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Pocas personas conocen tan bien la historia de la Asociación de Familiares Detenidos Desaparecidos (Asfaddes) como ella. Ha estado desde el comienzo, cuando su hermano Leonardo participó de las primeras marchas en Bogotá. Es su secretaria general y este es su testimonio, de 33 años. Es un relato que se aconseja leer, con la canción Todavía cantamos, del argentino Víctor Heredia, de fondo, es el himno de esta organización que lleva más de tres décadas luchando por los derechos humanos en Colombia Gloria Gómez Cortés y ASFADDES Gloria Luz Gómez perdió a dos de sus hermanos por buscar a los desaparecidos.

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Pocas personas conocen tan bien la historia de la Asociación de Familiares Detenidos Desaparecidos (Asfaddes) como ella. Ha estado

desde el comienzo, cuando su hermano Leonardo participó de las primeras marchas en Bogotá. Es su secretaria general y este es su

testimonio, de 33 años. Es un relato que se aconseja leer, con la canción Todavía cantamos, del argentino Víctor Heredia, de fondo, es el himno

de esta organización que lleva más de tres décadas luchando por los derechos humanos en Colombia

Gloria Gómez Cortés y ASFADDES

Gloria Luz Gómez perdió a dos de sus hermanos por buscar a los desaparecidos.

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G loria Gómez Cortés, secretaria general de la Asociación de Detenidos Desaparecidos (Asfaddes), dicen los que la conocen, es la memoria viva de esa organización que acaba de ser notificada y reconocida como sujeto de reparación Colectiva por parte de la Unidad para la Atención y Reparación a las víctimas.

Al comienzo desde la barrera y luego en el mismo centro, sabe, como pocos, los entresijos de una lucha de 34 años en procura de encontrar a los desaparecidos en Colombia. Además, ejerce el derecho a la memoria apoyada en una evidente habilidad narrativa, algo que -explica- debe estar en sus genes: “en mi familia hablamos hasta por los codos”.

“Soy bogotana, nacida y criada aquí, en el barrio San Rafael. Me bautizaron en la iglesia de la capuchina y tengo una familia muy numerosa, 15 hermanos criados, actualmente quedamos vivos siete.

“Nosotros, por herencia, siempre fuimos muy conscientes sobre la realidad. Mi padre, aunque trabajaba mucho, estaba pendiente de la junta de acción comunal sin ser propiamente un líder, pero estaba comprometido”.

Pero como la sensibilidad no es suficiente para su lucha de toda una vida, agrega que el temperamento fuerte lo heredó de su madre. “Era boyacense de origen pero con sangre santandereana. Fue muy fuerte para tener tantos hijos. Además, varios quedamos huérfanos muy pequeños, cuando un carro atropelló a mi padre. Ella fue el sostén”.

A pesar de los golpes que asestó en nuestras vidas el ingenio del odio desterrando al olvido a nuestros seres queridos.

Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos;

Los jazmines blancos se han convertido en un símbolo para los familiares de los desaparecidos detenidos.

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Su destino quedó marcado de alguna manera por haberse criado entre los hombres de su familia. “Eso hizo que tuviera unos lazos de afecto muy fuertes con ellos. Leonardo era menor que yo cinco años y muy ligado a mí. Cuando me casé, solía ir mucho con Luis, quien era un año mayor que él, a mi casa. Los dos formaron parte del proceso de crecimiento de mis hijos. Eran una figura paterna”.

Gloria tuvo que regresar a su casa cuando se separó de su esposo y por eso vivió de cerca el proceso de amenazas y posterior desaparición de Leonardo y Lucho.

“Leonardo fue muy inquieto desde niño. Terminó primaria en la escuela Mater Admirabilis y estudió parte del bachillerato en el Colegio Andrés Bello, donde descubrió su talento para la pintura. Estuvo hasta séptimo año. Cuando estudió allá organizó con otros niños una protesta porque unos profesores cerraban la puerta y no los dejaban entrar a la clase. Les ponían falla y les hacían perder las materias. Comenzaron a señalarlo y a hacerle eso que hoy llaman bullying. Pero era extraño, porque en la casa era calmado, introvertido y muy juicioso. Le encantaba levantarse y hacer el desayuno, lo hacía desde muy pequeño, al comienzo le tocaba poner una butaca para alcanzar el mesón. A mí me ayudaba con mis hijos, que tenían 3 y 4 años. Como yo trabajaba, no le importaba madrugar todos los días para llevarlos al jardín. La gustaba mucho jugar, es increíble, porque todo el mundo pensaba que era muy serio. A mis hijos, sobre todo al mayor, le pintaba las pecas y se las contaba, lo llamaba ‘27 pecas’.

“La primera detención fue a los 16 años, en 1981, dentro de la doctrina del estatuto de seguridad nacional, en el periodo de Julio César Turbay. Se había pasado para el colegio Bravo Páez porque en el Andrés Bello nos habían dicho que no querían niños revoltosos. En esa época, ese colegio se caracterizaba por ser más abierto y recibir a los niños, digamos ‘problema’. Y, las cosas del destino, inicialmente se llamaba Gonzalo Bravo Pérez, en homenaje a un estudiante de derecho de la Universidad Nacional asesinado en 1929 y considerado el primer mártir estudiantil de Colombia, pero eso no lo sabían ni los mismos estudiantes. Alguien logró en esa época lo que hemos intentado tantas veces, una reparación simbólica de quienes han caído. Luego se lo cambiaron a Bravo Páez, (por el general venezolano José Antonio Páez de las luchas de la independencia ).

“Es cierto que el estudiantado no era de los más calmados. En ese momento se acababa de hacer un alza del transporte público y hubo muchas protestas en las que participaron estudiantes de colegios del sur de Bogotá, del José María Córdoba, del Inem del Tunal, y del Bravo Páez, entre otros. Leonardo salió con una compañera, Alexandra, y escribieron en un muro ‘Abajo el alza del transporte’. Un policía que pasaba les pidió plata. Pero no tenían, mi mamá nunca nos daba, no podía, nos hacía maíz pira con patacones o papas saladas con huevo para las onces. Se defendieron diciendo que no estaban haciendo nada malo.

Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos;

“Se los llevó para la estación Tercera y los incomunicaron. Leonardo logró llamar y nos avisó que estaba detenido. Era un periodo muy represivo y había una actitud de desprecio de la Fuerza Pública contra la población civil. Nos fuimos inmediatamente y tuvimos que aguantar los malos tratos. Ahora me pregunto ¿cómo sobrevivimos a tantas cosas?

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“Le llevamos comida pero no la dejaron entrar. Tampoco daban información. Duramos dos días plantoneados frente a la estación, hasta que un tío que nos acompañaba me dijo: ‘Usted es la única que puede hacer algo. Aproveche sus encantos, a usted Dios la dotó de belleza, hágale pestañas al policía y verá que lo convence’. Me acerqué con mucha rabia pero le hablé. Efectivamente me dejó entrar, pero me advirtió que era solo para que viera que estaba ahí, porque lo podían sancionar.

“Lo tenían en una celda con otros tipos, él era un niño entre esos hombres; a la chica la tenían afuera. Estaba muy angustiado y me dijo ‘consigan un abogado, sáquenme , no quiero estar aquí’. Le dije que se tranquilizara, le logré meter la comida y le di una ruana que tenía. Todo fue por entre las rejas.

“Ese mismo día, por la tarde, logré volver a meterme. El policía me dijo: ‘venga monita, a su hermano se lo van a llevar mañana’. Nos ilusionamos porque pensamos que lo iban a dejar libre.

“Al otro día, bien temprano, le hicimos chocolate y cuando llegamos nos encontramos con que estaba en una de las famosas camionetas panel del F2 de la policía. Estaba con otros chicos y chicas, todos esposados. Los llevaron para el batallón de inteligencia militar, el BIM. Tomamos un taxi con mi mamá y vimos que los metieron allá. Le preguntamos a un soldado y nos dijo que no podía darnos información, que solo el Mayor estaba autorizado.

Que nos digan dónde han escondido las flores que aromaron las calles persiguiendo un destino ¿Dónde, dónde se han ido?

“Cuando salió el Mayor solo permitió que mi mamá se acercara y comenzó a regañarla. La llamó irresponsable y le gritó: ‘les dejan hacer los que les da la gana, no los forman, no los disciplinan, son unas alcahuetas. No le voy a decir qué va a pasar con su hijo, si quiere, consiga un abogado, pero no le va servir de nada’.

“La convencimos de que nos fuéramos, lo urgente era conseguir el abogado. Logramos hablar con uno y nos mandó a hacer un montón de diligencias, entre otras, conseguir una carta del rector del colegio, de sus profesores y de padres de familia donde dijeran que era un buen muchacho. Las conseguimos, hablamos con los vecinos y hasta sacamos fotos a la pared donde escribió. El abogado las entregó y Leonardo salió a los 15 días.

“Le pedimos que nos contara lo que le habían hecho y dijo que hacerlo hacía más daño, pero que definitivamente eran unos cerdos. Creo que hasta el día de su muerte los vio así. Desde ese momento comenzó la persecución.

“Después de eso se volvió más introvertido. Se la pasaba leyendo y como ya había descubierto su don para la pintura, usaba sus primeros trazos como vía de escape. Una profesora de dibujo del Bravo Páez lo apoyaba y le prestaba su casa para que lo hiciera.

“La casa comenzó a estar vigilada todo el tiempo y nos dimos cuenta que el teléfono estaba intervenido. Nos decía que lo estaban siguiendo, que estaban alrededor del colegio. En las calles se comentaba que algunos profesores eran del F2. El colegio tenía fama de revoltoso

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y ya se habían llevado a Ramiro Osorio, un estudiante líder de la nocturna. Luego apareció asesinado. Además, la detención de Leonardo y Alexandra había movilizado a los estudiantes.

Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos;

“Al verlo así le dijimos que se fuera; en esa época la gente pedía asilo en las embajadas. Dijo que no, que no debía nada y que quería terminar su bachillerato porque veía que mi mamá había hecho mucho esfuerzo para que tuviéramos una educación que nos sirviera. Había ganado un concurso de pintura del Distrito. El premio era una beca para estudiar bellas artes en Brasil y estaba esperando terminar para irse.

“En mayo de 1983 nos allanaron la casa. Ese es uno de los episodios más dolorosos que un ser humano puede vivir. Era sábado y yo estaba viendo televisión. Mi hermano Lucho se había ido a cine. Leonardo estaba en su cama leyendo y yo en la sala. Golpearon en la puerta y yo, ingenuamente, pensé que a Lucho se le habían olvidado las llaves. Abrí y me empujaron, me mandaron contra la pared. La casa estaba rodeada por carros, todos sin placa. Eran hombres del F2. Para ese momento ya se habían llevado a los 13 estudiantes del 82, en su mayoría alumnos de la Universidad Nacional, uno de la Distrital y un trabajador independiente. En ese grupo estaban varios egresados del Bravo Páez.

“La serie de desapariciones comenzó con Pedro Pablo Silva, que estaba haciendo segundo año de medicina en la Nacional, y Orlando García, a quienes desaparecen el 4 de marzo, por la calle 45 cerca de la Universidad.

“Después fueron los hermanos Alfredo y Humberto San Juan Arévalo y más tarde Rodolfo Espitia Rodríguez, quien era amigo de Leonardo y con quien hacía varias actividades como impulsar los consejos estudiantiles, eso, en esa época, era subversivo.

Gloria Luz Gómez ha estado desde el comienzo en Asfaddes, primero como testigo de la lucha de su hermano y luego como familiar de una víctima.

Aura Díaz Hernández es la directora actual de Asfaddes, aquí en compañía de Gloria Luz Gómez.

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En 1981 se había organizado un encuentro de estudiantes a nivel nacional en Tunja y Leonardo y Rodolfo fueron allí con varios de los muchachos desaparecidos. El 18 de agosto, Rodolfo se encontraba con Edgar García, quien estaba buscando a su hermano Orlando. Edgar llevaba a su sobrino, el hijo de Orlando. No se volvió a saber nada de ellos hasta que, varios días después, consiguieron ubicar el niño, que apareció en la policía femenina de Bogotá. La explicación que dieron era que el F2 lo había entregado. Camilo, que hoy debe tener unos 40 años, veía a su mamá y su abuela por la ventana, pero las policías no les decían nada, hasta que se les escapó y pudo gritar.

“Después desaparecen a Gustavo Campos Guevara, Hernando Ospina, los hermanos Bernardo y Manuel Acosta, Guillermo Rafael Prado Useche y Edilbrando Joya, a quien se llevaron de su casa el 13 de septiembre de 1982.

“En ese entonces la familia de Rodolfo llegó al colegio tratando de averiguar por su destino y Leonardo se entera que estaba desaparecido. Esos muchachos no eran de quedarse en la calle o irse de rumba. Era otro contexto y su situación económica tampoco permitía que se fueran a parrandear.

“Leonardo ya se había percatado de que había varios desaparecidos y con algunos estudiantes comenzó a acompañar la búsqueda de estas familia, pero en medio de eso desaparecían otros, entre ellos Rodolfo. Todos tenían miedo.

Que nos den la esperanza de saber que es posible que el jardín se ilumine con las risas y el canto de los que amamos tanto.

“Esa es la génesis de Asfaddes, la búsqueda de los familiares de estas familias. De alguna manera no sabían de las militancias y simpatías de sus hijos, los que las conocían, en muchos casos no las compartían. Creían que estaban detenidos y que iban a regresar. En el caso de los dos primeros, Orlando y Pedro Pablo, el personal del F2 se baja de la panel, que solo tenían ellos, y se identifica. Fue a las 4 de la tarde, en la cafetería Verona, ante varios testigos.

“En cuanto a los hermanos San Juan Arévalo, ocurrido cuatro días después, el 8 de marzo, si bien nadie vio cuando se los llevaron, hay testimonios de vecinos de Chapinero, que días antes de la detención, varios hombres de civil portando radios, que dijeron ser del F2, preguntaron por ellos. En cuanto a Edgar y Rodolfo se sabe que es el F2 por el niño. A Hernando Ospina Rincón le llegan a su taller de latonería y pintura en el barrio Las Ferias y se lo llevan delante de la gente que trabajaba con él. Allí mostraron las chapas metálicas que utilizaban en esa época. A Rafael Prado Useche se lo llevan a las 11 de la mañana delante de la mamá y la hermana y lo montan en una camioneta panel; en cuanto a Gustavo no se sabe bien, pero su casa había sido allanada 20 días antes por el F2. De Edilbrando Joya Gómez se pierde el rastro hasta una llamada que alcanza a hacer y en un tono angustiado le dice a su mamá que se tranquilice.

“Algunas mamás pensaban, ‘algo hicieron y por eso los tienen detenidos’. Son los chicos los que comienzan a organizar a las familias. Ya se conocía lo que pasaba en el Cono Sur, en Argentina, y comienzan a decir que no es una detención, si no una desaparición forzada.

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Leonardo Gómez desapareció en noviembre de 1983, un día antes de terminar su sexto bachillerato. El grado solo se lo entregaron 29 años después.

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Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos;

“Comienzan así los primeros contactos con el abogado Eduardo Umaña Mendoza, del colectivo José Alvear Restrepo, con el padre Javier Giraldo, director del Cinep, y con Hernando Hurtado del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos, quienes fueron unos apoyos enormes en esos primeros tiempos, cuando la gente pensaba que se los iban a devolver.

“Los estudiantes les hablaron de las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina, y que en Colombia también se podía hacer eso y salir a las calles a gritar. Finalmente con miedo, porque es muy difícil que uno como mujer y ama de casa tenga esa osadía, salieron.

“El 4 de febrero del 83 fue la primera marcha. Fue bastante grande, partió de la Universidad Nacional hasta la plaza de Bolívar y Leonardo estaba ahí. Yo trabajaba en una empresa en mercadeo y los jueves tenía que visitar la Olímpica de la avenida 19 con tercera. Estaba en la séptima cuando lo vi, iba en la marcha. Me dio angustia y pensaba ‘porqué le dio por meterse en eso’. Me dijo: ‘cuidadito con contar’.

“Cuando llegó a la casa se metió a mi cuarto y me puso en la puerta un afiche que había dibujado con las fotos de los desaparecidos. Me dijo: ‘mire, esto es lo que está pasando, deje de andar leyendo revistas de farándula’. Yo a veces conseguía algunos números de Vanidades y él me las botaba. Lo mismo que con los cigarrillos, en esa época fumaba mucho, me tiró paquetes completos. Creo que la desaparición forzada llegó a la casa antes de que desaparecieran a Leonardo.

“En el colegio había mucha represión y como las marchas eran los jueves muchos estudiantes no llegaban a clase. Esos chicos tenían problemas y en vez de decirles que estaban haciendo algo bueno, los regañaban.

“Asfaddes surgió con la marcha de los claveles blancos y Leonardo fue uno de sus impulsores. Fue el artífice de la construcción del logo. En ese periodo aumentaron las amenazas telefónicas, una vez pasaron a mi mamá y le dijeron que las personas que pensaban como Leonardo aparecían en la calle tiradas y con la boca rellena de moscos.

“El 14 de noviembre de 1983, un día antes de terminar su bachillerato, salió a comprar unas hojas y no volvió. “Ese día le dije a mi mamá, ‘Leo no llegó, ¿será que se fue a la casa de la profesora de artes a pintar?. Uno comienza a justificar las cosas para no entender que algo está pasando. Inclusive pensé que había llamado pero no habíamos escuchado el teléfono. Pero él rara vez se quedaba por fuera, no le gustaba.

“Para mis adentros decía: ‘Cuando llegue le voy a pegar una vaciada’. Dejamos pasar dos días y me fui a buscarlo. Ese lunes que desapareció era el penúltimo día de clase, solo le faltaban los exámenes. Nosotros solicitamos que le dieran el grado póstumo y se negaron, tuvieron que pasar 29 años, para que se lo otorgaran.

Con mi hermano Lucho desfilamos por las estaciones de policía de Bogotá, la de Fátima, del Quiroga, El Carmen, fuimos al DAS, al F2, a la Sexta Estación y siempre regresamos a la casa sin noticias. Ernesto, un vecino, nos acompañó a medicina legal. Entramos al anfiteatro y había muchos cuerpos, todos sucios y llenos de sangre. No vimos nada. Pero horas más tarde decidimos volver. El funcionario que nos mostró los cuerpos llamó a

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Lucho y le pidió que me quedara afuera. Le mostró otros cuerpos que estaban en una volqueta para llevarlos a una fosa común del Cementerio del Sur. A los pocos minutos salió cogiéndose la cabeza y llorando.

“Fue una odisea recuperar su cuerpo porque estaba como N.N. Primero nos desinformaron y dijeron que lo habían encontrado en la carrera 15 con calle 15 y dijimos que él nunca iba por allá. Además, tuvimos que pagar un montón plata para que nos devolvieran el cuerpo. Nos tocó esperar hasta el otro día para legalizar todo.

“Nos intentaron quitar el cuerpo. Nos tocó meter el féretro a la sacristía y exigimos un peritazgo porque el informe no recogía las torturas. El médico estaba muy atemorizado. Los estudiantes pidieron tenerlo en el colegio y apareció nuevamente la panel. Se iban a llevar a mis hermanos Lucho y Guillermo. Los salvó que mi otro hermano, Jorge, se retrasó para traer una cámara de fotos. Cuando iba llegando vio que los estaban metiendo a la panel y comenzó a sacar fotos y a gritar. Los dejaron ir y arrancaron. En el cementerio, al que intentaron llevarse otra vez fue a Guillermo, que estudiaba química en la Universidad Nacional.

Leonardo es la primera persona que desaparecen por buscar a los desaparecidos y eso se lo dijeron a mi hermano Luis Miguel tres meses después, en abril, cuando lo detienen. En el DAS le dicen: “es que su hermanito no tenía porqué estar buscando delincuentes, subversivos y secuestradores. Cuatro días después lo encontramos torturado y con un tiro en la cabeza.

“Creemos que apareció porque querían amedrentar al estudiantado del Bravo Páez y lo lograron. Nosotros decimos que está desaparecido porque no sabemos la verdad, tenemos fragmentos. Algunos muchachos del colegio lograron establecer que lo torturaron allá porque la sala de artes estaba violentada.

Por un día distinto sin apremios ni ayuno sin temor y sin llanto, porque vuelvan al nido nuestros seres queridos.

“En ese proceso los familiares de los desaparecidos nos acompañaron y desde ahí me involucré con Asfaddes. Llegamos porque creímos que era válido retomar lo que hacía Leonardo. Eduardo Umaña Mendoza decía que la lucha de los familiares era de soledades porque, inclusive los que en aquella época se decían revolucionarios, no sacaban tiempo para involucrarse. Había mucho miedo, todos los días desaparecían gente y aparecían cuerpos mutilados.

“Estaba muy afectada y no me sentía capaz de nada pero al final saqué fuerzas y, como a los ocho días, estuve en la marcha del jueves. Comenzamos a trabajar por el dolor y la necesidad de encontrar un espacio para poder explotar, porque en la casa no podíamos, sabíamos que mi mamá se iba a afectar más. Lo otro era buscar la verdad, esa pregunta que comienza a martillarlo a uno todo el tiempo. También fue un medio donde podía conocer otras facetas de Leonardo. Me hice cercana de muchos de sus compañeros y comenzamos a investigar y a buscar eslabones.

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Gloria ha dedicado y arriesgado su vida por la búsqueda de los desaparecidos detenidos

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“En esa época llevábamos los retablos en los costales y cada jueves nos rotábamos por familia dónde se guardaban, a veces los dejábamos en un sindicato y otras en el Cinep. Al que le tocaba la tarea de los retablos tenía que pagar el taxi.

“Uno se va acercando a las otras personas desaparecidas a través de la cotidianidad de hablar. No era un testimonio, era conversar, hacer un ejercicio de memoria. Asfaddes era el espacio para hablar de ellos, para dignificarlos. Eran hombres y mujeres, la mayoría jóvenes, que le apostaron a ideales como la justicia social.

“Después de la muerte de Leonardo, Lucho se vincula a la Juventud Comunista y se le desarrolla un problema respiratorio; dicen algunos psicólogos que las persona con grave afectación se les desarrollan las alergias. Sufría mucho con el asma, los remedios caseros no le funcionaban. Pero siempre ocurría cuando se ponía nervioso. Nos siguieron vigilando, a Guillermo lo perseguían mucho, creían que por ser de la Nacional era subversivo. Era una angustia, tenía que estarse reportando.

“En una familia cada cual asume los riesgos de manera diferente. Algunas hermanas responsabilizaban de la situación a Leonardo y no estaban de acuerdo con que fuéramos a las marchas, decían que eso traía más problemas.

“Lucho estaba con Oscar William Calvo el día que lo mataron, salió herido, quedó como un colador después de la ráfaga de metralleta. Sin embargo, logra superarlo, pero el asma se agudizó, lo somatizó todo. Mi hermana mayor, que vivía en Cúcuta, dijo que debía cambiar de clima. Y él aceptó. Su plan era terminar el bachillerato porque con lo de Leonardo no había podido. Mi hermana lo puso en contacto con una persona que trabajaba enganchando gente para una petrolera en Tibú y lo ilusionó. Allá se relacionó con una muchacha de Ocaña y tuvo un hijo. Luego se puso a hacer trabajo con los campesinos.

“Lo que sabemos es que estaba en una finca y bajaba en unos caballos con una chica y un muchacho. La base mecanizada del ejército en Norte de Santander tenía un operativo desplegado en esa finca con dos muchachos supuestamente del ELN y los capturaron. Vecinos de la zona dicen que se escucharon unos gritos y luego unos disparos. Un helicóptero se llevó unos cuerpos y no sabemos si estaban vivos o muertos porque en esa época los colgaban así para torturarlos.

Todavía cantamos, todavía pedimos,

“Esto se convirtió en mi vida, es lo que decidí. Los primeros años mi mamá vivía de mal genio y nos regañaba, pero otras veces nos daba para el bus. Con el tiempo dejé de trabajar para dedicarme a buscarlos.

“Con Lucho y Jorge éramos los vagos. Mis hijos estaban en la casa y el papá les llevaba el mercado. Los saqué del colegio privado y los metí a la escuela. Uno en esos momentos solo piensa en el dolor, como que no le importa nada. Hacíamos cosas muy locas, una vez nos tomamos un bus y nos pusimos a gritar consignas.

“Antes de lo de Leo, quería ser comunicadora social o estudiar derecho. Era buena estudiante. En cuarto de primaria me gané el premio de la mejor estudiante de la zona 16 de Bogotá. Me llevaron a Melgar como 20 días con unas actividades de recreación. Mis hijos dicen que yo era la sapa, porque llamaba a lista y le ayudaba a la profesora. En un

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hogar como el mío, donde éramos huérfanas, la única herencia posible era el estudio. Mi mamá nos impulsaba a terminar el bachillerato, que en ese tiempo era un gran logro, pero no era fácil con tantos hijos. Ella se las ingeniaba para sostenernos, hacía melcochas y compraba libreado, por bultos, no se quedaba con las manos cruzadas.

Todavía soñamos, todavía esperamos,

“Después de 33 años el miedo sigue ahí. A veces, hablando entre nosotras decíamos: ‘¿será que en 20 años nosotros todavía lloramos?’. Pero ni el dolor, ni el miedo, ni las lágrimas se van, -se limpia los ojos con una servilleta- uno aprende a vivir con ello. Lo que cambia es que cuando uno camina, siente que está haciendo algo por ellos.

“Asfaddes nació de la oralidad. Muchas familias tienen tanto miedo que aun hoy no quieren hablar siquiera de su ser querido. Se conformaron con tenerlos ausentes. Tengo una conocida de Cúcuta a la que le desaparecieron el hijo, intenté varios años que asumiera la denuncia y me sacó de la casa y me dijo: ‘aquí no venga a hablarme de Fernando yo no voy a hacer nada’. Usted la ve y vive una vida normal, pero en realidad es una mujer muy afectada. Solo hasta poco fue a la Comisión de Búsqueda, pasaron 17 años.

“Una familia que me dejó mucho tiempo traumatizada es la de un chico de la Distrital, lo desaparecieron en el 86, logramos ubicarlos y nos dijeron. “No vamos a hacer nada porque nadie lo mandó a meterse en eso’. Nos sacaron con dientes destemplados. Uno se pregunta ¿será que no lo querían? o tal vez lo amaban tanto que prefirieron tomar esa posición. Muchos familiares han encontrado a sus hijos después de desaparecidos, porque antes no los conocían, a pesar de que compartían con ellos todos los días

“No es verdad lo que dicen algunos psicólogos, que cuando aparece el cuerpo desaparece el dolor, lo que pasa es que cambia lo que uno espera, quien no encuentra el cuerpo espera encontrarlo vivo y cuando lo encuentra quiere respuestas, mientras tanto es la verdad la que está desaparecida.

“Asumir la búsqueda, la persecución y las amenazas valió la pena, porque hoy ya se reconoce que existe la desaparición forzada. En los ochenta y noventa lo negaron. También hemos contribuido en la construcción de muchas herramientas jurídicas sin ser abogadas, sin haber ido a la universidad. Asfaddes es una escuela que permite aprender de todo, crear y construir desde las diferentes disciplinas por las necesidades de la organización. Nos volvimos eruditos en varios campos, al colmo de que puedo hablar con antropólogo y discutirle o hacerle psicológica a usted. Tuvimos que inventar nuestras terapias, en los ochenta nadie era consciente, buscamos nuestra manera de asumir el miedo, el dolor, las alergias... Algo que nos ayudó fue el humor negro, a cada situación dramática le poníamos el picante para podernos reír de nosotras mismas. Construimos nuestro mecanismo terapéutico que es la memoria, pero no la que se maneja desde la academia, que es tan alejada de esta realidad”.

Todavía cantamos, todavía pedimos, Todavía soñamos, todavía esperamos...

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El pasado 23 de noviembre, Asfaddes, en cabeza de sus directivas, fue notificada y reconocida como sujeto de reparación colectiva por la Unidad para las Víctimas.