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Con la prosa elegante y la erudición que lo carac- terizan, Alberto Manguel explora un concepto de Paraíso distinto al religioso, cuya premisa esencial es que sólo podremos disfrutarlo cuando ya no existamos en nuestra actual forma. En cambio, Manguel evoca una noción terrenal y tangible de Paraíso, encontrándolo un concepto recurrente en la totalidad de tradiciones culturales y literarias. Por diverso que sea el concepto de Paraíso Terrenal, el autor encuentra que el punto común que hila su búsqueda tiene más que ver con la imposibilidad ontologica para encontrarlo. HAY LETRAS ENXALAPA Gaceta oficial gratuita Hay Festival Xalapa 2012 Año 2 Número 3 6 de octubre de 2012 Alberto Manguel Alberto Manguel © Daniel Mordzinski Mapas del Paraíso T odo deseo tiene su cartografía, todo mapa sus puntos de partida y de llegada. Empeñados en hallar sentido en el incesante pareo de moléculas que nos arman y desarman, desde muy temprano ima- ginamos que nuestras acciones responden a un sentido y a una meta, y que por lo tanto lo que hacemos en esta tierra posee un valor moral o ético, sometido al juicio de un Adminstrador Supremo que lo recom- pensa o lo castiga. Así nuestras almas, jubiladas después de la muerte de la carne, pasarán la eternidad en una suerte de asilo de ancianos, decente o pavoroso, según rece la balanza. Tal esperanza es antigua, como prueban las tumbas trogloditas. Para los griegos, las almas de los muertos viajaban todas juntas a este lugar común, llamado Hades, donde aguardaban su destino en grises prados de asfodel. Quienes ha- bían ofendido a los dioses eran condenados al Tártaro, donde eran tor- turados; los que gozaban de favor divino eran transportados a las Islas Benditas o a Eliseo. Hades se halla bajo la tierra o allende los mares; en ciertos casos excepcionales, puede ser visitado por quienes están aún en vida. Odiseo, Orfeo y Eneas se cuentan entre los privilegiados. He descrito una de estas ultratumbas: hay miles. Todos los pueblos del mundo han ideado alguna versión del más allá en la que se premia a

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Periódico gratuito del Hay Festivak Xalapa #3

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Page 1: Hay Letras #3

Con la prosa elegante y la erudición que lo carac-terizan, Alberto Manguel explora un concepto de Paraíso distinto al religioso, cuya premisa esencial es que sólo podremos disfrutarlo cuando ya no existamos en nuestra actual forma. En cambio, Manguel evoca una noción terrenal y tangible de Paraíso, encontrándolo un concepto recurrente en la totalidad de tradiciones culturales y literarias. Por diverso que sea el concepto de Paraíso Terrenal, el autor encuentra que el punto común que hila su búsqueda tiene más que ver con la imposibilidad ontologica para encontrarlo.

HAYLETRASENXALAPAGaceta oficial gratuita • Hay Festival Xalapa 2012 • Año 2 • Número 3 • 6 de octubre de 2012

Alberto Manguel

Alberto Manguel© Daniel Mordzinski

Mapas del Paraíso

Todo deseo tiene su cartografía, todo mapa sus puntos de partida y de llegada. Empeñados en hallar sentido en el incesante pareo de moléculas que nos arman y desarman, desde muy temprano ima-

ginamos que nuestras acciones responden a un sentido y a una meta, y que por lo tanto lo que hacemos en esta tierra posee un valor moral o ético, sometido al juicio de un Adminstrador Supremo que lo recom-pensa o lo castiga. Así nuestras almas, jubiladas después de la muerte de la carne, pasarán la eternidad en una suerte de asilo de ancianos, decente o pavoroso, según rece la balanza. Tal esperanza es antigua, como prueban las tumbas trogloditas. Para los griegos, las almas de los muertos viajaban todas juntas a este lugar común, llamado Hades, donde aguardaban su destino en grises prados de asfodel. Quienes ha-bían ofendido a los dioses eran condenados al Tártaro, donde eran tor-turados; los que gozaban de favor divino eran transportados a las Islas Benditas o a Eliseo. Hades se halla bajo la tierra o allende los mares; en ciertos casos excepcionales, puede ser visitado por quienes están aún en vida. Odiseo, Orfeo y Eneas se cuentan entre los privilegiados.

He descrito una de estas ultratumbas: hay miles. Todos los pueblos del mundo han ideado alguna versión del más allá en la que se premia a

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los buenos y castiga a los malos. Hay quienes juzgan que tales promesas corrompen. Ivo, obispo de Chartres, en una misión encargada por San Luis, rey de Francia, contó al rey que en su camino se había encontra-do con una señora de aspecto melancólico, que llevaba una antorcha en una mano y un cántaro en la otra. Curioso por saber cuál era su propósito, el obispo le preguntó qué se proponía hacer con su fuego y su agua. «El agua es para apagar el Infierno», respondió la dama, «y el fuego para incendiar el Paraíso. Quiero que los hombres amen a Dios sólo por el amor a Dios». Por más admirable que pueda parecernos tal empresa, la noción de Paraíso (como la de Infierno) persiste con sus celestes encantos: un sitio futuro, al alcance de almas con prontuario limpio (aunque cabe recordar que el único que recibió la promesa del Paraíso directamente de labios de Jesús fue un ladrón).

Pero hay otro Paraíso, más sólido, más imaginable, tal vez más accesi-ble, un sitio pasado en el que alguna vez tuvimos derecho de habitación y del cual fuimos expulsados. El primer Paraíso es intangible, extrate-rrestre, espiritual, retratado en un lenguaje de metáforas y alegorías. El segundo (queremos creer) es concreto, sensual, escondido pero de este mundo y, por lo tanto, poseedor de una auténtica cartografía.

Existe confusión entre Paraíso y Paraíso, entre el Paraíso celeste su-puestamente prometido a los justos y el Eden terrenal supuestamente perdido. La confusión (y la distinción) no es nueva. Entre las más de 4500 páginas que componen el Zibaldone, libro que se cuenta entre los más extraños, personales y ambiciosos de la biblioteca universal, hay algunas en las que Giacomo Leopardi, decidido a principios del siglo xix a reflexionar sobre todas las cosas, se interroga sobre el sentido de este Paraíso terreno. Según Leopardi, el paraíso en el que Adán y Eva fueron creados fue uno de placeres materiales y carnales, un paradiso voluptatis que debía ser cultivado y protegido. A diferencia del Paraíso Celeste que los justos esperan después de la muerte del cuerpo, el Pa-raíso Terrenal (aunque perdido) tiene algo de verosímil, de material y hasta de carnal, sin injusticias laborales, abusos económicos o angus-tias filosóficas: una suerte de club de vacaciones diríamos nosotros, avant la lettre. Frente a tales encantos, el ascético Paraíso por venir se hace vago hasta lo imposible. «La dicha prometida por el cristianismo», anota Leopardi, «no puede nunca parecerle deseable a un mortal... Me atrevería a decir que aquella prometida por el paganismo (y por otras religiones también), por más miserable y limitada que fuese, debía haberle parecido más deseable, sobre todo al hombre abrumado por la desdicha, y las esperanzas que brindaba más aptas a consolarlo y serenarlo, porque se trata de una dicha concebible y material, y de una naturaleza tal que nos permite imaginarla desde aquí abajo».

El otro, el Paraíso Terrenal o Edén, es, según el Génesis, un jardín en el que hasta a Dios le gusta ir de paseo. Etimológicamente se ha querido asociarlo a la palabra hebrea miqedem que tiene un significado espacial («en oriente») o temporal («fin del principio»). El Diccionario Bíblico editado por Paul J. Achtemeier lo hace derivar de edem que quiere decir «lujo, placer, delicia»; Achtemeier señala sin embargo que

filólogos modernos lo asocian a una voz sumeria, edin, que se traduce como «llano» o «pradera». A través de los siglos, el Edén ha transmiti-do sus placenteras características a una imaginaria nostalgia: la de la Edad de Oro clásica, en la que el mundo entero era un jardín, «cuando nuestro alimento era la leche del mundo infante», dice Guarini, «y su cuna la selva.» Ése es el rasgo esencial del Edén: que se conjuga en el tiempo pasado, deseo de lo perdido, lo negado, lo ahora prohibido. Es la tierra como quisiéramos que fuese, como soñamos que fue. Por eso creemos, con más o menos fe, que podemos volver a encontrarla.

La búsqueda del Paraíso Terrenal posee una vasta biblioteca car-tográfica. Los testimonios son muchísimos, y pocos de los autores que exploraron sus invisibles rasgos han tenido los escrúpulos de Sir John Mandeville quien, en el siglo xiv, declaró: «Del Paraíso no puedo hablar, porque no estuve allí». Al contrario, sin acto de presencia, via-jeros, historiadores, geógrafos, místicos y visionarios han declarado con imperturbable convicción que el Edén se hallaba (o se halla) en Mesopotamia, en Inglaterra, en Jerusalén, en la conyuntura de Asia, Europa y África, al norte de la India, en la desembocadura del Ganges, en la Persia septentrional, en los montes del Líbano. Algunos cronistas son de una precisión ejemplar: según Jean Mansel, por ejemplo, en su Fleur des histoires, compuesto entre 1460 y 1470, el agua de los ríos del Paraíso cae de tal altura que su fragor ha vuelto sordos a todos los habitantes de las regiones límitrofes.

No pensemos que la búsqueda del Paraíso es una empresa anticuada. Tenemos hoy versiones modernas de mapas paradisíacos, diseñados por artistas tan diversos como Hendrikje Kühne, Beat Klein, Ilya y Emilia Kabakov, quienes intentaron rescatar la idea de un Paraíso Terrenal para nuestro ya desahuciado siglo xxi. Los afiches publicitarios insisten en prometernos el paraíso en lugares de veraneo, centros comerciales, productos laxativos y analgésicos, y hasta en (Dios nos libre) institu-ciones financieras. Sin embargo, se me ocurre que hay una versión más de esta interminable idea.

En 1615, seis años después de que se firmara el decreto de expulsión de los últimos Moriscos de España, Cervantes publicó en Madrid la Segunda Parte de Don Quijote de la Mancha. En el capítulo 54, Sancho se encuentra con un antiguo vecino, el morisco Ricote quien, exilado con sus hermanos de sangre, ha vuelto disfrazado de peregrino a su tierra natal. «Fuimos castigados con la pena del destierro», le dice Ri-cote a Sancho, «blanda y suave al parecer de algunos, pero al nuestro, la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en Berbería, y en todas las partes de África, donde esperábamos ser recebidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan». Exilio y asilo: ambas visiones, la de una tierra abandonada y una tierra prometida, se mezclan en esa España que niega a Ricote y la que él añora, se confunden en una cartografía ilusoria y circular.

Para Ricote, esa España de la que ha sido desterrado es (seamos lite-rales) el Paraíso perdido, el lugar al que quiere llegar y el lugar que desea no haber quitado nunca. Para él, como para sus herederos, expulsión, deportación, exilio se unen en un sólo gesto de destierro que convierte a la tierra de uno en tierra ajena. Otro Paraíso tal vez exista, más allá de los mares, pero Ricote y sus congéneres no lo han encontrado. En cambio siguen soñando con los íntimos mapas de sus Edenes perdidos, llámense éstos al-Andalus, Palestina, Marruecos, Albania, la América Latina de las dictaduras militares, Irak, Kurdistán, Chechenia, Darfur, Siria... Como debiéramos saber a esta altura de las cosas, el Paraíso es siempre ese lugar al que no podemos volver. Y desgraciadamente, la geografía de tales paraísos es siempre más vasta que la Tierra misma. •

Hay Letras en Xalapa • Año 2 • Número 3 • 6 de octubre de 2012

Hay Letras en Xalapa es una publicación gratuita publicada durante el Hay Festival Xalapa, realizada por Editorial Sexto Piso e impresa por el Diario de Xalapa.

Editores: Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe RoseteDiseño y formación: Daniel Zúñiga (donDani)

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Ivo, obispo de Chartres, en una misión encargada por San Luis, rey de Francia, contó al rey que en su camino se había encontrado con una señora de aspecto melancólico, que llevaba una antorcha en una mano y un cántaro en la otra. Curioso por sa-ber cuál era su propósito, el obispo le preguntó qué se proponía hacer con su fuego y su agua. «El agua es para apagar el Infierno», respondió la dama, «y el fuego para incendiar el Paraíso. Quiero que los hombres amen a Dios sólo por el amor a Dios.»

Para qué sirven los poetas: Alberto Manguel[30] 13:30-14:30 h. • Teatro del Estado General Ignacio de la Llave (Sala E. Carballido)

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www.hayfestival.org • Hay Festival Xalapa 2012 • Año 2 • Número 3 • 6 de octubre de 2012 3

Jis y Trino El Santos contra la Tetona Mendoza

Vidas dibujadas. Jis y Trino en conversación con Diego Rabasa[40] 21:00-22:00 h. • Carpa Casa del Lago

Derechos Reservados Tusquets Editores Mexico.

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Fábula de una democracia

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se entró a un teatro

se subió a una tarima

se golpeó el cráneo con una piedra filosa

se sangró en la tarima

se sacrificó el dolor por la verdad

se afirmó que ya no había palabras sólo metáforas

se pronunció una sobre la última salida al mar duro de ayer

se decidió que a esa agua de artificio la mermaban las costas

se añadió que tanta sal en las grietas

se gritó que tanta sal en las heridas

se agitó el puño en la tarima sin palabras

se lastimó la mirada con la sal del mar de ayer

se comentó que a una democracia la habían ofuscado

se puso gris la tarima con las nubes de la cabeza

se apagó la luz en la tarima por la posteridad de la niebla

se retomó el mar duro de la esquina remota con las metáforas

se le reconcilió a las costas cercanas

se mitigó la amargura de la sal del mar de ayer

se habló de la democracia un minuto entero

se exigió a quién a quién

se postergó la fórmula fácil del bienestar en los barrios sin ruido

se resolvió perseguir a los culpables con palos y cuerdas

se propuso enjuiciarlos ante el pueblo abajo en la plaza

se sugirió que la democracia era lenta

se recordó la sangre del cráneo con la piedra filosa

se acordó que era una democracia contra la otra de enfrente

se desdibujó el tiempo para que volviera a caber el mar de ayer

se señaló que la esperanza sería un mar suave

se garantizó la presencia del lirismo en los foros de la democracia

se votó por el artificio del agua en la tarima donde hubo sangre

se salió a la calle con las nuevas palabras sin metáforas

se mencionó un nombre propio luego otro falso

se metió un índice en una ranura

se hundió un puño en una cara

se planteó la posibilidad de empezar desde cero

se susurró que el cero no estaba en ninguna parte a la vista

se escribió que una realidad podía interponerse a otra

se volvió al teatro con la tarima

se clasificó el tema en un archivo oportuno

se metió en la letra D de la democracia

se salió del teatro

se topó con un árbitro justo

se lanzó una diatriba contra su inocencia

se sacudió la ropa por las migajas inaceptables de la concordia

se acusó censura en las pantallas y en las frecuencias

se enjauló a los jueces con los patos y los cerdos

se repitió que nunca más habría impureza

se cantó dulcemente acerca de los foros prístinos mañana en la democracia

se gimió por las víctimas en las fronteras

se apuntó que nadie subiría jamás a otra tarima

se mostró el museo simple de la bondad

se alabó cada pieza unívoca

se dispuso un orden irrevocable en las vitrinas

se invalidó el recurso de la muerte

se admitió que unos y otros no terminarían de hablar nunca

de la democracia

Tedi López Mills

Tedi López Mills© Daniel Mordzinski

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Entrelíneas

www.hayfestival.org • Hay Festival Xalapa 2012 • Año 2 • Número 3 • 6 de octubre de 2012 5

En años recientes, la literatura ha sido frecuentemente declarada un animal moribundo. Hasta ahora la literatura sigue ahí, ¿Pero qué es lo que la literatura hace, o puede hacer? ¿Por qué necesitaríamos a la

literatura en un ajetreado mundo lleno de medios más veloces y más accesi-bles? ¿Por qué en un mundo de película, televisión e internet; en un mundo de fácil digestión, que arroja directamente sobre nosotros historias y más historias de la vida real? ¿Por qué en un mundo estropeado por catástrofes que sólo pueden ser abordadas por manos y no por palabras?

Hubo un año de mi vida en el que memoricé poemas.No fue mientras crecía en una familia y un país, entonces no los com-

prendía (tal vez habría sido posible pero no conocía todavía el poder de la poesía, sólo el de las novelas). No fue tampoco cuando yo, al igual que otros jóvenes, fui conquistada por el poder de las cambiantes emociones. No fue en los veranos lluviosos mientras estudiaba, con la cabeza sumer-gida en los libros; ni siquiera a los veinticuatro, cuando vivir sola en la húmeda y polvorienta capital de Tanzania me obligó a cuestionar todo lo que hasta entonces había aprendido.

No. Fue en 1993-94, cuando trabajé para la misión de paz de las Nacio-nes Unidas en Mozambique. Fue cuando —después de meses de negocia-ciones con los generales responsables por las más cruentas masacres y asesinatos en masa imaginables, rodeada cotidianamente por violencia, tortura, ataques, secuestros y explosiones de minas antipersonales, con transgresiones regulares del cese al fuego y la amenaza constante de un golpe militar, en un país que a la sazón, y luego de quince años de una indescriptiblemente espantosa guerra civil, era el más pobre de todo el mundo— perdí toda esperanza.

La guerra en Mozambique había sido una guerra de desestabilización lleva-da a cabo con un escalofriante terror contra la población civil, lo mismo del lado del movimiento de guerrillas de la renamo que, desgraciadamente, del lado de un gobierno que a menudo acusaba a comunidades locales de cooperar con la renamo, y ejercía sobre ellas un castigo ejemplar. Además de una infraestructura completamente destruida, un millón de muertos y cinco millones de personas desplazadas al interior y al exterior del país, fue una guerra de narices, orejas y pechos cercenados, una guerra de violaciones masivas y de personas enterradas vivas, una guerra en la que los niños eran entrenados como soldados mediante traumas (un niño que ha sido obligado a disparar contra sus propios padres hará cualquier cosa que se le ordene). Fue una guerra en la que los soldados no recibieron paga alguna, así que tomaban sus salarios con horripilantes encuentros a punta de pistola.

Aún cuando el proceso de paz avanzaba bien, personalmente estaba a punto de darme por vencida. Trabajábamos día y noche, pero no era eso lo que me deprimía. Era otra cosa, algo que al principio no tenía idea qué era, pero que avanzaba lenta e inexorablemente y me iba robando la energía y la esperanza en el futuro. No podía hacer las paces con la voracidad, la crueldad innecesaria, la severidad humana que no era únicamente parte de la guerra, sino que seguía mostrando su macabro rostro aún ahora, en el borde de la paz. Aunque de forma menos física, vi aparecer la mis-ma glotonería entre mis colegas internacionales quienes, ante la falta de controles sociales, parecían carecer de cualquier barómetro ético propio.

Día a día me sentía un poco más envuelta por las tinieblas, hasta que pronto me era imposible encontrar gozo siquiera en el formidable y con-tagioso ánimo por la vida con el que el pueblo mozambiqueño enfrentó todas sus tribulaciones. Había perdido mi fe en la humanidad.

En ese entonces no había mucha literatura disponible en Maputo, así que había incluido enormes pilas de novelas en mi equipaje. Pero no tenía el menor deseo de abrir ninguna de ellas ¿Qué diferencia habría si las leía o dejaba de hacerlo? Sin embargo, una tarde cálida en el bar de estilo co-

lonial del único lugar lujoso de toda la ciudad, el Hotel Polana, un amigo en camino a Europa me regaló la Antología Norton de literatura inglesa. Fue más por cortesía que por cualquier otra cosa que la abrí y leí un poco aquí, un poco allá, y descubrí que podía soportar la lectura de los poemas más cortos. Y así comencé.

Algo sucedió cuando leí esos poemas. Todavía no sé qué fue lo que pasó pero quería leer más, quería perderme en ellos.

Uno de los primeros poemas que memoricé fue «La caminata», escrito en 1914 por Thomas Hardy. Este poema, que escribió sumido en el dolor luego de la muerte de su mujer tras largos años de matrimonio, no tenía nada que ver con la situación de Mozambique. Sin embargo descubrí, después de haberlo recitado para mí misma varias noches seguidas, con mucho cuidado, línea por línea, hasta poder repetirlo sin echar siquiera un vistazo a la página impresa, que algo había cambiado: el poema tomó nuevas proporciones, el ritmo de las palabras se transformó en un can-to a muchas voces, una sensación, un saber de otra cosa y mucho más —que sorprendentemente parecían ayudarme a soportar la brutalidad de un nuevo día.

Sin querer sonar excesiva, era muy concretamente como si Hardy me hubiese dado un pequeño pedazo de su alma para nutrir con ella a mi propio espíritu agotado.

Continué. Noche tras noche, sin importar cuán cansada estuviera, sin importar qué hubiera visto o en qué me hubiera involucrado, y sin impor-tar cuántas veces me vi forzada a mudarme de un lugar a otro. Incluso cuando mi amigo paquistaní y yo fuimos atacados muy tarde una noche y tuvimos que escapar de nuestra casa sin equipaje, logré llevar conmigo la antología para poder continuar.

Fueron Yeats, Byron, Brontë (E.), Tennyson, Blake, Eliot, Keats, Shelley, Rosetti, Hughes y muchos más sin ningún orden o sistema. Sencillamente leía lo que llamaba mi atención al recorrer las páginas. Pudieron ser otros, pero resultó que se trataba de los siglos más recientes de la poesía británica (tenía únicamente el segundo volumen de Norton: dos eran demasiado pesados para llevarlos cargando así que el primero me esperaba en casa).

Podría mencionar un sinnúmero de incidentes del proceso de paz y los poemas que se fueron amarrando a cada uno de ellos. No obstante, a pesar de que memoricé los versos en situaciones específicas y a menudo bajo intensa presión física y emocional, en realidad los poemas trascienden esos episodios, se han elevado por encima de ellos y se han convertido en partes de mi historia, en lugar de partes de la historia violenta en la que los leí.

Podría hablar de las víctimas de la tortura, podría hablar de los soldados que son niños transformados en depredadores (¿es posible tener esa mi-rada en los ojos y seguir siendo un ser humano?), de refugiados vestidos únicamente con musgo y corteza de los árboles. Podría hablar del miedo cuando soldados enloquecidos conducen tanques hacia la capital, cuando un Antonov demasiado viejo no puede hallar la pista de aterrizaje entre la maleza y no tiene suficiente combustible para regresar a la base, o cuando un errático guerrillero apunta su Kalashnikov hacia tu cabeza. Podría hablar de la conmoción y el dolor cuando tus colegas han sido asesinados en un

Janne Teller© Daniel Mordzinski

Janne Teller

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ataque en pleno centro de la ciudad, y de la desesperanza cuando un animoso refugiado más vuela en pedazos gracias a una mina antipersonal. O de la desesperación cuando un gobierno se niega a alcanzar la paz y el desarme bajo las condiciones a las que se comprometió por escrito, y un movimiento guerrillero interesado por encima de todo en el dinero.

Podría hablar sin fin acerca de cómo una puede perder la fe en la humanidad, pero pre-fiero por mucho hablar de cómo ésta puede ser recuperada.

Prefiero por mucho hablar acerca del agua y la sal que hallé entre las líneas de los poemas que ingerí en pequeños trozos día a día.

He olvidado algunos poemas desde entonces, pero aún recuerdo la ma-yoría. Se han convertido en pequeñas sonrisas invisibles de mi alma; tristes o alegres, pero sonrisas que todas juntas hacen al mundo un poco más grande, un poco más bello. Un poco más valioso, como por ejemplo, de John Keats ya fatalmente enfermo en 1819 «¿Por qué reí esta noche? Ninguna voz quiere decirlo»:

¿Por qué reí esta noche? Ninguna voz quiere decirlo:Ningún dios, ningún demonio de severa respuesta,Se digna a replicar desde cielo o infierno.Así, a mi humano corazón me vuelvo en seguida —¡Corazón! Tú y yo estamos aquí tristes y solos;Dime, ¿Por qué reí? ¡Oh dolor mortal!¡Oh tinieblas! ¡Tinieblas! Por siempre he de lamentarme,¡Interrogando cielo, infierno y corazón en vano!¿Por qué reí? Conozco ese aspecto del ser —Mi fantasía hacia su máxima felicidad se extiende:Mas podría yo en esta misma noche detenerme,Y mirar las chillonas insignias del mundo en jirones.Verso, fama, y belleza son en efecto intensos,Pero la muerte lo es más— la muerte es el sabroso aguamiel de la vida.

Después llegaron también las novelas, y agregaron su inmensidad a la inmediatez de la poesía. Una puede subsistir largo tiempo gracias a Ca-mus, Yourcenar, Mahfouz, Hamsun, Neale Hurston, Nabokov, Dostoyevsky, Faulkner, J.P. Jacobsen, Hesse y Wolf.

Pero antes que nada fueron los poemas los que me ayudaron a salir adelante. Había algo en su intensidad comprimida, en la maravillosa magnitud de lo que puede ser dicho con unas cuantas palabras selectas, entre un par de líneas elegidas, que si se hace bien es como un regalo

que espera a ser absorbido por el lector. Aho-ra, cuando miro hacia atrás, es como si mis espíritus hubieran estado severamente des-nutridos y para recuperarme hubiera tenido que obtener primero el más esencial susten- to, que se hallaba milagrosamente oculto entre las líneas de aquellos poemas. Una vez que hube recuperado un poco de fuerza, podía en-tonces ampliar las miras y buscar mejores nu-trientes en otros tipos de literatura.

¡Desde que dejé Mozambique, jamás he dudado de la absoluta necesidad de literatura!

Estoy convencida, como es el caso con todas las artes, de que la litera-tura está para recordarnos en qué consiste ser humano. El lenguaje es la herramienta distintiva de la literatura, su peculiaridad la historia: aquellos inacabables espejos que muestran lo que somos más allá de lo que aparen-tamos ser en nuestras abigarradas vidas cotidianas. Soportando aquello que existe precisamente cuando creemos que no puede existir nada más.

La literatura es nuestra historia dentro de la historia.La literatura, incluso el poema más apolítico, es en sí y por sí mismo

una contribución al debate actual —hoy, y todavía mejor: también en el futuro. Una forma de entender la vida, que al mismo tiempo mira más allá y hacia adentro, que se toma el tiempo para denotar todo aquello que no puede ser visto entre un noticiero y el otro. Una forma en la que se puede de una sola vez abrazar y aceptar la infinitud de la vida.

No soy africana, no podría acudir con el brujo y hablar a través de él con el mundo de los espíritus. Tenía que buscar al espíritu, el alma, la verdadera humanidad, o como se le quiera llamar, en las artes. Para otros podría haber sido otra forma de arte, pero para mí fueron las palabras en las que los escritores, a través de los siglos, han imbuido una parte de su ser. Quizá sea por eso que veo al escritor como el chamán del mundo industrializado: en la profundidad de la sensación de todo lo que puede ser dicho entre las líneas de un poema, un cuento, una novela, el lector tiene la oportunidad de realizar un hallazgo, penetrar en sí mismo o sen-cillamente reconocer las inagotables preguntas existenciales que parecen siempre permanecer idénticas a sí mismas, y todavía más importante: el sustento del espíritu, esta materia indefinible que yace en el interior de la literatura, que necesitamos para sentirnos completos, para poder ser un ser humano. •

Traducción de Juan Luis de la Mora

Hay-on-HoyEl amigo Brown

He olvidado algunos poemas desde entonces, pero aún recuer-do la mayoría. Se han convertido en pequeñas sonrisas invisibles de mi alma; tristes o alegres, pero sonrisas que todas juntas hacen al mundo un poco más grande, un poco más bello.

La edición de este diario sufrió un grave atentado la noche de ano-che. Mientras el equipo de editores, diseñadores, jefes de redac-

ción, editores fotográficos, fact-checkers y bartenders sudaban la gota gorda por cumplir su cometido, un grupo de violentos agitadores irrumpió en la redacción, aparentemente intoxicados. Los rijosos, comandados por un hombre a quien llamaremos por el momento L. Amara, se negaron a abandonar las premisas hasta que perdieron por completo el conocimiento.

Los que sorprendieron a propios extraños por su excesiva solida-ridad y buen gusto en estos tiempos de carestía tanto económica

como espiritual fueron Jis y Trino. No sólo no pidieron la suite con jacuzzi —como los organizadores lo esperaban— sino que pidieron, expresa y enfáticamente, compartir una habitación. Fue tal su ge-nerosidad que se ofrecieron (exigieron) a dormir en una sola cama individual.

La de hoy fue una mañana de «negociaciones» en el Teatro del Estado General Ignacio de la Llave. Ante la turba iracunda que

amenazaba con dar portazo por no tener cabida en el evento, Paco Ignacio Taibo II se encargó de negociar con las autoridades corres-pondientes una solución al conflicto, llegando a proponer incluso que se sentaran en las tablas del escenario. El gesto fue ovacionado por el público, aunque no se sabe si por la inclusión de los que estaban esperando afuera o porque eso implicaba que las interrupciones cesarían. Acompañado por Élmer Mendoza y Martín Solares, repi-tieron el evento en una sala más grande, con lo que desactivaron un conflicto potencial de dimensiones difíciles de calcular.

Un prominente invitado al festival concedió ayer una entrevista con toda amabilidad a un periodista nacional. Luego de una larga

charla, donde el entrevistado expuso sus ideas con especial lucidez, el periodista se disponía a transcribir lo que estaba seguro sería la mejor entrevista de su carrera, para pronto darse cuenta de que no había pulsado el botón para grabar. Reconociendo que su memoria no pasa por su mejor momento debido a múltiples factores, el perio-dista abortó la misión, esperando que el autor en cuestión también olvide lo sucedido y no pida ver la entrevista a la que tanto empeño dedicó.

Janne Teller en conversación con Óscar Guardiola-Rivera[44] 11:30-12:30 h. • Carpa de la Casa del Lago

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www.hayfestival.org • Hay Festival Xalapa 2012 • Año 2 • Número 3 • 6 de octubre de 2012 7

¿Cuál es, a su parecer, el papel que debe de jugar un escritor en el contexto de su propia realidad política y social? ¿Debe participar activa y públicamente en la discusión? ¿Puede es-cindirse la literatura por completo de su contexto político?

Definitivamente no comencé a escribir por alguna especie de prurito u obligación moral. Sin embargo, a lo largo del camino, debido a la sustan-cia natural de la literatura —un escritor no escribe acerca de temas del hiperespacio, incluso los escritores de ciencia ficción basan su escritura en asuntos humanos, aunque el escenario que utilizan sea diferente—, las cosas me acercaron a la política. Es imposible que un escritor no se involucre, de alguna forma, con la humanidad que lo rodea. Tú sabes, las sociedades son estructuras políticas, así que es inevitable involucrarse, de una u otra forma con la política o la ideología sociales.

El error que a mi parecer han cometido algunos escritores en el pasado, escritores muy apasionados con su contexto social, ha sido pensar que sólo están involucrados cuando siguen de forma visible alguna corriente ideológica determinada.

A lo que un escritor está obligado, me parece, es a no tener un pen-samiento burdo y simplista. A no ver las cosas en blanco y negro. La esencia de un escritor debe fincarse en su habilidad para poder ver los grises. Tú sabes que movimientos políticos tanto de la izquierda como de la derecha han sido en el pasado causantes de atrocidades inimagi-nables. Se olvidan de la humanidad en aras de una supuesta causa por un mundo mejor. Esto es lo que vemos ahora con esta doctrina religiosa fundamentalista y agresiva que está, literalmente, asesinando al mundo. Cada día hay una nueva atrocidad cometida en nombre de la religión. Así que, cuando un escritor sucumbe ante una ideología, sea religiosa o política, cuando pierde el sentido original y su esencia —la humanidad—, ese escritor no tendrá ningún valor ni para su comunidad, ni para efectos prácticos dentro de su propio oficio.

Entiendo la situación por la que están atravesando aquí en México. Es muy similar a la realidad de mi país. Hace poco alguien me dijo «¿Estás seguro de que quieres ir a Xalapa?, ahí se están matando todos». Y yo le contesté «Bueno, cuando vaya a Xalapa les voy a proponer un intercambio de problemas domésticos, a ver si lo aceptan». Entiendo bien su situación, en Nigeria vivimos una situación terrible también.

Debe ser muy difícil para usted escapar de los estereotipos. Por ejemplo si uno lee Death and the King’s Horseman el primer impulso que se siente es hacer un análisis orientado al cho-que de civilizaciones (en este caso la cultura africana contra la británica). Sin embargo en muchas ocasiones usted se ha manifestado contra este tipo de lecturas.

Sí, por supuesto. Esto es muy importante para mí. Incluso para una de las ediciones en inglés hice un prólogo en el que hablo específicamente de esto. Cuando se ha montado la obra, siempre le digo a los directores «Por favor no leas esto como un texto que habla sobre el choque de civi-lizaciones». La tensión y el conflicto sociales han existido desde siempre, por la simple y sencilla razón de que no hay dos seres humanos iguales en el mundo. Los choques culturales y sociales han existido desde siempre, incluso al interior de una determinada civilización. Desde las más primiti-vas, los egipcios, los incas, los aztecas, etc., existía intolerancia, violencia, sometimiento. Ahí es donde se encuentra enraizado el dinamismo cultu-ral, en los resultados de estos conflictos. Así como antes hablábamos de los estereotipos de lo africano, también existen los estereotipos sobre el colonialista británico. Para mí es muy importante mantenerme alejado de todos los estereotipos. De lo que hablo, lo que me interesa, es el indi-

viduo que está en el conflicto. El conflicto humano. Y éste existía desde antes de la época colonial y sigue existiendo después.

Recientemente leí un artículo en el New York Times publicado por Adaobi Tricia Nwaubani en el que habla de las bondades de que el escritor keniano Ngugi Wa Thiong’o no haya ganado el premio Nobel de literatura, porque esto habría arruinado a una gran generación de escritores jóvenes que tratarían de imitarlo para satisfacer a los críticos, ¿qué opinión tiene al respecto?

La liga que se pueda hacer con figuras literarias no es exclusiva del con-tinente africano. Los críticos literarios europeos —en algunas ocasiones muy poco versados, literariamente hablando— también comparan cons-tantemente el trabajo de los jóvenes con el canon. George Bernard Shaw, Shakespeare, Molière, Eugene O’Neal, siempre serán referencias. Lo mis-mo sucede en Latinoamérica —o sucedió durante mucho tiempo— con García Márquez y el realismo mágico. Así es como funcionan buena parte de los críticos en todo el mundo cuando no tienen una visión global de la literatura. Así que si sucede en África sucede como parte de un fenó- meno global. No veo cómo esto podría afectar a los jóvenes escritores. No es de esto de lo que se trata la literatura. Aunque por supuesto hay que comprender que estamos en una industria. Hace poco me entregaron una tarjeta de un hombre que decía «Consultor en Literatura Africana». ¡¿Cómo que consultor?! ¡¿Desde cuándo hay consultores en la literatura?! (Risas) Así que no estoy muy de acuerdo con el artículo que mencionas. Lo que se logra ver en otras partes del mundo, lo que cruza las fronteras y alcanza la atención de medios internacionales no es lo único que existe.

Supongo que habrá pasado años difíciles por los constantes exilios a los que se vio obligado pero hoy en día parece que el concepto mismo de viaje está en lo más profundo de su esen-cia. Es uno de los temas que aparecen de forma más recurrente en su poesía.

Es inevitable para mí. Uno es lo que uno come. Y me refiero a alimento mental, alimento intelectual, alimento espiritual. Y todo lo que absorbes se convierte parte de ti, ahora ya tú eres quien eres por esas experien-cias. En cada viaje crecía un poco mi perspectiva, esto sucede incluso aunque tú no lo busques o no lo desees. La atmósfera tiene un efecto en ti. Aunque a mí nunca me gustó decir que estaba en exilio, nunca he considerado vivir fuera de Nigeria. Me gusta pensar que más bien estaba en un sabático político (risas). •

Entrevista conWole Soyinka

Diego Rabasa

Wole Soyinka en conversación con Peter GodwinTraducción simultánea del inglés al español. Con el apoyo de pen International ¡Libera la palabra![33] 17:00-18:00 h. • Carpa Casa del Lago

Wole Soyinka© Daniel Mordzinski

Page 8: Hay Letras #3

Actividades del

sábado 6

La tiranía del culto al cuerpo Susie Orbach en conversación con Arnoldo KrausTraducción simultánea del inglés al español. Con el apoyo del British Council.[26] 11:30-12:30 h. • Sala Casa del Lago

Álvaro Enrigue y Alan Pauls en conversación con Rafael Toriz[27] 11:30-12:30 h. • Teatro del Estado Ignacio de la Llave (Sa-la D. Guillaumin)

El precio de los librosValerie Miles, Marcelo Uribe, Diego Rabasa y Juan Arzoz en conversación con Feli Dávalos[28] 11:30-12:30 h. • Centro Cultural El Agora

Wall Street, Londres y el blanqueo de dineroEd Vulliamy en conversación con Óscar Guardiola-RiveraTraducción simultánea del inglés al español. Con el apoyo del British Council[29] 13:30-14:30 h. • Teatro del Estado Ignacio de la Llave (Sala D. Guillaumin)

Para qué sirven los poetas: Alberto Manguel[30] 13:30-14:30 h. • Teatro del Estado General Ignacio de la Llave (Sala E. Carballido)

Crónicas migrantes II: Jon Lee Anderson y Yuri Herrera en conversación con Diego Fonseca[31] 13:30-14:30 h. • Sala Casa del Lago

Película: Bola negraProyección y charla con el director Mario Bellatin y la directora musical Marcela Rodríguez[8] 13:30-16:00 h. • Centro Cultural El Ágora

Cátedra Interamericana Carlos Fuentes: Homenaje a Carlos Fuentes y a la novella latinoamericanaAdolfo Castañón, Alberto Manguel, Sergio Pitol y Santiago Gamboa, presentado por Rodolfo Mendoza[32] 17:00-18:00 h. • Teatro del Estado GeneralIgnacio de la Llave (Sala E. Carballido)

Wole Soyinka en conversación con Peter GodwinTraducción simultánea del inglés al español. Con el apoyo de pen Inter-national ¡Libera la palabra![33] 17:00-18:00 h. • Carpa Casa del Lago

AutoficcionesGuillermo Fadanelli y Julián Herbert en conversación con Víctor Hugo Vásquez Rentería[34] 17:00-18:00 h. • Centro Cultural El Ágora

Creatividad literariaRoberto Echavarren, Roberto Ampuero y Adolfo Castañón en conversa-ción con Yael Weiss[35] 19:00-20:00 h. • Carpa Casa del Lago

Las Preguntas Hay 25 (II)Con Jon Lee Anderson, Álvaro Enrigue y Óscar Guardiola-Rivera y Lila Azam Zanganeh en conversación con Diego Rabasa[36] 19:00-20:00 h. • Sala Casa del Lago

Future Shorts presenta: selección de cortometrajesCortometrajes en versión original (inglés, español y portugués)En colaboración con pen International ¡Libera la Palabra![37] 21:00-22:15 h. • Centro Cultural El Ágora

Transmisión en directo de La dichosa palabra, de Canal 22[38] 21:00-22:00 h. • Museo de Antropología de Xalapa

Evelio Rosero en conversación con Fabrizio Mejía MadridCon el apoyo de la Embajada de Colombia[39] 21:00-22:00 h. • Teatro del Estado Ignacio de la Llave (Sala D. Guillaumin)

Vidas dibujadasJis y Trino en conversación con Diego Rabasa[40] 21:00-22:00 h. • Carpa Casa del Lago

Proyección de la película NYman with a Movie Camera, presentada por el director Michael NymanDuración: 67 minutosMichael Nyman responderá las preguntas del público tras la proyección[41] 21:00-22:15 h. • Sala de la Casa del Lago

Susana Baca en concierto [42] 21:00 h. • Teatro del Estado General Ignacio de la Llave (Sala E. Carballido)