biblia, porque la

Palabra de Dios es verdad. Sin embargo, antes de descubrir esa

verdad, debemos comprometernos, en nuestro corazón, a aplicar la

verdad que estamos buscando, una vez que el Espíritu Santo nos

revele esa verdad.

De acuerdo con los escritos de los apóstoles Pablo y Juan,

no podemos discernir la verdad en las Escrituras a menos que el

Espíritu Santo nos enseñe. Muchos pasajes bíblicos nos dicen que

no podemos aplicar la verdad de las Escrituras sin la ayuda de

Aquel que “produce así el querer como el hacer” toda la verdad

que se encuentra en la inspirada Palabra de Dios (Juan 17:17;

7:17; 1 Corintios 2:9-16; 1 Juan 2:20, 27; Filipenses 2:13).

Hay algunos otros pasajes en el capítulo 7 del Evangelio

que debo abordar. El capítulo comienza con los hermanos

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terrenales de Jesús, que le indican cuál debería ser su plan de

trabajo y su programa. Lamentablemente, en este momento, ellos

no creen. En realidad, creen que su hermano ha perdido la razón

(Marcos 3:21). Uno de ellos, Santiago, creerá luego de su

resurrección y se convertirá en uno de los más fuertes líderes de la

iglesia que nos describe el Libro de Hechos.

Ellos le sugieren que asista a la fiesta de los Tabernáculos,

que se celebra en Jerusalén, que realice milagros allí y reciba

reconocimiento y aprobación de la gente de este mundo. Él

responde diciendo que su misión y sus planes no consisten en

buscar la aprobación de la gente de este mundo. Da a entender que

no asistirá a la fiesta; sin embargo, luego que se van ellos, Jesús

asiste y predica a grandes multitudes allí. Jesús dice, en el

próximo capítulo, que siempre hace lo que le agrada al Padre

(8:29). Obviamente, no puede hacer lo que le agrada al Padre y

luego agradar a sus hermanos terrenales, o a la gente secular, ni

tampoco podemos hacerlo nosotros.

En la fiesta, dice que es un Maestro enviado por Dios, y

que su enseñanza es la enseñanza de Dios. También leemos: “En

el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz,

diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en

mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua

viva” (7:37,38). Luego el apóstol Juan agrega el comentario de

que Jesús hablaba del Espíritu Santo, que aún no había sido dado.

Esta fiesta se celebraba durante una semana, y la liturgia

incluía agradecer a Dios por el agua que había sido provista

sobrenaturalmente de una roca en el desierto. Se extraía agua del

pozo de Siloé y era derramada como una ofrenda a Dios, mientras

toda la gente recitaba: “Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de

la salvación” (Isaías 12:3). En el último día de la fiesta, la liturgia

finalizaba con todo el pueblo marchando alrededor del altar siete

veces, lo que simbolizaba la victoria en Jericó, cuando toda la

nación marchó alrededor de esa ciudad siete veces.

Jesús escogió ese momento para predicar su gran sermón

sobre el Espíritu Santo. En esencia, dijo que si alguien tenía sed

de agua de las fuentes de la salvación, debía acudir a Él, porque Él

era el Salvador del mundo. Este sermón presenta una metáfora que

es la continuación de la metáfora que usó en su entrevista con la

mujer samaritana. Él le había prometido que un sorbo del Agua de

Vida se convertiría, en ella, en una fuente en la que otros saciarían

su sed y nacerían de nuevo. La metáfora se expande ahora, de una

fuente a un río.

Algunos estudiosos creen que el Cristo resucitado y vivo

es el Río de Agua Viva que vive en el creyente y expresa su vida a

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través de él. Estas dos referencias metafóricas al Espíritu Santo se

entenderán mejor más adelante, cuando les hable del Espíritu

Santo que vendrá, a quien Él llama el Consolador o Ayudador

(14:15-17; 16:7-14). Obviamente, Juan comprobó que esto era

cierto. La palabra que usa Jesús para describir al Espíritu Santo es,

en realidad, paracleto, que significa: ‘uno que se pone al lado de

nosotros y se adosa a nosotros con el propósito de ayudarnos’.

Al aumentar la hostilidad con los líderes religiosos, los

soldados del templo reciben la orden de arrestar a Jesús. Cuando

vuelven sin el Prisionero, su única explicación por no poder

arrestarlo es: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este

hombre!”. Esto nos da una idea de lo que tiene que haber sido

escuchar predicar a Jesús. Tal vez escucharon a Jesús predicar ese

poderoso mensaje acerca del Espíritu Santo en el último día de la

fiesta. Por esto estoy convencido de que Jesús predicó ese sermón

con gran poder y con una poderosa unción del Espíritu Santo.

En este capítulo, Jesús es el Maestro enviado por Dios con

la enseñanza de Dios. ¡Es, también, el poderoso Predicador que

predicó como ningún hombre había predicado! La fe es acercarse

a la enseñanza de Jesús con el deseo de hacer la voluntad de Dios

al aplicar la verdad que enseña Jesús. La fe precede a la

confirmación intelectual, lo que prueba que la enseñanza de Jesús

es enseñanza de Dios, con el compromiso de aplicar la enseñanza

a nuestras vidas. La vida es el Agua Viva que sacia nuestra sed y

luego se convierte en un río de Agua Viva que fluye de nuestras

vidas.

¿Está usted, todavía, haciendo juegos intelectuales y

diciéndole a Jesús: “Convence a mi mente, y, entonces, mis

decisiones y compromisos morales vendrán como consecuencia”?

¿Está dispuesto a acercarse personalmente a la enseñanza de Jesús

buscando la verdad para aplicar a su vida y a sus relaciones? ¿Ha

tomado usted un sorbo del Agua Viva que se convierte en una

fuente y luego en un río, fluyendo de su vida, en el cual otros

sacian su sed de vida y nacen de nuevo? ¿Conoce usted

personalmente a Jesús como el Maestro que vino de Dios y como

el Agua Viva?

Espero que el Evangelio de Juan y nuestro estudio le estén

llevando a conocer a Jesús, el Cristo. Lo invito a solicitar el

próximo fascículo, donde continuaremos nuestro estudio con el

capítulo 8 de este maravilloso Evangelio de Juan.