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El Mollete Literario Diciembre 15, 2016, Número 40, Tercera Época Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx [email protected] Por Paul Martínez / pág. 9 :

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El Mollete LiterarioDiciembre 15, 2016, Número 40, Tercera ÉpocaDirector: Carlos Ramírez

indicadorpolitico.mx [email protected]

Por Paul Martínez / pág. 9

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El Mollete Literario

La cultura este 2016

La madrugada del sábado 10 de diciembre falleció el primer secretario de Cultura que tuvo México: Rafael Tovar y de Teresa. Casi un año estuvo en el cargo y ese sector en México no tuvo un auge real.

En México la idea de poemas narrados con emojis causó controversia: se trató del proyecto de Dante Tercero, que contó con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes con recursos públicos, y en donde el autor sustituía palabras por emojis, así de simple. Si bien consideramos que es válido, dejamos a ustedes, lectores, hacer señalamientos al respecto.

Una más fue el golpe que recibió Peña Nieto de Roger (Mancera) Waters durante un concierto gratuito en la capital del país. Waters, que antes ofreció dos fechas en el Foro Sol, proyectó en su espectáculo la frase #RenunciaYa, la cual se volvió una bandera contra el mandatario federal tras la desapari-ción de 43 normalistas. Miles de mexicanos al unísono gritaron dicha frase además de “Asesino” cuando Waters leyó en pleno Zócalo una carta dirigida al mandatario mexicano donde le pedía ver por el pueblo.

En el exterior, una noticia sorprendió a muchos, de forma negativa o positiva: el músico Bob Dylan fue galardonado con el Premio Nobel de Lite-ratura. Mientras que algunos cuestionaron a la Academia Sueca por tomar tal decisión (no es un escritor), otros festejaron el nombramiento y unos más se dedicaron en menospreciar el reciente trabajo musical de Dylan.

Y los que se fueron este año: René Aviés Fabila (sobra decir que fue y es un amigo entrañable), Guillermo Samperio, Leonard Cohen, Dario Fo, Gustavo Bueno, Imre Kertész, Harper Lee, David Bowie…

Sin duda 2016 pasará a la historia como uno de los más mortíferos y bizarros en el tema de la cultura, ¿no creen?

El éxito es sobrevivir: ésa es una definición suficientemente buena para mí.

Leonard Cohen

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1921

Modernismo: apogeo literario, decadencia de una épocaPor Nallely Pérez (Ene Riaño)

Letras TorcidasPor César Cañedo

¡Bajo el reloj!Por PIG

AutorretratoPor José Camarena

Alfonso Reyes y Octavio Paz:El Ensayo perfectoPor Paul Marínez

Literatura infantil y juvenilPor Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Para ti, infiel, este rezoPor Canuto Roldán

Literatura y músicaL’INNOMABLE – MESTRUAZIONI VIOLAPor Luis Villalón

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Monserrat Méndez PérezJefa de Edición y Diseño

Consejo Editorial+

René Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Es-

tudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de res-ponsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma,

Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el

Desarrollo Productivo, A. C.

El Mollete Literario

ÍndiceEditorial

Ventana al mundo Por Luy

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El Mollete Literario

Modernismo: apogeo literario, decadencia de una época

Por Nallely Pérez (“Ene Riaño”)

“Esperanza”, Julio Ruelas (1902).

Bastaría citar a Octavio Paz, esposo de Elena Garro, y afirmar que “el modernismo fue nuestro verdadero romanticismo” pero al hacerlo habría que remitirse a lo que fue el romanticismo, y como de Mary

Shelley a Gustavo Adolfo Bécquer hay un abismo en el que no se alcanzaría a ceñir Manuel Acuña, es mejor olvidarse del premio Nobel de Literatura 1991, para pasar a un ligero bosquejo de ese moderno “movimiento” que representó para las letras mexicanas e hispanoamericanas una áurea ráfaga que —a diferencia de lo acontecida en la península ibérica a lo largo de los siglos XVI y XVII— duró sólo un par de décadas.

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El Mollete Literario

El modernismo gestado en las ex-colonias españolas, a finales del XIX y principios del XX, fue el primero de varios; tiempo después se denomina-ría de esa misma manera a cierta poe-sía y arquitectura hecha en Brasil y Es-tados Unidos; su etimología “modus” y “hodiernus” (modos de hoy) goza de vigencia perpetua que, no obstante, atiende a matices diferentes según se utilice. En el caso de la designación literaria con que se conoció en la América Española suele relacionarse en primer orden a su máxima figura, Rubén Darío y al cisne y el color azul como sus símbolos por excelencia.

El contexto histórico de Hispanoamé-rica en ese momento ha de saberse ya re-flejo del europeo, tras la independencia de la corona española y la adopción de Francia como madre putativa y ejemplo a seguir. Pese a las múltiples invasiones e intentos de golpes de Estado, las nacio-nes americanas a excepción de Cuba y Puerto Rico se erigieron a finales del siglo XIX como territorios, si no modernos (debido a la persistencia del feudalismo como modo de producción imperante), sí en vías de modernización que experi-mentaban una especie de Belle époque, en México conocida con el nombre de Paz Porfiriana.

***

La instauración, al menos teórica, de políticas jacobinas trajo la seculari-zación, la cual significaría para los jó-venes de la época la “muerte de Dios”, de la que a imitación del “Discurso del Cristo muerto desde lo alto del univer-so” (1796) de Jean Paul Richter, habla-ría en su relato “Los suicidios” (1881) el pionero Manuel Gutiérrez Nájera. Asimismo, el modelo educativo positi-vista y su lema “amor, orden y progre-so” abonarían desazón espiritual a los jóvenes escritores, tal y como plasmó en su cuento “Un cerebral” Alberto Leduc (1897).

La existencia de los primeros mo-dernistas, Nájera, José Martí, Julián del Casal, José Asunción Silva (todos muer-tos para 1896) transcurrió de una a otra mesa de redacción, experimentando la profesionalización del letrado, la cual los obligaba a ajustar su pluma a las ne-cesidades de una prensa escrita cada vez más mercantilizada; la injerencia que en otro momento el escritor había tenido en la conformación del Estado (dígase Domingo Faustino Sarmiento en Ar-gentina o Francisco Zarco en México) era nula. La aludida función ornamen-tal que comenzó a caracterizar al poeta

fue retratada por Rubén Darío en “El Rey Burgués” de Azul (1888), libro pu-blicado en Chile, muy lejos de su natal Nicaragua.

Gracias al cosmopolitismo que tra-jo la expansión de vías ferroviarias a las grandes urbes el influjo de la literatura francesa fue apabullante, pero no desde la óptica naturalista, sino por medio de otras corrientes, como el simbolismo y el parnasianismo, que se mantenían al margen y eran tildadas de “malditas” y “decadentistas” por su propensión a temas oscuros y sórdidos, como los pre-sentes en la obra de Charles Baudelaire, quien a su vez fue propagador y traduc-tor de Edgar Allan Poe.

***

Desertor de todas las institucio-nes sociales, con composiciones como “Ónix” en la que declara no tener ni “un Dios, ni un amor, ni una bandera”, José Juan Tablada tomaría en nombre de varios de sus coetáneos el estandarte del decadentismo, nombre con el que ya se ha mencionado se conoció en un ini-cio la literatura modernista. El exabrup-to que llevó a estos literatos a fijar una posición estética se debió al desagrado que provocó a la esposa de Porfirio

Nájera en “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, Diego Rivera (1947).

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Díaz, Carmelita Romero Rubio, “Misa negra”, soneto en el que Tablada alude al acto sexual sin fines reproductivos.

Como consecuencia, los implicados en este revuelo, entre los que se encon-traba también Jesús Urueta, renuncia-rían al periódico El País, tras anunciar que fundarían una revista Moderna, en la que sus voces literarias estuvieran li-bres de censura, publicación ésta que tardó tanto en aparecer que tuvo en la Revista Azul (1894-1896) su primera pa-goda. Fundada por Nájera “El Duque Job” y el hispanomexicano Carlos Díaz Dufoo, el simple nombre de dicha re-vista fue un manifiesto; dialogante con suplementos literarios de otras partes del continente (Revista América de Bue-nos Aires, Cosmópolis de Caracas o La pluma de San Salvador), en sus páginas aparecieron las novedades del Nuevo y el Viejo Mundo, así como decenas de traducciones que provocaron fuera señalada como “una copia de revistas extranjeras”.

Concentrado el régimen porfirista en acallar las críticas a la prolongación de Díaz en el poder, dejó de prestar atención a lo dicho por los tristes jóvenes quejosos y pesimistas; en su mira estaba el reaccionario Heriberto Frías y no Ta-blada, quien se había reincorporado a la

vida pública después de someterse a un tratamiento de desintoxicación debido a su afición al hashish y al ether. La cofra-día decadentista (a la que se había unido el nayarita Amado Nervo y el enfant terri-ble Bernardo Couto Castillo) continuaba y justo cuando el siglo XIX expiraba di-cha pléyade encontró primeramente en Jesús E. Valenzuela y después en Jesús Lujan, a los mecenas que hicieron po-sible la existencia de la Revista Moderna (1898-1903) y Revista Moderna de Méxi-co (1903-1911), las cuales al no recibir subvención del gobierno gozaron de libertades que antes hubieran parecido inimaginables, como las perturbadoras imágenes que Julio Ruelas.

***

El influjo de la pintura prerrafae-lita del inglés Dante Gabriel Rossetti nutrió la propagación de las figuras de la femme fatale y la femme fragile, las cua-les junto al carácter masculino del hé-roe melancólico fueron los principales arquetipos de la narrativa decadente, plasmada con maestría por Efrén Re-bolledo. Por otra parte, la adopción de tópicos “exotistas”, como la idealiza-ción de culturas antiguas, se exportó de París a tierras americanas y abrió

nuevas expresiones artísticas; la idola-tría por Japón llevó a Tablada a intro-ducir el haikú a la poesía mexicana.

Los aires del nuevo siglo que trajo la consolidación del italiano Gabriel D´Annunzio, Rubén Darío, Ama-do Nervo y Leopoldo Lugones, en-tre otros como la poetisa uruguaya Delmira Agustini, acarreó de forma paulatina se dejara de llamar “deca-dentista” a esa literatura que ahora es conocida como modernista. Los Cantos de vida y esperanza que Darío publicara 1907 configuraban un resurgimiento de América como heredera del Impe-rio Romano.

No obstante, la irrupción tanto de la Revolución Mexicana como de la Primera Guerra Mundial dejó de ma-nifiesto que la opulencia creada por los modernistas se asemejaba al barroco español, que preludiaba hecatombes. La inspiración provinciana llevó a las últimas expresiones modernistas a un carácter costumbrista que poco tenía en común con las tendencias vanguar-distas que pronto se instaurarían en busca de lo elemental y en contra de la acabada artificialidad que caracterizó a las letras modernistas.

“La entrada de don Jesús Luján a la Revista Moderna”, Julio Ruelas (1904).

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El Mollete Literario

Por César Cañedo@chocorrols

[email protected]

HABLO

Nací sin una oreja.Y mi abuelo en sus manos

presentándome al mundo malformado,y mi madre diciendo: ¡hay que arreglarlo!,

y mi padre diciendo: ¡yo lo pago!,y mi abuela, tan solo: ¡qué belleza!

y ese niño incompleto creció y se hizo poesíaincompleta.

He aquí mi cántico sulfúrico.La misericordia me llegó del culo

y me encendió las nochesen que mi cuerpo

incompletomi amor

incompletomi rostro

incompletose encarnaban

de la diferencia.Con el pegamento

de los compañeritos del kíndery el gesto inclino de Jesús abierto

y machacado en su compasión por mí,como Dumbo de circo

sin todo lo que le sobra,pásele a ver a la mujer araña,

pásele a ver a la carcacha humana,pásele a ver al joto de este barrio,

pásele a ver al que será joroba, sábana de miedo,

pesadilla de ridículo,flor de asco,

estrella de tres picos,chuequito,

arrancado del cielo de la simetríaperfecta, de la griega belleza,

del cerrado monumento. Sin aristas, con cachos,

retazado de versos,

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El Mollete Literario

siempre copia fiel de incompletud completa.Cuir antes de lo queer,

torcido de selección natural, herencia de un patriarcado que te esconde,

pelo largo para ocultar sus fallas.

Y se me abrió el poemacomo la flor de loto en que me siento

para no ser originalni registrado made en el Olimpo

porque sería un exceso que yo con tantas marcas

buscara lo perfectoen lo absoluto de un culo sin flatos,

en las constelaciones de la noche Ocolome,en el río Fuerte, que siempre es el mismo río, porque la presa no abre la compuerta,

y empecé a sonar con voces impostadaspedacitos de versos que eran de otros,

de Darío, de Novo, de Bohórquez, de la víscera seca, del maizal en invierno,

de la princesa triste de labios de clítoris de fresa,del zagal que se vino vino,

del marcial que se corre corre,de los gachos y cursis románticos tan nuestros,

del dildo del hechizo que más quieroy en medio de nosotrxs

mi madre oliendo a Diory un no sé qué que queda

que no que noque Noa Noa

¿vamos?

Hay tantas metáforas en el mundo que mejor las reciclo.

Hago oropéndolas de tantas tan perfectasmamadas

y las vendo en la feria, ¿traes feria?

a peso si es barroco,a cinco si es soneto,

a tres por diez Vallejo,el César que me ganó

el derecho de ser único Césary entonces soy Cesárea de mi rostro

de mis versos y mis hombresque esos sí, no reciclo.Me enseñaron de niño

que una costilla, un cartílago blandengue

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El Mollete Literario

(por más del Génesis que suene)puede ser una oreja que no oye, y no agradezco al cielo la ironía,

y llenarse de pelos que eran púbicospara la alquimia de sonrisa perfecta

a la que se le nota el trucocomo a mis ortosílabos,

versos que nacen del anoque van a dar en el dar

que es el plaisir de la petite mort jotuá

y así creí en la magia del poema a mi manera.

¿Si un día no fueras mayate

qué querrías ser?Mariposa.

Todo queda entre bichosy entre bichis.

Y por la tambora que si alguien no me entiende

cáigale a Sinaloa donde se rompen los machos,

donde nací quebrado y descompuestoen medio del narcosilencio

que te arrulla en las noches rorro nene.

Derramando poesíaigual que semen

en aleteos de chuparosa,

una tarde se entregaotra despiertaa tanto amorde espaldas,

y cobijo mis miedosen toda mi asimetría,

tuércele al verso el rostro,y mi sonrisa torcida

es la perla que brota de la pérdida,de raspar el dolor en tantas burlas,

de soñarme poetay ser fallido

y encontrar gozo en ello.

Publicado en Inversa Memoria (Valparaíso México, 2016).Reproducido con autorización del autor.

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El Mollete Literario

Pero el objeto referencia por exce-lencia, la figura emblema, la meca a la que todas las miradas acuden cuando de concertar una cita se trata, es el reloj: “nos vemos bajo el reloj”.

Y bajo sus circuitos la mayoría de las veces inservibles y sus números rojos parpadeantes que marcan las 88:88 ho-ras se trazan las líneas de vida de miles de nosotros.

Esperas bajo el reloj con impacien-cia, pues tú también crees que es el me-jor lugar para encontrarte con alguien. Dejas algunos minutos de vida emba-rrados en el pedazo de pared en cuyo costado se encuentra nuestro objeto de

¡Bajo el Reloj!

utilería (eso es lo que es: el reloj nunca ha marcado la hora y el anuncio que debiera indicarte hacia qué dirección te diriges, casi siempre está o roto o desco-lorido o de plano no existe).

Abre los ojos y el oído y puedes en-terarte de un buen pedazo de vida de quienes por ahí se pasean. Estos cuatro metros cuadrados de terreno son la ínti-ma fortaleza de miles.

Una cita romántica que comienza con un tímido saludo, beso en la mejilla, abrazo apenas perceptible. Buen inicio para una historia que va a terminar más rápido de lo que inició.

El trueque comercial, venta de ropa,

El Metro de la Ciudad de México es una per-

versa máquina generadora de historias. En sus

vagones, andenes, entradas y salidas se tejen a

diario miles de historias, unas que son devoradas por la

cotidianeidad, otras que se esculpen como piezas nota-

bles de la vida del capitalino promedio.

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El Mollete Literario

venta de artículos de uso personal, venta de sentimientos; no lo sé, venta de dro-gas, venta de personas. En más de una ocasión ese “bajo el reloj” se convierte en la esquina clandestina de la chica co-merciante de pasiones.

Alguien camina hacia el andén e inmediatamente se dirige al reloj; che-ca su reloj de mano (claro, el de arriba no sirve), respira hondo, se recarga en la pared o se sienta en el piso lustroso y co-mienza el agónico proceso de esperar a alguien. Ese alguien no llega a pesar de que los minutos se consumen en equipos de diez. Media hora, cuarenta y cinco minutos, una hora. El alguien llega y lle-ga de malas. Maldita sea la vida.

El señor impaciente se coloca a dos metros del reloj. Se rasca la barbilla, se acomoda la chamarra; mira con delica-deza pero cabalmente todas y cada una de las nalgas de las mujeres que pasan por ahí. Su espera acaba: llega una mu-jer evidentemente más joven que él, qui-zás su esposa, quizás su amante. Él le extiende papeles y pluma, ella firma con nerviosismo; saca un cojín entintado y la mujer mancha sus pulgares, los posa en el papel. El trato está hecho; la casa, los hijos, el dinero, su vida ahora le pertene-cen a él. Se despide con un beso que no es y se va con una sonrisa dibujada en su cansado rostro.

No hay mejor lugar que éste. Las

cámaras de seguridad captan cualquier movimiento. Podrían atestiguar un tra-siego de droga, pero nadie es tan tonto para comerciar estupefacientes dentro del metro con el Gran Hermano ob-servando, las autoridades del metro lo creen así, los dealers saben lo que creen las autoridades y por eso lo hacen. Al-guien confía en la buena fe de los esti-mados usuarios. Pero hay muchos es-timados usuarios a los que el mote de hijos de puta les queda corto.

Aunque es uno de los peores luga-res sobre la tierra, dentro del Metro la vida del hombre está segura (más que en cualquier otro transporte). Afuera de los torniquetes tu vida le pertenece a la calle y corre peligro. Los monstruos que te acechan tienen forma humana, pero también de banqueta, de poste, de puesto de tacos, de manifestación mul-titudinaria, de bala perdida, de muerte. Adentro te sientes protegido, aunque en realidad no hay quien te proteja: ni po-licías, ni jefes de estación, ni tu misma gente, ni tu dios personal.

Pero los cinco o diez o sesenta o no-venta minutos que te mantienes en paz bajo el reloj puedes sentir el corazón la-tir y el aire entrar por los orificios de tu nariz. Estás vivo y tu vida pasa con cada cambio de las líneas rojas del reloj (si es que sirve).

Dos hermanos se encuentran, no hay

saludo de buenas noches. Tan pronto se encuentran considerablemente cerca el uno del otro, se enfrascan en una charla esquizofrénica que intenta develar la eti-mología de la mierda, pues esa palabra se convierte en el común denominador del ir y venir de las frases inconexas de ambos.

Una señora se sujeta de la pared con una mano y con la otra se quita los za-patos de piso; saca del bolso rojo unas malditas plataformas puntiagudas que le inyectan centímetros más de altura. Ahora adopta otra actitud, ahora es otra persona.

Cierras los ojos, tu paciencia se acaba, pero has esperado más tiempo en otras ocasiones. Los que como tú se encontraban prestos al encuentro de su semejante, ahora se han marchado. Eres el único bajo el reloj, el espacio más soli-citado en el Metro ahora es para ti solo.

Llega el tren, uno de tantos que has visto pasar mientras esperas. Un hombre con la sonrisa llena de luju-ria desciende, camina hacia la pared, mira hacia ambos extremos del andén, tira un condón usado y se esfuma ha-cia el mundo exterior. Es demasiado para ti. Todos hicieron algo en las úl-timas dos horas menos tú. Aunado a ello, tu encuentro no se concretó. Te subes al convoy. Reloj de mierda, ni siquiera sirve.

Ilustración: Brenda OlveraTécnica Tinta

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El Mollete Literario

AutoretratoPor José Camarena

[email protected]

Antes de haber sido pintor fui es-tudiante de muchísimas academias de arte donde aprendí sobre paisajismo, acuarelas y bodegones. En especial re-cuerdo mi estancia en Toulouse en esa época dominaba las corrientes porque, incitado por la mente educadora de mi maestro, tomé la costumbre de leer todo acerca de pintura. Leía, devoraba libros sobre teoría de la brocha, aplica-ción de postura óptima para modelaje, marcos y enmarques de finas maderas y

demás cosas inútiles que sólo ayudaron a que fuera mejor lector y un insomne profesional.

Pero de todas aquellas lecturas paté-ticas recordé, durante toda mi vida, una nota al pie que valía por todas las noches sin dormir: la nota número 36 del libro La búsqueda del hombre en el autorretrato de César Gannet: “La muerte es solamente una inmensa galería de retratos donde cada hombre tiene la oportunidad de buscar su rostro enmarcado y así, en-

Antes de haber sido pintor fui estudiante de muchísimas academias de arte donde aprendí sobre paisajismo, acuarelas y bodegones. En especial recuerdo mi estancia en Toulouse —en esa época

dominaba las corrientes— porque, incitado por la mente educadora de mi maestro, tomé la costumbre de leer todo acerca de pintura. Leía, de-voraba libros sobre teoría de la brocha, aplicación de postura óptima para modelaje, marcos y enmarques de finas maderas y demás cosas inútiles que sólo ayudaron a que fuera mejor lector y un insomne profesional.

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El Mollete Literario

Ilustración: Brenda OlveraTécnica Acuarela

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El Mollete Literario

contrándolo, de reencarnar”.La sola idea de una galería llena de

retratos me parecía museográficamente atractiva, pues representaba una agru-pación eterna de objetos de estudio. Así, comencé a ver la muerte como la continuación imparable del arte, de la investigación y la pesquisa humanita-ria. Cuando yo pensaba que la vida era búsqueda y la muerte descanso, esa nota al pie invirtió mi concepto y me puse a descansar.

Acostado en mi sillón me llegó la muerte oliendo a oleos y mezclas, a aguarrás y químicos. Me la intenté qui-tar de encima pero mi sopor era tal que cuando levanté la mano ésta señalaba ya uno de los innumerables retratos de una galería gótica, limpia como la axila de una paloma. Pabellones altí-simos se tapizaban con cuadros y más cuadros. Salones gigantes y circulares mostraban un repertorio infinito de ca-ras viejas y jóvenes, masculinas y feme-ninas. Cuadros que como bisagras se ajustaban al ángulo de intersección de dos paredes, cuadros que colgaban del techo como lámparas, cuadros usados como tapetes, cuadros como ventanas. En algunos cuartos aparecían, además de cuadros empotrados en las paredes, libreros que exhibían en sus repisas retratos de niños. Los perfiles a veces

veían a la izquierda, otras, a la dere-cha. Algunas pinturas estaban de frente pero con la mirada desviada, algunas con la mirada fija. La técnica para cada cuadro era distinta, aunque la que más se repetía era el óleo y el encausto. Los más bonitos y mejor logrados eran los que tenían un fondo bucólico o citadi-no, pero la mayoría tenían un sobrio fondo negro, negro como la muerte, como la muerte a la que me enfrentaba entre pasillos y salas de cuadros.

Recorrí sin dormir, en esa búsqueda que me habían prometido, cuartos irre-petibles, cada uno con marcos distintos y caras distintas, encimando épocas y estilos. Me acosté para admirar algunas de las obras en el cielo raso de una ha-bitación chaparra y comencé a sentir la presencia de algo más. Una mirada se clavaba sobre mi cráneo recostado que cerró mis ojos. Cuando los abrí me en-contraba frente a mi retrato, rodeado de otros retratos que en conjunto parecían una burla. En un espejo me vi, me vi tal y como me recordaba a mí mismo pero mejor elaborado. La técnica que la muerte había utilizado sobre mí era fantástica, la concatenación de brocha-zos obscuros habían separado mi pelo del fondo. Mis hombros eran, con toda seguridad, impresionistas, pero mi boca era puntillista. Renacimiento temprano

en mis ojos y un modernismo en mis orejas. Algo de pastel en mi camisa y de reflejo en mi frente. Entre mi mirada y mi mirada en el cuadro, no había dife-rencia. Él me veía a mí, yo lo veía a él, y éramos lo que veíamos.

No reencarné, no quise reencarnar y me fui a esconder a otra de las tan-tas estancias. Escondido sigo llorando, llorando descuelgo cuadros y los cam-bio de lugar, les quito el polvo y los en-derezo porque aquí también tiembla. Nunca regreso a la sala donde me en-contré. La muerte me superó como ar-tista y su retrato es eternamente mejor que cualquier autorretrato que yo hice mientras vivía. La ignominia no vale el trámite para regresar al mundo. Por dejar de buscar la trascendencia en el otro mundo sepulté mi nombre en el olvido y no dejé constancia alguna de calidad. ¿Quién me recordará? ¿Quién apreciará mi escasísima obra? Ahora le ayudo a la muerte a limpiar y me en-tretengo jugando con las caras de los muertos. Cuento los bigotes, los calvos y las sonrisas. Hago un inventario que nunca terminará pero hay que llevar registro. Sigo esperando encontrarme a Van Gogh recorriendo estos mismos pasillos, reconociéndose.

Me acosté para admirar algunas de las obras en el cielo raso de una habitación chaparra y comencé a sentir la presencia de algo más. Una mirada se

clavaba sobre mi cráneo recostado que cerró mis ojos. Cuando los abrí me encontraba frente a mi retrato, rodeado de otros retratos que en conjunto parecían

una burla.

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El Mollete Literario

Alfonso Reyes y Octavio Paz: El Ensayo perfecto

Por Paul Martí[email protected]

@sparringloto

El Ensayo es quizás el género literario que

en la actualidad provoca mayor polémi-

ca en el intento de definirlo tanto en su

forma como en su funcionalidad. Al ser entendido

como un ejercicio de erudición se ha llegado a pen-

sar como una forma rígida que poco puede aportar

como fenómeno creativo, por otro lado, si se piensa

que el Ensayo responde al igual que los otros géne-

ros literarios a principio de expresión creativa, se

corre el riesgo de perder el rigor necesario para va-

lidar la opinión vertida.

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El Mollete Literario

¿Cómo debe ser comprendido y cuál es la función primordial del Ensayo? Es poco probable que se pueda dar una opi-nión definitiva a dicho asunto, la época en que vivimos atiende poco a las verda-des absolutas, prefiere por el contrario las posibilidades del cambio constante. Sien-do fieles a nuestro espacio y nuestro tiem-po, sólo podremos analizar y reflexionar sobre un par de ejemplos que tienen pro-funda marca en la literatura nacional.

Cuando hablamos del Ensayo en México, sin duda resulta inevitable parar en dos escritores claves para el desarrollo de este género en la literatura nacional. Alfonso Reyes con su Visión de Anáhuac y Octavio Paz con su Laberinto de la Soledad.

Ambas obras ampliamente reconoci-das por sus aportaciones a la concepción del pensamiento nacional, pero que por sus características resultan además, ejem-plos de cómo debería afrontarse el Ensa-yo. Si bien es cierto que cada autor pro-pone una forma más o menos particular del ejercicio ensayístico, en muchos ca-sos en esto estriba la idea de la creación, también es sencillo descubrir que existen algunas características que nos permiten a los lectores asumir que un texto corres-ponde a determinada forma general.

En su definición ensayar es sinónimo de reconocer, preparar el montaje para determinada actuación, y quizás la que más se acerca a la idea del Ensayo como objeto literario, probar la calidad de los minerales y metales preciosos.

Si el Ensayo como género ha de ser fiel a la definición de la palabra, entonces podríamos intentar una definición de lo que el Ensayo literario debe ser. En tanto actividad de reconocimiento al ensayar se precisa tener un conocimiento previo de aquello sobre lo que se pretende ensayar. El ejercicio ensayístico es entonces una ac-tividad de relectura, volver sobre lo sabido para poder aprehenderlo. El Ensayo es, pues, un ejercicio de erudición y reflexión.

Ensayar es también preparar una ac-tuación, ejecutar antes de ejecutar. El ejer-cicio ensayístico es andar sobre lo incierto del conocimiento. El Ensayo es entonces, un ejercicio que nunca termina, una duda que persiste, ensayar es concluir que no es-tamos listos para dar la opinión definitiva.

Por último ensayar es probar la cali-

dad, calificar la consistencia del objeto ensaya-do, el Ensayo es entonces, una visión particu-lar, exige por lo tanto una capa-cidad creadora para comuni-car aquello que sólo es percibi-do por el escri-tor.

Podríamos definir al En-sayo como la c o n j u n c i ó n perfecta entre el concepto y arbitrariedad de la creación, debe man-tener la solidez mineral de la roca y la flexibilidad etérea del viento.

¿Qué hace de Visión de Anáhuac y El Laberito de la Soledad dos ensayos modelo? Tanto Visión de Anáhuac como El Laberinto de la Soledad son ensayos que cumplen con estas tres características, son efectivamen-te un ejercicio de reconocimiento. Alfonso Reyes nos acerca a una perspectiva geo-gráfico-simbólica de México, ¿cómo es la tierra sobre la que posamos nuestros pies?

Paz busca en la diferencia lo que se es, en el otro al uno mismo, reconoce lo que no es para afirmarse en su esen-cia. ¿Cómo no se es mexicano? Aunque desde distintas perspectivas, ambos en-sayos funcionan como perfectos espejo en cuales buscar nuestro reflejo, ¿qué es México y qué es lo mexicano?

La erudición con que se ejecutan ambos ensayos parecería negar la po-sibilidad de una réplica, ofrecen la im-presión de ser opiniones absolutas, sin embargo, en su calidad de ensayos, no se asumen como una ejecución final, am-bos autores reconocen que su capacidad está confinada a su espacio y su tiempo.

Reyes rastrea la historia, va tras los vestigios en busca del origen de la nación. Paz se presenta ante la adolescencia de una sociedad, se pregunta cómo es vista desde afuera. Ambos autores reconocen su incapacidad de ir más allá de su tiempo, anuncian entonces la necesidad de una

nueva respuesta, de una nueva pregun-ta, de un nuevo Ensayo, de la necesidad de preguntarnos nuevamente si ¿Méxi-co sigue siendo una nación adolescente? Así pues, aunque los dos textos aparecen como una respuesta, esta respuesta tam-bién funciona como una nueva pregunta.

Ensayar implica probar, calar, extraer una muestra de aquello que constituye el objeto sobre el que se ensaya. Ensayar es agudizar el pensamiento para alcanzar la profundidad. Poco hay que decir acerca de la profundidad alcanzada por Reyes y Paz en sus textos, acaso resaltar que ambos entendieron a la perfección, que si bien la forma del Ensayo exige una erudición, el género no está de ninguna manera exento de una búsqueda estética, ambos ejercicios son en este sentido ejemplares, son en todo momento ejercicios de alta creatividad.

Reyes y Paz proponen entonces, no so-lamente una visión sobre lo que México o el pensamiento mexicano puede significar, sino que también, al ejercitar la forma nos proveen de una herramienta altamente efectiva para relacionarnos con la realidad.

Con independencia del objeto sobre el que se ensaye, practicarlo y entenderlo al modo en que Reyes y Paz lo hicieron re-sulta necesario, reasumirlo como un acto creativo que trasciende el simple análisis. Entenderlo como una herramienta que conjuga dos posibilidades sólo en aparien-cia distantes, ejercitar la libertad estética y el rigor erudito de la academia.

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Con la obra Matilda, de Roald Dahl pasa algo muy curioso. Es uno de los 100 mejores libros juveniles de todos los tiempos, según la revista Time y sin embargo ese libro, y en general toda la obra de Roald Dahl (con cuya mención le homenajeamos en el centenario de su nacimiento), es muy leída también por adultos. En ocasiones así, las etiquetas pueden estar de más y en literatura, como vemos en este caso, únicamente son útiles para distribuir los libros en las librerías.

Lo que no podemos negar es que la literatura juvenil está creciendo en estos últimos años: Los juegos del hambre, Hush Hush, El teorema Katherine, Ciudades de papel, El corredor del laberinto, Las luces

Literatura juvenila debate

Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

C omo se puede comprobar en los listados de libros más vendidos que aparecen en Internet, los términos de literatura infantil y juvenil están profundamente unidos en el panorama editorial español. Si a esto

añadimos que muchos piensan que la literatura juvenil es un fenómeno inexistente fruto de los mercados y las editoriales, nos damos cuenta de lo difícil que es analizarla por separado.

de septiembre, Melocotón loco, Bajo la misma estrella, Divergente, Cazadores de sombras son algunos de los libros más vendidos. Constantemente nos bombardean con abundante número de títulos y propues-tas de nuevas colecciones que dan gran dinamismo a este sector. En esto tienen mucho que ver los autores porque a los consagrados a la literatura juvenil como Jordi Serra i Fabra, Alfredo Gómez Cer-dá, Andreu Martín, Care Santos, Enric Lluch o Fernando Marías se han unido nuevas promesas como Felipe Juaristi, Laura Gallego, Gonzalo Moure y otros muchos más que habitualmente escri-ben para adultos, pero que han visto grandes posibilidades en este mercado: José María Merino, Rosa Montero, Ma-

rina Mayoral o Gustavo Martín Garzo.Según el Ministerio de Cultura en

su informe sobre la literatura infantil y juvenil del 2007 “el sector más difícil es la población juvenil, de 12 a 17 años, por sus es-peciales características de desarrollo y socializa-ción y las preferencias de ocio entre los jóvenes”. Ya tenemos el baremo de edad de los consumidores de literatura juvenil. Di-cho informe añade: “A los jóvenes les inte-resan las lecturas de entretenimiento y aventuras y aquellas cuyo contenido tienen relación con sus problemas y su psicología”. A tenor de esta afirmación, nos damos cuenta de que no podemos decir que la diferencia entre li-teratura juvenil y la de adultos difiera en los temas ―que al final son los mismos grandes temas de todos los tiempos: el

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amor, la guerra, el poder, las injusticias etc.― sino en las características de los elementos narrativos, como señala Sil-via Adela Kohan en su libro Escribir para niños. Si hojeamos cualquier libro de los citados anteriormente, podemos com-probar que los personajes son perfilados para que se identifiquen con el público al que va dirigido; la interiorización psi-cológica disminuye en favor de la acción y los géneros narrativos se entrecruzan y fusionan.

¿Y los jóvenes, qué libros leen en el periodo escolar? ¿Leen los que es-tán dirigidos a ellos y son actuales? En este periodo de la Educación Secun-daria es donde los alumnos tienen el primer contacto con la asignatura de Literatura y es el momento en el que abordan a los principales autores y las obras maestras de nuestras letras. Con el tradicional corpus de obras clásicas, estamos viendo que no se consiguen los índices de lectura deseados, más bien todo lo contrario: desciende el interés por la lectura, pues enseguida el alum-no asocia esas obras a una imposición del profesor. En vista de ello, sería inte-resante contar con esta literatura juve-nil en el currículo escolar, ya que tanto por su forma como por su contenido puede llegar con mayor facilidad a este sector de la población. Pedro Cerrillo en su artículo “Educación literaria y canon escolar” afirma lo siguiente:

“Todo canon escolar de lecturas debiera estar formado por obras y autores que, con

dimensión y carácter históricos, se consideran modelos por su calidad literaria y por su ca-pacidad de supervivencia y trascendencia al tiempo en que vivieron, es decir, textos clá-sicos. Pero, junto a ellos, pueden incluirse en un canon otros libros, de indiscutible calidad literaria, que no hayan alcanzado esa dimen-sión de “clásicos” porque no ha pasado aún el tiempo necesario para que sea posible ese logro”.

Ahora viene el mayor problema: ele-gir los libros que formen el corpus litera-rio escolar. Deberían tener unas deter-minadas características para cumplir un objetivo fundamental: facilitar el hábito lector. Para ello, competencia lectora y adecuación del léxico tendrían que ir de la mano. Habría que lograr un pro-gresivo perfeccionamiento verbal de los alumnos para lo que se debe apostar por una gradación en la dificultad del léxico de las obras literarias elegidas y también en la complejidad temática, estilística y narrativa.

Esta literatura prepararía al alum-nado para dar el paso hacia los grandes clásicos. Actuaría como una literatura de transición que, además, propondría un diálogo más o menos inteligente en-tre libro y lector. Para ello, habría que trabajar con actividades planteadas después de la lectura para comprobar el nivel de comprensión. Así se uniría el placer estético a la finalidad didáctica.

También debería ser una literatura basada en la experiencia, capaz de mos-trarles conflictos propios de la juventud

y la forma de resolverlos. Si la obra es de suficiente calidad, conseguirá que el joven y su entorno se identifiquen con los personajes literarios y así, ofrecerles una educación literaria más que una en-señanza de la literatura.

Y, por último, esta literatura tendría que huir de tabúes y moralinas. La nece-sidad interior del escritor por contar de-terminada historia y que todos los temas tratados con veracidad, rigor y calidad tuvieran su espacio sería lo que debería primar en la balanza.

Lo que está claro es que los índices de competencia lectora de los estudian-tes españoles están a la baja, según se demuestra en el informe Pisa de 2012. Algo habrá que hacer si con la lectura de los clásicos, en la cual sin duda debe sustentarse la formación humanísti-ca de nuestros jóvenes, no acertamos. Ahora viene muy a cuento esa anécdo-ta que corre por Internet sobre Borges acerca de cómo una estudiante le pre-guntó que qué podía hacer si Shakes-peare la aburría:

“No hagas nada, simplemente no lo leas y espera un poco. Lo que pasa es que Shakespeare todavía no escribió para vos; a lo mejor dentro de cinco años lo hace”.

Por lo tanto quizás, mientras les lle-ga la hora de tener madurez de pen-samiento y capacidad de análisis para disfrutar de esas obras, sea posible dar cabida en las aulas a esa emergente li-teratura juvenil.

Publicado con autorización el autor

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Para ti, infiel, este rezoPor Canuto Roldán

He aquí quien te extraña,quien comió de tiflor de tierra negra,salvaje selva de narcóticos aullidos,entre tus piernas opiáceas.Quien vio tu mano poblarse de mi pubisy se entregó a nuestra hambresin pensarloporque el hambre no se piensani se acabay el placer arrebatado es lo único que resta.

He aquíeste aliento que arde y no se calla,que te busca de noche en las esquinaspara hallarte ilegítimo hasta que en mi boca termine la persecucióncon una explosión de labios y lenguasque hiera la mirada del peatóny vuelva rehén a las buenas consciencias,hasta que en mis labioste me esfumes al fin,noche oscura cuya lengua no se satisface sino en el gemir ansiado de nuestros encuentros.

He aquíque imagino blanco polvoescurriendo de tu glande sexo,tenso como la adicción a succionarlo,como mis quijadas luego de la penetrante sacudida.

He aquíque saliva mi hambre en las frases de tu piel,en los pliegues de tus ingleshacen rimas estos versosarrítmicos cuando ella los procura con su lengua desahuciada porque intuye bien que otra,

[email protected]

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más bien, otro,escribió el poemaque le ha cambiado el ritmoa su monturay, sin embargo,para ella y para mítu cuerpo es una voz que llamay no se apaga.

He aquí,en la espina erguida de mi lenguaque te espero sin embargoy hecho raíz en tus suspiros.Aquí,sentado sobre tu pubis,repitiendo tu nombrepara que ya no salgas de mímientras tus dedos me recorrenentre espasmos.

Pero si no vuelvesy el deseo que una vezerró el camino a casapara encontrarse fugaz y plenovuelve a errar.Si no vuelves, digo,porque el deseo vuelto hogar, familia,escuece tus ganas de gozar la desnuda vistade nuestras carnes en las regaderascuando tu hijo se va a jugar.

Si no vuelvesporque en tus labiossu nombre ya no suena igualy entonces comienzas a perder el hablaporque extrañas nuestro idioma de gemidosy la palabra mesa es sinónimo de gemir,la palabra noche y la palabra esquina, nuestras caricias,hasta que ansiosamente su nombre y el míoson antónimosy van junto con pegadocomo el policía a su macana cuando nos descubren en una esquina entre Reforma y Florencia.

Si no vuelves, digo,déjame que se dilaten las pupilas,dame un mal viaje más,que la respiración se pause otra vezen pequeñas dosishasta que el grito se nos vuelva rezo,hasta que en el flujo de mi sangremi adicción a tipor placenteradeje de ser tan ilegítima.

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Literatura y MúsicaL ’ I N N O M A B L E -

MEZTRUAZIONI VIOLA

Literatura y música, artes complementarias cuando se piensa en la importancia de la lírica en una canción. El rock progresivo se ha caracterizado por ser un género profundo, anteponiendo lo experimental, la técnica y hasta lo lúdico en contra de lo plástico y repetitivo; escalas poco convencionales y tiempos que dejan a un lado los previsibles y cómodos 4/4 en pro de una manera más refinada de transmitir un sentimiento. Asimismo, el progresivo se ha preocupado por tratar en su letras temas de un corte un tanto más erudito que el deslavado desamor e invo-caciones a nuestro amo y salvador Satanás. En este contexto se han gestado grandes álbumes que se presentan como una obra completa e indivisible, grabaciones conceptuales monotemáti-cas y con una progresión rigurosa en los tracks. A finales de la década de los 60 se dio una explosión de álbumes conceptuales, bien, contando una historia en versos, o, regresando compulsi-vamente sobre un tema (lingüístico o musical) en concreto a lo largo de todas las canciones, recuérdese El Sargento Pimienta de los Beatles, Tommy de Los Who, We’re Only in it For The Money de Zappa y los Mothers of Invention, In the Court Of The Crimson King de King Crimson y casi todos los discos post-Barret de Pink Floyd.

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Un disco en concreto de Pink Floyd, El Animals, pre-senta una buena coyuntura entre música y literatura, álbum basado en la novela Rebelión en la Granja de George Orwell, haciendo una analogía entre la sociedad y una granja, donde se caricaturizan a los políticos como puercos, la policía perros, y los ciudadanos, borregos dispuestos a seguir órdenes sin cuestionar. Dicha pro-ducción ha recibido alabanzas unánimes tanto por su sólida interpretación musical como por sus letras distó-picas y, lamentablemente, actuales. Recuérdese la gira de hace unos meses del cerebro detras de Floyd, Roger Waters, que lo traería a nuestro país presentando casi íntegro el álbum Animals con un valor subversivo muy actual a pesar de sus casi 40 años de publicación, la in-terpretación estuvo acompañada de animaciones en la pantalla del ahora presidente electo estadounidense Do-nald Trump con cuerpo de cerdo y de puta, o mensajes directos a nuestro honorable presidente, el Lic. Enrique Peña Nieto, proponiendo su recapacitación y renuncia ante un empleo que le queda grande.

Uno de los trabajos más infravalorados donde se amalgaman música y literatura es el álbum de 1987 “L’Innomable” por la banda de progresivo y avant-garde italiana Mestruazioni Viola, producción basada en la nove-la “El innombrable” del escritor irlandés Samuel Beckett. Esta obra trata de una conciencia monologando sin saber

siquiera su propia descendencia o cualidades; el álbum es un disco doble, conteniendo un solo track que fue pensa-do para tocarse indivisiblemente una y otra vez, tomando como parte sonora los cuatro cambios de caras que el es-cucha tendrá que hacer al poner los acetatos. La obra abre con 6 minutos de voces sobrepuestas, diferentes velocida-des, algunas en reversa, que trasladan al escucha instantá-neamente a la frustración del desconocimiento ontológico del personaje principal del libro de Beckett; las voces son ininteligibles, francés, italiano, español e inglés, palabras gritadas y susurradas por igual, pasadas y vueltas a pasar por efectos de delay y aceleración y ralentizaciones existe un rumor que dice que los integrantes de MV cortaron una página aleatoria de cada una de las copias del libro en diferentes idiomas, recortaron todas las palabras y arma-ron un poema multilingüe al mero estilo de los dadas; tras esos 6 minutos que sirven como introducción, comienza un tema de jazz suave, bajo, batería y saxofón, una melodía que recuerda una dulce canción de cuna, este corte tiene una duración de unos diez minutos, donde se demuestra el virtuosismo del trio italiano, la pieza se va cediendo ante un zumbido en crescendo que llega a volverse insoportable e inaudible y justo en el momento de más desesperación desemboca, en una interpretación de la pieza de música clásica de Musorgsky, A Night On A Bald Mountain inter-pretada con xilófono y marimba, una pieza que demues-

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tra las cualidades multiinstrumentistas y el lado lúdico y lúcido del grupo. El disco es una descripción perfecta de lo que una interpretación en otro lenguaje puede ofrecer, en este caso el traslado de una obra literaria a sonora, hay algunos cortes death metal con doble bombo a 200 bpm y gritos guturales que dan la sensación de estar presenciando una sádica tortura al área genital de un gorila. Una gran cantidad de instrumentos hacen presencia en la obra, la segunda cara abre con un solo de theremin de 4 minutos que genera una atmosfera muy espacial, o incluso prenatal, para desembocar en el acoplo de una batería jazzística a destiempos y una vocalización femenina profunda al estilo “The Great Gig In The Sky” de Floyd, interpretada por una adolescente y primeriza Laura Pausini (Sí, esa Laura Pausini).

La tercer cara del disco abre con una grabación don-de se escucha a alguien sacando un vinilo de su caja y poniéndolo en la tornamesa, el sonido se repite incre-mentando su velocidad al doble en cada vuelta hasta que no es más que un golpe, ese golpe pasa a formar parte de un loop electrónico en 19/8 que no cesará en toda esta cara, el bajista Mungo Peluffo hace alarde de su virtuosísmo en el Chapman stick, regalándonos una base rítmica en escala dodecáfona llena de bends y sli-des acompañados con los obligatorios tappings requeri-dos en la ejecución del Chapman. El guitarro Cathmor

D’Altrui no se queda atrás, tocando uno de los mejores solos en la historia del rock, haciendo uso de su talk box para literalmente hacer hablar a su guitarra; todo se acopla a la perfección para regalar una de las caras más experimentales, desesperadas y psicóticas dentro del prog italiano, este lado C, magistralmente es nom-brado: Spleen.

En la cuarta y última cara de la producción es el tur-no de la batería Luigi Bertolini, quien abre con un solo digno de un John Bonham tras un fuerte coctel de me-tanfetaminas y crack. Durante los 17 minutos siguientes sólo se escucha a un hombre realemente enfadado con su set de tambores, golpeándolos con la misma pasión que un alcohólico a su mujer e hijos tras una noche de verbena. La banda no escatimó en gastos para esta crea-ción: para cerrar con broche de oro la producción sobre la obra de Beckett, los músicos contrataron a la orques-ta sinfónica más representativa de Italia, la “Orchestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia”, para jun-tos interpretar la mítica canción 4’33” del compositor de música vanguardista estadounidense John Cage; la interpretación es excelsa, músicos increíbles dando lo mejor de sí en esta última toma, imposible recrear a tra-vés de la palabra las sensaciones que dicha pieza pro-vocan en el alma. Música y literatura, dos hermanas incestuosas explorándose.