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ARQUEOLOGIAY SOCIEDAD

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Publicación trimestral del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Lima, Marzo de 1970.

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PRESENTACIÓN

El Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, fue fundado el 21 de Octubre de 1919 gracias a las gestiones que realizara el Dr. Julio C. Tello. Se organizó a partir de la Primera Expedición Arqueológica al Departamento de Ancash, siendo sus primeras colecciones aquellas que se recuperaron en dicha exposición

La fecunda actividad arqueológica realizada por el Dr. Tello no se limitó a la organización de museos y expediciones a diferentes puntos del país, también dedicó gran parte de su tiempo a la preparación de publicaciones que permitieran poner al alcance del público los resultados de las investigaciones arqueológicas, entre ellas podemos citar las revistas Inca, Wiracocha y Chasqui.

Al reabrirse el Museo de Arqueología y etnología el 21 de octubre de 1969, se decidió con-tinuar con la obra iniciada por el Dr. Tello, y entre las actividades programadas se incluyó la publicación de un Boletín.

Es así como sale a la luz el primer número de Arqueología y Sociedad, boletín en el cual se aspira a publicar trabajos inéditos o poco conocidos de investigadores nacionales y extranjeros, que permitan comprender mejor las antiguas culturas que se desarrollaron en el área andina. Confiamos en que esta serie será de utilidad para profesionales y estudiantes, así como para los interesados en estos temas.

El Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos continuará próximamente con la publicación de la Revista Inca, esperando poder cumplir uno de los mayores anhelos del Dr. Tello: poner los conocimientos acerca de las antiguas culturas del Perú, al alcance de las mayorías.

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HOMENAJE A VERE GORDON CHILDE1892 – 1987

Él era “… el mejor arqueólogo de prehistoria de nuestro tiempo”. “De no haber sido por su profun-do interés y extraordinaria capacidad para esta-blecer las relaciones tiempo-espacio de tan vasta y compleja conformación de datos, los fundamen-tos del conocimiento de la Arqueología del Viejo Mundo nunca hubieran sido escritos”. Además, “él hizo una serie de sugestivas y brillantes contri-buciones a la teoría y método de la arqueología”.

Las anteriores palabras tomadas de la revis-ta de Hallam L. Movius, “Contribuciones a la arqueología prehistórica”, ofrecidas al profesor V. Gordon Childe con motivo de su 65 cum-pleaños, por 27 autores (Man, Vol. 57, Art. 42, pp 42-3, 1957), indican con exactitud la posición de Childe en nuestra profesión y sus principales aportes a la misma. Antropólogos de todo el mundo sentirán su pérdida. Falleció como resultado de una caída desde un acanti-lado en las Montañas Azules cerca de Sydney, Australia, el 19 de octubre de 1957. Acababa de retirarse de la Facultad de Arqueología de la Universidad de Londres y había regresado a su ciudad natal, Sydney, para permanecer seis meses de vacaciones, en los que tenía planea-do escribir otro libro.

Childe nació en Sydney Norte el 14 de abril de 1892. Estudió Clásicos en la Universidad de Sydney y en 1914 obtuvo una colegiatura para después continuar su educación clasicista en la Universidad de Oxford, Inglaterra. Mientras permaneció allí hizo una investigación sobre elementos indoeuropeos en la Edad de Bronce en Grecia y a raíz de esto desarrolló su inte-rés en la prehistoria de los Balcanes y Europa Oriental.

Después de la Primera Guerra Mundial re-gresó a su patria donde trabajó activamente en el Movimiento Australiano del Trabajo como secretario privado del Primer Ministro de Ga-les de Sur, desde 1919 hasta 1921. De esta pri-mera experiencia nace su primer libro: Cómo gobierna el trabajo (Londres 1923).

Estas tempranas actividades anunciaron una aguda y conflictiva dicotomía en los inte-reses de Childe y su acercamiento académico, lo que persistió a través de toda su carrera. Por un lado era un humanista sumergido en los da-tos arqueológicos y más capaz de sintetizarlos desde el punto de vista histórico, que cualquier otro humanista de su generación. Por otro lado, era socialista, fuertemente influenciado por las teorías marxistas de la evolución, esto lo llevó a producir una serie de libros teóricos en los

Este homenaje fue publicado por Irving Rouse en Ame-rican Antiquity, Vol. 24, Nº 1, Julio 1958.

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cuales interpreta los datos arqueológicos desde el punto de vista del Materialismo Dialéctico.

Sus intereses históricos fueron los prime-ros en dar frutos. Después de su labor relacio-nada con su trabajo, viajó mucho por Grecia, los Balcanes y Europa Central, examinando la Arqueología de esas áreas y estudiando la lite-ratura, pudiendo leer, la mayor parte de esta en su idioma original. De esto salió El despertar de la Civilización Europea, en él sintetiza la Ar-queología de Europa mostrando cómo los ele-mentos de la civilización del Cercano Oriente y Mediterráneo se habían difundido hacia el resto del continente por el Norte. Publicado originalmente en 1925, este libro ha pasado por cinco revisiones, la última de las cuales fue publicada en 1957.

En 1925, año en el que apareció por pri-mera vez El despertar, Childe se convirtió en Bibliotecario del Real Instituto Antropológico y en 1927 Profesor de Arqueología Prehistó-rica en el Universidad de Edimburgo. Hasta 1946 estuvo en este puesto para luego pasar a la Universidad de Londres como Catedráti-co de Arqueología Prehistórica y Director del Instituto de Arqueología, cargos de los que se acababa de retirar cuando murió.

En la década de 1930 recibió títulos ho-norarios de la Universidad de Harvard y de la Universidad de Pensilvania, trabajó como Pro-fesor Visitante de la Universidad de California y en 1945, cuando se estaba convirtiendo en persona no grata por el Departamento de Esta-do debido a sus teorías marxistas, representó a Inglaterra en la celebración del 22º aniversario de la Academia Soviética en Moscú y Lenin-grado.

A El despertar siguió una serie de libros en los cuales Childe demostró su talento como humanista e historiador. Sobresale entre estos últimos libros Nueva luz sobre el más antiguo oriente, en el que sintetizó la Arqueología del área tan vasta que cubre el desarrollo de los ele-mentos de su civilización, antes de su difusión

por el Mediterráneo y Europa. Como El desper-tar, este libro es un clásico dentro de su campo. Publicado originalmente en 1928 como El más antiguo Oriente, fue revisado y reeditado, en 1934, como su título actual y nuevamente en 1952. Otros trabajos de síntesis son El Danubio en la Prehistoria (1929), La Prehistoria de Esco-cia (1935) y Las comunidades prehistóricas en las Islas Británicas (1947). En Los arios (1926) Childe hizo un estudio arqueológico de origen y desarrollo de los indoeuropeos, volviendo so-bre este tema en su Migraciones prehistóricas en Europa (1950). Nunca fue hombre de un solo campo, siendo su más grande trabajo sobre el mismo tema: Skara Brae: A Pictish Village in Orkney (1931).

El lado socialista y revolucionario de los in-tereses de Childe aparecieron en primer plano en 1935, cuando publicó El hombre se hace a sí mismo, un afamado trabajo por los conceptos sobre el Neolítico y Revoluciones Urbanas, el primero marcado por el cambio producido des-de la recolección de alimentos y producción de los mismos, y el último por el desarrollo de la metalurgia, la escritura y otros atributos de la Civilización. Estas evoluciones son presentadas como eventos universales en la evolución de la cultura, a pesar de que están ilustradas como ejemplos tomados, casi en su totalidad, de la Arqueología de las áreas en las que Childe hizo su síntesis, especialmente el Cercano Oriente. En ¿Qué pasó en la Historia? (1942) combinó su sistema de revoluciones como los estados de Salvajismo, Barbarismo y Civilización de Lewis H. Morgan y los ilustró más completamen-te con ejemplos de la literatura arqueológica y en Progreso y Arqueología (1944) discutió la evolución desde el punto de vista tropical, que es, en términos de búsqueda de alimentación, entierros, herramientas, etc. más que en tér-minos de periodos. En Historia (1947) trazó el desarrollo del método histórico, desde el tiem-po prehistórico al Materialismo Dialéctico de Marx, finalizando con un tributo indirecto a Stalin, como expone de Marx. Terminó su So-ciedad y conocimiento (1956) con al predicción de que el “ideal humanista” iba a convertirse,

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Museo de Arqueología y Etnología - UNMSM

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eventualmente, en subordinado del ideal de “Sociedad”.

Considerando que los trabajos de síntesis histórica de Childe eran antes que nada indi-cativos, o sea que, sacó sus conclusiones de los datos, sus escritos evolucionarios tienden a ser deductivos, en esto asumió la teoría y hechos seleccionados de la Arqueología para ilus-trarlos. Haciendo esto ignoró otros que eran contrarios a su teoría. Era demasiado buen prehistoriador para no reconocer la existencia de estos hechos conflictivos, y en 1951 publicó un nuevo estudio Evolución social en el cual, en efecto, repudiaba el tipo universal de evolu-ción al cual sus tendencias socialistas lo habían previamente llevado. Examinando detallada-mente las secuencias cronológicas en una serie de áreas que se extienden de Europa hasta el Cercano Oriente y el Valle del Nilo, llegó a la conclusión de que el proceso evolutivo había variado de área a área, dependiendo del medio ambiente local y las condiciones económicas y del proceso de difusión de la siguiente manera en “La Evolución de la Sociedad”, publicada después de su muerte en Antiquity (Nº 24, di-ciembre 1957, pp. 210-13).

Con la aceptación general de la evolución orgánica, también se aceptó la continuidad entre la historia humana y la historia natural. Esta última se convirtió en los últimos capí-tulos de un solo record histórico, tendiendo a la Arqueología como puente entre el record de las rocas y el record escrito. El contenido de estos últimos capítulos puede ser llama-do como evolución social, y los mecanismos darwinianos de la variación, adaptación y su pervivencia pueden ser invocados para diluci-dar la historia del hombre como también la de otros organismos. Pero, mientras que el uso de estos términos pueda dar énfasis a la continui-dad de la historia, puede causar también con-fusión y desviar algunos jóvenes antropólogos y arqueólogos cuando tratan de aplicar, sin cri-terio, fórmulas darwinianas a las sociedades y artefactos humanos. De hecho, la intrusión de la difusión como agente de la evolución ha al-

terado tan drásticamente el proceso histórico que no es válida analogía entre la evolución de las especies y la evolución de las sociedades.

La doctrina de la evolución ha puesto a la historia humana muy por encima del domi-nio de la revelación milagrosa o de la ficción romántica. No ha proveído un agente extra-ño para reemplazar a los hechos o deidades desacreditadas, ni tampoco revelado un atajo hacia las conclusiones que deberían aclarar la colección de hechos.

Uno se pregunta si la carrera de Childe no puede contener una lección para los arqueólo-gos del nuevo mundo. Hay un curioso, aunque superficial paralelo entre el repudiado acerca-miento universal a la evolución de Childe y las clasificaciones del desarrollo que están ahora de moda en la arqueología americana. Podrán estas últimas, con sus secuencias de estados que supuestamente son universales en todo el hemisferio occidental, que él mismo encon-tró limitadas a ser aplicadas únicamente en el Cercano Oriente; o será que las etapas del Nuevo Mundo, también tendrán que ser vistas como un erróneo “atajo hacia las conclusiones” y una manera insonora de “hacer obvia la colec-ción, de hechos” restringidos en primer lugar en su aplicación, a los centros de la Civilización Indo-Americana?

Las conclusiones históricas específicas de Childe, limitadas como son a Europa y el Cer-cano Oriente y al período protohistórico no nos concierne aquí. Sin embargo, sus métodos de síntesis histórica son pertinentes. ¡Cuán a menudo se ha dicho que el Nuevo Mundo ne-cesita un Childe para sinterizar el resultado de nuestras investigaciones!

A pesar de que él sumarizó su metodología en Reconstruyendo el pasado (1956) esto puede difícilmente hacerle justicia, probablemente porque él tendía a trabajar intuitivamente. Sin lugar a dudas, sus síntesis están caracteriza-das por escasez de herramientas conceptuales, siendo la principal el concepto de una cultura

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correspondiendo a eso un foco o a una fase en este país. Para determinar las fechas de las cul-turas se apoyó primero en “sincronismos” con arqueología histórica, quiere decir que él bus-có tipos de artefactos comunes a ambos, a las culturas prehistóricas y a las civilizaciones con-temporáneas y asignó las fechas a los primeros y a los últimos. Conceptos “integrativos” como horizontales y tradicionales no tenían lugar en esta síntesis. Él tendió a dar relieve a la super-vivencia de las formas tempranas de cultura en las periferias en lugar de darle importancia al principio de que similaridades indican nece-sariamente contemporaneidad, y fue sensible a la posibilidad de que dos culturas puedan haber coexistido en una misma área. Fue él quien por primera vez sugirió que las culturas forestales eran distintas de la “Mesolítico” en

diferentes medios ambientes, una distinción posteriormente elaborada por Grahame Clark en The Mesolithic Settlement of Northern Europe (1936).

Los trabajos de síntesis de Childe son –a menudo– difíciles de leer debido a la extrema atención que él ponía en los detalles, no sólo de la cultura material sino también en las implica-ciones no-materiales de los restos a los cuales su orientación marxista lo llevó a prestarles más atención que los demás arqueólogos de su generación, Sin embargo, sus síntesis están bien organizadas en lo que se refiere a su forma narrativa y el todo nunca incursiona en mu-chos detalles. Por último, fue su conocimiento enciclopédico de los hechos de la Arqueología y su habilidad para digerirlos, que lo hicieron un extraordinario sintetizador.

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LA EVIDENCIA ETNOBOTÁNICA EN EL ANÁLISIS DEL TRÁNSITO DE LA ECONOMÍA RECOLECTORA A LA

ECONOMÍA PRODUCTORA DE ALIMENTOSLuis Guillermo Lumbreras

Estas notas tienen por obje to discutir la “evi-dencia etnobotánica” en el tránsito de la eco-nomía recolectora hacia la asentada economía productora de alimentos, es decir, el papel de la producción agraria en el paso del Salvajismo a la Barbarie1.

Esta etapa de tránsito ha sido casi siempre tratada como “Problema de los orígenes de la Cultura”, habiéndose formulado soluciones autoctonistas, aloctonistas, eclécticas, etc. El hecho casi universal de la aparición de la alfarería como consecuencia del proceso, de-terminó, adicionalmente, que se diera un rol primario, en la discusión, a las evidencias pro-porcionadas por la cerámica y sus probables orígenes. La orientación dada a la discusión del problema condujo, por este método, a plantear como cuestión fundamental el origen geográfico de los inventos o descubrimientos que permitieron el desarrollo de la nueva eta-pa. La universalización de la cerámica como “indicador de base” permitió sugerir oríge-nes mesoamericanos, transpacíficos, selváti-cos, etc. La discusión parcial de los orígenes

de algunas plantas también fue conducida al mismo terreno, de tal modo que gran parte de las conclusiones señalan “orígenes oscuros” o probablemente “alóctonos” u “autóctonos”. El debate de si pudo haber difusión o descu-brimiento –invención– independiente, de la agricultura, se identifica con un complicado sistema de enunciados y evidencias. Si bien es útil seguramente, tal tipo de esclarecimiento, parece que es de tan compleja solución que es fácil perder la perspectiva científica del análi-sis, llegando a la discusión de supuestos antes que de realidades.

Nosotros creemos que si bien interesa el lugar original y la forma cómo aparece cada nuevo elemento cultural, esto es secundario al lado del efecto que los elementos en conjunto o individualmente tienen sobre determinada formación social. Lo primario, en consecuen-cia, es encontrar el proceso histórico de un pueblo, analizando las características de ese proceso en función de qué cosas nuevas reem-plazan a las anteriores y cómo esas cosas nue-vas afectan a la estructura total de la sociedad

1 Los términos Salvajismo, Barbarie y Civilización son usados aquí a partir de la aplicación que de ellos hizo el sabio V. Gordon Childe, revaluando las originales proposiciones de Lewis Morgan y Federico Engels.Nota: Este trabajo fue publicado parcialmente en la revista Perú Indígena Nº 36, 1967, Lima.

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y cómo, finalmente, eso contiene una supera-ción de lo anterior.

En el estudio del paso de una formación social a otra diferente, al comprobar que la di-ferencia entre ambas está conformada por un sinnúmero de elementos, seguramente tiene interés el saber el origen de cada uno de ellos, en la misma medida en que es importante sa-ber que alguien descubrió en Occidente, la Teoría de la Relatividad, la Cibernética, etc. pero así como es mucho más importante sa-ber lo que esa teoría representa para el mundo contemporáneo, al que lo afecta directamente en la guerra y en la paz, así también es mucho más importante saber como intervinieron los nuevos elementos –difundidos, inventados o descubiertos– en la estructura de la sociedad; cuál fue su papel en el cambio social, indepen-dientemente de si son de aquí o acullá.

Esto significa que, es el estudio de los cam-bios, lo importante es encontrar los elementos que cambian; lo que es posible en Arqueolo-gía con los procedimientos metodológicos en vigencia. Las deducciones acerca del lugar de procedencia original, si bien son importantes, todavía no pueden sustentarse en todos los casos, en demostraciones absolutamente con-cretas. Las dificultades de los planteamientos sobre “orígenes”, así como su alto contenido subjetivo, parten de la relativa incapacidad contemporánea de enfrentar las hipótesis a la realidad.

La objeción más fuerte que se podía hacer a un análisis del proceso que niega la prioridad a los “orígenes”, es el de que los cambios de un estado a otro pueden haberse producido más bien que por un estímulo de desarrollo inter-no, como resultado de influencias del exterior ya sea por difusión o por migración. La teoría subjetivista de los “círculos culturales” parte del supuesto de que los grandes cambios cultu-rales como consecuencia de los desplazamien-tos de población, más bien que de los desarro-llos evolucionarios; las corrientes disfusionistas extremas, incluso conceden total vigencia a la

hipótesis de que cada formación cualitativa-mente diferente, tienen un origen poblacional y hasta racial diferente, de tal modo de que la sociedad de alfareros agricultores, por ejemplo, se diferencian de los cazadores “paleolíticos” no solo en su conducta, sino también en su composición poblacional; para tales teóricos, el paso del Salvajismo a la Barbarie supone un desplazamiento de poblaciones que en algunos casos, incluso, determina un reemplazo de po-blaciones, de tal modo que los “agricultores” destruyen a los “cazadores” o “los empujan” a rincones ecológicos despreciados por los más fuertes. Para quienes parten de estos supues-tos, en consecuencia, lo importante es conocer “los orígenes” de cada elemento cultural.

Aún suponiendo que lo que sostienen los difusionistas sea absolutamente válido, la úni-ca forma de demostrarlo, no es imaginando o suponiendo lugares de origen o probables focos de difusión, sino, en principio, demostrando que la naturaleza de los cambios es de tal tipo, que no existe ligazón entre los logros de la for-mación social anterior y los de la nueva (para el caso de los reemplazos de población) o que los nuevos ingredientes aparecen tan fuera de una situación tradicional que cabe suponerlos importados. La ciencia, por hoy, no puede ir más allá.

Por cierto, ni los elementos asimilados por difusión se introducen dentro de la tradición, participando como factores de cambio, por mucho que su origen sea extraño, su impor-tancia en el proceso histórico es de que actúan como factores de cambio dentro de una socie-dad que los ha asimilado a su contexto y, en consecuencia, los ha incorporado a su proceso. Si, en cambio, hay un desplazamiento de po-blación, por el análisis contextual de la nueva estructura, se tendría que estudiar el proceso de dicha sociedad en relación con el contexto originario inmediatamente anterior, separando su análisis de la sociedad desplazada o aniqui-lada, que tiene una historia distinta. Las situa-ciones de contacto entre pueblos suponen un análisis semejante.

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Naturaleza y carácter del proceso

La naturaleza y carácter de las etapas de la his-toria social están dados o por un crecimiento cuantitativo de sus elementos o por un rompi-miento estructural con proyecciones de cam-bio cualitativo. La historia registra un proceso regular de desarrollo de la Sociedad, en el que la ley universal del movimiento se manifiesta a través de los cambios de los elementos com-ponentes de la estructura sociocultural. Se re-conoce que tal tipo de conducta procesal es de carácter evolucionario, y, en este caso, la evolución es el estado permanente de la Socie-dad. Quienes recurren a la difusión como fun-damento del origen y contenido de los cambios olvidan que la difusión por sí misma, solamen-te es válida en tanto que los elementos difun-didos son integrados dentro de un proceso de crecimiento dado, dentro de una evolución.

Pero la evolución por ser esencialmente la identificación del crecimiento cuantitativo de los elementos de la conducta humana, no explica en cambio cualitativo, que, al parecer sólo se produce revolucionariamente.

Mientras que el desarrollo dentro de una misma formación social, conduce solamente al “incremento” de sus propios recursos estructu-rales, el paso de una formación a otra, supone la negación de la estructura y su consecuente reemplazo, por esto, el estado normal, evolu-cionario de las formaciones sociales, sólo pue-de ser roto para producir el tránsito, por un proceso revolucionario.

Pero, en tanto que la evolución es la simple conducta del movimiento de la sociedad, gene-rada por la interacción cotidiana de los hom-bres, la revolución es el resultado de un proceso de maduración de las condiciones de desarrollo de cada formación social, la evolución genera la revolución, en tal medida que la hace necesaria para superar las contradicciones que el proceso evolutivo produce en toda la sociedad.

Es una ley demostrada por el estudio de la historia universal que ninguna sociedad pasa

de una etapa a otra sino ha logrado desarrollar el máximo de sus posibilidades de crecimiento, eso significa que es necesario la “saturación” de sus posibilidades de cambio evolutivo den-tro de una formación, para que esta pueda cambiar. Pero también se demuestra, por la historia, que tal cambio, el evolutivo se rea-liza irregularmente dentro de cada aspecto de la estructura, de tal modo que mientras la población y la tecnología (especialmente la que está al servicio de la población) cambia aceleradamente el ritmo de la evolución en las relaciones sociales y los patrones de la con-ducta, tiende a ser más lento. El crecimiento irregular de las fuerzas productivas y las rela-ciones de producción y las ideologías conse-cuentes, determina que estos aspectos entren en contradicción, de tal modo que cuando el crecimiento de las fuerzas de producción han llegado a su “saturación”, las relaciones, primi-tivamente integradas, se convierten en fuentes de sujeción de cambio, por haberse quedado muy retrasados en su crecimiento y estar en desacuerdo con tal “saturación”, que, natural-mente, se producen por encima de cualquier tipo de “control” para el paso de una forma-ción a otra, es menester el cambio estructural, y tal cambio supone la destrucción de las ar-caicas relaciones productivas, de los arcaicos patrones sociales, que normalmente quedan rezagados, supone enfrentar a los diversos sec-tores de la estructura, para poniéndoles en un mismo nivel, equilibrar la sociedad en función de las exigencias del sector más evolucionado. En tanto no sucede este enfrentamiento, la so-ciedad entra en crisis, lo cual sólo culmina con la revolución.

Si estos planteamientos son ciertos, debe poder ser demostrado que el tránsito del Sal-vajismo a la Civilización fue un proceso de ca-rácter revolucionario, dado que el Salvajismo es una formación social estructural cualitati-vamente diferente a la Barbarie.

Si se produjo, en los Andes, una revolu-ción en el tránsito del Salvajismo a la Barba-rie, debe encontrarse que el Salvajismo logró

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el máximo desarrollo de sus posibilidades, lo-grando su “punto de saturación” como etapa; debe encontrarse que existía ya, el germen o los gérmenes que permitieron el desarrollo de la Barbarie (pues de otro modo podría tratarse de un desplazamiento de población); debe en-contrarse que las diferencias entre la Barbarie y el Salvajismo son de naturaleza estructural, de tal modo que sean totalmente distintas en la base y la superestructura; debe encontrarse que el tránsito se produjo dentro de una di-mensión temporal dada, preferentemente muy corta en la que se dieron juntos “al mismo tiempo” (tiempo-época) de los internos que obligaron al “salto”; finalmente, debe demos-trarse que al terminar la lucha por el cambio, la sociedad es cualitativamente diferente, ne-gación de la precedente y de una contextura irreversible. En síntesis, si fue una revolución, debe suponer una etapa de maduración crítica de la vieja sociedad, con contradicciones pro-vocadas por la emergencia de los gérmenes re-volucionarios, generalmente dura y prolongada que debe conducir a la toma de la posición del poder revolucionario para la implementación de los cambios. Concluida esta etapa de lucha, el triunfo debe apreciarse en el cambio total de la estructura.

Frente a la posibilidad de la llegada de pue-blos bárbaros de otros territorios, que desplaza-ron a los salvajes nati vos y se establecieron en los Andes, debe aparecer que no hay ligazón germinal ninguna entre bárbaros y salvajes y que los cambios no tuvieron un crecimiento evolutivo previo, ya que los gérmenes que die-ron origen a estos, deben encontrarse en los territorios de origen de los invasores; si, en cambio, los bárbaros sólo influenciaron, en-tonces eso sólo es parte del proceso, en donde además del descubrimiento-invención, hay el factor difusión o contacto.

Gordon Childe en el Cercano Oriente en-contró que tal proceso, al que él llama “Revo-lución Neolítica”, se produjo a consecuencia

de la aparición de la tecnología agraria y sus asociados, que condujo a la sociedad de caza-dores, recolectores a organizarse revoluciona-riamente en el nuevo régimen de la barbarie.

los iNdicadores del proceso

Los indicadores del cambio revolucionario son cada una de las conquistas que enriquecen una estructura. Los descubrimientos, invenciones, préstamos, asimilaciones, todos, cada cual, au-mentan el caudal del desarrollo, de cada for-mación social; en consecuencia, cada cambio es, de por sí, un indicador social. Incluido los cambios, a veces numerosos, producidos por situaciones de contacto entre pueblos (situa-ciones que en algunos casos pueden acelerar el proceso y hasta provocar un cambio revolu-cionario).

En cambio, los indicadores del proceso re-volucionario son las estructuras, y, en conse-cuencia, todos los componentes sociales, des-de la base hasta la superestructura.

La medida del cambio revolucionario se tie-ne a partir de la comprobación del cambio de todos y cada uno de los elementos de la estruc-tura, de tal modo que las estructuras así analiza-das reflejan un carácter totalmente nuevo.

El objeto de estos apuntes es el de discutir sólo la evidencia etnobotánica, como indicador del cambio en la dieta alimenticia y como fac-tor de cambio fundamental en el proceso de la producción, tratando de “descubrir” cómo fue su incorporación en el proceso, y como tal in-corporación refleja la naturaleza revolucionaria del cambio. Pese a esto, creemos que conviene señalar someramente otros indicadores2.

El carácter de la sociedad salvaje estaba determinado por el recolectador, en la que la producción estaba controlada por el hombre, sólo en lo relativo a los instrumentos útiles para

2 Todo esto se discute ampliamente en “Arqueología de la Revolución”, del cual este artículo es una especie de adelanto.

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la recolecta de plantas y animales (caza, pes-ca, etc.). El hombre dependía totalmente de la naturaleza y los productos “naturales”. Esto de-terminó una organización social particular, con poca concentración poblacional, habitación en abrigos, cuevas o componentes estacionales, determinó una relación de total dependencia hacia las fuerzas naturales, ligándose a ellas a través de quien sabe que ideología. El equipo tecnológico de los salvajes era bastante redu-cido, limitado en general, a la producción de instrumentos de piedra, hueso o concha, útiles para los fines productivos ya enunciados. Al pa-recer algunos grupos predicaban ciertas formas de nomadismo estacional, de temporada de ca-zadores que vivían en la Sierra, bajaban a las lomas costeñas en la temporada invernal, pro-bablemente detrás de los cérvidos y auquénidos que hacían lo propio detrás de los pastos.

La arqueología andina registra la historia de los pueblos salvajes a partir del décimo mi-lenario antes de nuestra era, aproximadamen-te; se trata de pueblos probablemente emigra-dos de otra parte de América, adonde, por lo que se sabe, los hombres arribaron hace unos 30 milenos. El desarrollo de las fuerzas produc-tivas propias del salvajismo se aceleró conside-rablemente a partir del sexto milenio antes de nuestra era, como consecuencia de un favora-ble cambio climático del período postglacial, que se produjo a raíz del aumento de las con-diciones de humedad y temperatura de toda la región andina, posibilitando el aumento de productos útiles para la recolecta, tales como plantas y animales. Este fenómeno es conocido con el nombre de “óptimo climático”. Olliver Dollfus dice que: “se caracteriza, en los Andes, por la alternancia de una estación lluviosa bas-tante cálida y una estación seca con vigorosos contrastes térmicos cotidianos; la nieve, en la medida en que ella existió, no tuvo un efecto morfológico, al menos debajo de los 4500 m. Sobre la Costa esta fase se marca por el au-mento del nivel de mar” (Dollfus 1965: 228).

Desde antes del “óptimo climático” de los salvajes andinos ya poseían una tecnología

avanzada al servicio de la caza y la recolección, pero es a partir del año 6000 a. C. que se produ-ce un incremento notable de su equipo instru-mental, especialmente del referido de la caza: los cazadores del óptimo climático se identifi-can principalmente con una industria de puntas de proyectil conocida como “ayampitinense”, que está asociada, regionalmente, con raspado-res muy finalmente elaborados, con anzuelos de concha, con morteros para triturar granos, con chancadores, cuchillos, etc. con una produc-ción ideológica considerable que se manifiesta en las pinturas rupestres (no siempre bien cro-nologizadas) y el culto a los muertos (entierros que se inician previamente), además de prácti-cas deformantes de la cabeza, etc.

Federic Engel (1966) ha encontrado evi-dencias del uso de plantas probablemente en proceso de domesticación desde este tiempo o aún antes, como veremos más adelante.

Este crecimiento acelerado de las fuerzas productivas debió producir situaciones conflic-tivas entre los varios sectores de la estructura que no lograron el mismo adelanto; lo eviden-te es que a la culminación del “óptimo climá-tico” ya la sociedad andina había ingresado en una situación de crisis estructural que derivó en el crecimiento polarizado de sus diversos elementos, de tal modo que cuando se ingresó al período Post-glacial Tardío, de condiciones más bien desfavorables, se precipitó una situa-ción crítica para los antiguos cazadores-relec-tores que tuvieron que recurrir forzosamente a una solución de lucha interna y de lucha con las relaciones previas con la naturaleza, para superar la crisis. Entre el cuarto y primer mi-lenio anteriores a nuestra era, se desarrolló el periodo crítico de lucha por la imposibilidad de las nuevas fuerzas productivas; en esta época, a la que reconocemos con el nombre de “Ar-caico”, se dan todos los elementos de cambio que permitieron la formal configuración de la Barbarie, sin embargo, el gran cambio estruc-tural se produjo sólo al final del Arcaico, en el paso al Formativo, en un tiempo bastante corto, como se verá más adelante.

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Los indicadores más importantes son el cultivo de plantas y la domesticación de ani-males, especialmente el primero. Como se verá la domesticación de las plantas, como técnica productiva, se origina en el Salvajismo como consecuencia de la experiencia obtenida en la recolección de plantas; su aparición no marca, como erróneamente se cree, el establecimien-to de la barbarie, y si bien es cierto que es el origen de modo productivo característico de este estado, no es el único elemento indicador. Sin embargo, incluso ya dentro de la lucha re-volucionaria, se considera a partir del primer estadio de la barbarie (“Arcaico”). Hay pueblos con agricultura que no han tenido una revolu-ción “neolítica”.

La caza y la pesca no son abandonados, aunque si enriquecidos con nuevos instrumen-tos, tales como la red, la honda, etc. El pasto-reo reemplaza parcialmente a la caza, aunque este proceso pudiera ser ligeramente posterior a la agricultura.

El equipo dietético, como consecuencia del cambio de régimen alimenticio, se enriqueció notablemente, permitiendo un crecimiento demográfico explosivo.

El enriquecimiento de la industria como producto del progreso tecnológico, se proyectó en todos los órdenes de la actividad social; la industria lítica continuó, pero las técnicas de su manufactura se enriquecieron con la abra-sión y el pulido; en cambio, la textilería se ini-ció casi paralelamente al cultivo junto con la cestería; con el cultivo del algodón, el desarro-llo del tejido fue notable, apareció la cerámica (importada o autóctona); la metalurgia al ini-ciarse el estado medio de la barbarie (Forma-tivo), con el triunfo de la revolución, se ma-nifestó plenamente a través del conocimiento del oro y luego del cobre y la plata.

Por otro lado, los cambios en las manufac-turas y la producción agraria, posibilitaron el surgimiento del comercio internacional (o más bien intertribal).

En el orden social, el incremento poblacio-nal posibilitó ciertos cambios paulatinos en el padrón habitacional, pasando del campamen-to a la aldea, abandonando la cueva para vivir en casas construidas.

La estructura social aldeana favoreció in-dudablemente la nucleación de la familia. La aparición de las grandes aldeas, asociadas a los centros ceremoniales es un fenómeno conse-cuente del triunfo revolucionario.

Junto con todo esto hay cambios induda-bles en la superestructura, en la religión, en el arte, que no son necesarios anotar aquí.

la evideNcia etNobotáNica

La “evidencia etnobotánica” es de reciente re-gistro gracias al progreso de los procedimientos científicos, muchas muestras de vegetales han sido recuperadas en los establecimientos ar-queológicos; adicionalmente, las técnicas más o menos precisas de cronologización, como el radiocarbono, han permitido la ubicación tem-poral de las muestras y finalmente, las asocia-ciones que se han recuperado con las muestras permiten su ubicación dentro de un contexto cultural dado. Es así que es posible ubicar con alto grado de certidumbre de plantas en lo que parecen ser sus primeros y subsiguientes fases de existencia.

El análisis del material, por otro lado, parte de la separación de las plantas en dos grandes grupos: Cultivadas y Silvestres, y dentro de ellas, las cultivadas para usos alimenticios y cultivadas para fines no alimenticios. Nuestro énfasis se dirige a las plantas cultivadas para fi-nes alimenticios, sirviendo ellas de índice para la medida del cambio.

Para determinar el grado de crecimiento y de “explosión” del régimen agrícola, consi-deramos útil tomar como referencia todas las plantas cultivadas (aparte de las que escapan a nuestro conocimiento) en tiempo de la con-

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quista española, es decir, domesticadas y/o uti-lizadas en tal condición en el territorio andino antes de la influencia de la sociedad europea.

La edad del salvajismo cuenta aún con po-cas evidencias para su incorporación al debate, sobre todo en lo que a este tipo de evidencia se refiere, que debió ser poco importante en el contexto económico de los salvajes. De la barbarie se analizan sus dos primeros estadios: el inferior, que contiene toda la etapa de lucha y desarrollo de las condiciones revolucionaras propias de la barbarie y el medio, que se ini-cia con el triunfo de la Revolución –que de-nominaremos Agropecuaria– y continúa con su consolidación y la total configuración de la barbarie.

El estado inferior de la barbarie llama-do aquí “Arcaico”, tiene dos fases: la inferior, que se inicia alrededor del 4º milenio antes de nuestra era y la superior, que comienza a me-diados del tercer milenio. La Barbarie Media, llamada aquí “Formativo” tiene también dos fases, la inferior que comienza hacia 1500 a.C. y la superior cuyos inicios están fechados cerca de los comienzos del primer milenio de la era pasada (800 a 1000 a.C.). La culminación de la Barbarie Media se produce hacia 300 a.C., época en que se inicia la Barbarie Superior, cuya definición y caracterización no interesan para estas anotaciones.

Del estudio de las plantas cultivadas, en general, y de las alimenticias en particular se puede generalizar en el sentido que el 90% de las que se conocían en los Andes a la llegada de los españoles, fueron domesticadas duran-te los periodos Arcaico y Formativo, habiendo concluido la domesticación en el Formativo Superior.

La domesticación se inicia hacia 3800 (o antes) y concluye hacia el 800 a.C. Del análisis de las plantas cuya datación ha sido precisada (época y/o fecha), aparece que el 14% fueron domesticas en el Arcaico Inferior; el 33% en el Arcaico Superior, el 27% en el Formativo y el

25% restante sólo tiene referencias indirectas a través del arte, en periodos muy avanzados.

De hecho, por las evidencias queda demos-trado que sino el 100% al menos el 75% de las plantas con datación fueron domesticadas antes de 800 a.C. mientras que el 25% tiene datación imprecisa y probablemente también fueron domesticadas durante el Formativo, como se verá más adelante.

Las primeras evidencias de plantas cultiva-das para fines alimenticios aparecen después del año 4000 a.C., coincidiendo con la aparición del Arcaico; antes, pese a lo que señala Engel (1966: 83 y 1966a: 31) para sus hallazgos en Paracas sólo existió una economía recolectora, enriquecida por vegetales en proceso de domes-ticación o posteriormente domesticados. Engel, muy precipitadamente reconoce como “cultiva-das” a casi todas las plantas que son encontra-das en establecimientos antiguos, sin considera-ción que sus “restos de Tomatillo, de numerosos mates y calabazas, y de unas plantas parecidas a la yuca, que faltan identificar”, pueden ser y probablemente son parte de un régimen de re-colecta propio del periodo óptimo climático; su asociación con amancaes, juncos y cola de caballo hace pensar en un abundante consumo de vegetales, pero cuando a este contexto se incorpora las estólicas con punta de obsidiana y las pieles de guanaco y vicuña que aparecen también en el yacimiento, entonces se observa que la tendencia económica primaria está en la caza aún. Engel insiste en sus interpretaciones arcaizantes cuando dice que el uso de las pieles de vicuña y guanaco debe considerarse como “índice de que ha nacido temprano el pastoreo” (1966a: 31).

Adicionalmente, es interesante observar que, en asociación con este contexto hay aglo-meraciones de poco numerosas “chozas” cir-culares de 5 a 6 m de diámetro, que rodean una casa central de mayor diámetro (11 m) en las lomas o muy cerca de ellas. Las lomas eran apetitosos centros de abastecimiento de ani-males y plantas para recolectar.

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Engel indica que ha encontrado semejantes asociaciones también en Chilca y Lurín, hacia 5 mil años a.C., a diferencia de lo que Paracas que tiene una antigüedad de 6870 a.C3.

Por los morteros encontrados por Rex González (1960) en las cuevas de Intihua-si (Argentina) y los encontrados por Edward Lanning en Ancón, se puede suponer que al menos durante el Ayampitiniense –y aún an-tes– como ya está dicho, se consumían granos u otros productos vegetales harinosos.

el arcaico iNferior

Este periodo está comprendido entre los años 4000-2500 a.C.4 Para él se mencionan 6 plantas “domesticadas”, dos de ellas son leguminosas, una es un fruto (lagenaria), otras dos son el jun-co y la totora y la última es una tuberosa. A este complejo se le agrega esta “especie de yuca” que no tiene aún identificación y que bien pudiera ser un tallo de planta no cultivada.

Las plantas son:Phaseolus lunatus (pallar)

Phaseolus vulgaris (frijol)Scirpus Sp. (junco)Cyperus Sp. (totora)Pachyrrhizus Sp. (jícama) (especie de yuca?)Lagenaria siceraria (,) (calabaza)

Es probable que los “Phaseolus” hayan sido propiamente cultivados, pese a que las eviden-cias formales de su ubicación no están bien determinadas; lo mismo se puede decir de la Lagenaria, que probablemente es la “calabaza” a la que se refiere Engel (1966: 63). En cam-bio, el junco, la totora y aún la jíquima (cuya presencia no está bien establecida), deben cor-responder a plantas recolectoras; aún hoy, las dos primeras no son, propiamente, productos del cultivo. Si bien el uso de estas plantas, pone la alimentación, está probado, sin embargo, la mayor parte de su utilidad se centra en la con-fección de esteras, cuerdas, canastas, etc., den-tro de una tradición que puede ser previa.

El pallar y el fríjol, con plantas muy co-munes en Mesoamérica y muchos especial-istas proponen México y Guatemala como probable foco cultígeno, aunque en los An-des Centrales existe una variedad silvestre

3 Aparte de que las evidencias de cultivo para los establecimientos de Paracas, Lurín y Chilca, a los que Engel atribuye una tal antigüedad, no son lo suficientemente convenientes, lo cierto es que tampoco lo son las fechas radiocarbónicas. El mismo Engel (1966a: 77 ss) da para Santo Domingo de Paracas las siguientes referencias:Muestra I – 1311 – 8830 ± 190 = 6870 a.C.Muestra GX – 218 – 5890 ± 145 = 3930 a.C.Ambas muestras, tan diferentes en el tiempo, deben su diferencia a su tratamiento en laboratorios distintos, pero debido a que no se justifica tal distancia cronológica (3000 años) Engel arbitrariamente rechaza la fecha de 3930 a.C., como “posiblemente aberrante” y por eso no la utiliza en la discusión de sus materiales. En el caso de las muestras de Chilca sucede también algo parecido:Muestra I – 1192 – 6970 ± 300 = a 5010 a.C.Muestra I – 1387 – 5100 ± 150 = a 3140 a.C.Ambas muestras son del mismo contexto estratigráfico y probablemente parte de una sola; sin embargo, dan dos fechas alejadas en casi 2000 años. Engel sólo usa la más antigua de sus discusiones.La muestra de Lurín (GX – 264) procedente del sitio de La Centinela da 7270 ± 125 (5310 a.C.) pero es sola y no tiene otras para confirmar.Parece útil tener precauciones, por ahora, en el uso de estas fuentes cronológicas. 4 La mayor parte de las fechas son procedentes del “Monumento I” de Chilca, de sus niveles inferiores (muestra NZ 1050), medianos y terminales (Engel, 1966a).Muestra NZ – 1053 – 5700 ± 136 (3740 a.C.)Muestra I – 892 – 5410 ± 275 (3450 a.C.)Muestra UCLA – 664 – 5370 ± 120 (3410 a.C.)Muestra I – 817 – 5250 ± 220 (3290 a.C.)Muestra I – 815 – 5025 ± 200 (3065 a.C.)Muestra I – 745 – 4975 ± 160 (3015 a.C.)Muestra I – 814 – 4950 ± 220 (2990 a.C.)Muestra I – 816 – 4500 ± 190 (2540 a.C.)

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de Phaseolus Sp., llamado “chui”, que indica que debe tenerse en cuenta esta área también para el debate de origen de la domesticación de los Phaseolus (Towle, 1961: 100). Son plantas de origen subtropical, perfectamente coincidentes, ecológicamente, con los valles de la costa peruana y valles bajos interandi-nos: por el momento, como es casi todo, las referencias sólo son de la Costa.

Por las evidencias disponibles, el Arcaico Inferior es una etapa que se caracteriza por un modo de producción predominantemente recolector, con ensayos ya avanzados en la domesticación de algunas plantas, especial-mente leguminosas, de probable origen local.

El contexto dentro del que se desarrolla tal régimen económico, es probablemente diferente al de los recolectores del Optimun Climáticum, aunque subsisten, entre los Ar-caicos la mayor parte de los viejos patrones. A los “ayampitinenses” se les reconoce por su vivienda en cuevas y en estaciones nucle-adas en terrenos abiertos; así las evidencias cronológicas de Engel tienen algún valor (ver nota 3 informe), entonces es posible pensar en que tales estaciones abiertas, son realmente una especie de “fondos de cabaña” ligadas a una situación de recolección avanzada y, en consecuencia, antecedentes de las estancias que caracterizan al Arcaico Temprano. Engel ha encontrado tales estancias en Río Grande de Nasca, en Chilca y en Paracas (Engel 1964; Donnan 1964), por chozas construidas a base de tallos de junco y, en algunos casos, de palos de totora para la armazón. Las ca-sas son generalmente circulares aunque algu-nas cabañas de Río Grande afectaban formas rectangulares.

Por otro lado, las estancias estaban ya un tanto alejadas de las lomas y más bien cerca de las márgenes de los ríos, lo cual probable-mente era consecuencia de los comienzos en el interés por las plantas cultiva das.

La pesca con anzuelo y arpón subsistía, a1 mismo tiempo que la caza del lobo marino y la recolecta de mariscos.

el arcaico superior

Este periodo tiene dos fa ses no bien difer-enciadas: “precerámica” y “cerámica”; pero desde el punto de vista económico no tiene sentido tal diferencia. Al parecer tampoco tiene gran importancia en el comportamiento social en general. La aparición de la cerámi-ca, al menos en la Costa, no pasa de ser, como las demás tecnologías, un paso más al proceso evolutivo de la sociedad andina, sin las im-plicancias revolucionarias que se le concedió casi siempre. En el sitio de Huaca Prieta en el valle de Chicama y en Guañape, en el valle de Virú (Bird 1948), así como en el templo de Haldas (Engel 1957) al parecer en Ancón (Ramiro Matos: comunicación personal), las evidencias señalan que la cerámica aparece por primera vez dentro de un contexto casi idéntico al del Arcaico inmediatamente an-terior (agrícola incipiente). La cerámica ad-quiere un rol revolucionario mucho más ad-elante, junto con todas las demás tecnologías, luego de la “maduración” del Arcaico.

El Arcaico Superior es, probablemente, la época más importante en lo relativo a la “ma-duración” revolucionaria; en él se dan en la Costa y probablemente al mismo tiempo en la Sierra y en la Selva (o ceja de Selva) la gran “acumulación” de los nuevos elementos que habrán de permitir el salto hacia la final caracterización de la Barbarie. Puede decirse que en el Arcaico Superior se logra tomar, por parte de “los Bárbaros”, el control de la socie-dad, para introducir todos los cambios nece-sarios para solucionar la crisis de los periodos anteriores.

Las referencias cronológicas hacen oscilar los comienzos de esta etapa entre 2500 y 2000

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a.C. y su terminación entre 1500 y 1200 de modo que tiene una elevación promedio de un milenio5.

Hasta este periodo de tiempo se domestica un porcentaje de plantas del margen del 50% (de las plantas con datación conocida incluidas las ya domesticadas en la fase anterior); adicio-nalmente se puede decir que ellas representan el 100% de las plantas asignables a un “origen costeño” que fueron conocidas en el Perú y, en consecuencia, representa, este periodo, la total “saturación” de las posibilidades de domesti-cación de las plantas este territorio – la Costa.

Además de las plantas mencionadas para el periodo anterior, se agregan:Canavalia Sp (legumbre)Canavalia ensiformis (legumbre)Gossypium barbadense (algodón)

Cucúrbita moschata (zapallo)Cucurtiba ficifolia (zapallo)Cucurtiba pepo (zapallo)Capsicum Sp. (ají)Bunchosia armeniaca (circuela del fraile)Inga Feuillei (Pacae)Psidium Guajava (lúcuma)Canna edulis (Schira)Typha angustifolia (totora)

Se señala como característica fundamental de este periodo, la presencia del algodón, que, en efecto, permite el crecimiento de una prós-pera industria de tejidos y redes.

Es evidente que, en este tiempo, la mayor parte de las plantas eran cultivadas, lo que es cierto, sobre todo, para las leguminosas (phase-olus y Canavalia), para el algodón, los zapallos (cucurbita) y las calabazas (lagenaria). Las fru-

5 Las fechas que registra Engel (1966a) para esta época (todas referidas a sitios sin cerámica) son las siguientes:I – 1091 (Moya VI – Chilca)4305 ± 275 (2345 a.C.)I – 956 (Achupayes I – Chilca)4305 ± 500 (2345 a.C.)C – 313 (Huaca Prieta – Chicama)4257 ± 250 (2307 a. C.)C – 362 (Huaca Prieta – Chicama)4044 ± 300 (2094 a.C.)NZ – 370-4 (Otuma XII, Paracas)3950 ± 80 (1900 a.C.)NZ – 308 (Río Seco del León – Costa Central)3800 ± 100 (1850 a.C.)NZ – 370-2 (Las Aldas – Costa Norte)3800 ± 80 (1850 a.C.)NZ – 285 (Río Seco – Costa Central)3740 ± 100 (1790 a.C.)NZ – 370-3 (Otuma GM – Paracas)3600 ± 140 (1650 a.C.)I – 1444 (Piedra Cgrande – Chilca)3600 ± 140 (1650 a.C.)Gak – 107 (Las Aldas – Costa Norte)3580 ± 130 (1630 a.C.)C – 315 (Huaca Prieta – Chicama)3572 ± 220 (1622 a.C.)I – 1676 (Chuquitanta – Chillón)3570 ± 150 (1620 a.C.)I – 1435 (San José VI – Chilca)3520 ± 125 (1570 a.C.)GIF – 74 (Trapiche – Chillón)3275 ± 240 (1325 a.C.)NZ – 319 (Asia I – Omas)3270 ± 100 (1320 a.C.)I – 1290 (Mencos I, Chilca)3236 ± 175 (1286 a. C.)

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tas tales como el ají, la ciruela, el pacae, la guayaba o la lúcuma, eran, seguramente, apro-vechadas sin cultivo, como sucede aún hoy, parcialmente, poniendo algún cuidado en su protección contra animales y plagas y, en todo caso, proveyéndolo de humedad por medio del acarreo de agua (?).

Engel (1966a) separa este periodo en tres fases, en función de la mayor o menor com-plejidad de los centros de población; parte de una fase comprendida entre 2550 y 1850 a.C. con “realizaciones sencillas”; una segunda fase comprendida entre 1850 y 1550 a.C.; con pueblos con arquitectura y centros comunales; y, una última fase comprendida entre 1550 y 1300 a.C., con pueblos con grandes complejos arquitecturales. Si bien el ajuste cronológico no tiene que ser absoluto, la secuencia postulada por Engel es un buen indicio del crecimiento de las aldeas de este tipo, paralelamente a la domesticación.

El crecimiento paulatino de la población es otra consecuencia del aumento de plantas domesticadas, lo cual determina que en val-les aún tan pequeños como el de Chilca, Engel encontrara hasta 24 sitios de la época. La dieta alimenticia, sin embargo, no era aún “vegeta-riana” esencialmente, puesto que las plantas que hay no son lo suficientemente ricas como para responder al crecimiento demográfico de los aldeanos “arcaicos”. En la Costa, los maris-cos eran lo más importante, junto al lobo mari-no, pero lo que es evidente es que la tendencia ya se había perdido, tanto que los instrumen-tos de producción propios de esta etapa corres-ponden casi exclusivamente a fines de recolec-ta, pesca y probablemente agricultura.

Las leguminosas juegan un papel notable: de “centro” de la domesticación y, quizá; jun-to a ellas el algodón. La importancia de los pallares y el fríjol sólo se asemeja a la del maíz (Zae maya) cuya presencia en los Andes puede coincidir con la finalización del Arcaico o los comienzos del Formativo.

El Arcaico Inferior es, en base a esta eviden-cia, el inicio de la agricultura aldeana, el ori-gen de la Barbarie, aunque debe considerarse como una etapa de lucha por una nueva dieta alimenticia, sin asentamiento o estabilidad de ninguna clase. Es experimental y transicional. Se supone la acumulación del mayor número de novedades “etnobotánicas” producido en época alguna, que se completará durante el Formativo Inferior. En el Arcaico Superior se estructura el cuadro agrícola, provocando un cambio irreversible de naturaleza cualitativa. Esta es propiamente la época de la Revolución Agropecuaria.

En el orden social, se cambia paulatina-mente de la estancia o el campamento hacia la aldea autosuficiente; se crean las condiciones para un gran despliegue demográfico, asociado a la movilización y el intercambio de distintas regiones. La aparición de los centros comuna-les y probables centros ceremoniales incipien-tes, a la finalización del período, crea las con-diciones favorables a la organización tribal y el surgimiento de regímenes teocráticos propios de la Barbarie.

En el orden de la producción tecnológi-ca y del arte, así como en toda la estructura ideológica hay una serie de pequeños cambios sumamente interesantes en el proceso de sus correspondientes roles en la situación revolu-cionaria.

Aparece el tejido de algodón, hecho sin te-lar, por medio del anudado o entrelazado de los elementos, siguiendo los originales proce-dimientos de la cestería (aunque no copie sus técnicas) previamente desarrollada y del tejido de fibras de junco y ágabe del Arcaico Inferior. Aparece la cerámica, la arquitectura, la escul-tura, etc.

el formativo iNferior

Es una época todavía oscura, pero sin duda re-presenta la clave en el estudio de este proceso,

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pues en ella culmina la “acumulación” de cam-bios en todos los órdenes de actividad social. Es muy probable que en este periodo se dé un gra-do muy elevado de movilidad poblacional, per-mitiendo así el intercambio de productos y ex-periencias entre las regiones subtropicales, tro-picales y cordilleranos que existen en el Perú.

Parece que la historia de la Barbarie en el mundo muestra un estadio en el que la bús-queda de tierras y recursos agrícolas permite grandes desplazamientos de los agricultores en zonas muy variadas. El proceso que Gordon Childe describe para el Cercano Oriente, en su expansión a Europa y el Asia Oriental revela una situación de esta naturaleza, que permite la emergencia de la nueva sociedad “Neolítica”, estructuralmente diferente a la “Paleolítica”.

Generalmente, esta etapa se reconoce por la presencia de “cerámica pre-Chavín” o “no-Chavín”, asociada a un contexto semejante al

de los más avanzados agricultores del Arcai-co, es decir, con aldeas y centros ceremonia-les. Naturalmente, sin embargo, es mucho más importante que eso, la asociación con un nue-vo complejo alimenticio, en el que el maíz, la llama domesticada y la papa juegan un rol de primerísima importancia.

Pero, como está dicho, muy poco es lo que se ha estudiado sobre este tiempo, por lo tanto, las referencias no son tan precisas como las de la época anterior o las de más adelante.

Un criterio para ubicar los establecimientos es la cerámica anterior a Chavín o, en general, la que data de los siglos anteriores a la gran ex-pansión de Chavín (± 800 a.C.) Este criterio hace oscilar los inicios de la época entre 1800 y 1200 a.C., siendo su culminación entre 1000 y 800 a.C., lo que indica un periodo de más o menos medio milenio.6

6 BC – 33 – (Cotos, periodo Wayra Jirka) – 3800 ± 110 (1840 a.C.)I – 810 – (Las Colinas – Ancón)3755 ± 220 (1815 a.C.)I – 1229 (Monumento I, Chilca)3623 ± 200 (1663 a.C.)GX – 202 (Pozo 12B – VII – 24 – Chilca)3610 ± 80 (1650 a.C.)GX – 275 (idem a GX 202)3510 ± 70 (1550 a.C.)BC – 31 (Wayra Jirka – Kotosh)3420 ± 220 (1470 a.C.)GX – 203 (Chanapata – Cuzco)3330 ± 240 (1370 a.C.)C – 322 (Huaca Prieta – Chicama)3310 ± 200 (1350 a.C.)UCLA – 154 (Haches – Acarí)3260 ± 80 (1310 a.C.)BC – 31 (Kotosh)3180 ± 130 (1200 a.C.)L – 122 A (Cerro Prieto – Virú)3150 ± 90 (1200 a.C.)L – 122 C (Cerro Prieto – Virú)3100 ± 200 (1150 a.C.)BC – 32 (Kotosh – Kotosh)3070 ± 110 (1110 a.C.)I – 1380 (Omas – Irrigación IV)3050 ± 140 1090 a.C.)C – 321 (Huaca Prieta – Chicama)2966 ± 300 (1006 a.C.)UCLA – 153 (Acarí – Hachas)2960 ± 90 (1000 a.C.)Adicionalmente, se ha agregado nuevas fechas que oscilan entre 1800 a.C. y 1500 a.C. para ocupaciones con cerámica en la Costa Central (Huaca de La Florida) y en la Costa Norte (Haldas).

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La importancia de esta época reside –en lo que a plantas se refiere– en la incorporación integrada de la agricultura andina con plantas de origen cordillerano y tropical, siendo posible que algunas de las últimas pudieran haber sido domesticadas originalmente en Mesoamérica.

Es la época en la que se asientan el maíz y la papa, una de origen subtropical o tropical y la otra característicamente cordillerana.

Es probable que así como en la Costa se dio un “Arcaico de leguminosas, cucurbitáceas y algodón”, en la Sierra se diera paralelamente un “Arcaico de gramíneas, tubérculos y ani-males domesticados”, mientras que ya sea en la Selva alta oriental, o en cualquier área cer-cana o lejana (Amazonas, Colombia o Mesoa-mérica) se produjo también un “Arcaico” que permitió “exportar” el conjunto de plantas de carácter y origen tropical.

No está aún bien determinada la manera como pudieron integrarse el conjunto de plan-tas que conforman el complejo etnobotánico andino, lo cierto es que ello debió producir-se en el Formativo Inferior, puesto que en el Superior esto ya está dado. Las posibilidades son muchas, el hecho hasta hoy evidente es que fue el producto de mucho intercambio re-gional e interregional, No parece ser que las plantas “tropicales” llegaran en grupo, en con-junto, como consecuencia de una migración o algo semejante, sino poco a poco; el maní, por ejemplo, parece haberse incorporado a fines del Arcaico y lo mismo se puede decir de el maíz. Del complejo cordillerano, la papa debe haber sido la más aceptada en el área en gene-ral, aunque su papel en la altiplanicie, junto con todo el “complejo cordillerano” habla de una situación muy avanzada de la Sierra andi-na hacia los comienzos del primer milenio de la era pasada.

El “complejo cordillerano” es el siguiente:Chenopodium quinoa (Quinua)Chenopodium pollidicaule (Cañihua)Solanum tuberosum (papa o patata)

Oxalis tuberosa (oca)Tropaeolum tuberosum (mashwa)Ullucus tuberosus (olluco)

Por el momento sólo la papa y la quinua han podido ser fechadas gracias a los halla-zgos de Chiripa (Bolivia) y el norte de Chile (Bird 1946). Las demás plantas no han sido aún encontradas en yacimientos arqueológi-cos, pero también son las menos importantes. La antigüedad conocida es del orden del año 1000 a.C., de la papa deshidratada (chuño) y de quinua (Ponce Sanjinés 1961). La quinua, además parece haber jugado un rol de impor-tancia entre grupos de salvajes de Atacama y Arica que evidentemente la adquirían de al-gún modo del Altiplano; existen evidencias recuperadas por Junius Bird y Lautaro Núñez (comunicación personal) de verdaderos de-pósitos de granos de quinua, enterrados como ofrendas mortuorias.

Como señala Horkheimer (1958: 70), el contenido alimenticio de la quinua es tan alto que con sólo quinua se puede reemplazar una gran deficiencia de otros alimentos; Horkhei-mer da los siguientes valores:

Quinua: 10.7% de proteínas5.2% de grasas69.2% de hidratos de carbono353 calorías (en 100 gr de quinua)

En comparación, el maíz solamente tiene:7.6 % de proteínas3.7% de grasas73.4% de hidratos de carbono343 calorías (en 100 gr de maíz)

mientras el trigo, de origen euroasiático, y de gran consumo en Occidente, tiene:9.2% de proteínas1.5% de grasas71.6% de hidratos de carbono328 calorías (en 100 gr de maíz)

De todo esto se observa que la quinua es un grano cuyo contenido proteínico y de calorías, es mayor que los del maíz y el trigo, que, sin

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embargo, tienen mayor popularidad en Améri-ca y el mundo, respectivamente.

El complejo “tropical – semitropical” es el siguiente:Zea mays (maíz)Manihot utilissima (yuca)Ipomoea batatas (camote)Acharis Hypogea (maní)Persea americana (palta o avocado)Solanum muricatum (pepino)Cyclanthera pedata (caywa)Annona muricata (guanábana)Arracacia Xanthorrhiza (Arracacha)

Carl Sauer (1949) considera que de estos, el maní y la yuca son originarios de la Selva amazónica, lo cual es muy probable. El pepino y la caywa pueden tener su origen en la costa peruana y aún la última, en los valles interan-dinos. En lo que se refiere al maíz, aunque al-gunos especialistas persisten en la probabilidad de un centro andino de origen independiente del mesoamericano, las probabilidades de que su domesticación se haya realizado sólo en di-cha área son mayores, dado que allí existen un Arcaico largísimo, que domesticó el maíz hacia 5000 a.C. o antes. Junto con el maíz debieron llegar a los Andes otros elementos culturales, que se integraron en la configuración de la Barbarie Media, entre ellos ciertas formas de culto ligadas al felino, de la que aquí, por cier-to, no nos ocuparemos.

La agricultura de la Costa, durante el Ar-caico, ha sido considerada “incipiente” y esto es cierto, puesto que no afectó sustancialmen-te la actividad social global, pese a los cam-bios de orden cuantitativo ya enunciados. La agricultura de la Selva vecina a los Andes se quedó en la condición de “incipiente”, pues no se integró con los productos cordilleranos y costeños o, por razones probablemente eco-lógicas (Meggers 1954) no logró “madurar” lo suficiente como para saltar al nuevo estado. La agricultura serrana en cambio, debe ser obser-vada más finamente. El carácter “Arcaico” de la región cordillerana es un supuesto por com-

paración más bien que una etapa establecida. Por el momento, sólo existen algunas eviden-cias aisladas e incompletas, como son las de la fase “Mito” de “Kotosh” (Huánuco), de la que sabemos que tuvo un desarrollo notable antes de la cerámica. En Mito, determinado por la Universidad de Tokio (Izumi y Sono 1963) a base del estudio de un conjunto de recintos ceremoniales, llamados los primeros conoci-dos: “Templo de Manos Cruzadas” y “Templo de los Nichitos”, se conoce la subsistencia de la tradición de caza con una industria muy pa-recida a la “ayampitinense”, pero no se sabe si, en asociación a esto, habían ya formas agrí-colas de algún tipo, porque no se han hallado las evidencias (Seiichi Izumi, comunicación personal). Es presumible que así sea, pero la presunción no es un método científico. En todo caso, el adelanto tecnológico es similar al del Arcaico Superior Costeño, con el que tiene muchas coincidencias, que aquí no discutimos por ser otro capítulo del problema.

En Lauricocha, que se diferencia de Ko-tosh tanto por la altitud (alrededor de 2000 m más alto de Kotosh) como por las condiciones ambientales consecuentes, la fase III parece coincidir con la fase Mito, lo que cuenta con evidencias de sincronía y de características homotaxiales. Pero, tampoco hay la evidencia vegetal recuperada; quizá nuevas excavaciones allí den más elementos de juicio, aunque tanto la altitud como el carácter de pradera de Lau-ricocha, seguramente permiten una insistente retención del carácter “salvaje”, favorable a la caza, de los habitantes de las cuevas. Natural-mente no estamos en condiciones de decir que la agricultura probable de Kotosh tuvo que ser la “cordillerana”.

El territorio clave para esto es, a nuestro entender, el altiplano del Titicaca, con proba-bles extensiones hacia la Sierra sur y central del Perú y hacia las cordilleras orientales de Bolivia. No solamente por el hecho fortuito de haber encontrado en esa zona las hasta hoy más viejas evidencias de papa y quinua, sino, además, por las condiciones favorables del al-

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tiplano, tanto para el cultivo de estas plantas, como para el hecho aún más importante de la domesticación de animales. El “complejo cordillerano” es una asociación indestructible animal-vegetal, con el papel predominante de la papa, la quinua y la llama. Por otro lado, el régimen agrario “cordillerano” es cualitativa-mente distinto del “tropical” y “Subtropical”, en tanto que mientras la agricultura de las tierras bajas supone, para su desarrollo, de la hidráulica, de las técnicas de la irrigación, la agricultura de las tierras altas; la de estas plan-tas, se desarrolla simplemente en función del régimen de secano, con muy pocas exigencias de humedad y con una gran resistencia a los contrastes de temperatura y las plagas. Por eso, es un error considerar que la sociedad andi-na, en general, fue de “carácter hidráulico” (Steward 1955; Wittfogel 1964), es un error de generalización que se basa exclusivamente en los conocimientos adquiridos en la arqueología de la Costa. Pero, al mismo tiempo, conviene recordar las características que Dollfus (1965: 228) le asigna al “Optimum Climatium” en la Sierra: estación húmeda contrastante con la estación seca y, en la estación seca, “vigorosos contrastes térmicos cotidianos”. Esto, tanto la estación húmeda como la seca, son sumamen-te favorables al desarrollo del régimen cordil-lerano: agropecuario, con el tipo de plantas y animales propios del “complejo”. Es posible pensar que ya en la cordillera se había produ-cido una revolución agropecuaria cuando el Formativo se hizo manifiesto en la Costa y en la Sierra central y norte del Perú. Todo parece indicar que también la pesca de lago tuvo al-gún papel en el proceso.

La papa y la llama, son factores definitivos en la eclosión revolucionaria de los Andes, tanto o más que el maíz. No debe olvidarse que en México durante milenios el maíz, ya domesticado, no afectó revolucionariamen-te a la sociedad, como tampoco lo hizo en la Selva vecina de los Andes y en otros tantos territorios. En México mismo, la eclosión re-volucionaria, como lo van demostrando los estudios de McNeish, sólo se produjo por la

maduración de las condiciones, hacia fines del segundo milenio de la era pasada. Un estímulo innegable para la aceleración del proceso fue el paso del Post-Glacial Medio al Tardío, con sus consecuencias climáticas adversas como lo han señalado Childe, Cole (1965) y Braidwood (1950), para el Cercano Oriente y lo propone Lorenzo (1961) para Mesoamérica.

Todo esto nos demuestra que no es, pues, la agricultura (como técnica) en sí misma, y mucho menos el “carácter hidráulico” y de ella, la que supone un cambio fundamental en la sociedad “recolectora”; es solo uno –proba-blemente el más importante– de los factores determinantes del proceso. Lo es también la domesticación de animales y, por cierto, el cre-cimiento, el desarrollo de los instrumentos de producción y su consecuente utilización por el pueblo.

Las leguminosas, frutas, etc. cultivadas en la Costa durante los milenios cuarto, tercero y segundo de la era anterior, no provocan un cambio sustancial en la dieta alimenticia, la cual se basa aún en la recolecta y la caza (en lo que ésta es posible) como factores funda-mentales de producción y consumo. El papel de los productos marinos es incalculable; es lo que mantuvo estable o aumentó el promedio de vida de la población. La producción agra-ria era suplementaria y es probable que dentro de un indicador porcentual no suponga más de un 20% o 30% creciente: al fin del Arcaico Superior, en uno más del 50%, deducido por comparación con determinaciones semejantes, hechas por McNeish para México (1958). En cambio, en el Formativo, con el ingreso de los nuevos productos, la dieta se enriquece nota-blemente con plantas cultivadas, y, por cierto, especialmente con productos como el maíz, la papa, la yuca, la llama domesticada, etc.; que a partir de entonces se convierten, junto con el fríjol y el pallar, en los fundamentos mismos de la alimentación andina.

No se trata de que los productos fueron “au-tóctonos” o “alóctonos” lo importante es que

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ellos jugaron un papel de conductores de cam-bio social, sólo gracias a que las condiciones am-bientales y tecnológicas previas, favorecieron su desarrollo explosivo en un momento dado.

el formativo superior

El Formativo Superior, para los Andes Cen-trales, está determinado por la expansión y el desarrollo de una cultura que los arqueólo-gos, a partir de Julio C. Tello, conocen con el nombre de Chavín. Para el Altiplano Sur, cuya importancia en el Formativo no ha sido sufi-cientemente aquilatada, no existe la referencia en un “Formativo Superior” independiente de las culturas Qaluyu y Chiripa a no ser este ni-vel los recientes hallazgos por Ponce Sanjinés (1961) en Tiwanaku y, probablemente, la cul-tura Pukara de la sección occidental-norte del Titicaca. En este trabajo, en espera de más da-tos para este período en el Sur, nos limitamos a discutir Chavín, cuya área cubre la Costa y la Sierra norte y la costa sur del Perú.

Solo como referencia, deseamos anotar que en la cerámica Pucara, cuyos inicios se re-montan tan solo al siglo II antes de esta era, se observa (Lumbreras y Amat) la subsisten-cia de la caza de aves (patos) lacustres, a la vez que el conocimiento y seguro consumo de la perdiz (Gallinacea cordillerana) y el uso ple-namente demostrado de los auquénidos como animales de carga, algunas figuras sugieren incluso la Alpaca (Lama pacus), que, según la opinión de algunos especialistas serían una especie aún más perfeccionada (por selección domestica) que la llama (Lama glama), ambas aparentemente originarias del guanaco (Lama guanicoe). En el Sur, Pucara es lo que más cor-responde al criterio de “Formativo Superior” que está ligado a Chavín en el norte, pese a la diferencia cronológica y taxonómica.

El Formativo Superior, tal como lo cono-cemos hoy, se inicia entre los años 1000 y 800 a.C. y dura, irregularmente, hasta los siglos IV y I de nuestra era.

Este período se inicia con todas las ganan-cias del Formativo, es decir, que representa la total vigencia de la Barbarie, incluidos los ingredientes antitéticos cuyo desarrollo permi-tirá la destrucción de los bárbaros y el tránsi-to a la civilización. La aparición de una casta sacerdotal crecientemente poderosa, la espe-cialización artesanal, el comercio interregional de manufacturas y productos agropecuarios, el crecimiento de los centros ceremoniales por encima de las aldeas campesinas, etc.; todo junto a una agricultura bien establecida y una ganadería creciente.

El Formativo Superior, en este trabajo, sirve más para demostrar la importancia de la fase anterior que para explicar su grandio-so desarrollo. El, no es más que un índice del carácter de la fase previa, donde se inició el triunfo revolucionario. El hecho de que con Chavín encontramos una agricultura estable-cida, tendiente, en la Costa, a la terminología del regadío racionalizado; el uso de la lana y el algodón para la producción textil; el desarrollo de una arquitectura monumental exigente de una suerte de excedentes de productos del campo, el fortalecimiento de la alfarería artís-tica y su alto índice de producción; la emer-gencia de la metalurgia del oro; el nivel artísti-co y técnico en el trabajo de la piedra con fines productivos y ceremoniales; la notable dimen-sión de los poblados y de los centros ceremo-niales; las nuevas y revolucionarias formas del culto Chavín; etc. Todo esto no fue producto de una sorpresiva llegada de gentes de otros lugares, como ingenuamente creen –porque no lo pueden demostrar– algunos arqueólogos y publicistas; las evidencias señalan que todo es el producto de una revolución que se fue gestando desde milenos atrás, que concluyó con el Formativo Inferior y cuyos resultados se proyectan en la cultura Chavín, que por cierto tiene, en todos los órdenes de actividad social, los ingredientes cordilleranos, tropicales y sub-tropicales, que con tanta claridad denuncia el estudio de la evidencia etnobotánica. Chavín es la demostración de lo que pudo lograr la re-volución agropecuaria en los Andes y, además,

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es, por ahora, la demostración más clara de que, en efecto, el proceso fue revolucionario.

No es, por cierto, pura casualidad el hecho de que el centro más importante de la cultura Chavín se halla establecido en el Callejón de Conchucos, en la Provincia de Huari (Ancash); Chavín de Huántar es un “punto de conver-gencia” de los complejos costeños, selvático y cordillerano; en Chavín, las recientes excava-ciones (Lumbreras 1967) muestran productos de la Costa y de la Sierra y, al parecer, también de la Selva; lo último no es difícil dado que la Selva montañosa del Marañón se encuentra solamente a unos kilómetros de Chavín mis-mo, en la desembocadura del río Puchka.

Todo indica que al arribar al periodo Cha-vín, ya se había producido la “integración”; las evidencias no son muchas aún, pero, se sabe que en el Formativo Inferior, en la costa norte (Guañape Medio), en el sitio llamado el “Tem-plo de las Llamas” en el valle de Virú, ya se usaba la llama (¿domesticada?) en la liturgia (Strong y Evans 1952); parecido a lo encontra-do en Chanapata, en el Cuzco (Rowe 1944). Es evidente, sin embargo, que la Costa mantuvo una agricultura más de acuerdo con su hábitat, favoreciendo esto la popularidad del maíz, las legumbres y las yucas. La papa pudo ser utili-zada, en este tiempo, a través del trueque; fue la llama el vehículo más fácilmente “aceptado” en la Costa y en lugares como Cerrillos en Ica (Wallace 1962) la cantidad de restos de llama es considerable, no siendo este un animal de caza de este territorio, o, habiéndolo sido, no lo era tanto como para ser, según dice Wallace, el producto animal más popular. Por otro lado, la fase Isla de Wallace es básicamente la misma que la de Chupas en Ayacucho.

Finalmente, conviene recalcar que el total de piezas cuyas evidencias físicas han sido recu-peradas por los arqueólogos, todos se encuen-tran desde el Formativo; las que se registrarí-an (25%) como “posteriores”, por haber sido encontradas en contextos más recientes, sino que se deben a indicaciones indirectas. Existen

también muchas otras plantas cultivadas de las que sólo se conoce por mención de los cronis-tas o su presencia posterior. De acuerdo a Jua-na Infantes (1964) hubo un total de 88 plantas utilizadas para fines alimenticios, de los cuales 4 son cereales, 7 legumbres, 11 tuberosas, 40 frutales, 9 condimentos y 7 estimulantes. Mu-chas de ellas probablemente sólo eran estimu-lantes. Margareth Towle (1961: 98) presenta 54 plantas utilizadas para la alimentación de las cuales sólo 36 tienen datación.

Las plantas hasta aquí referidas son:Legumbres: Phaseolus lunatus (pallar) Phaseolus vulgaris (fríjol) Canavalia ensiformis (pallar) Canavalis Sp. (pallar) Pachyrrhizus Sp. (Jíquima) Arachis hypogea (maní)Cereales: Chenopodium quinoa (quinua) Chenopodium pallidicaule (cañihua) Zea mays (maíz)Tubérculos : Ullucus tuberosus (olluco) Oxalis tuberosa (oca) Tropaelum tuberosum (mashwa) Solanum tuberosum (papa) Monihot utilissima (yuca) Canna edulis (achira) Arracacia xanthorrliza (arracacha)Frutales : Capsicum Sp. (ají) Bemchosia armeniaca (circuela del Fraile) Inga fenillei (pacae) Psidium guajava (guayaba) Lucuma bifera (lúcuma) Persea amaricana (palta) Solanum miricatum (pepino)Cucurbitáceas : Cucurbita moschata (zapallo) Cucurbita pepo (zapallo) Cucúrbita ficofolia (zapallo) Lagenaria siceraria (calabaza)Otros: Scirpus Sp. (junco) Gossypium barbadense (algodón) Typha angustifolia (totora) Cyperus Sp. (totota).

Adicionalmente, hay otras plantas sin da-tación cronológica, que no hemos usado en la discusión, pero dada la menor importancia de

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ellas, frente a las mencionadas, no creemos que su “domesticación tardía” afectaría en nada lo aquí discutido. Debemos mencionar principal-mente las siguientes, utilizadas en la alimenta-ción (algunas de ellas, señaladas con asterisco, aparecen representadas en objetos artísticos de culturas recientes:Polymnia sinchifolia (llacón)Cyphomandra betacea (tomate)Campomanesia lineatifolia (palillo)Lupinus mutabilis (tarwi)Amaranthus Sp. (bledos)Xanthosoma Sp. (uncucha)Annona cherimoglia (chirimoya)Aristotelia macqui (maqui)Carica caudicans (mitu, jerju)Carica papaya (papaya)Carycar aygdaliferum (almendra)Passiflora Sp. (granadilla)

Del total de especies conocidas a la llegada de los españoles –datadas o no– el 54% están reconocidas como “Formativos” o “Arcaicos” gracias a los datos de la arqueología y el restante 46% simplemente no tiene datación; mientras que el 100% de recuperadas in situ, tienen sus evidencias “originarias” a más tardar hacia el 800 a.C. (comienzos del Formativo Superior).

la tecNología agraria

Es demasiado poco lo que sabemos del desar-rollo de las técnicas utilizadas en la agricultura y pese a que es un rubro diferente a la directa evidencia “etnobotánica” creemos que su per-manencia es muy grande en la explicación del proceso.

Engel 1957, Bird y los demás arqueólogos que han escavado yacimientos arcaicos, decla-ran que no han encontrado los instrumentos que pudieron haber servido para fines agrí-colas; unos palos aguzados al fuego pudieron cumplir la función de incipientes “azadones”, quizá para sembrar las leguminosas; nada in-dica, durante ese tiempo, que se desarrolla-ra una política hidráulica determinada; bien

pudieron haber ciertas normas de irrigación como el simple aprovechamiento de la hume-dad proporcionada por las napas freáticas o la utilización relativamente racionalizada de las inundaciones ribereñas.

Durante el Formativo evidentemente se de-sarrolla un régimen de irrigación en cada valle costeño (Kosok 1965) lo que debe estar ligado a la complejización del agro con la introducci-ón maíz. Nada hay, sin embargo, que se parezca a un azadón o a una hoz. Mucho más adelan-te, probablemente con el afianzamiento de la agricultura de la quinua, aparecen verdaderas hachas de piedra, así como azadores y otros ins-trumentos a manera de mazos para romper ter-rones; lamentablemente no sabemos cuando se iniciaron, y más bien parecen estar ligados a la Barbarie Superior y la Civilización.

importaNcia de la evideNcia vegetal

La evidencia del cultivo y utilización de las plantas para el estudio del problema del paso a la Barbarie es de fundamental importancia, dado que es el ingrediente alimenticio que enriquece la dieta dando un cierto margen de seguridad en su obtención, además de permitir el establecimiento sedentario de una poblaci-ón numerosa. La agricultura y la ganadería son la base productiva que dio origen a la civili-zación humana; su gran desarrollo durante la Barbarie, capacitó al hombre para dominar la naturaleza en forma progresiva.

Lo que muestran las evidencias es que alre-dedor del año 4000 se inicia el cultivo de legu-minosas y cucurbitáceas, con efectos cuantitati-vos y cualitativos casi imperceptibles; alrededor del año 2500 se inicia una nueva etapa con la domesticación de un mayor número de plantas y la utilización de muchos frutales, raíces, tu-bérculos, etc., manteniéndose la importancia de las legumbres y acumulándose el algodón como producto –sobre todo industrial– de prime-ra importancia. Durante esta segunda fase del “Arcaico” existe un notable cambio cuantitati-

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vo, que se manifiesta en el aumento explosivo de nuevas plantas, especialmente tropicales y cordilleranas, que logran una modificación to-tal en el régimen alimenticio de los pobladores andinos; la presencia de cereales; el incremen-to de legumbres y la complementación de los tubérculos ricos en harina, eleva el consumo de vegetales a un nivel muy alto de nutrición, dado que es posible controlar la producción de alimentos como el maíz y la papa, de alto con-tenido proteínico, de hidratos de carbono y ca-lorías. La naturaleza de las plantas cultivadas desde entonces, tanto por su cantidad como por su calidad, hacen de esta última fase de do-mesticación, una etapa de cambio cualitativo de naturaleza irreversible.

Cabe destacar, además, que gracias a la evidencia vegetal es posible determinar la po-ligénesis de los productos que dieron origen a la agricultura y la sociedad andinas, poli-génesis de la cultura que favoreció el asenta-miento de la Revolución Agropecuaria y, en consecuencia de la Barbarie Andina. Este es el resultado de varias “evoluciones”, dos de ellas evidentemente andinas (en la Costa y la Cordillera) y una probablemente extranjera; corrientes que coinciden en un proceso revo-lucionario cuyas fuentes se encuentran en la cordillera y en la Costa; no estamos aún en condiciones de decidir si la revolución agro-pecuaria en el Altiplano Sur, fue no indepen-diente de la de los Andes Centrales, y, enton-ces, seguramente anterior y, en cierto modo, antecedente.

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TROLL, Carl 1958 Las Culturas Superiores Andinas y el medio

geográfico. Trad. de Carlos Nicholson. Pub-licaciones de Instituto de Geografía de la Universidad de San Marcos. Lima.

WALLACE, Dwigth T. 1962 “Cerrillos, an Early Paracas Site in Ica,

Peru”. American Antiquity, Vol 27, Nº 3, pp. 303-14. Menosha.

WITTFOGEL, Karl 1964 Depotismo Oriental, Ediciones Guadarroma.

Madrid.

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ACTIVIDADES DEL MUSEO

CINCUENTENARIO

El 21 de octubre del año pasado, el Museo celebró el primer Cincuentenario de su fundación por el Dr. Julio C. Tello. Inauguró ese mismo día, el local que hoy ocupa en el Patio de los Naranjos y Patio de los Jazmines de la vieja casona Sanmarquina en el Parque Universitario.

El Dr. Juan de Dios Guevara, Rector de la Universidad, dijo en esa oportunidad: “el museo, antes instalado en lugares inadecuados, será, a partir de hoy, no un simple custodio de reliquias históricas de la Nación, sino un centro educacional y un centro de investigaciones científicas”.

El discurso de homenaje al fundador del Museo, estuvo a cargo del Prof. Toribio Mejía Xesspe, discípulo del Dr. Tello. Momentos después el Dr. Guevara procedió a develar la placa conmemorativa del Cincuentenario.

GALERÍA DE MIEMBROS DE HONOR

Con motivo del Cincuentenario del Museo, el Rectorado expidió la Resolución Nº 29603, insti-tuyendo una Galería de Miembros de Honor, en el cual la Universidad perennizará su reconoci-miento y la memoria de quienes a través de la investigación y la docencia han prestado y prestan valiosos servicios a la cultura nacional.

La referida Galería fue inaugurada rindiendo homenaje al Dr. Julio C. Tello, fundador del Museo, al Dr. Max Uhle, Dr. Luis E. Valcárcel, Dr. Jorge C. Muelle, Dr. Pedro Weiss, Prof. Tori-bio Mejía Xesspe y Sr. Rafael Larco Hoyle.

El Museo proyecta rendir homenajes especiales a cada uno de los Miembros de Honor, así como incorporar en su Galería a otros especialistas nacionales y extranjeros.

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Arqueología y Sociedad 1

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EXPOSICIONES

Desde su reinstalación de su nuevo local, el Museo ha presentado dos exposiciones. La primera fue una muestra de cerámica y trabajos líticos correspondientes a la Cultura Chavín y la segunda estuvo dedicada a la Cultura Nasca.

En ambas oportunidades las muestras fueron visitadas por numeroso público, escolares, uni-versitarios, trabajadores, turistas, etc.

MIÉRCOLES ARQUEOLÓGICOS

El Museo reinició los Miércoles Arqueológicos en el mes de diciembre del año pasado, habiéndose realizado la siguiente programación:

DICIEMBRE 1969:3: SEGUEL, Zulema.- “Arqueología de Chile Central y del Extremo Sur Americano”.10: BUENO M., Alberto.- “Arqueología en la Costa Peruana”17: ROSELLO T., Lorenzo.- “Maranga”ENERO 1970:14: LUMBRERAS, Luis G.- “La estratigrafía en Chavín de Huántar”21: RAMOS de COX, Josefina.- “Horticultores en la Tablada de Lurín”.28: UENO, Takeshi.- “Mamíferos en las ruinas de Kotosh”.

FEBRERO4: BUENO M., Alberto.- “Pachacamac y la Costa Central. Nuevos puntos de vista”11: IRIARTE, Francisco.- “Informe preliminar sobre la Huaca Tacaynamu”18: WEISS, Pedro.- “Interpretación arqueológica de las deformaciones craneanas en el Antiguo Perú”25: CHAVEZ BALLÓN, Manuel.- “Arqueología de Cuzco y Machu Picchu”

MARZO4. ONUKI, Yoshío.- “La Pampa, Nuevo sitio de la cultura Chavín en el departamento de An-cash”11: BONAVIA, Duccio.- “Investigaciones arqueológicas en la ceja de selva del Perú”18: JIMÉNEZ BORJA, Arturo.- “La música y la danza en el antiguo Perú”25: BUENO M., Alberto.- “Nuevos hallazgos en Cerro Sechín”

CURSILLO

Como parte de los programas de extensión cultural, la Dirección Universitaria de Proyección Social y el Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, organizaron un Cursillo de Introducción a la Cultura Antigua del Perú.

El programa de estudios comprendió cuatro asignaturas: Introducción a la Arqueología (Dr. Luis Lumbreras), Arqueología Peruana (Prof. Hugo Ludeña), Arqueología Americana (Prof. Alber-to Bueno) y Antropología Física (Dr. Juan Fernando Álvarez Ghersi). Se desarrolló, además, un programa de actividades que comprendió conferencias, proyecciones de films y diapositivas y visitas guiadas a lugares arqueológicos como Pachacamac, Cajamarquilla, Puruchuco, Maringa, Huaca Juliana, Pan de Azucar y Ancón.

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