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    JOSEPH BRODSKY

    MENOS QUE UNO

    Eplogo

    Antoni Munn

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    Ttulo de la edicin original:Less than One Selected EnsaysTraduccin del ingles: Roser Berdagu Costa (Menos que uno, El hijo de la

    civilizacin, Nadeyda Mandelstam, En una habitacin ymedia) y Esteban Riambau Sauri (Gua parauna cuidad rebautizada, Cumplazer a una sombra,

    Fuga de Bizancio)

    Diseo de la sobrecubierta: Emil Troger

    Circulo de Lectores, S.A,Valencia 344, 08009 Barcelona

    13 57988038642

    Licencia editorial para Circulo de Lectorespor cortesa de Ediciones Versal, S.A.

    Est prohibida la venia de este libro a personas que nopertenezcan a Circulo de Lectores.

    1986, Joseph BrodskvDepsilo legal: B. 2521-1988

    Fotocomposicin: TECFA

    Barcelona, 1988. Printed in Spain

    ISBN 84-226-2461-3

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    En memoria de mi madre y mi padre

    En memoria de Cari Ray Proffer

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    Y el corazn no muere cuando uno cree que debera.Czeslaw Milosz,Elega para N.N.

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    NDICE

    Menos que uno ..................................................... 13Gua para una ciudad rebautizada ............................. 41El hijo de la civilizacin.......................................... 65Nadeyda Mandelstam (1899-1980). Una necrolgica ..... 85Complacer a una sombra ........................................ 97Fuga de Bizancio................................................... 123En una habitacin y media ...................................... 169Eplogo................................................................ 221

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    MENOS QUE UNO

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    PUESTOS a hablar de fracasos, querer rememorar el pasado es como tratar de entender elsignificado de la existencia. Ambas cosas le hacen sentir a uno como el nio que quiere agarrar una

    pelota de baloncesto y se le escapa una y otra vez de las manos.Recuerdo poco de mi vida y lo que recuerdo tiene escasa importancia. La mayora de las ideas

    que me interesaron y que conservo en la memoria deben su significacin a la poca en quesurgieron. Las que no recuerdo, sin duda han sido expresadas mucho mejor por otro. La biografa deun escritor radica en la tergiversacin del lenguaje que emplea. Recuerdo, por ejemplo, que cuandoyo tena unos diez u once aos se me ocurri que la mxima de Marx que afirma que la existenciacondiciona la conciencia slo era verdad durante el tiempo que la conciencia tarda en dominar elarte del extraamiento; a partir de entonces, la conciencia es independiente y tanto puedecondicionar como ignorar la existencia. A esa edad, seguramente se trat de un descubrimiento,

    pero apenas digno de ser registrado, aparte de que es probable que hubiera sido mejor expresado porotros. Importa realmente saber quin fue el primero en descifrar este cuneiforme jeroglfico mentaldel que la mxima la existencia condiciona la conciencia constituye un ejemplo perfecto?

    De modo que, si escribo todo esto, no es para que conste en acta y que quede bien sentado (estaclase de actas precisas no existe y, de existir, son insignificantes y, por lo tanto, nadie se molestan en alterarlas), sino principalmente por la razn habitual que impulsa a un escritor a escribir:

    para dar un impulso a la lengua o para obtenerlo de ella, en la ocasin presente una lenguaextranjera. Lo poco que recuerdo todava se reduce ms al evocarlo en ingls.

    Por lo que se refiere al principio de mi existencia, debo confiar en mi partida de nacimiento, quedeclara que nac el 24 de mayo de 1940, en Leningrado, Rusia, por ms que aborrezco ese nombredado a la ciudad que hace mucho tiempo el pueblo llano apodaba simplemente Peter, dePetersburgo, o Petrogrado. Hay un antiguo pareado que dice:

    Rasca el viejo Pedro

    los costados del pueblo.

    En el marco de la experiencia nacional, la ciudad es definitivamente Leningrado; en el marco dela creciente vulgaridad de su contenido, cada da es ms Leningrado. Por otra parte, como palabra,

    Leningrado suena tan neutra para el odo ruso como la palabra construccin o la palabrasalchicha. Yo prefiero llamarla Peter, porque recuerdo esta ciudad en unos tiempos en los queno pareca Leningrado, justo despus de la guerra: fachadas grises o verde plido, con huecos de

    balas y metralla; calles desiertas e interminables, con escasos transentes y poco trfico; casi unsemblante hambriento y, por ello, de rasgos ms definidos y, si se quiere, ms nobles; un semblantedescarnado y duro con el abstracto resplandor de su ro reflejado en los ojos de sus ventanas huecas.A un superviviente no se le puede dar el nombre de Lenin.

    Aquellas magnficas fachadas picadas de viruela detrs de las cuales, entre viejos pianos,gastadas alfombras, polvorientas pinturas con gruesos marcos de bronce, restos de mobiliario (lassillas eran lo ms escaso) consumido por las estufas de hierro durante el asedio..., la vida empezabaa vislumbrarse dbilmente. Y me acuerdo de que, pasando ante aquellas fachadas camino de laescuela, me senta completamente absorto al imaginar lo que pudo haber ocurrido en aquellashabitaciones en las que el papel de las paredes, avejentado, se caa a tiras. Debo decir que de esas

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    fachadas y prticos, clsicos, modernos, eclcticos, con sus columnas, sus pilastras y sus cabezas deyeso que representaban seres humanos o animales mticos, de sus ornamentos y de sus caritidesque sostenan los balcones, de los torsos de las hornacinas en sus entradas, aprend ms sobre lahistoria del mundo que ms tarde en cualquier libro. Grecia, Roma, Egipto..., todos estaban all,todos fueron desportillados por la artillera durante los bombardeos. Y del ro gris, de aguas

    reverberantes, que discurra hacia el Bltico, con algn que otro remolcador que, en medio de l,luchaba contra la corriente, aprend ms sobre el infinito y sobre el estoicismo que en lasmatemticas y en Zenn.

    Todo eso tena muy poco que ver con Lenin, al que supongo empec a despreciar cuando yocursaba el primer grado, no tanto por su filosofa o su prctica poltica, acerca de las cuales a laedad de siete aos saba bien poco, sino por sus omnipresentes imgenes, que infestaban casi todoslos libros de texto, todas las paredes de las aulas, los sellos de correos, los billetes y tantas otrascosas, reproduciendo a ese hombre en diferentes edades y estadios de su vida. Haba el Lenin nio,querubn de dorados rizos; haba el Lenin con veintitantos y treinta y tantos aos, calvo yhermtico, con aquella expresin vaca en su rostro, que poda tomarse por cualquier cosa, pre-

    feriblemente por una actitud de determinacin. Es el rostro que de algn modo persigue a todo rusoy le sugiere una especie de patrn para el aspecto humano porque denota una manifiesta ausencia decarcter. (Tal vez porque en ese rostro no hay nada que sea especfico, sugiera tantas posibilidades.)Haba despus un Lenin ms viejo, ms calvo, con su barba en forma de cua, su traje oscuro detres piezas, a veces sonriendo, pero ms a menudo arengando a las masas desde lo alto de uncarro blindado o desde el podio en algn congreso del partido, con una mano extendida en el aire.

    Haba tambin variantes: Lenin con gorra de obrero y clavel en la solapa; con chaleco y sentadoen su despacho, escribiendo o leyendo; sentado en un tronco, a orillas de un lago, garrapateando susTesis de Abril o algn otro dislate, al fresco. Finalmente, Lenin vestido con una chaqueta

    paramilitar, en un banco de jardn junto a Stalin, el nico en sobrepasar a Lenin en cuanto aubicuidad de imgenes impresas. Pero Stalin entonces estaba vivo, mientras que Lenin estabamuerto y, aunque slo fuera por esto, era bueno porque perteneca al pasado, es decir, estabaauspiciado por la historia y por la naturaleza, mientras que Stalin slo estaba auspiciado por lanaturaleza, o al revs.

    Me parece que llegar a ignorar aquellas fotografas fue mi primera leccin de desconexin, miprimer intento de extraamiento. Habra ms; de hecho, cabe considerar el resto de mi vida comouna constante evitacin de sus aspectos ms importunos. Debo admitir que llegu muy lejos poreste camino; tal vez demasiado: todo aquello que sugiriese reiteracin quedaba condenado o sujetoa eliminacin. Y ello inclua frases, rboles, ciertos tipos de personas, a veces incluso el dolorfsico... y afect a muchas de mis relaciones. En cierto modo, estoy en deuda con Lenin. Todo loque se me presentara con profusin, lo vea yo como una especie de propaganda. Esta actitud,

    supongo, contribuy a una terrible aceleracin a travs de la selva de los hechos, acompaada por lasuperficialidad.No creo ni por un momento que todas las claves de la personalidad deban encontrarse en la

    infancia. Durante tres generaciones, aproximadamente, los rusos han vivido en apartamentoscomunitarios y habitaciones estrechas. Nuestros padres hacan el amor mientras nosotrossimulbamos dormir. Despus hubo una guerra, hambre, padres ausentes o lisiados, madres que

    perdan su pudor, mentiras oficiales en la escuela y no oficiales en casa, inviernos rigurosos,indumentarias horribles, exhibicin pblica de nuestras sbanas mojadas en campamentos deverano y comentarios sobre estas cuestiones delante de extraos. Despus, la bandera roja ondearaen el mstil del campamento. Y qu? Toda esa militarizacin de la infancia, toda esa amenazadoramajadera, la tensin ertica (a los diez aos todos desebamos a nuestras maestras) no haban

    afectado mucho a nuestra tica ni a nuestra esttica, como tampoco nuestra capacidad para amar ysufrir. Recuerdo esas cosas no porque piense que son las claves del subconsciente ni tampoco, desde

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    Luego, por nostalgia de mi infancia, las recuerdo porque nunca lo he hecho antes, porque quieroque algunas permanezcan..., por lo menos en el papel. Y tambin porque mirar hacia atrs es msremunerador que lo contrario. Maana es mucho menos atractivo que ayer. Por alguna razn, el

    pasado no irradia la inmensa monotona del futuro. Debido a su profusin, el futuro es propaganda.Lo mismo que la hierba.

    La verdadera historia de la conciencia se inicia con la primera mentira. Resulta que yo recuerdola ma. Fue en la biblioteca de la escuela, al llenar la solicitud de lector. El quinto espacio en blancohaca referencia, como es lgico, a la nacionalidad. Yo tena siete aos y saba muy bien que era

    judo, pero dije a la empleada que no lo saba. Con un turbio regocijo me aconsej que me fuera acasa y se lo preguntara a mis padres. No volv nunca ms a aquella biblioteca, pese a lo cual mehice socio de muchas otras en las que haba que rellenar la misma solicitud. Ni estaba avergonzadode ser judo ni tena miedo de admitirlo. En el libro de la clase estaban registrados con todo detallenuestros nombres, los nombres de nuestros padres, las seas de los hogares y la nacionalidad. Devez en cuando un maestro olvidaba el libro sobre la mesa durante el recreo y entonces, como

    buitres, nos lanzbamos sobre sus pginas. Todos los de la clase saban que yo era judo, pero los

    nios de siete aos no son buenos antisemitas. Adems, yo era muy fuerte para mi edad y lo quems contaba entonces eran los puos. Lo que a m me avergonzaba era la palabra judo en s enruso yevrei, cualesquiera que fuesen sus connotaciones.

    El destino de una palabra depende de la variedad de sus contextos, de la frecuencia de su uso. Enel ruso impreso, yevrei aparece tan raramente como, por ejemplo, mediastino o dondequieraen castellano. En realidad, tiene tambin algo de la condicin de un sonoro taco o del nombre quesirve para designar una enfermedad venrea. Cuando uno tiene siete aos, su vocabulario demuestraser suficiente para detectar la rareza de esta palabra y es sumamente desagradable identificarse conella; en cierto modo, va contra el sentido que uno tiene de la prosodia. Recuerdo que siempre mesenta ms a gusto con un equivalente ruso de kike (judo), yid (pronunciado como AndrGide): era claramente ofensivo y, por ello, carente de sentido, exento de alusiones. Las palabras deuna sola slaba no pesan mucho en ruso, pero en cuanto se les aplican sufijos, terminaciones o

    prefijos, entonces se arma la de San Quintn. Esto no quiere decir que sufr como judo en aquellatierna edad, sino simplemente que mi primera mentira tuvo que ver con mi identidad.

    No fue un mal comienzo. En cuanto al antisemitismo como tal, no me preocupaba demasiado,puesto que proceda en gran medida de los maestros: pareca innato en su participacin negativa ennuestras vidas y deba ser aceptado con resignacin, al igual que las malas notas. De haber sidocatlico, habra deseado verlos a todos en el infierno. A decir verdad, algunos maestros eranmejores que otros, pero, supuesto que todos eran dueos de nuestras vidas inmediatas, no nos mo-lestbamos en hacer distinciones. Tampoco ellos trataban de hacerlas entre sus pequeos esclavos yhasta las observaciones antisemticas ms ardientes llevaban el sello de una inercia impersonal. En

    cualquier caso, yo nunca me tom en serio la agresin verbal, especialmente si proceda de un grupocon una edad tan diferente de la ma. Supongo que las diatribas que mis padres solan pronunciarcontra m me curtieron perfectamente. Adems, haba maestros que tambin eran judos, y no lestema menos que a los rusos de pura sangre.

    Esto es tan slo un ejemplo del recorte de la personalidad que junto con el lenguaje en s,donde verbos y nombres intercambian sus puestos con tanta libertad como uno osa concederles,engendr en nosotros una sensacin de ambivalencia tan abrumadora que, al cabo de diez aos,terminamos con una fuerza de voluntad en nada superior a la de un alga marina. Cuatro aos en elejrcito (donde los hombres eran reclutados a los diecinueve aos), coronaban el proceso derendicin total al estado. La obediencia se converta en primera y segunda naturaleza.

    Si uno tena cerebro, no hay duda de que trataba de burlar el sistema ideando todo tipo de

    subterfugios, haciendo oscuros tratos con sus superiores, acumulando mentiras y tirando de lascuerdas de las conexiones seminepticas de cada uno. Esto se converta en un trabajo de dedicacin

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    total, pese a lo cual uno tena plena conciencia de que la red que haba tejido era una red dementiras y, pese al grado de xito o al sentido del humor de cada uno, acababa desprecindose. Esees el triunfo definitivo del sistema: tanto si lo burlas como si te unes a l, te sientes igualmenteculpable. La creencia nacional es como bien dice el proverbio que no hay mal que por bien novenga, y posiblemente viceversa.

    La ambivalencia, creo yo, es la principal caracterstica de mi nacin. No hay en Rusia verdugoque no tema convertirse en vctima un da, ni hay vctima, por desgraciada que sea su situacin, queno se reconozca (aunque slo sea en su fuero interno) capacidad mental para convertirse enverdugo. Nuestra historia reciente ha abonado ambas posturas. En todo esto hay una ciertasabidura, y cabra pensar incluso que esta ambivalencia es sabidura, que la propia vida no es ni

    buena ni mala, sino arbitraria. Quiz nuestra literatura hace tanto hincapi en la causa del bienporque esa causa se ha visto desafiada demasiado a menudo. Si ese hincapi fuera simplementeresultado de una duplicidad de pensamiento, la cosa estara muy bien, pero exacerba los instintos.Este tipo de ambivalencia, creo yo, corresponde precisamente a esas buenas noticias que el Este,que tiene poco ms que ofrecer, se dispone a imponer al resto del mundo. Y el mundo parece estarmaduro para recibir.

    Dejando aparte el destino del mundo, el nico medio que tena un nio para luchar contra lo quese le vena encima era salirse del camino trazado, cosa difcil debido a los padres y debido a que el

    propio nio senta miedo ante lo desconocido. Sobre todo, porque le diferenciaba de la mayora, yuno haba mamado, junto con la leche materna, la creencia de que la mayora tiene razn. Serequiere una cierta falta de inters y yo era una persona despreocupada. Que yo recuerde, el hechode que dejara la escuela a la edad de quince aos no obedeci tanto a una eleccin consciente comoa una reaccin visceral.

    Simplemente, no poda soportar determinados rostros de la clase: los de algunos de miscompaeros, pero principalmente de mis profesores. As es que una maana de invierno, sin raznaparente, me levant en plena clase y protagonic una melodramtica salida por la puerta de laescuela, sabiendo positivamente que nunca ms volvera a entrar por ella. De las emociones que meinvadieron en aquel momento, la nica que recuerdo es el disgusto generalizado que me producami persona por el hecho de ser excesivamente joven y dejar que me dominaran tantas cosas a mialrededor. Por otra parte, subsista tambin una sensacin de huida difusa, pero feliz, como una callellena de sol que no tuviera final.

    Creo que lo ms importante fue el cambio de exteriores. En un estado centralizado todas lashabitaciones tienen el mismo aspecto: el despacho del director de la escuela era una rplica exactade las cmaras para interrogatorios que empec a frecuentar al cabo de cinco aos: los mismos

    paneles de madera, las mismas mesas, las mismas sillas..., un paraso para los carpinteros. Tambinlos mismos retratos de nuestros fundadores: Lenin, Stalin, miembros del Politbur y Maksim Gorki(el fundador de la literatura sovitica), en caso de tratarse de una escuela, o Flix Dzerzinski (el

    fundador de la polica secreta sovitica), si el lugar era una cmara para interrogatorios.Con todo, era frecuente que Dzerzinski Flix de hierro o el Caballero de la Revolucin,como lo llamaba la propaganda decorase tambin las paredes del despacho del director, debido aque el hombre se haba deslizado en el sistema educativo desde las alturas de la KGB, al igual queaquellas paredes estucadas de las clases, con su raya horizontal azul a la altura de los ojos que corraindefectiblemente a travs del pas entero, como la raya de un comn denominador infinito: enayuntamientos, hospitales, fbricas, crceles y corredores de los apartamentos comunitarios. Elnico sitio donde no la encontr fue en las barracas de madera de los campesinos.

    Esa decoracin era tan exasperante como omnipresente y en mltiples ocasiones de mi vida mequed absorto con la mirada clavada en aquella franja azul de cinco centmetros de anchura,confundida a veces con un horizonte marino y otras como la representacin de la misma nada. Era

    demasiado abstracta para representar nada: desde el suelo hasta el nivel de los ojos, una paredcubierta de pintura color gris rata o verdoso y esa franja azul como remate; por encima de ella,

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    estuco de un blanco virginal. Nadie se haba preguntado en la vida qu haca all aquella raya, ynadie habra podido contestar, pero all estaba: una lnea fronteriza, una divisoria entre el gris y el

    blanco, abajo y arriba. No se trataba de colores sino de sugerencias de colores, que slo podan estarinterrumpidos por manchas alternativas de color marrn: las puertas. Cerradas o entornadas. Atravs de las puertas entornadas poda verse otra habitacin con la misma distribucin de gris y

    blanco separados por la raya azul. Aparte de un retrato de Lenin y de un mapamundi.Fue hermoso abandonar aquel cosmos kafkiano, aunque ya entonces o as lo parece yosaba, de alguna manera, que cambiaba seis por media docena. Saba que cualquiera que fuese eledificio donde entrase, tendra el mismo aspecto, puesto que es dentro de edificios donde estamoscondenados a hacer todo lo que queramos hacer. Sin embargo, me daba cuenta de que deba irme.La situacin financiera de nuestra familia era deplorable: subsistamos gracias, principalmente, alsalario de mi madre, puesto que mi padre, despus de haber sido dado de baja en la armada envirtud de alguna norma serfica segn la cual los judos no podan desempear cargos militaresrelevantes, pas muy malos momentos buscando trabajo. Por supuesto, mis padres podanarreglrselas sin mi contribucin, y habran preferido que terminase la escuela. Yo lo saba, perosegua dicindome que tena el deber de ayudar a mi familia. Era casi una mentira, pero de esa

    manera la cosa tena mejor aspecto, aparte de que por aquel entonces ya haba aprendido a saborearlas mentiras precisamente por ese casi que afina el perfil de la verdad: despus de todo, la verdadtermina all donde empieza la mentira. Eso es lo que aprende un chico en la escuela y a la postreresulta ms til que el lgebra.

    2

    Fuese lo que fuese una mentira, la verdad o, ms probablemente, su combinacin lo que meempuj a tomar esa decisin, le estoy inmensamente agradecido por lo que al parecer fue mi primeracto libre. Fue un acto instintivo, una salida, y en l tuvo muy poco que ver la razn. Lo s porque,desde entonces, y con frecuencia creciente, he hecho otras salidas. Y no necesariamente poraburrimiento o por haber advertido el hueco de la trampa, ya que he salido de situaciones perfectascon no menor frecuencia que de situaciones temibles. Por modesto que sea el lugar que uno ocupe,si tiene el ms mnimo sello de decencia, puedes estar seguro de que un da aparecer alguien que loreclamar para l o, lo que es peor, te insinuar que debes compartirlo con l. En casos como ste,uno lucha por el puesto o lo abandona. Yo estoy por lo ltimo, y no porque no pueda luchar, sinoms bien por una absoluta aversin contra m, pues arreglrselas para quedarse con algo que atrae alos dems denota una cierta vulgaridad en la eleccin. Poco importa que uno haya llegado antes,

    porque esto todava empeora las cosas, puesto que los que sigan tendrn siempre un apetito msfuerte que el tuyo, en parte satisfecho.

    Posteriormente, a menudo lament la decisin, sobre todo cuando vi que mis antiguos

    compaeros se situaban tan bien dentro del sistema. Sin embargo, yo saba algo que ellos des-conocan. En realidad, tambin yo me haba situado bien, aunque en direccin opuesta, a lo largo dela cual haba recorrido un tramo ms largo. Una cosa de la que estoy especialmente complacido esde que logr atrapar a la clase trabajadora en su estadio autnticamente proletario, antes de queiniciara su conversin a la clase media a finales de los aos cincuenta. Era un verdaderoproletariat aquel que yo conoc en la fbrica donde, a los quince aos, comenc a trabajar comofresador. Marx lo habra reconocido al instante. Ellos o, mejor dicho, nosotros vivan enapartamentos comunitarios, cuatro o ms personas en una misma habitacin, a menudo pertenecien-tes a tres generaciones distintas, durmiendo por turnos, bebiendo como tiburones, armando camorraentre ellos o con los vecinos en la cocina comunitaria, o en la cola matinal delante del retreteigualmente comunitario, pegando a sus mujeres con agnica determinacin, llorando sin recato

    cuando Stalin cay muerto, o en el cine, y jurando con tanta frecuencia que hasta una palabranormal como aeroplano le sonaba a un viandante casual como algo elaboradamente obsceno...,

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    transformndose en un ocano gris e indiferente de cabezas o en un bosque de manos alzadas en lasasambleas pblicas en favor de este o aquel Egipto.

    La fbrica era toda de ladrillo, enorme, salida directamente de la revolucin industrial. Habasido construida a finales del siglo diecinueve y la poblacin de Peter se refera a ella con el

    nombre de el Arsenal, pues la fbrica produca caones. En la poca en que trabaj en ellatambin produca maquinaria agrcola y compresores de aire. Sin embargo, de acuerdo con los sietevelos del secreto que cubre en Rusia casi todas las cosas que tienen que ver con la industria pesada,la fbrica tena su nombre cifrado: Apartado de Correos 671. Pienso, de todos modos, que el secretohaba sido impuesto no tanto para burlar algn servicio secreto extranjero como para mantener uncierto tipo de disciplina paramilitar, nico procedimiento para garantizar una estabilidad en la

    produccin. En cualquiera de los dos casos, el fracaso era evidente.La maquinaria era obsoleta: el noventa por ciento de la misma haba sido retirada de Alemania

    en concepto de reparaciones despus de la segunda guerra mundial. Recuerdo aquel zoo de hierrofundido, poblado de criaturas exticas que llevaban los nombres de Cincinnati, Karlton, FritzWerner y Siemens & Schuckert. La planificacin era odiosa; de vez en cuando, un pedido urgente,

    que impona la produccin de algo determinado, trastocaba los vacilantes intentos de uno para res-tablecer un ritmo de trabajo cualquiera, un procedimiento. Hacia el final del trimestre (es decir, cadatres meses), cuando el plan se haba quedado en agua de borrajas, la administracin dejaba or elgrito de guerra que movilizaba todas las manos en un solo trabajo y el plan quedaba sometido a unataque masivo. Cuando algo se estropeaba, como no haba piezas de repuesto, se llamaba a unacuadrilla de chapuceros, generalmente medio borrachos, para que ejercitaran sus dotes mgicas. Elmetal llegara lleno de crteres, y prcticamente todos tendran resaca el lunes, ello sin hablar de lasmaanas despus del da de la paga.

    La produccin declinaba verticalmente el da despus de una derrota del equipo de ftbol de laciudad o de la nacin. Nadie trabajaba y todos se dedicaban a discutir las incidencias del partido olas relativas a los jugadores, puesto que adems de los complejos de una nacin superior a lasdems, Rusia posee el gran complejo de inferioridad de un pas pequeo, resultado en parte de lacentralizacin de la vida nacional. De aqu la bobera de signo positivo y vital de los peridicosoficiales y de la radio incluso cuando tienen que dar la noticia de un terremoto: nunca se informaacerca de las vctimas, sino que nicamente se entonan alabanzas a las dems ciudades y repblicas,que han dispensado sus fraternales cuidados proporcionando tiendas y sacos de dormir a la zonaafectada. O bien, en el caso de una epidemia de clera, es muy posible que uno slo se entere deella a travs de los ltimos xitos de nuestra maravillosa medicina, confirmados con la invencin deuna nueva vacuna.

    Todo habra sido absurdo a no ser por aquellas maanas a primersima hora cuando, despus deengullir el desayuno a base de t solo, sala corriendo para atrapar el tranva y, sumndome un

    grano de uva ms al montn gris oscuro de racimos humanos que colgaban del estribo, navegabaa travs de la ciudad entre rosada y azul, como una acuarela, hasta la perrera de madera que hacalas veces de entrada de la fbrica. Haba all dos guardias que revisaban nuestras credenciales y lafachada estaba decorada con pilastras clsicas revestidas. He tenido ocasin de observar que lasentradas de las crceles, manicomios y campos de concentracin estn construidas en ese mismoestilo: todas tienen su toque de clasicismo o sus prticos barrocos. Cual si fueran un eco. Ya en eltaller, se entremezclaban bajo el techo matices de gris y las mangueras neumticas silbabansuavemente en el suelo entre charcos de fuel que centelleaban con todos los colores del arco iris. Alas diez, aquella jungla de metal estaba en todo su apogeo, gritando y rugiendo, mientras el cande acero de una supuesta ametralladora antiarea se cerna en el aire como el cuello descoyuntadode una jirafa.

    Siempre he envidiado a aquellos personajes del siglo diecinueve que eran capaces de volver la

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    vista atrs y distinguir los hitos que marcaban sus vidas, su desarrollo. Haba hechos que marcabanun punto de transicin, un estadio diferente. Estoy hablando de escritores, pero en lo que realmenteestoy pensando es en la capacidad de ciertas personas para racionalizar sus vidas, para ver las cosas

    por separado, si no con claridad. Y entiendo que este fenmeno no debera quedar limitado al siglodiecinueve, pese a que en mi vida haya sido representado principalmente por la literatura. Ya sea

    por algn defecto bsico de mi mente, ya sea por la naturaleza fluida y amorfa de la vida misma,nunca he sido capaz de distinguir ningn hito, mucho menos una boya. Si hay algo que se parezca aun hito, este algo no sabr reconocerlo; me estoy refiriendo a la muerte. En cierto aspecto, en lainfancia no hubo nada que se pareciera a esto. A m esas categoras infancia, edad adulta,madurez me parecen muy extraas y si a veces las empleo en la conversacin, las miro siempremudo cuando se refieren a m, y las veo como si fueran prestadas.

    Supongo que siempre hubo alguna parte de mi yo dentro de aquel caparazn, pequeo primeroy ms grande despus, alrededor del cual ocurra todo. Dentro de ese caparazn, la entidad a laque se da el nombre de yo no cambi nunca, ni tampoco dej de observar lo que ocurra fuera.

    No quiero dar a entender con estas palabras que dentro encerrara perlas, sino que lo que pretendodecir es que el paso del tiempo no afecta mucho la entidad a la que he hecho referencia. Obtener

    una calificacin baja, hacer funcionar una fresadora, ser derrotado en un interrogatorio o dar unaconferencia sobre Calimaco ante una clase son cosas que esencialmente vienen a ser lo mismo. Estoes lo que hace que uno se sienta un tanto asombrado cuando crece y se encuentra haciendo aquellascosas que se supone deben hacer las personas adultas. La contrariedad que siente un nio ante elcontrol que ejercen sobre l sus padres y el pnico de un adulto que se enfrenta a una responsa-

    bilidad son de la misma naturaleza. Uno no es ninguna de esas cifras; tal vez uno sea menos queuno.

    No hay duda de que se trata de una consecuencia de la profesin que uno ejerce. Si trabaja en unbanco o pilota un avin sabe que, cuando haya adquirido una buena experiencia, tiene ms o menosgarantizado un beneficio o un aterrizaje seguro. En cambio, en el negocio de escribir, no seacumulan experiencias, sino incertidumbres, que no es sino un sinnimo de pericia. En ese campodonde la experiencia invita a la condena, los conceptos de adolescencia y madurez se entremezclany el pnico pasa a ser el estado ms frecuente de la mente. En consecuencia, mentira si recurriese ala cronologa o a cualquier cosa que sugiera un proceso lineal. Una escuela es una fbrica es un

    poema es una crcel es una academia es aburrimiento, con destellos de pnico.Excepto que la fbrica estaba junto a un hospital y el hospital estaba junto a la crcel ms famosa

    de toda Rusia, llamada Las Cruces. Y el depsito de aquel hospital era el lugar donde iba a trabajarcuando sala del Arsenal, porque tena en la cabeza la idea de ser mdico. Las Cruces me abri las

    puertas de su celda cuando cambi mis planes y me puse a escribir poemas. Cuando trabajaba en lafbrica, por encima del muro vea el hospital y, cuando cortaba y cosa cadveres en el hospital, veaa los prisioneros que se paseaban por el patio de Las Cruces; a veces se las arreglaban para

    arrojarme cartas por encima de la tapia. Yo las recoga y las enviaba. Debido a lo apretado de sutopografa y a lo cerrado del caparazn, todos esos lugares, trabajos, presidiarios, obreros,guardianes y mdicos se han mezclado entre s y ya no s si recuerdo a una persona por haberlavisto pasendose por aquel patio en forma de tabla de planchar en la crcel de Las Cruces o si soyyo quien se pasea por l. Por otra parte, la fbrica y la crcel haban sido construidasaproximadamente en la misma poca y exteriormente no se distinguan una de otra; pareca como sifuera un ala de ampliacin de la otra.

    As es que estara fuera de lugar que tratara de ser consecutivo al explicarme. La vida nunca meha parecido constituida por un conjunto de transiciones claramente delimitadas, sino que ms bienva creciendo a la manera de una bola de nieve y, cuanto ms crece, ms se parece un lugar a otro o

    una poca a otra. Recuerdo, por ejemplo, que en 1945 mi madre y yo estbamos esperando un trenen una estacin cercana a Leningrado. La guerra acababa de terminar, veinte millones de rusos

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    estaban pudrindose en sepulturas provisionales en todo el continente, mientras el resto, dispersadospor la guerra, volvan a sus casas o a lo que quedaba de sus casas. La estacin de ferrocarril eracomo una estampa del caos primigenio. La gente sitiaba los trenes de ganado como insectosenloquecidos: trepaban al techo de los vagones, se compriman unos a otros, etctera. Por algunarazn, observ a un viejo lisiado y calvo, con una pierna de palo, que trataba de montarse en el tren

    y que iba recorriendo vagn tras vagn, constantemente expulsado de ellos por los que ya ibancolgados de los estribos. El tren comenz a moverse y el viejo segua saltando a lo largo del tren.De pronto consigui asirse a la manija de uno de los vagones y en ese punto vi a una mujer queestaba en la puerta y que, levantando en el aire un puchero, arroj encima de la coronilla del viejoun chorro de agua hirviendo. El hombre se cay y el movimiento browniano de mil piernas loengull y lo perd de vista.

    Fue algo cruel, s, pero este ejemplo de crueldad se mezcla a su vez en mi mente con una historiaocurrida hace veinte aos, al ser descubierta una banda de antiguos colaboradores con las fuerzasalemanas de ocupacin, los llamados Polizei. La noticia sali en los peridicos. Eran seis o sieteviejos y, como es natural, el nombre del jefe era Gurewicz o Ginzburg, lo que quiere decir que era

    judo, por inconcebible que parezca que un judo pueda colaborar con los nazis. Los sentenciaron a

    diversas penas y, como es lgico, al judo le correspondi la pena capital. Me contaron que lamaana en que deba ser ejecutado, al salir de la celda y ser conducido al patio de la crcel donde leestaba aguardando el pelotn de fusilamiento, el oficial que estaba al mando de los guardianes de lacrcel le pregunt:

    Ah!, a propsito, Gurewicz [o Ginzburg], cul es tu ltimo deseo?A lo que el hombre respondi:

    Mi ltimo deseo? Pues, no s... me gustara mear...Y entonces el oficial replic:

    Bien, ya mears despus.Para m las dos historias son iguales y todava sera peor que la segunda historia fuera puro

    folklore, aunque creo que no es el caso. Historietas de sas las conozco a centenares, pero estntodas mezcladas.

    Lo que haca que mi fbrica fuese diferente de mi escuela no era lo que yo pudiera hacer dentro,ni lo que hubiera podido pensar en los respectivos perodos, sino el aspecto de las fachadas, lascosas que yo vea camino de clase o camino del taller. En ltimo anlisis, el aspecto lo es todo.Millones y millones tienen el mismo sino idiota. La existencia como tal, montona de por s, haquedado reducida, por el estado centralizado, a una uniforme rigidez. Lo que quedaba por observareran rostros, el tiempo que haca, los edificios, y tambin la lengua que usaba la gente.

    Tena un to que perteneca al Partido y que, segn he podido comprobar despus, era uningeniero extraordinariamente apto. Durante la guerra construy refugios para protegerse contra las

    bombas los Genossen del Partido; antes y despus de la misma, construy puentes. Unos y otrossiguen en pie. Mi padre siempre se burlaba de l cuando se peleaba con mi madre por cuestiones dedinero, debido a que ella pona a su hermano ingeniero como ejemplo de situacin slida y estable,mientras que yo lo despreciaba de una manera ms o menos automtica. Con todo, posea unamagnfica biblioteca. No lea mucho, supongo, pero entre la clase media sovitica era, y siguesiendo, seal de buen tono suscribirse a nuevas ediciones de enciclopedias, clsicos y libros por elestilo. Yo le tena una envidia loca. Recuerdo que una vez, de pie detrs de su asiento, mientras leescrutaba el cogote, iba pensando que, si lo mataba, todos sus libros pasaran a ser de mi propiedad,

    puesto que entonces el hombre era soltero y no tena hijos. Sola sustraerle libros, que coga de losestantes e incluso llegu a hacerme una llave de un gran armario acristalado, detrs de cuya puertahaba cuatro volmenes de una edicin prerrevolucionaria deHombre y mujer.

    Se trataba de una enciclopedia profusamente ilustrada, de la que sigo considerndome deudorpor mis conocimientos bsicos acerca de cmo sabe el fruto prohibido. Si, en general, la

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    pornografa consiste en un objeto inanimado causante de una ereccin, valdr la pena subrayar que,en el ambiente puritano de la Rusia de Stalin, uno poda excitarse con la absolutamente inocente

    pintura perteneciente al realismo socialista y titulada Admisin en el Komsomol, profusamentereproducida y que decoraba casi todas las aulas. Entre los personajes que aparecan en la pinturafiguraba una joven rubia, sentada en una silla con las piernas cruzadas de tal modo que dejaba ver

    seis o siete centmetros del muslo. No era tanto el trozo de muslo como su contraste con el vestidomarrn oscuro que llevaba lo que me enloqueca y me persegua en sueos.Fue entonces cuando aprend a desconfiar de todo el jaleo en torno al subconsciente. Creo que

    nunca he soado a base de smbolos, puesto que he visto siempre la cosa en s: pechos, caderas,ropa interior de mujer. En cuanto a esta ltima, tena un extrao sentido para nosotros, los chicos, enaquel tiempo. Recuerdo que, durante una clase, uno de nosotros fue a rastras por debajo de lashileras de bancos hasta el pupitre de la maestra con un nico propsito: mirar por debajo de suvestido para ver de qu color llevaba las bragas aquel da. Terminada la expedicin, anunci con undramtico murmullo al resto de la clase: Lila.

    En resumen, nuestras fantasas nos inquietaban muy poco, porque tenamos demasiadasrealidades que asumir. He dicho en otra parte que los rusos o, por lo menos, mi generacin no

    recurran nunca al psiquiatra. En primer lugar, hay pocos y, por otro lado, la psiquiatra es propiedaddel estado. Uno sabe que un historial psiquitrico no es cosa envidiable y que, en el momento msimpensado, se puede volver contra uno, pero sea por la razn que fuera, acostumbrbamosresolvernos los problemas y vigilar lo que ocurra en nuestra cabeza sin ayuda ajena. Eltotalitarismo tiene la ventaja de que indica al individuo una especie de jerarqua vertical propia, conla conciencia situada en el nivel ms alto. Estudiamos lo que ocurre dentro de nosotros, hacemosuna especie de informe a nuestra conciencia sobre nuestros instintos y nos castigamos nosotrosmismos. Cuando nos damos cuenta de que el castigo no es proporcional a la altura del cerdo quehemos descubierto dentro de nosotros, recurrimos al alcohol y perdemos el sentido con la bebida.

    Yo considero eficiente ese sistema, aparte de que cuesta menos dinero. No es que piense que larepresin es mejor que la libertad, sino que creo simplemente que el mecanismo de la represin estan innato en la psique humana como el mecanismo de la liberacin. Adems, considerarse un cerdodemuestra mayor humildad y, al fin y al cabo, es ms exacto que considerarse un ngel cado. Tengomotivos sobrados para pensarlo porque, en el pas donde pas treinta y dos aos de mi vida, eladulterio y la asistencia a las salas de cine constituyen las nicas formas de empresa libre. Ademsdel Arte.

    Pese a todo, me senta patritico. Era el patriotismo normal en un nio, un patriotismo con unintenso perfume militar. Admiraba los aeroplanos y los barcos de guerra y para m no haba nadams hermoso que la bandera amarilla y azul de las fuerzas areas, que pareca el casquete de un

    paracadas abierto, con una hlice en el centro. Me gustaban los aviones y hasta hace muy pocotiempo he seguido muy de cerca los avances de la aviacin, pero al llegar los cohetes perd el

    inters y el amor se convirti en nostalgia de las turbohlices. (S que no soy el nico: mi hijo denueve aos dijo una vez que, cuando fuera mayor, destruira todos los turborreactores y volvera aintroducir los biplanos.) En cuanto a la marina, como digno hijo de mi padre, a los catorce aossolicit la admisin en la academia de submarinismo. Aprob todos los exmenes pero, debido al

    prrafo quinto la nacionalidad, no fui admitido, y aquel amor irracional que senta por el abrigode marino, con su doble hilera de botones dorados, igual que una calle de noche iluminada por losfaroles, no fue correspondido.

    Me temo que los aspectos visuales de la vida siempre han tenido para m ms peso que elcontenido. Por ejemplo, me enamor de una fotografa de Samuel Beckett mucho antes de leer unasola lnea de sus escritos. En lo tocante a lo militar, las crceles me ahorraron el servicio, por lo que

    mi amor por los uniformes no pasara nunca de ser platnico. Desde mi punto de vista, la crcel esmucho mejor que el ejrcito. En primer lugar, en la crcel no hay nadie que te ensee que hay que

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    odiar a un distante y potencial enemigo. El enemigo que tienes en la crcel no es ningunaabstraccin, sino que es concreto y palpable. Mejor dicho, t eres siempre palpable para tu enemigo.Tal vez enemigo sea una palabra demasiado fuerte. En la crcel se enfrenta uno a un conceptosumamente domesticado de lo que es un enemigo, lo que convierte todo el asunto en algo terrenal ymortal. Despus de todo, mis guardianes o mis vecinos no se diferenciaban en nada de mis maestros

    ni de aquellos trabajadores que me humillaron durante mi aprendizaje en la fbrica.Mi odio era centro de gravedad; dicho en otras palabras, no se dispersaba en capitalismosextranjeros de parte alguna. No era odio siquiera. El maldito rasgo de comprensin que me haca

    perdonar a todo el mundo, y que haba nacido cuando yo estaba en la escuela, haba florecidoplenamente en la crcel. No creo que odiara siquiera a los agentes de la KGB encargados deinterrogarme: generalmente los absolva (es un intil, tiene una familia que alimentar, etc.). A losnicos que no justificaba en absoluto era a los que llevaban el pas, posiblemente porque no habatenido nunca contacto con ellos. En lo que se refiere a enemigos, el ms inmediato en una celda esla falta de espacio. La frmula de toda crcel es una falta de espacio equilibrada con un exceso detiempo. Esto es lo que te inquieta realmente, lo que te sientes incapaz de superar. La crcel es unaausencia de alternativas y la predictibilidad telescpica del futuro es lo que enloquece a quien la

    sufre. Pese a todo, sigue siendo infinitamente mejor que la solemnidad con que el ejrcito ataca a lagente situada al otro extremo del globo, o ms cerca.

    El servicio en el ejrcito sovitico dura de tres a cuatro aos y nunca me he encontrado a nadiecuya psique no hubiera quedado mutilada como resultado de la camisa de fuerza mental impuesta

    por la obediencia, a excepcin, quiz, de los msicos que tocan en las bandas militares y de dosconocidos lejanos que se pegaron un tiro en 1956, en Hungra, donde desempeaban la funcin de

    jefes de tanque. Es el ejrcito el que acaba haciendo de ti un ciudadano; sin l todava te queda laposibilidad, por remota que sea, de seguir siendo un ser humano. Si hay razones para que meenorgullezca de mi pasado se basan en que me convert en presidiario, no en soldado. Si me perd la

    jerga militar que era lo que ms me preocupaba, fui generosamente reembolsado con el argotcriminal.

    Con todo, los barcos de guerra y los aviones eran bellos y cada ao su nmero iba en aumento.En 1945, las calles se llenaron de camiones y jeeps Studebekker con una estrella blanca en las

    puertas y en el cap: material americano que habamos obtenido en prstamo y arriendo. En 1972vendamos urbi et orbi este tipo de cosas. Si durante este perodo el nivel de vida aument de un 15a un 20 por ciento, el aumento en la produccin de armas podra expresarse en decenas de millares

    por ciento, aumento que seguir creciendo, puesto que es la nica cosa real que tenemos en ese pas,el nico campo tangible para avanzar, y tambin porque la extorsin militar, es decir, el aumentoconstante en la produccin de armamento, perfectamente tolerable dentro del marco totalitario,

    puede debilitar la economa de cualquier adversario democrtico que trate de mantener unequilibrio. La acumulacin militar no es ninguna locura, sino que es la mejor arma de que uno

    dispone para condicionar la economa del adversario, cosa de la que se han dado perfecta cuenta enel Kremlin. Cualquiera que tuviera como objetivo el dominio del mundo hara lo mismo. Las al-ternativas son impracticables (competicin de tipo econmico) o demasiado alarmantes (el uso realde dispositivos militares).

    Por otra parte, el ejrcito corresponde a la idea que un campesino se hace del orden. No hay nadatan tranquilizador para un hombre medio como la imagen de los soldados desfilando ante losmiembros del Politbur, de pie en lo alto del Mausoleo. Supongo que nunca le ha pasado por lacabeza a nadie que hay un cierto matiz de blasfemia en eso de permanecer de pie sobre la tumba deuna reliquia sagrada. La idea, supongo, es la de un continuum, y lo triste de esas figuras que estnen lo alto del Mausoleo es que realmente se unen a la momia en el desafo del tiempo. O se las veen vivo por televisin o en fotografas de mala calidad, reproducidas por millones, en los peridicos

    oficiales. Como los antiguos romanos, que se relacionaban con el centro del Imperio haciendo quela va principal de sus colonias discurriera siempre de norte a sur, los rusos mantienen la estabilidad

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    y el carcter previsible de su existencia a travs de estas fotografas.

    Cuando trabajaba en la fbrica, almorzbamos en el patio; unos se sentaban y desenvolvan losbocadillos, otros fumaban o jugaban a voleibol. Haba all un pequeo parterre de flores, rodeadopor una valla de madera de tipo corriente: una hilera de palos de medio metro de altura, separados

    por espacios de cinco centmetros y unidos por un listn del mismo material, todo pintado de verde.La valla estaba cubierta de polvo y holln, al igual que las flores encogidas y marchitas del parterrecuadrado. Dondequiera que uno fuera dentro de aquel imperio, encontrara siempre aquella mismavalla. Est prefabricada, pero, aun en el caso de que la gente tuviera que construirla con sus manos,tambin seguira el modelo prescrito. Cierta vez fui al Asia Central, a Samarcanda, donde me sentenardecido por las cpulas turquesa y los enigmticos ornamentos de las madrasas y los minaretes.Todo estaba all, pero de pronto vi aquella valla, con su ritmo idiota, y sent que mi corazn seencoga y que el Oriente se desvaneca. La reiteracin a pequea escala, como si de un peine setratara, de aquellos finos palitos aniquil inmediatamente el espacio al igual que el tiempoexistente entre el patio de la fbrica y la antigua sede de Kubilai Jan.

    No hay nada ms alejado de esos palos que la naturaleza, cuyo verdor imitan estpidamente con

    su pintura. Esos palitos, el hierro gubernamental de las barandillas, el caqui inevitable de losuniformes militares en todas las multitudes que pasan por todas las calles de todas las ciudades, laseternas fotografas de las fundiciones de acero en todos los peridicos de la maana y el eternoChaikovski por la radio son cosas que enloqueceran a cualquiera si no aprendiera los mecanismosde desconexin. En la televisin sovitica no hay publicidad, hay fotografas de Lenin o lasllamadas foto-estudio de la primavera, el otoo, etc., en los intervalos entre programas, apartedel burbujeo de una msica ligera que no tiene compositor y que es producto del propioamplificador.

    En aquel tiempo no saba todava que todo esto era fruto de la edad de la razn y del progreso, dela era de la produccin masiva, y lo atribua al estado y en parte a la propia nacin, tenidos por algoque no exige imaginacin. De todos modos, creo que no estaba del todo equivocado. No deberaser ms fcil ejercer y distribuir la cultura en un estado centralizado? Tericamente, un gobernantetiene ms acceso a la perfeccin (que en cualquier caso reclama) que un diputado. Rousseau de-fenda ese punto de vista. Lstima que no hubiera trabajado en Rusia! Ese pas, con su lenguamagnficamente declinada, capaz de expresar los matices ms sutiles de la psique humana, con unaincreble sensibilidad tica (fruto positivo de su historia, por otra parte trgica), tena todos losingredientes de un paraso cultural y espiritual, un autntico receptculo de civilizacin. En lugar deello, se ha convertido en un infierno de monotona, con un dogma materialista y ruin y de patticosaspirantes a consumidores.

    Sin embargo, mi generacin se libr en cierto modo de ese tipo de cosas. Nosotros salimos de

    debajo de los escombros de la posguerra cuando el estado estaba demasiado atareado, ponindoseparches en la piel, para ocuparse de nosotros. Ingresamos en la escuela y, por muy excelsa quequisiera ser la basura que all se nos enseaba, el sufrimiento y la pobreza eran visibles a nuestroalrededor. No se puede tapar la ruina con una pgina de Pravda. Las ventanas vacas nos miraban,atnitas, como rbitas de crneos y, pese a ser unos nios, palpbamos la tragedia. Ciertamente queno podamos establecer una relacin entre nosotros y las ruinas, pero no era necesario: eran lo

    bastante evidentes como para cortarnos la risa. Despus reanudaramos las risas, de maneraabsolutamente estpida..., y todava habra otra reanudacin. En aquellos aos de posguerrasentamos una extraa intensidad en el aire, algo inmaterial, casi fantasmal. ramos jvenes, ramosnios. Disponamos de muy pocas cosas, pero como no habamos conocido nada ms, no nosimportaba. Las bicicletas eran viejas, databan de antes de la guerra, y si alguno tena una pelota de

    ftbol era considerado un burgus. Las chaquetas y la ropa interior que llevbamos haban sidoconfeccionadas por nuestras madres con los uniformes y los calzoncillos remendados de nuestros

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    padres: mutis de Sigmund Freud. Debido a esto, no conocamos el sentido de la posesin. Y lascosas que posemos despus estaban mal hechas y eran feas. En cierto modo, preferamos las ideasde las cosas a las cosas mismas, pese a que no nos gustaba lo que veamos en el espejo cuando nosmirbamos en l.

    No tuvimos nunca una habitacin propia para atraer hasta ella a las chicas, y las chicas con las

    que bamos tampoco tenan habitacin propia. Nuestras relaciones amorosas se reducanprincipalmente a pasear o a hablar; tendramos que pagar una suma astronmica si nos cobraran loskilmetros recorridos. Viejos almacenes, terraplenes junto al ro en los barrios industriales, bancosdesapacibles en hmedos parques, fras entradas de edificios oficiales... ste fue el teln de fondohabitual de nuestros primeros arrobamientos neumticos. No tuvimos nunca lo que se ha dado enllamar estmulos materiales. En cuanto a los ideolgicos, habran sido cosa de risa hasta paranios de parvulario. Si alguien se venda, no era para comprar cosas o comodidades, puesto que nolas haba, sino que se venda obedeciendo a un deseo ntimo y esto era algo que saba. No habamercancas y la demanda era total.

    Si tombamos opciones ticas, no estaban basadas tanto en la realidad inmediata como en unasnormas morales derivadas de la literatura. ramos vidos lectores y establecamos una dependencia

    con lo que leamos. Los libros, tal vez por su elemento formal de irrevocabilidad, ejercan sobrenosotros un poder absoluto. Dickens era ms real que Stalin o que Beria. Ms que ninguna otracosa, las novelas afectaban nuestras formas de conducta y nuestras conversaciones, aparte de que elnoventa por ciento de nuestras conversaciones giraban alrededor de novelas. Haba acabado porconvertirse en un crculo vicioso, pero no queramos salir de l.

    En lo tocante a su tica, esta generacin se cuenta entre las ms librescas de la historia de Rusiay hay que dar gracias a Dios por ello. Poda romperse una relacin para siempre como resultado deunas preferencias por Hemingway sobre Faulkner. La jerarqua de ese panten era nuestroverdadero Comit Central. Empez como una acumulacin corriente de conocimientos, pero muy

    pronto pas a convertirse en nuestra ocupacin ms importante, a la que poda sacrificarse cualquiercosa. Los libros se convirtieron en la primera y nica realidad, en tanto que la realidad era vistacomo una necedad o como un fastidio. Comparados con otros, estbamos malgastando o torciendonuestras vidas de manera ostensible, pero habamos llegado a la conclusin de que la existencia queignora las normas planteadas en la literatura es inferior e indigna del esfuerzo de vivirla. As es quenosotros pensbamos y yo pienso que estbamos en lo cierto.

    La preferencia instintiva era leer antes que actuar. No es de extraar que nuestras vidas realesfueran ms o menos un lo. Incluso aquellos de entre nosotros que supieron abrirse paso a travs delespeso bosque de la educacin superior, con toda su inevitable coba verbal y de otro tipo alsistema, finalmente cayeron vctimas de escrpulos impuestos por la literatura y no pudieron seguiradelante. Todos terminamos haciendo trabajos rarsimos, rastreros o editoriales o... cosas estpidas,como grabar inscripciones en lpidas funerarias, hacer copias de planos, traducir textos tcnicos,

    llevar contabilidades, encuadernar libros, revelar placas de rayos X. De vez en cuando aparecamosinesperadamente en la puerta de la casa de un compaero, con una botella en una mano y pasteles oflores o comida en la otra, y pasbamos la velada charlando, cotilleando, quejndonos de laimbecilidad de los funcionarios que vivan ms arriba, haciendo cbalas sobre quin de nosotrosmorira primero. Y al llegar aqu tengo que abandonar ya el pronombre nosotros.

    Nadie conoca la literatura y la historia mejor que esas gentes, nadie escriba en ruso mejor queellos, nadie despreciaba ms profundamente nuestra poca. Para esas personas la civilizacin eraalgo ms que el pan de cada da y un abrazo por la noche. No era sta, como pudiera parecer, otrageneracin perdida, sino la nica generacin de rusos que se haba encontrado a s misma, y paraella Giotto y Mandelstam eran ms imperativos que los destinos de sus individuos. Pobremente

    vestidos pero en cierto modo elegantes, revueltos por las manos silenciosas de sus amos msinmediatos, huyendo como conejos de los ubicuos galgos del estado y de sus zorros, ms ubicuos

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    an, destrozados, cada da ms viejos, seguan alimentando su amor hacia esa cosa que no exista (oque exista nicamente en sus cabezas, de da en da ms calvas) llamada civilizacin. Amputadossin remedio del resto del mundo, crean que aquel mundo, por lo menos, era como ellos mismos;ahora saben que es como los dems, pero que va mejor vestido. Mientras escribo todo esto, cierrolos ojos y casi me parece verlos en sus desmanteladas cocinas, con un vaso en la mano, haciendo

    irnicas muecas.Eso, eso... dicen con forzada sonrisa,Libert, Egalit, Fraternit... Por qu no hay nadieque aada Cultura?

    Me parece que la memoria viene a ser un sustituto del rabo que perdimos para siempre durante elfeliz proceso de la evolucin. Dirige nuestros movimientos, nuestras migraciones incluso. Dejandoaparte este aspecto, en el mismo proceso de rememorar hay algo que es claramente atvico, aunqueslo sea porque ese proceso no es nunca lineal. Adems, cuantas ms cosas recuerda uno, ms cercaest de la muerte.

    De ser as, es bueno que la memoria tropiece. Sin embargo, las ms de las veces se retuerce,vuelve a enroscarse, divaga en todas direcciones, exactamente como el rabo; y as tiene que ser

    tambin la narracin que uno escribe, so pena de resultar inconsecuente y aburrida. Despus detodo, el aburrimiento es el rasgo ms frecuente de la existencia, y uno se pregunta por qu prospertan poco en la prosa del siglo diecinueve, que luch tanto por ser realista.

    Pero pese a que un escritor est perfectamente equipado para imitar sobre el papel lasfluctuaciones ms sutiles de la mente, el esfuerzo para reproducir el rabo en todo su esplendorespiral sigue condenado al fracaso, puesto que por algo existi la evolucin. La perspectiva de losaos endereza las cosas hasta el punto de la extincin completa y no hay nada que pueda hacerlasregresar, ni siquiera las palabras caligrafiadas con letras de lo ms retorcido. Este esfuerzo todavaest ms condenado si resulta que el rabo se queda rezagado en algn lugar de Rusia.

    Sin embargo, si la palabra impresa no fuera ms que una indicacin del olvido, todo seraperfecto, pero la triste verdad es que las palabras tampoco reproducen la realidad. Yo, por lo menos,siempre he tenido la sensacin de que toda experiencia procedente del reino de Rusia, inclusocuando es descrita con precisin fotogrfica, no hace sino rebotar sobre la lengua inglesa sin dejarmarca visible en su superficie. Por supuesto que la memoria de una civilizacin no puede, o quizno debiera, convertirse en memoria de otra. Pero cuando la lengua no es capaz de reproducir lasrealidades negativas de otra cultura, el hecho da lugar a tautologas de la peor especie.

    La historia, qu duda cabe, est sujeta a repetirse; despus de todo, al igual que los hombres, notiene muchas opciones. Pero por lo menos a uno debera quedarle el consuelo de ser consciente deaquello que lo ha convertido en vctima al tratar de la peculiar semntica predominante en un reinoextranjero como Rusia. Uno queda modelado por sus propios hbitos conceptuales y analticos, esdecir, sirvindose de la lengua para hacer la diseccin de la experiencia y despojando con ello a la

    mente de los beneficios de la intuicin, puesto que, pese a su belleza, un concepto preciso significasiempre una reduccin del sentido, un recorte de cabos sueltos, mientras que los cabos sueltos sonlo que ms cuenta en el mundo del fenmeno, debido a que se entretejen.

    Esas palabras dan testimonio de que estoy muy lejos de acusar de insuficiencia a la lenguainglesa, del mismo modo que tampoco lamento el estado de letargo en que se encuentra la psique desus habitantes nativos. Lo que lamento simplemente es el hecho de que un concepto tan avanzadodel mal como el que resulta estar en posesin de los rusos haya tenido vedada la entrada en laconciencia amparndose en el hecho de tener una sintaxis complicada. No s cuntos habr de entrenosotros que recuerden a un malo dotado de un lenguaje llano que cruza el umbral con estas

    palabras:Hola, qu tal, soy el malo! Cmo estis?

    Pero, de todas maneras, si todo esto tiene un aire elegiaco, se debe ms al gnero de la pieza quea su contenido, por lo que la ira sera ms apropiada. Por supuesto que ni una cosa ni otra

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    transmiten el sentido del pasado, pero por lo menos la elega crea una nueva realidad. Poco importalo elaborada que pueda ser la estructura que uno pueda concebir para agarrarse a su propio rabo,

    puesto que acabar con la red llena de pescado, pero sin agua. Ello har que se balancee la barca yle causar mareo, o lo forzar a recurrir al tono elegiaco. O bien a arrojar el pescado por la borda.

    rase una vez un nio que viva en el pas ms injusto de la tierra, gobernado por criaturas que,juzgadas de acuerdo con los cnones humanos, deban ser consideradas como seres degenerados.Pero no fueron tenidas por tales.

    Y haba una ciudad, la ciudad ms hermosa de la tierra, con un ro gris inmenso que discurrahacia distantes llanuras, como el inmenso cielo gris que cubra aquel ro. A orillas de aquel ro habamagnficos palacios con fachadas tan bellamente elaboradas que, si el nio se quedaba en la orilladerecha, la izquierda se le antojaba la estampa de un gigantesco molusco llamado civilizacin. Queya no existe.

    Por la maana muy temprano, cuando el cielo todava estaba tachonado de estrellas, el nio selevantaba y, despus de tomarse una taza de t y un huevo, acompaados por la voz de la radio queanunciaba un nuevo avance en la fundicin de acero, a lo que segua la voz del coro del ejrcito

    cantando un himno al Jefe cuyo retrato estaba clavado en la pared, sobre la cabecera de la cama delnio, todava caliente, echaba a correr por el malecn de granito, cubierto de nieve, camino de la es-cuela.

    El amplio ro, blanco y helado, era como una lengua de tierra a la que se hubiera impuestosilencio, mientras el gran puente se arqueaba sobre el cielo azul como un paladar de hierro. Si elnio dispona de dos minutos sobrantes, se deslizaba sobre el hielo y daba veinte o treinta pasoshasta el centro mientras iba pensando qu hacan los peces bajo aquella gruesa capa de hielo.Despus se paraba, daba una vuelta de 180 grados y echaba a correr, sin volver a detenerse, hasta laentrada de la escuela. Irrumpa en el vestbulo, arrojaba la chaqueta y el gorro en la percha y volaba

    por las escaleras hasta la clase.La clase es grande, con tres hileras de pupitres, un retrato del Jefe en la pared detrs de la silla

    del maestro y un mapa con dos hemisferios, de los que slo uno es legal. El nio toma asiento, abrela cartera, deja la pluma y la libreta sobre el pupitre, levanta los ojos y se dispone a escuchar

    bobadas.(1976)

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    GUIA PARA UNA CIUDAD REBAUTIZADA

    Poseer el mundo en forma de imgenes es,

    precisamente, reexperimentar la irrealidad

    y la lejana de lo real.

    Susan Sontag, Sobre la fotografa

    DELANTE de la estacin de Finlandia, una de las cinco terminales ferroviarias a travs de lascuales puede el viajero entrar en esta ciudad o salir de ella, en la misma orilla del ro Neva, se alzaun monumento a un hombre cuyo nombre ostenta actualmente la ciudad. En realidad, toda estacinde Leningrado tiene un monumento a este hombre, ya se trate de una estatua de tamao naturalfrente al edificio o de un busto imponente dentro de l. Pero el monumento ante la estacin deFinlandia es nico. No es la estatua en s lo que aqu importa, puesto que el camarada Lenin ha sidoreproducido al modo usual, casi romntico, con la mano alzada y supuestamente dirigindose a lasmasas; lo que importa es el pedestal, pues el camarada Lenin pronuncia su discurso de pie sobre unvehculo blindado. Pertenece al estilo del constructivismo primerizo, tan popular hoy en Occidente,y en general la misma idea de tallar en piedra un coche blindado denota una cierta aceleracin

    psicolgica, un escultor un tanto adelantado respecto a su tiempo. Que yo sepa, ste es el nicomonumento existente en el mundo dedicado a un hombre sobre un coche blindado. Slo por este

    aspecto, es un smbolo de una nueva sociedad. A la antigua sociedad se la sola representar a travsde hombres montados a caballo.Y muy apropiadamente, unos tres kilmetros ro abajo, en la orilla opuesta, hay un monumento a

    un hombre cuyo nombre ostent esta ciudad desde el da de su fundacin: un monumento a Pedro elGrande. Se le conoce universalmente como el Jinete de Bronce y su inmovilidad slo puede

    parangonarse con la frecuencia con la que ha sido fotografiado. Es un monumento impresionante,de unos seis metros de altura, la mejor obra de tienne-Maurice Falconnet, el cual fue recomendadoa la vez por Diderot y Voltaire a Catalina la Grande, su patrocinadora. Sobre la enorme rocagrantica arrastrada hasta aqu desde el Istmo de Carelia, Pedro el Grande se cierne en lo alto,refrenando con la mano izquierda el caballo que se encabrita y que simboliza a Rusia, yextendiendo la diestra hacia el norte.

    Puesto que ambos hombres son responsables del nombre del lugar, resulta tentador comparar, nosus monumentos por s solos, sino tambin su entorno inmediato. A su izquierda, el hombre sobre elvehculo blindado posee la estructura casi clasicista del Comit del Partido local y de las tristementeclebres Cruces, la mayor penitenciara de Rusia. A su derecha se encuentra la Academia deArtillera, y, si uno sigue la direccin que seala su mano, el edificio posrevolucionario ms alto enla orilla izquierda del ro: la sede de la KGB de Leningrado. En cuanto al Jinete de Bronce, tambinste tiene una institucin militar a su derecha: el Almirantazgo; a su izquierda, sin embargo, seencuentra el Senado, hoy Archivo Histrico del Estado, y su mano apunta, a travs del ro, hacia laUniversidad que l construy y donde ms tarde el hombre del coche blindado recibi parte de sueducacin.

    Por lo tanto, esta ciudad, con sus doscientos setenta y cinco aos a cuestas, tiene dos nombres, el

    de soltera y un apodo, y en general sus habitantes tienden a no utilizar ninguno de ellos. Cuando setrata de su correspondencia o de sus documentos de identidad, escriben, desde luego, Leningrado,

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    pero en una conversacin normal prefieren llamarla simplemente Peter. Esta preferencia por unnombre muy poco tiene que ver con la poltica; lo cierto es que tanto Leningrado comoPetersburgo resultan un tanto farragosos fonticamente, y, por otra parte, a la gente le agradaadjudicar un apodo a sus hbitats... es un grado ms avanzado de domesticacin. Desde luego,Lenin no le va, aunque slo sea porque se trataba del apellido del hombre (adems de un apodo),

    en tanto que Peter parece ser la opcin ms natural. Por una parte, a la ciudad ya se la ha llamadoas durante un par de siglos y, por otra, la presencia del espritu de Pedro I es en ella todava muchoms palpable que el sabor de la nueva poca. Adems, puesto que el verdadero nombre delemperador en ruso es Piotr, Petera sugiere un cierto matiz extranjero y suena bien, ya que en laatmsfera de la ciudad existe un algo claramente extranjero y alienante: sus edificios de aspectoeuropeo, tal vez su misma ubicacin, en el delta de ese ro norteo que desemboca en un marabierto y hostil. En otras palabras, en el borde de un mundo tan familiar.

    Rusia es un pas muy continental; su masa terrestre constituye una sexta parte del firmamentomundial. La idea de construir una ciudad al borde de la tierra, y para colmo proclamarla comocapital de la nacin, fue considerada por los contemporneos de Pedro I como desdichada, por decirlo mnimo. El mundo uterino y claustrofbico, y tradicional en lo idiosincrtico, de la Rusia

    propiamente dicha tiritaba bajo el viento fro y penetrante del Bltico. La oposicin a las reformasde Pedro fue formidable, sobre todo porque las tierras del delta del Neva eran verdaderamenteadversas. Eran tierras bajas y marismas, y para construir sobre ellas era necesario reforzar el suelo.Haba abundancia de madera en los alrededores, pero no voluntarios para cortarla, y mucho menos

    para clavar los pilares en el suelo.Pero Pedro I tena una visin de la ciudad, y de algo ms que la ciudad, pues l vea a Rusia con

    su rostro vuelto hacia el mundo. En el contexto de su poca, esto quera decir hacia Occidente, y laciudad estaba destinada a convertirse como dijo un escritor europeo que visit entonces Rusiaen una ventana hacia Europa. En realidad, Pedro quera una puerta, y la quera entreabierta. Adiferencia de sus antecesores y tambin de sus sucesores en el trono de Rusia, ese monarca, con suestatura de un metro noventa y cinco, no padeca la tradicional dolencia rusa: un complejo deinferioridad respecto a Europa. l no quera imitar a Europa: quera que Rusia fuese Europa, talcomo l era, al menos en parte, un europeo. Desde su infancia, muchos de sus ntimos amigos ycompaeros, as como los principales enemigos con los que guerreaba, eran europeos, y haba

    pasado ms de un ao trabajando, viajando y literalmente viviendo en Europa, a la que despusvisitara con frecuencia. Para l, Occidente no era tierra incgnita. Hombre de mente sobria, aunquetremendamente inclinado a la bebida, contemplaba cada pas en el que haba puesto el pie incluido el suyo como una mera continuacin del espacio. En cierto modo, la geografa era paral mucho ms real que la historia, y sus direcciones predilectas eran el norte y el oeste.

    En general, estaba enamorado del espacio, y del mar en particular. Quera que Rusia poseyerauna marina de guerra, y con sus propias manos ese zar carpintero, como le llamaban sus

    contemporneos, construy su primera embarcacin (que hoy se exhibe en el Museo de la Marina),empleando los conocimientos que haba adquirido mientras trabajaba en los astilleros holandeses ybritnicos. Por consiguiente, su visin de esta ciudad era bastante particular. El quera que fuese unpuerto para la marina rusa, una fortaleza contra los suecos, que durante siglos haban asediado esascostas, y el baluarte septentrional de su nacin. Al propio tiempo, pensaba en que esta ciudadllegara a convertirse en el centro espiritual de la nueva Rusia: el centro de la razn, de las ciencias,de la educacin y de los conocimientos. Para l, stos eran los elementos de la visin y los objetivosconscientes, no los productos secundarios del impulso militar de las pocas subsiguientes.

    Cuando un visionario es al mismo tiempo emperador, acta de una manera implacable. Losmtodos a los que recurri Pedro I, para llevar a cabo su proyecto, podran definirse, en el mejor delos casos, como un reclutamiento obligatorio. Aplic impuestos a todo y a todos con tal de obligar a

    sus sbditos a luchar con la tierra. Durante el reinado de Pedro, un sbdito de la corona rusa tenauna opcin ms que limitada entre incorporarse al ejrcito o ser enviado a construir San

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    Petersburgo, y es difcil decir cul de las dos alternativas era peor. Decenas de millares de hombresencontraron un final annimo en las marismas del delta del Neva, cuyas islas gozaban de unareputacin similar a la de un gulag actual. Con la excepcin de que, en el siglo XVIII, uno saba loque estaba construyendo y tena adems la posibilidad de recibir al final los ltimos sacramentos ytener una cruz de madera sobre su tumba.

    Quiz Pedro no tuviera otra manera de asegurar la ejecucin de su proyecto. Con la excepcin delas guerras, hasta su reinado Rusia apenas haba conocido la centralizacin y nunca haba actuadocomo una entidad todopoderosa. La coercin universal ejercida por el futuro Jinete de Bronce paracompletar su proyecto uni a la nacin por primera vez y origin el totalitarismo ruso, cuyos frutosno saben mejor de lo que saban sus semillas. La masa haba invitado a una solucin masiva, y ni

    por su educacin ni por la propia historia de Rusia estaba Pedro preparado para otra cosa. Trataba alpueblo exactamente como trataba a la tierra donde se alzara su futura capital. Carpintero ynavegante, este gobernante reglamentador utiliz un solo instrumento para disear su ciudad: unaregla. El espacio que se extenda ante l era totalmente plano, horizontal, y no le faltaban razones

    para tratarlo como un mapa, donde una lnea recta basta. Si algo se curva en esta ciudad, ello no sedebe a una planificacin especfica, sino a que l era un dibujante torpe cuyo dedo se escapaba a

    veces del borde de la regla, y el lpiz segua este desliz. Y lo mismo hacan sus aterrorizadossubordinados.

    En realidad, la ciudad descansa sobre los huesos de sus constructores, tanto como sobre lospilares de madera que stos clavaron en el suelo. Lo mismo ocurre, hasta cierto punto, en gran partedel Viejo Mundo, pero la historia sabe poner a buen recaudo los recuerdos desagradables. Ocurreque San Petersburgo es demasiado joven para albergar mitologas, y cada vez que se produce undesastre natural o premeditado, cabe detectar entre la multitud una cara plida, algo demacrada,carente de edad y con unos ojos hundidos, blancos y de mirada fija, y or en un murmullo: Osdigo que este lugar est maldito!. Uno se estremece, pero momentos despus, al tratar de echarotra ojeada al que ha hablado, el rostro ha desaparecido. En vano los ojos recorren el lento curso delas multitudes y el trfico que fluye trabajosamente a su lado, pues nada se ve, excepto losindiferentes transentes y, a travs del velo oblicuo de la lluvia, los rasgos magnficos de losgrandes edificios imperiales. La geometra de las perspectivas arquitectnicas de esta ciudad es

    perfecta para perder las cosas definitivamente.Pero, en conjunto, el sentimiento de una naturaleza que regrese un da para reclamar su

    propiedad usurpada, cedida una vez ante el asalto humano, tiene aqu su lgica. Procede del largohistorial de inundaciones que han asolado esta ciudad, de la proximidad fsica, palpable, de laciudad respecto al mar. Aunque el trastorno nunca llegue ms all de un Neva que se desprende desu grantica camisa de fuerza, la mera visin de aquellos enormes y plomizos nubarrones que,

    procedentes del Bltico, se abalanzan sobre la ciudad, hace que sus habitantes tiemblen con unasansiedades que, por otra parte, siempre estn presentes. A veces, sobre todo a fines del otoo, este

    clima, con sus vientos hmedos, sus lluvias a cntaros y el Neva que desborda su cauce, durasemanas. Aunque nada cambie, el mero factor tiempo obliga a pensar que la situacin est em-peorando. En tales das, uno recuerda que no hay diques alrededor de la ciudad y que uno seencuentra literalmente rodeado por esa quinta columna de canales y tributarios; que uno vive

    prcticamente en una isla, una de las 101 existentes; que uno vio en aquella pelcula o fue en unsueo? aquella ola gigantesca que..., un largo etctera, y entonces uno pone la radio para or lasiguiente previsin meteorolgica. Y sta suele ser positiva y optimista.

    Pero el motivo principal de este sentimiento es el propio mar. Curiosamente, pese a todo elpodero naval amasado hoy por Rusia, la idea del mar todava le resulta ms bien extraa a lapoblacin en general. Tanto el folklore como la propaganda oficial tratan este tema de un modoromntico, vago aunque positivo. Para la persona corriente, el mar se asocia sobre todo con el Mar

    Negro, las vacaciones, el sur, centros tursticos, y tal vez palmeras. Los eptetos ms frecuentes quese encuentran en canciones y poemas son amplio, azul y bello. A veces se oye un

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    alborotado, pero esto no afecta al resto del contexto. Las nociones de libertad, de espacio abierto,de largarse de aqu, son instintivamente suprimidas y por consiguiente afloran en las formasinversas de miedo al agua y miedo a ahogarse. En este aspecto por s solo, la ciudad situada en eldelta del Neva es un reto para la psique nacional y con justicia lleva el nombre de extranjera en su

    patria, que le adjudic Nikolai Gogol. Si no un extranjero, s por lo menos un marino. En cierto

    modo, Pedro I consigui su objetivo, pues esta ciudad se convirti en un puerto, y no slo en elaspecto literal, sino tambin metafsicamente. No hay ningn otro lugar en Rusia donde lospensamientos se alejen tan libremente de la realidad, y con la aparicin de San Petersburgo se inicila existencia de la literatura rusa.

    Por cierto que pueda ser que Pedro planeara tener una nueva Amsterdam, el resultado tiene tanpoco en comn con esta ciudad holandesa como pueda tenerlo su ex homnima a orillas delHudson. Pero lo que, en la ltima, escal las alturas, en la primera se extendi horizontalmente,aunque el programa fuera el mismo. Y es que, por s sola, la anchura del ro exiga una escalaarquitectnica diferente.

    En las pocas posteriores a la de Pedro se empezaron a construir, no edificios separados, sinoconjuntos arquitectnicos completos o, para ser ms precisos, paisajes arquitectnicos. Intacta hasta

    entonces en lo referente a estilos de arquitectura europeos, Rusia abri las compuertas y el barrocoy el clasicismo irrumpieron e inundaron las calles y los terraplenes de San Petersburgo. Se alzaron,

    parecidos a tubos de rgano, bosques de altas columnas que flanquearon ad infinitum las fachadasde los palacios en un triunfo euclidiano de kilmetros de longitud. Durante la segunda mitad delsiglo XVIII y el primer cuarto del XIX, esta ciudad se convirti en un autntico safari para losmejores arquitectos, escultores y decoradores italianos y franceses. Al adquirir su aspecto imperial,la ciudad se mostr escrupulosa hasta en el ltimo detalle, y el revestimiento de granito de ros ycanales, y las elaboradas caractersticas de cada voluta en sus verjas de hierro forjado, hablan por smismos. Lo mismo cabe decir acerca de la decoracin de los aposentos interiores en los palacios ylas residencias campestres de la familia del zar y de la nobleza, una decoracin cuya variedad yexquisitez lindan en la obscenidad. Y no obstante, tomaran lo que tomasen los arquitectos como

    patrn en su trabajo Versalles, Fontainebleau, etctera, el resultado siempre erainconfundiblemente ruso, porque lo que dictaba al constructor lo que poner en otra ala, y con questilo deba hacerse, era ms la superabundancia de espacio que la voluntad caprichosa de sucliente, a menudo ignorante pero inmensamente rico. Cuando se contempla el panorama del Nevaabrindose desde el bastin Trubetzkoy en la fortaleza de Pedro y Pablo, la Gran Cascada junto algolfo de Finlandia, se tiene la extraa sensacin de que no es Rusia tratando de ponerse a la alturade la civilizacin europea lo que all hace acto de presencia, sino una proyeccin ampliada de sta atravs de una linterna mgica y sobre una enorme pantalla de espacio y aguas.

    En ltimo anlisis, el rpido crecimiento de la ciudad y de su esplendor debera ser atribuido enprimer lugar a la presencia ubicua del agua. Los veinte kilmetros del Neva ramificndose en pleno

    centro de la ciudad, con sus veinticinco canales serpenteantes, grandes y pequeos, proporcionan aesta ciudad tal cantidad de espejos que el narcisismo resulta inevitable. Reflejada a cada segundopor miles de palmos cuadrados de amalgama de plata lquida, es como si la ciudad fuese filmadaconstantemente por su ro, que descarga su caudal en el golfo de Finlandia, el cual, en un dasoleado, parece un depsito de estas imgenes cegadoras. No es extrao que a veces esta ciudad dla impresin de ser egosta, preocupada tan slo por su propio aspecto. Es verdad que en taleslugares se presta ms atencin a las fachadas que a las caras, pero la piedra es incapaz de procrear.La inagotable y enloquecedora multiplicacin de todas estas pilastras, columnatas y prticos sugierela naturaleza de este narcisismo urbano, sugiere la posibilidad de que, al menos en el mundoinanimado, el agua puede ser considerada como una forma condensada del tiempo.

    Pero tal vez ms que en sus canales y ros, esta extremadamente premeditada ciudad, como la

    calific Dostoievski, se ha visto reflejada en la literatura de Rusia, pues el agua slo puede hablarde superficies, y adems superficies expuestas. La descripcin del interior, tanto real como mental,

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    de la ciudad, de su impacto en las gentes y en su mundo interno, se convirti en el tema principal dela literatura rusa casi desde el da de la fundacin de esta urbe. Tcnicamente hablando, la literaturarusa naci en ella, a orillas del Neva. Si, como suele decirse, todos los escritores rusos salieron de

    El capote de Gogol, vale la pena recordar que este capote fue arrebatado de los hombros de aquelpobre funcionario nada menos que en San Petersburgo, muy al principio del siglo XIX. El tono, sin

    embargo, fue fijado porEl jinete de bronce de Pushkin, cuyo protagonista, un escribiente decualquier departamento, despus de perder a su amada en una inundacin, acusa a la estatuaecuestre del emperador de negligencia (no hay diques) y enloquece cuando ve al enfurecido Pedro,

    jinete en su caballo, saltar del pedestal y lanzarse en su persecucin para aplastarlo bajo sus cascos,por insolente. (Esto podra ser, desde luego, un simple cuento sobre la rebelin de un hombrecillocontra el poder arbitrario, o acerca de la mana persecutoria, subconsciente contra superego, y assucesivamente, de no ser por la magnificencia de los versos, los mejores nunca escritos en alabanzade esta ciudad, con la excepcin de los de Osip Mandelstam, que fue literalmente estigmatizado enel territorio del imperio un siglo despus de que Pushkin muriera en un duelo.)

    Sea como fuere, a principios del siglo XIX San Petersburgo era ya la capital de las letras rusas,hecho que bien poco tena que ver con la presencia all de la corte. Al fin y al cabo, la corte se aloj

    en Mosc durante siglos y, a pesar de ello, casi nada sali de all. El motivo de esta sbita explosinde poder creativo fue, tambin, y sobre todo, geogrfico. En el contexto de la vida rusa en aquellostiempos, la aparicin de San Petersburgo fue similar al descubrimiento del Nuevo Mundo, puesofreci a los pensadores de la poca una oportunidad para mirarse a s mismos y a la nacin como silo hicieran desde el exterior. En otras palabras, esta ciudad les brind la posibilidad de objetivar el

    pas. La nocin de que la crtica es ms vlida cuando es efectuada desde fuera todava hoy goza deconsiderable popularidad. Entonces, realzada por el carcter utpico alternativo al menosvisualmente de la ciudad, instil en aquellos que eran los primeros en tomar la pluma elsentimiento de la casi incuestionable autoridad de sus manifestaciones. Si es cierto que cada escritordebe distanciarse de su experiencia para ser capaz de comentarla, entonces la ciudad, al prestar esteservicio alienante, les ahorr el viaje.

    Procedentes de la nobleza, de familias terratenientes o del clero, todos estos escritorespertenecan, utilizando una estratificacin econmica, a la clase media, la clase que es casi la nicaresponsable de la existencia de literatura en cualquier parte. Con dos o tres excepciones, todos ellosvivan de la pluma, es decir, con la suficiente estrechez para comprender, sin exgesis ni

    perplejidad, el malestar de los peor dotados, as como el esplendor de los que ocupaban la cima.Estos ltimos no atraan su atencin de una manera tan importante, aunque slo fuera porque las

    posibilidades de ascender eran mucho ms reducidas. Por consiguiente, disponemos de un retratomuy completo, casi estereoscpico, del San Petersburgo interior, real, ya que es el pobre el queconstituye la parte principal de la realidad; el hombrecillo es casi universal. Adems, cuanto ms

    perfecto su entorno inmediato, ms discordante e incongruente resulta l. Nada tiene de extrao que

    todos ellos los oficiales retirados, las viudas empobrecidas, los funcionarios esquilmados, losperiodistas hambrientos, los oficinistas humillados, los estudiantes tuberculosos y tantos otros,vistos ante el impecable y utpico teln de fondo de los prticos clasicistas, excitaran laimaginacin de los escritores e inundaran los primersimos captulos de la prosa rusa.

    Tal era la frecuencia con la que estos personajes aparecan sobre el papel y tal era el nmero depersonas que los situaban all, tal era su dominio sobre su material y tal era el propio material palabras, que al poco tiempo algo extrao empez a ocurrir en la ciudad. El proceso de reconocerestas reflexiones incurablemente semnticas, llenas de juicios morales, convirtise en un proceso deidentificacin con ellas. Tal como a menudo le ocurre a un hombre frente al espejo, la ciudadempez a caer en la dependencia respecto a la imagen tridimensional proporcionada por laliteratura. No se trataba de que los ajustes que sta introduca no fueran suficientes que no lo eran

    sino de que, con la inseguridad innata de todo narcisista, la ciudad comenzaba a mirar con unaintensidad cada vez mayor a ese espejo que los escritores rusos transportaban parafraseando a

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    Stendhal a travs de las calles, patios interiores y mseros apartamentos de su poblacin. Enocasiones, lo reflejado trataba incluso de corregir o simplemente romper el reflejo, lo cual era tantoms fcil de realizar cuanto que casi todos los autores residan en la ciudad. A mediados del sigloXIX, estas dos cosas se fusionaron, pues la literatura rusa captaba la realidad hasta el punto de quehoy, cuando uno piensa en San Petersburgo, no le es posible distinguir la ficcin de la realidad, lo

    que no deja de ser bastante raro para un lugar que slo cuenta doscientos setenta y seis aos deantigedad. El gua ensear hoy el edificio de la Tercera Seccin de la polica, donde Dostoievskifue juzgado, as como la casa donde su personaje Raskolnikov mat con un hacha a aquella viejausurera.

    El papel de la literatura del siglo XIX en la configuracin de la imagen de la ciudad fue tantoms crucial porque ste fue el siglo en que los palacios y embajadas de San Petersburgo pasaron aconvertirse en el centro burocrtico, poltico, financiero, militar y finalmente industrial de Rusia. Laarquitectura empez a perder su perfecto hasta el punto de ser absurdo carcter abstracto yempeor con cada nuevo edificio. Esto fue dictado tanto por el viraje hacia el funcionalismo (queno es sino un nombre noble para la consecucin de beneficios) como por la degradacin estticageneral. Con la excepcin de Catalina la Grande, los sucesores de Pedro poca visin tuvieron y, por

    otra parte, no compartieron la de ste. Cada uno de ellos trat de promulgar su versin de Europa, ylo hizo a conciencia, pero en el siglo XIX Europa no mereca ser imitada. De un reinado a otro, eldeclive era cada vez ms evidente y la nica cosa que salvaba la faz a las nuevas aventuras era lanecesidad de ajustarlas a las de los grandes predecesores. Hoy, desde luego, incluso el estilocuartelero de la poca de Nicols I podra penetrar en un acogedor corazn de esteta, puesto querefleja acertadamente el espritu del tiempo, pero en resumidas cuentas esta ejecucin rusa del idealmilitar prusiano de sociedad, junto con los engorrosos edificios de apartamentos estrujados entre losconjuntos clsicos, produce ms bien un efecto desalentador. Vinieron despus los pastelesnupciales y las carrozas funerarias victorianas, y en el ltimo cuarto de siglo esa ciudad que habacomenzado como un salto desde la historia hacia el futuro empez a adquirir, en algunas partes, elaspecto de un burgus corriente de la Europa septentrional.

    Y por ah andaba el juego. Si el crtico literario Belinski exclamaba en la tercera dcada del siglopasado: Petersburgo es ms original que todas las ciudades americanas, porque es una ciudadnueva en un pas viejo; por consiguiente, es una nueva esperanza, el maravilloso futuro de este

    pas!, un cuarto de siglo ms tarde Dostoievski pudo replicar sarcsticamente: He aqu laarquitectura de un enorme hotel moderno: su eficiencia ya encarnada, su americanismo, cientos dehabitaciones; est bien claro que tambin nosotros tenemos ferrocarriles, que tambin nosotros noshemos convertido de repente en un pueblo activo y emprendedor.

    Americanismo, como epteto aplicado a la era capitalista en la historia de San Petersburgo, talvez resulte un tanto desmesurado, pero la similaridad visual con Europa era de hecho muyimpresionante. Y no eran tan slo las fachadas de los bancos y de las sociedades annimas las que

    se asemejaban en su elefantina solidez a sus contrapartidas en Berln y Londres, sino que ladecoracin interior de un lugar como la tienda de comestibles de los hermanos Eliseev (que sigueintacta y funciona bien, aunque slo sea porque hoy no hay mucho que desplegar en ella) podasostener airosamente la comparacin con Fauchon en Pars. Lo cierto es que cada ismo opera auna escala masiva que se sustrae a la identidad nacional, y el capitalismo no era una excepcin. Laciudad estaba en pleno auge, llegaba mano de obra desde todos los rincones del imperio, la pobla-cin masculina doblaba la femenina, la prostitucin medraba, los orfelinatos estaban repletos, y lasaguas del puerto hervan con los buques que exportaban el grano ruso, como hierven hoy con los

    barcos que traen a Rusia grano procedente del extranjero. Era una ciudad internacional, con grandescolonias francesa, alemana, holandesa y britnica, y sin hablar de los diplomticos y loscomerciantes. La profeca de Pushkin, puesta en boca de su Jinete de Bronce Todas las

    banderas vendrn hacia nosotros como huspedes! obtena su encarnacin literal. Si en el sigloXVIII la imitacin de Occidente no iba ms all del maquillaje y las modas de la aristocracia

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    (Esos monos rusos! exclam un noble francs tras asistir a un baile en el Palacio de Invierno.Con qu rapidez se han adaptado! Estn superando a nuestra corte!), el San Petersburgo del sigloXIX, con su burguesa nouveau riche, su alta sociedad, su dmi-monde, etc., se volvi lo bastanteoccidental como para permitirse incluso un cierto grado de menosprecio respecto a Europa.

    Sin embargo, este menosprecio, exhibido sobre todo en la literatura, tena muy poco que ver con

    la tradicional xenofobia rusa, a menudo manifestada en forma de un argumento como lasuperioridad de la ortodoxia sobre el catolicismo. Era ms bien una reaccin de la ciudad ante smisma, una reaccin de ideales profesados ante la realidad mercantil, del esteta ante el burgus. Encuanto a es