el periodismo de ficciÓn de carmen aristegui (extracto) - marco levario turcott

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EL PERIODISMO

DE FICCIÓN

DE CARMEN ARISTEGUI

Marco Levario Turcott

Reseña:

Esta obra revisa una de las variables más influyentes del periodismo radiofónico mexicano. Y lo hace mediante el registro de datos, cifras y circunstancias de varios temas relevantes para el país

sobre los que se ha erigido un sistema de creencias que no apela a la verificación de los hechos. Por ello este libro es, ante todo, una invitación al análisis y al intercambio enterado.

Vistos en conjunto, los medios de comunicación son un espejo de la realidad, con todos sus matices,

relieves e intereses y hasta con las distorsiones y omisiones que son inherentes al trabajo de informar, porque esto trata de una actividad subjetiva al fin y al cabo.

Sin embargo, en el resguardo que tiene para la democracia el mosaico heterogéneo y plural del registro de las noticias y las opiniones que suscitan, siempre tendrá importancia estudiar los

contenidos de los propios medios, entre otras razones para mejorar el intercambio público del rejuego democrático.

Entonces la calidad informativa es un imperativo ético y profesional en los medios, más aún cuando éstos dejan de reflejar lo que ocurre para simular realidades inexistentes, que es a lo que llamamos ficción: un mundo imaginario que, sin embargo, modela y modula creencias y estados de ánimo,

crispación política incluso

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EXTRACTO

Introducción

María del Carmen Aristegui Flores es un referente del periodismo mexicano, en particular, del cuadrante radiofónico. Su talante informativo y sus apreciaciones editoriales forman parte de la pluralidad que, vistos en conjunto, integran los medios de comunicación.

Son indudables la notoriedad y la influencia pública de aquella profesional de la información, entre otras razones porque su trayectoria acampañó a la transición democrática que, junto con el arribo de leyes electorales que cada vez garantizan más la equidad en las reñidas competencias entre los partidos, así como la confiabilidad de los resultados en las urnas, implicó desvanecer los proverbiales mecanismos de control que antaño, durante el viejo régimen autoritario, uniformaron noticias y opiniones.

Ahora, en el actual campo mediático, Carmen Aristegui también nutre la oferta del recuento de los acontecimientos y sus interpretaciones. Incluso su perfil destaca por cuestionar a los medios de comunicación –sobre todo al “duopolio televisivo” y en especial a Televisa–, aparte de su enfoque crítico de los procesos electorales y sus actores, entre otros tópicos. Quien pretende informarse y conocer una óptica relevante sobre los hechos ha de sintonizar sus programas de radiodifusión en MVS y CNN, además de revisar sus artículos en el diario Reforma. Así lo comprenden considerables franjas de audiencias y lectores igual que las personalidades públicas que acuden a sus micrófonos.

Como sucede con cualquier actividad subjetiva, la vocación periodística de Carmen Aristegui muestra claroscuros. Atenernos a ellos no solo obliga al diagnóstico mesurado de su trabajo, sino a comprender qué relieves, sesgos y omisiones son parte –acaso inevitable– del ejercicio de informar y expresar el pensamiento, e incluso, dentro de esas valoraciones, seleccionar lo que se quiere decir y hasta resguardarlo.

Ahora buena parte del intercambio público en el país discurre sobre la base de cómo mejorar la calidad de la democracia, y un palpable testigo de ello es la (casi) permanente discusión sobre las vueltas de tuerca que vale la pena dar al andamiaje electoral. Otro registro de ello es la evaluación sistemática de los contenidos de los medios: la dinámica de la esfera pública mexicana ha ido asentando la costumbre de revisar y polemizar en torno de partes noticiosos, lo mismo acerca de palmarias revelaciones fruto de la averiguación periodística que aquellas embozadas como si fueran descubrimientos y que luego empequeñecen en bulos producto de la ignorancia o la encomienda. Puede decirse que a contracorriente de la escasa disposición a la crítica de parte de las empresas de medios y los profesionales de la comunicación, ya se abrió el camino (y creo que no tiene reversa) de la verificación social del trabajo informativo y de opinión.

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En el terreno de las noticias y la libertad los periodistas delinean formatos, estilos, prioridades temáticas y énfasis editoriales para diferenciarse de otros y abrirse paso en el mercado. El bagaje profesional de Carmen Aristegui se singulariza porque la sitúa a ella al centro de las noticias y a la reflexión que le suscitan. Ella misma lo plantearía durante una entrevista que concedió al periódico La Jornada el 4 de julio de 2005, a propósito del inicio de su nuevo programa de televisión en CNN llamado “Carmen Aristegui”:

“Yo soy la directora del programa; éste es un acuerdo que hemos establecido desde una perspectiva mexicana (…). Es evidente que siempre estaremos en conversación con el medio, pero la dirección o la voz cantante, (…) es la de la periodista que está”.

Esa “perspectiva mexicana” del telediario reproduce en realidad el modelo del “Periodista estrella” surgido en Estados Unidos desde principios de los sesentas y se estructura, en efecto, sobre la base de un presentador único (el anchorman u hombre ancla), como lo fue en su momento Walter Cronkite (CBS) y más tarde Barbara Walters (NCB).

Ignacio Ramonet lo describe así en “La tiranía de la comunicación”:

“Lo importante ya no es la situación en Argelia, en Bosnia o en Ruanda, sino cómo Dan Rather o cualquier otro presentador va a reaccionar ante estas situaciones. El periodista pasa a ser la voz principal. Y deja al público impresionado por su maestría intelectual (…) El presentador se convierte así en el narrador omnisciente del folletín de la vida. Multiplica los seudoacontecimientos (una falsa noticia más una rectificación equivalen a dos informaciones y dan, además, apariencia de seriedad) no dudando en provocar él mismo los hechos sobre los que, a continuación, reflexiona. Él es, finalmente, garantía de la credibilidad del telediario… El público confía en él, lo que dice es la verdad”.

(Temas de debate, 1998; páginas 97 y 101)

Cabe decir que poco más de medio siglo después de nacido el formato del “Periodista estrella” han surgido otros modelos delineados desde la organización horizontal en las salas de redacción de la prensa y los medios radiodifusores. Independientemente de que descreo de la luz fulgurante de las estrellas mediáticas, las de cualquier canal televisivo, cabina radiofónica y espacio de prensa, la voz cantante es, sin embargo, uno de los arquetipos más distinguidos del espacio público y Carmen Aristegui figura entre ellos, tanto, que ha recibido varios reconocimientos (uno de los más recientes, la Condecoración Orden de la Legión de Honor en grado de Caballero que le otorgó el Gobierno de la República Francesa en julio de 2012). El modelo del periodista como centro de la noticia, en este caso, ha sobresalido entre otras por las siguientes coordenadas. Todas remiten a la forma en como Aristegui construye su propia imagen:

1) Porque en el recuento de las noticias selecciona temas y posiciona la mirada incisiva que redunda en empatía con amplias franjas del público e impacta en el debate político, lo que la sitúa como interlocutora de los actores principales; 2) porque alude asiduamente a ideas incontrovertibles: códigos éticos o principios deontológicos, y a prontuarios incuestionables: el derecho a saber, la obligación de informar, la convicción por el análisis y la pluralidad, así como el respeto al derecho de réplica, entre otros; 3) porque la desconfianza que tienen los asuntos públicos en importantes capas sociales encuentra asidero en opiniones y preguntas que buscan escudriñar en lo que hay detrás del hecho que siempre

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o casi siempre “podría ser grave” o “muy delicado”; 4) porque la actitud crítica no opera en abstracto sino que enfatiza en determinados actores en tanto que ese talante no lo ejerce con otros y, 5) porque todos estos dispositivos argumentales le permiten dibujar de sí un estereotipo distinto y distante del periodismo que hacen otros, con la férula de la veracidad informativa.

Los periodistas registran acontecimientos, los indagan e inquieren explicaciones de otros y, simultáneamente, ofrecen también sus consideraciones. Eso es parte esencial del trabajo informativo. También lo es que, en el crisol de las valoraciones públicas, se examine a los medios y a los profesionales de la comunicación, más aún: hacerlo es imprescindible dada la centralidad que éstos tienen en las sociedades contemporáneas. Este párrafo que se escribe fácil ha orientado mi carrera durante 23 años sin ninguna otra licencia más que la de conducir mis reflexiones y lograr intercambios al respecto.

En este libro analizo algunos contenidos de la labor periodística de Carmen Aristegui por las razones antedichas. También porque forma parte de un estudio tan vasto como me ha sido posible de todos los medios mexicanos, lo cual desembocó en tres libros míos y dos en coautoría, además de dirigir la revista etcétera –especializada en estos tópicos– desde hace casi 13 años, junto a otras actividades académicas. Las dos principales televisoras del país han sido temas recurrentes en la aspiración de diversificar contenidos en las pantallas y abrir el mercado a la competencia; la oferta de los programas de radio en contextos internos y de noticias significativas (en ese itinerario la búsqueda porque las radios comunitarias sean reconocidas en el marco legal); el estudio de la prensa en múltiples vicisitudes así como, recientemente, de las nuevas plataformas de Internet y la llamada web 2.0. Y a propósito del asombroso despliegue tecnológico que ahora presenciamos a escala planetaria, a este autor le entusiasma aportar a la disolución del monopolio de las telecomunicaciones que impera en México.

En ese marco encuentro la pertinencia de reflexionar el periodismo de Carmen Aristegui que se supone a sí mismo, y así se propone, como alternativo. Incluso, lo hago para mirar la raíz de esa definición –la del periodismo alternativo– y empezar desde ahí una exposición que considera que en el amplio abanico que configuran los medios no existe nada más una opción, sino múltiples y tan heterogéneas como lo es el propio tejido social del país. En otro orden de análisis, claro, se ubican los desiguales niveles de calidad informativa si a ésta la valoramos acudiendo a indicadores de veracidad, investigación y rigor intelectual en la interpretación de los orígenes, y la trascendencia de los acontecimientos, además de otras variables que en cada capítulo utilizo como herramientas para el diagnóstico.

En el contexto de la libertad de expresión obtenida a pulso por el trabajo diario de los medios de comunicación constatamos avances indudables, rémoras preocupantes y retos formidables; el periodismo de Carmen Aristegui no está distante de estos contrastes. El protagonismo personal por encima de la noticia es una línea que entrecruza los siete capítulos, y ello a menudo modifica la información en resortes que generan sensaciones de fiabilidad o de creencia sin más soporte que las elucubraciones de la voz emisora (que a menudo acompaña con los términos “presunto”, “habría”, “supuesto”, “sería” o “probables vínculos”). De ahí que otra coordenada que atraviesa al libro sea la preeminente opinión de la conductora respecto del registro de los acontecimientos (para constatarlo el lector dispondrá de cifras y datos que resultan de un acurado monitoreo). Esa actitud frente al micrófono implica a veces la dilución definitiva del hecho en el entramado de las conjeturas y sus aliteraciones permanentes.

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El primer capítulo es “Estridencia por la W Radio”. Permite asomarnos a las relaciones entre las empresas de la comunicación y los periodistas, con el ejemplo específico de mi objeto de estudio. Narra un desacuerdo entre la radioemisora W y Carmen Aristegui que, en enero de 2008, llevó a las partes a anunciar la terminación del contrato laboral. La empresa proponía un modelo de organización horizontal y la comunicadora insistió en el formato de “La voz cantante”. El 4 de enero de aquel año, la conductora dijo a la audiencia que “la explicación esencial es que el modelo editorial que hemos practicado a lo largo de estos años en W Radio es incompatible con el modelo de la dirección editorial que la propia empresa (…) ha experimentado en otros lugares y que le ha dado los resultados que desea para W Radio en México”. Entonces, la desavenencia parecía la conclusión normal de una etapa de trabajo que además registró recíprocas muestras de gratitud y respeto.

Sin embargo, la civilidad pronto fue rota con el arribo de los simpatizantes de la periodista y la artillería pesada que, en la revista Proceso, aludió a una “Historia de represión” sin basarse en una sola prueba y ofreciendo solo la versión de la comunicadora; otras adhesiones deploraron la pérdida del espacio “plural” que significaba el noticiero cuando, en realidad, sus contenidos reflejan las opiniones de la conductora con las que se identifican plenamente los analistas a quienes convoca (entre la molicie incluso hubo quien señaló que la sonrisa de la periodista era un motivo más para querer la patria). Frente al respaldo que consideró inesperado, Aristegui ejerció su “derecho a la suspicacia” (así lo dijo) y advirtió que había sido víctima de la censura aunque con esa sentencia tardía –es decir, que no expresó ante los micrófonos de la W– dejara de reparar en la reputación de los directivos de la estación, periodistas también ellos. Por cierto, entre sus declaraciones negó que ella obtuviera un porcentaje de la comercialización informativa –deslindándose de lo que hacen otros colegas– y en efecto, solo recibía un salario de cerca de 300 mil pesos mensuales, aunque rápido cambiara de opinión: el contrato que luego firmaría con MVS Comunicaciones para conducir el noticiero “Primera emisión con Carmen Aristegui” le asigna un porcentaje de la publicidad que difunde el programa.

Repare el lector en que todo esto también implica la construcción de una imagen. Más aún cuando la propia Carmen Aristegui buscó trascenderse a ella misma y advirtió que todo esto iba más allá de la circunstancia personal y la de su equipo porque, desde ese enfoque, su despido más bien trastocaba a la libertad de expresión en aras de la existencia de una misma visión de las cosas; de ahí que junto con ella éramos víctimas los ciudadanos, la democracia. No obstante la formidable carga ideológica e incluso propagandística que esto tiene, el asunto remite a desavenencias conceptuales y entonces laborales, entre una empresa de comunicación y una periodista que años atrás, por cierto, tenía una visión diametralmente diferente del modelo informativo y empresarial. Así lo manifestó el 9 de febrero de 2002 durante una charla con la revista Telemundo: “Las mejores organizaciones en el mundo son cada vez más horizontales”.

El siguiente capítulo es “El presunto alcoholismo de Calderón”. Su marco conceptual establece definiciones teóricas y las contrasta con varias de las costumbres más arraigadas que hieren al periodismo: 1) no ceñirse al hecho sino a las declaraciones que lo presumen; 2) erigirse en portavoz de quienes suponen o sostienen con supuestos ese hecho (con la consecuencia automática de obtener respaldo de quienes lo esparcen); 3) inquirir la respuesta de quien es involucrado en ese presunto hecho y no preguntar a quienes lo difunden; 4) guiarse mediante sospechas y no definir pautas de verificación y, 5) la transgresión ética de emplear tiempos condicionales (“sería” o “habría”, por ejemplo).

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El estudio de caso parte de cuando, en febrero de 2011, junto con otros legisladores, el diputado Gerardo Fernández Noroña irrumpió en el recinto de San Lázaro con una manta en la que afirma que el entonces presidente de México, Felipe Calderón, era alcohólico. Ese dicho más la “percepción” de Aristegui acerca de lo que se decía al respecto en las redes sociales, la condujo a pedir una respuesta clara, nítida y formal de la Presidencia. Y lo hizo sin tener un solo hecho, ni siquiera un indicio y nada más con la cuña discursiva del empleo de tiempos condicionales, transgrediendo la obligación ética de recurrir al vocablo exacto.

Aristegui fue despedida de MVS y entonces emprendió una ruta similar a cuando terminó su contrato con la W: el tema toral no era su persona, según advirtió, sino la libertad de expresión y la democracia del país que, desde su óptica, penden de un hilo cada que ella tiene disensos con la empresa que la contrata.

La periodista fue reinstalada tras un periplo que condujo a otra situación año y medio después, cuando los dueños de MVS denunciaron que el Gobierno Federal había intervenido en el despido de Aristegui; los señalamientos de Joaquín Vargas, presidente del Consejo de Administración, ocurrieron precisamente cuando el gobierno anunció el rescate de las concesiones de la banda 2.5 GHz, lo cual afectaba a MVS que concentra el 63.8% de esas concesiones. La historia motiva a la reflexión sobre las relaciones truculentas entre el poder público y las empresas mediáticas, en particular, las radiodifusoras, en ausencia de un marco normativo y legal que las regule.

El tercer capítulo titula “De Aquino, el impostor y la farsa informativa”. Constituye un ejemplo excepcional del comunicador vuelto protagonista político en el marco de procesos electorales y que, para ello, acude a versiones de quien implica en quebrantos legales a otros. Eso fue lo que ocurrió desde el 14 de junio de 2012, cuando fue divulgada la demanda de fraude que interpuso un empresario llamado José Luis Ponce De Aquino contra varios miembros del equipo del entonces candidato del PRI a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, hasta casi seis meses después que quedó de manifiesto que en realidad De Aquino era un estafador y que ni su nombre resultó cierto.

En “El periodismo herido”, José Manuel de Pablos Coello señala que una de las ventajas del periodismo de investigación es que hace innecesarias la exposición de juicios de valor o las sugerencias entre líneas a modo de que las audiencias hagan conclusiones precipitadas. La infracción de estos principios éticos y profesionales, dice el autor, conducen regularmente al comunicador a proponer una alianza a las audiencias para dirigirse juntos contra el sujeto denunciado por medio de suposiciones. La actitud es muy peligrosa, advierte De Pablos, ya que “será imperdonable cuando más adelante todo quede aclarado y aquellas actuaciones tan poco profesionales y nada recomendables queden al descubierto”. (Foca, 2001, pág. 74)

Lo anterior fue exactamente lo que sucedió en el programa de Aristegui. El tratamiento informativo del noticiero confirió verosimilitud al declarante y dentro de su línea editorial afirmó que el testimonio era la primera pista de la existencia de una estructura financiera alterna, ilegal, construida por el PRI para el proceso electoral federal de 2012. El tema tuvo un espacio muy destacado en el noticiero durante casi seis meses hasta que, primero, una corte estadounidense resolvió que la querella de De Aquino era “frívola” y carente de fundamento de derecho y, luego, la autoridad electoral mexicana mostrara sus incongruencias (que el mismo quejoso exhibió en el programa de MVS sin recibir réplicas de la conductora). El noticiero expuso al detalle la demanda aunque no hizo lo mismo cuando se esclareció. Dicho de otro modo: este también es un caso emblemático del “periodismo de suspenso”, que Pablos Coello enmarca cuando los comunicadores explican con detalle la incógnita planteada –agrego, sugiriendo que es un hecho– pero después ya

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no siguen con la historia, cuyo desenlace deja en suspenso a las audiencias (o, en el peor de los casos, en la creencia de que fue un hecho y que solo se trató de una batalla perdida por la periodista valiente). El quid es que “la incógnita queda abierta… y el periodismo herido”. (pág. 70)

El cuarto capítulo es “Soriana. Falsos premiso en tarjetas”. En el decurso de esta historia queda consolidada la postura editorial de cuestionar el proceso electoral federal de 2012 y la probidad de la autoridad que lo conduce; también son claras las críticas contra uno de los partidos contendientes, así como los alineamientos en favor de otros. Es el periodismo de facción que Aristegui no admite como tal; incluso, en la ingeniería de la construcción de su imagen, la periodista se deslinda de ello (aunque los tiempos que empleó en la cobertura periodística y sus comentarios la desmientan a ella misma).

Aquí el lector encontrará la reseña puntual de situaciones cúspide de la militancia política de esa forma de hacer periodismo. Comprobará la armonía entre discursos propagandísticos, partes informativos y consideraciones editoriales, y, en varios casos, verificará el empleo de los mismos términos para aludir a un supuesto fraude electoral. En esta ocasión, la alianza propuesta a las audiencias es sobre la desconfianza en la ley y la equidad electoral, en los resultados de las urnas y en las resoluciones del IFE. Para sostener la encomienda, el bagaje informativo del noticiero omitió el detalle de los dictámenes de la autoridad electoral en contraste con la profusión con que difundió las impugnaciones, sesgó las respuestas de los actores acusados, en este caso el PRI y la cadena de tiendas Soriana, en tanto que los colaboradores analistas coincidieron básicamente en los mismos términos con la voz cantante del programa.

El Movimiento Progresista que impulsó la candidatura de Andrés Manuel López Obrador tuvo como referente informativo al matutino de MVS en tanto que su conductora nutrió y amplificó las denuncias de esta opción de izquierda. La mancuerna es entendible como parte de las definiciones políticas a que tienen derecho las empresas mediáticas y los periodistas, pero en este caso el cuidado de la imagen de la directora del noticiero estuvo por encima de ello y el 30 de julio de 2012 Aristegui interpuso un recurso de queja ante el IFE para que no transmitiera un spot del Movimiento Progresista, donde se escucha su voz aludiendo al probable lavado de dinero en el que podría estar incurriendo el PRI. En su alegato, que fue de las pocas veces que en ese proceso se solicitó la censura previa, Carmen Aristegui señaló que esto le generaba el riesgo de que su imagen fuera lastimada porque se le podría vincular con el Movimiento Progresista. El anuncio se transmitió. (Para conocer con mayor precisión la norma que orientó decisiones como ésta remito a “La reforma electoral de 2007-08 y la libertad de expresión”, de mi autoría. Colección cuadernos para el Debate. IFE, junio de 2012).

El quinto capítulo es “Un escándalo llamado Monexgate”. Su campo teórico define los rasgos principales de los escándalos políticos en las sociedades modernas y el papel de los medios para detonarlos. Atiendo en específico a la denuncia del PAN contra el PRI, ocurrida el 25 de junio de 2012, sobre una supuesta infracción del procedimiento debido que establecen las normas y los procesos que regulan la disputa por el poder a través de las competencias electorales. Salvo situaciones concretas que advierto al lector claramente, me abstengo de opinar acerca de la resolución que tomó el IFE al respecto, porque no soy experto en esos temas y porque el terreno de análisis es la revisión de los contenidos informativos y editoriales del noticiero matutino de MVS y su directora.

Atenida nuevamente a las declaraciones, Carmen Aristegui otorgó verosimilitud a la denuncia del PAN (que entre otros argumentos se apoyó en la demanda de José Luis Ponce De Aquino, entonces

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en boga). Ésta consistió en afirmar que el PRI diseñó una estructura financiera paralela, es decir ilegal, que sería operada desde un banco llamado Monex mediante un formidable flujo de recursos que, además, rebasaba el tope de gastos de campaña que la ley establece. Días después, el Movimiento Progresista secundó la inconformidad.

Tras conferir confianza a los alegatos del PAN y el Movimiento Progresista, la periodista de MVS se sumó a la demanda de “congelar las cuentas de Monex que se presume formarían parte de una estructura paralela de la campaña del PRI en toda la República para la utilización de los monederos Monex y dispersar recursos en estas jornadas previas a la elección y en el propio día de la elección”. Y en ese trayecto, para magnificar el asunto, Aristegui troqueló el término atronador “Monexgate”, inspirándose en el famoso escándalo “Watergate” detonado en Estados Unidos en junio de 1972. La desproporción que hay entre ambos eventos es obvia aunque, para efectos propagandísticos, en ese espacio informativo se creyó útil asociarlos.

El sexto capítulo se llama “The Guardian ofrece disculpas a Televisa. SE LES CAYÓ EL TEATRO”. Es una narración actualizada de la que publiqué en etcétera en marzo de 2013. Trata de unas hojas enigmáticas que llegaron a varias redacciones –entre otras, a la nuestra– a mediados de octubre de 2005. En esos papeles la fuente oculta aseguró la existencia de un supuesto “Plan de trabajo” entre Televisa y el entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, para impulsarlo a la Presidencia de México.

La publicación que dirijo desechó el legajo. El 23 de octubre de 2005 el semanario Proceso lo reprodujo textualmente con la firma del reportero Jenaro Villamil; de inmediato etcétera advirtió la transgresión ética y, luego de las proverbiales escaramuzas públicas provenientes de los alineamientos consabidos, el tema aletargó. Siete años después resurgió durante el primer debate presidencial, en mayo de 2012, cuando el entonces candidato presidencial del Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador, mostró a las cámaras de televisión los papeles sibilinos.

Pero el escándalo resurgió cuando desde el extranjero, el 7 de junio, el país recibió la noticia de que las hojas habían resucitado (con la misma marca de siempre, sin probar nada, ni siquiera su autenticidad). Y es que las difundió The Guardian, por medio de la reportera Jo Tuckman, hasta catapultarlas en el intenso intercambió público de las campañas electorales y en algunos medios que, como el de Carmen Aristegui, le dieron respaldo mediante conjeturas y aliteraciones.

El equipo de campaña del PRI replicó a The Guardian y lo mismo hizo Televisa que además le exigió que se disculpara. El diario británico no se inmutó y defendió el contenido de la nota a pesar de reconocer que no podía confirmar la autenticidad de los papeles, incluso admitió que era imposible decir cuándo y dónde fueron generados. Su justificación fue la cantidad y la variedad de los documentos que les “sugería” autenticidad.

Dos días después de la primera nota de The Guardian el PRD denunció ante el IFE al PRI, Enrique Peña Nieto y Televisa, y los acusó de infraccionar el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE). El partido del sol azteca presentó como pruebas partes periodísticas y sobre todo la nota del rotativo británico que, según señaló el PRD, logró mostrar la autenticidad de aquel citado plan de trabajo (aunque la reportera de The Guardian hubiera escrito lo contrario). El 16 de agosto de 2012 el Consejo General del IFE declaró infundado el recurso de

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queja y 12 días después el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) ratificó por unanimidad la resolución del IFE.

A mediados de septiembre Televisa promovió en Reino Unido dos cartas llamadas “Protocol Letter”, que no llegaron a juicio porque los directivos The Guardian comprendieron que éste les habría significado una fuerte sanción económica por lo que, a diferencia de otros casos en los que decididamente han peleado en tribunales, eludieron el litigio y acordaron con el consorcio mexicano. El pacto, dado a conocer el 5 de febrero, incluyó que el poderoso diario inglés ofreciera disculpas a Televisa.

El séptimo y último capítulo es “Una caravana ficticia en Nicaragua”. Éste fue el hecho: el 20 de agosto de 2012 se detuvo en Nicaragua a 18 mexicanos que se hacían pasar como periodistas de Televisa, a bordo de seis vehículos con el logotipo de la empresa, que llevaban ocultos restos de cocaína y 9 millones 255 mil 631 dólares.

Al ejercer su “derecho a la suspicacia” y mediante el empleo de los vocablos condicionantes que le son característicos, el tratamiento informativo de Aristegui expandió la posibilidad de que el consorcio televisivo “pudiera estar” implicado en actos delictivos y deslizó la sospecha e incluso en el tratamiento editorial de las notas informativas lo planteó expresamente al motejar el tema como “La caravana Televisa”.

Entre la ambigüedad de los términos “sería o probable”, que registran el esfuerzo de sugerir y simultáneamente deslindarse, la periodista acompasó sus conjeturas dentro del noticiero con simulaciones de investigación, por ejemplo, cuando presentó como tal lo que era parte del expediente judicial nicaragüense y cuya selección, fuera de contexto, establecía la insidia. También acompañó su postura con los cuestionamientos –sin anteponer datos, indicios o cualquier otro soporte– a las autoridades mexicanas y a la fiscalía de Nicaragua, cuyas investigaciones desde el inicio dejaron claro que Televisa nada tenía que ver con los criminales. Lo menos importante en el noticiero de MVS fue la información.

Con las aliteraciones de siempre cada que un tema le llama mucho la atención, la periodista al final presenció cómo, dramáticamente, el asunto también se le desvaneció. Éste en particular muestra de manera rotunda los riesgos del periodismo de declaraciones, militante y de opinión. La periodista salió incólume de cualquier modo en quienes no requieren más que los presuntos para decretar la realidad.

La directora del noticiero de MVS ejerció su “derecho a la suspicacia” como si éste en sí mismo fuera principio periodístico e intelectual y no coartada para sustentar consignas. En la democracia, por supuesto, cada quien tiene derecho a la suspicacia, lo reprobable es que ello conduzca a transgredir principios éticos y profesionales, e incluso otros derechos, por ejemplo el de réplica, el cual conculcó también con el autor de este libro en la ocasión que narro enseguida.

El jueves 8 de noviembre de 2012, participé en un programa de Foro TV, donde critiqué el tratamiento informativo y editorial que la periodista dio a este tema. Al día siguiente, el olfato de Carmen Aristegui la orientó a decir esto:

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“(…) Carlos Salinas de Gortari, por lo que se ve en Foro TV, tiene una gran influencia en la televisora, por lo menos en su filosofía y en su manera de pensar si me atengo a las cosas que se dijeron ayer en Foro TV de nuestro espacio informativo. Hay un olor a Salinas impresionante”.

El mismo viernes por la vía telefónica solicité mi derecho de réplica a Felipe Chao Ebergenyi, vicepresidente de Relaciones Institucionales y Comunicación Corporativa de MVS. El lunes 12 en la tarde Chao comentó que mi petición fue denegada ya que Aristegui y el ombudsman del programa dijeron que mi nombre no había sido mencionado.

No tuve posibilidad de decir a la audiencia de MVS que solo he visto una vez al ex presidente de México, hace 13 años aproximadamente, por lo que no solo ignoro a qué huele, sino ante todo, como lo muestra mi carrera profesional, no tiene influencia en mí su filosofía o forma de pensar.

A diferencia de Carmen Aristegui, por cierto, que en 1987 formó parte del equipo de campaña de Carlos Salinas de Gortari en su aspiración por llegar a la Presidencia de México. En ese tiempo la joven de 23 años era una acuciosa colaboradora de Otto Granados Roldán, el jefe de prensa del PRI.

Mientras en la UNAM quien esto escribe impulsaba a Cuauhtémoc Cárdenas.

Pero más allá de esa precisión, lo central en ese momento era, y en este también, platicar sobre periodismo.

Tomado de: http://etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=22514