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The Apostles Review Volumen 2, Número 1 Buenos Aires/Montreal/Ottawa Año 2005 BELLOSO CORTEZ SANTIAGO DE ELIA SARAVIA SERRA

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The Apostles ReviewVolumen 2, Número 1 Buenos Aires/Montreal/Ottawa Año 2005

BELLOSO CORTEZ SANTIAGO DE ELIASARAVIA SERRA

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The Apostles ReviewVolumen 2, Número 1 Buenos Aires/Montreal/Ottawa Año 2005

CUENTOAlejandro Saravia Vasos y visiones 4Antonino Serra La tertulia del azar 6Ramon de Elia Watson, Watson y Hernández 14

POESIARamon de Elia Soledades postergadas 8Waldo Belloso No serán ellos 10Ramon de Elia No hay nada que decir 13Antonino Serra Ayer 16Ramon de Elia Parir 19Antonino Serra Poema con simetría 16

ARTELuis Cortez Santiago Mujer como pocas tapa

Director RAMON DE ELIAEditores RAMON DE ELIA, WALDO BELLOSO, ANTONINO SERRAEditor asistente JILLIAN TOMM

FOR THOSE CONCERNED BY THE PROGRESS OF ENTROPY

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VASOS Y VISIONES EN EL BULEVAR ST-LAURENTPor Alejandro Saravia

Veo tantas veces a Lucía (necesito sin duda usarlentes). Veo su forma de caminar, la curva de sucintura, su cabello castaño, recogido como unramo de flores de la noche. La calidez de sucuello que imagino, sus manos, sus largos dedossosteniendo un teléfono celular (nadie me llamaen este momento). Tantas veces tantas Lucíaspor los túneles del metro. Su visión la luz del día.Sus pantalones negros, ajustados. Sus dedos aveces fríos, buscando mi piel bajo la camisa.Buscando aquel calor que todavía me queda.

Fue en este salón azul del bulevar St-Laurent quebuscando la morfina del olvido bebí dos, tres,diez vasos de vino en medio de los muros azules,tras haber subido al quinto piso bajo la luz rojade un extraño ascensor. Katherine me guiaba dela mano por los infinitos meandros de lamemoria. Escuchaba a ratos su voz distante,maternal. “Toma mi brazo”. En otro momentode la madrugada: “¿Quieres comer algo?” Yobuscaba el olvido, ella sus desolados capitanesafricanos, los dos embarcados en una búsquedainútil en la madrugada del bulevar St-Laurent. Sinos besamos fue para saber que no estábamosperdidos, pero no recuerdo si lo hicimos. Sólorecuerdo su mano, su brazo como un timónguiándome entre los rostros de esta enormehabitación azul. La música bañaba la madrugada,como el agua fría golpeando las rocas y los botesanclados en los puertos de Noruega. El vino seexpandió veloz, como una flor furiosa en misvenas y sobre el blanco mantel de la mesa.Entonces recordé un bolero (quizá fue unaranchera, esa que dice rodar y rodar) y canté. Porsupuesto que mal, ejercitando la paciencia deKatherine que me miraba como a un perrointentando tocar la trompeta en la esquina deuna ciudad desconocida. Alguien aplaudió laimprovisación. Tal las ventaja de ser minoríavisible con un vaso en la mano, aunque, ahoraque lo pienso, quizá fui el payaso mariachi. Oviceversa.

Katherine quería un hombre en su cama. Es lomenos que me debe esta vida, decía mientras sucintura se movía y sus ingles se apretaban como

buscando con sed la punta de una lanza decarne. Ella buscaba los cuerpos de ébano, loscuerpos africanos como tallados en piedra. Lossenegaleses o nigerianos que venían a ella, con lamirada hipnotizada por la blancura de sus senos,al final acababan perdidos, sin poder entenderese océano que se agitaba en Katherine, queestallaba como un oleaje de palabras, deexigencias derramadas desde su sexo en la bocade sus extraviados capitanes.

Dejamos el salón azul y fuimos caminando hastala esquina de la calle Pine. Allí me dijo: “Sé loque buscas, pero no puedo dártelo. Nadie puedehacerlo”. Entramos a un restaurante chino. Ellapidió dos sopas y les puso mucho ají. Sé lo quebuscas, repitió. ¿Y cómo lo sabes?, le pregunté.

Sin querer, después de años, he vuelto a estacavernosa habitación azul. Una conferencia deprensa. Una ciudad siempre atenta al nuevo circoque llega al pie de sus muros. Un circoelectrónico. Frente a un micrófono alguien hablade presentaciones, de aperturas, eventos declausura. Habrá un DJ que presentará músicaerudita. Las mujeres de Québec lo miran yescuchan todo. Como siempre, dueñas de unabelleza abismal y misteriosa.

Entonces me contó que buscando el opio de ladistancia, ella escapó de la casa de sus padres enSalt Spring Island. Tomó un barco, llegó aVancouver. Allí se compró un auto para irmanejando hasta el otro lado del mundo, perosólo pudo llegar a Montreal. En el camino sehabía casado con un estudiante en Ottawa.Vivieron en Francia y fue en Marsella dondeconoció a su primer capitán senegalés. Añosdespués, una noche de nieve nos encontramosen Montreal, en el Café Esperanza de la calle St-Viateur. Ella tenía la mirada más radiante, la mássibarita en toda la isla. No tardamos mucho enhacernos compinches, partners in crime, como legustaba decir.

En una pausa yo me levanté al baño. Pensé enllamar a Lucía. Tomé el celular, pero no tenía a

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quién llamar. Me acordé de su número yllamé aunque sabía que era inútil. Un robot convoz femenina me contó sin ironía ni nostalgiaque no había nadie que respondiera al númeromarcado. Robot cabrón. Volví a la mesa. AllíKatherine nos miraba a mi, a los ruidososcomensales y a los soñolientos cocineros comointentando descifrar el mapa de la noche en lafatiga de los rostros, de los que no puedendormir, perseguidos por los recuerdos. Losfideos ardían en los labios por tanta salsapicante. Pronto amanecería. Tendríamos quepensar en dormir, pero ni Katherine ni yoqueríamos que se acabe la noche. Cruzamos lacalle. Nos metimos en La Bifthèque. Después dehaber bebido un par de ginebras dobles con aguatónica, creo que ambos sentimos que elpersonaje, el fantasma, el animal, la visión queesperábamos estaba cerca. La banda Ionicacantaba una canción que entraba como unaespina en el pecho. “Espinita”. Quizá era eltítulo mismo de la canción que nos daba estaimpresión (“pa qué seguir…”)

A esta hora la respuesta, la revelación queesperábamos, podía estar detrás de algún rostro.Podía venir de cualquier costado. Alguienvendría, diría nuestro nombre y de golpeseríamos como Lázaro de nuevo sobre la tierra,vivos, sin la menor memoria de Lucía ni de loscapitanes africanos. Sin recordar ni el paraíso niel infierno. Katherine mencionó lo fuertes queson los escoceses en sus lidias con el licor y sedespachó de golpe el vaso entero. Aclaró luegoque nadie en su familia era de raíz escocesa y quesus padres eran dos toronteños que escaparon aSalt Spring Island en los años ochenta para andardesnudos los domingos en una colonia nudista yque les encantaban las galletas de marihuana.“Par de decadentes, de hippies con dinero, dehas-beens, por eso me fui”.

Katherine conoció a Lucía. Jamás dijo unapalabra en su contra. “She’s very beautiful”, dijouna vez. Y añadió: conozco la intensidad de laque me hablas. Es esa que lo enciende e incendiatodo. Es esa que convierte a toda piedra enfilosofal, es la que reduce la noche entera a cincominutos de fina conversación, es la que puedebeber tres botellas de mezcal y continuar laconversación con la más absoluta lucidez, es esa

distancia de milímetros que nos suspende a cadapaso sobre la ciudad cuando caminamos junto ala persona que hace estallar de felicidad todasnuestras neuronas, nuestros ovarios y testículos.Es la intensidad que enciende esa persona con laque sabes que puedes cruzar el Sahara. Es saberque aún la muerte lo piensa dos veces antes detocar el aura, la luminosidad de su figura. Es esala intensidad que perdimos, Juan. Esa es tuLucía, esos son mis capitanes. We’re screwed.

Al final uno huye para encontrar justamente loque dejó atrás. Uno busca olvidar, pero parasaber que se ha olvidado, es preciso recordar loque se quiere olvidar para verificar la lentaerosión del tiempo que borra los rasgos de lagran Esfinge egipcia. Será que las neuronas noshacen el juego doble de hacernos creer quehemos olvidado. Los pasillos, los corredores dela memoria están llenos de voces que noconocemos. Esto le dije a Katherine mientrascontemplaba mi vaso de ginebra. De golpe ellabuscó mi boca y depositó su lengua entre mislabios. Can you forget this?, me disparó porentre la humedad de sus labios y sus dientes.(Traducción: ¿Puedes olvidar esto, cabrón? ) Lerespondí mentalmente: ya me jodiste la noche. Ydejé que ese beso muera de muerte natural.Después de unos instantes me dijo “Es hora departir”. Nunca llegué al valle prometido, aqueldonde todo se olvida. Será que ya no bebo vino.

Hace varios años que Katherine se fue demaestra a alguna universidad de Ontario. Un díase cansó de Montreal, se llenó de deudas, loscapitanes senegaleses acabaron con su paciencia.Y siempre que pienso en Lucía, dispuesto alamentar el amor de mi vida, perdido parasiempre en algún remoto lugar de Europa(mientras escucho la música del Club Bucovina),acabo pensando en Katherine, en aquella nocheen la esquina del bulevar St-Laurent y en lobuenas que son las ginebras con agua tónica.

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LA TERTULIA DEL AZARPor Antonino Serra

Antes de que sienta la tentación dereclamarme nada, Oficial, me veo en laobligación de insistir no sólo en la presunción deinocencia que engalana nuestra constitución sinoen la mía propia. No me parece digno deservidores públicos el andar sospechando de losciudadanos porque sí, máxime cuando el cargoles depara un sitial de fedatarios de latranquilidad cívica. No es mi intención birlarleun ápice de seriedad al interrogatorio que ustedestá conduciendo, pero reclamo un oído abiertoy una pluma veraz si es que me quiere para eldesembuche.

Prosigo. Las tertulias del doctorBadaracco siempre se han preciado de ser lasmás rimbombantes de Buenos Aires. Personajónque ponía pies en la ciudad, venido delextranjero y extranjero él mismo, era imanadohacia la casona de avenida Cotagaita paraparticipar en ellas. Según cuentan quienes de estosaben más que yo, al Viejo Badaracco, padre deldoctor e iniciador de la tradición familiar, elúnico que se le había escapado era Caruso y poresa razón había desahuciado ipso facto el abono deópera del teatro Colón. Pero esos eran altri tempi,ahora los contertulios de Baradacco eran tal vezmás modestos pero no por ello menosentusiastas. Las reuniones se hacenregularmente, sin fecha fija dependiendo delhumor del anfitrión y de la disponibilidad delinvitado de honor, y en ellas no se escatiman lasbebidas espirituosas, los habanos y la conversa.

Mi compadre Angelini me habíaconvencido de asistir a la reunión del últimomartes, a la que él había sido invitado. Para queusted comprenda la importancia del convite,Oficial, le anoticio de las reglas de las tertulias:Badaracco invitaba a doce personas, que a su veztenían derecho a hacerse acompañar por otra, desu elección. El invitado de honor debía llegarsolo y podía ingresar al salón una vez que todoslos demás invitados se encontraban sentados enlos sillones y canapés del fumoir. Dos lacayos delibrea abrían las portentosas puertas de madera

tallada y daban paso al homenajeado, que erarecibido con un aplauso austero pero elocuente.Badaracco, entonces, introducía al recién llegadoal resto de sus invitados, quienes no conocían deantemano su identidad. Mucho se ha especuladosobre la lógica que seguía el dueño de casa a lahora de decidir quiénes lo acompañarían cadanoche, pero le digo, por lo que yo pude darmecuenta el grupo de ese martes lo conformábamosun conjunto de disímiles de pura cepa.

Mi sorpresa fue mayúscula, imaginaráusted, cuando las puertas de la casona deCotagaita se abrieron, y vi entrar por ella almismísimo ministro de Justicia. Erguido en suorgullo, con ese bigotito fino que lo caracteriza yha hecho los placeres de los caricaturistas de lasrevistas de moda, el doctor Suasnay avanzófirme por el parquet lustroso al son de las palmasacompasadas de quienes estábamos allí.Badaracco se acercó en sentido opuesto y seestrecharon las manos, mientras el ministrodepositaba de manera displicente la otra sobre elhombro del magnate dejando que el solitario quecalzaba en el meñique reluciera a piacere. Laintroducción se centró más en el pasado deldoctor Suasnay que en su presente de titular decartera, y, créame o no, resultó que el ministrohabía sido en sus tiempos mozos un hábil wingderecho del equipo de football de su colegio.Terminada la ceremonia introductoria,Badaracco nos instó a que traspusiéramos otrapuerta megalítica y nos instaláramos en elcomedor.

La mesa era una preciosura. Mantelesblanquísimos que tocaban el piso, cristales quehacían refulgir las luces de la araña que caía apique hacia el centro de la mesa, más cubiertosde los que habría podido fabricar la firmaChristofle, y los platos de porcelana de la Chinacon el escudo de armas de los Badaraccoestampado en el borde. Le confieso, OficialLedesma, que daba miedo siquiera acercarse,parecía un ejemplar de exposición para colocaren la vidriera más mirada de Gath y Chaves. Una

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veintena de sirvientes, a la sazón uno paracada uno de los invitados, nos condujeron hacialos lugares que ya estaban preestablecidos en lamesa. A mi, le digo, la idea de separarme deAngelini no me entusiasmaba pero noblesse oblige,había accedido de motu proprio a acatar las reglasdel juego y me dejé dirigir hacia el sitial que meindicó el sirviente que me había correspondido.Corrida que hubo la silla me apoltroné en lamagnífica capitoné y me dispuse a disfrutar de lavelada.

Lo primero que me llamó la atención esque me hubieran ubicado a un lado delhonorado, quien fue depositado en la cabecera.Frente de mi, Badaracco se colocaba la servilletasobre la falda, y a mi derecha, un ignoto con carade sargento de policía, con la debida licenciaOficial Ledesma, se entretenía acomodándoselos puños de la camisa. Intenté en un par deocasiones entablar una conversación con mivecino pero él se limitó a respondermonosilábicamente y no me dio calce para nada.La situación se me tornó desesperada porque elministro conversaba con Badaracco y a mi no seme ocurría cómo avanzar sobre el funcionarioaunque me estrujaba el cerebro pensando temas.Me salvó la providencial aparición de una terrinede verduras que ofició de catapulta para elcomienzo del banquete, y a la que me aboquécon la fruición del melómano frente a la bocinadel gramófono.

No habrá pasado más que un cuarto dehora cuando el doctor Badaracco se incorporóde su silla y con voz estentórea nos arengó en unbrindis para el invitado de honor y para cada unode los que estábamos compartiendo la velada.Yo levanté mi copa de fino Chablis y miréprimero a Susanay y luego busqué la mirada deAngelini pero no la encontré. Angelini no estabaen su sitio. Le juro, Oficial, que al principio nome sobresalté porque supuse que mi compadrehabría tenido que hacerse cargo de susnecesidades pero los minutos pasaban y noaparecía. Consideré un desatino levantarme demi silla para inquirir algún tipo de información;además, no estaba seguro de quién era elindicado para brindármela. Badaracco seguía consu retahíla de pontificaciones al ministro, que yahabía acabado su hors d’oeuvre, el seudo policial de

mi derecha repasaba, por debajo de la mesa, lascucharas con su servilleta, y el resto de loscomensales se afanaba en conversacionesalternadas por la libación y la masticación. En elpináculo de mi preocupación, manos deprestidigitador retiraron los vestigios de mientrada y la intercambiaron por un lomoChateaubriand con papitas noisette. La rapidez de lamaniobra y el ensimismamiento en el que mehallaba sumido me privaron de preguntarle a milacayo sobre mi particular desvelo.

Hube de concentrarme en el manjar quese presentaba ante mis ojos para no aparecercomo un guarango delante del anfitrión. Lascopas, ahora, estaban repletas de un beaujolaistransparentón pero delicioso a la lengua queutilicé en repetidas ocasiones para calmar misangustias crecientes y para hacer correr unapapita que había errado su camino y sedemoraba en mi garganta. Cada tanto relojeabael sitio de Angelini y comprobaba que seguíavacío, pero eso no fue lo que más me angustió,le digo Oficial, sino que de a poco, otras sillasempezaron a vaciarse y otros convidadoscomenzaron a ausentarse sin dar señal de volvera aparecer.

La situación se me complicaba a más nopoder, créame. La salsa del Chateaubriandoperaba como una pista de hielo para laguarnición farinácea que no se quedaba quieta enel plato y daba cabriolas cada vez que el tenedorpartía a cumplir su faena. Me pareció que mivecino de la derecha se dedicaba a formar letrascon las papitas, aes mayúsculas y zetas quenadaban sobre un lecho amarronado. Comencé atranspirar en exceso y tuve que hacer malabarespara que las gotitas de sudor no aterrizaran sobreel plato. Con cadencia pavorosa, cada vez quetorcía la mirada hacia la mesa, se vaciaba más, ycuando desistí de seguir batallando con lacomida y crucé los cubiertos sobre el plato, en elsalón solo quedábamos Badaracco, el ministro,mi vecino y yo.

Paré la oreja para saber de qué hablabanSuasnay y nuestro anfitrión. El ministrosermoneaba de manera vehemente sobre lanecesidad de poner coto a los ladrones de cuelloblanco, esos que no aparecen en los matutinos

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sino en raras oportunidades y con granescándalo, que socavan las raíces mismas deltramado social y ponen en peligro hasta lafamilia como núcleo primigenio de laconstrucción de la patria. Sienta Ledesma, laenjundia del jurisconsulto era digna de ver. Elbigotito se le encrespaba como zaino sometido aamansamiento y los gemelos de la camisavoltereteaban por el aire como luciérnagas

curiosas en busca de negritud para destacar suespecie, mientras una erisipela le avanzaba porlos pómulos como si allí mismo estuviéramosdentro de un horno de fundición. Badaracco loescuchaba con los ojos entrecerrados,apoltronado en su silla, jugueteando con la copade vino en la mano, sin pronunciar palabra niproducir rictus alguno con los músculos faciales.Parecía como preso de una especie de

ensoñación que yo atribuí a la pasada a lasinfluencias etílicas y a la opípara cena queestábamos a un tris de finalizar, con el postreya frente de nuestras narices, un sambaioneespumoso.

No va a creer lo que pasó entonces,Oficial. Suasnay tomó la cuchara parahundirla en el dulce y así, sin más trámite,como lo hacen los políticos que se sienten elombligo del mundo, el ministro se dirigió ami y me preguntó si yo no estaba de acuerdocon lo que acababa de expresar. La movidame agarró mal parado, justo había llenado lasfauces con una cucharada colmada de postrey por poco no lo desparramo en la cara deBadaracco del susto que me llevé. Los ojosrenegridos del funcionario se habían clavadoen los míos y se le notaba una ansiedad porconocer mi respuesta. Engullí como pude,me limpié los labios, y luego de un tragazode agua me aclaré la garganta y le contestéque si. No me malentienda, Ledesma, nadamás alejado de mis preocupaciones y de miconocimiento que el mapa del delito denuestro país pero eso no era óbice paraquedar como un caído del catre frente alrepresentante del gobierno nacional. Si dealgo estoy convencido es que los ciudadanosdebemos opinar sobre los grandes temas delacontecer de la república, y si el ministrohablaba de lo que hablaba no cabían dudasde que ese tema se barajaba en las reunionesde gabinete y, por ende, merecía laconsideración y una respuesta. Quiseexplayarme pero no pude. No encontraba laspalabras o, mejor dicho, no encontraba quépalabras decir desde mi ignorancia supina delmetiér. El ministro se cuchareó un bocado desambaione y una vez traspasados los límites desu glotis, me repreguntó si eso no mellamaba la atención. La demanda me entregó

SOLEDADES POSTERGADAS

Por Ramón de Elía

En silencios y soledades postergadas

Se atraviesa el descontento inexorable:

Periplos imaginarios que se desbandan,

Lecturas pintorescas que preanuncian

El ulular del viento,

Visitas y charlas tan ajenas

Como el hombre pulcro en la televisión

De la tarde,

Imágenes que nacen y mueren

Sin dejar rastro ni enseñanzas.

Tardes que sintonizan cualquier tarde

Habida y por haber.

Eventos que simulan un significado,

Almas que simulan un contenido,

Naciones que simulan un porvenir.

Y yo,

Indudablemente aquí,

presente

atento e inactivo,

Catalogando almas en extinción,

Tronando por los pueblos que se esfuman.

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servida la oportunidad. Le respondí que loque me llamaba la atención era la falta dedelicadeza de los demás comensales para con supersona y la del doctor Badaracco, tan ilustrespersonas, al haberse retirado de la mesa sinhaber saboreado las delicias del postre y, muchopeor, sin siquiera saludar.

La risotada de mi vecino de la derechaexplotó en el ambiente como los veintiúncañonazos de la fiesta patria. Tan repentina fuela incursión de la carcajada que el ministro,sobresaltado, desvió la trayectoria de la cuchara yestampó parte de la espuma del postre en suacicalado bigote. Yo di un respingo de mi silla yausculté al vecino. Éste se había parado y blandíaun revólver en su diestra, y continuaba con losúltimos estertores de esa risa que había soltadounos segundos antes. El ministro se incorporótambién de su silla con cara de estupor e intentóescudarse detrás del respaldo de la poltrona deBadaracco. El anfitrión se mantenía sentado,lívido, con la copa del beaujolais chorreandosobre el chaleco del casimir, muerto.

- Te llegó la hora, Suasnay, dijo mivecino, con un tonito socarrón que hacíarecordar el fraseo de los gángsters de laspelículas de Norteamérica.

El ministro lo escrutaba pálido, tan rígidocomo el cuerpo inerte del dueño de casa. Nocrea que yo no hice nada, Oficial, pero sopeséque si intentaba una acción heroica en estosmomentos estaría contando el cuento en laChacarita, así que me limité a buscar un aliadoque me ayudase a superar el entuerto. Nadie. Elsalón comedor estaba vacío de otras personasque no fuéramos nosotros. A esa altura ya notenía pruritos de humedecer el cuello de micamisa con los chorros de transpiración que meresbalaban desde la frente, y colegí que lo mejorera quedarse piola y no hacer nada que afecte lasensibilidad del gatillo.

- Estás cambiado, Suardi, respondió elministro.

- El que está cambiado sos vos, dijoSuardi, mi vecino de la derecha. Y continuó:Pensé que Badaracco tenía todo controlado pero

me equivoqué, aunque la intuición me hizo traerel bufoso. Mirá, si no lo hubieras matado elcuento sería otro, pero como él está muertosabés que no me quedan opciones.

- Esperá, no te apures, esto puedearreglarse, dijo Suasnay con voz temblorosa.Badaracco me iba a hundir y no podía permitirque me transformase en el hazmerreír del país,que me hiciera añicos la carrera justo ahora quemi nombre suena como candidato a presidente.¿Qué querés, Suardi? Plata no me falta, lo sabés.¿Un puesto en el ministerio? ¿Querés rajarte alextranjero? Tenés mi palabra de que nadie te va amolestar.

- ¿Tu palabra? No me hagás reír, querés.No, te quiero a vos, quiero que la gente sepa queel ministro de Justicia es un delincuente.Badaracco tenía razón, vos sos de la peor estirpe,la de los cobardes.

Yo asistía a esta escaramuza verbal comoun colegial al que le develan los secretos delálgebra. Me fui apartando de la mesa con unlentísimo pas de deux solitario, aprovechando quelos encabritados opositores se concentraban enmedirse los movimientos. Mientras me separabade la silla, hurgaba en mis neuronas un atisbo deplan que me permitiera tomarme las deVilladiego sin que sea notada mi ausencia y sinque un proyectil culminara su trasiego en algúntejido de mi cuerpo. Pensé en gritar, en llamar laatención de alguien pero estaba visto que nadieacudiría a mi ruego, y me maldecía por no haberescapado de ese loquero antes, cuando Angelinise esfumó de la escena y tenía la excusa perfectapara hacer un mutis por el foro.

- Usted se queda donde está, ordenó convoz firme el ministro.

- No me muevo, Señor Ministro,contesté automáticamente.

- Usted es el testigo de las baladronadasde este señor, y de sus amenazas a unfuncionario público de alto rango, así quequédese donde está que al juez le será muy útilsu declaración para encerrar a este mequetrefe,

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sentenció Suasnay sin correr la mirada de losojos de Suardi.

- Si, si, quédese, dijo el cara de agente delorden, que al juez le va a encantar escuchar queel doctor Suasnay, el que se dice baluarte de lahonradez y de la decencia, no es más queun maleante de la más baja estofa.

- Me van a perdonar, señores, perotengo por norma en la vida noinmiscuirme en problemas ajenos, y noquisiera romperla justo en este momentotenso. Tienen ustedes mucho por discutir,veo, así que si me permiten, yo meretiraría...

- ¿Y perderse una primicia de fustenacional?, apestilló Suardi.

¿Una primicia? La incógnita se meantojaba sabrosa, con los ingredientesexactos de un melodrama destinado a serportada de los diarios de mayorcirculación del territorio. Debe saberOficial Ledesma que la experiencia me hademostrado que los miedos másrecónditos del ser humano son capaces deescampar cuando la intriga se entremezclaen una situación desesperante. Heme allí,testigo involuntario de una trifulca querozaba las altas esferas políticas, que ya sehabía agenciado un muerto de renombre yque tenía un final incierto, y yo no estabadispuesto a perderme una primicia comola que me obsequiaba la ocasión.

- Mire señor, dije pausadamente,no se quién es usted ni qué finesperseguirá pero me veo en la obligación derecordarle que la persona a la que estáapuntando es un ministro de la república,y eso hace presagiar un futuro un tantocomplicado para usted. Y digo eso sinsaber a qué va tanta violencia.

- Así como lo ve, este ministro dela república como usted lo llama deberíaestar guardado hace tiempo en Las Heras.

- Explíquese, lo intimé a Suardi.

Según Suardi, Suasnay ejercía un chantajeal doctor Badaracco desde hacía un tiempo,debido a que éste lo había pescado in fraganticomprando la voluntad de un miembro de laCorte Suprema para que cambiara su voto en un

NO SERAN ELLOS

Por Waldo Belloso

No será el destino quien te abandone

ni el momento quien te espere.

No serán los pasos quienes te alejen.

No habrá un día igual.

Ni uno más.

Sólo barro

quieto, opaco

para multiplicarse entre tus manos

No será el camino quien te retrase

ni el relámpago quien te cegue.

Sólo arena

para convertirse ante tus ojos

Ni en el último aliento habrá manos

que tensen la cuerda de tu pulso.

Ni habrá vientos

que se demoren en tu pecho

Todo,

aun lo ajeno,

habrá necesitado tu comienzo.

Llegarás sólo un día a rendir cuentas

por todos los atardeceres.

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asunto oscuro relacionado con unastransacciones ilegales de unas tierras fiscales, queafectaría no sólo al ministro sino a otros colegasdel gabinete. Badaracco, un intachable abogadodel foro, había descubierto la maniobra y estabapresto a divulgarla para conocimiento de laopinión pública. El clima político no está, ustedcolige Ledesma, como para echar más leña a lahoguera luego del desafortunado descalabro quetuvo al mismísimo presidente de la naciónsospechado de haber influido, monetariamente,en los senadores para que se apruebe a como delugar el traspaso de la concesión del tramway amanos de capitalistas británicos. Es así comoSuasnay comenzó a presionar al ahora occisopara que dejara de lado las sandeces en las que sehabía emperrado y lo amenazó con divulgar loque hasta ahora eran solo rumores, esto es loslazos que unían a su finado padre con lasfamiglias italianas de Nueva York y con laCamorra siciliana. El doctor Badaracco no seamedrentó ante la insolencia del funcionariopero sopesó que un infundio de tal magnitudcontra la memoria de su progenitor seríainaceptable, y que lavar un buen nombremancillado sería una tarea casi perdida. En estostires y aflojes estaban cuando al doctorBadaracco se le encendió la lumbrera de hacercaer al ministro en su propia trampa, enterritorio conocido y dejarlo al descubierto pormérito propio, sin aparecer como instigador deautoconfesión alguna. Decidió recurrir a susmíticas tertulias porque le garantizaban lapresencia del ministro, que entendería lainvitación como una tregua o un avenimiento, yle permitirían rodearse de personas que seríanestafadas en su buena fe si es que salía laresolución del más alto tribunal y de ciudadanoscuya templanza moral serían de una coacciónarrolladora para el político venal.

- Y aquí estamos discurriendo este últimoacto hacia el telón final que será la cárcel y eloprobio merecido para Suasnay, culminó Suardisu perorata.

El futuro inquilino de la penitenciaría nohabía movido ni un pelo de su bigote durante laextensa alocución de mi ex vecino de mesa.Miraba la escena con un dejo de lentitud de

reflejos, como ajeno a lo que el pistolerodesgranaba.

- ¿Y que tengo yo que ver en todo esto?,pregunté, molesto. Yo no soy ni terrateniente, nipuntero de barrio, ni personalidad alguna decualquier firmamento importante del quehacernacional y sin embargo estoy aquí en medio, máspreocupado por saber por qué Angelini, micompadre que me hizo el convite para asistir aesta cena, y el resto de los invitados se hanesfumado como por arte de magia.

- Eso es lo que Badaracco no habíaprevisto, contestó Suardi. ¿No se percató ustedde que los restantes comensales fueron invitadosa salir?

- ¿Invitados a salir?, pregunté conestupefacción.

- Cada vez que uno de ellos se levantabade la mesa, previamente el lacayo le cuchicheabaalgo al oído. Seguramente le informaban quealguien los buscaba o que debían atender unasunto impostergable, o que los habían llamadopor teléfono requiriendo su comparecencia. Veoque no es usted muy avispado.

- Yo no noté nada, y eso que a cada ratopispeaba para ver si Angelini estaba de vuelta.

- Pero yo si lo noté, es mi trabajo.Cuando empecé a notar que los otros novolvían, le di la señal a Badaracco para quehiciera algo urgente.

- ¿Y se puede saber quién es usted, tandespierto para andar descubriendoconfabulaciones en salones de tertulia?

- Soy Settimio Suardi, ex jefe de labrigada de inteligencia de la Policía y ahoradetective por cuenta propia, además de habersido amigo del doctor Badaracco.

El nombre, ahora, me retumbó en elcerebelo. Nadie que haya morado en el país enlos últimos veinticuatro meses podía noreconocer ese patronímico, que había ocupadolas noticias de la prensa cuando fue destituido de

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la fuerza policial acusado de exaccionesilegales contra unos detenidos en la comisaría dePalermo. Y si mi memoria no me fallaba, habíasido el propio Suasnay el que había pedido sucabeza.

- Y usted que es tan despierto, ¿qué pitotoco yo entonces en toda esta bambolla?, leespeté al ex pesquisa.

- Ninguno, el azar lo llevó a estar dondeahora está.

- ¿El azar?

- La predestinación, las chances. Usteddijo que vino acompañado de Angelini, y entodo caso ha sido la decisión de Angelini la quelo ha colocado en esta tragedia como personaje.Badaracco había seleccionado cuidadosamente asus doce invitados, según pude observar. Unadocena de personajes que le garantizaban podercumplir con sus planes, más allá de quienesfueran los acompañantes de turno.

- Hasta ahora no me ha aclarado cómoha sido que el resto de los invitados hadesaparecido. ¿Dónde están?, pregunté conansias.

- Supongo que eso se lo podrá responderel ministro, dijo Suardi, haciendo un gesto consu pescuezo.

Suasnay se mantuvo impávido ante elcomentario de Suardi. Pensé que no iba a abrir laboca pero me equivoqué.

- En estos momentos, dijo Suasnaysecamente, deben estar encerrados en un celularque está estacionado frente a la puerta deentrada.

- Luego de ser escoltados por sicariosdisfrazados de mucamos, agregó Suardi.

- Custodia personal, se atajó el ministro.

- Perdóneme la impertinencia SeñorMinistro, pero si es su custodia personal, ¿por

qué no están acá desarmando a un señor que loestá apuntando con un revólver?

- Todos trajimos custodia personal, dijoSuardi

- Menos yo, dije con un dejo defrustración.

- Usted está más custodiado quecualquiera de nosotros dos, replicó Suardi. ¿Nose da cuenta? Usted es nuestro testigo, usted esel espectador privilegiado de esta puesta enescena. Para cualquiera de nosotros dos,preservar su vida es cuestión de preservación dela propia.

- Exacto, dijo el ministro. Será quiencorrobore que un oscuro ex jefe policial no sóloamenazó a un ministro sino que, además, mató aun pretendido eminente ciudadano en un ajustede cuentas mafioso. Le prometo que lo harécondecorar por el Presidente en ceremoniapública.

El ruido del martillo de la pistola seescuchó claramente, y el eco retumbó en el largocomedor por algunos segundos.

- Hasta acá llegamos, Suasnay. Te escoltohasta el Departamento Central para que teentregues, le haría muy mal a la imagen públicadel país que un ministro sea tomado preso enuna seccional de barrio.

- Suardi, para tu información esta tarde dila orden a mi gente que hiciera una denunciacontra vos. Ya me sospechaba que andarías enalguna cosa con Badaracco cuando me llegó lanoticia de que te habían visto entrar en suestudio ayer a la tarde. Así que ya veremos quiénes el que se tiene que entregar.

Fue un segundo, Oficial. Un segundoque ahora que lo rememoro me parece que fueun lustro. Se ve que el rigor mortis del cada vezmás tieso Badaracco decidió hacer su numeritodejando caer la copa que el doctor tenía entre lasmanos. El estrépito del baccarat contra el roble deEslavonia actuó como catalizador de los nervios,porque el ministro se zambulló bajo de la mesa

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mientras una bala zumbaba y se incrustaba enla boisserie. Yo opté por replegarme y atajarme delas deflagraciones bajo de una mesa de arrimeque soportaba los bebestibles. Un par dedisparos más sonaron en el salón, y los gritos deSuasnay y Suardi se confundieron con lareverberación del estampido. Creí oír que elministro se desgañitaba pronunciando unapellido que no he retenido, entienda misituación en ese momento Ledesma, OficialLedesma, perdón, y estoy seguro que Suardimascullaba palabras en lo que me pareció era undialecto peninsular. Al ruido de las sillas o de lamesa rasgando el piso, de copas o platosestrellándose, se sumaron los de unos calzadosque daba la impresión de que estaban en plenaperformance de un espectáculo de tap dancing. Otropar de disparos prorrumpieron en el comedor,esta vez con algunos segundos de relantisseur. Ydespués nada. Silencio sepulcral, si me permite.

La prudencia me aconsejó aguardar antesde salir de mi escondite. Con suma precauciónemergí del fino encaje de Bruselas que cubría lamesita y pude hacer un reconocimientopreliminar de la escena. A la profusión de cristaly porcelana esparcidos por el piso se sumabanun reguero de sillas que hacían del salón unadigna pista para carrera de vallas. Oteé el restode la estancia en busca del cuerpo del ministro ydel de Suardi, pero la barrida resultó infructuosa.Aún con la perplejidad que me causó el hallazgo,o el no hallazgo mejor dicho, me aventuré enderredor de la mesa para escrutar la escena.Entonces tuve la certeza de que en ese comedorsolo quedábamos el cuerpo sin vida deBadaracco y un servidor. Me acerqué al dueño decasa y con horror comprobé que su anatomíahabía sido traspasada por dos pares demuniciones, que habían dejado también su huellaen el respaldo y los apoyabrazos de la silla. Lacabeza pendía fláccida a un costado y en la bocaparecía que alguien le había enterrado unaservilleta que se asomaba grotesca por entre loslabios lívidos. Frente al muerto alguien habíagarabateado unos símbolos extraños de un colorrojizo que deduje habían sido trazados con lapropia sangre del doctor y con su dedo índice,que era el único de su mano que estaba teñido derojo.

Y allí es donde me encontró usted,Ledesma, cuando irrumpió con la patrulla en elsalón comedor de la casa de Cotagaita y me diola voz de alto. Lo que no puedo entender detodo esto, fíjese, es que usted me diga queSuasnay sigue siendo ministro de Justicia y queSettimio Suardi haya sido reincorporado a lafuerza policial.

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NADA QUE DECIR

Por Ramón de Elía

No hay nada que decir

Salvo lo que dijo

este o aquel gran poeta,

que contradijo sin quererlo

a uno aún mas grande.

Entonces,

Sobre el amor, silencio

Sobre el dolor, silencio

Sobre el caldillo de congrio, silencio.

Y me acerco a la ventana.

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WATSON, WATSON & HERNANDEZPor Ramón de Elía

-A veces la constancia paga-, me dije mientrasafirmaba con la cabeza profundamenteconmovido. Estaba hojeando el New Yorker,como habitualmente lo hacia, con el infatigabledeseo de que algo, a esta altura sólo un milagro,alimentara mi esperanza. Al pie de una de laspáginas, un aviso anunciaba lo siguiente:

"Importante grupo editorial publica biografíasinéditas de extranjeros residentes en el país.No importa la lengua. Enviar un manuscrito deno más de 20 páginas a

Watson, Watson & Hernandez250 Dove Street, #301Albany, NY"

Hacía ocho anos ya que me encontrabadeambulando por Norteamérica, de trabajo entrabajo, de ciudad en ciudad, de soledad ensoledad. De este aislamiento brutal y de esasmemorias del Buenos Aires que perdí, nació estanueva persona cuya necesidad de comunicaciónse agigantó con el paso de los inviernos. Uncierto día, escandalizado por mis gastostelefónicos de larga distancia, comprendí que elmás grave de los silencios se había apoderado demí. Fue así que, tímidamente, retomé la escritura.Con el paso de los meses mi tiempo libre se fueconvirtiendo en textos, y mi horario de trabajoen cantera de historias y poemas. No tardó enllegar la tarde oscura y fría en que me preguntépara qué, o para quién escribía. No conocíademasiada gente, y pocos de ellos podían leerespañol. Mi mundo consistía en un puñado dedesamparados que nos protegíamos los unos alos otros.

Necesitaba publicar y sabia que eso era casiimposible de lograr aquí. Pensaba, a veceslocamente, en viajar a Costa Rica yaprovecharme de su pequeñez geográfica paradescollar como hombre de la cultura. Enviabatambién, muy temerosamente, mis trabajos a

editoriales argentinas y mexicanas queindefectiblemente, o no respondían, o lo hacíancon pequeñas notas agresivas en las que insistíanen que ellos no aceptaban manuscritos deescritores no asociados a esa casa (al menos,pensaba, reconocen que soy un escritor). Miamigo Matías, desde su cueva en Alemania leíamis textos y me alentaba ciegamente, alabandomi estilo y la “potencia de mi prosaSarmientina”.

Luego de leer el aviso me recosté en mi cama y,boca arriba, comencé a planear mis próximosmovimientos. Me preocupaban dos puntos:primero, que a pesar de tener mucho materialescrito no había una hoja que pudiera cuajardentro del genero "biografía", y segundo, larevista Americana aclaraba, "residente en elpaís", y yo, ahora, vivía en Canadá. Decidísuspender el pavor "número 2" arguyendo queCanadá no es muy diferente de Estados Unidos,y que en caso extremo podría fraguar algunosdetalles.

Esa misma tarde me senté a escribir como unendemoniado fragmentos de mi biografía quepodría presentar como una "simple muestra delo que ya tenía escrito." Fueron horas deprofunda emoción en las que me vi obligado ahacer un balance de mi vida y seleccionar consupuesta objetividad los momentos que deberíadescribir minuciosamente. Durante estaconversación conmigo mismo y, quizás debido alesfuerzo de hurgar en los más mínimos detallesde mi historia remota, sucumbí varias veces a unllanto casi infantil, que en la soledad de micuarto no podía conmover a nadie. En esemomento el horror de que mi propia vida fuerapuesta en tela de juicio se hizo carne en miespíritu.

Aproveché toda la energía producida por esahorrible visión para teclear sin pausa lo que mesalía del alma y la memoria. Simultáneamente me

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hablaba a mí mismo en voz alta para nosucumbir ante la débil esperanza de lapublicación de mis escritos, ni paradesmoralizarme ante lo pálido del texto. Medediqué a redactar los pasajes de mi biografía atiempo completo durante los días que siguierony me encontré, a dos semanas de haber leído elaviso, con treinta páginas escritas y corregidasen un papel de buena calidad.

A minutos de dejar el pesado sobre en la oficinade correo noté, con pavor, que la dirección delremitente denunciaba inequívocamente el origencanadiense de la misiva. Y todo esto luego dehaber eliminado de mis escritos con extremacautela todo elemento que sonara extraño. Habíaolvidado por completo mi idea de enviar el sobrea mi primo Marcelo, que residía en Queens, paraque él desde allí lo reenviara. Este período deautoflagelación duró menos de lo esperado.Mientras deambulaba reconcentrado en elmotivo que justificara tamaño olvido, mi ánimorecibió un inesperado estímulo.

En un diario de Boston, que encontré en unbanco de la estación de autobuses, había unartículo que hablaba del furor que se habíadespertado últimamente con la lectura debiografías en ciertos países. Pero no cualquierbiografía, sino "biografías de connacionales en elprimer mundo". Aseguraba el diario que, "grancantidad de ciudadanos del tercer mundo,recorren hoy orgullosos, las calles de ciudadesEuropeas y Norteamericanas. Sus connacionales,viviendo en condiciones poco dignas, ponen susojos en aquellos que partieron buscando undestino mejor. Hoy, sencillamente, quieren saberqué ha sido de ellos".

Sugería incluso que se había declarado unaguerra entre editoriales Europeas yNorteamericanas para dominar el mercadomundial. Y decía más: "Latinoamérica es, sinduda, el objetivo de hoy." Como no podía másde ansiedad decidí llamar cinco días después deenviado el sobre, aunque sospechando que estetodavía reposaba en a lguna p i lainconcebiblemente alta de algunas de lasinstituciones ocupadas en su traslado. No pudecomunicarme con ellos sino hasta después delmediodía, y como no tenía teléfono en mi

habitación, lo hice desde un teléfono públicoenterrado en la nieve.

La conversación fue breve, en inglés, yesencialmente entendí que había conseguido unaentrevista para la semana siguiente en la ciudadde Albany. Allí debía ir dispuesto a tener unaconversación sobre mis expectativas y sobre elplan de trabajo. La decisión final de aceptar mibiografía para publicación, creí entender, setomaría allí mismo. A pesar del frío que habíacomplicado aun más mi dicción en inglés, alterminar la conversación comencé a transpirarcopiosamente, quizás por el esfuerzo que poníaen contener mi desbocada alegría. Nocomentaron -o no notaron- siquiera que la cartaprovenía del exterior de los Estados Unidos.

Esa semana la pasé nervioso pero entusiasmado,recuperando parte del tiempo perdido en mitrabajo, redactando publicidades de empresas enel periódico latino de la zona (agencia de viajes,compra y venta de oro, préstamos, agencia deempleo, etc.) y también escribiendo mi columnahumorística en la cual debía esforzarme paraseducir al publico mayoritario, esencialmenteperuanos de origen humilde.

Tomé el autobús hacia Albany a las 23 horas dela noche anterior a mi entrevista, con el objetivode llegar con mucha anticipación y así evitarinconvenientes. Al llegar a la terminal todavía nohabía amanecido y el ambiente parecíaparticularmente hostil. En un espacio que notranspiraba placidez un adolescente disparabacon una pistola de plástico muy convincentecontra una pantalla en la que aparecían sucesivosblancos humanos. El sonido realista queprovenía de ese juego electrónico erosionabacualquier sensación de seguridad. Pasajeros enespera dormían o deambulaban como zombies.La oscuridad absoluta de los barrios adyacentes,que apenas se distinguían a través de la ventaname convenció de que si bien la terminal no eramuy acogedora, era el único lugar razonable porel momento. Dormité en un banco acunado poruna televisión que transmitía un partido debéisbol del campeonato de colegios secundarios.

Desayuné allí mismo dos horas después unaCoca y un sándwich de atún. A las ocho de la

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mañana, luego de estudiar un mapa de laciudad, decidí salir a recorrerla. Me faltabantodavía 5 horas para mi reunión. Mi objetivoprincipal era concentrarme, prepararme para un

cuestionario difícil en el que seguramenterepasaría mis conocimientos básicos deliteratura. Mi conversación debería resultarlesagradable, profunda y exhibir un conocimiento

muy amplio.

Hacía frío. Luego de recorrer variascuadras comprendí que no iba a aguantarmucho tiempo yendo y viniendo por lascalles heladas. Calculé que con esatemperatura ambiente más mis nervios mevería obligado a visitar por lo menos uncafé cada 40 minutos de caminata. Decidíir a la biblioteca municipal y esperar allí.

Me costó entender como no había pensadoen eso antes. Al traspasar la gran puerta demadera de la biblioteca comprendí quedebería haber sido más cuidadoso y que,antes de sentarme a escribir mis memorias,debería haber repasado algunasautobiografías ya publicadas. Gracias a laobsesión de los Norteamericanos poracapararlo todo, pude ojear en las horasque me quedaban biografías de todo tipo.Por supuesto estaban los grandes yfamosos; Kennedy, Hemingway, Tolstoi,Picasso, Ava Gardner, Toshiro Mifune,Einstein, La Reina Victoria, Albert Camus,etc. Me sorprendió encontrar tambiéncientos de biografías o memorias deilustres desconocidos; un taxista, ungeólogo, un dentista, etc. Logré revisar concierto cuidado los libros que más mellamaban la atención y me sentí satisfechocon la actitud positiva con que estabaenfrentando esta posibilidad.

A las 12:30 salí del restaurante adonde mehabía detenido a comer una pizza y medirigí hacia la oficina en la que meesperaban. La calle en la que se encontrabael edificio era una arteria importante deldistrito comercial de Albany y tenia buenaspecto. El edificio mismo, del típicoladrillo marrón de los años 30, lucía unpoco descuidado y parecía contenercentenares de oficinas oscuras.

Golpeé la puerta con el numero 301 y unaplaca con los nombres Watson, Watson &

AYERPor Antonino Serra

En el día de ayer murió un transeúnte que caminabaplácido rumbo a misa.

En el día de ayer se levantó un aguacero que dejó lascalles lloradas.

Ayer mismo, en el zoológico se trenzaron en una riñaferoz dos visitantes.

También ayer dinamitaron el último vestigio de unaantigua civilización americana.

Según reportes de la agencia noticiosa, ayer cayeronsoldados y civiles.

Un niño celebró su cumpleaños número siete, y apagólas velitas.

En el día de ayer circularon más diarios que lectores.

Ayer por la mañana, alguien tomó sus medicamentospara vencer al tiempo.

Regalaron una chorrera de dinero en la televisión, ayernomás.

Se suicidó un deseo por la mañana, y por la tarderesucitó.

Alguien miró el mar y no pudo tener ni felicidad nicongoja. Eso fue ayer.

Ayer era un domingo de esos que pasan antes del lunes.

Uno de esos domingos lábiles, insulsos, casi orgulloso deser el día más pusilánime de la semana.

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Hernandez, exactamente a la una de la tarde.Lo que parecía ser una secretaria me hizo pasar yme invitó a pasar y me condujo a la sala deespera. Inmediatamente me preguntó mi nombrey me invito a sentar. Ella volvió sobre sus pasosy salió por una puerta que seguramente daba a laoficina de su jefe.

Al acomodarme y estirar la mano para tomar unade las revistas de la mesa ratona me encontré,sorprendido, sosteniendo las páginas que yohabía enviado unas semanas atrás. ¿Era esto unaccidente, un error en el manejo de los textos, oquerían que yo los lea allí, en ese instante?Sucedió todo tan rápido que no tuve ni tiempode ponerme nervioso: el texto parecía bastantemanoseado y engalanaba la carátula un sello delacre negro. Empecé a hojearlo ansioso por versi habían escrito algún comentario.

Mi corazón comenzó a latir agitadamente y mepregunté si no debería haber pasado más tiempocorrigiendo las primeras 20 hojas en lugar deescribir 30, ¿acaso ellos no habían pedido "nomás de 20"?. Encontré varios párrafos marcadoscon resaltador. Los leí apuradamente.

La última palabra fue enunciada al vacíointerestelar. Su murmullo no fue registrado nien la memoria de una abeja ni como onda enla superficie del pequeño lago. Respuesta sintestigo, sin memoria. Historia muerta.

Las aventuras cesaron la noche del granllanto. Dios, mi madre fue herida de muertecon mi vida. Respiré alcohol por el resto de miexistencia .

Los hombres que se adueñaron de misnecesidades son los que ignoran el desiertoque yace delante de mis ojos.

Dista entre mi verbo y mi alcoba la marentera.

O yo soy un magneto con glándulas quesecretan el elixir de lo incoherente, o el mundono se parece en nada a lo que dicen.

A fuerza de batirme a puñaladas soy máscavidad que continente.

¿Merito el cuerpo de Dios que se distribuye endiscos a los fieles?

Abatido no estoy, soy un palacio abandonado.

Salté de un costado al otro del camino hacia lanada.

Se deconstruye mi pensamiento como si nohubiera leyes básicas que controlen eldesmembramiento de los cuerpos.

Hay un final esperando, por más estructuradaque sea la desventura.

Ni la paloma blanca ni la rosa son desechablesde antemano. Yo lo confieso aquí: nunca leregalé rosas a mi amada, pero el dolor quehabitó mi pecho escapó de mi tórax comopaloma blanca ante el asombro de lospresentes.

Mis amadas pueden olvidarse desde ya mipalabra de aliento en la víspera de lacatástrofe. Yo las amé hasta un cierto día enque el espejo ganó la batalla. Lamentoanunciarles que entre ustedes y yo no quedanada y que seguramente no recuerdo ni susnombres ni sus rangos. Estoy condenado a laerosión frecuente.

Lejos de los hospitales y los gritos de lasalcobas condenadas a muerte, la vida meparece hermosa. Sumergido en el océano depena solo me consuelan los carbohidratos.

La lectura fuera de contexto de esas frases meincomodaron un poco, como si lo poético aldespojarse del poema se convirtiera en absurdo.Controlé mi malestar recordando que si mehabían llamado era por que les interesaba, yquizás lo subrayado fuera, a los ojos delsubrayante, hermosa literatura.

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Minutos después volvió la secretaria y mehizo pasar a otra oficina donde había treshombres sentados del mismo lado de una mesa,que luego de un cordial saludo, me invitaron asentar frente a ellos.

El de mi derecha tenía frente a él una carpetacerrada, y su tipo físico lo condenaba a ser el"Hernandez" del grupo. Los otros dos eranindudablemente hermanos y seguramente los"Watson". La conversación transcurrió en Inglésy comenzaron con preguntas de cortesía sobremi viaje. Lamentablemente esto no me sirviópara relajarme porque no quería dar indicios queles hiciera sospechar, o recordar, que habíacruzado la frontera.

Rápidamente, como en cualquier instituciónanglosajona, la conversación desembocó en loprofesional. Watson de la izquierda comenzó:

- El señor Hernandez sostiene que a través de loque ha leído, usted parece una persona culta, congran léxico y que sabe narrar una historia. Veoque su apariencia física es bastante afortunada.

Sonreí tímidamente y continuó.

- Por supuesto que con solo unas páginas noalcanza para tener una idea de la historia de unavida así que nos gustaría que nos hiciera unbreve resumen sobre ella y después pasaremos ahacer unas preguntas. No quiero un resumenlargo, sería bueno que empiece con describircuatro o cinco hechos fundamentales de su vida,tanto por el impacto que han tenido en usted, opor el colorido.

Me sentí un poco sorprendido por la direcciónque estaba tomando la entrevista. Curiosamente,al estructurar mi biografía, no la había pensadodesde ese punto de vista sino desde procesosinternos. Así que conteste de manera un pocoelíptica.

- No creo que mi vida pueda describirse concinco pincelazos, por que se compone de unasucesión de pequeñas complejidades, pero voy ahacer el esfuerzo...Mi nacimiento es importante, fundamental.Luego mi entrada en la Universidad que significo

una apertura tanto a las ideas, como al amor y alsexo. Luego, cuando abandoné la Universidadpor el hartazgo y la monotonía... y luego la másimportante: dejar el país.

Watson y Watson se miraron. Watson de laizquierda, hizo lo que parecía un gesto didácticoy expuso.

- Los lectores a los que su biografía pretendeseducir están ávidos de historias de coterráneosque han vivido o viven afuera, y buscanesencialmente tres tipos de historia:Uno, historia del luchador que de la nada crea suimperio; dos, el aventurero que recorre ydescribe lo que ve y se embebe de ese mundoexótico; o tres, el perdedor puro, historia que selee con tanta compasión que uno agradecehaberse quedado en su país. ¿Entiende lo que ledigo?

- Permítame que diga algo -intervine- yo soy unescritor a los que algunos llaman talentoso, ysiempre han halagado mi capacidad para generaruna historia con elementos muy sutiles...

Watson de la derecha levantó su mano comopara detenerme mientras Hernandez meneabalevemente la cabeza. Watson, un pocosorprendido o haciéndose el sorprendido, dijo:

- Creo que hay un malentendido. Nuestraempresa tiene escritores profesionales de largaexperiencia en el metier, incluyendo un grupo deescritores hispanos que coordina el señorHernandez, un gran profesional. Habrá ustednotado que en la publicidad no hemos utilizadola palabra "Autobiografía" sino "Biografía". Perousted no tiene de qué preocuparse, es incluso untrabajo más fácil para usted, que dicho sea depaso, tiene una parte en las ganancias, y ademáspermite a la empresa cierta libertad en elcontenido, y homogeneidad en el tema de loslibros que producimos.

Sentí es ese instante, como si me hubieransacado la silla, el piso, el suelo y el continentedebajo de mí, y me enfurecí contra mí mismopor no haber notado ese detalle y habergenerado semejante fantasía de la nada. Teniaque recomponerme rápido. Todo no estaba

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perdido, creía haber oído la palabra"ganancia" en boca de Watson justo en elinstante en que mis oídos habían comenzado aentumecerse. Además, de alguna manera, laactitud de los tres seguía siendo positiva. Watsoncontinuó.

- Supongo que el malentendido proviene delhecho de que le hemos pedido material escrito.Eso solo tiene el objetivo de evaluar su nivelcultural, su compromiso y su capacidad decontar una historia.

El instinto de conservación me ayudo a generarla fortaleza necesaria para sonreír y tratarlo comouna confusión menor que en realidad nocambiaba casi nada mi situación. Trate de pasar ala ofensiva.

- Realmente es una agradable sorpresa y unhonor mucho más grande, mucho másprestigioso que escribir la historia uno mismo...

- Exactamente. -continuó Watson- Lo quenecesitamos ahora es que nos cuente con máscuidado elementos de su vida Norteamericana,que usted tiende a omitir, para decidir siusted entra o no en una de las tres categoríasmencionadas antes, que son lo que en lajerga de la compañía se llaman el sello, rojo,verde y negro.

La combinación de las palabras "omitir" y"rojo" me proyectó hacia el pasado, haciadonde no quería, y el horror de aquella tristepérdida trepó hasta mi garganta. Meconmoví profundamente. Instantáneamentecapte la atención de ellos como no lo habíalogrado con nadie en los últimos años.

- Les voy a contar la historia de ladesaparición de "Pelusa". Un amigo muyquerido que vino de Rusia, acababa derecibir una carta en la que le anunciaban sudeportación. El pobre estaba agotado detanto fracasar y no pudo luchar más.Decidió partir. Entre las cosas que me dejóestaba su adorable perrita, una cachorraCollie. Una hembrita que él bautizo "Lara"en honor a la protagonista de "DoctorZhivago." Me conmovió mucho su gesto y

yo la acepté y decidí ponerle un nombre que merelacionara más con mi tierra. Así fue que lallamé "Pelusa".

- Vivíamos los dos en un cuartito muy pequeñoy pasamos varios años juntos en donde había lojusto para la comida. Ella pasaba mucho tiemposola y con el tiempo creció mucho y empezó anecesitar más espacio. Era evidentemente unaCollie grande. Un amigo que conocí en unalibrería la calificó de "Collie enorme" y según élhabía dos posibilidades; o era un antecesorprehistórico del Collie, como lo es el mamut delelefante, o era un San Bernardo. Esto nunca sedefinió, pero lo cuento para que entiendan lastensiones que puede haber generado semejanteanimal en un departamento diminuto. Un día enque ambos estábamos evidentemente de muymal humor, la deje salir, como tantas veces, paraque paseara sola. Oscureció y Pelusa no volvió.Me preocupe y salí a buscarla bastante nervioso.Una hora después la encontré en un callejónoscuro con otro perro grande encima,montándola.

Me calle unos segundos y continúe.

PARIRPor Ramómn de Elía

Asi parir; en el silencio

En el vacio sin solucion

En la soledad irremediable

En el nonato esplendor

De la boveda celeste.

Asi parir, sin cuerpo

Dar a luz la ausencia de la nada

Generar un punto solido

Habitado por materia infinitesimal.

Asi parir

Mutilando inexistencia.

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- Tuve una reacción ambigua ante la situaciónpero al recordar experiencias que tuve con otrasmujeres en el pasado decidí que lo mejor seriadejarla disfrutar el buen momento que le tocaba.

Hernandez, afirmó con un movimiento decabeza.

- Volví a mi cuartito y dormí con la puertaabierta toda la noche. Ella no volvió. A lamañana siguiente salí a buscarla nuevamente yno la encontré por ningún lado. Angustiado,toqué timbre por todo el barrio preguntando porella hasta que un haitiano, que siempre solía estarbien informado, me sugirió que visitara el jardíndel Dr. Kurtz. Efectivamente allí estaba. La vicomiendo en un gran plato cerca del perro que lanoche anterior la había manoseado. Comíacarne, feliz, haciendo un ruido magistral. Meacerqué a la verja de madera y la llaméemocionado. Pelusa giro su cabeza, me miró conun rencor inconcebible en un animal, y megruñó. Fue así que supe que me habíaabandonado. Ustedes pueden creer que fue poramor, pero yo sé que fue por algo más bajo. Ladeslumbró la riqueza de Bobby, el perro que laacompañaba. Y esto es lo que hoy no le puedoperdonar.

Bajé la cabeza casi llorando, por Pelusa y poresta historia que había retocado no muyhábilmente mientras la enunciaba para hacerlamás interesante. Temía agregar una línea másque me revelara como un psicópata delante desus ojos.

- Pero bueno -continué- es increíble como unose apega a sus mascotas, y llega a relacionarsecomo si fueran humanos.

Concedí un silencio para obtener un indicio decómo iban las cosas. Watson de la izquierda seacercó al oído de su hermano, mientras estegolpeteaba la mesa con una lapicera. Tomó lapalabra.

- Yo creo que lo importante, mi estimado, es lacombinación de las riquezas de su experiencia enNorteamérica y la inagotable imaginación ypicardía de nuestros redactores.

Debo decirle que el que se va a encargar de suproyecto es una de nuestras jóvenes esperanzas...

Allí Watson miro a Hernandez que continuó.

- Es un escritor Salvadoreño de muchaductilidad que además...

- ¿Cómo salvadoreño, le parece que alguien queno sea de argentina puede expresar con precisióny delicadeza mis años allí? Fueron casi 30 anosen la gran ciudad que es Buenos Aires. Uncentro cultural imponente. Usted debe conocermuy bien la vitalidad e independencia de lacultura argentina...

Hernández estaba por contestarme algoseguramente convincente, o al menosconvincente para mí en aquel estado, cuandoWatson retomó el hilo de la conversación.

- Lo importante, mi amigo, y se lo digo desdeahora, es que estamos muy interesados en usted.Esto quiere decir que personalmente como elgerente de la empresa, lo invito a participar ennuestro proyecto. ---

Estaba confundido. A pesar de que ellos sehabían mostrado esencialmente optimistas, noentendía bien cómo esta entrevista que parecíadiseñada para hundirme en el fango cósmico,podía terminar de manera exitosa. Watson de laizquierda en ese instante sacó una chequera delcajón, a la que no pude sacarle los ojos deencima, mientras el otro Watson desplegaba unacarpeta con un contrato. Se habló de 1500dólares en mi bolsillo al instante de firmar y suderecho de utilizar mi nombre y parte de mihistoria en la biografía y en la propagandaasociada a ella. Mi obligación era colaborar conla distribución del libro que me daría gananciasadicionales. "Estamos hablando de 10.000dólares más como mínimo, si todo sale comocalculamos". Además debía aceptar sin derecho aréplica el material escrito por el redactor elegido,"aunque lo estrecho de la relación que yoaventuro entre ustedes, debería tranquilizarlo."

Watson, el gerente, firmaba el cheque por 1500dólares mientras el otro terminaba de acomodar

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el contrato y de apoyarlo sobre la mesa paraque yo lo firme.

- Como verá, ganamos todos -sentenció-.

Un golpe de ojo sobre el cheque me permitióobservar un detalle nada despreciable: El bancoemisor era el Royal Bank of Canada. Al detectarmi vista posada allí, Watson de la izquierda,comento sin mirarme:

- ¿Usted reside en Montreal, no es cierto? Laempresa nuestra tiene sede en Toronto, peroatendemos aquí por cuestiones de mercado.

Me alivió mucho la noticia y sobretodo lagentileza en la manera de decirlo, seguramentesospechando que yo estaba preocupado. Porotro lado esa noticia fue un duro golpe al bolsilloya que el dólar canadiense era casi un tercio másbajo que el americano.

Comencé a leer el contrato pero en esemomento carecía de toda capacidad deconcentración, y no podría haberlo distinguidode una receta de cocina. Había un punto en todaesta historia que me inquietaba. Decidí hablar.

- Es muy importante para mí -dije mientrascomenzaba a emocionarme- que en esta historiaque se narre mi vida, al público le quede claroque yo soy escritor.

Hice una pausa por que mi voz habíacomenzado a vibrar perceptiblemente.

- He trabajado de varias cosas, he pasadohambre, he sufrido abandono, pero hecomprendido que soy un escritor. Ni muyafortunado ni muy conocido, pero escritor.

Watson percibió mi emoción y me dirigió unamirada profundamente paternal y tierna.

- Usted va a ser un gran escritor, se lo juro.–dijo-

En ese momento no pude contener la emoción yestallé en un llanto que me forzó a cubrir mi caracon las manos y mirar hacia abajo. Hernandez se

puso de pie, se acerco hacia mí y apoyo su manoen mi hombro. Me dijo en español:

- Vamos, mi viejo, que es un día bueno paratodos.

Poco después me recompuse, firmé el contrato,me entregaron el cheque y discutimos la fecha delas posibles entrevistas -telefónicas- con elsalvadoreño.

Luego de un apretón de manos dejé la oficina,deambulé por la ciudad y a la puesta de sol toméel autobús que me llevó de regreso a mi cuartito,al otro lado de la frontera.

Pasaron unas semanas hasta que tuve el primercontacto con el escritor salvadoreño, con el quehable por teléfono 4 veces, casi media hora cadauna, durante el siguiente mes. Me resultóagradable, respetuoso y serio. Tanto que se negórotundamente a leerme parte de lo escrito hastano haberlo completado y corregido. Comoescritor que soy no podía más que respetar esaactitud.

He recordado, hoy, en la víspera de la apariciónpública del libro, estos eventos de los últimosmeses que tanto han cambiado y cambiarán mivida. Mañana ha de llegarme por correo unejemplar de mi biografía con tapa dura, y diseñocolorido. Tiemblo de solo visualizar mi nombreallí, en letras grandes, de ver las fotos que les hemandado una al lado de la otra, e imaginar loscomentarios al pie de ellas. Tiemblo al pensar enmañana, cuando me llegue el libro y lentamentecomience a saber quien soy.

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POEMA CON SIMETRIA TRASANDINAPor Antonino Serra

TARDE DE MIEDO

El muy perla asea el autoCon un huaipe relucienteMientras a puro cahuínConversa con el vecino.Seca el agua que chorreaCon restos de toalla novaY el brillo que le ha sacadoSe merece un buen galvano.Sudada está la poleraParece de plumavitPero la pega lo valeY ahora, un tanto cansado,Se empina un buen combinado.Sigue hablando de leserasAhora que está más curadoPela a los sopas y flaitesPorque son ahuevonadosMientras se calza las chalasPorque estaba a pié pelao.Se cree el hoyo del quequeSe considera la muertePuta, que si tiene suerteSi hasta se cree muy choroNunca un no, nunca un condoro,Un gallo que es un tesoro.

TARDE FORFAI

El canchero limpia el cocheCon gamuza relucienteMientras a puro chimentoConversa con el vecino.Seca el agua que chorreaCon un rollo de cocinaY le brillo que le ha sacadoSe merece un buen diploma.Sudada está la remeraParece de telgoporPero el laburo lo valeY ahora, un tanto cansado,Se empina un fernet con coca.Sigue hablando boludecesAhora que está más en pedoLe saca el cuero a los chotosPorque son unos boludosMientras que se calza la ojotaPorque el hombre anda en patas.Se cree que es un genioUna mente iluminadaPuta que si tiene suerteSi hasta se cree muy valienteNunca un no, una cagadaEste tipo es un tesoro

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CUENTOAlejandro Saravia Vasos y visiones 4Antonino Serra La tertulia del azar 6Ramon de Elia Watson, Watson y Hernández 14

POESIARamon de Elia Soledades postergadas 8Waldo Belloso No serán ellos 10Ramon de Elia No hay nada que decir 13Antonino Serra Ayer 16Ramon de Elia Parir 19Antonino Serra Poema con simetría 16

ARTELuis Cortéz Santiago Mujer como pocas tapa

BELLOSO CORTEZ SANTIAGO DE ELIASARAVIA SERRA