había una vez una profesora muy vaga

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Había una vez una profesora muy vaga' POR LOLITA AGUILAR CONEJO - ACTUALIZADO EL 22 DE MAYO DE 2011 A: 12:00 A.M. Descubrió que dar clases no era solo dar clases' Había una vez una joven que quería ser profesora de Español, quería ser la mejor en su área. Fue a la universidad, se preparó. Le encantaba la literatura, la lingüística. Se preocupaba por cómo enseñar. Decía que los cursos de Educación eran insuficientes porque en ellos se hablaba de estrategias de enseñanza; pero ¿cómo enseñar el Poema XXIXde Ana Istarú? Eso no se estudiaba en ningún curso. “No importa” –pensó– “voy a ser la mejor”. Y así fue. Disfrutaba dar clases; pero, poco a poco, fue descubriendo algo que hasta el momento no había pasado por su mente: dar clases, en realidad no era solo dar clases. ¡Qué curioso! Nadie nunca se lo había dicho. Dar clases era otra cosa. Sí. Comenzaba a entender las huelgas interminables de los docentes, de ese montón de “vagabundos” a los que los medios de comunicación se referían con desdén. Empezaba a entender por qué varios profesores del colegio donde ella estudió estaban “locos”, todos se burlaban de ellos. ¡Claro! Comprendió por qué enloquecían los profesores. Comprendió que la literatura era muy bonita sí, y la gramática sí, pero' ¡cuál fue su sorpresa cuando descubrió que solo eran un pretexto, que todas las materias de educación secundaria eran solo eso: pretextos!

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Page 1: Había Una Vez Una Profesora Muy Vaga

Había una vez una profesora muy vaga'POR LOLITA AGUILAR CONEJO - ACTUALIZADO EL 22 DE MAYO DE 2011 A: 12:00 A.M.

Descubrió que dar clases no era solo dar clases'

Había una vez una joven que quería ser profesora de Español, quería ser la mejor

en su área. Fue a la universidad, se preparó. Le encantaba la literatura, la

lingüística. Se preocupaba por cómo enseñar. Decía que los cursos de Educación

eran insuficientes porque en ellos se hablaba de estrategias de enseñanza; pero

¿cómo enseñar el Poema XXIXde Ana Istarú? Eso no se estudiaba en ningún

curso. “No importa” –pensó– “voy a ser la mejor”.

Y así fue. Disfrutaba dar clases; pero, poco a poco, fue descubriendo algo que

hasta el momento no había pasado por su mente: dar clases, en realidad no era

solo dar clases. ¡Qué curioso! Nadie nunca se lo había dicho. Dar clases era otra

cosa.

Sí. Comenzaba a entender las huelgas interminables de los docentes, de ese

montón de “vagabundos” a los que los medios de comunicación se referían con

desdén. Empezaba a entender por qué varios profesores del colegio donde ella

estudió estaban “locos”, todos se burlaban de ellos. ¡Claro! Comprendió por qué

enloquecían los profesores. Comprendió que la literatura era muy bonita sí, y la

gramática sí, pero' ¡cuál fue su sorpresa cuando descubrió que solo eran un

pretexto, que todas las materias de educación secundaria eran solo eso: pretextos!

Dar clases: otra cosa. Pero' y sus preocupaciones acerca de cómo enseñar la

materia de la mejor manera ¿no eran importantes? Definitivamente, no. Entonces,

¿cuál era su función? Dar clases era otra cosa. Aproximadamente el 90% de los

adultos le decía: “Yo nunca leí El Quijote” y' ¡era verdad!, la mayoría de los

costarricenses que termina la secundaria no lee El Quijote. Este texto encabeza la

interminable lista de lecturas obligatorias que casi nadie ha leído' curiosamente

esto no impidió que se graduaran (¡!). Algo estaba mal. ¿Será que los programas

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de educación secundaria están fallando? No lo sabía. De repente comenzó a caer

la venda de sus ojos. Un día estando en el aula, le llegó una “circular”: “A más

tardar hoy en la tarde hay que entregar los planes semanales”. Es cierto– dijo–, se

me olvidó entregarlos porque entré a las siete, cuidé exámenes, di clases, me

avisaron que una mamá estaba buscándome, olvidé que la había citado porque

estaba pensando en el trabajo extraclase que no me dio tiempo de planear el fin

de semana porque estuve revisando 200 exámenes; y cuando salí a atenderla me

dijo que me iba a demandar porque le evalué a su hija en el examen

interpretación de textos y ortografía y que la interpretación yo no podía evaluarla

porque eso era algo muy personal y que a la ortografía le había dado mucho

puntaje, y que ese tema no era importante; además la hija le había dicho que se

sentía acosada porque durante el examen otra profesora que la cuidó estuvo muy

cerca de ella y eso la atemorizó, y ella no se pudo concentrar y salió mal. Es más,

ella iba a pedir una adecuación porque si se quedaba era culpa de los profesores.

No había que estudiar' Y así fue. La pidió y se le dio. Ese día, la profesora

descubrió que el mundo estaba cambiando, ya no había que estudiar para salir

bien, solo había que culpar a los profes y todo quedaba arreglado, el estudiante

podía graduarse sin haber estudiado nunca. Recordaba viejos tiempos, casi nadie

tenía adecuación y quien la tenía era evidente que la necesitaba. Hoy la mitad de

un grupo tenía adecuación y la otra mitad no; a veces era más la cantidad de

jóvenes con adecuación, que la población regular. ¿Será que algo en ella estaba

mal? ¿Era ella la que no comprendía este cambio tan drástico en la educación

costarricense? No.

Algo andaba mal. Mientras atendía a padres, firmaba circulares, asistía a

reuniones de comités, anotaba en su bitácora el desarrollo de la lección (que se

suponía estaba impartiendo al mismo tiempo que hacía todo lo demás), los

estudiantes “trabajaban” solos en el aula. Ella se sentía mal.

Cuando daba la lección se sabía la mejor profesora, pero eso solo ocurría

“cuando la daba”, porque muchas veces no la podía dar. Muchas veces entraba al

aula aliviada de haber terminado las otras funciones (dentro del mismo horario de

la lección), y una estudiante estaba llorando; la joven le contaba que su novio

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amado, el toda la vida, con el que había “jalado” casi dos meses, la había

engañado.

Dar clases no es dar clases. ¿Cómo dejarla sola para ir a explicarle al grupo

que Casa tomada era uno de los cuentos más maravillosos que tenían el placer de

leer, si aquella joven sentía que su mundo se derrumbaba por un “amor” de un

mes? Esto ¿dónde debían habérselo explicado? ¿En la Universidad? ¿Los cursos

de Educación, que nunca le enseñaron cómo se planea para estudiantes con

adecuación curricular? No existía un curso en la U que le dijera a ningún

estudiante cómo trabajar una clase guía. No importa. Cualquier profesional lo

logra. Pero alguien debió decirle que para resolver los problemas de sus grupos

guías debía dejar de dar clases. ¡Dar clases no es dar clases! ' es pasar todas las

noches y fines de semana haciendo planes, haciendo exámenes, revisando

exámenes, sacando promedios, haciendo exámenes distintos para los estudiantes

de adecuación, haciendo reportes para avisarles a los preocupados padres que sus

hijos no se presentaron o que no hicieron la tarea. Es salir a las 2 y quedarse hasta

las 5 porque hay reunión de comité.

'andan en el congreso. Es llegar a las 7 y salir a las 3 porque los afiliados de ¿?

andan en congreso y yo no, pero igual tengo que cumplir horario. Es venir el

lunes, que es feriado, al acto cívico porque es una función atinente al cargo. Es

tener libre los miércoles en la tarde pero tener que ir de 7 a. m. a 9 p. m. porque

hay bingo y esta es una función atinente al cargo. Dar clases ya no era dar clases,

era envejecer antes de tiempo, era colitis, era estrés, era ausencia total de tiempo

libre, era locura, era frustración. Era un profundo dolor al escuchar a alguien

decir: “qué dichosa, usted sí tiene vacaciones”. Y entonces ¿qué hacer? ¿cómo

decirle a un ministro deseoso de dejar una huella en la historia nacional que la

respuesta es muy sencilla?: ¡Permítannos dar clases! ¡Permítannos llevar a la

práctica todos los maravillosos postulados de los programas de estudio! Y, sobre

todo, ¡dennos el lugar que nos merecemos! Somos profesionales. Queremos

recuperar la autoridad que nos fue arrebatada. Queremos tener un salario digno,

fines de semana libres y queremos dar clases en el horario diseñado para dar

clases.

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¡Qué descaro: salir a pasear! Había una vez unos profesores tan, pero tan vagos,

que se atrevieron a pedir una distribución de su tiempo completo que les

permitiera atender grupos guías, papás, hacer el plan anual, trimestral, semanal,

minuta, hacer y revisar exámenes regulares, adecuación significativa y no

significativa, revisar trabajos y sacar promedios, participar en comités, organizar

actos cívicos, ayudar en bingos' y, por supuesto, dar clases. Y fue tal la vagancia

de estos profesores que hasta tuvieron el descaro de llegar a soñar con un fin de

semana libre para salir a pasear.