tomo iv, núm. 6, 6 de febrero de 1842

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6 SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. 41 ESPAÑA PINTORESCA. XJL C A T D U 1 BE M URCIA. igltfti* catedral de Murcia fili situada en la misma plata del palacio episcopal. Su fachada compuesta de di- ferentes mármoles jr de sillería tiene dos cuerpos de arqui- tectura, de orden corintio; el primero formado con ocho columnas estriadas elevadas sobre altos pedestales de mármol nanl, cubiertos estos de esculturas en bajo relieve jr coloca- das delante de igual número de pilastras también ador- nadas de trofeos, ana de las caales termina también la lachada por ambos lados. Este primer cuerpo está coro- nado por un friso igualmente rico de adornos, y flan- queado con dos torrecillas reunidas al cuerpo principal por medio de ana balaustrada.— El secundo cuerpo se ▲ño VIL levanta sobre la parte media del primero; tiene seis colum- nas con la misma decoración, y está terminado con na co- ronamiento en que se ré en bajo relieve la imájen de Nlra. Sra. y un Cristo abrasando la cror. En las diferentes par- tes de esta fachada se hallan distribuidas 32 estátuas. La puerta principal es de órden corintio, teniendo á cada lado una columna de mármol rojo yasul delante de sus respec- tivas pilastras y sobre pedestales también atules, adorna- dos de figuras de ángeles, rematando en su parle alta con un grupo de la santa Virgen entre ánjeles. Las puertas la- terales tienen también columnas rematadas con estátuas de santos. 6 de febrero ds ti**.

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Page 1: Tomo IV, Núm. 6, 6 de febrero de 1842

6SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. 4 1

ESPAÑA PINTORESCA.

XJL C A T D U 1 B E M U R C I A .

igltfti* catedral de M urcia f i l i situada en la misma p la ta del palacio episcopal. Su fachada compuesta de di­ferentes mármoles jr de sillería tiene dos cuerpos de arqu i­te c tu ra , de orden corin tio ; el p rim ero formado con ocho colum nas estriadas elevadas sobre altos pedestales de mármol nan l, cubiertos estos de esculturas en bajo relieve jr coloca­das delante de igual núm ero de pilastras tam bién ador­nadas de trofeos, ana de las caales term ina tam bién la lachada p o r ambos lados. Este p rim er cuerpo está coro- nado por u n friso igualm ente rico de adornos, y flan­queado con dos torrecillas reunidas al cuerpo principal p o r medio de a n a b a la u s tra d a .— El secundo cuerpo se

▲ño VIL • •

levanta sobre la parte media del prim ero ; tiene seis colum­nas con la misma decoración, y está term inado con n a co­ronam iento en que se ré en bajo relieve la imájen de N lra. Sra. y un C risto abrasando la cror. En las diferentes p a r­tes de esta fachada se hallan distribuidas 32 estátuas. La puerta principal es de órden corin tio , teniendo á cada lado una colum na de m árm ol rojo y a su l delante de sus respec­tivas pilastras y sobre pedestales también a tu les , adorna­dos de figuras de ángeles, rem atando en su parle alta con un grupo de la santa Virgen en tre ánjeles. Las puertas la­terales tienen tam bién colum nas rem atadas con estátuas de santos.

6 de febrero ds ti* * .

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4 i SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.

Esta fachada y puerta« , construcción del siglo pasado, so n dignas de aleación p o r el esmero de su trabajo , y consideradas en detalle las diversas parles de que se com­ponen, merecen m ayor alabanza que vistas en conjunto, en e l cual se advierte algunas b i ta s de arm onía y de gusto en la colocación. También ofrece esta fachada el inconvenien­te de no hallarse situada en dirreccion 4 la plaza, y encon­tra rse cubierta en parle ron el ediürio episcopal, de suerte <jue carece de pun to de vista conveniente.

Tam bién hay dos puertas de costado, la una antigua con algunas estatuas y riqueza de decoración. La gran to r­re cuadrada que se eleva en uno de los lados fue comen- cada en 1521 , y quedó sin term inar hasta el siglo último; cst4 compuesta de seis cuerpos diferentes unos sobre otros y coronada por un octógono que la da una forma agrada­b le y una imponente elevación. Súbese i ella por una ram ­pa suave dispuesta cu espiral, y en el hueco que forma cali situada la sacristía.

La construcción do este templo comenzó á los fines del siglo X II, y considerado en conjunto ofrece un aspecto magestuoso aunque algo cargado. E l in terio r se compone d e tres naves separadas p o r enormes pilares formados de pequeñas colum nas arum uladas; las dos laterales mas es­trechas que la principal, dan la vuelta entera a la iglraia reuniéndose detrás del a lta r m ayor; el coro y santuario «slan colocados en el centro como en todas las calcdralrs de España. En este se conservan los cuerpos de los Slos. F u l­gencio y F lo ren tino , y en u n rico mausoleo colorado a l lado del Evangelio se encierran el corazón y laa entrañas de Al­fonso el s ih io , rey de Castilla destronado p o r su hijo Don Sancho , i quien los m urcianos defendieron con singular fidelidad.

A la en trada de la Iglesia se presenta desde luego un dom o que cubre el espacio intrrm odio en tre la puerta y el coro. La decorada» de este recinto es estremada y dispues­t a con gran confusión; y lo miamu la del trasro ro , cubier­ta con una capilla de la Virgen.

E u lrc las m urhss capillas que hay al rededor de la iglesia la mas digna de atenrion es la llamada de toe f 'r~

/ c a , cuya portada ofrecemoa i nuestros lectores al frente de este articulo . E l in terio r es octógono bastante espacioso, y con una elevada cúpu la , y está ricamente decorado con m u ltitu d de colum nas y adornos góticos aunque recargado e n demasía.

Term inarem os aquí este a rtíc u lo , pidiendo escusa 4 nuestros lectores p o r la omisión y «caso las inexactitudes que pueda contener, pues por mas que hemos hecho uo nos ha aido posible ha llar quien nos diese noticias asi de cale como de o tro s muchísimos monumentos de España, indignamente o l­vidados p o r la incuria y el abandopo de los inteligentes. Sobre este punto sería largo el catalogo de nuestras la­m entaciones; y si 4 escribir fuésemos algunas de ellas, el público lector nos dispensaría de muchas fallas, al paso <jue no podría menos de adm irar la constancia con que venciendo obstáculos, repugnancias, y á costa de gastos y fatigar hemos podido hasta el dia presentarle m ultitud de dato« nuevos sobre los monum entos del a rte español, sino I s a estenios como quisiéram os, al menos lo suficientes para fo rm ar uua ¡dea de las riquezas que poseemos, y que uo querem os ó uo «aliemos apreciar.

CIUDADES ESPAÑOLAS.

I 4 > L Ú C 4 B D B B 4 B B 1 B B D 4 T BU C A B T X U O .

(Conduiion Véase el aúmero anterior.)

D espors del castillo de Santiago lo mas notable que presenta S an lúcar4 los ojos del curioso viajero, es la puer­ta de la iglesia m ayor, monum ento singularísim o por su mezcla dc«rqu itcc tu ra y de adoraos góticos y Arabes que se ven allí form ando un conjunto, aunque cargado, pero que entretiene y cautiva; no sabemos baya en España o tra pieza de este género mas que esta; es lastima esté ejecutada en piedra bastante dcslezuablc, p o r cuya causa se encuen­tra m altratada en algunos p u n to s : fue labrada por los años de 1308, y costeada por la Sra. Doña Isabel de la Cer­da y Guarnan, herm ana de los duques; sus arm as se ven entre los adornos. La iglesia m ayor de N uestra Señora de la O la fundó D. Alonso cuando tomó posesión de la ciu­dad , y la to rre que llene jun to , la creemos, hasta las cam­panas , p o r una de las siete que mencionan los escritores de la antigua Sunlúear: en la iglesia nada lia quedado de lo antiguo csccplo la portada.

La iglesia de Sto. Domingo fue fundada en el año de 1543 , p o r la Sra. Doña Im n o r M anrique de Soto-m ayor y Zúñiga. La traza sencilla y elegante de este edificio, que es todo de p iedra, *us bellas proporcionas, sus atinados adornos, la buena ejecución de ellos, harén que este tem­plo sea la obra moderna de m ayor consideración en S an - lúoar: pertenece al buen tiempo de la arquitectura grcco- rom ana. Es doloroso que se hallen embadurnados con cal de M oran , los m uros y columnas Juleriorrs y todas sus capillas; y es vergonzoso que en una ciudad de alguna con­sideración se cometan tales y tales desaciertos con descré­dito del gusto y del honor del mismo país.

El estado de esplendor y prosperidad 4 que llegó Sau- lú ca r con el descubrimiento del Nuevo M undo , siendo puerto abierto para el comercio con aquellas tie rra s, por la excelente posicicioii que ocupa 4 la desembocadura del rio y orillas del m a r , la hicieron crecer en población es- In o rd in a d a y rápidam ente, tan to que en pocos años, 4 fines del siglo XV y principios del siguente, se edificó todo lo que llam an barrio ba jo , cuyo terreno ocupaba antes el m ar bosta la cuesta de Belén, y después basta la A duana, y asi sucesivamente se ha ido retirando. Don Enrique Pérez dcG uzm an , ?.” señor de S í ub icar, concedió privilegio 4 los B retones, dado en Huelva 4 3 de diciembre de 1478 , fa­cultándolos para que pudiesen poblar el te rreno bajo que iba dejaddo e l m ar al pie de las barrancas, donde en el dia bay calle con aquel nom bre: de aquí dala la fecha de esta parle de la población. Con la raida del comercio de Amé­rica , y desde que en 1687 cesó la habilitación del puerto, los comerciantes se re tira ron , y solo existen los labrado­res y cosecheros de vinos.

Los duques poseyeron el señorío de esta d u d ad hasta el año de I 645 que pasó á la co rona, según el decreto de Fe­lipe IV , y tom ó posesión en nom bre de S. H . Don B arto­lomé M orquccho, del Consejo Real de Castilla. En 1579 ob­tuvo titu lo de ciudad, pues antes era solamente villa.

La palabra S an lú rar la hacen derivar algunos de Sone­tos L uc ifer , que asi llam aban loa antiguos a l Lucero, ó 4 V enus, que adoraban bajo este respecto, como cosa divina

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SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. a

* u u l* - corrompióse después en Solúcar, que e» el nom ­bre que recibí* en la domiuacion á rabe , y que conservó después como consta en escritura» antiguas, y de aquí pasó i llamarse Sanlúcar. Algunos están creídos, y en ello van sumamente errado», que viene este nom bre de S . Lu­cas evangelista, pairo., de 1» ciudad; cuando el haberes puesto este pueblo bajo el am paro del u n to , es muy pos­te r io r al nombre va citado de Solucar, de donde viene ciertam ente el que boy se le da. E l sobrenom bre de B a rra - n u d a lo traemos de B a ria m e ta , que significa medida, m area, seña l ó linea de la h a rra , para lo que servia un árbol; torre", dicen o tro» , que se elevaba en el sitio don­de esite boy S. G erónim o, p o r donde lo* navegantes se guiaban para llegar al pu e rto , salvando los enormes y pe­ligrosos pef.asros que tiene en su en trada ; llamándose aquel sitio con la vo* corrom pida B arram eda de B a ria m eta. Rodrigo Caro afirm a que en su tiempo habia un p ino en donde fijaban la vista los pilotos, y esa era la medida ó „ d a ! , pues babia dos allisiraos y extraordinario», que el uno se secó, y e l o tro destruyó un rayo, según refiere el P . Lima (1 )

En el sitio llamado de Bonavza, se labró la A duana en los últim os afios del an terio r m onarca, juntam ente con una iglesia y varias mansatia» de casas bajas, cuyas otras juntam ente ron el muelle llenan de indignariou al que con­tem pla la sum a im portante que consumieron estos edifi­cios para que esteu abandonados; al mismo tiempo que dan un testimonio triste y vergonzoso del arle ruando apa­recen la» paredes de la iglesia, pues sus arco» se han dea­plom ado; y ruando se observan las piedras del muelle des­quiciada* y desprendidas al m ar. ¡ A qué de consecuencias no dá m irgen el solitario arenal de liouansa!

La situación ventajosa de Sanlúcar, su temperamento tem plado en la rigurosa estación del verano , efecto de los vientos fresco* de Poniente; su playa alegre y estc.idida, que proporcionan los bailo» de m ar; las frutos delicadas que ofreren su terreno , dan á esta riudad gran nom bre en A ndalucía, y r» frecuentada de infinidad de familias que vienen de Sevilla , Cádiz y Jerea, llamadas por tanto» atrictivo*.

J. Colos r CoLO¡t.

ESTUDIOS HISTORICOS.

IO S A L K

XJtiEGO que el poderío de los godos quedó vencido i las márgenes del G usdalete, los restos fujitivos se corrieron hdeia el N orte , para evadirse de la persecución con que les amenazaban los hijos de Maboma. M ientras que los astu­rianos se fortificaban al mando de Pelayo en las gargantas de las montadas de Cantabria , alguno* aragoneses refujia- doa en los P irineos, y i quienes su misma debilidad servia de salvaguardia , inauguraban su independencia en el mon­te Poeto, bajo la peda que abrigaba la erm ita de & Juan . Reducidos á un estrecho circulo, sin víveres, sin arm as, sin recurso alguno , se vieron precisados i m erodear sobre los

(«) Elucidario de Sanlúcar la mejor: escrito por el P. presen­tado FT. Temas Fernando de Lima , natural de la misma: obra M. S. de mediarlos dd siglo XVU, diste en la biblioteca del es presado •smmsrio, y da ella nos hemos salido en parte para hacer esto»

países comarcano», y lanaándosc desde las en cu m b rad » créala* que les servían de abrigo, bajaban rual n o torrente- de lava, a rrastrando en po» si cuanto encontraban.

Admirados los árabes de su rapacidad , salían i ra ta de ellua cual si fuesen fiera», y les dieron el nom bre d e A lm ogabares, que significa toldado» robadores.

Poco tiempo despuea estos hombrea tan feroces como valientes, se fueron reuniendo bajo la conducta de alguno» de los mas esforzados, i quienes reconocían como gefes, aunque siu mas regla» ui disciplina que las que adm ilfa sn capricho, viviendo de sus depredaciones, mas como fiera* que no como hombre».

Su vestido era grosero , su aspecto h o rrib le , sus cos­tum bres desenfrenadas, liu a red de h ie rro , á m anera de casco cubría su cabeza, y dejaba asom ar p o r debajo su des­greñada cabellera, que uunca cortaban como buenos godos. Varias pieles sin c u rtir cubrían sus hercúleos miembros, y unas toscas abarcas les servia., de raizado, dejando descu­biertos brazo y pierna. No usaban ninguna arm a defensi­v a , ni arm aduras que entorpeciese» su carre ra , de modo que se les veia lanzarse sobre su pena con la celeridad coi» que s a l ta d tigre »obre la victim a que acecha, y desapa­recer iuslaulaucamente luego que un enemigo superior trataba de atacarlos. Sus arm as unirás eran la espada y el venablo, y dos ó tres chuzos no muy largos, que dispara- bau ron tal violencia que solía» traspasar de parte i parte un hombre bien arm ado , rom o se cuenta de los antiguo» escitas. Al e n tra r en acción golpéala» las espadas contra la» pied.a», y a rrastraban los chutos por el sudo diciendo "det/derla hierro.“ R ara ve» m ontaban & caballo , a u n cuando lo tuviesen, y siempre combatían á pie.

Por lo demás su habitación ordinaria era en las mon­tañas y en tre las breña», y m iraban con desprecio á lasque poblaban la* ciudades. Guando alguno pretendía to m ar partido con ellos, le im ponían por ohligarion el no e n tra r por espacio de un año dentro do poblado, no do rm ir bajo de ted io , ni desnudarte para dorm ir.

Asi subsistió por largos años esta m ilicia, hasta que Don Alfonso el Batallador conociendo la utilidad que de cIL pudiera reportarse, logró por fin organizaría, y formA con ella la infantería lijera de su ejército. La raballeria I» constituían los ricos hombre» con sus vasallos y escudero» montados, los iulanioi.es y los caballeros de mesnada.

El p rim er hecho de arm as que ejecutaron los A lm oga- bare» después de su nueva organiiacion, fue la toma d e Castellar, donde los dejó el rey de guarnición, para hosti­lizar desde allí á los moros de Zaragoza, como en erecto lo hicieron, arrasando todo hasta las márgenes del Ebro. S ir­vióse tsmbien de ellos en la toma de las ciudades meridio­nales de A ragón, que rescató de los moros; y en las entra­das que hizo por tierra de Soria y hasta la ciudad de Leon- E1 Sr. Escosura en su novela del Conde de Candespina, que se refiere á esta época, supo sacar un g ran partido de esta» tropas en varias descripciones.

Siguieron bajo esta form a los Al moga bares hasta e) reinado de D. Pedro 111 el grande., en Aragón. Cuando este célebre m onarca pasó i la conquista de S icilia , llevó con­sigo 8000 AJ moga bares que hicieron prodijios de valor.

U na de sus mas célebres hazañas , fue cuando 5000 de- ellos pasaron en u n a noche i C alabria y degollaron lodo el ejército francés, que con dobladas fuerzas estaba acuar­telado en C aloña, inclusos el general conde de A tenzón y 500 caballeros rom anos, que habia enviado el Papa M a r- tino en su ayuda.

T res a ta s después en tró en C ataluña un ejército fran­cés , de mas de 200,000 hom bres con su rey S la cabeza» para tom ar posesión de la corona de A ragón, que el Pap» M artino IV inexorable con D. Pedro, habia dado a l p riss-

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cipe C irios de Valois. Pero loil» aquella furia te estrelló an te lo» muro» de G erona, guarnecido» p o r 2S0I) A lm oga- barts y 130 caballos, que la defendieron mas de dos me­ses, y salieron con la» capitulaciones que quisieran poner. Lo» continuos rebatos del rey I). Pedro , que con un cam­p o volante interceptaba 4 cada paso lo» víveres y las co­municaciones del francés, y la peste que atacó i su ejerci­to , redujeron por fin al orgulloso invasor a l estremo de ped ir hum ildem ente por mediación del rey de ¡Navarra, que se les perm itiese salir del reino. lié aquí la contesta­ción que dió el re y , la cual por si sola indica el carácter de los Aimogabares. "Decid á mi subrino el rey de ÍS'a-■ v a rra , que p o r su am or y respeto concederé gustoso el »seguro que me pide para la retirada de los franceses; pero »que este se entiende rcs|iecto á mis caballeros, porque ua-■ da puedo prom eterle eu cuanto á los Aimogabares que »ocupan lo alto de las sierras , que no me será fácil de­a tene r su a rd o r , ni en esto me querrán obedecer." .

E n efecto, á pesar de que D. Pedro con todo su ejército fue escoltando aquel convoy fúnebre de cien m il enfermos, que con u n soplo pudiera d estru ir; no pudo estorbar que m uchos franceses perecieran á manos de los Aimogabares, que recordaban los atroces asesinatos de los pocos que habían tenido la desgracia de caer prisioneros. E l mismo rey pudo á penas arrancarles de las manos algunos que iban 4 inm olar á su vcngania, diciendo á los Alm ogaba- res con tono halagüeño: "os ruego hijos mios que tengáis »de ello» m isericordia, como Dio» la tiene de nosotros."

Cuando el rey D. Jaim e 11 el Justiciero liizu las pares y abdicó el reino de Sicilia, los Aimogabares y todos los demas aragoueses que liabia en este país, sintieron lauto el abandono en que se dejaba á los buenos sicilianos, tan adictos á la cata de A ragón, que se aunaron con ellos para defender la independencia siciliana. Por otra p arle , los que habla en Aragón llevaron tan á mal la conducta Hoja del rey D. Ja im e, que murlio» se desnaturalizaron y fueron á las órdenes de I), Blasco de Alaguii, y otro» muchos rico» hom bres y caballero» catalanes y aragoneses á ponerse al lado de lus sicilianos.

H orrib le fue la batalla de M csiua, en que se batieron los reyes D. Jaim e de Aragón y D. Eadriquc, á quien los sicilianos habíais aclamado por rey. Ambos reyes eran ber- mauo», y las galeras de una y o tra parte enarbolabau el estandarte de las barras de Aragón: los valientes almoga- bares pelearon entonces por prim era vez unos con otros, y m ancharon sus espadas cou la sangre fraternal. La his­to r ia nos ha trasm itido el hecho atroz de un caballero aragonés llamado Fernán Pérez de A rve, capitán de A i­m ogabares, al servicio de D. E adriquc; el cual habiendo recibido órden de D. Blasco de Alagan para que arriase el pendón de la capitana en señal de re tirad a , dejándose lle­v a r de u n acceso de fu ro r, tomó ca rre ra , y se estrelló la cabeza con tra el palo m ayor del navio , p a r no cum plir aquella órden deshonrosa.

D uran te esta guerra sucedió también aquella anécdota vu lgar que refieren las historias contemporáneas. Habien­do cojido los franceses algunos Aimogabares de D. F adri- q u e , los presentaron al rey Carlos de ¡Nápolcs su cucmi- g o , como una cosa ra r a , pues nunca habían visto aquella tropa. Al verlos, csclamó Carlos con desprecio: "¿y son■ estos los soldados con que piensa ese aragonés hacerme » la guerra?"

— Si tan viles somos (replicó uno de ellos con desenfado) "haz que salga conmigo ó con cualquiera de nosotros el■ mejor caballero de tu ejército con todas sus arm aduras." — Adm irado de su arrogancia el rey Cárlos, perm itió que sa­lie ra con él uno de sus caballeros que había pedido se le concediese castigar a l jactancioso prisionero. Esperóle este á

pie firme en medio del palenque con su chuzo y espada: e francés se presentó á caballo y arm ado de todas piezas, pero antes que se pudiese acerrar al peón , le traspasó este el caballo con su chuzo, y de un salto se puso sobre el ca­ballero que trataba de levantarse: ya iba á m eterle la es­pada por debajo de la gola, cuando le detuvo la voz del rey que le mandaba dejarlo, y los gritos de los maeses de campo que le proclam aban vencedor.

AI concluirse la guerra de Sicilia, quedaron sin ocupa­ción todo» aquellos Aimogabares y caballeros aragoneses que habían seguido la causa de I). Fadrique. f io podiendo avenirse á v iv ir en paz, ofrecieron sus servicios al empera­dor A ndrónico, que los recibió como gentes venidas del cielo, según se esplica N ice fo ro , escritor griego: ofrecióles pagas dobles de las que daba á todas la» demás tropas que tenia á su sueldo: según aquella estipulación correspondía á cada Almogabar una onza de plata. A pesar del abando­no en que D. Jaim e los había dejado, estipularon también los Aimogabares que no llevarían mas estandartes que el de Aragón y Sicilia. Entonces fue cuando un puñado de espa­ñoles llevaron 4 cabo aquel célebre hecho de a rm as, cono­cido en la historia cou el títu lo de Es/ierliaon de Levante, que quizá no tiene igual.

Concluyóse esta célebre milicia en el reinado de D. Pe­d ro el Ceremonioso, ó al menos desde entonces no »e la vé figurar eu la historia de Aragón. P o r lo que hace á los que m archaron 4 la capedicion de lav an te , después de haber conquistado varios paites se apoderaron del Ducado de A te­nas, en el cual fijaron por fin su asiento. Permanecieron asi por espacio de siglo y medio, hasta que habiendo deje- ncrado sus descendientes del valor prim itivo de sus padres, fueron vencidos por el célebre M ahomel IL

Tratóse de s im ila r esta milicia en este siglo duran te la guerra de la Independencia, cuando el p rim er sitio de Za­ragoza. Creóse eu efecto un cuerpo de caballería, que se vistió ro n mucho lujo y elegancia, y sin duda por antítesis se titu ló 4 sus gincles Aimogabares. La idea fue tanto mas peregrina si se atiende que cada zaragozano era un verda­dero A lm ogabar, no solo por su valor iudóm ilo é indisci­plinado, sino basta por la escualidez de sus vestidos y las privaciones que espontáneamente sufrían.

V. DE LA F.---------— X S S é K J -C — ----------

COSTUMBRES-

T E N G O X.O Q U E M E B A S T A .

. -Le peu iju'on trovadle ¿est pour porvenir ti ne ríen Jotre. Jfe ríen Jotre eit tci le bonhettr.-

Dupali.

TJL odos los autores que bau tra tado dé nuestra España han pretendido p in ta r 4 su m anera el carácter nacional. Conviniendo casi todos por lo regular en nuestra poca afi­ción al traba jo , cada cual ha motivado esta circunstancia en diferente causa. U nos, por ejem plo, d ijeron , que era debida á la influencia de un clima ardiente y voluptuoso; otros 4 la falla de estim ulo y galardón; cual la achacó 4 orgulloso desden; cual á invencible pereza.

Tam bieu yo he solido participar alternativam ente de tan distintas opiniones; pero reflexionándolas bien y com­binadas cu mi imajiuacion aquellas causas, me inclino á creer que las que llamamos tales, no son sino efectos, y

que este vicio de nuestro carácter consiste en que n o p a r-

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SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. 45

licipamos en'general de o tro vicio m ayor que e» el de la am bi­ción; sin euyo poderoso estim ulo todos los tratados morales y las leyes civiles son y serán insoOrientes para hacer al hom bre transijir con la obligación de trabajar constante­mente.

A hora b ien .... ¿ p o r qué esta falla de ambición en los españoles; cualidad escepcioual que les distingue en tre lo­dos los pueblos de la m oJerna E u ro p a7 ¿Será acaso nacida d e v irtu d ascética que imponga un rígido freno á los des­mandados deseos del corazón? ¿Será por filosofía practica y sincero desengaño de las ilusiones del m undo? ¿Será en fin por bailarse todos constituidos en lanfeliz situación que nada tengan que-envidiar, nada q u c lra ln ja r para conseguir?

HeUexionemoa, pues, y echaremos de ver que hay algo de to d o ; de v ir tu d , de filosofía, y de bienestar. Me csplicaré.

Hay algo de v ir tu d , porque v irtud es aquella dignidad del a lm a, que otros llamarán arrogancia, que nos liare re­pugnante la idea de rom eter una bajeza; aquel sentimiento de am or propio que nos inclina á am ar la independencia, y nos traba ¡a lengua si iuteutam os d irijir rspresiones de lisonja y sumisión á o tro ser que miramos como igual, aquel Invencible tedio con que solemos m ira r toda ocupa­ción en que creamos ver rebajada la dignidad del hombre, toda sujeción que llegue á com prom eter su preciada libertad.

Hay algo de filosofía, porque filosofía es la moderarfon de los deseos, y la tranquilidad del ánim o, la redurcion de nuestras necesidades al menor térm ino posible, el des­precio de los falsos oropeles, y la uniform idad sistemática, en fin, de nuestro pálido existir.

Hay algo de bienestar; porque bienestar es, el ha­llarnos acostumbrados á la frugalidad y aun la miseria; com er ron alegría el pan moreno; v iv ir contentos en una mezquina habitación; envolver la descuidada persona en una parda capa, y recibir sentados largas horas el gratu i­to beneficio de la presencia del sol.

¡ T r u f o lo i/nr t u r i n s t a 1, esto dice el mísero laheadnr, que en toda su vida ha querido escuchar los consejos de la ciencia, que le dicen que variando sus frutos podría do­b la r su ren ta , podría hab itar una rasa mas cómoda; (Mi- d ría abandonar por o lro nuevo el vestido que heredó de tu s padres; podría entregarse el dia festivo á uu al.igílrño recreo , podría resistir ron confianza á una mala cosecha, una to rm en ta , una enfermedad ó o tra cualquiera des­gracia.

¡Tengo lo que m r hasta', rsclaina el descuidado jorna­le ro , que cuenta sus necesidades por el valor de su soldada; que m ira en sus callosas manos la única garantía de su existencia; sin querer recu rrir á su raheza á buscar los me­dios de hacerlas valer mas; que reduce lodos sus placeres 4 la ominosa taberna, y m ira el térm ino d e sú s esperan­zas en las salas de un hospital.

¡ Tengo lo que m e basta', prorrum pe tam bién el ata­reado doméstico, que regalado ron las sobras de la mesa de su señor, hace gastoso resion de su alvedrío , y desóye la voz de su razón que le grita que por si propio pudiera •caso proporcionarse una situación independiente y feliz.

¡Tengo lo que m e basta', replica el mezquino mercader, no bien ha dado 4 su comercio alguua clientela, que le asegura una czistencia medianamente cómoda; por eso no cambia sus géneros por o tros nuevos; por eso no da ma-

r vuelo 4 sus especulaciones; por eso en fin no contri- ye como pudiera á la riqueza y civilización del pais.

¡Tengo lo que m e b a sta ’, repite el au to r á quien sus obras 6 sus malos pecados proporcionaron un einpleillo ó una herencia regu lar; y por esto renuncia á la gloria de su nom bre, y p o r esto cesa de estudiar y de in s tru ir 4 sus semejantes; y deja colgada su peñóla, y se envuelve y ofus­ca en la concha de su egoísmo.

¡ Tengo lo que m e basta ! clam an en coro el elocuente aliogado, el famoso d o c to r, 4 quien el trabajo de algnnoe años ó una boda ventajosa aseguraron una módica renta, una pequeña propiedad; y renuncian po r ella á su fu tu ra fama , á sus progresivos adelantos, y dejan abandonados 4 sus clientes, y m iran 4 sus enfermos m orir a manos de la ignorancia.

¡Tengo /o que m e basta', prorum pen el a r l is la , el poe­ta , que vieron al pueb lo entusiasmado aplaudir sus pro­ducciones. Y se duerm en al lisonjero ru ido de los aplau­sos, y dejan m arch itar sus laureles p o r no acudir 4 reno­varlos alguna vez.

¡ Tengo lo que m e b a sta ! decía, en f in , D. Modesto Sobrado, antiguo compañero de mis mocedades, tipo ver­dadero de la moderación y desdeñosa indolencia castellanas.

Nacido y criado en una miserable aldea de tierra de B urgos, hubiera transcurrido el resto de sus días tan unido 4 su pais natal como los robustos y froudosos ro ­bles que adornaban su térm ino , sin cuidarse de saber si el m undo se esleudia ó no mas alia de donde alcanzaba sil vista.

U na modesta rasa de labranza que contaba heredar de sus padres, y en que se habían sucedido cuatro generacio­nes anterio res; unas viñas y tierras de pan llevar, un ca­ballejo y cuatro perros para la raza; y los domingos y fiestas de guardar, una barra para egercitar las fuerzas, y una bandurria descordada con que llevar el rom pas á las mozas del pueblo cuando se presentaban á bailar. Tales eran la» circunstancias de nuestro mozo, y tan satisfechas bailábanse ron ellas todas sus necesidades, que no hubiera podido com prender a l que le hubiese hablado de o tras ma­yores; tanto mas, cuanto que ya sus padres calculando anticipadamente los prim eros deseos de la naturaleza, ha­bíanle preparado objeto conveniente y tratado de antem a­no su fu turo m atrim onio ron una prim a suya , de edad proporcionada, y de la misma clase y vecindad.

Q uiso, em pero, la mala suerte , que no bien cum pli­dos po r Modesta los diez y ocho años, y cuando ya el señor cura de la aldea tomaba ronorim iento del contáis*, guineo, y solicitaba del provisor la rorrcspoudicutc licencia para celebrar in fa c ía E c U sía aquella pacífica un ión ; qu i­to el diablo, vuelvo á decir, que la publicación de una quinta viniese á in te rrum p ir tan sau to t proyectos, y 4 sem brar la consternación en aquellos corazones que se am a­ban necesariamente, po rque no podían figurarse que p u ­diesen hacer nada mejor.

En vano los padres respectivos de ambos consortes em­plearon su inllujo con el señor alcalde para darle á cono­cer la próxima y sagrada obligarion en que estaban; en vano hicieron uu viaje 4 la ciudad p ara consultar con el abogado 1). Pedaucio, é in terponer ante la comisión de agravios la correspondiente escepcion; no hubo remedio; el abogado cobró sus derechos; la comisión hizo su agra­vio; y su merced el alcalde satisfizo á la pública opiuion de los otros tres mozos sortcables del pueblo, incluyendo cu el cántaro el nom bre de Modesto, que como era consi­guiente, y por ser el que mas falla haría en su casa, sacó ¡a bola negra; aunque malas lenguas contaron entonces que mas que 4 su signo lo debió al signo del escribano.

Ya tenemos 4 nuestro jóven borgalés medido y filiado; ya los físicos lian reconocido su persona, y declarado so­lemnemente que es m uy 4propós¡to para dejarse m alar; ya los camaradas han colocado en su som brero un pedazo de grana con una a le luya , re tra to de la magostad reinante; ya en fin , el sargento de reclutas le arranca de sos hoga­res, y rie de buena fé al observar la desesperación de los padres, el llanto de la m uchacha, y el embarazo y tristu ­ra del galan.

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M irémosle, pues, cam biar repentinam ente su vida apa­cible y tranquila p o r el bullicioso movimiento del cuartel; mirémosle aprender con rudos trabajos los egercicios béli­co s, y trasladarse después 4 las guarniciones y campos de batalla. E n todos puntos cum plió sus deberes como valien­te y como bon rad o , y sus buenas cualidades le hicieron desde luego tan buen lugar eu la opinión de sus gefes, que pasando sucesivamente por todos los grados inferiores, llegó ó merecer en poros años ver premiados sus servicios con el grado de capitán.

A medida que la suerte le colocaba en m ayor altu ra , hacíanse mas y mas patentes su valor é inteligencia ; y ya todos los gefes veian un digno sucesor en el capitán So­b rad o , traiéndole con aquella con*ideracion que el mérito su p erio r sabe grangearse aunque se baile encubierto bajo las insignias de un subalterno.

M as la estremada moderación de su carácter vino i in ­te r ru m p ir tan brillantes esperanzas, inspirándole u n tedio invencible p o r la agitación de la carrera m ilitar; desper­tando sus ideas de reposo, y subyugando su imaginación con el vehemente deseo de regresar á su pais natal.

NEa bien, (decia contristado en sus frecuentes solilo­quios) ya soy cap itán ; ya conozco lo q u e valen los agitados deseos de la g lo ria , el envidiado oropel de los honores mi­litares.... ¿ i que engolfarme mas y mas en este m ar proce­loso en busca de una felicidad que ta l vez me dejo i la es­palda , ó í riesgo de ana bala que me atraviese el pecho ó de una injusticia que me guvenene el corazón ? A lto alia, osados deseos; dejad de aguijonear m i dorm ida ambición; soy jóven y honrado; be dado ya pruebas de mi v a lo r; mi patria me agradece y cuidará de mi sosten; mi casa me es­pera y— Tengo Io que m e la t ía : dejemos el resto i los que vienen deiras.”

Y con asom bro de sus gefes, y con gran sentim iento de •us subordinados, este brillante adalid en quien reposaba mas de una esperanza, solicitó y obtuvo su re tiro , y tomó tranquilam ente la vuelta de su aldea.

Ocho ailos eran pasados desde que había salido de ella, en servicio de la p a tr ia , y en ellos, como era de suponer, habían acaecido grandes mudanzas en el pueblo y en su fam ilia. Sus ancianos padres habían m uerto ya; sus ami­gos tam bién habían desaparecido casi todos; su fu tura y ya pretérita esposa, lo era de presente de un hidalguete de las cercanías; y de su escasa fo rtuna , en fin, apenas que­daba som bra ya.

Reflexionó entonces nuestro héroe, y casi se arrepintió de su resolución en haber dejado el servicio, donde tan prós­peram ente le sonreía la fortuna. Consideró sin embargo, que á los 26 anos, con buena salud , talento y esperiencia de m undo, no estaba en el caso de desesperar de aquella, p o r loque haciendo u n paréntesis á s u natu ral repugnancia, arregló como pudo sus negocios (que m uy poco tenia que arreg la r) y se trasladó á la co rle , donde po r sus buenas re­laciones, y mejor suerte, pudo al fin obtener un modesto em pleo en la adm inistración de rentas de una ciudad su­balterna.

E n este destino su entendimiento despejado y su esquisito celo le hicieron m onstrar ta l ap titu d , que m uy en breve logró verse ascendido á mayores comisiones, y propuesto co­m o modelo á los demas empleados del ram o. Pero en el p u n to y hora en que se bailó colocado eu una adm inistra­ción medianamente dotada , allí hizo a lto á sus progresos, y descansando apaciblemente en su tranquila posesión, re­pelía 4 los que le hablaban de fu turos adelantamientos. — ” ¿Y porque los he de procurar? Soy feliz, "tengo loque m e basta .“ Dejemos i los o tros que trabajen para si.“

ü n empleo, sin em bargo, ya sabe todo el mundo que n o es u n censo vitalicio, y que son po r consecuencia

b ario falsos los cálrutos que se pueden fundar en e l; sobre todo, cuando el que calcula no es intrigante y no está siem­pre dispuesto á d a r asalto á la p la ta superior, y defender la brecha que la codicia y la envidia abreu eu la suya. E l empleado, pues, que se estaciona, esté seguro de caer, por­que es cosa imposible conservar la inmovilidad cu medio de la general agitación, y en tales casos el no ganar es per- d a r , y el permanecer trau q u ilo , equivale á quedarse aíras.

N uestro Don Modesto lo era demasiado para seguir tan agitado sistem a, y aparapetado (parecíale á é l) suficien­temente en la observancia de su deber, no cuidaba de sa­ber las mudanzas de gahiuctc, ni leia las declamaciones pe­riodísticas, ni daba alguna vuelta por las antesalas de la corte , ni tenia esposa bella que recibiese visitas de los ami­gos y protectores.

Vcse por lo diebo que nuestro hom bre era mas propio para los tiempos ailejos y poco ilustrados en que no se ha­bía llevado tan á cabo la perfectibilidad social-, y dejase in ­fe rir que á vuelta de sus merecimiento», m uy prouto habia de ser condecorado con el titu lo de cesante y trasladado como o tros miles al inmenso panteón.

Cuando esta calamidad llega á los cincuenta ó sesenta de la edad, no tiene cura, y acaba naturalm ente con el individuo atacado; mas cuaudo (como aconteció en el pre­sente caso) el accidente se manifiesta y acomete en la fuerza de la juventud, todavía la naturaleza halla medios de sacu­d ir el a taq u e , y suele mostrarse mas enérgica como para desm entir la parálisis á que qniso sujetársela.

Asi ni mas ni menos sucedió á nuestro jóven ex-adm i- nialrador, por lo que en vez de trabajar de nuevo con sus gefes para solicitar una reparaciou de aquella iujuslicia, 6 tal vez tom ar pretesto de ella para darse á luz como la víctima de un partido y órgano natu ral del o tro , recur­rió únicamente á sus propios medios; entabló un peque­ño giro m ercantil; hizo largos viajes por m ar y por tierra para extender sus especulaciones; y llegó á conseguir por fin al rabo de algunos aüos una situación regu la r, debida i la fama de su probidad e inteligencia.

Eu casos U les, ruando la señora fortuna gusta sonreír á un genio em prendedor, es lo natu ral que el favorecido m ortal se deje a rra sta r de la corriente, y crezcan con el suceso las alas de su ambición, sacrificando á ella su liber­tad , su reposo, y su conciencia misma.

Esto es siu duda un cstremo vituperable; nuestro pro­tagonista inclinaba rom o bemos ya visto al lado opuesto. Establecido una vez con regularidad, y calculando p ru - dcncialmcnte cubiertas sus modestas necesidades, cesó de todo punto en sus trabajos; compró una casita de campo y se re tiró del bullicio de la ciudad; y dando las gracias á sus corresponsales, se despidió corlesmenle de ellos para entregarse de buena fe á esta tranquilidad de v ida , á este dolce f a r niente 4 que siempre habia aspirado como el té r­mino posible de la hum ana felicidad.

Acaso parecerá increíble á mis lectores ¡ pero este hom­b re , cuya existencia parecen varias diferentes, aunque so­metidas á un mismo iuflujo, habia sabido estudiar du ran ­te su larga carrera en el gran libro del m undo (libro abierto para todos, aunque muy pocos sean los que alcan­cen á leer en él) y luego que se vió trauquilo y reposado en el in terio r de sn estud io , tomó la plum a; escribió sen­cillamente y sin pretensión sus propias ideas; y cuando 4 empeño de varios ámigos, dejó salir 4 luz algunas de sus producciones, el general entusiasmo saludó al que de im­proviso y como contra su propia voluntad se colocaba dea- de luego en tre los prim eros ingenios del país. Pero en vano el público esperó algunos años i que nuevas publica­ciones viniesen 4 justificar mas y mas su brillan te apari­ción en el orbe lite rario ; el descuidado a u to r , constante en

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su sistema de indiferencia, escuchó aquellos elogios, reco­gió aquellos laureles, y colgándolos como irofeos i la ca­becera de su lecho, se volvió del o tro lado , y d ijo ; " te n ­go lo que m e batió-,“ no quiero ni debo trabajar roas."

Llegó sin embargo un dia en que nuestro hombre hubo de reconocer, que n i sus riquezas, ni sus laureles, n i su cgoismo, eran bastantes á llenar un vacio que empezó ó sospechar en su coraron. ¿Y dónde d irán VV. que m iró escrita esta verdad aquel filósofo práctico, aquel ser aisla­do é indiferente? Pues fue nada roa» que en unos ojos ne­g ro s , en un lindo ta lle , en una n iñ a , en fin , de veinte abriles que la casualidad le puso debu te .

N uestro protagonista rayaba ya en los cuarenta y cinco, y aquella enorme desproporción de edades le inspiraba respeto Ademas liabiale siempre tenido á las severas condiciones del m atrim onio , y seguro como estaba de bastarse á si propio, recelaba justam ente de poder bastar á un rap rirbo ageno. S in em bargo, yo no se que aguijón que le babia clavado en el a lm a , no se que bastió producido nuevamente hasta de su misma saciedad, pudo mas que todas las m isantrópi­cas relleziones; y cebando , como suele derirse, pecho á la m a r , se resolvió en fin á d a r sn mano á aquella niña, sin cuya amable sonrisa no podia ya vivir.

Ligado una vez á ella con lo» sagrado» vinculo» conyu­gales, todo su conato se convirtió á inspirarla sus propias incliuacioucs, lo cual no le parcria imposible en una niña casi sin ideas propias, y agena de los caprichos y de la exi­gencia del mundo. No obstante, pareciéndole no ser bas­tante aroadu de su esposa, quiso á fuerza de obsequios ha­cerla olv idar la diferencia de edades; y apresurándose á adivinar sus pensamientos |>ara luego satisfacerlos, compró una casa en M adrid , y se trasladó á v iv ir en ella.

Las necesidades nuevas crearon o tras mayores; la comodi­dad trajo el lujo; la casa nueva trajo loa muebles nuevos; la frecuencia de b sociedad agcua trajo la sociedad a l bogar p rop io ; con ella vinieron el fausto y las m odas, loa cap ri­chos y b vanidad. No paró aqu í; sino que el am or que h a ­bía traído á b m u jer, trajo al fin del prim er año una her­mosa c r ia tu ra , y al año siguiente o tr a , y qtrns dos a l te r­cero; y con ellas vinieron las nodrizas pasiegas, y las en­fermedades, y los módicos; y luego los ayos y preceptores; y mas adelante los novios de las niñas y las calaveradas de los muchachos; con lo cual D. Modesto llegado á la edad sexagenaria reconoció al fiu que no le bailaba lo que tenia ó que solo tenia lo suficiente para ofrecer i Dios en desagravio de su indolencia.

T arde era ya para que este hom bre que con un poco nías de constancia hubiera podido llegar á ser u n buen general, un gran funcionario, un poderoso comerciante, ó un distinguido literato, recuperase el tiempo perdido, cuan­do ya le faltaban las fuerzas y el hábito del trabajo. Re­conoció la im prudencia con que había confiado en el por­ven ir; vió ebram eute que no liabia tom ado en cuenta b larga cadeua de necesidades que el hombre va eslabonan­do duran te su vida, y que no le es licito desperdiciar un dia solo sin que no haya después de lam entarle. Por últi­mo, de su misma desgracia y de su triste y lamentable fin, dedujo el entonces, y reproduzco yo aqui ia consecuencia de lo im prudente que suele ser este "tengo lo que m e bas­ta " que hace renunciar muchas vece} á lus hombres y á las naciones á su vitalidad é inteligencia, condenándoles á una voluntaria parálisis, y acaso acaso 4 su eierta é inevi­tab le ruina.

El Ccimoso Parlante.

USOS POPULA RES-

n CAHJKAVAX Z H T D D E L A . — 1 .0 1 C IP O T É H .O I.

L a aproximación de esta época de lo cu ra , en que loa hom bres, aun los mas serios, despojándose de su n a tu ra l gravedad, se entregan á pesar suyo al cu lto y adoración del Dio» M om o; las descripciones que del carnaval de M ilán de Roma y o tras capitales populosas he leido con tan to gustó en su apreciable periódico; y el articu lo de costum­bres provinciales inserto en el núm ero 15 del año próxi­mo pasado sobre la orijiual función de L a /tajada d r l dnjel, que se celebra en esta vieja ciudad b mañana del domingo de Pascua de Resurrección, con tan justo criterio descrita en el tomo »esto del Semanario , me han movido á c o rta r mi desaliñada p lum a, y entretener un ra to de ócio en se­ñalar á V ., (por si gusta participarlo 4 sus lectores) o tra de las costum bres, que ni el trasto rno de los tiempo», n i e l Ilujo económico del siglo lian sido poderosos á d es tru ir , y que en nada cede en orijinalidad á b de la bajada d e l ángel.

Si M ilán ha conservado todavía algunos recuerdos de su antiguo lujo en el carnaval, sustituyendo los dulces y bombones con su» nevado» de toriondo,II, en esta ciudad existe auu en toda su pureza la inm emorial costum bre de sus ti/ioéerot, nombre con que se designa vulgarm eule i lo» máscaras ó disfraces que en la» tres tarde» del carnaval re­corren las calle» mas principales de ella. Su» trajes en lo general no tienen.el m érito de la elegancia y del buen gus­to . como que este no constituye el lucimiento del m áscara, lin traje de m arinero ó de roncaba , de aldeano ó de va­lenciano, una camisa de color ceñida p o r encima de u n pantalón blanco con una faja encarnada, suelen ser las ge­neralmente adoptadas. De su hom bro derecho pende u n a blanca runda de alm ohada, que alada por una de las pun­tas de la boca y o tra de la» del ondon , queda debajo del brazo izquierdo. Su diestra em puña un grueso garrote de cinco palmos de largo, de cuyo cal remo cuelga atada á u n a cuerda una gran bota con pelo , perfectamente henchida de aire, arm a de defensa y requisito indispensable del cipotero. El mas elegante, el que mas se luce, es el que mas veces h a entrado en casa del confitero á-llenar su funda de alm oha­da, cuyo peso le abrum a, y que bien pronto se a lije raa l lle­g a r frente á los balcones de sus familias, ó á lo» qne osten­tan las gracia» de las ninfas por quien suspiran los jóvenes de cada cuadrilla. Aquí es el ver el fuego graneado de pa­peletas, dulces suelto», peladilla» y bombones que sedirijen á sus hermosos rostros, ataques de que mas de uno de ello» que no tiene la precaución de re tira rse , suele sa lir lasti­mado.

M ientras los unos se afanan en in troducir los cucuru ­chos en los balcones, los otros descargan sendos bobzoa sobre lo» m uchachos, mujeres y hom bres campestres, q u e por cojer los dulces que no se han acertado á in tro d u c ir en ellos, reciben con gusto sobre sus espaldas los terrible» golpes de las botas h inchadas, que botan sobre ellas como pelotas de goma. Son tantas las arrobas de dulce» que se consum en, que muchos años después de apurados los re­puestos de los confiteros (que no son escasos) y no teniendo que ti r a r , se han llenado la* fundas de pastilla» y bola» d echocolate.

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Desde el año 33 bien tea p o r bailarte en eala batíanles fam ilia! de los pueblos circunvecinos, refu tadas al abrigo de nuestras débiles fortificaciones, 6 por haber estado p ri­vados de esta diversión los diez años anteriores, única época en que ha podido sujetarse i esta población, han estado b rillan tes los carnavales, i pesar de que siempre son muy concurridos de gentes de las buenas ¡Poblaciones de 4 y 6 leguas al contorno. E s im ponderable la afición que tienen los tudelanos i esta diversión; pues aun en tiempos del des­potism o, y 4 pesar de las rijidas órdenes del suprem o con­sejo de este re ino , si los alcaldes eran un poco tolerantes, el pueblo se entregaba con Ím petu á su loca alegría, pro­cu rando ev itar el encuentro de la ronda que con objeto de estorbarlos, recorría las calles m uy pautadam ente para dar lu g a r i que los disfraces, á su v ista, variasen de dirección. E n uuo de los p rim eros años del siglo ac tua l, habiéndose empeñado el alcalde en cum plir exactamente las órdenes del Consejo, negándose i las súplicas de sus amigos para que

los tolerase, se valieron estos del ard id de encerrarlo con llave en e l corredor 6 azotea del convento de carmelitas descalzos, donde se estaba paseando después de com er, y disfrazándote al mom ento una cu ad rilla , al poco ra to te llenaron las calles de máscaras, de tal modo qne ruando el alcalde pudo salir de su prisión , le fue imposible el estor­barlos. Son pocos los que salen las tres ta rd e s , algunos te disfrazan dos, los mas reservan el hacer el cipotéro hasta el últim o d ia , que es el mas d ivertido; y en verdad que i¡ la par que m uy poco económico, es u n ejercicio dema­siado violento para repetido, porque el ru rrp o y los brazos te cantan de d a r bolacos, y es preciso conservarse para recorrer las tertu lias desde el anochecer hasta las once, hora en que principia el baile en el tea tro , pun to de reu ­nión donde se espera que alum bre el miércoles de ceniza, como en las noches auteriores se ha esperado la venida del siguiente dia.

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(Puerta antigua de Barcelona.)

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asente da seis rs. tomo, por razón del Tranqueo del porte.

MADRID: IMPRENTA DE LA VIUDA DE JORDAN E HIJOS.