xxvii certamen literario villa de san fulgencio
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Trabajos ganadores de la Vigésimo Séptima edición del Certamen Literario de San Fulgencio.TRANSCRIPT
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Acto de Entrega de Premios del XXVII Certamen
Literario “Villa de San Fulgencio” 20’00 h Apertura del Acto
Premios Locales Premios Nacionales Categoría A
Segundo Premio: “Doctor Cavadas”
Autora: Verónica García Amorós
Primer Premio: “Las batas Blancas”
Autora: Liuba Rebeca Giménez Abad
Categoría B
Segundo Premio: “El viaje de María”
Autor: David Mora Rodríguez
Primer Premio: “Leyendas Urbanas”
Autora: Eulalia Eugenia Rodríguez Pérez
Categoría C
Segundo Premio: “Sin título”
Autor: Oscar Irles Belda
Primer Premio: “Prioridades”
Autora: Rocío Martí Gil
Accésit: “El espectro de la Rosa”
Autor: Javier Pérez Fernández
Primer Premio: “El Hallazgo”
Autora: Eva Barro García
Entrega de Diplomas a los participantes locales del XXVII Certamen Literario “Villa de San Fulgencio”
Entrega de Premios a los Ganadores del XXVII Certamen
Literario “Villa de San Fulgencio”
Recital :“Palabras de Miguel” La Nona Teatro
Clausura del Acto
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Trabajos ganadores Categoría A
“Doctor Cavadas”
Segundo Premio
Hoy he visto en la televisión que el doctor Cavadas realizará pronto una nueva
operación, un trasplante facial. Cavadas es un doctor conocido
internacionalmente gracias a sus famosos
trasplantes de extremidades y,
recientemente en 2009 el primer trasplante
facial en España, este es el octavo
trasplante facial en el mundo. El nació en
1965 en Valencia, España, tiene 44 años y
trabaja en el hospital LA FE de Valencia
como cirujano plástico y reparador. Se licenció en Medicina en 1989 por la
UNIVERSIDAD DE VALENCIA con Matrícula de Honor. El doctor Cavadas
ganaba mucho dinero, se compraba coches de lujo y llevaba una vida de lujo,
hasta que un día su hermano murió en un accidente y su vida cambió por
completo. Desde este momento quiso darle un giro a su vida y, como viajaba
mucho a Kenia decidió ir con más frecuencia e ir a otros sitios también
necesitados, ya que él mismo reconoció que se había convertido en un cirujano
rico y ambicioso. Además formó una fundación de cirugía reparadora en Kenia,
que como ya he dicho antes, viajaba con frecuencia a este país. En estos países
pobres trabaja a cambio de su propia satisfacción de ver y sentir que les ha hecho
un buen favor a los que no tienen NADA. Como la ayuda que le dio a una niña
de 17 años que sufría una deformación en las piernas. El doctor Cavadas realiza
más de 1.800 operaciones al año y atiende a más de 60 pacientes al día. Tiene un
“apodo” entre sus pacientes “Doctor Milagro”, a él le hace gracia y le resulta
estremecedor porque si con “Doctor Milagro” se refieren a complicarse la vida
para que una persona esté mejor, entonces sí que sería el Doctor Milagro – dice
el. Se alimenta, mayoritariamente de pan y bebida energéticas como él mismo ha
Se licenció en Medicina en 1989 por la
UNIVERSIDAD DE VALENCIA con
Matrícula de Honor. El doctor Cavadas
ganaba mucho dinero, se compraba
coches de lujo y llevaba una vida de
lujo, hasta que un día su hermano
murió en un accidente y su vida cambió
por completo.
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dicho el 90% de su vida gira entorno a su trabajo, ya que viaja cada 3 meses a
África, lo que requiere 3 días de trayecto y 20 horas conduciendo. Pero de todas
formas vale la pena porque cura a unas 100 personas con alguna herida o
problema que tienen que ser atendidos con urgencia a pesar de los pocos
materiales médicos de los que disponen, además, la mayoría son reciclados en
Europa. Algunas operaciones de Cavadas son: un chico africano que se cayó de
un camión y se fracturó el fémur, el doctor Cavadas le colocó una placa y unos
tornillos. En otro caso una niña de unos diez años se quedó huérfana de padre y
se la quedo su tía, la hermana del padre, esta le dio una paliza brutal y se fracturó
la tibia. El doctor Cavadas le curó la herida y le puso una placa y tornillo. Otra
vez un niño presentaba quemaduras de tercer grado y tenía los dedos totalmente
encogidos en su mano izquierda y más bien no podía moverla. ¿Ya os imagináis
lo que hizo el doctor Cavadas? Pues sí, le curó la herida. Como él mismo dice, el
ser humano es básico en África y llevan una vida básica, no como nosotros.
Cavadas y su fundación van a Africa con el propósito de aliviar el sufrimiento a
los que no tienen nada y a los que no pueden elegir y que él es su única opción de
llevar una vida que ellos se merecen. Una vida básica es vivir por lo justo, sin
educación, sin ayuda sanitaria, sin nuevas tecnologías, ni electricidad, ni agua
potable en condiciones. En una ocasión al doctor Cavadas le dieron las gracias en
África de una forma muy especial, para los africanos tener unas simple chanclas
es un lujo, además ellos se las hacen con trozos de neumáticos que ya no valen y
quisieron darle las gracias a Cavadas con lo poco que tenían, le regalaron unas
chanclas hechas con un neumático que se le había pinchado a Cavadas la vez
anterior que fue a África. Ahora el que estaba agradecido era él y se fue de allí
con las chanclas puestas. A Cavadas le interesa que sepamos cómo se hacen
varios tipos de operaciones y como se siente el paciente antes de someterse a
cada operación por eso nos muestra en la pantalla de la televisión como se
realizan estos tipos de operaciones, como la de un chico al que se le tuvieron que
amputar los dos brazos debido a una descarga eléctrica que sufrió. El doctor
Cavadas le reemplazó los dos brazos, fue el primer trasplante de brazos que se
realizó en España. Otra operación fue la de un hombre llamado Fernando que
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entró en el quirófano sin poder mover ninguna de sus 2 manos no podía hacer
absolutamente nada llevaba 40 años sin poder mover su mano derecha a causa de
un accidente laboral se valió de si mismo durante 4 décadas solo por su brazo
izquierdo, hasta que hace un año también lo perdió, porque sufrió un ictus
cerebral que le inmovilizó toda la parte izquierda de su cuerpo. Cavadas, ya que
la parte izquierda del cuerpo del paciente no se podía mover, le trasplantó su
brazo izquierdo a la parte derecha de su cuerpo, y ahora ya puede mover los
dedos de su mano derecha después de 40 años sin poder hacerlo. Cavadas nos
muestra este tipo de operaciones por televisión para que sepamos el sufrimiento
por el que se someten muchas personas en España y en otro muchos sitios del
mundo.
En el mundo hay personas como Cavadas, anónimas, que tal vez nunca veremos
en la televisión, en los periódicos, en la radio o en cualquier medio de
comunicación también prestan ayuda en las catástrofes en países pobres como
Haití. Misioneros, enfermeros,
maestros o simplemente
voluntarios. Gente anónima que
nunca veremos por televisión o por
el periódico recibiendo medallas o
dándole la mano a un presidente o
tal vez a algún rey o a alguien importante, nunca se verá. Hay gente que ayuda y
luego nadie está ahí para darle una medalla al mérito aunque si sea lo que se
merecen, ellos prefieren no ser famosos y trabajar a cambio de su propia
satisfacción, ellos hacen y cobrar lo mismo que Cavadas cuando va a África, se
olvidan del dinero, la fama, las medallas etc.… y trabajan por las GRACIAS de
la persona a la que están atendiendo. Y todos nosotros deberíamos pensar en ello,
deberíamos pensar en ser lo más solidarios posibles y ser como tantas personas
que están ayudando de esta forma. Y también deberíamos ser tan solidarios como
el DOCTOR CAVADAS.
Autora: Verónica García Amorós
Y todos nosotros deberíamos pensar en
ello, deberíamos pensar en ser lo más
solidarios posibles y ser como tantas
personas que están ayudando de esta
forma. Y también deberíamos ser tan
solidarios como el DOCTOR
CAVADAS.
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“Las Batas Blancas”
Primer Premio
Me acabo de despertar, se me había olvidado que estoy en el hospital. Hace un
año y medio note un fuerte dolor debajo del brazo y se lo dije a mamá, ella me
revisó y notó un pequeño bulto. Se asustó mucho y se lo contó a papá. De
inmediato me llevaron al hospital. Por ese pequeño bultito, de repente mi vida
había cambiado, ya no era la misma, desaparecieron mis amigos, mis profesores
y mi querido colegio; ahora todo era personas de batas blancas, muchas pastillas
y comidas horribles.
Empezarían con un tratamiento de dos semanas, - dijeron- pero esto parecía
nunca terminar, entonces, ¡oh por favor! mi cabello empezó a caerse y poco a
poco cambié de aspecto, ¡qué horror! cada día
me parecía más a mí tío Pepe que ya no le
quedaba ni rastro de pelo en la cabeza.
Me daba tristeza mirar a mi madre, siempre de
un lado a otro y llorando sin que yo me diera
cuenta. Esto más bien parecía un entierro y yo
la muerta. Así que la imaginación era lo único
que tenía intacto de todo mi cuerpo y eso fue
lo que comencé a utilizar; descubrí que el mundo era diferente desde este
hospital. El doctor, una mañana me dejó escuchar los latidos de mi corazón y yo
imaginé que era como los indios de las praderas cuando llevaban la oreja al suelo
para captar a las manadas de búfalos en la distancia, ¡je, je, lo aprendí en la tele
con mi primo Paquito! era asombroso, podían oír hasta las patitas de los bichos
correr libremente por los montes. Otra mañana especialmente dolorosa por una
serie de pruebas con grandes pinchazos de jeringas que parecían como lanzas
afiladas de los caballeros de la edad media, como los de Don Quijote, atacando
mis brazos y piernas. Aprendí la diferencia entre un doctor contento y otro
enojado, pero no voy a revelarlo porque he preferido que ustedes los descubran.
De sopetón, cambiaron mis tardes de
viernes tristes en el hospital, las
habitaciones se llenaban con payasos
pintados muy estrafalariamente y alguno
disfrazado de perro gordo y mofletudo.
Me hacían reír de lo lindo con la sarta de
tontería que se les ocurría. Y ¡Qué
alegría! Descubrí que no estaba sola
habían muchos niños como yo.
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De sopetón, cambiaron mis tardes de viernes tristes en el hospital, las
habitaciones se llenaban con payasos pintados muy estrafalariamente y alguno
disfrazado de perro gordo y mofletudo. Me hacían reír de lo lindo con la sarta de
tontería que se les ocurría. Y ¡Qué alegría! Descubrí que no estaba sola habían
muchos niños como yo. Nos reuníamos como una manada y hacíamos una
estampida con nuestra risa. Luego a pesar de nuestros malestares, por los pasillos
del sitio infantil era impensable quedarse quieto al paso de tanta gente.
El dolor es una cosa extraña, ya que tenía tanto tiempo en este sitio y los
primeros meses no podía ponerme en pie porque los analgésicos me tenían
mareada continuamente, y cuando me hablaban, parecía como si una fuente de
agua caía sobre mi cabeza que me impedía poder escuchar cualquier cosa que no
fueran los gritos de mis nervios alterados por el dolor.
Poco a poco pude fijarme en la luz del sol y la oscuridad de la noche, la luz y la
ausencia de luz era lo de todos los días, cosa misteriosa, -pensaba siempre-.
No era corriente tener la visita de personas vestidas de negro, pero cuando
aparecían, era para la desesperación y tristeza de los papas llorando abrazados,
doblados de dolor como ancianos. Lo recuerdo de esta manera cuando sacaron a
mi pequeño amigo de cuarto, tapado por una sábana, delante de las puertas
abiertas.
Julia era mi enfermera, todos los días sin falta me traía un caramelo de menta tan
estupendo que lo chupaba despacio pensando en la piscina del mes de Agosto y
las reuniones con mis amigas.
Una tarde Julia trajo a su hijo para que yo lo conociera, ya que siempre me
hablaba de él. Vino con una caja llena de cosas para jugar, y yo no le quitaba el
ojo de encima, su madre me dijo que tenía muchos juegos – y pensé – hace siglos
que no jugaba a algo divertido y se me iban las manos por abrir la caja. – Este es
André, mi hijo – dijo Julia, lo miré y me dije, para ser chicho parece divertido. Y
de verdad, lo pasamos a gritos y desde entonces es mi amigo de siempre. La tarde
terminó con una merienda de frutas para mí y una hamburguesa para él.
Mi madre misteriosamente dejó de llorar por las esquinas y entraba en la
habitación cantando como un canario, por las conversaciones que lograba espiar
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me enteré que mi enfermedad a la que llamaban cáncer se iba sanando, cosa que
me alegró mucho porque yo pensaba en como escaparme a la sala de juegos para
jugar a los castillos. El pelo comenzó a crecer y crecía como la tomatera que mi
padre había plantado en el jardín de casa, y no me asusté cuando me miré al
espejo y solo vi los primeros cuatro pelo que empezaban a crecer tan feos y
parecidos a los de Filemón.
Los médicos llegaron en grupos y me dijeron: amiga pronto iras a casa y al
colegio, volverás a jugar con tus compañeros. Rápidamente recordé ¡Los libros
del colegio! No sabía dónde estaba, y se me había olvidado casi todo, mi seño
Elisa me iba a gritar mucho cuando supiera que ya no recordaba ni la tabla de
multiplicar. Pensé ¡qué hago! No me queda otra, tendré que hacerle la pelotilla a
la profe, eso se me daba muy bien y a mi seño le gustaba.
Por fin el día tan esperado, la luz del sol brillaba en mi cuarto, mi madre estaba
muy feliz y me daba muchos besos y mi padre también, todos se despedían de mi
con mucho cariño y yo con todo mi corazón le dejé a mis amiguitos de hospital la
esperanza de vences y luchar contra esa mala enfermedad llamada cáncer y poder
decir gracias y adiós personas de batas blancas.
Autora: Liuba Rebeca Giménez Abad
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Trabajos Ganadores Categoría B
“El viaje de María”
Segundo Premio
María y sus padres iban de camino a pasar una semana de vacaciones en el
campo. Por el camino Rosa y José discutieron porque su padre no le había dicho
que tenía que estar tres días de viaje porque tenía una reunión muy importante.
José se despistó y pasó al carril contrario. El intentó volver al carril pero no le dio
tiempo, se chocaron con otro turismo. La noticia salió en todos los canales de
televisión y periódicos del país. Al día siguiente, María despertó en una
habitación de hospital. A su lado estaba el
médico, le contó la noticia: sus padres habían
muerto. Cuando se recuperó salió del hospital
y un hombre le esperaba en la puerta. María
le preguntó quién era y él le contestó que
tenía que irse con él porque aún no habían encontrado a ningún familiar. Se
montó en el coche y después de media hora de camino llegaron a un orfanato.
Allí había muchos niños y niñas de su edad, pero la miraban con desprecio y
envidia. Habló con una profesora y le contó su historia. Entró en su nueva
habitación, pero no había nada parecido a la suya, en ésta había unas diez literas
y allí había unas chicas de doce o trece años. Ya quedaba poco para el
cumpleaños de ella, pero cada día que pasaba se sentía más triste porque no
estaban sus padres. Conoció a Laura y le contó la historia, ella también estaba allí
porque sus padres cuando tenían un año la abandonaron a las puertas del
orfanato. Llegó el día del cumpleaños de María y la profesora le regaló un libro.
Cumplió trece años. Al día siguiente fue acompañada del hombre que la recogió
en su antigua casa a coger ropa y objetos personales, allí encontró la foto de ella
con sus padre. La foto era de un día antes del accidente y se puso a llorar en su
antigua cama. Cuando volvió al orfanato fue a buscar a Laura, al no encontrarla
le preguntó a su profesora y ella le dijo que la habían adoptado. Ella se puso aún
más triste. Al día siguiente, Sara una chicha tres años mayor que María, se acercó
y le dijo que le diera el dinero que consiguió ayer o iba a pegarle. María salió
Llegó el día del cumpleaños de María y
la profesora le regaló un libro. Cumplió
trece años.
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corriendo pero Sara la alcanzó y como no había ningún profesor vigilando, Sara
la tiró al suelo y le dio patadas sin parar hasta que una profesora la vio y Sara se
fue corriendo. María le explicó lo ocurrido y llamaron urgentemente a Sara para
que la castigaran. También le explicó que tenía mucho miedo de que le volvieran
a pegar. Al día siguiente fueron unas
personas buscando a una niñas de doce o
trece años. Cuando vieron el expediente de
María la quisieron conocer. María fue a
verlos muy contenta. La adoptaron y le
preguntaron cuando tendrían que venir para
recogerla y la directora del orfanato les dijo que cuando preparara las maletas
iría. Ya hechas las maletas María subió al coche donde le esperaban sus futuros
padres. La mujer tenía la nariz grande y puntiaguda y el hombre era grueso.
Cuando llegaron a la casa María se quedo muy sorprendida porque ella pensaba
que sería más grande. Cuando entró a la casa había cuatro chicos y dos chicas
que estaban sentados viendo la tele hasta que llegaron. Sus nombres eran
Carolina, Raúl, Jesús, Maite, Carlos y Alejandro. No se parecían mucho,
entonces pensó que a lo mejor alguno sería adoptado igual que ella. Todos menos
la madrastra de María se fueron a ver donde trabajaba su padre y ayudarle con la
tarea. Cuando llegó ya entendió porque uno de los niños no quería venir;
trabajaba en un desguace. Pero eso no era lo peor. Trabajaban a cambio de
comida y casa. Cuando volvieron a casa, todos los niños estaban agotados. María
tenía ganas de llorar. El que no trabajaba bien no comía pero ese día, todos
pudieron comer. Cuando llegaron a la habitación, era igual que el orfanato, tenía
literas y dormían separados, los chicos dormían en una y las chicas en otra. Allí
le preguntó a Carolina porque no habían llamado nunca a la policía y ella le
respondió diciéndole que no les creerían nunca, excepto con prueba. A la mañana
siguiente lo mismo, a trabajar en el desguace. Por la tarde María, dijo que estaba
enferma y no fue al desguace y como en su casa solo estaba ella se fue a la
policía.Entonces les explicó lo ocurrido y ellos volvieron a decir que sin pruebas
no se podía hacer nada. Entonces les dijo a los dos policías que la siguieran.
María estaba contentísima de que Laura
estuviera a su lado y las dos se
alegraron de que mandaran a Sara a un
reformatorio.
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Estos lo hicieron y llegaron hasta el desguace en el que María trabajaba y
entraron los dos policías quedándose mudos al ver todo lo que había allí. El
padrastro fue directamente detenido y mu madrastra poco después. Aquella
noticia salió en todos los periódicos del mundo, la foto de María salía en ellos.
Cuando volvió otra vez al orfanato vio pasar a su amiga Laura. Salió corriendo
hacia la puerta que estaba cerrada y se dio cuenta de que llevaba un brazo
escayolado y un labio sangrando. A María se le rompió el corazón al verla y se
puso a llorar. Cuando entró Laura, María le preguntó quien le había hecho eso,
pero ella no contestó, se metió en el despacho de la directora. Cuando salió se
encerró en su cuarto y María intentó entrar, pero la profesora no la dejó. María le
rogó que por favor le dejaran pasar pero no pudo. A la hora de la cena Laura no
bajó y cuando subieron a dormir ésta ya dormía. Al día siguiente, sí que hablaron
y le contó que su padrastro le pegaba. Entonces María también se sinceró y contó
lo ocurrido. María estaba contentísima de que Laura estuviera a su lado y las dos
se alegraron de que mandaran a Sara a un reformatorio. Como siempre iban
juntas, ya nadie se metía con ellas. Entonces a la semana siguiente como tenían
excursión estaban planeando quedarse allí porque Laura aún no se había
recuperado. Todos los niños presumían de la excursión menos ellas dos, Laura y
María. Entonces la directora las llamó para que acudieran al despacho. Allí había
una mujer y un hombre que parecían más agradables que los anteriores. Se
llamaban Raquel y Alejandro y estaban buscando dos niñas de entre doce y
quince años. Entonces se decidieron por ellas dos. Al día siguiente, era el
momento de ver cómo era esa familia, pero esta vez estaba más calmada, porque
a su lado estaba la mejor amiga que había tenido en la vida. Pero aquellas dos
personas eran majísimas y María y Laura se quedaron muy contentas.
Autor: David Mora Rodríguez
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“Leyendas Urbanas”
Primer Premio
Todos los días, cuando finalizan las clases en el Colegio Público “San
Jaime”, se celebra una fiesta para despedir a los alumnos de cinco añitos, éste es
un colegio solo para niños de tres a cinco años. Llaman a los padres y organizan
una fiesta pero este año ha sido diferente porque la fiesta la hicieron en el colegio
de los mayores, que está situado enfrente. La fiesta fue por la noche. Allí la
profesora de música volvió al colegio de los pequeños, y se dejó la puerta abierta.
En ese momento, alguien aprovechó para entrar.
Nada había sucedido hasta el ocho de julio en la Barraca de los
Templarios de Santiago, que se situaba al lado de dicho colegio para celebrar el
comienzo de las fiestas. Allí se organizó una
cena para todos los miembros de la comparsa
y, como pasa siempre en las fiestas, los padres
se pusieron a hablar mientras los niños hacían
trastadas. Los niños se fueron al colegio que
estaba abierto porque allí estaban los aseos y
se pusieron a jugar en el patio. Entre todos
esos niños había una niña pequeña, hermana de uno de los niños, que tenía
mucho miedo. Ella oyó un ruido y le dijo a su hermano que se quería ir. El
hermano le dijo que se callara y que se fuera a molestar a otra parte.
De repente, se levantó la persiana del desván, los cinco miraron hacia
arriba y vieron un reflejo. La niña se puso a gritar y a llorar cuando llegó su
madre enfadada y le dijo a su hijo que dejara a su hermana estar con ellos y que
si no lo hacía lo castigaría. La madre se fue y los niños se pusieron a jugar.
Entonces, se bajó lenta y sigilosamente y el niño le dijo a su hermana que no
tenía que ir al aseo y se marchó. Entonces se oyó una puerta chirriante y unos
botines andando, pero los niños pensaban que sería alguna madre y siguieron a lo
Entonces se oyó una puerta
chirriante y unos botines andando,
pero los niños pensaban que sería
alguna madre y siguieron a lo suyo.
De repente vieron que se trataba de
un hombre completamente
desconocido, que cerró la puerta de
entrada del colegio con un candado.
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suyo. De repente vieron que se trataba de un hombre completamente
desconocido, que cerró la puerta de entrada del colegio con un candado.
Los cuatro niños se quedaron petrificados. La niña estaba mirando a su hermano
y a los demás por la ventana del aseo. El hombre era alto, de uno noventa y dos
centímetros de altura, delgado, con una parca negra y un sombrero a lo Humprey
Bogart que no dejaba ver su rostro. El más valiente de todos los niños le
preguntó: ¿quién eres? El no contestó, simplemente se acercaba con sus botines.
Ellos cada vez estaban más nerviosos, andaban hacia atrás hasta que llegaron a la
pared. El hombre, cada vez más cerca, respiraba como si llevara una mascarilla
de oxígeno. Cuando estaba aproximadamente a tres metros de ellos, levantó la
cabeza y tras la parca y el sombrero se pudieron contemplar dos ojos brillantes,
rebosantes de maldad, que miraba fijamente a los inocentes niños. La niña, desde
la ventana del aseo podía contemplar a su hermano y a los demás. Tenía muchas
ganas de llorar y de irse con su madre. A unos cincuenta metros su hermano y los
amigos sudaban frío. El hombre susurró ¿qué hacéis aquí? ¿Quién osa perturbar
mi tranquilidad? Y el más valiente dijo, solo estábamos jugando señor, nosotros
no pretendíamos molestarle – dijo con voz temblorosa -. Una vez dicho esto, la
hermana apareció por detrás del hombre y le hizo señas a su hermano para que
escaparan, pues había un agujero en la valla que comunicaba el colegio con la
calle. Los niños echaron a correr y el hombre, con mucha tranquilidad, casi los
fulmina con la mirada. Los niños llegaron al lugar donde iban a escapar pero el
hermano dijo: ¡Id vosotros, que tengo que rescatar a mi hermana! No había un
solo momento que dejara de blasfemar, y les dijo: ¡No me vale que se quede aquí
este mocoso! ¡Venid aquí todos o la mato…! Todos volvieron y el hombre
riéndose de forma muy violenta les dijo ¡bien! ¡Muy bien! ¡Así me gusta, que os
portéis bien! ¡A la pared, poneos en la maldita pared! Y soltó a la niña mientras
decía: ¡ahora os tendré que matar a todos para que no abráis esa boquita que
tenéis! Había uno de los cinco niños que estaba muy gordo que dijo: - ¿no sería
mejor que nos sobornara con caramelos? - ¡Cállate maldito tragón! – grito el
hombre. El niño, hermano de la niña pequeña, dijo: ¡A mi hermana no la mates
que no sabe hablar! Si no sabe hablar como quieres que diga nada -. ¡A mí no me
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engañas! – dijo el hombre… ¡Bueno, mejor la encerraré en el baño, así no podrá
aportar pruebas!
El niño gordo, le dijo: ¿Tú, por qué estás aquí? – el hombre le contestó
diciéndole: Todas vuestras madre y padre me conocen, yo era el conserje del
colegio desde hace treinta años, y todos ellos me causaron mucho dolor, incluso
llegué a perder una mano… ¡Mirad! – de su manga sacó un afilado garfio
plateado con una punta muy afilada: ¡Veis!... Juré vengarme de todo el mal que
me hicieron vuestro padre, pero fijaos, ¡¡ ahora vosotros sois parte de mi
venganza!!
¡Está como una cabra!- dijeron a la vez.
Ya lo sé. El misterioso hombre se quito el
sombrero y lo tiró al suelo y contemplaron su
cara. Estaba llena de cicatrices y quemada. La
niña cada vez más nerviosa intentaba abrir la puerta del baño, cuando se dio
cuenta de que era una estupidez, porque el hombre metió a su hermano y a sus
amigos en un saco y se dirigió a abrir la verja del colegio. Después se los llevó al
desván. Cuando más subía las escaleras más miedo le daba porque más se oía ese
ruido de los zapatos: ¡clac, clac! Una vez arriba, abrió una puerta muy chirriante
y entró. Sacó a los niños del saco y los colgó bocabajo. Mientras, la niña sentada
en el suelo pensaba qué podía hacer, entonces divisó una piedra y se subió
encima de la taza del váter y se la arrojó al cristal. Lo rompió y salió por el
agujero que había hecho. Se dejó caer al suelo y corrió al edificio. Se asomó por
la rejilla de la puerta y vio a su hermano y a sus amigos colgados de una viga del
techo, muertos. Parecían jamones secándose. Esa imagen la dejó paralizada, pero
aún así pudo contemplar como el malvado conserje se reía de forma maligna. La
niña no pudo olvidar nunca este día, Ana apenas tenía cuatro años.
Autora: Eulalia Eugenia Rodríguez Pérez
El misterioso hombre se quito el
sombrero y lo tiró al suelo y
contemplaron su cara. Estaba llena
de cicatrices y quemada.
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Trabajos Ganadores Categoría C
“Sin título¨
Segundo Premio
- Mañana es el gran día, le decía su madre.
- Yo no sé si voy a estar preparado para leer correctamente y poder aspirar a
ganar el título del concurso de literatura de este año.
- Sólo participan 6 personas y he leído tu redacción y me ha conmovido y
todo, creo que serás el ganador.
- Eso sólo lo dices por cumplir, creo que mi cuento no es para un chicho ya
en 4º de la ESO.
- Anda Carlos, no digas tonterías. Tú lo que querías reflejar en ese cuento
son las coas que le hacen feliz a un niño
pequeño y con las que se divierte y te regala
una sonrisa y yo creo que eso el jurado lo va
a tener en cuenta y te lo va a valorar.
Cuando terminaron la conversación Carlos y
su madre, éste se fue a su cuarto a volver a
leer la redacción por enésima vez, por si
tenía algún fallo o algo que no cuadraba.
El no se daba cuenta, pero era imposible tener un fallo cuando cada dos por tres
lo estás mirando…
Carlos era un chico muy aplicado en los estudios, todas las asignaturas las
llevaba bastante bien, sacando notable, bines y algún sobresaliente, pero alguna
que otra le costaba bastante sacarla adelante, como era el caso de las asignaturas
de Tecnología y Física y Química, y es que él era más del campo de letras y de
estudiar.
Para él uno de los momento más especiales del año era cuando llegaba enero.
Después de las vacaciones de Navidad empezaba a escribir el cuento que iría a
Para él uno de los momento más
especiales del año era cuando llegaba
enero. Después de las vacaciones de
Navidad empezaba a escribir el cuento
que iría a presentar al concurso local
de literatura, siempre compaginándolo
con los estudios, claro está.
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presentar al concurso local de literatura, siempre compaginándolo con los
estudios, claro está.
Esa tarde en el instituto no le mandaron deberes, cosa que él agradeció porque
quería tenerlo todo preparado para el siguiente día, el que llevaba esperando
desde hace un año.
Esa noche se acostó pronto para estar descansado para la mañana siguiente, e
incluso se perdió su serie favorita que la echaban esa noche por la tele. La verdad
es que no sirvió de nada que se acostase pronto, ya que le fue inútil dormir,
debido a los nervios que acarreaba.
A la mañana siguiente apareció sin uñas…
Ya era el día, el sol tan puntual como siempre, los pájaros cantaban, las gallinas
cacareaban, a Carlos le sonaba el despertador, su madre.
Carlos llevaba unas ojeras muy grandes, mayormente porque se había pasado
toda la noche en vela.
Carlos se aseó, se vistió y repasó otra vez el cuento. Montó en el coche en el que
iba toda la familia a verlo. A él se le veía tenso y su madre por el retrovisor se
dio cuenta:
- Tranquilo Carlos, lo vas a hacer muy bien, has estado ensayando mucho
tiempo, y además llevas un cuento como para ganar el concurso.
- Ganar no es lo que más me preocupa, si gano mejor, pero lo que me
preocupa es falla en una palabra, ver que todo el mundo me está mirando
y ya no dé ni una vocalizando de lo nervioso que esté. Eso es lo que
verdaderamente me preocupa, que se rían mis amigos de mí.
- No pienses en eso, estoy convencida que los primeros en darte ánimos
serán tus amigos y harán lo posible porque nadie se ría de ti.
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- Gracias mamá, gracias por todo ese apoyo que me estás dando este día tan
esperado para mí y a la vez tan cruel.
Su madre le echó una sonrisa que nada más verla todo el mundo sabía que era de
estar orgullosa de su hijo.
Al llegar a la puerta del teatro, donde se realizaba el V Concurso de literatura y
narrativa Vallirana 2010, Carlos quiso desconectar un poco antes de que
empezase el concurso, apartándose de su familia y juntándose con sus amigos
que estaban por allí reunidos.
Con todo el público en sus asientos, se iba a abrir el telón. Salió el presentador, y
fue presentando uno a uno a los
participantes, que al final fueron siete los
que se presentaron debido a una
inscripción de una chica a última hora.
Fueron leyendo sus cuentos uno a uno,
hasta que le tocó a Carlos, casualmente
el que cerraba el certamen. Cuando fue
derecho al micrófono se le vio un poco nervioso, asustado, y eso que no era su
primera vez, pero estas cosas imponen, y sino que se lo pregunten a él mismo.
Cuando empezó a leer pareció como si todo hubiera desaparecido, tomó carrerilla
y no se le notó nervioso, asustado, parecía un chico con mucha experiencia.
Terminó de leer y el jurado se fue a deliberar, mientras que él mismo bajó para
darles un abrazo a sus padres, y éstos le dijeron que había estado de diez.
Con Carlos ya sentado entre el público y esperando la respuesta, el presentador
salió para decir quién era el ganador del Certamen.
Fueron leyendo sus cuentos uno a uno, hasta
que le tocó a Carlos, casualmente el que
cerraba el certamen. Cuando fue derecho al
micrófono se le vio un poco nervioso,
asustado, y eso que no era su primera vez,
pero estas cosas imponen, y sino que se lo
pregunten a él mismo.
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Con los votos del jurado, compuesto por: la concejala de cultura, la profesora de
lengua y literatura del instituto y el escritor del pueblo Manuel Villar, han
decidido que el ganador del V Concurso de Literatura y Narrativa Vallirana 2010
sea:
- ¡¡Caaarlooooooos Heeernááándeeez!!
Carlos se quedó todo parado porque de verdad no se lo esperaba, aunque él
hubiera estado casi dos meses preparando esto para ganar, es una cosa que no te
esperas.
Subió a recoger el premio y dijo unas palabras:
- Este premio es muy importante para mí y si lo he ganado ha sido en parte
por mis amigos, pero sobre todo se lo dedico a mi madre que siempre me
ha apoyado y ha sido la que me ha hecho ganar este concurso, esto va por
ti mamá. ¡¡ MUCHAS GRACIAS A TODOS!!
Y así es como Carlos y todos sus compañeros aprendieron que si te esfuerzas y te
implicas en algo con toda tu dedicación y entrega, seguro que consigues los
mejores resultados.
Autor: Oscar Irles Belda
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“PRIORIDADES”
Primer Premio
Todo comenzó como un juego, una simple tontería para así poder dejar de pensar
en ese chico en el que había estado pensando todo el verano y no me hacía ni
caso. El era mayor que yo tan solo unos años, incluso tenía coche y todo, lo había
visto en contadas ocasiones, apenas había hablado con él, no reconocía su voz de
la de un desconocido, la verdad que me era indiferente lo que hiciera y dejara de
hacer con su vida. Pero una noche, aún no sé cómo, sucedió algo me hizo
replantearme verdaderamente si quería que su vida siguiera siéndome
indiferente…
Estaba en una discoteca, como siempre yo en mi mundo con mis amigas
bailando, pasándolo bien, pero ya era tarde y estaba cansada, decidí beber algo
porque aún nos quedaba noche, nos
quedábamos en mi casa solas, sin padre y lo
que es mejor, sin hora.
Fui a la barra, le vi, pero ignoré su presencia,
se perdió entre la gente y yo desistí en
buscarlo. Pedí una botella de agua y cuando
me giré para volver con mis amigas estaba ahí sonriendo con unos dientes de un
blanco impoluto, perfectamente colocados, con una armoniosa simetría
sorprendente con el resto de su cara.
Me saludó y entablamos conversación un poco absurda desde mi punto de vista,
aunque escuché bien poco ya que la música estaba demasiado alta.
Me sonó el móvil, mis amigas me reclamaban, estaban cansadas, había pasado
casi una hora con él, pero me tenía que ir.
Estuvimos media hora más como mucho, ahora nos tocaba andar hasta mi casa,
pero no sé si fue coincidencia o suerte. Nos quedaban aun diez minutos andando
por lo menos, pero apareció como salido de la nada. El en su coche con tres
amigos más.
- Chichas ¿os subís?
Todo comenzó como un juego, una
simple tontería para así poder dejar de
pensar en ese chico en el que había
estado pensando todo el verano y no
me hacía ni caso.
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Pensamos que eran de fiar y puesto que no teníamos nada de ganas de seguir
andando, nos subimos. Me tocó sentarme en su regazo, él y ellas insistieron, me
subieron los colores al contrario que a las demás. Estaba deseando bajar del
coche, me sentía incomoda, demasiada gente en el coche y demasiado ruido.
Cuando paró dije un simple adiós y di las gracias, me arrepentí lo poco que
quedaba de noche de haber sido tan escueta. Los días pasaron y su interés hacía
mí fue creciendo día a día, yo no sabía cómo pero había conseguido mi número,
mi correo electrónico y me había enviado la petición de amistad en una web que
solía frecuentar muy a menudo.
Hablábamos a menudo pero las conversaciones eran básicas, nada importante, yo
me hacía la estrecha, no sabía de qué iba ni qué era lo que quería, diversión,
morbo, quizás pasar el rato, no lo sabía no estaba segura de lo que quería, pero si
él iba a jugar yo no iba a ser menos, quizás se quedara en una anécdota, un mal
trago o simplemente no llegara a suceder absolutamente nada. A la semana me
propuso quedar, acepté.
Una cita en toda regla él, yo y una película, Titanic.
No hablé con nadie del tema, simplemente decidí esperar a que llegara el
momento oportuno. Ese momento llegó unas horas antes de nuestro encuentro,
cenando mis cinco amigas y yo, no sabía cómo decírselo así que no lo pensé
mucho y lo solté.
Sus reacciones fueron las típicas en amigar que se preocupan unas de otras, pero
yo como de costumbre hice lo que quise sin reparos ni complejos, dejándome
llevar por el curso de las cosas.
Describiré la noche con una simple palabra: PERFECTA.
Tres adjetivos: dulce, simpático y cariñoso, así fue como estuvo conmigo, y así
se lo resumí a mis amigas. Los siguientes días fueron fríos, no sabía de qué iba,
estaba claro que yo quería algo más y él parecía que no me lo iba a dar, tenía un
nudo en la garganta como cuando te atragantas con una pastilla, una sensación de
escalofrío recorría mi cuerpo cuando pensaba que nunca habría algo más, no
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sabía si solo fue algo de una noche o eso no había hecho más que comenzar, pero
estaba dispuesta a descubrirlo.
Me decidí a enviarle un correo electrónico, me metí en mi cuenta, pero se me
adelantó: bandeja de entrada un nuevo correo, era él. Me preguntó que si
quedábamos, mi cara se iluminó como la de un niño pequeño al recibir un
juguete. La respuesta era clara, sí que quería, pero el correo que le envié no fue
tan directo ya que no quería que pareciera que era una impaciente.
Empecé a mentir a mis padres y a mis amigas, por estar con él, por llevar esa
relación con la mayor discreción posible, ya que él no quería que se supiera, yo
era cuatro años menor que él, por lo que en determinados momentos llegué a
pensar que se avergonzaba de mí por no sacar a la luz nuestra relación.
A la vez que se sucedían los días lo iban haciendo las mentiras, cada vez eran
mayores, como mi amor lo iba siendo hacia él cada vez más y más.
Pero tenía que organizar mis prioridades, no podía seguir así mucho tiempo más,
en mi casa sólo había peleas, mis amigas me evitaban y mis notas empezaron a
bajar.
Era algo insostenible, pero lo primero es lo primero, y sintiéndolo mucho no
podía con todo. Porque antes de seguir buscando sin sentido hay que pensar lo
que quieres y empezar valorando lo qué tiene, yo no lo había valorado hasta el
momento, el amor es algo complementario, pero si no tienes con qué
complementarlo no vale la pena que lo intentes porque puede que antes o después
se acabe y la familia y la amistad no tiene fin.
Después de lo decidido no podía mirarle a la cara y decírselo, me derrumbaría,
decidí enviarle un correo electrónico, algo que me saliera de dentro, no sabía
cómo empezar, era lo más duro que había hecho nunca, pero tenía que hacerlo
por mi bien, ya que esa relación me perjudicaba más de lo que me convenía,
empecé a escribir…
Cariño no sé cómo empezar, me es difícil tomar esta decisión pero sé que tengo
que hacerlo.
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Desde que te conozco eres la persona más importante de mi vida, que todo mi
mundo gira en torno a ti y si tú no están no tendría sentido y cuando me levanto
cada mañana en lo único que pienso es en que te voy a ver y es este pensamiento
el que me inquieta, a lo mejor piensas que es egoísta por mi parte pero no veo
otra solución.
Te preguntarás ¿cómo se agota sin más un sentimiento?
No se agota, sigue, y seguirá en mí durante mucho, mucho tiempo.
La mente humana es maravillosa: empieza a funcionar cuando naces y ya no se
detiene hasta que te enamoras… La mía se detuvo con nuestro primer beso y
seguirá quieta porque nadie nunca llenará este vacío. Y es que ahora vuelo muy
alto sin miedo, contigo lo aprendí.
Porque ya sabes que si amas algo, tienes que dejarlo libre, si vuelve es tuyo, si
no, nunca lo fue, te garantizo que volveré a su vida cuando me sea posible,
porque esto no es un adiós, es un hasta luego que espero que puedas
comprender…
Siempre tuya.
Te quiero.
Alicia.
Tres, dos, uno.
Enviado.
Quizás un hasta siempre o quizá no, solo el tiempo lo dirá, quizás una cobarde
historia de amor en la que una no se supo entregar, solo supo pensar. Dicen que
el amor es algo incondicional, pero sólo algunos otros imponemos nuestras
reglas, ordenamos nuestras prioridades y mientras otros, en nuestra situación, se
dejan llevar.
Autora: Rocío Martí Gil
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CATEGORIA NACIONAL
“El Espectro de la rosa”
Accésit de la XXVII edición del Certamen Literario
Las princesas de los sueños de los demás
se paseaban por los claustros de mi alma
F. Pessoa
Lo más fácil hubiese sido entregar las llaves a la empresa de mudanzas y
esperar en Barcelona a que llegasen los muebles que había elegido para
quedarme. Lo más fácil hubiese sido limitarse a trasladar lo poco que valía la
pena y dejar que la empresa de limpiezas decidiera a qué basurero llevar el resto.
Todo es más fácil que la sensatez.
Al final, aunque sabía que no podía llevarme conmigo los recuerdos de la
tía Laura, ni su ropa almidonada, ni sus libros, no quería desprenderme de ellos
sin un vistazo siquiera. Los pisos de hoy en día tienen que ser pequeños, pero su
estrechez no ha de trasladarse obligatoriamente a los recuerdos que pueden
acumularse en la gente que los habita. Precisamente por pequeños, los pisos
actuales inducen a tener buena memoria, porque no es posible ya atesorar
aquellos cachivaches que antes se arrumbaban en desvanes y rincones,
imposibles de interpretar para quien no conociera exactamente su procedencia, o
la razón sentimental por la que en su día no fueron directamente a parar al
vertedero.
No podía llevarme los papeles, ni las lámparas, ni siquiera más de una
docena de aquellos tapetes de ganchillo a los que la tía Laura había dedicado los
últimos años de su vida. Pero podía, sentía que era mi deber, intentar comprender
a aquella mujer hosca y malcarada que me había resuelto la hipoteca.
En cierto modo me había sorprendido que me designara en su testamento
como heredero universal. Era más fácil pensar de ella que dejaría sus cosas y su
dinero a alguna asociación filantrópica o a algún convento de monjas. Pero no:
“dejo todos mis bienes a mi sobrino Eduardo. Si algo queda por arreglar, que él
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lo arregle si quiere”. Así, sin más. Sin menos. Una casa en el pueblo, un par de
viñas, cinco quiñones sueltos y noventa y dos mil euros.
Ni una palabra amable de toda su vida, ni siquiera por escrito y en el
testamento. Pero me arreglaba la vida. Me daba un empujón justo cuando más lo
necesitaba. Así era la tía Laura.
Las dos o tres veces que traté de entablar conversación con ella recibí sólo
frases cortantes y respuestas vagas. No lo intenté más y eso era culpa mía: nadie
que se tenga una mínima estima entrega su vida al primero que pasa. La tía Laura
no se había abierto nunca a nadie: ni los más allegados conocías más detalles de
su vida que los que conocía todo el barrio. Solterona empedernida, devota sin
misticismo, poco visitadora y menos amiga aún de ser visitada, rápida en la
susceptibilidad e implacable con las pequeñas travesuras de los niños. Sin
embargo, a pesar de su conocida tacañería, o precisamente por ella, le debía
ahora la resolución de unos cuantos problemas económicos. El testamento era
escueto: “Ahí te queda todo. Haz lo que quieras con ello. No mando que me
digas misas, ni espero que me pongas flores. Haz lo que te dé la gana.”
Una última voluntad redactada en esos términos inducía a un hombre
como yo a preguntarse si no hubiese valido la pena sentarse alguna vez más
frente a ella y buscar algún pretexto para entablar una conversación que fuese
más allá del tiempo, la salud y las pequeñas reparaciones de la casa. La tía Laura
no daba facilidades, cierto, pero hubiese sido mi deber intentarlo. Un psicólogo
es también psicólogo para eso. Pero los psicólogos somos los peores en estos
casos: estamos acostumbrados a hablar con gente ansiosa por contar sus
angustias y no tenemos ni idea de cómo enfrentarnos a un silencio obstinado.
A causa de aquel pequeño remordimiento había ido a la vieja casa familiar
en lugar de esperar tranquilamente en Barcelona. Le debía un último intento de
comprenderla, una pequeña investigación de su vida que la redimiese ante mis
ojos con algo más que una buena cantidad de dinero. Aquella tarde, en su casa,
me sentía como el policía que busca a toda costa una prueba para incriminar a
otro, porque el único detenido que tiene es un pobre padre de familia, enfermo y
cargado de deudas, y preferiría pensar que hay otro culpable, desconocido aún.
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La tía Laura no había sido nunca amable, ni simpática, ni cariñosa
conmigo, pero aunque sólo fuese por gratitud sentía la necesidad de absolverla.
Por esa comezón dediqué la tarde a hurgar entre los papeles y las cosas de
la tía Laura tratando de saber algo más de ella, intentando adivina qué pasaba por
su mente cuando sus ojos grises miraban la aguja sin verla. Estaba convencido de
que el carácter hosco de la tía provenía con toda seguridad de algún tipo de
desengaño, de algún resentimiento oculto. Su rostro siempre contraído, parecía
más que otra cosa una cicatriz moral, porque así con las cicatrices, que cobran
diversas formas: en quien las asume se llaman experiencia; en quien no, sólo
rencor y misantropía.
Como si me dispusiera a abrir un codicilo de su última voluntad, desaté las
cintas que rodeaban la carpeta donde la tía Laura guardaba la correspondencia y
fue echando un vistazo a las cartas de todas las épocas que allí se amontonaban.
Al caer la noche, aún no había terminado, pero había llegado ya al
convencimiento de que aquellas cartas no eran más que pequeñas crónicas
chismosas, intercambios de maledicencias, invitaciones y buenos deseos:
escombros de fingimiento sociales, sobre todo.
En toda la carpeta no había nada personal. Ni una mínima coquetería, ni
rastro de un beso traicionado en aquellas letras. Ni tampoco en las fotografías.
Sólo parientes y alguna amiga. Nada más.
La tía Laura parecía no haber tenido más vida que la pública, más
ocupación que sus clases de piano ni más entretenimiento que el café con pastas,
la partida de cartas con otras solteronas como ella, y centenares de variaciones,
permutaciones, combinaciones de todos los diseños posibles de tapetes de
ganchillo.
Dispuesto ya a marcharme y apagar por última vez la luz de aquella casa,
decidí elegir media docena de libros para que no todos pasaran a los estantes de
la librería de saldo.
Cogí una vieja edición de la Ilíada, otra de los Viajes de Gulliver, Madame
Bovary, Roy y Negro y la Regenta. En este último libro, un tomo importante
encuadernado en piel, noté que algo abultada, y lo abrí.
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Era una rosa, una rosa blanca absolutamente seca, prensada hacía décadas.
Era la primera nota de ternura que encontraba en aquella casa rancia y
polvorienta. Con manos torpes trate de cogerla y se me cayó al suelo,
deshaciéndose completamente.
En la página que le había servido de sepulcro había varias líneas
subrayadas a lápíz, junto a las palabras “demasiado tarde”, escritas al margen con
la inconfundible caligrafía redonda de la tía Laura.
Este era el párrafo subrayado:
“Sobre el platillo de la taza yacía medio puro apagado, cuya ceniza
formaba repugnante amasijo impregnado del café frío derramado. Todo esto
miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas de un mundo. La
insignificancia de aquello objetos que contemplaba le partía el alma; se le
figuraba que eran símbolos del universo, que era así, ceniza, frialdad, un cigarro
abandonado a la mitad por el hastío del fumador. Además, pensaba en el marido
incapaz de fumar un puro entero y de querer por entero a una mujer. Ella era
también como aquel cigarro, una cosa que no había servido para uno y que ya no
podía servir para otro.”
Cuando acabé de leer aquello me agaché con un suspiro a recoger los
fragmentos de la rosa para devolverlos al libro, y comprobé que sus pétalos
estaban atravesados por largas marcas, como si alguien hubiera clavado las uñas
a la rosa antes de dejarla en el libro.
Unas frases subrayadas en un clásico y aquellas cicatrices en una flor
olvidada me hicieron comprender que al fin y al cabo era probable que sí hubiese
una historia. No había ya manera de saber la causa por la que la tía Laura había
clavado sus uñas en aquella carne blanca, pero el espectro de la rosa había vuelto
de otro tiempo a ofrecer un crispado testimonio de su dolor.
Tarde y cuando no servía ya de nada.
Como todos los fantasmas.
Autor: Francisco Javier Pérez Fernández
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“El Hallazgo”
Primer Premio de la XXVII edición del Certamen Literario
“Villa de San Fulgencio”
Querida Magdalena:
Antes de nada, pedirte disculpas por tardar tanto en escribirte. Sé que te
gusta mucho que te cuente cosas y además, que te preocupas por cómo me va. Y
eso es lo que pasa, hermana querida, que cuando nos va bien, no nos acordamos
de los demás.
Pues sí, acabo de adelantártelo, estoy encantada. Por fin he encontrado a la
persona adecuado. Debía de ser eso, tenías tú razón, lo importante es encontrar
ese complemento que cada una necesita, y lo que a mí me pasó es que antes tuve
mala suerte. Ahora te cuento, ya sé que estarás impaciente por conocer detalles.
Lo mejor es que me mira. Sí, sí, no te extrañes. Quiero decir que me mira
a mí, y cuando me mira, también me atiende. Cuando me está mirando no se
distrae con nada, creo que le gusta mirarme y eso me satisface mucho. Al
principio me sorprendió, porque ya sabes, acostumbrada a hablar con las paredes,
a recibir sólo ojos airados cuando no asesinos, ojeadas insultantes de desprecio,
ráfagas de cólera injustificada, pues que él pose la vista en mí y que además me
sonría, encontrar una expresión de alegre cordialidad sincera en vez de una burla,
al principio me desconcertaba, pero te aseguro que es algo muy bonito, y además,
me atrevo a decir que el eje principal del entendimiento.
Nunca me gustaron las personas que no miran de frente, sobre todo
cuando te hablan y parecen que piensan en otra cosa, contemplando no se sabe
qué, allá a lo lejos, o concentrándose sin necesidad en sus manos o en botón de la
ropa. No me fío de esa gente, Magda, tú lo sabes, porque lo hemos comentado
muchas veces. Cada vez que pienso en lo que tuve que soportar… No quiero
sufrir más, ahora me toca disfrutar de lo que tengo.
Pues como te decía, levanto la cabeza, muchas veces, y lo encuentro
mirándome, y al darse cuenta de que le he pillado, me sonríe. Hay más dulzura
en una de esas sonrisas, en una sola, de la que nunca pude imaginarme que
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existiera en todo el orbe. Ya me voy acostumbrando y me voy creyendo que es
verdad que me quiere. Además, le gusto. Son cosas distintas, Magdalena, no
pongas esa cara, que hemos hablado de esto a menudo. Las dos muy agradables,
claro, pero diferentes, y lo mejor es cuando van juntas como ahora.
Noto que se siente a gusto conmigo. No busca cualquier excusa para irse,
para volver lo más tarde posible, para librarse de mí. Al contrario, está pendiente
de qué cosa necesito, de ayudarme. Y todo eso sin agobios, sin ser cargante. No
sé cómo lo hace, pero siempre es oportuno, si lo busco, ahí está, si no, no
molesta. Y ni se le ocurre pasarse el día voceándome, ordenándome,
exigiéndome, y mucho menos, echarme en cara que todo lo hago mal.
Porque la verdad, Magda, me equivoco como cualquiera, a veces se me
caen las cosas de las manos, a veces las pierdo, porque no me acuerdo de dónde
las he puesto, como ayer mismo, me pasó con el cepillo. Ni estaba en el cajón de
la cómoda, ni en el cuarto de baño… ya no sabía dónde buscarlo. Sin que tuviera
que llamarle, vino él y me preguntó qué buscaba.
- El cepillo verde, el del pelo. Como si se hubiese evaporado. Si es que
tengo una cabeza…
- Una cabeza preciosa, y bien peinada, así que seguramente te lo habrás
dejado donde terminaste de hacerte el recogido.
- Claro, si es que justo cuando me colocaba el prendedor oí ruidos en la
calle y me asomé por la ventana del salón. Mira, ya lo tengo, en el brazo
del sillón. No sé qué haría sin ti.
Agradece mis cumplidos, sonríe halagado cuando le digo cosas hermosas,
igual que cuando me las dice él a mí. Así que cada vez tengo menos vergüenza
de expresarme, de decirle cuánto me gusta que me acompañe. Es una sensación
inmensa, inigualable, la de sentirse querida, y más aún, la de saber que alguien
recibe y espera tu cariño. Y pensar que he vivido tantos años sin conocer ninguna
de las dos…
Así que ya sabes, me mira, me sonríe, me habla con naturalidad, con agrado.
Lo que siempre había soñado, lo mismo que yo hago con él, lo normal, bueno, lo
que ha de ser normal en una buena convivencia, en una buena relación.
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Sé que estás deseando que te lo describa, que lo que más te gustaría sería que
te enviara una foto, pero no la tengo. Es alto, no podría ser de otra manera, ya
sabes lo que opino sobre los hombres bajitos, todos unos acomplejados que sólo
saben hacerse notar a voces, incluso a golpes. Y no lo digo por decir, que varios
he conocido, desgraciadamente, alguno muy de cerca. Bueno, pues es alto, así
que ahora yo también parezco más esbelta, porque me paso la vida levantando la
cara para sonreírle y para verle sonreír. Me guasta, además, mirarlo cuando me
habla. Tiene una voz dulce, nunca grita. Pero eso no quiere decir que no tenga
carácter, al contrario, se expresa con un aplomo como nunca había visto yo, da su
opinión con toda suavidad y sin dejar lugar a dudas. Es natural, porque como es
tan sensato, lo que dice no necesita el subrayado del vocingleo ni de las
imprecaciones, ni de las amenazas. Tampoco creas que es un sabelotodo, de esos
que pretenden sentenciar cuando hablan, nada más lejos. Reconoce cuando se
equivoca, y sin aspavientos, no tiene empacho en pedir una disculpa.
¡Cuando había visto yo eso, Magda! ¡Un hombre sin problemas para aceptar
lo que no sabe, sin dificultad para pedir perdón cuando es necesario y sin darle
mayor importancia! ¡Un hombre que me pide opinión cuando la necesita y que la
valora! Tampoco vayas a creer que es inseguro o algo así, nada más lejos. Es que
me escucha antes de decidir, aunque sea algo sin más importancia que la elección
de un postre. Y no nos ha sido en absoluto difícil llegar a un equilibrio, cada día
más sólido, en el que hablamos, opinamos y después, con todo respeto, hacemos
lo que nos parece mejor, sin esa sensación de lucha a la que estaba acostumbrada,
intentando no dejarme apabullar y sobre todo, sin ese sentimiento de derrota una
vez que cedía, sin que me quedara otro remedio y aunque me perjudicara mucho.
Sobre todo, sin la humillación de terminar siempre siendo la sirvienta, siempre
haciendo lo que menos me gustara, lo que más me doliera, para evitar males
mayores. Aquella sensación de sometimiento a un dominio… por otro lado,
arbitrario y caprichoso como pocos… tan injusto…
Te decía que es alto. Ahora está moreno, por la playa, pero es de piel blanca,
de pequeño seguro que fue rubio, habrá sido un niño precioso, estoy segura.
Tiene el pelo castaño, entreverado de blanco, pero no mucho. Bueno, ya sabes
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que he empezado a ponerme mechas hace tiempo, cuando me descubrí un
montón de canas. Yo me las disimulo, las mías no me gustan, pero las suyas sí, le
dan un aire de seriedad y vulnerabilidad al mismo tiempo que me encanta.
También los ojos son castaños.
Ya te veo venir, hermanita, estás pensando que es un tipo vulgar, pues nada
más lejos de la realidad. Es apuesto, más que guapo es apuesto y la boca bien
dibujada, ya sabes la importancia que yo le doy a eso, nunca pude soportar los
labios grotescos ni excesivamente finos. Igual que el mentón, ni prominente ni
elíptico, que ya sabes que también eso lo he mirado yo mucho. Te veo,
Magdalena, te veo la pícara sonrisa, y te oigo musitar “ni rubio ni moreno, ni
gordo ni flaco, ni… vamos, del montón” porque te lo he oído con frecuencia,
pero te aseguro que te equivocas. Es extraordinario porque además de bien
plantado, ya te digo, destila comprensión, y eso es algo que no tiene precio. Yo
habría matado por una sola gota de ternura, créeme, y ahora la he encontrado en
cada uno de sus gestos.
Ya no me escondo de mí misma, ni de los demás, porque sabiendo que él me
aprecia, he empezado a valorarme. He vuelto a arreglarme, al principio un
poquito, con mucha discreción, pero me voy atreviendo a sacarme partido. Me he
comprado algo de ropa, más atractiva que la que tenía, me he cambiado el
peinado, me pinto un poco para salir, y cuando noto que alguien me mira en la
calle, se lo dedico a él, y los dos nos alegramos mucho. Si, Magda, es como una
pequeña resurrección.
El mejor momento es la noche, saber que en mi casa se acabaron los
escándalos por culpa de las malditas cenas, acostarme y sumirme en la beatitud
del descanso tranquilo, sin los nervios agarrotándome el estómago, y despertarme
para comprobar que ya no hay agresividad a mi lado, que la violencia se fue para
siempre, que ahora mi entorno es amable. Eso, Magdalena, eso que fue mi
máxima aspiración en la vida, eso lo disfruto ahora.
Sigo poniéndome tapones en los oídos para dormir, no sólo por costumbre,
también porque… bueno, seguramente ronca, no sé, pero todos tenemos defectos.
No voy a caer en tu interrogatorio, que te conozco, y siempre estás con lo mismo,
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con lo de descubrir las tara y todo eso. Es un poco vanidoso, sí, pero es
comprensible, es culto, elegante, de carácter angelical… tiene derecho a presumir
de tantas cualidades.
No me vengas con la cantinela de que he perdido la cabeza, de que no sé ver
la realidad yd e que después lo pagaré caro. El que una vez me haya sucedido no
quiere decir que vuelva a caer en el mismo error. Déjame disfrutar de este
momento, el mejor de mi vida.
No voy a decirte su nombre. No por nada, no pienses lo que no debes, no
empieces a imaginarte razones absurdas. Es sólo que… bueno, ya he conseguido
verlo a todas horas a mi lado, conversamos como nunca había tenido ocasión de
hacerlo con nadie, nos hemos enamorado, ya ves, y estamos más compenetrados
en nuestras costumbres, pero ningún apelativo me parece lo suficientemente
bueno para este ser magnífico que me acompaña y que colma mi tiempo de
condescendencia y delicadeza. El hace que poco a poco me vaya olvidando de la
impaciencia y de la intransigencia, de la intolerancia hacia todo, sobre todo hacia
mí misma. El gran hallazgo de mi vida se merece un nombre perfecto. No te
preocupes, igual que todo él ha ido revelándose, cualquier día, descubro su
nombre.
Naturalmente, Magdalena, Magdalenita, que tú siempre tienes razón, ha sido
un verdadero hallazgo. Mira qué detalle, se ha acercado, me ha abrazado, con
toda la suavidad del universo me ha recordado que se me hace tarde y me pide
que te envíe saludo. Todavía son muy leves sus caricias, pero el tiempo avanza a
nuestro favor. Y lo maravilloso que resulta que nadie pueda criticarlo… aunque
debo tener cuidado, porque ayer mi vecina me preguntó que con quién hablaba…
Autora: Eva Barro García
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PRESENTA
PALABRAS DE MIGUEL
Basado en la vida y obra de Miguel Hernández con música original de Jorge Gavaldá
Narrador: José Manuel Garzón
Piano: José Galiana
Con la colaboración de los herederos de Miguel Hernández y ©Herederos de Miguel Hernández
Centenario Miguel Hernández S.L.