Download - La Luz Vivida, Juan Manuel Alfaro
La luz vivida -Juan Manuel Alfaro-
(1981)
www.literaturaentrerriana.blogspot.com
Juan Manuel Alfaro (1981), La luz vivida. 1ª edición. Ediciones de Tribuna.
Argentina:1981.
Del autor
CAUCE, poemas con ilustraciones de Jorge Petersen,
Ediciones “Comarca”, Paraná, 1979
Recompensas obtenidas
1º Premio “Juegos florales” poesía joven de Entre Ríos, 1976
1º Premio Salón anual del poema ilustrado de Entre Ríos, 1977
1º Premio Salón anual del poema ilustrado de Entre Ríos, 1978
1º Premio Ediciones Tupambaé, Santa Fe, 1978
1º Premio “Rosalina Fernández de Peirotén”, otorgado por la Asociación Santafesina
de Escritores, 1979
2º Premio “Juegos florales” de Entre Ríos, 1979
“Joven destacado en Letras”, distinción otorgada por la dirección de Cultura del
Gobierno de Entre Ríos, 1979
2º Premio Salón anual del poema ilustrado de Entre Ríos, 1980
1 º Premio “Rosalina Fernández de Peirotén”, otorgado por la Asociación Santafesina
de Escritores, 1981
La luz vivida
Autobiografía
Mi nacer fue temprano y sonoro.
-Mayo era un canasto en los campos amables-.
Crecí entre lo apagado buscándome la espuma.
-Transcurría la rosa, aún, entre mis padres-.
Lo demás es paloma que voló por la vida.
Alguna redondez devorada en las uvas,
el cielo casi en ave,
el desencanto de los albardones,
un corderito cercado por mi infancia,
una muerte al revés y por el aire,
y una casa que el viento y la certeza
han desnudado por los ventanales…
Mi vida tiene ésto de manzana.
Mi fe, esa luz que dan las ramas al quebrarse.
Sucedo en esta ropa que me pongo.
Uso lo imprescindible de las calles
y trabajo mi pecho entre la gente.
Nazco el futuro sin romper mi padre
y parto lo que soy, en cualquier mesa.
Lo que viene en pan de mí
no es pan de altares…
Estas son todas las veces de mis años.
He vivido mi nombre,
me llevo en lo cantado.
Lo que me tape la muerte
vaya en aire
cuando mi corazón rompa su tronco
y caiga
en la paciente tierra
de esta provincia amable.
En pleno niño
A Carlos Alberto Colotta
En pleno niño
pude sentir cómo crecía y alumbraba la suavidad
en esos días de arboledas
y sosegados estanques.
Abusadas siestas punzan aún
en el mojado olor de los caballos
y los campos hunden la claridad sobre las madres.
Hubo un llanto allá, contra el relámpago.
Hubo el destello rudo de un relincho
y una higuera a espaldas de la casa.
Por entonces no había crecido lo suficiente el infinito:
todo era un junco que cumplía su desvelo.
A veces la tarde oraba entre los cardos
su dura devoción de biznagales
y un resignado reposo de hondonadas
quemaba las sencillas maderas del poniente.
El camino era un seco bullir de la abertura…
En las noches emparedaban los padres
sus cansancios
y las sangres graduaban sus cenizas
entre los ceños devueltos a las sombras…
Después, ya era la casa.
Algún grillo invalidaba la vigilia
y crecían los hijos
hasta que un día estallaban
y afloraban sobre la tierra.
Memoria de la espuma
El florecido fuentón
gorjeaba toda la mañana.
Se erizaba el jabón como un follaje de garzas,
y la ropa, niño dormido, descampado,
rememorando inseparables pinares
se volvía lisa,
lisa de piadosa agua
y convergía, olorosa,
en el sencillo silencio de sus ojos
ya casi de penumbra
o de ramita aguada…
Ah pequeño membrillo,
arbolito menudo sombreándonos la casa.
Me queda, por si vuelvo, un ciruelo almidonado,
un delantal con hojas,
una rosa en la cara…
Ahora sé que es vaga la tierra todavía,
que una sombra de hierba puede al fin encallarnos,
porque su sueño aún devana los malvones,
su hebra minuciosa
remienda el patio con charcos de alhelíes
y el árbol se florece,
se nos ríe de pájaro…
Ay, Gorjeo.
Se desdicen las calles
de aquellas llamaradas.
Énfasis de cigarras, los niños
saltábamos hasta el cielo.
Las glicinas goteaban un vientecito pobre
y ella, paciente de deshojamiento,
nos llamaba a su provincia rosada
y a veces nos sentaba para darnos un pétalo…
Los caminos vinieron
por donde aireábamos el sol,
aletearon sobre las manzanillas
recién enjuagadas de ese cielo todavía constante,
y allí, junto a esas soledades,
junto a ese esmero de cal de nuestra casa blanca,
junto al verano de las sillas de paja, esperaron,
esperaron con su indefensa armonía
los pétalos del pan casero
y el mate cocido silencioso.
-La tierra exprimida
andaba al aliento de las puertas
y los pasos golpeaban contra el horizonte
donde nuestros sombreros se tapaban de pájaros-.
Todo el atardecer ahora.
El patio a la deriva en la gramilla,
y el fuentón florecido
cruzando la noche por la espuma,
la espuma que aumenta
la ropa de los ausentes…
Los hermanos
Los hermanos, madre,
son todos mis nacimientos.
Largamente en las noches
fue desgranándose tu carne.
En los sembrados pálidos
caía el viento profundo.
Los árboles viajaban memorias y gorriones.
Un tajamar guardaba las yemas de las lluvias
y había un crisantemo que iba y venía al alma.
El candor se fue haciendo pulposo
en los duraznos
y el molino era alto, yo sé que para siempre.
A veces la azada del padre
caía
y un miedo tierno
se llenaba en la tierra.
Iban sombreros lentos al ras de los crepúsculos.
La familia volvía al arroz. Ya era el humo.
La ropa fue obediente
y la latimos todos:
yo sé que algunas veces mi infancia
reiniciaba
la camisita azul
que aromó a mis hermanos.
Aún estoy viviendo de lo que fue tibieza.
Hay hogueras aisladas
terminando las tardes.
Meneaban las lloviznas el humoso desgano.
Hubo noches que el sueño nos mintió
para siempre.
En todo eso, madre,
la voz fue a su milagro.
Ahora estamos sueltos, no somos de tus ojos.
Hay palabras extensas.
Hubo un molino alto.
Poema con diez años
…y sobrevino la azucena.
Viviente de diez años,
vencedor,
desarmado,
cedido a su limpieza inicial
quise los días.
(toco ese liso humo).
Mi presencia agravaba
esa paciencia sola,
extendida y durable
-ahora sé- como las muertes.
Las tardes brillaban
y caían,
y era fácil el corazón entre las salvias…
Corría y me esperaba
en el aire.
Era riesgoso el énfasis
de andar saltando nubes
pero suave y lleno el alivio
de caer al duraznero:
rosado sobresalto
el de aletear junto a las flores vivas.
Ah destrozante cántico…
Cielos aún.
Cielos y tardes.
Del corazón, como de un árbol alto,
un niño cae
con los ojos abiertos.
Tardes con madre
Ojos apaciguados, sí, tardes
que taparon los días
justamente queridos,
sobre las bocas y las dalias
que, amanecidas en su ardor,
nos escoltaban
con sus padecimientos.
Malvones que apasionaron todo
sobre los cercos últimos;
y el movimiento profundo
y penetrante de la lluvia,
que nos daba otros ojos
más suspendidos
y más chapoteantes
por los campos
que terminaban el cielo…
Tardes con tus manos
que deshojaban
y corregían
el destino de las lanas;
que rodeaban
la garza espumosa de la harina
para que el pan creciera
con los suaves llamados
de mis bocas iguales.
Y el festejo del maíz
abultándose,
abriendo en el <<pororó>>
la primavera del azúcar…
La muerte era arboleda
y éramos sol.
Ojos apaciguados, sí,
y un olor a madera que traía a mi padre
exaltando el destino.
Y la casa de todos yéndose en los rincones.
Y el amor atareado en su blanca costumbre
y el camino pidiéndonos los hermanos mayores…
Ojos con tardes
y unos pájaros altos
picoteando la estrella.
Apagado el milagro, hay humo en la palabra,
el cielo toca el ala
y afianzando los círculos
persevera un molino.
Nacimiento y árbol
Mi corazón se abrió entre los duraznos.
me lavaron el llanto
con un agua orgullosa:
recién cortado renuevo de la lluvia.
Había cedido el pétalo en mi madre.
Mi corazón fue mío para siempre.
En una cuna calma,
casi hueco de árbol,
pusieron mi pequeña sensación de cordero.
Me dieron la azucena
del vellón elegido
y la leche infinita me inició en la blancura.
Andaban mis hermanos la mañana en sus voces.
La casa fue volviendo
de a poco a sus modales
y acaso para darme lo nombrado en la espera
me entregaron un nombre
que es suave todavía…
Lo claro y lo querido
fue haciéndose en las fresias…
Mi padre era un cansancio
que salvaban las tardes…
Al fin, se partió el soplo en mí
como una fruta.
Los años despertaron para siempre
y el árbol, el dividido árbol de los pasos,
se fue de astilla extendiendo mi retoño.
El regreso
En este polvo
alguna vez
yo fui una línea.
En esta puerta
fue puntual
todo lo suave.
Hay una mesa y un padre
en mi edad recién tendida.
La dicha
vive adentro aún
de la manzana.
Celebraciones y agonías
Lo mío
Mi verso es una copa
con demasiada espuma.
Me gusta no preverle su amapola.
Me dejo en él,
para que cuando la muerte
de uvas nómades
me agracie con su vino,
no sea canto lo que de mí se muera.
Los dos
Los dos hemos tenido otros llamados.
Hemos temblado otras exaltaciones felices
y trasluz del pudor
nos hemos deshojado de otra luz
y de otro barro…
(Cálidamente aspiro
tu tremolar de Fresia entre los trenes,
-la visera del guarda
saluda con su pétalo extendido-
tu padre: viviente del vagón
luciendo su llegada
y un arroyito azul plegado en tu vestido…
Aspiro tu niñez asomándose
a los dones de la luz
y a las hojas separadas de la lluvia,
y pienso en mi niño que fui, fluyente de fogatas,
deshojador de perdices,
juntándome en la línea de la brisa
reverente de charcos.
La siesta ceñida de las parvas,
el encarnado sol del girasol paciente,
el aflorante sombrero de mi padre…
Ah, ganantes del mundo.
Después, la edad en otra fiesta.
La mañana del cuerpo,
el fastidio y la ráfaga
de la rosa irrecuperable.
La primera ascensión a la tristeza.
Los desatentos años…)
Los dos hemos tenido otros llamados,
otras lentas destilaciones.
Hábiles y fugaces trasiegos
desleyeron nuestras señales.
Pero algo vencedor hubo en nosotros.
Resueltamente azul
le enamoramos un niño
a lo terrestre.
A los altos días perteneces
A Cecilia
A los altos días perteneces.
Al canto del aroma de la menta,
a las manzanas de rojas alegrías,
al pájaro aún en su señal celeste.
A los prudentes árboles que viajan en las noches
acarreando pájaros,
estableciendo sus desembocaduras,
y al corazón que cubre la tierra
cuando se espera el mundo de las lluvias
y quema el girasol su furia abierta
como un tigre de sol,
filo del pétalo…
A la madera y al pan,
a la palabra.
Al fuego y a las uvas.
A mi pureza que desgarré una vez como amapolas
y a mi ternura que llegó a su piedra.
Al niño que yo fui y desarmado rodó
a derramarse en humo
y al amor que canté
y que detuvo la tierra en mi boca como un pájaro.
A los secretos y a la luz de las fresias perteneces.
Al cielo que se cierra en la quietud de agosto
y a la espuma que abrirán mis manos
cuando yo toque el mar.
A esta provincia recogida en aguas,
a estos campos juntos como uvas
y a estas gentes que nos llevan al hogar
por blandos tréboles.
A las noches que vierten alegrías
como estrellas
y a las otras que cruzan en los muros
tristezas
y ladrillos.
A la paz y a la guerra.
A la buenaventura, a la desdicha.
A todo perteneces, hija mía.
Este es el mundo:
aquí yo fui mi vida y fui mi muerte.
Vive siempre donde tu corazón sea tu patria.
Paraná
A Hectór Nani
Tendría que empezar con un tren
atravesando los campos hechos como mañanas.
Un tren con una madre en el extremo
y un hijo, elegido de sus brazos,
cayendo interminablemente
para que el corazón mereciera sus iguales.
Después, la docilidad de una ropa de soldado
y sobre el hombro
nocturno,
el fusil, como una liebre muerta.
Los hilos inseguros de esas lluvias altísimas
y la plaza más suave,
suave
contraída
y más suave.
Con esto, alguna calle
o una rama con cielo,
los paseos desamparados,
en la barranca una nube con Juanele.
Un recato silbado en el Parque
entre enamorados de tibiezas primeras,
un sosiego impalpable de sitios distraídos
y tal vez algo de eso quedándose en un pájaro.
Después sobreseído el pecho
de las horas estrictas,
vuelto a mi ropa,
ya capaz de certezas,
la limpieza acechante de tus madrugadas
y algo que me sonreía de la luz o entre la luz…
Todo empezó en un tren.
De alguna forma me apagué en mi madre.
Ah, Paraná.
Pero aquí agregué una casa a la ternura
y mi corazón ha dado sus iguales.
Tarde de junio
No sé, hoy atardece tanto.
Es tan sumisa la blandura del humo,
tan lánguida la ciudad donde las casas se separan
con ceñidas familias
rodeando el diminuto énfasis del brasero.
Ay, hombres encarnados a la orilla
de este río moreno…
No sé, hoy atardece tanto.
Una lluvia se pierde hacia el oeste.
Toda la ciudad tiembla en la lluvia
y se vuelven simples
casi de un trazo los árboles.
Ay, los golpes grávidos del aire.
Esos trenes
Para Adriana
Esos trenes encerrados en la lluvia
bajo el fresco cielo.
Esos trenes, lagartijas
sobre la panza de la siesta.
Esos trenes que pasan
por los agujeros de la noche,
qué traen a mi corazón
sobre la tierra apagada?
Qué traen
que me dejan tristes los huesos
y un perro ladrando en mi ceniza?
Esos trenes que abren
el matorral de las bandadas,
que espantan la suavidad tostada de las liebres
y el orgulloso color de los caballos,
qué traen a mi corazón,
justo hoy que pensaba salir
reluciendo en la mano de mis hijos?
Los blancos días
Ciudad, ya es marzo.
Los blancos días estallan
y las mañanas, vivas como banderas,
mojan mis partiduras solitarias.
Hasta el tope de niño
voy colmando en lo hermoso.
Propio, desmenuzado.
Hueso, palabra, lágrima…
En quiénes vivirá nuestra muerte,
nuestras celebraciones esenciales,
el pez de la sílaba,
el fuego que cumplimos
y dejamos,
el azar y la cita y lo disperso,
lo despierto, lo dormido y lo soñado?
Cumplirá la ceniza
lo que ya dio la estrella?
Alguien se detendrá a elegirnos una rosa
entre la lluvia?
Ciudad, los blancos días estallan.
Hemos sido hueso
palabra
lágrima?
La pasante
Qué de mí la advirtió
en la ciudad creada como un pájaro?
De dónde eran los ojos heridos en ella
como en aguas
y esa boca pronta a extenderse
entre ciruelas?
Quién cantaba o moría
en el pétalo pulido de su lengua:
ahogaba flor morena
uva enterrada…
Adónde el corazón que se desmiga?
Adónde el pie ya de empapada luna?
Adónde ibas perdida o buscadora
destrozando en lilas la mañana?
Apenas asentada a mis ojos,
lento pájaro,
con qué ala me vuelas,
me sucedes,
me caes,
me levantas como un cesto muerto
y me llenas la hermosura con duraznos?
De qué besos partidos en la tierra,
cicatrizada rosa
o ancla,
de qué risas saltantes como aguas
y puertas
y derrumbes,
de qué labios espesos de vino y de membrillos
ha saltado tu boca
a cerrarse en la tarde,
a cortar el ocaso?
Mujer, nada nos une
y nada nos separa
mientras la ciudad se pone alta
como un pájaro.
Palabras a Magalí
La verdad, es que hace tiempo
que quiero reclamar tu médula
para ungir mi sombra y mi ceniza.
Congregar tus copos de cansancio,
tu heroísmo de rosa en la mejilla
en esta trastienda de la casa,
en esta cuenca donde consumo
la fugacidad sagrada
de los versos que danzan sobre las roturas de la noche.
Lo pensé en marzo. En desplomados lunes
mis grumos errantes subieron tu nítida corteza
y tiramos las espigas que manaron de los poros…
Después fue en junio. Te esgrimí en las bandadas salvajes.
Te posaste en la música iluminada de mis venas.
Te busqué a dentelladas en mi corazón,
te abrí espejos con mis uñas,
y la lluvia nos destroncó lánguidamente…
Y ahora es septiembre. Este estado manual de la ternura
que nos dispone, entre restos de manzanas,
para atarearnos un júbilo rosado,
una pequeña embestida
horadándonos la espalda…
Le ganamos la memoria a los asombros,
nos escalamos a puñados tibios
y hemos encantado trigo sobre el mar.
Pero en esta trastienda,
cuando desamarro mi regreso,
tú no estás para deshojarme de la grupa
y un potro blanco me conquista
y atraviesa la dócil carne de la lluvia…
Escribo esto
y tú ovillas la lana que consume la tibieza.
Crearás calor sobre los hijos.
Maravilloso sería ser justo:
ayudarte en ese ovillo, por ejemplo.
Amor, celebro tu cadencia
Amor, celebro tu cadencia:
ola
o liebre
incitando los cultivos.
Tus senos frescos como islas,
tus pies, leves aves
invadiendo los vidrios del invierno.
Tus ojos, tierra negra y pura.
Tu boca, poderío de ciruelas
y tus uñas glaciales
y tu corazón de rosa y uvas
y el perfecto mediodía
que circunda tu cintura
y el breve océano
y el oro de tu fuego minucioso
y tu vergüenza, fresca como lluvia,
si te diera este poema…
Amor, palabra de mi cuerpo
y de mi alma,
levántame y padéceme
y arrasa las espumas
hasta reconocer en la noche la manzana
que condena o absuelve
la copa que llenamos con la luz vivida.
Tendría que escribirte…
A mi madre
Tendría que escribirte con arroz,
con uvas,
con la fiesta cristalina
de las fresias.
Con una tarde redonda
de corderos.
Con el malvón de palpitante pétalo.
Con el lino que guiaba los azules
por los campos
y con las lluvias dispersas en las noches
de glicinas lagrimeantes.
Tendría que volver a aquel otoño
que silabeaba las ramas
y los días
redondeando el consuelo de los charcos…
Debería palpar esos veranos
extensos de gorriones,
de incorregibles cigarras,
de rojo y amarillo borbotón de mariposas,
para poder escribirte con el sueño
que me dividió para siempre,
con la puerta, la mesa, la otra voz de la casa…
Tendría que escribirte con el aire
que empezó los amigos,
los amigos que murieron en el sueño de la tierra
y se quedaron con el fulgor
y el espacio
y la ceniza.
Tendría que escribirte con mis hijos
festejantes de azul,
deseosos de luciérnagas,
pero tómame en aroma de palabra,
recórreme la frente con tu luz vivida,
destíname a tu nombre
y que tus brazos me cuiden de la lluvia.
Una rosa para Omar
He pensado seriamente en esta rosa.
No sé por qué todas las rosas amarillas
arden sobre Rilke?
El borde indefenso de mi madre las juntaba
y nunca he podido separar ese brillo
que caía de ella hacia las rosas
o de ellas hacia mi madre.
Irrumpía en rosas,
era su festejo de esposa por la casa.
El perfil de mi padre
defiende el puñado del florero…
He pensado seriamente en esta rosa
mientras camino al sol
hacia tu sueño
apretado por la tierra.
Antonia
No quiero para ti una ceremonia,
las ceremonias te acompañan.
Ni un adjetivo con su astilla de azúcar.
Cuando la voz es justa, nombra.
Basta decir <<Antonia>>
y ya está plantada la palabra.
Tiempo de brevedad A Carlos Alberto Débole
Alimento
Las estrellas
crecen sobre los caballos.
La vida pesa montoncitos de semillas,
mientras brotamos en los bordes de la mesa
y la madre hierve arroz.
Nos cuidará la noche su puñado de espuma.
La niña
Abre, frutas o piedras de alegría, los ojos,
pajarito voraz
picoteando la risa de la casa.
En su trajín menudo nos vigila,
nos tiende redes,
caemos,
y esgrimiendo los copos de su triunfo
sonríe
y nos saca a correr entre luciérnagas.
La mañana
La mañana espumosa
sube como una garza
y la pasión del patio
nos apresura,
mientras cae la hoja en el aljibe
y ríe de temblores la roldana.
Tarde
El campo se ha alisado en lino.
Mi padre, alto como un sombrero,
está parado en la mitad del sol…
Desde lejos
el horizonte le toca el pecho
con un pájaro.
La espera
Los caballos dispersan la noche.
Estrellas
y cascos
arden
en los nudos del camino.
En el humo llora un niño
y ella remueve la canción
como un párpado.
El niño y la muerte
Padre,
esos caballos
que trotan a puñados
pisarán también mis caracoles?
El día de la paz
Los hombres cortan las espigas
con un filo fragante
y sobre la ceniza
se asienta una paloma.
Mujer que salvas
Mujer que salvas
este desramamiento
con que paso la tierra
-osados mis pies sobre un cordel,
mis brazos extendidos como maderas dormidas-
y las cosas que arrastra mi corazón.
Oh mujer que salvas
esas luciérnagas que yo traje hace mucho,
concédeme una semilla que señale tus manos
y ábreme a las bandadas cuando se la hora.
Epílogo
Toda esta carne de destierro.
Este espejo que vacían los ausentes.
Toda esta voz que tiene el libre olor de las maderas
y este hueso que fulge en las estrellas
está hecho de ti: leña callada.
Está hecho de ti:
roldana y lumbre y piedra de mi casa.
Orden de los poemas
La luz vivida
Autobiografía
En pleno niño
Memoria de la espuma
Los hermanos
Poema con diez años
Tardes con madre
Nacimiento y árbol
El regreso
Celebraciones y agonías
Lo mío
Los dos
A los altos días perteneces
Paraná
Tarde de junio
Esos trenes
los blancos días
la pasante
palabras a Magalí
Amor, celebro tu cadencia
Tendría que escribirte
Una rosa para Omar
Antonia
Tiempo de brevedad
Alimento
La niña
La mañana
Tarde
La espera
El niño y la muerte
El día de la paz
Mujer que salvas
Epílogo