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cuadernos El dios violento, según el Caín de Saramago Harold Segura C. Edesio Sánchez Cetina Prólogo escrito por Plutarco Bonilla A. n9 lu pa

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Harold Segura - Edesio Sánchez | 1

cuadernos

El dios violento,según el Caínde Saramago

Harold Segura C.Edesio Sánchez Cetina

Prólogo escrito por Plutarco Bonilla A.

n9

lupa

2 | El dios violento, según el Caín de Saramago

Cuadernos deAteneo Teológico - Lupa Protestante

El dios violento,según el Caín de Saramago

© Por los respectivos textos:Plutarco Bonilla, Harold Segura y Edesio

Sánchez

Dpto. de publicaciones deAteneo Teológico - Lupa Protestante

Diseño y maquetación:Ateneo Teológico

wwww.ateneoteologico.orgwww.lupaprotestante.com

Barcelona - Catalunya - España2010

lupa

Harold Segura - Edesio Sánchez | 3

El dios violento,según

el Caín de Saramago

Harold Segura C.Edesio Sánchez Cetina

4 | El dios violento, según el Caín de Saramago

ÍNDICE

Ateo, ¿respecto de qué o de quién? | Plutarco Bonilla A. ................. 5Caín y el dios violento, de Saramago | Harold Segura C. ................. 8Violencia en la Biblia | Edesio Sñanchez Cetina ............... 20

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Ateo, ¿respecto de qué o de quién? Plutarco Bonilla

Saramago, a cuyas virtudes como eximio escritor no es necesario añadir elogios, se nos presenta, al ver el conjunto creador-creación, como personaje un tanto paradójico.Comunista por convicción -aunque libre de ataduras sectarias, lo que le permitió mantener íntegro su espíritu crítico-, se confesaba asimismo ateo. Afirmaba, en efecto, creer que Dios no existe. Y como no existe, tampoco existe, para él, la irreverencia. Esta lo será para los que sí creen en la divinidad.No obstante, en dos de sus libros, muy conocidos –Caín, el último que escribió (2009), y el publicado dieciocho años antes, El evangelio según Jesucristo (1991)- el tema religioso no es ni tangencial ni secundario, pues se constituye en el núcleo que le da sentido a las respectivas tramas de dichos textos. En cuanto al segundo de los libros mencionados, el mismo título es suficientemente elocuente, aunque lo son más las palabras que se registran al final de la obra, cuando se dice que hay que perdonar a Dios, porque es él quien no sabe lo que hace.En Caín, Dios y Caín (o, como suele escribir el autor: “dios” y “caín”, son los personajes centrales, los protagonistas del drama. Podría decirse que toda esta obra, en la que el hijo de Adán y Eva es misteriosamente transportado por diversas épocas y a diferentes escenarios geográficos, no es más que el diálogo, frecuentemente erizado y lleno de acusaciones mutuas, entre Dios y Caín. O quizás sea, tal como sostiene el narrador desde una perspectiva más amplia, la expresión literaria de que “La historia de los hombres es la historia de sus desencuentros con dios, ni él nos entiende a nosotros ni nosotros lo entendemos a él” (pág. 98).

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Y el narrador se ha definido a sí mismo con estas palabras: “simples repetidores de historias antiguas que somos” (pág. 113).¿Cómo conjugar el ateísmo confeso de Saramago con esta cuasi obsesión con Dios, de quien ha dicho que en la sociedad actual no es él “un” problema sino “el” problema?Material hay, en la prolífera pluma del Premio Nobel de 1998 para llenar una buena cantidad de páginas con el análisis del tema de la presencia de Dios en la obra de este autor. Pero no va por ahí nuestra intención.Proponemos aquí un cuasi descabellado ejercicio, como especie de hipótesis de trabajo. Hagamos que don José Saramago, por arte de la imaginación poética, sea un cristiano que se siente horrorizado por la violencia que observa a su alrededor, especial pero no únicamente en el plano internacional. El horror se le transforma en escándalo por cuanto buena parte de esa violencia se ejerce en nombre de Dios (llámese a este como se le llame). Va don José a la Biblia, que conoce bastante bien, y luego escribe este libro: Caín. Puesto que, en esa nuestra fantasía literaria, el autor no ha renegado de su fe cristiana, ¿cómo habríamos de interpretar su novela?En esta perspectiva de la imaginación, propondríamos considerarla como escrito irónico, incluso sarcástico, en el que el autor se estaría burlando de las interpretaciones literales de los pasajes bíblicos que hablan de la violencia -de la exagerada violencia- de Dios. Sería, consecuentemente, un intento de dilucidar a dónde nos llevaría tal tipo de exégesis bíblica.En efecto, las irreverentes preguntas y afirmaciones que el autor pone en labios de Caín, ¿no serían, acaso, el resultado natural de interpretar a la letra esos textos? La justificación teológica que hoy se hace de la violencia, ¿no es resultado de esa misma exégesis? Es más, el ateísmo de Saramago, ¿no sería ateísmo respecto de esa clase de dios? El teólogo checo Hromadka lo expresó hace mucho tiempo: el cristiano es ateo en cuanto que niega a los falsos dioses.El presente cuaderno está dedicado al tema de la violencia: por una parte, el Prof. Harold Segura, director de relaciones eclesiásticas de Visión Mundial, nos brinda una excelente y bastante completa síntesis, escrita con seriedad y gracia, del último libro que publicó Saramago. Concluye su exposición planteando algunas preguntas de candente

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actualidad, para que las conteste un biblista. Por otra, recogió el guante el Dr. Edesio Sánchez Cetina, consultor de traducciones de Sociedades Bíblicas Unidas, especialista en Antiguo Testamento. El Prof. Sánchez resume aquí algunas de las respuestas que se han dado y luego nos ofrece la suya propia.Y ¿qué cristiano negaría hoy -cuando cerramos la primera década de un siglo que comenzó, contradictoriamente, al sonido de campanadas que anunciaban felicidad y paz y de bombas que producían muerte- que este tema es de vital importancia para la vida de la iglesia y su misión evangelizadora?Nos atreveríamos a afirmar que de esta doble presentación -”provocación” y “respuesta�”-se desprende una gran lección: tenemos que revisar nuestra comprensión del texto bíblico.

Plutarco Bonilla A. | Costa Rica | Julio, 2010

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Caín y el dios violento, según Saramago - Harold Segura

«Sólo un buen ateo puede ser un buen cristiano»Ernst Bloch

Preguntas para el biblistaEsta breve presentación de los pensamientos de José Saramago acerca de la violencia de Dios en su última novela surgió de manera espontá-nea en un encuentro de amigos donde estaba presente el Dr. Edesio Sánchez Cetina. Esa mañana me correspondió en turno la preparación del desayuno, y a Edesio, como anfitrión, la tarea de orientarme dónde estaban los utensilios de la cocina y cómo encender la estufa de gas. Así fue. Entre la preparación del desayuno para los doce comensales y las instrucciones domesticas hablamos de Caín, el nuevo libro de Saramago. Yo había estado en Barcelona durante los días de la presentación del libro y lo había leído en mi viaje de regreso. De modo que traía frescos los cuestionamientos bíblicos del autor y lo que estaba buscando era en-contrarme con un experto que se dejara provocar y comenzara a disparar respuestas automáticas. En realidad eso era lo que quería: tomar por sorpresa al biblista y am-pararme tras el Nobel para pasar unos minutos de aprendizaje divertido. Pero ya ustedes, al verme hoy aquí haciendo esta exposición podrán imaginar lo que pasó. Edesio aplazó las respuestas diciéndome que le prestara el libro (aún no estaba en las librerías de Costa Rica) y me invitó

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a que preparara una breve presentación con los principales cuestiona-mientos del autor y los trajera a una de las reuniones mensuales progra-madas por la Sociedad Bíblica de Costa Rica. Yo haría de Saramago y Edesio haría de Edesio (reconocido traductor y profesor de la Biblia). La idea me pareció atractiva y aquí estoy hoy pagando por mis deseos de escuchar sus respuestas.Mientras estaba escribiendo estas líneas recibí la noticia de la muerte del admirado José Saramago. Siendo la 1:45 de la tarde del 18 de junio falleció a la edad de 87 años en su casa de Lanzarote (Islas Canarias, España), donde residía desde 1991. Vayan estas palabras como home-naje a su memoria. En la primera parte haré una breve ―muy breve― presentación de Sa-ramago y mencionaré el título de las novelas publicadas en los últimos años. Después me detendré en su último título, Caín. Mostraré la forma como se desarrolla la obra ―sin pretensiones de hacer un análisis lite-rario y menos una crítica teológica― intentando mostrar cuáles son y de qué manera se presentan las acusaciones contra la «violencia de Dios» y contra el «egoísmo infinito» del Señor. No ofreceré respuestas; sólo preguntas provocadoras; las que aparecen en Caín, que son muestra perfecta de la extraordinaria irreverencia literaria del Nobel portugués.

Único Nobel portuguésSaramago fue autor de 17 novelas, numerosos ensayos y artículos pe-riodísticos, cuadernos autobiográficos y libros de poesía. La Academia de Estocolmo reconoció su labor intelectual y literaria al concederle el merecido Premio Nobel de Literatura en 1998. Seis novelas más vinieron después del premio: La Caverna (2000), que parte del mito platónico para hacer una crítica al consumismo de nuestra época; El hombre duplicado (2002), en la que explora la angustia del ser humano moderno perdido entre la muchedumbre masificada; Ensayo sobre la lucidez (2004), una novela llena de humor y de ironía en la que denuncia los límites de la democracia; Las intermitencias de la muerte (2005), una parábola en la

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que intenta demostrar con la maestría de siempre la corta distancia que existe entre lo momentáneo y lo eterno, entre la vida y la muerte; y su última novela, Caín, quizá la más irreverente y provocadora de todas las suyas; sobre ella nos detendremos ahora.

Caín, la novelaEn El Evangelio según Jesucristo Saramago había ofrecido su visión par-ticular, por cierto también provocadora, del Nuevo Testamento y había expuesto sus preguntas lapidarias acerca del Dios de la Biblia, un Dios, según él, que quiere la sangre redentora y la muerte vicaria para resta-blecer el equilibrio del mundo. En Caín, el tema pertenece al Antiguo Tes-tamento; cambia de texto, aunque no de preguntas. Su cuestionamiento, en mi opinión, es más profundo y agudo. Con el mismo sarcasmo y el refi-nado humor literario que caracteriza su obra se pregunta «¿Qué diablo de Dios es éste que, para enaltecer a Abel, desprecia a Caín?» Plantea «un irónico y mordaz recorrido en el que el lector asiste a una guerra secular, y en cierto modo, involuntaria, entre el creador y la criatura»1. El mismo autor confiesa su atrevimiento desde las primeras páginas de su obra. Advierte: «Antes de proseguir con esta instructiva y definitiva historia de caín a la que, con nunca antes visto atrevimiento, arrimamos el hombro» (C:15). Y sí que lo arrima y con qué pericia.. El asesinato de Abel por parte de Caín trascurre sin grandes variaciones a la vieja historia conocida. Caín le pide a Abel que lo acompañe a un valle «y allí, con sus propias manos, lo mató a golpes con una quijada de burro que había escondido antes en un matorral, o sea, con alevosa pre-meditación». A partir de ese momento se entabla la polémica entre Caín y el creador: «Qué has hecho con tu hermano, preguntó, y caín respondió con otra pregunta, Soy yo acaso el guardaespaldas de mi hermano, Lo has matado, Así es». Aceptada la culpa se introduce, entonces, lo novedoso de la historia: el

1 José Saramago, Caín, Alfaguara, Madrid, (solapa), 2009. En razón de la extensa citación de Caín, lo citaré en el texto principal como C, indicando la página citada allí mismo.

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culpable deja de ser interrogado y pasa a ser el interrogador. Dios se defiende, pero Caín persiste en el juicio; un juicio inclemente en el que, al final de la historia, nadie salva al Creador. Lo he matado, reconoce Caín, pero de inmediato se resguarda y acusa: «pero el primer culpable eres tú», le dice a Dios, quien se defiende diciendo: «Quise ponerte a prueba». Caín entonces arremete: «Y quién eres para poner a prueba lo que tú mismo has creado». El asesino argumenta que Dios puede ser soberano de lo que él desee, menos del mismo Caín ni de su libertad. Es libre para matar, ya lo demostró, como libre fue Dios para dejar que matara a Abel. Así lo dice: soy libre…

Como tú fuiste libre para dejar que matara a Abel cuando estaba en tus manos evitarlo, hubiera bastado que duran-te un momento abandonaras la soberbia de la infalibilidad que compartes con todos los demás dioses, hubiera bas-tado que por un momento fueses de verdad misericordio-so, que aceptases mi ofrenda con humildad, simplemente porque no deberías rechazarla, porque los dioses, y tú como todos los otros, tenéis deberes para con aquellos a quienes decís que habéis creado(C:39-40).

Para el creador este es un discurso sedicioso. Caín lo acepta, pero aña-de que si él fuese Dios, «diría todos los días, Benditos los que eligieron la sedición porque de ellos será el reino de la tierra». La discusión eleva su tono hasta llegar a su clímax. Caín ha matado a su hermano Abel. Acepta que es el asesino, pero tiene algo más que decir. Dios le pide que lo diga. Caín le advierte: «No te va a gustar lo que vas a oír»; eso qué importa, responde Dios, y le pide que hable. «Es muy sencillo», le dice Caín, «maté a abel porque no podía matarte a ti, pero en mi intención estás muerto» (C:40). La historia transcurre. Dios acepta una parte de la culpa y hace un pacto con el transgresor, un acuerdo «de responsabilidad compartida por la muerte de abel». En ese acuerdo Caín andará errante, pero nadie podrá hacerle daño. El Señor toca la frente de Caín y hace una mancha negra que es señal tanto de condenación como de protección: «señal de que

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estarás toda la vida bajo mi protección y bajo mi censura, te vigilaré don-de quiera que vayas». Caín aceptó. Después de despedirse de Adán y Eva y de reconocer ante ellos su culpa en el trágico final de su hermano, Caín se puso en marcha sin rumbo definido. En su peregrinaje de errante sedicioso Caín fue trabajador im-provisado, fungió de amante esporádico, huyó de sorpresivos enemigos y comprobó en todas las pruebas la eficacia de la señal hecha por el Se-ñor en su frente. «A mí no se me puede matar» (C:73), respondía sereno ante cualquier peligro. En su errático vagar y montado en un burro llegó hasta tierras lejanas y conoció épocas aún no sucedidas. Deambuló, por ejemplo, por la historia de Abraham a quien conoció en el justo momento cuando se disponía a sacrificar a su hijo Isaac como inconcebible prueba de su fidelidad a Dios. Caín lo observó todo y no pudo comprender por qué el mismo Señor que lo había castigado por matar a su hermano fuera el mismo que ordenaba al patriarca matar a su hijo. «Lo lógico, lo natural, lo simplemente humano», dice el narrador externo, «hubiera sido que abraham mandara al señor a la mierda, pero no fue así» (C:88).Y es Caín quien salva a Isaac de la muerte y a Abraham de ser el primer «santo parricida». Cuando el padre levanta el cuchillo contra su hijo, una mano lo detiene; es la mano andariega de Caín. «Qué va a hacer, viejo malvado», lo increpa. «Ha sido el señor quien me lo ha ordenado», res-ponde Abraham. «Cállese», le pide Caín, «o quien mate aquí seré yo, desate ya al niño, arrodíllese y pídale perdón». Sorprendido el padre, pregunta: «quién es usted», a lo que responde nuestro personaje: «Soy caín, soy el ángel que le ha salvado la vida a isaac» (C:89). Y la historia continúa. Caín no entiende por qué razón serán bendecidos todos los pueblos sólo porque Abraham obedeciera «una orden estúpida». «Qué señor es ese que ordena a un padre que mate a su propio hijo» (C:91). Al final de este diálogo, Isaac, ya salvo, pregunta por qué el Señor le dio esa orden a su padre, y pregunta si el Señor haría eso con su propio hijo. «El futuro lo dirá», responde paciente el padre de la fe.Caín, en su burro, siguió su camino hasta parar en el próximo episodio de la historia, la torre de Babel. Le contaron lo sucedido y acusó al Señor

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de ser celoso y envidioso. «Los celos son un gran defecto», dijo, «en vez de estar orgulloso de los hijos que tiene, prefiere dejar que lo venza la envidia, está claro que el señor no soporta ver a una persona feliz, Tanto trabajo, tanto sudor, para nada, Qué pena, dijo caín, sería una bonita obra» (C:96). Por orgullo el Señor impidió que se construyera la torre y confundió la lengua de sus constructores. «La historia de los hombres» dice el narrador para cerrar el capítulo, «es la historia de sus desencuen-tros con dios, ni él nos entiende a nosotros ni nosotros lo entendemos a él» (C:98).Próxima parada: Sodoma y Gomorra. Abraham condujo a Caín a la casa de su sobrino Lot en el instante cuando comenzaba a caer fuego y azufre como resultado del castigo divino. Después de huir con Lot y su familia, ya de regreso, Caín dijo a Abraham: «Tengo un pensamiento que no me deja… Pienso que había inocentes en Sodoma y en las otras ciudades que fueron quemadas». A lo que respondió Abraham con firmeza: «Si los hubiera, el señor habría cumplido la promesa que me hizo de salvarles la vida». Caín replicó: «Los niños, los niños eran inocentes». Abraham mur-muró y su voz era como un gemido: «Dios mío». Pero Caín le contestó: «Sí, será tu dios, pero no fue el de ellos» (C:108).De Sodoma pasó, como por arte del tiempo infinito, al desierto del Sinaí. Una multitud impaciente aguardaba a Moisés quien se encontraba en la presencia del mismo Señor. Mientras tanto, el pueblo le pide a Aarón «haznos un dios que nos guíe porque no sabemos lo que le ha sucedido a moisés». Aarón satisface el deseo del pueblo y, tal cual lo sabemos por la narración bíblica, cuando regresa Moisés encuentra al pueblo rendido ante el ídolo. Moisés, siguiendo las órdenes del Señor ordena el juicio: que quien esté de parte del Señor tome su espada y vaya de puerta en puerta matando al hermano, al amigo o al vecino. La novela recoge la estadística bíblica de aquel episodio sangriento: como tres mil hombres muertos.

Caín no podía creer lo que estaba viendo con sus ojos. No bastaban Sodoma y Gomorra arrasadas por el fuego, aquí, en la falda del monte Sinaí, quedó patente la prueba

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irrefutable de la profunda maldad del señor, tres mil hom-bres muertos sólo porque le irritaba la invención de un supuesto rival en figura de becerro, Yo no hice nada más que matar a un hermano y el señor me castigó, quiero ver quién va a castigar ahora al señor por estas muertes, y luego continuó, Lucifer sabía bien lo que hacía cuando se rebeló contra dios, hay quien dice que lo hizo por envidia y no es cierto, es que él conocía la maligna naturaleza del sujeto (C:112).

Hubo otras historias de las cuales Caín no fue testigo presencial, pero que llegaron a sus oídos; todo esto no hizo más que enardecer su juicio. El episodio del diluvio con sus miles de muertos, el caso de las dos hijas de Lot quienes emborracharon a su padre para dormir con él y tener des-cendientes. Y así otros más: ejércitos degollados, las venganzas impla-cables contra los enemigos de Israel, mujeres y niños inocentes muertos por dondequiera y la matanza contra los seguidores de Baal. «Nada de esto sorprendía ya a caín», excepto el incidente del botín en la época del rey Eleazar (Números 31:21-54). Esto fue para Caín «una nove-dad absoluta». Dios reclamó los objetos de oro que cada soldado había encontrado en el saqueo de la ciudad y así, entre brazaletes, pulseras, anillos, pendientes y collares ofrecieron al Señor ciento sesenta kilos. En esta ocasión la acusación no sólo es por ser un Dios cruel, sino también avezado negociante y rico.

Todavía asombrado por la abundancia en ganado, escla-vas y oro, fruto de las batallas contra los madianitas, caín pensó, Está visto que la guerra es un negocio de primer orden, tal vez sea incluso el mejor de todos, a juzgar por la facilidad con que se adquieren en un visto y no visto miles y miles de bueyes, ovejas, burros y mujeres solte-ras, a este señor habrá que llamarle algún día el dios de los ejércitos, no le veo otra utilidad, pensó caín, y no se equivocaba. Es bien posible que el pacto de alianza que algunos afirman que existe entre dios y los hombres no

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contenga nada más que dos artículos, a saber, tú nos sir-ves a nosotros, vosotros me servís a mí (C:118).

Para Saramago, como narrador y «simple observador de los aconteci-mientos», Dios debe de estar avergonzado de todos estos acontecimien-tos, como también de ese otro de los niños inocentes de Sodoma, a los cuales el fuego divino consumió. ¿No será vergüenza lo que lo ha llevado a esconderse en columnas de humo, «como si no quisiese que lo vieran»? (C:119).Y así trascurre la parte final de la novela, entre sucesos conocidos para el común lector del Antiguo Testamento y encendidas denuncias de este Caín que no entiende al Señor ni se rinde ante sus pías explicaciones. Ni tiempo ni espacio le faltan al personaje para enumerar los sucesos que develan el rostro cruel, egoísta, insensible y violento de Dios. En la toma de Jericó, después de la maniobra de las murallas, murieron a espada hombres y mujeres, jóvenes y viejos, bueyes, ovejas y burros. Al embustero de Acab lo apedrearon y le prendieron fuego, a él y a todo lo que él tenía. Bajo el mando de Josué el pueblo se organizó para matar a doce mil hombres y mujeres, es decir, a toda la población de Ai (Hai); ahorcaron al rey en un árbol y después lo arrojaron a las puertas de la ciudad. Ante tanta mortandad, Caín exclama: «Me voy… ya no soporto ver tantos muertos a mi alrededor, tanta sangre derramada, tanto llanto y tantos gritos». Se marcha montado en su burro sin presenciar otras conquistas sangrientas; la de las ciudades de Maquedá, Libná, Laquis, Eglón, Hebrón y Debir. Caín decide deshacer el camino y regresar donde Lilith, mujer amante a la que había conocido en los primeros lugares donde habitó, en tierras de Nod. A ella le contó todo lo que había visto y vivido, aunque faltándole las palabras para narrar tanto horror: «Esto es lo que he visto», le dijo Caín, «y mucho más para lo que no me llegan las palabras» (C:141). A Lilith le pareció que estas experiencias, quizá, eran fruto de una elección del Señor, a lo que Caín respondió diciendo:

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No sé si fue elegido, pero algo sé, algo sí he aprendido. Qué. Que nuestro dios, el creador del cielo y de la tierra, está rematadamente loco. Cómo te atreves a decir que el señor dios está loco. Porque sólo un loco sin conciencia de sus actos admitiría ser el culpable directo de la muerte de cientos de miles de personas y se comportaría luego como si nada hubiese sucedido, salvo que, y pudiera ser, no se tratara de locura, la involuntaria, la auténtica, sino de pura y simple maldad (C:141).

Ya, casi al final de la jornada, Caín llega a la tierra de Uz; llega para pe-dir trabajo y lo consigue con el hombre más rico del lugar, el santo Job. Trabajando al servicio de éste se entera de lo que le sucede al paciente hombre. ¡Cuál no sería su sorpresa! Lo de la apuesta entre Satán y el Señor le parece incomprensible y lo califica como un juego sucio. Job es un hombre bueno, honesto y muy religioso, no ha cometido ningún crimen, pero va a ser castigado sin motivo alguno. De boca de Caín sale esta expresión: «si el señor no se fía de las personas que creen en él, no veo por qué esas personas tienen que fiarse del señor» (C:148).Caín se aleja de la tierra de Uz y deja atrás la historia de las desgracia de Job para encontrarse con Noé quien está construyendo junto a cuatro hombres y cuatro mujeres una enigmática arca. Caín quería saber si era un barco, un arca o una casa. Y en esas estaba, averiguando con los constructores, cuando se presentó el Señor en medio de un trueno en-sordecedor y de «relámpagos pirotécnicos». Mientras la familia de Noé se preparó para adorarlo, Caín se alistó para enfrentarlo. Le preguntó por la desgracia de Job, por la destrucción de Sodoma, por el castigo contra los adoradores del becerro en el Monte Sinaí, por lo de las murallas de Jericó y por lo de la torre de Babel, por las matanzas en conquista, por el sacrificio de Isaac. «Noé y su familia ya se habían levantado del suelo y asistían con asombro al diálogo del señor y caín, que más parecía el de dos viejos amigos que acababan de reencontrarse después de una larga separación» (C:164). Sólo faltaba que el Señor le dijera a Noé que el arca era para salvarlo a él y a su familia de un diluvio que se avecina-

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ba; un diluvio que acabaría con el resto de la humanidad. Y se lo dijo en presencia de Caín. Caín estuvo presente cuando Dios le dio las últimas instrucciones a Noé y, además, fue uno de los pasajeros del arca. Fue testigo privilegiado de lo que sucedió dentro del arca; fue el amante de las nueras del patriarca y después su asesino. Fue eliminando a todos sus compañeros de na-vegación uno a uno. Así como asesinó a Abel ahora lo hace con otros «y estas sus víctimas de ahora sólo son, como Abel lo fue en el pasado, otras tantas tentativas de matar a dios» (C:186), nos dice el narrador. Cuando el arca tocó tierra se oyó la voz del Señor llamando a Noé. Nadie respondió. Nadie quedó con vida. A todos los pasajeros los había matado Caín. Cuando Noé se enteró de la desgracia se suicidó por sugerencia del mismo hombre. «Noé, noé, por qué no sales», decía el Señor. Y salió Caín para sostener su último alegato con el Señor. Eres el malvado que mató a Abel, le dijo Dios. «No tan malvado e infame como tú, acuérdate de los niños de sodoma. Hubo un gran silencio». Discutieron por largo tiempo; no se sabe por cuánto. Y la novela se cierra con estas frases finales: «…la única cosa que se sabe a ciencia cierta es que siguieron discutiendo y que discutiendo están todavía. La historia ha acabado, no habrá nada más que contar» (C:189).

Discutiendo están todavíaSí, nada más que contar; sólo mucho qué preguntar: Saramago le pre-gunta a la Biblia; el Dios de la Biblia le pregunta a Saramago; Sarama-go riñe con la fe de los cristianos; los cristianos riñen con su propia fe cuestionada. Preguntas que van y preguntas que vienen. Mientras tanto, Saramago ya fallecido, sigue su discusión con el Señor, aunque quizá ahora como viejos amigos. No lo sé. Por ahora planteemos las pregun-tas que nos dejó el Nobel. Son interpelaciones acuciantes en un mundo donde la violencia sagrada, venga de donde venga y la justifique quien la justifique, resulta inaceptable, como inaceptable será el Dios que con su nombre sacralice la muerte de los inocentes y sirva como pretexto para

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el odio. En el fondo de la cuestión está el extenso debate que Saramago sostuvo con lo que él llamaba la intolerancia de las religiones organiza-das. Caín, al igual que El evangelio según Jesucristo, es un ejercicio literario apelativo al pensar teológico2. Es desde esta perspectiva, de admiración al trabajo literario de Saramago y de debate respetuoso a su provocación teológica, como se plantean a continuación algunas de las preguntas de su última novela3:La primera pregunta está relacionada con los sacrificios humanos: ¿Por qué siendo Dios un ser omnisciente pide pruebas de fidelidad a sus se-guidores y por qué esas pruebas, en algunos casos, incluyen sacrificios humanos? La segunda pregunta hace referencia a los castigos que impo-ne sobre personas inocentes: ¿Por qué el Señor castiga con la muerte a pueblos enteros incluyendo a niños y niñas inocentes? La tercera pregun-ta tiene que ver con la forma como el Señor impone su exclusividad sobre los otros dioses y hace cumplir su ley: ¿Por qué Dios ordena la lapidación de seres humanos por haber incumplido su ley o haber adorado a dioses diferentes?Dios, dice Caín, es un ser cruel con sus criaturas, violento con sus ami-gos, severo con sus enemigos y egoísta ante los demás dioses. No sólo es violento; también le gusta hacerse rico con el botín de los pueblos vencidos y hace amistad con el mismo diablo para destruir a sus hijos más queridos, como en el caso de Job. ¿Por qué el Señor castiga a Caín por la muerte de Abel si él mismo es culpable de tantas muertes? Escribía Saramago en una de sus columnas periodísticas que «Dios, habiendo sido siempre un problema, es ahora el problema» y que, por lo tanto, había que discutirlo, «antes de que nos volvamos locos todos. Aunque ¿quién sabe? Tal vez ésa sea la manera de que no sigamos

2 Cf. Carlos Eduardo Román Hernández, El evangelio según Jesucristo, de José Saramago: una apelación al pensar teológico, Universidad Javeriana, Facultad de Teología, Bogotá, 257 p. 3 Surgen muchas más preguntas y enfoques teológicos, pero aquí, por razón de propósito y de espacio nos concentramos solamente en tres que, en mi falible opinión, contienen el meollo del asunto que nos ocupa, la violencia sagrada.

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matándonos los unos a los otros»4. Bienvenida, entonces, la discusión. ¡A la salud de todos!

4 José Saramago, El cuaderno, Alfaguara, Bogotá, 2009, pp. 79-80.

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Violencia en la Biblia - Edesio Sánchez Cetina

Dios como sujeto agente de violencia

Con lo que acabamos de escuchar sobre la novela de Saramago, Caín, entramos de lleno al que quizá sea el mayor problema hermenéutico y teológico de la Biblia. Nadie aquí, supongo, cuestionará el hecho de que la Biblia está llena de relatos y textos que hablan de la violencia y, algunos, de extrema violencia (p. ej. Jue 19). Lo que a muchos incomoda, molesta y confunde es saber que en la Biblia, una importante cantidad de textos presentan a Dios como sujeto agente, originador e impulsor de la violencia. Varios ejemplos de esos textos aparecen, como hemos escuchado, en la obra de Saramago. Esa realidad no la podemos soslayar, pues los textos están allí, en la misma Biblia a la que reconocemos como Palabra de Dios.Para quienes gustan de datos estadísticos, aquí les va una corta lista sobre el tema de la violencia en la Biblia: 600 pasajes dicen expresamente que los pueblos, reyes e individuos atacan a otros y los matan; en cerca de 1000 pasajes se habla del hecho de que la ira de YHVH se enciende, que castiga con la muerte y la ruina, que juzga como un fuego devorador, que se venga y amenaza con la aniquilación; hay más de 100 pasajes que atestiguan que YHVH ordena matar a unos hombres (Barbaglio: 8-9).Ahora bien, la solución al problema expuesto no es tapando o ignorando esa realidad. Un buen número de cristianos y otros lectores de la Biblia

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siguen, el día de hoy, el ejemplo del célebre Marción: toman sus “tijeras” y sistemáticamente “cortan” los textos que les causan “cortos circuitos” en su lectura e interpretación de la Biblia. La iglesia de los primeros siglos y la actual ha decidido que esa no es la solución. Es nuestro deber meternos en el mundo epistemológico de la Biblia, en su cosmovisión, y encontrar las posibles lecturas que permitan “abrir algunas puertas” hacia una solución menos escandalosa y que mejor nos ayude a enfrentar el grave e imbatible problema de la violencia que hoy día se vive por doquier en nuestro mundo.Las primeras preguntas que se me ocurren para caminar por el sendero de la búsqueda de respuestas más satisfactorias son las siguientes: ¿Qué tipo de lectura vamos a hacer al adentrarnos al texto de la Biblia? ¿Cuál o cuáles son las vías más adecuadas? Mucho depende de nuestras concepciones sobre la revelación de Dios, la inspiración de las Escrituras, su autoridad y el método o métodos exegéticos más adecuados.

¿A dónde nos llevaría, por ejemplo, una lectura o interpretación literal de las Escrituras?La principal trampa que la mencionada obra de Saramago nos pone es precisamente esa, la de la lectura literal. Esa lectura literal—para Saramago no lo es, por supuesto, por la manera en la que introduce importantes variantes en las historias bíblicas—hace más chocante el tema de Dios como agente de violencia, y es sin duda una “sonora e hiriente cachetada” a la iglesia y a todos los que se apropian de “Dios” para justificar guerras y genocidios en nombre de la religión, la fe y la divinidad. En su obra, Espejos (8), Eduardo Galeano ofrece el siguiente texto:

Dice la Biblia de Jerusalén que Israel fue el pueblo que Dios eligió, el pueblo hijo de Dios.Y según el salmo segundo, a ese pueblo elegido le otorgó el dominio del mundo:

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Pídeme, y te daré en herencia las naciones yserásdueñodelosconfinesdelatierra.Pero el pueblo de Israel le daba muchos disgustos, por ingrato y pecador. Y según las malas lenguas, al cabo de muchas amenazas, maldiciones y castigos, Dios perdió la paciencia.Desde entonces, otros pueblos se han atribuido el regalo.En el año 1900, el senador de los Estados Unidos, Albert Beverdige, reveló:—Dios Todopoderoso nos ha señalado a los Estados Unidos como su pueblo elegido para conducir, desde ahora en adelante, la regeneración del mundo.

¡Y de qué manera lo han hecho esta nación y otros pueblos del mundo, en mayor o menor proporción! Sobre este tema, Jon Sobrino nos ofrece el último capítulo de su obra, Terremoto, terrorismo, barbarie y utopía: El Salvador, Nueva York, Afganistán (193-222).¿No es verdad que, por lo general, quienes apoyan y realizan las guerras y genocidios en nombre de “Dios/dios” son también los que se apegan a una lectura literal de sus libros sagrados? Se sabe que quienes más han apoyado las guerras de Estados Unidos contra varios países y grupos de personas en el mundo pertenecen, comúnmente, al protestantismo fundamentalista. En estos grupos, la lectura literal de la Biblia tiene, por lo general, su sustento en la creencia de una revelación proposicional divina y de una inspiración verbal (letra por letra y palabra por palabra).En efecto –y esta es mi manera de pensar–, una lectura literal de la Biblia nos mete en mayores problemas y no nos ofrece solución alguna. No cabe duda de que muchos cristianos, bien intencionados, encuentran profundamente escandalosa la obra de Saramago, y reaccionan con vehemente cólera por tan irreverente escritor. Pero considero que es más escandalosa la práctica de la violencia en nombre de Dios o de la religión, justificada por una lectura literal e ingenua (?) de la Biblia que la

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irreverente confrontación y acusación contra Dios que se atreve a hacer Saramago, porque lo hace, como él dice, “desde la libertad y no desde la fe”.

O, ¿a dónde nos lleva el camino de la “Escuela de la historia de la religión” en la que se destacan mentes como Wellhausen y pensadores de finales del siglo XIX y principios del XX?En esta escuela, la base del conocimiento la forman la objetividad y el relativismo. El racionalismo y la filosofía evolucionista fueron sin duda las “nodrizas” de esta escuela hermenéutica. Esta manera de leer la Biblia, considero yo, comete el mismo pecado que la “literalista”. Ambas se apoyan en el “hecho histórico bruto”; y su objetivo es demostrar que lo que dice la Biblia sí ocurrió tal como se narra en ella o rechazar tal conclusión y reenfocar ese evento hacia “momentos” —lo fundamentalmente cierto—que encajen dentro de la “historia universal” en una lectura, por lo general, evolucionista: “de lo más primitivo e incompleto hacia lo más evolucionado y perfecto”. Karl Barth fue el primero y más importante crítico de esta escuela y, como dice Walter Brueggemann, “Barth creó la retórica y proporcionó un espacio donde podían realizarse afirmaciones normativas (es decir, “verdaderas”) sobre la fe bíblica, sin que estas fuesen dictaminadas a partir de la epistemología naturalista de la autonomía… La afirmación de Barth de la realidad de Dios es un ejercicio de retórica audaz, de modo que, para Barth, la realidad está profundamente enraizada en el lenguaje” (TAT: 32).

¿Con qué acercamientos hermenéuticos o lecturas nos quedamos para la búsqueda de alternativas más viables?En las últimas décadas del siglo pasado surgieron nuevas formas de leer la Biblia a partir del método retórico (lectura literaria de la Biblia) y de los aportes de la sociología (lectura social de la Biblia). Para lo retórico

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o literario, me viene a la mente de manera especial Paul Ricoeur; y para lo sociológico, Geoge Mendenhall, Norman K. Gottwald y Walter Brueggemann.En esta lectura, el choque se produjo entre el grupo procedente de Egipto y grupos de campesinos y personas marginadas de la sociedad cananea, por una parte, y las ciudades-estado establecidas en territorio de Canaán, por la otra. La nueva arqueología, que es más bien etnoarqueología (1965 en adelante) no solo ha estudiado los centros urbanos (prioridad de la escuela arqueológica norteamericana de la entre-guerras), sino también los asentamientos humanos de las llamadas “aldeas” (poblaciones sin la protección de las murallas que sí aparecen en las ciudades-estado). De acuerdo con esta nueva arqueología, cerca del 90 % de la población vivía en los pequeños asentamientos (de unas 150 personas) y el 10 % en las ciudades amuralladas. Los descubrimientos y estudios de tales centros urbanos manifiestan que más del 75 % del espacio físico lo ocupaban edificios “públicos” (templos, palacios, caballerizas, graneros, tanques de agua, etc.) y el espacio restante para vivienda (de los terratenientes y poderosos, pertenecientes a la realeza y a las élites religiosas y militares). Como se sabe, la mayoría de los habitantes de las ciudades tenían casas y familias en otros lugares, por lo que la ciudad fue más refugio para ellos que lugar de vivienda permanente.¿Qué explica todo esto? Bueno, permite que se entienda, en parte, que las “matanzas” ordenadas por Dios de los habitantes de estos centros urbanos (ciudades-estados) eran contra las fuerzas imperiales que por décadas habían oprimido y esclavizado a la mayoría de la población, y que su derrota traería la libertad y espacios de vida más plena para todos aquellos campesinos y para la población marginada. En realidad, como se ha indicado por la nueva arqueología, lo que se destruía era más maquinaria del poder imperial que vidas inocentes, como tradicionalmente se ha indicado cuando se “acusa” al Dios de la Biblia de Dios injusto y vengativo. Sobre este tema, puede consultarse mi comentario al capítulo 2 de Josué (Comentario Bíblico Latinoamericano-I. Verbo Divino).En conclusión, se puede afirmar, desde este acercamiento hermenéutico,

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que las guerras de YHYH son guerras que responden al encuentro de dos fuerzas militares bien dispares, y en las cuales el elemento “milagroso” se manifiesta de manera más abundante en los contextos de mayor vulnerabilidad del pueblo que ha sufrido opresión y vejación. Por ello, no es nada sorprendente que en los textos de Deuteronomio y Josué donde se habla de esos encuentros, por lo general se indique que los habitantes de las ciudades-estado sean descritos como “gigantes” (no seres humanos comunes y corrientes).Y esto nos lleva a la segunda lectura, la retórica o literaria. En esta respuesta o propuesta, opto por lo que he llamado “una lectura de las Escrituras desde la perspectiva infantil”: la perspectiva desde el vulnerable que, en su vulnerabilidad, crea nuevas alternativas de acabar con la violencia y de construir un mundo más justo y de vida. La hago para resaltar, sobre todo, lo que se conoce, sobre todo en círculos donde se habla de la vía no violenta, como “la tercera vía”. Entonces, si se habla de una “tercera vía”, se debe de hacer referencia a las otras “dos vías”.La primera, es la del statu quo, la de la sociedad y cultura tal como la conocemos y en la cual estamos inmersos, con toda su realidad de vida basada en el consumismo, el materialismo, el individualismo y el hedonismo: este mundo tal como lo definen y describen y conforman los grandes poderes mundiales (gobiernos poderosos, multinacionales, grandes empresas que se han adueñado de los medios de comunicación masiva). La segunda vía es la opción más natural y prioritaria: la que se elige para “salvar el pellejo”, el “sálvese quien pueda”. Es decir, la solución que buscamos y encontramos cuando la primera vía nos es adversa, nos aplasta, y trata de quitarnos la vida. A veces, la solución es peor que la realidad: escapar hacia lugares que parecen una mejor opción, aislarse y “cobijarse” bajo expresiones religiosas, etc. Es decir, opciones que quizá resuelvan la crisis en la que se vive, pero de manera individualista, personal y familiar.En la Biblia tenemos, sin lugar a dudas, casos en que se optó por una u otra “vía”. Por ejemplo, lo que se dice en el primer capítulo del libro

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de Rut. Los personajes de ese libro viven en una de las épocas más horrendas y violentas de la historia de Israel: la época de los jueces. En Israel hay divisiones, idolatría, violencia y falta de alimentos. ¿Qué hacer ante tal situación? La primera vía es precisamente esa: mantener la sociedad, sus gobernantes y líderes, que son los que han creado ese estado de vida invivible. La segunda opción o vía es lo que hicieron Noemí, Elimelec y sus dos hijos: huir al país que “mejores” oportunidades les ofreciera, aunque fuera, como el mismo libro de Jueces constata, una de las fuerzas enemigas que habían socavado la paz de Israel.Pero la tercera vía, lo que llamo también “las sorpresas de Dios”, la da, no un miembro de la familia judía—del reconocido pueblo de Dios—sino una mujer, extranjera, pagana y viuda, como lo fue Rut, la moabita. Ella, de acuerdo con el relato del libro, es a fin de cuentas, verdadero miembro del pueblo de Dios. Ella es la que sí manifiesta creer y confiar en YHVH y la que provee respuestas liberadoras y vivificantes a Noemí, que es quien, en el libro, representa al pueblo de la elección y de la alianza. Rut se muestra libre de etnocentrismos y dogmatismos; la mueve la solidaridad y el anhelo de ser instrumento para que otros y otras encuentren espacios de vidas más plenas y justas. Como resultado de la acción de Rut, no solo ella y su suegra consiguen la restauración de sus vidas, sino que abre una cadena de posibilidades que encuentran su clímax en el nacimiento del Mesías (cf. Mt 1., de Jesús de Nazaret y, de él, a todos los que somos herederos del don salvífico de Dios y de su gracia). Esta y muchas historias más en el Antiguo Testamento —creadas y producidas por literatos y poetas trascendiendo el dato histórico llano y concreto para desvelarnos nuevos mundos y nuevas posibilidades esperanzadoras—, muestran que las verdaderas “respuestas” de Dios a la maldad y crisis de este mundo, son esas “terceras vías”, “esas salidas o encuentros sorpresivos de Dios”.Todas esas posibilidades sorpresivas encuentran su punto de llegada—que es, a la vez, de salida—en la visión profética, utópica y esperanzadora del verbo poético de Isaías 11.3-6. Aquí se habla, por supuesto, de juzgar, de castigar, de aniquilar a los malvados y violentos. Pero el sujeto

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aniquilador—llamado y levantado por el mismo Dios—no es el guerreo armado hasta los dientes que usa instrumentos de guerra sofisticados, sino el de un “nuevo rey” cuyo perfil pone patas arriba los conceptos tradicionales del monarca y del gobernante:

No juzgará por las apariencias,ni se guiará por los rumores,pues su alegría será obedecer a Dios.Defenderá a los pobresy hará justicia a los indefensos.Castigará a los violentos,y hará morir a los malvados.Su palabra se convertirá en ley.Siempre hará triunfar la justicia y la verdad.Cuando llegue ese día,el lobo y el cordero se llevarán bien,el tigre y el cabrito descansarán juntos,el ternero y el león crecerán uno junto al otroy se dejarán guiar por un niño pequeño (TLA).

De acuerdo con este texto, “la palabra” de este nuevo rey, personificado en un niño, será su arma más poderosa. De allí que a este texto se le deba unir el Salmo 8 que centra su mensaje en la “gloria” del ser humano. Pero de un ser humano no visto desde la perspectiva del adulto, sino desde la del niño:

Con las primeras palabrasde los niños más pequeños,y con los cantosde los niños mayores

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has construido una fortalezapor causa de tus enemigos.¡Así has hecho callara tus enemigos que buscan venganza! (Sal 8.2, TLA).

Son las palabras y los cantos infantiles el arma con la que Dios destruirá o se enfrentará a los enemigos y violentos. ¡Ya no son los adultos, grandes y poderosos, lo que tienen el liderazgo para “dialogar” con Dios o para afrontar la maldad y vencer al enemigo! ¡Son los niños! Así, lo que sigue del salmo y la afirmación de la sujeción de todo lo creado bajo el liderazgo del ser humano queda definido por ese nuevo sesgo o pista: los niños. Son ellos y los que son como ellos los que redefinirán y crearán un nuevo mundo, una nueva realidad.Desde esa perspectiva, se pueden leer textos como los de Deuteronomio y Josué, lugares donde se habla de guerras y violencia destructiva contra los pueblos “enemigos”. Porque no se habla de las acciones de fuerzas militares adultas, sino de gente militarmente débil, vulnerables todos por el contexto pasado y presente de sus vidas. Para estos, sus armas no son las que poseen las fuerzas imperiales de las ciudades-estado, sino la fuerza de la palabra, del lenguaje, de las historias. Con ellas se “destruye” al enemigo; con ellas “se crean nuevos espacios de vida”, “nuevos mundos”.El libro de Josué, que mira un momento de la historia de Israel desde la óptica del libro de Deuteronomio, es una obra en la se respira, en toda ella, un ambiente litúrgico y festivo, es decir, lúdicro. En él, la ironía, el humor y la sorpresa ocupan un lugar privilegiado. Para mí, es uno de los libros de la Biblia donde Dios aparece como un gran juguetón. Se burla del enemigo y se ríe de las autoridades de su pueblo que quieren hacer las cosas a su manera, a lo adulto. Los personajes favoritos de su historia no son los generales de guerra ni las autoridades religiosas de la nación, sino una prostituta (cap 2) y los gabaonitas (cap. 9): un pueblo vulnerable que salvó el pellejo por su astucia e ingeniosidad. Los antihéroes son los ricos y poderosos que viven entre las murallas de las ciudades estado, y

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Acán, aquel soldado que ávido de poder y riquezas quiso quedarse con las “fichas” del juego.Y es exactamente en el contexto de la conquista de las grandes ciudades estado donde Josué usa el vocabulario más sanguinario y destructivo del mensaje bíblico. ¿Sucedió eso realmente como lo narra el texto bíblico? Realmente no lo sé. La arqueología bíblica y los trabajos de eruditos de la talla de Martin Noth han repetido una y otra vez que la narración bíblica dista mucho de la realidad de la ocupación de la tierra prometida. Los descubrimientos arqueológicos constatan que los estratos pertenecientes al siglo XII a. C. de ciudades tales como Jericó, Hai, Hazor, etc., no indican que fueron destruidas por guerra o fuego. No se han encontrado montones de restos humanos u otros testimonios que “apoyen” aquellas terribles matanzas. Es probable que el mismo lenguaje sea el creador de las “realidades” que narran los relatos; pero, ¡qué historias tan horrendas! En verdad, así lo son. Tómese en cuenta, sin embargo, que la intensidad de lo horrendo sube en proporción a la fuerza destructiva de quienes detentan la riqueza y el poder. Recuérdese lo que hemos dicho de la fuerza de la palabra con la cual se destruye a los malvados y se crean nuevos mundos, nuevas realidades. El poeta o narrador, vocero del pueblo sencillo y vulnerable, otorga, por medio de sus poemas y relatos, voz y fuerza a aquellos a quienes se les ha arrebatado. Aquí el lenguaje no cubre la verdad ni enaltece la mentira, sino que crea una realidad en la que el pobre, como dicen Ana (1 S 2.1-10) y María (Lc 1.46-55), es exaltado y el rico es humillado. Se crea un mundo donde, por fin, los desclasados y marginados, triunfan sobre los malvados y poderosos.En la introducción al libro Y vendimos la lluvia (título en inglés: “And We Sold the Rain”: xv), Jo Anne Engelbert cuenta una breve historia con la que los indígenas se burlan de la ridícula y ciega sed de riqueza y oro de los españoles, quienes estaban dispuestos a todo por conseguirlos. Y luego la comenta:

Con ojos radiantes, los españoles se aferraronfirmementedelosladosdelaenormecanasta que los descendería hacia los dorados

30 | El dios violento, según el Caín de Saramago n9 tesoros que jamás habían visto; así les habían asegurado los indios. Con toda la paciencia del mundo,yconelrostroreflejandounasatisfacciónsin límite, los indios deslizaron las sogas hasta que las altas temperaturas del volcán las convirtieron en hilachas, y los españoles se precipitaron sin obstáculos hacia el deseo de su corazón.

Este relato fantástico se narró una y otra vez en América Central hasta que se convirtió en historia, en virtud de la verdad que encarnaba: un relato obligado, inventado a fuerza de ingenio y voluntad para asegurar la supervivencia.Estos relatos abrieron, por toda América Central, la posibilidad para disentir y contrarrestar la fuerza de los mitos piadosos, las homilías coloniales y los empalagosos cuentos patriarcales. Así, la imaginación mantuvo vivas la esperanza y la dignidad a través de relatos que surgieron al margen del discurso oficial. En estos relatos, como con los chistes políticos con los que el pueblo se venga de sus malos gobernantes, el conejo siempre se burla del chacal y el humilde derrota al arrogante.

BibliografíaGiuseppe Barbaglio. ¿Dios violento?: Lectura de las Escrituras hebreas y

cristianas. Estella: Editorial Verbo Divino, 1992.Eduardo Galeano. Espejos: Una historia casi universal. Buenos Aires:

Siglo XXI Editores, S.A., 2008.Rosario Santos (Editora). And We Sold the Rain: Contemporary Fiction from Central America. New York: Seven Stories Press, 1996.

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cuadernos

Sobre los autoresHarold Segura Carmona: Colombiano, residente en San José, Costa Rica. Administrador de Empresas y Magister en Teología del Seminario Teológico Bautista Internacional, de Cali, Colombia. Estudiante del programa de Doctorado en Teología de la Pontificia Universidad Javeriana, de Bogotá, Colombia. Director de Relaciones Eclesiásticas y Compromiso Cristiano de World Vision para América Latina y El Caribe.

Edesio Sánchez Cetina: Mexicano, residente en Costa Rica. Doctor en Antiguo Testamento en el Union Theological Seminary, en Richmond, Virginia, Estados Unidos. Asesor de traducciones bíblicas de las Sociedades Bíblicas Unidas, miembro de la Junta Directiva de la Fraternidad Teológica Latinoamericana.

Plutarco Bonilla Acosta: Nació en Islas Canarias, España y reside en San José, Costa Rica. Magister Theologiae en Nuevo Testamento del Seminario Teológico de Princeton. Consultor para publicaciones en castellano de Sociedades Bíblicas Unidas.

El dios violento,según el Caínde Saramago

Harold Segura C.Edesio Sánchez Cetina

Prólogo escrito por Plutarco Bonilla A.

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