corporalidad indigena, historia y evolucion de los cuerpos

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Biblioteca Digital DIBRI -UCSH por Universidad Católica Silva Henríquez UCSH -DIBRI . Esta obra está bajo una licencia Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/ HISTORIA Y GEOGRAFIA N 23 Corporalidad indígena: historia y evolución de "los cuerpos" aborígenes chilenos LUIS CARLOS PARENTINI* Y DANIEL CANO CHRISTINY** Resumen Estudio del cuerpo de los indígenas del territorio chileno y su evolución a través del tiempo desde la perspectiva de un análisis histórico, abordado desde diferentes fuentes, como las crónicas de los primeros conquistadores, misioneros y viajeros que arribaron a territorio nacional, quienes descubrieron los cuerpos de los llamados "salvajes" y describieron su fenotipo, totalmente alejado de lo europeo. Contrastando con la obra de etnógrafos del siglo XIX, en especial con la obra de Tomás Guevara, explicaremos la evolución del cuerpo indígena hasta nuestros días, considerando la llegada de la modernidad a las diferentes comunidades y el impacto que ha producido en la forma de relacionarse con sus cuerpos. Palabras Clave: historia del cuerpo, evolución del cuerpo, modernidad, fenotipo. Abstract Research study of the body of the natives of the Chilean territory and their evolution throughout time from a historical analysis, considering different sources, such as chronicles of the first conquerors, missionaries and travellers arriving at our national territory who discovered the first indian communities, the so-called "savages"; they then described their phenotype, which was entirely different from the European counterpart. Contrasting with the work of 19th- century etnographers, especially with the work of Tomás Guevara, we will explain the evolution of the indigenous body up to the present time, considering the arrival of modernity to the different communities and the impact it has had on the way they establish relations with other similar indigenous groups. Key words: body history, body evolution, modernity, phenotype. * Programa de Pedagogía en Historia y Geografía. Departamento de Humanidades. Universidad Católica Silva Henríquez. Contacto: Iparentinillucsh.c1 ** Programa de Licenciatura en Historia. Departamento de Historia. Pontificia Universidad Católica de Chile. Contacto: [email protected]

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Page 1: Corporalidad indigena, historia y evolucion de los cuerpos

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Esta obra está bajo una licencia Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported de Creative Commons.

Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/

HISTORIA Y GEOGRAFIA N 23

Corporalidad indígena: historia y evolución de

"los cuerpos" aborígenes chilenos

LUIS CARLOS PARENTINI* Y DANIEL CANO CHRISTINY**

Resumen

Estudio del cuerpo de los indígenas del territorio chileno y su evolución a través del tiempo desde la perspectiva de un análisis histórico, abordado desde diferentes fuentes, como las crónicas de los primeros conquistadores, misioneros y viajeros que arribaron a territorio nacional, quienes descubrieron los cuerpos de los llamados "salvajes" y describieron su fenotipo, totalmente alejado de lo europeo. Contrastando con la obra de etnógrafos del siglo XIX, en especial con la obra de Tomás Guevara, explicaremos la evolución del cuerpo indígena hasta nuestros días, considerando la llegada de la modernidad a las diferentes comunidades y el impacto que ha producido en la forma de relacionarse con sus cuerpos.

Palabras Clave: historia del cuerpo, evolución del cuerpo, modernidad, fenotipo.

Abstract

Research study of the body of the natives of the Chilean territory and their evolution throughout time from a historical analysis, considering different sources, such as chronicles of the first conquerors, missionaries and travellers arriving at our national territory who discovered the first indian communities, the so-called "savages"; they then described their phenotype, which was entirely different from the European counterpart. Contrasting with the work of 19th-century etnographers, especially with the work of Tomás Guevara, we will explain the evolution of the indigenous body up to the present time, considering the arrival of modernity to the different communities and the impact it has had on the way they establish relations with other similar indigenous groups.

Key words: body history, body evolution, modernity, phenotype.

* Programa de Pedagogía en Historia y Geografía. Departamento de Humanidades. Universidad Católica Silva Henríquez. Contacto:

Iparentinillucsh.c1 ** Programa de Licenciatura en Historia. Departamento de Historia. Pontificia Universidad Católica de Chile. Contacto: [email protected]

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"Cojan ustedes la mejor nariz indígena, y cojan ustedes la talla del patagón Y tomen algunos ojos de indio en los cuales el negro es tan profundo, la mirada tan

entrañable, que a mí me daba la impresión en México de que el indio me miraba desde la nuca, con unos ojos tan profundos, que le partían de la nuca; y tomen ustedes unos cuantos rasgos

más, y verán la hermosa escultura racial que tendríamos y qué contentos estarían todos los mestizos que reniegan su indio, de decir: ¡yo soy ése!"

Gabriela Mistral

Premio Nobel de Literatura

Introducción

Hablar de una historia del cuerpo significa una serie de obstáculos, producto de la escasez de tradición historiográfica respecto al tema. Aún más difícil se presenta el problema si se pretende analizar la historia del cuerpo de los pueblos indígenas de un país. Primero se debe definir lo que entendemos hasta ahora por historia del cuerpo, reconociendo la falta de información que se posee, y luego precisar la población nativa a la cual se aplicará el estudio. Comencemos sobre lo que sí sabemos respecto al tema, y que necesariamente implica un diálogo con otras disciplinas. "El estudio del cuerpo moviliza varias ciencias, obligando a variar los métodos, las epistemologías, según se trate de las sensaciones, de las técnicas, del consumo o de las expresiones. Esa heterogeneidad es constitutiva del propio objeto de estudio. Es insoslayable y debe asumirse como tal en una historia del cuerpo." (Vigarello (a), 2005: 20). La importancia de reconocer que como historiadores nos encontramos a la retaguardia en los avances, nos debe mover a la acción conjunta con las otras ciencias sociales para rescatar del olvido historiográfico a este nuevo objeto de estudio, porque "es el cuerpo, el ausente del lenguaje, el lugar del deseo y el infortunio...ausente también de la historia, pese a ser uno de sus lugares." (Revel, 1985: 173). La deuda es clara, y este es un esfuerzo por tratar de enmendar los descuidos del pasado, ya que "la constancia del olvido del cuerpo es manifiesta en este sentido. La historia del cuerpo se aplaza sin cesar, se programa, se reivindica. Pero apenas se practica o se asume." (Le Goff y Truong, 2005: 21). Pero... ¿cuál sería la real importancia de abocarse a este tipo de estudio? La relevancia se expresa por sí misma, debido a que "de forma permanente el individuo se siente impactado, observado, deseado, rechazado en y por su cuerpo." (Vigarello (b), 2005: 16). De este modo el cuerpo del sujeto, se transforma en el objeto de estudio, tal como la explica Vigarello en su Historia del Cuerpo, y como lo entiende Alejandra Araya cuando afirma que "efectivamente, el cuerpo se constituye en una coordenada privilegiada para estudiar la encrucijada entre el yo y la sociedad. El cuerpo que se mueve y gesticula es un documento de esa frontera, pilar desde el cual la autopercepción y evaluación del lugar que cada cual tiene en la sociedad se construye o se hace concreto." (2000: 81).

De este modo, pretendemos en el siguiente apartado, analizar "históricamente" el cuerpo de las culturas indígenas de Chile, a partir de las fuentes que tenemos a disposición. Por lo general, serán crónicas de los primeros conquistadores y misioneros que arribaron a territorio nacional, los cuales mostraron gran interés por describir los cuerpos de estos "salvajes", quienes poseían un fenotipo totalmente diferente al tipo europeo, y además muy heterogéneo dentro del conjunto de pueblos indígenas. También recurriremos a documentos elaborados por viajeros ilustrados del siglo XVII y XVIII, quienes recorrieron nuestro territorio con diferentes propósitos de los conquistadores del XVI, y que por lo mismo, sus observaciones y reflexiones respecto a la corporalidad de los nativos del Reino de Chile, tendrán particularidades específicas. La bibliografía utilizada será, en su mayoría, parte de la obra de etnógrafos de principios del siglo XX, en particular, la de Tomás Guevara. Por último, explicaremos la evolución del cuerpo indígena hasta nuestros días, considerando la llegada de la modernidad a las diferentes comunidades y el impacto que ha producido en la forma de relacionarse con sus

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cuerpos.

Para lograr una mayor claridad en el desarrollo del tema, cada capítulo dentro de este trabajo contiene referencias a las cinco etnias estudiadas, separadas más por su ubicación geográfica que por características culturales. El motivo de tal división, es en función de la hipótesis propuesta, la cual valora la importante influencia del medio físico sobre el desarrollo y evolución de los cuerpos, los cuales terminan por adaptarse a las condiciones sometidas. La división incluye a los pueblos andinos, mapuches, pehuenches, australes, y finalmente, rapa nui.

Cabe señalar, antes de comenzar, que "la tarea es difícil y conmovedora. Los ausentes de la historia son innumerables y los indicios de su existencia corporal son tenues, dispersos y generalmente malévolos" (Vigarello (a): 2005: 113). Desde esa constatación historiográfica, buscaremos reivindicar, dentro de la disciplina, el estudio del cuerpo de los humildes; es decir, de los indígenas de Chile.

Características anatómicas

Las características físicas de los aborígenes de la región andina, se pueden examinar desde diferentes ángulos, según sea el interés específico del investigador. En este sentido, comenzaremos con una descripción general de la constitución física del hombre que habitó los parajes del norte chileno. Para tales efectos, la obra de Tomás Guevara "Historia de Chile: Chile Prehispáni-co", será de gran utilidad, por la alta cantidad y calidad de información que aporta. Según el etnógrafo, al referirse a los pueblos andinos, afirma que "la estatura de éstos aborígenes variaba de 1.32 a 1.60 cm., siendo 1.50 cm. el término medio, pero el esqueleto era robusto y grueso, i el cráneo tenía, en muchos individuos, un espesor de 1 cm. i más" (Guevara, 1925: 23). Estas mediciones fueron efectuadas en base a estudios arqueológicos que se realizaron en la zona del norte grande, a comienzos del siglo pasado. Siguiendo la misma línea investigativa, basado en restos funerarios, concluye que:

visto el cráneo de perfil se marca distintamente una gran depresión en la raíz de la nariz; el examinar de frente la cara llama la atención la pequeñez de las órbitas, lo saliente y fuerte de los huesos molares i la relativa pequeñez de la mandíbula inferior, cuyas ramas pequeñas son casi cuadradas, siendo por otra parte, en muchos casos, los arcos dentarios estrechos i provistos de dientes, de superficie generalmente grandes; pero con sus raíces, que, comparadas con las de otras razas, son relativamente cortas. Los arcos dentarios forman, a menudo, un arco notable en la inserción de los caninos. Las raíces dentarias están frecuentemente unidas (1925: 23).

Por lo visto, una de las características antropofísicas que llaman primero la atención, son las bajas estaturas y la forma compacta del cuerpo en su totalidad. Hay una tendencia a la robustez de extremidades, tronco y rostro, junto con la falta de altura. Pero eso sería una generalización simplista, ya que "por su carácter distinto, pudieran separarse algunos individuos de estatura extraordinaria, hasta 1,75 m. de alto, con esqueletos y cráneos mejor formados i más proporcionados, que representan, probablemente, individuos procedentes de otras tribus i que habían unido su suerte con la que poblaba el lugar." (Guevara, 1925: 23). La mezcla biológica en etapas previas a la llegada del español a América, ya había producido cambios en el genotipo de las diferentes comunidades aborígenes, de lo cual da cuenta este hallazgo. Si bien la mayoría de estas tribus se caracterizaba por poseer una población de baja estatura, rasgos redondos y compactos, también existen indicios que demuestran diferentes niveles de entrecruce genético, que dieron como resultado individuos de mayor altura (1,75 m.), que se escapan totalmente del promedio (1,50 m.).

En cuanto a contactos culturales dentro de la zona andina, especialmente entre los pueblos del norte de Chile y las culturas del altiplano boliviano (Tiawanaku), podemos observar cómo las evidencias físicas dan cuenta de intercambios biológicos y culturales.

Un rasgo de cultura más adelantada se presenta en la mayor parte de los cráneos, por la deformación frontal occipital. El tipo de

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esta deformación tiene semejanza con la de cráneos más antiguos, encontrados en sepulturas de origen protonazca, en los valles de Chincha Ica i otros, i, no conociendo, por lo general, el hombre primitivo el arte de las deformaciones, se puede suponer fue introducida esta usanza de tribus más adelantadas. (Guevara, 1925: 24).

Las relaciones interculturales se manifestaban de diferentes maneras, siendo una de ellas, las deformaciones craneanas, las cuales poseen una dimensión cultural, pero también "corporal". Pero no sólo existieron similitudes fenotípicas en este aspecto, ya que la zona andina como tal, que nunca ha conocido las fronteras políticas que tenemos hoy, fue desde siempre un lugar de tránsito, circulación e intercambio, lo cual nos obliga a referirnos a la población indígena del altiplano boliviano.

Los habitantes de las alturas bolivianas se distinguen por el cuerpo regordete y una caja torácica amplia, los pulmones son grandes, como lo exigen las funciones respiratorias de los moradores de lugares mui altos. Bien poco difieren los del Tamarugal i de las quebradas de aquéllos en éstos rasgos corporales; en unos i otros se notan las piernas más cortas que el tronco, carnosas, con el pie pequeño i grueso, talón redondo i nada salientes, dedos cortos. Son todos notables peatones i de extraordinario valor en los pies para resistir el frío intenso de los lugares del interior i de las alturas. (Guevara, 1925: 62).

De esta forma, nos podemos dar una idea general de las diferencias y semejanzas entre los indios del altiplano boliviano y los de los valles del norte del país. Entre estos últimos se encuentran los habitantes del desierto de Tarapacá, quienes "conservan por atavismo un color moreno tirado a rojo i su forma rellena, con una boca grande, labios gruesos, nariz abultada. La cabeza es grande, el cuello corto i grueso. Son de pelo liso i abundante; lampiños de barba i les falta el bello en la piel." (Guevara, 1925: 63). Así es como vamos construyendo una idea de lo que significa el cuerpo indígena en la región andina, con sus características antropofísicas más transversales, llámese baja estatura, escasez de pelo, piel oscura, contextura corta y compacta, etc... como también con sus particularidades específicas. Con el arribo de la modernidad, podemos analizar un antecedente rescatable, a través de las cicatrices formadas en la piel producto de las bajas temperaturas de la noche, y de la ausencia de humedad atmosférica. Esas condiciones provocan una deshidratación de la dermis con daños visibles como abertura de carnes, sangramiento y posterior cicatrización. En la actualidad, con la aparición de farmacias en las ciudades del desierto que traen cremas cosméticas de mala calidad a bajos precios, las mujeres han podido remediar las heridas en la piel producidas por el frío. Antes de la llegada a las comunidades de tan "revolucionario" invento, las palmas de sus manos eran un solo callo y su reverso un conjunto de cicatrices. Ahora, esas mismas mujeres pueden disfrutar de la suavidad lograda por la aplicación de dichas cremas, sin alterar el ritmo de sus labores cotidianas. Sin embargo, la insensibilidad lograda por aquellos callos significaba un mejor manejo de las herramientas de trabajo. Ahora, esas palas, chuzos, y rastrillos, son instrumentos ásperos al contacto con sus pieles conservadas por cremas humectantes. En el pasado, esas manos rústicas eran propicias para los trabajos agrícolas. Hoy en día, se especializan en confeccionar tejidos para los turistas que visitan sus comunidades.

A continuación, realizaremos una breve descripción analítica de los indios changos, quienes habitaron la costa norte de nuestro país, subsistiendo en base a productos del mar, y desarrollando características físicas moldeadas por el rigor de la sal marina y escasez de agua. Este pueblo estaba constituido por hombres "bajos, de espaldas anchas, aunque un poco menor que la de los araucanos; color moreno, cabeza redonda, barba lampiña." (Guevara, 1925: 131). Además, "éstos eran diestros mariscadores más que pescadores: se proveían de los moluscos adheridos a las rocas i de los que la marea dejaba enterrados en la arena, los que buscaban hombres i mujeres con los pies." (Guevara, 1925: 129). Poseían una pigmentación rojiza que los distinguía del resto. No era el clásico color café oscuro de las poblaciones del desierto o el altiplano. Claramente, el color rojo de sus rostros los identificó como los habitantes de la costa. "A estos indígenas del litoral, también se les denominaba, Camanchacas. La gente del lugar los llamaba así; porque los rostros y cueros se les a vuelto como una costra colorada durísima. Esta pigmentación la adquieren por beber sangre de lobo marino." (Lizárraga, 1908: 113). Este es un perfecto ejemplo de cómo el medio geográfico influye en la constitución física de una determinada población. Ahora, conocer las causas fisiológicas que produjeron el cambio en la pigmentación de los changos no es nuestra intención, mas nos concentramos en la constatación de que un territorio y clima determinado, transforma cuerpos y genera identidades.

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Para el caso mapuche, contamos con las descripciones de un viajero ilustrado de comienzos del XVIII y un militar comerciante de principios del XIX. Amadeé Franwis Fezier y José Antonio Pérez García, respectivamente. Para el primero, refiriéndose a la etnia mapuche, afirma que "...los indios de Chile son de buena estatura, de miembros gruesos, el estómago y el rostro anchos, sin barbas, poco agradables, los cabellos tirando a crines i lisos." (1902: 37). En cambio, para el comerciante peninsular, son los indios de Chile de estatura algo menor que el común de los españoles, pero mas robustos y de pechos muy trabados y fuertes brazos y piernas. Sus cabellos son siempre largos, lisos y negros, y el de las mujeres, especialmente, muy grueso. El rostro y cuerpo moreno, que se inclina a rojo. La cabeza y cara redonda, la frente cerrada, la nariz algo roma, la barba rala, la mano chica, los dedos cortos, el pie pequeño y fornido, indicando su cuerpo y rostro fortaleza y bravura. (1900: 39).

Desde otro ángulo, el viajero francés César Famin, explica que "los araucanos son de alta talla, pero sus formas son poco agradables: tienen la cara achatada y los carrillos salidos como los mogoles; su mirar es feroz y desconfiado, su tez bronceada o de un moreno rojizo; la nariz corta, la barba desnuda de pelo y una larga cabellera." (1839: 12). El desagradable aspecto es una tendencia en ambos. Aquí entran en juego los cánones de belleza europeos, dentro de los cuales, las facciones y proporciones mapuches clasifican en la categoría de no-belleza, o simplemente fealdad. También debemos considerar el número no despreciable de mutilaciones que sufrieron estos indígenas al contacto con el español. En los primeros años de conquista, se llevaron a cabo castigos ejemplificadores a los indios prisioneros de guerra, entre los que se encontraban, la práctica de mutilaciones de extremidades, narices, orejas y lenguas. Obviamente estos cuerpos cercenados en forma violenta, generaron disgusto y repulsión a los ojos extranjeros, acentuando aún más las descripciones patéticas de sus fisionomías.

Referente a los pehuenches, contamos con la descripción de Thaddaeus Peregrinus Haenke, quien se asombra por las características guerreras que muestran esos cuerpos. "Estas gentes son de mediana estatura, tiene una fisonomía militar, el color aceitunado y una grande agilidad en sus miembros" (1942: 113). Más adelante profundizaremos en el aspecto del cuerpo guerrero y su estrecho vínculo con el medio geográfico. Por ahora, lo relevante es destacar la primera impresión del visitante, quien se detiene en las características bélicas de las formas corporales pehuenches.

Siguiendo hacia las tierras del extremo sur, se encuentran los diferentes pueblos australes que vivieron y convivieron durante siglos, antes de la llegada del hombre moderno, hecho que marcó el inicio de su desaparición. Si ahora nos enfocamos en los detalles físicos, podríamos concluir que lo predominante en estas razas fue la enorme talla o altura. Así también lo evidenciaron quienes entraron en contacto con ellos, y nos dejaron registros de sus impresiones y cálculos. Para John Byron, refiriéndose a los patagones, anotó: "Varios de los nuestros, con el fin acaso de alentar a los demás, les hicieron notar, que estos hombres agigantados estaban tan asombrados a vista de nuestros fusiles, como nosotros lo estábamos de su talla." (1769: 65). Y prosigue con la descripción de los formidables portes de aquellos naturales. "Su estatura era tan extraordinaria, que aun sentados así, venían a ser casi tan altos como el Comandante en pie." (67). "Los de mediano porte, nos pareció, que tendrían como ocho pies, y los mayores nueve, y algo mas. Es verdad que no los medimos con regla alguna fixa, pero tenemos motivos para persuadirnos de que mas bien hemos disminuido, que exagerado su altura." (68). Juan Ladrillero tampoco quedó indiferente a la impresión causada por los monumentales cuerpos. "La gente que hallé en esta boca de este Estrecho a la parte de la mar del Norte, es gente soberbia y son grandes de cuerpos así los hombres como las mujeres, y de grandes fuerzas los hombres y las mujeres bastas de los rostros." (1880: 498). Por último, para el misionero de la Compañía de Jesús, Alonso de Ovalle, estos hombres y mujeres de grandes tallas, fueron objeto de análisis y estudio, producto de sus sobresalientes características físicas. Sin embargo, no tuvo contacto directo con ellos, por lo mismo, basa sus estudios en la recopilación de anotaciones de viajeros que cruzaron el Estrecho y tuvieron algún grado de interacción con los naturales del lugar. Según el misionero:

son todos grandes hombres del mar, y en algunas partes hay gigantes tan grandes, que escriben los holandeses que han pasado por el Estrecho que hallaron en los sepulcros calaveras dentro de las cuales cabían sus cabezas, y se las ponían como yelmos; y hallaron juntamente huesos de difuntos de diez y once pies de largo, cuyos cuerpos, a la cuenta, era fuerza fuesen de altos de treinta pies para arriba, que es cosa

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monstruosa. (1969, 121).

Incluso se da el tiempo para desmentir mitos circundantes a la zona y sus pobladores indígenas. "Es común voz y fama que en estas partes del Estrecho hay pigmeos, pero no sé con qué fundamento, porque todos los autores que refieren las navegaciones que se han hecho por él, veo que hablan siempre de gigantes y cuando menos de hombres agigantados, robustos, y que nos exceden las fuerzas y grandeza..." (122). En este sentido podemos concluir que el factor predominante en la anatomía de los indígenas australes, es el porte y talla agigantados, no sólo en comparación con el respecto de la población nativa chilena, sino, con los propios europeos. Es tan impresionante la altura, que no existe navegante alguno que no haya dejado registro acerca de ese fenómeno tan peculiar.

Como última cultura indígena chilena, tenemos a la rapa nui. Las fuentes utilizadas para examinar la corporalidad de esta etnia polinésica, se encuentran en los trabajos del sacerdote Sebastián Englert (0.F.M.), quien dedicó gran parte de su vida al estudio de este pueblo y su cultura. En esa línea, el etnógrafo sustenta sus planteamientos en crónicas de navegantes del siglo XVIII y XIX, que se toparon en sus rutas de navegación, con la Isla de Pascua. A partir de esto, podemos decir que en 1787 un marinero de apellido Langle, desembarcó en la isla y realizó una serie de observaciones en su diario de viaje. Entre estas observaciones se encuentran naturalmente descripciones de los cuerpos isleños, y esto es lo que rescata:

Lejos de encontrar a gente repugnante por su estado miserable, he visto por el contrario, una población bastante numerosa, mejor dotada de gracia y de belleza que otra gente que desde entonces he tenido ocasión de encontrar. Estos isleños tienen un mediano embonpoint, porte y rostro agradables; su altura es de 5 pies y 7 pulgadas, su forma es bien proporcionada. Aún el color de su rostro presenta poca diferencia del de los europeos. Llevan poca barba pero sus pudendas y axilas están suficientemente cubiertas de vellos. El color de su piel es castaño oscuro, sus cabellos son negros, pero los de algunos son rubios. Parecen, en general, gozar de muy buena salud, aún hasta avanzada edad. (Englert, 1948: 206).

En el caso de un marino holandés, Roggeween, el hecho que capturó su atención fue la poderosa mandíbula, y limpia dentadura. "De sus dientes dice Roggeween que eran blancos como la nieve y que aún los ancianos tenían una dentadura extraordinariamente fuerte, esto se veía cuando con sus dientes abrían una nuez grande y dura (nuez de sándalo), cuya cáscara era más dura que los cuescos de nuestros duraznos." (1948: 207). En resumen, el padre Englert defiende la riqueza cultural de los rapa nui, en función de su bienestar corporal, cuando expone su idea de que "si los antiguos isleños hubieran sido una raza tan débil, enfermiza y desnutrida, los primeros navegantes habrían recibido una impresión muy distinta de la que expresaban en sus relatos. Dicen que los nativos tenían cuerpos bien formados, aspecto agradable, musculatura bien desarrollada." (1948: 206). Y así lo corrobora, con la siguiente cita: "Adalbert von Camisso (1816) observa que los nativos tenían hermosas facciones, fisonomía agradable y expresiva y una constitución bien formada, esbelta y sana. Algunos jóvenes se distinguían por un color mucho más claro de la piel." (1948: 205). La belleza parece ser la tónica en la descripción de los navegantes, y en las conclusiones del sacerdote-etnólogo. Llama la atención este hecho si lo comparamos con el caso mapuche, en donde la tendencia es exactamente lo contrario, haciendo hincapié en la falta de hermosura en las formas araucanas. En este sentido, podemos encontrar la respuesta a través de dos factores. El primero es la concepción de belleza occidental que primaba en la época y la cual consideraba el color oscuro de piel, como una degeneración del blanco, y un pariente cercano del color negro, despreciado científica y teológicamente por varios siglos. El segundo elemento, son las antes mencionadas mutilaciones llevadas a cabo por los conquistadores en primera instancia en contra de la población originaria, y más tarde por los ciudadanos de pueblos fronterizos a lo largo del sigo XIX. En ambos casos, la política de represión por medio de la amputación de miembros fue una constante, con distintos niveles e intensidades por cierto, que marcó los cuerpos mapuches a través de su historia.

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El cuerpo y sus vestimentas

En otro aspecto, podemos analizar las vestimentas utilizadas por estos aborígenes, quienes a partir del medio en que desarrollaron sus culturas, supieron adaptarse a las condiciones naturales. En este sentido, el rol jugado por el cuerpo es importante, por su condición de receptor de vestiduras acondicionadas a las formas y relieves de aquellas siluetas. De ese modo, para los pueblos andinos, la confección de los atuendos era a partir de "una hierba a manera de espadaña que se dice cabuya majalan, y sacan unas hebras como cáñamo e hílanlo; y de esto hacen vestidos.., y su traje es unas mantas revueltas por la cintura que les cubre hasta la rodilla, y otra más pequeña manta echada por los hombros presa al pecho por una púa o espina de las que tengo dicho de cardones." (Bibar, 1966: 33). Para protegerse de las frías noches del desierto, utilizaban "como abrigo, pieles de lobos marinos, de vicuñas, i mantas de numerosos pellejos de aves marinas, colados con brea. Sólo una de estas mantas parecía perforada cerca del cuello, a manera de poncho." (Guevara, 1925: 21). En cambio, durante las largas caminatas bajo el implacable sol de la sierra, era necesario disponer de las comodidades mínimas para emprender las extensas travesías en busca de alimento. Por lo mismo, es que los hombres "para tapar el sexo usaban, ya bolsitas de cuero, ya delantales, ya taparrabos. Entre los delantales, los confeccionados con fibras de totora, sumamente comunes en los cementerios, representan, a su vez, un tipo más antiguo que los hechos de cordeles llana de vicuña mal torcidos i a veces teñidos de colores minerales" (1925: 21). En la actualidad, las vestimentas del norte han variado considerablemente. Uno de los factores más relevantes ha sido la introducción de los jeans. Esta prenda de vestir, que tuvo sus inicios a mediados del siglo XX, fue adoptada por las comunidades indígenas, persistiendo tal preferencia hasta el día de hoy. Estos cómodos pantalones, no sólo otorgan gran movilidad, requerida por supuesto para las labores agrícolas, sino también gran resistencia, y bajo precio de mercado. La firmeza de su material lo transforma en un pantalón ideal para satisfacer las necesidades de las comunidades indígenas presentes. Por otro lado, existen las zapatillas deportivas con nuevas tecnologías y diseños atractivos, que forman parte de los bienes más codiciados por los jóvenes indígenas del presente siglo. Su comodidad y bajos precios, al igual que los jeans, lo posesionan como una prenda infaltable en el vestuario juvenil, y cada vez más, en el de adultos. Ya desaparecieron los enormes callos, que conformaban el total de la planta del pie de estos nativos. Las largas caminatas descalzos, forman parte del pasado. Las agradables zapatillas se han insertado exitosamente en el mundo indígena, al igual que el resto de la sociedad chilena, en desmedro de la planta callosa de sus antepasados.

Con la llegada de conquistadores a suelo americano, se dio comienzo al proceso de mestizaje, en donde el factor femenino local fue de gran relevancia. La atracción que produjo en las huestes indianas la belleza de las mujeres indígenas, queda al descubierto en los propios relatos de los soldados peninsulares, como fue el caso de Gerónimo de Bibar. "Las mujeres son de buen parecer. El hábito de las mujeres era un sayo ancho que les cubría los brazos hasta los codos, y las piernas hasta debajo de las rodillas." (1966: 14). Esta descripción se aplica a los indios atacameños, quienes además de poseer bellas mujeres a los ojos extranjeros, también compartían ciertas características físicas propias, ya sea en la constitución misma de sus cuerpos, como en el uso de peinados y vestimentas. Por otro lado, los indios tarapaqueños tampoco se quedaron atrás en cuanto a la belleza de sus unidades femeninas, que potenciaban su atractivo físico con vestimentas estratégicamente dispuestas para tales objetivos. "El traje femenino se compone también de camisa de algodón; un mantón cuadrado de lana espesa listada con vivos colores i cruzado en el pecho con prendedor, a menudo con una cuchara con punta en el mango; de la cintura para abajo una pollera azul-oscuro, la cual se abulta desmedidamente con ropa interior para aumentar el ancho de las caderas, que es signo de belleza." (Guevara, 1925: 63). Creemos legítimo cuestionarnos la idea de "belleza" que utiliza el etnógrafo para referirse al abultamiento de ropa interior en las indias atacameñas, ya que fácilmente puede tener un significado de orden práctico, en función de las labores agrícolas que desempeñaban estas mujeres. Consideramos inexacta la conclusión del estudioso respecto a este punto. La belleza, como concepto, va mutando en cada cultura y a cada época histórica, según patrones locales e influencias externas. En este sentido,

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podemos observar curiosos elementos foráneos que han sido introducidos a las comunidades indígenas de nuestro país, generando mezclas antiestéticas (no-bellas) ante nuestros ojos occidentales. Un claro ejemplo son los aros de fantasía plásticos, caracterizados por sus colorinches combinaciones, que dentro del grupo femenino indígena, ha encontrado un nicho espectacular. La demanda por estos pendientes de baja calidad e irrisorios precios, es impresionante en la actualidad, al interior de los grupos femeninos, en comunidades indígenas del norte de Chile. Ya se olvidaron de las técnicas tradicionales de confección de collares y otros objetos decorativos. La compra de los nuevos aretes de mostacilla u otro material sintético han condenado a aquella antigua tradición cultural a desaparecer absolutamente. Otro elemento significativo en la adopción de factores externos, es el uso de sostenes entre las adolescentes. Aquí estamos en presencia de un caso comparado. Las mujeres mapuches hace algunos años incorporaron el corpiño como una prenda más, en cambio, las mujeres del norte, aún siguen con los pechos al aire, puesto que el sujetador no ha sido anexado al guardarropa andino. Seguramente por su alto costo y difícil acceso. Por lo tanto, dentro del grupo mapuche, las mujeres se han vuelto mucho más coquetas que antaño, motivadas por el uso de esta prenda interior. La influencia que llegó a través de los mensajes publicitarios televisivos, incluía hermosas modelos usando pequeños corpiños de delicados diseños. No es extraño esperar que las jóvenes dentro de sus comunidades y con acceso a la televisión abierta, quisieran imitar a las divas de la pantalla, utilizando los mismos artefactos publicitados.

En el caso de los indios aymaras, también tenemos información descriptiva acerca de sus vestimentas.

Para la mujer el vestuario consiste en un akso de color negro o café oscuro con un borde fino multicolor. En la cintura se amarra una faja de vivos colores, ricamente adornada, que es una obra artística de tejido. En el pecho, cerca de los hombros, dos tupus —prendedores de plata de hechura artesanal- cierran el vestido. El amplio pliegue del akso sobre la cintura permite guardar objetos menores de valor y pertenencia personal. Un collar de muchas vueltas, de perlas de fantasía en colores blanco o salmón, llamadas wallka, adorna el cuello y el pecho; aretes de platería artesanal las orejas. (Hidalgo et. al, 1996: 57).

En este sentido es interesante saber que "todas estas prendas de vestir son tejidas en casa y muestran el arte y destreza de su portadora y por lo mismo son el orgullo del esposo. Por los diseños se conoce inmediatamente la comunidad de origen de la mujer." (1996, 57). Otra forma de conocer la comunidad de procedencia que tenía la mujer, es a través de la combinación de colores y formas en las franjas de su

La IlijIla es un tejido cuadrado en que la mujer lleva en la espalda a su guagua y su equipaje personal, tanto durante sus andanzas como en su trabajo diario en la casa o en el campo. La IlijIla es de color natural de la lana y tiene un diseño en franjas paralelas de colores, que da a conocer también el lugar de origen de la mujer. (1996, 58)

Respecto a la indumentaria masculina, tenemos conocimiento que:

los hombres visten pantalones oscuros de bayeta, amarrados con una faja ancha que refuerza también la cintura y que sirve para guardar pequeños objetos de valor y dinero. Lleva la cabeza doblemente cubierta, con chullo y sombrero, y un poncho monocromo en los colores naturales de la lana, ya sea gris, café o color vicuña, adornado con unas franjas mínimas verticales de colores. En el cuello cuelga la chuspa o bolsa de coca de tejido fino y diseño delicado. El cuello se abriga con una bufanda de cordellate. (1996, 58).

También existen ciertas funciones sociales que la vestimenta puede cumplir. Entre ellas, podemos observar cómo, en el pueblo aymara, "si el hombre cumple un cargo de autoridad, lleva un chal de color vicuña, en lo posible de lana genuina de vicuña que es muy escasa y preciosa. El bastón de mando, llamado santo rey, es otra señal de autoridad superior." (1996, 58). Finalmente, no podemos olvidar el

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significado ritual de las prendas de vestir. Éstas, dependiendo de las circunstancias de su uso, y el tipo de individuo que las utilice, sabremos si en ese momento son parte de una práctica litúrgica. Por ejemplo:

el pastor lleva lazo y honda cruzados sobre el pecho cuando va al campo y cuando participa en las costumbres rituales del pastoreo. Ambos son trenzados de lanas de varios colores naturales: negro y blanco, gris y café. Especialmente las hondas son prendas de valor ritual y muestran la elegancia, el refinamiento y el simbolismo del arte textil aymara andino. (1996, 58).

Esta práctica cotidiana del pastoreo, tiene un trasfondo religioso, que implica necesariamente, el uso de vestimenta apropiada para tales objetivos. La doble dimensión de la prenda de vestir se manifiesta en ese ejemplo, en donde la honda sirve tanto para cazar animales y defender el rebaño, como para cumplir con un ceremonial determinado.

Ya los primeros cronistas de la conquista y misioneros católicos, hacían alusión a las vestimentas mapuches, por llamarles mucho la atención. Generalmente consideraban la escasez de ropajes como un signo de barbarie, propia de un pueblo "belicoso" como el araucano. Un ejemplo directo de esta primera impresión, nos la otorga el jesuita Juan Ignacio Molina cuando declara que:

todas las naciones que se vieron obligadas, o por influxo del clima, o por la decencia, a cubrirse el cuerpo, usaron al principio de vestidos largos, porque eran más fáciles de hacerse. Los Araucanos al contrario, inclinados demasiado a la guerra, que creían el manantial de la verdadera gloria, quisieron vestirse de un hábito corto, como el más a propósito para manejarse en los conflictos militares. Este hábito texido todo de lana, como era el de los Griegos y Romanos, consiste en una camisa, un jubón, un par de bragas estrechas y cortas, y en una capa en forma de escapulario, que tiene en el medio una abertura para introducir la cabeza; larga y ancha de modo que cubre las manos, y llega a las rodillas. Dicha capa se llama poncho, y es mucho más cómodo que los tabardos ltalicinos, porque dexa los brazos libres, y se puede doblar sobre la espalda guando se quiera: defiende mejor de la lluvia y del viento, y es más apto para andar a caballo. (Molina, 1788-1795: 56).

En cuanto al calzado, al parecer habría una distinción social entre quienes poseían el privilegio de usar, y los que no. "Las personas de conveniencias llevan botas, asimismo de lana de varios colores, y chinelas de cuero que llaman che/le. Lo restante del pueblo va siempre con los pies descalzos." (1788-1795: 57). En cambio, para el cronista Alonso Góngora Marmolejo, una de las prendas que capturan su atención son los zaragüeles, que es "una manta de vara y media de largo y una de ancho. Esta se pone entre las piernas y los cabos se ciñen a la cintura..." (1862: 2). Dentro de la variedad de vestimentas utilizadas por los mapuches, el poncho, es sin duda, la más característica. De ella, la mayoría de los cronistas, misioneros y viajeros, se refieren en diferentes términos. Por ejemplo, para Diego de Rosales era simplemente "...una camiseta cuadrada abierta por medio, cuanto cabe la cabeza, que entrándola por ella cae sobre los hombros" (1877: 158). Para el abate Molina, en cambio, es un signo de distinción social, no el uso del poncho, sino su confección iconográfica, y la distribución de colores. "Las personas de inferior condición llevan tambien el poncho turquí, pero las gentes ricas o acomodadas, lo llevan blanco, roxo o azul, con listas del ancho de un xeme, texidas con arte de figura, de flores, o de animales, en el qual sobresalen todos los colores." (1788-1795: 56). Por otra parte, el viajero Ilustrado también posee consideraciones especiales referentes al poncho. En las palabras de Amaddeé Franwis Frezier, el poncho es "...en tiempo de lluvia y para adecentarse una especie de manto cuadrado largo como un tapiz de mesa sin ninguna invención, en medio de la cual hai una abertura por donde pasan la cabeza; puesta en el cuerpo hace el efecto de una dalmática." (1902: 38). Por su parte, el viajero francés, César Famin, acota que "...el poncho forma la parte mas esencial del vestido de un Araucano, pero es preciso añadirle una chupa que baje hasta la cintura, un calzón corto, un ceñidor de cuero, un sombrero en forma de pilón de azúcar, unas sandalias de piel llamadas ojotas, y alguna vez un par de espuelas." (1839: 19). En conclusión, el poncho se constituye como la prenda típica mapuche, la cual tiene una funcionalidad extraordinaria para las labores guerreras y agrícolas. También es un artículo pensado desde la realidad geográfica, con un clima lluvioso y frío. El poncho se adapta a tales condiciones y termina siendo un traje indispensable.

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Como bien sabemos, una de las características principales que atribuyeron los conquistadores al pueblo mapuche, fue su belicosidad y afición a la guerra. Por lo mismo, es relevante conocer las vestimentas de combate que estos indios utilizaron en sus encuentros contra los invasores españoles.

Vienen de esta manera: que los delanteros traen unas capas y éstas llaman tanañas, y es de esta manera; que hacen una capa como verdugado, que por arriba es angosta y por abajo más ancha. Préndenla al pecho con un botón, y por un lado le hacen un agujero por donde sale el brazo izquierdo. Esta armadura les llega a la rodilla. Hácenla de pescuezos de ovejas o carneros, cosidos unos con otros; y son tan gruesos como cuero de vaca...; hacen de lobos marinos que también son muy gruesos; es tan recia esta armadura que no la pasa una lanza aunque tenga buena fuerza el caballero. Estas capas van aforradas con cueros de corderos pintados de colores prieto y colorado y azul, y de todos los colores; y otros llevan de tiras de este cuero de corderos en cruces y aspas por de fuera, y otro la pintura que les quieren echar. Llevan unas celadas en las cabezas que les entran hasta debajo de las orejas del mismo cuero con una abertura de tres dedos solamente para que vean con el ojo izquierdo, que el otro llévanlo tapado con la celada. Encima de estas celadas por bravosidad llevan una cabeza de león, solamente el cuero y dientes, y bocas de tigres y zorras y de gatos y de otros animales, que cada uno es aficionado. Llevan estas cabezas las bocas abiertas que parecen ser muy fieros, y llevan detrás sus plumajes... (Bibar, 1966: 154).

El uso de los medios naturales, como cueros de animales, plumajes de aves silvestres, y otras más, demuestra la capacidad de adaptación de los mapuches, para otorgarles una función específica a esos recursos. Lo más impresionante es la calidad de esta vestimenta de guerra, donde la condición principal radica en la fortaleza y dureza de las armaduras, fabricadas en base a cuero de animales.

Usan de fuertes y duros coseletes, peto, espaldar y faldones, y unos a manera de sayetes, grebas, brazales, golas, capacetes, morriones y celadas de diversas hechuras, hecho todo esto de cuero de toro crudo, que después de seco queda casi tan impenetrables como armas de acero, y les hacen ventaja en el mejor manejo, porque como son más ligeras, embarazan menos y dejan el cuerpo libre para pelear. (Ovalle, 1969: 109).

Generalmente se habla en los textos de historia acerca de la superioridad de las armas europeas en relación a las indoamericanas al momento del choque de la conquista, sin embargo, poco se dice acerca de las cualidades propias de las armaduras indígenas adaptadas a los recursos locales y desarrolladas en función del entorno natural. Al parecer, los sistemas de armamento y de protección del guerrero tenían un grado de tecnología bastante elevado, que no deja indiferente a quienes los observan, e incluso se enfrentan a ellas.

Ahora, si nos fijamos en las mujeres mapuches, veremos cómo poseen un atuendo especial, que difiere enormemente del masculino, ya sea por su función, como por su forma.

Las mugeres van vestidas con mucha modestia y simplicidad. El trage de ellas es todo de lana, y según el genio de la nacion, de color turquí. Este consiste en una túnica con una faxa, en una mantilla corta, llamada ¡che/la, la qual se atan delante con una hebilla de plata. La túnica, denominada chiamal, es larga hasta los pies, sin mangas, atada hasta la espalda con dos hebillas o broches asimismo de plata. (Molina, 1788-1792: 58)

Para el jesuita Alonso de Ovalle, las mujeres indígenas del sur de Chile, también poseían características únicas en comparación al hombre, respecto al uso de vestidos. Según el religioso:

las mujeres traen, como los hombres, el brazo descubierto, pero no otra cosa, y aunque en los pies no usan de calzado, pero la manta que traen vestida se los cubre, porque es larga y les coge desde el cuello hasta el suelo.. .es sencilla y la traen inmediata al cuerpo, sin camisa ni otra cosa debajo; préndenla a los hombros con punzones de plata (que llaman topos) (1969: 114).

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Pero estos misioneros no fueron los únicos en percatarse de las formas femeninas, también lo hicieron los viajeros del XVIII, como Amadeé Frainois Frezier, quien relata sobre el tema lo siguiente:

Las mujeres llevan por todo traje largas tunicas sin mangas, abiertas de arriba abajo por un lado. Estan cruzadas por un cinturón debajo de las tetas y sobre los hombros por dos ganchos de plata con placas de tres a cuatro pulgadas, éste traje se llama Chone i es siempre azul o algunas veces tirando a negro. En las ciudades se ponen encima una pollera i un rebozo i en el campo una pieza chica de paño cuadrada que llaman ¡que/la cuyos lados se prenden sobre el seno con una gran aguja de plata de cabeza achatada i de cuatro o cinco pulgadas de diámetro que llaman toupos. Tienen los cabellos largos a menudo trenzados atrás i cortados por delante, i en las orejas usan placas de plata de dos pulgadas cuadradas, como pendientes llamadas oropel/o. (1902:39).

Más tarde, ya en el siglo XIX, el viajero francés, César Famin, describe los vestidos de mujeres mapuches, rescatando las mismas características que sus antecesores, pero agregando la falta de variedad en el tipo de vestimenta. Concluye que el chamal junto con el tupu de plata, es el único ropaje utilizado por las señoras.

Las mujeres van con la cabeza y los pies desnudos; visten ropas largas, comúnmente azules sin mangas, y abiertas por el costado. Un manto del mismo color, sostenido sobre la espalda por broches de plata, bra-zaletes y pendientes del mismo metal, completan a poca diferencias sus vestidos. Sus cabellos, que por detrás llevan muy largos, son cortos y trenzados sobre la frente. (1839: 19).

Sin embargo, a diferencia de lo que piensa el viajero francés, sí existen momentos en que la vestimenta femenina varía y lo hace en función de ocasiones rituales, tales como festejos y ceremonias.

En sus fiestas, bailes y regocijos, aunque no añaden más vestido, se mejoran en la cualidad de él, porque guardan para estas ocasiones los vestidos de mejores colores y variadas listas y demás finas lanas y más costosos tejidos. Échanse al cuello unas como cadenas de las que llaman llancas, que sacan de ciertos peces del mar, y son entre ellos de grande estima; otros se ponen sartas de caracoles y otras cosas vistosas. En la cabeza se ponen en estas ocasiones unas como guirnaldas, no de flores sino de lanas de diversidad de colores muy finos. (Ovalle, 1969:113).

El chamal se mantiene como prenda base, pero el exterior es adornado con diferentes expresiones, según la ocasión y el gusto de quien las lleva.

Este vestido, autorizado por la costumbre, jamás se cambia; pero después para satisfacer la propia codicia de parecer bien, se adornan con todas aquellas bagatelas que les sugiere el capricho ó la vanidad. Divindense el cabello en varias trenzas, que dexan caer con graciosa negligencia sobre la espalda. Se adornan las cabezas con ciertas falsas esmeraldas que llaman lliancas, de las cuales hacen muchísimo aprecio. Llevan collares y manillas de cuentas de vidrio, y zarzillos de plata en forma cuadrada. Todos los dedos de sus manos están adornados de anillos, la mayor parte de plata. Se cree que mas de cien mil marcos de este metal, sean empleados en estos mugeriles adornos, pues ninguna, ni la mas pobre, dexa de levarlos." (Molina, 1788-1792: 58).

Como elemento final en la vestimenta mapuche, tenemos evidencias de cronistas y misioneros, que participaron en los llamados parlamentos del siglo XVII y XVIII, donde se da testimonio de un fenómeno relativo al cuerpo y sus ropajes. Indios que participaron de estas reuniones políticas, asistían vistiendo atuendos españoles, pero de una manera incorrecta a su uso original, provocando la burla de los ibéricos congregados. Para éstos, las prendas peninsulares utilizadas por los indios, parecían disfraces,

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porque unos traen sobre las armas hábitos de frailes con sombreros de muchas plumas, y otros fieltros con bonetes de clérigo: otros basquinas, y otros verdugados abiertos por ambos arzones, de manera que más parecen máscaras de carnestolendas, que gente armada y de guerra, y algunas veces se visten casullas y capas de coro, y otros ornamentos de iglesia que robaron y violaron con sus sacrílegas manos (González de Nájera, 1889: 115).

En el caso del sacerdote Gómez de Vidaurre, se detiene a observar a los caciques congregados al parlamento, y sus vestimentas españolas mal llevadas, e incluso, exageradas en su uso, como él mismo da cuenta:

...con sus casacas de grana, galoneadas de oro y plata, chupa, calzones y camisas de lino: éstas para demostrar que las traen, la dejan fuera de los calzones, tanto por delante como por detrás, lo cual junto con el mal talle de dichos vestidos, mueve grandemente a la risa, que es necesario contener, porque de no se irritarían y creerían que se burlaban de ellos (1889: 340).

Estas son las impresiones desde la facción "civilizada", en cambio para los propios mapuches, el vestir aquellas prendas occidentales era el mayor de los orgullos, y significaba un aumento de status dentro de la comunidad. La diferenciación lograda con las prendas españolas, sin importar el correcto uso que se les diera, determinaba una mayor importancia social y política, en el seno comunitario indígena. En los tiempos actuales, el fenómeno se conserva, por ejemplo, con el uso del reloj. Es una moda masculina, que tiene gran difusión dentro de las comunidades. Los hombres utilizan frecuentemente reloj en sus muñecas como símbolo de status, ya que en la mayoría de los casos, los instrumentos que son capaces de comprar; vienen sin baterías, o simplemente están fallados por la antigüedad de su uso. En el caso femenino, sucede algo similar con la aplicación de maquillaje. Intentando imitar los modelos exógenos que reciben desde los medios de comunicación, las mujeres indígenas están comenzando a ponerse mucho maquillaje en su rostro, pero de una forma exagerada, aun más que los modelos que se desea copiar. No obstante, es justo mencionar que se recurre a los recargados maquillajes sólo para situaciones informales, y sin ninguna implicancia religiosa. Todavía persiste ese respeto a la tradición, que impide concurrir a una ceremonia usando lápiz labial color rojo furia, o sombras para los ojos que llegan a los pómulos. El maquillaje es para las visitas al pueblo, o para ocasiones de tipo no religioso, es decir, sin vinculación a la tradición a la que se pertenece.

Para el caso de los indios del sur y extremo sur, comenzamos con la descripción de los indígenas de la isla de Camelau, en el archipiélago de Chiloé, a partir de las anotaciones del jesuita José García, quien recorrió aquellos territorios a mediados del siglo XVIII. Según su testimonio, afirma que:

...un hombre con su mujer i un hijito i una soltera; al punto que nos divisaron salieron a la playa, pintado el hombre el rostro i con su plumaje en la cabeza, que eran dos alas de pájaro; el vestido así del hombre como el de las dos mujeres se reducía a una sola manta de pellejitos de hullin o gato marino, que les cubre las espaldas i poco mas abajo de la cintura, pero no por delante; mas ni en el hombre ni en las mujeres eché de ver aquel natural pudor que causa la desnudez ni ellos estrañaban cosa en que nosotros los viésemos desnudos; el adorno allí, de hombres como de mujeres, es una sarta de caracoles mui menudo puesta alrededor de la cabeza, i las mujeres añaden al cuello unas sartas de bromas de palo que parecen hueso. (1766: 28).

Para el pueblo alakalufe, contamos con el retrato entregado por Juan de Ladrillero, quien se refiere a sus vestiduras como "pellejos de lobos marinos y de venados, atados por el pescuezo que les llegan a las rodillas, así los hombres como las mujeres. Traen unos dardiles mal hechos y dagas de hueso de ballena de palmo y medio y de dos palmos." (1880: 473). Finalmente para el pueblo de los Onas de Tierra del Fuego, contamos con los estudios realizados por Martín Gusinde, en los comienzos del siglo XIX. Según sus observaciones y mediciones, relacionadas a la indumentaria Ona, ellos

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poseen todos su capa de cuero, sea de zorro o de guanaco, y sus jamni que son una especie de ojotas de cuero de guanacos; a los hombres no les falta nunca un kóschel (un triángulo del mismo material) y que llevan en la frente atándolo mediante un trenzado de nervios; andan asimismo siempre provistos de las conocidas tierras colorantes con que se pintan el cuerpo (2003: 35).

En cuanto a las vestimentas femeninas, en el pueblo de los Onas, las mujeres utilizan técnicas en el uso de las pieles, las cuales les permiten mantener el calor corporal. De ese modo se protegen de las bajas temperaturas que predominan en la zona austral.

El traje de las mujeres es sus vestiduras de los pellejos de los guanacos y de ovejas, sobados, la lana para adentro y poniéndolos a la manera de las indias del Cuzco, los pellejos asidos con correas por encima de los hombros, atados por la cintura, y los brazos de fuera y que les llegan debajo de las rodillas. Traen zapatos del mismo cuero que les cubre hasta encima de los tobillos, llenos de pajas por dentro, por temor del frío y andan untadas con aquella cal como los hombres. (Ladrillero, 1880: 499).

De esta forma se evitaba el escape de calor producido por el cuerpo en forma natural. La cal untada sobre la superficie corporal, se trata de grasa animal. Con la llegada de los primeros misioneros, ocurrió un choque cultural que desestructuró negativamente a los pueblos australes. Los religiosos se percataron de la condición "salvaje" en que estos indios vivían, untándose grasa animal sobre el cuerpo. Por ello, es que decidieron erradicar aquella bárbara costumbre, y cambiaron la grasa animal junto con las pieles, por chaquetas y pantalones. Debido a ese intercambio, los Onas comenzaron a resfriarse, ya que las nuevas vestimentas se mojaban y conservaban la humedad por mucho tiempo. Este hecho significó un aumento en las enfermedades, y por consiguiente un alza en la tasa de mortalidad. Todo, gracias a un cambio de vestido, que no estaba diseñado para el medio local, como sí lo estaban las pieles sobre el sebo animal. En la misma línea, podemos señalar otro tipo de intercambio que tuvo catastróficas consecuencias para los Onas. Misioneros católicos observaron que, además de untarse grasa animal sobre la superficie de sus cuerpos, estos indios se alimentaban de dicha grasa. Intentado nuevamente "mejorar" sus condiciones de vida, le sacaron el sebo animal de su alimentación diaria, y la reemplazaron por pastas. En ese sentido, hubo un reemplazo en la dieta del hombre austral desde grandes cantidades de lípidos y ácidos grasos alojados en los sebos, por una gran cantidad de carbohidratos contenidos en los fideos que les daban los padres. La grasa permite mantener el calor corporal a temperaturas más altas por mayor tiempo. Los carbohidratos en cambio, no tienen el mismo efecto ni la misma duración. La energía que aportan al organismo se combustiona de inmediato, sin dejar reservas calóricas, como sí ocurre con las grasas que se alojan en el tejido adiposo. En definitiva, la nueva alimentación los hizo más débiles frente al medio, sentenciándolos a su prematura extinción.

Pero no toda la vestimenta del hombre austral fue confeccionada en función de la protección del frío y el viento. También utilizaron indumentaria con fines quizás menos prácticos, pero igualmente importantes.

...tienen ellas un gran deseo de parecer bellas. Se pintaban el rostro con tres colores. Alrededor de los ojos de blanco, y el resto de la cara con líneas horizontales rojas y negras. Usaban brazaletes de cuentas hechas de huesos de pájaros. Las mujeres los llevaban ceñidos a la muñeca y al tobillo. Los hombres solamente en las muñecas. (Cook, 1774: 283).

Para la cultura Rapa Nui, las vestimentas de uso cotidiano eran bastantes simples. Hechas a base de productos proporcionados por la isla, los cuales no se caracterizan por ser abundantes, asimismo las prendas de los isleños, se identificaban por su rusticidad y simpleza. "La prenda de vestir más elemental era el taparrabo, hami. Una banda de tela de papiro u otra planta, que sujetan con un cordón de cabellos, y con la que se ciñen las caderas, hace sus principales usos." (Englert, 1948: 226). Si esa era la prenda más elemental, la más típica era una capa, llamada nua, o nua matute, la cual se hacía "únicamente de la fibra de

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ese árbol. El nua tenía el tamaño de una frazada y se llevaba arrojado sobre los hombros. En el pecho se juntaban y amarraban los dos extremos superiores, de manera que formaban como un moño, el taki" (1948: 226). Sus largas cabelleras fueron de múltiples usos, relacionados con las vestimentas. "Con cabellos humanos trenzaban también fajas, del ancho de una mano, para usarlas al cuello, a manera de bufandas. Se llaman veni vao" (1948: 230). Por otra parte, "Los collares, rei, eran cordones de cabellos, con una especie de medallón sobre el pecho." (1948:230). La simpleza de las vestimentas rapa nui, son el elemento central, que da cuenta y "habla" del contexto geográfico y climático. A escasez de recursos naturales, escasez de materia prima para confeccionar ropas. Asimismo, frente a un clima tropical, los ropajes debían ser ligeros, y dispuestos de tal manera que permitieran el escape del calor corporal mediante la exudación de la piel.

Pinturas corporales

El uso de pinturas corporales fue una práctica bastante difundida entre los indígenas americanos, quizás con más significado religioso que práctico. De este hecho podemos comprender cómo los colores y las formas dibujadas en la piel de estos nativos, representaban ideas de su mundo religioso, pero que a la vista de conquistadores y viajeros, fueron simples adornos con fines decorativos. También se entendió el uso de pinturas corporales, como escasez de tecnología para desarrollar vestimentas más avanzadas. Así lo entiende Tomás Guevara, refiriéndose a las culturas andinas, cuando dice que "usaban poco adorno en sus objetos, faltaban para la ornamentación, en gran parte, en que aplicarlos, pues era gente sencilla de costumbres, que aún en sus cuerpos no solían ornarse, fuera del uso de la pintura." (Guevara, 1925: 30). Para reforzar la hipótesis del uso de pinturas como reemplazante de vestidos, al menos en etapas primarias de desarrollo, podemos afirmar que "el hombre primitivo, por ejemplo el diluviano, reemplazaba, en gran parte, el vestido con la pintura del cuerpo... en todas las sepulturas de los aborígenes de Anca se encuentran sustancias colorantes, tales como: pedazos de ocre, de diferentes matices, fierro mineral, para emplearlo para obtener un color oscuro, tizne, etc..." (1925: 21). Nuevamente los hallazgos arqueológicos otorgan valiosa información sobre las costumbres indígenas del pasado, como también las características físicas de los hombres y mujeres que conformaron parte de esas culturas pretéritas del norte de Chile.

En cuanto a la materia mapuche, podemos hallar que las pinturas corporales también fueron de uso bastante común. Sobre todo en los primeros tiempos, antes de la llegada del español a tierras araucanas. En las costumbres mapuches "...tanto los hombres como las mujeres, se adornan con pinturas encarnadas de figura triangular, que se ponen en mejillas i barbas, tirando por todo el rostro tres líneas negras desde los párpados i labio superior. Parecen demonios, i es el mas precioso adorno de que usan." (Carvallo y Goyeneche, 1876: 137). La zona de preferencia donde se aplica el colorante es el rostro, ya que poseía un significado ritual, especialmente para las ceremonias funerarias. "El luto se exteriorizaba simbólicamente con pinturas faciales" (Zapater, 1978: 49). Así lo corrobora el cronista de la conquista, Jerónimo de Bibar. "Allí están otros cuatro días, haciendo su llanto por el difunto y los parientes se embijan los rostros de negro en señal de luto" (1966: 135). Las mujeres también participaban de esta práctica, pintándose de diferentes modelos y colores el rostro, junto con otros lugares del cuerpo. "Acostumbraban las indias a pintarse la barba como los moriscos; hacen tres rayas o media luna o la señal que se le antoja, y los pechos y las muñecas de los brazos." (1966: 135). Los exploradores del XIX, tampoco quedaron ajenos a tales manifestaciones, y su repulsión frente a ellas, las hacen patentes en sus relatos. "Acostumbran pintarse las caras, así hombres como mujeres, con varios colores, sin dejar frente, ojos ni mejillas, con lo cual se ponen feísimos" (Pietas, 1846: 501). La apreciación de las pinturas sobre los cuerpos de indios, que el occidental posee, se circunscribe casi exclusivamente a una definición estética con resultado de críticas. La fealdad de tales pinturas se manifiesta como juicio de valor a priori por parte de los cronistas, y se sustenta en la ignorancia respecto al tema, y a la influencia de cánones de belleza europeos. Al desconocerse la función ritual de las pinturas, el valor de las mismas se disipa, pasando al plano de lo ornamental, con funestas conclusiones. Sin embargo, a principios del siglo XX, y gracias a la incipiente aparición de la etnografía, Martín Gusinde da los primeros pasos en el estudio de los indígenas del extremo sur, desde una visión diferente, y por medio de una metodología cargada de menores prejuicios, y por la tanto, más abierta al encuentro y entendimiento con el

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otro. Para él, las pinturas corporales de yaganes durante un rito fúnebre, adquieren un sentido, más allá del estético. "Se colocan alrededor del fuego, y con la cara pintada de distintas maneras, los hombres llevando un palo largo y las mujeres un remo, cada uno desahoga su tristeza por medio de cantos y frases cortas" (Gusinde, 2003: 101). Durante este rito fúnebre yagán, llamado yamalashemóina, la costumbre indica que "los parientes más cercanos del extinto se pinten completamente de negro. Los demás parientes pueden pintarse en formas muy variadas. Igual cosa se hace con los palos y los remos. Por medio de estas ceremonias expresan los yaganes su sentimiento por los muertos" (2003: 86). Finalmente, durante el rito iniciativo masculino, llamado kina, "los hombres se pintan todo el cuerpo de diferentes maneras y se colocan varias clases de máscaras. Luego abandonan el rancho bailando, haciéndoles creer a las mujeres que son espíritus que salen del interior de la tierra o descienden del cielo para castigar a las mujeres desobedientes y flojas" (2003: 100). De esta manera, vemos cómo las figuras pintadas en los cuerpos, con sus respectivos colores, adquieren un simbolismo dentro de los ritos yaganes, que al margen de si son del agrado o no del espectador occidental, el sentido religioso de aquella práctica le otorga un significado real y profundo, que estuvo oculto para visitantes de tiempos pasados.

En el caso de la cultura Rapa Nui, el tatuaje se constituye como la pintura corporal esencial dentro de este pueblo. La gran diferencia con las otras, es la técnica y la duración de los dibujos. El sentido sigue siendo ritual, y no meramente decorativo. Sin embargo, ciertas fuentes aseguran que los tatuajes tenían propósitos más prácticos, asociados a la salud y la belleza. "El cosmético por excelencia era el tatuaje, llamado tatú o también tá kona. Dicen que el tatuaje conservaba el cutis sin arrugas, hasta una edad avan-zada. Algunos de los antiguos tenían distintas partes de su cuerpo en tanta extensión tatuadas que presentaban un aspecto grotesco y horrendo a los ojos de los navegantes extranjeros." (Englert, 1948: 226). La técnica de tatuado era en base a extractos vegetales disponibles en la isla, como también de rocas fundidas. Estas tinturas eran aplicadas en la punta afilada de algún hueso animal, y más tarde se procedía a realizar las incisiones subcutáneas, que producían la herida donde se aloja el tinte. Después del periodo de cicatrización, la pintura quedaba adosada a la piel en forma permanente. Este procedimiento no estaba exento de dificultades. "Como las modas satisfacen muchas veces la vanidad humana a precio de sacrificios, así también el tatuaje. Según el testimonio de personas ancianas, el tatuaje producía fiebre y un largo malestar. Por eso no era posible hacerlo de una vez en una gran extensión del cuerpo." (Englert: 213). Como nota al pie, sabemos que la técnica del tatuaje sigue vigente hasta el día de hoy, aunque con herramientas de mayor tecnología, y los conocimientos de higiene correspondientes. Sin embargo, siguen ocurriendo muchas enfermedades pos-tatuaje, en forma de reacciones alérgicas frente a las toxinas de la tinta. En la actualidad sólo unos pocos pascuenses siguen realizando la técnica ancestral del tatuado, pero en forma muy esporádica logrando resultados tan satisfactorios, como la mejor de las máquinas modernas.

¿Usos de peinados en indios lampiños?

En cuanto al uso del cabello dentro de la cultura aymara, sabemos que

el pelo lo peinan en dos largas trenzas que en las puntas se juntan con un adorno de lana negra trenzada —la tulpa- y perlas de fantasía. (Guevara, 1925: 58) (...) La cabeza y las espaldas, hasta la cintura, están cubiertas con un manto que en su borde inferior lleva una franja de vivos colores. (...) Originalmente contenían su cabellera con un pedazo de totora, como huincha, que se encuentra, a veces, en uso, bajo tocados de hilo. A veces, cubrían la coronilla con una red o con un capuchón, formado por una estera. (22).

Nuevamente se observa el uso de los recursos disponibles en el entorno para confeccionar los artículos de vestir, adaptados a las condiciones geográficas y las labores específicas del utensilio en sí.

En el pueblo mapuche, también hubo un cuidado especial referente a la cabellera. En el caso de los hombres, "traían el

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cabello cortado por debajo de la oreja y encima de los ojos. Cuando iban a la guerra se lo trasquilaban de raíz. Las mujeres usaban el pelo largo, trenzado con unas cintas hechas de caracolitos de mar, muy blancos y pequeños. Estas trenzas se las echaban a la espalda. Por delante se cortaban el cabello hasta cerca de las cejas. (Góngora Marmolejo, 1978: 55). El cabello era oscuro, y lo mantenían bajo constante cuidado. La preocupación por este ítem está reflejada en la crónica de viaje de un francés del siglo XVIII. "En cuanto al color de los cabellos los indios lo tienen comúnmente negro i es raro encontrar alguno que tire a rubio, tal vez porque se lavan a menudo la cabeza con quillay." (Frezier, 1902: 37). Ahora, si nos fijamos en las vellosidades del resto del cuerpo y no sólo en las de la cabeza, nos percataremos de que la ausencia de pelo es una constante en los mapuches, como en el general de los indígenas americanos, producto de un genotipo (estructura genética), en el cual la escasez de pelo es una expresión permanente.

"No pasa de aquí la esfera del ministerio de barbero entre esta gente, porque no tienen barba que hacer, por ser de su naturaleza lampiños, y los pocos pelos que les salen, tiene cada uno cuidado de pelárselos, porque se afrentan de tenerlos en la cara, y así hace unas como pinzas de unos choros del mar, las cuales traen siempre consigo, y a ratos perdidos las sacan y en buena conversación están arrancándose los pelos." (Ovalle, 1969:112).

Al parecer, el indio era lampiño y le gustaba serio, y veía con malos ojos el crecer barba. Si llegaba a brotar algún indicio de vellosidad facial, prestamente se procedía a extirparlo. Esta práctica también fue común entre los indios de la cordillera. "Los puelches se los cortan a lo largo de las orejas i tienen los ojos en estremo chicos, lo que da un aspecto horrible a las mujeres. Naturalmente, todos tienen muy poco o ningún pelo en la cara, a no ser en el bigote que se arrancan con unas pinzas de conchitas de mar." (Frezier, 1902: 37). En cambio en los pueblos australes, si bien la barba no era un bien abundante en los rostros masculinos, de todas maneras las fuentes hablan de la existencia de ella. Para el caso específico de los alacalufes, se afirma que "tienen barbas los hombres, no muy largas." (Ladrillero, 1880: 9). Esta diferencia se explica por las temperaturas más bajas a las cuales estaban expuestos estos grupos humanos, como también, por una tradición que no desestimaba la tenencia de barbas en los componentes masculinos de la comunidad. Por último, los pascuenses también practicaban la extracción de pelos, unidad por unidad, pero con una pequeña diferencia, "generalmente no acostumbraban dejársela crecer, se la arrancaban de raíz, pelo por pelo. Para no sentir mucho dolor, se empastaban el cutis con una mezcla pegajosa de marikuru y jugo de caña de azúcar. Esto producía cierta insensibilidad." (Englert, 1948: 215). La sustracción de vellos del rostro se producía con la aplicación previa de un anestésico natural. Además, el fenotipo polinésico del rapa nui contiene una mayor cantidad de vellos faciales, y en la actualidad, no sorprende ver a hombres sobre los treinta años caminar por las calles de Hanga Roa, luciendo largas y espesas barbas.

Costumbres higiénicas

Una de las características del pueblo mapuche, son sus constantes preocupaciones por el baño del cuerpo y la limpieza con agua de los recién nacidos. Esto llamó poderosamente la atención de todo visitante. Los baños diarios matutinos de los integrantes de la comunidad, extrañaban enormemente a los personajes ajenos a ella. "Estos Indios son muy limpios, se bañan con frecuencia, y limpian sus cabellos con la corteza del quillay." (Famin, 1839: 19). Los primeros españoles que llegaron a Chile, se volvieron prácticamente locos, con los olores y suaves aromas emanados desde los cabellos de las indias. Además, el quillay no sólo otorgaba seductoras fragancias, sino también un color negro azabache que llegaba a ser azulado. Esas características propias de las indias araucanas, fueron motivo de ardiente locura entre las huestes indianas. Por otra parte, la limpieza no sólo del cuerpo, sino también de las vestiduras, es un rasgo interesante de analizar, por cuanto hasta el día de hoy esa práctica perdura fuertemente. "...Si en su ropa hay alguna

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suciedad la quita al momento o la lava; para las abluciones de la cabeza y para quitar la mancha de los vestidos hace más uso de quillay que del jabón. El indio hace lo mismo, se lava indispensablemente todos los días. El baño es muy común entre ellos, tanto por limpieza como por natación" (Ruiz Aldea, 1902: 23). Cabe señalar que el baño se realizaba en los ríos y arroyos del lugar, a temperaturas extremadamente frías, siendo un sinsentido para los españoles que presenciaban esto. Sin embargo, no debemos pasar por alto el típico olor a humedad en las ropas mapuches. Más, no sólo el agua de lluvia estaba impregnada en sus telas, sino también el humo del fogón. Dentro de las rucas se prendía un fuego que daba calor y al mismo tiempo permitía cocer los alimentos. El humo mezclado con el agua del exterior, generaba un olor característico que hasta hace pocos años había estado presente. Ahora, con la extinción de las rucas, los fogones han partido junto con ellas, o bien se han modificado para emitir menos humareda. Las nuevas casas, por ende, carecen de las grandes cantidades de humo de antaño, haciendo que el olor a tela asomagada haya disminuido considerablemente. Otro fenómeno ocurrió con la desaparición de las rucas y la aparición de los nuevos fogones, hechos a base de tambores con chimeneas, y es que antes, con las grandes cantidades de humo que se concentraban en la ruca, las mujeres, quienes pasaban más tiempo dentro, cocinando y realizando sus labores, terminaban con sus conductos lagrimales tapados. Esto provocaba que la musculatura bajo el párpado perdiera movilidad y terminara vencida por la gravedad. Eso no sucede actualmente. Los párpados ya no caen, ni se tiñen de negro.

Como dijimos anteriormente, también las guaguas recién nacidas eran bañadas en las heladas aguas de un manantial. "Al nacer su niño la madre acudía al arroyo para lavarse y bañar al bebé con agua fría" (Rosales, 1877: 165). "Cuando una mujer da a luz, inmediatamente después se baña en un riachuelo para lavarse bien; también se baña al niño en agua fría." (Gay, 1998: 70). El poder del agua como fuente purificadora, también se expresa en las actividades desempeñadas por la machi. Además de realizar los baños rituales correspondientes a su cosmovisión, igualmente los bebes recién nacidos, que pasan a sus manos, son llevados a una piedra de grandes dimensiones y de superficie plana, para depositar en ella al neófito, y frotarlo contra ella mientras lo rocía con agua de manantial. Esta práctica es habitual en la zona del Alto Bío Bío, entre las comunidades pehuenches.

Contagio de enfermedades

Respecto a los males que afectaron al cuerpo de los mapuches, podemos encontrar que la mayoría de ellos fueron de tipo infectocontagioso, como por ejemplo, la viruela. Estas nuevas enfermedades traídas por los españoles, causaron grandes estragos en las poblaciones indígenas americanas. Para el caso mapuche, contamos con fuentes que dan testimonio de los medios de contagio y los síntomas de aquellas nuevas patologías, extrañas y a la vez letales, para los sistemas inmunológicos nativos. "Al adquirir prendas de vestir de los europeos, o por cualquier otro medio, se difundían entre los indígenas las enfermedades contagiosas que los diezmaban" (Zapater, 1978: 146). La viruela se transmitía principalmente por el contacto directo con el infectado, siendo el intercambio de vestimentas, uno de los principales medios de contagio. Si a este hecho le sumamos la incapacidad de los cuerpos indígenas de presentar defensa frente a los nuevos agentes patógenos foráneos, podemos caer en la cuenta del enorme daño demográfico causado, junto con el psicológico, frente a la impotencia de saberse indefenso ante un enemigo invisible. "Este mal es más funesto entre ellos que entre españoles o negros por su modo de ser, mala alimentación, falta de abrigo, remedios y el cuidado indispensable; porque los parientes inmediatos de los que caen enfermos huyen, para escapar del contagio, y los abandonan a perecer, aunque sea en un desierto" (Falkner, 1957: 127). Esto refleja el pánico causado por la llegada de nuevas enfermedades a territorio indígena. Además, debemos agregar las secuelas de aquellos enfermos que lograron sobrevivir a la viruela y quedaron con marcas profundas en su rostro y cuerpo para el resto de sus vidas, sin contar además, los daños irreparables causados a otros sistemas fisiológicos, como el hepático y el renal. Para Claudio Gay "todas las enfermedades tienen su origen en la hiel del hígado. A veces les duele la cabeza pero eso es poco frecuente. La picada de araña es muy común en los llanos de Angol. Como remedio se toman baños fríos, es un remedio general. El vino caliente para la picada de araña es muy bueno." (1998: 69). Aquí se refiere más a las enfermedades comunes, que tendrían un origen en los desperfectos del hígado.

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También entrega la solución para las picadas de arañas, bastante comunes en zonas rurales donde se acumula trigo, y abundan los oscuros rincones, hábitat predilecto de peligrosas arañas. No obstante, las causas que arguye son erróneas, ya que no existe la hiel (tristeza) del hígado, y son más bien, los síntomas de enfermedades infectocontagiosas, las que repercuten en el sistema hepático, al cual se refiere Claudio Gay.

Para los tratamientos dentales, también hay crónicas que muestran las técnicas utilizadas para sanar los dolores de muelas y en última instancia, sacar la pieza infectada. "Cuando tienen los dientes cariados toman un palo que se pone alrededor de la cabeza al cual le hacen unas muescas para que no resbale sobre el diente que se quiere sacar y luego a ese palo ubicado sobre el diente se le da un gran golpe con una piedra para hacerlo saltar, pero a veces se quiebra." (1998: 69). El dolor debe haber sido insoportable, pero de todas formas, el cometido de tal técnica surtía efecto, puesto que fue ampliamente utilizado como solución a las caries dentales. Con los avances en medicina, las dentaduras mejoraron considerablemente. Ahora las mujeres por una módica suma pueden acceder a prótesis dentales, solucionando los inconvenientes de tener espacios entre dientes. Pueden hablar sin que se escape aire por esos embarazosos agujeros. Más aún, pueden sonreír con alegría, mostrando su blanca y perfecta dentadura. Si las visitan en sus casas, no dudan en colocarse la prótesis, cumpliendo una función social de status según el contexto. La dentadura postiza, blanca y ordenada, es un símbolo de belleza que otorga seguridad a quien la utiliza, marcando una diferencia social con quien no la posee.

En cuanto al tema de la vejez en los aborígenes, hay un dato extraordinario, que se repite en diferentes crónicas a lo largo de los siglos. El hecho fundamental es la increíble longevidad de los mapuches, quienes además de vivir por muchos años, lo hacen de una manera muy saludable. En comparación con el español, el indígena vive más y mejor. Dentro de esta categoría, son las indias las que llegan a más viejas.

Como el natural de esta gente es tan robusto, no hace el tiempo en ella la mella que en nosotros, y así encubren mucho los años, no sólo por lo lampiño, que esto es común a otras naciones, sino porque no encanecen sino muy viejos, de cincuenta y cinco a sesenta y más años, que de ahí para atrás parecen siempre mozos, y así cuando llegan a tener toda la cabeza blanca, o comienzan a tener alguna calva, es allá vecino a los cien años; y hay de ordinario indios muy viejos, y mucho más las indias. (...) También conservan largo tiempo la dentadura y la vista y finalmente todos los accidentes y achaques de viejos, que son alguaciles de la muerte, llegan a ejecutarles a sus casas más tarde y a paso más lento que a otras naciones. (Ovalle, 1969: 117).

Los mapuches viven más que los españoles, y lo hacen de mejor manera. Muchos de ellos sobrepasan los cien años de edad, y lo hacen de forma digna y estoica, preservando sus facultades físicas en buen estado.

Dotados de una complexión fortísima, y libres de las fatigosas ocupaciones, que perturban los pueblos cultos, no se sujetan sino tarde a las vicisitudes que trae consigo la vejez. Después de la edad de sesenta, o setenta años empiezan a encanecer, y no se arrugan o encalvecen hasta que son ya octogenarios. La vida de ellos es de ordinario mas larga que la de los Españoles, se encuentran no pocos que viven más de cien años. Hasta la edad más avanzada conservan sana la vista, la dentadura, y la memoria. (Molina, 1788-1795: 54).

Sin embargo, puede ocurrir, como efectivamente pasa, que

Toda esta entereza y fortaleza de estos indios, que conservan en su patria con tanto vigor, la pierden muy fácilmente saliendo de ella, como se experimenta en los indios cogidos en la guerra que se llevan al Perú, porque como se crían en tierras frías, en comenzando a reconocer el calor del trópico y zona tórrida, enferman y se mueren muchos de ellos con gran facilidad. (Ovalle, 1969: 118).

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Lo lógico no es la falta de acostumbramiento a un clima distinto, sino el contacto con una nueva flora bacteriana desconocida. La ausencia de un sistema inmunológico preparado para responder a los nuevos antígenos significó el deceso por dichas enfermedades de aquellos mapuches trasladados al Perú, para trabajar en las actividades mineras y agrícolas. Sumémosle a esta hecho la variable intercultural, que mezcló a prisioneros de guerra araucanos con población negra e indígenas de zonas andinas. Esto es suficiente para desencadenar una exposición letal ante nuevas enfermedades, que acabaron con las vidas de la mayoría de los trasladados.

Para los pehuenches, también la determinación de una vida en medio de la naturaleza, realizando trabajos manuales en la tierra desde temprana edad, forja una salud estable, que fuera del hábitat natural, flaquea y termina fracturándose ante los influjos exógenos.

La naturaleza y alimento de estos naturales, y el clima que habitan, los haría sin duda de una vida igualmente sana y duradera, si las guerras en muchas partes, y algún tanto las enfermedades, no concurriesen a trastornarla. Adolecen principalmente de tabardillos y evacuaciones de sangre: no les es desconocido el mal venéreo, pero es probable que les haya pasado de nuestras colonias: el uso de yerbas le es común. Las infusiones son, no obstante, en agua fría, y su aplicación a las heridas es bastante feliz. (Malaspina, 1987: 52).

Aunque existieron remedios naturales confeccionados por plantas silvestres y el conocimiento ancestral de los efectos farmacológicos de tales hierbas, de todas formas el impacto de las nuevas enfermedades significó un descenso demográfico importante, sobre todo a comienzos del contacto.

Para el padre Sebastián Englert, las enfermedades que afectaron a los rapa nui fueron importadas desde el continente: Antes de ello, el isleño vivía a salvo de la flora microbiana occidental, entregado a la vida natural, gozando de la salud que ella le proporcionaba. "Los que han venido con mayor frecuencia después de 1864, han visto una población atacada por enfermedades que no existían en la era antigua: la escrófula y viruela, traídas del Continente, y la lepra, traída más tarde aún, desde Tahiti" (Englert, 1948: 205). Durante el siglo XX, en la isla existió un leprosario, que albergó a todos los infectados, manteniéndolos alejados del resto de la población. Esta enfermedad, como dice la fuente, provendría desde la isla de Tahiti. Hasta el día de hoy se recuerda el viejo leprosario, y la huella de dolor que dejó en la memoria de sus pobladores. Hijos, padres y hermanos, fueron los afectados por esta enfermedad, estigmatizados y marginados de la sociedad. Ahora, "en cuanto a enfermedades existen muy pocos términos en el idioma, lo que hace suponer que los antiguos, viviendo al aire libre, puro, incontaminado y agitado por las brisas del océano, y teniendo rarísimos contactos con extranjeros, no eran atacados por microbios." (1948: 207). Respecto al tratamiento de las patologías, existían diferentes métodos, según el mal. El más usado sin duda, fue el baño de vapor.

Para ciertas enfermedades, sobre todo resfríos y catarros bronquiales, se aplicaba un tratamiento de vapor. Se hacía un hoyo en la tierra, según el tamaño del cuerpo del enfermo, se calentaban piedras como para el curanto y se hacía acostarse al enfermo encima de estas piedras sobre las cuales se había puesto una gruesa capa de hojas y yerbas. Con otra capa igual tapaban al enfermo. Era indudablemente un magnífico baño de vapor que producía abundante transpiración. (1948: 208).

La sudoración producía un efecto benéfico en el individuo, ya que regulaba la temperatura corporal, pasando previamente por un estado febril agudo, pero finalizando en un restablecimiento de los niveles normales de calor fisiológico.

Con el mejoramiento de las técnicas médicas del siglo XX, se rompió con la selección natural postulada por Darwin. Las fuentes hablan de la sorprendente longevidad de los indígenas en relación con los no-indígenas. Sin embargo, en los

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últimos años la tendencia no se ha mantenido, ya que muchos hombres y mujeres que según la lógica de selección natural, debían haber muerto en los primeros años de vida, se han salvado gracias a los avances en medicina. No obstante, esos individuos fueron seres débiles y enfermizos desde que nacieron, y lo más probable es que mueran a temprana edad, a pesar de los adelantos médicos. Esta es la razón que explicaría la excelente y duradera vejez de los antiguos habitantes del territorio chileno. Ellos eran individuos fuertes y resistentes que podían sobrevivir largos años y de buena forma. Ahora, los que antes debían morir, no lo hacen, pero tampoco viven hasta elevadas edades. Ese segmento nivela las proporciones en esperanza de vida, que fueron desiguales en tiempos pasados. La percepción de longevidad indígena se ve distorsionada, ya que la muestra fue modificada con la incorporación de los sujetos que no deberían haber sobrevivido al primer año de vida.

Otro factor desestructurante de la modernidad es la comida transgénica. Las elevadas cantidades de hormonas que se introducen en los nuevos alimentos consumidos también en el seno de las comunidades indígenas, han provocado la pérdida del orden en el ciclo menstrual de las púberes. La menarquia llega a edades más tempranas como también el aumento del busto. Las machis se ven consternadas frente a tales cambios, porque ahora los ciclos lunares pierden validez en la explicación de este fenómeno fisiológico. También los símbolos de fertilidad se ven afectados en el mismo sentido.

El cuerpo y el medio geográfico

En la zona andina, para las épocas más frías, donde el trabajo de pastoreo se dificulta producto de las bajas temperaturas, el cuerpo del aymara se protege en función de las durezas del clima. "En los meses de invierno muchos pastores llevan calcetines sin pie o rodilleras de lana, tejidas a palillos para protegerse del invierno helado y del intenso frío." (Hidalgo et. Al, 1996:59). También se puede apreciar el coraje de esos cuerpos para desafiar las bajas temperaturas de la puna. Durante el día intensos calores, bajo el implacable sol del norte, y durante la noche, el intenso frío que cuela los huesos. Frente a las enormes oscilaciones térmicas, el físico del indígena andino se adapta de manera sorprendente. Esa adaptación existe en dos planos. El primero es de carácter evolutivo, por cuanto el fenotipo se moldea a merced de las condiciones climáticas, en un proceso de larga duración. El segundo es más inmediato, y consiste en la confección de vestimentas acordes a las necesidades presentes que el medio obliga. "Son todos notables peatones i de extraordinario valor en los pies para resistir el frío intenso de los lugares del interior i de las alturas." (Guevara, 1925: 62). La fortaleza de extremidades, se entiende por las largas caminatas realizadas entre las labores de pastoreo. Hoy en día, es fácil comprender, desde esta perspectiva, la función desempeñada por muchos jóvenes de comunidades andinas, que se ganan la vida como "burreros". Su función es trasladar coca desde Bolivia, hacia Anca o Calama, atravesando el desierto por pasos fronterizos no habilitados. Estos trayectos los realizan caminando. El tiempo de duración de la travesía es de aproximadamente tres jornadas, en donde se cargan con la droga y unas pocas provisiones. Durante el día caminan sin descanso hasta el despunte del sol, momento en el cual cavan un agujero en la arena y se entierran dejando sólo un pequeño orificio para respirar. Esto lo hacen con el objeto de no ser detectados por la policía. Una vez llegada la noche, reanudan su caminata hasta llegar a destino. No se puede entender esa capacidad extraordinaria de cruzar desiertos a pie, sin reconocer en sus antepasados la habilidad para realizar tales hazañas, que han sido transmitidas en un proceso de larga duración a las generaciones que les siguieron hasta el día de hoy.

Pasando a la zona centro sur del país, tenemos al pueblo mapuche, el cual fue percibido desde la perspectiva física como una raza fuerte y aguerrida. Para el jesuita Alonso de Ovalle estos indios eran,

por lo general, de cuerpos robustos, bien formados, de grande espalda, pecho levantado, de recios miembros y bien fornidos, ágiles, desenvueltos, alentados, nervudos, animosos, valientes y atrevidos,

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duros en el trabajo y muy sufridos en hambre, fríos, aguas y calores; son despreciadores de las propias comodidades y de la misma vida, cuando es necesario arriesgarla por la honra y libertad. (Ovalle, 1969: 1 1 O).

La característica principal, que se atribuye al mapuche, es su gran fortaleza física, para soportar los embates de la naturaleza, y las dolencias de diferentes lesiones. Todo ello, se debería gracias al rigor con que son educados desde su infancia. El contacto directo con la adversidad, desde los primeros años, justifica en cierta medida, su estoico coraje.

Crían un pellejo tan duro y una carne tan de hierro, que una herida que el más fuerte español le hiciera hacer cama, y la guardara del frío por temor del pasmo, se la pasa un indio en pie, sin hacer caso de ella. Helos visto, abierta la cabeza de algún chuecazo que por dar a la bola se desmandó, cuando juegan a la chueca, y dio en ella o en la espinilla de una pierna o en otra parte del cuerpo, haciendo un jeme de herida, y se la pasan sin dejar de acudir a su ordinario empleo y ocupación, y alguna vez se la he visto lavar con agua fría, y dentro de poco sanan, aplicando sus yerbas simples, que son de grande eficacia, y debe de ayudarles la buena complexión, porque de ordinario salen más bien y presto de sus achaques y enfermedades, y con mucho menos regalo y cura que los españoles. (Ovalle, 1969: 116).

Las condiciones del ambiente determinan una resistencia mayor a las heridas. También, las mismas costumbres, del juego de la chueca, por ejemplo, se entienden dentro de la lógica que busca formar efectivamente un físico de guerrero. El juego del palín (chueca), además de su condición lúdica y ritual, tiene un objetivo concreto, que es el de forjar cuerpos resistentes para la guerra, e inmunes al dolor. "De la valiente complexión de estos indios y de la gallardía de su natural, acostumbrados desde niños a los rigores del tiempo, con tanto descuido de su regalo, antes con tan mal tratamiento de sus cuerpos, nace el ser tan pacientes y sufridos de sus trabajos y el sentir tan poco lo que entre nosotros se tuviera por gran mortificación." (1969: 116). Un ejemplo revelador es la manera en que dormían estos indios, ausentes de todas las comodidades posibles. El concepto de cama, sábanas o almohadas no existía. Las inclemencias del medio no se restringían sólo a las labores realizadas durante el día. En la noche, esa carga constante sobre sus cuerpos seguía presente. "El duro suelo es su cuja o lecho, sobre el cual tienden unos pobres pellejos, y por cabecera o almo[ha]da ponen un adobe o un pedazo de leño, y sobre él, que es el mayor regalo, doblada la manta que de día les sirve de capa; cúbrense con una o dos frazadas muy gruesas y toscas." (1969: 110). La idea de formar cuerpos soldadescos, es relevante por cuanto nos percatamos de las apreciaciones de cronistas y misioneros, quienes entienden estas prácticas de dejar a los niños a merced de la naturaleza desprovistos de cuidados, como la forma de crear guerreros fuertes que en el futuro puedan defender sus tierras y bienes. "Son estos hombres de la ínfima estatura común de los europeos, mui robustos, nerviosos ¡firmes de brazos i piernas, como que son criados sin regalo, bien alimentados i expuestos a la intemperie desde que nacen." (Carvallo y Goyeneche, 1876:135). Sin embargo, esto ha ido cambiando con el tiempo. Ya con la introducción del caballo, el mapuche comenzó a caminar mucho menos. Su medio de transporte anterior, o sea, sus piernas, fueron reemplazadas por las cuatro extremidades del equino importado por los españoles. Si bien hay una serie de beneficios que esta adaptación significó para las comunidades mapuches, puede concluirse que también hubo un aporte negativo. La capacidad de caminar distancias largas era una característica fundamental de los antiguos mapuches. Con el caballo se camina menos y más tarde con el choque de la modernidad, la construcción de caminos, y la facultad de acceder a vehículos motorizados, significó una merma aún mayor respecto al talento de realizar grandes caminatas. No pensemos que el caballo y luego el automóvil son elementos negativos para la cultura mapuche, pero tampoco perdamos de vista sus efectos desestructurantes de la tradición y de la complejidad de sus cuerpos. Si antes se caminaba más, se tenía una mejor condición física, y piernas más fuertes y resistentes, ahora eso no ocurre con la misma frecuencia e intensidad. Así lo demuestra el relato del viajero ilustrado Amadeé Franwis Frezier:

La que duerme con el amo es su cocinera por ese día; tiene el cuidado de regalarlo, de ensillar i enriendar su caballo, pues ellos están tan acostumbrados a no caminar ya que no son capaces de andar doscientos

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pasos a pie. Por eso son muy buenos jinetes, se les ve subir i bajar por puntos tan escarpados que nuestros caballos de Europa no podrían mantenerse sin caer (1902: 40).

El gran caminante, le fue entregando terreno al experto jinete, con las consecuencias, tanto positivas como negativas, que eso implica.

Para los pueblos del sur, en especial los alakalufes, el medio geográfico ha determinado una disposición especial en sus físicos, de tal manera de sacar el mejor provecho de los recursos disponibles. "Los que viven en islas estériles pasan con marisco, pescado y papas, y algunos, que no alcanzan lana, se visten de cortezas de árboles, y otros andan casi desnudos, sin embargo de ser sus tierras frigidísimas por estar vecinos al polo, y por haberse acostumbrado ya a la incomodidad del frío no lo sienten demasiado." (Ovalle, 1969: 129). Ese hecho es producto de la capacidad de adaptación, tanto de los cuerpos como de la cultura. Ante esto, el sacerdote Martín Gusinde se refiere a la disminución de esta raza, producto del contacto con el hombre occidental, quien desestructuró sus modos de vida, hasta el punto de llevarlos a la extinción. "Son demasiado conocidos los factores que han actuado en la disminución de esta raza fuerte y fornida, la que, durante miles y miles de años, se había adaptado al clima inhospitalario y crudo de la región lluviosa de aquellos canales" (Gusinde, 2003: 127). En ese sentido, hace alusión a las nuevas enfermedades introducidas, a la dominación en el nuevo sistema económico impuesto, además de la introducción del alcohol, que cierra el legado mortífero del hombre blanco, a estas culturas nómades del mar.

Por último, respecto a la adaptación del cuerpo rapa nui a las condiciones del medio, su visión privilegiada fue un rasgo significativo, que no pasó inadvertido para los navegantes que visitaban la isla. "Gozaban de excelente vista. No usaban ninguna clase de luz para alumbrar de noche sus cerradas viviendas. Habituados a la oscuridad, distinguían los objetos con asombrosa adaptación visual" (Englert, 1948: 207). Al parecer el tener una visión desarrollada, fue una cualidad valorada dentro de la cultura isleña. Esta idea permaneció hasta épocas recientes. "Los actuales nativos cuentan de personas ancianas quienes no querían ni permitían que, a la manera moderna, se encendiese alguna luz en sus casas, para no perder su buena vista natural." (1948: 207).

Conclusiones

Los indígenas de Chile poseyeron en el pasado un cuerpo que les fue instrumento para aprehender la realidad, y a través de su estudio, hemos caído en la cuenta de las diferentes formas, texturas y colores, que conformaron ese universo heterogéneo. Así como los pueblos precolombinos gozaban de una diversidad cultural admirable, de la misma manera ocurrió con la constitución física de ellos. Esta pluralidad fenotípica sería provocada por dos factores principales. Uno, el bagaje genético con que se cuenta. Años de entrecruce entre distintas etnias, sumado a la evolución interna del sistema genético, a partir de las condiciones ambientales, generó la complejidad de formas físicas que acabamos de analizar. En segundo lugar, están las condiciones inmediatas del medio, que a diferencia del proceso de larga duración anterior, este se comprende desde la influencia directa de un escenario geográfico determinado o un clima en particular, que modifican la corporalidad indígena, ya sea con vestiduras especiales, adaptadas para ocasiones propicias, como también, cambios rápidos en la estructura fisonómica, como por ejemplo el color de piel de los changos, que torna a rojo, producto de la ingesta de sangre de lobo marino. En ese sentido, las fuentes hablan profusamente de las formas en que indígenas del territorio nacional se fueron adaptando a las condiciones ambientales. Los mapuches fueron fuertes guerreros, que desde la niñez, entregados a las vicisitudes de la naturaleza, fueron construyendo un cuerpo especializado a la geografía local. Eran fuertes, resistentes al dolor, de amplias espaldas y nervudos brazos, de semblante guerrero y expertos jinetes. Todas esas características se suman a la vestimenta elegida para cubrir sus partes. En caso de una situación bélica, las corazas y yelmos hechos a base

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de cuero animal, sorprendieron a los primeros conquistadores con los que entablaron combate, debido a la efectividad de tales prendas. Lo mismo podemos decir de los nativos de la zona andina, del extremo austral y de la Isla de Pascua. Todos ellos desarrollaron sus culturas desde una corporalidad específica, que imprimió una identidad única. Por lo mismo, es una necesidad reconocer el valor del cuerpo como objeto de la historia, y encontrar en él una fuente inagotable de información para la construcción historiográfica en todas sus dimensiones.

En definitiva, el cuerpo humano es una fuente válida para hacer historia. Desde esa constatación, debemos embarcarnos en el desafío que implica reconstruir el pasado, desde nuestra posición de historiadores. El reto es mayúsculo, pero las posibilidades son infinitas. Los ausentes de la historia serán restituidos desde un nuevo ángulo, a medida que progrese el estudio en este campo de la disciplina. En este primer intento, hemos querido sacar a la luz el tema, asumiendo de antemano todas las imprecisiones y vacíos que significa ser pioneros. Sin embargo, la puerta ha sido abierta, y sólo eso, ya significa un avance considerable, para que otros puedan seguir profundizando en esa línea investigativa.

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