un futuro ya pasado

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Un futuro ya pasado sHaYcH Prólogo Una mano ajada por el tiempo desenrolló el antiguo pergamino con temblorosa reverencia. Unos ojos nublados se llenaron de lágrimas al empezar a leer las palabras escritas con esa caligrafía clara y fuerte... Capítulo 1: Días del presente futuro Mañana, los dioses bailarán entre los huesos de la confusión de la muerte. —Desconocido Ardiendo de amor silencioso, me quedé contemplando el mar de rostros que no significaban nada para mí. El suave pelo dorado que antes resbalaba entre mis dedos yacía ahora inerte alrededor de tu cara cenicienta. Esta triste instantánea en el tiempo es mía para siempre. Una sacerdotisa entonaba palabras, pero yo no las oía. En cambio, oía tu voz que resonaba huecamente en mi mente. Palabras dichas ayer mismo, ¿o fue hace cinco años? —Tasha, amor mío, nunca volverás a estar sola. Nunca mientras me tengas.

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Un futuro ya pasadosHaYcH

Prólogo

Una mano ajada por el tiempo desenrolló el antiguo pergamino con temblorosa reverencia. Unos ojos nublados se llenaron de lágrimas al empezar a leer las palabras escritas con esa caligrafía clara y fuerte...

Capítulo 1: Días del presente futuro

Mañana, los dioses bailarán entre los huesos de la confusión de la muerte.—Desconocido

Ardiendo de amor silencioso, me quedé contemplando el mar de rostros que no significaban nada para mí. El suave pelo dorado que antes resbalaba entre mis dedos yacía ahora inerte alrededor de tu cara cenicienta. Esta triste instantánea en el tiempo es mía para siempre. Una sacerdotisa entonaba palabras, pero yo no las oía. En cambio, oía tu voz que resonaba huecamente en mi mente. Palabras dichas ayer mismo, ¿o fue hace cinco años?

—Tasha, amor mío, nunca volverás a estar sola. Nunca mientras me tengas.

Pero, mi dulce amor, resulta que ya no te tengo. La cronofagia te arrancó de mis brazos y me dejó vacía y sola. Sentí que una parte de mi alma se rendía y moría, igual que tú.

Los arqueros tensaron los arcos y Ariana intercambió una breve mirada de pena con su compañero Christopher, y luego asintió. Los arqueros

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dispararon y al poco, tu hermoso pelo dorado se convirtió en cenizas que flotaron con el viento del anochecer...

Unas gotas de agua fragmentaban la pantalla del monitor mientras Natasha Catherine Romanoff, guardiana de las cronovías, introducía sus notas más recientes en la matriz de almacenamiento de memoria de Tarot, S.A. Su Gabrielle, la risueña y amorosa mujer de ojos verdes, había fallecido hacía una semana, y quería registrar los últimos recuerdos que tenía de su amor antes de que el tiempo se los llevara.

La política de Tarot, S.A., cuartel general de los guardianes, era animar a sus empleados a registrarlo todo, pues nunca se sabía qué se podía encontrar uno al regresar de las cronovías. Las cronovías eran las corrientes del tiempo que fluían a través y alrededor del universo, haciendo que todas las cosas avanzaran hacia un destino desconocido. Los científicos habían descubierto la existencia de las vías muchos años antes, pero habían sido relativamente incapaces de utilizarlas de una forma significativa. Luego alguien violó todas las normas y logró lo imposible.

Ese alguien era la doctora en ciencias físicas Erica Silverstein. En una salina iluminada por el sol, en medio de Utah, la doctora Silverstein rompió la velocidad del tiempo. Con sus recién adquiridos conocimientos, la doctora Silverstein también adquirió una gran responsabilidad. Como sabía que no iba a ser la última en hacer este descubrimiento y como también sabía que el resto de la humanidad era demasiado indigno de confianza para compartir esta nueva información, acudió a la única instancia que pensó que la escucharía: Cronos. Le vinieron a la mente las historias que le contaba su abuela al acostarla, susurrándole que sólo el dios del tiempo en persona comprendería la naturaleza de su descubrimiento y sus posibles ramificaciones. Tras hacer una copia en soporte físico de sus datos, la doctora Silverstein viajó a Atenas y de allí al pie del Monte Olimpo, donde pasó varias semanas asimilando su propia estructura de creencias, y luego presentó sus hallazgos en el restaurado Templo de los Olímpicos. Se quedó atónita cuando sus plegarias no sólo fueron escuchadas, sino atendidas. Cronos acudió a su llamada y en cuanto revisó sus hallazgos, se marchó con la promesa de que trataría el tema con sus contemporáneos.

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Cronos acudió a varios de los Sumos Poderes en nombre de la doctora Silverstein, pero los únicos inmortales que le prestaron atención fueron su hermana Artemisa y la guerrera convertida en diosa Calisto. Le extrañó que los demás dioses se burlaran de la idea de que una mera mortal pudiera atravesar los límites de una ciencia que les daría la capacidad de viajar en el tiempo sin tener que arriesgarse a agotar sus propios poderes. Hasta el más débil de los dioses sabía que había algo en las fuerzas que rodeaban la energía del tiempo que producía un grave desgaste en cualquier inmortal que decidiera hurgar en los continuos. Sólo Cronos era inmune a esos efectos debilitantes y hacía mucho tiempo que los dioses habían dictado unas normas estableciendo hasta qué punto el Amo del Tiempo se podía permitir involucrarse en las estratagemas de otros inmortales para manipular el tiempo.

Aceptar la ayuda de Artemisa y Calisto era un arma de doble filo. Sabía que podía confiar en Artemisa implícitamente, pero Calisto era imprevisible. Reconocía que era más que probable que Calisto ayudara en las investigaciones para su propio beneficio, pero pensó, y su hermana se mostró de acuerdo, que la mejor manera de tener vigilada a la inadaptada diosa era teniéndola lo más cerca de ellos que fuera posible. Sus temores se hicieron realidad cuando Calisto se fugó con su prototipo de cronovehículo y cintas de datos llenas de toda la información que habían reunido. Pero Artemisa, la doctora Silverstein y él no se dieron por vencidos, sino que reconstruyeron todo y siguieron adelante.

Calisto no tardó en asimilar la información robada, se estableció por su cuenta y juntó los recursos necesarios para inaugurar su propia empresa. Tras bautizar a su negocio mercantil de "adquisiciones de la antigüedad" con el nombre de "Sociedad para la Resurrección de Cirra", por la pequeña aldea que la vio nacer, Calisto pronto tuvo a varias de las familias más ricas del mundo como únicos clientes. Sus objetivos parecían bien sencillos: robar los preciados objetos de la historia y venderlos al mejor postor. Nadie sabía por qué la demente diosa quería el dinero, sólo que lo estaba consiguiendo a espuertas.

Para luchar contra los crecientes robos temporales de la diosa de la obsesión, Cronos y Artemisa adoptaron forma humana y asumieron la identidad de Christopher Watchman y Ariana Hunter. Junto con la doctora Silverstein, fundaron Tarot, S.A. Tras contratar a ex militares, ex policías,

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especialistas en informática y a cualquiera que tuviera sólidos conocimientos de historia, formaron el primer equipo de "cronoguardianes". Llamados simplemente "guardianes", su trabajo consistía en introducirse en las cronovías y "arreglar" el tiempo, dándole en esencia un empujón para que volviera a su cauce original.

Cuando el primer grupo de guardianes estuvo preparado para empezar a solucionar los desmanes de Calisto, la doctora Silverstein ya había creado una forma de trazar un mapa de los parámetros de la historia y sus efectos en el presente. Armados con "cronoescáneres" portátiles, los guardianes podían entrar ahora en las cronovías con un dispositivo capaz de indicarles en qué momento su misión había conseguido enderezar la historia. Por desgracia (o por suerte, si uno se dedicaba a la prestidigitación), los c-escáneres de la doctora Silverstein no conseguían penetrar el velo del futuro. Cronos le aseguró que en realidad era una bendición, pero eso no impidió que la buena de la doctora siguiera intentándolo.

En un momento dado, Calisto empezó a ampliar sus "rapiñas temporales" para incluir algún que otro asesinato y colocar a la gente en otros sitios. Empezó a ofrecer "cronovacaciones" en cualquier punto del tiempo, en cualquier punto de la historia, a los muy, muy ricos. De modo que, una vez más, Tarot, S.A. contrató a más agentes para combatir a la Sociedad para la Resurrección de Cirra de Calisto y reparar las cronovías.

Corría el año 2090 y Natasha Romanoff se acababa de graduar por la Universidad de Harvard. Por fin había terminado su doctorado en historia de la antigua Grecia y había empezado a solicitar trabajo como profesora cuando la doctora Silverstein decidió sondearla.

—Doctora Romanoff, le agradezco mucho que me conceda esta entrevista. Sé que debe de ser una joven muy ocupada. —La doctora Silverstein sonrió cálidamente al tiempo que estrechaba con entusiasmo la mano de la joven de 18 años.

—Para mí también es un placer conocerla, doctora Silverstein —replicó Tasha, sonriendo a su vez. Estaba un poco abrumada por encontrarse en presencia de la distinguida científica de más edad.

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—Se debe de estar preguntando por qué he venido a verla.

—Sí, sé que no puede ser por sus ganas de asistir al té de la facultad. ¿De qué se trata, doctora Silverstein?

—Oh, llámame Erica, por favor. Lo de doctora Silverstein suena a adefesio viejo y me niego rotundamente.

Tasha tuvo que morderse la lengua para no echarse a reír.

—Está bien, si tú me llamas Tasha. Bueno, Erica, ¿por qué estás aquí? Porque yo no soy física, ni en realidad científica. ¿A menos que necesites saber algo sobre Pitágoras? De quien no te podría decir gran cosa salvo el lugar que ocupaba en la sociedad griega.

—Oh, no, querida, no vengo en busca de otro científico aburrido. Acudo a ti porque eres justamente lo que necesita mi compañía... una historiadora. —Los ojos castaños de la mujer de más edad chispearon de risa al ver la cara de confusión de Tasha.

—¿Para qué necesitáis a un historiador? ¿No trabajas para una especie de grupo de estudios sobre la entropía y el caos?

Erica se echó a reír al oír aquello.

—No exactamente —dijo riendo, y luego dedicó las siguientes horas a explicarle a Natasha lo que era Tarot, S.A. y su batalla continua contra la Sociedad para la Resurrección de Cirra.

—Esto es... muy interesante, Erica, ¿pero qué Hades tiene que ver conmigo?

De modo que Erica continuó explicando que Tarot, S.A. necesitaba a personas como ella: personas con inmensos conocimientos de historia.

—De hecho, dado que tus conocimientos son tan específicos, eres perfecta para muchísimos trabajos que se quedan sin hacer porque no tenemos el personal adecuado para ocuparse de ellos.

Tasha se echó hacia delante en la silla y apoyó los codos en la mesa que la separaba de la mujer de más edad.

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—A ver si te entiendo... ¿tu compañía me quiere contratar como policía de la historia?

—¡Sí! ¡Exacto! Creemos que serías una guardiana perfecta.

—¿Por qué?

La doctora Silverstein intentó decir que era sólo por el doctorado de Tasha, pero a ésta le dio la sensación de que había algo... más en todo ello. Por fin, la doctora Silverstein alzó las manos con un gesto de exasperación.

—Está bien. Está bien, tú ganas. Además de estar maravillosamente cualificada desde el punto de vista académico y psicológico, eres la única persona que queda con vida de tu familia.

La alusión a su orfandad hizo que el corazón de Tasha se estremeciera con una pequeña punzada de dolor, pero la dejó a un lado por el momento, pues estaba más interesada en oír el resto de la fascinante explicación de Erica. Estaba bastante segura de que aquello era una tomadura de pelo, pero quería concederle a la doctora el beneficio de la duda.

—¿Y eso por qué es tan importante?

—Porque lo que harás, si decides convertirte en guardiana, es cambiar la historia. Mínimamente, sí, pero así y todo, algo de lo que hagas puede cambiar el curso del mundo para siempre o dejarlo como está. Y por eso, para un guardián es muy necesario desde el punto de vista psicológico que no tenga que intentar adaptarse a los nuevos cambios teniendo que volver a aprender la dinámica familiar cada vez que vuelve a casa del trabajo.

La tranquila explicación de Erica por fin hizo profunda mella en la mente lógica de Tasha, que se dio cuenta de que, con independencia de lo que estuviera pasando, aquello no era en absoluto una broma.

—¡Por los rayos de Zeus! ¡Lo dices en serio! ¿Verdad? Al principio, creía que me estabas tomando el pelo, pero ahora... ahora no estoy tan segura.

—Claro que lo digo en serio. Esto es sumamente serio. Así que, Natasha Romanoff, ¿quieres unirte a nosotros? No puedo garantizarte que te

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vayas a hacer rica o famosa, pero verás lugares apasionantes y visitarás tiempos interesantes...

Tasha dedicó tan sólo quince minutos a pensárselo en silencio y por fin miró a los ojos castaños de la doctora Silverstein y asintió.

—Sí. Lo haré.

Al cabo de seis años, una compañera de vida y más viajes en el tiempo de los que era capaz de recordar, Tasha estaba sentada en su despacho de Tarot, S.A. contemplando con la vista borrosa el arco iris creado por la refracción de sus lágrimas en el monitor de mesa. Ahora tenía que tomar una decisión y lo sabía. Podía dejar Tarot, S.A. o seguir trabajando como guardiana, con la esperanza de que el trabajo acabara con el agujero vacío y doloroso de su vida donde antes estaba Gabrielle Elaine Brighton. Los dedos de Tasha pulsaron el comando de envío y sus recuerdos quedaron una vez más encerrados en la matriz de almacenamiento de Tarot. Secándose los ojos, continuó mirando sin ver el holograma de Gabrielle, que tenía los brillantes y alegres ojos verdes rebosantes de la felicidad del momento. Era una instantánea tomada el día en que intercambiaron sus Votos Eternos y se entregaron el corazón la una a la otra.

Entonces llegó la cronofagia y le arrebató la felicidad. La cronofagia era el sida del siglo XXI: en cuanto la medicina moderna descubrió una forma de curar la mortífera enfermedad de la inmunodeficiencia, la madre Gea desencadenó un nuevo horror sobre la vida de sus humanos. Nadie sabía con exactitud qué era lo que causaba la cronofagia, pero sí se sabía que cualquier viajero que entrara en contacto con una versión más joven de sí mismo tres o más veces contraía esta enfermedad desintegradora del ADN. El aspecto más terrorífico de la fagia era que se contagiaba en las fases finales. En el cuerpo de las víctimas de la fagia se formaban llagas que emitían esporas víricas que se transmitían por el aire y encontraban un huésped en cualquier persona sana que estuviera cerca del paciente enfermo de fagia. El gran público no tenía ni idea de cómo se originaban las esporas mortales que contagiaban la temida enfermedad, sólo sabía que sus seres queridos morían a un ritmo alarmante.

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Su Gabrielle había sido una excelente guardiana. Con sus conocimientos sobre el pasado reciente, era la perfecta agente infiltrada para atrapar criminales que intentaban evitar que sus versiones más jóvenes acabaran en la cárcel. En dos ocasiones, Gabrielle tuvo la desagradable desgracia de toparse de frente con una versión más joven de sí misma. Una vez, mientras perseguía a un pirata informático por el sistema de alcantarillado de Nueva York, se encontró consigo misma cuando realizaba su primer trabajo en las cronovías. Hablaron un momento y Gabrielle tuvo muchísimo cuidado de no revelar ningún detalle del futuro a su versión novata. La segunda vez, estaba persiguiendo a un notorio asesino en masa por un laberinto temporal que la llevó a terminar un día antes de empezar. Ese trabajo en concreto asustó tanto a Gabrielle que tardó dos semanas en sentirse lo bastante entera como para volver al trabajo. Tasha recordaba con dolorosa claridad cómo abrazaba a su amante con fuerza mientras el pequeño cuerpo de Gabrielle se estremecía por los espasmos causados por sus pesadillas.

Tasha no conocía en absoluto las circunstancias en las que Gabrielle contrajo la mortal cronofagia. Parte del legado que le había dejado su amor era el acceso completo a los recuerdos que había conservado detalladamente en la matriz de almacenamiento de Tarot, S.A. Cuando Tasha empezó a leer el diario de Gabrielle, se sintió atravesada de dolor al ver a su amada repantingada en la cómoda butaca reclinable de su estudio, mientras sus dedos volaban por el teclado de su ordenador personal. Su Gabrielle siempre fue muy concienzuda a la hora de tomar nota de todos sus recuerdos, y ahora agradecía la perseverancia de la mujer más joven. Había miles de entradas de todo tipo, desde una descripción agridulce de un refresco compartido apresuradamente antes de un salto temporal hasta un informe detallado de la primera noche que pasaron juntas. Fue mientras leía estos recuerdos de los dos últimos años cuando encontró la entrada que describía el tercer encuentro de Gabrielle consigo misma.

El trabajo era sencillo. Gabrielle había sido enviada al año 2073 para impedir que un anarquista asesinara a Ángela Muniez, la actual presidenta del Conglomerado Norteamericano. En 2073, la señora Muniez estaba ingresada como paciente en el Hospital para Neonatos de Brazelton, dando a luz a su hijo primogénito. El plan del anarquista era hacerse pasar por un médico de obstetricia e inyectarle a la embarazada un narcótico imposible de

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rastrear que los habría matado a ella y al niño durante el parto, haciendo que las muertes parecieran un trágico accidente.

Por suerte, Gabrielle detuvo al idiota a tiempo y lo envió de vuelta a 2097 para ser juzgado y condenado por su crimen. Cuando se dirigía al punto de regreso, una mujer histérica y en pleno parto la agarró del brazo y le suplicó que la ayudara. Gabrielle, que estaba disfrazada de enfermera de partos, no pudo negarse a las súplicas de la embarazada. Decidió llevar a la parturienta a la Sala de Partos y cuando ya estaban en un ascensor, la mujer soltó un alarido espantoso y se desplomó. Tras detener el ascensor a medio camino, Gabrielle examinó rápidamente a la mujer y descubrió que estaba dando a luz. Pobre Gabrielle, pensó Tasha, su amada apenas tenía conocimientos médicos suficientes para hacer de técnica sanitaria y mucho menos para ejercer como la enfermera profesional por la que se había hecho pasar. Pero como era propio de Gabrielle, ésta no se arredró ante el desafío, sino que se puso un par de guantes estériles y procedió a traer el bebé al mundo. Tasha sonrió y se secó las nuevas lágrimas al leer las notas que había añadido Gabrielle en las que decía que algún día quería tener sus propios hijos.

Cuando la cara de la mujer, contraída por el dolor, se relajó hasta hacerse humana de nuevo y se suavizó con los tiernos rasgos del amor, Gabrielle cayó en la cuenta de la horrible verdad. La nueva madre a quien acunaba en su regazo, con el bebé recién nacido bien pegado a su pecho, era su propia madre. El sobresalto fue devastador. Cuando el ascensor volvió a ser activado por un padre nervioso en la planta de Partos, el hombre se llevó la sorpresa de su vida. Las puertas se abrieron y revelaron a una agotada pero orgullosa mamá Brighton y a una enfermera histérica. Llegaron los médicos, la señora Brighton y su nueva hija, Gabrielle, fueron trasladadas a una habitación, y Gabrielle mayor logró apenas salir de su estado de shock para regresar a toda prisa al año 2095.

Eso sucedió dos años antes. Gabrielle había ocultado los motivos de su retraso a todo el mundo menos a la doctora Silverstein y a Chris Watchman, a quienes hizo prometer solemnemente que no revelarían lo que había ocurrido. Cuando dos años después cayó enferma de fagia, recibió la noticia con calma, besó apasionadamente a la petrificada Tasha, salió de la clínica y se suicidó. Tasha se quedó destrozada.

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La repentina muerte de su amada sumió a Tasha en la ira y en una depresión motivada por la culpa. Creyendo equivocadamente que no podía seguir adelante sin Gabrielle a su lado, intentó quitarse la vida. Ariana la encontró, borracha como una cuba, hasta arriba de barbitúricos y llorando a moco tendido mientras veía holovídeos de Gabrielle y cantaba sin parar "Ya voy, mi amor". Después de llevar a toda prisa a la moribunda Tasha al hospital, de quedarse a su lado mientras la mujer deshecha emocionalmente se recuperaba y de preparar el hermoso funeral por Gabrielle, Ariana hizo todo lo que pudo para demostrarle a Tasha que todavía había cosas por las que merecía la pena vivir.

—Aunque nunca volveré a tocar tu preciosa cara, amor mío, no puedo abandonar el deber que tengo con Ariana. Pero volveré a estar contigo. Eso te lo prometo —le juró Tasha al holograma en un susurro. La última entrada que había en la matriz de Gabrielle era una sola frase dirigida a Tasha: "Siempre estaré contigo, mi amor".

Una llamada a la puerta disipó la bruma de recuerdos en la que se había sumido Tasha. Se incorporó, se secó la cara una vez más y apagó el holoemisor.

—Pase. —La puerta se abrió y apareció el rostro ajado por la edad de la doctora Silverstein—. Buenas tardes, Erica. ¿Qué se te ofrece? —Hasta para la propia Tasha su voz sonaba áspera, ronca y embargada por todo el dolor de los últimos días.

—Hola, Tasha, preciosa ceremonia. He venido para decirte cuánto lo siento. —La doctora se sentó en una de las sillas de la oficina.

—Gracias. Pero Erica, tú nunca has sido dada a las visitas sociales, así que desembucha. ¿Por qué has venido de verdad?

La doctora Silverstein se echó a reír por lo bajo. Incluso en sus peores momentos, Tasha seguía siendo capaz de atravesar la fachada de Erica.

—Tienes razón, por supuesto. Ya tendría que haber sabido que no podría engañarte. Bueno, está bien. He venido para ver si estás preparada para un nuevo trabajo.

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Tasha se echó hacia atrás en la silla. Un trabajo... ¿Estaba preparada? Meterse en las vías, la gloria palpitante de la persecución... podía ser lo que necesitaba para distraerse del dolor aplastante que le sacudía el corazón todas las mañanas desde que se enteró de la muerte de su amada. También querría decir que pasaría muchos días lejos de los lugares donde el olor de Gabrielle... su esencia todavía permanecía. ¿Estaba preparada para renunciar a eso? Dio vueltas a la idea, estudiando los rasgos serenos de la doctora Silverstein con silencioso descaro. Erica intentaba ocultar lo importante que era para ella que Tasha aceptara este trabajo, pero algo debió de colarse a través de su expresión de indiferencia perfectamente asumida, porque de repente Tasha se echó hacia delante, clavó los ojos en los de la doctora y aferró el borde de la mesa.

—Me da la sensación de que éste no es un trabajo normal y corriente —dijo suavemente.

Capítulo 2: La oportunidad de una vida

Retorciéndose y girando a la luz de la luna, el baile de la araña está lleno de alegría, ¿pero quiénes somos nosotros para juzgar?

—Desconocido

—No podrías estar más en lo cierto —dijo la doctora Silverstein tras un largo momento de silencio—. De hecho, se podría decir que este trabajo dista tanto de ser normal que resulta casi tan increíble como al principio te pareció que lo era el viaje en el tiempo.

—Menudo chispazo tiene que haber soltado en el escáner para merecerse semejante introducción, Erica. Dispara. ¿Qué se trae entre manos últimamente la reina de la obsesión?

—Es una larga historia. ¿Te apetece beber algo primero? —La doctora Silverstein se levantó, pulsó el cierre de la puerta y llamó a uno de los numerosos ayudantes de oficina para que les trajera algo.

—Sólo un refresco, por favor.

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—Avery, ¿nos puedes traer dos refrescos a la doctora Romanoff y a mí?

—Ahora mismo, señora. —El joven salió corriendo y regresó al poco con las latas húmedas de condensación de una bebida con cafeína. Erica se volvió a sentar, encendió un cigarrillo y abrió su lata.

—Está bien, te escucho —dijo Tasha después de que la doctora bebiera dos largos tragos.

—Antes de nada, dime qué sabes de Xena, la Princesa Guerrera.

—La verdad es que no sé mucho. Mm... Fue una serie de televisión bidimensional de finales de la década de 1990, una de las primeras en las que aparecían mujeres fuertes como personajes protagonistas... mucha acción exagerada y aventuras. Se emitió hasta el año 2000, terminando sus cinco exitosos años de emisión con el típico final "y cabalgaron hacia el ocaso". Ah, sí, creo que hicieron dos o tres películas, pero para entonces la derecha religiosa había adquirido mucha fuerza en el gobierno americano y consideraron que la relación entre las protagonistas de la serie era "moralmente degradante" y exigieron a los creadores que dejaran de producirla. Para cuando unas mentes más cuerdas tomaron el mando y se formó el Conglomerado, la base de seguidores de la serie había desaparecido casi por completo. Por no hablar de que las actrices de la serie ya eran muy mayores. —Tasha recitó los hechos con sequedad, como si estuviera leyendo un libro de texto.

—Ésa es una historia. ¿Y si te dijera que de verdad existió una Xena?

—¿En la historia de la antigua Grecia? Nunca he oído hablar de ella —dijo Tasha con tono incrédulo.

—Ahí, querida, es donde entramos nosotros. Verás, ayer, si te hubiera hecho esa pregunta, me habrías dado una respuesta totalmente distinta.

—¿Alguien ha manipulado el tiempo?

—Eso podríamos decir.

—Ese alguien no habrá sido la Sociedad para la Resurrección de Cirra, ¿verdad?

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—Has acertado a la primera. Verás, querida, Xena era de lo más real. Echa un vistazo a esto. —La doctora Silverstein le pasó a Tasha una cinta de datos. Tasha cogió la fina tira de información encriptada y la metió en el lector de cintas de su consola. Tan rápido como parpadeaban sus ojos, los datos empezaron a volcarse en su pantalla. Su vista mejorada quirúrgicamente absorbió la información, mientras la forma y la historia de la princesa guerrera se apoderaban de su mente. Al parecer, Xena era una señora de la guerra de poca monta que llegó a dominar toda Grecia a base de conquistas años antes del nacimiento de Cristo, creando el caos y convirtiéndose en un monumental grano en el culo para los griegos. Entonces sucedió algo y cambió repentinamente de actitud. Renunció al poder, desmanteló su ejército y se puso a viajar por el mundo conocido, actuando como una especie de vigilante contra otros dedicados a su anterior profesión. También era madre de Solón de Atenas, una de las primeras personas que definió los derechos de los seres humanos. Sólo que Tasha no recordaba a ningún Solón de Atenas. De hecho, que ella recordara, la primera persona en la historia que había dado un paso al frente para hablar en contra de la esclavitud era Abraham Lincoln. La cosa, efectivamente, se estaba poniendo interesante.

—Vale, ya veo a qué te refieres. ¿Qué tengo que hacer? —Ahora sí que estaba interesada.

—Lo que ha pasado, por lo que hemos podido averiguar, es que un agente de la SRC, posiblemente la propia directora de la compañía, ha regresado en el tiempo y ha asesinado a la princesa guerrera antes de que ésta pudiera hacer ciertas cosas.

—Ya. ¿Entonces mi trabajo consistiría en regresar y asegurarme de que la princesa guerrera no muere?

—Ojalá fuera así de sencillo. Por desgracia, en el caso de Xena, las cosas nunca son sencillas. Verás, la persona que la ha asesinado lo ha hecho con total eficacia. Ha destruido el cuerpo.

Tasha frunció el ceño. La destrucción del cuerpo era señal inequívoca de que alguien quería que el muerto en cuestión siguiera muerto. Aunque regresara y salvara a la princesa guerrera, en el momento exacto en que su cuerpo fue destruido, se desvanecería igualmente. Paradojas, puaj. Detestaba las paradojas.

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—Vaaaaleee. Así que alguien quiere que la princesa guerrera desaparezca para siempre. Aparte de perder a un excelente estadista, la verdad es que no veo por qué eso tiene que causar tal alteración en las cronovías.

—La causa no es tanto la pérdida de la princesa guerrera. Es la pérdida de las vidas a las que afectó, por breve que fuera el contacto, tras su redención. Millones de personas que deben su existencia misma a la princesa guerrera no han nacido porque ella no estaba allí para salvar a sus antepasados —explicó la doctora Silverstein.

—Ya te entiendo. ¿Qué tengo que hacer entonces? ¿Encontrar a una sustituta? —Lo dijo en broma, pero la cara de Erica le dijo que había contestado a su propia pregunta—. Oh, por los dioses, ¿qué persona en su sano juicio ocuparía el puesto de alguien que vivió hace 3000 años? Porque esto sería para toda la vida, ¿no?

La doctora Silverstein dio una última calada a su cigarrillo y luego lo apagó en el cenicero de la mesa.

—Teníamos la esperanza de que lo hicieras tú, doctora Romanoff.

—¿Disculpa? —preguntó Tasha sin dar crédito—. ¿Queréis que lo haga yo? Ya sé que soy la única experta en historia griega con conocimientos suficientes para comprender todo esto, pero no sé si estoy dispuesta a abandonar este siglo para siempre.

—Tasha, escucha, no te hemos pedido que lo hagas por tus conocimientos históricos, y sabemos que te estamos pidiendo que lo sacrifiques todo por una sola mujer... —empezó a explicar Erica.

—¿Entonces por qué me habéis elegido?

—Tienes derecho a saberlo... Tasha, tú eres la única descendiente que queda con vida de la auténtica Xena de Anfípolis.

¿Qué debería estar sintiendo en estos momentos?, se preguntó Tasha mientras esperaba tumbada en la inmaculada mesa de acero del laboratorio de Tarot. Tenía las muñecas, los tobillos, el pecho y la cabeza atados a la

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superficie metálica, como precaución, le habían dicho, y empezaba a comprender las razones por las que la gente se volvía loca. Por encima de ella pendía una moderna espada de Damocles, dispuesta a robarle no la vida, sino la consciencia. Tenía unos parches llenos de cola pegajosa adheridos a diversas zonas afeitadas de la cabeza y el zumbido electrónico de una multitud de escáneres le llenaba los oídos hasta el punto de que estaba convencida de que en estos momentos agradecería infinitamente un ataque furibundo de tinitus. La peste química de los desinfectantes para la esterilización le quemaba los pelos de la nariz y Tasha sintió que el estómago le empezaba a subir por el esófago.

—Decidme otra vez que hago bien —susurró roncamente mientras Ariana, Christopher y la doctora Silverstein preparaban el flujo neuro-mnemotécnico. La operación a la que se iba a someter secretaría los recuerdos genéticos de Xena de Anfípolis en el hipotálamo del cerebro de Tasha, recuerdos a los que tendría acceso y entrarían en el córtex cerebral nada más saltar a las vías. Tasha no tenía ni idea de dónde habían sacado Ariana y Christopher los recuerdos de la ahora inexistente mujer guerrera y estaba bastante segura de que tampoco quería preguntarlo. Todavía estaba intentando convencerse a sí misma de que no estaba a punto de cometer el error más grande de su vida.

Al principio, había dicho que no, pero luego volvió una vez más a su piso vacío, vio todos los objetos que Gabrielle y ella habían acumulado a lo largo de los años que habían estado juntas y no pudo soportarlo más. En el siglo XXI no tenía nada. Mejor renunciar a su vida por unos cuantos millones de personas que seguir adelante sin el amor que había sido su fuerza. Se puso en contacto con Erica y Ariana a las cuatro de la mañana, anunció aturdida: "Iré", y eso fue todo.

—Claro que haces bien, Tasha. No seas tonta. Ahora relájate. Lo único que vas a sentir es un pinchazo. —La doctora Silverstein movió la jeringa preparada para penetrar en el córtex hasta las coordenadas definidas por láser justo encima del caballete de la nariz de Tasha. La joven historiadora se encogió un poco al notar el ardor del anestésico que le subía por el brazo, pero esa sensación no tardó en desvanecerse, al igual que su conciencia de lo que la rodeaba.

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Tasha sintió que se deslizaba por las cronovías, con la columna vertebral atravesada por las sensaciones de desgarro, retorcimiento, revoltijo y mareo. Una voz resonó lejanamente detrás de ella:

—Relájate, Tasha, y observa.

Asintió y en sus oídos sonaron más palabras:

—Tasha, es fundamental que tengas éxito en tu misión. Ahora vas a ver por qué.

Tasha abrió los ojos y la vista de un hermoso valle se abrió ante ella. Desde esa posición vertiginosa en lo alto, veía el pueblecito que hervía de actividad por la cosecha. Un niño risueño y de pelo claro corría por un sendero salpicado de terrones de barro, con una cesta llena de verduras frescas. La visión cambió y el pueblo se transformó en un cascarón hueco y quemado lleno de cadáveres mutilados y resecos. Los ojos internos de Tasha se cerraron y la escena desapareció. ¿Pero qué...?

—Observa... y recuerda...

Cuando la visión de su mente regresó, estaba en medio de una sangrienta batalla, había hombres hechos trizas a su alrededor y el suelo estaba cubierto de sangre y entrañas. A lo lejos oía los ruidos de hombres y mujeres agonizantes y las descargas irregulares de disparos pasaban a ráfagas por encima. ¿Dónde estoy?, preguntó a su guía interno.

—Estás viendo lo que ha sido/será. Esto es Francia, hacia 1918. ¿Ves a ese soldado de ahí? —Alrededor de un joven apareció un leve resplandor blanco—. Está destinado a ser un gran escritor, uno de los mejores de la historia, pero como la princesa guerrera dejó de existir, un joven cuya aldea fue salvada hace tanto tiempo no se casó con una mujer, que no tuvo un hijo... y así seguimos hasta que la niña que debía nacer y salvar a este hombre y devolverle la salud no nació. Ahora este hombre, este joven moribundo, no tiene razón para vivir, ni para escribir.

¿Y si esa persona sí existiera?, quiso saber Tasha.

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—Entonces este hombre inspirará a muchísimos otros autores y personas, así como parte del amor más grande del siglo XX.

Vale. Y cerró los ojos.

Una vez más, se quedó flotando en la bruma atemporal. Destellos y trozos de imágenes le salpicaban la mente. Gente que debía nacer, morir, vivir y amar, que existiría y no existiría. A través de todo ello, una niña, luego una mujer, de pelo dorado rojizo, aparecía una y otra vez, primero como jovencita en una aldea, luego como bardo, actuando en un gran anfiteatro de una ciudad sumida en las sombras del atardecer. Esas imágenes cambiaban a la joven encadenada, mientras un hombre tras otro se echaban encima de ella y sus palabras morían en su corazón. De su vientre nacían hijos y más hijos y entonces su séptimo hijo se liberaba a empujones, nacido muerto. Una breve visión del rostro de una comadrona, deshecho de pena mientras envolvía al bebé muerto en un paño gris y luego echaba la sábana del parto por encima del rostro petrificado por la muerte y ajado por el tiempo de la madre. Un rostro que Tasha conocía, incluso dormida por las drogas. Su Gabrielle.

—¡Gabrielle! —Se incorporó, rompiendo la tela de las correas que la sujetaban—. No... —Se le hundieron los hombros al dejarse vencer por la pena que dominaba su alma. Unas manos cálidas la sostuvieron, unas manos cálidas le enjugaron las lágrimas.

—Sshh, tranquila. Sé que es difícil. —La voz de Erica estaba ahogada de cansancio. Siguió acariciando el pelo empapado en sudor para apartarlo de la cara de Tasha—. Ahora esos recuerdos se ocultarán en la oscuridad de tu mente, donde serán el núcleo de tu lucha. Duerme ahora, joven. Duerme y deja que Morfeo se lleve tu dolor.

El cerebro de Tasha, aturdido por las drogas, aceptó la sugestión y la obedeció.

En cuanto Ariana y la doctora Silverstein estuvieron seguras de que Tasha había sucumbido a la anestesia, emprendieron el arduo proceso de implantación de musculatura cibernética y mejoras óseas, así como el aumento de la producción de las glándulas suprarrenales y la pituitaria. Una vez completas las modificaciones cibernéticas, introdujeron una serie de nanoordenadores quirúgicos de autorreparación en la sangre de Tasha.

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El entramado muscular y óseo daría al cuerpo de Tasha una capacidad atlética asombrosa y los nanites garantizarían que el 98% de las heridas mortales fueran curables. Estos añadidos, unidos al intelecto de Tasha, sus inmensos conocimientos sobre muchos estilos de lucha y sus anteriores mejoras cibernéticas crearían un conjunto absolutamente mortífero. Sería la guerrera que sabía hacer muchas cosas.

Se despertó en su propia cama, atontada y hambrienta. Pasándose las manos por el pelo, se levantó a trompicones de la cama, cogió su bata y fue a la cocina arrastrando los pies. En los armarios no había nada apetitoso y su nevera estaba espantosamente vacía, pero se conformó con un vaso de sintecola y un trozo de pan abarrotado de miel. La cafeína del refresco atacó su organismo y al poco estaba suficientemente despierta para arrastrarse hasta la ducha sónica y vestirse para el trabajo.

El roce rítmico de la tela de su mono resonaba con fuerza por los pasillos de Tarot, S.A. mientras se dirigía muy decidida a la cronocámara. Erica la esperaba junto a la puerta del cronovehículo, Ariana estaba dentro del vehículo con forma de bala haciendo unos pequeños ajustes en el interior y Christopher estaba sentado detrás de un banco de maquinaria y ordenadores que no paraban de parpadear.

—Buenos días, doctora Romanoff —dijo Ian, el afable guardia de seguridad que estaba justo nada más pasar la entrada de la cámara. Escaneó su tarjeta de identidad y asintió para que pasara—. Todo funciona correctamente. Pase. La están esperando.

Había otros técnicos por allí cerca, repasando las listas de comprobación que llevaban como si fueran biblias. "A falta de un clavo, se perdió la batalla" era una de las expresiones preferidas del personal técnico de Tarot, S.A., que se enorgullecía de su capacidad para ocuparse de cada detalle con una fría profesionalidad que a la mayoría de la gente le habría dado escalofríos.

Nada se dejaba al azar. Todo se comprobaba y se volvía a comprobar mil veces antes de enviar a un guardián a las vías. Nadie quería que hubiera un accidente y aunque ocurrían, los incidentes eran pocos y cada mucho tiempo. Tasha sonrió a todo el mundo y se acercó a la doctora Silverstein.

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—¿Estamos listos? —preguntó, advirtiendo que el cronovehículo era uno de los modelos más nuevos, equipados con neurorredes.

—Casi. Ariana quería asegurarse de que no había pasajeros "extraoficiales".

—Buena idea. Si esta Calisto está tan chiflada como la pintáis, podría convertirse en mosca y hacer un viaje al baúl de los recuerdos.

—Eso no sería bueno, Tasha. —Erica sonrió a su protegida, contenta de que la joven controlara lo suficiente sus emociones para bromear. En ese momento, Ariana sacó la cabeza desde las entrañas del cronovehículo e hizo un gesto dando el visto bueno. Sonriendo a la científica de más edad, Tasha le guiñó un ojo.

—Oye, nunca me habéis dicho qué le pasó a la Xena de esta línea temporal —dijo Tasha alegremente, apoyada en el panel trasero del cronovehículo. Ariana resopló y Erica se rió.

—No sabíamos si lo ibas a preguntar. Nuestros informadores nos han dicho que Calisto se coló en la tienda de la guerrera justo después de una batalla y la acuchilló por la espalda —dijo Erica por fin.

—Oh, qué agradable. ¿Cuándo fue esto? —Tasha enarcó las cejas con curiosidad.

—Un año antes de que conociera a César. Unos dos años después del ataque de Cortese a Anfípolis, creo yo —contestó Ariana, limpiándose las manos con el trapo que llevaba en el bolsillo trasero de su mono de trabajo.

—Oh, estupendo. Si no recuerdo mal, eso quiere decir que ahora tengo que vivir diez años de sangre, tripas y despojos. Dioses, las cosas que hago por vosotros.

—Tasha, no te haces idea de cuánto te lo agradecemos. Si está en mis manos, pídeme lo que sea y haré todo lo posible por concedértelo —dijo Ariana suavemente al tiempo que rodeaba el morro del vehículo temporal.

—Pues deséame suerte. Creo que la voy a necesitar. Ah, no os cortéis y leed mi testamento, estoy segura de que éste es un viaje sólo de ida. —Sonrió con timidez, esperando que no se le notara el nerviosismo.

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—Te vamos a echar de menos, Natasha —dijo Ariana en voz baja, abrazando estrechamente a la historiadora. Erica y el resto del personal corearon los sentimientos de su directora y luego Tasha se metió en el vehículo para viajes temporales y se colocó la red de cables que iba a conectar su cerebro al ordenador central del vehículo.

—Buena suerte, guardiana Romanoff. Que los dioses te acompañen.

—Vamos allá.

La escotilla se cerró con un suspiro y las luces que la rodeaban se apagaron. Tasha cerró los ojos y colocó las manos en los asideros de los brazos. Oyó cómo se cerraban las abrazaderas protectoras y notó el conocido pinchazo de la aguja que le inyectaba en las venas la droga para el sueño crepuscular. Tenía una última oportunidad para reconsiderar lo que estaba a punto de hacer.

Estoy a punto de ocupar el lugar de alguien que deja en pañales a Jack el Destripador y luego tengo que intentar convertirme en la Madre Teresa. ¿Cuál seré? Si la cago demasiado, ¿Ariana enviará a alguien para matar a esta nueva persona que voy a ser? ¿Saldré de ésta con vida? Me preg... Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el resplandor láser de la interfaz neural que atravesó su mente consciente y le introdujo en el cerebro todos los conocimientos que iba a necesitar para convertirse en Xena, Princesa Guerrera. Una serie de pensamientos, sensaciones e imágenes cruzaron su mente a tal velocidad que apenas le dio tiempo de darse cuenta de que algo estallaba en su interior y luego ya no supo nada más.

Capítulo 3: Resurrección

Para siempre es un dios en el que nadie cree de verdad, pero que todo el mundo desearía que fuera verdadero.

—Desconocido

Xena se despertó sobresaltada. Estaba tumbada totalmente desnuda en un campo de trigo y el sol de la mañana acariciaba su cuerpo con sus

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cálidos besos veraniegos. Incorporándose, se pasó las manos por el cuerpo lleno de cicatrices de combate y descubrió consternada que tenía tres nuevas heridas apenas curadas. No tenía ni idea de dónde había sacado las cicatrices, pero se alegró al advertir que aunque estaba desnuda como cuando vino al mundo, estaba viva.

—Supongo que eso quiere decir que he ganado. Bueno, ¿y dónde Hades están mis cosas? ¿Y qué Tártaro he hecho con mi ejército? —rezongó. Tras buscar por su alrededores, encontró un baúl cerrado, pero sin que le hubieran echado la llave. Al abrirlo, encontró su armadura, sus armas y unos cuantos dinares en monedas sueltas. Se puso la conocida túnica de cuero bien ceñida al cuerpo, se armó con la facilidad que da la práctica y miró a su alrededor, tratando de hacerse una idea de dónde estaba. Al no reconocer las tierras que la rodeaban, soltó un silbido estridente y se alegró al oír el relincho de respuesta de un caballo. Por el campo de grano apenas madurado se acercaba al galope un hermoso semental gris. Estuvo a punto de tirarla al suelo por su afán de que lo acariciara y rascara, agitándole el pelo con resoplidos cálidos que olían a heno. Xena se echó a reír ante la evidente alegría de su montura al verla.

—Oye, oye, está bien, tranquilo, chico. Sí, sí, yo también me alegro de verte. —Acarició y dio palmaditas al caballo hasta que se calmó lo suficiente para permitirle montar en su lomo—. Bueno, Fantos, vamos a ver dónde estamos. ¡Jiah!

Fantos salió despedido con un relincho, levantando nubes de polvo a su paso.

Viajaron durante tres marcas y por fin llegaron a una pequeña y apacible aldea. Un cartel colocado fuera de la aldea proclamaba que se trataba de "Tierne".

—Un pueblecito precioso... listo para ser cosechado. —Xena se lamió los labios llena de emoción ante la idea de una buena lucha—. De todas formas, me parece que no me vendría mal un poco de dinero. —Dirigió a su caballo hacia la taberna situada en medio de la plaza del pueblo. Tras atar a Fantos al oportuno poste, entró con aire jactancioso en la taberna, examinando a la clientela por si había soldados y/o problemas. Casi todos los ocupantes de la sala eran granjeros que disfrutaban de una bebida refrescante antes de volver a casa con sus familias, pero había unos cuantos

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de esos hombres endurecidos que a ella le gustaba tener en su ejército. Lanzándole un dinar al tabernero, sonrió ampliamente a toda la sala y dijo con indiferencia—: Cerveza, y que sea rápido. Necesito apagar la sed.

Un guerrero desdentado de barba rala se levantó.

—Oye, mocita, yo estoy dispuesto a apagar tu sed.

Los ocupantes de la sala se rieron por lo bajo. Xena enarcó una ceja.

—¿No me digas? —dijo despacio, recorriendo con los ojos el aspecto desaliñado del hombre—. ¿Qué te hace pensar que podrías seguir mi ritmo, viejo?

—Je je. Mocita, yo soy Meklos el valiente. En mis buenos tiempos maté a muchos enemigos. Puede que sea viejo, pero no estoy muerto. Puedo satisfacer tus necesidades. —Se agarró la entrepierna con gesto provocativo y sonrió lascivamente. Las risas apagadas se transformaron en burlas y carcajadas. El tabernero, al advertir el brillo peligroso de los ojos de aguamarina de la mujer guerrera, se agachó detrás del mostrador y se puso a rezar a Dionisos para que su preciada taberna no resultara demasiado destrozada.

—Bueno, Meklos el valiente, pues yo soy Xena. Y no tengo ninguna necesidad que tú puedas satisfacer. —Xena sonrió por dentro al oír la exclamación de miedo que soltaron los ocupantes de la sala. Meklos se dejó caer en la silla con la cara blanca como el mármol.

—¿Xe...Xena? Pero yo... yo... yo creía que estabas m...m...muerta —balbuceó. Al instante ella cruzó la sala, le incrustó dos dedos en el cuello y le echó la cabeza hacia atrás de un doloroso tirón.

—Acabo de cortar el flujo de sangre a tu cerebro. Te quedan treinta segundos de vida asquerosa. No los malgastes y dime por qué creías que estaba muerta.

—El... tu comandante... Miken, creo, pasó por aquí... aaajj... brindó por... aaajj... tu memoria... —A Meklos se le fue apagando la voz y de la nariz le empezó a caer un hilo de sangre. Xena soltó un bufido de impaciencia y

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liberó al indefenso borracho. Arrugando la nariz por el repentino y apestoso hedor a orina, hizo otra pregunta atragantándose.

—¿Cuándo fue esto?

Él tomó aliento entrecortadamente antes de responder.

—Hace como una semana.

Xena pensó a toda velocidad. Una semana... recordaba haberse metido a rastras en su tienda después de saciar la lujuria de combate que se había adueñado de ella con uno de sus soldados más atractivos. Borracha, agotada y harta de luchar contra los que se atrevían a amenazar la seguridad de su patria, Xena se quedó profundamente dormida. Xena se frotó los ojos. Por los dioses, ¿se había pasado una semana entera borracha? Eso explicaría sin duda que me haya despertado totalmente desnuda en un campo de trigo, pero no por qué todo el mundo ha creído que estaba muerta... a menos... bueno, supongo que podría haberme perdido o algo así por la borrachera.

—¿Dijo Miken por qué pensaba que estaba muerta? —le preguntó al borracho.

—Sólo dijo que alguien te había asesinado mientras dormías, princesa. Por favor, no me hagas daño. —Estaba de rodillas, suplicando. ¿¡Asesinada!? ¿Mientras dormía? ¡Dioses! Entonces le vino un levísimo recuerdo de haberse despertado en medio de la noche, pidiendo a una esclava, de haber violado a la asustada mujer y de haberse adentrado después en la noche tambaleándose. Al poco se encontró ante el altar de Ares y como era una devota seguidora de su dios, se postró ante el altar, ofreciendo su cuerpo al amo de la guerra. Éste apareció, contento de verla, y pasaron una eternidad intercambiando historias de guerra. Cayó en la cuenta de que la muerta debía de ser la esclava corporal y que Miken debía der ser demasiado estúpido, o demasiado ansioso por asumir el mando, para mirar más allá de las manchas de sangre. Bueno, ya se ocuparía de su ex lugarteniente en cuanto tuviera tiempo. Por el momento, le estaba empezando a doler la cabeza por tanto pensamiento vertiginoso que se movía por su cerebro aún aturdido.

—Puedes vivir... por ahora. A Hades no le hacen falta más borrachos inútiles. —Regresando al bar, alargó la mano por encima del mostrador,

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agarró al hombre asustado que seguía agachado cerca del suelo y gruñó—: ¿¡Dónde está mi cerveza!?

—¡Marchando! —farfulló el hombre, escabulléndose para servirle la bebida. Al seguir pensando en los rumores de su muerte le empeoró el dolor de cabeza, cosa que no hizo gracia a la princesa guerrera. Para acabar con el martilleo incesante que tenía en el cráneo, se dispuso a emborracharse de lo lindo.

Ya salía la luna cuando la guerrera salió a trompicones en busca de un callejón donde desplomarse. Al chocarse con una mujer que corría a casa en la oscuridad, Xena maldijo en seis idiomas hasta que miró bien a la mujer que se esforzaba por levantarse. El cerebro de Xena, embrutecido por el alcohol, se quedó atónito. La mujer era sumamente atractiva y su postura sumisa en el suelo la hacía aún más deseable para la señora de la guerra. Agarrando a la mujer por el brazo que agitaba, la puso en pie de un tirón.

—Lo siento —dijo la guerrera, pronunciando despacio por la embriaguez.

—Oh, no, ha sido culpa mía. Tendría que haber mirado por dónde iba. ¡Oh! Pareces muy cansada. ¿Tienes dónde dormir? Oh, claro que sí, tú eres Xena, la princesa guerrera... —La mujer parloteaba a toda velocidad.

—Nooooo —dijo Xena alargando la palabra—. No tengo. Esta noche iba a dormir en el bosque. ¿Me ofreces algo mejor? —Sonrió lascivamente. La mujer se sonrojó, pero asintió ligeramente.

—S...sí. Te puedo ofrecer un camastro que tengo de sobra.

Xena se pegó más a la mujer. Clavó un momento la mirada en el bello rostro de la mujer y luego le sujetó la muñeca con más fuerza.

—¿Sólo un camastro de sobra? —preguntó con voz ronca, dejando que su sexualidad natural tiñera el tono de la pregunta. La mujer se puso colorada como un tomate, cosa bien visible a la luz de la luna.

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—Mm... pues... o sea... bueno... yo... aah... si quieres más, ¿cómo te voy a decir que no? Sólo soy Adara, nadie especial. —Adara estaba empezando a sudar, aunque la noche era fresca.

—Bueno, Adara-nadie-especial, ¿sabes qué me gustaría? —Xena siguió derramando insinuaciones eróticas en la conversación.

—N...no. L...la verdad es que no.

—Lo que me gustaría, Adara, es tomarte, aquí y ahora, y follarte viva. —Pasando de las palabras a la acción, Xena atrapó la boca de la bella muchacha con la suya y atacó su cuerpo con las manos. Adara se quedó rígida al principio, pero cuando las manos de la señora de la guerra siguieron acariciándole el cuerpo, su propia sexualidad brotó hasta la superficie y empezó a corresponder a la pasión de Xena con su propio fuego. Xena reaccionó a la necesidad de la muchacha empujándola bruscamente contra una pared, levantándole la falda y metiendo dos dedos en la mata de pelo ahora húmeda que tenía entre las piernas. Adara gimió suavemente por la penetración y luego empujó hacia abajo cuando los dedos empezaron a entrar y salir rápidamente.

—Ooh. Dioses... —susurró entrecortadamente—. Qué... gusto... da... —jadeó.

—Sí, me das mucho gusto, Adara. Follarte es estupendo —gruñó Xena al oído de la joven y le mordió la arteria que palpitaba aceleradamente.

—¡Aah! —logró jadear Adara. Los dedos que tenía dentro aumentaron de ritmo y luego se retiraron, dejándola a punto de... algo—. ¡No! No... —exclamó.

—¿Me deseas, Adara? Llévame a casa y te prometo que te haré sentir cosas... haré que te corras. —A Adara se le estaban poniendo los ojos vidriosos con cada palabra y empezó a asentir—. Haré que te corras con tal fuerza que jamás volverás a mirar a nadie sin pensar en mí.

Sin habla, Adara cogió la mano que le ofrecía la guerrera y llevó a Xena hasta su casa.

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Xena cumplió su palabra. Estuvo follándose a Adara toda la noche y la mayor parte del día siguiente y cuando la pasión de la señora de la guerra se agotó por fin, cumplió su otra promesa. Se aseguró de que la muchacha jamás la olvidara. Justo cuando la agotada campesina se estaba quedando dormida, Xena sacó su puñal y le cortó dos dedos a la chica. Adara gritó y se incorporó por el choque del dolor y luego se desplomó en la cama con un gemido al ver la expresión fiera de la guerrera.

—¿Por qué? —sollozó. Xena agitó los dedos cortados bajo la nariz de la muchacha.

—Estos dedos me han dado placer. Creo que me los tendré que quedar para que nadie más conozca su talento. —Se echó a reír salvajemente al ver la expresión de terror absoluto que se apoderó del rostro angelical de Adara. Acariciando la mandíbula de la muchacha con el puñal ensangrentado, sonrió malévolamente y se deleitó en los dibujos que la esencia roja de la muchacha dejaba sobre la cremosa piel. Inclinándose, besó a Adara apasionadamente y susurró—: Déjame la puerta abierta, preciosa. Has sido un polvo estupendo.

Xena se marchó de Tierne al día siguiente, en dirección a Therma. Viajó deprisa, cubriendo la distancia en tan sólo cinco días. En Therma, se encontró con Darfus, un guerrero de segunda categoría que había servido en su ejército cuando combatió contra los centauros. Huelga decir que Darfus se sorprendió al verla.

—¡Xena! —vociferó desde el otro lado de la taberna cuando la vio entrar—. ¡Creía que estabas muerta!

—Darfus —respondió ella, estrechándole el brazo y sonriendo de oreja a oreja—. Los rumores sobre mi muerte eran muy exagerados.

—¡Ya lo veo! Bueno, ¿has vuelto de verdad? Quiero decir, —le sonrió con lascivia—, ¿volvemos a la carga? Porque sé dónde están casi todos los hombres...

Xena sonrió al ver la sonrisa desdentada de este hombre tan poco atractivo.

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—Excelente. Tengo sed, ¿tú tienes sed? Bien. Darfus, acabas de ganarte un ascenso. Vamos a celebrarlo con una copa.

Y así comenzaron los diez años de mi reinado de terror. Caí sobre Grecia con una ferocidad nacida de la desesperación y la ira. Ares vino a mí durante un tiempo y en sus brazos aprendí algunos de los actos más crueles de la humanidad. Después de Ares, conocí a César y de él aprendí la lección de la traición. Jurando no volver a dejarme controlar nunca más por las emociones, fui a Oriente, alejándome de la tierra que me había visto nacer y del hogar que ya no me quería. En las grandes llanuras de Rus, conocí a Borias, un guerrero salvaje y apasionado cuya presencia hacía que me cantara la sangre, llevándome a sus brazos como un animal en celo. De Borias aprendí cómo aterrorizar el corazón del enemigo y cómo usar ese terror para obtener el mayor beneficio. Fue Borias quien me presentó a la sabia cuyas enseñanzas tenían un valor que no reconocí hasta que fue casi demasiado tarde.

Lao Ma. La mujer de Chin que era delicada como el agua y dura como una riada desbocada. Me ofreció su amor y su sabiduría, pero yo fui incapaz de aceptar ninguna de las dos cosas. Sus palabras me marcaron el alma y sus poderes me curaron las piernas destrozadas, legado de mi relación con César, pero así y todo, después de que se hubiera arriesgado tanto para llegar a mí, desprecié sus enseñanzas para seguir el camino más fácil de la asesina despiadada. Podría haberme alejado de Ares entonces, pero fui demasiado débil. Traicioné las enseñanzas de Lao Ma cuando maté a Ming T'su y rechacé su amor cuando amenacé con hacerle lo mismo a su hijo, Ming T'ien.

Nos desterró a Borias y a mí de la tierra de Chin, jurando que si alguna vez volvíamos a poner el pie en su lado de la Gran Muralla, perderíamos la vida. Me dio igual. Borias era ahora mío por completo y me dispuse a dejar mi huella en el mundo.

Regresamos a Grecia, formamos un ejército y empecé a aplicar las lecciones que había aprendido para que mi nombre se extendiera por el territorio como un incendio. Nos encontramos con los centauros y di a luz a mi hijo, Solón. Borias resultó muerto cuando intentaba llegar a un acuerdo de paz con los centauros y perdí las ganas de luchar contra ellos. Después de entregarle mi hijo a Kaleipus, en parte para confirmar mis intenciones

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pacíficas y en parte para proteger a mi niño de aquellos que querrían usarlo en mi contra, me alejé de esa parte de mi vida. Pero continué siendo el azote de Grecia y al poco, fuera a donde fuese, todo el mundo conocía mi nombre. Xena, la Princesa Guerrera.

La batalla de Corinto me llevó hasta Cirra, donde destruí a sangre fría hasta la última viga y teja de ese pueblecito. Sólo ahora me doy cuenta de por qué mi furia era tan grande que convertí una próspera aldea en una ruina arrasada por el fuego, pero entonces sólo conocía la bruma roja de la muerte. Todavía recuerdo a una niña pequeña que se volvió para mirarme, con la cara tiznada de hollín y dolor, y exclamó: "¿Por qué?" Entonces no supe qué responderle, de modo que me alejé a caballo, sin mirar atrás.

—Extracto de Ecos de guerra: lecciones de una princesa guerrera, de Gabrielle de Potedaia

Capítulo 4: La lucha interna

¿Cuál es la recompensa? preguntó. No hay una recompensa auténtica salvo la que nosotros mismos nos damos.

—Desconocido

En la superficie, no quedaba rastro de Natasha Catherine Romanoff. Sólo la Princesa Guerrera era evidente al mundo exterior. Y menuda guerrera era. Ares se regocijaba con sus matanzas y observaba personalmente cada campo de batalla en el que ella intervenía. Absorbía el olor de la muerte y la carnicería que dejaba a su paso. Plantado en medio de un campo salpicado de la sangre de diez mil hombres, cogió una espada ensangrentada, pasó los dedos por la masa que cubría la hoja y pensó: Esta Xena me gusta más que la original. Me la tengo que quedar sin duda alguna. Tengo que acordarme de darles las gracias a Temis y a Cronos en algún momento.

Sin embargo, por la noche, en sus sueños más profundos, Tasha era consciente. Consciente y asqueada por los horrores que cometía su cuerpo de día. Rabiaba, se desesperaba, lloraba y juraba que al día siguiente, de algún modo, de alguna manera, lanzaría su cuerpo sobre una espada

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enemiga, pero todos los días se despertaba y era Ella de nuevo. Sin control. Sin conciencia hasta que llegaba el sueño. Entonces las atrocidades empeoraron. Crucifixiones que hacían parecer moderados a los romanos. Matanzas completas de aldeas sólo por el placer de ver la tierra teñida de rojo. Rapiñas, saqueos... todas las cosas que hacían temible a un señor de la guerra. Xena era la muerte y el miedo. Cuando llegaba a un pueblo, ni los ratones lograban escapar. Mataba todo cuanto tocaba. El único escrúpulo moral que tenía era sencillo. Nada de mujeres. Nada de niños. Tras el horror de Cirra, ni siquiera Xena soportaba ver morir a un niño. Los crímenes fueron sepultando cada vez más a la lógica y afectuosa Tasha dentro de su propia psique hasta que ni siquiera ella lograba encontrarse a sí misma en sus sueños y las noches se hicieron también de Xena.

Un día, Xena decidió que inspirar miedo en el corazón de casi toda Grecia no era suficiente. Quería el mundo. Pero para conseguirlo, se dio cuenta de que tendría que librarse de cualquier obstáculo. Y un obstáculo gigantesco era Hércules. El hijo de Zeus no se iba a quedar sentado sin hacer nada mientras ella se divertía con los ciudadanos de Grecia y del mundo. Sabía que tenía que matarlo. La pregunta era, ¿cómo? Dándole vueltas a la idea, se dispuso a formar el ejército más grande que había dirigido en su vida. Bandidos, ladrones, asesinos, rufianes de tres al cuarto sin nada que perder y todo que ganar sirviéndola a ella. Juntó a sus fuerzas en Elisia, su fortaleza de Arcadia, y procedió a hacer que todos y cada uno de ellos le fueran totalmente leales, usando ya fuera su cuerpo, su mente o su espada. Para cuando estuvo lista para llevar a cabo el plan que tan cuidadosamente había ideado, todos besaban el suelo que pisaba. Era la Princesa Guerrera y ellos eran sus leales súbditos.

La primera parte del plan consistía en poner a Iolaus, el mejor amigo de Hércules, en contra de éste. Lograrlo fue sencillísimo. Haciéndose pasar por una mujer que buscaba ayuda contra un señor de la guerra llamado Patrakus, convenció a Iolaus de que la siguiera. Usar sus encantos para hechizar al hombre fue tan fácil que le pareció patético. La segunda parte de su plan consistía en enviar a su lugarteniente Theodorus contra Hércules. Sabía que el muy necio fracasaría, pero su ataque traería a Hércules hasta ella y socavaría la fe de Iolaus en su amigo. Como era de esperar, Hércules y Iolaus se pelearon e intercambiaron duras palabras. Había conseguido enemistar a los dos amigos. Hércules se marchó con el rabo entre las piernas.

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Sabía que Estrogón se doblegaría ante la superioridad de Hércules como luchador y cortarle el cuello al idiota con su chakram fue un acto de puro placer. Tras alejarse velozmente a lomos de Fantos, continuó desarrollando sus planes para acabar con la vida del hijo de Zeus. Fue facilísimo fingirse herida. Iolaus se mostró tan solícito como se esperaba e indignado por el "ataque" de su ex amigo y ahora estaba dispuesto a hacer el trabajo sucio por ella. Xena se permitió una ligera sonrisa de triunfo.

De noche, en los rincones más oscuros de su mente, Tasha se desesperaba. Sabía que todo esto tenía que pasar, pero la visión constante de una atrocidad tras otra estaba empezando a desgastarla. Temía que la maldad de la locura de Xena estuviera venciendo y que nunca podría empujarla hacia la redención que sabía que debía ocurrir.

Los planes de Xena fracasaron. La amistad de Iolaus y Hércules resultó demasiado fuerte para su control sexual. Huyó derrotada, pero juró vengarse. Tardó un tiempo, pero consiguió reunir más hombres para apoyarla. De los hombres con los que se había enfrentado a Hércules sólo quedaba Darfus. Por su lealtad, lo nombró su segundo al mando. Poco imaginaba cúanto le iba a costar este ascenso.

Trasladándose de Arcadia a las provincias partas, Xena se recreaba en el poder que sentía cuando una aldea tras otra caía bajo su espada. Empezó a haber roces entre Darfus y ella por su férrea decisión de perdonar a mujeres y niños, lo cual los llevó a los dos, junto con el ayudante de Darfus, a discutir en lo alto de una colina por el tratamiento que iba a recibir la aldea que tenían debajo. Xena se aferraba resueltamente a la creencia de que ella no era una bárbara y no quiso ni oír hablar de los planes de Darfus para atacar esa noche. Darfus se mostró despreciativo hacia sus planes, pero la obedeció por el momento. Al día siguiente, llevaron a cabo los planes de Xena y atacaron la aldea.

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Cuando Xena levantó la mirada y vio a Darfus sacando la espada empapada en sangre del cuerpo de una mujer, una rabia fría atenazó su alma. Tasha, que seguía luchando por llegar de alguna manera al corazón de la princesa guerrera, se aferró a este acto como si fuera una tabla de salvación y se puso a susurrar en la mente de Xena que ella no era el monstruo que creía ser. Que ella podía ser mejor. Xena sacudió la cabeza para quitarse esas ideas inquietantes de la mente y dirigió una mirada a Darfus que decía claramente: "Luego hablamos".

Después de la batalla, en su tienda de mando, Darfus y ella discutieron acaloradamente. Ella se marchó de la tienda convencida de que él cumpliría sus órdenes con lealtad. El viaje hasta las aldeas del norte no fue largo, pero bastó para fomentar la rebelión en sus filas. Al llegar a los restos calcinados de la aldea oriental, Xena sintió de nuevo una ira fría y asqueada ante la traición de Darfus. Se enfrentó a él y cuando estaba a punto de borrarle la sonrisa burlona de la cara a puñetazo limpio, oyó el llanto del bebé. Ese llanto hizo que Tasha se hiciera casi por completo con el control de su cuerpo y corrió a ver de dónde salía. El descubrimiento de un solo niño con vida en medio de la carnicería bastó para romper el ciclo de odio hacia sí misma que giraba dentro de la mente de Xena y permitió que algunas de las ideas que había estado sembrando Tasha echaran raíces. Cogiendo al niño para ponerlo a salvo de Darfus, Xena regresó velozmente a su campamento para pensar. Tenía que ocuparse de Darfus. Tenía que recuperar la lealtad de sus hombres. Dejando al bebé al cuidado del gracioso mercader Salmoncillo, o algo así, fue a enfrentarse a Darfus.

Apuntar a la garganta del idiota con su espada no bastó para que éste dejara de sonreír con sorna y cuando sus hombres se pusieron de parte de él, supo que había perdido la batalla. Resignada a su suerte, se puso en paz con los dioses y se dejó llevar a rastras para enfrentarse al suplicio.

Mientras los hombres formaban dos filas y el ayudante de Darfus le quitaba la armadura y las armas, sintió que su rabia y su frustración se transformaban en la férrea resolución de superar este desafío, sólo por tener el placer paradisíaco de despellejar vivo a su traicionero lugarteniente. Llegaron los golpes, que la tiraron al suelo, y cada uno de sus hombres se fue desquitando con ella por turno. Cada golpe fortalecía su voluntad hasta que, en lo más hondo de su ser, encontró la fuerza necesaria para luchar a su vez y por fin vio el profundo surco en la tierra que señalaba el final de su suplicio.

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Desplomándose, dejó que las risas triunfales de los hombres de Darfus flotaran por encima de ella. Entonces, levantándose como si hubiera renacido, se volvió para mirar a cada uno de los hombres, con la muerte escrita en los ojos. Dejó asomar una sonrisa de satisfacción cuando los hombres se negaron a acatar la orden de Darfus para que acabaran con ella. Había ganado la guerra.

Mientras se curaba de sus heridas tuvo tiempo de pensar, de planear su venganza. La noticia de que Hércules estaba en la zona le daba el medio para lograr esa venganza y posiblemente para recuperar la lealtad de sus hombres.

Luchar con Hércules cuando todavía se estaba recuperando de las heridas sufridas durante el suplicio no fue tal vez una de las cosas más inteligentes que había hecho en su vida, pero su orgullo le impedía rendirse. Tumbada boca arriba, con el sol en los ojos mientras el hijo de Zeus sujetaba su espada contra su garganta, se vio obligada a reconocer que tal vez se había equivocado. Se rindió. Cuando cerró los ojos para no ver su suerte, se quedó atónita al darse cuenta de que aún no estaba muerta. Cuando él la liberó y le dijo que había otras formas de vivir, Tasha supo que ahora ya tenía una manera de penetrar en los pensamientos de Xena. Lo difícil sería conseguir que Xena colaborara con ella. Huyó a las colinas, con el corazón atenazado por la incertidumbre.

Encontró una cueva en una colina y se derrumbó. Su mente estaba embrollada, librando una batalla interna que descubrió que no tenía fuerzas para controlar. Xena se quedó profundamente dormida.

Tasha se despertó dentro de la cueva, con el cuerpo entumecido y dolorido por dormir en el duro suelo. Estirando el cuerpo —su cuerpo— por primera vez desde hacía diez años, hizo un inventario mental de la década de daños que había aguantado su forma física.

—No está mal, princesa guerrera. En general, yo diría que me has tratado bien. Aunque debo decir que tu gusto en materia de compañeros de cama ha sido... interesante.

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Efectivamente, la princesa guerrera se había acostado con cualquier cosa que tuviera dos piernas para conseguir lo que quería. La lujuría de combate la había llevado a yacer con soldados sucios, mozas de taberna tan comidas de viruela que le sorprendía que no vivieran en leproserías y rameras a dos dinares que no valían ni un dracma. Tenía los músculos más duros que nunca y su dominio de las armas era increíble, como comprobó Tasha al dejarse llevar por el entrenamiento automático de su cuerpo. Olfateó enérgicamente y arrugó la nariz.

—Jo, princesa, a ver si te bañas, ¿no? Bueno, vamos a ver si puedo llevarte en la dirección adecuada.

Todos los pensamientos de Tasha sobre el futuro habían quedado purgados por el tiempo que había pasado como prisionera silenciosa dentro de su propio cuerpo. Ya no recordaba el amor que había perdido, sólo sabía que tenía un trabajo que hacer.

Sentada de nuevo en el frío suelo de piedra de la cueva, se sumió en un trance meditabundo. Uniendo su mente a la mente de la princesa guerrera, le mostró a Xena que su futuro no tenía que ser el de una asesina sedienta de sangre al servicio de Ares. Que podría ser una fuerza del bien, como Hércules. Sacó a la luz los sueños de infancia de la mujer, en los que era una heroína. Repasó los recuerdos de lo bien que se había sentido la princesa guerrera cuando hizo huir a los hombres de Cortese, de lo orgulloso que estaba Liceus de ella. Utilizó las enseñanzas de Lao Ma, la sabia mujer de Chin, para ilustrar cómo verían otras personas a la fuerza del bien que podía llegar a ser la guerrera, cómo el título de "Princesa Guerrera" podía estar lleno de honor, no de miedo.

Xena se despertó, confusa y estremecida por sus sueños. Estaba apoyada en la pared de la caverna y una levísima imagen de la sonrisa de su hermano pequeño Liceus flotaba en los aledaños de su mente. Luchando por sobreponerse al remordimiento que sentía por sus crímenes, se dejó consumir por su rabia contra Darfus. No sabía qué iba a hacer con su futuro, pero sabía que tenía que matar ahora mismo al hombre que había destruido su concepto de la vida.

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Capítulo 5: Una meta común

Los tiempos difíciles exigen dar un paseo tonto por el jardín con los zapatos del revés y coletas en el pelo.

—Desconocido

Cuando el cuerpo sin vida de Darfus cayó al suelo ante ella, Xena se dio cuenta de que se había acabado. Su venganza estaba completa. Darfus y sus traicioneros hombres habían desaparecido y ahora era libre de marcharse y formar un nuevo ejército, pero por alguna razón esa idea no le apetecía gran cosa. Hércules la miró y le sonrió cálidamente. Ese regalo de amistad le daba una sensación tanbuena. Sus claros ojos azules se encontraron con los de ella, que tragó con dificultad. Se sintió invadida por una euforia vertiginosa, cosa que no sentía desde que era una niña que sonreía tímidamente a Mafías cuando éste le ponía flores en las trenzas.

Devolver al hijo de Spiros era lo mínimo que podía hacer para reparar el daño que había causado y fue algo que hizo con total sinceridad. Se alejó en la noche para dejar de oler el hedor a muerte y oyó a Hércules, que se acercó por detrás de ella. Contemplando la luna, oyó carraspear al hombretón.

—Bueno, ¿y qué vas a hacer ahora, Xena?

Antes había comentado que no le importaría viajar con él, pero ahora no sabía si él podría tolerar su presencia.

—Pues, mm, decía en serio lo de viajar contigo, ¿si no te importa? —Se volvió con timidez—. O sea, si me puedes perdonar por intentar matarte.

Hércules sonrió de nuevo.

—Oh, creo que podemos hacer un esfuerzo. —Le estrechó el brazo—. Bienvenida al equipo, Xena. Me alegro de contar contigo.

Algo en el interior de Xena saltó de alegría.

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—Me alegro de estar aquí.

El viaje hasta Ilisia fue muy duro. Mientras el odio de Iolaus le quemaba la espalda y las dudas de Salmoneus con respecto a sí mismo armonizaban con las suyas, Xena se concentró en lo único que podía impedirle volverse loca: la destrucción del no muerto Darfus. Enamorarse de Hércules no entraba en absoluto en sus planes, pero Tasha no podía negarle a la guerrera que llevaba dentro y que ahora era tan parte de ella como ella era parte de la guerrera cualquier grado de consuelo y guía hacia la redención que pudiera encontrar. La derrota de Darfus y el Graegus le pareció patéticamente fácil comparada con la lucha para ahuyentar sus propios demonios internos. El hecho de que Ares no estuviera dispuesto a renunciar sin luchar a la influencia que tenía sobre la princesa guerrera no hizo más que fortalecer su decisión de cambiar. En la oscuridad de muchas noches de escasa luna, Tasha trabajó febrilmente para darle ánimos y una sólida base donde sustentar la creencia de que lo que Xena estaba haciendo era lo correcto. Era una batalla difícil. Tasha tenía que luchar contra la repugnancia que ella misma sentía por los crímenes de Xena y contra el odio y las dudas hacia sí misma que sentía la propia Xena. Lo mejor que se le ocurrió fue recordarle a Xena una y otra vez esos sueños de infancia que había compartido con Liceus en los que se convertía en la mayor heroína conocida por Grecia.

Terminada la batalla, cuando Salmoneus volvió a ser el amable tontaina al que había cogido mucho cariño y Iolaus aprendió a no odiarla, se despidió del hombre que tanto le había dado. Lo decía en serio cuando le dijo que él había desencadenado su corazón, su corazón y mucho más. Tasha estaba más que agradecida por el convencimiento de Hércules de que Xena podía ser todo lo buena persona que quisiera ser. Quería quedarse más tiempo con él, pero la parte de sí misma que era Xena y que seguía teniendo la mayor parte del control creía que le iría mejor si seguía adelante sola.

Capítulo 6: Intermedio

¿Qué ha sido de las flores? Se las ha comido el perrito.—Desconocido

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Calisto estaba sentada en su sillón de cuero negro contemplando su cronovídeo con un brillo malicioso en los ojos. Los rasgos de duende de la mujer se volvieron malévolos mientras sostenía con la punta del dedo una antigua daga cuya hoja estaba cubierta de herrumbre por el paso de los años. Ah, cómo había gozado con la sensación de la espada al hundirse en la espalda de la princesa guerrera. Recordaba cómo se había colado en la tienda de Xena mientras la guerrera dormía después de quemar un pueblecito miserable y cómo se quedó mirando a la mujer que dormía tras haber pasado la velada divirtiéndose con un guerrero con cicatrices en la cara.

—Esto es demasiado fácil —murmuró en voz alta y atravesó la espalda de la guerrera con su espada. Recordó los ásperos crujidos cuando la hoja penetró los huesos y los tendones y se lamió los labios al recordar con deleite el sabor de la sangre de Xena. Qué cosa tan deliciosa. Sus labios se curvaron en una sonrisa feroz. Calisto sabía que el satisfactorio chorro del rojo líquido vital que la alcanzó en los ojos jamás borraría del todo la imagen de su madre y su hermana, acurrucadas en su casa en llamas, pero sí que hacía que se sintiera mucho mejor. La muerte había sido rápida para Xena y a Calisto casi le daba pena que hubiera terminado, pero daba igual. Ahora, su madre y su hermana vivirían. Y en alguna parte, otra Calisto podría crecer hasta convertirse en la mujer que tendría que haber sido.

Entonces la vista de la pantalla de vídeo cambió, se transformó. En lugar de ver a su yo alternativo pasando por las cosas corrientes de la vida, vio a la princesa guerrera, viva y entera, luchando contra los vasallos de Darfus en Ilisia. La daga que giraba cayó al suelo con un golpe hueco.

—¡NO! —gritó y se levantó de un salto del sillón. Corrió a su cronovehículo personal para acabar con las intervenciones de Tarot, S.A. de una vez por todas. Su cerebro iba ideando planes para destruir a todos y cada uno de los descendientes vivos y muertos de la princesa guerrera y borrar a Xena de la faz de la historia para siempre. Pero cuando llegó, no estaba sola. Plantados ante su vehículo para viajes temporales estaban Ariana Hunter, Christopher Watchman y Erica Silverstein.

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—Oh, pero qué cosa tan tierna —dijo con desprecio—. Una fiesta de despedida siempre es agradable. ¿Habéis venido a ver cómo le clavo la espada otra vez a vuestra preciosa princesa guerrera? Lo siento, me gustaría quedarme a charlar, pero tengo cosas que hacer, eras a las que ir y miles de personas que matar. Ahora quitad de en medio.

—Calisto, no puedes matar a todos los parientes de Xena. —Erica intentó razonar con la diosa demente.

—¿Ah, no? —Dio la impresión de pararse a pensar en lo que había dicho la física. Dándose golpecitos con los dedos en la mejilla, ladeó la cabeza y sonrió de oreja a oreja—. ¿Y creéis que me lo vais a impedir? Pues no.

Los tres mortales se apartaron del cronovehículo, lo cual reveló que estaba totalmente desmantelado. La ira se adueñó del corazón de la maligna diosa, que bajó la mano al costado y sacó su pistola de plasma. Disparando dos veces contra Ariana y Christopher, se llevó una sorpresa, aunque agradable, al ver que Erica se interponía en la trayectoria de los dos proyectiles de energía. Dos agujeros rojos aparecieron en la espalda de la física, que se desplomó en el suelo. Los dos dioses mortales cayeron de rodillas junto a la mujer agonizante.

—¿Por qué has hecho eso, Erica? No nos habrían hecho daño —dijo Chris entristecido.

—Porque os quiero a los dos más que a mi vida —fue la respuesta ahogada en sangre. Las lágrimas inmortales se unieron y cayeron sobre el rostro inmóvil por la muerte de la mujer que había descubierto el viaje en el tiempo. Los dos dioses se miraron, luego se levantaron a la vez y adoptaron de nuevo su esencia olímpica.

—Estamos hartos de ti, Calisto. Por orden del Tribunal de los Dioses, tus poderes quedan rescindidos. —Cronos y Artemisa se abalanzaron sobre la enloquecida asesina y cada uno agarró un brazo inmortal. Se oyó un chasquido sordo y Calisto se desplomó en sus brazos—. Por tus crímenes contra hombres y dioses, se te condena a pasar la eternidad reviviendo el dolor de cada una de tus víctimas. —Cronos tocó la frente de Calisto, ahora mortal, y ésta gritó asqueada. De repente, se vio abrumada por tantas sensaciones, tantos cortes y golpes y ráfagas de dolor, que cayó al suelo.

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—Nooooo... —gimoteó.

—Sí —replicó Artemisa con calma—. Cuando aprendas a perdonarte a ti misma por tus crímenes, encontrarás la paz.

—¡No! —repitió, enloquecida por el dolor. Su mano se posó a toda velocidad en la bomba suicida que llevaba al cinto. Activando el dispositivo explosivo, se echó hacia atrás, riendo histéricamente—. ¡He ganado! —Un destello de intenso calor blanco la envolvió y se desmayó.

Cuando Calisto abrió los ojos, estaba tirada en medio de un campo de cuerpos. Mientras miraba, cada cuerpo se fue alzando y adoptó los rasgos de una de sus víctimas. Intentó levantarse y huir, pero algo la sujetó. Cuando bajó la mirada, vio las manos cubiertas de sangre de los niños que había matado por el mero placer de matar que le sujetaban las piernas y tiraban de ella, susurrándole su dolor y su pena.

—Fuera... apartaos de mí... ¡NO! —gritó y gritó y gritó...

Capítulo 7: Redención

Absolución. Libertad. Paz. Lo bueno llega... sólo hay que reconocerlo cuando lo hace.

—Desconocido

La redención no era tan fácil de alcanzar como esperaba Xena. Fuera donde fuese, la gente le escupía por ser quien era. Lo intentaba una y otra vez, pero lo único que lograba era causar más miedo que bien. Rescataba a un niño aquí, salvaba a una aldea allá, pero el pueblo llano la miraba con miedo en los ojos y desconfianza en el corazón. Iba de camino a Anfípolis cuando se topó con las ruinas de una aldea en otro tiempo próspera. Había un niño entre las vigas ennegrecidas de su casa, pidiendo comida. Le contó que la princesa guerrera se había llevado su hogar y a su familia. Al principio, no le hizo caso, incapaz de dar nada más de sí misma, pero mientras escuchaba su relato, el odio que sentía hacia sí misma fue aumentando en su

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interior y le lanzó los últimos víveres que le quedaban. En ese momento decidió que ya no era digna de seguir viviendo.

Encontró un claro a las afueras de otra aldea, Potedaia, creía, y enterró sus armas. Cuando se disponía a montar en Argo, la yegua que había sustituido al fiel Fantos, que había caído bajo una lluvia de flechas apenas un mes antes, oyó ruidos de pelea no lejos de allí. Oculta tras unos oportunos matorrales, vio una fila de aldeanas que bajaba por el sendero al mando de unos guerreros con armadura de tratantes de esclavos. Al oír la voz de una de las mujeres ofreciéndose a cambio de todas las demás, no pudo quedarse ahí sin hacer nada. Sobre todo cuando esa voz le sonaba tanto... ojalá supiera de qué. Se quedó oculta tras los arbustos, a la espera de una oportunidad para intervenir.

El líder de los tratantes agarró a la muchacha e hizo ademán de ir a golpearla con un látigo. Ése era su momento. Surgiendo vestida tan sólo con su camisa blanca, Xena atacó al tratante. El combate fue breve y bueno. Jamás se había sentido tan viva como cuando se puso a dar patadas, puñetazos y cabezazos a todo el que se le ponía por delante. Soltando su salvaje grito de batalla, corrió por el claro, aplicando su propia justicia a todos y cada uno de los tratantes. Hubo una breve pausa en la lucha, levantó la mirada y vio a la mujer que acababa de salvar de una dolorosa paliza. Pelo dorado rojizo alrededor de un rostro delicado y angelical. Xena/Tasha se detuvo y se quedó mirando. Era un rostro que Tasha reconocería en cualquier parte, en cualquier tiempo. Ese rostro rompió los sellos que había colocado sobre sus recuerdos y dejó que todo el amor y el dolor y la emoción de los días del futuro que ya habían pasado inundaran su mente y supo que de algún modo, de alguna manera, los dioses la habían recompensado. Era Gabrielle. No su Gabrielle, cierto, pero Gabrielle sin duda alguna. Y ella haría todo lo que estuviera en sus manos para mantenerla a salvo. La guerrera que llevaba dentro le dijo que se preocupara por eso en otro momento, que ahora había que combatir. Tasha asintió de mala gana y justo entonces la tiraron al suelo.

Xena derrotó a los tratantes, por supuesto, y de paso averiguó que eran hombres de Draco, su antiguo lugarteniente. Bueno, tendría que ocuparse de él, pero primero, llevaría a casa a Gabrielle y a su familia. Como era habitual, los aldeanos se tomaron su presencia como una bendición incierta y le pidieron que se marchara lo antes posible. Asintió, porque no

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tenía la menor intención de seguir cerca de la mujer que tenía la cara de su amor perdido.

Pero Gabrielle era Gabrielle, en cualquier encarnación. Siguió a la princesa guerrera, sin saber muy bien por qué, aparte de por la idea descabellada de que la mujer podría ayudarla a convertirse en la bardo que deseaba ser y alejarla de su aburrida vida en Potedaia. Xena se esforzó mucho por ahuyentar a la chica, por obligarla a ver a la guerrera como nada más que una máquina despiadada de matar, pero había ocasiones en las que comportarse como una arpía sin corazón le resultaba imposible.

Una vez, mientras ayudaba a una familia cuya granja había sido incendiada por unos bandidos, la guerrera encontró una muñequita de trapo, con el vestido quemado por las llamas. En lugar de tirar el juguete quemado al montón de basura, Xena se pasó la mayor parte de la noche lavando la muñeca y cosiéndole con primor un nuevo vestido. La cara maravillada de la niña compensó con creces los pinchazos en los dedos y los bostezos. Sus padres dieron las gracias sin parar a la guerrera, con la voz temblorosa de gratitud y respeto, no de miedo.

En otra ocasión, después de que se encontraran con las amazonas y Gabrielle se hubiera aficionado a entrenar con la vara, la joven bardo se golpeó sin querer en la cara y se rompió la nariz. En lugar de quitar importancia al dolor de la muchacha y soltarle con dureza: "Aguántate, Gabrielle", Xena se desvivió por encontrar un arroyo frío y mojar unos paños hechos con una de las pocas camisas que le quedaban, evitó que a la bardo se le hinchara la cara y volvió a colocar el hueso con tal perfección que alguien que no supiera lo del accidente jamás habría notado el bultito que revelaba la rotura.

La primera vez que Xena se encontró con Salmoneus después de empezar a viajar con Gabrielle no fue en absoluto una experiencia tan agradable como podría haber sido. El intrigante mercader se había instalado cómodamente como el amo del lugar en una aldea que tenía pozos artesianos. Tras adoptar el nombre de "Señor Soda" para ocultarse de un señor de la guerra enfurecido que se llamaba Talmadeus, Salmoneus envió a una de sus ciudadanas a buscar a Xena para que le sacara las castañas del fuego. Tendría que haber sido un trabajo fácil, pues Talmadeus era un guerrero de segunda categoría en el mejor de los casos, y en circunstancias

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normales, Xena lo habría podido derrotar dormida y con las dos manos atadas a la espalda. Pero las circunstancias no eran normales. En el curso de la primera batalla contra los hombres de Talmadeus en la fábrica del "Señor Soda", fue alcanzada por la flecha de una ballesta impregnada de veneno tólmico (una sustancia bastante parecida al curare que Tasha conocía de su propia época). La droga hizo efecto casi de inmediato, nublándole la vista y embotándole los reflejos.

Con cada gramo de energía que la guerrera gastaba en defensa de Salmoneus y su gente, notaba cómo el veneno tólmico le quemaba la sangre, hasta que en un momento crítico, cuando se enfrentaba al propio Talmadeus, el veneno la privó del uso de las piernas. Fue Gabrielle, al lanzar certeramente su vara, quien salvó a Xena, y por eso le estaría eternamente agradecida. Convencer a Gabrielle para que se hiciera pasar por ella no fue fácil, pero apeló al sentido de la justicia de la bardo y alabó su capacidad como actriz, hasta que la joven aceptó y se puso su armadura.

Aunque la bardo estaba casi cómica con su armadura, Xena no se rió. Ver a Gabrielle con los pertrechos de guerra le dolió más que saber que lo más probable era que no saliera de ésta. Cuando venció a los dos hombres que Talmadeus había enviado para matarla y el veneno hizo su efecto final sobre su cuerpo, se hundió en la oscuridad maldiciéndose por haber expuesto a Gabrielle a la maldad de su mundo.

En cuanto la guerrera dejó de luchar con su propio cuerpo, Tasha notó que los nanites que tenía en la sangre emprendían la laboriosa tarea de eliminar la mortífera toxina. Aunque sabía que casi con toda seguridad acabaría despertándose, eso no acalló el temor que sentía por dentro cuando notó que la bardo se arrodillaba junto a su cuerpo amortajado, le acariciaba el pelo amorosamente y luego le daba un suave beso en la mejilla. Notaba las lágrimas de la bardo que goteaban sobre su cara y en el hueco de su garganta. Tasha nunca había sabido que en su corazón se podían formar tantos nudos gordianos por la sencilla expresión de pérdida que le otorgó la bardo. Deseó desesperadamente no ser otra de las personas a quienes la bardo había querido para perder después. Lucharía por volver y caminar de nuevo junto a la bardo todo el tiempo que Gabrielle quisiera tenerla a su lado. Cuando los nanites terminaron su trabajo, que ya era hora, según el criterio de Tasha, Xena se levantó lista para entrar en acción y derrotó a Talmadeus con la facilidad nacida de su seguridad como guerrera, pero se

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quedó un poco preocupada por el incidente del dardo impregnado en veneno tólmico y se juró en silencio descubrir de dónde había salido.

Calisto. La niña cuyo hogar había destruido Xena con tanta crueldad años atrás y la mujer convertida en diosa responsable de que Tasha se encontrara en el pasado. Tasha tuvo que ocultar sus propios recuerdos y conocimientos del futuro de los pensamientos de Xena para permitir que los acontecimientos siguieran su curso natural, pero cómo deseaba Tasha poder hundir el chakram de la guerrera en el cuello de esa zorra. La parte de ella que era Xena jamás supo que Calisto se convertiría en diosa, por lo menos hasta que ese hecho ocurrió de verdad, y para entonces, Tasha se había entregado a su nueva vida.

Durante el primer año que estuvieron juntas, Tasha pasó muchas noches sentada junto al fuego que compartían, contemplando el rostro de su amor perdido. Le hizo falta más control del que jamás había soñado poseer para no alargar la mano y tocar a la joven bardo. Su Gabrielle era distinta... era evidente en la inocencia y la sinceridad de esta Gabrielle, pero sabía que podía amar a esta Gabrielle con la misma intensidad, si no más.

No sabía cuándo sus reflexiones se convirtieron en sentimientos, ni cuándo sus sentimientos se convirtieron en amor, pero Tesalia abrió sin duda los ojos tanto a la princesa guerrera como a la historiadora desplazada en el tiempo. Para decirlo sin rodeos, Gabrielle murió. La princesa guerrera de otra época jamás habría sabido cómo traer de vuelta a la bardo, pero dominada por la pena, Tasha prescindió de toda precaución y, utilizando el método de la reanimación cardiorrespiratoria del siglo XX, resucitó a Gabrielle. La brusca inhalación de aire fue el sonido más dulce que habían oído en su vida las dos mitades de la princesa guerrera.

Xena recordaba una hoguera que las dos habían compartido poco después de la casi tragedia de Tesalia. Gabrielle, que todavía se estaba recuperando de sus heridas, estaba sentada cerca del fuego, escribiendo en sus pergaminos los recientes acontecimientos de la guerra entre tesalianos y mitoanos. Xena estaba afilando tranquilamente su espada cuando la bardo levantó la mirada y preguntó:

—Xena, ¿cuál es la diferencia entre un héroe y un cobarde?

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La guerrera meneó la cabeza. La bardo nunca hacía preguntas fáciles. Pues, mmm, pensó en silencio, reflexionando. Pensó en Salmoneus y en todas las cosas que había hecho en nombre de su propia cobardía y en cómo, en el momento de la verdad, el hombre que la llamaba "orgullosa guerrerísima" hacía lo que hiciera falta para resolver la situación. Pensó en Hércules y en su fuerza tranquila y en cómo usaba su fuerza para curar y ayudar, no para hacer daño y mutilar. Pensó en Iolaus, dispuesto a renunciar a su amistad para ayudarla contra el falso señor de la guerra Patrakus. Pensó incluso en Joxer, el joven e ingenuo aspirante a guerrero que tenía el corazón de un héroe, sin la habilidad necesaria. Por último, pensó en sí misma, la "villana" del pasado reciente de casi toda la población de Grecia.

—Gabrielle, creo que un héroe es alguien... que tiene demasiado miedo de ser un cobarde.

La joven bardo la miró entonces con su relucientes ojos verdes y sonrió dulcemente.

—Eso quiere decir que tú debes de ser una heroína, Xena.

Xena se echó a reír con desprecio hacia sí misma.

—No, Gabrielle, yo no soy una heroína. Sólo soy una villana que no podía seguir viviendo con lo que hacía. Ahora vete a dormir.

Fue el conocimiento de que tanto ella como Xena se estaban enamorando de Gabrielle lo que dio fuerzas a Tasha para fusionarse más profundamente con la guerrera. Luchó y por fin empezó a perdonarse a sí misma por algunos de los crímenes cometidos en nombre de la continuidad histórica. Le costó, pero la propia Gabrielle fue partícipe inconsciente de su lucha, porque por mucho que lo intentara, la guerrera no pudo evitar que una sencilla aldeana de Potedaia se abriera paso a través del escudo de hierro de su corazón y se aposentara en su blando interior...

Eso fue hace tres años. A cuántas cosas nos enfrentamos juntas, Gabrielle y yo. Señores de la guerra que provocaban guerras mezquinas, reyes que no entendían profecías, su muerte y resurrección, mi propia muerte y resurrección, su matrimonio... oh, y cómo me seguía doliendo aquello... el

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reciente desafío de las Furias. Di gracias al poder supremo que me protegió al darme la oportunidad de comer ambrosía, pues no me cabe duda de que sin la ayuda de ese alimento mágico, Ares habría ganado. Aparté la mirada del diario en el que llevaba escribiendo casi ocho marcas seguidas y me estiré. Gabrielle seguía durmiendo apaciblemente en la cálida cama que nos dio madre tras nuestro regreso triunfal a Anfípolis.

Habíamos compartido tantas cosas que no había forma de separarnos, con independencia de lo que trajera el futuro. Por supuesto que habíamos tenido nuestras diferencias... hasta el punto de separarnos en algunas ocasiones, pero siempre había algo que nos volvía a reunir. Las partes de mí que eran Tasha y Xena por separado se habían unido formando una entidad única, sobre todo gracias a la mano curativa de mi Gabrielle...

—¿Xena? —murmuró la bardo adormilada desde la cama—. ¿Qué haces levantada?

—Escribir un poco, Gabrielle. Vuelve a dormirte.

—Vale, pero no dejes de dormir un poco, princesa guerrera. Te pones como una arpía cuando no duermes.

—Gabrielle, no sé si ofenderme o reírme. Ah, y no olvides que todavía me debes esos buñuelos.

—Ríete. Tu sonrisa es mucho más bonita que tu ceño. Y no me olvido. Cirene y yo estamos planeando cocinar un poco juntas más tarde.

Me volví y dejé que en mi cara se formara una expresión risueña y cariñosa.

—¿Y cuándo has empezado a fijarte en mi sonrisa, Gabrielle?

La bardo se puso como un tomate.

—Siempre me he fijado en tu sonrisa, Xena. Forma tanta parte de ti como tu chakram. Y es casi igual de mortífera.

—Sí, bueno, mi sonrisa nunca ha dejado a nadie sin sentido.

Gabrielle se puso aún más colorada.

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—Pues... la verdad es que sí, Xena.

—¿En serio? —Enarqué una ceja—. ¿Y quién ha sido víctima de dicho ataque oral?

Gabrielle me miró como si fuera absolutamente densa.

—Yo, tonta. Cada vez que me sonríes, me derrito. Me vuelvo lela. No consigo pensar ni hablar. —Con cada frase, se había ido levantando de la cama y acercándose a donde yo estaba sentada hasta quedar al alcance de mis brazos. Levanté la vista para mirar a mi bardo, a mi amor, a mi Gabrielle, y me propuse ser buena. Tenía que recordar que esta Gabrielle no era la futura Gabrielle. Esa Gabrielle había muerto hacía mucho tiempo, o todavía estaba por existir, según se mirara. Esta Gabrielle estaba fuera de mi alcance para siempre. Me obligué a recordar la imagen de Gabrielle en el día de su boda, con los ojos relucientes por Pérdicas, no por mí. En mi mente, rompí el holoemisor que había sujetado tanto tiempo atrás y llené mis recuerdos actuales con la vida de esta Gabrielle. No era Ella, era Gabrielle de Potedaia, no Gabrielle Brighton, esposa de Tasha Romanoff.

—¿Qué estás diciendo, Gabrielle? —logré graznar por fin. Estaba desesperada por saberlo, tenía que oír con mis propios oídos que no me deseaba. Gabrielle alargó las manos y me cogió la cara. Estuve a punto de morirme en ese instante. Por todos los dioses, cómo necesitaba ese contacto. Me despertaría todas las mañanas y me iría a dormir todas las noches necesitando ese contacto.

—Lo que estoy diciendo, princesa guerrera, es que estoy tan profundamente enamorada de ti que ya no puedo seguir guardando silencio.

Y entonces me besó. Oh, dioses, estos eran los labios que yo conocía tan íntimamente, y sin embargo eran los labios más frescos, más suaves y más dulces que había besado en mi vida. ¡Me deseaba, ella, Gabrielle de Potedaia, me deseaba! Guerrera-historiadora feliz. Sí. Feliz. Rebosante, espástica, hechizada, excitada... dioses... era igual y era distinto y era perfecto. En ese instante cegador, Tasha se unió para siempre con los recuerdos de Xena y se convirtió total y enteramente en la Princesa Guerrera. Ahora era Xena y Tasha era un simple recuerdo de un futuro muy lejano. Gabrielle se apartó un momento y me susurró al oído:

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—Te amaré para siempre.

Y supe que allá donde me llevara la vida, amaría a Gabrielle, mi Gabrielle, durante todos los días de mi vida y todos los días de un futuro ya pasado.

Epílogo

No hay verdaderos finales, sólo pasajes a nuevas historias.—Desconocido

Gabrielle cerró el libro, pues el resto de la historia lo conocía en persona. No le importaba que su amor fuera y no fuera quien siempre había creído que era, porque sabía que, con independencia de la época en la que estuvieran sus almas, siempre se amarían. Todos los sentimientos que había reprimido mientras leía la historia que su amada guerrera había escrito tanto tiempo atrás salieron de golpe a la superficie, ahogándola con su intensidad.

—Lo decía en serio, amor mío, cuando te dije que te amaría para siempre.

Tocó el relieve de la tapa del diario, una reproducción perfecta de los dos lados del chakram de Xena, y suspiró con anhelo. Gabrielle notaba la rigidez de sus articulaciones y el dolor de sus huesos por haber estado sentada tanto tiempo. Sabía que pronto se reuniría con su guerrera de cabellos negros en el otro lado, pero eso tampoco le importaba. Vivirían y se amarían de nuevo, en un futuro ya pasado.