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G a c e t a H i s t ó r i c a d e l a B U A P [1]

A r c h i v o H i s t ó r i c o U n i v e r s i t a r i o

Tragedia de Canoa, avance del 2 de octubre de 1968

Moisés Ramos Rodriguez*

:: Año 11, núm.16, octubre 2008 :: www.tiempouniversitario.buap.mx Ejemplar gratuito

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Gaceta histórica de la BUAPUniversitarioTiempoUniversitarioTiempoUniversitarioTiempoUniversitarioTiempoUniversitario

En este mundo en que olvidamos, somos sombras de lo que somos.

Fernando Pessoa

emoria de un hecho vergonzoso fue el título que Tomás Pérez Turrent dió a su guión cinematográfico, sobre el cual Felipe Cazals hizo la película Canoa.

Por otra parte Guillermina Meaney publicó el libro Canoa, El crimen impune, el cual se basó en un exce-lente reportaje publicado originalmente en el desa-parecido periódico Novedades.

Con ligeras variaciones, y de acuerdo al medio que eligieron para contar los hechos, Pérez Turrent y Felipe Cazals, y Meaney decidieron contar la masacre sucedida en la junta auxiliar de San Miguel Canoa el 14 de septiembre de 1968, cuando trabajadores de la Universidad Autónoma de Puebla (uap) pretendían hacer una excursión a la Malinche y dos de ellos resultaron muertos por una turba; tres sobrevivieron para dejar constancia de los hechos, aun cuando no les fue fácil enfrentar el hecho, recordarlo y relatarlo.

Los muertos fueron Ramón Gutiérrez Calvario y Jesús Carrillo Sánchez, trabajadores de la uap; el campe-sino Lucas García, quien amablemente había accedido a dejar que los empleados universitarios pernoctaran en su casa a petición de su hermano Pedro, quien llevaba a un amigo, Odilón Sánchez Islas, también asesinado. Los sobrevivientes fueron Julián González Báez, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre.

Los testigos de la masacre fueron cientos: los propios participantes. Los heridos fueron rescatados por la Cruz Roja “medio muertos” y fueron atendidos cuando se les daba poca esperanza de vida. Al día siguiente, el 15 de septiembre de 1968, el periódico El Sol de Puebla, pu-blicó en su sección de policía, una nota en la cual dio

emoria de un hecho vergonzosotítulo que Tomás Pérez Turrent dió a su guión cinematográfico, sobre el cual Felipe Cazals hizo la película

Por otra parte Guillermina Meaney publicó el libro Canoa, El crimen impune, el cual se basó en un exce-lente reportaje publicado originalmente en el desa-

M

* Escritor, poeta y periodista

POrTaDa del libro publicado por el Archivo Histórico Universitario.

cuenta de lo acontecido la noche anterior en Canoa, la cual tituló: “Trataron de izar una bandera rojo y negro (sic) y fue la consecuencia”.

En el cuerpo de la nota del periódico poblano se lee:“La policía que intervino para acabar con la tri-

fulca, afirmó que los vecinos de Canoa manifestaron que los empleados y la gente que llevaban, quisieron

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saquear una tienda donde tomaban refrescos y además implantar una bandera rojinegra en la torre del templo, y por eso fueron atacados”.1

Pocas noticias hubo en la prensa no sólo local, sino nacional respecto a la masacre.

El guión cinematográfico de Pérez Turrent y la película de Cazals, lo mismo que el libro de Guiller-mina Meaney tratan de dilucidar, entre otras cosas, lo sucedido realmente esa noche del 14 de septiem-bre de 1968 en Canoa, sus antecedentes y consecuen-cias; y al relatar la historia de cuatro crímenes, dos de ellos contra trabajadores de la uap, muestran algu-nas de las consecuencias de éstos.

Sin embargo, las tres obras —el guión cine-matográfico, la película y el libro de Meaney— coin-ciden finalmente en una cuestión: los asesinatos ocurridos en Canoa quedaron, y están impunes.

Dos libros agotados, una película de éxitoLa historia suelen contarla los vencedores y, a veces los sobrevivientes. En el caso de Canoa, Roberto Ro-jano, uno de los tres trabajadores de la uap sobrevi-vientes a la masacre de septiembre de 1968, sin pro-ponérselo, se encontró con Tomás Pérez Turrent en el ahora desaparecido restaurante Nevados Hermilo. Sin que ninguno de los dos lo sospechara ni siquiera lejanamente, ahí nació la idea de rodar Canoa.

Como bien relata Guillermina Meaney, con base en los testimonios recogidos a lo largo de su trabajo, Rojano, una vez recuperado del ataque, se dedicó a la fotografía y a querer hacer algo sobre lo sucedido a él y a sus compañeros, tal vez un cortometraje o un tes-timonio en otros soportes.

Cuando Pérez Turrent escuchó de boca de Roberto Rojano la historia de Canoa y vio las heridas y marcas conservadas en su cuerpo, inició el trabajo sobre el cual Felipe Cazals hizo una película novedosa no

sólo en su época —fue preestrenada en 1975 y al año siguiente fue estrenada comercialmente—sino aún hoy, por su ritmo, sus planos (casi inmóviles), la mezcla de relato, ficción y reportaje.

Para Guillermina Meaney fue fundamental el re-portaje publicado en el desaparecido periódico Nove-dades; el primero, porque después la línea editorial de ese diario fue contraria, tratando de proteger a quien se señalaba como principal instigador de la masacre: el cura párroco de San Miguel Canoa, Enrique Meza Pérez.

Meaney incluso reprodujo en su libro Canoa el crimen impune, las fotografías que el jefe de infor-mación de ése diario, Carlos E. Sevilla, le propor-cionó. En ella se ve al cura, la casa de Lucas García con las huellas de las hachas que la destrozaron; los cadáveres todavía en el lugar de los hechos; y la ima-gen impactante de la portada del libro: la viuda de Lucas, María Tomasa Arce García, seguramente en una oficina del ministerio público o alguna guberna-mental, tal vez rindiendo declaración.

Pérez Turrent, para quien fue fundamental en la elaboración de su proyecto y posterior guión la con-sulta exhaustiva del pequeño periódico local El libe-ral poblano, también incluyó en su texto fotografías: en la sección “Los hechos” del libro publicado por la uap, de la página 87 a la 94, se ven los cuerpos de las víctimas, la puerta de la casa de Lucas García, uno de los heridos quizá rindiendo una primera decla-ración a un policía, la multitud en la noche, en la obscuridad del 14, quizá ya la madrugada del 15 de septiembre de 1968 en Canoa.

Más adelante, el autor incluye, alternando con el guión, fotogramas de la película, donde sí aparecie-ron brevemente algunos de los sobrevivientes —o parte de ellos, como una mano mutilada— pero donde se trata, fundamentalmente como ficción, de una recreación. Sin embargo, tanto Pérez Turrent como Felipe Cazals lograron una verosimilitud que les hizo estrenar su cinta con varias copias —las cuales llegaron a ser 120— y se mantuviera durante doce semanas en el cine Variedades de la Angelópo-lis, además de cinco semanas en siete salas del Dis-trito Federal, donde después fue repuesta en cuatro cines más.

El alto número de copias en una época donde las condiciones técnicas y de manipulación era muy dis-tintas a las actuales, dejaron al original de Canoa “hecho un fideo”, de acuerdo con el propio Cazals, quien la remasterizó en 1998, cuando se cumplieron 30 años de la masacre y 23 de haber sido rodada en Santa Rita Tlahuapan, pues en San Miguel Canoa no se les permitió trabajar al cineasta y su equipo.

1 Meaney Guillermina , Canoa, El crimen Impune, Gobierno del Estado de Puebla/buap, Cuadernos del Archivo Histórico Universitario, México, 2000, p. 40.

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Habitante de la ciudad de México, Meaney, por su parte vino a Puebla, regresó una y otra vez y reco-rrió Canoa, cuando el padre Enrique Meza Pérez, cura párroco de Canoa, ya había salido de ahí y vivía, con su empleada y el hijo de ésta, en otra región de Puebla: Santa Inés Ahuatempan.

La película fue un éxito, el libro de Pérez Turrent se agotó y la uap no ha hecho una reedición del original de dos mil ejemplares, y los también dos mil publicados del texto de Guillermina Meaney están agotados, aunque hay ejemplares en las bibliotecas de la universidad y de la Red Estatal de Bibliotecas en todo el estado, los cuales pueden ser consultados gratis.

Canoa y sus circunstanciasPero regresemos un poco.

Si bien Pérez Turrent en su libro entra directamente a contar lo sucedido el 14 de septiembre de 1968 en Canoa, más adelante hace un recuento sobre las condi-ciones de la junta auxiliar de la capital poblana, sus ha-bitantes, sus modos de vida y las circunstancias en las cuales vivían poco antes de la masacre. Incluso siendo el cura el principal señalado como culpable de instigar al pueblo al linchamiento a los trabajadores de la uap, con-signa su versión, mediante la cual se defiende.

Felipe Cazals utilizó una voz en off al principio de su película para narrar dónde está Canoa y cuales eran sus circunstancias en 1968. Después, un per-sonaje sólo identificado como “Testigo”, interpretado por Salvador Sánchez, sirve de guía para saber cuál es la historia que veremos, cual coro del teatro griego clásico, de obra de Shakespeare o personaje de Fuente Ovejuna de Lope de Vega.

En resumen, los autores destacan las condiciones de miseria e ignorancia de la mayoría de los pobla-dores de Canoa, sus dificultades para sobrevivir, la importancia del cura párroco en la comunidad y, entre otras cosas, los conflictos por la tenencia de la tierra en dos grupos claramente diferenciados por pertenecer a las organizaciones oficialistas y una más que pretendía ser independiente. Subrayaron también el alto índice de alcoholismo entre los habitantes de la junta auxiliar.

Meaney hizo acopio de encabezados de prensa desde julio y agosto de ese 1968 en el cual crecía el movimiento estudiantil en la ciudad de México, y dejó en claro el clima previo que facilitó la masacre: “Las fuerzas oscurantistas se unían para el ataque final, que culminaría en la masacre de Tlatelolco, y de la cual la tragedia de Canoa fue un significativo y siniestro avance” escribió la autora. 2

Al no extrañarse “del poco eco que los hecho de San Miguel Canoa, el 14 de septiembre de 1968, tuvieron en la prensa”, Pérez Turrent cita: “Ese año, y sobre todo en ésa época del año, fue rico en acontecimientos, en noti-cias de primera plana. Septiembre de 1968 fue un mes en el que el movimiento estudiantil estaba en su punto más alto: los periódicos se dedicaban a glosar abundan-temente los ‘conceptos’ del Informe Presidencial relati-vos a tal movimiento, ‘Díaz Ordaz fue hasta el fondo del problema’; ‘Se llegó el fin del libertinaje’… La mayoría de los órganos de la llamada ‘Gran prensa’ se dedicaba a apoyar a ocho columnas e incondicionalmente las posiciones oficiales”.3

Pérez Turrent consultó El liberal poblano y se entre-vistó con su director; calificó el seguimiento de la masa-cre de septiembre de 1968 en la pequeña publicación poblana como de “comecuras” pese a lo cual fue el único medio que durante un año insistió en Puebla en el deber de esclarecer los hechos por los cuales sólo hubo algunos detenidos y pocos en la cárcel, y por breve tiempo.

2 Ibid, p. 13.3 Pérez Turrent, Tomás, Canoa: Memoria de un hecho vergonzoso. La Historia, la filmación, el guión, UAP, Colección Difusión Cultural 1. Serie Cine, México, 1984, p.15.

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4 Meaney, Guillermina, Op.Cit. p.43.5 Ibid, p.91.6 Ibid, p.170.

Por su parte, Felipe Cazals, en una declaración que sería citada varias veces afirmó: “Cuando la gente calma su sed con alcohol, se nutre mal y se llena de terrones acerca de su vida futura, es evidente que… se dispondrá de una masa de gente imbecia-lizada(sic), de acuerdo con los fines de una clase dominante”. 4

Los hechosPara los sobrevivientes de la masacre del sábado 14 de septiembre de 1968 en San Miguel Canoa, desde aquel día hasta su reconstrucción posterior, el insti-gador para que el ataque contra ellos se realizara fue el cura Enrique Meza Pérez. De su razón de estar en la población aquella noche, Miguel, Julián y Roberto se la dijeron al cura, a la policía de la población y se lo repitieron a Lucas García, quien finalmente les dio posada: iban de la ciudad de Puebla de excursión a la Malinche; la lluvia les sorprendió entre el atardecer y el anochecer en la población, por lo que decidieron no subir en ese momento a la montaña.

La misma versión, pues nunca hubo otra razón para los trabajadores de la uap para ir a Canoa, la repitieron al ministerio público: jamás quisieron izar una bandera rojinegra en la iglesia del pueblo.

Julián, a la sazón de 25 años de edad, había hecho excursiones a la Malinche: dos, una donde el mayor “problema” que había tenido fue la observación hecha por un campesino, quien le preguntó por qué llevaba un machete. Acostumbraba realizar excur-siones siempre que podía, y el día 14 iba con un grupo que esperaba fuera más grande, pero al con-trario de otras ocasiones, no salió hacia la montaña por la mañana sino hasta después de las cuatro y media de la tarde.

Miguel, quien entonces sólo tenía 21 años de edad, hacía ejercicio, corría desde su casa hasta el cerro de Loreto y Guadalupe, se bañaba con agua fría, desayunaba y se iba a trabajar. Tenía condición física, pero no experiencia en escalar montaña.

Roberto, también de 21 años de edad, tenía expe-riencia en excursiones desde sus años en la escuela secundaria: “Mi deporte favorito era, pues la cami-nata; conocer lugares, subir montes, cruzar ríos, todas esas cosas… el excursionismo”.5

Poco faltó para que los excursionistas no salie-ran, pues el grupo original nunca se completó; hubo varias vacilaciones, incluso a punto de salir, pero salieron. Y ya en Canoa quisieron regresar, pero no pudieron por la lluvia, la falta de camiones o de taxis.

“¡Ahora sí se los va a llevar la chingada!”, “¡Mueran los comunistas!, “¡Comunismo no, cristianismo sí!” fueron los gritos con los cuales los fueron a sacar de casa de Lucas García. Antes, por los altavoces ubica-dos en diversas partes del pueblo, habían oído que buscaban a unos ladrones, que decían de una ame-naza contra el pueblo, de unos que iban a colocar la bandera comunista en la iglesia… Vieron la histeria en la gente y vieron como mataron a Lucas García, a Odilón y dos de sus compañeros: Jesús y Ramón.

Por lo menos dos de los sobrevivientes, Roberto y Julián, golpeados y arrastrados por la turba, vieron al cura en el atrio de la iglesia, presenciando cuanto sucedía, sin detener el ataque, según contaron a Guillermina Meaney y al ministerio público.

Los culpablesDos meses después de los acontecimientos en Canoa, los tres sobrevivientes siguieron el proceso que, de oficio, se había iniciado para investigar los hechos del 14 de septiembre. Pedían una indemnización para ellos por daños y perjuicios, una indemnización para los heridos y para los familiares de los muertos.

Para los demandantes, desde el principio el repre-sentante del gobierno del estado con el cual trataron “el licenciado Castorena” “le dio carpetazo al asun-to. Creemos que esto se debe a que había intereses clericales o personales de por medio, y por este mo-tivo nunca hizo nada… en ese entonces él pudo haber actuado y no lo hizo nunca”. 6 Los sobrevivientes lo dijeron muy claro a Guillermina Meaney:

“Se presentó [ante el ministerio público] una lista que nos había dado el hermano del difunto Lucas García, su hermana y otras personas que proporcio-naron datos sobre todos los que habían participado en el linchamiento. Los que encabezaban la lista eran el sacerdote del lugar, el presidente municipal [auxi-liar], el comandante, los dueños de los altavoces, los

EL Cura Enrique Meza, murió con remordimientos, dicen.

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dueños de los camiones de la línea Puebla-Canoa, y otros. Julián llegó a saber hasta el nombre del que le cortó los dedos; o sea que todo eso lo sabíamos, pero los señores de la ley nada más creyeron conveniente señalar a 11 personas. Nosotros teníamos una lista más amplia, pero todo se manejó a la manera de ellos, a su conveniencia”.7

Una persona fue apresada, Pablo Sánchez; estuvo dos años preso “y otros dos señores… No recorda-mos sus nombres. Después cayeron como otras cua-tro personas, pero salieron luego; algunos estuvieron ahí [en la cárcel] cuando mucho unos 15 días y los sacaron(…). Las personas que fueron a la cárcel no eran las principales… Nosotros acusamos directa-mente al padre, por ejemplo, de azuzar e incitar a la gente, ya que es una persona que manipula al pueblo, y si él en cualquier momento hubiera actuado, habría parado toda la situación ¿no?, máxime que estaba presente, puesto que Roberto lo vio… a una serie de personas que no eran autoridades, pero que eran allegados del padre en ese entonces” también las se-ñalaron.8

Para los sobrevivientes, los crímenes del 14 de septiembre de 1968 en Canoa quedaron impunes:

“En vista de que los careos y la cuestión legal y todo eso no sirvieron para nada, pues realmente nos decepcionaron. No tenía caso seguir perdiendo el tiempo con los citatorios, para que nos dieran atole con el dedo con que ya se estaba tratando de hacer justicia… y todo era falso, ¿no?, entonces lo dejamos por la paz, y pues eso realmente quedó impune… sinceramente no creemos en ese tipo de autori-dades… Total, que no recibimos ninguna indemni-zación. El licenciado Castorena decía que estaban en trámite nuestras peticiones, pero él también trató de engañarnos, de darnos largas hasta que nos cansára-mos, y eso fue lo que pasó, ¿no?, Nosotros ya no creíamos más y ya nunca regresamos”.9

Por su parte, en una declaración publicada en la revista Impacto del 31 de marzo de 1976, el sacer-dote Enrique Meza afirmó: “Todo lo que pasó en aquella noche de 1968 se lo buscaron”.10

Las amenazasFelipe Cazals tuvo éxito con la película Canoa. Me-moria de un hecho vergonzoso; se exhibió con éxito en México e incluso en el extranjero, y hace diez años fue remasterizada. Hoy circula en DVD una copia

hecha en Hong Kong, probablemente sin que se hayan pagado los correspondientes derechos de autor.

La periodista Raquel Peguero le preguntó en sep-tiembre de 1998 a Felipe Cazals: “¿Recibiste algún tipo de amenaza durante la filmación?”, el cineasta contestó:

“Sí, y durante tres años recibí anónimos. Tengo dos álbumes completos con ellos, escritos con una bonita letra cursiva y transversalmente a la hoja de cuaderno, donde me advierten de la facilidad que hay para que mis hijos y yo mismo tengamos algún tipo de accidente. Esa correspondencia llegó a mi casa, eran cartas que no tenían sello de correo. No quiero saber quién fue. No la pasé bien y me re-comendaron que no abriera la puerta ni me enojara para no dar pie a nada. No olvidemos que en 1981, los obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) fueron al atrio de Canoa a cantar el Himno Nacional, o sea que siguen firmes, y diciendo que nuestra versión es falsa e injusta. Tanto lo es, que hace unos meses casi linchan a unos fotógrafos en un pueblito de Puebla, porque decían que eran robachicos”.11

7 Ibid, p172.8 Ibid, p.173.9 Ibid, p. 174.10 Ibid, p. 41.11 "Impugnar a Canoa sería como volver al pasado", entrevista de Raquel Peguero a Felipe Cazals, La Jornada, 15 de septiembre de 1998, p.28.

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“Me trajeron amarrado hasta la Cruz Roja; hasta ahí me soltaron.

Al llegar al hospital me atendió una enfermera que se espantó al verme. Luego llegó un doctor y me pregunto:

—¿Qué comes que todavía vives y puedes caminar?

—Pues lo que come un pobre: frijoles y salsa— le dije yo.

Ya me comenzaron a curar, pero en ningún momento perdí el conocimiento. Me acuerdo bien de todo lo que pasó.

En la Cruz Roja me hicieron las primeras curaciones; ahí me cosie-ron la cabeza y todo, y al día siguiente me pasaron al Sanatorio Guadalupe. Recuerdo que a los tres días yo no quería vivir, porque me sentía todavía peor que la noche que me pegaron. No soportaba la cabeza; sentía que me explotaba, o sea que no podía estar en ninguna forma. Quería morirme ya; le pedía a Dios que me matara y no seguir viviendo y sufriendo por los dolores que tenía. Es mas, pensaba yo; si me muero, pues ya vi a mis padres, por lo menos pude despedirme de ellos. Ahora sí que estaba yo deses-perado, estaba yo loco; no aguantaba los dolores.

(...)Bueno, era una cosa horrible lo que estaba yo sufriendo.

Y así duré mucho tiempo.Me quedé en el Sanatorio Guadalupe como quince

días, y cuando me dieron de alta, todavía no estaba yo bien recuperado, bien aliviado. El doctor que me atendió, cuando me quitaba los puntos, me curaba muy feo. Me jalaba los hilos, y me salían otra vez chorros de sangre. Y pues…ya no quise estar allá.

Después me fui a internar al Hospital Civil, que hoy es el Universitario, y ahí estuve otros ocho días. Fueron como veinticinco días los que pasé en el hospital.

A quí en el oído izquierdo tengo un martillazo; atrás de la oreja una cortada con cuchillo, en la meji-lla otra, y en la ceja también. En la cabeza tengo siete heridas de machete de consideración, y cantidad de golpes, pero los que cuentan son las cortadas grandes que me hicieron.

Afortunadamente no tuve ninguna fractura. Se es-trelló un poco el hueso, pero de ahí no pasó. En el

cuerpo recibí puros golpes, pero no me cortaron. Me lastimaron, porque me pegaron muy feo y hasta se me reventó la piel, pero fue por encima nada más.

(...)Después de que salí del hos-pital, recibí un tratamiento como de cuatro meses. Me estuvo tratan-do un siquiatra, y ora sí que él fue el que me alivió de mis males, o sea del trauma que yo tenía.

Al principio sí sentía deseos de encontrarme sobre todo al cura que había propiciado el lin-chamiento. Yo pensaba que si lo encontraba lo iba a matar ahí

mismo, pero poco a poco se me fue borrando eso. También a la gente de allá del pueblo le tenía mucho odio; porque me habían hecho eso, sin deberla, sin haber ningún motivo. Pero ya analizando las cosas, pues comprendí que esa gente no tuvo la culpa. Si lo hicieron fue por su ignorancia, por su fanatismo… Eso fue lo que acarreó que nos pegaran; y otra cosa, que nos confundieron, ¿vedad?

(...)Yo no me acuerdo del comienzo del movi-miento estudiantil de 1968, pero sí recuerdo cuando los periódicos de acá de Puebla comenzaron a ata-car a los estudiantes directamente, porque se había puesto una bandera rojinegra, y según decían era señal de que se estaba perdiendo la fe. Entonces los periódicos ya atacaron muy duro a los estudiantes, y creo yo que… pues no tenían las bases, o sea no sabían en el fondo ni porqué se había organizado ese movimiento, ¿verdad? Yo tampoco me di cuente al principio, pero creo que para publicar algo se deben analizar las noticias; pero no, las sacaban a primera hora, atacando a los estudiantes y al movimiento, y yo digo que también por eso nos sucedió aquello. Sí, pienso yo que fue el resultado de todas esa ver-siones, y más que en los pueblos hay muy poco co-municación sobre lo que realmente está pasando. O sea que no se dan cuenta, sino que se enteran de las cosas por medio de los periódicos. En nuestro caso, el señor sacerdote decía que los comunistas iban a ir, y pues ese fue el resultado, que nos confundieron, aunque nosotros nunca tratamos de hacerle mal a ninguna persona allá en el pueblo”. 12

12 Fragmento del libro Canoa, El Crimen impune de Guillermina Meane, Cuadernos del Archivo Histórico no. 10, buap, México, pp. 139-142.

Miguel Flores Cruz

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Julián González Báez“(...)Analizando ya todo esto,

creo yo que lo más feo, lo más fuerte, lo más difícil, lo más duro de pasar fue precisamente, pues…la cuestión sicológica, por así decirlo. Porque al fin y al cabo los golpes si fueron fuertes, y cuando el cuerpo se enfrío se sintieron los dolores muy fuertes también; pero lo más espantoso es tener encima un grupo así, grandísimo, o a lo mejor aunque fuera mínimo, ¿no?, pero armado, gritándole a uno, insultándolo, y uno sin poder hacer nada. Y creo que aun pudiendo, o teniendo un arma de todas formas sería una cosa de espanto estar presente ante un grupo gigantesco. O sea, fue lo más difícil reponerse de la cuestión síquica. Creo que eso fue lo que dejo más huella.

En total, estuve 17 días en el hospital. Si no estoy mal, tuve una fractura múltiple en la región témporoparietal derecha; una fractura en la región occipital, un hun-dimiento en el lado derecho del cráneo, y lo de la mano, que es la pérdida de tres dedos. Lo de los dedos sucedió cuando trate de cubrirme de un golpe, pero sinceramente no lo recuerdo. Miguel vio cuando un campesino me tiró un golpe con el machete, y creo que más bien en forma instintiva yo alcé la mano y me cubrí, pero me cortó los dedos. No quedaron desprendidos en ese momento; creo que los sostuvo un pedazo de piel, porque esos dedos le fueron entregados a mi mamá más tarde en el hospital.

Aparte de eso tengo una herida en el cuello, que es mínima y que me hicieron con una hoz; dos en el hombro, y una aquí en la espalda, pero éstas no sé con qué hayan sido. Los demás golpes fueron con palos nada más, en la espalda principalmente.

Puntapies también hubo, pero realmente fue fácil reponerse de este tipo de golpes.

(...)En la primera versión que dio la prensa sobre el hecho, lo que hicieron fue tergivesarlo todo, porque se hablaba de que nosotros habíamos ido a izar una ban-dera a la iglesia del pueblo, y que la gente lógicamente no le gustó, y por eso nos habían atacado. Decían que ellos habían tomado la información de la gente del pueblo. Fueron La Voz y El Sol de Puebla los que dieron la versión en ese entonces, pero parcialmente, a su con-veniencia...pasando ya unos dos meses y medio, Excel-sior sacó una versión más imparcial, dando un análisis más exacto de los hechos. Vino un reportero y sacó un reportaje muy amplio, muy completo. La revista Alerta y la revista Gráfica de Puebla, que editaba Turismo,

también fueron más imparciales; dieron la versión de que en un pue-blo se había actuado en una forma…pues absurda, arbitraria, tratando así de señalar que habían cometido un error muy grande con cinco em-pleados, y había una frase que decía “que quedaban cuatro tumbas bajo muchas conciencias”.

El Esto sacó también una fo-tografía donde yo aparezco incons-ciente; me está observando un médico, ¿no?, tomandome el pulso. Y un amigo que trabaja aquí en la Universidad y que es estudiante, es-

taba becado entonces en Alemania, y él me contó mas tarde en que forma habían salido allá los encabezados. Me los leyó en dos idiomas, en francés y en alemán o sea que esto sí tuvo resonancia y llego inclusive al exterior.

Por lo menos localmente, el clero sí influyo para que esto no se divulgara, y más que el clero, la gente que estaba al frente de la prensa, y que mi a mi manera de ver, está con la iglesia católica, como el señor Coronel García Valseca. Este señor manejaba una cadena a nivel nacional, y por lo menos todos sus periódicos, si sacaron algo, fue a la conveniencia de ellos. Excelsior saco algo más amplio y posiblemente algún otro periódico lo hizo también, pero me parece a mí que se le vino a echar tierra a este asunto con la matanza del 2 de octubre, osea que esto acabo de cubrir la masacre de Canoa

Creo que sí hubo conocimiento del hecho a nivel nacional; de México vino una comisión del Consejo Nacional de Huelga, y esa comisión se entrevistó, entre otros grupos de aquí de la Universidad, con el comité ejecutivo, o sea los que estaban al frente en la asocia-ción de empleados. Vinieron a saber los motivos de este linchamiento; ellos tenían entendido que éramos estudiantes, y se había dicho que ese grupo de cinco estudiantes había ido al pueblo y que los había ata-cado por comunistas y todo eso.

(...)Después de lo que pasó tenía yo unos deseos muy grandes de meter a toda aquella gente a la cárcel. Pensaba que si había oportunidad en los careos, le-galmente, de obtener la aprehensión de esa gente, a todos les iba a echar con ganas, hasta verlos en la cárcel; principalmente a los cabezas, a los que a mi manera de ver eran los que habían manipulado al pueblo, y también a los autores materiales. Ese era mi deseo nada más… meterlos a la cárcel.”13

13 Ibid, pp. 148-152.

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RECTOR: Enrique Agüera Ibáñez SECRETARIO GENERAL: José Ramón Eguibar Cuenca

Tiempo UniversitarioDirector: Alfonso Yáñez Delgado, Diseño gráfi co: Armando López Vázquez.Corrección: Carlos Garrido Vargas Tiempo Universitario es una publicación del Archivo Histórico Universitario.

SECRETARIO GENERAL:

Tiempo Universitario

BENEMÉrITa uNIVErSIDaD auTÓNOMa DE PuEBLa Año XI, número 16, octubre 2008. Aparece quincenalmente. Im-preso en: Litografía Magno Graf. El costo por ejemplar de 8 páginas es de noventa y ocho centavos más IVa. Tiraje: Veinte mil ejem-plares. Responsable de distribución: Marcos Medrano Flores. Los autores son responsables por los textos publicados. Esta publicación se puede adquirir en La Casa de la Memoria Universitaria, Avenida Reforma 531. Puebla, Pue. teléfono: 2 32 74 79. Se aceptan colaboraciones de investigación sobre la vida universitaria. E-mail: tiempo@siu.buap.mx Distribución gratuita.

“(...)De repente la ambulancia frenó bruscamente, y Miguel, como todavía iba medio amarrado, se cayó encima de nosotros. Fue cuando a-brimos los ojos y ya pude ver algo. Julián levantó la mano y que nos enseña; tenía los dedos colgando.

—Miren lo que me hicieron.Pero no lo decía con sentimien-

to, sino con emoción, porque ya habíamos salido de ahí. Yo lo escu-ché así, y también me sentía muy emocionado. Después de haber querido dejar de existir minutos antes, en ese momento renació algo grande en mí y pensé: “No, pues ahora por nada del mundo me muero”.

Cuando frenamos y se cayó Miguel; el médico, un practicante que iba con nosotros, y un camillero, trataron de incorporarlo, pero el que iba adelante en la ambulancia, les dijo:

—No los muevan, no los muevan.Entonces alguien abrió la ambulancia por atrás y

que nos revisan. —Sí— dicen—, ya están muertos; ya déjenlos.Volvieron a cerrar; habían puesto piedras para de-

tener a la ambulancia, y que no sacaran vivo a nadie. En la Cruz Roja, o más bien en el camino, nos desa-taron. Y entonces ya empezamos a platicar:

—Ya ves, mano, lo que pasó.—¿Y Chucho y Ramón?—pregunto Julián:—Vienen en la otra ambulancia.Me di cuenta desde el principio que Julián no acep-

taba que hubiera muerto nadie, más que el dueño de la casa, porque a ése lo habíamos visto, y el decía:

—Mataron al dueño de la casa rete feo, ¿verdad?—Sí, mano, y ya nos estaba tocando a nosotros.Apestábamos a gasolina y no sé a qué. De repente

a Julián comenzaron a molestarle los riñones; decía que le dolían los riñones y los riñones. Llegamos a la Cruz Roja, y ahí nos pusieron en unas planchas.

Alguien llegó, y sin hacer nada por nosotros dijo:

—Déjenlos; ya están agonizando. (...)Creo yo la Universidad nos

dio mucho; o más que la Univer-sidad, las autoridades que estaban en aquel entonces en la Junta Ad-ministrativa y que nos apoyaron grandemente, porque nos dieron un permiso para que nos resta-bleciéramos. O sea que mientras yo no estuve trabajando, me paga-ron mi sueldo íntegramente.

Pedimos ayuda al gobernador del estado, que era Aarón Merino Fernández; fuimos con el secre-

tario, y nos trajo a largas casi medio año. Íbamos a pedir… qué sé yo, una beca o dinero, porque nuestro estado de salud ameritaba pagar especialistas.

Entonces nos trajeron a largas, largas, largas; que mañana, que pasado, que ahora sí, que no ésta el gobernador, que mañana viene, que esto y que el otro, y total… nunca nos atendió personalmente, y tampoco nos ayudó en nada.

Después del linchamiento, en un principio, yo estaba muy confundido. Cuando salí del hospital, sentía deseos de venganza hacia las personas que les habían quitado la vida a mis compañeros y que nos habían humillado, porque aparte del sacrificio al que fuimos sometidos, creo yo que fue una humillación muy grande, porque ahí perdimos todo. En nosotros murió algo que es el valor humano, y para recupe-rarlo cuesta mucho trabajo.

Y en cuando a la venganza, pasé por varias eta-pas. Después sentí indiferencia hacia esas personas, y actualmente, pues cierta lástima…Y si estuviera a mi alcance hacerlo, hasta ayudaría yo a la gente que de veras lo necesitara. No económicamente, sino moral y sicológicamente.”14

Roberto Rojano Aguirre

14 Ibid. pp. 154-155, 163-164.

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