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BOCAS DEL TIEMPO EDUARDO GALEANO

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  • OTRAS OBRAS DE

    Eduardo Galeano

    Las venas abiertas de América Latina (1971)

    Memoria del Fuego:1- Los Nacimientos (1982)2- Las caras y las máscaras (1984)3- El siglo del viento (1986)

    El libro de los abrazos (1989)

    Nosotros decimos no (1989)

    Ser como ellos y otros artículos (1992)

    Las palabras andantes (1993)

    El fútbol a sol y sombra (1995)

    Patas arribaLa escuela del mundo al revés (1998)

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    ISBN 968-23-2522-6

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    789682 325229

    Eduardo GaleanoNació en Montevideo, en 1940. Allí se inició en el oficio periodístico publicando dibujos y crónicas en el semanario El Sol. Entre 1959 y 1963 fue jefe de redacción del semanario Marcha y director del diario Época entre 1964 y 1966. Desde principios de 1973, durante los años de la dictadura militar uruguaya, estuvo exiliado en la Argentina –donde fundó y dirigió la revista Crisis– y en la costa catalana de España. A principios de 1985 regresó a Montevideo, donde actualmente vive, camina y escribe.Es autor de varios libros, traducidos a numerosas lenguas. Galeano comete, sin remordimientos, la violación de las fronteras que separan los géneros literarios. A lo largo de una obra donde confluyenla narración y el ensayo, la poesía y la crónica, sus libros recogen las voces del alma y de la calle y ofrecen una síntesis de la realidad y su memoria. En dos ocasiones fue premiado por la Casa de las Américas y por el Ministerio de Cultura del Uruguay. Recibió el American Book Award de la Universidad de Washington, en EUA, por su trilogía Memoria del Fuego. Fue el primer escritor galardonado con el premio Aloa, creado por los editores de Dinamarca, y con el Cultural Freedom Prize, otorgado por la Fundación Lannan.

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    B O C A S D E L T I E M P OE D U A R D O G A L E A NO

    Este libro ofrece una multitud de pequeñas historias que cuentan, juntas, una sola historia.Es una travesía por los temas más diversos: el amor, la infancia, el agua, la tierra, la palabra, la imagen, la música, el éxodo, el poder, el miedo, la guerra, la indignidad, la indignación, el vuelo...Sus protagonistas aparecen y se desvanecen para seguir viviendo, historia tras historia, en otros personajes que les dan continuidad. Tejidos por los hilos del tiempo, ellos son tiempo que dice: son bocas del tiempo.

    sigloveintiunoeditores

  • la creación literaria

    sigloveintiunoeditores

  • eduardo galeano

    BOCASDEL TIEMPO

  • Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos o sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.

    Diseño interior de Eduardo Galeano

    Las ilustraciones provienen de los tomos I y II de la Icono-grafía de Cajamarca, recopilada por Alfredo Mires Ortiz. Se reproducen con autorización del autor y del editor (Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, Perú).

    Primera edición abril de 2004

    © Eduardo Galeano

    © Siglo XXI Editores, S.A. de C.V.Cerro del Agua 248, México, D.F., 04310www.sigloxxieditores.com.mx

    ISBN 968-23-2522-6

    en coedición con© Siglo XXI de España Editores, S.A.

    Príncipe de Vergara 78, 28006, Madridwww.sigloxxieditores.com

    © Catálogos, S.R.L.Av. Independencia 1860, 1225 Buenos Aires

    © Ediciones del Chanchito18 de Julio 2089, Montevideo

    Diseño de portada: Sebastián Y Alejandro García SchnetzerEdición al cuidado de Olga Abásolo

    Impreso y hecho en México

  • Cuando eran hilos sueltos, y todavía no formaban parte de unatrama común, algunos de los relatos aquí reunidos fueron publica-dos en diarios y revistas. Al integrarse a este tejido, aquellas pri-meras versiones cambiaron su forma y color.

    * * *

    Este libro cuenta historias que viví o escuché. En algunos casos, las historias que escuché nombran sus

    fuentes. Quiero dar también las gracias a los muchos colaborado-res que no están mencionados.

    * * *

    Imágenes del arte de la región peruana de Cajamarca acompa-ñan los textos. Estas obras, pintadas, grabadas o talladas por ma-nos anónimas, han sido reunidas por Alfredo Mires Ortiz en un lar-go trabajo de exploración y rescate. Algunas tienen miles de añosde edad, pero parecen hechas la semana pasada.

    * * *

    Como de costumbre, inexplicable costumbre, Helena Villagraacompañó este libro paso a paso. Ella compartió las historias queaquí se cuentan, leyó y releyó cada una de las páginas y ayudó amejorar las palabras que estaban y a expulsar las palabras que so-braban.

    Como de costumbre, explicable costumbre, este libro le estádedicado.

    EGEn Montevideo, al fin del 2003

  • Tiempo que dice

    De tiempo somos.Somos sus pies y sus bocas. Los pies del tiempo caminan en nuestros pies.A la corta o a la larga, ya se sabe, los vientos del tiempo

    borrarán las huellas.¿Travesía de la nada, pasos de nadie? Las bocas del

    tiempo cuentan el viaje.

    1

  • El viaje

    Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en unhospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano esel abrazo. Después de salir al mundo, al principio de susdías, los bebés manotean, como buscando a alguien.

    Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicenque los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzarlos brazos.

    Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos alasunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso,así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin másexplicación, transcurre el viaje.

    2

  • Testigos

    El profesor y el periodista pasean por el jardín. En eso, Jean-Marie Pelt, el profesor, se detiene, señala

    con el dedo y dice:—Le presento a nuestras abuelas.Y el periodista, Jacques Girardon, se agacha y descubre

    una bolita de espuma que asoma entre los pastos.Es un pueblo de microscópicas algas azules. En los

    días de mucha humedad, las algas azules se dejan ver. Así,todas juntas, parecen una escupida. El periodista frunce lanariz: el origen de la vida no tiene un aspecto muy atractivoque digamos, pero de esa baba, de esa porquería, veni-mos todos los que tenemos piernas, patas, raíces, aletas oalas.

    Antes del antes, en los tiempos de la infancia del mun-do, cuando no había colores ni sonidos, ellas, las algasazules, ya existían. Echando oxígeno, dieron color a la mary al cielo. Y un buen día, un día que duró millones de años,a muchas algas azules se les dio por convertirse en algasverdes. Y las algas verdes fueron generando, muy poquitoa poco, líquenes, hongos, musgos, medusas y todos los co-lores y los sonidos que después vinieron, vinimos, a albo-rotar la mar y la tierra.

    Pero otras algas azules prefirieron seguir siendo comoeran.

    Así siguen estando. Desde el remoto mundo que fue, ellas miran el mundo

    que es.No se sabe qué opinan.

    3

  • Verderías

    Cuando la mar ya era mar, la tierra no era más que rocadesnuda.

    Los líquenes, venidos de la mar, hicieron las praderas.Ellos invadieron, conquistaron y verdearon el reino de lapiedra.

    Eso ocurrió en el ayer de los ayeres, y sigue ocurriendotodavía. Donde nada vive, los líquenes viven: en las este-pas heladas, en los desiertos ardientes, en lo más alto delas más altas montañas.

    Los líquenes viven mientras dura el matrimonio entre lasalgas y sus hijos, los hongos. Si el matrimonio se deshace,se deshacen los líquenes.

    A veces, las algas y los hongos se divorcian, por riñas ydisputas. Según ellas, ellos las tienen encerradas y no lasdejan ver la luz. Según ellos, ellas los empalagan de tantodarles azúcar noche y día.

    4

  • Huellas

    Una pareja venía caminando por la sabana, en el orientedel África, mientras nacía la estación de las lluvias. Aquellamujer y aquel hombre todavía se parecían bastante a losmonos, la verdad sea dicha, aunque ya andaban erguidosy no tenían rabo.

    Un volcán cercano, ahora llamado Sadiman, estabaechando cenizas por la boca. El cenizal guardó los pasosde la pareja, desde aquel tiempo, a través de todos lostiempos. Bajo el manto gris han quedado, intactas, las hue-llas. Y esos pies nos dicen, ahora, que aquella Eva y aquelAdán venían caminando juntos, cuando a cierta altura ellase detuvo, se desvió y caminó unos pasos por su cuenta.Después, volvió al camino compartido.

    Las huellas humanas más antiguas han dejado la marcade una duda.

    Algunos añitos han pasado. La duda sigue.

    5

  • Los juegos del tiempo

    Dizquedicen que había una vez dos amigos que esta-ban contemplando un cuadro. La pintura, obra de quiénsabe quién, venía de China. Era un campo de flores entiempo de cosecha.

    Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vis-ta clavada en una mujer, una de las muchas mujeres queen el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella lle-vaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros.

    Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta,extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó.

    Él se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujerpasó las noches y los días, quién sabe cuántos, hasta queun ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala dondesu amigo seguía plantado ante el cuadro.

    Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigoni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se ha-bía dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mu-jeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas,llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca.

    6

  • Los tiempos del tiempo

    Él es uno de los fantasmas. Así llama la gente de SainteElie a los pocos viejos que siguen hundidos en el barro,moliendo piedras, escarbando arena, en esta mina aban-donada que ni cementerio ha tenido nunca, porque ni losmuertos han querido quedarse.

    Hace medio siglo, este minero, venido de muy lejos, lle-gó al puerto de Cayena, y se internó en busca de la tierraprometida. En aquellos tiempos, aquí había florecido el jar-dín de los frutos de oro, y el oro redimía a cualquier foras-tero muerto de hambre y lo devolvía a casa muy gordo deoro, si la suerte quería.

    La suerte no quiso. Pero este minero sigue aquí, sin másropa que un taparrabos, comiendo nada, comido por losmosquitos. Y en busca de nada revuelve la arena día trasdía, sentado ante la batea, bajo un árbol más flaco que él,que apenas lo defiende de la ferocidad del sol.

    Sebastião Salgado llega a esta mina perdida, visitadapor nadie, y se sienta a su lado. Al cazador de oro le quedaun solo diente, un diente de oro, que cuando él habla brillaen la noche de su boca:

    —Mi mujer es muy linda —dice. Y muestra una foto rotosa y borrosa.—Me está esperando —dice.Ella tiene veinte años.Hace medio siglo que ella tiene veinte años, en algún lu-

    gar del mundo.

    7

  • Palabras perdidas

    Por las noches, Avel de Alencar cumplía su misión pro-hibida.

    Escondido en una oficina de Brasilia, él fotocopiaba, no-che tras noche, los papeles secretos de los servicios milita-res de seguridad: informes, fichas y expedientes que llama-ban interrogatorios a las torturas y enfrentamientos a losasesinatos.

    En tres años de trabajo clandestino, Avel fotocopió unmillón de páginas. Un confesionario bastante completo dela dictadura que estaba viviendo sus últimos tiempos depoder absoluto sobre las vidas y milagros de todo Brasil.

    Una noche, entre las páginas de la documentación mili-tar, Avel descubrió una carta. La carta había sido escritaquince años antes, pero el beso que la firmaba, con labiosde mujer, estaba intacto.

    A partir de entonces, encontró muchas cartas. Cada unaestaba acompañada por el sobre que no había llegado adestino.

    Él no sabía qué hacer. Largo tiempo había pasado. Yanadie esperaba esos mensajes, palabras enviadas desdelos olvidados y los idos hacia lugares que ya no eran y per-sonas que ya no estaban. Eran letra muerta. Y sin embar-go, cuando los leía, Avel sentía que estaba cometiendouna violación. Él no podía devolver esas palabras a la cár-cel de los archivos, ni podía asesinarlas rompiéndolas.

    Al fin de cada noche, Avel metía en sus sobres las car-tas que había encontrado, les pegaba sellos nuevos y lasechaba al buzón del correo.

    8

  • Historia clínica

    Informó que sufría taquicardia cada vez que lo veía, aun-que fuera de lejos.

    Declaró que se le secaban las glándulas salivales cuan-do él la miraba, aunque fuera de refilón.

    Admitió una hipersecreción de las glándulas sudorípa-ras cada vez que él le hablaba, aunque fuera para contes-tarle el saludo.

    Reconoció que padecía graves desequilibrios en la pre-sión sanguínea cuando él la rozaba, aunque fuera porerror.

    Confesó que por él padecía mareos, que se le nublabala visión, que se le aflojaban las rodillas. Que en los días nopodía parar de decir bobadas y en las noches no conse-guía dormir.

    —Fue hace mucho tiempo, doctor —dijo—. Yo nuncamás sentí nada de eso.

    El médico arqueó las cejas:—¿Nunca más sintió nada de eso?Y diagnosticó:—Su caso es grave.

    9

  • La institución conyugal

    El capitán Camilo Techera siempre andaba con Dios enla boca, buenos días si Dios quiere, hasta mañana si Diosquiere.

    Cuando llegó al cuartel de artillería, descubrió que nohabía ni un solo soldado que estuviera casado como Diosmanda y que vivían todos en pecado, retozando en pro-miscuidad como las bestias del campo.

    Para acabar con aquel escándalo que ofendía al Señor,mandó llamar al sacerdote que oficiaba misa en la ciudadde Trinidad. En un solo día, el cura administró a los solda-dos de la tropa, cada cual con su cada cuala, el santísimosacramento del matrimonio en nombre del capitán, del Pa-dre, del Hijo y del Espíritu Santo.

    Todos los soldados fueron maridos desde aquel domin-go.

    El lunes, un soldado dijo:—Esa mujer es mía.Y clavó el cuchillo en la barriga de un vecino que la es-

    taba mirando.El martes, otro soldado dijo:—Para que aprendas.Y retorció el pescuezo de la mujer que le debía obedien-

    cia.El miércoles...

    10

  • Riñas y disputas

    En un callejón del centro de Santiago de Chile, un viejodestartalado vendía cigarrillos de contrabando. Sentado enel suelo, bebía del pico de una botella. Acepté un trago desu vino de cirrosis instantánea, y me detuve a charlar unrato.

    Cuando le estaba pagando los cigarrillos, se vino latromba. De pronto, las moscas huyeron, se volcó el vino, lamesita voló y una demoledora mujer levantó al anciano enun puño.

    Me puse a recoger la mercadería desparramada por lossuelos, mientras la dama sacudía al esmirriado y le gritabamujeriego, putañero, que te has creío, descarao, degene-rao, que andái culiando con la Eva, y con la Luci, y él bal-buceaba a ésa yo ni la conozco, y con la Pamela, y él ge-mía ella me buscó y el bombardeo seguía, que te hasrevolcao con la Martita, la yegua ésa, y la puta de la Chari-to y la Beti y la Pati, ante la indiferencia de la gente que noprestaba la menor atención a esta pasarela de rubias plati-nadas con pestañas postizas y botas de reptil.

    La indignada tenía al acusado contra la pared, atrapadopor el pescuezo, mientras él balbuceaba juramentos, queusté es mi única, usté es mi catedral, las otras son capilliiii-tas nomás, hasta que ella, apretando para estrangulación,lo echó para siempre: te mandai mudar, ordenó, te vai, quenunca más te vuelva a ver, que si te vuelvo a ver...

    Y sin palabras anunció el atroz castigo. Clavándole losojos en los santos lugares, cortó el aire con los dedos,como hojas de tijera.

    Valientemente, me alejé.

    11

  • Los siete pecados capitales

    De rodillas en el confesionario, un arrepentido admitióque era culpable de avaricia, gula, lujuria, pereza, envidia,soberbia e ira:

    Jamás me confesé. Yo no quería que ustedes, los curas,gozaran más que yo con mis pecados, y por avaricia me losguardé.

    ¿Gula? Desde la primera vez que la vi, confieso, el cani-balismo no me pareció tan mal.

    ¿Se llama lujuria eso de entrar en alguien y perderse allíadentro y nunca más salir?

    Esa mujer era lo único en el mundo que no me daba pe-reza.

    Yo sentía envidia. Envidia de mí. Lo confieso. Y confieso que después cometí la soberbia de creer que

    ella era yo.Y quise romper ese espejo, loco de ira, cuando no me vi.

    12

  • Subsuelos de la noche

    Porque esta mujer no se callaba nunca, porque siemprese quejaba, porque para ella no había una estupidez queno fuera un problema, porque estaba harto de trabajarcomo un burro de carga y encima aguantar a esta pesaday a toda su parentela, porque en la cama tenía que rogarcomo un mendigo, porque anduvo con otro y se hacía lasanta, porque ella le dolía como nunca nadie le había doli-do y porque sin ella no podía vivir pero con ella tampoco,él se vio obligado a retorcerle el cogote, como si fuera ga-llina.

    Porque este hombre no escuchaba nunca, porque nun-ca le hacía caso, porque para él no había un problema queno fuera una estupidez, porque estaba harta de trabajarcomo una mula y encima aguantar a este matón y a todasu parentela, porque en la cama tenía que obedecer comouna puta, porque anduvo con otra y se lo contaba a todo elmundo, porque él le dolía como nunca nadie le había doli-do y porque sin él no podía vivir pero con él tampoco, ellano tuvo más remedio que empujarlo desde un décimopiso, como si fuera bulto.

    Al fin de esa noche, desayunaron juntos. Igual que to-dos los días, la radio trasmitía música y noticias. Ningunanoticia les llamó la atención. Los informativos no se ocupande los sueños.

    13

  • Moral y buenas costumbres

    La encerraron en una habitación, atada a la cama.Cada día entraba un hombre, siempre el mismo.Al cabo de algunos meses, la prisionera quedó embara-

    zada.Entonces la obligaron a casarse con él. Los carceleros no eran policías, ni soldados. Eran el pa-

    dre y la madre de esta muchacha, casi niña, que habíasido descubierta cuando se estaba besando y acariciandocon una compañera de estudios.

    En Zimbabwe, a fines de 1994, Bev Clark escuchó su re-lato.

    14

  • Peces

    ¿Señor o señora? ¿O los dos a la vez? ¿O a veces él esella, y a veces ella es él? En las profundidades de la mar,nunca se sabe.

    Los meros, y otros peces, son virtuosos en el arte decambiar de sexo sin cirugía. Las hembras se vuelven ma-chos y los machos se convierten en hembras con asom-brosa facilidad; y nadie es objeto de burla ni acusado detraición a la naturaleza o a la ley de Dios.

    15

  • Pájaros

    La casa, construcción de paja y de ramitas, es muchomás grande que su habitante.

    Pero alzar la casa, entre los matorrales espinosos, llevano más que un par de semanas. El arte, en cambio, exigemucho tiempo de trabajo.

    No hay dos casas iguales. Cada cual pinta su moradacomo quiere, con pintura hecha de bayas machacadas, ycada cual la decora a su manera. Los alrededores se alin-dan con tesoros arrancados del monte o de la basura dealgún pueblo no lejano: las piedritas, las flores, los capara-zones de caracoles, las hierbas y los musgos se ubicanqueriendo armonía; y las tapas de botellas de cerveza y lospedacitos de vidrios de colores, de preferencia azules, di-bujan anillos o abanicos en el suelo. Las cosas van cam-biando mil veces de sitio, hasta que encuentran el mejor lu-gar para recibir la luz de cada día.

    Por algo estos pájaros se llaman caseritos. Ellos son losarquitectos más alegres de todas las islas de Oceanía.

    Cuando ha concluido la creación de su casa y jardín,cada pájaro espera. Espera, cantando, que pasen las pája-ras. Y que alguna detenga su vuelo y vea su obra. Y que loelija.

    16

  • Urogallos

    Se va el invierno, y en los bosques de hayas de Asturiasse despeja la helada niebla donde anidan las brujas y losbúhos.

    Entonces los gallos salvajes, los urogallos, cantan des-de las ramas. Ellos llaman a ellas, y ellas acuden. Es nochetodavía cuando el baile se desata en los cantaderos. Antifa-ces rojos, picos blancos, negras barbas: los urogallos y lasurogallinas se menean como mascaritas de carnaval.

    Los cazadores se agazapan en el bosque, con el dedoen el gatillo.

    Es muy difícil atrapar a los urogallos, que viven metidosen sus escondrijos, a salvo de todo peligro. Pero los caza-dores saben que esta fiesta, la danza del encuentro, losvuelve ciegos y sordos mientras dura.

    17

  • Arañas

    Pasito a paso, hilo tras hilo, el araño se acerca a la araña.Le ofrece música, convirtiendo la telaraña en arpa, y

    danza para ella, mientras poquito a poco va acariciando,hasta el desmayo, su cuerpo de terciopelo.

    Entonces, antes de abrazarla con sus ocho brazos, elaraño envuelve a la araña en la telaraña y la ata bien atada.Si no la ata, ella lo devora después del amor.

    Al araño no le gusta nada esta costumbre de la araña,de modo que ama y huye antes de que la prisionera sedespierte y exija el servicio completo de cama y comida.

    ¿Quién entiende al araño? Ha podido amar sin morir, seha dado maña para cumplir esa hazaña, y ahora que está asalvo de su saña, extraña a la araña.

    18

  • Serpientes

    Ardían las brasas, chorreaban sus jugos los chorizos, de lascarnes doradas se desprendían aromas de perdición. Frente asu casona de piedra, en la sierra de Minas, monte adentro, donVenancio ofrecía un asado a sus amigos de la ciudad.

    Ya estaban por empezar a comer, cuando el hijo menor,muy chiquilín todavía, anunció:

    —Hay una víbora en la casa.Y alzando un palo, pidió:—¿La mato yo?Fue autorizado.Después, don Venancio entró y comprobó: un trabajo

    bien hecho. En la cabeza, aplastada por los golpes, se adi-vinaba todavía el dibujo de la cruz amarilla. Era una cruce-ra, y de las más grandes. Dos metros, quizá tres.

    Don Venancio felicitó al hijo, sirvió el asado y se sentó.El banquete fue celebrado largamente, con varios bises ymucho vino.

    Al final, don Venancio brindó por el matador, anuncióque iba a darle el cuero de la serpiente, su trofeo, y los invi-tó a todos:

    —Vengan a verla. Era enorme, la hija de puta.Pero cuando entraron en la casa, la serpiente no estaba.Don Venancio masculló la bronca, entre dientes, y dijo

    que hay que joderse, nomás:—El compañero se la llevó para la cueva.Y dijo que siempre es así. Sea serpiente o serpienta,

    macho o hembra, el muerto siempre tiene quien lo venga abuscar.

    Entonces todos volvieron a la mesa, al vino y la charla ylos chistes.

    Todos volvieron, menos uno. A Pinio Ungerfeld le costósalir. Él se quedó en esa casa, un rato largo, clavado anteesa mancha negra seca en el suelo.

    19

  • Sobrevida

    El sol se está escondiendo tras los cipreses, cuando Au-rora Meloni llega al cementerio de San Antonio de Areco.La han llamado:

    —Necesitamos el lugar. Se muere mucha gente, ustedcomprenda.

    Un funcionario le dice:—Mucho gusto, señora. Son trescientos pesos. Aquí tie-

    ne.Y le entrega una bolsa de ésas que se usan para echar

    la basura.Un automóvil enorme la está esperando. El chofer, vestido de negro desde la gorra hasta los za-

    patos, maneja en silencio.Ella agradece ese silencio. Al otro lado de la ventanilla, el mundo corre. En un des-

    campado, unos muchachos juegan al fútbol. Aurora no so-porta esa alevosa felicidad, y da vuelta la cara. Mira la nucadel chofer. No mira la bolsa, que viaja en el suelo.

    Dentro de esta bolsa de plástico, ¿quién está? ¿Está Da-niel? ¿Aquel muchacho que vendía con ella queso casero ydulce de leche en las ferias de Montevideo? ¿Aquel queamenazaba con cambiar el mundo y terminó en la cunetade una carretera como ésta, con treinta y seis balazos en elcuerpo? ¿Por qué nadie les avisó que todo iba a durar tanpoco? ¿Dónde están las palabras que no se dijeron? Lascosas que no hicieron, ¿dónde están?

    Los que dispararon, los asesinos de uniforme, siguenestando donde estaban. Pero ella, ¿dónde está? En esteautomóvil de nunca acabar, este fúnebre adefesio de alqui-ler, ¿está ella? ¿Es ella esta mujer que se muerde los labiosy siente agujitas en los ojos? ¿Será esto un automóvil? ¿Oserá aquel tren fantasma que alguna vez se escapó de lavía, con ella adentro, y se la llevó a ninguna parte?

    20

  • Las trampas del tiempo

    Sentada de cuclillas en la cama, ella lo miró largamente,le recorrió el cuerpo desnudo de la cabeza a los pies, comoestudiándole las pecas y los poros, y dijo:

    —Lo único que te cambiaría es el domicilio.Y desde entonces vivieron juntos, fueron juntos, y se di-

    vertían peleando por el diario a la hora del desayuno, y co-cinaban inventando y dormían anudados.

    Ahora este hombre, mutilado de ella, quisiera recordarlacomo era. Como era cualquiera de las que ella era, cadauna con su propia gracia y poderío, porque esa mujer teníala asombrosa costumbre de nacer con frecuencia.

    Pero no. La memoria se niega. La memoria no quiere de-volverle nada más que ese cuerpo helado donde ella no es-taba, ese cuerpo vacío de las muchas mujeres que fue.

    21

  • Unicuerpo

    Con la ayuda de sus bastones blancos y unos cuantostragos, ellos se abrían paso, mal que bien, por las calleci-tas de Tlaquepaque.

    Parecía que estaban a punto de caerse, pero no: cuan-do tropezaba ella, la sostenía él; cuando él se bambolea-ba, lo enderezaba ella. A dúo andaban, y a dúo cantaban.Se detenían siempre en el mismo lugar, a la sombra de losportales, y cantaban, con voz castigada, viejos corridosmexicanos del amor y de la guerra. Algún instrumento usa-ban, quizás una guitarra, no recuerdo, ayudando al desafi-ne; y entre canción y canción, hacían sonar el cacharrodonde recogían las monedas del respetable público.

    Después, se iban. Precedidos por sus bastones, atrave-saban el gentío bajo el sol y allá lejos se perdían, destarta-lados, rotosos, bien agarraditos el uno al otro, pegados eluno al otro en los vaivenes del mundo.

    22

  • El beso

    Antonio Pujía eligió, al azar, uno de los bloques de már-mol de Carrara que había ido comprando a lo largo de losaños.

    Era una lápida. De alguna tumba vendría, vaya a saberde dónde; él no tenía la menor idea de cómo había ido aparar a su taller.

    Antonio acostó la lápida sobre una base de apoyo, y sepuso a trabajarla. Alguna idea tenía de lo que quería escul-pir, o quizá no tenía ninguna. Empezó por borrar la inscrip-ción: el nombre de un hombre, el año del nacimiento, elaño del fin.

    Después, el cincel penetró el mármol. Y Antonio encon-tró una sorpresa, que lo estaba esperando piedra adentro:la veta tenía la forma de dos caras que se juntaban, algoasí como dos perfiles unidos frente a frente, la nariz pega-da a la nariz, la boca pegada a la boca.

    El escultor obedeció a la piedra. Y fue excavando, sua-vemente, hasta que cobró relieve aquel encuentro que lapiedra contenía.

    Al día siguiente, dio por concluido su trabajo. Y enton-ces, cuando levantó la escultura, vio lo que antes no habíavisto. Al dorso, había otra inscripción: el nombre de unamujer, el año del nacimiento, el año del fin.

    23

  • El hombre más viejo del mundo

    Era verano, era el tiempo de la subienda de los peces, yhacía una incontable cantidad de veranos que don Francis-co Barriosnuevo estaba allí.

    —Él es un comeaños —dijo la vecina—. Más viejo quelas tortugas.

    La vecina raspaba a cuchillo las escamas de un pesca-do, las moscas se restregaban las patas ante el banquete ydon Francisco bebía un jugo de guayaba. Gustavo Tatis,que había venido de lejos, le hacía preguntas al oído.

    Mundo quieto, aire quieto. En el pueblo de Majagual, uncaserío perdido en los pantanos, todos los demás estabandurmiendo la siesta.

    Gustavo le preguntó por su primer amor. Tuvo que repe-tir la pregunta varias veces, primer amor, primer amor, PRI-MER AMOR. El matusalén se empujaba la oreja con la mano:

    —¿Cómo? ¿Cómo dice?Y por fin:—Ah, sí.Balanceándose en la mecedora, frunció las cejas, cerró

    los ojos:—Mi primer amor...Gustavo esperó. Esperó mientras viajaba la memoria,

    gastado barquito, y la memoria tropezaba, se hundía, seperdía. Era una navegación de mucho más de un siglo, y enlas aguas de la memoria había mucha niebla. Don Franciscoiba en busca de su primera vez, la cara contraída, estrujadapor mil surcos; y Gustavo miró para otro lado y esperó.

    Y por fin don Francisco murmuró, casi en secreto: Isabel.Y clavó en la tierra su bastón de cañabrava, y apoyado

    en el bastón se alzó de su asiento, se irguió como gallo yaulló:

    —¡Isabeeeeeeeel!

    24

  • Las páginas del tiempo

    Para cuándo, preguntaba ella, para cuándo.Una vez por semana, Miguel Migliónico pasaba por allí.

    La encontraba siempre en el zaguán, clavada a su sillón demimbre, de cara a la calle, y doña Elvirita lo acosaba a pre-guntas sobre el embarazo de su mujer:

    —¿Para cuándo?Y Miguel repetía: para junio.Blanca ropa, pelo blanco, siempre muy compuesta y

    peinada, doña Elvirita irradiaba paz, señorío del tiempo, ydaba consejos:

    —Tóquele la panza, que trae suerte.—Que tome cerveza negra, o malta, para que dé buena

    leche. —Hágale los gustos, todos los antojos, que si la mujer

    se traga las ganas, sale la cría manchada.Cada viernes, doña Elvirita esperaba la llegada de Mi-

    guel. La piel, que le envolvía el cuerpo como un humo ro-sado, traslucía el ramaje de las venitas alborotadas por lacuriosidad:

    —Y la barriga, ¿la tiene en punta? Entonces, no falla:será varón.

    Soplaban fríos los vientos del sur, el otoño se estabayendo de las calles de Montevideo.

    —Ya falta poco, ¿no?Una tarde, Miguel pasó muy apurado:—Dice el médico que es cuestión de horas. Hoy, o ma-

    ñana.Doña Elvirita abrió grandes los ojos:—¿Ya?El viernes siguiente, el sillón de mimbre estaba vacío.

    Doña Elvirita había muerto el 17 de junio de 1980, mien-tras en casa de los Migliónico nacía un niño que se llamóMartín.

    25

  • La madre

    Una zapatilla Adidas,una carta de amor de firma ilegible,diez macetitas con flores de plástico,siete globos de colores, un delineador de pestañas,un lápiz de labios,un guante,una gorra,una vieja fotografía de Alan Ladd,tres tortugas ninjas,un libro de cuentos, una maraca,catorce broches de peloy unos cuantos autitos de juguete forman parte del botín

    de una gata que vive en el barrio de Avellaneda y roba enel vecindario.

    Deslizándose por azoteas y cornisas, ella roba para suhijo, que es paralítico y vive rodeado de esas ofrendas malhabidas.

    26

  • El padre

    Vera faltó a la escuela. Se quedó todo el día encerradaen casa. Al anochecer, escribió una carta a su padre. El pa-dre de Vera estaba muy enfermo, en el hospital. Ella escri-bió:

    —Te digo que te quieras, que te cuides, que te protejas,que te mimes, que te sientas, que te ames, que te disfrutes.Te digo que te quiero, te cuido, te protejo, te mimo, te sien-to, te amo, te disfruto.

    Héctor Carnevale duró unos días más. Después, con lacarta de su hija bajo la almohada, se fue en el sueño.

    27

  • La abuela

    Cuando mira una montaña, Miriam Míguez quisiera atra-vesarla con la mirada, para entrar al otro lado del mundo.Cuando mira su infancia, ella también quisiera atravesarcon la mirada esos años idos, para entrar al otro lado deltiempo.

    Al otro lado del tiempo, está la abuela.En su casa de Córdoba, la abuela escondía algunas ca-

    jas secretas. A veces, cuando Miriam y ella estaban a so-las, y no había peligro de que algún intruso asomara la na-riz, la abuela entreabría sus tesoros y dejaba que la nietaviera.

    Aquellas lentejuelas, medallitas, plumas de pájaros, lla-ves viejas, palillos de ropa, cintas de colores, hojas secas yrecortes de revistas parecían cosas; pero las dos sabíanque eran mucho más que cosas.

    Cuando la abuela murió, todo eso desapareció, quizáquemado o arrojado a la basura.

    Miriam tiene, ahora, sus propias cajas secretas. A veceslas abre.

    28

  • El abuelo

    Los geólogos andaban persiguiendo los restos de unapequeña mina de cobre que se había llamado Cortadera,que había sido y ya no era y que no figuraba en ningúnmapa.

    En el pueblo de Cerrillos, alguien les dijo:—Eso, nadie sabe. El viejo Honorio, quién sabe si sabe.Don Honorio, vencido por el vino y los achaques, recibió

    a los geólogos echado en el catre. Les costó convencerlo.Al cabo de algunas botellas y de muchos cigarrillos, que sí,que no, que ya veremos, el viejo aceptó acompañarlos aldía siguiente.

    Agobiado, a los tropezones, emprendió la marcha. Al principio, andaba a la cola de todos. No aceptaba

    ayuda, y había que esperarlo. A duras penas consiguió lle-gar hasta el cauce seco del río.

    Después, poquito a poco, pudo afirmar el paso. A lo lar-go de la quebrada y a través de los pedregales, el cuerpodoblado se le fue enderezando.

    29

  • —¡Por ahí! ¡Por ahí! —señalaba el rumbo, y se le alboro-taba la voz cuando reconocía sus lugares perdidos.

    Al cabo de un día entero de caminata, don Honorio, quehabía empezado mudo, era el más conversador. Iba su-biendo lomas y remontando años: cuando bajaron al valle,él marchaba por delante de los jóvenes exhaustos.

    Durmió de cara a las estrellas. Fue el primero en desper-tarse. Estaba apurado por llegar a la mina, y no se desvióni se distrajo.

    —Ése es el trillo de la excavadora —señaló. Y sin la me-nor vacilación, ubicó las bocas de los socavones y los lu-gares donde habían estado las mejores vetas, los fierrosmuertos que habían sido máquinas, las ruinas que habíansido casas, los secarrales que habían sido vertientes deagua. Ante cada sitio, ante cada cosa, don Honorio conta-ba una historia, y cada historia estaba llena de gente y derisa.

    Cuando llegaron de regreso al pueblo, él ya era bastan-te menor que sus nietos.

    30

  • El parto

    Al amanecer, doña Tota llegó a un hospital del barrio deLanús. Ella traía un niño en la barriga. En el umbral, encon-tró una estrella, en forma de prendedor, tirada en el piso.

    La estrella brillaba de un lado, y del otro no. Esto ocurrecon las estrellas, cada vez que caen en la tierra, y en la tie-rra se revuelcan: de un lado son de plata, y fulguran conju-rando las noches del mundo; y del otro lado son de latanomás.

    Esa estrella de plata y de lata, apretada en un puño,acompañó a doña Tota en el parto.

    El recién nacido fue llamado Diego Armando Maradona.

    31

  • El nacimiento

    El hospital público, ubicado en el barrio más copetudode Río de Janeiro, atendía a mil pacientes por día. Eran,casi todos, pobres o pobrísimos.

    Un médico de guardia contó a Juan Bedoian:—La semana pasada, tuve que elegir entre dos nenas re-

    cién nacidas. Aquí hay un solo respirador artificial. Ellas lle-garon al mismo tiempo, ya moribundas, y yo tuve que deci-dir cuál iba a vivir.

    Yo no soy quién, pensó el médico: que decida Dios.Pero Dios no dijo nada. Eligiera a quien eligiera, el médico iba a cometer un cri-

    men. Si no hacía nada, cometía dos.No había tiempo para la duda. Las nenas estaban en las

    últimas, ya yéndose de este mundo.El médico cerró los ojos. Una fue condenada a morir, y

    la otra fue condenada a vivir.

    32

  • El bautismo

    Una tormenta feroz estaba bombardeando la ciudad deBuenos Aires.

    El padre arrancó al bebé de los brazos de la madre, selo llevó a la azotea y lo alzó, desnudito, en la lluvia helada.Y a la luz de los relámpagos, lo ofreció:

    —¡Hijo mío, que las aguas del cielo te bendigan!El recién nacido se salvó, nadie sabe cómo, de morir de

    pulmonía.También se salvó de llamarse Descanso Dominical. El

    padre, anarquista pobre y poeta, siempre perseguido porlos policías y los acreedores, quiso llamarlo así en home-naje a esa reciente conquista obrera, pero el Registro Civilno le aceptó el nombre. Entonces se reunieron los amigos,anarquistas pobres y poetas, siempre perseguidos por lospolicías y los acreedores, y discutieron el asunto. Y fueronellos quienes decidieron que el niño iba a tener destino lite-rario y merecía llamarse Catulo, como el poeta latino.

    En el Registro Civil le agregaron el acento a Cátulo Cas-tillo, el creador de La última curda y de otros tangos deesos que son para escuchar de pie, sombrero en mano.

    33

  • El nombre

    El pueblo de Cerro Chato nunca tuvo ningún cerro, nichato ni puntiagudo. Pero Javier Zeballos recuerda queCerro Chato sí tenía, en los tiempos de su infancia, tres co-misarios, tres jueces y tres doctores.

    Uno de los doctores, que vivía en el centro, era la brúju-la de los mandados. La mamá de Javier lo orientaba así:

    —De la casa del Doctor Galarza, vas dos cuadras paraabajo.

    —Esto queda en la esquina del Doctor Galarza.—Andá a la farmacia que está a la vuelta del Doctor Ga-

    larza. Y allá marchaba Javier. A cualquier hora que pasara por

    allí, con sol o con luna, el Doctor Galarza estaba siempresentado en el zaguán de su casa, mate en mano, dandocumplida respuesta a los saludos del vecindario, buenosdías, Doctor; buenas tardes, Doctor; buenas noches, Doctor.

    Ya Javier era hombre crecido, cuando se le ocurrió pre-guntar por qué el Doctor Galarza no tenía consultorio médi-co ni estudio jurídico. Y entonces se enteró. Doctor no era:se llamaba. Así había sido anotado en el Registro Civil:Doctor de nombre, Galarza de apellido.

    El papá quería un hijo con diploma, y aquel bebé no lepareció digno de confianza.

    34

  • El cumpleaños

    Cara de hormiga sonriente, ancas de rana, patas de po-llo: Sally cumplía su primer año de vida en el mundo.

    El acontecimiento fue celebrado en grande. La madre,Beatriz Monegal, tendió en el piso un enorme mantel deflores bordadas, de origen inconfesable, y encendió la veli-ta en el mástil de la torta que había comprado, a pagarnunca, en El Emporio de los Sandwiches.

    En un santiamén desapareció la torta y se desató el bai-longo, mientras la homenajeada dormía profundamente,envuelta en ropa limpia y almidonada, dentro de una ca-nasta de verdulería.

    A las tres menos cuarto de la madrugada, cuando ya noquedaba ni una gota de vino en las damajuanas, Beatriztomó sus últimas fotografías, apagó la radio, echó a la gen-te y recogió de apuro todas sus pertenencias.

    A las tres en punto, sonó la sirena policial. Beatriz habíainvadido aquella casona hacía un par de meses, junto asus muchos hijos y a su más reciente amor, que era forni-do y bueno para abrir casas a patadas. Cuando entraronlos policías, con orden de desalojo, ya Beatriz había inicia-do su nueva peregrinación.

    Ella iba por el medio de la calle, tirando de las varas deun carro lleno de niños y de trapos, seguida por su hombrey sus hijos mayores. Iba en busca de otra casa para invadir, ysu risa rompía el silencio de la noche de Montevideo.

    35

  • La revelación

    Un ciudadano recién llegado al mundo estaba durmien-do, desnudo, en la cuna.

    La hermana, Ivonne Galeano, lo miró y salió corriendo.Golpeó las puertas de sus vecinas, y con un dedo en loslabios las invitó al espectáculo. Ellas abandonaron sus mu-ñecas, a medio vestir, a medio peinar, y en puntas de pie,tomadas de las manos, se asomaron a la cuna del bebé.No se pusieron coloradas de envidia, ni palidecieron por elcomplejo de castración. Aguantándose la risa, comenta-ron:

    —¡Mirá lo que se trajo este loco para hacer pipí!

    36

  • El viento

    Cuatro años cumplía Diego López y aquella mañana lebrincaba en el pecho la alegría, la alegría era una pulgasaltando sobre una rana saltando sobre un canguro saltan-do sobre un resorte, mientras las calles volaban al viento yel viento batía las ventanas. Y Diego abrazó a su abuela Glo-ria y en secreto, al oído, le ordenó:

    —Vamos a entrar en el viento.Y la arrancó de la casa.

    37

  • El sol

    En algún lugar de Pennsylvania, Anne Merak trabajacomo ayudante del sol.

    Ella está en el oficio desde que tiene memoria. Al fin decada noche, Anne alza sus brazos y empuja al sol, paraque irrumpa en el cielo; y al fin de cada día, bajando losbrazos, acuesta al sol en el horizonte.

    Era muy chiquita cuando empezó esta tarea, y jamás hafaltado a su trabajo.

    Hace medio siglo, la declararon loca. Desde entonces,Anne ha pasado por varios manicomios, ha sido tratadapor numerosos psiquiatras y ha engullido muchísimas pas-tillas.

    Nunca consiguieron curarla.Menos mal.

    38

  • El eclipse

    Cuando la luna apaga el sol, los indios kayapó disparanflechas de fuego hacia el cielo, para devolver al sol su luzperdida. Los barí suenan tambores, para que el sol regre-se. Los aymaras lloran, y a gritos suplican al sol que no losabandone.

    A fines del 94, hubo pánico en Potosí. Cayó la noche enplena mañana y quedó el cielo súbitamente negro y conestrellas. En aquel mundo helado de muerte, mundo del findel tiempo, lloraron los indios, aullaron los perros, se es-condieron los pájaros, y en un santiamén se marchitaronlas flores.

    Helena Villagra estaba allí. Cuando el eclipse acabó, ellasintió que algo le faltaba en una oreja. Un arete, un solcitode plata, se le había caído. Ella buscó al pequeño sol porlos suelos, durante largo rato, aunque sabía que no iba aencontrarlo jamás.

    39

  • La noche

    Allá en la infancia, Helena se hizo la dormida y se esca-pó de la cama.

    Se vistió de punta en blanco, como si fuera domingo, ycon todo sigilo se deslizó hacia el patio y se sentó a descu-brir los misterios de la noche de Tucumán.

    Sus padres dormían, sus hermanas también. Ella quería ver cómo crecía la noche, y cómo viajaban la

    luna y las estrellas. Alguien le había dicho que los astros semueven, y a veces se caen, y que el cielo va cambiando decolor mientras la noche anda.

    Aquella noche, noche de la revelación de la noche, He-lena miraba sin parpadear. Le dolía el pescuezo, le dolíanlos ojos, y se estrujaba los párpados y volvía a mirar. Ymiró y miró y siguió mirando, y el cielo no cambiaba y laluna y las estrellas continuaban quietas en su sitio.

    La despertaron las luces del amanecer. Helena lagri-meó.

    Después, se consoló pensando que a la noche no legusta que le espíen los secretos.

    40

  • La luna

    La luna madura embaraza la tierra, y hace que el árbolcortado siga vivo en su madera.

    La luna llena alborota a los lunáticos, a los alunados, alas mujeres y a la mar.

    La luna verde mata las siembras.La luna amarilla viene con tormenta.La luna roja trae guerra y peste.La luna negra, luna ninguna, deja al mundo triste y al

    cielo mudo.Cuando Catalina Álvarez Insúa estaba dando sus prime-

    ros pasos, alzaba los brazos al cielo sin luna y llamaba:—¡Luna, vení!

    41

  • Población de la luz

    Catalina tenía muchos amigos visibles, pero no eranportátiles.

    En cambio, los invisibles la acompañaban a todas par-tes. Ella decía que eran veinte. Más no sabía contar.

    Fuera donde fuera, iba con ellos. Los sacaba del bolsillo,los ponía en la palma de la mano y con ellos conversaba.

    Después les decía chau, hasta mañana, y los soplabahacia el sol.

    Los invisibles dormían en la luz.

    42

  • Morgan

    El sol lo atrapa, Morgan huye. Vuela sobre la arena, on-dula en el oleaje, y dan ganas de aplaudir esa ráfaga roja.

    Pero Morgan se llama así por sus costumbres de pirata,y las víctimas no lo consideran tan admirable. Brincón y la-drón, a Morgan lo persigue el sol y también lo persigue elpropietario de una pelota de tenis o sandwich o zapatilla oprenda íntima que él ha usurpado para hundirse en el aguacon el botín entre los dientes.

    Nunca supo ajuiciarse. Hasta ahora, que se sepa, nuncanadie lo ha visto quieto, ni ha mostrado nunca el menor in-dicio de cansancio o arrepentimiento.

    Morgan ya llevaba cuatro años haciendo perrerías en elmundo, cuando Manuel Monteverde, que tenía la mismaedad, se sentó en una roca y reflexionó sobre el asunto:

    —Sí —dijo—. Morgan se porta mal. Pero hace reír.

    43

  • Leo

    Ricardo Marchini sintió que la hora de la verdad era lle-gada.

    —Vamos, Leo —dijo—. Tenemos que hablar.Y se marcharon, calle arriba, los dos. Anduvieron un

    buen rato por el barrio de Saavedra, dando vueltas, en si-lencio. Leonardo se atrasaba mucho, como tenía costum-bre; y después apuraba el paso para alcanzar a Ricardo,que caminaba con las manos en los bolsillos y el ceñofruncido.

    Al llegar a la plaza, Ricardo se sentó. Tragó saliva. Apre-tó la cara de Leonardo entre las manos y, mirándolo a losojos, largó el chorro:

    —Mirá Leo perdoná que te lo diga pero vos no sos hijode papá y mamá y es mejor que lo sepas Leo que a vos terecogieron de la calle.

    Suspiró hondo.—Tenía que decírtelo, Leo.Leonardo había sido encontrado en la basura, cuando

    estaba recién nacido, pero Ricardo prefirió ahorrarle esosdetalles.

    Entonces, regresaron a casa. Ricardo iba silbando. Leonardo se detenía al pie de sus árboles preferidos,

    saludaba a los vecinos meneando el rabo y ladraba a lasombra fugitiva de algún gato.

    Los vecinos lo querían porque él era marrón y blanco,como el Platense, el club de fútbol del barrio, que casi nun-ca ganaba.

    44

  • Lord Chichester

    En una playa de estacionamiento de las muchas quehay en Buenos Aires, Raquel lo escuchó llorar. Alguien lohabía arrojado entre los autos.

    Se incorporó a la casa, se llamó Lord Chichester. Teníapoco tiempo de nacido y ya era desteñido y cabezón. Que-dó tuerto después, cuando creció y se batió en duelo deamor por la gata Milonga.

    Una noche, cuando Raquel y Juan Amaral estaban su-mergidos en la más profunda de las dormidumbres, unosferoces chillidos los hicieron saltar de la cama. ChillabaLord Chichester como si lo estuvieran desollando. Cosarara, porque él era feo pero callado.

    —Algo le duele mucho —dijo Juan. Siguiendo los chillidos, llegaron al fondo del corredor.

    Raquel aguzó el oído, y opinó:—Nos está avisando que hay una gotera.Deambularon por la antigua casona, hasta que ubicaron

    el clip-clop de la gotera en el baño.—Ese caño siempre perdió —dijo Juan.—Se va a inundar —temió Raquel. Y discutieron, que sí, que no, hasta que Juan miró el re-

    loj, casi las cinco de la mañana, y bostezando suplicó:—Vamos a dormir.Y sentenció:—Lord Chichester está loco de remate.Ya estaban por entrar al dormitorio, perseguidos por los

    chillidos del gato, cuando el techo, viejo y agrietado, sedesplomó sobre la cama.

    45

  • Pepa

    Pepa Lumpen estaba muy averiada por los años. Ya noladraba; y se caía al caminar. El gato Martinho se acercó yle lamió la cara. Pepa siempre lo ponía en su lugar, gruñen-do y mostrándole los dientes; pero ese último día se dejóbesar.

    Callada quedó la casa, vacía de ella. En las noches siguientes, Helena soñó que cocinaba

    en una olla que tenía el fondo roto, y también soñó quePepa la llamaba por teléfono, furiosa porque la teníamosbajo tierra.

    46

  • Pérez

    Cuando Mariana Mactas cumplió seis años, algún veci-no de Calella de la Costa le regaló un pollito azul.

    El pollito no sólo tenía plumas azules, que lanzabandestellos violáceos al sol, sino que además meaba azul ypiaba azul. Era un milagro de la naturaleza, quizás ayuda-da por alguna inyección de anilinas en el huevo.

    Mariana lo bautizó con el nombre de Pérez. Fueron ami-gos. Pasaban horas charlando en la terraza, mientras Pé-rez caminaba picoteando migas de pan.

    Poco duró el pollito. Y cuando llegó a su fin esa brevevida azul, Mariana se sentó en el piso, como para no levan-tarse nunca. Con la vista clavada en una baldosa, compro-bó:

    —Apena el mundo sin Pérez.

    47

  • Gente curiosa

    Soledad, de cinco años, hija de Juanita Fernández:—¿Por qué los perros no comen postre?Vera, de seis años, hija de Elsa Villagra:—¿Dónde duerme la noche? ¿Duerme aquí, abajo de la

    cama?Luis, de siete años, hijo de Francisca Bermúdez:—¿Se enojará Dios, si no creo en él? Yo no sé cómo de-

    círselo.Marcos, de nueve años, hijo de Silvia Awad:—Si Dios se hizo solo, ¿cómo pudo hacerse la espalda? Carlitos, de cuarenta años, hijo de María Scaglione:—Mamá, ¿a qué edad me sacaste la teta? Mi psicóloga

    quiere saber.

    48

  • Índice de inmortalidad infantil

    Cuando Manuel tenía un año y medio, quiso saber porqué no podía agarrar el agua con la mano. Y a los cincoaños, quiso saber por qué se muere la gente:

    —Y morir, ¿qué es?—¿Mi abuela se murió porque era viejita? ¿Y por qué se

    murió un nene más chico que yo, que lo vi ayer en la tele?—¿Los enfermos se mueren? ¿Y por qué se mueren los

    que no están enfermos?—¿Los muertos se mueren por un rato o se mueren del

    todo?Al menos, Manuel tenía respuesta para la pregunta que

    más lo mortificaba:—Mi hermano Felipe no se va a morir nunca, porque él

    siempre quiere jugar.

    49

  • Susurros

    Luiza Jaguaribe estaba jugando en el jardín de su casa,en las afueras de Passo Fundo. Brincando en un solo pie,iba contando los botones del vestido:

    —Uno, dos, porotos con arroz.Contando los botones, adivinaba el marido que el desti-

    no le daría. ¿Se casaría con rey o con capitán, con soldadoo con rufián?

    —Tres, cuatro, porotos en el plato.Pegó una voltereta en el aire, abrió los brazos, cantó:—Cinco, seis. ¡Me caso con el rey!Y al darse vuelta, chocó con las piernas de su padre y

    cayó al suelo. El padre, inmenso, alzado contra el sol, dijo:—Basta, Luizinha. Se acabó.Así, ella supo que el tío Moro ya no estaba más. Se fue al Cielo, le dijeron. Y le dijeron que tenía que

    quedarse quieta y callada. Pasaron unos días, llegaron las fiestas.Aquella cena de Nochebuena juntó un familión. Luiza

    descubrió una parentela que jamás había visto, un gentíode ropas de luto.

    La tía Gisela se sentó a la cabecera de la mesa intermi-nable. El vestido negro, de cuello alto abotonado, le que-daba lindísimo, era una reina; pero Luiza no se atrevió acomentarlo.

    Erguida la cabeza, la mirada perdida en el aire, la tía Gi-sela no probó bocado ni dijo nada. Hasta que a la media-noche, en pleno bullicio, habló:

    —Dicen que hay que querer a Dios. Yo lo odio.Lo dijo suavecito, casi callando. Sólo Luiza la escuchó.

    50

  • Malas palabras

    Ximena Dahm andaba muy nerviosa, porque aquellamañana iba a iniciar su vida en la escuela. Corriendo ibade un espejo al otro, por toda la casa; y en uno de esosires y venires, tropezó con un bolso y cayó desparramadaal piso. No lloró, pero se enojó:

    —¿Qué hace esta mierda acá?La madre educó:—Mijita, eso no se dice.Y Ximena, desde el piso, quiso saber:—¿Para qué existen, mamá, las palabras que no se di-

    cen?

    51

  • Cursos prácticos

    Joaquín de Souza está aprendiendo a leer, y practicacon los carteles que ve. Y cree que la P es la letra más im-portante del alfabeto, porque todo empieza con ella:

    Prohibido pasarProhibido entrar con perrosProhibido arrojar basuraProhibido fumarProhibido escupirProhibido estacionarProhibido fijar cartelesProhibido encender fuegoProhibido hacer ruidoProhibido...

    52

  • Reglas

    Chema jugaba con la pelota, la pelota jugaba con Che-ma, la pelota era un mundo de colores y el mundo volaba,libre y loco, flotaba en el aire, rebotaba donde quería, pica-ba para aquí, saltaba para allá, de brinco en brinco; perollegó la madre y mandó a parar.

    Maya López atrapó la pelota y la guardó bajo llave. Dijoque Chema era un peligro para los muebles, para la casa,para el barrio y para la ciudad de México y lo obligó a po-nerse los zapatos, a sentarse como es debido y a hacer lastareas para la escuela.

    —Las reglas son las reglas —dijo.Chema alzó la cabeza:—Yo también tengo mis reglas —dijo. Y dijo que, en su

    opinión, una buena madre debía obedecer las reglas de suhijo:

    —Que me dejes jugar todo lo que yo quiera, que me de-jes andar descalzo, que no me mandes a la escuela ni anada parecido, que no me obligues a dormir temprano yque cada día nos mudemos de casa.

    Y mirando al techo, como quien no quiere la cosa, agre-gó:

    —Y que seas mi novia.

    53

  • La buena salud

    En alguna parada, un enjambre de muchachos invadióel ómnibus.

    Venían cargados de libros y cuadernos y chirimbolos va-rios; y no paraban de hablar ni de reír. Hablaban todos a lavez, a los gritos, empujándose, zarandeándose, y se reíande todo y de nada.

    Un señor increpó a Andrés Bralich, que era uno de losmás estrepitosos:

    —¿Qué te pasa, nene? ¿Tenés la enfermedad de la risa?A simple vista se podía comprobar que todos los pasa-

    jeros de aquel ómnibus habían sido, ya, sometidos a trata-miento, y estaban completamente curados.

    54

  • El maestro

    Los alumnos del sexto grado, en una escuela de Monte-video, habían organizado un concurso de novelas.

    Todos participaron.Los jurados éramos tres. El maestro Oscar, puños raí-

    dos, sueldo de fakir, más una alumna, representante de losautores, y yo.

    En la ceremonia de la premiación, se prohibió la entradade los padres y demás adultos. Los jurados dimos lecturaal acta, que destacaba los méritos de cada uno de los tra-bajos. El concurso fue ganado por todos, y para cada pre-miado hubo una ovación, una lluvia de serpentinas y unamedallita donada por el joyero del barrio.

    Después, el maestro Oscar me dijo:—Nos sentimos tan unidos, que me dan ganas de dejar-

    los a todos repetidores. Y una de las alumnas, que había venido a la capital des-

    de un pueblo perdido en el campo, se quedó charlandoconmigo. Me dijo que ella, antes, no hablaba ni una pala-bra, y riendo me explicó que el problema era que ahora nose podía callar. Y me dijo que ella quería al maestro, loquería muuuuuuuucho, porque él le había enseñado a per-der el miedo de equivocarse.

    55

  • Los alumnos

    Si la maestra les pregunta qué quieren ser cuando seangrandes, ellas callan. Y después, hablando bajito, confie-san: ser más blanca, cantar en la tele, dormir hasta el me-diodía, casarme con uno que no me pegue, casarme conuno que tenga auto, irme lejos y que nunca me encuen-tren.

    Y ellos dicen: ser más blanco, ser campeón mundial defútbol, ser el Hombre Araña y caminar por las paredes, asal-tar un banco y no trabajar más, comprarme un restorán ycomer siempre, irme lejos y que nunca me encuentren.

    No viven a gran distancia de la ciudad de Tucumán,pero ni de vista la conocen. Van a la escuela, a pie o a ca-ballo, un día sí, dos no, salteado, porque se turnan con loshermanos en el uso del único delantal y el par de zapati-llas. Y lo que más preguntan a la maestra es: cuándo vieneel almuerzo.

    56

  • Cóndores

    A lomo de mula, a lomo de moto, a lomo de sí mismo,Federico Ocaranza recorre las montañas de Salta. Él andacurando bocas en esas soledades, en esas pobredades.La llegada del dentista, el enemigo del dolor, es una buenanoticia; y allá las buenas noticias son pocas, como poco estodo.

    Federico juega al fútbol con los niños, que raras vecesvisitan la escuela. Ellos aprenden lo que saben pastorean-do cabras y persiguiendo alguna pelota de trapo entre lasnubes.

    Entre gol y gol, se divierten burlándose de los cóndores.Se acuestan sobre el suelo de piedra, con los brazos encruz, y cuando los cóndores se lanzan al ataque, los muer-titos pegan el brinco.

    57

  • Mano de obra

    Mohammed Ashraf no va a la escuela.Desde que sale el sol hasta que asoma la luna, él corta,

    recorta, perfora, arma y cose pelotas de fútbol, que salenrodando de la aldea paquistaní de Umar Kot hacia los esta-dios del mundo.

    Mohammed tiene once años. Hace esto desde los cinco. Si supiera leer, y leer en inglés, podría entender la ins-

    cripción que él pega en cada una de sus obras: Esta pelotano ha sido fabricada por niños.

    58

  • La recompensa

    Sin casa y sin rumbo, sin dónde ni adónde, José Anto-nio Gutiérrez vivió y creció en las calles de la ciudad deGuatemala.

    Para esquivar el hambre, robaba. Para esquivar la sole-dad, aspiraba pegamento y entonces se convertía en estre-lla de Hollywood.

    Un día, se fue. Se fue lejos, al norte, al Paraíso. Esqui-vando a la policía, colándose en catorce trenes y caminan-do mil y una noches, consiguió llegar a California. Y allí semetió y se quedó.

    Seis años después, en el barrio más miserable de la ca-pital guatemalteca, los golpes en la puerta despertaron aEngracia Gutiérrez. Unos señores de uniforme venían a no-tificarle que su hermano José Antonio, enrolado en el Cuer-po de Marines, había muerto en Irak.

    Aquel niño de la calle había sido la primera baja de lasfuerzas invasoras en la guerra del año 2003.

    Las autoridades envolvieron su ataúd en la bandera delas barras y las estrellas y le rindieron honores militares. Ylo hicieron ciudadano de los Estados Unidos, que era elpremio que le habían prometido.

    La televisión, que trasmitió en vivo y en directo la cere-monia, exaltó el heroísmo del valiente soldado que habíacaído combatiendo contra las tropas iraquíes.

    Después se supo que lo había matado el fuego amigo,como se llaman las balas que se equivocan de enemigo.

    59

  • El caballo

    Tarde tras tarde, Paulo Freire se colaba en el cine delbarrio de Casa Forte, en Recife, y sin pestañear veía y vol-vía a ver las películas de Tom Mix.

    Las hazañas del cowboy de sombrero aludo, que resca-taba a las damas indefensas de manos de los malvados, leresultaban bastante entretenidas, pero lo que a Paulo deveras le gustaba era el vuelo de su caballo. De tanto mirar-lo y admirarlo, se hizo amigo; y el caballo de Tom Mix loacompañó, desde entonces, toda la vida.

    Mucho anduvo Paulo. Su trabajo de educador revolucio-nario, hombre que enseñaba aprendiendo, lo llevó por loscaminos del mundo. Pero a lo largo de los caminos y losaños y los premios y los castigos, ese caballo del color dela luz siguió galopando, sin cansarse nunca, en su memo-ria y en sus sueños.

    Paulo buscaba por todas partes aquellas películas de suinfancia:

    —¿Tom qué?Nadie tenía la menor idea. Hasta que por fin, a los setenta y cuatro años de su

    edad, encontró las películas en algún lugar de Nueva York.Y volvió a verlas. Fue algo de no creer: el caballo luminoso,su amigo de siempre, no se parecía nada, ni un poquito separecía, al caballo de Tom Mix.

    Cuando sufrió esta revelación, Paulo murmuró:—No tiene importancia. Pero tiene.

    60

  • La travesura final

    Escuchando o leyendo los cuentos de Monteiro Lobato,los niños del Brasil habían aprendido a ser brasileños ymagos. Cuando el escritor murió, ellos fueron sus huérfa-nos.

    Pero los niños no acudieron al cementerio. Dos orado-res, adultos, dijeron adiós a Monteiro Lobato. Y cada unolo reivindicó como militante de su partido: Rossini Camar-go Guarnieri despidió al camarada comunista, y PhebusGicovate habló en homenaje al camarada trotskista.

    Apenas terminaron sus discursos fúnebres, los dos setrenzaron en áspero debate. Discutían en plural, como co-rresponde a los asuntos de la revolución mundial:

    —¡Renegados!—¡Divisionistas!—¡Burócratas!—¡Provocadores!—¡Usurpadores!—¡Traidores!—¡Asesinos!Los argumentos iban y venían. El combate ideológico

    fue subiendo de tono, hasta que los polemistas pasaron alos puños y golpeándose cayeron en la fosa abierta.

    Doña Purezinha, la viuda, alzaba los brazos implorandorespeto al difunto.

    Seguramente ella no sabía que Monteiro Lobato estabamuriéndose de nuevo, pero muriéndose de risa. Era él quiendirigía la trifulca.

    61

  • Una botella a la deriva

    Aquella mañana, Jorge Pérez perdió el trabajo. No reci-bió ninguna explicación, no hubo anestesia: de buenas aprimeras, en un santiamén, fue echado de su empleo demuchos años en la refinería de petróleo.

    Se echó a caminar. Caminó sin saber por qué, sin saberadónde, obedeciendo a sus piernas, que estaban más vi-vas que él. A la hora en que nada ni nadie hacen sombraen el mundo, las piernas lo fueron llevando a lo largo de lacosta sur de Puerto Rosales.

    En un recodo, vio una botella. Presa entre los juncos, labotella estaba cerrada con tapón y lacre. Parecía un regalode Dios, para consuelo de su desdicha, pero Jorge la lim-pió de barro y descubrió que no estaba llena de vino, sinode papeles.

    La dejó caer y siguió caminando. A poco andar, volvió sobre sus pasos. Rompió el pico de la botella contra una piedra y adentro

    encontró unos dibujos, algo borroneados por el agua quese había filtrado. Eran dibujos de soles y gaviotas, solesque volaban, gaviotas que brillaban. También había unacarta, que había venido desde lejos, navegando por la mar,y estaba dirigida a quien encuentre este mensaje:

    Hola, soy Martín.Yo tengo ocho anios. A mí me gustan los nioqis, los huebos fritos y el color

    berde.A mí me gusta dibujar.Yo busco un amigo por los caminos del agua.

    62

  • Los caminos del agua

    Le cayó muy simpático. Caetano no lo conocía. El mu-chacho, que andaba por la playa vendiendo cangrejos, loinvitó a dar una vuelta en su barca.

    —Me gustaría —dijo Caetano—, pero no puedo. Tengocosas que hacer. Compras, trámites...

    Fueron. En barca fueron al mercado y al banco y al co-rreo y a otros lugares. A lo largo de la costa, desde las ori-llas, penetraron la ciudad; y por el puro gusto de mirarla,se demoraban flotando en la mar serena.

    Y así ocurrió el segundo descubrimiento de San Salva-dor de Bahía. Una ciudad era la ciudad caminada, ese ba-rullo que jamás se queda quieto, y muy otra era la ciudadnavegada. Caetano Veloso nunca la había andado así, des-de lo mojado, desde lo callado.

    A la caída de la tarde, la barca devolvió a Caetano a laplaya donde lo había recogido. Y entonces, él quiso sabercómo se llamaba ese muchacho que le había revelado laotra ciudad que la ciudad era. Y de pie sobre la barca, elcuerpo negro brillando a la luz del último sol, el muchachodijo su nombre:

    —Yo me llamo Marco Polo. Marco Polo Mendes Pereira.

    63

  • El agua

    Al principio de los tiempos, la hormiga no tenía la cinturafinita.

    Lo dice el Génesis, según la versión que anda de bocaen boca en la costa colombiana del Pacífico: la hormigaera redonda y estaba toda llena de agua.

    Pero Dios se había olvidado de mojar el mundo. Cuandose dio cuenta de su distracción, le pidió ayuda. Y la hormi-ga se negó.

    Entonces, los dedos de Dios le estrujaron la panza.Y así nacieron los siete mares y todos los ríos.

    64

  • Los dueños del agua

    Hay empresas que son como esa hormiga, pero muchomás grandes.

    Al fin del siglo veinte, la guerra del agua estalló en Co-chabamba.

    Cuando la empresa estadounidense Bechtel triplicó latarifa de un día para el otro, las comunidades indígenasmarcharon desde los valles y bloquearon Cochabamba, ytambién la ciudad se rebeló y se alzaron barricadas y ar-dieron las facturas del agua, en una gran hoguera, en laPlaza de Armas.

    El gobierno de Bolivia contestó a balazos, como es ha-bitual. Hubo estado de sitio, muertos y presos, pero la pue-blada continuó, imparable, día tras día, noche tras noche,durante dos meses, hasta que en la embestida final los co-chabambinos desprivatizaron el agua y recuperaron el rie-go de sus cuerpos y de sus sembradíos.

    En la ciudad de La Paz, en cambio, las protestas no impi-dieron que se adueñara del agua la empresa francesaSuez. La tarifa se fue a las nubes, y casi nadie pudo pagarla cuenta. Por qué será, se preguntaron los expertos euro-peos y los gobernantes nacionales. Estaba claro: por atrasocultural. Los bolivianos pobres, que son casi todos, ignoranque deben bañarse una vez al día, como es costumbre enEuropa desde hace quince minutos, y también ignoran quedeben lavar el auto que no tienen.

    65

  • Marcas

    Un gesto de rechazo ante los vasos de agua común ycorriente, y de inmediato el sommelier apareció en la mesay leyó en voz alta la larga lista de aguas embotelladas.

    Los clientes probaron algunas marcas desconocidas enCalifornia, a unos siete dólares cada botella.

    Bebieron varias, mientras comían. Muy buena les pare-ció el agua Amazonas, de la selva brasileña, y excelenteslas marcas españolas de los Pirineos, pero la mejor fue lafrancesa Eau du Robinet.

    Del robinet, del grifo, venían todas. Las botellas, etique-tadas por alguna imprenta cómplice, habían sido llenadasen la cocina.

    Este almuerzo fue filmado, con cámara escondida, enun caro y prestigioso restorán de Los Ángeles. Y se exhibióen televisión, en el show de Penn & Teller.

    66

  • La fuente

    En el siglo doce, cuando el agua era gratuita como elaire y no existían las marcas, el Papa y la mosca se encon-traron al pie de una fuente.

    El Papa Adriano IV, único pontífice inglés de toda la his-toria del Vaticano, había vivido una vida muy agitada porsus guerras incesantes contra Guillermo el Malo y FedericoBarbarroja. De la vida de la mosca, no se conocen aconte-cimientos dignos de mención.

    Por milagro divino o fatalidad del destino, sus caminosse cruzaron en la fuente de agua de la plaza del pueblo deAgnani, un mediodía del verano del año 1159.

    Cuando el Santo Padre, sediento, abrió la boca para re-cibir el chorro, el díptero insecto se le metió en la garganta.La mosca se introdujo por error en ese lugar que no erapara nada interesante, pero sus alas no pudieron salir y losdedos del Papa no pudieron sacarla.

    En la batalla, perecieron los dos. El Papa, atragantado,murió de mosca. La mosca, prisionera, murió de Papa.

    67

  • El lago

    Holden Caulfield estaba escuchando los reproches desu profesor del curso de Historia. Para escapar de tan atrozletanía, pensaba en los patos del Central Park de NuevaYork. ¿Adónde se iban los patos en invierno, cuando ellago se cubría de hielo? El asunto le interesaba muchomás que los egipcios y sus momias.

    Lo había contado Salinger, en una famosa novela. Unos cuantos años después, Adolfo Gilly, paseando sin

    rumbo, llegó al lago del Central Park. No había hielo. Eraun mediodía de otoño, y un profesor estaba leyendo esaspáginas de Salinger, en voz alta, a sus alumnos.

    Los muchachos escuchaban, sentados en rueda. Entonces, una escuadra de patos se acercó nadando a

    toda velocidad. Los patos se quedaron allí, pegados a laorilla, mientras el profesor leía las palabras que hablabande ellos.

    Después, el profesor se fue, seguido por sus alumnos. Yse fueron, también, los patos.

    68

  • El río

    Hace tres siglos, el río huyó de los franceses. Después,tampoco los ingleses pudieron atraparlo. Él nunca estabadonde los mapas decían que estaba. Algún colono dibuja-ba su curso algún día, y en la noche de ese día el río se es-capaba y se echaba a correr por otros rumbos.

    En 1830, fue cazado. La ciudad de Chicago creció clava-da a sus orillas, para que nunca más huyera. Y al fin del si-glo diecinueve, la ciudad completó la civilización del salva-je obligándolo a fluir al revés y encerrándolo entre altosmuros de cemento.

    Una mañana de la primavera de 1992, cuando ya el ríollevaba mucho tiempo de buena conducta, la ciudad ama-neció con los pies mojados. Fue una fea manera de des-pertar. Traspiraba el metro, traspiraban los sótanos. El ríodomado se había desatado y no había manera de pararlo:brotaba por los poros de las paredes, en gotas primero ydespués a chorros, hasta que embistió la ciudad y le inun-dó las calles.

    Al cabo de unos días de combate, el rebelde fue venci-do.

    Desde entonces, la ciudad duerme con un solo ojo.

    69

  • Voces

    Pedro Saad caminó sobre las aguas del río Volga, que elinvierno había congelado. Fue en el centro de Rusia, unatarde de mucho frío. Él estaba solo, pero acompañado:mientras andaba iba sintiendo, a través de las gruesas sue-las de las botas, la vibración del río que estaba vivo bajo elhielo.

    70

  • La inundación

    Las calles eran obras de florería; las iglesias, delicias deconfitería; los palacios, regalos de juguetería.

    Pero la bella Antigua, la capital de Guatemala, vivía conel corazón en la boca, entre los vómitos y los sacudonesde la tierra enojada. Los volcanes la condenaban a zozo-bra perpetua. Lo que no gastaba en lágrimas, se le iba ensuspiros.

    En 1773, la tierra corcoveó como nunca. Y lo peor fueque el río se salió de cauce y ahogó a las gentes y a las ca-sas. Y los que sobrevivieron a la inundación no tuvieronmás remedio que huir a la disparada para fundar, lejos,otra ciudad.

    El río que se desbordó se llamaba, se llama, Pensativo.

    71

  • Caracoles

    Pedimos ayuda a los dioses, a los diablos y a las estre-llas del cielo. A los caracoles, nadie pide.

    Pero gracias a los caracoles no mueren ahogados losindios shipibos, cada vez que el río Ucayali se pone de malhumor y sus aguas alborotadas invaden la tierra y atrope-llan cuanta cosa encuentran.

    Los caracoles avisan. Antes de cada calamidad, dejansus huevos pegados a los troncos de los árboles, bastantearriba de la altura adonde llegará la creciente. Y jamás seequivocan en el cálculo.

    72

  • El diluvio

    Harto de tanta desobediencia y pecado, Dios había de-cidido borrar de la faz de la tierra toda la carne creada porsu mano. Iban a ser exterminadas las gentes y las bestias ylas sierpes y hasta las aves del cielo.

    Cuando el sabio Johannes Stoeffler dio a conocer la fe-cha exacta del segundo diluvio universal, que iba a sepul-tar a todos bajo las aguas el día 4 de febrero de 1524, elconde von Igleheim se encogió de hombros. Pero enton-ces ocurrió que Dios en persona se le apareció en sueños,barba de relámpagos, voz de trueno, y le anunció:

    —Morirás ahogado.El conde von Igleheim, que era capaz de repetir la Biblia

    entera de memoria, saltó del lecho y mandó llamar de ur-gencia a los mejores carpinteros de la región. Y en un san-tiamén apareció en las aguas del río Rin una inmensa arcaflotante, alta de tres pisos, hecha de maderas resinosas ycalafateada por dentro y por fuera. Y el conde se metió enella, con su familia y toda su servidumbre y víveres enabundancia, y llevó al arca una pareja de macho y hembrade cada especie de todos los bichos que poblaban la tierray el aire. Y esperó.

    Cayó lluvia en el día señalado. No mucha, fue más bienlloviznita; pero las primeras gotas bastaron para desatar elpánico y una multitud enloquecida invadió los muelles y seapoderó del arca.

    El conde opuso resistencia y fue arrojado a las aguasdel río, donde ahogado murió.

    73

  • Redes

    En las arenas de la barra de Guaratiba, suenan las car-cajadas de las gaviotas. Las barcas están descargando pe-ces y sucedidos.

    Uno de los pescadores, Claudionor da Silva, se estrujala cabeza, y arrepentido gime. Había atrapado un pargo debuen tamaño, pero el pez señaló hacia atrás con una aleta,y dijo: “Ahí viene otro, mucho más grande que yo”. Y él lecreyó, y lo dejó escapar.

    Jorge Antunes muestra su ropa nueva: llevaba variosdías perdido en la mar, y un oleaje violento lo dejó desnu-do y se llevó su bidón de agua dulce. Ya se había resigna-do a morir de sol y de sed, cuando la red le trajo un tiburónque tenía, en la barriga, una lata de Coca-Cola bien fría yun sombrero, un pantalón y una camisa sin estrenar.

    Reinaldo Alves ríe con todos sus dientes postizos. No espor despreciar, dice, pero buena fortuna, lo que se dicebuena fortuna, tuvo él. En plena navegación, perdió sudentadura. Estornudó y la dentadura voló al agua. Se zam-bulló, la buscó, no la encontró. Y un par de días después,tuvo la suerte de pescar el lenguado que la estaba usando.

    74

  • Camarones

    A la hora de los adioses del día, los pescadores prepa-ran sus atarrayas en las costas del golfo de California.

    Cuando el sol, el viejo mago, echa su fogonazo final, yalas canoas se deslizan entre los islotes de la costa. Allí, es-peran la luna.

    Durante el día, los camarones han estado escondidos enel fondo de las aguas, bien pegados al barro o a la arena.Apenas la luna se deja ver en el cielo, los camarones suben.La luz de la luna los llama, y allá van. Entonces los pesca-dores arrojan las redes, plegadas al hombro, y las redes seabren como alas en el aire y en la caída los atrapan.

    Así, viajando hacia la luna, los camarones encuentran superdición.

    Nadie diría, al verlos, que estos bichos barbones tienentanta tendencia a la poesía, con lo feítos que son; perocualquier boca humana, al saborearlos, da fe.

    75

  • La maldición

    Nació llamándose Langland. Era una nave de tres palosy casco de hierro, que llevaba a Europa salitre de Chile yguano de Perú.

    Cuando cumplió veinte años, pasó a llamarse María Ma-dre; y ahí empezó la mala suerte. Ella siguió cumpliendosus travesías de la mar, pero la desgracia la perseguía, yandaba de mal en peor.

    A principios de siglo, ya dolida de muchas averías, lanave quedó atrapada en el puerto de Paysandú, y allí estu-vo prisionera, durante cuarenta años, por no sé qué enma-rañado pleito por algún contrato no cumplido.

    En 1942, fue reflotada. Y nuevamente cambió de nom-bre. Llamándose Clara, volvió a la mar. Zarpó con un car-gamento de mil toneladas de sal.

    A poco andar, cuando Clara estaba saliendo del río de laPlata, una nube gigante, en forma de cigarro, se elevó des-de el horizonte. Mala señal: el viento pampero embistió lanave, la rompió en pedazos y arrojó a tierra sus despojos.Clara cayó muerta en la playa Las Delicias, a los pies deuna casa. Ésa era la casa de veraneo de Lorenzo Marcena-ro, el hombre que la había bautizado por tercera vez, alláen el dique de Paysandú.

    Desde entonces, ninguna nave se atreve a cambiar denombre en estas aguas del sur. La mar es libre; pero sushijas no.

    76

  • La mar

    Rafael Alberti ya llevaba casi un siglo en el mundo, peroestaba contemplando la bahía de Cádiz como si fuera laprimera vez.

    Desde una terraza, echado al sol, perseguía el vuelo sinapuro de las gaviotas y de los veleros, la brisa azul, el ir yvenir de la espuma en el agua y en el aire.

    Y se volvió hacia Marcos Ana, que callaba a su lado, yapretándole el brazo dijo, como si nunca lo hubiera sabido,como si recién se enterara:

    —Qué corta es la vida.

    77

  • El castigo

    Reina y señora fue la ciudad de Cartago, en las costasdel África. Sus guerreros llegaron a las puertas de Roma, larival, la enemiga, y a punto estuvieron de aplastarla bajolas patas de sus caballos y sus elefantes.

    Unos años después, Roma se vengó. Cartago fue obli-gada a entregar todas sus armas y sus naves de guerra, yaceptó la humillación del vasallaje y el pago de tributos.Todo aceptó Cartago, inclinando la cabeza. Pero cuandoRoma mandó que los cartagineses abandonaran la mar yse marcharan a vivir tierra adentro, lejos de la costa, por-que la mar era la causa de su arrogancia y de su peligrosalocura, ellos se negaron a irse: eso sí que no, eso sí quenunca. Y Roma maldijo a Cartago, y la condenó al extermi-nio. Y allá marcharon las legiones.

    Cercada por tierra y por agua, la ciudad resistió tresaños. Ya no quedaba agujero por raspar en los graneros, yhabían sido devorados hasta los monos sagrados de lostemplos: olvidada por sus dioses, habitada por espectros,Cartago cayó. Seis días y seis noches duró el incendio.Después, los legionarios romanos barrieron las cenizas hu-meantes y regaron la tierra con sal, para que nunca máscreciera allí nada ni nadie.

    La ciudad de Cartagena, en las costas de España, eshija de aquella Cartago. Y es nieta de Cartago la ciudad deCartagena de Indias, que mucho después nació en lascostas de América. Una noche, charlando bajito, Cartage-na de Indias me confió su secreto: me dijo que si algunavez la obligaran a irse lejos de la mar, también ella elegiríamorir, como murió la abuela.

    78

  • Otro castigo

    No sólo por pena de exilio pierden sus mares los pue-blos marineros.

    Un día sí, y otro también, la marea negra, pegajosa ymortal, ataca las aguas y sus orillas. A fines del año 2002,un buque petrolero, partido por la mitad, vomitó su venenosobre Galicia y más allá.

    Las costas, negras de petróleo, se llenaron de cruces.Los peces muertos y las aves muertas flotaban en la po-dredumbre de las aguas.

    ¿El estado? Ciego. ¿El gobierno? Sordo. Pero los pescadores, barcas ancladas, redes enrolladas,

    no estaban solos. Miles y miles de voluntarios enfrentaron, con ellos, la in-

    vasión enemiga. Armados de palas y tachos y lo que pu-dieron encontrar, fueron desnudando trabajosamente, díatras día, semana tras semana, las arenas y las rocas que elpetróleo había vestido de luto.

    Esas muchas manos, ¿estaban mudas? Ellas no pro-nunciaban discursos de teatro. Haciendo decían, en galle-go: Nunca máis.

    79

  • Lluviazón

    El cielo se partió, se abrió de un tajo, y volcó toda elagua que tenía. Llovió como si el cielo quisiera vaciarsepara siempre; y toda la lluvia cayó sobre la mar.

    A través de las aguas que se extendían, alborotadas, dehorizonte a horizonte, navegaba un buque de guerra. Tum-bado en cubierta, con las manos bajo la nuca, un joven sol-dado se dejaba empapar. Y se hacía preguntas.

    Aunque estaba cumpliendo el servicio militar, lo suyoera la ciencia. Él nunca había visto llover en alta mar, y es-taba buscando explicación para semejante disparate.Como buen científico, ese soldadito creía, o quería creer,que a veces la naturaleza se hace la loca, simula demen-cia, pero ella siempre sabe lo que hace.

    Isaac Asimov pasó horas y horas allí tendido, acribilladopor la fusilería del cielo, y no encontró ninguna respuesta.¿Por qué la naturaleza echa agua a la mar, que tiene aguade sobra, habiendo en el mundo tantas tierras muertas desed, que a las nubes imploran un favorcito?

    80

  • La sequía

    Lamin Sennah y sus hermanos habían dejado de jugar.Desde que la sequía empezó, estaban dedicados a escar-bar, en vano, la tierra bombardeada por el sol.

    La madre desnudó sus orejas y su cuello, vendió susaros y sus collares, y después fue vendiendo sus ropas ylas cosas de la casa.

    En el centro de la casa sin nada, ella encendía el fuego,cada día, para lo poquito que nadaba en la olla.

    Comieron los últimos granos.La madre seguía encendiendo el fuego, para que los ve-

    cinos vieran el humo.Largo estado de sitio: cercados por la sequía, Lamin y sus

    hermanos pasaban las noches con los ojos abiertos y pa-saban los días bostezando sin parar y temblando como sihiciera frío. Sentados alrededor del fuego, los brazos escuá-lidos sobre las rodillas, ya ni siquiera suplicaban lluvia alcielo.

    Entonces la madre se fue y regresó sin la cucharita deplata que ella guardaba, escondida, bajo el piso.

    La cucharita, su secreto tesoro, su única herencia, habíasido de los abuelos de sus abuelos, mucho antes de queGambia, su país, fuera un país.

    Esa última venta les dio algún bocado que comer. —Pero ella se apagó —cuenta Lamin. La madre ya no pudo levantarse más. Ya no hubo fuego

    en el centro de la casa.

    81

  • El desierto

    Cuando el mundo estaba empezando a ser mundo, Tu-nupa, la montaña, perdió a su hijo, y ella vengó la muerteregando sobre la tierra la leche agria de sus pechos. La es-tepa andina, inundada, se convirtió en un infinito desiertode sal.

    El salar de Uyuni, nacido de aquel rencor, traga a los ca-minantes; pero Román Morales se lanzó a atravesarlo, des-de las orillas donde las llamas y las vicuñas detienen supaso.

    A poco andar perdió de vista las últimas señales delmundo.

    Pasaron las horas, los días, las noches, mientras crujíanlos cristales de sal bajo sus botas.

    Quería volver, pero no sabía cómo, y quería seguir, perono sabía adónde. Por mucho que se restregara los ojos, noconseguía encontrar ningún horizonte. Ciego de luz blan-ca, caminaba sin ver más que la blanca nada del fulgor dela sal.

    Cada paso dolía. Román había perdido la cuenta del tiempo.Varias veces se desplomó. Y varias veces fue desperta-

    do a patadas por el hielo de la noche o por el fuego deldía, y se alzó y siguió caminando, con piernas que no eransus piernas.

    Cuando lo encontraron, tumbado cerca de la aldea deAltucha, hacía rato que la sal había devorado sus botas amordiscones y no quedaba ni una gota de agua en lascantimploras.

    Resucitó de a poco. Y cuando se convenció de que noestaba en el cielo, ni en el infierno, Román se preguntó:¿Quién habrá cruzado ese desierto?

    82

  • El campesino

    Angelo Giuseppe Roncalli, nacido y crecido en huertapobre, no lloraba de emoción cuando evocaba su infanciacampesina:

    —Los hombres —decía— tienen tres maneras de arrui-narse la vida: las mujeres, los juegos de azar y la agricultu-ra. Mi padre eligió la más aburrida.

    Pero él subía, cada día, a la Torre del Viento, la torremás alta del Vaticano, y allí se sentaba a mirar. Catalejo enmano, echaba una rápida ojeada sobre las calles y des-pués buscaba las siete colinas de las afueras de Roma,donde la tierra es tierra todavía. Y en la contemplación dellejano verderío pasaba las horas, hasta que el deber loobligaba a interrumpir la comunión.

    Entonces, Angelo se ponía el manto blanco, con su lapi-cera y su cruz al pecho, las únicas propiedades que teníaen este mundo, y regresaba al trono donde volvía a ser elpapa Juan XXIII.

    83

  • Parientes

    En 1992, mientras se celebraban los cinco siglos dealgo así como la salvación de las Américas, un sacerdotecatólico llegó a una comunidad metida en las hondonadasdel sureste mexicano.

    Antes de la misa, fue la confesión. En lengua tojolobal,los indios contaron sus pecados. Carlos Lenkersdorf hizolo que pudo traduciendo las confesiones, una tras otra,aunque él bien sabía que es imposible traducir esos miste-rios:

    —Dice que ha abandonado al maíz —tradujo Carlos—.Dice que muy triste está la milpa. Muchos días sin ir.

    —Dice que ha maltratado al fuego. Ha aporreado la lum-bre, porque no ardía bien.

    —Dice que ha profanado el sendero, que lo anduvo ma-cheteando sin razón.

    —Dice que ha lastimado al buey.—Dice que ha volteado un árbol y no le ha dicho por

    qué.El sacerdote no supo qué hacer con esos pecados, que

    no figuran en el catálogo de Moisés.

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  • Familia

    Jerónimo, el abuelo de José Saramago, no tenía letras,pero era sabido; y callaba lo que sabía.

    Cuando se enfermó, supo que había llegado su hora. Ycalladamente caminó por el huerto, deteniéndose de árbolen árbol, y uno por uno los abrazó. Abrazó a la higuera, allaurel, al granado y a los tres o cuatro olivos.

    En el camino, un automóvil esperaba. El automóvil se lo llevó hacia Lisboa, hacia la muerte.

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  • La ofrenda

    Enrique Castañares cumplió años, y hubo fiesta.Manuela Godoy no recibió convite; pero la llamaron las

    guitarras.Ella no era de arrimarse. No se daba con nadie. Sin na-

    die, para nadie, había vivido y bebido sus años, nadie sa-bía cuántos, siempre encerrada en su ranchito de las afue-ras del pueblo de Robles. Se sabía que era tan pobre queni pulgas tenía, y tan sola era que dormía abrazada a unabotella.

    Pero aquella noche, la noche de la fiesta, Manuela an-duvo dando vueltas alrededor de la casa de los Castaña-res, curioseando por las ventanas, hasta que le ofrecieronentrar y se sumó al bailongo.

    Bailó sin parar, hasta cansarlos a todos, y se tomó todoel vino.

    Fue la última en irse. Le envolvieron unas tiras de asadoy unas cuantas empanadas; y con esa carga en la espaldase marchó, al fin de la noche. Haciendo eses se metió enel maizal, y desapareció.

    A la mañana siguiente, cuando Enrique, el cumpleañero,se asomó a la puerta, ella estaba allí. Esperando.

    —¿Qué se le ha perdido, doña Manuela?Ella negó con la cabeza. En sus manos, como en un cá-

    liz, resplandecía un zapallito. Era el primer zapallito de sucosecha particular.

    —Es todo suyo —dijo.

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  • Las uvas

    No eran estallidos de celebración, eran ruidos de guerra.La metralla y las bombas aturdían el cielo de Zagreb,

    atravesado por las balas trazadoras.Moría el año viejo y Yugoslavia moría, mientras Fran Se-

    villa terminaba de trasmitir a Madrid, a Radio Nacional, suúltima crónica del año.

    Fran colgó el teléfono y miró el reloj, a la luz de un en-cendedor. Tragó saliva. Él estaba solo, en un hotel vacío,sin más compañía que los alaridos de las sirenas y lostruenos del bombardeo, y faltaban pocos minutos para quenaciera el año nuevo. Los fogonazos de la guerra, que semetían por la ventana, eran la única luz de la habitación.

    Recostado en la cama, Fran arrancó doce uvas de unracimo. Y a la medianoche en punto, las comió.

    Mientras comía las uvas, una tras otra, iba dando docegolpecitos, con un tenedor, en una botella de buen vinoRioja que se había traído de España.

    Eso de los golpecitos en la botella lo había aprendidode su padre, cuando Fran era niño y vivía en las orillas deMadrid, en un barrio que no tenía campanas.

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