xiii jornadas nacionales de investigadores en comunicación
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XIII Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación “Itinerarios de la
Comunicación ¿Una construcción posible?”
San Luis –Argentina, 2009
Apellido y nombre: Galimberti Silvina
E-mail: [email protected]
Institución a la que pertenece: Departamento de Ciencias de la Comunicación-
Facultad de Ciencias Humanas-Universidad Nacional de Río Cuarto.
Área de iterés: Espacio urbano
Palabras claves: Comunicación-rurbanidad-ciudad
Título: La ciudad, relatos de una experiencia rurbana
Resumen
Comprender la ciudad requiere incorporar la experiencia de quienes habitan en ella.
Experiencia del practicar y significar cotidianamente la ciudad que se devela en las
maneras de usar, nombrar o habitar el espacio urbano.
En esta presentación nos adentramos a la ciudad practicada desde un relato que
habitualmente queda fuera de lo visible, lo decible y lo enunciable en el discurso urbano
dominante. Nos importa comprender la experiencia de quienes cotidianamente viven la
ciudad desde un carro tirado por caballo. Para ello, recuperamos los relatos y
experiencias de actores rurbanos (carreros, cirujas, changarines, areneros, entre otros)
quienes para sobrevivir en la urbe recuperan prácticas, objetos y saberes rurales y
urbanos dando lugar a una condición de vida emergente: la rurbanidad.
La ciudad relatada desde la experiencia de vida rurbana nos interpela a reconocer la
relación entre el espacio urbano y los procesos de construcción de sentido con que los
actores experimentan la ciudad; la emergencia de los ardides y tácticas que ponen en
marcha, la presencia de otra forma de ser y de estar en la urbe, de una particular manera
de usar y percibir la ciudad: desde un carro tirado por caballos.
LA CIUDAD, RELATOS DE UNA EXPERIENCIA RURBANA
A MODO DE INTRODUCCION
Esta presentación intentará esbozar algunas notas para pensar en torno de la ciudad
narrada desde la experiencia de vida rurbana. Ciudad practicada que emerge en los usos
cotidianos y se actualiza en los relato de los actores rurbanos.
Primera aproximación a una ciudad otra, enrraizada en un particular modo de ser y
de estar a mitad de camino entre lo urbano y lo rural; que supone reconocer la relación
entre espacio urbano y procesos de construcción de sentido e identificar los ardides y
tácticas que los actores rurbanos ponen en marcha para “re-significar” un espacio que en
principio no ha sido pensado por ni para ellos.
MÁS QUE CARROS Y CABALLOS EN LA URBANA RIO CUARTO
La ciudad de Río Cuarto se encuentra en una zona geográfica favorecida por la
acentuada actividad agrícola y ganadera. En estos tiempos mostró un gran crecimiento
vinculado a infraestructuras y obras públicas que modifican su paisaje urbano. La
ciudad aparenta ser moderna, avanzada tecnológicamente y abierta a la novedad. Un
esfuerzo por comprender la experiencia de quienes habitan en ella, sin embargo, parece
indicar que también se manifiestan otras condiciones.
Pensar la ciudad y las transformaciones que en ella acontecen desde el mestizaje, las
hibridaciones y los destiempos supone romper con las añoranzas nostálgicas de una
ciudad sin “desorden”. Supone enfrentar los desafíos de la historia, nuestra historia y
asumir activamente los materiales de los que están hechas nuestras urbes. En especial
los muy diversos tiempos de la sensibilidad que conllevan las ciudades latinoamericanas
a mitad de camino entre lo urbano y lo rural (Martín Barbero, 2004).
La ciudad vivida y narrada desde sus habitantes nos devuelve una trama que desafía
nociones y categorías, los marcos de referencia y comprensión forjados sobre la base de
identidades nítidas, de arraigos fuertes y deslindes clásicos. “Pues nuestras ciudades son
hoy el ambiguo, enigmático escenario de algo no representable ni desde la diferencia
excluyente y excluida de lo autóctono, ni desde la inclusión uniformante y disolvente de
lo moderno” (Martín Barbero, 2004:276).
Una manera de experimentar la “modernidad periférica” (Sarlo, 2007) que atraviesa
nuestras ciudades es aquella que Jesús Martín Barbero (2004) denomina “des-
urbanización”. Un proceso de “ruralización de la ciudad”, que se da en la medida que se
revalorizan culturas de la supervivencia sobre la base de saberes y valores rurales aún
cuando se resida en la ciudad. “Uno ve, de pronto, campesinos circulando, aun en carros
y caballos, usos de espacios urbanos que parecen campesinos, como si nunca fuera a
pasar un coche, es decir, intersecciones, entrelazamientos entre lo urbano y lo rural que
vuelven insuficiente o insatisfactoria esta definición de lo urbano por oposición a lo
rural”, relata al respecto García Canclini (2005:69).
En el espacio citadino, entonces, las hibridaciones y mixturas entre campo y ciudad
se hacen visibles en actores sociales con actividades de “rebusque” y lógicas de acción
que comprenden escenarios, objetos, saberes, valores, prácticas, relaciones y sentires
asociados a la ruralidad aún cuando habitan en la urbe.
Si en la realidad que se observa se reconocen procesos de interpenetración de lo rural
y lo urbano, su separación difícilmente pueda atender situaciones y prácticas
coexistentes. En este sentido, la idea de “rurbanidad” permite caracterizar un continuo
que toma distancia de las lecturas polares y procura apoyarse en el supuesto de las
penetraciones y articulaciones que modifican la dinámica y la lógica de los espacios sin
que por ello se anulen los precedentes.
La rurbanidad a la que nos abocamos es definida por Cimadevilla (2007) como una
realidad social emergente. Como condición social significante, interesa por lo que
implica y expresa frente a lo que resulta dominante en el sistema cultural y por lo que
supone, en tanto negación de visibilidad, como oculto creciente, dramático y silencioso.
Sabemos que desde cierta concepción de urbanidad esta condición resulta poco
deseable1. Frente a esto, la creciente emergencia y visibilidad de los objetos y
1 Algunos de los estudios que desde el equipo de investigación “Comunicación y Rurbanidad” venimos desarrollando
problematizan la visibilidad que la rurbanidad adquiere, a partir de las construcciones mediáticas. Resultados
obtenidos (Demarchi, 2007) muestran que en el diario Puntal (medio gráfico más importante de Río cuarto) la
rurbanidad es “hablada” exclusivamente desde parámetros urbano-modernos. En la construcción noticiosa de los
actores rurbanos y sus prácticas se naturalizan ciertas asociaciones: carencia, pasividad, marginalidad, pobreza,
problemas sociales, ambientales, de tránsito y salud, etc. En general, la manera de hacer visible esta condición de vida
desconoce el carácter rural de la experiencia de vida rurbana, homogeniza a todos los actores bajo el rótulo de
“cirujas”, enfatiza los “problemas” ocasionados por sus prácticas y el carácter “anacrónico” y “desubicado” del uso
del carro y el caballo en la ciudad. Por lo tanto, la lectura dominante, concibe al actor como “carente” - “pasivo” y
desconoce la historicidad, heterogeneidad y complejidad que caracteriza las prácticas rurbanas. Las simplifica,
desvaloriza y subsume a categorías “modernas” preexistentes que lejos de reconocer la complejidad de la experiencia
de vida rurbana, la “ordena” en función de parámetros urbanos-modernos.
Por otro lado, desde distintas áreas del municipio local se han desarrollado en los últimos años, diferentes propuestas
tendientes a controlar y erradicar las actividades de rebusque. Proyectos vinculados al arreglo de carros; reemplazo de
la tracción a sangre por otros medios de naturaleza manual o mecánica; la entrega de elementos como cadenas,
alambres, entre otras iniciativas. También se han ejecutado Programas habitacionales a partir de los cuales las
escenarios rurbanos, escasamente considerados, nos convocan a avanzar con relatos que
los visibilicen y problematicen.
LA RURBANIDAD, LECTURAS DESDE EL MARGEN
Siguiendo a Cimadevilla (2007) desde un enfoque de comunicación y cultura, nos
adentramos a los conflictivos procesos de construcción de sentidos. Atentos a las
estructuras de poder que crean los sentidos hegemónicos, pero también abiertos a
interpelar las rupturas y procesos emergentes, esos que nos hablan de otras formas de
apropiarse del mundo, de ser y de estar en él.
En este sentido nos interrogamos acerca de ¿Qué resulta visible y qué permanece
oculto? Para dar cuenta de los procesos que crean sentidos hegemónicos y de los que
parecen contradecirlos, enfrentarlos o ajustarse por razones diversas. Esto, para intentar
pensar y sumar en la construcción de nuevos entendimientos donde quepa nuestra
heterogénea realidad, para facilitar la emergencia de otras cartografías, trazadas ya no
sólo desde la mirada dominante, sino también desde los márgenes.
Mirar la rurbanidad desde los márgenes supone adentrarnos al mundo rurbano,
pensar y abordar a los actores, sus prácticas y representaciones “a partir de lo que
tienen, y no desde lo que les falta”. Sin negar la precariedad y pobreza que lo atraviesa,
creemos que el “rebusque” en tanto modo de vida no puede ser explicado sólo desde las
condiciones de existencia, también requiere ser abordado desde su universo cultural,
entramado de acciones, saberes, objetos, escenarios y representaciones que los actores
rurbanos tejen y destejen cotidianamente.
En las calles citadinas, con sus carros y caballos los actores rurbanos experimentan y
significan la ciudad sin subordinarse completamente a la lógica dominante. A la rigidez,
el orden, la linealidad de lo moderno, la rurbanidad le imprime el mestizaje, los matices,
la historicidad, la heterogeneidad, las coexistencias.
Los relatos rurbanos, esos que habitualmente no se oyen, se inscriben en las prácticas
que se articulan a los espacios y a las experiencias de que está hecho el vivir cotidiano,
con las que el actor enfrenta la subsistencia y llena todo el sentido su vida. Relatos que
nos enfrentan a dimensiones que la naturalización invisibiliza y nos interpelan a ver en
la “irracionalidad” los ardides y tácticas a partir de los cuales los actores rurbanos
familias que realizan dichas actividades y que históricamente han habitado las costas del río, han sido relocalizadas
en diferentes barrios de la ciudad.
enfrentan la exclusión y la pobreza con modos relativamente específicos, autónomos y
creativos de sobrevivir a una modernización envolvente siempre limitada.
Frente a la rurbanidad, entonces, la comunicación se abre como espacio estratégico
para pensar la conflictividad manifiesta en las múltiples formas de significarla, en las
distintas miradas, las hegemónicas y las emergentes.
Desde este marco y recuperando especialmente los aportes de Michel de Certeau
(2000) realizamos una primera aproximación a las relaciones entre espacio y procesos
de construcción de sentido. Esto, a fin de comenzar a pensar cómo usan y nombran,
habitan y practican la ciudad los actores rurbanos e interrogarnos por las tácticas,
materiales y simbólicas, que ponen en marcha para re-apropiarse del espacio citadino.
LA CIUDAD DESDE EL PRISMA COMUNICACIÓN-CULTURA
Tras su ruptura con el “mediacentrismo”, la comunicación se ha dado múltiples
objetos de investigación, entre ellos la ciudad. En su ensayo sobre el estado del arte de
los estudios que entrecruzan ciudad-comunicación-cultura, Badenes (2007) marca la
primera mitad de la década del 90 como el periodo de su emergencia y consolidación.
Señala, no obstante, que este proyecto data de los años 80 como parte del corrimiento
del objeto de estudio que se sintetizó en el pasaje de los medios a las mediaciones,
según la consagrada expresión utilizada por Martín Barbero (1987). En esta línea otros
autores referentes como Armand Mattelart (1993, 1995, 1997) y Héctor Schmucler
(1997) sugieren que los problemas de comunicación ya no sólo se delimitan desde la
teoría, sino también desde las prácticas sociales de comunicación, ésas que en América
Latina desbordan lo que pasa en y por los medios masivos y se articulan a espacios y
procesos a través de los cuales las clases populares ejercen una actividad de resistencia
y réplica. Comunicación como cuestión de cultura, de mediaciones, de recepción, de
apropiación desde los usos, por tanto no sólo de conocimientos sino de re-
conocimientos.
En el entrecruzamiento de la comunicación y la cultura la ciudad emerge como
objeto de estudio a tener en cuenta por su papel co-constructivo de las prácticas de
comunicación, como espacio material y simbólico de producción, circulación y usos de
sentidos socialmente construidos. Una ciudad entendida fundamentalmente como red de
interacciones, como trama social que interpela de diversas maneras a actores ubicados
históricamente, estructurándolos y siendo estructurados por ella (Varela, 2003). Así, lo
urbano como escenario de prácticas culturales y comunicativas, lugar de encuentros y
desencuentros, como construcción social -y por tanto mediática-, como contenedor de
luchas sociales y desigualdades sociales deviene en objeto del campo comunicacional.
Ahora bien, ante la pregunta ¿Qué es la ciudad? desde los estudios de comunicación
las respuestas no son unívocas. Cualquier afán de comprensión e interpretación
totalizadora choca con las indeterminaciones y ambigüedades que configuran las
múltiples “ciudades invisibles” que, a decir de Ítalo Calvino, “…se suceden sobre el
mismo suelo y bajo el mismo nombre. Nacen y mueren sin haberse conocido,
incomunicables entre sí” (Calvino, 2003).
No obstante, intentando ordenar los puntos de interés que han guiado los estudios de
comunicación en torno de lo urbano, algunos investigadores del campo (Varela, 2003;
Rizzo García, 2005) identifican cuatro grandes líneas: aquellos estudios que priorizan
las prácticas urbanas en la ciudad vivida; los que enfocan su interés en los imaginarios o
las representaciones mediáticas sobre la ciudad; una tercera línea que tiende a debatir la
condición “post” de la ciudad informacional y finalmente, ciertas lecturas del espacio
urbano como un relato en sí mismo.
A los fines de esta presentación, interesa adentrarnos en aquellas perspectivas que
priorizar las prácticas urbanas, por caso los usos del espacio citadino, para conocer los
modos en que la ciudad es vivida y experimentada por actores específicos2. Esto, sin
perder de vista que esa particular manera de “practicar la ciudad” acontece siempre en
un marco más amplio, aquel que alude a la multiplicidad de discursos sociales que
coexisten -en armonía o conflicto- en el espacio urbano; los diferentes modos en que los
actores sociales participan en la construcción de las representaciones en torno de la
ciudad y sus condiciones de visibilidad diferencial. Experiencias de habitar el espacio
urbano que nunca son homogéneas, que dan lugar a una ciudad “palimpsesto que nos
obliga a develar la superposición de escrituras que la componen” (García Canclini,
2005:12). Así, siguiendo a Rosana Reguillo (2006), diremos que la ciudad emerge como
2 Siguiendo a Gorelik (2002) y Margulis (2009), podemos decir que esta manera de enfocar el estudio de la ciudad se
enmarca en aquellos enfoques que dan centralidad a la cultura. La idea de “ciudad como texto”, básica en la
perspectiva ensayística simmeliana, se potencia a partir de los años 80 en múltiples abordajes. Tanto en una
valoración de los modos en que la literatura trata la ciudad, como en una nueva presencia de la ciudad en la literatura;
tanto en una comprensión de la ciudad como texto material, como en una lectura de las prácticas o de los imaginarios
urbanos, apuntando a los modos en que la ciudad se experimenta o se representa socialmente. En este marco y
siguiendo a Lozano (2006) nos aproximamos a la ciudad como problemática comunicacional para adentrarnos en la
experiencia de vivir ciudades y ser vividos por ellas.
espacio de investigación prioritario no sólo como escenario de prácticas sociales, sino
fundamentalmente como espacio de lo diverso, de los choques, negociaciones, alianzas
y enfrentamientos entre distintos grupos sociales por las definiciones legítimas de los
sentidos que configuran el orden social en general.
LA EXPERIENCIA DE LA CIUDAD
La ciudad no es sólo un lugar ocupado, sino más bien un lugar practicado, usado,
experimentado. Un lugar vivido en toda su dimensión. La ciudad como espacio de la
coexistencia y, en este sentido, erigida como escenario o marco idóneo para la
emergencia de experiencias diversas.
En el espacio citadino se desarrollan prácticas que dan cuenta del mundo de la vida.
Y esas prácticas implican “apropiaciones” del espacio. Muchos autores han propuesto
distinciones cuyos términos varían según el caso –lugar y espacio, territorio y espacio,
espacio geométrico y espacio antropológico o existencial (Augé, 2000:85)- que
expresan la transformación que se genera cuando un espacio es “apropiado” por los
actores sociales que lo dotan de sentido.
Rosana Reguillo (2006) dirá que usar la ciudad es el único modo de decirla. En tanto
“significante vacío” la ciudad deviene como tal a través de la vida en ella, es a través
del uso y la práctica que adquiere su forma y sentido (Rincón, 2006). “Los significados
pasan, los significantes quedan”, dice Barthes (citado en Margulis, 2009:91). Frase que
podría aludir en el caso de la ciudad a la relativa permanencia de su dimensión material,
por ejemplo de ciertos objetos, y al cambio de su significación.
Las calles céntricas de la ciudad y la presencia de carros tirados por caballos son
significadas de modos diferentes por los variados grupos que a diario habitan la urbe.
Significaciones que, siguiendo a Hall (1997), se configuran a partir de los usos, es decir,
las maneras en que determinados espacios y objetos son incorporados a las prácticas
cotidianas, sumado a las formas en que se los piensa y siente.
En cierto modo, se podría hablar de ciudades paralelas y simultáneas, pero diferentes
si se las distingue desde la intimidad de las vivencias de los diversos grupos de
habitantes. “Situados en un mismo espacio y tiempo, los sujetos transitan por una
ciudad que se vuelve subjetivamente múltiple: modos de la realidad que se superponen
sin tocarse en mundo de vida que responden a historias, ritmos, memorias y futuros
diferentes” (Margulis, 2009:91).
En este sentido, Margulis (2009) sostiene que la ciudad es susceptible de ser
comparada con la “lengua”, construida por múltiples hablantes en un proceso histórico
que da cuenta de interacciones y de luchas por la construcción social del sentido. El
“habla” puede homologarse, en el caso de la ciudad, con las prácticas, los
comportamientos, los usos, los itinerarios, las transformaciones que van construyendo la
ciudad. Construcción ésta que, aunque condicionada y atravesada por los discursos
dominantes no se agota en ellos y revela una ciudad, símbolo complejo, tensionada
entre la racionalidad geométrica y la maraña de la existencia humana (Calvino, 2003).
Una ciudad vivida, habitada y experimentada se sobreimprime a los mapas
construidos “desde arriba” y da cuenta de las cartografías, no sólo sobre sino también
desde los márgenes. Trazos invisivilizados, tramas de las acciones cotidianas, huellas de
interacciones y prácticas que se yuxtaponen a los espacios articulados por las decisiones
oficiales (Margulis, 2009).
Experiencias del habitar y hacer ciudad que se actualizan en los relatos, que
interpelan a adentrarse en lo no historiado “recuperando en la vida cotidiana aquellos
procesos que, por constantes y evidentes, pasan a ser parte de la rutina invisible del
habitante de la ciudad y, como tales, no son hechos o acontecimientos, sino episodios
marginales y silenciosos, que traman los significados en los que se vive la ciudad”
(Gutiérrez, 2006:55).
“La figura de la ciudad tiene menos que ver con la alta regularidad de los modelos
expertos del edificar que con el mosaico artesanal del habitar” (Martín Barbero,
2004:74). En este sentido, pensar la ciudad como experiencia y la experiencia como
manera de narrar la ciudad supone una lectura en clave de puzle, una revalorización de
la experiencia y la narrativa de los habitantes para aproximarse a las ciudades vividas3, a
las ciudades invisibles de Ítalo Calvino (2003).
Ahora bien, en sintonía con lo que venimos planteando y a fin de interrogarnos sobre
las tácticas cotidianas que los actores rurbanos despliegan para habitar y re-significar la
3 Así, por ejemplo, desde un acercamiento multidimensional, García Canclini vislumbra lo que él mismo llama
“Cuatro ciudades en la ciudad de México”: la histórico-territorial; la ciudad industrial; la ciudad informacional y la
ciudad como videoclip (García Canclini, 2005).
ciudad, se recuperan especialmente los aportes de Michel de Certeau en “La invención
de lo cotidiano” (2000).
ALGUNOS CONCEPTOS CENTRALES DE LA PERSPECTIVA DE
MICHEL DE CERTEAU
El tema de las relaciones entre espacio y sociedad ha sido abordado de una manera
original por Michel de Certeau (2000). Desde su interpretación, el espacio social
habitado es el resultado de un conflicto dialéctico permanente entre poder y resistencia
al poder. La ciudad, entonces, se le revela como espacio de simbolización en tensión
permanente y su abordaje, por tanto, debe atender a la pluralidad cultural y a las
múltiples diferencias.
En este sentido, de Certeau establece una controversia con la obra de Foucault:
mientras que para Foucault el espacio es simplemente la expresión de la disciplina y el
ejercicio de una “microfísica” del poder4; de Certeau se abre a la posibilidad de que
dicho poder sea subvertido y alterado en su significado por las prácticas cotidianas de
aquellos que lo habitan5.
Lo que interesa a de Certeau son las prácticas de la desviación en el uso de la ciudad,
operaciones que suponen distintas maneras de marcar socialmente la diferencia
producida en un dato a través de una práctica” (De Certeau, 2000: XVIII). No le
importa la cultura erudita. Se vuelve hacia la cultura común y cotidiana en tanto ésta es
apropiación (o reapropiación) en el consumo considerado una manera de practicar.
¿Qué hace la gente con la ciudad, qué fabrica a partir de ella? ¿De qué formas la
habita y cómo esos modos, en definitiva, la construyen? ¿Cómo se escribe el texto
urbano, una escritura colectiva sin principio ni fin, sin claros lectores y escritores? Son
preguntas fundantes de sus planteos. La fabricación por descubrir, dirá el autor, es una
creación e invención oculta porque se disemina en las regiones definidas y ocupadas por
4 Nos recuerda Gorelik (2002) que Foucault produce la figura del espacio-poder, ejemplificada en su célebre análisis
del Panóptico de Bentham que permitió ver la ciudad como una máquina de producir y reproducir poder: un espacio
heterotópico, socialmente producido por una trama de relaciones, materialización de la cambiante textura de las
prácticas sociales. 5 La insistencia en torno a la ciudad practicada y particularmente el estudio de algunas tácticas cotidianas, aclara de
Certeau, no niega que por todos lados se extiende y precisa la cuadricula de la “vigilancia”. No obstante, su enfoque
permite problematizar los efectos de este análisis, fundamental pero a menudo exclusivo y obsesivo, que se ocupa de
describir las instituciones y los mecanismos de la represión. La dilucidación del aparato represivo en sí mismo, dice
el autor, tiene como inconveniente no ver las prácticas que le resultan heterogéneas y que reprime o cree reprimir. Sin
embargo, sostiene el pensador francés, no toda la sociedad se reduce a la disciplina. Desde este supuesto, entonces,
comienza a interrogarse por los procedimientos populares, minúsculos y cotidianos, esas “maneras de hacer” que
forman la contrapartida, del lado de los consumidores y que también forman parte de la vida social (De Certeau,
1996).
los sistemas de producción racionalizada. Astuta, esta producción del margen se insinúa
en todas partes, silenciosa y casi invisible, pues no se señala con productos propios sino
en las maneras de emplear los que son impuestos por el orden dominante.
Así, dentro de un sistema que por vasto no puede ser suyo, y por estar configurado
con un tejido demasiado apretado no le permite escaparse, el actor social introduce una
dinámica hecha de “microresistencias”, las cuales a su vez fundan “microlibertades” al
“metaforizar el orden dominante” usando “bajo otros registros” lo que éste le impone6.
En este sentido, al espacio disciplinado, a la “ciudad panorama”7, de Certeau (2000)
sobreimprime la ciudad construida, deshecha y reconstruida por los modos específicos
en que los habitantes cruzan y trazan el espacio. Reintroduce en la maquinaria urbana
los cuerpos que la habitan y transforman. Los ciudadanos dejan de ser mera estadística
para cobrar espesor, engrosar el plano con sus volúmenes, generar la dimensión no
planeada de la vida que la racionalidad dominante intentará ocultar en lo sucesivo.
PRODUCTORES Y CONSUMIDORES, ESTRATEGIAS Y TÁCTICAS
En su propuesta, de Certeau (2000) establece una distinción entre aquellos que
ejercen el poder -a los que llama productores- y quienes lo subvierten, denominados
consumidores. En la ciudad, productores son todos aquellos grupos sociales
“autorizados” a diseñar, construir y nombrar el espacio, quienes habitualmente también
establecen ciertas reglas respecto a las prácticas sociales y los usos que serán aceptables
en dicho espacio. Por el contrario, los consumidores se identifican con los ciudadanos,
6 Como ejemplo, el autor recuerda que “…ante las acciones rituales, las representaciones o las leyes que les eran
impuestas los indios hacían algo diferente de lo que el conquistador creía obtener con ellas; las subvertían no
mediante el rechazo o el cambio, sino mediante su manera de utilizarlas con fines y en función de referencias ajenas
al sistema del cual no podían huir. Su uso del orden dominante engañaba ese poder, porque no contaban con los
medios para rechazarlo; se le escapaban sin separarse de eso. La fuerza de su diferencia se mantenía en sus
procedimientos de consumo” (De Certeau, 1996: XLIII). 7 Para de Certeau, la “ciudad panorama” es un simulacro teórico instaurada por el discurso utópico y urbanístico y
definida por la posibilidad de una triple operación:
1. La producción de un espacio propio: la organización racional debe por tanto rechazar todas las contaminaciones
físicas, mentales o políticas que pudieran comprometerla.
2. La sustitución de las resistencias inasequibles y pertinaces de las tradiciones, con un no tiempo o sistema
sincrónico: estrategias científicas univocas, que son posibles mediante la descarga de todos los datos, deben
remplazar las tácticas de los usuarios que se las ingenian con las “ocasiones” y que reintroducen en todas partes las
opacidades de la historia.
3. En fin, la creación de un sujeto universal y anónimo que es la ciudad misma: es posible atribuirle poco a poco
todas las funciones y predicados, hasta ahí diseminados y asignados entre múltiples sujetos reales, grupos,
asociaciones, individuos, etc. La ciudad, con nombre propio, ofrece de este modo la capacidad de concebir y construir
el espacio a partir de un número finito de propiedades estables, aislables y articuladas unas sobre otras.
Vía una organización que combina operaciones especulativas y clasificadoras, administración y eliminación, la
“ciudad panorama” se mantiene en “orden” a costa de ignorar las vivencias cotidianas y prácticas espaciales. No
obstante, dirá de Certeau, nunca “deja de producir efectos contrarios a lo que busca” (De Certeau, 2000: 106).
los que no pudiendo transformar directamente el espacio lo adaptan a sus necesidades
cotidianas, re-significando sus normas y significados.
La relación entre productores y consumidores no es simétrica. Una distinción entre
estrategias y tácticas aclara la particular manera de actuar, siempre relacional, de ambos
grupos en el espacio citadino.
De Certeau (2000) dirá que los productores actúan mediante la “estrategia”: cálculo
(o manipulación) de las relaciones de fuerza susceptible de existir cuando un sujeto de
voluntad y poder resulta aislable. La estrategia postula un lugar circunscrito como algo
“propio” y opera de base para administrar las relaciones con una exterioridad de metas o
amenazas. Por el contrario, la “táctica” en tanto accionar del consumidor, corresponde a
un cálculo que no cuenta con un lugar propio. No tiene más lugar que el del otro, está
dentro del campo del enemigo y allí debe actuar. No tiene el medio de mantenerse en sí
misma, a distancia, en una posición de retirada, de previsión y de recogimiento de sí. No
cuenta pues con la posibilidad de darse un proyecto global ni de totalizar al adversario
en un espacio distinto, visible y capaz de hacerse objetivo. La táctica obra poco a poco.
Juega constantemente con los acontecimientos, aprovecha las “ocasiones” y saca
provecho de las fuerzas ajenas. “Es el arte de dar buenas pasadas, es el sentido de la
ocasión” (De Certeau, 2000: XLIV). Sin lugar propio, la táctica está condicionada por la
ausencia de poder, siendo lo “propio” la victoria del tiempo sobre el lugar.
Articuladas con base en los “detalles” de lo cotidiano, estas operaciones
“microbianas” proliferan en el interior de la “ciudad panorámica” y modifican su
funcionamiento tornándolo “indisciplinado”. Son “formas subrepticias”, actividades de
reapropiación, “indicadores de la creatividad que pululan allí mismo donde desaparece
el poder de darse un lenguaje propio” (De Certeau, 2000: XLIII).
“Arte del débil”, estas prácticas cuya lógica es la táctica, dan cuenta de un “resto” y
un “estilo” no digeribles y asimilables que desde la alteridad cultural se resiste a la
homogenización generalizada. Jesús Martín Barbero (1987) dirá, parafraseando a de
Certeau, que se trata de un resto hecho de saberes inservibles a la instrumentalidad
tecnológica y una memoria de la experiencia que se resiste al discurso y se deja decir
sólo en el relato. Un “estilo”, en tanto esquema de operaciones, maneras de caminar la
ciudad, modalidades de intercambio social, inventiva técnica y resistencia moral.
Resto y estilo que, a decir de Martín Barbero (1987), nada tienen que ver con la
memoria nostálgica o con lo extraño y misterioso. Más bien se trata de la presencia
actuante de una memoria del orden de las matrices culturales. Y decir matriz no es
evocar lo “arcaico”, sino hacer explícito lo que carga el hoy, lo “residual” en términos
de R. Williams, es decir aquello que del pasado se halla todavía vivo, irrigando el
presente del proceso cultural. Resto que designa “el sustrato de constitución de los
sujetos sociales más allá de los contornos objetivos que delimita el racionalismo
instrumental […] Vetas de entrada a esas otras matrices dominadas pero activas”
(Martín Barbero, 1987:250).
PRACTICAS DEL ESPACIO
“Habitar es narrativizar. Fomentar estas narrativas también es, por tanto, rehabilitarlas.
Hay que despertar las historias que duermen en las calles”
(De Certeau y Girar, 1999:145).
Dentro del conjunto de prácticas, de Certeau (2000) señala algunas ajenas al espacio
“geométrico”: son las “prácticas del espacio” y remiten a una forma específica de
operaciones (de maneras de hacer), a “otra espacialidad” (una experiencia
antropológica, poética o mítica del espacio)8, y a una esfera de influencia opaca y ciega
de la ciudad habitada.
En su “retórica del andar”, el autor se propone pensar la relación entre espacio y
andares a través de una analogía con la lengua y el habla. En este sentido, sostiene que
el andar es siempre en el sistema urbano un espacio de enunciación9. La “enunciación
peatonal”, aclara, tiene una serie de características que la distinguen del sistema
espacial. Si bien es cierto que el orden espacial organiza un conjunto de posibilidades
(por ejemplo, mediante los espacios habilitados a transitar, etc.) y de prohibiciones, el
8 La práctica del espacio es una operación específica cuyas formas son múltiples, y cada una de ellas entraña una
experiencia diferente de la espacialidad que se despliega en tres dimensiones: una experiencia antropológica, una
experiencia poética y una experiencia mítica.
Lo antropológico se refiere a la presencia de los otros, a los modos compartidos de hacer que constituyen una cultura
y a la cualidad dialogal del habitar. Nos cruzamos con los otros, en un espacio común que es la posibilidad de
encuentro y también de disputa. La espacialidad, es pues construida colectivamente y en la interacción. El carácter
mítico, alude difusamente a un aspecto que se enlaza con la memoria, con la construcción histórica de la ciudad a
partir de relatos, de tradiciones, de todo eso que “ya estaba allí” y nos precede. La dimensión poética en cambio es
esa particular grafía del andar, que traza cada vez mapas diferentes, mapas efímeros, cuyos caracteres son tan
diversos como la diversidad de la vida (De Certeau, 2000). 9 “Al nivel más elemental, el acto de caminar es al sistema urbano lo que la enunciación es a la lengua o a los
enunciados realizados. Al nivel más elemental hay en efecto una triple función “enunciativa”: es un proceso de
apropiación del sistema topográfico por parte del peatón (del mismo modo que el locutor se apropia y asume la
lengua); es una realización espacial del lugar (del mismo modo que el acto del habla es una realización sonora de la
lengua); en fin, implica relaciones entre posiciones diferenciadas, es decir, “contratos” pragmáticos bajo la forma de
movimientos” (De Certeau, 2000:109).
transeúnte actualiza algunas de ellas. De este modo, las hace ser tanto como parecer.
Pero también las desplaza e inventa otras pues los atajos, desviaciones o
improvisaciones del andar, privilegian, cambian o abandonan elementos espaciales.
Hace otras cosas con la misma cosa y sobrepasa los límites que las determinaciones del
objeto fijan a su utilización. Igualmente, el caminante transforma en otra cosa cada
significante espacial. Y si, por un lado, sólo hace efectivas algunas posibilidades fijadas
por el orden construido (va solamente por aquí, pero no por allá); por otro lado, aumenta
el número de posibilidades (por ejemplo, al crear atajos o rodeos) y el de las
prohibiciones (por ejemplo, se prohíbe seguir caminos considerados lícitos u
obligatorios). En este sentido, dirá de Certeau: “el usuario de la ciudad toma fragmentos
del enunciado para actualizarlos en secreto” (De Certeau, 2000:110).
En este marco, es posible pensar que la cuidad lejos de ser, deviene. Se actualiza y
recrea cada vez que es andada. Son las prácticas del espacio, pasos que espacializan e
insinuar un texto vivo, las que sobreimprimen al espacio planificado y legible una
ciudad metafórica y trashumante.
RELATOS…HACERSE CAMINO AL ANDAR
“Allí donde el mapa corta, el relato atraviesa”
(De Certeau, 2000:141).
“La ciudad es un relato de una guerra de relatos”, advierte el autor (De Certeau,
2000:145). Los relatos son trabajos artesanales, están hechos de vestigios de mundo. Al
igual que las prácticas, atraviesan y organizan lugares. Son frases e itinerarios. “Todo
relato es un relato de viaje, una práctica de espacio” (De Certeau, 2000:148). Aventuras
narradas que producen geografías de acciones y relaciones sociales, organizan los
andares…“hacen el viaje, antes o al mismo tiempo que los pies los ejecutan” (Ibíd.).
A los fines de este trabajo interesa resaltar la diferenciación que el autor establece
entre lugar y espacio. El primero refiere al orden según el cual los elementos se
distribuyen en relaciones de coexistencia, excluyéndose la posibilidad de que dos cosas
se encuentren en el mismo sitio e imperando el orden de lo propio. El espacio, en
cambio, deviene cuando los vectores de dirección, velocidad y tiempo, desplegados en
movimiento, lo animan y “lo llevan a funcionar como una unidad polivalente de
programas conflictuales o de proximidades contractuales” (De Certeau, 2000:129). En
suma, el espacio es un lugar practicado. De esta forma, la calle geométricamente
definida por el urbanismo se transforma en espacio por intervención de los caminantes.
Los relatos, en este sentido, efectúan pues un trabajo que, incesantemente, transforma
los lugares en espacios o los espacios en lugares.
Asimismo, es el relato el que facilita el acceso a los recorridos, que distan en su
sentido de los clásicos “mapas”10
. En tanto acto de enunciación, el recorrido es un tejido
narrativo que actualizar, autoriza y habilitan la posibilidad de vivir y experimentar la
ciudad. El recorrido “poetiza” la ciudad, funda espacios. “…Abre un teatro de
legitimidad para acciones efectivas. Crea un campo que autoriza prácticas sociales
arriesgadas y contingentes” (De Certeau, 2000:134). Y es esta “astucia” la que, a decir
del autor, hace del relato un “delincuente” porque “atraviesa”, “trasgrede” y “consagra”
el privilegio del recorrido por sobre el mapa.
A partir de la recuperación de los planteos teóricos hasta aquí expuestos, en tanto
matriz teórica-analítica para mirar lo real, intentamos pensar en torno de la “ciudad
practicada” por los actores rurbanos, quienes enfrentan la subsistencia cotidiana
mediante un entramado de prácticas, objetos, saberes, sentires, valores a mitad de
camino entre lo urbano y lo rural. Forma de ser y de estar en la ciudad silenciada y
construida socialmente como inexistente que al “decir-decirse”, en las prácticas y
relatos, fisura el orden urbano dominante. Se re-introduce en el “mapa”, lo burla y
subvierte a su modo y se sale -más no sea por un momento- del lugar asignado.
UNA APROXIMACION A LA CIUDAD VIVIDA DESDE LA RURBANIDAD
En nuestros estudios, instancias diversas se orientaron a comprender el fenómeno de
la rurbanidad en la ciudad de Río Cuarto desde el punto de vista de los actores rurbanos
(Kenbel, 2006; González y Segretín, 2007 y Galimberti, 2008). Esto, con el fin de
reconstruir una trama de sentidos otra que permita acercarse a la densidad simbólica de
los espacios, objetos y prácticas socioculturales rurbanos.
10 En sus reflexiones sobre la cartografía, de Certeau (2000) sostiene que la autonomía del mapa entre los siglos XV y
XVIII supuso el progresivo borramiento de los itinerarios, las prácticas del espacio, que aparecían graficadas en los
primeros ejemplares. Luego, en los mapas llamados portulados, había marcas empíricas producidas por la
observación de los navegantes. Sobre ellos se impuso el plano moderno, que significó el triunfo de la geometría
abstracta del discurso científico frente al sistema narrativo de la experiencia del viaje. Para diseñarlo, el urbanista o el
cartógrafo moderno se coloca a la distancia en una suerte de mirada de Dios y el resultado es un espacio técnicamente
construido que se contrapone al texto vivo de los recorridos plurales.
A los fines de esta presentación, re-pensamos algunos relatos de los actores
(Galimberti 2008)11
, para ensayar una primera aproximación a la experiencia de quienes
cotidianamente viven la ciudad desde un carro tirado por caballo. Esto, a partir de la
identificación de algunas prácticas, leídas en clave de táctica, que los actores ponen en
marcha para recorrer y permanecer -pese a las múltiples objeciones- en la urbe12
.
Las mayores objeciones remiten a la problemática del “tránsito vehicular”. Así,
quienes ofician de “productores” (urbanistas, autoridades políticas, medios de
comunicación) “prohíben”, mediante ordenanzas, el ingreso de carros tirados por
caballos al casco céntrico de la ciudad. Esto, argumentan, debido al registro de
accidentes protagonizados por la presencia de animales sueltos en rutas periféricas y en
las propias calles de la ciudad. Además del caos vehicular provocado por la circulación
de todo tipo de automotores y carros de tracción a sangre, sobre todo en las horas de
cierre de los comercios. Señalan asimismo que carros y caballos no cuentan con las
medidas de seguridad adecuadas para circular y enfatizan los casos de niños a cargo de
la conducción de los carromatos que aumentaría el riesgo de accidentes a su integridad
física y la de terceros (Kenbel, 2008).
A ese conjunto de argumentos hay que añadirle una preocupación “latente”. Aquella
que refiere al carácter “moderno” del espacio citadino, a los contrastes y los significados
que estos actores, sus dispositivos y prácticas rurbanas conllevan y las distancias que se
manifiestan entre la urbe que apuesta -según el discurso social organizado- al futuro y la
urbe que se “contamina” con postales “pretéritas”13
.
11 Relatos que pertenecen a un trabajo de campo más amplio (Galimberti, 2005-2006) realizado con el objetivo de
“conocer y comprender el conjunto de significados que los actores rurbanos asignan a su sistema de objetos
cotidiano”. Este primer abordaje empírico se concretó a través de una estrategia de triangulación metodológica en la
que la entrevista en profundidad se complementó con la observación participante y el registro fotográfico. La
recolección de datos se concretó in situ e implicó reiterados encuentros con 9 casos, colectivos e individuales. 12 Como hemos señalado al inicio de esta presentación, la presencia de los actores rurbanos con sus carros y caballos
es “mal vista”, especialmente, en el centro de la ciudad. Un recorrido por las “narraciones urbano-dominantes”, por
caso la prensa local y el discurso social organizado (funcionarios municipales, normativas, sectores del empresariado
comercial, etc.) permite observar una serie de “preocupaciones” en torno de la rurbanidad en la menos tres puntos:
Problemáticas relacionadas al medio ambiente; a la niñez y adolescencia y vinculadas al tránsito vehicular (Kenbel,
2008). Importa para esta presentación desarrollar brevemente esta última “objeción”. 13 “Los carreros, dice Beatriz Sarlo, son lo no deseado de la ciudad, lo que se quiere borrar, alejar, desalojar, trasferir,
transportar, volver invisible” (Sarlo, 2009:66). En el mismo sentido, Reguillo sostiene: “…estos fantasmas del pasado
o enemigos de la modernidad traen al espacio de la ciudad, espacio de progreso y del olvido del pasado, las imágenes
borradas por una modernidad de aparador. La pobreza suele ser pensada por no pocos actores sociales como el
residuo de un tiempo antiguo que se mira con temor y con rechazo. Los pobres no gozan de la pureza e inocencia que
reviste la ciudad; los atrasados son, en términos perceptivos, enemigos del progreso, peligro latente, amenaza
cotidiana. Feos, sucios, atravesados por la inutilidad, la ignorancia, flojera y peligrosidad, son el lastre y estorbo de la
sociedad” (Reguillo, 2006:40).
No obstante, pese a la “disciplina geométrica”, las calles citadinas son día a día
ocupadas por recolectores de residuos, changarines, verduleros y areneros quienes, con
sus carros y caballos, a la vez que “ruralizan” la ciudad son por ésta urbanizados.
En sus relatos, los carreros reconocen que “meter los caballos al centro” siempre
conlleva problemas14
. No obstante, en ningún momento cuestionan o ponen en duda su
derecho a transitar por la ciudad y menos aún la presencia del caballo.
En un constante “jugar con lo inevitable de los acontecimientos para hacerlos
habitables” (De Certeau, 2000:53) los actores rurbanos narran una ciudad diferente; una
ciudad vivida que construyen y sobreimprimen, de manera silenciosa, al espacio nunca
propio que los niega y excluye. A continuación identificamos al menos dos
procedimientos “resistentes, astutos y pertinaces”, que creemos operan en este sentido:
los recorridos cotidianos y un particular proceso de “urbanización” del carro y el
caballo.
DE LOS RECORRIDOS QUE FUNDAN ESPACIOS
Diariamente, cientos de carros y caballos atraviesan las calles céntricas de la ciudad.
Lo hacen con más frecuencia quienes se dedican a “cirujear”, es decir aquellos carreros
abocados a la recolección y venta de residuos urbanos15
. En este tipo de actividad es
fundamental el trazado de un itinerario, el cual se organiza teniendo en cuenta la
ubicación de los “clientes” (vecinos, comerciantes o porteros de edificios que guardan
materiales), la presencia y aplicación de las reglas que regulan la tracción a sangre en la
ciudad, entre otras variables.
Hecho de señales fijas, pero también sujeto a las circunstancias y eventualidades, el
“recorrido” estipulado es siempre una “probabilidad” susceptible de ser pensado más
como “proceso” que como estructura física. Dicho itinerario instaura la demarcación de
ciertos límites que permiten identificar y diferenciar las cuadras y calles que cada uno
de los carreros recorre. En efecto, la delimitación del recorrido y su relativo
14 Entre los inconvenientes habituales, los entrevistados mencionan: a). Accidentes de tránsito entre carros y
automóviles que registran distintos niveles de gravedad producidos generalmente por imprudencias compartidas. b).
Quejas de vecinos, comerciantes y automovilistas quienes, entre otras cosas, protestan por el bosteo de los caballos;
los residuos desparramados en la calle y la presencia de niños. c). También mencionan la incomprensión de los
automovilistas y la disposición de la gente a culpar siempre al carrero en tanto “ilegal natural” del espacio citadino.
El hecho de “andar en carro”, dicen, despierta en los “otros” y especialmente en el casco céntrico de la ciudad,
asociaciones semánticas casi automáticas relacionadas a la carencia, la suciedad, la vagancia, etc. 15 En el marco de nuestros estudios se han identificado al menos cuatro actividades de rebusque que utilizan el carro y
el caballo: extracción y venta de áridos (areneros), venta de frutas y verduras (verduleros), realización de changas
(changarines) y, la más visibilizada, recolección y comercialización de materiales reciclables (cirujas, cartoneros o
recolectores de residuos). Es importante aclarar que a lo largo del escrito se habla de “cirujas” ya que es esta la
palabra que los actores consultados utilizan, sin mayores “traumas”, para autodenominarse.
reconocimiento en tanto tal por los demás implica cierta “apropiación” del espacio
urbano por parte de los recolectores. Esto resulta en una “propiedad transitoria” que se
materializa en el recorrido y opera durante el momento de la recolección.
Recorrido diario, susceptible de interrumpirse o continuarse, cuya estabilidad relativa
está dada por la relación que se actualiza, día a día, entre carreros y “clientes”. Relación
que, junto a “la antigüedad del vínculo, la demanda del servicio de limpieza y la
necesidad de conservar el lugar” habilita y autoriza la presencia del actor rurbano en el
lugar, devenido ahora en un “espacio” que en ocasiones suele también nominarse (por
ejemplo, se habla del recorrido de tal o cual persona).
Posibilidad de encuentro pero también de disputa; el recorrido espacializa, suscita
una parada probable que se teje-desteje en el accionar táctico del carrero y la
complicidad relativa del “cliente”. Sujetos siempre a lo contingente, algunos itinerarios
perduran en el tiempo y pasan a formar parte de la postal citadina cotidiana. Devenir
éste que, indirectamente, deja entrever la contingencia de las normas urbanas que,
aplicadas contextualmente y según la exigencia de la ocasión, dan cuenta de la
fundamental ambivalencia del orden urbano.
DE CARROS Y CABALLOS HECHOS EN Y PARA LA CIUDAD
Como se advirtió, los actores rurbanos no problematizan su presencia y permanencia
en la ciudad, menos aun la del caballo. A los argumentos que sostienen “una falta de
adecuación y acondicionamiento de la tracción a sangre para circular en la ciudad”, los
actores rurbanos contraponen un carro y un caballo que, en sus dimensiones materiales,
han sido hechos en y para la ciudad.
Mientras que para el transeúnte apresurado todos los carros son iguales y todos los
carreros son cirujas, el relato de los carreros devela otros matices. En el sistema de
objetos16
nada es pura contingencia, la materialidad de los carros y caballos está
estructurada en función del tipo de actividad y las características del espacio de trabajo.
Ni puramente rural, ni totalmente urbana, la materialidad del sistema de objetos,
deviene, entonces, rurbana.
A fin de lograr la máxima funcionalidad, cada actividad de rebusque conlleva un
“tipo” ideal de carro. Así por ejemplo, “el carro pa’ cirujear” es el clásico carromato de
16 “Sistema de objetos” es una categoría teórica que recupera los aportes de A. Moles (1971, 1974), J.Baudrillard
(1969) entre otros autores, y, en términos empíricos, alude al conjunto de elementos conformado por el carro, el
caballo y los arneses.
metro o vagoneta. Dado que los materiales con los que se trabaja son relativamente
livianos y se venden por kilo, los cirujas emplean un carro “grande” pero “liviano” que
permita recolectar la mayor cantidad de residuos y reste peso a la tracción animal17
.
Para recorrer las calles céntricas, el actor “adecua” su carromato incorporándole un
conjunto de accesorios más urbanos. Recicla parte de los residuos que habitualmente
recolecta y los reutiliza para “habilitar” y “autorizar”, por ejemplo, su tránsito nocturno
por la urbe. Así, los CD’s pasan a ser “ojos de gato” y las chapas y pinturas dan lugar a
múltiples carteles luminosos.
Asimismo, los caballos empleados en las actividades de rebusque no son idénticos. A
diferencia del arenero, a la hora de adquirir un equino los cirujas ponderan la
mansedumbre por sobre el tamaño y fuerza del animal. Proceso de domesticación que
conlleva un particular conjunto de saberes y habilidades en pos de “hacer un caballo” en
y para la ciudad.
Entre vehículos, transeúntes, luces y ruidos en más de una ocasión las yeguas han
parido y cientos de potrillos han sido amansados. Son estos caballos rurbanos los que a
decir de entrevistados “lee” semáforos y no se asustan con bocinas y autos. Usan
herraduras “especiales” para el asfalto18
y se alimentan de los residuos generados en
ciudad.
CONSIDERACIONES FINALES…PARA SEGUIR PENSANDO
Por las calles iluminadas de la ciudad, con su carro de bricolaje y su caballo
“vestido” con basura reciclada, el actor rurbano traza otras cartografías. Grafías de
andar, geográficas y sociales, que introducen otros tiempos y otras dinámicas, otras
(i)lógicas en un tramo de la calle, en principio anónimo y hostil, que al ser practicado y
significado desde la experiencia de vida rurbana deviene en espacio.
Relato desde el margen hablan de una experiencia de la ciudad hecha de
movimientos: apropiaciones y desplazamientos, entrecruces de poder y resistencia,
17 Las diferencias materiales de los carromatos básicamente son: el tamaño; las características específicas de algunas
de sus piezas (tamaño de las ruedas y la caja); los tipos de materiales con los que han sido construidos (madera vs.
chapa y el hierro) y los accesorios (inscripciones, utensilios complementarios).
En el ejemplo citado, en caso de combinar el ciujeo con tareas de extracción y venta de áridos, en la medida de sus
posibilidades, el actor readaptará la materialidad de su carromato, por caso, remplazando las ruedas que
habitualmente utiliza para circular por las calles citadinas por otras de mayor tamaño (más altas y finas) que le
permitan desplazarse en terrenos áridos como las costas del río. 18 Se trata de un tipo especial de herradura confeccionadas por los propios carreros, quienes emplean materiales más
resistentes (hierros de mejor calidad) a fin de lograr una mayor vida útil del “zapato” del animal y evitar el precoz
deterioro de las herraduras comunes ante un uso intensivo sobre superficies asfaltadas.
trayectos y temporalidades, formas cotidianas de usar la ciudad, de ser y estar en ella
que entremezclan lo urbano y lo rural.
Narración de una ciudad otra que se sobreimprime a la “oficial”. Trama de sentidos
rurbana que se entreteje en las prácticas y los relatos; vestigios de una producción
cultural que, sin dejar de estar “dominada”, posee también una “existencia capaz de
desarrollo”. Experiencia de la ciudad que silenciosamente se infiltra y bosqueja las
astucias de intereses y deseos diferentes e introduce los movimientos y conflictos que el
enfoque cartográfico moderno borra y oculta.
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