aznar locos salpetriere

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  • ACCIONES VISUALES. DE LA CIENCIA AL ARTE: LOS LOCOS DE LA SALPTRIRE.

    Yayo Aznar Almazn

    Como todo el mundo sabe, el siglo XVIII fabrica el encierro de la locura.

    Y la verdad es que no se comprende muy bien por qu se les da como espacio

    una vecindad de desamparo compartida con mendigos y pobres

    desafortunados, a no ser que especulemos que se ha decidido la decadencia

    de todos ellos a la vez o, sencillamente, como seala Arlette Farge1, pensemos

    que lo poltico no pudo controlar en absoluto la admiracin fascinada de esos

    seres que partieron ms all de la miseria. El caso es que, los cuerpos de la

    locura o bien se resignaron a las tinieblas de los hospitales, o bien se volaron,

    alucinados, alejando sus hierros, y, a veces, arrastrando con ellos a una

    poblacin que consenta algunos de sus delirios que correspondan a sus

    inauditos sueos de felicidad.

    Pero se no es el tema ahora. Lo que nos interesa es que la poca

    clsica, al internar a los insensatos con toda la poblacin asocial (criminales,

    libertinos, mendigos, ociosos) los saca de la calle y de alguna manera los

    desdefine como locos. Es cierto que poseen una identidad que se puede ver en

    los registros de Bictre y en las someras apelaciones a la enfermedad, pero

    ser en la separacin que se produzca en el interior de ese mismo encierro

    entre los locos y los otros tambin encerrados, el momento en que el

    insensato se quede aislado en su internamiento, cuando est preparado para

    1 .- FARGE, A., Efusin y tormento. El relato de los cuerpos. Historia del pueblo en el siglo XVIII, Buenos Aires, Katz Editores, 2007, p. 219.

    1

  • tener un principio de individualidad, para mostrar un nuevo rostro. La mirada

    sobre la locura se seculariza, el cuerpo del loco se ve afectado poltica y

    carnalmente por la mirada de las autoridades: las lites no quieren asistir a esa

    experiencia de lo pattico y los mdicos an no saben curar, pero tienen que

    ocuparse de ello. Ya lo ha contado Foucault2. La locura tiene un nuevo rostro

    con el que trabajarn desde el siglo XIX, prcticamente desde Pinel y Esquirol,

    los psiquiatras, pero con el que tambin se enfrentarn los cuadros de

    Gericault y las fotografas, tan pervertidas luego, de Hugh Weich Diamond. Se

    enfrentarn a signos muy conocidos por todos, muy familiares, y lo harn de

    maneras muy diferentes, a veces a pesar suyo. La locura tiene que leerse en

    los cuerpos.

    El mismo Foucault, que en su nueva narracin de la locura trabaja casi

    exclusivamente con imgenes literarias (con la honorable excepcin de algunas

    obras de Goya), ya lo reconoca. La palabra y la imagen, ambas, ilustran la

    fbula de la locura, pero siguen ya dos direcciones diferentes que indican, en

    una hendidura apenas perceptible, lo que se convertir en la gran lnea de

    separacin en la experiencia occidental de la locura3 y, por lo tanto, en una

    nueva narracin. La Historia es histrica: slo se constituye si se la mira y para

    mirarla es necesario estar excluido de ella4. Ineludiblemente Barthes va a estar

    zumbando alrededor de todo esto. Ahora nos parece mentira que Foucault slo

    se haya fijado en las imgenes de Goya

    Porque nosotros vamos a intentar introducir imgenes nuevas en este

    discurso, o mejor, vamos a intentar pensar esa nueva narracin de la historia

    de la locura con otras imgenes. Imgenes, adems, muy diferentes en

    principio, y llenas de problemas: por un lado, las imgenes de los retratos de 2 .- FOUCAULT, Michel, Historia de la locura en la poca clsica, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1967. 3 .- FOUCAULT, M., Op. Cit, 1967, p. 34. 4 .- BARTHES, R., La cmara lcida, Barcelona, Paids, 1990.

    2

  • locos y locas de La Salptrire que hizo Gericault en 1823, cuando ya este

    hospital haba dejado de ser slo hospicio de mujeres para convertirse tambin

    en asilo de alienados5; por otro, las fotografas realizadas por el psiquiatra

    Hugh Weich Diamond en los aos cincuenta en el Asilo del Condado de Surrey

    en Springflied, Inglaterra, donde fue superintendente del departamento de

    mujeres.

    Pero Gericault no fue el primero al que se le encargaron dibujos o

    retratos de insensatos. Empecemos por una precipitada genealoga de la

    psiquiatra. Al pintor le encarg los retratos Etinne-Jean Georget (1795-1828),

    prcticamente al final de su vida. Georget era alumno de Etienne Esquirol,

    quien sucedi a Jean-Baptiste Pussin, ayudante de Pinel, a su muerte en 1811

    en La Salptrire.

    En realidad la historia de Philippe Pinel es una bonita leyenda inventada

    por Esquirol durante la Restauracin con la finalidad de mostrar a Pinel como

    un antijacobino. La leyenda cuenta que, durante el Terror, Pinel recibi la visita

    de Couthon (un comisario poltico) que buscaba sospechosos entre los locos.

    Pinel le lleva donde estn atados y le explica por qu quiere liberarlos. Couthon

    le permite quitarles las cadenas y se va con las manos vacas. Esta leyenda se

    consolida como el principio de un nuevo tratamiento hacia los locos, pero un

    tratamiento, como tambin ha sealado Foucault, que supondr un

    encadenamiento con otros lazos. Desde luego los locos seguirn internados y,

    en el fracaso de la ciencia mdica, curar significar ahora lo mismo que

    internar. El objeto de estudio de la psiquiatra ser, a partir de este momento,

    una locura que no se llega a definir pero que no deja de manifestarse. 5 .- Con la instalacin del Consejo General de Hospicios de Pars en 1801, la Salptrire se orienta hacia dos tipos de actividades: por un lado ser hospicio de mujeres ancianas, y por el otro, asilo de alienados. Personajes como Pinel y luego Esquirol, le confieren la imagen de ser un establecimiento particularmente eficaz dedicado al tratamiento de enfermedades mentales. Posteriormente, el 12 e enero de 1849, una ley de Asistencia Pblica establece que este hospital contine siendo Hospicio de la Vejez-Mujeres. En 1862 llegar all Charcot.

    3

  • De ah los mltiples intentos de clasificacin, los mltiples intentos de

    organizacin, como si los locos fuesen un nuevo jardn de especies botnico.

    Fracaso sobre fracaso. Foucault nos lo vuelve a explicar: de alguna manera

    estos intentos de clasificacin liberaban a la enfermedad de lo que tena de

    invisible y secreto, esa conciencia desgarrada, como poco desgraciada de la

    que habla Didi-Huberman6. No importa lo que la enfermedad oculte. En este

    sentido, la ciencia mdica ha sido firme en su empeo por preservar su

    conviccin de universalidad, por no mancillar el esplendor de su conviccin, de

    su genialidad7. Para ella, siempre hay una verdad singular que est en el nivel

    de los fenmenos aparentes y a partir de la cual se debe delimitar la

    enfermedad como particular en sus sntomas, como universal en su imposible

    definicin.

    sta es la base de todos los estudios y la razn por la cual esos

    fenmenos aparentes deben codificarse en formas visibles de representacin:

    los dibujos, los retratos o la fotografa. En realidad, toda esa actividad

    clasificadora, que presupone la existencia de grandes especies y no la

    existencia de un dominio lgicamente estructurado en que las enfermedades

    estn definidas por la totalidad de lo patolgico8, ha funcionado en el vaco,

    desplegndose en un resultado nulo, corrigindose sin cesar para no llegar a

    nada. Las clasificaciones, ya lo ha dicho Foucault, no han funcionado apenas

    ms que a ttulo de imgenes por el valor propio del mito vegetal que llevaban

    en ellas. Tambin Didi-Huberman hace hincapi en esto9: la clasificacin hace

    cuadros con el desorden y la multiplicidad de los casos mostrando la

    preocupacin de la medicina por integrar el caso en un espacio bidimensional,

    en una tabulacin sobre un fondo de coordenadas cartesianas. Cuadros que

    pretendern constituirse como el retrato exacto de la enfermedad con absoluta

    visibilidad. A partir de aqu todo un mundo patolgico se organiza segn

    normas nuevas. Se procurar representar a los insensatos como se pintan las

    diferentes especies botnicas, pero, recordemos, la palabra y la imagen siguen

    ya dos direcciones diferentes.

    6 .- DIDI-HUBERMAN, Georges, La invencin de la histeria. Charcot y la iconografa fotogrfica de La Salptrire, Madrid, Ensayos de Arte Ctedra, 2007, p. 16. 7 .- DIDI-HUBERMAN, Georges, Op. Cit, 2007, p. 16. 8 .- FOUCAULT, M., Op. Cit, 1967, tomo 1, p. 304. 9 .- DIDI-HUBERMAN, G., Op. Cit., 2007, p. 39.

    4

  • Ya en la dcada de 1820, poca, por cierto, de la nueva edicin

    realizada por Moreau de la obra de Lavater 10, Esquirol haba pedido a Gabriel,

    dibujante y discpulo del excelso fisonomista, que bosquejara para l algunos

    locos y locas. Lleg a hacer ms de doscientos dibujos y el alfabeto se

    empeaba en no estar an completo. Por la misma poca Georget, discpulo

    de Esquirol, solicita a Theodore Gericault al menos cinco retratos al leo de

    locos y locas de La Salptrire

    Por otra parte, las primeras fotografas de la locura fueron los retratos de

    los locos internados en el Surrey County Asylum, en Springfield (Inglaterra):

    unos calotipos ejecutados (y posteriormente manipulados), a partir de 1851, por

    el doctor Hugh Weich Diamond, psiquiatra, militar y presidente de la Royal

    Photographic Society of London.

    10 .- LAVATER, G., Lart de connaitre les hommes par la physionimie, ed. De Moreau, Paris, Depelafol, 1820, 10 volmenes.

    5

  • En ambos casos, para pensar con estas imgenes, se impone un

    ejercicio de extraamiento en el sentido brechtiano que explica Didi-

    Huberman11; ejercicio de extraamiento que es posible que est en las propias

    imgenes, pero que con toda seguridad tendremos que ejercer nosotros en

    nuestro modo de acercarnos a ellas. En primer lugar, un distanciamiento, una

    operacin de conocimiento que supone una posibilidad de mirada crtica sobre

    la historia. Distanciarse: quitar a la imagen todo lo que pretende tener de

    evidente, de cientficamente patente, y hacer nacer respecto a ella asombro y

    curiosidad para, relanzados desde all, poder hacer un ejercicio crtico.

    Recordemos como Maurice Blanchot situaba el efecto de extraeza

    brechtiano: La imagen, capaz del efecto de extraeza, realiza por lo tanto una

    suerte de experiencia, mostrndonos que las cosas quizs no sean lo que son,

    que depende de nosotros verlas de otra forma y, por esa abertura, hacerlas

    imaginariamente otras, y luego realmente otras12. Al final, la posibilidad de

    nuevas narrativas a partir de unas imgenes en superficie, como dira Susan

    Buck-Morss13, en las que el pasado cobra una extraa ubicuidad. Existe una

    cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra, escriba Walter

    Benjamn en uno de sus textos sobre el concepto de historia14

    Y aqu llega la gran pregunta a las obras de Gericault: Obedecen o no

    obedecen a las exigencias de Georget? Producen, ellas ya, un extraamiento

    con respecto al discurso de la ciencia?. La historiografa clsica del arte ha

    alejado los cuadros de Gericault del encargo de Georget alegando que los

    casos clnicos descritos por el psiquiatra en la nueva edicin de su libro De la

    locura en 1823 no coinciden con los retratos del pintor. Alegando incluso la

    dificultad de homologar como retratos de locos otros cuadros realizados por el

    pintor en el mismo momento.

    11 .- DIDI-HUBERMAN, G., Cuando las imgenes toman posicin, Madrid, Machado Libros, 2008. 12 .- Tomado de DIDI-HUBERMAN, G., Op. Cit, 2008, p. 86. 13 .- BUCK MORSS, S., Estudios visuales e imaginacin global, en Brea, J. L., Estudios visuales. La epistemologa de la visualidad en la era de la globalizacin, Madrid, Akal, 2005, pp. 145 y ss. 14 .- BENJAMIN, W., Tesis de filosofa de la historia, en Sobre el concepto de historia, Madrid, Taurus, 1973.

    6

  • De acuerdo que Gericault es un pintor romntico y que realiza estos

    cuadros en medio de una etapa de depresiones y accidentes, pero las cosas no

    pueden ser tan fciles. Pensemos, por ejemplo, que Gericault mantiene su obra

    en una tradicin literaria encabezada por Erasmo en la que la locura ya no se

    encuentra unida al mundo y a sus fuerzas subterrneas (como podramos ver

    en El Bosco), sino al hombre, a sus debilidades, a sus sueos y a sus ilusiones.

    La locura ya no acechar al hombre desde los cuatro puntos cardinales, sino

    que se insinuar en l y constituir una relacin sutil que el hombre mantiene

    consigo mismo. Por eso, como ha sealado Foucault, el smbolo de la locura

    ser el espejo15 (y hay mucho de especular en estos retratos de Gericault), un

    espejo que, sin reflejar nada real, reflejar secretamente para quien se mire en

    l, el sueo de su presuncin. La locura desemboca pues, en esta tradicin, en

    un universo enteramente moral. El Mal ya no es castigo o fin de los tiempos,

    sino solamente falta y defecto.

    Sigamos pensando que esa tradicin literaria desde Erasmo sufre un

    serio cambio que afecta a la percepcin de la locura, y que Foucault seala16,

    entre el siglo XVIII y el XIX. Ya mucho ms cercano, entonces, a nuestro pintor.

    En el siglo XVIII el secreto de la locura la emparentaba con la falta y la

    animalidad, lo que paradjicamente no haca a los alienados inocentes. Pero

    eso es otra historia. En la segunda mitad del siglo XVIII, la locura ya no ser

    reconocida como aquello que aproxima al hombre a una animalidad

    indefinidamente presente y, por el contrario, se la sita en esas distancias que

    el hombre toma con respecto a s mismo, a su mundo, a todo aquello que se le

    ofrece en la inmediatez de la naturaleza. Por fin, en el curso del siglo XIX, la

    insensatez cae en una concepcin a la vez social y moral por la que ha sido

    completamente traicionada. En este momento ser comprendida como el

    15 .- FOUCAUL, M., Op Cit., 1967, vol 1, p. 44. 16 .- FOUCAULT, M., Op. Cit, 1967, tomo 2, p. 52.

    7

  • anverso de la sociedad y se convertir en el estigma de una clase que ha

    abandonado las formas de la tica burguesa. Ninguna conciencia trgica, pero

    tambin ninguna aclaracin de sus misterios, ningn avance cientfico en el

    momento de la fundacin de la conciencia analtica de la locura, del gran relato

    de la psiquiatra.

    Hay, desde luego, una cierta evidencia del loco, una determinacin

    inmediata de sus rasgos que pide a gritos una representacin para poder

    empezar a instaurarse como conocimiento, pero esta evidencia es paralela a la

    no determinacin de la locura. Increble: cunto menos se precisa la locura,

    mejor se reconoce y pretende representar al loco. Como dice Foucault: en la

    medida misma en que no sabemos dnde comienza la locura, s sabemos, con

    un saber casi incontestable, lo que es el loco17.

    Desde este punto de vista podra parecer incluso que Gericault oculta de

    alguna manera la conciencia trgica de la locura: que pone de relieve la

    conciencia crtica (mucho ms cercana, por otro lado, a la analtica de lo que la

    narrativa tradicional de la historia clnica deseara) mientras que sus figuras

    trgicas caen progresivamente en la sombra. Al final, falta y defecto. Lejos,

    entonces, muy lejos, de Goya y, mucho ms lejos, de Sade. Podra parecer

    Curiosamente es as como lee Alfredo de Paz estas obras de Gericault.

    En una interpretacin tan romntica como el propio tema sobre el que pretende

    reflexionar, Alfredo de Paz18 considera que el pintor no trata de representar la

    locura como un puro desorden fsico-psquico, algo que imagina que no se

    percibe en los cuadros. Ms bien, el enfermo aparece como un ser humano

    cuya degradacin posee ciertamente una razn patolgica individual, pero

    asume, no casualmente, formas que hacen referencia a la normalidad social: el

    robo, la envidia, la guerra y el juego. Se trata, en suma, de la representacin

    emblemtica de los dolos sociales (los pecados laicos de una sociedad laica)

    unidos bajo el comn denominador de la locura. Es decir, hay patologa, pero

    reinterpretada por el pintor, para Alfredo de Paz, en clave de crtica social, algo

    que no es ajeno, desde luego, a la obra en conjunto de Gericault. Pero no s.

    Hay patologa, desde luego, pero no reinterpretada, sino representada como

    17 .- FOUCAULT, M., Op. Cit, 1967, tomo 1, p. 281. 18 .- DE PAZ, A., La revolucin romntica. Poticas, estticas, ideologas, Madrid, Tecnos, 1992.

    8

  • patologa social. La representacin, al final, de unos asociales, de unos

    anormales. Podra ser

    Vayamos mejor a las obras. Son un total de cinco retratos seguros:

    Monomanaco del robo (Museo de Gard), Monomanaco del juego (Museo del

    Louvre), Monomanaco de la envidia (Museo de Lyon), Monomanaco de

    comandante militar (Winterthur, Coleccin Reinhardt an Romerholz) y

    Monomanaco del robo de nios (Museo de Springfield). Son retratos, sin duda,

    y, sin embargo, se concretan en una enfermedad: la monomana. Igual que en

    un apostolado (y el formato es muy parecido) se definen antes por ser

    apstoles que por qu apstol son, aqu se definen antes por ser enfermos que

    por ser personas. Es ms, en el apostolado, al menos, cada apstol lleva su

    nombre en un titulo y un signo o varios que lo identifican; aqu, el nico que

    puede ser identificado ligeramente es el Monomanaco de comandante militar a

    partir del gorro y la medalla.

    Ninguna de estas imgenes lleva como ttulo el nombre de la persona

    representada. No sabemos nada de ellos; pero el ttulo, la enfermedad, aade

    una informacin a la imagen. Toda imagen, como ha sealado Barthes19, es

    polismica, porque implica, subyacente a sus significantes, una cadena flotante

    de significados de los que el lector se permite seleccionar unos e ignorar todos

    los dems. Gericault, o quizs Georget, fija esa cadena flotante de significados

    posibles en la certeza (pretendidamente cientfica) de uno solo gracias al

    mensaje lingstico, al ttulo del leo. Por lo dems, nada; podran ser

    cualquiera, sin nombre, slo enfermos que ni siquiera nos devuelven la mirada

    pero con los que entramos en un juego especular que, al final, nos implica

    19 .- BARTHES, R., Lo obvio y lo obtuso. Imgenes,gestos, voces, Barcelona, Paids, 1992, p. 35.

    9

  • porque es toda su imagen la que nos mira20. En su no-mirarnos hay ya un

    extraamiento que a ellos los define en la locura y a nosotros nos exige una

    mirada otra capaz de volver a contar su historia.

    Gracias a Foucault podemos hacernos algunas preguntas sobre la

    monomana. El monomanaco es introducido por primera vez por Esquirol, el

    maestro de Georget, en el variado mundo de las enfermedades mentales

    (melancola, mana, demencia, idiotez) apenas alterado por Pinel en la

    primitiva solidez de sus caracteres. La idea de monomana est construida

    alrededor de un individuo que est loco respecto a un punto, pero que sigue

    siendo razonable respecto a todo lo dems. Es evidente que esta idea de una

    locura localizada en un punto, que slo desarrolla su delirio en relacin a un

    solo tema, ya estaba presente en el anlisis clsico de la melancola, tal como

    lo define Willis en el siglo XVII21. Y lo describe: los melanclicos se convierten

    en seres nocturnos, se hacen oscuros, opacos y tenebrosos; son locos sin

    delirio, caracterizados por la inercia y por una especie de estupor sombro; sus

    caractersticas son la inmovilidad, el silencio, la amargura, la languidez y el

    deseo de soledad. Es sorprendente qu bien responde la representacin de

    Gericault a estos, por otro lado, ms que ambiguos sntomas.

    Hasta aqu lo cierto es que Gericault est muy cerca de Georget. Pero

    es que la monomana es un problema en s misma. Para la medicina la

    monomana es un escndalo, un principio de fisura, porque pone sobre la mesa

    el tema de la responsabilidad que se les debe o se les puede imputar a los

    insensatos. En otras palabras, la medicina no puede asegurar que un

    monomanaco es un loco y se debate en argumentos irresolubles: la ausencia

    de razones para cometer un acto, permiten concluir la sinrazn de quien 20 .- DIDI-HUBERMAN, G., Lo que vemos, lo que nos mira, Buenos Aires, Ediciones Manantial, 1997. 21 .- FOUCAULT, M., Op. Cit, 1965, tomo 1, p. 414 y 418.

    10

  • comete dicho acto?; es normal que un hecho sea consumado sin razn, lejos

    de todo lo que podra motivarlo?; puede decirse entonces que se trata de

    locos?. Demasiado lejos de la razn (o razones), es cierto, pero demasiado

    cerca de lo que el lenguaje popular llamara perder la cabeza.

    Por eso todas estas interrogaciones quizs estn afectando a la

    experiencia de la locura, tal como est constituyndose, ms de lo que la

    medicina hubiera deseado. Y para la justicia, tan unida ahora como poder

    disciplinario a la psiquiatra (pensemos, por ejemplo, en el peritaje psiquitrico

    que el mismo Foucault22 desarrolla crticamente de una manera muy amplia),

    tambin va a ser un problema. En realidad, el origen de todos los problemas.

    La jurisprudencia anterior no conoca ms que la crisis y los intervalos, es decir,

    sucesiones cronolgicas, fases de la responsabilidad en el interior de una

    enfermedad dada. Pero el problema ahora se complica: puede existir una

    enfermedad crnica que slo se manifieste en un acto, y por lo tanto, quedar

    exenta de responsabilidad jurdica?, o bien, puede admitirse que un individuo

    se convierta sbitamente en otro y, por un momento, se enajene de s

    mismo?.

    Finalmente la justicia y la medicina tendrn que aceptar la monomana

    como alteracin porque si no hubieran admitido esta enfermedad, esta brusca

    otredad, si el sujeto hubiera debido ser considerado como responsable de sus

    actos, sera porque hay una continuidad entre l y su gesto, porque hay todo un

    mundo de razones oscuras que lo fundan, lo explican y nos acechan a todos.

    En la monomana la locura nos aguarda demasiado cerca. Y cuando no

    somos capaces de reconocer en los cuadros de Gericault, ya no la Locura, sino

    a los locos, a los locos de Georget, propiedad del psiquiatra, la amenaza nos

    afecta, nos punza. Nos punza no en lo que reconocemos, tal como le hubiera

    gustado a Barthes23, sino precisamente en lo que no podemos reconocer, pero

    nos atraviesa. Parafraseando un poco a Bertold Brecht, y seguramente

    malinterpretndole de manera intencionada, sentimos un extrao retraso de

    nuestra conciencia de nosotros mismos frente a la brusca aparicin de una

    verdad en absoluto bien definida.

    22 .- FOUCAULT, m., Los anormales, Madrid, Akal, 2001. 23 .- BARTHES, R., La cmara lcida. Notas sobre la fotografa, Madrid, Paids, 1990.

    11

  • Desde el conocimiento de la historia narrada de la locura clnica, los

    cuadros de Gericault se nos exponen como interrupciones, contrastes, dudas

    del proceso ms que como el proceso en s mismo; es decir, se nos exponen

    como evolucin de una atribucin, la monomana, hacia su pretendida verdad.

    Estas imgenes soportan una infernal contradiccin y, por lo tanto, la fatalidad

    de una no-sntesis. Y aqu se eleva una potente duda. Las imgenes de

    Gericault se han convertido en el escenario de una dialctica no resuelta y,

    desde aqu, introducen dos cuestiones fundamentales. Por un lado, una

    incertidumbre saludable, que puede llegar a ser critica, sobre el conocimiento

    cientfico de la psiquiatra. Por otro, y al mismo tiempo, el hecho de que su

    valor documental puede ser en parte cuestionado en su estatus de imagen-

    conocimiento, al estar el mismo conocimiento en cuestin, y se pueda abrir a

    una reflexin dispuesta a pensar desde sus propiedades de indeterminacin ,

    en palabras de Boehm, y latencia, para Didi-Huberman. Las imgenes de los

    locos, como ya ha estudiado Arlette Farge que sucede con los cuerpos de los

    pobres en el siglo XVIII24, al final no slo se salen del lienzo, sino que lo

    desgarran, escapando a las definiciones demasiado fciles.

    24 .- FARGE, A., Efusin y tormento. El relato de los cuerpos. Historia del pueblo en el siglo XVIII, Buenos Aires, Katz editores, 2007.

    12

  • Sin embargo, el valor documental de las imgenes de Hugh Weich

    Diamond en principio no podra ser cuestionado: son fotografas. Con ellas

    todo debera ser ms fcil, aunque sepamos que la fotografa ya es una

    interpretacin. Por eso, al final, volvemos al caso-cuadro. La fotografa, para

    Diamond, como ms tarde para Charcot en su trabajo con las histricas de La

    Salptrire, fue al mismo tiempo un procedimiento experimental (un til de

    laboratorio), un procedimiento museogrfico (archivo cientfico) y un

    procedimiento de enseanza (un til de transmisin). Veremos que en realidad

    las imgenes sern mucho ms que eso (siguen teniendo propiedades de

    indeterminacin y latencia), pero en su origen se instauraron sobre todo como

    un estrategia museogrfica sobre el cuerpo del enfermo para su observacin,

    es decir, de nuevo la posibilidad figurativa de generalizar el caso en cuadro.

    Pero no funcionaba bien. Ya lo ha explicado Didi-Huberman25. El trabajo

    de Diamond se hace con la tcnica del calotipo (el negativo sobre papel), una

    tcnica dirigida a resolver los problemas de reproductibilidad del clich ya que

    con ella se puede sacar un nmero ilimitado de pruebas de un negativo, algo

    que era imposible con el daguerrotipo. Sin embargo, curiosamente, nuestro

    psiquiatra fotgrafo considera que la realizacin de un grabado a partir de la

    fotografa sigue siendo una operacin necesaria para la utilizacin y

    transmisin de los clichs. Necesaria no s, pero en absoluto arbitraria porque

    en este paso al trazo siempre se olvidaba o se infringa algo, pese a la pasin

    por la exactitud de la que presuma Diamond. Veamos algunos ejemplos.

    Empecemos por la imagen de esta mujer, titulada Melancola Mana con

    la que ya ha trabajado algo Didi-Huberman. No voy a insistir en el tema de la

    denotacin del enfermo a partir de la enfermedad. En la fotografa aparece

    25 .- DIDI-HUBERMAN, G., Op. Cit, 2007, p. 57-59.

    13

  • sentada en un exterior, probablemente en un patio para contar con ms luz, y

    detrs de ella se ha colocado una cortina para enmarcarla y quizs abstraerla

    del emplazamiento. Lleva un traje de flores como el que podra llevar cualquier

    mujer obrera y aparentemente mira con preocupacin o tristeza algo que est

    fuera de escena. Sin embargo, en el grabado la misma mujer aparece en

    ninguna parte, privada de espacio, de lugar y de destino, sealada fuera del

    contexto, ya definitivamente asocial. Su traje, adems, ha perdido el

    estampado de flores para convertirse en una bata neutra que recuerda

    irremediablemente a las utilizadas en los hospitales. Igual pasa con su postura:

    se ha hecho ms rgida, se ha tensado la posicin de las manos y se han

    acentuado los rasgos expresivos, muy tensos, del rostro. Todo ello, por

    supuesto, para sealarla como una melanclica con tendencia a la mana.

    Tenemos que recordar de nuevo. Si, segn la definicin de Willis en el siglo

    XVII, el melanclico se caracteriza por su inmovilidad, su silencio y su

    languidez, el delirio del maniaco le condena a una vibracin continua ante

    cualquier excitante. Vibracin que Diamond se ha preocupado de subrayar en

    su paso al grabado o incluso, podramos pensar, en el modo, lleno de aristas y

    agitacin, de colocar la manta que cubre a esta otra maniaca antes de

    fotografiarla, tan diferente de la imagen de este otro melanclico.

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  • Vayamos ahora a esta mujer aquejada de Mana religiosa. Desde ya

    haca mucho tiempo los mdicos teman los efectos de una devocin

    demasiado severa, o de una creencia demasiado viva, siempre acompaados

    del remordimiento y la culpa, tan catlicos. Foucault26 nos describe varios

    casos con los que se enfrenta Pinel y nos cuenta como este psiquiatra lleg a

    prohibir que se dieran libros piadosos a los melanclicos por devocin. Pero

    tambin en esta ocasin se trata ms de una crtica que de un anlisis racional:

    el objeto o el tema religioso es sospechoso de suscitar el delirio o la

    alucinacin, pero sigue sin aportarse nada a la enfermedad en s misma ms

    all de sus sntomas. Y son los sntomas, por supuesto, los que subrayar

    Diamond. En la fotografa la mujer aparece otra vez ante una cortina, con un

    traje estampado, mirndonos de reojo con una cierta expresin de

    desconfianza y con las manos recogidas sobre el pecho en lo que podramos

    leer fcilmente como una sea de proteccin. En el grabado, de nuevo, ha

    desaparecido la cortina y el estampado del vestido, pero adems la mujer se ha

    colocado de frente, mirando al vaco y con las manos unidas en un evidente

    gesto religioso.

    Veamos, por ltimo, para no alargarnos demasiado, la imagen de la

    Melancola suicida. Los cambios aqu, aunque menos perceptibles, son muy

    significativos. En la fotografa la mujer aparece con la consabida cortina,

    encogida en una silla, con las manos juntas y una expresin que podramos

    describir como mnimo de atontada, tan atontada como esta Getty (la nica

    que tiene nombre) que tambin se protege con sus manos. En el grabado la

    expresin cambia de una manera peculiar. La mujer est triste pero est

    26 .- FOUCAULT, M., Op. Cit, 1965, p. 46.

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  • pensando en su tristeza, no est atontada. No nos cabe duda de que la idea

    del suicidio puede estar pasando por su cabeza.

    Es inquietante que Diamond necesite partir de las fotografas para su

    representacin. Fotografas, en palabras de Barthes, que son un modo de

    autentificar lo real27. Siguiendo otro texto de Barthes, El efecto de realidad28, es

    fcil imaginar que estos grabados no quieren limitarse a ser verosmiles y se

    penetran de ese principio de realidad que es la fotografa porque se le hace

    necesario al relato de una historia que indiscutiblemente nace con pretensiones

    de ser objetiva. Pero hay que volver a Kracauer: cuando el mundo se vuelve

    fotognico de esta manera, la historia se encuentra sencillamente mortificada.

    La intencin del psiquiatra es, entonces, mucho ms perversa de lo que

    el propio Foucault podra haber previsto. l, al manipular las imgenes, ejerce

    un control sobre la produccin de la verdad29, en este caso cientfica, que

    estara en la lnea de pensamiento del Rancire que afirma que el poder social

    ya no acta a base de disciplinar las conductas sociales [ cosa que tambin

    hace, tal y como ha estudiado Foucault] sino que lo hace [empezaba a hacerlo,

    diramos] a travs de una penetrante difusin de automatismos cognitivos30.

    Porque vemos, no slo los mdicos, sino todos nosotros, estas

    representaciones de los locos, esos insensatos existen, han existido, definidos

    ambiguamente como tales. Da la impresin de que Foucault no dio toda la

    importancia que tiene a la representacin de la locura an sabiendo que en su

    nueva narracin la imagen tena mucho que aportar.

    Estamos, pues, con Diamond, como lo estbamos tambin con

    Gericault, en pleno auge del origen de la psiquiatra y, en consecuencia, en el

    principio de la objetivacin del sujeto enfermo. Como ha sealado Foucault31,

    una sabidura que cree instaurar en la locura una pura relacin de juicio y

    definicin aqul es un loco- para empezar ha establecido ya un nexo de

    posesin y de oscuras pertenencias - aqul es mi loco-, en la medida en que

    yo soy lo bastante razonable para reconocer su locura, y en que este

    27 .- BARTHES, R., El susurro del lenguaje. Ms all de las palabras y de la escritura, Buenos Aires, Paids, 1987, p. 187. 28 .- BARTHES, R., El efecto de realidad en El susurro del lenguaje. Ms all de las palabras y de la escritura, Buenos Aires, Paids, 1987, p. 179 y ss. 29 .- HARDT y NEGRI, Imperio, Barcelona, Paids, 2002. 30 .- RANCIERE, J., La revolucin esttica y sus resultados, Madrid, Akal, 2002, pp. 150-151. 31 .- FOUCAULT, M., Op. Cit, 1965, tomo 2, p. 12.

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  • reconocimiento es la marca, el signo y como el emblema de mi razn. La razn

    no puede dar fe de la locura sin comprometerse ella misma en las relaciones

    de poseer. La sinrazn no est fuera de la razn, sino justamente, en ella,

    invertida, poseda por ella y cosificada.

    Porque son sus locos, se permite Diamond manipular sus imgenes, se

    permite llevarlos a escena, como a actores, en el lmite mismo de una

    falsificacin. Se trata, desde luego, de un problema poltico: lo que Didi-

    Huberman32 llama la violencia del ver, en su pretensin cientfica de la

    experimentacin sobre los cuerpos, es el precio que paga el sujeto observado

    por la hospitalidad (la capitalizacin hospitalaria) de la que se beneficia en

    tanto que enfermo. El precio de ser, adems de sometidos a diferentes curas

    sin apenas evolucin desde la edad moderna, fotografiados, al final lo nico

    soportable de su existencia: la posibilidad de existir para otros, unos otros que

    no forzosamente van a tener siempre la misma enunciacin de la mirada. Son,

    pues, cuerpos-acontecimiento y, siguiendo a Arlette Farge, en su intento por

    responder a travs de su nica fortuna el cuerpo [en este caso fotografiado]-

    tambin constituyen llamados al otro, para que piense33.

    Se ha repetido hasta el infinito: la fotografa, por ms que connote,

    engae, interprete, construya, estetice, es siempre garante de la verdad. La

    pregunta de Didi-Huberman en su trabajo sobre la histeria es: pero, de qu

    verdad?. Desde luego no de la verdad del conocimiento cientfico (a causa,

    justamente, de su capacidad para desenvolverse en las connotaciones), sino

    de la verdad existencial. La fotografa siempre autentifica la existencia de su

    32 .- DIDI-HUBERMAN, G., Op. Cit., 2007, p. 18. 33 .- FARGE, A., Op.Cit., 2007, p. 174.

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  • referente, garantiza que ha existido. Es el esto ha sido de Barthes. Es la

    evidencia de que la vida ha arremetido contra esos cuerpos.

    Pero lo cierto es que lo visible, en estas imgenes, mantiene una

    manera muy particular de entrelazar lo imborrable de la angustia en su

    aproximacin al cuerpo del otro y a la intimidad de su dolor. Y es la intimidad,

    en el sentido de Jos Luis Pardo34, de su dolor lo que emana

    irremediablemente de todas estas fotografas. Un fracaso ms del mtodo

    cientfico que no puede escapar a ese problema, a ese problema figurativo

    que obsesiona a toda la clnica mdica: el del vnculo, el vnculo de la vista al

    saber y de la vista al sufrimiento latiendo en cada una de las imgenes.

    Avaricia de imgenes quizs demasiado aventurada porque en ellas

    siempre queda lugar para un contenido que emana como ms complejo,

    equvoco y turbador. Y, sin duda, a pesar de ellas mismas. Son el espectculo

    llevado al lmite y en ese espectculo la imagen se precipita, se impacienta

    propulsando el cuerpo del dolor en la especie de placer cruel de un cuerpo-

    actor. Lo que vemos es, al final, lo nico soportable de su existencia: que

    existen para nosotros. Una especie muy particular de punctum, muy tangencial

    a lo visible, por no mostrarse ms que en relacin a la serie completa de

    imgenes y a nuestra posibilidad de poder imaginarnos sus trgicas historias

    enterradas (como ellos) en los archivos de sus hospitales y asilos. Sus

    imgenes pueden pensarse entonces como breves chispas de una gran

    verdad, de un contenido latente (que dira Didi-Huberman) llamado un da, hoy,

    a devorar la gran narrativa cientfica construida. Es el signo encontrado, el

    momento en que para Jill Benet35 el sentimiento acta como catalizador para la

    investigacin crtica o el pensamiento profundo. Por lo tanto, eventualmente

    eficaces, al fin.

    De nuevo Foucault: Nadie est obligado a pensar que esas voces

    confusas cantan mejor que las otras o que son inocentes. Basta con que

    existan y que tengan en su contra todo lo que se empea en hacerlas callar

    para que tenga sentido escucharlas36. Porque en ese poder escucharlas,

    poder imaginarlas, seremos nosotros, los modernos, los que empecemos a 34 .- PARDO, J.L., La intimidad, Valencia, Pre-Textos, 1996. 35 .- Tomado de MIEKE BALL, El dolor de las imgenes, en FERNNDEZ POLANCO, A., Cuerpo y mirada, huellas del siglo XX, Madrid, Museo Nacional centro de Arte reina Sofa, 2007, p. 168. 36 .- FOUCAULT, M., Dits et ecrits, 4 vols. Paris, Gallimard, 1994, Vol II, p. 162.

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  • darnos cuenta de que bajo la locura, bajo la neurosis, bajo las inadaptaciones

    sociales, bajo las miserias, corre una especie de experiencia comn de la

    angustia. Entendemos por fin que la locura puede ser la meloda exacerbada

    de la desesperacin, una tragedia necesitada de una nueva narracin porque

    sigue sin palabras para defenderse.

    Con todo esto hemos aadido imgenes a una historia narrada muchas

    veces y relativizada una, imgenes que son un archivo, con caractersticas

    inmateriales, es cierto, pero un archivo al fin, tal y como lo entiende Arlette

    Farge37. Imgenes, pues, con una utilizacin diferida para aqul o aqulla que

    decide, casi dos siglos despus, tomarlas como testigo casi exclusivo. Huella

    en bruto de vidas que de ningn modo pedan expresarse as y que estuvieron

    obligadas a hacerlo porque un da se vieron enfrentadas a las realidades de la

    ciencia mdica. Con ellas se fabrica un nuevo objeto, se escribe un nuevo

    archivo, porque se reutilizan intentando mirarlas, pensar con ellas, de

    manera distinta para hacer posible otra narracin de lo real. Imgenes,

    fotografas que se convierten en figuras de lo real. Como si la prueba de lo que

    fue el pasado estuviese al fin ah, definitiva y prxima38. Como si, al desplegar

    este archivo hubisemos tenido el privilegio de tocar lo real, no el doble de la

    realidad, sino lo real entendido, con Clement Rosset39, en toda su idiotez.

    37 .- FARGE, A., La atraccin del archivo, Valencia, Edicions Alfons el Magnnim, Instituci Valenciana dEstudis i Investigaci, 1991. 38 .- FARGE, a., Op. Cit., 1991, p. 14. 39 .- ROSSET, Clement, Lo real. Tratado sobre la idiotez, Valencia, Pre-Textos, 2004; y El objeto singular, Madrid, Sextopiso, 2007.

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