el atracador de mujeres

562

Upload: martin-velardee

Post on 28-Jan-2016

7 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

El atracador de mujeres es un libro de Ed McBain

TRANSCRIPT

Page 1: El Atracador de Mujeres
Page 2: El Atracador de Mujeres

En esta nueva entrega de la famosaserie de Ed McBain, los agentes delDistrito 87 se enfrentan con unpeculiar delincuente. Suespecialidad es asaltar mujeres y,tras robarles el bolso y golpearlas,despedirse con un amistoso:«Clifford se lo agradece, señora».Pese al notable despliegue derecursos policiales, el cínicoatracador gana la partida una y otravez, escabulléndose sin dejarrastro. El caso se agrava cuandouna de las presuntas víctimas deClifford aparece muerta. Lo quehasta ese momento, en una ciudad

Page 3: El Atracador de Mujeres

habituada a convivir con el crimen,no era más que motivo de unaligera alarma, empieza a causarpánico.Ed McBain, seudónimo de EvanHunter, es ya uno de los clásicos delgénero negro, conocidoespecialmente por las novelas delDistrito 87 y de Matthew Hope.

Page 4: El Atracador de Mujeres

Ed McBain

El atracador demujeresDistrito 87 - 2

ePub r1.0Titivillus 12.12.15

Page 5: El Atracador de Mujeres

Título original: The MuggerEd McBain, 1956Traducción: Alberto Coscarelli Guaschino

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

Page 6: El Atracador de Mujeres

Introducción

Hace ya muchos años, una revistallamada Manhunt publicó un relatoacerca de un antiguo detective privado,Matt Cordell, cuya licencia de armas lehabía sido retirada después de habergolpeado con la culata de su pistola alamante de su esposa. Cordell era unborracho que vivía en el Bowery y

Page 7: El Atracador de Mujeres

resolvía de mala gana casos a viejosamigos que, para pesar suyo, irrumpíande vez en cuando en su ebria existencia.Para mí siempre fue un policía frustrado.El director de Manhunt, que firmabacon el seudónimo «John McCloud» (sésu nombre real, pero no lo revelaréaunque amenacen con torturarme), seencaprichó con las historias de MattCordell y compró una media docena deellas. Uno de los relatos se titulaba«Ahora muere en ella», un rebuscadojuego de palabras derivado de la frase«Hiciste tu cama, ahora duerme en ella».McCloud —en el oficio se bromeabadiciendo «está más solo queMcCloud»— publicó la historia en

Page 8: El Atracador de Mujeres

1953. El autor era un tal Evan Hunter.A estas alturas, ustedes se estarán

preguntando qué tendrá que ver todoesto con El atracador de mujeres.Verán, cuando me senté para abrir elsegundo libro de la serie Distrito 87, yosabía que quería conseguir varias cosas.

1) En Odio había empleado la tramaclásica de cortina de humocomo introducción a la serie,con policías víctimas de unasesino —al parecer aficionadoa matar a miembros del cuerpo—, es lo que me pareció, enese momento, un modo depresentar en escena todo mielenco de policías en el doble

Page 9: El Atracador de Mujeres

papel de investigadores yvíctimas potenciales. Una vezestablecidos los personajes queaparecerían, más o menos, encada libro, quise poner enpráctica mi teoría de que lapatrulla por sí misma podíafuncionar como «héroe», conun policía diferente haciendode protagonista en cada libro.Carella, que había figuradocomo tal en la primera novela,estaría ausente esta vez, enrealidad de permiso en viaje denovios. Un patrullero que habíaaparecido brevemente en Odiose ocuparía de un caso queacabaría por resolver,ganándose así un ascenso y unsalto en la patrulla como

Page 10: El Atracador de Mujeres

ayudante de detective. Parallevar a cabo todo estonecesitaba una trama muyintensa. De hecho, si queríaelevar el rango del patrullero ymantener vivos a los detectivesque ya habían aparecido enOdio necesitaba dos tramasfuertes. (Por favor, sigan elhilo; enseguida iré al grano.)

2) La trama que abarcaría a losdetectives la derivaría deltítulo: El atracador demujeres. (A menudo empiezouna novela contando sólo conel título, desde el cualdespego). La trama para elpatrullero trataría de unasesinato —tenía que ser uncrimen grave para que ganara el

Page 11: El Atracador de Mujeres

ascenso— y me parecióperfectamente útil y pococorriente el argumento de unasesinato que yo ya habíaempleado en un relato anterior,titulado (ya lo habrán adivinadoustedes): «Ahora muere enella.»

En aquel momento yo ignoraba siexistía alguna ley sobre canibalismo,pero me pareció que muchos escritoresantes que yo habían incluido cuentosdentro de sus novelas o una comedia deun solo acto dentro de un dramacompleto y, en cualquier caso, yo estabafirmemente dispuesto a hacer de lanecesidad virtud. Por otro lado, mi

Page 12: El Atracador de Mujeres

patrullero (que era Bert Kling, porsupuesto) no se parecía en nada a MattCordell, quien —en la severa tradicióndel detective privado que estabaentonces de moda— lo mismoabofeteaba a una mujer que la besaba.Me pareció que un nuevo personaje ledaría otra dimensión a la trama que yahabía empleado una vez. Mirando lasmismas cosas con los ojos de Kling,todo parecería diferente.

A medida que avanzó el libro, lasdos tramas se fundieron (cosa que nosabía cuando lo empecé), o parecieronfundirse. Ahora no debo añadir nadamás o les estropearé la intriga. Déjenmedecir tan sólo que para mí la

Page 13: El Atracador de Mujeres

combinación funcionó como un todounificado. Espero que lo siga siendo. Yespero que Matt Cordell, tumbado enalguna cuneta con una botella de vinobarato, me perdone el pequeño robo.

«Aquel que roba mi bolsa…», pero,a fin de cuentas, no le he robado elnombre.

ED McBAIN

Page 14: El Atracador de Mujeres

Capítulo 1

Katherine Ellio se sentó en la dura sillade madera de la sala de detectives, en lacomisaría del Distrito 87. El sol deprimera hora de la tarde otoñal,empañado como una antigua monedaespañola, se filtraba a través de lasventanas enrejadas, sombreando su caracon un dibujo de malla cuadriculada.

Page 15: El Atracador de Mujeres

Pero su cara tampoco habría sidobonita en ninguna otra circunstancia. Lanariz era demasiado larga, y los ojos, deun color pardo diluido, aparecían bajounas cejas necesitadas de un depilado.Los labios eran finos y exangües, y elmentón acusadamente puntiagudo. En esemomento estaba aún menos agraciada,porque alguien le había amoratado elojo derecho y le había dejado unverdugón hinchado a lo largo de lamandíbula.

—Apareció tan repentinamente —explicó la mujer—. La verdad es que nosé si me venía siguiendo todo el rato o siapareció por una bocacalle. Es difícildecirlo.

Page 16: El Atracador de Mujeres

El detective de tercer grado RogerHavilland miró a la mujer desde sus dosmetros de altura. Havilland poseía elcuerpo de un luchador y la cara de unquerubín de Botticelli. Hablaba con vozalta y fuerte, no porque la señorita Elliofuera dura de oído, sino simplementeporque a Havilland le gustaba gritar.

—¿Oyó pasos? —preguntó.—No recuerdo.—Señorita Ellio, trate de recordar.—Ya lo hago.—Muy bien, ¿estaba la calle oscura?—Sí.Hal Willis miró primero a la mujer y

después a Havilland. Willis era undetective bajito, apenas rebasaba la

Page 17: El Atracador de Mujeres

estatura reglamentaria del metro sesentay cinco. Sin embargo, su altura yestructura ósea engañosas no delatabanla efectividad letal con que ejercía laprofesión que había elegido. Sus ojospardos, risueños y chispeantescontribuían a darle un falso aspecto deduendecillo feliz. Incluso cuando estabaenfadado, Willis sonreía. Pero demomento no estaba enfadado. Estaba,para ser sinceros, simplemente aburrido.Había oído esta historia, o variacionessobre la misma, muchas veces antes.Veinte veces para ser exactos.

—Señorita Ellio —preguntó—,¿cuándo la golpeó ese hombre?

—Después de quitarme el bolso.

Page 18: El Atracador de Mujeres

—¿Antes no?—No.—¿Cuántas veces la golpeó?—Dos.—¿Le dijo algo?—Sí, él… —La cara de la señorita

Ellio se contrajo de dolor al recordarlo—. Dijo que sólo me pegaba paraadvertirme, para que no gritara pidiendoauxilio cuando se fuera.

—¿Qué te parece, Rog? —preguntóWillis.

Havilland suspiró y luego medio seencogió de hombros, medio asintió conla cabeza. Willis permaneció en silencioun instante, reflexionando.

—¿Le dijo cómo se llamaba,

Page 19: El Atracador de Mujeres

señorita Ellio?—Sí —contestó la mujer. Las

lágrimas brotaron de sus ojosinexpresivos—. Sé que suena ridículo.Y no van a creerme. Pero es cierto. Yono me he hecho esto. Nunca… nunca mehan puesto un ojo morado.

Havilland suspiró. Willis sintió unarranque de compasión por aquellamujer y la consoló:

—Vamos, vamos, señorita Ellio.Creemos todo lo que nos dice. No esusted la primera persona que nos vienecon esta historia, ¿sabe? Tratamos derelacionar los hechos que haexperimentado con los que ya tenemos.—Hurgó en el bolsillo superior de la

Page 20: El Atracador de Mujeres

chaqueta y sacó un pañuelo que entregóa la señorita Ellio—. Tenga, séquese laslágrimas.

—Gracias. —La señorita Ellioahogó un sollozo.

Havilland, perplejo ydesconcertado, miró parpadeando a sucaballeroso colega. Willis sonrió delmodo más agradable, a la manera de unempleado de supermercado. La señoritaEllio, poniéndose a la altura de lascircunstancias inmediatamente, sorbiólas lágrimas, se secó los ojos y se sintiócomo si estuviera comprando medio kilode cebollas y no siendo interrogada porlas actividades de un atracador.

—Vamos a ver —continuó Willis

Page 21: El Atracador de Mujeres

amablemente— ¿cuándo le dijo él sunombre?

—Después de pegarme.—¿Qué fue lo que dijo?—Bueno… antes hizo algo.—¿Qué hizo?—Pues… es que suena ridículo.Willis le dirigió una sonrisa

radiante, tranquilizadora. La señoritaEllio levantó el rostro y se la devolviócon una mueca aniñada. Havilland sepreguntó si no se estarían enamorando.

—Nada de lo que hace un atracadorsuena ridículo —insistió Willis—.Cuéntenos.

—Me pegó —continuó la señoritaEllio— y me amenazó y luego… hizo

Page 22: El Atracador de Mujeres

una reverencia, doblando la cintura. —Alzó la mirada, como si esperara verasombro o sorpresa en las caras de losdetectives. Pero sólo encontró susmiradas implacables—. Hizo unareverencia, doblando la cintura —repitió, como decepcionada por la faltade sorpresa.

—¿Sí? —dijo Willis para que lamujer siguiera.

—Y luego dijo: «Clifford se loagradece, señora».

—Bien, eso encaja.—Humm —masculló Havilland, no

muy convencido.—«Clifford se lo agradece» —

repitió la mujer—. Y luego se fue.

Page 23: El Atracador de Mujeres

—¿Se fijó usted en su aspecto? —preguntó Havilland.

—Sí.—¿Cómo era?—Bueno… —La señorita Ellio se

paró a pensar—. Parecía una personanormal y corriente.

Willis y Havilland intercambiaronuna mirada cargada de paciencia.

—¿Podría ser algo más precisa? —preguntó Willis, sonriente—. ¿Erarubio? ¿Cabello oscuro? ¿Pelirrojo?

—Llevaba sombrero.—¿De qué color eran sus ojos?—Llevaba gafas de sol.—La intensa luz nocturna lo cegaba

—comentó Havilland con sarcasmo—.

Page 24: El Atracador de Mujeres

Eso, o tenía una rara enfermedad en lavista.

—Quizá —terció Willis—. ¿Ibaafeitado? ¿Barba? ¿Bigote?

—Sí —afirmó la señorita Ellio.—¿Cuál? —preguntó Havilland.—El hombre que me atacó.—Pregunto que cuál de las tres

cosas.—Ah. Afeitado.—¿Nariz larga o nariz corta?—Bueno… me parece que mediana.—¿Labios finos o abultados?—Medianos, me parece.—¿Era alto o bajo?—Altura media.—¿Gordo o flaco?

Page 25: El Atracador de Mujeres

—Normal.Willis dejó de sonreír. La señorita

Ellio lo miró a la cara y su propiasonrisa se desvaneció.

—Bueno —dijo en tono desafiante—. Yo no tengo la culpa de que notuviera una cicatriz en la mejilla o unlunar en la nariz o cualquier otra cosa.Escuchen, no es mi culpa que fuera unapersona corriente. Y tampoco es miculpa que me robara el bolso. Habíamucho dinero en ese bolso.

—Está bien —gritó Havilland—.Haremos lo que podamos para cogerlo.Tenemos su nombre y dirección, señoritaEllio, y si sabemos algo se lonotificaremos. ¿Cree que podría

Page 26: El Atracador de Mujeres

identificarlo si lo viera otra vez?—Desde luego que sí —aseguró la

señorita Ellio—. Me quitó muchodinero. Había mucho dinero en el bolso.

Willis se compadeció.—¿Cuánto llevaba exactamente?—Nueve dólares y setenta y dos

centavos —contestó la mujer.—Más una fortuna en piedras

preciosas —añadió Havillandintentando dar una muestra de ingenio.

—¿Qué? —exclamó la señoritaEllio.

—Ya la avisaremos. —Acto seguidoHavilland la cogió del codo y laacompañó hasta la barandilla queseparaba la sala del pasillo. Cuando

Page 27: El Atracador de Mujeres

volvió a la mesa, Willis estabagarrapateando en una hoja de papel.

—¿Qué piensas de la señorita Ellio?—preguntó a Havilland.

—Pienso que se ha inventado lahistoria.

—Pero qué dices.—Creo que ha estado leyendo en los

periódicos lo del asaltante llamadoClifford. Se trata de una solterona quevive en un apartamento de doshabitaciones y que cada noche miradebajo de la cama y lo único que ve esel orinal. Anoche tropezó con el orinal yse cayó, se hizo daño, y pensó en venir avernos para divertirse un poco —Havilland se detuvo para recuperar el

Page 28: El Atracador de Mujeres

aliento—. Creo, además, que haríais unabuena pareja. ¿Por qué no vas y le pidesque se case contigo?

—Los martes estás muy gracioso —comentó Willis—. ¿Así que no crees quela atracaran?

—Lo de las gafas de sol fue unverdadero toque de ingenio. Lo que se lellega a ocurrir a la gente cuando miente.

—Podía haber llevado gafas de sol—terció Willis.

—Claro. Y también unas bermudas.Lo que he dicho antes: teníaconjuntivitis. —Havilland resopló—.«Clifford se lo agradece, señora». Justolo que dicen los periódicos. No hay unsolo ciudadano que no haya oído hablar

Page 29: El Atracador de Mujeres

de Clifford el atracador, de su puñetazoen la boca y de su reverencia doblandola cintura.

—A mí me pareció que decía laverdad.

—Entonces, escribe tú el informe —repuso Havilland—. Entre tú y yo, lo deCliff está empezando a joderme.

Willis miró fijamente a Havilland.—¿Qué pasa contigo? —preguntó

casi gritando Havilland.—¿Cuándo escribiste tu último

informe?—¿Quién quiere saberlo?—Yo —respondió Willis.—¿Desde cuándo eres jefe de

policía?

Page 30: El Atracador de Mujeres

—No me gusta tu manera deholgazanear —contestó Willis. Arrastrósu silla hasta el carrito de la máquina deescribir, abrió el cajón y sacó tresformularios.

—Todo el mundo lo hace, ¿o no? —inquirió Havilland—. ¿Qué estáhaciendo Carella? ¿Acaso no estáholgazaneando?

—Por Dios, está de viaje de novios.—¿Ah, sí? ¡Vaya excusa! Digo que

esa tía Ellio es tonta. Digo que no valela pena que se haga un informe. Y digoque si quieres escribirlo tú, adelante. Escosa tuya.

—¿Te sientes con fuerza suficientepara echarle otro vistazo al Archivo

Page 31: El Atracador de Mujeres

Asqueroso?—¿Y qué busco? —se burló

Havilland—. ¿Atracadores de nombreClifford, que lleven gafas de sol ybermudas?

—Puede que se nos haya pasadoalgo. Claro que el archivo está por lomenos a dos metros de distancia. Noquiero que te agotes con el esfuerzo.

—He repasado el archivo de arribaabajo —explicó Havilland—. Cada vezque ese tal Clifford le ha pegado a unatía. No hay nada de nada. Y lo que la tíaEllio nos ha contado no añade nada a lapelícula.

—Quién sabe —dijo Willis.—No —replicó Havilland

Page 32: El Atracador de Mujeres

meneando la cabeza—. ¿Y sabes por quéno? Porque ese atraco no sucedió en lacalle, como dijo ella.

—¿No? Entonces ¿dónde sucedió?—En su cabeza, muchacho —

contestó Havilland—. Todo sucedió enla cabeza de la señorita Ellio.

Page 33: El Atracador de Mujeres

Capítulo 2

Ahora ya no le dolía el hombro.Qué curioso. Uno se imagina que si

le disparan en el hombro le va a dolermucho tiempo. Pero no dolía. Nada denada.

De hecho, si Bert Kling hubieradispuesto las cosas a su manera, yahabría vuelto al trabajo, y su trabajo era

Page 34: El Atracador de Mujeres

de patrullero en la comisaría delDistrito 87. Pero el capitán Frick era eljefe de los policías uniformados y elcapitán Frick le había dicho: «Ahora tetomas otra semana, Bert. No me importasi en el hospital te han dado o no de alta.Tómate otra semana».

Así que Bert se estaba tomando otrasemana y no era nada divertido. «Otrasemana» había empezado el lunes, yaera martes, y parecía que hacía un bonitodía de otoño en la calle. A Klingsiempre le había gustado el otoño, peroahora se sentía terriblemente aburrido.

Al principio, los días en el hospitalno estuvieron mal. Vinieron a visitarlolos otros agentes, e incluso se dejaron

Page 35: El Atracador de Mujeres

caer algunos detectives. Eso de que lehubieran disparado de aquella manera lohabía convertido en una especie decelebridad del distrito. Pero, al cabo deun tiempo, dejó de ser una novedad, lasvisitas se hicieron menos frecuentes,volvió a echarse sobre el gruesocolchón del hospital y empezó aacostumbrarse al aburrimiento de laconvalecencia.

Tachar con una cruz los días delcalendario fue su deporte favorito.También miró golosamente a lasenfermeras, pero el goce de taldiversión se desvaneció cuando advirtióque, mientras no fuera más que unpaciente, sólo podía hacer de

Page 36: El Atracador de Mujeres

espectador. Así que siguió haciendocruces en el calendario, día tras día,esperando la vuelta al trabajo,añorándolo con una intensidad casiferoz.

Y luego Frick le había dicho:«Tómate otra semana, Bert».

Habría querido explicarle: «Mire,capitán, no necesito más descanso. Estoyfuerte como un toro. Créame, puedohacer hasta dos rondas».

Pero conociendo a Frick, sabiendoque era un viejo testarudo, Kling serelajó. Seguía relajado, pero se estabacansando de tanta relajación. Casi eramejor que le dispararan.

Resultaba una actitud curiosa la

Page 37: El Atracador de Mujeres

suya, querer volver al trabajo que habíasido la causa de que lo hirieran en elhombro derecho. Pero, en realidad, no lehabían disparado durante el trabajo.Estaba fuera de servicio, salía de un bary no le habrían disparado si no le llegana confundir con otro.

El tiro iba dirigido a un periodistallamado Savage, un reportero que habíaido a husmear por allí y que había hechodemasiadas preguntas intencionadas a unquinceañero, miembro de una pandilla,que luego llamó a sus compinches ycolegas para que se encargaran deSavage.

Sucedió que Kling tuvo la desgraciade salir del mismo bar en el que había

Page 38: El Atracador de Mujeres

estado Savage interrogando almuchacho. También era una desgraciaque Kling fuera rubio, porque Savage,con total falta de consideración por suparte, también era rubio. Los chavalesse abalanzaron sobre Kling, deseosos deimpartir justicia, y Kling se sacó lapistola reglamentaria del bolsillotrasero.

Así es como se hacen los héroes.Kling se encogió de hombros. Inclusocon aquel gesto, el hombro no le dolió.Entonces, ¿por qué estar aquí sentado,en una habitación estúpidamenteamueblada, si podía estar en la calle,haciendo su ronda?

Se levantó y anduvo hasta la ventana

Page 39: El Atracador de Mujeres

para mirar abajo, a la calle. Lasmuchachas se esforzaban para que elfuerte viento no les levantara las faldas.Kling las contempló.

Le gustaban las muchachas. Legustaban todas las muchachas. Cuandohacía su ronda, las miraba. Siempredisfrutaba al hacerlo. Tenía veinticuatroaños, era veterano de la guerra de Coreay recordaba a las mujeres que vio allí,pero nunca las relacionó con el placerque sentía cuando miraba a lasmuchachas norteamericanas.

Había visto mujeres agachadas en elbarro, con las mejillas hundidas y losojos brillando al reflejo de losbombardeos, desorbitados de terror por

Page 40: El Atracador de Mujeres

el rugido de los aviones. Había vistocuerpos esqueléticos cubiertos deharapos colgantes; mujeres queamamantaban a sus hijos con los senosal aire. Aquellos senos tendrían quehaber sido fruta madura, rebosante dealimento, pero en lugar de eso eranarrugados y secos, uvas marchitascolgando de una parra hambrienta.Había visto mujeres, jóvenes y viejas,rebuscando comida en la basura y aúnrecordaba sus rostros y sus ojoshundidos, implorando sin palabras.

Ahora contemplaba a las muchachas.Miraba sus robustas piernas, sus firmessenos, sus traseros redondeados, y sesintió a gusto. A lo mejor estaba loco,

Page 41: El Atracador de Mujeres

pero era regocijante ver aquellos dientesblancos, aquellas caras bronceadas yaquellos cabellos descoloridos por elsol. De alguna forma, todo aquello hacíaque él también se sintiera fuerte, y quizáestuviera loco, pero ni una sola vezrelacionó aquello con lo que había vistoen Corea.

El golpe en la puerta lo sobresaltó.Se giró desde la ventana.

—¿Quién es?—Yo —contestó la voz—. Peter.—¿Quién?—Peter. Peter Bell.«¿Quién es Peter Bell?», se

preguntó. Se encogió de hombros y fuehasta la cómoda. Abrió el cajón de

Page 42: El Atracador de Mujeres

arriba y sacó su 38 del lugar en quedescansaba junto a sus alfileres decorbata. Con el arma balanceándose a sulado, anduvo hasta la puerta y abrió unarendija. A un hombre sólo le puedesdisparar una vez antes de que se décuenta de que no has abierto la puertademasiado, incluso cuando el hombre defuera ha dado ya su nombre.

—¿Bert? —probó la voz—. SoyPeter Bell. Abre la puerta.

—Me parece que no le conozco —replicó Kling cautelosamente mientrasescudriñaba en la oscuridad delcorredor, casi esperando la rociada debalas que astillaría la puerta de madera.

—¿Que no me conoces? Eh,

Page 43: El Atracador de Mujeres

muchacho, soy Peter. Eh, ¿no te acuerdasde mí? ¿Cuando éramos niños? ¿Alláarriba, en Riverhead? Soy yo. PeterBell.

Kling abrió un poco más la puerta.El hombre que había en el pasillo nopodía tener más de veintisiete años. Eraalto y musculado. Llevaba una chaquetade cuero marrón y una gorra de marino.A causa de la oscuridad, Kling no pudodistinguir bien sus rasgos, pero habíaalgo familiar en la cara y empezó asentirse ridículo con la pistola en lamano. Abrió la puerta.

—Pasa.Peter Bell entró en la habitación.

Casi enseguida vio el arma y abrió los

Page 44: El Atracador de Mujeres

ojos como platos.—¡Eh! Eh, Bert, ¿qué te pasa?Con la pistola en la mano floja,

finalmente reconoció al hombre quetenía delante, en medio de la habitación,y se sintió tremendamente ridículo.Sonrió con timidez.

—La estaba limpiando.—¿Me reconoces ahora? —preguntó

Bell, y Kling tuvo la sensación de que sumentira no había colado.

—Sí —contestó—. ¿Cómo estás,Peter?

—Oh, así, así; pero no puedoquejarme.

Extendió la mano y Kling se laestrechó mientras observaba su cara a la

Page 45: El Atracador de Mujeres

luz de la habitación. Bell habría sido unhombre atractivo de no ser por laprominencia y la estructura de su nariz.De hecho, si había una parte de la caraque Kling no reconocía, era la estructuramaciza y pronunciada que sobresalíaentre sus ojos marrones y sensibles.Peter Bell, recordó ahora, habría sido unchico bastante guapo, y pensó que lanariz era una de esas cosas que crecendurante la adolescencia. La última vezque había visto a Bell fue quince añosantes, cuando Bell se mudó a otro barriodel Riverhead. Así que había adquiridoaquella nariz en algún momento de esosaños. De pronto advirtió que estabamirando descaradamente aquella

Page 46: El Atracador de Mujeres

protuberancia y su incomodidad aumentócuando Bell comentó:

—Una buena napia, ¿no te parece?¡Vaya pico! ¿Es una nariz o una trompa?

Kling aprovechó el momento paradevolver su revólver al cajón todavíaabierto de la cómoda.

—Supongo que te estaráspreguntando por qué he venido —dijoBell.

Lo cierto es que Kling se estabapreguntando eso mismo. Se volvió desdela cómoda.

—Bueno, no… Los viejos amigos, amenudo… —Se detuvo, incapaz determinar la mentira. No consideraba aPeter Bell como un amigo. No lo había

Page 47: El Atracador de Mujeres

visto durante quince años, y además dechicos nunca fueron íntimos.

—Leí en los periódicos que tehabían herido —comentó Bell—. Soy ungran lector. Compro seis periódicoscada día. ¿Qué te parece? Me apuesto loque quieras a que ni siquiera sabías quehay seis periódicos en esta ciudad. Losleo todos, de punta a rabo. Nunca se meescapa nada.

Kling sonrió sin saber qué decir.—Sí, señor —siguió Bell—, y lo

cierto es que resultó un duro golpe paraMolly y para mí cuando leímos que tehabían disparado. Poco después pasépor Forrest Avenue y fui a ver a tumadre. Dijo que ella y tu padre estaban

Page 48: El Atracador de Mujeres

muy enfadados por lo ocurrido, pero queera de esperar.

—Bueno, sólo ha sido una herida enel hombro —declaró Kling.

—Sólo un rasguño, ¿eh? —Bellsonrió—. Bueno, tengo que reconocerque has tenido suerte, muchacho.

—Has hablado de Forrest Avenue.¿Has vuelto al viejo barrio?

—¿Cómo? Oh, no, no. Ahora trabajode taxista. Tengo mi propio coche,medallón y todo eso. Normalmentetrabajo en Isola, pero me salió un viaje aRiverhead y así es como me encontré enForrest Avenue y se me ocurrió visitar atu madre.

Kling volvió a examinar a Bell y

Page 49: El Atracador de Mujeres

advirtió que su «gorra de marino» era enrealidad una gorra de taxista.

—Leí en los periódicos dóndedejaron al heroico agente al salir delhospital —explicó Bell—. Daban tudirección y todos los detalles. Ya novives con los amigos, ¿verdad?

—No —contestó Kling—. Cuandovolví de Corea…

—Yo me la perdí —interrumpió Bell—. Tímpano perforado, ¿no es de risa?Creo que el verdadero motivo pararechazarme fue mi napia. —Se la tocó—. Los periódicos dijeron que tu jefe tehabía dado otra semana de reposo —Bell sonrió. Sus dientes eran muyblancos e iguales y tenía una atractiva

Page 50: El Atracador de Mujeres

hendidura en el mentón. «Lástima quetenga una nariz tan horrible», pensóKling—. ¿Qué se siente cuando uno esuna celebridad? La próxima vezaparecerás en ese programa detelevisión, contestando preguntas sobreShakespeare.

—Verás… —empezó Kling concansancio. Comenzó a desear que Bellse fuera. No le había pedido que vinieray lo encontraba cargante.

—Sí —continuó Bell—. Realmentehe de reconocer que tienes suerte.

Luego siguió un largo y embarazososilencio. Kling lo soportó cuanto pudo.

—¿Quieres una copa… algunabebida? —preguntó por fin.

Page 51: El Atracador de Mujeres

—Ni olerla —replicó Bell.Volvió el silencio. Bell volvió a

tocarse la nariz.—La razón de que haya venido…—¿Sí? —dijo Kling para animarlo a

seguir.—Si quieres que te diga la verdad,

me da un poco de corte, pero Mollypensó… —Bell hizo una ligera pausa—.Estoy casado, ¿lo sabías?

—No lo sabía.—Sí, con Molly. Una mujer

maravillosa. Tenemos dos hijos. Y otroen camino.

—Qué bien. —Kling se sentía yamuy incómodo.

—Bueno, será mejor que vaya al

Page 52: El Atracador de Mujeres

grano. Molly tiene una hermana, una críapreciosa. Se llama Jeannie. Diecisieteaños. Vive con nosotros desde quemurió la madre de Molly, hará ahora dosaños. Sí.

Bell volvió a guardar silencio.—Ya veo. —Kling se preguntó qué

tendría que ver él con la vidamatrimonial de Bell.

—La chica es muy bonita. Verás,hablando en plata, es una fuera de serie.Está como Molly cuando tenía esa edad,y Molly no es de segunda fila. Nisiquiera ahora, preñada y todo.

—No te entiendo, Peter.—Bueno, la chica anda por ahí.—¿Anda por ahí?

Page 53: El Atracador de Mujeres

—Bueno, eso es lo que Mollypiensa. —De pronto Bell parecióincómodo—. Sabes, mi mujer no ve malque salga con los chicos del barrio, perola muchacha sale y Molly teme que sereúna con mala gente, ¿entiendes lo quequiero decir? La cosa no sería tan gravesi Jeannie no fuera tan guapa, pero lo es.Quiero decir, verás, Bert, hablando enplata, la niña será mi cuñada y todo loque quieras, pero está mejor quecualquier mujer mayor que conozcas.Créeme, es una fuera de serie.

—Muy bien.—Pero Jeannie no nos cuenta nada.

Le hablamos hasta que se nos seca lalengua y no le sacamos ni esto. A Molly

Page 54: El Atracador de Mujeres

se le ocurrió buscar un detectiveprivado para que la siguiera, vieraadonde iba y todo eso. Pero Bert, con eldinero que gano, no me puedo permitirel lujo de pagar a un detective privado.Además, de verdad que no creo que lachica esté haciendo nada malo.

—¿Qué es lo que quieres, que yo lasiga? —preguntó Kling, viendo depronto que el panorama se aclaraba.

—No, no. Nada de eso. Dios, ¿cómoiba a pedirte un favor así después dequince años? No, no, Bert.

—Entonces, ¿qué?—Quiero que hables con ella. De

esa manera, Molly se pondrá contenta.Mira, Bert, cuando una mujer está

Page 55: El Atracador de Mujeres

embarazada, tiene ideas tontas.Conservas, helados, en fin, antojos, yasabes. Bueno, pues esto es lo mismo. Sele ha metido en la cabeza que Jeannie esuna delincuente juvenil o algo parecido.

—¿Que yo le hable? —Kling estabapasmado—. Ni siquiera la conozco. ¿Dequé serviría que yo…?

—Eres agente de policía. Mollyrespeta la ley y el orden. Si llevo unpolicía a casa, será feliz.

—Diablos, prácticamente soy unnovato.

—Bueno, pero eso no importa.Molly verá el uniforme y se sentirá feliz.Además, podrías ayudar a Jeannierealmente, ¿quién sabe? Quiero decir, si

Page 56: El Atracador de Mujeres

fuera verdad que estuviera liada conjóvenes maleantes.

—No, lo siento, Peter. No podría…—Tienes toda la semana para ti —

insistió Bell—, sin nada que hacer. Bert,he leído los periódicos: ¿crees que iba apedirte que emplearas tu tiempo dedescanso si supiera que estabas deronda durante el día? Bert, créeme.

—Pero si no es eso, Peter. Es que nosabría qué decirle a la muchacha.

—Por favor, Bert. Es una cosapersonal que te pido. Por los viejostiempos. ¿Qué me contestas?

—No —replicó Kling.—Existe la posibilidad de que ande

liada con algunos granujas. ¿Qué pasa

Page 57: El Atracador de Mujeres

entonces? ¿Acaso un policía no debeprevenir los delitos, impedirlos antes deque se produzcan? Me estásdecepcionando, Bert.

—Lo siento.—Muy bien, muy bien, no hay por

qué enfadarse. —Bell se levantó, comodisponiéndose a marchar—. Pero, por sicambias de opinión, te dejaré midirección. —Sacó la cartera del bolsilloy buscó una hoja de papel.

—No tiene sentido…—Sólo por si cambias de opinión —

insistió Bell—. Aquí está. —Sacó untrozo de lápiz del bolsillo de la chaquetade cuero y empezó a garrapatear en elpapel—. Es en la calle De Witt, la casa

Page 58: El Atracador de Mujeres

grande que hay en mitad de la manzana.No tiene pérdida. Si cambias deopinión, pásate por allí mañana por lanoche. Haré que Jeannie se quede encasa hasta las nueve. ¿De acuerdo?

—No creo que cambie de opinión —dijo Kling.

—Si cambiaras de parecer —respondió Bell— te lo agradeceríamucho, Bert. Mañana por la noche,miércoles. ¿De acuerdo? Aquí tienes ladirección. —Le alargó el papel—. Hepuesto debajo el número de teléfono,por si te extravías. Es mejor que loguardes en la cartera.

Kling cogió el papel y como Bell nole quitaba el ojo de encima, lo guardó en

Page 59: El Atracador de Mujeres

la cartera.—Espero que vengas. —Bell se fue

hasta la puerta—. De todos modos,gracias por escucharme. Ha sidoestupendo eso de verte otra vez, Bert.

—Sí —contestó Kling.—Hasta la vista. —Bell cerró la

puerta tras él. La habitación recuperó suanterior calma.

Kling se fue a la ventana. Vio a Bellsalir del edificio, subir a un taxi verde yamarillo, y alejarse del bordillo. El taxihabía estado aparcado todo el tiempodelante de una boca contra incendios.

Page 60: El Atracador de Mujeres

Capítulo 3

Se escriben canciones al sábado por lanoche.

Todas esas canciones dicen que ladel sábado es una noche especialmentesolitaria. El mito forma parte de lacultura americana y todo el mundo losabe. Para en la calle a cualquiera quetenga entre seis y sesenta años, y

Page 61: El Atracador de Mujeres

pregúntale: «¿Cuál es la noche mássolitaria de la semana?», y la respuestaserá siempre: «La del sábado».

Bueno, la del martes no tiene tantafama.

El martes no se ha beneficiado de lapropaganda y la promoción de la prensay nadie ha escrito una canción sobre lanoche del martes. Pero, para muchagente, las noches del sábado y delmartes son exactamente iguales. Nadiepuede calcular los grados de soledad.¿Quién está más solo, un hombre en unaisla desierta una noche de sábado, o lamujer que lleva la antorcha en el clubnocturno más grande y ruidoso en unanoche de martes? La soledad no se

Page 62: El Atracador de Mujeres

atiene al calendario. Sábado, martes,viernes o jueves, todo es lo mismo ytodo es gris.

El martes por la noche, 12 deseptiembre, un sedán Mercury de colornegro estaba aparcado en una de lascalles más solitarias de la ciudad, y doshombres sentados en la parte delanterahacían uno de los trabajos más solitariosdel mundo.

En Los Angeles, a ese trabajo lollaman «vigilancia». En la ciudad parala que estos hombres trabajaban seconoce por el nombre de «plantón».

Un plantón exige una ciertainmunidad al sueño, una determinadainmunidad a la soledad y una buena

Page 63: El Atracador de Mujeres

cantidad de paciencia.De los dos hombres sentados en el

Mercury, el detective de segundo gradoMeyer era el más paciente. De hecho,era el policía más paciente delDistrito 87, si no de toda la ciudad.Meyer tuvo un padre que se creía dotadode un gran sentido del humor. Sellamaba Max. Cuando Meyer nació, Maxle puso de nombre Meyer. Esto seconsideró de lo más cómico, llamar a unniño Meyer Meyer. Hay que ser muypaciente si, para empezar, naces judío. Yhay que ser superpaciente si tugraciosísimo padre te etiqueta, además,con un nombre como Meyer Meyer. Erapaciente. Pero una larga vida entregada

Page 64: El Atracador de Mujeres

a la paciencia produce sus estragos y,como se suele decir, deja alguna huella.Meyer Meyer era tan calvo como unabola de billar, aunque sólo tenía treinta ysiete años.

El detective de tercer grado Patillasse caía de sueño. Meyer sabía siemprecuándo Temple estaba a punto dequedarse roque. Patillas era un gigante,un hombre enorme, y Meyer suponía quenecesitaba dormir más que los demás.

—¡Eh!Patillas enarcó sus peludas cejas

arrugando la frente.—¿Qué pasa? —preguntó

sobresaltado.—Nada. ¿Qué te parece un atracador

Page 65: El Atracador de Mujeres

que se llama Clifford?—Merece que lo maten. —Patillas

se giró y sostuvo la mirada penetrante delos ojos celestes de Meyer.

—Pienso lo mismo. —Meyer sonrió—. ¿Estás despierto?

—Estoy despierto —dijo Patillas, yse rascó la barbilla—. Hace tres díasque tengo este maldito picor. Me vuelveloco.

Volvió a rascarse.—Si yo fuera atracador —continuó

Meyer, pensando que la única manera demantener despierto a Patillas erahablándole—, no elegiría un nombrecomo Clifford.

—Clifford suena a maricón —terció

Page 66: El Atracador de Mujeres

Patillas.—Steve es un nombre más

apropiado para un atracador —opinóMeyer.

—Que no te oiga Carella decir eso.—Pero Clifford, no sé. ¿Crees que

es su nombre real?—Puede que sí. ¿Por qué si no es el

suyo verdadero iba a molestarse endarlo?

—Eso es verdad.—Para mí, lo más seguro es que es

un psicópata —sugirió Patillas—. ¿Porqué si no iba a hacer una reverencia ydar las gracias a las víctimas? Debe deestar majara. Ya ha atacado a trece. ¿Teha contado Willis lo de la mujer que

Page 67: El Atracador de Mujeres

vino esta tarde?Meyer miró su reloj.—Ayer por la tarde —corrigió—.

Sí, me lo ha contado. A lo mejor el trecees el número de la mala suerte paraClifford.

—Sí, a lo mejor. ¿Sabes? No megustan los atracadores. Son un latazo. —Se rascó—. Me gustan los caballerosladrones.

—¿Que te gustan qué?—Hasta me gustan los asesinos. En

mi opinión, los asesinos tienen másclase que los atracadores.

—Dale tiempo a Cliff —sugirióMeyer—. Todavía se está calentando.

Los dos hombres guardaron silencio.

Page 68: El Atracador de Mujeres

Meyer pareció pensar en algo concreto.—He estado siguiendo este caso en

los periódicos —declaró por fin—. Unode otro distrito. El treinta y tres, creo.

—¿Y de qué se trata?—De un tío que va por ahí robando

gatos.—¿Qué? —preguntó Patillas—.

¿Has dicho gatos?—Sí. —Meyer miró de cerca a su

compañero—. Ya sabes, gatitos de lascasas. Hasta ahora, hasta la semanapasada, ha habido dieciocho denuncias.Muchas, ¿no?

—Tú dirás.—Lo estoy siguiendo —dijo Meyer

—. Ya te diré cómo acaba.

Page 69: El Atracador de Mujeres

Continuó vigilando a Patillas; habíaun parpadeo en sus ojos azules. Meyerera un hombre muy paciente. Si le habíacontado a Patillas lo de los gatosrobados, era por una buena razón.Seguía mirándolo cuando advirtió que,de pronto, se ponía rígido.

—¿Qué? —preguntó.—Shhh.Prestaron atención. A lo lejos, al

final de la oscura calle, oyeron el sonidoinequívoco de unos tacones altos demujer sobre el pavimento. El silencio dela ciudad los rodeaba, como unainmensa catedral cerrada durante lanoche. Sólo el agudo y penetrante sonidode los tacones rompía la quietud.

Page 70: El Atracador de Mujeres

Siguieron sentados en silencio,esperando, vigilando.

La mujer pasó junto al coche singirarse para mirarlo. Caminabarápidamente, con la cabeza alta. Tendríaunos treinta años, una mujer alta con unalarga cabellera rubia. Dejó atrás elcoche y el sonido de los pasos se fueapagando, pero los hombres siguieronescuchando en silencio.

Una cadencia de otro par de taconesfue acercándose poco a poco. No era elsonido ligero y hueco de los pasos deuna mujer. Éstos eran más pesados. Eranlos pasos de un hombre.

—¿Clifford? —preguntó Temple.—Quizá.

Page 71: El Atracador de Mujeres

Esperaron. Los pasos se acercaban.Miraron al hombre por el espejoretrovisor. Luego, simultáneamente,Patillas y Meyer salieron del coche,cada uno por su lado.

El hombre se detuvo, con el miedoreflejado en los ojos.

—Qué —dijo—. ¿Qué es esto? ¿Unatraco?

Meyer dio la vuelta por detrás delcoche y se puso al lado del hombre.Patillas se puso delante para cerrarle elpaso.

—¿Se llama usted Clifford? —preguntó Patillas.

—¿Cómo?—Clifford.

Page 72: El Atracador de Mujeres

—No —respondió el hombresacudiendo violentamente la cabeza—.Se han confundido. Mire, yo…

—Policía —soltó Patillas conbrusquedad y mostró su placa.

—¿Po… po… policía? ¿Qué debohacer?

—¿Adónde iba? —preguntó Meyer.—A casa. Acabo de salir del cine.—Un poco tarde para salir del cine,

¿no le parece?—¿Cómo? Oh, sí, nos paramos en un

bar.—¿Dónde vive usted?—Ahí mismo, más allá, en esta calle

—dijo el hombre perplejo y asustado.—¿Cómo se llama?

Page 73: El Atracador de Mujeres

—Me llamo Frankie. —Hizo unapausa—. Puede preguntar a cualquiera.

—Frankie qué.—Frankie Oroglio. Con ge.—¿Por qué seguía a esa mujer? —

soltó Meyer.—¿Qué dice? ¿Una muchacha?

¿Están locos o les pasa algo?—Iba siguiendo a una muchacha —

gritó Patillas—. ¿Por qué?—¿Yo? —Oroglio se señaló con

ambas manos en el pecho—. ¿Yo?Escuchen, chicos, se están confundiendo.Estoy seguro. Os equivocáis de tío.

—Una rubia acaba de pasar por estacalle —dijo Patillas y usted venía detrásde ella. Si no la seguía…

Page 74: El Atracador de Mujeres

—¿Una rubia? —preguntó Oroglio.—Sí, una rubia —repuso Patillas

levantando la voz—. ¿Qué tiene quedecir de eso?

—¿Con un abrigo azul? —preguntóOroglio—. ¿Con un abriguito azul? ¿Serefieren a ella?

—A ella nos referimos —dijoPatillas.

—Oh, Dios mío —exclamó Oroglio.—¿QUE TIENE QUE DECIR? —

gritó Patillas.—¡Es mi esposa!—¿Qué?—Mi esposa, mi esposa, Conchetta

—Oroglio ahora agitaba su cabeza comoun loco—. Mi esposa, Conchetta. No es

Page 75: El Atracador de Mujeres

rubia. Se tiñe.—Oiga, señor.—Lo juro. Hemos ido al cine juntos

y luego nos hemos tomado unascervezas. Discutimos en el bar. Y se fuesola. Siempre hace lo mismo. Es tonta.

—¿Sí? —dijo Meyer.—Lo juro por los pelos de mi tía

Christina. Estalla, se va y yo espero treso cuatro minutos. Y luego la sigo. Eso estodo lo que hay. Dios, yo no he seguidoa ninguna rubia.

Patillas miró a Meyer.—Vengan a mi casa —dijo Oroglio

—. Se la presentaré. ¡Es mi esposa!Oiga, ¿qué quieren? ¡Es mi esposa!

—Apuesto a que lo es —repuso

Page 76: El Atracador de Mujeres

Meyer en tono resignado. Pacientemente,se volvió a Patillas—. Vuelve al coche,George, que yo comprobaré esto.

Oroglio suspiró.—Jesús, es divertido, ¿se dan

cuenta? —y añadió aliviado—: Que meacusen de seguir a mi propia esposa.¿No es chistoso?

—Podría haber sido más chistoso —opinó Meyer.

—¿Sí? ¿Cómo?—Podría haber sido la esposa de

cualquier otro.

Permaneció en las sombras de la calle,llevando la noche como una capa. Oía su

Page 77: El Atracador de Mujeres

propia respiración ligera y, más allá, elvasto murmullo de la ciudad, murmulloen sueños de una mujer de vientreabultado. Había luces en algunosapartamentos, centinelas solitarios queatravesaban la oscuridad de amarilloimperturbable. Pero estaba oscurodonde él se encontraba y la oscuridadera su amiga, y ambos esperaron hombrocon hombro. Sólo sus ojos brillaban enla negrura, escudriñando, esperando.

Vio a la mujer mucho antes de queatravesara la calle. Llevaba zapatosplanos con suelas y tacones de goma yno hacía ningún ruido, pero la vioinmediatamente y se puso tenso contra lapared mugrienta de ladrillo, esperando,

Page 78: El Atracador de Mujeres

examinándola, viendo su maneradescuidada de llevar el bolso.

Parecía atlética.Un barril de cerveza con piernas

cortas. Las prefería con aspectofemenino. Ésta no llevaba tacones altosy caminaba con un balanceo elástico.Probablemente era una de esasandarinas, una de esas muchachas quecaminan diez kilómetros antes deldesayuno. Ahora estaba más cerca, aúncon ese balanceo en su forma decaminar, como si anduviera sobremuelles. También sonreía, sonreía comoun gran babuino despiojándose, quizáregresaba a casa después del bingo, o deuna partida de póquer, quizá acaba de

Page 79: El Atracador de Mujeres

tener una buena racha y tal vez ese granbolso que se balanceaba rebosaba debilletes jugosos.

Se abalanzó sobre ella.Rodeó su cuello con un brazo y tiró

de ella hacia él antes de que pudieragritar, arrastrándola a lo más oscuro dela calle. Luego le dio la vuelta y le soltóel cuello, la agarró con una enormemano del jersey, manteniéndolo en elpuño apretado, y la empujó y golpeócontra la pared de ladrillo.

—Silencio —susurró.La miró a la cara. Tenía los ojos

verdes, entrecerrados, observándole.Era de nariz grande y piel curtida.

—¿Qué quiere de mí? —preguntó la

Page 80: El Atracador de Mujeres

mujer con voz bronca.—El bolso —contestó él—. Rápido.—¿Por qué lleva gafas de sol?—¡Deme el bolso!El hombre extendió la mano y ella lo

apartó fuera de su alcance. La mano delhombre asió con más fuerza el jersey.Tiró de ella, separándola de la pared, yluego la empujó contra los ladrillos.

—¡El bolso!—¡No!El hombre alzó el puño izquierdo y

golpeó la boca de la mujer. La cabeza semovió hacia atrás. Aturdida, sacudió lacabeza.

—Escúcheme. No quiero hacerledaño, ¿me oye? Esto sólo ha sido una

Page 81: El Atracador de Mujeres

advertencia. Ahora deme el bolso y nodiga ni pío hasta que me haya ido. ¿Haentendido? ¡Ni pío!

La mujer se pasó lentamente el dorsode la mano por la boca e intentó ver lasangre en la oscuridad.

—No vuelvas a tocarme —exclamó—. ¡Desgraciado!

El atracador la amenazó con el puño.De pronto, la mujer le dio una patada yel hombre se dobló de dolor y ellaempezó a golpearlo en la cara con suscarnosos puños, una y otra vez.

—Estúpida… —farfulló él, luego lacogió por las muñecas y la aplastócontra la pared. La golpeó dos veces ysintió cómo sus nudillos se hundían en

Page 82: El Atracador de Mujeres

aquella cara fea y estúpida. La mujercayó contra la pared, gimió, y luego sederrumbó en el suelo.

El hombre permaneció de pie,jadeante, junto a ella. Miró por encimadel hombro hacia la calle y se levantólas gafas para ver mejor. Nadie a lavista. Rápidamente se inclinó y recogióel bolso del suelo.

La mujer no se movió.Volvió a mirarla, intrigado. Maldita

sea ¿por qué había sido tan estúpida?No quería que pasara aquello. Volvió aagacharse y puso su cabeza sobre elpecho de la mujer. Respiraba.Tranquilizado, se levantó, y unasonrisita atravesó su cara.

Page 83: El Atracador de Mujeres

De pie, sobre ella, hizo unareverencia, con la mano que sostenía elbolso cruzada galantemente en lacintura.

—Clifford se lo agradece, señora.Echó a correr y se perdió en la

noche.

Page 84: El Atracador de Mujeres

Capítulo 4

Los polis de la brigada del 87 podíanestar de acuerdo en muchas cosas, peroen general discrepaban cuando setrataba de valorar a los diversosconfidentes que empleabanocasionalmente. Porque, como dijo lavieja dama después de besar a la vaca,«todo es cuestión de gustos» y el bien

Page 85: El Atracador de Mujeres

que un soplón podía hacer a un policíaquizá era veneno para otro.

Casi todos coincidían en que DannyGimp era el más fiable, pero hasta suspartidarios más incondicionalesadmitían que algunos colegas podíanconseguir mejores resultados de otrosconfidentes. Que todos dependían engran medida de la información recogidaen los bajos fondos era un hechoindiscutible, simplemente era cuestiónde preferencia.

Hal Willis se inclinó por un hombrellamado Fats Donner.

La verdad era que con la ayudaremunerada de Donner, Willis habíapartido por la mitad a más de un

Page 86: El Atracador de Mujeres

maniático correoso. Y era evidente queClifford el atracador, con su reverenciacortés, empezaba a resultar un maniáticocorreoso.

Cuando se acudía a Donner sólohabía un inconveniente: su afición porlos baños turcos. Willis era un hombredelgado. No le gustaba nada perder unpar de kilos cada vez que tenía quepreguntar algo a Donner.

Donner, por su parte, no sólo eraFat, era Fats.[1] Y Fats, para quienes nolo sepan, es el plural de «fat». Eraobeso, enorme, parecía una montaña.

Estaba sentado con una toalla sobresus rodillas, las gruesas capas de carnetemblaban por todo su cuerpo mientras

Page 87: El Atracador de Mujeres

aspiraba el vapor que los rodeaba. Erade una blancura pálida y enfermiza, yWillis sospechó que era drogadicto,pero ni se le pasaba por la cabezadetener a un confidente por tenencia dedrogas.

Donner, sentado como un gran Budablanco, aspiraba el vapor. Willis locontemplaba mientras sudaba.

—Clifford, ¿eh? —masculló Donner.Tenía la voz profunda, sepulcral, ronca,como si la Muerte fuera su compañerasilenciosa.

—Clifford —confirmó Willis. Sentíarezumar la transpiración entre sus cortoscabellos, el sudor se deslizaba por lanuca, se extendía por sus hombros

Page 88: El Atracador de Mujeres

estrechos y descendía por la espaldadesnuda. Hacía calor. Tenía la bocaseca. Miró a Donner, consumido comoun vegetal satisfecho y maldijo a todoslos hombres gordos—. Clifford —repitió—. Has tenido que oír algo de él.Está en todos los periódicos.

—Yo no miro los periódicos,hombre. Sólo las tiras cómicas.

—Bueno, pues es un atracador. Pegaa las víctimas antes de irse, y luego haceuna reverencia doblando la cintura ydice: «Clifford se lo agradece, señora».

—El tío este ¿sólo ataca a las tías?—Hasta la fecha sí.—No sé quién puede ser, papi. —

Donner sacudió la cabeza y salpicó de

Page 89: El Atracador de Mujeres

sudor las paredes alicatadas—. Clifford.No me suena el nombre. Dame másdatos.

—Usa gafas de sol. Al menos, lasdos últimas veces las llevaba.

—¿Y ronda de noche este minino?—Sí.—Clifford, tías, minino de noche.

¿No será drogadicto?—No lo sé.Donner se encogió de hombros.

Parecía que el calor aumentaba en lasauna de vapor, salía a borbotones deorificios ocultos del diablo, llenandotodo de una espesa capa de nieblaasfixiante. Willis suspiróprofundamente.

Page 90: El Atracador de Mujeres

—Clifford —repitió Donner—. ¿Esése su nombre legal?

—No lo sé.—Es que, verás, papi, menda conoce

a algunos atracadores, pero ninguno conla etiqueta de Clifford. Pero si es unchiste para conversar con las chicas, esotra cosa. A lo mejor lo hace paracomer.

—Ha zurrado a más de catorcemujeres —informó Willis—. Ya nopuede tener hambre.

—¿Las viola?—No.—Así que este minino de Clifford no

tiene ojos para las tías. ¿No serámaricón?

Page 91: El Atracador de Mujeres

—No lo sabemos.—¿Mucho dinero?—Cincuenta y cuatro pavos la vez

que más. Casi siempre calderilla.—Malos tiempos.—¿Has conocido algún atracador en

buenos tiempos?—Los que operan en el Hill no van a

por chicle. He conocido a muchosatracadores de categoría en mis buenostiempos. —Donner recostó la espaldasobre el asiento de mármol y se ajustó latoalla sobre la entrepierna. Willis selimpió el sudor de la cara con la manohúmeda.

—Oye, ¿nunca haces negocios fuera?—preguntó Willis.

Page 92: El Atracador de Mujeres

—¿Qué quieres decir con eso defuera?

—Al aire libre.—Oh, sí, claro que sí. Este verano

he estado fuera la mar de tiempo. Hasido un gran verano, papi.

Willis recordó las temperaturasextremas que habían paralizado laciudad.

—Sí, un gran verano —confirmó elpolicía—. Y de nuestro asunto, Fats,qué, ¿tienes algo para mí?

—De momento, no tengo ni idea. Oes alguien nuevo o está muy callado.

—¿Muchas caras nuevas en laciudad?

—Siempre hay caras nuevas, papi.

Page 93: El Atracador de Mujeres

Aunque ninguna me parece que sea la deun atracador. Si quieres que te diga laverdad, conozco a pocos tíos que pegueny echen a correr. Eso lo hacen hoy losmamones. ¿Crees que Clifford es uncrío?

—Por lo que nos han contado lasvíctimas, no.

—¿Mayor?—Por la veintena.—Edad difícil, ni muchacho ni

hombre.—Pega como un hombre —

puntualizó Willis—. Anoche envió a unaal hospital.

—Bueno, déjame que ponga la oreja.Escucho un poco por aquí y por allá y

Page 94: El Atracador de Mujeres

luego te doy un silbido. ¿De acuerdo?—¿Cuándo? —preguntó Willis.—Pronto.—¿Cuándo es pronto?—¿Cuánto de alto es arriba? —

preguntó Donner a su vez. Se frotó lanariz con el índice—. ¿Qué quieres, unapista o una detención?

—Con una pista ya estaría contento—afirmó Willis.

—Vale. Déjame que husmee unpoco. ¿Qué día es hoy?

—Miércoles.—Miércoles —repitió Donner y, por

alguna razón, añadió—: El miércoles esun buen día. Probaré de decirte algo estanoche.

Page 95: El Atracador de Mujeres

—Si vas a llamarme, te estaréesperando. Si no, me iré a casa a lascuatro.

—Te llamaré —prometió Donner.—De acuerdo. —Willis se levantó,

se rodeó la cintura con la toalla y miró ala puerta.

—Eh, ¿no olvidas algo? —preguntóDonner. Willis se giró.

—Todo lo que he traído ha sido latoalla.

—Sí, hombre, pero yo vengo aquítodos los días —replicó Donner—. Porlo menos el dólar que cuesta.

—Ya hablaremos de lo que cuestacuando me llames —dijo Willis—. Demomento, lo único que tengo es

Page 96: El Atracador de Mujeres

demasiado aire caliente.

Bert Kling se preguntó qué estabahaciendo allí.

Bajó los escalones desde laestructura del elevado y enseguidareconoció el lugar. No era su barrio,pero había correteado por allí siendoniño y le sorprendió sentir ciertanostalgia.

Si miraba avenida abajo, podía verla amplia y brillante curva de las vías,donde el elevado chirría al girar enCannon Road para dirigirse hacia elnorte. Podía ver también las lucesparpadeantes de una noria contra el

Page 97: El Atracador de Mujeres

cielo oscuro. Era de la feria que cadaseptiembre y cada abril, lloviera ohiciera sol, se instalaba en el solarfrente a las nuevas viviendas. De niñosolía ir a la feria, y conocía ese lado delRiverhead tan bien como su propiobarrio. En ambos barrios habitaba unacuriosa mezcla de italianos, judíos,irlandeses y negros. Alguien habíapuesto al fuego un crisol de razas enRiverhead y algún otro se habíaolvidado de apagar el gas.

Nunca hubo tumultos raciales oreligiosos en esta parte de la ciudad, yKling dudaba de que se dieran algunavez. Recordaba que en 1935, cuandoestallaron revueltas en Diamondback, la

Page 98: El Atracador de Mujeres

gente de Riverhead se preguntaba si losincidentes iban a extenderse tambiénallí. Fue algo verdaderamenteparadójico: mientras blancos y negros sedegollaban mutuamente enDiamondback, blancos y negros rezabanjuntos en Riverhead para que sucomunidad quedara libre del contagio.

Sólo era un niño en aquella época,pero recordaba todavía las palabras desu padre: «Si ayudas a extender estabasura, no podrás sentarte durante unasemana, Bert. E incluso tendrás suerte sipuedes andar».

Y no se contagiaron de laenfermedad.

Ahora caminaba avenida arriba,

Page 99: El Atracador de Mujeres

embebiéndose de todo cuanto ibareconociendo. Los latticini, lacarnicería kosher, la tienda de pinturas,los grandes almacenes, la panadería y lapastelería de Sam en la esquina. Dios,¿cuántos helados se había comido losdomingos en la tienda de Sam? Estuvotentado de entrar para saludar, pero vioa un desconocido detrás del mostrador yde repente advirtió con dolorosaclaridad cuántas cosas habían cambiadodesde que fuera un adolescentedespreocupado.

El pensamiento era tan cierto comodoloroso, y se preguntó por enésima vezpor qué había vuelto a Riverhead, porqué se dirigía a la calle De Witt, a casa

Page 100: El Atracador de Mujeres

de Peter Bell. ¿Para hablar con unajoven? ¿Qué podría decirle a unamuchacha de diecisiete años?

Se encogió de hombros. Era unhombre alto y de espaldas anchas, yaquella noche se había puesto su trajeazul marino, de modo que su rubiacabellera contrastaba con el tejidooscuro. Cuando llegó a la calle De Witt,giró hacia el sur y sacó de su cartera elpapel con la dirección que le había dadoPeter. Desde lo alto de la calle vio eledificio de ladrillos amarillos delinstituto y las dos hileras enfrentadas decasas unifamiliares —casi todas demadera, con alguna que otra de ladrillopara romper la monotonía— y los viejos

Page 101: El Atracador de Mujeres

árboles junto a los bordillos, con lascopas unidas y entrelazadas formandosobre el centro de la calle una bóvedaotoñal. Una gran calma reinaba en lacalle De Witt; montones de hojas secasse apilaban cerca de la cuneta. Vio a unhombre con un rastrillo en una mano, laotra mano apoyada en la cadera,contemplando solemnemente el fuego,pequeño y humeante, del montón dehojas que ardía a sus pies. Era un oloragradable. Aspiró hasta sentirlo muyadentro de sus pulmones. Era una callemuy distinta a las atestadas y ruidosasdel distrito 87; de viviendas muydiferentes a las casas superpobladas y alos edificios sucios de hollín que

Page 102: El Atracador de Mujeres

levantaban sus dedos al cielo. Losárboles eran de las mismas especies quecrecían en Grover’s Park, en el límitesur del distrito 87. Pero se podía estarseguro de que ningún asesino acechabatras sus sólidos troncos. Ésa era ladiferencia.

En la oscuridad creciente, a la luz delas farolas recién encendidas, Bertcontinuó su camino, escuchando elsonido de sus pisadas y, curiosamente,se sintió contento de haber venido. Viola casa de Bell: estaba en medio de lamanzana, tal como le había dicho. Erauna estructura alta de tablas y ladrillospara dos familias, con la madera pintadade blanco. Un sendero de cemento lleno

Page 103: El Atracador de Mujeres

de baches ascendía suavemente hacia ungaraje blanco en la parte trasera de lacasa. Una escalera conducía a la puertaprincipal. Kling comprobó otra vez ladirección, subió los escalones y apretóel timbre instalado en la jamba de lapuerta. Esperó un segundo, la puertazumbó y oyó el pequeño clic cuandogiró el pomo y empujó hacia adentro. Seencontró en un pequeño vestíbulo, endonde se abrió otra puerta al instantepara descubrir a Peter Bell, que entrabaen el vestíbulo sonriendo.

—Bert, has venido. No sé cómoagradecértelo.

Kling asintió con la cabeza y ledevolvió la sonrisa. Bell lo tomó de la

Page 104: El Atracador de Mujeres

mano.—Pasa, pasa adentro —casi

cuchicheó—. Jeannie está todavía encasa. Te presentaré como a un policíaamigo, y luego Molly y yo nos iremos,¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo Kling.Bell lo hizo pasar por la puerta

abierta. La casa olía todavía a comida,lo que hizo que aumentara la nostalgiade Kling. Era una vivienda cálida ysegura, y resultaba acogedora despuésdel frío que había pasado fuera.

Bell cerró la puerta y llamó.—¡Molly!Pronto Kling advirtió que la casa

estaba construida como un vagón de

Page 105: El Atracador de Mujeres

ferrocarril; había que atravesar todas lashabitaciones para llegar a la última. Lapuerta principal daba a una salitaamueblada con un tresillo tapizado quesin duda respondía al anuncio de «salade estar» de alguna tienda de mueblesbaratos. Había un espejo en la pared,encima del sofá, y un paisaje malenmarcado colgaba sobre uno de los dosbutacones. El inevitable aparato detelevisión ocupaba un rincón de lasalita, y una ventana, bajo la cual habíaun radiador, llenaba el otro rincón.

—Siéntate, Bert —pidió Bell yvolvió a llamar—: ¡Molly!

—Ahora voy —dijo una voz desdeel extremo de la casa, donde Kling

Page 106: El Atracador de Mujeres

supuso estaba la cocina.—Está lavando los platos —explicó

Bell—, vendrá enseguida. Siéntate, Bert.Kling se sentó en uno de los

butacones. Bell se inclinó sobre él, en supapel de amable anfitrión.

—¿Puedo ofrecerte algo? ¿Unacerveza? ¿Un cigarro? ¿Alguna cosa?

—La última vez que me tomé unacerveza —dijo Kling— acto seguido mepegaron un tiro.

—Bueno, pero aquí nadie te va adisparar —repuso Bell—. Vamos,tómate un vaso. Hay cerveza fría en lanevera.

—No, gracias de todos modos —contestó Kling educadamente.

Page 107: El Atracador de Mujeres

Molly Bell entró en la sala,secándose las manos con un trapo decocina.

—Tú tienes que ser Bert. Peter meha hablado de ti. —Se secó por últimavez la mano derecha, se acercó a Kling,que se había puesto de pie, y se laofreció. Kling se la estrechócalurosamente. Cuando la describió,Bell afirmó: «Molly no es de segundafila. Ni siquiera ahora, preñada y todo».A Kling le disgustó no estar de acuerdo,pero, honradamente, apenas encontrónada que fuera atractivo en Molly Bell.Quizá en alguna ocasión habría sido unafuera de serie pero, si fue así, esaocasión había pasado para siempre.

Page 108: El Atracador de Mujeres

Incluso pasando por alto la cintura alta yabultada de la mujer embarazada, Klingsólo vio una rubia descolorida de ojosazules apagados, como llenos decansancio, con arrugas en las comisuras.Su cabello carecía de brillo y caíalaciamente. Y la sonrisa no la ayudaba,pues su carácter radiante sólo servíapara destacar la monotonía de su rostro.Se sintió algo sorprendido, en parte porla publicidad que le había hecho Bell y,en parte, porque se daba cuenta de quela mujer no podía tener mucho más deveinticuatro años, veinticinco a lo sumo.

—¿Cómo está usted, señora Bell?—Oh, llámame Molly, por favor.Había algo muy cálido en Molly y a

Page 109: El Atracador de Mujeres

Kling le gustó mucho, al tiempo quedesaprobaba en su interior a Bell pordar una imagen de su esposa que cuandose la conocía resultaba decepcionante.Se preguntó entonces si Jeannie era la«fuera de serie» que Bell habíaanunciado. Ahora empezaba a dudarlo.

—Te traeré una cerveza, Bert —anunció Bell.

—No, de verdad, yo…—Vamos, vamos —insistió Bell.

Pasó delante de él y se dirigió a lacocina.

—Estoy contenta de que hayasvenido —dijo Molly, una vez salió sumarido—. Creo que si hablas con ella leharás un gran bien.

Page 110: El Atracador de Mujeres

—Bueno, lo intentaré —repusoKling—. ¿Dónde está?

—En su habitación. —Molly señalócon un gesto el otro extremo de la casa.Sacudió la cabeza y añadió—: Con lallave echada. A eso es a lo que merefiero. Se comporta de una manera muyrara. Yo también he tenido diecisieteaños, Bert, y no me comportaba así. Estamuchacha tiene problemas.

Kling asintió con la cabeza sincomprometerse. Molly se sentó, lasmanos apoyadas en el regazo y los piesjuntos.

—Yo era una cría divertida a misdiecisiete años —recordó Molly, conalgo de melancolía—. Puedes

Page 111: El Atracador de Mujeres

preguntárselo a Peter. Pero Jeannie…No sé. Es una chica con secretos.Secretos, Bert. —Volvió a sacudir lacabeza—. Trato de ser su hermana yhacer de madre al mismo tiempo, perono quiere decirme nada. Hay como unapared entre nosotras, algo que nuncahabía existido antes, y no puedoentenderlo. Hay veces que pienso…pienso que me odia. Pero ¿por qué iba aodiarme? Nunca le he hecho daño,nunca.

Molly hizo una pausa y suspiróprofundamente.

—Bueno —terció Kling con tonoconciliador—, ya sabes cómo son lasniñas.

Page 112: El Atracador de Mujeres

—Sí, lo sé —convino Molly—, nohace tanto que yo lo era también. Bert,sólo tengo veinticuatro años, aunqueparezca mucho mayor, pero criar a doshijos puede dejarte fuera de combate…y ahora, encima, el que viene. No esfácil. Pero también he tenido diecisieteaños no hace mucho, y puedoacordarme. Jeannie no actúa connormalidad. Algo la preocupa, Bert. Leotanto sobre jóvenes que se lían conpandillas y cosas de ésas, que me damiedo. Pienso que puede tener malascompañías, gente que le haga hacercosas que no quiere. Me parece que esoes lo que la preocupa, pero no estoysegura. Quizá tú puedas averiguarlo.

Page 113: El Atracador de Mujeres

—En fin, voy a intentarlo.—Te lo agradezco. Le pedí a Peter

que contratara a un detective privado,pero me dijo que no podía pagarlo.Tiene razón, por supuesto. Sólo Diossabe lo que me cuesta llegar a fin de mescon lo que trae a casa. —Suspiró denuevo—. Pero lo que de verdad meinquieta es lo de Jeannie. Si pudierasaber lo que le pasa, por qué está así.Antes no era así, Bert. Es desde hacecosa de un año. De pronto se convirtióen una mujer y, no sé cómo, se haalejado de mí.

Bell volvió a la sala con una botellade cerveza y un vaso.

—¿Quieres una, amor? —preguntó a

Page 114: El Atracador de Mujeres

Molly.—No. He de ir con cuidado. —Se

volvió a Kling—. El doctor dice queestoy ganando mucho peso.

Bell vertió la cerveza en el vaso.—Queda más en la botella —

informó a Kling al tiempo que leentregaba el vaso—. Te la dejo sobre lamesa.

—Gracias. —Kling brindó—: Por elniño que ha de venir.

—Gracias. —Molly sonrió.—Parece como si cada vez que me

doy la vuelta Molly se quedara preñada—explicó Bell—. Es fantástico.

—Oh, Peter —protestó Molly sinabandonar su sonrisa.

Page 115: El Atracador de Mujeres

—Basta con que yo respire para queMolly se quede preñada. Llevó unamuestra mía al hospital. Los médicos ledijeron que había allí suficiente parafertilizar a toda la población femeninade China. ¿Qué te parece?

—No sé —repuso Kling un pocomolesto.

—Oh, es tan hombre —declaróMolly con sarcasmo—, pero soy yoquien tiene que cargar con todo.

—¿Te ha contado algo más sobreJeannie? —preguntó Bell a Kling.

—Sí.—Te la traeré en unos minutos. —

Consultó su reloj—. He de salirenseguida con el taxi, pero antes dejaré

Page 116: El Atracador de Mujeres

a Molly en el cine. Luego, cuando noshayamos ido, tú y Jeannie podréis hablara solas, por lo menos hasta que venga lacanguro.

—¿Trabajas mucho de noche? —preguntó Kling para cambiar deconversación.

—Tres o cuatro veces cada semana.Depende de cómo haya ido durante eldía. El coche es mío y soy mi propiojefe.

—Ya veo. —Kling tomó un sorbo decerveza. No estaba tan fría como habíadicho Bell. Empezó a dudar seriamentede cualquier cosa que dijera Bell y sesintió vagamente escéptico ante lapróxima aparición de Jeannie.

Page 117: El Atracador de Mujeres

—Voy a buscarla —dijo Bell.Kling asintió con la cabeza. Molly

se puso tensa cuando se sentó en elborde del sofá. Bell salió de la sala yatravesó el apartamento. Kling lo oyóllamar con los nudillos en la puertacerrada y luego su voz al decir:«¿Jeannie, Jeannie?».

Hubo una respuesta apagada queKling no pudo entender; luego Bellañadió: «Ha venido un amigo mío quequisiera presentarte. Un tipo simpático,joven. Sal, ¿quieres?».

Otra respuesta apagada y luegoKling oyó girar la llave en la cerradura,la puerta que se abría y la voz de lajoven que preguntaba: «¿Quién es?».

Page 118: El Atracador de Mujeres

—Un amigo mío —repitió Bell—.Vamos, Jeannie.

Kling oyó los pasos que seacercaban. Se concentró en el vaso decerveza. Cuando levantó la mirada, Bellestaba en el vano de la puerta de la salacon la muchacha a su lado, y esta vezKling no se sintió decepcionado.

La chica era un poco más alta queMolly. Llevaba la cabellera rubia sujetaa un lado de la cabeza, la cabellera másrubia que Kling había visto en su vida,casi amarilla, como el trigo maduro, ysupuso que nunca se la había cortado. Elcabello era tan natural como su cara, unóvalo perfecto con una nariz ligeramenteladeada y ojos grandes y azules. Sus

Page 119: El Atracador de Mujeres

cejas eran negras, como si la naturalezahubiera dudado, arqueadas sobre ojosazules, suspendidas entre ellos y elcabello rubio, sorprendentemente bellas.Sus labios llenos, pintados de naranjapálido, no sonreían.

Iba vestida con una sencilla faldanegra y un jersey azul, con las mangashasta los codos. Era esbelta, si bienprovista de amplias caderas y un bustofirme y generoso que llenaba el jersey.También poseía bellas piernas y suspantorrillas se curvaban graciosamente;ni siquiera los mocasines que calzabapodían ocultar su esplendor.

Era una mujer, una bella mujer.Peter no había mentido. Su cuñada

Page 120: El Atracador de Mujeres

era una fuera de serie.—Jeannie, éste es Bert Kling. Bert,

quiero presentarte a mi cuñada, JeanniePaige.

—¿Cómo está usted? —saludó Klingponiéndose de pie.

—Hola —fue la respuesta deJeannie, que no se movió de dondeestaba.

—Bert es policía —informó Bell—.Quizá has leído algo sobre él. Ledispararon en un bar del centro.

—Fuera del bar —corrigió Kling.—Sí, claro. —Bell se dirigió a su

cuñada y añadió—: Amor, tu hermana yyo tenemos que irnos y Bert acaba dellegar, así que pensé que podrías

Page 121: El Atracador de Mujeres

atenderlo, hasta que venga la canguro,¿eh?

—¿Dónde vais? —preguntó Jeannie.—Yo he de trabajar un poco y Molly

se va al cine.—Oh. —Jeannie miró con

desconfianza a Kling.—¿Así que estamos de acuerdo? —

preguntó Bell.—De acuerdo —asintió Jeannie.—Voy a quitarme el delantal y a

peinarme un poco —dijo Molly.Kling la miró levantarse y advirtió

el parecido entre las dos hermanas.Seguro que Molly había sido tambiénuna mujer muy atractiva. Pero elmatrimonio y la maternidad, más el

Page 122: El Atracador de Mujeres

trabajo y las preocupaciones, le habíanarrebatado gran parte de su belleza.Ahora no se podía comparar con suhermana más joven, si es que alguna vezhabía sido posible. Abandonó la sala deestar y Kling supuso que se iba al cuartode baño.

—Hace una noche muy agradable —comentó Kling torpemente.

—¿Sí? —preguntó Jeannie.—Sí.—Molly, date prisa —gritó Bell.—Ya voy —contestó desde el cuarto

de baño.—Muy agradable. Para ser otoño —

añadió Kling. Jeannie no hizo ningúncomentario.

Page 123: El Atracador de Mujeres

Molly salió a los pocos minutos delcuarto de baño, peinada y con los labiosrecién pintados.

—Si sales, Jeannie —dijo mientrasse ponía el abrigo— no vuelvas muytarde.

—No te preocupes —respondióJeannie.

—Buenas noches. Me ha gustadoconocerte, Bert. Ven a vernos otro día.¿Lo harás?

—Sí.Bell descansó la mano en el pomo

de la puerta.—La dejo en tus manos, Bert.

Buenas noches.Salieron de la sala y cerraron la

Page 124: El Atracador de Mujeres

puerta tras ellos. Kling oyó el golpe dela puerta de la calle. La sala quedó encompleto silencio. Fuera, arrancó uncoche. Kling supuso que era el taxi deBell.

—¿De quién fue la idea? —preguntóJeannie.

—No te entiendo —replicó Kling.—La idea de que usted viniera aquí.

¿Fue de ella?—No. Peter es un viejo amigo mío.—¿Sí?—Sí.—¿Qué edad tiene? —preguntó

Jeannie.—Veinticuatro —respondió Kling.—¿Es que quiere que nos

Page 125: El Atracador de Mujeres

conozcamos o algo así?—¿Qué?—Molly. ¿Está tramando algo?—No entiendo lo que quieres

decirme.Jeannie lo miró a los ojos. Los de

ella eran muy azules. Kling le devolvióla mirada, abrumado por su belleza.

—Usted no es tan tonto como parececuando habla, ¿verdad?

—Procuro no hablar como un tonto—replicó Kling.

—Le estoy preguntando si Mollytiene planes para usted y para mí.

—No. No creo que los tenga. —Kling sonrió.

—Tratándose de ella, no sería

Page 126: El Atracador de Mujeres

extraño.—Me parece que no quieres mucho

a tu hermana.Jeannie se puso enseguida a la

defensiva.—Quiero a mi hermana.—¿Pero?—Sin peros. Quiero a mi hermana.—Entonces, ¿por qué desconfías de

ella?—Porque sé que Peter no iría a

buscar a un policía; así que tiene quehaber sido ella.

—Estoy aquí como amigo, no comopolicía.

—Sí. Apostaría que sí —replicóJeannie—. Será mejor que beba su

Page 127: El Atracador de Mujeres

cerveza. Yo me voy en cuanto venga lacanguro.

—¿Tienes una cita? —preguntóKling distraídamente.

—¿Quién quiere saberlo?—Yo.—No es asunto suyo.—Supongo que eso me pone en mi

sitio.—Supone bien —declaró Jeannie.—Parece como si tuvieras muchos

más años que diecisiete.Jeannie se mordió el labio un

instante.—Tengo muchos más que diecisiete

—contestó—. Muchos más quediecisiete, señor Kling.

Page 128: El Atracador de Mujeres

—Bert —corrigió—. ¿Qué te pasa,Jeannie? No has sonreído ni una solavez desde que nos hemos visto.

—No me pasa nada.—¿Problemas en el colegio?—No.—¿Un novio?—No… —titubeó.—Ajá —exclamó Kling—. Cuando

una chica tiene diecisiete años,normalmente hay un novio.

—No tengo novio.—¿No? Entonces, qué. ¿Te has

fijado en alguien que no te hace caso?—¡Basta! —exclamó con

brusquedad—. Nada de esto es asuntosuyo. ¡No tiene ningún derecho a

Page 129: El Atracador de Mujeres

entrometerse!—Lo siento. Sólo trataba de ayudar.

No estarás metida en ningún lío,¿verdad?

—No.—Quiero decir con la ley.—No. Y si lo estuviera no se lo iba

a decir a un policía.—Soy un amigo, ¿recuerdas?—Sí, claro, un amigo.—Eres una chica muy guapa,

Jeannie.—Es lo que suelen decirme.—Una chica tan guapa puede

encontrarse con gente que no leconviene. Una chica tan guapa…

—… es como una canción —

Page 130: El Atracador de Mujeres

concluyó Jeannie—. No estoy con genteque no me convenga. Estoy bien. Soyuna chica normal y sana. Déjeme en paz.

—¿Sales con chicos?—Bastantes.—¿Alguno fijo?—No.—¿Alguno que pudiera serlo?—¿Sale usted con chicas? —

contraatacó Jeannie.—No mucho.—¿Alguna fija?—No —contestó Kling con una

sonrisa.—¿Alguna que pudiera serlo?—No.—¿Por qué no? Creía que un heroico

Page 131: El Atracador de Mujeres

policía estaría muy solicitado.—Soy tímido —desmintió Kling.—Pues vaya con la timidez. No hace

ni diez minutos que nos conocemos y yaestamos hablando de nuestra vidaamorosa. ¿Cuál será el próximo tema?¿El tamaño de mi sostén? —Kling nopudo evitar mirar el jersey y Jeannie locortó—: No hace falta que me lopregunte. Es un treinta y ocho.

—Me lo imaginaba —contestóKling.

—Claro, había olvidado que erapolicía. Los policías son muyobservadores, ¿verdad? ¿No es usted elgenio de los detectives?

—Soy patrullero —admitió Kling en

Page 132: El Atracador de Mujeres

tono apagado.—¿Un chico tan majo, sólo

patrullero?—¿Qué bicho te ha picado? —Kling

levantó la voz.—Ninguno. Y a ti, ¿qué bicho te ha

picado?—Nunca he conocido a una chica

como tú. Vives en una casa decente,cualquier chica daría lo que fuera paraser como tú y hablas…

—Soy la bella de Riverhead, ¿no losabías? Tengo montones de chicos queme persiguen…

—… y hablas como una vieja desesenta años que viviera en un chamizo.¿Qué te pasa realmente?

Page 133: El Atracador de Mujeres

—Nada. Simplemente que no megusta la idea de que un policía vengadetrás de mí haciendo preguntas.

—Tu familia cree que necesitasayuda —explicó Kling con hastío—. Nosé por qué, pues das la impresión de quesi entraras en una jaula de tigres saldríassin un rasguño. Eres tan tierna como undiamante en bruto.

—Gracias.—Aprovecha tu belleza, niña. —

Kling se levantó—. Quizá no laconserves cuando llegues a los treinta ycinco años. —Se dirigió a la puerta.

—Bert —llamó Jeannie.Se volvió. Ella tenía la mirada baja.—Lo siento. Normalmente no soy tan

Page 134: El Atracador de Mujeres

mal educada.—¿Qué te pasa?—Nada, de verdad. Tengo que

solucionarlo sola, eso es todo —dijocon una sonrisa trémula—. Ya searreglará.

—De acuerdo. No te des porvencida. Todo el mundo tieneproblemas. Especialmente a losdiecisiete años.

—Ya lo sé —convino Jeannie sinabandonar la sonrisa.

—Escucha, ¿puedo invitarte a unhelado o a cualquier otra cosa? Así tedistraes.

—No, gracias. —Jeannie consultó sureloj—. Tengo una cita.

Page 135: El Atracador de Mujeres

—Oh, muy bien. Diviértete, Jeannie.—La miró de cerca—. Eres muy guapa.Deberías estar contenta.

—Lo sé.—Si necesitas alguna cosa…, si

crees que puedo ayudarte… me llamas ala comisaría del Distrito 87. —Sonrió—. Allí es donde trabajo.

—Muy bien. Gracias.—¿Quieres que salgamos juntos?—No, tengo que esperar a la

canguro.Kling castañeó los dedos.—Claro. —Hizo una pausa—.

¿Quieres que espere contigo?—Mejor que no. Gracias de todos

modos.

Page 136: El Atracador de Mujeres

—Muy bien. —Kling la miró unavez más. Sabía que había más cosas quedecir, pero no sabía cómo hacerlo—.Cuídate —fue lo único que se le ocurrió.

—Lo haré. Gracias.—De nada.Abrió la puerta y pasó al vestíbulo

de entrada. Jeannie cerró la puerta.

Page 137: El Atracador de Mujeres

Capítulo 5

A Willis no le gustaba hacer horasextras. Hay poca gente a la que le guste,a menos que se las paguen. Willis eradetective de tercer grado y su salariosumaba 5230 dólares al año. No lepagaban por horas ni por el número decasos resueltos; su salario era siempre5230 dólares independientemente del

Page 138: El Atracador de Mujeres

número de horas que trabajara.Por eso estaba un poco disgustado,

ya que Fats Donner no lo llamó aquelmiércoles por la noche. Había estadodando vueltas por la sala de detectives,contestando al teléfono cada vez quesonaba, aguantando el latazo de los polisque venían a desahogarse. Escuchó unrato a Meyer, que le contaba a Patillasun caso que llevaba del Distrito 33,donde un tipo se dedicaba a robar gatos.La historia no le interesó, así quecontinuó mirando el gran reloj de pared,esperando. Salió de la comisaríaconvencido de que Donner no llamaríaaquella noche.

Cuando a la mañana siguiente se

Page 139: El Atracador de Mujeres

presentó a trabajar a las 7.45, elsargento del mostrador le entregó unanota que decía que Donner lo habíallamado la noche anterior a las 11.15.Donner dejó el recado de que lo llamaralo antes posible. Había un númeroanotado en la hoja de papel. Willis pasóel mostrador y torció a la derecha,donde un rótulo con una mano señalandoindicaba el camino hacia la DIVISIÓN DEDETECTIVES. Subió la escalera metálica,giró donde la ventana enrejadaproyectaba la luz grisácea de la mañanasobre el reducido descansillo de laescalera, y luego subió los restantesescalones hasta el segundo piso.

Pasó frente a los casilleros del final

Page 140: El Atracador de Mujeres

del corredor y por delante de los bancosy del lavabo de hombres, luego atravesóla oficina, la barandilla divisoria y entróen la sala de detectives de la patrulla.Fichó su entrada, dio los buenos días aHavilland y Simpson, que tomaban caféen una de las mesas, se sentó en la suyay se acercó el teléfono. Era una mañanagris y pálida y las lámparas de globoque colgaban del techo proyectaban unaluz polvorienta sobre la sala. La puertadel teniente estaba abierta de par en par,señal de que no había llegado. Byrnes,por lo general, cerraba la puerta tanpronto como llegaba a su despacho.

—¿Tienes una pista caliente, Hal?—preguntó Havilland.

Page 141: El Atracador de Mujeres

—Sí —contestó Willis.Una voz al otro lado de la línea dijo:

«¿Hola?» La voz era somnolienta, peroreconoció a Donner.

—Fats, soy Willis. ¿Me llamasteanoche?

—¿Qué?—Detective Willis, de la Patrulla 87

—aclaró Willis.—Ah, hola. Pero hombre, ¿qué hora

es?—Cerca de las ocho.—¿Es que nunca duermes?—¿Tenías algo para mí?—¿Conoces a un tipo llamado

Skippy Randolph?—Ni por el forro. ¿Quién es?

Page 142: El Atracador de Mujeres

—No hace mucho que ha venido deChicago, pero estoy seguro de quetambién está fichado aquí.

—¿Estás seguro?—Lo sé de buena tinta. ¿Quieres

conocerlo?—Quizá.—Esta noche habrá una partidita de

dados. Randolph irá. Podrías venirte.—¿Dónde?—Ya te llevaré yo. —Donner hizo

una pausa—. Los baños de vaporcuestan dinero, ya sabes.

—Déjame primero que compruebequién es. Quizá no valga la penaconocerlo. ¿Estás seguro de que estaráen ese juego de mierda?

Page 143: El Atracador de Mujeres

—Sí, papi.—Te llamaré más tarde. ¿Estarás en

este número?—Hasta las once. Después me iré a

los baños.Willis miró el nombre que había

anotado en un papel.—Skippy Randolph. ¿Es su nombre

verdadero?—Randolph, sí. De Skippy ya no

estoy tan seguro.—Pero ¿estás seguro de que atraca?—Absolutamente.—De acuerdo —concluyó Willis—,

ya te llamaré.Willis colgó el auricular, reflexionó

un momento, y luego telefoneó a la

Page 144: El Atracador de Mujeres

Oficina de Identificación Criminal.Miscolo, uno de los patrulleros de laoficina, entró en la sala.

—Hola Hal, ¿quieres un café? —preguntó.

—Sí —contestó Willis y luegoexpuso al policía de Identificación loque necesitaba.

La Oficina de Identificación Criminalestaba situada en la sede central que lapolicía tenía en High Street, en plenocentro de la ciudad. Funcionaba lasveinticuatro horas del día, y la únicarazón de su existencia era larecopilación, clasificación y

Page 145: El Atracador de Mujeres

catalogación de todo tipo deinformación relacionada condelincuentes. Mantenía un registro dehuellas digitales, un fichero dedelincuentes, un archivo de reclamadospor la justicia, otro de delincuentes enlibertad vigilada, así como deexreclusos, de jugadores, de violadores,de atracadores y de todo tipo deindividuos relacionados con el delito.Su archivo de uso más frecuente contabacon más de 80 000 fotografías dedelincuentes conocidos. Y como a todaslas personas acusadas y convictas de undelito se las fotografía y se les toman lashuellas digitales, según estipula la ley,el archivo crecía de forma incesante y se

Page 146: El Atracador de Mujeres

actualizaba continuamente. La Oficinade Identificación recibía y clasificabaunos 206 000 juegos de huellasdactilares cada año y contestabapeticiones de unos 250 000 expedientesremitidas de todas partes del país. Asípues, la solicitud de Willis fue una másy resultó muy sencilla de contestar. Enuna hora tenía la información en sudespacho. El primer documento quesacó Willis del sobre fue la fotocopia dela tarjeta de huellas dactilares deRandolph.

Willis la miró rápidamente porencima. Dadas las circunstancias, lashuellas no le servían de gran cosa. Sacóel segundo documento del sobre: la

Page 147: El Atracador de Mujeres

fotocopia del reverso de la tarjeta de lashuellas dactilares.

Page 148: El Atracador de Mujeres
Page 149: El Atracador de Mujeres
Page 150: El Atracador de Mujeres
Page 151: El Atracador de Mujeres
Page 152: El Atracador de Mujeres
Page 153: El Atracador de Mujeres

Willis repasó el resto de lainformación. Una tarjeta afirmaba queRandolph tras ocho meses de prisión,había sido excarcelado de Baily porbuena conducta el 2 de mayo de 1950.Había notificado al juez de vigilanciaque deseaba volver a Chicago, su ciudadnatal, adonde tenía que haber ido allicenciarse de la Marina. Se le concedióel permiso, y salió para Chicago el 5 dejunio de 1950. Existía también uninforme del funcionario de libertadvigilada de Chicago a quien se transfirióel expediente de Randolph. Al parecer,no había violado su libertad provisional.

Entre todos los documentos, Willis

Page 154: El Atracador de Mujeres

eligió la transcripción del expediente deRandolph en la Infantería de Marina. Sehabía alistado el 8 de diciembre, el díadespués de Pearl Harbour. Teníaentonces veintitrés años, casiveinticuatro. Ascendió a cabo, tomóparte en los desembarcos de Iwo Jima yOkinawa, y fue responsable personal dela rendición de cincuenta y cuatrosoldados japoneses. El 17 de junio de1945 fue herido en la pierna durante unataque de la Sexta División de Infanteríade Marina a la ciudad de Mezano. Fueenviado a Pearl Harbour, donde ingresóen un hospital, y después de laconvalecencia fue trasladado a SanFrancisco, ciudad en que se licenció con

Page 155: El Atracador de Mujeres

todos los honores.Y cuatro años más tarde asaltó a un

hombre de cincuenta y tres años eintentó llevarse su cartera.

Y ahora, según Donner, había vueltoa la ciudad y asaltaba de nuevo.

Willis miró su reloj y marcó elteléfono de Donner.

—¿Diga? —respondió Donner.—Ese juego de mierda de esta

noche. Prepáralo.

El juego de mierda en cuestión eraitinerante, y esa noche particular deljueves se celebraba en un almacéncercano a la autopista River. Willis,

Page 156: El Atracador de Mujeres

para estar a tono con el espíritu festivode la ocasión, se puso una camisaestampada con cabezas de caballo y unachaqueta deportiva. Cuando se encontrócon Donner, por poco no lo reconoce.De alguna manera inexplicable, elmontón fláccido y temblón de carneblanca que aspiraba el vapor de losbaños turcos se las había arreglado paraadquirir estatura e incluso eminenciaembutido en un traje azul marino. Seguíapareciendo enorme, pero ahora lo eracomo un gigante legendario, magnífico,de porte casi majestuoso. Tras estrecharla mano de Willis —en cuya ceremoniaun billete de diez dólares pasó de unapalma a la otra—, se dirigieron en busca

Page 157: El Atracador de Mujeres

del almacén, del juego de mierda y deSkippy Randolph.

Apostado contra la puerta, unhombre demacrado reconoció a Donner,pero no abrió hasta que Donner le hubopresentado a Hal Willis como «WillyHarris, un viejo colega». Entonces loshizo pasar al almacén, cuyo primer pisoestaba a oscuras, excepto un rincón de lanave alumbrado por una bombilla. Elresto de la nave se encontrabaatiborrado de lo que parecían neveras ycocinas.

—Hay un acuerdo con el vigilante ycon el poli que hace la ronda —explicóDonner—. Nadie nos molestará aquí. —Atravesaron la nave; los tacones

Page 158: El Atracador de Mujeres

resonaban en el suelo de cemento—.Randolph es el de la chaqueta verde —añadió Donner—. ¿Quieres que te lopresente o lo harás por tu cuenta?

—Es mejor actuar solo —dijoWillis—. Si esto sale mal, será mejorque no te veas complicado. Eresdemasiado valioso.

—Ya no tiene remedio —repusoDonner—. He sido yo quien te hapresentado en la puerta.

—Sí, pero yo podría ser un polilisto que te ha engañado.

—Está bien —cedió Donner. Luego,en un cuchicheo, de modo que sucumplido no sonó a coba, añadió—:Eres un poli listo.

Page 159: El Atracador de Mujeres

Si Willis lo oyó, no dio señales deque así fuera. Anduvieron hasta dondeestaba la manta extendida bajo labombilla. Donner se unió al grupo deapostantes y Willis rodeó el círculohasta colocarse enfrente de él, de pie, allado de Randolph. Un hombre bajito,con un jersey con cuello de tortuga, hizorodar los dados.

—¿Cuál es el punto? —preguntóWillis a Randolph.

Randolph lo miró desde arriba. Eraun hombre alto, de cabello castaño yojos azules. La cicatriz de unacuchillada en la sien imprimía un aireamenazador a su rostro, por lo demásagradable.

Page 160: El Atracador de Mujeres

—Seis —respondió.—¿Tiene potra?—No mucha.El hombre del cuello de tortuga

recogió los dados y volvió a tirarlos.—Vamos con el seis —dijo alguien

al otro lado del corro.—No te entrometas —amenazó otro.

Willis contó las cabezas. Con él y conDonner, eran siete los hombres quejugaban. Los dados se detuvieron.

—Seis —anunció el hombre delcuello de tortuga. Retiró casi todos losbilletes que había sobre la manta y dejóveinticinco dólares. Recogió los dados ydijo—: Apuesto veinticinco.

—Ahí van —declaró un hombre

Page 161: El Atracador de Mujeres

corpulento de voz grave. Y dejó caersobre la manta dos billetes de diez y unode cinco. El hombre del cuello detortuga tiró los dados.

—Venga, siete —dijo.Willis miraba. Los dados rebotaron

y se detuvieron.—El pequeño Joe —dijo el del

cuello de tortuga.—Dos a uno, ningún cuatro —dijo

Willis y puso un billete de diez dólares.—Acepto —declaró un hombre al

otro lado del corro. Cuello de Tortugavolvió a tirar.

—Esa apuesta es una tontería —cuchicheó Randolph al oído de Willis.

—Dijiste que no tenía mucha potra.

Page 162: El Atracador de Mujeres

—Pero se está calentando. Fíjate.Cuello de Tortuga sacó un seis y

luego un cinco. El hombre de enfrente sedirigió a Willis.

—¿Aceptas otros cinco en lasmismas condiciones?

—Vale la apuesta —convino Willis.Puso un billete de diez en la palma y elhombre lo cubrió con uno de cinco.

Cuello de Tortuga agitó los dados.Sacó su cuatro en la siguiente tirada.Willis entregó los treinta dólares alhombre de enfrente. Cuello de Tortugadejó los cincuenta sobre la manta.

—Cubro la mitad —anunció el de lavoz grave.

—Y yo la otra mitad —añadió

Page 163: El Atracador de Mujeres

Willis.Ambos depositaron el dinero sobre

el de Cuello de Tortuga.—Estás sonado —dijo Randolph.—He venido a apostar —contestó

Willis—. Cuando tengo ganas de hacerpunto, me quedo en casita.

Cuello de Tortuga sacó un siete en laprimera tirada.

—¡Hijo de puta! —exclamó VozGrave.

—Dejo los cien —contestó Cuellode Tortuga sonriendo.

—Estás cubierto —declaró Willis.Desde el otro lado del círculo, Donnerlo miró con ojos incrédulos. Voz Graveenarcó las cejas.

Page 164: El Atracador de Mujeres

—Tenemos a un valiente entrenosotros —comentó Cuello de Tortuga.

—¿Es esto una reunión de costureraso un juego de hombres? —le preguntóWillis—. Tira.

Cuello de Tortuga sacó un ocho.—Seis a cinco ningún ocho —dijo

Willis. Los hombres del corro guardaronsilencio—. Muy bien, ocho a cinco.

Seis a cinco era la apuesta correcta.—Acepto —convino Voz Grave y le

alargó un billete de cinco a Willis.—Muévelos —ordenó Willis, y

Cuello de Tortuga agitó los dados.—Dos seises. —Randolph miró a

Willis un momento—. Otros ocho pavosa que no sale el ocho.

Page 165: El Atracador de Mujeres

—¿Igual que antes? —preguntó VozGrave.

—Igual —contestó Randolph.—Acepto —dijo Voz Grave y

entregó cinco dólares a Randolph.—El que se calienta también se

enfría —comentó éste, y sonrió a Willis.Cuello de Tortuga sacó su ocho. Voz

Grave recogió el dinero de Willis yRandolph. Un hombre de nariz ganchudasuspiró.

—Apuesto los doscientos —anuncióCuello de Tortuga.

—Esto se está poniendo un pocodifícil, ¿no te parece? —preguntó NarizGanchuda.

—Si lo ves muy difícil, vete a la

Page 166: El Atracador de Mujeres

cama —replicó Randolph.—¿Quién cubre los doscientos? —

preguntó Cuello de Tortuga…—Cubro cincuenta. —Nariz

Ganchuda suspiró de nuevo.—Faltan cien y medio —declaró

Cuello de Tortuga—. ¿Quién los pone?—Aquí tienes un centenario —

Willis dejó caer el billete en la manta.—Tomo los últimos cincuenta —

anunció Randolph y puso su dinero allado del de Willis—. Mueve y tira.

—Qué gran noche —exclamó unhombre de cara redonda, de pie a laderecha de Willis—. Grandes jugadores.

Cuello de Tortuga tiró y los dadosrodaron por la manta. Uno se detuvo,

Page 167: El Atracador de Mujeres

mostrando un dos. El segundo dadochocó con el primero y se paró con uncinco.

—Siete —proclamó risueño Cuellode Tortuga.

—Tiene potra —dijo Cara Redonda.—Demasiada potra —murmuró

Nariz Ganchuda.—Apuesta —apremió Voz Grande.—Apuesto cuatrocientos —anunció

Cuello de Tortuga.—Venga —rezongó Nariz Ganchuda

—, ¿es que quieres echarnos?Willis miró al otro lado del corro.

Nariz Ganchuda llevaba pistola,claramente marcada bajo la chaqueta. Ysi no se equivocaba, Cuello de Tortuga y

Page 168: El Atracador de Mujeres

Voz Grave también iban armados.—Cubro dos billetes —declaró

Willis.—¿Hay alguien que cubra los otros

dos? —preguntó Cuello de Tortuga.—Tienes que fallar alguna vez —

declaró Randolph—. Yo los cubro. —Ydejó caer los doscientos sobre la manta.

—Tira los dados —ordenó Willis—.Pero agítalos primero.

—Daditos, papá tiene agujeros enlos zapatos —cantó Cuello de Tortuga.Tiró y sacó once.

—Caray, esta noche estoy de suerte.Lo apuesto todo —dijo Cuello deTortuga—. ¿Estoy cubierto?

—Despacito, primo —soltó Willis

Page 169: El Atracador de Mujeres

de pronto.—Apuesto los ocho —anunció

Cuello de Tortuga.—Déjame ver los marfiles —ordenó

Willis.—¿Qué?—Digo que me dejes ver los

cubitos. Parecen tener talento.—El talento está en mi mano, amigo

—replicó Cuello de Tortuga—. ¿Mecubres o no?

—No hasta que no vea los dados.—Entonces no me cubres —contestó

secamente Cuello de Tortuga—. ¿Quiénapuesta?

—Enséñale los dados —ordenóRandolph. Willis lo miró. El antiguo

Page 170: El Atracador de Mujeres

marine había perdido doscientos en laúltima tirada. Willis había insinuado quelos dados estaban cargados y ahoraRandolph quería comprobarlo por élmismo.

—Los dados son correctos —aseguró Cuello de Tortuga.

—Son honrados —añadió Voz Gravemirando a Willis de un modo peculiar—. Aquí se juega legal.

—Pues no lo parece —repuso Willis—. Demuéstramelo.

—Si no te gusta el juego, lárgate —advirtió Nariz Ganchuda.

—Desde que he venido he perdidohasta la camisa —le cortó Willis—.Prácticamente esos dados son míos.

Page 171: El Atracador de Mujeres

¿Puedo echarles un vistazo o no?—¿Has sido tú, Fats, quien ha traído

a este pájaro?—Sí —respondió Donner, y empezó

a sudar.—¿De dónde lo has sacado?—Nos conocimos en un bar. —

Willis intervino para desmarcar aDonner—. Le dije que buscaba acción.No esperaba que los dados estuvieraneducados.

—Te hemos dicho que los dados soncorrectos —dijo Voz Grave.

—Entonces, déjame verlos.—Puedes examinarlos cuando te

toque tirar —masculló Cuello deTortuga—. Todavía los tiro yo.

Page 172: El Atracador de Mujeres

—Aquí nadie los tira hasta que yono los vea —aseguró Willis con firmeza.

—Eres demasiado pequeño parahablar así —replicó Voz Grave.

—Demuéstramelo —contestó Willissuavemente.

Voz Grave lo miró desde arriba, alparecer tratando de adivinar si Willisiba o no armado. Debió de pensar queno.

—Sal de aquí, canijo asqueroso. Ote parto en dos.

—¡Inténtalo, grandullón! —exclamóWillis.

Voz Grave miró furioso a Willis yluego cometió el mismo error que tantosotros habían cometido antes que él.

Page 173: El Atracador de Mujeres

Nadie podía imaginar, por la aparienciade Willis, lo bien entrenado que estaba.No había forma de saber que era expertoen judo o que podía romperle la espaldaa cualquiera con sólo chasquear losdedos. Voz Grave se pensaba que era uncanijo asqueroso, así que atravesó elcorro dispuesto a aplastar a Willis comoa una chinche.

En honor a la verdad, hay que decirque quedó sorprendido con lo quesucedió a continuación.

Willis no miró la cara ni las manosde Voz Grave. Se fijó en sus pies,dispuesto a lanzarse sobre él en cuantoadelantara el derecho. Cuando lo hizo,atacó repentinamente, apoyándose en la

Page 174: El Atracador de Mujeres

rodilla derecha y agarrando el tobilloizquierdo de Voz Grave.

—Eh, maldita sea… —empezó VozGrave, pero fue todo lo que pudo decir.

Willis tiró del tobillo hacia sí yhacia arriba, al tiempo que con el bordede la mano derecha le golpeaba elvientre. Voz Grave vio a su oponente derodillas, sintió su tobillo atenazado y lafuerte presión sobre su estómago, perono fue capaz de pensar que era objeto deuna llave de tobillo. Sólo supo que caíahacia atrás y luego se quedó sin alientocuando su espalda golpeó sobre el suelode cemento. Aturdido, sacudió la cabezay se puso de pie.

Vio a Willis frente a él, sonriendo.

Page 175: El Atracador de Mujeres

—Muy bien, niño bonito —murmuróVoz Grave—. Muy bien, hijo de putabonito. —Y se adelantó de nuevo.

Willis no movió un músculo.Permaneció en pie, oscilando a un ladoy a otro, equilibrado, sonriente, y luegoactuó. Atenazó el brazo izquierdo de VozGrave, a la altura del codo, con la manoderecha. Sin dudarlo, tiró bruscamentehacia arriba del brazo izquierdo,presionando en la axila de Voz Gravecon la mano izquierda, plana, con losdedos juntos y el pulgar debajo. Luegogiró a la derecha, tirando del brazo delhombre, que puso sobre su hombroizquierdo y forzándolo a bajar con sutenaza en el codo.

Page 176: El Atracador de Mujeres

De pronto, se inclinó hacia adelantey los pies de Voz Grave abandonaron elsuelo. Luego, con un rápido tirón, lovolteó sobre el hombro, haciendo quecayera de nuevo sobre el cemento. Unallave de hombro.

Cuidadosamente, porque no queríaromperle el brazo, Willis soltó su tenazaen el codo antes de que el otro cayera alsuelo. Voz Grave, atontado, sacudió lacabeza. Intentó ponerse de pie, pero sequedó sentado, sin dejar de sacudir lacabeza. Al otro lado del corro, NarizGanchuda se metió la mano en el interiorde la chaqueta.

—¡Quieto ahí! —ordenó una voz.Willis se volvió. Randolph

Page 177: El Atracador de Mujeres

empuñaba una 45 y cubría al grupo.—Gracias —dijo Willis.—Recoge esos ochocientos —

ordenó Randolph—. No me gustan losjuegos trucados.

—¡Eh, que ahí está mi pasta! —exclamó Cuello de Tortuga.

—Pues ahora resulta que es nuestra—replicó Randolph.

Willis recogió el dinero y se lometió en el bolsillo.

—Vamos —mandó Randolph.Se dirigieron a la puerta lateral;

Randolph se alejaba del grupo dehombres sin darles la espalda y con lapistola todavía en la mano. El tipodemacrado que había dejado pasar a

Page 178: El Atracador de Mujeres

Willis pareció confundido, pero no dijonada. Casi nadie habla cuando una 45hace su aparición en la película. Willis yRandolph corrieron calle abajo.Randolph se guardó la pistola en elbolsillo y llamó a un taxi al llegar a laesquina.

—¿Te apetece una taza de café? —preguntó Randolph.

—Y tanto —dijo Willis.—Me llamo Skippy Randolph. —Le

ofreció la mano.Willis se la estrechó.—Mi nombre es Willy Harris.—¿Dónde aprendiste judo? —

preguntó Randolph.—En Infantería de Marina.

Page 179: El Atracador de Mujeres

—Claro. Yo también estuve.—¿Bromeas? —inquirió Willis

fingiendo sorpresa.—Sexta División —señaló

Randolph con orgullo.—Yo estuve en la Tercera —apuntó

Willis.—¿Iwo?—Sí.—Yo estuve en Iwo y en Okinawa.

Mi compañía fue asignada a la Quintacuando desembarcamos en Iwo.

—Menudo infierno —comentóWillis.

—Y que lo digas. Aun así, pasébuenos momentos. Pero en Okinawa mehirieron.

Page 180: El Atracador de Mujeres

—Yo tuve suerte —admitió Willis, yal no hallar madera que tocar, se pasólos nudillos por la cabeza.

—¿Te parece que estamos ya losuficientemente lejos de esos canallas?—preguntó Randolph.

—Creo que sí.—Pare por aquí —ordenó Randolph

al taxista.El coche se acercó al bordillo y

Randolph dio una buena propina altaxista. Los dos hombres se quedaron enla acera y Randolph inspeccionó lacalle. Señaló con el dedo.

—Allí hay una cafetería —dijo.Willis se sacó del bolsillo los

ochocientos dólares.

Page 181: El Atracador de Mujeres

—La mitad son tuyos —declaró, y selos entregó.

—Me pareció que aquellos dadosestaban un poco antojadizos. —Randolph se guardó los billetes.

—Sí. —Willis rio.Entraron en la cafetería y se sentaron

en una mesa de un rincón. Pidieron caféy buñuelos franceses. Cuando estuvieronservidos, permanecieron en silenciodurante un rato.

—Buen café —dijo Randolph.—Sí —corroboró Willis.—¿Eres nativo de estos pagos?—Sí. ¿Y tú?—Soy de Chicago —contestó

Randolph—. Recalé aquí cuando me

Page 182: El Atracador de Mujeres

licenciaron. Me quedé cuatro años.—¿Cuándo te licenciaron?—En el cuarenta y cinco. Volví a

Chicago el año cincuenta.—¿Y qué hiciste hasta el cuarenta y

nueve?—Pasé un tiempo a la sombra —

contestó Randolph cauteloso.—¿No hemos estado todos? —

preguntó Willis con tono aburrido—.¿Por qué te cogieron?

—Atraqué a un viejo.—¿Qué te ha traído otra vez por

aquí?—Y a ti, ¿por qué te cogieron?—Oh, nada —contestó Willis.—Oh, vamos —insistió Randolph.

Page 183: El Atracador de Mujeres

—Pero ¿qué importancia tiene?—Tengo curiosidad.—Violación —soltó Willis

rápidamente.—Eh —exclamó Randolph

levantando las cejas.—No fue como suena. Salía con la

dama y era el bombón más rico que heconocido. Y una noche…

—Ya, entiendo.—¿De verdad?—Claro. ¿Crees que yo quería

atracar a aquel viejo? Necesitaba pasta,eso era todo.

—¿De qué vives? —preguntó Willis.—Me las arreglo.—¿Haciendo qué?

Page 184: El Atracador de Mujeres

Randolph dudó unos segundos.—Soy camionero.—¿Sí?—Sí.—¿Para quién trabajas?—Bueno, en este momento no tengo

trabajo.—Entonces, ¿cómo te las arreglas?—Hago algunas cosas que me dan

algo de dinero. —Randolph hizo unapausa—. ¿Estás buscando algo?

—Pudiera ser.—Dos tíos juntos pueden arreglarse

bastante bien.—¿Haciendo qué?—Imagínatelo.—No me gusta hacer una comedia

Page 185: El Atracador de Mujeres

sin saber el papel —contestó Willis—.Si tienes algo para mí, explícameloahora.

—Atracar —dijo Randolph.—¿A viejos?—A viejos, a jóvenes, ¿qué más da?—Eso no da mucha pasta.—Si eliges bien el barrio, sí.—No sé, no me gusta la idea de

zurrar a los viejos —Willis hizo unapausa—, ni a las tías.

—¿Quién ha dicho nada de tías? Lasevito. Las tías sólo traen problemas.

—¿Sí?—Desde luego. Pero bueno, ¿es que

no lo sabes? Te trincan por intento deviolación, además de atraco. Aunque no

Page 186: El Atracador de Mujeres

les hayas puesto un dedo encima.—¿Ah sí? —Willis estaba

decepcionado.—Seguro. Huyo de ellas como de la

peste. Además, las tías no suelen llevarmucho dinero.

—Ya veo —dijo Willis.—Entonces ¿qué dices? Sabes judo

y yo también. Podríamos poner la ciudadpatas arriba.

—No sé. —Willis estabaconvencido ya de que Randolph no erasu hombre, pero deseaba escuchar máspara pescarlo.

Mientras los dos hombres charlaban en

Page 187: El Atracador de Mujeres

un extremo de la ciudad, la muchachayacía boca abajo entre los arbustos delotro extremo. Los arbustos crecían al piede una inclinada ladera, un acantilado enminiatura formado de tierra y piedras. Elacantilado caía sobre los arbustos,detrás de los cuales corría el río y,encima, estaba el amplio puente queconducía al otro estado.

La muchacha tenía la cadera rota.Sus medias se habían desgarrado alrodar por la pendiente hasta losarbustos. Tenía la falda levantada, demodo que se veía la parte posterior delas piernas hasta las nalgas. Las piernaseran bonitas, jóvenes, pero una estabatorcida en un curioso ángulo, y, tal como

Page 188: El Atracador de Mujeres

yacía entre los arbustos, no había nadaatractivo en el cuerpo de la muchacha.

Tenía la cara cubierta de sangre. Lasangre se extendía desde los rasgosdestrozados hasta las ramas espinosasde los arbustos y luego caía en el suelo,donde la sedienta tierra otoñal laabsorbía. Sobre el pecho turgente de lachica descansaba un brazo doblado paraprotegerlo de las ramas agudas ycortantes. El otro colgaba fláccido a unlado. La mano estaba abierta.

En el suelo, cerca de la sangrederramada, a unos metros de la palmaabierta, reposaban unas gafas de sol.Uno de los cristales estaba roto.

La muchacha tenía los cabellos

Page 189: El Atracador de Mujeres

rubios, pero el color dorado estabateñido de sangre en el lugar donde algoduro e inflexible había aplastadorepetidamente el cráneo.

La muchacha no respiraba. Yacíaboca abajo, entre los arbustos, al pie delpequeño acantilado; la sangre corría porla tierra. No volvería a respirar.

Su nombre era Jeannie Paige.

Page 190: El Atracador de Mujeres

Capítulo 6

El teniente Byrnes estudió lainformación de la hoja impresa.

Hablando en plata, aquello sólodecía que alguien la había diñado. Elcadáver había sido trasladado aldepósito y lo más probable es que algúnjoven interno de allí hubiera examinadola cara destrozada y el cráneo fracturado

Page 191: El Atracador de Mujeres

para llegar a la notable conclusión deque la muerte había sido causada por«contusión cerebral aparente». Podíaentender que no tuviera ya en su mesa uninforme completo pero, aunentendiéndolo, le revolvía las tripas.Suponía que la gente no iba a echarse ala calle en mitad de la noche —elcuerpo seguramente llegó al depósito enla madrugada— para ver si un estómagocontenía o no veneno. Claro que no.Nadie empieza a trabajar hasta las nuevede la mañana, y nadie trabaja después delas cinco de la tarde. Un paísmaravilloso. Nadie trabaja demasiado.

Excepto el tipo que mató a lamuchacha, por supuesto.

Page 192: El Atracador de Mujeres

No le importó hacer horas extras.«Diecisiete años —pensó Byrnes—.

¡Mi hijo tiene diecisiete!».

Page 193: El Atracador de Mujeres
Page 194: El Atracador de Mujeres

Se levantó y caminó hasta la puertadel despacho. Era un hombre bajo,sólido y achaparrado, con una cabezaque parecía sacada de un enorme bloquede granito. Tenía unos ojos pequeños yazules, vivos y siempre alertas. No legustaba la gente que se dejaba matar. Nole gustaban las jovencitas que sedejaban aplastar la cabeza. Abrió lapuerta.

—¡Eh! —llamó.Willis levantó la mirada desde su

mesa.—Pasa, ¿quieres?Dejó la puerta abierta y regresó a su

despacho. Willis lo siguió y permaneció

Page 195: El Atracador de Mujeres

de pie y en silencio, con las manoscruzadas a la espalda.

—¿Sabes algo ya de esas gafas desol? —preguntó Byrnes todavíapaseando.

—No, señor. Hay una buena huellade un pulgar en el cristal que no se haroto, pero no creo que consigamos nadacon una sola huella.

—¿Y qué hay de tu colega? El quetrajiste anoche.

—Randolph. Se ha puesto como locopor haber hecho una confesión completaa un policía sin saberlo. Aunque creoque él sabe que no se podrá mantener laacusación ante un tribunal. Ahora mismogrita pidiendo un abogado.

Page 196: El Atracador de Mujeres

—Me refiero a la huella del pulgar.—No es suya, señor —aseguró

Willis.—¿Podría ser de la muchacha?—No, señor. No lo es. Ya lo hemos

comprobado.—Entonces, Randolph no es nuestro

hombre.—No, señor.—En cualquier caso, nunca creí que

lo fuera. A la muchacha seguramente lagolpearon mientras Randolph estabacontigo.

—Sí, señor.—Es una maldita vergüenza, una

maldita vergüenza. —Empezó a pasearotra vez—. ¿Qué está haciendo

Page 197: El Atracador de Mujeres

Homicidios Norte?—Están en ello, señor. Repasando

todos los delincuentes sexuales.—Podríamos echarles una mano.

Comprueba nuestros archivos y pon alos muchachos a trabajar, por favor. —Hizo una pausa—. ¿Crees que fuenuestro atracador quien lo hizo?

—Las gafas de sol podrían indicareso.

—Así que Clifford terminó porpasarse de la raya, el muy hijo de puta.

—Es una posibilidad, señor.—Mi nombre es Pete. ¿A qué viene

tanta formalidad?—Bien, señor. Tengo una idea.—¿Sobre este asunto?

Page 198: El Atracador de Mujeres

—Sí, señor. Si es que nuestroatracador lo hizo, señor.

—¡Pete! —gruñó Byrnes.—Pete, este asesinato va a

aterrorizar a la ciudad. ¿Has visto losperiódicos de la mañana? Una niña dediecisiete años con la cara destrozada.En nuestro distrito, Pete. De acuerdo quees un distrito podrido. Apesta a milkilómetros y hay gente que cree quesiempre apestará. Pero me pone furioso,Pete. Me hace daño.

—El distrito no es tan malo —dijoByrnes reflexivo.

—Ay, Pete. —Willis suspiró.—De acuerdo, huele. Lo hacemos lo

mejor que sabemos. ¿Qué mierda

Page 199: El Atracador de Mujeres

quieren que sea? ¿Snob Hill?—No. Pero hemos de darle

protección, Pete.—Y se la damos. ¿O no? Trescientos

sesenta y cinco días al año, todos losmalditos años. Y los periódicos sólo seocupan de los casos gordos. Estemaldito atracador…

—Por eso tenemos que cogerlo.Homicidios Norte tardará una eternidaden su investigación. Los agentes deHomicidios no ven más que cadáveres.¿Crees que porque aparezca otro se vana alarmar?

—Hacen un buen trabajo —declaróByrnes.

—Ya lo sé, ya lo sé. —La voz de

Page 200: El Atracador de Mujeres

Willis delataba impaciencia—. Perocreo que mi idea podrá ayudarlos.

—Muy bien —dijo Byrnes—,escuchémosla.

Aquella tarde del viernes, la sala deestar se mantenía en silencio, con lapalidez de la muerte. Molly Bell habíallorado hasta la extenuación y ya no lequedaban lágrimas. Callaba sentadafrente a su marido, y Bert Kling, de pie,junto a la puerta, se sentía incómodo yno dejaba de preguntarse por qué habíaido.

Recordaba claramente cómo lamuchacha Jeannie le había llamado antes

Page 201: El Atracador de Mujeres

de irse aquel miércoles por la noche. Seacordaba de su belleza increíble ygrabadas bajo su belleza, de lasapretadas garras de la preocupación ydel disgusto. Y ahora estaba muerta. Y,curiosamente, él se sentía de algunamanera responsable.

—¿Te dijo algo? —preguntó Bell.—No mucho —contestó Kling—.

Parecía preocupada por algo…parecía… muy cínica y amargada parasu edad. No sé —concluyó meneando lacabeza.

—Sabía que algo iba mal —murmuró Molly con una voz apenasaudible. Estrujó un pañuelo con lasmanos en el regazo, pero el pañuelo

Page 202: El Atracador de Mujeres

estaba seco. Ya no había lágrimas queenjugar.

—La policía cree que fue elatracador, amor —afirmó Bellsuavemente.

—Sí —dijo Molly—. Ya sé lo quecreen.

—Amor, sé lo que sientes…—Pero ¿qué hacía en Isola? ¿Quién

la llevó a un sitio tan solitario, cerca delpuente Hamilton? ¿Fue hasta allí sola,Peter?

—Supongo que sí.—¿Y por qué iba a ir allí sola? ¿Por

qué una chica de diecisiete años iba a irsola a un sitio tan solitario?

—No sé, querida —dijo Bell—.

Page 203: El Atracador de Mujeres

Amor, por favor, no sigasatormentándote. La policía loencontrará. La policía…

—¿Encontrará a quién? —lointerrumpió Molly—. ¿Al atracador?Pero ¿van a encontrar al que la llevóallí? Peter, hay una gran distancia hastaIsola. ¿Por qué tuvo que ir hasta allídesde Riverhead?

—No lo sé, amor. —Bell meneó lacabeza—. No lo sé.

—Lo averiguaremos, Molly —aseguró Kling—. Homicidios Norte ylos detectives de mi distrito se ocuparánde descubrirlo. No te preocupes.

—Y cuando lo sepáis, ¿le devolveráeso la vida a mi hermana?

Page 204: El Atracador de Mujeres

Kling se quedó mirando a aquellaanciana de veinticuatro años, sentada ensu silla, con los hombros hundidos,llorando una vida al tiempo que llevabauna vida nueva dentro de ella.Guardaron silencio durante un largorato. Finalmente, Kling dijo que teníaque irse y Molly, amablemente, lepreguntó si quería una taza de café. Elpolicía dijo que no, le dio las gracias,estrechó la mano de Bell y salió al solinestable de la tarde que bañaba lascalles de Riverhead.

Los niños salían atropelladamentedel colegio en lo alto de la calle y Klinglos miró mientras caminaba, niños decaras lavadas, niños alborotadores y

Page 205: El Atracador de Mujeres

niñas preciosas, persiguiéndose entreellos, gritando, descubriéndose entre sí.

No hacía muchos años, JeanniePaige había sido una niña comoaquéllas.

Caminó lentamente.Había algo en el aire, algo que le

hizo desear que llegara pronto elinvierno. Fue un deseo muy peculiar,porque lo cierto es que le gustaba elotoño. Un deseo extraño, pensó y supusoque sería porque el otoño era tiempo demorir, de nostalgia del verano, de hojasmuertas, de días muertos y…

De muchachas muertas.Kling apartó aquellos pensamientos

de la cabeza. En la esquina frente al

Page 206: El Atracador de Mujeres

colegio había un carrito de perritoscalientes, y el propietario, con undelantal blanco, bigote y amplia sonrisa,hundía el tenedor en la olla dehumeantes salchichas y luego en el potede chucrut, luego dejaba a un lado eltenedor y cogía el palillo del frasco demostaza, la extendía y entregaba laacabada obra maestra a una jovencita deno más de catorce años que esperaba allado. Pagó el perrito caliente y, al darleel primer mordisco, en su rostro pudoadvertir verdadera felicidad. Kling laestuvo mirando y luego siguió sucamino.

En la cuneta apareció un perrosaltando y brincando detrás de una

Page 207: El Atracador de Mujeres

pelota de goma que botaba desde laacera. Un coche se detuvo patinando,con los neumáticos chirriando. Elconductor meneó la cabeza y luegosonrió inconscientemente al ver al felizcachorro.

Los árboles dejaban caer las hojassobre el suelo, hojas naranjas, rojas,bermejas, doradas, cubriendo las acerasde montones de materia crujiente.Escuchó el roce de las hojas bajo suspasos, aspiró el vigoroso aire otoñal ypensó: «No es justo; tenía tanta vida pordelante».

Cuando llegó a lo alto de la avenidase levantó un aire frío. Se dirigió a laestación del metro elevado, y el viento

Page 208: El Atracador de Mujeres

le atravesó la chaqueta que llevaba y leheló los huesos.

Ahora, las voces de los críos delcolegio quedaron muy atrás, ahogadaspor los chillidos del vendaval. Sepreguntó si llovería.

El viento silbó a su alrededor,hablándole de lugares secretos yenmarañados, sobre la muerte y sobreKling; de pronto, sintió más frío quenunca, y deseó el calor reconfortante deuna bufanda. El frío subió por su espinadorsal y se quedó en su nuca, como unamano helada.

Cuando entró en la estación y subiólas escaleras, curiosamente, advirtió queestaba pensando en Jeannie Paige.

Page 209: El Atracador de Mujeres

Capítulo 7

La muchacha cruzó las piernas.Estaba sentada frente a Willis y

Byrnes, en la oficina del teniente, en elsegundo piso de la comisaría delDistrito 87. Eran unas buenas piernas.La falda le sombreaba las rodillas yWillis no tuvo más remedio quereconocer que eran unas buenas piernas.

Page 210: El Atracador de Mujeres

Limpias y brillantes, con pantorrillasllenas que terminaban en unos tobillosesbeltos, realzados por los zapatosnegros de altos tacones.

La muchacha era pelirroja, lo cualestaba muy bien. El cabello rojosiempre es auténtico. La muchacha teníauna cara bonita, con naricilla irlandesa yojos verdes. Mientras escuchaba a loshombres en respetuoso silencio, tanto sucara como sus ojos respirabaninteligencia. De vez en cuando suspirabaprofundamente y, cuando lo hacía, elsevero corte de su traje no podía ocultarla rotunda curva de sus senos.

La muchacha ganaba 5555 dólares alaño. La muchacha llevaba un 38 en el

Page 211: El Atracador de Mujeres

bolso. Era una detective de segundogrado llamada Eileen Burke, un nombretan irlandés como su naricilla.

—No tiene que aceptar si no lodesea, señorita Burke —aseguró Byrnes.

—Parece interesante —contestóEileen.

—Hal, perdón, Willis, la seguirá decerca todo el camino, ¿entiende? Peroeso no garantiza que pueda llegar atiempo si sucede algo.

—Lo entiendo, señor.—Y Clifford no es ningún caballero

—añadió Willis—. Ha golpeado y hamatado. O, por lo menos, eso es lo quecreemos. Quizá no resulte divertido.

—No pensamos que vaya armado,

Page 212: El Atracador de Mujeres

pero la última vez empleó algo distinto alos puños. Ya ve, señorita Burke…

—Lo que tratamos de decirle —aclaró Willis— es que no está obligadaa aceptar esta tarea. Lo entenderíamosperfectamente si rehusara.

—¿Desean ustedes meterme en estoo sacarme de esto? —preguntó Eileen.

—Le pedimos simplemente que tomesu decisión con entera libertad. Lavamos a enviar como reclamo, ycreemos…

—No seré tal reclamo con unapistola en el bolso.

—De acuerdo, pero queríamospresentarle los hechos antes de…

—Mi padre fue patrullero —empezó

Page 213: El Atracador de Mujeres

a decir Eileen—. Pops Burke, así lollamaban. Hacía su ronda en HadesHoles. En 1938, un convicto reciénfugado de la cárcel, un tal FlipDanielsen, se refugió en un apartamentode la calle Prime esquina con TreintaNorte. Cuando los policías lo cercaron,mi padre estaba con ellos. Danielsentenía un fusil Thompson y en la primeraráfaga alcanzó a mi padre en elestómago. Mi padre murió aquellanoche, con muchos dolores, porque esetipo de heridas no son fáciles. —Hizouna pausa—. Me parece que aceptaré eltrabajo.

—Ya lo sabíamos —dijo Byrnes conuna sonrisa.

Page 214: El Atracador de Mujeres

—¿Seremos la única pareja? —preguntó Eileen a Willis.

—Para empezar, sí. No sabemoscómo funcionará. No puedo seguirla muyde cerca porque asustaríamos a Clifford.Y tampoco puedo estar muy lejos porqueentonces no serviría de nada.

—¿Cree usted que morderá elanzuelo?

—No lo sé. Ha estado actuando enel distrito y hasta ahora le ha salidobien. No creo que cambie su modo deoperar, a no ser que esta muerte lo hayafrenado. Y, por lo que nos han contadolas víctimas, no parece que actúesiguiendo un plan preconcebido. Selimita a esperar la llegada de la víctima

Page 215: El Atracador de Mujeres

y entonces ataca.—Ya veo.—Por eso, hemos pensado que una

joven atractiva, paseando de noche,aparentemente sola, lo hará salir.

—Ya. —Eileen no añadiócomentarios al cumplido. Había unoscuatro millones de jóvenes atractivas enla ciudad y sabía que no era más bonitaque la mayoría—. ¿Ha habido algunamotivación sexual?

—No nos lo parece —dijo Willisdespués de mirar a Byrnes—. No hamolestado a ninguna de sus víctimas.

—Lo preguntaba para saber cómodebo vestirme —aclaró Eileen.

—Bueno, sin sombrero —declaró

Page 216: El Atracador de Mujeres

Willis—. Eso, por descontado.Queremos que vea ese pelo llameantedesde un kilómetro.

—Muy bien —convino Eileen.—Lleve algo brillante, así no la

perderé de vista, pero que no seademasiado llamativo.

Eileen sonrió.—¿Jersey y falda?—Cualquier cosa con tal que vaya

cómoda.—Tengo un suéter blanco. Será

bastante visible para Clifford y parausted.

—Sí —aprobó Willis.—¿Tacones o zapatos planos?—Como prefiera. Los tacones

Page 217: El Atracador de Mujeres

podrían… bueno, podrían darle undisgusto. Si los tacones le estorban,lleve zapatos planos.

—Él puede escuchar mejor lostacones —declaró Eileen.

—Como prefiera.—Llevaré tacones.—Muy bien.—¿Habrá alguien más? Quiero

decir, ¿llevará usted un walkie-talkie oalgo así?

—No —contestó Willis—. Se veríademasiado. Sólo estaremos usted y yo.

—Y Clifford, espero.—Sí —dijo Willis.Eileen suspiró.—¿Cuándo empezamos?

Page 218: El Atracador de Mujeres

—¿Esta noche?—Iba a ir a la peluquería —declaró

Eileen con una sonrisa—, pero supongoque eso puede esperar. —La sonrisa seamplió—. No todas las muchachaspueden alardear de que un hombre lassigue.

—¿Podemos encontrarnos aquí? —preguntó Willis.

—¿A qué hora? —quiso saber lamuchacha.

—Con el cambio de turno. ¿A lasonce cuarenta y cinco?

—Aquí estaré. —Eileen descruzólas piernas y se levantó—. Teniente. —Byrnes le estrechó la mano.

—Vaya con cuidado, por favor —le

Page 219: El Atracador de Mujeres

advirtió.—Sí, señor. Gracias. —Se volvió a

Willis—. Hasta luego.—La estaré esperando.Y la muchacha abandonó la oficina.—¿Qué te parece? —preguntó Willis

después.—Creo que sabrá hacerlo —

respondió Byrnes—. Ha detenido acatorce sobones en el metro.

—Los sobones no son atracadores—dijo Willis.

—Aun así, creo que lo hará bien —aseguró Byrnes después de reflexionarun momento.

—Yo también —convino Willis conuna sonrisa.

Page 220: El Atracador de Mujeres

Afuera, en la sala de detectives, Meyerhablaba de gatos.

—La cuenta sube ahora aveinticuatro —le comentaba a Patillas—. Lo peor que les ha sucedido nunca alos del 33.

—¿Y todavía no tienen ningunapista? —preguntó Patillas rascándose labarbilla.

—Ni la menor idea. —Meyer mirópacientemente a Patillas. Meyer era unhombre muy paciente.

—Y ese tipo sólo coge gatos. —Patillas meneó la cabeza—. ¿Para quélos querrá?

Page 221: El Atracador de Mujeres

—Ésa es la gran pregunta. ¿Cuál esel motivo? Tiene loco a todo el 33. Y siquieres que te diga la verdad, George,estoy contento de que no nos hayatocado a nosotros.

—¡Eh! —masculló Patillas—.También he tenido algunos latazos enmis tiempos.

—Seguro, pero ¿gatos? ¿Has tenidoque ocuparte alguna vez de gatos?

—En una de mis rondas tuve quebajar un gato que se había encaramado aun poste de teléfonos.

—Todos han tenido gatos en un postede teléfonos —dijo Meyer—. Peroahora se trata de un hombre que robagatos de los apartamentos. Dime, ¿has

Page 222: El Atracador de Mujeres

oído alguna vez algo parecido?—Nunca —concedió Patillas.—Ya te diré cómo termina —

prometió Meyer—. Estoy realmenteinteresado. Pero si quieres que te diga laverdad, no creo que lo cojan nunca.

—El 33 es bastante bueno, ¿no esasí? —dijo Patillas.

—Hay uno esperando fuera —gritóHavilland desde su mesa—. ¿Puede iralguien a ver qué quiere?

—El paseo te hará bien, Rog —aseguró Meyer.

—Acabo de levantarme para ir abeber agua —dijo Havilland con unamueca—. Y estoy reventado.

—Es un anémico —declaró Meyer,

Page 223: El Atracador de Mujeres

levantándose—. Pobre chaval, micorazón sufre por él. —Se acercó a labarandilla divisoria. Un patrulleroesperaba allí, de cara a la sala.

—Ocupados, ¿eh? —comentó.—Así, así —dijo Meyer con

indiferencia—. ¿Qué traes?—El informe de una autopsia para…

—miró el sobre— el teniente PeterByrnes.

—Dámelo.—Firme aquí, por favor.—No sabe escribir —gritó

Havilland mientras ponía los piesencima de la mesa. Meyer firmó y elpatrullero se fue.

Page 224: El Atracador de Mujeres

El informe de una autopsia es algo frío ycientífico.

Traduce la carne y la sangre atérminos médicos, midiéndolas encentímetros, analizándolas con serenodistanciamiento. Hay muy poco calor oemoción en un informe forense. No haysitio para sentimientos ni para filosofías.Sólo una o más hojas de papel oficial,con palabras escritas, y esas palabrasexplican en directo lenguaje médico lascondiciones en que una persona haencontrado la muerte.

La persona que había sido objeto delexamen médico en el informe de laautopsia que Meyer llevó al teniente era

Page 225: El Atracador de Mujeres

una muchacha llamada Jeannie RitaPaige.

Las palabras eran muy frías.La muerte no es famosa por su

compasión.Las palabras decían:

INFORME DE LA AUTOPSIAJUZGADO DE INSTRUCCIÓN

PAIGE, JEANNIE RITA

Hembra, blanca, caucasiana. Edadaparente, 21. Edad cronológica,17. Altura aparente, 1 m 62 cm.Peso aparente, 54 kg.

EXAMEN GENERAL

Page 226: El Atracador de Mujeres

Cráneo y cara:

a) CARA - Múltiples contusionesvisibles. El área frontal delcráneo revela un acusadohundimiento del hueso enaproximadamente 10 cm; elhundimiento comienza 3 cmpor encima de la órbitaderecha y desciendeoblicuamente atravesando elpuente de la nariz y terminaen la región media delmaxilar izquierdo. Hay zonasvisibles hemorrágicas en lasregiones conjuntivas deambos ojos. El examengeneral revela asimismo lapresencia de coágulos de

Page 227: El Atracador de Mujeres

sangre en los orificiosnasales y auditivos.

b) CRÁNEO - Hay una zona decontusión cerebral conhundimiento óseo deltemporal izquierdo. Elhundimiento mideaproximadamente 11 cm ydesciende oblicuamentedesde el bregma a un punto 2cm por encima del nivelsuperior del oído izquierdo.Hay múltiples coágulos desangre en el cabello.

Cuerpo:

Las caras ventral y dorsal del tóraxy pecho revelan múltiples

Page 228: El Atracador de Mujeres

abrasiones superficiales y ligeraslaceraciones. La nalga derecharevela una zona de laceracióngrave.La extremidad inferior derecharevela una fractura compuesta de laporción distal de la tibia y peronécon hueso saliente a través deltercio distal de la extremidad.

El examen general e interno de lapelvis revela lo siguiente:

1) Ausencia de sangre en lacavidad vaginal.

2) No hay evidencia depenetración forzada o coito.

3) No hay evidencia de licorseminal o muestras de

Page 229: El Atracador de Mujeres

esperma en un examengeneral microscópico desecreción vaginal.

4) El útero es esférico en superfil y mideaproximadamente13,5×10×7,5 cm.

5) Están presentes tejidos de laplacenta, corión y decidua.

6) Existe feto de 7 cm delongitud y 29 g de peso.

IMPRESIONES:

1) Muerte instantánea causadapor golpes en cráneo y cara.Contusión cerebral.

2) Múltiples abrasiones y

Page 230: El Atracador de Mujeres

laceraciones del cuerpo yfractura compuesta parteinferior de la pierna derecha,tibia y peroné probablementeocurridas durante la caídapor el acantilado.

3) No hay evidencia de violenciasexual.

4) El examen del contenidouterino revela un embarazode tres meses.

Page 231: El Atracador de Mujeres

Capítulo 8

No podía quitarse de la cabeza a lamuchacha muerta.

El lunes por la mañana, de regreso asu ronda, Kling se sintió lleno dealegría. Había estado inactivodemasiado tiempo y ahora estaba devuelta en su trabajo y el cemento y elasfalto cantaban bajo sus pies. Todo era

Page 232: El Atracador de Mujeres

vida a su alrededor; vida torrencial eincesante. El distrito estaba lleno dehumedad y, en medio de tanta vida, hizosu ronda pensando en la muerte.

El distrito empezaba en la autopistadel río.

Allí, el río era abrazado por unafranja verde que se tornaba roja y pardainterrumpida por algún tributo a loshéroes de la Primera Guerra Mundial yalgunos bancos de cemento. Vio losgrandes vapores que avanzabanlentamente hacia los lejanos muelles delcentro de la ciudad, lanzando su humoblanco al fuerte viento otoñal. Unportaviones permanecía anclado en elcentro del río, largo y plano, destacando

Page 233: El Atracador de Mujeres

en relieve sobre los acantilados pardosde la otra orilla. Los barcos de recreo,navegaban ociosos. El verano habíallegado a su fin, y con él los gritos y laalegre diversión de los amantes del sol.

Río arriba, suspendido como unatelaraña brillante y dorada, el puenteHamilton se arqueaba regiamente sobrelas arremolinadas y oscuras aguas,uniendo con majestuosos dedos lasorillas de dos estados.

En la base del puente, al pie de unpequeño talud de piedra y tierra, habíamuerto una muchacha de diecisiete años.El suelo había absorbido su sangre, peroaún estaba teñido de una extraña manchaparduzca.

Page 234: El Atracador de Mujeres

Los grandes edificios deapartamentos que bordeaban la autopistadel río miraban desde sus blancasfachadas la tierra ensangrentada. Desdelas mil ventanas de los altos edificios, elsol reverberaba, y los cristales guiñabanal río sus ojos ardientes. Las niñerasempujaban sus cochecitos ydesaparecían tras la esquina de lasinagoga, hacia el sur, para llevar a susniños al Stem, que penetraba en elcorazón del distrito como unaemplumada saeta, afilada, esbelta ymulticolor. Había allí, en el Stem,tiendas de comestibles y de baratillo,cines, mantequerías, carnicerías,joyerías y pastelerías. Existía también

Page 235: El Atracador de Mujeres

una cafetería en una de las esquinas, ycualquier día de la semana, de lunes adomingo, podían verse al menosveinticinco yonquis allí esperando alhombre que les proveía del DiosBlanco. El Stem era atravesado en sucentro por una isla rodeada de tubos dehierro, interrumpidos tan sólo por lascallejas que la cruzaban. En los bancosal final de cada calle, los hombres sesentaban para fumar una pipa, y lasmujeres se sentaban con las bolsas de lacompra apretadas contra sus abundantessenos, y algunas veces acudían lasniñeras con sus cochecitos para leer lanovela por entregas del periódico.

Las niñeras nunca se aventuraban al

Page 236: El Atracador de Mujeres

sur del Stem donde estaba la avenidaCulver.

Las casas de Culver nunca fuerondemasiado valoradas. Como parientespobres y lejanos de los edificios quebordeaban el río, habían disfrutado delreflejo de la riqueza de aquéllos hacíamuchos años. Pero el hollín y la sangrede la ciudad terminaron por cubrir susvulgares fachadas, y ahora permanecíancon los hombros hundidos, vestidas deharapos, con rostros lamentables. Habíamuchas iglesias en la avenida Culver.También había muchos bares. A lasiglesias y a los bares acudíanregularmente los pocos irlandeses quese negaban a abandonar el barrio pese al

Page 237: El Atracador de Mujeres

flujo incesante de puertorriqueños y alas actividades de la Concejalía deUrbanismo, que condenaba y derribabaviviendas con notable rapidez, dejandoen su lugar solares llenos de escombros,en los cuales crecía la única cosecha dela ciudad: la basura.

Los puertorriqueños se hacinaban enlas callejas que había entre la avenidaCulver y el parque Grover. Allí estabanlas bodegas, carnicerías, zapaterías,joyerías, cuchifritos.[2] Allí estaba lallamada Vía de Putas, la calle de losprostíbulos, vieja como la humanidad,floreciente y próspera como la GeneralMotors.

Allí, oprimidos por la pobreza,

Page 238: El Atracador de Mujeres

explotados por traficantes de droga,ladrones y policías, forzados a vivir encasas ruinosas y sucias, rescatados enocasiones por el departamento debomberos con más trabajo de la ciudad,tratados como conejillos de indias porlos asistentes sociales, como habitantesde otro planeta por el resto de la ciudady como criminales potenciales por lapolicía, allí estaban los puertorriqueños.

Pieles lustrosas y pieles oscuras.Bellas jóvenes de cabello negro, ojospardos y centelleantes sonrisas blancas.Hombres esbeltos dotados de la graciade los bailarines. Gente llena de calor,música, color y belleza, el seis porciento de la población urbana, hacinada

Page 239: El Atracador de Mujeres

en guetos salpicados por toda la ciudad.El gueto del Distrito 87, con algunositalianos, judíos y unos pocosirlandeses, pero predominantementehabitado por puertorriqueños, seextendía, al sur, desde la autopista delrío hasta el parque, y luego al este y aloeste en un total de treinta y cincomanzanas. La séptima parte del total depuertorriqueños vivía en los confinesdel Distrito 87. Noventa mil personas enlas calles que Kling vigilaba.

Las calles estaban llenas dehumanidad y él sólo podía pensar en lamuerte.

No quería ver a Molly Bell, ycuando ella se le acercó se sintió

Page 240: El Atracador de Mujeres

incómodo.Parecía asustada por la gente, quizá

porque había vida dentro de ella yporque sentía el instinto, el impulsosalvajemente protector de la futuramadre. Kling acababa de cruzar la callecon Tommy, un niño puertorriqueño cuyamadre trabajaba en una de laspastelerías. El chico le había dado lasgracias y Kling se había vuelto pararegresar al mismo lado de la calle, fueentonces cuando vio a Molly.

El aire era un poco frío aquel 18 deseptiembre, y Molly llevaba un abrigoque había conocido mejores días, auncuando esos días habían empezado enuna tienda de saldos del centro de la

Page 241: El Atracador de Mujeres

ciudad. El embarazo le impedíaabotonarse el abrigo de severo cortemás abajo del pecho y presentaba unaapariencia curiosamente desaliñada: ellacio cabello rubio, los ojos cansados,el raído abrigo abotonado desde elcuello, sobre sus generosos senos, yluego abierto en una amplia «V» desdela cintura dejando al aire su vientreabultado.

—¡Bert! —llamó y levantó la manoen un gesto muy femenino, recobrandopor un fugaz instante la belleza quedebió de poseer varios años antes—, yhaciendo que a Bert le recordara a suhermana Jeannie. Kling levantó su porraen un gesto de saludo y para que

Page 242: El Atracador de Mujeres

esperara al otro lado de la calle. Luegocruzó para encontrarse con ella.

—Hola, Molly.—Fui primero a la comisaría —dijo

la joven precipitadamente—. Me dijeronque estabas haciendo tu ronda.

—Sí.—Necesito hablar contigo, Bert.—Muy bien —contestó Kling.

Entraron en una de las callejas y luegocaminaron con el parque a la derecha,donde los árboles semejaban hoguerassobre el gris del cielo.

—Hola, Bert —saludó un muchacho,y Kling agitó su porra en el aire.

—¿Te has enterado? —preguntóMolly—. Lo de la autopsia.

Page 243: El Atracador de Mujeres

—Sí —contestó Kling.—No puedo creerlo.—Verás, Molly, esa gente no se

equivoca.—Ya sé, ya sé —dijo respirando

agitadamente.Kling la miró un momento.—Oye, ¿crees que puedes caminar

tanto en tu estado?—Sí, eso me hace bien. El médico

dice que debo caminar mucho.—Sí, pero si te cansas…—Bert, ¿quieres ayudarme?La miró a la cara. En sus ojos no

había pánico y el dolor también habíadesaparecido. En ellos sólo brillaba lafirmeza de su propósito, una resolución

Page 244: El Atracador de Mujeres

serena.—¿Cómo podría ayudarte?—Eres policía.—Molly, los mejores policías de la

ciudad están trabajando en este caso.Homicidios Norte no deja que la gentese escape con un asesinato. Sé que unode los detectives de nuestro distrito estátrabajando con un policía desde hacedos días.

—Bert, ninguno de esos policíasconoció a mi hermana.

—Ya lo sé, pero…—Tú la conociste, Bert.—Sólo hablé con ella unos

momentos. Apenas…—Bert, esos hombres que llevan el

Page 245: El Atracador de Mujeres

caso… Para ellos mi hermana es sólo uncadáver más.

—Eso no es verdad, Molly. Venmuchos casos iguales, pero eso noquiere decir que no hagan lo mejor encada uno. Molly, sólo soy un patrullero.No puedo ir haciendo el tonto por ahí,aunque quisiera.

—¿Por qué?—Soy vigilante. Tengo mi ronda.

Ésta es mi ronda, mi trabajo. Mi trabajono es investigar un caso de asesinato.Podría buscarme problemas, Molly.

—Mi hermana se metió también enun montón de problemas.

—Ay, Molly —suspiró Kling—. Nome lo pidas, por favor.

Page 246: El Atracador de Mujeres

—Te lo estoy pidiendo.—Lo siento. No puedo hacer nada.—¿Por qué viniste a verla?—Porque Peter me lo pidió. Como

un favor. En recuerdo de los viejostiempos.

—Yo también te estoy pidiendo unfavor, Bert. No por los viejos tiempos.Sólo porque a mi hermana la hanmatado, y mi hermana no era más queuna cría y merecía vivir más tiempo,Bert, sólo un poco más.

Durante un rato caminaron ensilencio.

—¿Bert? —dijo por fin Molly.—Sí.—¿Me ayudarás?

Page 247: El Atracador de Mujeres

—Yo…—Tus detectives creen que fue el

atracador. Quizá lo fuera, no lo sé. Peromi hermana estaba embarazada y elatracador no le hizo eso. Y a mi hermanala mataron al pie del puente Hamilton, yquiero saber, Bert, por qué estaba allí.Aquel sitio está muy lejos de dondevivimos. ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué,por qué?

—No lo sé.—Mi hermana tenía amigos, sé que

los tenía. Quizá sus amigos lo sepan.¿No confían siempre las jóvenes enalguien? ¿Una muchacha que lleva unniño en el vientre mantiene todo elasunto en secreto? ¿No se lo dice a

Page 248: El Atracador de Mujeres

nadie?—¿Estás interesada en encontrar al

asesino o en encontrar al padre delniño? —preguntó Kling.

—Pueden ser la misma persona —declaró Molly después de reflexionargravemente.

—No, Molly, no creo que eso seaprobable.

—Pero es una posibilidad, ¿verdad?Y tus detectives no la contemplan enabsoluto. He hablado con ellos, Bert.Me han hecho preguntas; sus ojos sonfríos y sus bocas, rígidas. Mi hermanasólo es un cadáver con una etiquetaatada al dedo del pie. Para ellos mihermana no es un ser de cuerpo y alma.

Page 249: El Atracador de Mujeres

Ya no existe. Y nunca existió para ellos.—Molly…—No los critico. Su trabajo… Sé

que la muerte es una mercancía paraellos, como la carne es la mercancía delcarnicero. ¡Pero esta muchacha es mihermana!

—¿Conoces a sus amigos?—Sólo sé que iba mucho a un club.

Un club en un sótano, uno de esosadonde van los quinceañeros. —Mollyse detuvo. Sus ojos miraron a Kling conesperanza—. ¿Me ayudarás?

—Lo intentaré. —Kling suspiró—.Estrictamente por mi cuenta. Fuera delas horas de servicio. Oficialmente nopuedo hacer nada, entiéndelo.

Page 250: El Atracador de Mujeres

—Sí, lo entiendo.—¿Cómo se llama ese club?—Club Tempo.—¿Dónde está?—Justo enfrente de Peterson, a una

manzana de la avenida. No sé ladirección exacta. Todos los clubes estánen la misma calleja, en casasparticulares. —Después de una pausa,añadió—: Yo también pertenecí a unocuando era una cría.

—Yo acostumbraba a ir a los bailesde los viernes por la noche —dijo Kling—. Pero no recuerdo a ninguno que sellamara Tempo. Debe de ser nuevo.

—No lo sé —admitió Molly—.¿Irás?

Page 251: El Atracador de Mujeres

—Sí.—¿Cuándo?—No estaré libre hasta las cuatro.

Subiré luego a Riverhead y veré sipuedo encontrar el sitio.

—¿Me llamarás después?—Sí, por supuesto.—Gracias, Bert.—Sólo soy un policía de uniforme

—dijo Kling—. No sé si debes darmelas gracias.

—Tengo mucho que agradecerte,Bert. —Le estrechó la mano—. Estaréesperando tu llamada.

—Muy bien. —Kling la miró desdesu altura. Parecía como si el paseo lahubiera fatigado—. ¿Quieres que llame

Page 252: El Atracador de Mujeres

un taxi?—No —contestó ella—. Cogeré el

metro. Adiós, Bert. Y gracias.Se volvió y se alejó calle arriba

mientras él la contemplaba. Vista desdedetrás, excepto por el andarcaracterístico, nadie habría dicho queestaba embarazada. Se la veía delgada ycon bonitas piernas.

La miró hasta que se perdió de vista.Luego cruzó la calle y se adentró poruna de las callejas, saludando a algunosconocidos.

Page 253: El Atracador de Mujeres

Capítulo 9

A diferencia de los detectives, que seinventan sus propios horarios de trabajo,los patrulleros trabajan dentro de loslímites cuidadosamente calculados delsistema de turnos de ocho horas.Empiezan con cinco turnos consecutivosde 8 de la mañana a 4 de la tarde, yluego descansan cincuenta y seis horas.

Page 254: El Atracador de Mujeres

Cuando vuelven al trabajo, hacen otroscinco turnos de medianoche a 8 de lamañana, y después otras cincuenta y seishoras de descanso. Los cinco turnossiguientes son de 4 de la tarde amedianoche. Siguen las cincuenta y seishoras de descanso y luego el ciclocomienza de nuevo.

El sistema de turnos no respetasábados, domingos o días festivos. Eldía de Navidad puede tocar libre oronda; en este último caso, el policíapuede cambiar su turno con un agentejudío que quiera estar libre el RoshHashana. Es como trabajar en unafábrica de aviones en tiempo de guerra.La única diferencia es que los polis lo

Page 255: El Atracador de Mujeres

tienen más difícil a la hora de hacerse unseguro de vida.

Bert Kling empezó a trabajar aquellunes a las 7.45 de la mañana, el iniciodel ciclo. Fue relevado en su puesto alas 3.40 de la tarde. Regresó a lacomisaría, se cambió el uniforme porropa de calle en el vestuario que hay alfinal del pasillo de la sala de detectivesy luego salió al sol de la tarde.

Normalmente, Kling caminaba unrato más por su zona vestido de paisano.Llevaba un pequeño bloc de hojasrecambiables en su bolsillo trasero, y enél tomaba nota de las circulares debusca y captura y de los informes de lospolicías del distrito. Sabía, por ejemplo,

Page 256: El Atracador de Mujeres

que habría una sesión de tiro en el 3112de North Eleven. Sabía que unsospechoso de tráfico de drogasconducía un Cadillac 1953 de color azulmate, con matrícula RX 42-10. Sabíaque la noche anterior habían robado enunos grandes almacenes del centro de lazona y sabía de quién se sospechabacomo autor del delito. Y sabía que unospocos arrestos lo aproximarían al tercergrado de detective, puesto al quenaturalmente aspiraba.

Así pues, en su tiempo libre,dedicaba unas horas cada día a recorrerel distrito, vigilando, curioseando, sin elestorbo del llamativo uniforme azul,asombrado por la gran cantidad de gente

Page 257: El Atracador de Mujeres

que no lo reconocía vestido de paisano.Ese día tenía algo más que hacer, de

modo que dejó de lado sus habitualesactividades extras, subió al metro y sedirigió a Riverhead.

No le costó mucho encontrar el clubTempo. Simplemente entró en uno de losclubes que conocía de su adolescencia,preguntó dónde estaba el Tempo y ledieron la dirección.

El Tempo ocupaba todo el sótano deuna casa de tres pisos en la calleKlausner, enfrente de la avenidaPeterson. Se subía por un camino decemento hasta un garaje de dos plazas enla parte de atrás de la casa, luego segiraba a la izquierda y allí estaba el

Page 258: El Atracador de Mujeres

acceso al club, con un rótulo pintado, enmedio del cual había una nota musicalalargada.

El rótulo decía:

Kling giró el pomo de la puerta,pero estaba cerrada con llave. De algunaparte del interior le llegó la poética letrade Sh-Boom que giraba en untocadiscos. Levantó el puño y llamó.Siguió golpeando hasta que se diocuenta de que la música ahogaba elsonido de sus llamadas. Esperó a que el

Page 259: El Atracador de Mujeres

disco concluyera su serena melodía yvolvió a llamar.

—¿Sí? —contestó una voz. Erajoven y masculina.

—Abre —ordenó Kling.—¿Quién es?Oyó pasos que se acercaban a la

puerta y luego la voz al otro lado.—¿Quién es?No quería identificarse como

policía. Si iba a empezar con preguntas,no quería tener un grupo de jovencitosautomáticamente a la defensiva.

—Bert Kling.—¿Sí? ¿Y quién es Bert Kling?—Quiero alquilar el club —contestó

Kling.

Page 260: El Atracador de Mujeres

—¿Sí?—Sí.—¿Para qué?—Si abres la puerta, hablaremos de

eso.—Eh, Tommy —gritó la voz—. Hay

un tipo que quiere alquilar el club.Kling oyó una respuesta apagada,

luego sonó la cerradura, se abrió lapuerta y se vio delante de un muchachorubio y delgado, de unos dieciochoaños.

—Pase —pidió el muchacho.Llevaba un rimero de discos queapretaba con la mano derecha contra supecho. Vestía un suéter verde y unospantalones con peto; por encima del

Page 261: El Atracador de Mujeres

cuello en «V» del suéter asomaba unacamisa blanca desabotonada—. Minombre es Hud. Por Hudson. HudsonPatt, con dos tes. Pase.

Kling bajó los escalones hasta lasala. Hud se lo quedó mirando.

—Es usted un poco viejo, ¿no? —preguntó por fin Hud.

—Un viejo decrépito —replicóKling.

Miró a su alrededor. El que habíadecorado aquello había hecho un buentrabajo. Las tuberías del techo estabancubiertas de yeso y pintadas de blanco.Un zócalo de pino nudoso cubría lasparedes hasta la altura del pecho, yencima estaban enyesadas. Discos de

Page 262: El Atracador de Mujeres

fonógrafo, lacados y pegados a lasparedes blancas y al techo, daban laimpresión de unos raros globosbidimensionales que se hubieranescapado de los cordeles del vendedor.Había un largo sofá y sillonesdesperdigados por la sala. Untocadiscos pintado de blanco, con notasmusicales y una clave de sol sobre unpentagrama, estaba colocado junto a unamplio arco a través del cual se veíaotra sala. Sólo estaban Hud y Kling.Quienquiera que fuese Tommy, parecíahaberse desvanecido en el aire.

—¿Le gusta? —preguntó Hudsonriendo.

—Es bonito —respondió Kling.

Page 263: El Atracador de Mujeres

—Lo hemos hecho nosotros solos.Compramos todos esos discos del techoy las paredes a dos centavos cada uno.Son auténticos petardos, no me extrañaque el tipo que los vendió quisieraquitárselos de encima. Escuchamos uno.Sólo se oían arañazos. Sonaba comoLondres durante un ataque aéreo.

—Lo cual sin duda recuerdasperfectamente —insinuó Kling.

—¿Cómo?—¿Perteneces al club? —preguntó

Kling.—Claro. Sólo los que somos

miembros podemos estar aquí abajodurante el día. De hecho, los que no sonmiembros sólo pueden venir los viernes

Page 264: El Atracador de Mujeres

y domingos por la noche. Entoncesadmitimos invitados. —Miró a Kling.Sus ojos eran grandes y azules—. Parabailar, ¿sabes?

—Sí, ya sé.—A veces, también hay un poco de

cerveza. Es sano. Esto es diversiónsana. —Hud sonrió—. Diversión sanaes lo que necesitan los quinceañerosamericanos con sangre roja, ¿no es eso?

—Absolutamente.—Es lo que dice el doctor

Mortesson.—¿Quién?—El doctor Mortesson. Escribe una

columna en un periódico. Cada día.Diversión sana. —Hud seguía sonriendo

Page 265: El Atracador de Mujeres

—. ¿Y para qué quiere alquilar el club?—Soy de un grupo de veteranos de

guerra —informó Kling.—¿Sí?—Sí. Queremos hacer… bueno, una

especie de reunión, con esposas, novias,todo eso, ya sabes.

—Sí, claro —dijo Hud.—Y necesitamos un sitio.—¿Por qué no prueba en la sala de

la Legión Americana?—Demasiado grande.—Ah.—Pensé en uno de estos clubes en un

sótano. Éste es verdaderamente bonito.—Sí —dijo Hud—. Lo hicimos

nosotros mismos. —Se dirigió al

Page 266: El Atracador de Mujeres

tocadiscos, al parecer para dejar sucarga, pero cambió de idea y se volvió—. Oiga, ¿para qué noche sería?

—Para el sábado.—Eso está bien… porque los

viernes y domingos tenemos nuestrosinvitados.

—Sí, ya lo sé —dijo Kling.—¿Cuánto quieren pagar?—Depende. ¿Estás seguro de que al

casero no le importará que traigamoschicas? No es que vaya a pasar nadamalo, ¿entiendes? La mitad de la genteestá casada.

—Oh, claro —convino Hud,sintiéndose de pronto dentro de lafraternidad de los adultos—. Lo

Page 267: El Atracador de Mujeres

entiendo perfectamente. Nunca hepensado otra cosa.

—Pero habrá muchachas.—Eso es perfectamente correcto.—¿Estás seguro?—Seguro. Aquí tenemos chicas

siempre. Nuestro club es mixto.—¿De verdad?—Es un hecho —aseguró Hud—.

Hay doce chicas que pertenecen al club.—¿Chicas de la vecindad?—Casi todas. De los alrededores,

¿sabe? De aquí y de allí. Ninguna es demuy lejos.

—¿Alguna que yo conozca? —preguntó Kling.

Hud calculó la edad de Kling con

Page 268: El Atracador de Mujeres

una rápida mirada.—Lo dudo, señor. —El brillante

vínculo de la fraternidad con los adultosse hizo añicos.

—Viví en este barrio —mintió Kling—. Salí con muchas chicas de por aquí.No me sorprendería que algunas de laschicas de tu club sean sus hermanaspequeñas.

—Bueno, es una posibilidad —concedió Hud.

—Dime algunos nombres.—¿Para qué, tío? —inquirió una voz

desde la arcada.Kling se giró sorprendido. Un

muchacho alto pasó por debajo del arcoy entró en la sala subiéndose la

Page 269: El Atracador de Mujeres

cremallera de los pantalones vaqueros.Excelentemente constituido, sus anchoshombros resaltaban bajo las costuras desu camiseta, ajustada a una estrechacintura. Su cabello era de color nogalcastaño y sus ojos, más oscuros, decolor chocolate. Era bastante guapo ycaminaba con la arrogancia de sabersebien parecido.

—¿Tommy? —preguntó Kling.—Ése es mi nombre. Pero no

conozco el suyo.—Bert Kling.—Encantado de conocerlo —dijo

Tommy. Examinó cuidadosamente aKling.

—Tommy es el presidente del club

Page 270: El Atracador de Mujeres

Tempo —explicó Hud—. Me dio luzverde para que le alquilara el local. Siel precio es aceptable.

—Estaba en el servicio —comentóTommy—. He oído todo lo que ha dicho.¿Por qué está tan interesado por nuestrasniñas?

—No estoy interesado —afirmóKling—. Sólo tenía curiosidad.

—Su curiosidad, tío, sólo debeocuparse del alquiler del local. ¿Tengorazón, Hud?

—Toda la razón —convino Hud.—¿Qué puede pagar, tío?—¿Con qué frecuencia venía aquí

Jeannie Paige, tío? —preguntó Kling.Miró cara a cara a Tommy y no observó

Page 271: El Atracador de Mujeres

ningún cambio de expresión. Un discoresbaló del montón que sostenía Hud ycayó al suelo.

—¿Quién es Jeannie Paige? —preguntó Tommy.

—Una muchacha a la que mataron eljueves por la noche.

—Nunca he oído hablar de ella —aseguró Tommy.

—Piensa —dijo Kling.—Estoy pensando. —Tras una pausa

añadió—: ¿Es usted policía?—¿Qué importa eso?—Esto es un club decente —aseguró

Tommy—. Nunca hemos tenido líos conla policía y no queremos tenerlos. Nisiquiera con el casero, con la lata que

Page 272: El Atracador de Mujeres

da.—Nadie está buscando líos —

aseguró Kling—. Sólo he preguntadoque con qué frecuencia venía aquíJeannie Paige.

—Nunca —dijo Tommy—. ¿No esverdad, Hud?

Hud, que recogía los trozos deldisco que se había roto al caer, levantóla mirada.

—Es verdad, Tommy.—Supongamos que soy policía —

dijo Kling.—Los policías llevan una placa.Kling sacó del bolsillo trasero su

cartera, la abrió y mostró el latón.Tommy examinó el escudo.

Page 273: El Atracador de Mujeres

—Policía o no policía, esto es unclub decente.

—Nadie ha dicho que sea indecente.Deja de marcar tus músculos delevantador de pesas y contesta sinrodeos a mi pregunta: ¿cuándo fue laúltima vez que estuvo aquí JeanniePaige?

Tommy dudó un buen rato antes decontestar:

—No tenemos nada que ver con sumuerte.

—Entonces, ¿venía por aquí?—Sí.—¿Con qué frecuencia?—Algunas veces.—¿Con qué frecuencia?

Page 274: El Atracador de Mujeres

—Siempre que había invitados.También, en ocasiones, durante lasemana. La dejábamos entrar porque unade las chicas… —Tommy se detuvo.

—Sigue. Acaba.—Una de las chicas la conoce. Si no

hubiera sido por eso, no la habríamosdejado entrar nada más que las nochesde invitados. Es lo que iba a decir.

—Sí. —Hud colocó los trozos deldisco roto sobre el mueble deltocadiscos—. Creo que esa chica seproponía presentarla como miembro.

—¿Estuvo aquí el pasado jueves porla noche?

—No —contestó enseguida Tommy.—A ver, dilo otra vez.

Page 275: El Atracador de Mujeres

—No, no estuvo. El jueves es nochede trabajo. Cada semana, seis miembrosdel club hacen la faena, se van turnando,¿entiende? Tres chicos y tres chicas. Loschicos hacen el trabajo duro y laschicas, se ocupan de las cortinas, losvasos, cosas de ésas. No dejamos entrara extraños la noche de trabajo. Dehecho, tampoco a los miembros que noson del turno de trabajo. Por eso sé queJeannie Paige no estuvo aquí.

—Y tú, ¿viniste?—Sí —respondió Tommy.—¿Quién más había?—Y eso ¿qué importa? Jeannie no

estaba.—¿Y qué hay de su amiga? La que la

Page 276: El Atracador de Mujeres

conocía.—Sí, ella sí estaba.—¿Cómo se llama?Tommy quedó callado un momento.

Cuando contestó, lo que dijo no teníanada que ver con la pregunta de Kling.

—Esta chica Jeannie era difícil deentender. Ni siquiera bailaba con nadie.Una auténtica zombi. Bonita como elpecado, pero fría como un iceberg. Adiez bajo cero, no es broma.

—¿A qué venía entonces?—Vaya pregunta. Oiga, aunque es

verdad que venía, nunca se quedabamucho rato. Se sentaba en un rincón ymiraba. No había tío en el club que nose la quisiera llevar al huerto, pero era

Page 277: El Atracador de Mujeres

tan desagradable, tan repelente… ¿Notengo razón, Hud?

Hud asintió.—Toda la razón. Muerta y todo,

tengo que estar de acuerdo. Era untémpano de hielo. Un auténtico misterio.Después de un tiempo, los muchachos nisiquiera la invitaban a bailar. Ella sesentaba y ellos no le hacían ni caso.

—Estaba en la luna todo el tiempo—prosiguió Tommy—. Llegué a pensarque estaba enganchada con la droga oalgo así. Lee uno tantas cosas por elestilo en los periódicos. —Se encogióde hombros—. Pero no. Es que eramarciana, sólo eso. —Meneó la cabezadesconsolado—. Con lo buena que

Page 278: El Atracador de Mujeres

estaba.—Repelente —repitió Hud

meneando también la cabeza.—¿Cómo se llama su amiga? —

volvió a preguntar Kling.A Kling no le pasó desapercibida la

mirada de mudo entendimiento que secruzó entre Tommy y Hud, pero no dijonada.

—Ves a una chica tan guapa comoJeannie —empezó Tommy— y piensas,aquí hay algo. Tío, ¿la vio alguna vez?Porque, la verdad, no hay muchascomo…

—¿Cómo se llama su amiga? —leinterrumpió Kling, esta vez alzando lavoz.

Page 279: El Atracador de Mujeres

—Es una chica mayor —murmuróTommy.

—¿De qué edad?—Veinte.—Eso es una edad mediana, como la

mía —dijo Kling.—Sí —concedió Hud muy serio.—¿Qué tiene que ver su edad con

esto?—Bueno… —Tommy dudó.—¡Por Dios!, ¿qué pasa? —explotó

Kling.—Va por ahí —insinuó Tommy.—¿Y?—Pues que aquí no queremos líos.

Esto es un club decente. De verdad queno trato de confundirlo. Es que… por

Page 280: El Atracador de Mujeres

alguna vez que nos hayamos divertidocon Claire…

—¿Claire qué? —preguntó Kling.—Claire… —Tommy se detuvo.—Mira —intervino Kling en tono

cortante— vamos a abreviar esto, ¿deacuerdo? A una cría de diecisiete añosle han aplastado la cabeza y a mí no megusta jugar con esto. Ahora dime, portodos los diablos, el nombre de esamuchacha y dímelo rápido, maldita sea.

—Claire Townsend. —Tommy sehumedeció los labios—. Oiga, sinuestras madres se enteran de que…bueno, ya sabe, que hemos estado aquí,tonteando con Claire, pues… Oiga, ¿nopodemos dejarla a ella fuera de todo

Page 281: El Atracador de Mujeres

esto? ¿Qué se gana? ¿Qué tiene de maloque nos divirtamos un poco?

—Nada —dijo Kling—. ¿Te parecedivertido un asesinato? ¿Lo encuentrasdivertido?

—No, pero…—¿Dónde vive?—¿Claire?—Sí.—En la misma Peterson. ¿En qué

número, Hud?—Creo que en el siete veintiocho —

respondió Hud.—Sí, me parece que sí. Pero oiga,

oficial, déjenos fuera de esto, por favor.—¿A cuántos de vosotros tengo que

proteger? —preguntó Kling con

Page 282: El Atracador de Mujeres

sequedad.—Bueno, realmente, sólo a Hud y a

mí —dijo Tommy.—Los gemelos Bobbsey.—¿Cómo?—Nada. —Kling se dirigió a la

salida—. Manteneos lejos de las chicasmayores. Es mejor que levantéis pesas.

—¿Nos dejará fuera de esto? —gritóTommy.

—Puede que vuelva —contestóKling y allí se quedaron los chicos, depie, junto al tocadiscos.

Page 283: El Atracador de Mujeres

Capítulo 10

En toda la ciudad, sobre todo enRiverhead, los cavernícolas hanconstruido miríadas de viviendas a lasque llaman casas de apartamentos declase media. Estos edificios,generalmente de ladrillo amarillo, sedisponen de tal modo que desde la calleno se ve la ropa tendida, salvo cuando

Page 284: El Atracador de Mujeres

una desconsiderada autoridad de tráficodecide construir una estructura elevadaque atraviese los patios traseros.

Delante de los edificios cuelga otrotipo de ropa. Allí es donde se reúnen lasmujeres. Se sientan para jugar al bridgeo para hacer punto al sol, charlan y, consu charla, lavan la ropa sucia deledificio de apartamentos. En tresescasos minutos, estas distinguidasdamas arruinan la reputación decualquiera. El hacha, afilada durante unaamistosa discusión en el juego de mahjong de la noche anterior, cae connotoria brusquedad. La cabeza, con igualnotoria rapidez, cae en el cesto, y ladiscusión termina perdiéndose en temas

Page 285: El Atracador de Mujeres

como: «¿Debe practicarse el control denatalidad en las Islas Vírgenes?».

La temporada otoñal era muyseductora a última hora de la tarde deaquel lunes 18 de septiembre. Lasmujeres remoloneaban delante de losedificios, a sabiendas de que susmaridos hambrientos pronto llegarían acasa para cenar; y a pesar de eso,remoloneaban, saboreando la tentadorabrisa. Cuando el hombre alto y rubio sedetuvo delante del número 728 de laavenida Peterson, comprobó ladirección en lo alto del arco de la puertay se introdujo en el vestíbulo, todo tipode especulaciones entraron en liza entrelas que hacían punto. Tras un momento

Page 286: El Atracador de Mujeres

de consultas, una de las mujeres —conocida por Birdie— fue elegida paraentrar sigilosa y discretamente en elvestíbulo y, si la ocasión era propicia,seguir disimuladamente por lasescaleras al bien parecido forastero.

Por culpa de su discreción, Birdieperdió su gran oportunidad. Cuandollegó al interior del vestíbulo, Kling yase había desvanecido.

Tras hallar el apellido «Townsend»en la larga fila de buzones de latón,pulsó el botón que había al lado, seapoyó en el quicio de la puerta interior yesperó a que el zumbido anunciara laapertura de la puerta. Luego subió alcuarto piso, encontró el apartamento 47

Page 287: El Atracador de Mujeres

y pulsó otro botón.Y ahora esperaba. Volvió a pulsar el

botón. De pronto, se abrió la puerta. Nohabía oído pasos y el movimientorepentino de la puerta al abrirse lo cogiópor sorpresa. Inconscientemente, loprimero que hizo fue mirar los pies de lamuchacha. Iba descalza.

—Me crié en los Ozarks —dijo ella,siguiendo su mirada—. Tenemosaspiradora, limpiadora de alfombras,olla a presión, un montón deenciclopedias y estoy suscrita a lamayoría de revistas. Venda lo quevenda, lo más probable es que ya lotengamos y no estamos interesados envotarlo.

Page 288: El Atracador de Mujeres

Kling sonrió.—Lo que vendo es una

despepitadora automática.—No comemos manzanas —replicó

la muchacha.—Ésta cubre de tierra vegetal las

simientes y las convierte en fibras. Ladespepitadora va acompañada de unmanual de instrucciones que explicacómo tejer esteras de fibra.

La muchacha alzó una cejainterrogante.

—Viene en seis colores —prosiguióKling—, marrón tostado, melocotónmelba, rojo fucsia…

—¿Habla en serio? —La muchachaparecía confundida.

Page 289: El Atracador de Mujeres

—… azul corrector de pruebas —continuó Kling—, verde bilioso yamanecer de medianoche. —Recuperóel aliento y preguntó—: ¿Le interesa?

—Demonios, no —replicó algoasombrada.

—Me llamo Bert Kling —sepresentó seriamente—. Soy policía.

—Ahora parece el comienzo de unprograma de televisión.

—¿Puedo pasar?—¿He hecho algo malo? ¿He

aparcado el maldito cacharro delante deuna boca de incendios?

—No.—¿Dónde está su placa? —preguntó

después de reflexionar un momento.

Page 290: El Atracador de Mujeres

Kling se la mostró.—Tengo que preguntar. Incluso al de

la compañía del gas. Todo el mundo hade llevar su identificación.

—Ya lo sé.—Entonces pase. Me llamo Claire

Townsend.—Ya lo sé.—¿Cómo lo sabe?—Me enviaron los chicos del club

Tempo.Claire miró a Kling a la cara. Era

una muchacha alta. Incluso descalza, aKling le llegaba a los hombros. Contacones altos, superaría al americanomedio. Su pelo era negro. No de uncolor castaño más o menos oscuro, sino

Page 291: El Atracador de Mujeres

negro, completamente negro, como unanoche sin estrellas ni luna. Tenía losojos marrón oscuro bajo el arco de unascejas negras. Su nariz era recta, lospómulos altos y no había rastro demaquillaje en su cara ni pintura en susamplios labios. Llevaba una blusablanca y pantalones negros de torero,ajustados hasta los tobillos, y los piesdesnudos. Las uñas de los pies estabanpintadas de rojo brillante. Siguiómirándolo. Al fin dijo:

—¿Por qué lo enviaron aquí?—Dicen que usted conocía a Jeannie

Paige.—Oh. —La muchacha pareció

ruborizarse. Agitó ligeramente la

Page 292: El Atracador de Mujeres

cabeza, como para aclararse de unaprimera impresión errónea y añadió—:Entre.

Kling la siguió al interior delapartamento. Estaba amueblado con elbuen gusto característico de la clasemedia.

—Siéntese —pidió ella.—Gracias.Se sentó en un sillón bajo. Era

difícil mantenerse erguido, pero se lasarregló. Claire se acercó a una mesita decafé, levantó la tapa de una caja decigarrillos, cogió uno para ella y luegopreguntó:

—¿Fuma?—No, gracias.

Page 293: El Atracador de Mujeres

—Dijo que se llama Kling, ¿verdad?—Sí.—¿Es detective?—No. Patrullero.—Oh. —Claire encendió el

cigarrillo, sacudió la cerilla paraapagarla y volvió a examinar a Kling—.¿Cuál es su relación con Jeannie?

—Iba a hacerle la misma pregunta.—Yo pregunté primero —soltó

Claire con una sonrisa.—Conozco a su hermana. Le hago un

favor.—Hum. —Claire hizo un gesto con

la cabeza mientras digería las palabrasdel policía. Dio una chupada alcigarrillo y cruzó los brazos sobre el

Page 294: El Atracador de Mujeres

pecho—. Bien, adelante. Pregunte. Ustedes el policía.

—¿Por qué no se sienta?—He estado sentada todo el día.—¿Trabaja?—Voy a la universidad. Estudio para

asistente social.—¿Por qué?—¿Y por qué no?—Esta vez he preguntado yo primero

—replicó Kling sonriendo.—Quiero llegar a la gente antes que

la policía.—Eso parece razonable —afirmó

Kling—. ¿Por qué pertenece usted alclub Tempo?

De pronto su mirada se hizo

Page 295: El Atracador de Mujeres

cautelosa. Kling advirtió cómo pasabaun velo sobre sus pupilas,enmascarándolas. Volvió la cabeza yexpulsó una bocanada de humo.

—¿Y por qué no?—Veo —empezó Kling— que

nuestra conversación va a estar girandosiempre alrededor del «por qué» y del«por qué no».

—Que es mucho mejor que giraralrededor del «por qué» y del «porque»,¿no le parece? —inquirió con ciertaintencionalidad en el tono.

Kling se preguntó qué le habríahecho cambiar su primera actitudamistosa. Sopesó su reacción unosmomentos y luego decidió atacar de

Page 296: El Atracador de Mujeres

frente.—Esos chicos son un poco jóvenes

para usted, ¿no le parece?—Está entrando usted en un terreno

personal.—Sí —admitió Kling.—Nos conocemos desde hace muy

poco para abordar temas personales —declaró con frialdad.

—Hud no debe de tener más dedieciocho años…

—Escuche…—¿Y Tommy? ¿Diecinueve? Entre

los dos no reúnen una chispa deinteligencia. ¿Por qué pertenece aTempo?

Claire aplastó el cigarrillo.

Page 297: El Atracador de Mujeres

—Será mejor que se vaya, señorKling.

—Acabo de llegar.—Pongamos las cosas en su sitio —

dijo Claire—. Por lo que sé, no estoyobligada a contestar a ninguna preguntaque me haga sobre asuntos personales, amenos que esté bajo sospecha de algúnhorrible delito. Para decirlo en términostécnicos, no tengo obligación decontestar a ninguna pregunta que mehaga un patrullero, a no ser que actúeoficialmente, que no es el caso, comousted ha admitido. Quería a JeanniePaige y deseo cooperar. Pero si usted sepone impertinente, ésta es todavía micasa y mi casa es mi castillo y usted se

Page 298: El Atracador de Mujeres

puede ir a la mierda.—Muy bien. —Kling se sintió

apabullado—. Lo siento, señoritaTownsend.

—Muy bien.Se hizo un silencio embarazoso.

Claire miró a Kling y éste le devolvió lamirada.

—Yo también lo siento —dijoClaire finalmente—. No he debido sertan susceptible.

—No, tenía toda la razón. No esasunto mío que usted…

—Aun así, no debí…—No, realmente, es…Claire rompió a reír y Kling se rio

con ella. La muchacha se sentó.

Page 299: El Atracador de Mujeres

—¿Le apetece una copa, señorKling?

Kling miró su reloj.—No, gracias.—¿Demasiado pronto para usted?—Bueno…—Nunca es demasiado pronto para

un coñac.—Nunca he probado el coñac —

admitió Kling.—¿Nunca? —Las cejas de Claire se

dispararon a mitad de la frente—. Ah,monsieur, se ha perdido una de las cosasgrandes de la vida. ¿Un poquito? ¿Oui?¿Non?

—Un poquito —aceptó Kling.Claire cruzó la sala y se dirigió a un

Page 300: El Atracador de Mujeres

mueble con puertas forradas de pielverde. Las abrió y sacó una botella quecontenía un líquido ambarino.

—Coñac —anunció pomposamente—: El rey de los brandies. Puedebeberse con soda, en cocktail, conponche y hasta con café, té, chocolate oleche.

—¿Leche?—Leche, efectivamente. Pero la

mejor manera de gozar de un coñac essaborearlo tal cual.

—Habla como una experta.De nuevo, repentinamente, sus ojos

se velaron.—Me enseñaron a beber —dijo en

tono apagado y luego vertió el líquido

Page 301: El Atracador de Mujeres

en dos copas de tamaño medio en formade tulipa. Cuando volvió a mirar aKling, la máscara había desaparecido desus ojos.

—Sólo se llena la mitad de la copapara que pueda moverla circularmentesin derramar la bebida. —Le entregó aKling su copa—. El movimiento circularmezcla los vapores del coñac con al airede la copa, desprendiendo su bouquet.Eso calienta el coñac y hace que sueltesu aroma.

—¿Pero se huele o se bebe? —quisosaber Kling. Y empezó a dar vueltas a lacopa con sus manazas.

—Las dos cosas —respondió Claire—. Por eso es una gran experiencia.

Page 302: El Atracador de Mujeres

Pruébelo. Adelante.Kling bebió un buen trago. Claire lo

miró sorprendida.—¡Pare! —gritó tratando de

detenerlo con la mano—. ¡Santo Dios,no lo trague así! Beber así el coñac esuna obscenidad. Saboréelo, acarícielocon la lengua dentro de la boca.

—Lo siento —se excusó Kling.Bebió un sorbo y lo paladeó—. Estábueno.

—Viril —dijo ella.—Aterciopelado —añadió él.—Fin del anuncio.Permanecieron sentados en silencio,

saboreando el coñac. Kling se sentía agusto, cálido y relajado. Era agradable

Page 303: El Atracador de Mujeres

mirar a Claire Townsend, era agradablehablar con ella. Fuera del apartamento,los tonos grises y sombríos del polvootoñal pintaban el cielo.

—Respecto a Jeannie… —Kling notenía ganas de hablar de su muerte.

—¿Sí?—¿La conoció bien?—Tan bien como cualquier otra

persona. No creo que tuviera muchosamigos.

—¿Qué le hace pensar eso?—Imagínese. Con aquel aire de alma

perdida. Una chica muy guapa, peroperdida. Dios, lo que habría dado yo porser tan guapa.

—Usted no está tan mal —aseguró

Page 304: El Atracador de Mujeres

Kling sonriendo. Y se tomó otro sorbo.—Eso es efecto del coñac —le

advirtió Claire—. A la luz del día soyuna bestia.

—Apuesto a que lo es —dijo Kling—. ¿Dónde la conoció?

—En Tempo. Vino una noche. Penséque la había enviado su novio. Sea comofuera, tenía el nombre y la dirección delclub escritos en una tarjeta blanca. Mela enseñó como si fuera la entrada yluego se sentó en un rincón y no quisobailar. Parecía… Es difícil explicarlo.Estaba allí pero no estaba allí. ¿Ha vistoa gente así?

—Sí.—Yo estoy así a veces —admitió

Page 305: El Atracador de Mujeres

Claire—. Quizá por eso me interesó. Elcaso es que me acerqué a ella y mepresenté, y empezamos a hablar.Simpatizamos. Al final intercambiamosnuestros números de teléfono.

—¿Le llamó alguna vez?—No. Sólo la veía en el club.—¿Cuánto tiempo hace de eso?—Oh, ahora ya hace tiempo.—¿Cuánto?—A ver. —Claire bebió un sorbo de

coñac y reflexionó—. Caray, debió deser hace un año. —Asintió con la cabeza—. Sí, más o menos.

—Siga.—Bueno, no era difícil saber lo que

la preocupaba. La cría estaba

Page 306: El Atracador de Mujeres

enamorada.Kling se inclinó hacia adelante.—¿Cómo lo sabe?Los ojos de Claire no dejaron de

mirar a Kling.—Yo también estuve enamorada —

afirmó con tono cansado.—¿Quién era el novio de Jeannie?—No lo sé.—¿No se lo dijo?—No.—¿Mencionó alguna vez su nombre?

Quiero decir, conversando.—No.—Demonios.—Entienda, señor Kling, que era un

polluelo que volaba por primera vez.

Page 307: El Atracador de Mujeres

Jeannie salía del nido y probaba susalas.

—Ya veo.—Su primer amor, señor Kling,

brillando en sus ojos, en toda su cara,viviendo en el mundo de sus sueños,cuando fuera todo estaba en sombras. —Claire negó con la cabeza—. Dios, lashe visto verdes, pero Jeannie… —Seinterrumpió y volvió a negar con lacabeza—. No sabía absolutamente nada.Con aquel cuerpo de mujer… Bueno, ¿lavio usted alguna vez?

—Sí.—Entonces sabe lo que quiero decir.

Era toda una mujer. Pero, por dentro,una niña pequeña.

Page 308: El Atracador de Mujeres

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Kling,pensando en los resultados de laautopsia.

—Por todo. Por cómo se vestía, porsu manera de hablar, por las preguntasque hacía, incluso por su letra. Todo erade niña pequeña. Créame, señor Kling.Nunca he…

—¿Su letra?—Sí, sí. Déjeme ver si aún la tengo.

—Atravesó la sala y cogió su bolso deuna silla—. Soy la persona másperezosa del mundo. Nunca anoto lasdirecciones en mi agenda. Las pongoentre las páginas hasta que… —Mientras, hojeaba una pequeña agendade tapas negras—. Ah, aquí está. —Le

Page 309: El Atracador de Mujeres

dio a Kling una tarjeta blanca—. Laescribió la noche que nos conocimos.Jeannie Paige y el número de teléfono.Fíjese en su letra.

Kling miró la tarjeta con aireconfuso.

—Aquí dice club Tempo. CalleKlausner, 1812.

—¿Qué? —Claire frunció las cejas—. Oh, sí. Esa es la tarjeta con la quevino. Usó el otro lado para escribir sunúmero de teléfono. Dele la vuelta. —Kling lo hizo—. ¿Ve qué garabatosinfantiles? Ésa era Jeannie Paige hace unaño.

Kling volvió a dar la vuelta a latarjeta.

Page 310: El Atracador de Mujeres

—Estoy más interesado en este lado.Me ha dicho que cree que fue su novioquien escribió la dirección del club.¿Por qué lo cree?

—No lo sé. Supuse que era lapersona que la había enviado allí. Nadamás. Es letra de hombre.

—Sí —confirmó Kling—. ¿Puedoquedármela?

—Si quiere —dijo Claireacompañándose de un gesto deasentimiento—. Me imagino que ya nonecesito el teléfono de Jeannie.

—No. —Kling se guardó la tarjetaen la cartera—. Me ha dicho que lehacía preguntas. ¿Qué clase depreguntas?

Page 311: El Atracador de Mujeres

—Bueno, por decir una, me preguntócómo se besaba.

—¿Qué?—Sí. Me preguntaba cómo tenía que

poner los labios, si tenía que abrir laboca o usar la lengua. Todo esto con losojos muy abiertos, mirando como unbebé. Parece increíble, lo sé. Perorecuerde que era un pajarito joven queno conocía la fuerza de sus alas.

—Llegó a conocerla —dijo Kling.—¿Sí? —preguntó Claire con

incredulidad.—Jeannie Paige estaba embarazada

cuando la mataron.—¡No! —exclamó Claire. Dejó la

copa de coñac—. No, no lo dirá en

Page 312: El Atracador de Mujeres

serio.—Muy en serio.Claire guardó silencio unos

momentos. Luego exclamó:—¡La primera vez que coge el bate y

se da en la cabeza! ¡Maldita suerte!—¿Pero usted no sabe quién era su

novio?—No.—¿Jeannie lo siguió viendo todo ese

tiempo? Me ha hablado de hace un año.Quiero decir…

—Sé lo que quiere decir. Sí, elmismo. Lo estuvo viendo regularmente.De hecho, venía al club para eso.

—¡Vino al club! —Kling se irguió.—No, no. —Claire negó impaciente

Page 313: El Atracador de Mujeres

con la cabeza—. Creo que su hermana ysu cuñado se oponían a que viera alchico. Así que les decía que se venía alTempo. Se quedaba allí un rato, por sialguien venía a comprobarlo, y luego semarchaba.

—Déjeme que lo entienda. Venía alclub y luego se iba para encontrarse conél. ¿Es así?

—Sí.—¿Era ése el proceso normal?

¿Hacía lo mismo cada vez que venía?—Casi siempre. De vez en cuando

se quedaba en el club hasta quecerraban.

—¿Se encontraba con el novio en elbarrio?

Page 314: El Atracador de Mujeres

—No, no lo creo. Una vez laacompañé hasta el metro.

—¿A qué hora solía salir del club?—Entre las diez y las diez y media.—Y se iba caminando hasta el

metro, ¿es así? Y usted supone quetomaba el metro para encontrarse con él.

—Sé que se encontraba con él. Lanoche que la acompañé, me dijo que ibaal centro para verlo.

—¿El centro, dónde?—No lo dijo.—¿Cómo era ese chico?—No me lo dijo.—¿Nunca lo describió?—Sólo decía que era el hombre más

guapo del mundo. Oiga, ¿quién habla

Page 315: El Atracador de Mujeres

sobre su amor? Shakespeare, quizá.Nadie más.

—Shakespeare y las crías dediecisiete años —corrigió Kling—. Lascrías de diecisiete años proclaman suamor a los cuatro vientos.

—Sí —convino Claire suavemente—. Sí.

—Pero no Jeannie Paige. Maldición,¿por qué ella no?

—No lo sé. —Claire se quedópensativa—. Ese atracador que lamató…

—¿Sí?—La policía no pensará que era el

chico que iba a ver, ¿verdad?—Ésta es la primera vez que alguien

Page 316: El Atracador de Mujeres

relacionado con la policía escucha algode la vida sentimental de Jeannie —afirmó Kling.

—Oh, bueno. Ese chico no creo quefuera de esos. Debía de ser amable.Quiero decir que cuando Jeanniehablaba de él daba a entender que eraamable.

—¿Nunca mencionó su nombre?—No. Lo siento.—Será mejor que me vaya. —Kling

se levantó—. Es la cena lo que huelo,¿verdad?

—Mi padre volverá pronto a casa.Mi madre ha muerto. Cuando vengo declase preparo algo.

—¿Todas las noches? —preguntó

Page 317: El Atracador de Mujeres

Kling.—¿Perdón? No le he oído bien.Kling no sabía si seguir o no. Podía

encogerse de hombros y olvidarse de sucomentario. Pero decidió seguir.

—He dicho si cada noche. Siprepara la cena cada noche. ¿O salealguna vez?

—Oh, yo tengo las noches libres.—¿No le gustaría cenar fuera alguna

noche?—¿Con usted? ¿Es eso lo que

sugiere?—Pues sí. Eso es lo que estaba

pensando.Claire Townsend lo observó un buen

rato con dureza en la mirada.

Page 318: El Atracador de Mujeres

—No, no creo —dijo al cabo—. Losiento. Gracias. No podría.

—Bueno… ejem… —De prontoKling se sintió como un tonto—.Supongo… ejem… que he demarcharme. Gracias por el coñac. Hasido estupendo.

—Sí.Kling recordó lo que le habría dicho

de estar en un sitio sin estar en él,sabiendo exactamente lo que queríadecir, porque Claire estaba allí, pero noestaba. Estaba en algún sitio lejano, ydeseó saber dónde. Con una repentina ydesesperada nostalgia, deseó saberdónde se encontraba ella pues,curiosamente, necesitaba estar allí con

Page 319: El Atracador de Mujeres

ella.—Adiós —se despidió.Ella esbozó una sonrisa y cerró la

puerta.

Echó la moneda en la ranura del teléfonoy oyó la voz de Peter Bell. Erasomnolienta.

—¿Te he despertado? —preguntóKling.

—Sí —respondió Bell—, pero noimporta. ¿Qué pasa, Bert?

—Bueno, ¿está por ahí Molly?—¿Molly? No. Ha bajado a comprar

algunas cosas. ¿De qué se trata?—He estado, bueno, me pidió que

Page 320: El Atracador de Mujeres

comprobara algunas cosillas.—Ah, ¿sí?—Sí. Fui al club Tempo esta tarde y

hablé también con una muchacha, ClaireTownsend. Simpática.

—¿Qué has averiguado, Bert?—Que Jeannie se veía con un chico.—¿Quién?—Bueno, ésa es la pregunta. La

señorita Townsend no lo sabe. ¿Osmencionó Jeannie alguna vez algúnnombre?

—No, no que yo recuerde.—Es una lástima. Podría darme

alguna pista que seguir. Aunque sólofuera el nombre de pila. Algo con quepoder trabajar.

Page 321: El Atracador de Mujeres

—No —dijo Bell—. Lo siento,pero… —Dejó de hablar. El silencioduró un largo rato. Al cabo, exclamó—:¡Oh, Dios!

—¿Qué te pasa?—Sí que lo mencionó, Bert.

Mencionó a alguien. Oh, Dios.—¿Quién? ¿Cuándo fue eso?—Charlábamos una vez. Estaba de

buen humor y me dijo, Bert, me dijo elnombre del chico con quien salía.

—¿Qué nombre era?—¡Clifford! ¡Dios mío, Bert! ¡Su

nombre es Clifford!

Page 322: El Atracador de Mujeres

Capítulo 11

Fue Roger Havilland quien llevó a lacomisaría al primer sospechoso delpresunto atracador asesino.

El sospechoso era un muchachollamado Sixto Fangez, un puertorriqueñoque llevaba en la ciudad poco más dedos años. Sixto tenía veinte años y habíasido miembro de una pandilla callejera

Page 323: El Atracador de Mujeres

conocida como «Los Tornados». Dejó lapandilla cuando se casó con unamuchacha llamada Angelina. Angelinaestaba embarazada.

Se acusaba a Sixto de haber dadouna paliza a una puta y haberle robadotreinta y dos dólares del bolso. Lamuchacha era una de las prostitutasmejor conocidas en la comisaría y, dehecho, en bastantes ocasiones, se habíaacostado con hombres de uniforme azul.Algunos de estos policías le habíanpagado por el privilegio de sucompañía.

En circunstancias normales, pese aque la muchacha había identificadopositivamente a Sixto Fangez, Havilland

Page 324: El Atracador de Mujeres

habría olvidado de buen grado todo elasunto a cambio de una pequeñacantidad de dinero. Era sabido quemuchos policías pasaban por alto lasacusaciones de atraco cuando a lapalabra adecuada se añadía la adecuadacantidad de dinero.

Pero ocurrió que los periódicosdieron mucha cobertura al funeral deJeannie Paige —un funeral que se atrasóa causa de la minuciosa autopsia— lamisma mañana en que Sixto fueconducido escaleras arriba hasta la salade la patrulla.

Los periódicos también presionabana los policías para que hicieran algo conel violento atracador. Era quizá por eso

Page 325: El Atracador de Mujeres

que habría que perdonar el excesivocelo de Havilland.

Hizo la ficha de un Sixtodesconcertado y asustado, gritó sobre suhombro un «¡Sígueme!» que sonó comoun ladrido, y lo condujo a una sala encuya puerta figuraba el discreto rótulode «Interrogatorio». Ya dentro de lasala, Havilland cerró la puerta con llavey encendió un cigarrillo con calma.Sixto lo miraba. Havilland era unhombre corpulento que, según suspropias palabras, «no admitía tonteríasde nadie».

Una vez quiso acabar con una peleacallejera y, a cambio, sacó un brazofracturado por cuatro sitios distintos. El

Page 326: El Atracador de Mujeres

proceso de curación, teniendo en cuentaque los huesos no se asentaron bien laprimera vez y tuvo que ser operado unasegunda, fue bastante doloroso. Ydurante ese tiempo pudo pensar largo ytendido. Pensó sobre todo en cómo serun buen policía. Y pensó también encómo sobrevivir. Y se formó su propiafilosofía.

Sixto ignoraba totalmente el procesode pensamiento que había conducido ala formación del credo de Havilland.Sólo sabía que Havilland era el policíamás odiado y temido del barrio.[3] Lomiró con interés, con una ligera capa desudor sobre su fino labio superior, sinperder nunca de vista las manos de

Page 327: El Atracador de Mujeres

Havilland.—Parece que te has metido en un

pequeño lío, ¿eh, Sixto? —bromeó elpolicía.

Sixto asintió con la cabeza,parpadeando nerviosamente. Sehumedeció los labios.

—Dime, ¿por qué pegaste a Carmen,eh? —preguntó apoyándose en la mesa yarrojando una bocanada de humo por laboca.

Sixto, menudo como un pajarito,restregó sus manos huesudas en el toscotejido de sus pantalones. Carmen era laprostituta a quien presuntamente habíaatacado. Sabía que la mujer manteníaocasionalmente relaciones amistosas

Page 328: El Atracador de Mujeres

con los polis. No sabía si Havillandestaba metido en eso. Guardó uncalculado silencio.

—Eh —insistió Havillandamablemente, con una vozdesacostumbradamente suave—, ¿porqué le pegaste a una chica tan guapacomo Carmen?

Sixto siguió callado.—¿Buscabas un coñito, eh, Sixto?—No. Estoy casado —declaró Sixto

—. Yo no voy de putas.—Entonces, ¿qué hacías con

Carmen?—Me debía dinero —respondió

Sixto—. Fui a que me lo devolviera.—Así que le habías prestado dinero.

Page 329: El Atracador de Mujeres

¿No es eso, Sixto?—Sí.—¿Cuánto?—Unos cuarenta dólares.—Y fuiste a verla y quisiste

recuperarlos, ¿correcto?—Sí. Era mi dinero. Se lo presté

hará unos tres meses, quizá cuatro.—¿Y para qué lo necesitaba

Carmen?—Mierda, es una drogata. ¿No lo

sabía?—Sí, me suena algo esa canción. —

Havilland sonrió amablemente—. Asíque necesitaba una dosis y fue a buscartepara que se la dieras, ¿no es eso, Sixto?

—No, no fue a buscarme. Dio la

Page 330: El Atracador de Mujeres

casualidad que yo estaba en el bar y medijo que tenía el mono y por eso le dejélos cuarenta. Nada más. Y luego fui aque me los devolviera, pero pusodificultades.

—¿Qué tipo de dificultades?—Dijo que el negocio iba mal, que

venían pocos primos del centro y cosaspor el estilo. Le dije que su negocio noera mi problema, que quería que medevolviera mis cuarenta dólares. Estoycasado. Pronto tendremos un niño. Nopuedo ir por ahí haciendo el tonto yprestando dinero a las putas.

—¿Trabajas, Sixto?—Sí.[4] Trabajo en un restaurante del

centro.

Page 331: El Atracador de Mujeres

—¿Y cómo es que necesitabas contanta urgencia esos cuarenta dólares?

—Ya se lo he dicho. Mi mujer estáembarazada. Tengo que pagar lasfacturas del médico.

—¿Y por eso le pegaste a Carmen?—Porque le dije que yo no tenía por

qué ir detrás de una puta. Y le dije quequería mi dinero. Y entonces mecontestó que mi Angelita también erauna puta. ¡Hombre, decir eso de mimujer, Angelita, que es tan pura como laVirgen María! Y le arreé en la boca. Esofue lo que pasó.

—Y luego le quitaste el bolso,¿verdad, Sixto?

—Sólo para coger mis cuarenta

Page 332: El Atracador de Mujeres

dólares.—Y te llevaste treinta y dos, ¿no es

cierto?—Sí. Todavía me debe ocho.Havilland asintió con simpatía.

Arrastró un cenicero sobre la mesa yapagó en él su cigarrillo con pequeñosgolpes. Luego levantó la mirada haciaSixto; una sonrisa se dibujaba en su carade querube. Respiró profundamente ylevantó los hombros.

—Ahora cuéntame la verdaderahistoria, Sixto —pidió con tono suave.

—Le he contado la verdaderahistoria. Es lo que pasó.

—¿Y qué me dices de las otraschicas que has atracado?

Page 333: El Atracador de Mujeres

Sixto miró a Havilland sinpestañear. Por un momento, parecióhaber perdido el habla.

—¿Qué?—Las otras chicas de toda la ciudad.

¿Qué me dices?—¿Qué? —repitió Sixto.Havilland se separó de la mesa con

gesto elegante. Dio tres pasos haciadonde estaba Sixto de pie. Sin dejar desonreír, echó hacia atrás el puño yasestó un golpe con los nudillos en laboca de Sixto.

El puñetazo cogió a Sixtocompletamente desprevenido. Abriómucho los ojos y retrocedió paramantenerse de pie. Tropezó con la pared

Page 334: El Atracador de Mujeres

y, con un gesto instintivo, se llevó eldorso de la mano a la boca. Una mancharoja de sangre tiñó la piel de sus dedos.Parpadeó y cruzó su mirada con la deHavilland.

—¿Por qué me pega?—Háblame de las otras muchachas,

Sixto —insistió Havilland acercándoseotra vez.

—¿Qué otras muchachas? ¿Estáusted loco o qué le pasa? Le pegué a unaputa para que me devolviera mi…

Havilland alzó el brazo y le dio conel revés de la mano una bofetada. Luegocon la palma abierta, repitió el golpe enla otra mejilla, y así sucesivamente, conel revés y la palma, una y otra vez, hasta

Page 335: El Atracador de Mujeres

que la cabeza de Sixto empezó abalancearse como una brizna de hierbaazotada por el viento.

—Ave María —exclamó elpuertorriqueño—, ¿por qué…?

—¡Cállate! —gritó Havilland—.¡Háblame de los asaltos, tú, latino, hijode puta! ¡Háblame de la rubia dediecisiete años que mataste la semanapasada!

—Yo no maté…Havilland lo golpeó otra vez,

lanzando su enorme puño a la cara deSixto. Lo alcanzó debajo del ojo, y elmuchacho cayó al suelo.

—¡Levántate! —gritó el policía, y lepropinó un puntapié.

Page 336: El Atracador de Mujeres

—Yo no he…Havilland volvió a darle una patada.

El muchacho empezó a sollozar. Logróponerse de pie y Havilland lo golpeóprimero en el estómago y luego en lacara. Sixto quedó doblado contra lapared, llorando a gritos.

—¿Por qué la mataste?Sixto no pudo contestar. Negó una y

otra vez con la cabeza, sin dejar dellorar. Havilland lo asió por las solapasde la chaqueta y lo empujó una y otravez para que la cabeza del muchachochocara contra la pared.

—¿Por qué, condenado latino? ¿Porqué? ¿Por qué?

Pero Sixto sólo podía negar con la

Page 337: El Atracador de Mujeres

cabeza y, al cabo de un rato, cuando sucabeza cayó hacia un lado al perder laconciencia, dejó de hacerlo.

Havilland lo examinó un momento.Suspiró profundamente, se dirigió a unpequeño lavabo en un rincón de la sala yse lavó la sangre de las manos. Luegoencendió un cigarrillo, volvió a la mesay se sentó. Era una maldita vergüenza,pensó, pero no creía que Sixto fuera elhombre que buscaban. Aún tenía queresponder por lo de Carmen, pero no lepodían colgar el sambenito delasesinato. Era una maldita vergüenza.

Al poco rato, Havilland abrió lapuerta y se fue a la oficina contigua.Miscolo levantó la mirada de la

Page 338: El Atracador de Mujeres

máquina de escribir.—Hay un latino en la puerta de al

lado —informó Havilland, y dio unachupada al cigarrillo.

—¿Sí? —dijo Miscolo.—Sí —dijo Havilland con un

movimiento de cabeza—. Se ha caído yse ha hecho daño. Será mejor que llamesa un médico, ¿eh?

En otro lugar de la ciudad, losdetectives Meyer y Patillas llevaban acabo un método de interrogatorio algomás ortodoxo.

Meyer, personalmente, estabaagradecido por la oportunidad que se le

Page 339: El Atracador de Mujeres

presentaba. Siguiendo las órdenes delteniente Byrnes, había estadointerrogando a seis violadores hasta queno pudo más. No es que no le gustaranlos interrogatorios; era, simplemente,que le repugnaban esa clase dedelincuentes.

Las gafas de sol encontradas cercadel cuerpo de Jeannie Paige llevabanuna pequeña C dentro de un círculosobre el puente. La policía contactó avarios tenderos y uno de ellos identificóla C como la marca de una compañíaconocida como Candrel, Inc. Byrnessacó a Meyer y Patillas del tejidopegajoso y degenerado del 87 y, congran disgusto por parte de ellos, los

Page 340: El Atracador de Mujeres

envió a Majesta, donde se encontraba lafábrica.

La oficina de Geoffrey Candrelestaba en el tercer piso de la fábrica, unrectángulo insonorizado de paredes depino nudoso y mobiliario moderno. Lamesa parecía suspendida en el aire. Uncuadro en la pared detrás de la mesarecordaba a una máquina computadoracon una crisis nerviosa.

Candrel, un hombre obeso, estabasentado en un gran sillón de cuero. Mirólas gafas rotas sobre la mesa y lasempujó con su carnoso dedo índice,como si tocara a una serpiente y quisierasaber si aún estaba viva.

—Sí. —Su voz era grave y

Page 341: El Atracador de Mujeres

retumbaba en su pecho—. Sí,fabricamos estas gafas.

—¿Puede decirnos algo sobre ellas?—preguntó Meyer.

—¿Que si puedo decirles algo? —Candrel sonrió con aire de superioridad—. He estado haciendo monturas paratodo tipo de cristales desde hace más decatorce años. ¿Y me pregunta que sipuedo decirles algo de ellas? Amigomío, puedo decirle cuanto quiera.

—Bien, ¿podría decirnos…?—El problema con la mayoría de la

gente —siguió Candrel— es que secreen que es muy sencillo hacermonturas para gafas, o cualquier clasede montura para un cristal. Bien,

Page 342: El Atracador de Mujeres

caballeros, eso no es verdad,simplemente. A menos que nosencontremos con un fabricante de pega aquien no le importe el producto que sacaal mercado. A Candrel le importa yCandrel respeta al consumidor.

—Bien, quizá usted podría…—Empecemos con la plancha del

material —prosiguió Candrel haciendocaso omiso de Meyer—. Se llama zyl,nombre comercial del nitrato decelulosa para usos ópticos. Estampamosla forma de los frontales y las patillas enla plancha.

—¿Frontales? —inquirió Meyer.—¿Patillas? —preguntó Patillas.—Los frontales son los marcos que

Page 343: El Atracador de Mujeres

sustentan las lentes. Las patillas son losdos chismes que se ajustan a las orejas.

—Ya veo —dijo Meyer—. Peroestas gafas…

—Después de la estampación, losfrontales y las patillas se trabajan conuna máquina para poner lasacanaladuras en los aros y eliminar lasaristas producidas por el estampado.Luego se pegan los apoyos de la nariz alos frontales. Después de eso, una fresaiguala los apoyos con los frontales enuna operación de «fresado».

—Sí, señor, pero…—Con eso no se acaba —siguió

Candrel—. Para igualar mejor losapoyos de la nariz, se frotan con una

Page 344: El Atracador de Mujeres

rueda húmeda de piedra pómez. Luegolos frontales y las patillas pasan a unaoperación de desbastado. Se introducenen un tambor de piedra pómez y al girardesaparecen todas las asperezas. En laoperación de acabado, esos mismosfrontales y patillas se introducen en untambor con trocitos de madera(aproximadamente de dos centímetros ymedio de longitud por ocho milímetrosde ancho) junto con un lubricante ynuestra composición secreta. Lasestaquitas de madera rozan los frontalesy las patillas y los pulen.

—Señor, nos gustaría…—Después de eso —continuó

Candrel con el entrecejo fruncido, pues

Page 345: El Atracador de Mujeres

no estaba acostumbrado a que lointerrumpieran— se colocan bisagras alos frontales y a las patillas, y lasbisagras se cubren con protectores, yluego se unen los frontales a las patillascon tornillos. Se ingletean los ángulos yluego los bordes se redondean conpiedra pómez en la sala de frotación.Después de eso…

—Señor…—Después de eso, las monturas se

lavan y limpian y se envían a la sala depulido. Todas nuestras monturas se pulena mano, caballeros. Muchas fábricas selimitan a bañar las monturas en undisolvente para que parezcan pulidas.Nosotros, no. Nosotros las pulimos a

Page 346: El Atracador de Mujeres

mano.—Es admirable, señor Candrel —

dijo Meyer—, pero…—Y cuando ponemos cristales

planos, usamos lentes de base seis, unaslentes que han sido pulidas y no ofrecendistorsión. Nuestras gafas de sol decristales planos se hacen con lentes deseis dioptrías, caballeros. Y recuerden,las lentes de base seis son ópticamentecorrectas.

—Seguro que sí —admitió un Meyeragotado.

—Fíjese —señaló Candrel conorgullo—, nuestras mejores gafas sevenden a veinte dólares.

—¿Y éstas? —preguntó Meyer

Page 347: El Atracador de Mujeres

señalando a las que había sobre la mesa.—Sí. —Candrel volvió a empujarlas

con el dedo—. Por supuesto tambiénfabricamos gamas más baratas. Seinyecta poliestireno en un molde. Es unaoperación de moldeado de altavelocidad con presión hidráulica.Semiautomática, ¿sabe? En esos casos,por supuesto, empleamos lentes másbaratas.

—¿Y estas gafas son de la gama másbarata? —preguntó Meyer.

—Ah… sí. —De pronto Candrelpareció a disgusto.

—¿Cuánto cuestan?—Las vendemos a las tiendas a

treinta y cinco centavos la unidad. Lo

Page 348: El Atracador de Mujeres

más probable es que el precio alpúblico esté entre los setenta y cincocentavos y el dólar.

—¿Qué me dice de la distribución?—preguntó Patillas.

—¿Perdón?—¿Dónde se venden? ¿Algunas

tiendas en particular?Candrel empujó las gafas hasta el

extremo más alejado de su mesa, comosi de pronto hubieran contraído la lepra.

—Caballeros —declaró—, puedenadquirir estas gafas en cualquier tiendade baratillo de la ciudad.

Page 349: El Atracador de Mujeres

Capítulo 12

A las dos de la madrugada del jueves 21de septiembre, Eileen Burke caminabapor las calles de Isola, vestida con unsuéter blanco y una falda ajustada.

Era una policía cansada.Recorría las calles de Isola desde

las once cuarenta y cinco de la noche delsábado anterior. Era su quinta noche de

Page 350: El Atracador de Mujeres

paseo. Calzaba zapatos de tacón altoque, desde luego, no estaban diseñadospara aquellos trotes. Con el fin de atraeral atracador, cuya motivación básica alelegir mujeres bien pudiera estarinspirada en el sexo, había ajustado lacinta del sostén uno o dos centímetros,de modo que sus pechos le quedabanapretados y subidos, si bien seductores.

Nadie podía negar lo seductoras queresultaban sus glándulas mamarias, ymenos alguien con una mente tananalítica como la que poseía EileenBurke.

En el curso de sus correrías demadrugada había sido abordada sieteveces por marineros, cuatro veces por

Page 351: El Atracador de Mujeres

soldados y veintidós veces por civilesataviados de muy diversas formas. Elmodo de entablar conversación habíasido de lo más variopinto, desde eleducado comentario «Hace una nocheestupenda» a insinuaciones más directascomo «¿Paseando sólita, dulzura?» oproposiciones inequívocas como«¿Cuánto cobras, muñeca?».

En todos estos casos, Eileen supoestar a la altura de las circunstancias ypudo salir del paso.

Aquellos hombres, a decir verdad,rompían la monotonía de susexcursiones que, sin ellos, resultabansolitarias y silenciosas. Nunca advirtióla presencia de Willis detrás de ella,

Page 352: El Atracador de Mujeres

aunque sabía con certeza que le seguíalos pasos. Ahora se preguntaba si estaríatan aburrido como ella y llegó a laconclusión de que posiblemente no loestuviera. Él, al menos, tenía lacompensación de contemplar un traseroque ella meneaba garbosamente comocebo para un atracador escondido yobservador.

«¿Dónde estás, Clifford?», sepreguntaba.

¿Te hemos ahuyentado? ¿Acaso lavisión de la niña retorcida yensangrentada a quien abriste la cabezate ha revuelto el estómago, Clifford?¿Has decidido dejar tu trabajo, oesperas a que se enfríe la situación?

Page 353: El Atracador de Mujeres

Vamos, Clifford.¿No ves qué bonito contoneo? El

cebo está puesto, Clifford. Y el únicoanzuelo es la 38 de mi bolso.

«Vamos», Clifford.

Desde donde la seguía tenazmenteWillis, sólo podía ver el suéter blanco y,ocasionalmente, cuando una farola lailuminaba, el cabello pelirrojo.

Era un policía cansado.Hacía mucho tiempo que no era

patrullero y esto resultaba peor quehacer una ronda en la ciudad. Cuandohacía una ronda podía detenerse enbares y restaurantes y, a veces, en una

Page 354: El Atracador de Mujeres

sastrería o en una pastelería. Y en esossitios se podía tomar una cervezarápida, una taza de café, charlardistraídamente o calentarse al lado de unradiador.

A esta muchacha, a Eileen, legustaba andar. Llevaba cuatro nochessiguiéndola, ésta era la quinta, y nohabía dejado de andar en ningúnmomento. Era una conducta admirable, abuen seguro, una entrega al deber de laque no cabía mofarse.

Pero, por Dios bendito, ¿acaso teníaun motor?

¿Qué impulsaba aquellas piernas?(«Bonitas piernas, Willis, admítelo»).¿Y por qué iba tan deprisa? ¿Acaso

Page 355: El Atracador de Mujeres

creía que Clifford era un profesional delcampo a través? Después de la primeranoche le comentó que andaba demasiadorápido, que le había dejado exhausto.Eileen sonrió, se sacudió la melena ydijo: «Siempre camino deprisa».

Aquello, pensaba ahora, había sidoel eufemismo del año.

Lo que quiso decir, por supuesto,fue: «Yo siempre corro despacio».

No envidiaba a Clifford.Quienquiera que fuera, dondequiera queestuviera, iba a necesitar una moto paraalcanzar a esa pelirroja con tetas dignasde una portada de revista.

Bien, pensó, la chica ha conseguidoque la cosa valga la pena. Donde

Page 356: El Atracador de Mujeres

quieras que estés, Clifford, la señoritaBurke va a darte una buena satisfacciónpor tu dinero.

Primero oyó el sonido de lostacones.

Picotazos impacientes de pájaroscarpinteros remachando en el sólidocorazón de caoba de su ciudad.Golpeteo emocionante, zapatos ligeros,piernas fuertes, pies rápidos.

Luego vio el suéter blanco, un faroen la distancia, acercándose cada vezmás, perdiendo sus dos dimensiones,agrandándose hasta poseer las tresdimensiones de una obra escultórica,

Page 357: El Atracador de Mujeres

haciéndose real, convirtiéndose por finen un tejido de lana que cubría unospechos firmes y altos.

Luego vio el cabello rojo, largo,acariciado por los dedos inquietos delviento, alrededor de la cabeza como unaabrasadora pira funeral. Desde suposición en el callejón, al otro lado dela calle, advirtió su contoneo. Maldijoel sitio en que estaba, pues habríapreferido estar al otro lado. La mujerllevaba un bolso de cuero negro colgadodel hombro con la correa suelta; elbolso iba golpeando la cadera al andar.Parecía pesar.

Sabía que las apariencias engañan,que muchas mujeres llevan todo tipo de

Page 358: El Atracador de Mujeres

basura en sus bolsos, pero éste olía adinero. O era una puta buscando clienteso una perra de la buena sociedad quehabía salido a dar un paseo nocturno; aveces es difícil distinguir las unas de lasotras. Quienquiera que fuese, el bolsoolía a dinero, y era dinero lo quenecesitaba con urgencia.

Los titulares de los periódicosproclamaban el nombre de Jeannie Paigea los cuatro vientos. Por eso habíaestado unos días sin salir a la calle.Pero ¿cuánto tiempo se mantienecaliente un asesinato? ¿Acaso un hombrepuede dejar de comer?

Vio pasar la cabellera roja y seocultó en el callejón, calculando

Page 359: El Atracador de Mujeres

rápidamente por dónde pasaría la joven.No vio a Willis. Ni Willis lo vio a

él.

Tres farolas en cada manzana, pensóEileen. Se tarda aproximadamente unminuto y medio en cubrir la distanciaentre una y otra farola. Y cuatro minutosy medio cada manzana. Pura aritmética.

«Tampoco ando tan rápido. Si Williscree que sí, tendría que conocer a mihermano. Mi hermano corre para todo,en el desayuno, en la cena…¡Atención!».

Algo se movía delante de ella. Sumente, como si hubiera sido aspirada

Page 360: El Atracador de Mujeres

del polvo de sus reflexiones, quedóclara y reluciente como un diamantetallado. Su mano izquierda agarró lacorrea del bolso, bajó hasta él y agrandóla abertura. Palpó el tranquilizadoracero de su 38 y comprobó que la culataestaba en la posición adecuada paraasirla con un rápido movimiento de lamano derecha.

Caminó con la cabeza erguida. Noaminoró el paso. La figura quevislumbraba delante era un hombre, deeso estaba segura. Ya la había visto y seacercaba a ella con rapidez. Llevaba untraje azul, sin sombrero. Era un hombrealto, de casi dos metros.

—Eh —llamó—. Eh, tú.

Page 361: El Atracador de Mujeres

Eileen sintió que el corazón le subíaa la garganta porque tuvo elpresentimiento de que se trataba deClifford.

Y, de pronto, se sintió como unatonta. Acababa de ver los galones en lamanga del traje azul y las cintas blancasdel cuello. El hombre que había tomadopor Clifford era sólo un marinero singorra. Se relajó. Una ligera sonrisaapareció en sus labios.

El marinero se acercó a ella,tambaleándose de mala manera. Estaba,para decirlo amablemente, borrachocomo una cuba, y seguramente por esohabía perdido su gorra blanca.

—Fíjate —exclamó en voz alta—,

Page 362: El Atracador de Mujeres

pero si es una pelirroja. Ven aquí,pelirroja.

Quiso cogerla del brazo, pero Eileenlo retiró rápidamente.

—Echa a correr, marinero —le dijo—. Has ido a parar al sitio equivocado.

El marinero echó hacia atrás lacabeza y soltó una carcajada.

—¡El sitio equivocado! —exclamó—. Que me cuelguen si soy un ladrón.

A Eileen, que no le importaba porqué fueran a colgarlo con tal de quedejara de estorbarla en su trabajo, echóa andar bruscamente y siguió su camino.

—¡Eh! —gritó el marinero—.¿Adónde vas?

Eileen oyó los pasos apresurados

Page 363: El Atracador de Mujeres

detrás de ella y luego sintió que la cogíadel codo. Se giró y se libró de los dedosque la atenazaban.

—¿Qué te pasa? —preguntó—. ¿Note gustan los marineros?

—Me gustan mucho —contestó ella—. Pero me parece que debe volver a subarco. Ahora mismo. Vamos, márchese—y lo miró fijamente.

El marinero le devolvió una miradaseria.

—Oye —propuso de pronto—. ¿Tegustaría venirte a la cama conmigo?

Eileen no pudo evitar una sonrisa.—No. Muchas gracias.—¿Por qué no? —preguntó sacando

la mandíbula.

Page 364: El Atracador de Mujeres

—Estoy casada —mintió Eileen.—Y qué, eso está bien. Yo también

estoy casado.—Mi marido es policía.—Me importan un pito los policía.

Sólo los S.O.B.S.P. De ésos sí hay quepreocuparse. Qué me dices, ¿hace o nohace?

—No —respondió Eileen confirmeza. Se volvió para marcharse peroel marinero le cerró el paso.

—Podemos hablar de tu marido y demi esposa, ¿qué te parece? Tengocantidad de cosas dulces que contarte demi mujercita.

—Entonces vaya a su casa con ella.—No puedo. Maldita sea, está en

Page 365: El Atracador de Mujeres

Alabama.—Márchese, marinero —ordenó

Eileen—. Le hablo en serio. Márcheseantes de meterse en un lío.

—No. —El marinero hizo unpuchero.

Eileen se volvió buscando a Williscon la mirada. Pero no lo vio porninguna parte. Seguramente estabareclinado contra una pared, riéndose dela situación. Esquivó al marinero y echóa andar calle arriba. El marinero se pusoa su lado.

—Nada. Prefiero caminar. Iré a tulado hasta que se me hinchen los pies,hasta que se me hielen.

—Siga conmigo y eso es lo que le

Page 366: El Atracador de Mujeres

pasará —murmuró Eileen y luego sepreguntó cuánto tardaría en encontrar aun policía.

Maldita sea, nunca encuentras a unpolicía cuando lo necesitas.

«Ahora recoge marineros», pensóWillis.

«No tenemos nada mejor que hacerque divertir a la Marina. ¿Por qué no leda un coscorrón y lo deja durmiendo enun callejón? ¿Cómo vamos a cazar aClifford si se deja acompañar por elmarinero? ¿Intervengo? ¿O es que seguarda algo bajo la manga? Lo malo detrabajar con mujeres es que nunca

Page 367: El Atracador de Mujeres

puedes esperar que piensen como loshombres».

Miró y maldijo en silencio almarinero.

¿De dónde habría salido aquelimbécil? ¿Cómo iba a llevarse ahora elbolso? Es que tenía verdadera malasuerte: la primera buena cosa que lesalía en su primera noche después deque los periódicos empezaron a dar labulla con Jeannie Paige, venía aestropearla aquel estúpido marinero.

Quizá fuera mejor marcharse. O a lomejor ella le da una bofetada y se loquita de encima. O quizá no. Si es una

Page 368: El Atracador de Mujeres

prostituta se irá con el marinero y seacabará todo.

¿Por qué la policía permitía que laMarina descargara su basura en lascalles de la ciudad?

Contempló el contoneo del traserode la muchacha y vio el pasotambaleante del marinero. Echó pestesde la policía, de la Marina e incluso dela pelirroja.

Cuando doblaron la esquina, semetió en el callejón y echó a correrhacia los patios traseros con la intenciónde salir de nuevo a la calle dosmanzanas por delante de la pareja, y conla esperanza de que, entretanto, ella selo hubiera quitado de encima. Sintió

Page 369: El Atracador de Mujeres

cómo se le atenazaban los dedos,ansiosos de agarrar el pesado bolso quecolgaba del hombro izquierdo de lapelirroja.

—¿En qué barco estás? —preguntóEileen.

—En el U.S.S. Juntuh —respondióel marinero—. ¿Es que no te fías de mí,pelirroja?

Eileen se detuvo. Se volvió paramirar al marinero y en sus ojos verdesapareció un brillo amenazador.

—Escúchame, marinero. Soypolicía, ¿entiendes? Ahora estoytrabajando, estás entorpeciendo mi labor

Page 370: El Atracador de Mujeres

y eso no me gusta.—¿Que eres qué? —El marinero

echó hacia atrás la cabeza, dispuesto asoltar una carcajada, pero la mirada deEileen y su tono desapasionadodetuvieron su gesto.

—Llevo una pistola del calibre 38en el bolso —continuó Eileen—. En seissegundos voy a sacarla y te dispararé enuna pierna. Te dejaré en la acera y luegollamaré a la Patrulla de la Costa.Empiezo a contar, marinero.

—Eh, qué…—Uno…—Oye. ¿por qué te enfadas? Yo

sólo…—Dos…

Page 371: El Atracador de Mujeres

—Ni siquiera me creo que tengasuna pistola.

La 38 apareció súbitamente debajode sus narices.

—Tres —dijo Eileen.—Espera, yo…—Cuatro…El marinero volvió a mirar la

pistola.—Buenas noches, señora —dijo, se

volvió y echó a correr.Eileen lo vio alejarse. Devolvió la

pistola al bolso, dobló la esquina ycaminó por la calle oscura. No habíadado más de quince pasos cuando unbrazo rodeó su cuello y se sintióarrastrada hacia el callejón.

Page 372: El Atracador de Mujeres

El marinero bajó por la calle con tantaprisa que Willis casi suelta unacarcajada. El cuello de la camisola delmarinero bailaba mecido por el viento.Corría por en medio del asfalto con unacuriosa mezcla de balanceo marinero,pasos de borracho y galope de un purasangre de tres años en el Derby deKentucky. Iba con los ojos abiertoscomo platos y el cabello volabaalborotado a cada salto.

Se detuvo al ver a Willis y, despuésde respirar hondo exclamó:

—Hombre, si te encuentras con unapelirroja allá arriba, cambia de rumbo y

Page 373: El Atracador de Mujeres

ni te acerques. Te lo advierto.—¿Qué pasa? —preguntó

paternalmente Willis, aguantándose larisa.

—¡Que qué pasa! Hombre que esapelirroja tiene un cañón en el bolso, esoes lo que pasa. ¡Huy!, yo me voy deaquí.

Saludó brevemente con unmovimiento de cabeza y siguiócorriendo. Willis se lo quedó mirando,soltó una risita y luego buscó a Eileencon la mirada. No la vio. Probablementehabía doblado la esquina. Sonrió,cambiando su opinión sobre el marinero.Después de todo, había constituido unadiversión agradable en el aburrido

Page 374: El Atracador de Mujeres

trabajo de esperar a un atracador queprobablemente no aparecería nunca.

Iba a sacar la pistola de su bolso cuandola correa se salió del hombro. Sintió queel seguro peso del bolso abandonaba sucadera y desaparecía. Y justo cuandoplantaba el pie firmemente en el suelopara voltear al intruso sobre su hombro,él le dio la vuelta y la empujó contra lapared del edificio. El golpe la dejó sinaliento. Miró la cara del hombre, apenasvisible en la oscuridad del callejón.Aunque no llevaba gafas de sol, no pudodeterminar el color de sus ojos. Llevabasombrero y maldijo la circunstancia

Page 375: El Atracador de Mujeres

porque también le ocultaba el cabello.El puño del hombre surgió

repentinamente y le alcanzó debajo delojo. Eileen había oído hablar de lasestrellas púrpuras y amarillas que se vencuando se recibe un puñetazo en un ojo,pero nunca lo había experimentadopersonalmente hasta aquel momento.Cegada momentáneamente, trató dealejarse de la pared, pero él la empujóde nuevo con violencia.

—Es sólo una advertencia —amenazó el hombre—. No grites cuandome vaya, ¿entiendes?

—Entiendo —convino Eileen convoz neutra. «Willis, ¿dónde estás? Porlos clavos de Cristo, ¿dónde te has

Page 376: El Atracador de Mujeres

metido?».Tenía que retener a este hombre.

Hasta que apareciera Willis. Vamos,Willis.

—¿Quién eres? —preguntó.Levantó de nuevo la mano y la

cabeza de Eileen se balanceó con elimpacto de la bofetada.

—¡Cállate! —gritó el hombre—.Ahora voy a irme.

Si éste era realmente Clifford, a ellale quedaba una oportunidad. Si eraClifford, tendría que actuar en pocossegundos. Se puso tensa a la espera delgesto, sabiendo que sólo tenía queentretener al hombre hasta que llegaraWillis.

Page 377: El Atracador de Mujeres

¡Ahora!El hombre empezó su ritual.—Clifford se lo agradece, señora —

recitó. Luego cruzó el brazo sobre elpecho e inició una reverencia doblandola cintura. Eileen unió las manos, laslevantó sobre su cabeza y las dejó caersobre la nuca de Clifford como siblandiera un martillo.

El golpe lo cogió completamente porsorpresa. Empezó a caer hacia adelantey Eileen lo golpeó en la mandíbula conla rodilla. Clifford abrió los brazos,dejó caer el bolso y retrocedió dandotraspiés; cuando levantó la cara, vio aEileen con un zapato de tacónpuntiagudo en la mano. No esperó a que

Page 378: El Atracador de Mujeres

él atacara. Con un pie descalzo, seabalanzó sobre él y apuntó a su cara.

Clifford retrocedió y esquivó elgolpe; luego, bramando como un oso,aplastó el puño bajo el pecho de Eileen.Ésta sintió un dolor agudo y punzante, yluego él siguió golpeándola cruel ydespiadadamente. Eileen soltó el zapatoy se agarró a las ropas del hombre conuna mano mientras con la otra trataba dealcanzarle la cara, a fin de arañar,clavar; en su intento desesperado porsobrevivir se olvidó de susconocimientos de policía y echó manode las armas de la mujer, las uñas.

Falló en su intento de arañarle lacara, cayó hacia adelante y se asió con

Page 379: El Atracador de Mujeres

ambas manos a la chaqueta, clavando lasuñas en el bolsillo superior. Tiró y sintióque desgarraba la tela y se quedaba conel bolsillo en la mano; en ese momentoél la alcanzó con un puñetazo en lamandíbula. Cayó de espaldas contra lapared y oyó los pasos de Willis queacudía a la carrera.

El atracador se agachó para recogerel bolso, lo asió por la correa en elmomento en que Willis aparecía en laesquina del callejón empuñando lapistola.

Clifford se irguió y lanzó el bolso,que fue a parar a la sien de Willis, quiense tambaleó hacia un lado y dejó caer lapistola. Aturdido, sacudió la cabeza y

Page 380: El Atracador de Mujeres

vio cómo huía el atracador. Recogió lapistola y disparó dos veces, fallandoambas. Clifford dobló la esquina yWillis corrió tras él. Cuando salió a lacalle, el atracador se había desvanecido.

Volvió adonde Eileen estabasentada, apoyada en la pared. Tenía lasrodillas dobladas en alto, la faldarecogida, en una postura desesperada,con la cabeza entre las manos. Su ojoizquierdo empezaba a hincharse y ledolía. Cuando levantó la cabeza, Willishizo una mueca.

—Te ha dado fuerte.—¿Dónde demonios estabas? —

preguntó Eileen Burke.—Justo detrás de ti. No me di cuenta

Page 381: El Atracador de Mujeres

de que las cosas iban mal hasta que oí lavoz de un hombre que gritaba «Cállate».

—Tiene buenos puños —dijo Eileen—. ¿Qué tal el ojo?

—Te va a salir un buen moretón —advirtió Willis—. Iremos en busca de unbistec en cuanto puedas levantarte. —Hizo una pausa—. ¿Era Clifford?

—Seguro. —Se levantó e hizo unamueca de dolor—. Oh, creo que tengouna costilla rota.

—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó Willis preocupado.

Eileen se palpó la zona debajo delpecho.

—Es lo que parece. ¡Ooooh, cómoduele!

Page 382: El Atracador de Mujeres

—¿Pudiste verlo bien?—Estaba demasiado oscuro —dijo y

levantó la mano—. Pero le arranqué elbolsillo.

—Bravo. —Willis miró alrededor—. ¿Qué es todo eso?

—¿El qué?Willis se agachó.—Cigarrillos. Estupendo. Podremos

sacar algunas huellas del celofán —dijoy recogió el paquete cuidadosamenteenvolviéndolo en un pañuelo.

—Seguramente los llevaba en elbolsillo. —Eileen se tocó el ojohinchado—. Vamos a buscar ese bistec,¿quieres?

—Claro. Pero espera un momento.

Page 383: El Atracador de Mujeres

—¿Qué?—Cerillas. Si llevaba cigarrillos en

ese bolsillo, probablemente llevabatambién cerillas. —Se sacó una linternadel bolsillo y la encendió. El foco de luzbarrió lentamente la acera—. Ah, ahíestán. —Recogió las cerillas con unsegundo pañuelo que sacó del bolsillointerior.

—Oye, ¿podemos ir a buscar esebistec? —insistió Eileen.

Willis miraba las cerillas.—A lo mejor tenemos suerte.—¿Cómo?—El anuncio de las cerillas. Es de

un bar de la ciudad. Un sitio que sellama Los Tres Ases. Quizá es la

Page 384: El Atracador de Mujeres

guarida de Clifford.Miró a Eileen y sonrió de oreja a

oreja. Ella se agachó para ponerse elzapato.

—Vamos —la animó Willis—,vamos a cuidarnos de ese ojo.

—Empezaba a pensar que no teimportaba. —Eileen se apoyó en elbrazo de Willis y salieron juntos a lacalle.

Page 385: El Atracador de Mujeres

Capítulo 13

Aquel jueves por la tarde, Kling llamó aClaire Townsend a la primeraoportunidad que tuvo. Y esa primeraoportunidad surgió a la hora delalmuerzo. Pidió un bocadillo y una tazade café y miró en el listín de teléfonos,buscó un Townsend en el 728 dePeterson, Riverhead, y acabó por

Page 386: El Atracador de Mujeres

encontrar a Ralph Townsend. Se fue a lacabina, depositó una moneda de diezcentavos, y marcó el número. Dejó quesonara la llamada hasta doce veces yluego colgó.

Había muchas cosas para mantenerloocupado durante su ronda vespertina.Una mujer, sin otra razón aparente que elhecho de que su esposo la hubierallamado «muñeca», lo había herido conuna navaja de afeitar, produciéndole uncorte en la cara del tamaño de unplátano. Kling hizo el informe. Cuandollegó al escenario de los hechos, lanavaja de afeitar había tomado elcamino de todas las discretas armasagresivas: el fondo de la alcantarilla

Page 387: El Atracador de Mujeres

más próxima.Apenas regresó a la calle, una

pandilla de críos atacó a un muchachoque volvía a su casa desde la escuela. Elmuchacho había cometido elimperdonable pecado de haberingresado en una pandilla callejerarival. Kling llegó justo en el momento enque los pandilleros estaban dispuestos apatear al chico en el suelo. Cogió a unode ellos por el cuello, le dijo queconocía las caras de todos los quehabían participado en la paliza y que sialgo le sucedía al muchacho, no seolvidaran de ello, pues ya sabía aquiénes tenía que buscar. El pandilleroasintió solemnemente con la cabeza y se

Page 388: El Atracador de Mujeres

fue corriendo detrás de sus amigos. Elchico al que habían zurrado no tenía másque unos cuantos chichones en la cabeza.Esta vez, los puños habían estado a laorden del día.

Luego, Kling interrumpió un juegode dados en una portería, escuchó loslamentos y quejas de un tendero queaseguraba que un crío de ocho años lehabía robado un rollo de tela deshangtung, advirtió al propietario de unbar que le retiraría la licencia lapróxima vez que viera a los camellosvendiendo droga en su local, se tomóuna taza de café con uno de losconfidentes mejor conocidos de lapolicía y, por último, regresó a la

Page 389: El Atracador de Mujeres

comisaría, donde se puso la ropa decalle.

Y tan pronto como salió de allí,llamó a Claire. La chica cogió elauricular a la cuarta llamada.

—Sea quien sea —empezó— esperoque pida perdón por sacarme de laducha. Estoy chorreando.

—Pido perdón.—¿Señor Kling? —la joven

reconoció su voz.—Sí.—Iba a llamarlo, pero no sabía

adónde. Recordé algo que podríaservirle de ayuda.

—¿De qué se trata?—Jeannie dijo que había media hora

Page 390: El Atracador de Mujeres

de trayecto hasta donde iba. ¿Le sirve?—Puede que sí. Se lo agradezco

mucho. —Después de una pausa añadió—: Escuche, he estado pensando.

—¿Sí?—Acerca de nuestra cena. Pensé que

quizá…—Señor Kling —interrumpió Claire

—, usted no necesita invitarme a cenar.—Sí lo necesito —insistió.—Soy la muchacha más aburrida del

mundo, créame. Se arrepentirá.—Me gustaría tener una

oportunidad.—Sólo va a crearme problemas. No

se preocupe, créame. Cómprele a sumadre un regalo con el dinero de la

Page 391: El Atracador de Mujeres

cena.—Ya le compré uno la semana

pasada.—Pues cómprele otro.—Además, pensaba en que cada

cual se pagara lo suyo.Claire ahogó la risa.—Bueno. Eso suena más atractivo.—En serio, Claire…—En serio, señor Kling. Yo

preferiría que no. Soy un saco de penasy no se lo pasaría bien, ni pizca.

—Ya lo he pasado bien con usted enotra ocasión.

—Eso lo dice para quedar bien.—Dígame, ¿tiene complejo de

inferioridad o algo parecido?

Page 392: El Atracador de Mujeres

—No es que tenga complejo deinferioridad, doctor. Es que, realmente,soy inferior. —Kling se echó a reír yella continuó—: ¿No sabía el chiste?

—No, pero es maravilloso. ¿Quéhay de la cena?

—¿Por qué?—Porque te quiero.—Hay un millón de chicas en la

ciudad.—Hay muchas más.—Señor Kling…—Bert.—Bert, no hay nada aquí para ti.—No te he dicho todavía lo que

quiero.—Sea lo que sea, no está aquí.

Page 393: El Atracador de Mujeres

—Claire, deja que me arriesgue.Permíteme que te invite a cenar y dejaque pase lo que puede resultar la nochemás miserable de toda mi vida. Estoyacostumbrado al riesgo. En el serviciomilitar hasta arriesgué mi vida de vez encuando.

—¿Estuviste en el ejército? —preguntó ella.

—Sí.—¿Corea? —Por el tono de su voz

pareció que había un repentino interésen ella.

—Sí.Hubo un largo silencio.—¿Claire?—Estoy aquí.

Page 394: El Atracador de Mujeres

—¿Qué te pasa?—Nada.—Deposite cinco centavos para los

próximos tres minutos, por favor —dijola operadora.

—Oh, demonio, un momento. —Kling metió la mano en el bolsillo ypuso un níquel—. ¿Claire?

—Ya te estoy costando dinero.—Tengo dinero para quemar —

contestó Kling—. ¿Qué te parece, te voya buscar a eso de las seis y media?

—No, hoy no puedo.—Mañana entonces.—Tengo clase tarde. No salgo hasta

las siete.—Iré a buscarte a la universidad.

Page 395: El Atracador de Mujeres

—No tendré tiempo paracambiarme.

—Será una cita con lo puesto, ¿deacuerdo?

—Normalmente voy a clase conzapatos sin tacón y un suéter viejo ysucio.

—¡Estupendo! —exclamó Klingentusiasmado.

—Claro que podría ir con un vestidoy tacones altos. Chocaría a alguno de losvagos de nuestras dichosas aulas, peroserviría para establecer un precedente.

—¿A las siete?—De acuerdo.—Bueno, hasta mañana entonces —

se despidió Kling.

Page 396: El Atracador de Mujeres

—Adiós.—Adiós.Colgó sonriendo. Salía de la cabina

cuando se dio cuenta. Buscóautomáticamente otra moneda en elbolsillo, pero no llevaba suelto. Se fueal tendero, que estaba ocupadosirviendo un par de sodas de doscentavos. Cuando por fin consiguió elcambio habían pasado cinco minutos.Marcó nerviosamente el número.

—¿Diga?—Claire, soy yo otra vez.—Y otra vez me has sacado de la

ducha, ¿no lo sabías?—Jesús, no sabes cuánto lo siento,

pero es que no me has dicho qué

Page 397: El Atracador de Mujeres

facultad es la tuya.—Oh. —Claire quedó callada un

momento—. Es verdad. Es laUniversidad Femenina. ¿Sabes dóndeestá?

—Sí.—Bueno, pues vas al edificio

Radley. Allí verás la oficina de nuestrosupuesto periódico. Se llama TheRadley Clarion, pero el rótulo de lapuerta dice The Radley Rag. Yo guardomi abrigo en un armario de la oficina.No te dejes intimidar por las féminasrapaces.

—Estaré allí como un clavo —aseguró Kling.

—Y yo, ejerciendo mis

Page 398: El Atracador de Mujeres

prerrogativas de mujer, llegaré diezminutos tarde.

—Esperaré.—Bien. Y ahora, si no te importa, te

dejo. Estoy haciendo un charco en laalfombra.

—Lo siento. Ve a lavarte.—Oye, lo dices como si estuviera

sucia.—Si prefieres seguir charlando,

tengo toda la noche.—Mejor que me lave. Adiós, señor

porfiado.—Adiós, Claire.—Eres porfiado, ¿lo sabías?Kling sonrió.—Eso de porfiado, ¿es el nombre de

Page 399: El Atracador de Mujeres

alguien?—Aj —exclamó Claire—. Adiós —

y colgó.Durante tres minutos permaneció en

la cabina sonriendo como un bobo. Porúltimo, una señora gorda llamó con losnudillos en la puerta.

—Joven, le aseguro que la cabina noes un hotel.

—Es divertido —dijo Kling al abrirla puerta—. El servicio de habitacionesme acaba de enviar un bocadillo.

La mujer parpadeó, puso un gestoenfurruñado, entró en la cabina y cerróenfáticamente la puerta.

A las diez de la noche, Kling saliódel tren expreso al andén de la estación

Page 400: El Atracador de Mujeres

de la avenida Peterson. Se detuvo unmomento, mirando las luces de laciudad, cálida y viva, llena de coloresbajo el vibrante aire otoñal. Parecía queel otoño no quisiera morir ese año, quese negara a bajar a la tumba delinvierno. Se agarraba porfiadamente(«¿Porfiado es el nombre de alguien?» yvolvió a sonreír) a la cola del vestidoestival. Estaba contento de existir y lahumanidad captaba algo de su sed devivir, reflejándolo en las caras que veíapor las calles.

Una de ellas podía pertenecer a unhombre llamado Clifford. En algunaparte, entre la gente que se apresurabacon una sonrisa, podía haber un hombre

Page 401: El Atracador de Mujeres

de gesto ceñudo. En alguna parte, entrelos miles de espectadores sentados enlas salas de cine, podía haber un asesinocon la mirada perdida en la pantalla. Enalguna parte, donde los amantes paseany charlan, podía estar sentado esehombre protegido por la soledad de unbanco, amenazador.

En alguna parte, donde las carasfrancas y sonrientes exhalan el vapor desu aliento al aire fresco, un hombrepodía caminar con la boca cerrada y losdientes apretados.

Clifford.¿Cuántos Clifford había en una

ciudad de este tamaño? ¿CuántosClifford en el listín de teléfonos?

Page 402: El Atracador de Mujeres

¿Cuántos Clifford sin teléfono?«Baraja los Clifford, corta y saca un

Clifford, cualquier Clifford».No era el mejor momento para elegir

un Clifford. Apetecía más pasear por elcampo y sentir el aire fresco en lasmejillas; notar cómo crujen las hojasbajo los pies y los árboles estallan enuna sinfonía de colores. Era un momentoperfecto para fumar pipas, paraabrigarse con tejidos de punto ysaborear el zumo de las manzanas rojas;para pensar en pasteles de calabaza,buenos libros y gruesas alfombras. Elmomento propicio para cerrar lasventanas en previsión de la llegada delfrío.

Page 403: El Atracador de Mujeres

No era el mejor momento paraClifford y asesinatos.

Pero el asesinato se había cometidoy los policías de Homicidios eranhombres de mirada fría que nuncahabían tenido diecisiete años. Kling síhabía tenido diecisiete años.

Bajó los escalones y se fuedirectamente a la taquilla de cambio. Elhombre detrás de la ventanilla enrejadamiraba la tira cómica de una revista.Kling reconoció una de las historietas demayor éxito, sobre una viuda conesclerosis múltiple. El empleadolevantó la mirada.

—Buenas noches —saludó Kling.—Noches —contestó el hombre

Page 404: El Atracador de Mujeres

mirando con recelo a Kling.—¿Le importa que le haga algunas

preguntas?—Depende de las preguntas.—Bien…—Si está planeando un atraco,

joven, olvídelo —le aconsejó elempleado—. Se crearía muchosproblemas y los policías de esta ciudadson bastante buenos en esto de losatracos.

—Gracias. No planeo nada de eso.—Menos mal. Mi nombre es Ruth.

Sam Ruth. Los amigos llaman a esto lacabina de Ruth. ¿Qué puedo hacer porusted?

—¿Trabaja usted normalmente de

Page 405: El Atracador de Mujeres

noche?—Algunas veces sí, otras no. ¿Por

qué?—Trato de descubrir adonde iba una

chica que solía tomar el tren en esteandén.

—Son muchas las chicas que cogenel tren en este andén.

—Pero ésta aparecía entre las diez ylas diez y media. ¿Está usted de servicioa esa hora?

—Cuando hago el turno de tarde,vengo a las cuatro y me voy amedianoche.

—Entonces está a las diez.—Eso parece, sí.—La muchacha era rubia —dijo

Page 406: El Atracador de Mujeres

Kling—. Una rubia muy guapa.—Hay una viuda rubia que trabaja

en el horno de abajo. Viene a las ochocada noche.

—La chica era joven. Diecisieteaños.

—Diecisiete, ¿eh?—Sí.—No recuerdo ninguna —dijo Ruth.—Piense.—¿Para qué? No la recuerdo.—Muy guapa. Si la hubiera visto la

recordaría. Cuerpo espléndido, ojosgrandes y azules. Una fuera de serie.

Ruth cerró los ojos.—Sí.—¿Cómo?

Page 407: El Atracador de Mujeres

—Sí. La recuerdo. Una chicapreciosa. La recuerdo.

—¿A qué hora venía?—Normalmente a las diez y

veinticinco. Sí, la recuerdo muy bien.Subía al andén del centro de la ciudad.La miraba siempre. Una muchacharealmente bonita. ¿Dice que teníadiecisiete años? Parecía mayor.

—Sólo diecisiete. ¿Está seguro quenos referimos a la misma muchacha?

—¿Y cómo voy a saberlo? Estarubia venía a las diez y veinticinco casisiempre. La recuerdo porque una vez mepidió que le cambiara un billete de diezdólares. No nos está permitido cambiarbilletes de más de dos dólares, y no

Page 408: El Atracador de Mujeres

porque haya mucha gente con billetes dedos dólares. Dicen que dan mala suerte.Las supersticiones son malas —añadiósacudiendo la cabeza.

—¿Y se lo cambió? —preguntóKling.

—De mi propio bolsillo. Por eso larecuerdo. Me dedicó una amplia sonrisa.Bonita sonrisa la de aquella muchacha.Bonita en todo, si quiere saberlo. Sí, esella, muy bien. —Ruth sacó un reloj deoro de su bolsillo, movió la cabeza yvolvió a guardarlo—. Sí, cogía el de lasdiez y media.

—¿Siempre?—Siempre que la vi. Cogía el

mismo tren. Desde aquella vez que le

Page 409: El Atracador de Mujeres

cambié el billete, siempre me sonreía.Valía la pena mirarla, sí señor.

Kling se giró y miró el reloj delandén. Marcaba las 10.16.

—Sí cojo ese tren a las diez y media—preguntó—, ¿dónde estaría mediahora después?

—Pues no lo sé —respondió Ruth.Pensó unos instantes—. Pero puedodecirle cómo averiguarlo.

—¿Cómo?—Suba a él y lo sabrá.—Gracias.—De nada. Me alegro de haberlo

ayudado. —Se volvió a su revista ybuscó las divertidas páginas de la viudaenferma.

Page 410: El Atracador de Mujeres

El tren atravesó chirriando el corazón dela ciudad en íntima comunicación conlas ventanas de los edificios por los quepasaba. Kling se sentó y contempló elpaisaje urbano. Era una gran ciudad, yuna ciudad sucia, pero cuando uno nacey se educa en ella, se convierte en partede uno mismo, como el hígado o losintestinos. Miró la ciudad y luego lasmanecillas de su reloj.

Jeannie Paige había dicho a Claireque tenía por delante media hora detrayecto. Normalmente subía al tren delas diez y media, de ahí que Klingestuviera pendiente de las manecillas de

Page 411: El Atracador de Mujeres

su reloj. El tren abandonó la superficie yse hizo subterráneo, horadando lasentrañas de la ciudad. Los pasajerosiban y venían. Kling no apartaba losojos de su reloj.

A las 11.02, el tren se detuvo en unaestación subterránea. La parada anteriorhabía sido a las 10.58. Tanto podía seraquella estación como la anterior. Bajódel tren y subió a la calle.

Estaba en el corazón de Isola.Los edificios se elevaban hasta tocar

el cielo, tiñendo la noche de manchaschillonas de luces rojas, naranjas yamarillas. Había una tienda de ropamasculina en la esquina; siguió y fuedejando atrás una panadería, una parada

Page 412: El Atracador de Mujeres

de taxis, una peluquería, una parada deautobuses, la marquesina de un cine, unapastelería, un restaurante chino y un bary toda la serie de comercios y rótulosque se agrupan como miembros de unamisma familia en cualquier parte de laciudad.

Suspiró.Si Jeannie se encontraba aquí con su

novio, y si el nombre de su novio eraClifford, peinar la zona sería comobuscar una aguja en un pajar.

Volvió a la estación. Esta vez subióal tren en dirección opuesta. Bajó en lasiguiente parada, pensando que la mediahora que Jeannie había calculado podríatraerla igualmente a esta estación.

Page 413: El Atracador de Mujeres

Las tiendas y rótulos que encontró enla calle eran muy parecidos a los quehabía visto en el otro sitio, parecían unacopia exacta.

Casi una copia, pero no del todo.Kling volvió al tren, esta vez para

dirigirse a su habitación amueblada.Había un rótulo en la primera paradaque no estaba en la segunda. Los ojos deKling grabaron el detalle en su cerebro,pero quedó enterrado en elsubconsciente.

Desgraciadamente no le iba a servirde momento.

Page 414: El Atracador de Mujeres

Capítulo 14

La ciencia, como cualquier tonto sabe,es el mejor detective.

Dad al laboratorio de la policía unaastilla de cristal y nos dirá la marca delcoche que conducía el sospechoso,cuándo lo lavó por última vez, quéestados visitó y si hizo el amor algunavez en el asiento trasero.

Page 415: El Atracador de Mujeres

Siempre y cuando la suerte juegue asu favor.

Cuando la suerte juega en contra, laciencia es tan buen detective como elheladero de la esquina.

La suerte en el caso de Jeannie Paigese las arregló para jugar siempre encontra de los honrados deseos yesfuerzos de los chicos del laboratorio.Tenían —eso era verdad— una buenahuella de un pulgar en uno de loscristales de las gafas halladas cerca delcuerpo de la muchacha.Desgraciadamente, es tan difícilidentificar una sola huella como sacar elvelo a una mujer musulmana. Los chicosdel laboratorio no se desanimaron por

Page 416: El Atracador de Mujeres

esto.Sam Grossman era técnico de

laboratorio y teniente de policía. Eraalto y delgado, de ojos amables ymodales tranquilos. Llevaba gafas,único indicio intelectual en una cararocosa que, por lo demás, parecía salidade una granja de Nueva Inglaterra.Trabajaba en la Jefatura Central, en elblanco y limpio laboratorio que ocupabala mitad del primer piso del edificio. Legustaba el trabajo de policía. Poseía unamente ordenada y precisa, y había algoatractivo y creíble cuando alindisputable dato científico le añadía lateoría policial.

Era un hombre emotivo, pero hacía

Page 417: El Atracador de Mujeres

tiempo que había dejado de identificarlos datos de una muerte súbita con lagente que la sufría. Había vistodemasiados montones de ropaensangrentada, había estudiado losbordes de demasiadas quemaduras depólvora, había analizado el contenido dedemasiados estómagos envenenados. Lamuerte, para él, era la gran igualadora.Reducía los seres humanos a problemasaritméticos. Si la suerte jugaba a favordel laboratorio, dos y dos sumabancuatro.

Si la suerte era indiferente, o semostraba manifiestamente en contra, dosy dos, algunas veces sumaban cinco, seisu once.

Page 418: El Atracador de Mujeres

En el escenario de la muerte deJeannie Paige apareció un hombre. Fueallí equipado con un tablero de dibujomontado sobre un trípode fotográfico.Llevó también una pequeña alidadatopográfica, un compás, papelcuadriculado, un lápiz de mina blanda,goma de borrar, alfileres, un cartabóngraduado, una escala, una cinta de mediry una regla de acero.

El hombre trabajó silenciosa yeficazmente. Mientras los fotógrafospululaban por el lugar, mientras lostécnicos empolvaban superficies paraobtener huellas dactilares, mientras semarcaba la posición del cadáver ymientras éste se transportaba al interior

Page 419: El Atracador de Mujeres

del furgón que ya esperaba, mientras seexaminaba cuidadosamente la zona enbusca de pisadas y huellas deneumáticos, el hombre actuó como elartista que pinta el granero de una granjaen Cape Cod.

Saludaba a los detectives queocasionalmente se detenían para charlarcon él. Parecía ajeno a la actividad quesurgía por todas partes a su alrededor.

En silencio, eficiente, cuidadosa ymetódicamente, dibujó la escena delcrimen. Luego recogió sus bártulos y sefue a su oficina, donde, partiendo de losapuntes preliminares, hizo un dibujo másdetallado. Imprimió el dibujo y, juntocon las fotos detalladas tomadas en el

Page 420: El Atracador de Mujeres

lugar, lo envió a los muchosdepartamentos interesados en resolver elasesinato del atracador.

El interés de Sam Grossman estabadefinitivamente volcado en esadirección, por eso un ejemplar deldibujo llegó a su mesa. Como el colorno era importante en este homicidio enparticular, el dibujo estaba en blanco ynegro.

Grossman lo estudió con la atencióndesapasionada que un galerista pone enun Van Gogh posiblemente falsificado.

Page 421: El Atracador de Mujeres
Page 422: El Atracador de Mujeres

La muchacha había sido encontradaal pie de un talud de cinco metros, enuna de las lomas que terminan enacantilados sobre el cauce del río. Unsendero, entre arbustos y arces, une unazona de emergencia para reparacionesde la autopista con el punto más alto delacantilado, a unos diez metros sobre elrío.

La zona de emergencia esperfectamente visible desde la autopista,que traza un amplio arco en lasproximidades del puente Hamilton bajoel cual pasa. El sendero, sin embargo,queda oculto por los arbustos y árboles,al igual que las laderas del mismo

Page 423: El Atracador de Mujeres

acantilado.Claras huellas de neumáticos

aparecieron sobre una fina capa detierra enlodada de la zona deemergencia. También se encontraronunas gafas de sol junto al cuerpo de lamuchacha.

Eso era todo.Desgraciadamente, la subida al

acantilado es muy escarpada. El senderoserpentea sobre sólidas rocasprehistóricas. Ni la muchacha ni suasesino dejaron huellas de pisadas paraque los chicos del laboratorio jugarancon ellas.

Desgraciadamente también, aunqueel sendero está oculto por árboles y

Page 424: El Atracador de Mujeres

arbustos, la vegetación no invade laderecha del camino en su curva hasta lacima de acantilado. Es decir, que ningúnindicio de tejido, piel, plumas o polvoquedó retenido por las ramas o sobre lashojas.

Era razonable suponer que lamuchacha había sido llevada viva allugar de su muerte. No había señales deque se hubiera hecho ninguna reparaciónen la zona de emergencia. Si el cochehubiera llegado con una rueda pinchada,habría dejado manchas de grasa oraspaduras de metal. Cabía laposibilidad, por supuesto, de que elcoche hubiera sufrido una avería en elmotor, en cuyo caso se habría levantado

Page 425: El Atracador de Mujeres

el capó para inspeccionarlo. Pero latierra lodosa se extendía en un arco queabarcaba las esquinas y los lados de lazona. Si alguien se hubiera colocadodelante del coche para examinar elmotor habría dejado las huellas de suszapatos. No había ninguna, ni indiciosde que alguien las hubiera borrado.

La policía supuso, por lo tanto, quela muchacha y su asesino conducíanhacia el oeste por la autopista, sedetuvieron en la zona de emergenciapara reparaciones y continuaron a piehasta la cima del acantilado, lugar dondefue asesinada.

Tuvo que ser así, ya que no habíamanchas de sangre en el sendero. Con

Page 426: El Atracador de Mujeres

esa herida en la cabeza, la sangre habríacaído sobre las rocas del sendereo si lahubieran matado antes y arrastrado luegodesde el coche.

El instrumento empleado pararomperle el cráneo y la cara tenía queser pesado y romo. La muchacha, sinduda, llevó sus manos a la cara delasesino y le arrancó las gafas de sol. Yal caer por el precipicio, soltó las gafas.

Habría sido fácil suponer que elcristal de las gafas se había roto al caeral suelo. Pero no era el caso. Lostécnicos no encontraron ningún trozo decristal. El cristal, por lo tanto, estabaroto antes de caer y se rompió fuera dellugar. Los chicos del laboratorio

Page 427: El Atracador de Mujeres

buscaron en vano trozos de cristal. Laidea de un hombre llevando gafas de solcon un cristal roto era bastante curiosa,pero así eran los hechos.

Las gafas de sol, por supuesto, noapuntaban a nadie. Era un artículo depoca monta.

Las huellas de las ruedas parecieronprometedoras al principio. Pero cuandose estudió el molde y se cotejó con losdatos, los neumáticos resultaron tanpoco útiles como las gafas de sol.

El tamaño de los neumáticos era de15×37,5 centímetros. El peso, oncekilos. El neumático estaba hecho decaucho reforzado con fibra de nailon,con relieves y surcos diseñados para

Page 428: El Atracador de Mujeres

evitar patinazos y derrapes laterales. Suprecio en las tiendas era de 18,04dólares, incluido el impuesto federal.Cualquier persona que dispusiera de uncatálogo de Sears, Roebuck podíacomprar ese neumático en los EstadosUnidos. La marca del neumático eraAllstates. Cualquiera podía pedir uno, ocien, enviando la pasta y mencionandoel número de catálogo.

Probablemente había ochenta milpersonas en la ciudad que tenían cuatroneumáticos Allstates en su coche, si esque no llevaban cinco con el derepuesto. Las huellas de los neumáticosinformaban a Sam Grossman de que elvehículo que se había detenido en la

Page 429: El Atracador de Mujeres

zona de emergencia era ligero. Eltamaño y el peso de los neumáticoseliminaban la posibilidad de cualquiervehículo pesado.

Grossman se sintió como un hombrebien vestido que no sabe a dónde ir.Resignado, volvió a la tapa del bolsilloque Eileen Burke había arrancado de lachaqueta del atracador.

Cuando Roger Havilland fue a buscarlos resultados del análisis aquel viernespor la tarde, Grossman afirmó que elbolsillo estaba compuesto de nailon alcien por cien y que pertenecía a un trajeque se vendía por 32 dólares en una

Page 430: El Atracador de Mujeres

cadena de tiendas de ropas para hombre.La cadena tenía sesenta y cuatro tiendasesparcidas por la ciudad. El traje sehacía en un solo color: azul.

Havilland pensó que era imposibleconseguir alguna pista a partir de untraje que se vendía en sesenta y cuatrotiendas. Bajó la cabeza y se sintió muydesgraciado.

Y luego cayó en la cuenta.—¿Nailon? ¿Quién demonios lleva

un traje de nailon en otoño?

Meyer Meyer estaba exultante.Irrumpió en la sala de la patrulla, se

dirigió bailando hasta Patillas, que

Page 431: El Atracador de Mujeres

hurgaba en los archivos, y le dio unapalmada en la espalda.

—¡Lo han aclarado! —exclamó.—¿El qué? —preguntó Patillas—.

Meyer, por poco me aclaras la espalda.¿De qué hablas?

—De los gatos —concluyó Meyermirando con sorna a Patillas.

—¿Qué gatos?—Los del Distrito Treinta y tres. El

tipo que robaba gatos. Ya te dije que eraun caso muy misterioso. He hablado conAgnucci, ¿lo conoces? Es uno de tercergrado en el Treinta y tres y ha estadotrabajando desde el principio en esteasunto. Bueno, pues ya lo han aclarado.

Meyer estudió pacientemente la

Page 432: El Atracador de Mujeres

expresión de Patillas.—¿Y en qué ha terminado la cosa?

—preguntó Patillas, repentinamenteinteresado.

—Tuvieron la primera pista la otranoche. Una mujer vino a decir que habíavisto a un tipo con un gato de angora.Bueno, fueron al callejón donde estabael tipo con el gato y, ¿sabes lo queestaba haciendo?

—¿Qué? —preguntó Patillas.—¡Quemando al gato!—¿Quemando al gato? ¿Quieres

decir que le había prendido fuego?—Sí. —Meyer asintió con la cabeza

—. Paró cuando llegaron y echó a corrercomo un diablo. Salvaron al gato y

Page 433: El Atracador de Mujeres

también tuvieron una buena descripcióndel sujeto. Después, todo fue pancomido.

—¿Cuándo lo han cogido? —preguntó Patillas.

—Esta tarde. Entraron en suapartamento y, créeme, no te puedesimaginar lo que encontraron. El tío,realmente, quemaba los gatos, losquemaba hasta convertirlos en ceniza.

—No puedo creerlo —dijo Patillas.—Yo tampoco lo creía. Robaba los

gatos y los convertía en cenizas. Teníauna estantería, y en los estantes guardabapequeños botes con las cenizas de losgatos.

—Pero ¿para qué? —preguntó

Page 434: El Atracador de Mujeres

Patillas—. ¿Estaba chalado el tipo ese?—No, señor. Aunque eso mismo se

preguntaron los del Treinta y tres.—Entonces, ¿qué era?—Se lo preguntaron, George. Le

preguntaron lo mismo que tú. Agnucci selo llevó a un lado y le dijo: «Escucha,Mac, ¿estás chalado o te pasa algo?¿Qué es eso de quemar los gatos paraluego poner sus cenizas en esos botes?».

—¿Y qué contestó el tipo?—Justo lo que tú habrías esperado

que dijera —dijo Meyer pacientemente—. Dijo que no estaba loco. Que habíauna buena razón para tener toda aquellaceniza de gatos en los botes. Explicóque estaba haciendo algo.

Page 435: El Atracador de Mujeres

—¿El qué? —preguntó con ansiedadPatillas—. ¿Qué demonios estabahaciendo?

—Minino instantáneo —respondióMeyer suavemente, procurando ahogarlas carcajadas.

Page 436: El Atracador de Mujeres

Capítulo 15

El informe sobre el paquete decigarrillos Pall Mall y la caja decerillas llegó después, aquella mismatarde. Decía simplemente que aquellosartículos, como era de esperar, habíansido tocados con los dedos numerosasveces. Lo único que pudieron obtenerlos chicos de huellas dactilares fue un

Page 437: El Atracador de Mujeres

montón de huellas borrosas y sin ningúnvalor práctico.

La caja de cerillas, con su llamativoanuncio de Los Tres Ases, se devolvióal Departamento de Detectives, y los deHomicidios Norte y los del Distrito 87suspiraron profundamente al advertirque la caja de cerillas significaba máscaminatas.

Kling se vistió cuidadosamente para sucita.

No sabía exactamente por qué, perotenía la impresión de que tenía queponer el mismo cuidado en el trato y enla comida con Claire Townsend.

Page 438: El Atracador de Mujeres

Admitió que nunca —bueno, quizá pocasveces— había estado tan colado por unamuchacha, y que probablemente sehundiría para siempre —bueno, o pormucho tiempo— si llegara a perderla.No tenía idea de cómo conquistarla,salvo la intuición de ir con sumocuidado. Después de todo, ella le habíaadvertido repetidamente. Había puestoel cartel de «no moleste», luego se lohabía leído en voz alta y, por último, selo había dicho en seis idiomas, a pesarde lo cual había aceptado suproposición.

«Lo que prueba, más allá de todaduda, que la muchacha está locamenteenamorada de mí».

Page 439: El Atracador de Mujeres

Y esta muestra de deducción estaba,más o menos, al mismo nivel que eltrabajo de detectives que había hechohasta aquel momento. Su intentofrustrado de llegar a alguna parte en lamuerte de Jeannie Paige lo hacíasentirse como un tonto. Deseabaardientemente que algún día loascendieran a detective de tercer grado,pero ahora dudaba de sus dotes para talpuesto. Habían pasado ya casi dossemanas desde que Peter Bell le habíavenido con su petición. Hacía casi dossemanas que Peter Bell le habíagarabateado su dirección en un trozo depapel, un papel que había guardado ensu cartera. Habían pasado muchas cosas

Page 440: El Atracador de Mujeres

en esas casi dos semanas. Y todo loocurrido le daba motivos para buscar unpoco de solaz para su alma.

Estaba sumido en esospensamientos, casi decidido a dejar queresolvieran el caso los hombres mejorpreparados para manejar esos asuntos.Sus andanzas de aficionado y sus torpespreguntas merecían la peor nota o, almenos, así pensaba él. Lo únicoimportante que había sacado de todo eraClaire Townsend. Claire, estaba seguro,era importante. Ya lo era y tenía lasensación de que lo sería todavía más amedida que pasara el tiempo.

«Así que vamos a limpiarnos losmalditos zapatos. ¿O quieres parecer un

Page 441: El Atracador de Mujeres

desaliñado?».Sacó los zapatos del armario, se los

puso encima de unos calcetines queseguramente mancharía y tendría quecambiar, y se sentó junto a su caja delimpiabotas dispuesto a trabajar.

Escupía en el zapato derecho cuandoalguien llamó en la puerta con losnudillos.

—¿Quién es?—Policía. Abra —dijo una voz.—¿Quién?—Policía.Kling se levantó, con los pantalones

enrollados y las manos manchadas debetún.

—¿Es una broma? —Se acercó a la

Page 442: El Atracador de Mujeres

puerta.—Vamos, Kling —insistió la voz—.

Ya sabes de qué va.Kling abrió la puerta. Había dos

hombres en el pasillo. Ambos eran altos,ambos vestían chaquetas de punto sobrejerséis con cuello en pico, ambosparecían de mal humor.

—¿Bert Kling? —preguntó uno deellos.

—Sí —contestó confundido.Brilló una placa.—Monoghan y Monroe. De

homicidios. Yo soy Monoghan.—Y yo Monroe —dijo el otro.Parecen gemelos, pensó Kling. No

se le ocurrió sonreír. Ninguno de los dos

Page 443: El Atracador de Mujeres

sonreía. Como si acabaran de salir de unfuneral.

—Pasad, muchachos —invitó Kling—. Me estaba vistiendo.

—Gracias —dijo Monoghan.—Gracias —repitió el otro como un

eco.Entraron en la habitación. Y los dos

se quitaron el sombrero. Kling los miróexpectante.

—¿Os apetece una copa? —preguntómientras se preguntaba a qué habríanvenido, sintiendo algo parecido alrespeto y al temor.

—Un vaso corto —dijo Monoghan.—Una gota de whisky —añadió

Monroe.

Page 444: El Atracador de Mujeres

Kling se fue al armario y sacó unabotella.

—¿Va bien un bourbon?—Cuando yo era patrullero —dijo

Monoghan— no tenía dinero paracomprar bourbon.

—Es un regalo —informó Kling.—Nunca tomaba whisky. Si alguien

en la ronda quería que bebiera, se lajugaba.

—Así es como tiene que ser —declaró Monroe.

—Es un regalo de mi padre. Cuandoestuve en el hospital. Las enfermeras nome la dejaron abrir allí.

—No puedes criticarlas por eso —dijo Monoghan.

Page 445: El Atracador de Mujeres

—Habrías convertido aquello en unataberna —añadió Monroe sin sonreír.

Kling trajo las bebidas. Monoghandudó.

—¿No bebes con nosotros?—Tengo una cita importante —

informó Kling—. Quiero tener la cabezadespejada.

Monoghan lo miró con ojos planosde reptil. Se encogió de hombros y sedirigió a Monroe.

—Por ti —brindó.—Por ti —respondió Monroe sin

sonreír y se bebió todo de golpe.—Buen bourbon —dijo Monoghan.—Excelente —remachó Monroe.—¿Más? —preguntó Kling.

Page 446: El Atracador de Mujeres

—Gracias —dijo Monoghan.—No —dijo Monroe.—¿Habéis dicho que sois de

Homicidios?—De Homicidios Norte.—Monoghan y Monroe —presentó

Monroe—. ¿No has oído hablar denosotros? Descubrimos el tripleasesinato de Nelson-Nichols-Permen.

—Oh —exclamó Kling.—Sí —dijo Monoghan

modestamente—. Un gran caso.—Uno de los más grandes —

corroboró Monroe.—Un gran caso.—Sí.—¿En qué trabajáis ahora? —

Page 447: El Atracador de Mujeres

preguntó Kling sonriendo.—En el asesinato de Jeannie Paige

—declaró Monoghan con tono neutro.—¿Sí? —Kling sintió una punzada

de miedo en la garganta.—Sí —dijo Monoghan.—Sí —repitió Monroe.Monoghan carraspeó.—¿Cuánto tiempo hace que estás en

la policía, Kling?—Hace… hace poco tiempo.—Me lo imaginaba —comentó

Monoghan.—Claro —dijo Monroe.—¿Te gusta tu trabajo?—Sí —respondió Kling con recelo.—¿Quieres conservarlo?

Page 448: El Atracador de Mujeres

—¿Quieres seguir siendo policía?—Sí, naturalmente.—Entonces, sal de Homicidios.—¿Qué? —inquirió Kling.—Ha dicho —aclaró Monroe— que

salgas de Homicidios.—No… no entiendo lo que quieres

decir.—Queremos decir que te apartes de

los fiambres. Los fiambres son cosanuestra.

—Nos gustan los fiambres —aseguró Monroe.

—Somos especialistas, ¿entiendes?Llamas a un cardiólogo cuando estásenfermo del corazón, ¿verdad? Y a unotorrino cuando tienes laringitis, ¿no es

Page 449: El Atracador de Mujeres

así? Pues bien, cuando tienes unfiambre, llamas a Homicidios. Anosotros. Monoghan y Monroe.

—No llamas a un patrullero.—A Homicidios. No a un policía

que hace rondas.—No a un patas.—No a un guardia de la porra.—No a un guardia de tráfico.—No a ti —puntualizó Monoghan.—¿Está claro?—Sí —dijo Kling.—Y va a quedar más claro —añadió

Monoghan—. El teniente quiere verte.—¿Para qué?—El teniente es un tío divertido.

Cree que Homicidios es el mejor

Page 450: El Atracador de Mujeres

departamento de la ciudad. Es elencargado y no le gusta que la policíavenga cuando no se la llama. Te voy arevelar un secreto. Ni siquiera le gustaque los detectives de tu comisaría metanlas narices en un asesinato. El problemaes que no puede rechazar su ayuda o sucooperación, sobre todo cuando tudistrito amontona tantos malditoshomicidios cada año. Por eso tolera alos detectives, pero no tiene por quétolerar a los asquerosos patrulleros.

—Pero… pero ¿por qué quiereverme? Ahora lo entiendo. No tendríaque haber metido la nariz, lo siento,yo…

—No tenías que haber metido tu

Page 451: El Atracador de Mujeres

nariz —admitió Monoghan.—De ninguna manera.—Pero no he hecho ningún daño. Yo

sólo…—¿Quién sabe el daño que has

hecho? —inquirió Monoghan.—Puedes haber hecho un daño

incalculable —añadió Monroe.—Demonios —exclamó Kling—.

Tengo una cita.—Sí —convino Monoghan—. Con

el teniente.—Llama a tu amiga —aconsejó

Monroe—. Dile que la policía te estáfastidiando.

—No sé dónde llamarla. —Miró sureloj—. Está en clase.

Page 452: El Atracador de Mujeres

—Pervirtiendo la moral de un menor—declaró Monoghan con una sonrisa.

—Será mejor que no se lo digas alteniente.

—Estudia en la universidad —puntualizó Kling—. ¿Estaré listo a lassiete?

—Quizá —respondió Monoghan.—Coge tu abrigo —ordenó Monroe.—No necesita abrigo. Hace buen

tiempo.—Puede hacer frío más tarde. Es

época de pulmonías.—¿Puedo lavarme las manos? —

preguntó Kling después de respirarhondo.

—¿Qué? —dijo Monoghan.

Page 453: El Atracador de Mujeres

—Es una persona aseada —declaróMonroe.

—Es que tengo que lavarme lasmanos.

—Muy bien, pues lávatelas. Perodeprisa. Al teniente no le gusta que lohagan esperar.

El edificio de Homicidios Norte era elmás pobre, repelente, sucio y miserableque Kling había visto en su vida. Era ellugar apropiado para Homicidios, pensóinmediatamente. Incluso apestaba amuerte. Siguió a Monoghan y Monroedespués de pasar junto a la mesa delsargento y luego recorrieron un pasillo

Page 454: El Atracador de Mujeres

estrecho, mal iluminado y provisto debancos. Oyó el repiqueteo de lasmáquinas de escribir detrás de laspuertas cerradas. Una puerta entornadale dejó ver a un hombre en mangas decamisa con una pistolera al hombro. Ellugar daba la impresión de ser laajetreada oficina de un banquero.Sonaban los teléfonos, corría la gentecargada de papeles de una oficina a otra,los hombres se detenían a beber en lafuente de agua; todo ello en un diminutointerior de iluminación dantesca.

—Siéntate —ordenó Monoghan.—Enfría un poco los talones —

añadió Monroe.—El teniente está dictando un

Page 455: El Atracador de Mujeres

informe. Estará contigo en poco rato.Al cabo de una hora, Kling pensó

que cualquier cosa que estuvieradictando el buen teniente, seguro que noera un informe. Probablemente era elvolumen segundo de su autobiografía,Los años de patrullero. Ya hacía ratoque había renunciado a la posibilidad dellegar a tiempo a su cita con Claire. Yaeran las siete menos cuarto y el tiempocorría a velocidad de vértigo. Consuerte, pensó, podría alcanzarla en launiversidad, suponiendo que ella lediera el beneficio de la duda y loesperara todavía un rato. Lo cual,considerando su resistencia a aceptar lacita, era suponer demasiado.

Page 456: El Atracador de Mujeres

A las 8.20 paró a un hombre en elpasillo y le preguntó si podía usar elteléfono. El hombre lo miró con acritud.

—Será mejor que esperes a ver alteniente. Está dictando un informe.

—¿Sobre qué? —graznó Kling—.¿Sobre cómo desmantelar un cochepatrulla?

—¿Qué? —dijo el hombre—. Ah, sí,ya lo he cogido. Divertido. —Se acercóa la fuente—. ¿Quieres un vaso de agua?

—No he probado bocado desdemediodía —informó Kling.

—Bebe un poco de agua. Te sentaráel estómago.

—¿No hay pan para acompañarla?—preguntó Kling.

Page 457: El Atracador de Mujeres

—¿Qué? —preguntó el hombre—.Ah, sí, ya lo he cogido. Divertido.

—¿Cuánto tiempo crees que tardará?—Depende. Dicta despacio.—¿Cuánto tiempo lleva el teniente

en Homicidios Norte?—Cinco, diez años. No lo sé.—¿Dónde trabajó antes? ¿En

Dachau?—¿Qué? Oh, ya lo he cogido.—Divertido —añadió Kling con

tono seco—. ¿Dónde están Monoghan yMonroe?

—Se han ido a casa. Trabajan muchoesos dos. Han tenido un día muy duro.

—Escucha —dijo Kling—, tengohambre. ¿No podrías decirle que se dé

Page 458: El Atracador de Mujeres

prisa?—¿Al teniente? ¿Yo, decirle al

teniente que se dé prisa? Es lo másdivertido que has dicho hasta ahora.

Meneando la cabeza, desapareciópor el pasillo, no sin antes volver lacabeza para mirar a Kling conincredulidad.

A las 10.33, un detective con unapistola al cinto apareció en el pasillo.

—¿Bert Kling? —preguntó.—Sí —respondió éste con aire

cansado.—El teniente Hawthorne quiere

verte ahora.—Aleluya…—No te hagas el ingenioso con el

Page 459: El Atracador de Mujeres

teniente —aconsejó el detective—. Noha comido desde anoche.

Llevó a Kling hasta una puertadesvencijada con el consiguiente rótulode TENIENTE HENRY HAWTHORNE, laabrió y lo anunció:

—Kling, teniente.Luego lo empujó dentro y se marchó,

cerrando la puerta tras él.Hawthorne estaba sentado detrás de

una mesa en un extremo de la habitación.Era un hombre pequeño, calvo y de ojosazules. Llevaba las mangas de la camisablanca recogidas por encima de loscodos, el cuello desabotonado y lacorbata floja. De su funda ajustada alhombro sobresalía la culata de nogal de

Page 460: El Atracador de Mujeres

una 45 automática. La mesa estabalimpia, sin papeles. Una fila de archivosformaba una muralla detrás de la mesa ya los lados. Los postigos de la ventana,a la izquierda de la mesa, estabanherméticamente cerrados. Sobre lamesa, una placa de madera: LT.HAWTHORNE.

—¿Kling? —Su voz era aguda ymetálica, como una doble nota do mayorforzada en una trompeta rota.

—Sí, señor —afirmó Kling.—Siéntate. —Hawthorne señaló la

silla de recto respaldo al lado de lamesa.

—Gracias, señor —Kling se acercóa la silla y se sentó. Estaba nervioso,

Page 461: El Atracador de Mujeres

muy nervioso. Ciertamente, no queríaperder su empleo, y Hawthorne parecíaun tipo correoso. Se preguntó si unteniente de Homicidios podía exigir alcomisario que despidiera a un patrulleroy se contestó que sí. Tragó saliva. Ya nose acordaba de Claire ni de su hambre.

—Así que usted es el señor SherlockHolmes, ¿eh?

Kling no supo qué contestar. Nosabía si sonreír o bajar la mirada.

—Así que usted es el señor SherlockHolmes —repitió enfáticamente despuésde observarlo detenidamente.

—¿Señor? —dijo Klingeducadamente.

—Embaucando a la gente con un

Page 462: El Atracador de Mujeres

caso de asesinato, ¿eh?—No me di cuenta, señor, que…—Escucha, Sherlock —le

interrumpió Hawthorne dando unapalmada en la mesa—. Esta tarde hemostenido aquí una llamada telefónica. —Abrió el cajón superior—. Registrada alas… —consultó un cuaderno— a lasdieciséis treinta y siete. Decía queestabas liándola por ahí con lo deJeannie Paige. —Cerró el cajónviolentamente—. He sido muy amablecontigo, Sherlock. Podía haberme idodirectamente al capitán Frick de laOchenta y siete. Resulta que la Ochentay siete es tu comisaría, y resulta que elcapitán Frick es un viejo y buen amigo

Page 463: El Atracador de Mujeres

mío, y el capitán Frick no aguantatonterías de patrulleros fisgones que loque tienen que hacer son sus rondas apie. Al teniente Byrnes, de tu comisaría,también le gusta meter las narices en loscasos de asesinato, pero contra eso nopuedo hacer demasiado, como no seahacerle ver de vez en cuando que noaprecio mucho su ayuda de abuelitabuena. Pero si la Ochenta y siete se creeque un patrullero se va a entrometer enmis cosas, si la Ochenta y siete piensa…

—Señor, en mi comisaría no sabennada acerca de mi…

—¡Y TODAVÍA NO LO SABEN! —exclamó Hawthorne—. Y no lo sabenporque he sido lo bastante amable para

Page 464: El Atracador de Mujeres

no decírselo al capitán Frick. He sidobueno contigo, Sherlock, recuérdalo. Hesido bueno y amable contigo, así que¡cállate la boca!

—Señor, yo no…—Muy bien, escucha, Sherlock. Si

vuelvo a enterarme de que tú, aunquesólo sea eso, piensas en Jeannie Paige,vas a saber lo que es bueno. No meestoy refiriendo a un traslado para quehagas tu ronda en Bethtown, no. Merefiero a que te irás ¡FUERA! Te pondréde patitas en la calle. A la intemperie. Yno pienses que no puedo hacerlo.

—Señor, no creí…—Conozco al comisario como a la

palma de mi mano. El comisario

Page 465: El Atracador de Mujeres

vendería a su mujer si yo se lo pidiera.Así de bien lo conozco. Así que nopienses ni por un segundo que no se ibaa quitar de encima a un moscón depatrullero si yo se lo pido. No se teocurra pensarlo, Sherlock.

—Señor…—Ni se te ocurra pensar que estoy

bromeando, Sherlock, porque nuncabromeo cuando se trata de un asesinato.Estás tonteando con asesinos, ¿es que note das cuenta? Has ido por ahí haciendopreguntas, y sólo Dios sabe lo que te hanocultado y cuánto de nuestro trabajocuidadoso has estropeado, ¡ASÍ QUEQUÉDATE FUERA! ¡Vete a patear tumaldita ronda! Si oigo otra queja sobre

Page 466: El Atracador de Mujeres

ti…—¿Señor?—¿QUÉ PASA?—¿Quién llamó, señor?—¡Eso no es asunto tuyo! —gritó

Hawthorne.—Sí, señor.—Sal de mi despacho. Me pones

enfermo. Sal de mi despacho.—Sí, señor. —Kling se levantó y se

dirigió a la puerta.—¡Y NO TONTEES CON

ASESINOS! —gritó Hawthorne antes deque saliera.

Llamó a Claire a las once y diez. Sonó

Page 467: El Atracador de Mujeres

el teléfono seis veces y, estaba a puntode colgar, temiendo que fuera adespertarla, cuando alguien descolgó elauricular.

—¿Sí? —Claire tenía la vozsomnolienta.

—¿Claire?—Sí, ¿quién es?—¿Te he despertado?—Sí. —Hubo un momento de

silencio y luego su voz sonó con másviveza—. Bert, ¿eres tú?

—Sí, Claire, lo siento. Yo…—La última vez que me dieron un

plantón tenía dieciséis años y tuve…—Claire, de verdad, no ha sido así.

Unos policías de homicidios…

Page 468: El Atracador de Mujeres

—Me siento como si me hubierasdado plantón. Esperé en la oficina delperiódico hasta las ocho menos cuarto,Dios sabe que es cierto. ¿Por qué nollamaste?

—No me dejaron usar el teléfono.Además —añadió después de una pausa—, no sabía a qué número llamarte.

Claire guardó silencio.—¿Claire?—Estoy aquí —dijo secamente.—¿Puedo verte mañana? Podemos

pasar el día juntos. Mañana estoy libre.Silencio de nuevo.—¿Claire?—Te oigo.—¿Y bien?

Page 469: El Atracador de Mujeres

—Bert, ¿por qué no dejamos lascosas como están? Pensemos que lo deesta noche es un presagio, que es mejorolvidarse de todo, ¿de acuerdo?

—No —dijo Kling.—Bert…—¡No! Te recojo a mediodía,

¿quieres?Silencio.—¿Claire?—Muy bien, sí —convino ella—. A

mediodía.—Ya te explicaré… He tenido un

pequeño problema.—Muy bien.—¿A mediodía?—Sí.

Page 470: El Atracador de Mujeres

—¿Claire?—¿Sí?—Buenas noches, Claire.—Buenas noches, Bert.—Siento haberte despertado.—No importa, sólo estaba

adormilada.—Buenas noches, Claire.—Buenas noches, Bert.Kling quería decir más cosas, pero

oyó el clic del teléfono cuando ellacolgó. Suspiró, salió de la cabina ypidió un filete con champiñones, cebollafrita, dos patatas asadas, un gran platode ensalada con queso roquefort y unvaso de leche. Terminó la cena con tresvasos más de leche y un pastel de

Page 471: El Atracador de Mujeres

chocolate.Al salir del restaurante se compró un

caramelo. Y luego se fue a casa adormir.

Page 472: El Atracador de Mujeres

Capítulo 16

Una falacia corriente y muy aceptada enla literatura popular es aquella querelaciona a camareros románticos conparejas de ojos brillantes que,obviamente, están formadas por dosenamorados. El camarero se ciernesobre la mesa y sugiere unos platosespeciales («¿Quizá el faisán en hielo

Page 473: El Atracador de Mujeres

picado para usted, señora?»), se besalos dedos o se estruja las manos contrael pecho, mientras su corazón lateemocionado a la vista de la pareja.

Bert Kling había estado en muchosrestaurantes de la ciudad, de muchacho yde hombre, acompañando a un buennúmero de señoritas, tanto del montóncomo muy guapas. Hacía tiempo quehabía llegado a la conclusión de que lamayoría de camareros de casi todos losrestaurantes no tienen en la cabeza cosasmás románticas que un menú de huevosal plato con algún que otro explosivo.

Ni por un momento creyó que él yClaire tuvieran ojos brillantes deenamorados pero, sin duda, formaban

Page 474: El Atracador de Mujeres

una pareja bastante bien parecida, yestaban en un restaurante elegante convistas sobre el río, en el último piso deuno de los hoteles más famosos de laciudad. Y, aun descontando la ausenciade brillo en los ojos (que pronto empezóa creer que no era más que unainvención de Jon Whitcomb —ah, algunavez el hombre tiene que empezar adudar…—), pensó que un camarero queno tuviera el corazón de piedra habríareconocido y colaborado en el primitivoy torpe ritual de dos personas que tratande conocerse mutuamente.

El día no resultó, bajo ningúnconcepto, lo que Kling habría llamadoun éxito excitante.

Page 475: El Atracador de Mujeres

Había planeado una excursión aBethtown, con su correspondiente viajeen ferry desde Isola y atravesando el río.La lluvia echó por tierra aquellainocente idea.

Chorreando agua, se presentó encasa de Claire a las doce en punto. Lalluvia le había causado un «horribledolor de cabeza». ¿No le importaríapasar y esperar un rato, hasta que laaspirina que había tomado le produjeraefecto?

A Kling no le importó.Claire puso unos buenos discos, y un

gran silencio se instaló entre ellos, queél atribuyó al dolor de cabeza de Claire.La lluvia resbaló en los cristales de la

Page 476: El Atracador de Mujeres

ventana, velando el paisaje urbano. Lamúsica resbaló en el tocadiscos,Concierto de Brandenburgo n.º 5 en Remayor de Bach, Don Quijote de Straussy Psyché de César Franck.

Kling no se quedó dormido demilagro. Salieron del apartamento a lasdos. La lluvia había amainado un poco,pero a su paso había dejado un afiladocuchillo en el aire. Los dos jóvenescaminaron en silencio, chapoteando enlos charcos, maldiciendo la lluvia, peroen cierto modo agradecidos porquehabía creado un vínculo entre ellos.Cuando Kling sugirió ir al cine, Claireaceptó de buen grado.

Aquello fue peor.

Page 477: El Atracador de Mujeres

La primera película, titulada Ladebacle apache, o algo por el estilo,presentaba a miles de extras deHollywood pintarrajeados, gritando yaullando alrededor de un puñado desoldados vestidos de azul. El puñado desoldados se pasaba casi toda la películarechazando los ataques de los salvajesapaches. Las hordas de indios lanzadassobre los pocos ya agotados soldadosdebían sumar varias decenas de miles. Acinco minutos del final, otro puñado desoldados llegaba, dejando a Kling con laclara sensación de que la guerra podíahaberse prolongado otras dos horas enuna segunda película que bien podríatitularse El hijo de la debacle apache.

Page 478: El Atracador de Mujeres

La segunda película del programatrataba de una niña cuyos padres iban adivorciarse. La niña los acompañaba aReno —el pretexto era que papá teníanegocios allí y, al mismo tiempo, mamádebía establecer su residencia— ymediante una larga e invariableprogresión de posturas remilgadas,gestos afectados, sonrisitas y ojosbrillantes de la niña, ésta convencía apapá y mamá de seguir juntoseternamente en bendito matrimonio, encompañía de su hijita remilgada, risueñay de ojos brillantes.

Salieron del cine con los ojoslegañosos. Eran las seis. Kling sugiriótomar una copa y cenar después. Claire,

Page 479: El Atracador de Mujeres

probablemente a la defensiva, dijo quela copa y la cena quedarían a tono con elresto del día.

Y allí estaban sentados, en lo alto deuno de los mejores hoteles de la ciudad,mirando el río a través de los ampliosventanales. Y al otro lado del río habíaun anuncio luminoso.

El anuncio decía primero: LISTO.Luego: LISTO PARA FREÍR.Y luego: LISTO PARA HORNEAR.Y, por último, otra vez: LISTO.—¿Qué quieres beber? —preguntó

Kling.—No sé, quizá un whisky con soda.—¿No quieres un coñac?—Quizá más tarde.

Page 480: El Atracador de Mujeres

El camarero se acercó a la mesa. Suaspecto era tan romántico como el deAdolf Hitler.

—¿Algo para beber, señor?—Un whisky con soda y un Martini.—¿Con limón, señor?—Una aceituna.—Gracias, señor. ¿Quiere mirar la

carta ahora?—Después de las bebidas, gracias.

¿Te parece bien, Claire?—Sí, está bien —dijo ella.Y otra vez el silencio. Kling miró

por las ventanas.LISTO PARA FREÍR.—¿Claire?—Sí.

Page 481: El Atracador de Mujeres

LISTO PARA HORNEAR.—Ha sido un fracaso, ¿verdad?—Por favor, Bert.—La lluvia… y esas asquerosas

películas. No quería que fuera así.Quería…

—Sabía que iba a pasar, Bert. Tratéde decírtelo, ¿o no? ¿No intentéavisarte? ¿No te dije que era la chicamás aburrida del mundo? ¿No insistí,Bert? Ahora haces que me sientacomo… como…

—No quiero que te sientas deninguna manera. Sólo iba a decirteque… que empecemos de nuevo. Desdeahora. Olvidando todo lo que… todo loque ha pasado.

Page 482: El Atracador de Mujeres

—¿Y de qué servirá? —inquirióClaire.

El camarero vino con las bebidas.—¿Whisky con soda para la señora?

—preguntó.—Sí.Puso las bebidas sobre la mesa.

Kling levantó la copa de Martini.—Por un nuevo comienzo —brindó.—Si quieres desperdiciar la

bebida… —contestó ella y bebió.—Anoche… —empezó él.—Pensé que era un nuevo comienzo.—Quería explicártelo. Me cogieron

dos policías de Homicidios y mellevaron a su teniente, que me advirtióque me alejara del asunto de Jeannie

Page 483: El Atracador de Mujeres

Paige.—¿Y vas a hacerle caso?—Sí, por supuesto. —Después de

una pausa añadió—: Es curioso, loadmito, pero…

—Entiendo.—Claire —empezó Kling sin

alterarse—, ¿qué demonios pasacontigo?

—Nada.—¿Dónde vas cuando te ausentas?—¿Qué?—¿Dónde…?—No creí que se notara. Lo siento.—Se nota —dijo Kling—. ¿Quién

era?Claire lo miró sorprendida.

Page 484: El Atracador de Mujeres

—Eres mejor detective de lo quepensaba.

—No hace falta serlo. —Habíaahora un tono triste en su voz, como si laconfirmación de sus sospechas lohubieran dejado sin fuerzas—. No meimporta que tengas un amor nocorrespondido. A muchas chicas…

—No es eso —interrumpió ella.—A muchas chicas les pasa —siguió

él—. Un tío las deja o por lo que searompe la relación…

—¡No es eso! —repitió Claire conbrusquedad, y cuando él la miró vio quetenía los ojos llenos de lágrimas.

—Eh, oye, que yo…—Por favor, Bert, no quiero…

Page 485: El Atracador de Mujeres

—Pero dijiste que había un chico.Dijiste…

—Muy bien. Muy bien, Bert. —Semordió el labio inferior—. Muy bien,había un chico. Y yo estaba locamenteenamorada de él. Tenía diecisiete años,mira, igual que Jeannie, y él teníadiecinueve.

Kling aguardó. Claire levantó elvaso y lo vacío. Tragó con dificultad yluego suspiró. Kling siguió aguardando.

—Lo conocí en el club Tempo. Nosenamoramos enseguida. Ya sabes cómopasan esas cosas, Bert. Pues así pasócon nosotros. Hicimos muchos planes,grandes planes. Éramos jóvenes, fuertesy nos queríamos.

Page 486: El Atracador de Mujeres

—No… no entiendo.—Lo mataron en Corea.Al otro lado del río, el anuncio

proclamó, LISTO PARA FREÍR.Hubo un gran silencio. Claire miraba

el mantel. Kling juntó las manosnerviosamente.

—Por eso no tienes que preguntarmepor qué voy a Tempo y hago la tonta concríos como Hud y Tommy. Voy, una yotra vez, en busca de él. Bert, ¿no loves? Busco su cara, su juventud y…

—No lo encontrarás —soltó Klingcon crueldad.

—Yo…—No lo encontrarás. Y eres tonta si

lo intentas. Está muerto y enterrado.

Page 487: El Atracador de Mujeres

Está…—No quiero escucharte —dijo

Claire—. Llévame a casa, por favor.—No. Está muerto y enterrado y tú

te estás enterrando viva convirtiéndoteen mártir, queriendo llevar el duelo deuna viuda a los veinte años. ¿Qué tepasa? ¿No sabes que la gente mueretodos los días? ¿No lo sabías?

—¡Cállate! —exclamó Claire.—¿No ves que te estás matando? Por

un amor de niña, por…—¡Cállate! —insistió Claire y esta

vez su voz estaba al borde de la histeria.Algunos de los comensales cercanos sevolvieron para mirarlos.

—¡Muy bien! —dijo Kling con

Page 488: El Atracador de Mujeres

tirantez—. Muy bien, entiérrate.¡Entierra tu belleza y trata de apagar tubrillo! ¡Lleva luto cada día de lasemana, maldito lo que importa! Perocreo que eres una farsante, ¡una farsantede cuarenta quilates! —Calló unmomento y luego añadió con furia—:¡Salgamos de esta mierda de pecera!

Empezó a levantarse, haciendo señasal mismo tiempo al camarero. Clairesiguió sentada, inmóvil, frente a él. Yluego, de pronto, se echó a llorar. Laslágrimas salieron despacio al principio,entre los párpados fuertementeapretados, rodando silenciosamente porlas mejillas. Luego empezó a agitar loshombros, todavía completamente

Page 489: El Atracador de Mujeres

inmóvil en la silla, retorciendo lasmanos sobre el regazo, sollozando ensilencio. Kling nunca había visto undolor tan intenso. Volvió la cara. Noquería verla.

—¿Han decidido ya lo que van acomer? —preguntó el camareroacercándose a un lado de la mesa.

—Dos más de lo mismo —ordenóBert. El camarero se retiraba cuandoKling lo cogió del brazo—. No, cambieel whisky con soda por un doble deCanadian Club.

—Sí, señor.—No quiero beber más —balbuceó

Claire.—Te tomarás una.

Page 490: El Atracador de Mujeres

—No quiero —y lloró de nuevo,pero esta vez Kling la miró. Después dedos o tres sollozos, las lágrimasdesaparecieron con la mismabrusquedad con que habían venido,dejando su cara tan limpia como unacalle de la ciudad después de unarepentina tormenta de verano.

—Lo siento. Hace tiempo que teníaque haber llorado.

—Sí —dijo Kling.El camarero trajo las bebidas. Kling

levantó su copa.—Por un nuevo comienzo —brindó.Claire se lo quedó mirando. Pasó un

buen rato sin que ella cogiera su vaso.Finalmente, sus dedos se cerraron

Page 491: El Atracador de Mujeres

alrededor del vaso. Lo levantó y lochocó con el borde de la copa de Kling.

—Por un nuevo comienzo —repitióy enseguida apartó el vaso de los labios—. Es fuerte.

—Te sentará bien.—Sí. Lo siento, Bert. No tenía que

haberte abrumado con mis problemas.—Con franqueza, ¿crees que algún

otro los habría aceptado tan fácilmente?—No —replicó ella enseguida y

sonrió cansadamente.—Así está mejor.Lo miró a través de la mesa, como si

lo viera por primera vez. Las lágrimasle habían dejado un brillo en los ojos.

—Puede llevar tiempo, Bert. —Su

Page 492: El Atracador de Mujeres

voz parecía provenir de muy lejos.—Dispongo de todo el tiempo del

mundo —aseguró Kling. Luego, casitemeroso de que ella se riera de él,añadió—: Todo lo que he hecho hastaahora ha sido matar el tiempo, Claire,esperando a que llegaras.

Pareció que fuera a llorar otra vez.Alargó la mano, tomó la de él y secubrió la cara con ella.

—Eres bueno… eres muy bueno,Bert —declaró con un hilo de voz, apunto de llorar—. Eres bueno, amable,atento. Y eres muy guapo, ¿lo sabías?Creo…, creo que eres muy guapo.

—Tendrías que verme cuando estoypeinado —repuso él riendo y apretando

Page 493: El Atracador de Mujeres

la mano de ella.—No bromeo —aseguró ella—.

Siempre crees que bromeo y eso no estábien, porque soy una chica sería.

—Ya lo sé.—Entonces…Kling cambió de postura

bruscamente, con una mueca.—¿Te pasa algo? —preguntó ella, de

pronto preocupada.—No. Es esta maldita pistola. —

Volvió a cambiar de postura.—¿Una pistola?—Sí. La llevo en el bolsillo de

atrás. Tenemos que llevarla, ¿sabes?Incluso cuando no estamos de servicio.

—¿De verdad? ¿Un arma? ¿Llevas

Page 494: El Atracador de Mujeres

un arma en el bolsillo?—Sí.Claire se inclinó y se acercó a él.

Sus ojos eran claros ahora, como sinunca hubieran conocido las lágrimas nila tristeza. Brillaban llenos de interés.

—¿Puedo verla?—Claro.Kling se inclinó, se desabotonó la

chaqueta y sacó la pistola con la fundadel bolsillo de la cadera. La puso sobrela mesa.

—No la toques, o te saltará a lacara.

—Parece amenazadora.—Es amenazadora. Soy el mejor

tirador de la Comisaría del Ochenta y

Page 495: El Atracador de Mujeres

siete.—¿De verdad?—Me llaman el Rey Kling.[5]

Se echaron a reír.—Puedo acertar a cualquier elefante

del mundo a la distancia de un metro —aclaró Kling.

Aumentaron las risas. Kling lacontempló riendo. Claire parecía nodarse cuenta de la transformación.

—¿Sabes de qué me dan ganas? —preguntó Kling.

—¿De qué?—De coger la pistola y cargarme de

un disparo aquel maldito anuncio deLISTO al otro lado del río.

—Bert, Bert. —Puso la otra mano

Page 496: El Atracador de Mujeres

sobre la suya, de modo que las tresmanos formaron una pirámide sobre lamesa. Su cara estaba muy seria cuandosiguió—: Gracias, Bert. Te estoy muy,pero que muy agradecida.

Kling no supo qué decir. Se sentíaincómodo, estúpido, feliz y muy grande.Como un gigante que midiera veintemetros.

—¿Qué… qué haces mañana?—Nada —contestó ella—. Y tú,

¿qué harás tú?—He de llamar a Molly Bell y

explicarle por qué no puedo seguirinvestigando. Y luego pasaré por tu casay nos iremos de excursión. Si sale el sol.

—Saldrá el sol, Bert.

Page 497: El Atracador de Mujeres

—Ya lo sé —dijo él.Claire se inclinó y de pronto lo

besó. Fue un beso rápido y repentinoque apenas rozó los labios de Bert.Volvió a sentarse, insegura, como unaniña asustada en su primera fiesta.

—Has de tener paciencia —dijoella.

—La tendré.El camarero apareció de pronto.

Sonreía. Tosió discretamente. Kling lomiró asombrado.

—Pensé —dijo amablemente— que,quizá, la señora estaría aún más bella ala luz de las velas, ¿no lo cree el señor?

—La señora es bella tal como está—señaló Kling.

Page 498: El Atracador de Mujeres

El camarero pareció decepcionado.—Pero…—Pero las velas, naturalmente,

tráigalas no faltaría más.El camarero se inclinó con una

reverencia.—Claro que sí, señor. Y luego me

dirán lo que desean tomar, ¿sí? Tengoalgunas sugerencias. En cuanto lesparezca bien. —Hizo una pausa y sonrió—. Hace una noche deliciosa, señor, ¿noes cierto?

—Una noche maravillosa —convinoClaire.

Page 499: El Atracador de Mujeres

Capítulo 17

Hay veces que se abren como nueceslichis.

Peleas con algo que parece una nuezde Brasil, golpeas en la cáscara quecrees dura como el diamante, suspirandopor llegar a la sabrosa pulpa y, depronto, resulta que es una nuez lichi, depiel frágil y fina como el papel que se

Page 500: El Atracador de Mujeres

abre a la más ligera presión de losdedos.

Así les ocurrió a Willis y Havilland.Aquel sábado por la tarde, 24 deseptiembre, en Los Tres Ases, pocodespués de abrir, apenas había clientes.Unos pocos bebedores se apostaban a labarra, pero las mesas estaban vacías yno había jugadores en la mesa de billarni en la máquina de bolos. El bar era untugurio con tres naipes pintados en elespejo: el as de tréboles, el as decorazones y el as de picas. No se veía elcuarto as por ninguna parte. A juzgar porel aspecto del propietario, debía detenerlo guardado en la manga junto a unquinto as.

Page 501: El Atracador de Mujeres

Willis y Havilland se sentaron enunos taburetes al final de la barra. Elpropietario se pasó unos minutoscharlando tranquilamente con losclientes en el otro extremo antes deatender a los dos detectives.

—¿Sí?—¿Es esto suyo? —preguntó

Havilland mostrando la caja de cerillas.El propietario la miró

cuidadosamente. Los mismos tres asesdel espejo aparecían en la caja. Elnombre Los Tres Ases figuraba en elcartón con letras de centímetro y mediode altas. Pero el propietario se dio sutiempo para responder.

—Sí.

Page 502: El Atracador de Mujeres

—¿Cuánto tiempo hace que lastiene? —preguntó Willis.

—¿Por qué?—Somos funcionarios de policía —

dijo Havilland con sequedad. Y alargóla mano al bolsillo para enseñar laplaca.

—No se moleste —dijo elpropietario—, puedo oler a la policía acien pasos.

—¿Por eso le rompieron la nariz? —preguntó Havilland con los puñoscerrados encima de la barra.

—He sido boxeador —replicó elpropietario tocándose la nariz—. ¿Quépasa con las cerillas?

—¿Desde cuándo las tiene?

Page 503: El Atracador de Mujeres

—Hará unos tres meses. Fue unabuena oportunidad. Tengo un vecino, unchaval que vende tarjetas de Navidad ycosas de ésas. Vino diciendo que lascerillas le darían prestancia al local. Yme convenció. Le hice un pedido de unpar de miles. —Se encogió de hombros—. No creo que haya ningún mal en eso,¿qué pasa?

—Nada —aseguró Willis—.Comprobación rutinaria.

—¿De qué? ¿De cerillas?—Sí —afirmó Havilland—. De

cerillas. ¿Vende usted cigarrillos?—Solamente en la máquina. El

propietario la señaló en un rincón, cercade la puerta.

Page 504: El Atracador de Mujeres

—¿Vende usted estas cerillas en lamáquina?

—No. Las pongo en la barra, en unacaja pequeña. El que no tiene fuegoviene y coge una. ¿Por qué? ¿Qué tienende particular las cerillas?

—Somos nosotros quienes hacemoslas preguntas —replicó Havilland.

—Sólo trataba de ayudar. —El tonode voz del dueño dejaba bien claro quele habría gustado darle un puñetazo en laboca a Havilland.

—Así que cualquiera que viene aquípuede coger una caja de cerillas de labarra, ¿no es eso? —preguntó Willis.

—Sí —respondió el propietario—.Así la gente se siente como en casa, ¿no

Page 505: El Atracador de Mujeres

les parece?—Oiga, don —empezó a decir

Havilland con voz neutra—, será mejorque dejes de lado ese tonillo de tío listo,o algo va a hacer que te sientas como encasa.

—Los polis siempre me han dadomiedo —aseguró el propietario—.Desde que era pequeñito.

—Si estás buscando pelea, tío —dijo Havilland— te has tropezado con elpoli adecuado.

—Sólo intento ocuparme de misasuntos —afirmó el propietario.

—No me gusta nada que un jueztenga que decidir a quién creer en uncaso de «resistencia a un funcionario de

Page 506: El Atracador de Mujeres

policía» —insistió Havilland.—No busco pelea ni me resisto a

nada —replicó el propietario—. Asíque cálmese. ¿Quiere una cerveza?

—Whisky —pidió Havilland.—Natural —dijo el propietario—,

¿y usted? —inquirió dirigiéndose aWillis.

—Nada —contestó Willis.—Vamos —lo animó el propietario

—, es como coger una manzana delcarrito.

—Cuando esté dispuesto a pelear, yaseremos dos.

—A mí me pagan por pelear —afirmó el propietario—. No me gustanlas exhibiciones.

Page 507: El Atracador de Mujeres

—Sobre todo cuando sabes que tucara irá repartida a seis continentes —replicó Havilland.

—Seguro. —El propietario pusowhisky en un vaso y lo empujó haciaHavilland.

—¿Conoce a muchos de susclientes? —preguntó Willis.

—A los fijos, sí.Se abrió la puerta y una mujer con un

suéter de un verde desvaído entró en elbar, miró a su alrededor y luego se sentóen una mesa cerca de la puerta. Elpropietario la miró.

—Es una borracha —aseguró—. Sesienta ahí y espera a que alguien lainvite. La echaría, pero los domingos me

Page 508: El Atracador de Mujeres

siento cristiano.—No hay más que mirarte —dijo

Havilland.—Pero vamos a ver, ¿qué quieren

ustedes, tíos? —preguntó el propietario—. ¿Hablar de la pelea? ¿Es por eso?

—¿Qué pelea? —preguntó Willis.—Tuvimos una riña aquí hará una o

dos semanas. Oigan, no me confundan.Qué guardan en la manga, ¿conductadesordenada? ¿Piensan retirarme lalicencia?

—Todo te lo dices tú solito —seburló Willis.

El propietario suspiró cansado.—Muy bien, ¿cuánto cuesta?—Oh, este hombre es peligroso —

Page 509: El Atracador de Mujeres

comentó Havilland—. ¿Intentassobornarnos?

—Hablaba del precio del LincolnContinental —repuso el propietario—.Preguntaba lo que podría costar, ¿cien?,¿doscientos? ¿Cuánto?

—¿Tengo yo el aspecto de un poli dedoscientos dólares? —preguntóHavilland.

—Yo soy el propietario de un bar dedoscientos dólares. Ése es el límite. Lamaldita pelea no duró más de dossegundos.

—¿De qué pelea me habla? —preguntó Willis.

—¿Pero no lo sabían?—Guárdese su dinero en el calcetín

Page 510: El Atracador de Mujeres

—dijo Willis—. Esto no es unaextorsión. Háblenos de la pelea.

—¿Seguro que no le apetece algo?—preguntó el propietario algo aliviado.

—La pelea —insistió Willis.—No fue nada —aseguró el

propietario—. Un par de tipos que secalentaron un poco. Uno le arreó untortazo al otro, el otro se lo devolvió yque haya paz y después gloria. Nadamás.

—¿Quién le pegó a quién? —preguntó Willis.

—¿Los dos personajes? A ver,¿cómo demonios se llama el pequeño?No lo recuerdo. El más alto se llamaJack. Viene mucho por aquí.

Page 511: El Atracador de Mujeres

—Jack, ¿eh?—Sí, un buen tío, si no fuera porque

es un poco raro. Él y el más pequeñoestaban viendo la lucha libre en latelevisión y supongo que Jack dijo algoque no le gustó al más bajo…, algoacerca de los luchadores, ¿sabe? Y elpequeño le atizó un golpe a Jack y Jackse lo devolvió, y entonces fue cuando yointervine. Nada más.

—¿Y usted los separó?—Claro. Lo más divertido de todo

este asunto fue que el pequeño saliómejor parado que Jack. —El propietarioahogó la risa—. Menudo golpe le dio.Nunca hubiera pensado que un tío tanpequeño tuviera esos puños.

Page 512: El Atracador de Mujeres

—Dejaría sorprendido a Jack —sugirió Willis, perdido ya el interés.

—¿Sorprendido? Yo diría que sí.Sobre todo cuando se miró al espejo.Aquel hijito de puta le puso un ojo a lavirulé como no había visto en mi vida.

—Mala suerte —dijo Willis—. Ysobre los demás clientes. ¿Les ha oídohablar alguna vez de…?

—¡Demonios, aquel ojo parecía unmapa! Jack tuvo que llevar gafas de solal menos una semana.

La borracha sentada en la mesacerca de la puerta tosió. Willis no apartóla mirada del propietario del bar.

—¿Qué ha dicho usted? —preguntó.—Jack —continuó el propietario—.

Page 513: El Atracador de Mujeres

Que tuvo que llevar gafas de sol. Paraque no se le viera el ojo a la virulé. Eraprecioso. De verdad. Como un arcoiris.

—Este Jack —Willis sintió latensión de Havilland a su lado—,¿fuma?

—¿Jack? Seguro. Por supuesto quefuma.

—¿Qué marca?—¿Marca? No se pensará que yo…

espere, el paquete rojo, ¿qué marca es elpaquete rojo?

—¿Pall Mall?—Sí. Ésa es la marca.—¿Está seguro?—Creo que sí. Oiga, que yo no voy

por ahí haciendo fotos de los que fuman.

Page 514: El Atracador de Mujeres

Creo que es Pall Mall. ¿Por qué?—¿Seguro que su nombre es Jack?

—preguntó Havilland—. ¿No se llamaráde otra manera?

—Jack —aseguró el propietario,asintiendo con la cabeza.

—Piense. ¿Está seguro de que sunombre es Jack?

—Seguro. Escuchen, que lo conozcomuy bien. Ha estado viniendo aquídurante años. ¿O no se creen queconozco a Jack Clifford?

Jack Clifford entró en Los Tres Ases alas 3.15 de aquella tarde. La mujer delsuéter verde seguía sentada en la mesa

Page 515: El Atracador de Mujeres

cerca de la puerta. El propietario hizoun gesto con la cabeza cuando el hombreentró y Willis y Havilland se bajaronenseguida de los taburetes y le cortaronel paso cuando se dirigía a la barra.

—¿Jack Clifford? —preguntó Willis.—Sí.—Funcionarios de policía —saludó

Havilland—. Acompáñenos.—Eh, ¿por qué? —Clifford retiró su

brazo de Havilland.—Atraco y sospecha de asesinato —

declaró Willis. Pasó sus manos por elcuerpo de Clifford, cacheándolo rápiday eficientemente.

—Está limp… —Willis seinterrumpió, cuando Clifford echó a

Page 516: El Atracador de Mujeres

correr hacia la puerta.—¡Agárralo! —gritó Willis.Havilland buscó su pistola.Clifford no se volvió a mirar. Sus

ojos estaban fijos en la puerta de lacalle y corrió como un loco; de prontocayó boca abajo, cuan largo era, al durosuelo.

Miró desde el suelo, asombrado. Laborracha, todavía sentada a la mesa,tenía una pierna extendida frente a ella.Clifford miró la pierna con la que habíatropezado, como si quisiera arrancarladesde la cadera. Se estaba poniendo depie cuando Havilland se le echó encima.Le dio una patada, pero Havilland era unpolicía con unas manos muy grandes y

Page 517: El Atracador de Mujeres

disfrutaba usándolas. Levantó a Clifforddel suelo, y le asestó un golpe en lacara. Clifford se tambaleó de espaldashacia la puerta y luego se derrumbó enel suelo. Se sentó y sacudió la cabezamientras Havilland le ponía las esposas.

—¿Te ha gustado el viaje? —preguntó Havilland amablemente.

—Vete a la mierda —dijo Clifford—. Si no llega a ser por esa viejaborracha, nunca me habrías cogido.

—Ah, pero te cogimos —se mofóHavilland—. Levántate.

Clifford se puso de pie. Willis seacercó y lo tomó del brazo.

—Gracias —dijo volviéndose alpropietario del bar.

Page 518: El Atracador de Mujeres

Los tres hombres se dirigieron a lacalle. Havilland se detuvo junto a lapuerta, en la mesa de la borracha. Lamujer levantó la mirada y examinó alpolicía con sus ojos empapados dealcohol.

Havilland sonrió, hizo unareverencia y cruzó su brazo de gorilasobre el pecho.

—Havilland se lo agradece, señora.

Admitió haber cometido un total detreinta y cuatro atracos en el añoanterior. Catorce de sus víctimas lodenunciaron a la policía. La últimaresultó ser, para su mala suerte, una

Page 519: El Atracador de Mujeres

policía. Negó de plano que hubieraasaltado y asesinado a Jeannie Paige.

Tomaron sus datos y huellasdactilares, lo fotografiaron, y luego sesentaron con él en la sala deinterrogatorios de la 87 e intentaronrecomponer su historia. Con él habíacuatro policías: Willis, Havilland,Meyer y el teniente Byrnes. Si nohubiera sido por la presencia delteniente, Havilland habría practicadocon Clifford su deporte de interiorfavorito. Dadas las circunstancias, selimitó exclusivamente a las palabras.

—Estamos hablando de la noche delcatorce de septiembre. Era un jueves.Piensa un poquito, Clifford —dijo

Page 520: El Atracador de Mujeres

Meyer.—Estoy pensando. Y tengo una

coartada para esa noche a un par dekilómetros de allí.

—¿Qué hiciste? —preguntó Willis.—Estuve cuidando de un amigo

enfermo.—¡No te hagas el caritativo! —

exclamó Byrnes.—Juro por Dios que es verdad.

Escuchen, me tienen cogido por ochomil atracos. ¿Por qué intentan colgarmecon un asesinato con violación?

—Cierra tu maldita boca y contestaa las preguntas —ordenó Havilland,contradiciéndose.

—Contesto a las preguntas. Estaba

Page 521: El Atracador de Mujeres

con un amigo enfermo. El tío se habíaintoxicado o algo así. Estuve con él todala noche.

—¿Qué noche era ésa?—El catorce de septiembre —

aseguró Clifford.—¿Cómo te acuerdas de la fecha?—Tenía que ir a la bolera. Con ese

amigo mío.—¿Qué amigo?—¿Cómo se llamaba el amigo?—¿Dónde ibas a jugar a los bolos?—Se llama Davey.—¿Davey qué más?—¿Davey Crockett, Clifford?

Vamos, chico.—Davey Lowenstein. Es judío. ¿Me

Page 522: El Atracador de Mujeres

van a colgar por eso?—¿Dónde vive?—En la avenida Base.—¿Dónde está Base?—Cerca de la Séptima.—¿Cómo se llama?—Davey Lowenstein. Ya se lo he

dicho.—¿Dónde ibais a jugar a los bolos?—A Cozy Alleys.—¿En el centro de la ciudad?—Sí.—¿En qué sitio del centro?—Me están mareando.—¿Qué había comido tu amigo?—¿Lo había visto el médico?—¿Dónde has dicho que vive?

Page 523: El Atracador de Mujeres

—¿Quién dices que estabaintoxicado?

—Vive en Base. Y se lo he dicho.Base esquina con la Séptima.

—Comprueba eso, Meyer —dijo elteniente Byrnes. Meyer abandonó la salaenseguida.

—¿Lo vio un médico?—No.—¿Entonces, cómo sabes que estaba

intoxicado?—Me dijo que era como una

intoxicación de algo que había comido.—¿Cuánto tiempo estuviste con él?—Fui a buscarlo a las ocho.

Habíamos quedado que iría a buscarlo aesa hora. La bolera a la que teníamos

Page 524: El Atracador de Mujeres

que ir está en División.—¿Guardaba cama?—Sí.—¿Quién te abrió la puerta?—Él.—¿No has dicho que estaba en

cama?—Y lo estaba. Se levantó para

abrirme la puerta.—¿Qué hora era?—Las ocho.—Has dicho las ocho y media.—No, eran las ocho. He dicho las

ocho.—¿Qué pasó entonces?—Dijo que estaba enfermo, que

estaba intoxicado, que no podía venir

Page 525: El Atracador de Mujeres

conmigo. Quiero decir a la bolera.—¿Y entonces, qué?—Me dijo que fuera sin él.—¿Y te fuiste?—No, me quedé con él toda la

noche.—¿Hasta cuándo?—Hasta la mañana siguiente. Estuve

con él toda la noche.—¿Hasta qué hora?—Toda la noche.—¿HASTA QUÉ HORA?—Hasta las nueve, más o menos.

Desayunamos huevos.—¿Y qué pasó con su intoxicación?—Por la mañana ya se encontraba

bien.

Page 526: El Atracador de Mujeres

—¿Durmió?—¿Cómo?—Que si durmió toda la noche.—No.—¿Qué hicisteis?—Jugamos a las damas.—¿Quiénes?—Davey y yo.—¿Hasta qué hora jugasteis a las

damas?—Hasta las cuatro de la madrugada.—¿Se durmió tu amigo entonces?—No.—¿Qué hizo?—Nos pusimos a contar chistes. Yo

trataba de que se olvidara de suestómago.

Page 527: El Atracador de Mujeres

—¿Y estuvisteis contando chisteshasta las nueve de la mañana?

—No, hasta las ocho. Empezamos adesayunar a las ocho.

—¿Que desayunasteis?—Huevos.—¿Qué bolera has dicho que era?—La Cozy…—¿Dónde está?—En División.—¿A qué hora llegaste a casa de

Davey?—A las ocho.—¿Por qué mataste a Jeannie Paige?—No la maté. Dios, los periódicos

me están volviendo loco. No he ido aningún sitio cerca del puente Hamilton.

Page 528: El Atracador de Mujeres

—¿Quieres decir aquella noche?—Ni aquella noche ni ninguna. Ni

siquiera sabía que existiera eseacantilado del que escriben. Pensé quelos acantilados estaban más lejos, aloeste.

—¿Qué acantilado?—Donde encontraron a la chica.—¿Qué chica?—Jeannie Paige.—¿Gritó? ¿Es por eso que la

mataste?—No gritó.—¿Qué hizo entonces?—¡No hizo nada! ¡Yo no estaba allí!

¿Cómo voy a saber lo que hizo?—Pero tú pegabas a tus víctimas,

Page 529: El Atracador de Mujeres

¿no es cierto?—Sí, en eso me tenéis cogido, de

acuerdo.—Tú, hijoputa, tenemos la huella

dactilar de tu pulgar en las gafas quedejaste caer. Te tenemos cogido por ahí,¿por qué no nos lo cuentas?

—No hay nada que contar. Mi amigoestaba enfermo. No conozco a JeanniePaige. No he estado en aquel acantilado.Enciérrenme. Que me juzguen poratraco. ¡Yo no maté a aquella muchacha!

—¿Quién lo hizo?—No lo sé.—¡Tú lo hiciste!—No.—¿Por qué la mataste?

Page 530: El Atracador de Mujeres

—¡Yo no la maté!Se abrió la puerta. Meyer entró en la

sala.—He llamado y he hablado con ese

Lowenstein —dijo.—¿Y?—La historia es cierta. Clifford

estuvo con él toda aquella noche.

Cuando se hicieron las pruebascomparativas de las huellas de lospulgares de Clifford con la única huellaencontrada en las gafas, se disiparontodas las dudas. Las huellas nocoincidían.

Con independencia de los delitos

Page 531: El Atracador de Mujeres

que hubiera cometido Clifford, él nohabía asesinado a Jeannie Paige.

Page 532: El Atracador de Mujeres

Capítulo 18

Ya sólo le quedaba telefonear aMolly Bell.

Una vez lo hubiera hecho, podríadejar el asunto de Jeannie Paige con laconciencia tranquila. Lo había intentadoy lo había hecho honradamente. Y susintentos habían provocado la envidia delreino exclusivo de Homicidios Norte, de

Page 533: El Atracador de Mujeres

donde por poco no sale sin la placa y eluniforme.

Así que ahora la llamaría, leexplicaría lo inútil que era, le pediríaperdón y con eso daría todo porconcluido.

Sentado en un sillón de su habitaciónamueblada, Kling se acercó al teléfono.Se sacó del bolsillo trasero la cartera, laabrió y empezó a buscar entre papeles ytarjetas la dirección y el teléfono queBell le había dado hacía ya tanto tiempo.Extendió las tarjetas sobre el borde dela mesa. La cantidad de basura quepuede guardar un hombre…

Miró la fecha de un billete delotería. El sorteo había sido hacía ya

Page 534: El Atracador de Mujeres

tres meses. Leyó el nombre de una chicay su número de teléfono en una caja decerillas. No recordaba quién podía serla chica. Había una invitación para unatienda en rebajas. Estaba la tarjetablanca que Claire le había dado paraque viera la letra infantil de Jeannie.Puso sobre la mesa la tarjeta de modoque mostrara el lado donde decía: «ClubTempo, calle Klausner, 1812».

Y luego encontró el pedazo de papelque Peter Bell le había dado y lo pusoboca arriba sobre la mesa, junto a lasotras tarjetas. Alargó la mano para cogerel teléfono, mirando el número al mismotiempo.

De pronto, recordó lo que había

Page 535: El Atracador de Mujeres

visto en la calle cuando salió del tren laprimera vez. Colgó el auricular.

Recogió todas las tarjetas ypedacitos de papel y los volvió aguardar en la cartera. Y luego se puso elabrigo.

Esperaba a un asesino.Tomó el tren hacia las afueras y se

bajó en la primera estación donde yahabía estado aquella semana; ahora seencontraba en la calle, de pie, al lado deuna señal de tráfico, esperando a unasesino, al asesino de Jeannie Paige.

La noche se había vuelto fría y no seveía mucha gente por la calle. La tienda

Page 536: El Atracador de Mujeres

de ropa masculina estaba cerrada y elrestaurante chino arrojaba vapor al airedesde un respiradero al lado deledificio. Alguna gente se metía en elcine.

Esperó, y cuando el coche se detuvo,puso una mano en la señal de tráfico quetenía a su lado y esperó a que abriera lapuerta.

El hombre salió del coche y caminóhacia el bordillo. No era mal parecido.Hasta tenía los dientes blancos y unaatractiva hendidura en la barbilla. Eraalto y musculoso. Sólo tenía un defectoen la cara.

—Hola —saludó Kling.El hombre miró sorprendido. Sus

Page 537: El Atracador de Mujeres

ojos pasaron de la cara de Kling a laseñal de tráfico.

La señal decía:

PARADA DE TAXISPROHIBIDO APARCAR

TRES TAXIS

—¿Bert? —llamó Peter Bell—.¿Eres tú, Bert?

Kling dio un paso hacia la luz.—Soy yo Peter —dijo.—Hola —dijo Bell confundido—.

¿Qué te trae por aquí?—Tú, Peter.—Ah, muy bien. Siempre es bueno

ver a un amigo. —Se detuvo—. Oye,

Page 538: El Atracador de Mujeres

¿quieres una taza de café o algo que tequite el frío?

—No, Peter.—Ah, bueno… y ¿qué hay?—Voy a llevarte conmigo, Peter. Al

departamento.—¿Al departamento? ¿Quieres decir

a la comisaría? —arrugó la frente—.¿Por qué? ¿Qué te pasa, Bert?

—Por la muerte de tu cuñadaJeannie Paige —declaró Kling.

Bell miró a Kling y luego sonriótembloroso.

—Bromeas.—No bromeo, Peter.—Bueno, pero… tiene que ser una

broma. Nunca he oído una cosa tan

Page 539: El Atracador de Mujeres

estúp…—¡Eres un asesino! —lo interrumpió

Kling con vehemencia—. Debería darteuna paliza antes de…

—Escucha, para un momento…—¡Para tú! —gritó Kling—. Tú, hijo

de puta egoísta, ¿te creíste que yo era uncompleto imbécil? ¿Por eso me elegistepara empezar con todo? ¿Un policíanovato? ¿Un policía que no sabríadistinguir el codo de la rodilla? ¿Poreso me elegiste, para aplacar a Molly?Llevas a tu casa a un policía, ledemuestras tu buena voluntad a tumujercita y todo arreglado, ¿verdad?¿Qué fue lo que me dijiste? «De esamanera, Molly estará contenta. Si traigo

Page 540: El Atracador de Mujeres

un policía a casa, ella estará contenta».¿No fue eso lo que me dijiste?

—Sí, pero…—¡Leías seis periódicos diarios! Y

te enteraste de que a tu viejo compañeroBert Kling lo daban de alta en elhospital e iniciaba su convalecencia, asíque imaginaste que era el perfectoidiota. Ibas a buscarlo, te quitabas aMolly de encima y te quedabas librepara…

—Escucha, Bert, te equivocas entodo esto. Tú…

—¡No me equivoco, Peter! Con mipresencia, todo se habría acabado, peroocurrió algo que no esperabas, ¿verdad?Jeannie te dijo que estaba embarazada.

Page 541: El Atracador de Mujeres

Que iba a tener un hijo tuyo.—No, escucha…—¡No me digas que no, Peter! ¿No

fue eso lo que ocurrió? La noche quehablé con ella me dijo que tenía una cita.¿Era contigo? ¿Fue entonces cuando tesoltó la bomba? ¿Te lo dijo y te diotiempo para que reflexionaras hasta eldía siguiente, y lo que hiciste fue planearla manera de matarla?

Bell permaneció callado un buenrato. Al final habló.

—No la vi aquel miércoles por lanoche. Su cita no era conmigo.

—¿Con quién entonces?—Con un médico. —Bell tragó

saliva—. La vi el jueves. Nos

Page 542: El Atracador de Mujeres

encontramos aquí, en la parada de taxis,como siempre. Bert, no es como piensas,créeme. Yo la quería, la quería.

—Seguro que la querías. Seguro quela adorabas, Peter. Seguro que…

—¿Por qué se marchita elmatrimonio? —se quejó Bell—. ¿Porqué tiene que marchitarse, Bert? ¿Porqué Molly no siguió siendo comosiempre había sido, joven, fresca ybonita, como…?

—¿Cómo Jeannie? «Es como eraMolly cuando tenía su edad». Es lo queme dijiste, Peter. ¿Lo recuerdas?

—¡Sí! Era una Molly renacida y laveía crecer y… y… me enamoré de ella.¿Es tan difícil de entender? ¿Es tan

Page 543: El Atracador de Mujeres

difícil de entender, maldita sea, que unhombre se enamore?

—No, Peter, eso no es difícil.—¿Qué entonces? ¿Qué? ¿Cómo

puedes…?—No se mata a quien se ama.—¡Se puso histérica! —exclamó

Bell—. La recogí aquí, subió al coche yme dijo que el médico le había dichoque estaba embarazada. Dijo que iba acontárselo todo a Molly. ¿Cómo iba adejar que lo hiciera?

—Y por eso la mataste.—Aparcamos en la autopista del río.

Caminó delante de mí, hasta lo alto delacantilado. Llevaba una llave inglesa,tengo siempre una en el taxi, por si me

Page 544: El Atracador de Mujeres

atracan o algo así.—Peter, no debías…Bell no escuchaba a Kling. Revivía

la noche del 14 de septiembre.—La… la golpeé dos veces. Cayó

de espaldas, rodó, rodó. Luego, losarbustos la frenaron y se quedó allí,tirada, como una muñeca rota. Volví altaxi. Me iba a ir cuando recordé lasnoticias de los periódicos sobre Cliffordel atracador. Llevaba un par de gafas desol baratas en la guantera. Las cogí,rompí uno de los cristales en el taxi,para que pareciera que se habían roto enun forcejeo y luego se hubieran caídopor la pendiente del acantilado. Subíotra vez; ella seguía allí, destrozada y

Page 545: El Atracador de Mujeres

sangrando, y tiré las gafas; luego volvíal coche y me marché.

—¿Fuiste tú, Peter, quien llamó aHomicidios Norte para hablar de mí?

—Sí —murmuró Bell en voz muybaja—. No sabía si habías averiguadomuchas cosas. No podía arriesgarme.

—No. —Kling calló un momento.Luego añadió—: Te arriesgaste laprimera noche que viniste a verme,Peter.

—¿Cómo?—Escribiste tu dirección y teléfono

en un papel. Y la letra es la misma quehay en una tarjeta que Jeannie llevó alclub Tempo.

—Conocía el club desde que era un

Page 546: El Atracador de Mujeres

crío. Imaginé que podía servir detapadera si Molly sospechaba algo.Bert, yo… —Dudó un momento—. Nopuedes probar nada con lo de la letra.¿Qué pasa si yo niego…?

—Tenemos la prueba quenecesitamos, Peter.

—No tienes una maldita…—Tenemos la huella de tu pulgar en

las gafas.Bell guardó otra vez silencio. De

pronto, como si las palabras le salierandel alma, gritó:

—¡La amaba!—Y ella te amaba, y la pobre niña

tenía que esconder su amor como unaladrona. Y como un ladrón, Peter, le

Page 547: El Atracador de Mujeres

quitaste la vida.—Bert, escucha, ya está muerta.

¿Qué importa ya? ¿No se podría…?—No.—Bert, ¿cómo se lo voy a decir a

Molly? ¿Sabes el daño que le va ahacer? Bert, ¿cómo voy a decírselo?Bert, dame tiempo, por favor, ¿cómo voya decírselo?

Bert miró fríamente a Bell.—Tú te lo has buscado —dijo al

cabo—. Vamos.

Page 548: El Atracador de Mujeres

Capítulo 19

El lunes por la mañana, 25 deseptiembre, Steve Carella irrumpió en laSala de Detectives con muchas ganas detrabajar.

—¿Dónde demonios está todo elmundo? —exclamó—. ¿Dónde está micomité de recepción?

—Caramba, caramba —dijo

Page 549: El Atracador de Mujeres

Havilland—. Mira quién ha vuelto.—El héroe que regresa de la guerra

de Troya —comentó Meyer.—¿Cómo te ha ido, muchacho? —

preguntó Patillas.—De maravilla —aseguró Carella

—. Se está de maravilla en los Poconosen esta época del año.

—Se está de maravilla en cualquierparte —recordó Meyer—. ¿No lo habéisoído?

—Sois una pandilla de locos cotillas—dijo Carella—. Ya lo sabía, pero estolo confirma.

—Pues tú eres como nosotros —advirtió Meyer—. Somos tus hermanos.

—¡Hermano! —exclamó Carella—.

Page 550: El Atracador de Mujeres

¿A qué os habéis dedicado durante todoel mes? ¿Sin pegar golpe y cobrando elsueldo?

—Oh —informó Meyer—, hanpasado algunas cosas.

—Cuéntale lo de los gatos —tercióPatillas.

—¿Qué gatos? —preguntó Carella.—Ya te lo contaré después —

respondió Meyer pacientemente.—Tuvimos un homicidio —informó

Havilland.—¿Sí?—Sí —afirmó Patillas—. Y tenemos

un nuevo detective de tercer grado.—Ah, ¿sí? ¿Un traslado?—No. Un ascenso. Salido de las

Page 551: El Atracador de Mujeres

filas.—¿Quién?—Bert Kling, ¿lo conoces?—Claro que lo conozco. Bien por

Bert. ¿Qué ha hecho? ¿Rescatar a lamujer del comisario?

—Oh, apenas nada. No pegar golpey cobrar el sueldo.

—¿Qué tal la vida de casado? —preguntó Havilland.

—Una maravilla.—Esos gatos de que hablaba George

—comentó Meyer.—¿Sí?—Algo tremendo, créeme. Uno de

los casos más difíciles que ha tenido elTreinta y tres.

Page 552: El Atracador de Mujeres

—¿Bromeas? —dijo Carella. Fuehasta la mesa de Havilland y se sirvióun café de la cafetera que había allí. Lasala parecía cálida y amistosa y, depronto, se alegró de haber vuelto altrabajo.

—Qué cosa tan tremenda —explicóMeyer con paciencia—: Cogieron altipo, ya sabes, al que iba robando gatos.

Carella sorbió el café. La luz del solse filtraba por las ventanas enrejadas.Fuera, la ciudad despertaba a la vida.

Empezaba otro día de trabajo.

Page 553: El Atracador de Mujeres

ED McBAIN fue el seudónimo queutilizó Evan Hunter (Nueva York, 1926 -Weston, Connecticut, 2005) a partir de1956. Nacido bajo el nombre deSalvatore Albert Lombino, adoptólegalmente el nombre de Evan Hunter en1952.

Page 554: El Atracador de Mujeres

Evan Hunter prácticamente inventó lanovela basada en las comisarías deEstados Unidos con su descarnada serieDistrito 87, que presentaba a toda unabrigada de policía como protagonista.

En una carrera de 50 años, Hunter, enocasiones como Ed McBain y en otrasutilizando otros seudónimos, escribió ungran número de novelas, historiascortas, obras y guiones cinematográficosde gran éxito.

Con la publicación de Cop Hater en1956, la primera de las novelas deDistrito 87, llevó la ficción policíaca aun nuevo terreno más realista, querompía de forma radical con un formato

Page 555: El Atracador de Mujeres

que dependía de detectives cultos yaristocráticos que trabajaban solos y setomaban su tiempo para resolver uncaso. Fue en 1954 con Semilla demaldad, una novela un tantoautobiográfica sobre un joven profesorcuyos ideales se ven destruidos cuandole destinan a un instituto urbano deformación profesional.

Durante muchos años, las firmas EvanHunter y Ed McBain se mantuvieronestrictamente separadas para evitarcualquier confusión o impacto quepudieran sufrir los lectores de las obrasserias de Hunter cuando se vieranexpuestos al «caos, la sangre y la

Page 556: El Atracador de Mujeres

violencia» que eran la pasión de EdMcBain.

Más tarde, el autor reconoció una fusiónde los estilos literarios queanteriormente había consideradodistintos. Evan Hunter y Ed McBain seestán convirtiendo en uno, declaró en1992 y en 2001 ambos escribieron lanovela Candyland.

Otros seudónimos utilizados por EdMcBain son: S.A. Lombino, RichardMarsten, D.A. Addams, Hunt Collins,Curt Cannon, Ezra Hannon, John Abbotty Ted Taine.

Page 557: El Atracador de Mujeres

Notas

Page 558: El Atracador de Mujeres

[1] Fat: en inglés, gordo, grasiento. (N.del T.). <<

Page 559: El Atracador de Mujeres

[2] Las palabras en cursiva aparecen enespañol en el original. (N. del T.). <<

Page 560: El Atracador de Mujeres

[3] En español en el original. (N. del T.).<<

Page 561: El Atracador de Mujeres

[4] En español en el original. (N. del T.).<<

Page 562: El Atracador de Mujeres

[5] En inglés, Kling the King, juego depalabras intraducible. (N. del T.). <<