té con leche

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1 27. Té con leche Gabo lo describió como la historia del porteño más lindo del mundo y el chico del sur, como una historia sin igual, que en la distancia vivían ardientes y felices del encuentro que querían vivenciar. Gabo vivía en Neuquén, en el barrio de Alta Barda. Estudiaba psicología en la Universidad del Comahue, en Cipolletti, ciudad situada en el alto valle del Río Negro, donde confluyen el cristalino del Limay e impetuoso del Neuquén. Allí, justamente, Gabo solía pasar los veranos nadando en el imponente cauce. Lo atravesaba de orilla a orilla, empezando siempre en la marca del sauce que da comienzo a la hilera de los álamos. Su bisabuelo lo había plantado para señalar una zona de menos peligrosidad para el nado. Gabo se arrojaba a las frías aguas, portentosas por su corriente, y terminaba quinientos metros más allá de donde se había tirado. Al salir, topaba con la cabaña del ermitaño Pedro, una construcción de madera que se la podía ver desde los trenes que llegaban desde el norte al cruzar el puente que separa las ciudades de Cipolletti y Neuquén. El sauce es distinto a los demás árboles, sus hojas caen en línea recta. Ahora, todo estaba cambiado. El tren ya no llegaba a la ciudad. Gabo ya no veraneaba en el río; sus padres lo llevaban a San Carlos de Bariloche o a San Martín de Los Andes. Con 20 años, estaba con muchas ganas de conocer Buenos Aires. En una oportunidad, cuando cumplió los 18, pasó un verano en Mar del Plata. Su padre le había contado que era como Buenos Aires, pero con mar. La cantidad de gente, ferias, carteleras teatrales, boliches y bares le habían despertado un cierto temor. Pero Gabo, a pesar de que se había animado a ir a una disco gay, supo que la mayoría eran de Buenos Aires y que la movida estaba allí; Mar del Plata solo representaba affaires para el verano. Hacía dos años que soñaba con viajar a lo que él pensaba como el centro de todo. Sabía de los fracasos de muchos conocidos que habían regresado cabizbajos y entendía que sus opciones eran juntar plata trabajando, para poder costear su residencia en una pensión estudiantil, o recurrir a la siempre ayuda de sus padres. En Neuquén, hacía algunas changas, pero la prioridad era la facultad.

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Hermoso. Es muy dulce, muy romántico, histérico, probable y delirante. Particularmente, en este cuento, la presencia del narrador está muy marcada. Claramente alguien cuenta la historia. Me encanta la descripción final, es fácil imaginarse la lluvia que trae cosas buenas. Es la imagen en palabras. Genera muchas expectativas al leerlo. /Neyda pitt -Editora-.

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27.

Té con leche

Gabo lo describió como la historia del porteño más lindo del mundo y el chico

del sur, como una historia sin igual, que en la distancia vivían ardientes y felices del encuentro que querían vivenciar.

Gabo vivía en Neuquén, en el barrio de Alta Barda. Estudiaba psicología en la Universidad del Comahue, en Cipolletti, ciudad situada en el alto valle del Río Negro, donde confluyen el cristalino del Limay e impetuoso del Neuquén. Allí, justamente, Gabo solía pasar los veranos nadando en el imponente cauce. Lo atravesaba de orilla a orilla, empezando siempre en la marca del sauce que da comienzo a la hilera de los álamos. Su bisabuelo lo había plantado para señalar una zona de menos peligrosidad para el nado. Gabo se arrojaba a las frías aguas, portentosas por su corriente, y terminaba quinientos metros más allá de donde se había tirado. Al salir, topaba con la cabaña del ermitaño Pedro, una construcción de madera que se la podía ver desde los trenes que llegaban desde el norte al cruzar el puente que separa las ciudades de Cipolletti y Neuquén.

–El sauce es distinto a los demás árboles, sus hojas caen en línea recta.

Ahora, todo estaba cambiado. El tren ya no llegaba a la ciudad. Gabo ya no veraneaba en el río; sus padres lo llevaban a San Carlos de Bariloche o a San Martín de Los Andes. Con 20 años, estaba con muchas ganas de conocer Buenos Aires. En una oportunidad, cuando cumplió los 18, pasó un verano en Mar del Plata. Su padre le había contado que era como Buenos Aires, pero con mar. La cantidad de gente, ferias, carteleras teatrales, boliches y bares le habían despertado un cierto temor. Pero Gabo, a pesar de que se había animado a ir a una disco gay, supo que la mayoría eran de Buenos Aires y que la movida estaba allí; Mar del Plata solo representaba affaires para el verano.

Hacía dos años que soñaba con viajar a lo que él pensaba como el centro de todo. Sabía de los fracasos de muchos conocidos que habían regresado cabizbajos y entendía que sus opciones eran juntar plata trabajando, para poder costear su residencia en una pensión estudiantil, o recurrir a la siempre ayuda de sus padres. En Neuquén, hacía algunas changas, pero la prioridad era la facultad.

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Sus papás estaban pasando un momento difícil, en términos económicos. Gabo intuía que yéndose, además de progresar y experimentar lo que tanto anhelaba, le daría un poco de alivio a los gastos familiares.

Una noche, cansado de tanto leer, en la estación de GNC del barrio, se sirvió un poco de café extra, que siempre le obsequiaba Danila, y se descolgó un rato de los misterios de la ontogénesis y la clasificación y filogenia de los animales del curso de antropología. Necesitaba un break con suma urgencia. Así que aprovechó la conexión de Wi-fi y se metió un rato en el Facebook.

Su amigo Lisandro le había hablado varias veces de un joven llamado Valentino, que estaba soltero, vivía en la capital argentina y se había copado al ver la foto de Gabo en su Face. Gabo, que siempre estaba enfocado en sus estudios y que solo flirteaba con los ocasionales visitantes foráneos a la disco Flame -“no estoy para compromisos”-, se decidió a fisgonear para ver quién era este chico del que tanto le hablaba Lisandro.

–¡Uy Dios! -balbuceó intentando no llamar la atención de un camionero que estaba comiendo un sándwich y lo miró fijo, al que Danila distrajo con la celeridad con la que escapan las lagartijas en la barda ante el asecho de un pie humano- ¡Es el porteño más lindo del mundo!

Comenzó a preguntarse por qué no le había dado antes un poco de atención a lo que le contaba Lisandro. ¿Habría tiempo todavía para aceptarlo como amigo? Y lo que le resultaba más complejo de todo, ¿lo aceptaría a pesar de que ya habían pasado casi dos meses desde que Lisandro le había contado de él?

La sorpresa no se hizo esperar, pues tenía una invitación de Valentino Albornoz, que aceptó de inmediato.

Días después hablaron por primera vez. Las presentaciones de un lado y del otro. 1300 km de separación no impidieron que pasaran al msn y hablaran un rato más distendidos. Lo primero que le dijo Valentino fue en referencia a la posibilidad de buscar mejores aires en Buenos Aires. Gabo no lo tomó ni como una indirecta, ni como una posibilidad concreta. Jamás había pensado en irse a estudiar y vivir allí, más que como una idea vaga, después de aquel verano en Mar del Plata.

Al día siguiente le contó a su amigo que se había quedado por espacio de dos horas charlando con el porteño, que hablaron de sus carreras universitarias, de sus respectivas familias, de sus relaciones ocasionales, ya que ninguno había estado más de una semana con nadie que le importara demasiado. Hablaron mucho, en esencia sobre los pro y los contras de vivir en el sur y en la capital argentina. A Gabo le pareció que allí, en Neuquén, sus días pasaban sin demasiadas motivaciones; a Valentino le pareció que su vida era compleja y solitaria.

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–Él tiene carita de ángel, pero nada es lo que parece.... y yo intento explicarle un mundo que él ya conoce... y eso me encanta... porque me lo permite.

Valentino y Gabo continuaron sus charlas con asombrosa pasión. Algo que no sabían describir, pero que sentían como un cosquilleo especial en la panza; les hacía acercarse cada día un poco más.

Las conexiones del chico del sur -como luego lo empezó a llamar Valentino-, desde la GNC, ya no eran meras inquisiciones por páginas bibliográficas de antropología y biología, materias que le resultaban difíciles de encarar. Eran una excusa necesaria para sentirse lejos del frío de su ciudad y cercano al Río de la Plata.

Se fueron conociendo. Gabo le contó sobre su realidad y Valentino sobre la suya. Gabo le señaló que era muy histérico, que eso confundía a los demás porque lo podían ver como pretencioso. Le contó de la chupilka, que solía preparar a base de cerveza, ñaco y azúcar; de la delicia de los piñones; del mote, una especie de maíz blanco cocinado en cal o hervido con ceniza de jume, mezclado con leche y azúcar; y hasta se animó a recomendarle maka, una planta que se usaba desde la época de los incas, como revitalizante, energizante. Valentino le contó de sus eternos disparos de tequila, sal y limón con sus compañeros de la facultad. Intercambiaron sus números de celulares. Gabo le advirtió que no solía tener crédito. Coincidían en muchos aspectos aunque la vida en Alta Barda difería notablemente de lo que pasaba en Buenos Aires respecto a las diversidades y sexualidades. A ambos le pasaban las mismas cosas, se acunaban en los mismos miedos. Habían crecido en familias no tan cerradas. Gabo le contó a sus papás que era gay a los diecisiete años. Valentino se lo dijo a los suyos a los dieciocho. Fue un designio de la causalidad que ambos se lo comunicaran a sus padres el mismo mes del mismo año. En una oportunidad hablaron de libros. Como Gabo estudiaba la licenciatura en psicología, Valentino le habló de El día que Nietzsche lloró. El sureño desconocía el libro que a Valentino le había apasionado tanto en un viaje que había realizado a las playas de Bahía, en el norte del Brasil. Le dijo que se lo enviaría. Lo compró y se lo dedicó:

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A Gabo, el chico del sur, el ser más hermoso que alguna vez pude haber imaginado. Que puedas ser Breuer y Nietzsche, en los momentos que lo necesités ser. Que puedas sentir como lo sentí yo. Que puedas lograr ese intenso y cálido final.

Con todo mi cariño.

Valentino

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Las charlas se hicieron más frecuentes hasta que un día dejaron de serlo. Valentino se conectaba, como todos los días, pero Gabo dejó de aparecer. El porteño estaba un poco inquieto. Las malas contestaciones a sus padres y su hermano indicaban que algo le estaba pasando. Pero nadie se animaba a preguntar. Tenía tanta bronca por ello que no se animaba a mensajear o llamarlo.

Una tarde, un mes después de haberse conocido, Valentino se conectó por un instante para ver si Gabo estaba on line. Lo saludó. Gabo le respondió con tildada tardanza. El porteño le contó que estaba apurado porque esperaba a un chico. Gabo se desconectó dejándole, con una estela de rabia y celos, una fría declaración: “ah bueno, atendé al chico”.

Valentino, que esperaba a un niño de 11 años para asistirlo en inglés, se desconectó, estaba apesadumbrado. Mientras bajaba el ascensor para recibir a su alumno, aprovechó y le mandó dos mensajes de texto. En ambos le explicaba que debía darle clases a un niño y, como detalle -por si se había caído la conexión en vez de suponer que Gabo se había desconectado-, le decía que sentía mucho no haber podido hablar ese instante en el que pudieron hacerlo.

Cuando terminó la clase volvió a conectarse y se encontró con un mensaje de Gabo en el msn. El detalle significativo para Valentino fue observar que la hora indicada, en el mensaje, denotaba un minuto después de haberse cortado la conversación. Es decir, Gabo había vuelto a conectarse y, como hecho extra, le dejó un mensaje contándole que le estaba pasando algo lindo con él.

–Perdón... te dije que soy histérico... jejeje.... comencemos de cero otra vez.... hola cómo estas??? todo bien??? te cuento que me conecté solo para hablar con la única persona que me hace sentir bien... útil… es decir, vos…

Valentino salió de su hogar quince minutos después de la clase. Le sonó su celular, con un extenso mensaje de texto de Gabo, en el que le explicaba que

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había entendido mal, que le pasaban cosas lindas con él, que su histeria a veces le jugaba malas pasadas y que tenía muchas ganas de hablar esa noche un rato por msn. Valentino le contestó que esa noche regresaba muy tarde, pero que no había nada que aclarar. Que en unos días volverían a hablar. Y así sucedió.

–Hola matero… ¿cómo va?

–Ah, ¿estás vivo todavía? ¿Por qué “matero”? –Hubo un silencio del otro lado, pero Valentino reaccionó rápido. Ahhh… por la pic… jajaja.

–¡Leé mi muro!

–Siempre leo tu muro, ya te dije que sos una personita importante. Aunque casi nunca actualizás, y fotos no tenés ni tres y todas re viejas.

–El señor se enoja… -Gabo adjuntó al texto varios íconos con caras alegres y flores-. Vos tampoco tenés… vos tenés muchas fotos de tus artistas, ¿o me tenés bloqueado para que no vea nada?

–Tengo bronca, que es distinto… ¿sabés qué pasa?, estoy pasando por una revolución interna…

–Y yo te rompo las pelotas y desaparezco…

–Yo no creo que desaparezcás… y no rompés nada. Aparecés, das un poco de luz y luego tapás el sol.

–Pero la vida de un universitario es toda una sorpresa. Nunca se está preparado, pero se sabe que va a ser terrible. Y de repente no tengo ni tiempo para mirar vidrieras…

–Yo no soy una vidriera…

–Sos mejor que una vidriera, pero estás en Buenos Aires.

–Y veámonos de una vez.

–¿Viste mi muro?

Valentino abrió su Facebook y miró el muro de Gabo: “Me voy a Bahía Blanca…!!!!!”

–Ya leí. ¡Qué onda!, porque… no me respondés nada de lo que te digo… O intento…

–¿Querés que nos veamos allí? No me gusta que te enojés, quiero que sonrías. La única foto que vi de vos era hermosa por esa sonrisa que tenés. Así que no te enculés, ¿sí?

La posibilidad de encontrarse le quitó a Valentino cualquier atisbo de pesadumbre y malhumor. La posibilidad de hacerlo a medio camino era un sueño factible de cumplir. Bahía Blanca estaba cerca, o por lo menos, no tan lejos como ir a las ciudades de Cipolletti o Neuquén. Tal vez en un fin de semana pudieran

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llegar a verse, conocerse un poco más y saber si valían las especulaciones de cada uno, a pesar de que a sus amigos y familiares más cercanos les hablaban de “el porteño más lindo del mundo” y de “el hermoso chico del sur”. Quedaron en definir un encuentro aprovechando el viaje de Gabo a Bahía Blanca. La conversación los fue aflojando, tanto que Gabo le contó que había visto una desopilante película de Woody Allen por TCM, que lo había hecho reír mucho, pero de la que rescataba la simpleza y, a la vez, rebuscados diálogos del guionista y director de gafas tan particulares. Le contó que si bien no era afecto a este tipo de films, lo había hecho pensar en las contradicciones que proponía sobre los seres humanos. Y sobre todo que estaba fascinado por la manera de mostrar a Nueva York en las distintas estaciones del año, combinado con un hermoso poema de un tal e.e. cummings, la belleza del Concierto en FA menor de Bach y los enredos que proponía el guión. Valentino le dijo que tenía que leer Perfiles, un desopilante libro de cuentos de Allen. Le prometió mandárselo junto con el otro libro, que aún no había despachado, por el correo nacional.

Ultimaron detalles del viaje a Bahía Blanca. Faltaba un mes. Gabo debía viajar a un encuentro de estudiantes universitarios de psicología, filosofía y sociología. Aunque el encuentro duraría de miércoles a viernes, Gabo y Valentino planificaron encontrarse el viernes por la tarde, pernoctar en un hotel hasta el domingo y, por la noche, remprender sendos viajes a sus hogares.

Valentino creyó nuevamente que al día siguiente volverían a hablarse, pero no pasó hasta una semana después. En el interín, compró el libro prometido y se lo dedicó antes de ensobrarlo:

Para Gabo, que lo disfrutés mucho. Está muy bueno.

Afectuosamente

Valentino

Nueve días después, Gabo lo sorprendió llamándolo. Le agradeció los dos libros que acababa de recibir.

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–Te quiero mucho, cambiaste mi vida, siento que me salvaste de una vida monótona y horrible. Creo que sos como un ángel, no creo que existás. Cada vez que me hablás creo que sos irreal. Te quiero. Acá llovió y cuando recibí tus libros salió el sol. ¿Qué será eso?

–Me alegro que te copen y los leas.

–Me pareció raro que en uno me decís con cariño y en el otro me decís afectuosamente. ¿Qué pasó en el camino? Uno tan lindo y el otro tan frío.

–Nada. Es que me embronqué… Se ve que lo agarraste de una.

–Sabés… ayer pensé en vos durante un largo rato. Quiero decir, estaba un poco bajón. Me fui al balneario, a un rinconcito que me tengo reservado. Me hice unos mates, me apoyé en un tronco de un árbol con sus raíces acariciando el río y mientras me tomaba unos mates te veía. Es decir, te imaginaba llegando a mí a través de las aguas que pasaban hacia la confluencia con el Neuquén. Era raro, porque solo escuchaba el canto de las aguas del Limay. Fue perfecto e imaginarte llegar me levantó los ánimos. Un día me gustaría que me acompañaras a mi rincón.

Valentino y Gabo buscaron un punto de encuentro en Bahía Blanca. Miraron mapas por Internet. Les pareció que Plaza Rivadavia era ideal para el primer abrazo. Hicieron como chiste “voy a llevar una campera roja y yo una verde”, como si tuvieran una cita a ciegas. Valentino sabía de los rulos inconfundibles del sureño. Gabo conocía muy bien la oscuridad de los cabellos del porteño. Como sorpresa, para verse más presentables, ambos modificaron su aspecto. Gabo se rapó. Valentino se hizo los reflejos. Querían verse bonitos. El chico del sur llevó sus mejores prendas, se vistió con un jean clásico de corte gastado y una camisa a cuadros blanca con rayas finas celestes y verdes, de manga corta. El porteño hizo gala del mote de lindo que le había puesto Gabo, llegó dos horas antes del encuentro al hotel, se duchó y se vistió con bermudas, remera azul con un estampado que decía “Esto es lo que yo soy”. La hora convenida se acercaba, así que ambos se perfumaron; uno con Perry Ellis y el otro con 23 de Amodil. Distaban a cinco cuadras de la plaza, en hoteles sitos en calles paralelas: si Valentino salía del hotel donde se hospedaba, cruzaba la calle y en frente, en vez de una manzana con casas y negocios, hubiera solo campo, podría llegar directamente, atravesándolo, hasta la puerta del hotel donde estaba alojado Gabo y sus compañeros de universidad.

Salieron, caminaron al mismo tiempo las cinco cuadras. Gabo, que era más alto, daba pasos más extensos. Llegó antes. Valentino se tomó su tiempo para llegar. Tenía nervios y quería sorprenderlo. Pensó en enviarle un mensaje, pero se convenció que sería más interesante el impacto del encuentro. Se puso sus lentes oscuros y llegó a una de las esquinas de la plaza. En la esquina opuesta, sobre la

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misma vereda, estaba Gabo, que también se había puesto unos lentes negros. Se miraron como distraídos. No se reconocieron. Estaban nerviosos. “Qué lindo tipo. No es… ¡No!…”. “Qué lindo ese flaco. ¡No!... No es…”. Siguieron buscándose en otros transeúntes. Un joven de rulos con una campera roja, delgado, con sumo amaneramiento y moviendo sus caderas, como una modelo en una pasarela, se acercaba sigilosa y determinante hacia Valentino. En un banco, a diez metros de Gabo, otro joven, con pelo negro y una campera verde sobre sus hombros, tenía un cigarrillo en una mano, una cerveza en la otra -“¿a las diez de la mañana?”-. Incómodo ante la mirada del muchacho, apartó la vista. Se potenciaron los nervios de ambos. Gabo miró en torno a Valentino, que se alejaba del acecho del joven de rulos. El joven del banco lo electrificó con sus ojos abiertos, como una cobra a sus víctimas, abrió un papel y hundió su nariz, jaló un poco de cocaína, le hizo un guiño insinuador y le sonrió. Gabo reaccionó y se fue presurosamente por donde había venido. Alcanzó a escuchar un grito seco: “¡Ey!”, acompañado con un certero “puto de mierda”. El destello de la última frase le quedó flotando en su sien. Estaba angustiado, quería llorar, pero no le salían lágrimas. Aceleró su paso. Corrió la última cuadra. Llegó al hotel. Entró en su habitación y contuvo el llanto porque dos de sus compañeros estaban mirando televisión. Valentino, en cambio, se metió en un locutorio para mandarle un mail. También estaba triste. Gabo fue al baño, se mojó la cara, lloró desconsoladamente y borró el número de Valentino de su celular. Valentino le escribió que había perdido el micro, que el domingo hablarían. Lo hizo como para no sonar tan concreto, ya que pensaba no volver a hablar con Gabo. También se había asustado de lo que había visto. La confusión de ambos les tapó el bosque que proponía la simpleza de sus miradas.

Cuando el chico del sur vio el mail se tranquilizó. Quería decir que su porteño lindo no había viajado. Le contestó que no se preocupara, que había dejado su celular olvidado en Neuquén y, por eso, no le había podido mandar un mensaje para avisarle que él tampoco había acudido a la cita a la hora convenida, porque la conferencia se había retrasado una hora y media y, cuando llegó, ya era demasiado tarde. Valentino se alivió.

El domingo volvieron a hablar, pero lo hicieron por Skype. Cuando se vieron no pararon de lagrimear, entre risas. Se dieron cuenta que los jóvenes que estaban parados en las distintas esquinas de la plaza de Bahía Blanca, unidos por la misma vereda y con gafas negras, eran ellos. Estuvieron a cien metros, uno del otro: Sin embargo, por histeria, por temor, jamás se acercaron a hablar con quienes creyeron, erróneamente, que eran sus respectivas citas. De haberlo hecho, hubieran descartado sus respectivos encuentros casuales con el de rulos y campera roja y el de la cerveza y campera verde y se hubieran enfocado en el encuentro real: pelo corto y gafas negras; claritos y anteojos espejados; uno con el

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otro. Reconocieron sus prejuicios. Se maldijeron, interiormente y a viva voz, de frente, como caballeros, como en un confesionario. Lavaron sus culpas histéricas y se prometieron nunca más mentirse. Se rieron mucho con las anécdotas de esa mañana. Pero especialmente, se lamentaron del abrazo que nunca llegó, y del beso tan ansiado.

Dos semanas después del desencuentro, Lisandro invitó a Gabo a un viaje a San Juan. Lisandro debía cumplir una promesa en la Difunta Correa y le pidió a su mejor amigo que lo acompañara, con hotel, comida y salidas pagas. Valentino, que siempre había querido ir a Ischigualasto, conocido universalmente como el Valle de la Luna, se planteó sorprenderlo allí. Era una hermosa oportunidad para visitar el parque provincial y encontrarse con Gabo.

–Te veo en San Juan.

–Dale, no me jodás…

–¿No me creés?

–Dejate de joder… Dale, no seas malo, no te burlés.

–Te veo en San Juan y vamos juntos al Valle de la Luna.

–Sí, sí… seguí burlándote de mí.

Valentino viajó a San Juan un martes, en micro. Se hospedó en el Hostel Trotamundos, cerca de la terminal. Gabo y Lisandro se hospedaron en el mismo lugar. Llegaron dos días después. La noche del viernes salieron a bailar. Valentino prefirió quedarse a dormir para madrugar y sorprenderlo temprano. Todo el sábado estuvo intentando llamarlo sin que Gabo atendiera. Le mandó varios mensajes sin mencionarle su estadía en San Juan, sin ninguna respuesta por parte del neuquino. A la noche, ambos se conectaron vía Internet. Gabo desde la habitación del hotel. Valentino desde un bar.

–¿Qué tal San Juan?

–Ahí, bien, lindo. Estuvo copado el santuario de la Difunta Correa. Ayer fuimos a bailar, estuvo lindo.

“Fuimos a bailar… Estuvo lindo…”, le hizo ruido a Valentino. Llegó a pensar que Lisandro era algo más que un amigo para él. Y le soltó cosas que el sureño no entendió muy bien.

–Gabo, quizás estás acostumbrado a plásticos boludos... Yo soy diferente... me copás, me gustás y más allá de lo imposible y la distancia, cuando tengo una conexión importante con alguien, como la tengo con vos, espero, deseo y quiero un ida y vuelta. No es exigencia ni histeria. Es una necesidad básica para mí. Sos importante ya en mi vida. Aunque pase el tiempo y solo sigamos conectándonos por aquí. Es obvio que si estás noviando tenés que vivir eso y es lógico que no pierdas el tiempo con un cascarrabias como yo que te enloquece con mensajes y

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llamados que jamás respondés... Solo espero que no creás que lo soy. Y que, aunque estés noviando, si hay una buena conexión, espero que eso jamás se pierda. Los noviecitos son algo pasajero, el AMOR es otra cosa. Y uno se relaciona con AMOR... Simplemente quiero saber de vos... así que me acostumbraré a eso... a esperar que puedas conectarte o tengas tiempo. Gracias por iluminar mi día. No lo vas a creer, pero desde que me dijiste que sonría, hace como un mes y pico, vivo haciéndolo y lo han notado muchos. Es decir, me lo han dicho y supongo que tuviste mucho que ver con eso. Sos como la canción de Fabi… aparecés así, de golpe…

Valentino se puso a cantar…

Dónde estarás, Baby Love,

cuándo sabré algo de vos.

Dónde estarás, Baby Love,

sigo esperándote hoy,

lejos de aquí,

lejos de allá…

–Pasala lindo, cuidate. Te quiero… Sos importante, porque vi tu luz. Hablamos cuando vuelvas.

–Ey! ¡Pará un poquito, Enrique Pinti! Primero, ¡qué bien que cantás! Después… yo también te considero importante, solo que las pocas veces que puedo conectarme no aprovechás el tiempo. En vez de pasarlo bien y disfrutar lo poco que puedo hacer, te ponés re mala onda y te empacás como los nenes y no me decís nada y me preguntás lo justo y necesario y así sos un cascarrabias.

Hay muy pocas personas como vos, yo sé que sos re copado y me gusta tu forma de ser, simple, pero se me hace imposible hablar con vos si te ponés en esa posición de idiota. Me re gustás, pero si las pocas veces que me conecto me vas a tratar como uno más entre el montón no me estás demostrando nada y me re molesta.

Te quejás que no me conecto seguido, si vos supieras como estoy a diez mil kilómetros por hora. No me da la cabeza y además la estoy zafando como puedo para llegar con los trabajos que me piden y con los parciales. Trato de no estar en casa para no cruzarme con mi familia y tener que bancarme los lamentos, lógicos claro, por los serios problemas económicos que estamos padeciendo. Están cada vez más insoportables. O yo lo estoy y una vez que me puedo conectar y encontrarte, tratando de ponerle la mejor cara, a cada día de mierda que estoy

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pasando, vos me tratás como el orto. Te dije fuimos a bailar y tu cara se oscureció. Te quiero, pero si te tuviera frente a mí te doy una trompada para que te des cuenta que no tengo la misma vida que vos. Me gustaría conocerte, me gustaría no decepcionarte tanto, pero no sé cómo hacerlo si te ponés a la altura de un nene de cinco años. Necesito que me entiendas, no puedo con todo y por más que lo intente, si estoy remando contra la corriente nunca voy a llegar a ningún lado. Necesito que me ayudés, te calmés y pensés en lo que te estoy diciendo porque para mí también sos muy importante. El único hombre que me hace sentir bien sos vos, no me decepcionaste y la paso genial. Incluso sos el chico más tierno, pero tenés que comenzar a tomar en cuenta que vamos a tiempos diferentes.

Gabo comenzó a cantar…

Y ahora estás tú sin mí

y qué hago con mi amor,

el que era para ti,

y con toda la ilusión

de que un día tú fueras

solamente para mí,

ohhhh para mí…

Se desternillaron de risa, siguieron hablando de cosas sin importancia como para aflojarse un poco. Hasta que Valentino le preguntó por la noche anterior en el boliche y se sorprendió y disgustó al escuchar que Gabo y Lisandro habían bebido champagne que les invitaron unos sanjuaninos y que en un rato los volverían a pasar a buscar por el hotel. Valentino no supo qué decirle. Estaban en la misma ciudad y no pudo, no quiso estropear la noche de Gabo. Decirle la verdad podría resultar que Gabo se enojara por no decirle que estaba allí desde hacía tres días, pero sintió que no podía cortar la posibilidad del disfrute que ambos amigos estaban teniendo. Si la había pasado tan bien la noche anterior, ¿quién era él para quitarle ese momento de alegría? Así que se calló. Les deseó una espléndida velada. Decidió regresar al día siguiente a Buenos Aires. No tenía la alegría con la que había planificado el viaje; no le apetecía ya visitar el Valle de la Luna. Se despidieron, pero antes de apagar la PC e irse a cenar algo por el centro de la ciudad le escribió un mensaje.

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–Gabo, no puedo creer que me haya puesto celoso. Eso querrá decir que aún siento y estoy vivo. Pensarte en los brazos de otro, aunque jamás te tuve físicamente, pero sí en mis sueños y corazón, me dio terror. Quizá para vos sea algo lejano. Para mí lo es también, pero creo en la cercanía de lo lejano. En las viejas épocas, el mundo se conocía así, de lejos, con cartas. Yo he disfrutado de múltiples vínculos afectivos a través de las cartas. Con la era de Internet todo se disparó de tal modo que no queda lugar para los momentos "especiales". Esto es ESPECIAL. Aunque esté lejos, estoy cerca, porque ya formás parte de algo íntimo y sincero y hermoso.

Mis amigos, como ya te he dicho, me preguntan por “el chico del sur”. Sembraste algo y dejaste una marca. Dependerá de muchos factores que esto pueda ser algo o por lo menos conocernos en persona y ver qué pasa. Te haría tan feliz, te comería tanto a besos. Sé que estamos re lejos, que vos tenés una vida con tus estudios y yo tengo la mía. La distancia es algo efímero. Lo virtual nos acerca, te puedo ver, escuchar, sentir. Pero es distancia.

Y mientras vos podés estar en otros brazos, así sea por diversión, eso me enloquece y entristece. ¿Tengo derecho a enloquecerme? ¡Sí!, porque me gustás y preferiría tenerte yo en mis brazos. No puedo ser exigente y a la vez no puedo pensar en que alguien pueda besarte. Es re loco, pero así como lo siento te lo digo. "Si no canto lo que siento me voy a morir por dentro". Si te asustás, hacés bien. Si no te asustás, hacés mejor. Con todo esto quiero expresar mi amor por vos, la alegría que me das cuando hablamos. Algunos me dicen lo que yo les digo: por qué depositar en algo tan lejano cuando hay millones dando vuelta a la esquina. Ellos nunca tienen respuesta para cuando les digo eso. Yo sí la tengo: es que en esta distancia está Gabo que es MUCHOOOOOOO, MUCHOOOOOOO, MUCHOOOOOOO. Todo esto que comparto es directo de mi corazón hacia mi mente y se plasma en las teclas. No hay chamuyo porteño. No he sido un chico chamuyero… Lo que ves es lo que hay. Quizá sean otras palabras parecidas a otras tantas que alguna vez alguien te haya dicho. Pero son auténticas. Es inevitable que no piense en vos. La distancia permite idealizar, es verdad, pero para qué enroscarme con algo tan lejano si no veo una luz. Y vi luz en vos. Como en la película Avatar: I see you… I see you… Walking through a dream… I see you…

Gabo quiero que seas feliz, si seguimos conectados seré muy feliz también. Si nos hablamos menos, seré feliz siempre de saber de vos. Ya te lo dije una vez, si venís o decidís venir a pasear, a estudiar, a vivir, mi casa es tu casa... más allá de los besos que quisiera darte, tenés el lugar sin condicionamientos de ningún tipo. Por algo nos topamos, por algo seguimos conectados, por algo las histerias dieron paso a la sabiduría y los sentimientos. Hay múltiples cosas que te susurraría, que te haría, que compartiría... seguramente si cerrás los ojos, las verás

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porque cada noche entro en tus sueños y me apodero de vos. Pienso en tu sonrisa y muero. Pienso en tus labios y muero. Pienso en tus manos y muero. Pienso en tu cuerpo cobijado por el mío y muero. Dame un poco de tu aliento para vivir. Gracias por tus regalos al sonreírme y al hacerme reír.

Te quiero.

When the rain is blowing in your face and the whole world is on your case I could offer you a warm embrace

to make you feel my love

Valentino viajó a Buenos Aires cargado de frustración. Todo lo que pensó que sucedería en San Juan -la sorpresa de su aparición, el viaje juntos al valle, el abrazo tan deseado, el beso imaginado- se esfumó. El sorprendido fue él, por los celos que le despertaron los chicos que estuvieron bailando y bebiendo con Gabo y Lisandro y porque al chico del sur le había resultado tan natural compartir unos tragos con residentes del lugar, algo que para él era -como dicen los porteños- “de cuarta”.

Durante una semana se conectó al msn como usuario desconectado. No quería hablar con Gabo. No soportaba sentirse tan mal. Tampoco lo vio conectado hasta que un lunes bien temprano entró el chico del sur y entonces su sesión se puso en verde.

–¡Ey! ¿Qué pasó que no escribiste más? ¿Mucha clase de inglés? Jajaja…

–No. Estuve meditando muchas cosas y la verdad es que no tenía ganas de hablar. Ya te lo dije, vos me movilizás, y si estás con alguien no quiero estorbar ni que vuelen pajaritos en mi cabeza.

–No estoy con nadie. Mirá, te vi por primera vez y me pregunté ¿qué se le dio por hablarme? Igual no me importó aunque me sonaba raro que alguien sea tan copado sin conocerme. Cuando hablé con vos por primera vez supe que eras una persona rara, pero me seguías llamando la atención. Me divertís, pero lo que más me divierte es que hablás con mucho cuidado. Siento que también tenés un toque de miedo, no sé por qué, creo que es el hecho de hablar con alguien con el que nunca antes te habías comunicado. Sos gracioso, disimulás tu carácter siendo gruñón. Yo sé que no lo sos. A veces algunas personas se ocultan tras una máscara. Noto que fuiste bajando la guardia cada vez más, cada vez que me ves y que seguimos hablando. Sé que no te animás a hacer muchas cosas que podrías por miedo. Me causa mucha gracia, pero lamentablemente nos podemos ver a través de una cámara. Sos el primer chico que no me pidió que me desnudara

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ante la cámara. Quiero saber más de vos, siento como que aún te falta confianza en mí. Me llamó la atención que teniendo tantas posibilidades te guste hablar con un chico que vive tan lejos y que no pertenece a tu entorno y creo que es lo que más me gusta.

–Estaría bueno tenerte de frente.

–Claro que sí. Sabés, lo peor de todo es que mientras siento que hay cosas que me pasan que son injustas, vos me tranquilizás, no diciéndome lo que tengo qué hacer sino hablando, así de simple, sin consejos. No sé si sabías que mientras me escribís o me hablás yo produzco cambios de ciento ochenta grados en mi vida y es apasionante como una persona puede cambiar a otra. Estando tan lejos y que haya alegría cada vez que nos comunicamos es algo positivo. Es irónica la vida, se está comportando de forma estúpida porque está tomando caminos medios complicados. Sé que es solo cuestión de tiempo, que vos tenés cosas que resolver y yo también. No sé si te dije que me pone contento hablar con vos e intuyo que cuando te conozca personalmente nos vamos a llevar muy bien y nos vamos a sacar los ojos. Bah, eso es lo que vos me dijiste. Cuando te sacás la careta frente a mí me siento especial, me hacés sentir útil, pero en una forma extraña porque me hacés creer que en este mundo hay algo más que las quejas y que las posibilidades son infinitas y que cuando te necesite me vas a prestar tu tiempo, para leer mis boludeces y no todas las personas hacen eso. Valentino, tenés un alma noble, lejana, pero humilde, te hacés querer y te interesás por los demás.

Valentino lo llamó por teléfono, hablaron un largo rato. Le dijo que se estaba enamorando, que porque no se venía a vivir a Buenos Aires y probaban compartir una convivencia. Y avanzó más.

–¿Te puedo decir algo? Te amo. Es muy pronto, lo sé, pero es lo que estoy empezando a sentir. Me inquieta, me transforma, tengo ruidos en la panza, así que no te llamé solo para decirte te quiero o te quiero mucho como le digo a mis amigos. Vos no sos un amigo ya, creo, bah, siento que decirte te amo es más real.

–Entonces… yo también… te amo.

Un corte de silencio pareció infinito.

–Amor, me voy a la facu que llego tarde.

–Dale, acá están entrando todos. Me voy a merendar… té con leche.

–¿Té con leche?

–Sí, ¿qué tiene?

–Nada, amorcito. Te amo. Nos vemos. Te dije: te amo.

–Sí, yo también.

–¿Vos también qué? Jajaja.

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–Te dije: té con leche. Jajaja.

–Ah, no podés hablar. Jajaja.

–Ajam…

–Bueno, te amo té con leche.

–Té con leche.

–Té con leche, mucho, mucho, mucho.

–Nos vemos. Té con mucha leche.

Aquella charla fue decisiva para el futuro de Gabo y Valentino. Comenzaron a proyectar el viaje del sureño. Se animaron a confiar más. Valentino le dijo que había estado en San Juan, pero Gabo no le creyó. Le mostró el prospecto del hostel y Gabo, además de sorprenderse, se inquietó cuando le contó que se había hospedado allí mismo con Lisandro. Se fueron animando cada día un poco más a compartir secretos familiares y a soltarse en cuestiones de sexo. Había noches en las que ambos estaban un poco ardientes, como cualquier pareja que no se ve hace tanto tiempo y está a mil trescientos kilómetros de distancia, además de todas las fantasías que fueron construyendo a viva voz.

Gabo, para torcer la conversación, le contó también sobre los paisajes que ofrece la Patagonia argentina y que su familia había tenido chacras, que solo conservaban una sin mucho sustento. Algunos chivitos, chanchos y ovejas.

–Si te fijás en las chacras, en las fotos que te pasé, cada cuadro está rodeado de álamos. Los álamos cortan el viento para proteger las cosechas. Hay muchos vientos fuertes aquí. En el futuro, ese viento lo van usar para energía, casi todo va a salir de ahí… Te amo, Valentino, gracias por salvarme la vida de la desesperanza y la soledad.

Gabo bajó del fokker. La lluvia torrencial lo dominaba todo, las ráfagas de viento azotaban la costa; olas inmensas, esas de temer, chocaban con los espigones con un regalo extra de su poder, salpicaban los autos próximos al cordón y se morían a mitad de la avenida, como si una pizca de ese río intenso y color amarronado, hoy furiosamente gris, deseara llegar a un aeroplano y huir de semejante aberración de contaminación.

Allí, a la par de los autos, pero sobre la vereda, corriendo, desde que bajó de un colectivo a la altura del Club de los Pescadores, sobre la avenida de la costanera Rafael Obligado; allí, con la mayor de sus fuerzas, como si todavía mantuviera el peso de un yeso en su tobillo izquierdo, que lo dejó en reposo por casi un mes por caerse del skate; allí, iba Valentino, a alta velocidad, empapado,

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esquivando el abrazo de las olas y tragándose algunas sobre sí. Mirando hacia el frente, el Museo Aeronáutico -sobre su izquierda- era el punto de referencia inicial del largo tranco de novecientos metros que debía hacer para llegar al encuentro con Gabo. Estaba atrasado y seguramente el avión había aterrizado, pensó, pero sabía que tenía tiempo y que aparecería antes que el chico del sur.

Gabo se cargó su mochila detrás, tomó su valija, dejó la rueda de equipajes, pasó la puerta de salida y no lo vio. Ni a su derecha, ni a su izquierda. Respiró, se sonrió como suele hacer, no se desesperó, sabía que los otros desencuentros eran culpa de los dos, pero esta vez era distinto. Valentino estaría allí esperándolo o llegaría tarde. Sabía que las tormentas agitaban a todos en la ciudad, que provocaban colapso en el tránsito, inundaciones. No se quiso sentar en el GV Expresso a tomar nada. Pudo hacerlo sobre un ventanal que le permitiría dominar la calle. Sus ansias lo carcomían, así que decidió salir y sentir la lluvia.

–Al fin Buenos Aires…, ¿viste que no te temo?

Una dama que cerraba su paraguas y entraba en el Jorge Newbery le sonrió. La miró, miró la intensa lluvia aflojarse sobre el piso, como sus piernas ante el inminente encuentro con Valentino y la incertidumbre de su tardanza.

–Ese es el Río de la Plata.

Cayó en la cuenta de ello. El famoso río del que tanto había escuchado y leído en los libros de historia.

–¡Vaya que tiene olas!

La lluvia no menguaba, el viento seguía fustigando, dominaba lo que hubiera entre río y avenida. Buscó a Valentino sin poder divisar más que unos cien metros, no más. Niebla.

–Voy a cruzar y ver y sentir, esto es Buenos Aires, ¡vaya recibimiento que me das!

Rio. Enfiló al puente. Cruzó la avenida, bajó, se puso su gorra hacia atrás antes de encarar al viejo murete que separa el río de la vereda, memoria de la costanera, con sus típicos ocho agujeros triangulares, formando, todos entrelazados, un cuadrado absoluto con ventanitas. No le importaba mojarse. Seguramente luego, cuando llegara Valentino, tomarían un taxi hasta el barrio de Santa Rita. Miró su celular. Permanecía sin mensajes ni llamados.

–Qué raro, ya va a llegar...

Se apoyó sobre el muro, una gran ola se desplegó ante él. Lo hizo trastabillar. Casi lo tira. Cuando logró estabilizarse escuchó su nombre hacia su derecha. Giró y no vio nada. Pensó que un sonido provocado por el viento lo pudo hacer confundir. Volvió a escucharlo. Nada.

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–¡Gaaabooo!

Seco, certero, inconfundible.

A cien metros, una figura. Valentino rengueba, pero no le impedía que siguiera corriendo. Gabo contuvo su respiración, empezó a llorar, pero sus latidos lo desesperaron y corrió, corrió tanto como pudo, corrió sin pensar en nada, ni en su valija -que quedó en el piso- ni en su mochila -que dejó caer-, estaba ávido de cerrar la boca que gritaba su nombre con una estampida de sus labios.

Valentino de allá, Gabo de allí, el porteño llegando desde el sur, el sureño corriendo desde el norte, la costanera como escenario, el aeropuerto y el río como estampas del deseo, el viento como banda sonora, las olas adelantando lo que vendría en instantes, ese intenso abrazo, con vueltas de calesita, primero Gabo sobre Valentino, luego el sureño levantándolo, los dos deteniéndose, mirándose a los ojos, agitados, temblando, sintiéndose por fin unidos hasta que ambas manos de cada uno tomara la cara del otro y con la orquesta sonora de la tempestad, regalando la mejor de las sinfonías, Gabo y Valentino, pudieran confundirse en ese largo, húmedo, humeante, fogoso, desproporcionado, certero, desfachatado y fulminante beso de amor.

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Tedeschi Loisa, Diego

Publicado en © Tres de un par imperfecto. Cuentos a la crema

1º edición – Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 360 p.; 17 x 24 cm.

© 2014 Bubok Publishing S.L.

ISBN 978-987-33-4944-7

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título

CDD A863

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Impreso por Bubok

Fecha de catalogación: 06/05/2014

Hecho el depósito que impone la Ley 11.723

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