historia doble de la costa tomo 2. el presidente nieto - orlando fals-borda

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S e r i e M a e s t r o s d e la S e d e

U N I V E R S I D A D N A C I O N A L D E C O L O M B I A SEDE B O G O T Á

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Historia doble de la Costa EL P R E S I D E N T E N I E T O

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ORLANDO FALS BORDA

Historia doble de la Costa 2

EL PRESIDENTE NIETO

UNIVERSIDAD N A C I O N A L DE COLOMBIA

BANCO DE LA REPÚBLICA

EL ÁNCORA EDITORES

Page 6: Historia Doble de La Costa Tomo 2. El Presidente Nieto - Orlando Fals-Borda

P R I M E R A E D I C I Ó N Car los Valencia Edi tores

Bogotá , 1981

S E G U N D A E D I C I Ó N Unive r s idad Nac iona l de C o l o m b i a

Banco de la Repúbl ica

El Ancora Ed i to res

Bogotá , 2002

I S B N 958-36-0088-1

P O R T A D A Di seño de C a m i l a C e s a r i n o C o s t a

I L U S T R A C I Ó N Fotografías de Juan Luis Isaza L o n d o ñ o

y del I n s t i t u t o C o l o m b i a n o de A n t r o p o l o g í a

e Hi s to r i a , Icanh

I L U S T R A C I O N E S I N T E R I O R E S T o r r e s M é n d e z , T h e r o n d , R i o u , M o n e a d a ,

Fals B o r d a et a l .

© D E R E C H O S R E S E R V A D O S 2oo2. O r l a n d o Fals Borda

El Ancora Ed i to r e s

Avenida 25c N 0 3 - 9 9

Fax [57-1] 288839235

a n c o r a e d @ i n t e r r e d . n e t . c o

Bogotá , C o l o m b i a

P R E P A R A C I Ó N L I T O G R Á F I C A Car los Valencia Edi tores

S E P A R A C I Ó N DE C O L O R Elograf

I M P R E S I Ó N Impreso en los talleres de

Panamericana Formas e Impresos,

qu ien sólo ac túa c o m o impreso r

Calle 65 N°94-72 Bogotá, Colombia

Impreso en Colombia Pnnted in Colombia

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La Costa atlántica colombiana: Sitios principales mencionados en el texto.

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C O N T E N I D O

Presentación xiii K W „ Aa\ „ , , -~ , „ . , : :

t i v t a uv-i a u i u i A V l i

C A N A L A

CONVOCATORIA

En el reino de la mantis I 6A

EL TATARABUELO A LA SOMBRA DEL CAUDILLO

i El político y el pueblo 32A 2 Con el Supremo Carmona: el desastre de Tescua 62A

3 Fundación de Palomino y Pinillos 77A

4 El Il. ' .P.'.H.'. y la revolución del medio siglo 90A

5 Con el general Meló: la contrarrevolución 117A

6 El caudillo 136A

7 Apogeo y muerte de Nieto 162A

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C A N A L B

P L A N T E A M I E N T O

Violencia y capitalismo I6B

EL CAUDILLISMO C O S T E Ñ O

A M E D I A D O S DEL SIGLO XIX

i Ideología política y cultura popular 32B 2 Facciones y partidos 62B 3 Hacia la formación social nacional: 77B

el modo de producción campesino 4 Hacia la formación social nacional: 90B

la superestructura dependiente 5 Elementos de la contrarrevolución 117B 6 Teoría del caudillismo 136B 7 Semblanza del anticaudillo 162B

DESPEDIDA 183

índice de nombres de personas y lugares (tomos 1 y 11) 195

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A G R A D E C I M I E N T O S A

Juan José Nieto, maestro de obra de Baranoa.

Adolfo Mier Serpa, barbero y músico de San Martín de Loba.

Matías Ribón Cordero, componedor de relojes antiguos de Mompox.

Donaldo Bossa Herazo, eminente histotiador y poeta cartagenero, por su aporte documental e individual como descendiente de personas vinculadas al presidente Nieto o emparentadas con él.

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A D V E R T E N C I A S

Este tomo, como el primero, está concebido y presentado en dos estilos o canales diferentes de comunicación:

CANAL A (izquierda)

Por las páginas de la izquierda corren el relato, la descrip­ción, el ambiente, la anédocta.

CANAL B (derecha)

Por las páginas de la derecha corren simultáneamente la inter­pretación teórica respectiva, los conceptos, las fuentes y la meto­dología de aquello que contiene el canal A y, también, resúmenes del relato.

La lectura de cada canal puede hacerse de corrido indepen­dientemente, desde el principio hasta el final del libro. Sin em­bargo, la experiencia seguida por los lectores del primer tomo indica que es más productivo y pedagógico leer cada capítulo completo de un canal, seguido de la lectura de su contraparte del otro canal, y sin saltar de uno a otro en las llamadas [A], [B], [C] o [D]. Éstas se han hecho con el fin técnico de llamar la atención sobre temas centrales que requieren apoyo teórico y documen­tación, ejercicio que pueden adelantar los especialistas.

AB R E V I A T U R A S

ANC Archivo Nacional de Colombia (Bogotá). FP Fondo Anselmo Pineda, Biblioteca Nacional (Bogotá). NM Notaría Municipal del Circuito de Mompós (Bolívar). AGP Archivo de la Gobernación de Bolívar (Cartagena).

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P R E S E N T A C I Ó N

Orlando Fals Botda es el científico social del Caribe colombia­no de mayor trascendencia en los últimos cincuenta años. Luego de la trágica desaparición, en 1956, de Luis Eduardo Nieto Arteta, quien fuera el científico social costeño de mayor influencia en la primera mitad del siglo xx, la fértil producción intelectual de Fals lo llevó a ocupar el centro de la vida intelectual del Caribe nuestro, a partir de la década de 1970, cuando se dedicó con mayor amor y convicción al estudio de la sociedad rural costeña y su historia. Fruto de casi dos décadas de trabajo investigativo y político, que en Fals van de la mano, es la Historia doble de la Costa.

Esta obra constituye un elemento fundamental en la produc­ción intelectual de la Costa Caribe en el último medio siglo, cuan­do hemos visto una efervescencia sin precedentes en el campo de la historia, las ciencias sociales, la literatura, las artes plásticas y la música regional. Fruto de todo ello, el país se reconoce hoy como Caribe, entre otras cosas.

En la Historia doble de la Costa, Orlando Fals se propuso escri­bir una historia de la región que se saliera del eje Cartagena-Santa Marta-Barranquilla, desde cuya perspectiva se ha escrito la mayor parte de nuestra historiografía. Aparejado a ello, se propuso tam­bién narrar nuestro pasado desde la óptica de los autores olvidados y relegados a un papel secundario dentro de las corrientes domi­nantes en la producción intelectual regional. La que aparece aquí en primer plano no es la Costa de Rafael Núñez, el Grupo de Barranquilla o los grandes comerciantes samarlos, cartageneros y

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XIV P R E S E N T A C I Ó N

barranquilleros. No es tampoco la Costa del Carnaval de Barran-quilla, los Lanceros de Getsemaní o el fútbol de Pescadito. Es una Costa más rural, menos conocida y más olvidada, en todos los sentidos. Es la Costa de María Barilla, la valentía de los Chimilas, los mitos Zenú, el hombre caimán, el sombrero vueltiao y las corralejas. Es también la Costa de unas élites rurales o de origen rural como Chano Romero, Arturo García, Juan José Nieto o los marqueses de Santa Coa, que en la historiografía dominada por la vida de las grandes ciudades portuarias ocupan un papel secunda­rio, en el mejor de los casos.

Por muchas razones, la Historia doble de la Costa ha sido una obra polémica. Entre sus fortalezas se ha destacado la calidad lite­raria de la narración que va por el canal A, que muchos consideran una novela histórica de gran belleza. Resaltaría también el rescate de la dignidad de los pobladores del Caribe nuestro y de sus ante­pasados, que logra con gran finura Orlando Fals a lo largo de esta obra. Dentro de esa perspectiva habría que enfatizar el rescate del inmenso aporte cultural y racial de los pueblos indígenas, Zenú, Chimilas, Taironas, Wayúu, a la conformación de la población costeña contemporánea. Finalmente, toda la obra está signada por la búsqueda de una identidad costeña, para la cual los aportes tes­timoniales, documentales y fotográficos que se hacen no tienen precedentes.

Muchas de las críticas que ha recibido la Historia doble de la Costa tienen que ver con el canal B. Algunos lo encuentran exageradamente académico; otros se quejan de una supuesta falta de rigor, especialmente en el uso de las fuentes; no son pocos los que han controvertido el papel que Fals le asignó a la imaginación en la elaboración de su obra; varios historiadores se han referido al excesivo simplismo del libro en el tratamiento de ciertos temas, y otros han criticado la manifiesta voluntad del autor de escribir un texto políticamente comprometido.

Sin embargo, si se trata de hacer un balance objetivo de la Historia doble de la Costa, yo no recomendaría proceder como un contador de partida doble que sopesa fortalezas y debilidades y que a través de un ejercicio de sumas y de restas intenta llegar a una magnitud final. Lo que recomiendo, por el contrario, es adentrarse de manera desprevenida, aunque sin perder el ojo crítico,

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P R E S E N T A C I Ó N XV

en los ríos, caños, ciénagas y esteros de los cuatro tomos. Cuando yo lo he hecho, he regresado siempre queriendo más —y valorando mejor- al Caribe colombiano, que es una forma de querernos más -y valorarnos mejor- a nosotros mismos.

G U S T A V O B E L L L E M U S

V I C E P R E S I D E N T E DE LA R E P Ú B L I C A D E C O L O M B I A

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N O T A D E L A U T O R

Observo con algún asombro que en los veinte y más años trans­curridos desde la primera edición de la Historia doble de la Costa, en 1979, apenas se han registrado unas pocas correcciones o refuta­ciones de datos o hechos contenidos en los cuatro tomos, aun to­mando en cuenta las pistas y referencias que ofrecí con estos fines en las fuentes citadas del CANAL B. El cuasi-silencio de los histo­riógrafos sobre estos puntos contradiría lo que algunos colegas han sugerido sobre defectos de documentación en mi obra.

Lo concreto es que estas fuentes han podido y pueden seguir­se consultando en bibliotecas o en las carpetas y otros elementos colocados desde 1986 en el Centro Regional de Documentación del Banco de la República en Montería, para servicio del público. Aprovecho para expresar mi agradecimiento a la Biblioteca Luis Ángel Arango, por haber acogido y organizado este material. Com­prende libros raros y antiguos periódicos regionales, grabaciones, fotografías, objetos y cuadros de valor histórico, mis diarios de campo y manuscritos y notas de archivos nacionales y extranjeros, en los que me basé para la confección del trabajo.

El Centro de Documentación Regional de Montería se ha usado bastante y algunas familias locales lo han enriquecido con valiosos aportes. Sin embargo, dos de los "archivos de baúl" más importan­tes que consulté a fondo para la Historia doble —los de las familias Guerra-Cárcamo (San Benito y Cartagena) y Burgos (Monrería)-no han llegado. Pido cordial y respetuosamente a los actuales here­deros que compartan aquella riqueza documental con los coterrá-

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XV111 NOTA DEL A U T O R

neos y con la comunidad nacional e internacional, antes de que el tiempo y el comején dispongan de ella.

En cuanto a correcciones y complementos de datos, los que han llegado a mi conocimiento y que aprecio de todo corazón, son los siguientes:

i. La evidencia del Archivo Nacional y otras fuentes brindada por el distinguido historiador Edgar Rey Sinning, que llevó a reto­car y corregir para la presente reedición algunos de los negativos originales de la Historia doble: en la página 35B del primer tomo, por la fundación de Tenerife, que fue en 1542 y no en 1540, como aparece en la primera edición; en la página 103A del mismo tomo había de escribirse 1576 y no 1583, y no fue Antonio sino Rodrigo Cordero el mentado lugarteniente; y en la página 62A del tomo segundo, el año de la muerte del Supremo Carmena es 1852 y no 1853.

2. La ¡lustre académica Pilar Moreno de Ángel aclaró el miste­rio de los últimos años de De la Torre y Miranda (página 71A del tomo cuarto) al encontrar en España el testamento y la partida de defunción del gran congregador de pueblos costeños, que publicó en el libro Antonio de la Torre y Miranda (Bogotá: Planeta, 1993). La muerte del congregador sobrevino en Santa María (España) el 6 de febrero de 1805, y le heredó una hija de 14 años de edad llama­da Josefa.

3. Otro distinguido académico, David Ernesto Peñas, descu­brió en la Notaría de Mompox una lista con los nombres de los fundadores de El Peñón (Magdalena) en 1770 (página 113B del pri­mer tomo). Este raro documento, que enriquece la historia local, aparece en el N° 22/23, niayo 1991, página 105 del Boletín historial de la Academia de Historia de Mompox.

Ha habido otros desarrollos intelectuales de la Historia doble que merecen recordarse. En primer lugar, el brillante escritor cos­teño David Sánchez Juliao realizó la proeza de verter en forma de novela y con su excelente estilo literario, una serie de anécdotas y ocurrencias con los personajes de la Historia. Fue publicada con el título de Danza de redención (Bogotá: Grijalbo, 1998) con explica­ble y muy buena acogida.

Recuerdo igualmente la polémica de 1986 en Montería sobre la fandanguera María Barilla y la rebelión del Boche (tomo cuarto),

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NOTA DEL A U T O R XIX

que dio origen al interesante y bien concebido folleto que editó el colega Albio Martínez Simanca (Historia y mito, Montería: Casa de la Cultura, 1987). Falta todavía evaluar el impacto que hubiera podido producir la circulación de la separata con capítulos escogi­dos de los tomos primero y segundo sobre Fundación de pueblos costeños, que hizo Carlos Valencia Editores (Bogotá) en 1982, opús­culo que fue especialmente editado para educadores y estudiantes de la región.

En cuanto a discusiones sobre asuntos tratados en la Historia doble u opiniones sobre estilos, metodologías e ideologías en ella, debo seguirlo dejando, naturalmente, en las manos de pensadores y escritores independientes. Aprecio así las observaciones tempra­nas del novelista Gustavo Alvarez Gardeazábal, las reservas de los historiadores Gustavo Bell Lemus (a quien agradezco su estimu­lante prólogo y la iniciativa de la presente reedición), Charles Bergquist, Eduardo Posada Carbó y Alfonso Muñera, las confir­maciones de Hermes Tovar Pinzón y Christiane Laffite Caries, así como los elogios del crítico francés Jacques Gilard, el escritor uru­guayo Eduardo Gaicano, el geógrafo de Berkeley James J. Parsons y nuestro novelista-sociólogo Rodrigo Parra Sandoval.

Hubo a continuación una fértil búsqueda regional por el equi­po de científicos sociales que publicó el primer Mapa Cultural de la Costa con apoyo del Corpes. Se organizaron fundaciones y or­ganismos no gubernamentales de estudio y acción social, e institu­ciones estratégicas como el Observatorio del Caribe Colombiano y su revista Aguaita, que dirige Alberto Abello. Además, aparecie­ron los nuevos aportes del Centro de Estudios Económicos Re­gionales del Banco de la República en Cartagena, con los trabajos de Adolfo Meisel, Joaquín Viloria de la Hoz y otros excelentes investigadores; el cuidadoso libro de José Agustín Blanco sobre Tierradentro y Barranquilla, el de Isabel Clemente sobre San An­drés y Providencia, las monografías de José Manuel Vergara y José Luis Garcés (Ciénaga de Oro), Jaime Colpas (Barranquilla), Ber­nardo Ramírez y Edgar Rey (Mojana), Pepe Castro (Valledupar), Víctor Negrete (Sinú), Rafael Velásquez y Víctor Julio Castillo (Magdalena Medio), y otros más, todos los cuales llenan lagunas de mi Historia. Y está en imprenta, gracias al esfuerzo del historia­dor Moisés Alvarez y del Instituto de Estudios del Caribe, la nueva

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XX NOTA DEL A U T O R

edición de Capitalismo, hacienda y poblamiento en la Costa Atlántica (1973), mi primer intento documental y pedagógico para el cam­pesinado costeño, que fue asimismo semillero de los cuatro tomos posteriores de la Historia.

Quiero insistir en la defensa del uso declarado de la imagina­ción y de la ideología en las pesquisas científicas -lo que aconsejó y ejecutó hasta el respetado Einstein-, como aparece en los canales A y B de la Historia. Debo recordar que, en el caso de la imagina­ción, se trató de elaboraciones de "corteza", o marginales, dentro de marcos culturales e históricos definidos, cuyos elementos tomé como "núcleos", es decir, como "datos columnas" debidamente confirmados. El registro formal de estos datos y en notas de pie de página se encuentra en el CANAL B. Por razones de comunica­ción y estilo, consideré adecuado compartir la alegría que sentía en aquellos momentos de reflexión y redacción, que dramatiza­ban rasgos personales o gestas colectivas de lo que estaba descu­briendo en el terreno o en los documentos. Así, por ejemplo, además de llamar "Mascachochas" al sanguinario general Tomás Cipriano de Mosquera, hice que por esta violenta razón le home­najeara con mordiscos una brigada aérea de mariapaiitos veneno­sas en una ceremonia masónica en Cartagena (tomo segundo). E imaginé cómo era el pueblo Zenú de legua y lo describí con motivo de la primera llegada de los conquistadores Heredia (tomo tercero).

En cuanto a la ideología, cuando escribí la Historia doble, el inolvidable maestro Gerardo Molina, dirigente político e intelec­tual de la mayor dimensión, ya me había matriculado como so­cialista humanista y así lo consignó en su clásico libro sobre el tema. En ello no hizo sino constatar viejas preocupaciones colec­tivas como las tenemos muchos científicos -no sólo los sociales, e incluyo aquí a los funcionalistas de raigambre conservadora— que preferimos la democracia a las dictaduras y la participación al monopolio. Por eso tomé parte en la temprana articulación de la Investigación-Acción Participativa ( I A P ) , escuela en la que se ins­cribe mi obra.

El hecho es que la IAP se ha extendido desde 1970, cuando nació en la Costa colombiana y en regiones campesinas de India, Brasil, México y Tanzania, y su acogida se registra hoy así en el Sur como en el Norte del mundo. Gracias a la dinámica creada

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NOTA DEL A U T O R

por los trabajos de sus cultores y a técnicas y valores propios, la investigación participativa ha llegado ya a considerarse como pa­radigma alterno al desarrollismo norteamericano y al positivismo cartesiano, orientaciones ideológico-científicas que van hacia el ocaso. Los primeros manuales universales de la i A P , señal de cierta madurez, fueron publicados en 2000 en Inglaterra. El más recien­te reconocimiento disciplinario a esta escuela provino de los mate­máticos reunidos en congreso mundial en Elsinore (Dinamarca) en abril de 2002, que la acogió para fines de mejor enseñanza y más eficaz comunicación, y para corregir prejuicios formativos en los adeptos de las ciencias duras.

Ahora, como se sabe, las preocupaciones sobre la IAP provie­nen no sólo de su candidatura como paradigma emergente en las ciencias sociales, sino de su creciente cooptación por organismos civiles, estatales y universitarios que pueden, por descuido, desvir­tuar sus ideales originarios de justicia popular. Pero así han venido, por lo general y en todas partes, las oleadas de la acumulación científica y tecnológica moderna.

Parece, pues, que la Historia doble de la Costa se ha venido con­solidando ante el público general y el académico, gracias precisa­mente a este inesperado y polémico desarrollo intelectual contemporáneo. Lo dejo así, confiado en el interés y en la produc­tividad comprometida con aquellos ideales, que permanezcan en las presentes y futuras generaciones de científicos.

Finalmente, quiero destacar y agradecer la terquedad mara­villosa de Patricia Hoher, gerente de El Áncora Editores, y la invaluable y oportuna intervención del doctor Leopoldo Muñera, vice-rector de la Universidad Nacional de Colombia, sede de Bo­gotá, para impulsar el presente proyecto.

O R L A N D O F A L S B O R D A

BOGOTÁ, MAYO DE 2 0 0 2

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CONVOCATORIA

En el reino de la mantis 16A

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PLANTEAMIENTO

Violencia y capitalismo 16B

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EN EL REINO DE LA MANTIS

"¡Mierda, carajo! —protesta el juez Ci­fuentes al ver pasar al sargento por la casa de la niña Ana Leonor rastrillando contra la pared la culata de su fusil— ¿es que ya no puede reunirse uno ni pa' estudiar? Compa, ahora sí empiezo a entender lo que decíamos anteayer sobre García Olano y los Comuneros: eran subversivos con razón... ¡Señor alcalde, res­peto a las ideas! ¡Señor sargento, respeto a la Constitución! No amenacen con las armas, porque ellas nunca vencen el espíritu. ¡No resucitemos la violencia, que el que siembra vientos cosecha tempestades!".

—Historia doble de la Costa: Mompox y Loba (Tomo I), pág. 166A.

Irritados por la actitud amenazante de las autoridades del pueblo ante nuestra mesa redonda sobre la cultura anfibia y el modo de ser costeños, los cinco participantes salimos de la casa de la niña Ana Leonor y nos fuimos a rumiar la situación en los sardineles de don Adolfo Mier Serpa, al pie de la gran piedra Palacín.

Varias preocupaciones nos tenían aturdidos desde aquella mesa redonda: ¿Cómo somos realmente los costeños? ¿Qué es la costeñidad? ¿A qué se debe la tolerante fluidez de nuestra sociedad? Ahora acabábamos de enfrentarnos a las autoridades del lugar con cierta sensación de triunfo, lo que podía confirmar aquello que habíamos dicho en la reunión: "el costeño aprende a tolerar al superior, no a soportarlo ' ' .

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VIOLENCIA Y CAPITALISMO

El despliegue de represión realizado por las autoridades del pueblo por el hecho de la mesa redonda sobre la cultura anfibia y el modo de ser costeño (tomo I), hace cambiar el tono y el tema central de la reunión de nuestro grupo de trabajo.

Ahora, sin dejar de pensar en la costeñidad y en lo que pue­de ser propio del costeño del Caribe, la preocupación pasa al problema de la violencia política y las formas en que nos afecta como pueblo y como región. Nuestra atención no se desviará de allí, por estimar importante estudiar a fondo —en la teoría y en la práctica del posible departamento del Rio propuesto antes— el desarrollo del caudillismo y de los partidos políticos en la Costa atlántica durante el siglo XIX. Porque los partidos polí­ticos han sido agentes de una nueva violencia que ha marchado a la par con la expansión capitalista —en la que envolvieron a las Fuerzas Armadas de la nación—, hecho que afecta el pre­sente y futuro de los pueblos riberanos de la depresión mompo­sina. En vista de que estos pueblos costeños han sido, en general, pacíficos y no tan dados a la descomposición violenta como en otras partes, es necesario examinar desde ahora el impacto que el belicismo y la violencia puedan tener sobre sus actitudes vitales y su tradición social.

¿Qué queremos decir con violencial Violencia es el uso [A] intencional de la fuerza con el fin de cambiar una situación

dada. Para ello se emplean elementos coercitivos produci­dos exprofesamente por el hombre, que van desde el garrote hasta el hipnotismo. Este factor volitivo, propio del hombre,

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17A ENELREINODELAMANTIS

No obstante, sentíamos que en nuestras vidas incidía la vio­lencia, sabíamos que ella no era cosa nueva entre nosotros. Pero era una violencia probablemente distinta de aquella del interior del país, menos cruenta quizás, con un poquito de yodo de mar, arrullada por el canto del sinsonte. ¿Aporte de la costeñidad? ¿O escape natural del alma hacia los recovecos de la paz selváti­ca que todavía impera en los caños de la depresión momposina?

El juez Cifuentes expresa con franqueza nuestra preocupa­ción del momento: "Será que la violencia quiere arreciar otra vez en nuestras tierras. ¡Adiós por ahora a la idea del departa­mento del Río, adiós a los planes de progreso que discutíamos! Ahora corran a armarse y defenderse, que vienen las tropas y los chusmeros..." [A].

Esta es la triste carga violenta de nuestra historia republi­cana, replico filosófico. ¡Cuántos recursos, lágrimas y sangre nos habríamos ahorrado si hubiéramos seguido la política civi­lista de Manuel María Mallarino y otros presidentes demócratas del siglo pasado! Nos habríamos convertido en otra Costa Rica, país que prospera sin el lastre de las grandes armadas.

Al "mascachochas" de Tomás Cipriano de Mosquera, el caudillo caucano, le debemos el derrumbe de aquella tradición civilista y la imposición de las bayonetas y las balas como argu­mento político. Desde entonces —la guerra que hizo en 1861— el campesino, el pescador, el indígena y el obrero lo han venido pagando duro, miren cómo viven, miren cómo son atacados y muertos a la primera voz de su justa protesta.

"Casi todo ahora se resuelve por la fuerza, rara vez por la razón, el entendimiento, la discusión, o la moral: hasta un peo de mariposa se ve como subversivo por el gobierno. No le dejan, pues, a uno salida distinta de la violencia, si uno aspira a algo mejor. ¿Será que ya no podemos aprender de la historia?", grita con fuerza Cifuentes como para respirar profundo y cam­biar de sangre, en dirección al cerro de doña María que enmarca al pueblo por el sur.

Un rumor de voces en crescendo le responde desde allí: "¡Libros sí, fusiles no!". Parecen venir de los destartalados colegios municipales y arruinados puestos de salud de las lade­ras y caseríos miserables de la depresión momposina. Y a la oleada de esas voces iracundas se añade como catarata otro coro estentóreo que viene de las quemadas selvas del Norosí, de los campos de concentración y tortura de Guaranda, de los ensan-

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VIOLENCIA Y CAPITALISMO 17B

distingue la violencia de los procesos de transformación y muer­te que corren por canales evolutivos naturales y biológicos, a los cuales se transfiere a veces, por analogía, el carácter de violen­tos. La violencia es exclusivamente humana.

Nos interesa, en especial, la violencia que se realiza en el campo político, cuyo objetivo, según Federico Engels (Antt-Dührtng sección II, cap. II) es imponer por la fuerza (física o simbólica) la voluntad de una clase o grupo social sobre otro para obtener ventajas económicas, y cuya carta de as y argu­mento final es el empleo de las armas. Este problema es una de las preocupaciones capitales contemporáneas, en vista del desarrollo del poder nuclear y de la competencia entre naciones que llevan a acelerar la carrera armamentista sin resolver las cuestiones sociales y económicas de fondo en el mundo.

La conquista española ofrece muchos ejemplos de violencia política, por la imposición coercitiva y armada de un modo de vida y de producción (señorial), desarrollado en Europa en procesos regionales de violencia ancestral a todo nivel, sobre otro indígena (primitivo) que no ofrecía el mismo historial de violencia que en el Viejo Mundo. Como lo vimos en el tomo anterior sobre la depresión momposina, la formación social colonial nació en un paroxismo de violencia que condicionó desarrollos posteriores, no siempre de manera positiva para el progreso de los pueblos.

La violencia política desaforada y aniquilante parecía ser cosa nueva en el contexto americano. Se derivaba de dos hechos: 1) de la superioridad del armamento europeo —índice elocuente en sí mismo del tipo de sociedad especializada en la violencia donde se desarrolló, aquella que tuvo el genio maléfico de transformar la pirotecnia china en pólvora letal—; y 2) del desarrollo espontáneo de las perspectivas de violencia personal, familiar, clanil y feudal que eran características de la vida so­cial, política y religiosa durante la Edad Media. (Los análisis de medievalistas profundos como Johan Huizinga, J . R. Hole, Norbert Elias y Barrington Moore demuestran suficientemente esta tesis, y permiten sugerir que los estados nacionales euro­peos surgieron precisamente para ir monopolizando y controlan­do aquella generalizada violencia latente y actuante, tan peli­grosa para la sociedad europea y su supervivencia. Sólo que pasaron luego a otro nivel de violencia: el de las guerras inter­nacionales y revolucionarias).

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San Martín de Loba. Una part icipante en la tradicional Danza de la Conquista hace una amarga evocación de la contraviolencia indígena

malibú.

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VIOLENCIA Y CAPITALISMO I8B

Esas perspectivas de violencia descontrolada o espontánea no eran parte de la cultura indígena americana —por lo menos la de la región momposina— cuyos exponentes quedaron, por eso mismo, sorprendidos e inermes ante la avalancha de los conquistadores. Pero luego de la primera y natural reacción de contraviolencia incitada por los invasores, muchos indios vol­vieron a su natural pacífico y recurrieron a tácticas de acomoda­ción. En la región costeña ésta fue la regla entre los indios más avanzados (zenúes, taironas, malibúes). Otros más primitivos, como los chimilas, motilones, cunas, catíos y guajiros respon­dieron con contraviolencia a sucesivas oleadas de la violencia de conquista.

Los chimilas fueron exterminados en un cruento proceso durante el siglo XVIII (tomo I). Los motilones y catíos se refugia­ron en serranías inaccesibles donde han llevado una vida pacífica sólo desarreglada por invasiones de colonos y otros extraños a sus territorios. Los cunas y guajiros se defendieron mucho mejor, gracias al armamento avanzado (de mosquetes y pólvora) que recibieron de ingleses y franceses enemigos de España para fomentar revueltas locales en las colonias ameri­canas, mercenarios que enseñaron a los indígenas los trucos de la defensa personal armada y el arte de la guerra moderna. Es decir, a estos indios los blancos "civilizados" los convirtieron en tan violentos como ellos. Esta fue la única forma como los guajiros y cunas pudieron sobrevivir, y la herencia y transmi­sión de la cultura blanca violenta tuvo que ser asimilada y adop­tada por estos indígenas como exigencia vital. Por eso han se­guido siendo respetados y temidos por la sociedad dominante hasta el día de hoy.

Pero es obvio que no todo fue violencia en la colonia y, como lo vimos en el tomo anterior, hubo variaciones en la aplicación de las soluciones de fuerza por parte de los grupos dominantes a los vecinos libres, indios, esclavos y cimarrones. Al ethos (característica cultural dominante de un pueblo) de conquista de los españoles, muchas tribus y comunidades costeñas contes­taron con su peculiar ethos de acomodación, a veces exitoso, como acabo de señalar. Además, es posible que de algunos grupos negros africanos se hubieran recibido ciertas disposicio­nes atávicas a lo lúdico, la euforia y la informalidad que reforza­rían el naciente ethos costeño no violento. Debemos por esto preguntarnos qué ocurrió concretamente en la colonia, y sobre

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Carlos Darwin

Federico Enge ls

Teóricos de la violencia

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VIOLENCIA Y CAPITALISMO 19B

la función real de la violencia en el desarrollo histórico de las sociedades. ¿Es la violencia el motor fundamental de este desa­rrollo, como lo han postulado muchos pensadores desde Gum-plowicz hasta Marx? ¿Es ella la única o principal partera de la historia? (Elcapital, libro I, cap. 24, 6).

Con base en la discusión de Loba, cabe reflexionar sobre algunas limitaciones a estas tesis totalistas. Recordemos que Marx mismo recapacitó sobre el alcance de ellas cuando criticó los extremismos irracionales y contrarrevolucionarios de los blanquistas y anarquistas en Europa. Estas reflexiones resultan necesarias para el caso colombiano y la expresión política coste­ña, porque llevan a comprender mejor las relaciones que existen entre revolución, violencia y contraviolencia, tema muy traji­nado entre nosotros.

El primer aspecto por reconsiderar se refiere a la agresivi­dad'humana básica. Conocidas son las creencias sobre la maldi­ción de Caín y las tesis de Thomas Hobbes (inspiradas en Plau-to) sobre el "estado de naturaleza" en el cual el hombre es un lobo del prójimo y donde existe una caótica "ley de la selva" que sólo la civilización a la inglesa logra corregir. A esto se han añadido las teorías sobre la supervivencia biológica del más ap­to tomadas por Herbert Spencer de Carlos Darwin para adaptar­las, sin mucho rigor lógico, al ámbito social.

Ni aquellas creencias ni estas tesis sobre la agresividad humana han logrado demostrarse científicamente. No se encuentran confirmaciones adecuadas en la experiencia históri­ca costeña, ni de otras partes. Una buena corriente de sociobió-logos explica, por el contrario, que la agresividad humana —como la de muchos animales— es adaptable (no genética) y que se expresa básicamente en la competencia por recursos limitados de comida o de espacio vital, o de ambos, que, en otras circunstancias, pueden negociarse o conciliarse; es decir, esta competencia queda en el plano de la razón y la voluntad, a nivel cultural, y sujeta a determinadas reglas de conducta. No hay agresividad descontrolada totalmente.

Hay tendencias naturales y sociales contrarias a la agresi­vidad. Ocurren en muchas partes —en la selva del Norosí, como en las ciudades del río Magdalena— procesos exitosos de filantropía, ajuste, simbiosis y parasitismo que se alternan con el uso de la fuerza bruta como elemento de supervivencia. Como se sabe desde los clásicos escritos de Juvenal y las observado-

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20A EN EL REINO DE LA MANTIS

grentados playones de Tómala: "¡Tierra sí, plomo no!". Rechi­nan los gemidos y las voces como en tumulto de trueno sobre la piedra Palacín, y dan el salto de dos cuadras para golpear a las puertas de la Casa Municipal y hacerla temblar hasta los cimientos.

Asombrado y conmovido ante la avalancha de las voces del pueblo, el juez Cifuentes recula, da un manoteo a su sombrero vueltiao de 19 bandas, y elabora una crítica propia desde el pun­to de vista regional: ' 'La historia reciente del sur de Bolívar nos muestra el canibalismo político y el uso de la fuerza como última razón sobre el pueblo y sus intereses. Han sido conflictos traí­dos de fuera, conectados con intereses extraños a nosotros, dirigidos muchas veces por cachacos y paisas ambiciosos que aprendieron a matar en sus montañas, a usar el cuchillo más que la patada, el revólver antes que el puño o el grito.

"No es una historia muy pacífica que digamos. El río Mag­dalena, precisamente en la porción de la isla de Mompox y sus cercanías, ha sido de los sitios más ensangrentados del país. Por ahí han pasado los ejércitos de los partidos, las fuerzas 'sutiles', los bongos de guerra, los barcos blindados. ¿Recuerdan la co­lumna que se levanta frente al río aquí cerca, en El Banco, en honor de los muertos liberales del combate de la Humareda (El Jobo) en 1885? Allí están esculpidas las siguientes palabras del escritor bogotano José María Vargas Vila. Oigan:

" ¡El Banco, puerto inmortal! Tú guardas las cenizas del más tremendo incendio, los despojos de la más recia borrasca. Tú eres para la patria un altar de recuerdos y de gloria y de ense­ñanzas sublimes. A ti vendrán las generaciones futuras para retemplar el patriotismo, y cuando quieran aprender que sólo se es esclavo si se quiere y si falta valor para morir".

"¡Romanticismo vacío de los cachacos!", atacan a la vez Luis Murallas, el dirigente de Usuarios Campesinos de Loba, y el profesor Alvaro Mier. ' 'En ese momento de lucha fratricida no se retiempla ningún patriotismo sino el sectarismo partidis­ta más violento. Por eso el río Magdalena sigue siendo teatro de luchas entre hermanos. Ahora lo recorren los guardacostas antigucrrilleros, los aviones de bombardeo y los helicópteros de reconocimiento de la contrainsurgencia inspirada en Norteamé­rica. No hay gran distancia entre la osamenta y hierros retorci­dos que todavía se ven medio hundidos en la Humareda y el pueblo de Morales que ocupó el Ejército de Liberación Nacional

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nes de Hugo Grocio, hasta en los animales hay expresiones de altruismo. Se observan en los himenópteros del Cesar, por ejemplo; entre los peces que se "limpian" unos a otros en los caños de la Mojana y Majagual; o entre el caimán y su pajarillo mondadientes. (Cf. Michael Ruse, Sociobiology, Londres, 1979, 146, 148, 152). De modo que las teorías hobbesianas que tanto han calado, especialmente entre racistas y belicistas, no en­cuentran firme asidero en la realidad.

En segundo lugar, al contrario de lo que piensan general­mente los spencerianos y evolucionistas, los pueblos rurales y primitivos no tienden a ser violentos, sino todo lo contrario (hasta la antropofagia tiene una justificación adecuada). Gran parte del éxito militar de los conquistadores —como lo vimos al avance de Santa Cruz y de Quesada por la depresión mompo­sina— se debió precisamente a actitudes de receptividad, admiración y veneración en pueblos indígenas no muy dados a soluciones violentas, que en su historia pasada, según los arqueólogos, habían dirimido conflictos de manera diferente. Las tribus costeñas se reunían todas en Zambrano para hacer intercambio pacífico de productos, y así por el estilo.

En los casos de los malibúes y chimilas, éstos reaccionaron violentamente ante los conquistadores sólo en respuesta a las crueles devastaciones de Ambrosio Alfinger y otros. Aún asi, hubo instantes de reconciliación tanto en Mompox como en Tamalameque, para los malibúes, y en Sitionuevo para los chimilas.

En fin, estas indicaciones llevan a explicar que el peculiar ethos no violento de la Costa caribe colombiana, ya señalado en el tomo I, puede tener raíces antiguas y profundas en pacíficas culturas indígenas locales, reforzadas por factores ambientales y naturales propios, aparte de la posible influencia de elementos convergentes de culturas africanas importados con la esclavi­tud. Este ethos no violento ha persistido en la región costeña en diversas formas, y se expresa en el antimilitarismo básico, la campechanía, el dejamiento indisciplinado y el sentido del humor ("si es pa pelea, a corre"...). Como lo veremos también en este tomo, la Costa caribe no se ha distinguido en el país por el talento bélico de sus caudillos y generales; más bien, hasta épocas recientes, por la cordura y el carácter eficazmente tole­rante de sus políticos.

De manera similar, un buen número de sociedades primiti-

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El Banco. Monumento a los caídos en la batalla de la Humareda (1885), con inscripción de Vargas Vila.

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vas contemporáneas, como la de los esquimales, evitan la agresividad de manera consciente. Hasta la tribu amazónica de los mundurucus —considerada como la más aguerrida del mun­do— ejecuta actos de finta y amenaza previos a cualquier decisión de violencia frontal. Lo cual demuestra la amplia flexi­bilidad de la conducta humana en el campo de la solución de conflictos como ocurren en la práctica. El problema de las rela­ciones entre revolución, violencia y contraviolencia, por lo tanto, debe plantearse primordialmente en el campo de lo táctico.

Hay dos factores intervinientes que afectan el desarrollo [ B ] táctico de la violencia en la sociedad y que llevan a su per­

sistencia en Colombia, conduciendo en su tren a aquella gente de la Costa que pueda ser esencial y tradicionalmente no violenta.

El primer factor es el de la contraviolencia, es decir, la tendencia sentida de contestar a un acto violento con otro igual o más intenso. En política esta tendencia ha llevado a la temible "espiral de la violencia", para convocar a la defensa colectiva e invocar la guerra justa, la revolución y el conflicto civil. Lo vere­mos aquí en el recorrido de los caudillos regionales Juan José Nieto y Francisco Javier Carmona, que estudiaremos enseguida; y como fue el caso de los muchos combates fluviales que ensan­grentaron el río Magdalena a su paso por la depresión mom­posina.

La contraviolencia de este tipo surge como una necesidad vital cuando la dosis de violencia que se aplica a grupos, socie­dades o clases sociales dominadas amenaza con extinguirlas o dejarlas totalmente a merced de fuerzas opresoras y explota­doras. Esa es una de las lecciones derivadas de la Conquista española: que muchos indios tuvieron que resistir con las armas en la mano para sobrevivir. O aplicaban diversas modalidades de contraviolencia, o sucumbían. Lo mismo se observa hoy en el proceso histórico-natural de nuestra formación social nacional —la persistencia de la lucha de clases— en tal forma que la vio­lencia clasista va dosificando la reacción opuesta. Es una forma de asegurar la supervivencia física a la cual las gentes explota­das tienen derecho, en las condiciones de goce integral de la economía y la cultura a que aspiran.

Una expresión importante de esta contraviolencia de clases es la guerrilla (no es igual a terrorismo). Tiene una vieja e

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Ü E J X 1 Thomas Hobbe

Nicolás Maquiuvelo

Teóricos de la violencia

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impresionante tradición en la depresión momposina y en la Costa caribe, aunque no resulte tan sanguinaria como la de la zona andina. Así lo vimos en las guerras de los palenques cimarrones en el siglo XVII y en las de la Independencia contra los realistas; como lo estudiaremos pronto en la guerrilla de Lorenzo Betancourt contra el general J u a n José Nieto, con todo y sus fallas ideológicas; durante la violencia del siglo XX y, actualmente, con la presencia activa de varios grupos guerrille­ros en la región estudiada.

Ello implica que, en este momento, el nacimiento de una nueva formación social por la cual se está trabajando revolucio­nariamente en Colombia esté ya condicionado por la contravio­lencia a que lleva la fuerza empleada en mantener a todo trance la formación social vigente con todos sus defectos e injusticias. La espiral de la violencia se quiebra entonces por arriba, con la explosión popular, con la acción colectiva y masiva de un pueblo que ya no aguanta más, como lo vemos actualmente en varios países del hemisferio americano y del mundo. Por eso sigue habiendo profetas armados costeños en lucha por la justicia en las selvas del sur de Bolívar, en San Lucas, en el San Jorge , en las praderas del Cesar y en tantos otros sitios que reclaman o preparan la explosión popular.

Por eso también se encuentran costeños en movimientos guerrilleros urbanos y rurales de otras partes , a veces como diri­gentes. Significativo que en éstos los jefes costeños se hayan distinguido por el uso del cerebro tanto o más que por el del gatillo, aportando a la guerrilla prácticas variadas que han estremecido al sistema tanto o más que ningún foco o toma armada de pueblos. Han sido capaces de entender los proble­mas de la táctica revolucionaria y articular salidas políticas no preferidas por líderes del interior formados en la escuela de Régis Debray, más inclinados a la violencia frontal, exclusiva y sectaria, contra el sistema dominante. Por estas razones, la guerrilla colombiana ha adquirido hoy una fisonomía distinta de la que tenía en años pasados.

Claro que hasta los costeños así comprometidos son capaces de aplicar la violencia total a la cual les lleva la dosis represiva de la reacción. Esto también se ha visto a través de la historia. Porque la espiral de la violencia, al seguir subiendo, va envol­viendo a todos: a los culpables e inocentes, a los violentos y no violentos, a los amantes de la paz y a los que quieren la guerra.

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La violencia en Colombia. (Grabado de Rengifo. 1963).

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El segundo factor interviniente en la violencia contemporá­nea es el armamentismo, es decir, la invención y producción de armas por gobiernos, particulares e industriales bélicos y su consiguiente distribución y monopolio en ejércitos profesiona­les. Para estas instituciones y personas, la guerra ha dejado de ser un medio para convertirse en un fin, aún más , en una forma peculiar de vivir. Los profesionales e industriales de la guerra han sufrido grandes transformaciones desde el siglo pasado: por ejemplo, ya no necesitan demostrar valentía o gallardía personal, si no una simple disposición mental a tocar botones automáticos o lejanos gatillos, para producir la destrucción del enemigo. Esta tendencia a la automatización impersonal permi­te concebir "escenar ios" escalofriantes caracterizados por la destrucción masiva y total.

Algunos teóricos creen que esta posibilidad de automatiza­ción bélica (incluyendo el empleo de armas atómicas) es progreso porque nos acerca al dominio tecnológico sobre la naturaleza. Las mismas instituciones y empresas que viven de las guerras se han encargado de propagar la idea de que éstas son saltos positivos en el desarrollo de la civilización. Nada es más falso, y un simple estudio de la historia y de la ecología lo demuestra. Se trata de un mito que busca justificar los negociados y la carrera armamentista. Esta alienación mortal se expresa en militares afectuosos en su hogar que no tendrían reparo en oprimir aquel botón apocalíptico; en empresarios corteses que viven de la producción de napalm y gases letales; en obreros europeos que se enfurecen cuando los tanques que fabrican no llegan a su destino en países pobres; en científicos "neu t r a l e s " que se encierran a calcular y diseñar medios técnicos más eficaces de matar; en universidades que se pelean contratos con ministerios de guerra y defensa; en angélicos capellanes militares.

"Las guerras empiezan en las mentes de los hombres " , dicen los estatutos de la Unesco. Pero es en la mente de los hombres , en los reclutas y oficiales jóvenes, y en muchos civiles donde se siembra la semilla inhumana de la justificación de las guerras. Es la semilla ideológica de violencia que prolifera luego en los campos y en las ciudades colombianas, que se lleva a la Costa caribe como un reto a su ethos tradicional.

Estos factores materiales y míticos, inducidos y promovidos desde hace mucho tiempo a nivel mundial por los intereses internacionales del complejo militar-industrial (hoy en el poder

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24A ENELRE1N0DELAMANTIS

el 30 de julio de 1978. Así como existe aquí la cultura anfibia de que hablábamos en la mesa redonda, también se puede desarro­llar plenamente la guerra anfibia del pueblo ' ' . [B]

No hay duda de que ha sido éste un desarrollo canceroso nacional, como si guerreasen los leucocitos con los fagocitos en las propias venas de los pueblos. Los leucocitos son los godos: los azules; los fagocitos son los mochorocos: los rojos. ¿Cómo se endureció y aceleró por aquí la violencia que, en otras formas, venía de la colonia? ¿Cómo se crearon las lealtades a nuestros dos belicosos partidos tradicionales —liberal y conservador— y por qué terminaron en graves conflictos civiles apelando al uso de las armas? ¿Y cómo fueron mediados esos conflictos por nuestra especial manera de ser y actuar como costeños, por nuestra costeñidad anfibia, alérgica a lo castrense y a la disci­plina incomprensible?

Hay muchas muestras de tales conflictos por aquí: al sólo escarbar la historia de la Costa, aparecen los conservadores de Chambacú en Cartagena enfrentados tempranamente con los liberales de El Pozo; los rojos de Santa Ana a los azules de Piji-ño; los de Ciénaga a los de Santa Marta; los de Guamal a los de Mompox; los de Menchiquejo a los de Tamalamequito; los de San Martín de Loba a los de Papayal. Hasta los caseríos y ciu­dades costeñas se han dividido también según la política, como en el propio Mompox los godos del barrio abajo y los liberales del barrio arriba, separados por una línea imaginaria, muchas veces infranqueable, que corría por la plaza de la Libertad. Conviene entender en detalle cómo se realizaban esas guerras, combates y trifulcas en nuestros playones y barriadas, en las ciénagas y sabanas con la gente de entonces, para ver si eran tan endiabladas como ahora, tan crueles como a veces se les presenta.

Lentamente, por el artritismo de sus piernas chupadas de sanguijuelas, se nos va acercando don Adolfo Mier Serpa, el abuelo de Alvaro. Trae en la palma de la mano un insecto muer­to muy parecido a la "profet isa" de los griegos que, por llevar sus dos páticas delanteras recogidas como en actitud suplicante, la han llamado también mantis religiosa.

¿Por qué será que ha habido y sigue habiendo tanta violen­cia por aquí y en el resto del p a í s ? " , pregunta también don Adolfo. "A pesar de que somos ricos en recursos que, bien ad­ministrados, darían para todos, no nos cansamos de matar por su control.

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en países avanzados), tienden a perpetuar y extender las solu­ciones de violencia. En esto Engels (cap. III) tenía razón: "La violencia se llama hoy ejército y escuadra de guerra''.

En el caso histórico colombiano, se acogió esta fórmula de violencia armada a partir del momento en que se introdujo entre nosotros (a través de Chile) el concepto de ejército territorial profesional (con servicio militar obligatorio) iniciado por los prusianos a mediados del siglo pasado. Así se acabaron los caudillos y militares-civiles formados en el trajín directo de las guerras incidentales, personas que, mal que bien, al concluir su función bélica volvían a la civilidad. Los militares profesionales colombianos que siguieron han sido, en general, respetuosos de la ideología democrática y se han acogido, con pocas excepcio­nes, al espíritu civilista tradicional. Por ello han recibido a su vez el respeto y admiración de la población civil, respeto y admi­ración puestos en cuarentena sólo cuando los políticos antipa­triotas que representan intereses personales o de grupo han pretendido convertir a las fuerzas armadas en ejército de ocupa­ción nacional.

Al establecerse el ejército profesional en Colombia en esta forma, se confirió al Estado una función única como agente de violencia institucional (la misma que Max Weber llamaba "le­gítima"). Pero (como lo quieren otros teóricos) cuando la violen­cia legítima institucional no responde a los verdaderos intereses de las mayorías gobernadas —especialmente las gentes trabaja­doras y productoras de la riqueza nacional—, ella se convierte en violencia reaccionaria o autoritaria. Por regla general, ésta no ha durado sino lo suficiente para provocar la reacción en contrario. Contra ella se han levantado sucesivamente los pue­blos desde épocas antiguas, con caudillos o sin ellos, en paros, guerras, guerrillas y otros movimientos justos que los gobiernos y ejércitos hoy definen erróneamente como "subversión" criminal (véase capítulo 6B, tomo I).

La costa caribe no es excepción. Asi ha ocurrido y sigue ocu­rriendo en la depresión momposina (el último incidente grave fue el paro cívico de Mompox en agosto de 1977, que precedió por un mes la conocida explosión de ira popular en Bogotá). Esta es una de las características históricas importantes que nos distinguen como colombianos de los países militarizados del cono sur del hemisferio —característica que ha impedido e impide el arraigue de golpes de estado dictatoriales o fascistas en Colombia, aunque quieran intentarse a veces— y que no nos

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25A EN EL REINO DE LA MANT1S

•¡HE:

Las dos especies principales de mariapalito de la costa caribe.

"Miren lo que traigo: éste es el ser que más se asemeja a nuestra situación como país abatido por tanta violencia irracio­nal. Mírenlo, reducido a un palito demacrado, que por eso le decimos la mariapalito. Pero observen también que lleva el gesto hipócrita de santurrona, muy dedicada al Sagrado Cora­zón de Jesús, como si fuera incapaz de hacer nada malo.

"¡Embustes!", sonríe picaronamente don Adolfo. "La ma­riapalito es una feroz caníbal que se va comiendo cuanto insecto encuentra, hasta al macho que la apareó. Además, es carnívora y, si uno se descuida, lo muerde con sus dientecitos de ametra­lladora dejando un veneno que sólo se combate aplicándole a la mordedura una contra de serpiente o barro de puerco. Por des­cuidarse de esto, se murió mi comadre Regina: una mariapalito la mordió en el seno y se le fue gangrenando que no hubo ya forma de salvarla''.

Ramón Pupo, el herrero momposino experto en la poesía de Candelario Obeso, toma la mantis por una pata y le examina la cabezoncilla redonda y brillante con sus dos pupilas saltonas como de soldado marciano. "Está viva todavía la condenada", explica incrédulo mientras la aplasta contra el suelo con ve­hemencia.

"¿Y saben qué más hace ese bicho tan endiablado?" con-

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dejan convertir tampoco en otra "república bananera" (aunque estuvimos cerca de ello en varias ocasiones).

Desgraciadamente, al ponerse al servicio del Estado auto­ritario, bajo la orientación ideológica de aquellos políticos comprometidos con la situación injusta, las armas y ejércitos se convierten en factores de descomposición social y en agentes antipopulares y, por lo mismo, en elementos antipatrióticos. El "patriotismo", en tales circunstancias ambiguas de política, no logra disfrazarse con paradas diarias en honor de la bandera nacional. Como se sugirió antes, este "patriotismo" se contra­dice con actos que se acercan a cierto tipo de terrorismo estatal, como son: la ocupación bélica del propio territorio nacional y de las patrias chicas regionales; la persecución a intelectuales críticos, labriegos, obreros y líderes sindicales que piensan distinto o caminan sin las muletas ideológicas del sistema; los bombardeos y ataques a regiones campesinas y resguardos indígenas donde la gente se encuentra mayormente inerme, y cuyos problemas no se resuelven a bala. Así se ha comprobado en la región estudiada. Por eso resulta difícil ahora equiparar servicio militar con patriotismo o con la defensa de las fronteras, como pudo haber sido en otras épocas o circunstancias.

El sostener con las armas un Estado impopular y autoritario se vuelve así el esfuerzo más violento de que se tenga noticia nunca, y también de los más costosos. Es el caso actual de muchos países, entre ellos Colombia. Así, en la Costa atlántica aparecen cada vez más soldados, lanchas patrulleras y retenes con ánimo puramente represivo. Eventualmente, esta costosa fórmula reaccionaria resulta contraproducente y antihistórica, porque ni paz ni la justicia, y menos aún el progreso, nacen de las armas. Por fortuna hay en el Ejército Nacional una corriente de oficiales inteligentes y pundonorosos que piensan así. Saben que la represión desaforada y terrorista contra una "subver­sión" mal entendida e interesadamente interpretada lleva más bien al derrumbe del propio Estado, cuando no por causas externas, por el peso de su propio lastre, por el prohibitivo costo social y económico de esa represión infundada, que impide el desarrollo real de un país y el avance de su pueblo.

Porque la disponibilidad y uso de las armas dependen del proceso general de producción y del desarrollo económico de la respectiva sociedad: no es un proceso autónomo ni es descon­trolado, y tiene su límite. Con excepción del empleo marginal

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tinúa don Adolfo. "Cuando algún animal se lo traga por equivo­cación —por no distinguirlo en la hojarasca— la víctima se infla y le empieza a doler la barriga. Así, la mariapalito nunca pierde. Es tan brava que, poco antes de morir, expulsa de la cola, envuelta en mierda, una culebra viva que la castrea y le hace el amor. Díganme si la mantis mariapalito no es como la personifi­cación de la maldad, de la violencia misma que devora a sus amantes y a sus propios hijos y que renace en cada muerte". [D]

¡Una santurrona violenta! ¿Será esto Colombia? ¿Podemos llamar progreso a esas transformaciones sucesivas de mariapa­lito en culebra y de serpiente en mantis que no logran romper la endemoniada espiral de la violencia heredada del siglo pasado? Porque, aunque nos hemos desarrollado materialmente (podría ser mucho más, en vista de nuestras riquezas), no ha habido una real prosperidad económica ni mayor justicia social ni certi­tud política desde entonces. Lo peor es que esa espiral violenta parece irse acelerando. Y que mientras más capitalistas y ricos, más violentos nos volvemos. [C]

"La violencia va subiendo", sostiene don Adolfo. "Miren que mi abuelo Adolfo —el tatarabuelo de Alvaro— pudo huir al principio de las persecuciones de! doctor Pantaleón Germán Ribón en las Tierras de Loba (de las que éste se creía dueño) como también se escapó de las guerras civiles. Logró refugiarse en la medicina popular, la minería y la música. Pero ya de la Guerra de los Mil Días (1899-1901) no se pudo escurrir. Tuvo que aceptar que a su hijo Pablo Emilio lo reclutaran como alférez en El Banco y, por eso, se vieron ambos envueltos en el terrible combate fluvial de Los Obispos. Mi abuelo, que vivía entonces en Puerto Nacional, atendió en su casa a los heridos de ese combate, que le llegaron en el vapor "Colombia". Finalmente el viejo, dejando otra vez el río de las guerras, se vino adentro, a San Martín de Loba. Pero aquí poco después lo machetearon a muerte unos liberales de Papayal que vinieron a atacarnos''.

La "niña" Benita Vidales, la de la pepa'e erica, se acerca al grupo saltando. Desde cuando los jóvenes estudiantes del Cole­gio Cooperativo le fueron a consultar sobre la historia del pue­blo, se siente crecida y orgullosa. "Ya moriré tranquila", dice, aunque nadie en el pueblo espera que esto vaya a ocurrir pronto. Las últimas palabras de don Adolfo Mier, escuchadas desde la cerca de su casa, le animan a hacer una rectificación:

"Señor Adolfo, recuerde que los conservadores de aquí fueron primero a Papayal a atacar a los de allá. Era una guerra

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VIOLENCIA Y CAPITALISMO 2bB

generado por las industrias bélicas y servicios conexos, la violencia militar institucional no crea riqueza, antes gasta y aprovecha la que existe, para fines no productivos e impide que estos recursos se dirijan a resolver los problemas fundamen­tales del desequilibrio ecológico, la pobreza, el hambre, la enfermedad y la ignorancia que están en las raíces de la llamada "subversión". Otra cosa sería si, con esos mismos dineros que se gastan en armas y ejércitos, se hiciera la guerra a estos pro­blemas seculares. A la corta o a la larga, la humanidad no podrá negarse a confrontarlos con todo lo que puede porque irá en ello su propia supervivencia.

De allí que pueda decirse que la violencia autoritaria y el militarismo antipopular y antidemocrático llevan en sí el ger­men de su propia desaparición, que puede ser cuando su gigan­tismo los haga insoportables hasta para aquellos que se benefi­cian de la reacción y el belicismo.

El fomento del negocio de las armas y la violencia reaccio-[C] naria en Colombia y en la Costa han corrido parejos con la

expansión capitalista mundial. El capital va necesitando y exigiendo la protección de las armas cuando sus fórmulas de control político (inspiradas en el liberalismo clásico) le fallan sucesivamente. Así, en la historia de la Costa se observa que la violencia misma de los conflictos civiles se ha ido incrementan­do en ferocidad, desde las tragicómicas y ceremoniosas aventu­ras de los caudillos de principios y mediados del siglo XIX, cuando aún seguía dominando el modo de producción señorial, hasta la ofensiva de los terratenientes contra los ocupantes de las Tierras de Loba en 1881; la destructiva explosión de la Gue­rra de los Mil Días (1899-1901) —con un segundo pico, más agudo, en la violencia de 1947 a 1958—; la intervención nortea­mericana en Loba por el dominio de la tierra (1913-1922); y la formación de ligas campesinas, sindicatos agrarios y comités de Usuarios Campesinos, capítulos que veremos en sucesivas entregas de esta serie. Las últimas organizaciones mencionadas son ya expresiones regionales claramente vinculadas a la expan­sión del capital en el país. Y su establecimiento ha llenado cár­celes y cementerios en todas partes. (Cf. Fernando Guillen Martínez, El poder político en Colombia, Bogotá, 1979, 366).

Además, la expansión capitalista ha producido un tipo de violencia patológica —especialmente en las ciudades— que se expresa en escuadrones sueltos de la muerte, "pájaros" (mato-

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de nunca acabar. Claro que el abuelo suyo no tenía que ver con esa pelea, que de pronto al que buscaban aquí era al coronel Falencia, el de las cincuenta mujeres, que peleó en El Banco a órdenes del general Mayorca. Eso era todos contra todos. El general Mayorca se soplaba con un pañuelo cada vez que pasa­ba frente a la casa de un liberal, para decirle hediondo. De allí le provino después que las narices se le fueron estirando y se le volvieron como una trompa de elefante que goteaba sin cesar. Tuvieron que ponerle una palangana al pie. ¡Qué tiempos esos! Se sentía el odio en el aire..

"Como después, cuando llegó Mister Cannon y la compañía americana para sacarnos de nuestras t ierras, hacia 1920. Mi padre y muchos otros lobanos se organizaron y lucharon contra Cannon" , recuerda don Adolfo meciéndose en la hamaca, luego de despedir gentilmente a un vecino que venía a peluquearse. "Pero fue peor durante la Violencia grande que siguió a la muerte de Gaitán en 1948. Por aquí pasó un cabo de apellido Lozano que quiso sembrarnos la semilla de la maldad por órde­nes que traía de los mandones cachacos de Bogotá. Fue mucho el daño que hizo cuando la elección de Laureano Gómez para presidente, tanto que al fin hubo protesta de conservadores y liberales y al fin Lozano se fue del pueb lo" .

"Esa fue, sin duda, una solución cos teña" , observa Mura­llas. "Pero no dejaron de quedar los retoños de esa mala semi­lla. Un conflicto violento resultó por aquí cerca, a causa del asesinato de Gaitán, Hubo casi guerra entre Pinillos (liberal) y Palomino (conservador). Se metieron entonces los hacendados de allí para aprovechar y quedarse con los playones de los ríos. Nos opusimos los campesinos, que organizamos ligas y sindica­tos para defendernos. La tierra, antes libre y común, empezó a ensangrentarse por la lucha contra los que pretendían monopo­lizarla. Ni la llegada del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora) resolvió el problema del monopolio de la tierra. Los ricos querían hacerse más ricos y explotar cada vez más a los pobres. Respondimos al fin con los Usuarios Campesinos, formando comités, fundando cooperativas y baluartes, y recu­peramos algunas tierras. Pero entonces llegaron las tropas a sacarnos a la fuerza, pues se pusieron de parte de los ricos. Les hicimos frente a como dio lugar. La situación sigue así, en ten­sión violenta, sin resolverse quién sabe hasta cuándo. .

Mucho depende de los que retienen el poder, trato de expli-

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VIOLENCIA Y CAPITALISMO 27B

nes a sueldo y a traición), pandillas juveniles armadas, motoci­clistas de cruz gamada, secuestradores, atracadores y extorsio-nadores varios, todo de manera e intensidad sólo experimenta­das antes en la Edad Media. (E. J. Hobsbawm, Revolutionari.es, Londres, 1973, 209-215). De modo que no sólo se crea violencia política (de partidos y naciones), sino violencia individualizada, atomizada y alienada a nivel personal y grupal, aparentemente inmotivada.

No es difícil explicar teóricamente el desarrollo de la violen­cia capitalista y de sus acompañantes patológicos o aparen­temente inmotivados, así en la ciudad como en el campo. El empeoramiento observado en este sentido en la región mompo­sina y en Colombia —como en el resto del mundo— ocurre por dos tipos de contradicciones que van incorporadas a los proce­sos de acumulación de capital: la competencia por la posición de clase y la competencia por el consumo. (Cf. William J. Chambliss, "Toward a Political Economy of Crime", Theory andSociety, II, No. 2, 1975, 149-170). Estos dos tipos de compe­tencia enardecen la agresividad —como en los financistas y empresarios, en la mafia y las pandillas, y en algunos políticos ambiciosos—, estimulan el egoísmo y el afán de lucro, y llevan a aplicar indiscriminadamente tácticas maquiavélicas o inmora­les en el manejo de la cosa pública. De allí la perplejidad de líderes cívicos colombianos alimentados en la tradición liberal, por ejemplo, que encuentran rotos los niveles morales del control social y destruidas las formas de explicación de la violen­cia actual, y sólo hallan factible, como solución, resucitar los métodos de terrorismo estatal que los mismos liberales habían proscrito y grandemente eliminado en el siglo pasado.

Por eso, al extenderse por la región costeña, el capitalismo ha llevado a la gente a abandonar parcialmente su tradición no violenta para conformar, ahora sí, una jungla de pasiones desenfrenadas. De allí la guerra de la mariguana en la Guajira, la violencia urbana de Barranquilla, la mafia en alza en Santa Marta y la incipiente contaminación criminal de sitios aislados, como Mompox. Además de los ya frecuentes casos de corrup­ción administrativa y sevicia que llevan allí a la violencia patológica, la persecución ideológica, la tortura y los campos de concentración.

Tales conflictos y contradicciones del capitalismo liberal contemporáneo implican una situación creciente de desequili-

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car con el fin de volver la atención del grupo hacia el tema cen­tral del nuevo encuentro. Todo lo que aquí se ha dicho lo estu­diaremos a fondo más adelante, si nos lo proponemos.

El juez Cifuentes también lo entiende así: ' 'Para responder a estas inquietudes sobre la violencia y la costeñidad tenemos que estudiar el aspecto político de nuestra historia local. Hagamos como cuando analizamos el señorío: comencemos por el princi­pio. Algo importante ocurrió en 1810: se quebraron las formas usuales del poder y se creó un vacío en el estado que no pudo llenarse sino con una clase política que tomó el lugar de los burócratas peninsulares y de los nobles. Esta nueva clase polí­tica era la de los gamonales de pueblo y caudillos regionales. ¿Quiénes fueron los gamonales que suplantaron en la provincia de Cartagena de Indias y en Mompox a los antiguos gobernado­res y sus agentes? ¿Qué representaban esos caudillos y cómo surgieron a la vida pública ?".

Todas nuestras miradas se dirigen entonces a los más ancia­nos: la niña Benita y don Adolfo. "Sigan a la cocina antes de que vuelvan las mantis mariapal i tos" , replica don Adolfo, "y les cuento lo que refería mi abuelo Adolfo a mi padre Pablo Emilio, que éste a su vez me repetía cuando yo ya estaba en capacidad de entender las cosas. En esto me podrá ayudar Benita, pues ya se le dio por creerse profesora. Claro que mi abuelo no fue gamonal, ni general, ni cabo, sino, como dije, simple curandero, músico y minero. Pero su vida ocupó casi todo el siglo pasado, vio las guerras civiles y sintió sus efectos, y conoció al principal caudillo costeño de esa época, el general J u a n José Nie to" .

Nieto, ¿el que fue presidente del Estado Soberano de Boli-

Adolfo Mier Serpa, nieto del músico, minero y curandero Adolfo Mier Arias, en San Martín de Loba (1981).

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VIOI.EM IA V CAPITALISMO 2*B

brio interno de recursos (problemas de distribución de riqueza) que no puede sostenerse sino sobreexplotando a la clase traba­jadora de la región. Esta condición política de sobreexplotación genera la violencia estructural, aquella que se expresa en la pobreza, el hambre, la ignorancia y la enfermedad de las mayorías nacionales y regionales, como se palpa en las laderas y caseríos miserables de la depresión momposina y de la Costa, y en todas las ciudades del Caribe. Es la misma condición que lleva a la justificada revolución social y política violenta en busca de alternativas adecuadas , aunque los personeros del sistema dominante, hipócritamente, nieguen que aquella pueda ser justa.

Algunos caudillos del pasado, como Juan José Nieto en la Costa, lucharon a su manera contra esta violencia estructural, a la cual llamaron " t i ranía" . Aquí estudiaremos en detalle cómo se luchaba en esa época contra los defectos y fallas estructurales de la formación social. Hoy aparecen otras clases de dirigentes populares —como lo exige el proceso histórico-natural que sigue su marcha inevitable— de quienes se requiere mayor claridad ideológica y mayor eficacia en la conducción de las masas que son víctimas del capitalismo rampante (capítulo 6B).

En la cultura anfibia que estudiamos en el tomo anterior [ D ] se destacó el mito del hombre-caimán como personifica­

ción global de la misma. En el presente trabajo, por razón del foco conceptual de la nueva investigación, surge otro ele­mento popular mítico en la superestructura ideológica: el de la mariapalito (ponemesa) o mantis religiosa, como símbolo de la violencia.

San Martín de Loba. Casa de Adolfo Mier Serpa, sitio de la dis­cusión sobre violencia y capitalismo en la costa.

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var?, pregunto curioso. "El mismo", contesta don Adolfo. "Se conoció con mi abuelo porque ambos eran masones. Y por allí creció el respeto y admiración que éste le tenía al general".

¿Cómo sería ese general y caudillo costeño? Intrigante pregunta. ¿Sería sanguinario como el mascachochas Mosquera, cruel como Morillo, en fin, violento y disciplinado, o más bien dejao como el coronel Obeso de Mompox y jovial como los gene­rales loriqueros Lugo y Zarante?

El trabajo investigativo sobre este asunto me parece compli­cado, informo a mi vez. Que sepa, casi no hay nada escrito sobre Nieto, y habrá que comenzar por revisar el gran archivo de baúl que el coronel antioqueño Anselmo Pineda, contemporáneo de Nieto, formó y conservó y tuvo la generosidad patriótica de donar a la Biblioteca Nacional. Y habrá que visitar la región, entrevistar ancianos lúcidos e intelectuales e historiadores amantes de lo propio, y buscar en los otros archivos de baúl que quedan vivos por ahí.

"No parece mala idea", sentencia el juez Cifuentes. "Así veremos la historia política regional doblemente, por arriba con los caudillos y por abajo con las masas populares. Esto nos permitirá también comparar a los gamonales de ayer con los de hoy. Lo cual es útil: en efecto, un departamento del Río sin jefes adecuados tampoco resultaría; y nuestros dirigentes han sido y siguen siendo muy especiales'',

Este puede ser el comienzo de la nueva tarea del grupo de trabajo de Loba, que habremos de ampliar con compañeros de Bogotá, Cartagena, Mompox y otras partes de la región, según las necesidades que experimentemos. Procedamos entonces a organizamos para obtener la información necesaria.

Don Adolfo nos impulsa en esta convocatoria, y anticipa la presentación del informe sobre el caudillo costeño: "Si ustedes averiguan lo de Juan José Nieto, como dicen, yo les voy contan­do, al mismo tiempo, lo del tatarabuelo de Alvaro: mi abuelo''.

Y así lo hicimos.

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VIOLENCIA Y CAPITALISMO 29B

En la Costa colombiana, la mariapalito tiene dos variedades: la del insecto delgado como un palito seco (de allí su nombre común), de color marrón, que puede mimetizarse con ramas y hojarascas, clasificable entre los fasmópteros originarios de España y la Europa mediterránea; y la del insecto un poco más grande de color verde, también capaz de mimetismo, que desa­rrolla alas y una cola medio abultada, clasificable entre los mantoides de probable origen asiático, que es la mantis propia­mente dicha. Tiene hábitos diurnos o nocturnos según la espe­cie. Cuando no se reproduce sola (por partenogénesis), la hembra devora al macho después del apareamiento. Aunque come hojas, este canibalismo la lleva a comerse también otros insectos que no alcanzan a distinguirla.

El pueblo riberano de la depresión momposina le ha añadido elementos míticos a la mariapalito, todos los cuales se relacio­nan con la crueldad, la maldad y la violencia. Se cree que de la mariapalito verde sale una culebra que luego la envuelve para copular con ella (como hace la iguana con la serpiente); que es venenosa y muerde a hombres y animales. A primera vista no se le teme mucho, quizás por su pequenez, pero la mariapalito no deja de producir rechazo y tensión dondequiera que aparece. Ha llevado incluso a desarrollar una serie de conjuros para evitar su acción malévola, como los que reza el general Carmona en Mompox (capítulo 2A). Esta es apenas una de las variaciones de conjuros contra la mariapalito existentes en la región.

De manera coincidente —y esta coincidencia no deja de tener significación— el maestro caucano Luis Ángel Rengifo también concibió la violencia desatada en Colombia entre 1947 y 1958 como una mantis con garras, a veces bicéfala. Así lo expre­só en una serie de trece extraordinarios grabados hechos por él en 1963 (con textos del Popol Vuh) cuando era profesor de bellas artes en la Universidad Nacional. De ellos he tomado dos con el fin de ilustrar el planteamiento del presente tomo.

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EL TATARABUELO A LA SOMBRA DEL CAUDILLO

1. El político y el pueblo 32A

2. Con el Supremo Carmena: el desastre de Tescua 62A

3. Fundación de Palomino y Pinillos 77A

4. El II.-. P.-. H.-. y la revolución del medio siglo 90A

5. Con el general Meló: la contrarrevolución 117A

6. El caudillo 136A

7. Apogeo y muerte de Nieto 162A

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EL CAUDILLISMO COSTEÑO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

1. Ideología política y cultura popular 32B

2. Facciones y partidos 62B

3. Hacia la formación social nacional: el modo de producción campesino 77B

4. Hacia la formación social nacional: la superestructura dependiente 90B

5. Elementos de la contrarrevolución 117B

6. Teoría del caudillismo 136B

7. Semblanza del anticaudillo 162B

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1. EL POLÍTICO Y EL PUEBLO

Puyando la burra con un garabato, sentado entre dos agua­deras de bejuco y con las piernas cruzadas sobre la nuca del animal, Juan José se acerca a Baranoa por el camino medio empedrado de Cibarco que, en dirección al norte, lleva al pueblo de indios de Tubará y a la bella bahía de Puerto Caimán. El muchacho va dejando atrás las suaves hondonadas sombreadas de trupillos espinosos y pequeños campos de maíces y algodón que los mayores habían arrancado hacía poco al monte virgen a punta de fuego, machete y ron. [D]

De los matarratones rosados de flor, salen a atacarle de vez en cuando las abejas que le revolotean por el sombrero alón de palma de cuba, medio ralo, que su madre Benedicta Gil le había trenzado con materiales comprados en el mercado de San Nico­lás de Barranquilla, el principal del partido de Tierradentro. Doña Benedicta era oriunda de Tubará, ella misma mestiza, mas había pasado a vivir en Baranoa junto a su esposo, el espa­ñol Tomás Nicolás Nieto, éste recién llegado del cercano caserío blanco de Juan de Acosta.

Juan José era un niño fornido, de piel cetrina clara (o trigue­ña oscura), ojos zarcos verdosos, nariz recta y amplia, labios finos, cejas arqueadas y cabello negro medio rizado. No pueden explicarse estas características tan dispares (si se juzga de manera biológica) sino en un individuo mestizo o de la raza "cósmica" triétnica, compuesta de mezclas variables de blanco, indio y negro, que ha llegado a caracterizar a los costeños colombianos. Juan José tenía facciones atrayentes y hermosas, lo cual le facilitaría, más adelante, el ascenso en la vida y su

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1. IDEOLOGÍA POLÍTICA Y CULTURA POPULAR

Las vidas paralelas de Juan José Nieto (futuro caudillo del Estado Soberano de Bolívar) y Adolfo Mier (futuro músico, curandero y minero de Mompox, El Carmen y Loba), vidas que responden a unos mismos procesos históricos entre 1804 y 1840, reflejan un periodo crítico en el nacimiento de la formación so­cial nacional que suplantará la colonial: el de los primeros con­flictos civiles internos. Esta violencia encubre, al mismo tiempo, algunos experimentos democráticos e intentos de articulación con el mercado europeo encabezado por Inglaterra y Francia.

Nieto y Mier eran, ambos, jóvenes de origen popular. No pertenecían a clases señoriales, sino a familias pobres libres establecidas en diferentes subregiones de la Costa atlántica. Naturalmente, tomaron cursos distintos: Nieto, por circunstan­cias locales y personales, subió de posición social, se politizó en las corrientes liberales y se preocupó por problemas de Estado y gobierno que constituyen porción importante de la superestruc­tura de una sociedad. Mier, como miembro del "pueblo" común, reaccionó con sencillez ante los acontecimientos diarios, y se aferró a lo conocido, a la patria chica y la cultura popular, para defenderse y defenderlas de peligros de destrucción, esca­pándose a bolsones territoriales donde ellas pudieran preservar­se o extenderse.

Estos son apenas dos ejemplos de un proceso ideológico muy frecuente y observado, que entre nosotros tiene como punto de partida la revolución contra España y se acelera al término de la Gran Colombia: la divergencia entre las clases dirigentes politi­zadas del nuevo experimento democrático, y el pueblo de base

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33A EL POLÍTICO Y EL PUEBLO

goce, pues no habría muchacha parda o blanca, ni señorita hidalga que no le dirigiera miradas furtivas en las mojigangas de las fiestas.

Tanto la parentela de Nieto como la de Gil eran pobres. En ninguna de las dos figuraban poderosos señores ni funcionarios virreinales. Pero tampoco ninguno de sus miembros estaba sujeto a esclavitud ni servidumbre. Eran mestizos, mulatos, zambos, tercerones, cuarterones, quinterones, tentes-en-el-aire y blancos libres que, como sus descendientes en el mismo vecin­dario hoy —donde no existe el latifundio— vivían principalmen­te de la agricultura. Habían hecho rozas y fincas pequeñas de algodón, caña, millo, yuca y pastos en Cibarco y Sierra Honda, no lejos de las Tierras de San Blas, propiedad antigua de des­cendientes de don Andrés de Madariaga, conde de Pestagua. Sin embargo, en sus otros ratos los Nieto Gil —como todavía hoy— se desempeñaban como curanderos, parteros y albañiles; o se dedicaban a fabricar el ron " ñ e q u e " en burdos alambiques tolerados a regañadientes por las lejanas autoridades de la go­bernación de Cartagena.

Don Tomás Nicolás y doña Benedicta vivían con sus hijos Juan José , José Manuel, Bartola, Librada y Francisca (Pacha) en una casita de techo de palma situada diagonalmente a la iglesia, donde hoy está la Escuela Industrial de Baranoa. Ade­más de curandero, partero y albañil, don Tomás Nicolás fabri­caba mechas de algodón en grandes bolas que salía a vender en muía en los pueblos cercanos de Tubará , Saco y la Chorrera, donde sus habitantes empleaban las mechas para fabricar a su vez velas de sebo y colocarlas en veleros de latón. Cada varios meses don Tomás y su esposa hacían también un viaje especial a Cartagena con la misma mercancía (y con sombreros trenza­dos por doña Benedicta), para lo cual tomaban el camino de Cibarco y se embarcaban en bote o goleta en Puerto Caimán. A raíz de este oficio, a don Tomás lo apodaron "el general Me­c h a " : no se escapó de la respetable costumbre costeña del sobrenombre.

En uno de esos viajes, con Benedicta encinta, al pasar por la Loma del Muerto a un lado de Cibarco, en vía a Tubará, había nacido de pronto J u a n José , al pie de un árbol frondoso de mata-rratón, el 24 de junio de 1804. No hubo peligro en el parto. Don Tomás asistió a su esposa y él mismo cortó el ombligo con su macoca. Tanto la madre como el recién nacido recibieron luego cariñosos cuidados de los parientes tubareños de Benedicta que

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Baranoa. A la derecha, al fondo, se encontraba la casa de la familia Nieto Gil.

que no habla el mismo idioma político o que tiene otros tipos de preocupación vital. Son corrientes ideológicas que van en dife­rentes direcciones, a veces paralelas, a veces opuestas, muy rara vez en convergencia, para crear un abismo en la comunica­ción social entre las clases sociales y dos vivencias o mundos culturales propios que tendrán poco qué ver el uno con el otro, excepto para propiciar fórmulas compartidas de supervivencia física; las que se basan en representaciones colectivas que las clases dominantes imponen a las inferiores para legitimar la explotación económica y la manipulación política, entre ellas las del partidismo, el clericalismo y la tenencia hacendil.

Este proceso de divergencia ideológica interna en la forma­ción social colombiana no ha pasado inadvertido en la política activa. Algunos de los dirigentes más importantes han tomado nota de las diferencias y las han utilizado para impulsar sus respectivos movimientos. Jorge Eliécer Gaitán, por ejemplo, se refirió a ella cuando hablaba del abismo que separa al "país nacional" del ' 'país político". Camilo Torres Restrepo demostró diferencias profundas en el uso de los mismos conceptos claves entre los grupos políticos dirigentes y las clases populares.

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34A EL POLÍTICO Y EL PUEBLO

les esperaban en el poblado vecino. Mientras el marido seguía al puerto para viajar a Cartagena, la esposa se repuso y regresó a Baranoa, donde Juan José creció como cualquier otro mucha­cho del pueblo.

Algo especial en el niño Juan José, que lo distinguía de los rústicos alarbes de Tierradentro, era su fascinación por los li­bros. Así como aprendió solo a hacer mechas, socolar bien el monte y cortar pita sin picarse el talón, también aprendió solo a leer y escribir. Para ello se sirvió de los repujados novenarios pequeños de letras doradas que le prestaba Teodoro, el mayor­domo del conde don Andrés. Y con el fin secreto de aprovechar la corta biblioteca parroquial, aceptó servir de monaguillo al cura del pueblo, don Antonio Roso, quien le había observado la chispa del ingenio. Además, aceptó cuidar de la imagen de madera de Santa Ana, la "vieja" milagrosa a quien se había dedicado el pueblo por los blancos que acabaron con los indios del lugar.

La situación general de Tierradentro no era fácil en esos días. Cartagena se había declarado independiente de España en 1811, pero Santa Marta no y, en medio de estas dos ciudades, Baranoa se debatía aún entre realistas y patriotas. El pasajero triunfo de la Junta Suprema de Cartagena convenció a la mayo­ría del pueblo por la revolución, incluyendo al párroco, quien alcanzó a organizar una escuela primaria en la que entró Juan José; pero había una espera tensa causada por las noticias que llegaban de Venezuela de que venía tropa española suficiente para reconquistar las colonias americanas.

En efecto, en abril de 1815 se presentó la tropa española como una tromba al mando del general Pablo Morillo, quien ocupó a Barranquilla y Soledad y procedió a controlar el río Magdalena.

En julio llegó a Barranquilla la vanguardia venezolana del Ejército Pacificador con el brigadier Francisco Tomás Morales a la cabeza —el famoso "terror de los malvados americanos" — con órdenes del general Morillo de seguir a Cartagena para abatirla por tierra. Malambo, Baranoa y Sabanalarga quedaban en la ruta de Morales. En Malambo se acababa de realizar un fuerte encuentro, con muchos muertos.

Juan José nunca había visto al cura Antonio tan nervioso. De detrás de la sacristía éste sacó algunos libros y folletos envuel­tos en cáñamo y se los entregó al monaguillo para que los escon­diera en la choza de Cibarco. Mal que bien, esto constituyó una

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Cibarco. Tipo de casa campesina en la cual creció el general Nieto.

Mompox. El Colegio-Universidad de San Pedro Apóstol, hoy Colegio Pinillos. usado como cuartel en 1840.

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revelación para el joven, porque entre tales folletos iba uno que serviría para fundamentar su futuro credo político, y tendría tiempo más que suficiente para aprendérselo de memoria hasta cuando se fueran los españoles: ese folleto era el Catecismo o instrucción popular escrito por Juan Fernández de Sotomayor y Picón, el cura rebelde de Mompox. [A]

Publicado en la imprenta gubernamental de Cartagena en 1814, el Catecismo hacía una fuerte justificación de la revuelta patriota e incitaba a los párrocos a "llenar dignamente nuestro ministerio declarándonos enemigos de la tiranía que nos ha hecho gemir tres siglos, y hacer conocer a los pueblos la justicia de nuestra revolución".

"Pregunta: ¿De quién dependía la América antes de la revo­lución de España?

"Respuesta: De sus reyes. "P. ¿Esta sumisión o dependencia tenía algún fundamento

en justicia? 1 'R. Ninguno tuvo en su principio. "P. ¿Qué títulos se han alegado para mantener esta depen­

dencia? "R. Tres: a saber, la donación de! papa, la conquista, y la

propagación de la religión cristiana''. Y Juan José repetía a media voz las respuestas y recitaba los

alegatos de Sotomayor en contra de los tres falsos títulos adu­cidos para mantener los vínculos con España, disimulando los labios al paso de la tropa de Morales, escondiéndose entre los algodoneros y cañas de don Tomás, y suspirando por un cambio de fortuna.

Seis años habrá de esperar el futuro caudillo para ver por fin la libertad completa de los nuevos cantones de Barlovento (antes Tierradentro). Mientras tanto, Tomás Nicolás decidió mudar a todos por un tiempo a Tubará, donde estaban más al resguardo de tropas invasoras y más cerca del mar. En Tubará, Juan José conoció a la familia de Francisco Mauri, catalán casa­do con india tubareña, con la cual el joven descubrió las culturas europeas distintas de la española.

Al cabo de un tiempo, los Nieto Gil salieron de Tubará por Puerto Caimán en goleta para Cartagena, donde se establecie­ron. Aquí Juan José tuvo por fin la oportunidad de redondear su educación como mejor pudo, ver otros medios y hacer amistades en círculos más amplios.

Por una parte, cultivó otras familias catalanas e italianas

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IDEOLOGÍA POLÍTICAS CULTURA POPULAR 35B

El problema sigue vivo, porque la mayoría de los políticos colombianos se aterran al pensar que esa distancia entre pueblo y dirigentes pueda algún día llenarse, y esto condiciona y limita la acción partidista en el país. Las explicaciones del fenómeno son aún insatisfactorias. Una de las más imaginativas se debe a la pluma del profesor Luis López de Mesa cuando escribió que, por el hecho de que "el centro de gravedad cultural de la socie­dad colombiana está muy alto y es, por lo mismo, inestable", la sociedad zozobra con frecuencia, no es capaz de superar las crisis que experimenta y lleva al caos en que las minorías iletra­das rompen los baluartes éticos (Escrutinio sociológico de la historia colombiana, Bogotá, 1955, 168, 244, 249).

La explicación de López de Mesa no satisface, puesto que —para usar el mismo símil del profesor— el peso del lastre producido por las clases inferiores iletradas (que no es lo mismo que ignorantes o faltas de ética) debería ser factor suficiente de estabilidad para toda la sociedad. El punto de apoyo externo y superior de nuestra nacionalidad (que menciona también López de Mesa) ha sido precisamente causa de confusión moral e inseguridad en la determinación y manejo de lo propio, fuente

Juan Fernández de Sotomayor y Picón, el cura rebelde y masón de Mompox, después obispo de Cartagena.

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establecidas de tiempo atrás en la ciudad. De ellas aprendió más de Europa y su cultura, especialmente de Francia. Todo lo francés fascinó a Juan José : trató de aprender el idioma y se puso a leer clásicos como Comedie , Racine, Moliere, Boileau y Fenelon que le facilitaban los catalanes. Esta admiración por lo galo persistirá hasta su muer te , y llegará al climax durante la revolución socialista de 1848, que tantos efectos tuvo en la Nue­va Granada y en la propia vida del joven.

Por otra parte , Juan José supo aprovechar la amplitud ra­diante y fiestera de la ciudad de Cartagena que era, como hoy, muy dada a los bailes. Medio entrón y medio " l i s o " , ayudado por su buena presencia, el joven se hizo amigo de la distinguida familia de los Madariaga y López Tagle. Esta familia estaba vinculada al mayorazgo de Pestagua —el de Salamanca,Polo-nuevo y Baranoa— pero tenía francas lealtades con la causa patriota. Y a través de los López Tagle, el joven pudo también conocer a otra familia patriota notable: la del doctor Ignacio Caveto y Cárdenas, mexicano de nacimiento y funcionario secundario del virreinato en Cartagena, cuyas siete hijas, exper­tas en hacer tejidos finos y calzonarias (después, dos de ellas fueron finas panaderas) , eran primas de los López Tagle por el lado de la madre , María Teresa Leguina de Cavero, a su vez pariente de los pudientes García del Fierro.

Los Caveros eran doblemente importantes: doña María Teresa había heredado una regular fortuna del mayorazgo paterno, y había invertido su capital en un almacén de géneros de Castilla organizado en el primer piso de su casa de la calle de la Iglesia en Cartagena. El doctor Cavero había sido primero administrador de carrera de la Real Aduana y luego presidente de la Jun ta Suprema de Cartagena que había proclamado la independencia en 1811.

Ambos, por supuesto, fueron perseguidos por el Pacificador Morillo: con confiscación de la tienda y con destierro y pérdida del empleo de la aduana. Cavero tuvo además la desgracia de perder mucho dinero cuando organizó y financió desde Kings­ton, en 1819, una expedición fallida para retomar a Portobelo, que confió a un general irlandés irresponsable y medio loco, Gregory MacGregor. Pero las armas de la república empezaban a ganar ya la iniciativa frente a los españoles, y los Caveros no habían perdido la esperanza de retomar el hilo de sus existen­cias en la semidestruida Ciudad Heroica.

El joven Nieto estableció así, con estas familias, relaciones

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de crisis políticas motivadas por la incongruencia de institucio­nes europeas adoptadas en Colombia, y desastres económicos que no es del caso documentar aquí. Por el contrario: la inesta­bilidad social nuestra ha podido residir en el excesivo peso espe­cífico que se han dado, irresponsablemente, las clases altas y educadas.

Conviene, pues, registrar el hecho real de la divergencia ideológica entre las élites educadas y explotadoras, dadas a proyectos ideales o utópicos y esquemas políticos extranjeri­zantes, por una parte; y el pueblo raso por otra, que ha venido creando su propia cultura mediante el trabajo y la producción, tratando de defenderla de intrusiones foráneas y elitistas. Esta divergencia es un ingrediente actual o potencial de la violencia general que nos afecta como pueblo.

Históricamente, las élites políticas tienden a ser utópicas; las bases, realistas e inmediatistas. Siguiendo a Karl Mann-heim, por utopia entendemos aquellas "orientaciones que tras­cienden la realidad cuando, al pasar al plano de la práctica, tienden a destruir [...] el orden de cosas existente en una determinada época". (Ideología y utopía, México, 1941, 169). En el caso colombiano y costeño, estas orientaciones utópicas no han aparecido porque sí, sino porque en la formación social existente surgen "ideas y valores que contienen [...] las tenden­cias no realizadas que representan las necesidades de la épo­ca". No obstante, se sabe que la utopía no ejerce un dominio total sobre la formación en transición, ya que deja por fuera grupos y clases sociales que no participan de la específica inter­pretación de la utopía que eventualmente se imponga; ni tampo­co la utopía se cumple en toda su extensión, sino que se ' 'decan­ta", esto es, desarrolla sus esquemas sólo parcialmente dejando residuos ideológicos que se asimilan en la formación social que nace.

Veamos, pues, cómo se expresa esta dialéctica política entre las clases altas y las bajas, en los casos de Nieto y Mier, que tienen como teatro inicial de sus divergencias los conflictos de la depresión momposina, la costa de Barlovento y la ciudad de Cartagena.

La personalidad de dirigente político y caudillo de Juan [Al J o s é Nieto llevará la impronta de sus primeros años. El

era, naturalmente, producto de su cultura y su región: según testimonios de contemporáneos, era un joven alérgico al

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de amistad que se convertirían finalmente en eficaces vínculos matrimoniales, políticos y de subsistencia. Aún de 17 años, pero bien preparado por su esfuerzo, inteligencia y apostura, Juan José estaba demostrando capacidades de asimilación a grupos colocados por encima de su propia humilde familia. Aunque también puede verse todo esto como otro ejemplo de apertura social y debilidad del señorío estricto de castas entre las familias hidalgas de Cartagena y Barlovento, como era ya aceptado en las tierras momposinas.

Recobrada Cartagena por los patriotas Mariano Montilla y José Padilla en octubre de 1821, volvieron al fin a la ciudad muchos de los desterrados, entre ellos el doctor Cavero y su esposa. Para repararlo económicamente, el nuevo gobierno nombró a Cavero contador de las Cajas Nacionales de Cartage­na; poco después , éste asumió por unos meses , en 1824, la Intendencia del nuevo e inmenso departamento de Magdalena e Istmo, y llegó, por último, a ser magistrado de la Corte de Justicia del Magdalena. A la sombra de este procer rehabilitado se mueve entonces el joven Nieto.

Parece que la primera recomendación para Nieto fue de la señora f iar ía Teresa Leguma dirigida a un colega suyo - el comerciante canario José Palacio Ponce de León. El señor Pala­cio empleó a J u a n José como escribiente y ayudante en su tienda. Fue una adquisición positiva en todo sentido, porque J u a n José cayó también en gracia de una heredera de don José y su esposa: doña María Margarita del Carmen, con quien se casará en la catedral el 13 de septiembre de 1827.

Nieto amplía entonces el círculo de sus amistades en la capi­tal de la provincia. A los López Tagle y Caveros añade ahora a los Núñez, que se emparentaban con los García del Fierro. El niño Rafael, con sus padres, iría con frecuencia a visitar a la nueva pareja. Así se inició la amistad que vinculó después las carreras de Núñez y de Nieto, éste como primer protector y padrino político de aquél.

Ya con un poco más de madurez y seguridad a raíz del con­veniente matrimonio, Nieto empezó a interesarse en la suerte de la nueva república. El elemento catalítico que le impulsó a embarcarse en la política fue la intentona de presidencia vita­licia y luego dictadura del Libertador Simón Bolívar en 1828. Como en el resto de la Gran Colombia, en Cartagena también se dividió la opinión pública entre bolivianos y antibolivianos, esto es, entre los que querían modificar la Constitución de Cúcuta

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señorío almidonado de Cartagena, toletante, fiestero, mujerie­go, franco y enemigo del autoritarismo. Como persona, armoni­zaba con el ethos desarrollado en la Costa y con la apertura y fluidez de su estructura social. ¿Cómo se forma, pues, la ideología de Nieto como nuevo político liberal? ¿Cómo se desa­rrolla la ética de su conducta pública? ¿Cómo ingresa a la élite intelectual y se separa de la cultura de su pueblo de base ?

Para contestar estas preguntas contamos, por fortuna, con folletos escritos por el propio Nieto, lo cual ya, de por sí, le hace figura excepcional, además de los detalles pertinentes de su propia vida que examinaremos aquí en sucesivos capítulos I I I .

Nacido el 24 de junio de 1804 en Baranoa —antiguo pueblo de indios en Tierradentro (departamento del Atlántico) que per­dió su condición de tal en 1745 al ser convertido en parroquia de vecinos por el aflujo de españoles, mestizos y mulatos— Nieto pertenecía a una familia triétnica de vecinos libres pobres que alli vivían de la pequeña agricultura y oficios varios. Sin oportu­nidades educativas, se formó a sí mismo y fue adquiriendo cono­cimientos políticos y literarios a través de contactos locales y, más tarde, en Cartagena, donde logró vincularse por matrimo­nio a dos familias respetables: una comerciante (Palacio) y la otra burocrática virreinal de rango secundario (Cavero), que se declararon por la Independencia nacional. También tuvo dos hijos "na tu ra l e s" (que se sepa): Lope y Concepción (Concha) I I I .

1. Nieto ha sido figura olvidada, y la presente recuperación histórica ayudará a explicar por qué. Una relación cronológica muy útil se en­cuentra en Donaldo Bossa Herazo, Cartagena independiente (Bogotá, 1967), 128-133, fuente básica para el tema; incluye la reproducción de uno de los retratos de Nieto.

2. Los datos —muy escasos aún— sobre los primeros años, la familia paterna, matrimonios e hijos "naturales" de Nieto se derivan gota a gota de algunos de sus propios escritos, especialmente de la defensa que preparó por sus actuaciones durante la revolución de Meló en 1854, documento fechado en Bogotá el 9 de julio de 1855 (FP. No. 8), que aquí identificaremos en adelante como "Autodefensa". Otras fuentes escritas: Manuel Ezequiel Corrales, ed.. Efemérides y anales del Estado de Bolívar (Bogotá, 1892), IV, 544; Fernando de la Vega, Cartagena, la de los claros varones (Cartagena, 1936), 76-79; Eduardo Lemaitre, Breve historia de Cartagena (Bogotá, 1979), 171-172; Ma­nuel Hernández A., "Contribución social de Baranoa en los destinos del país", El Heraldo (Barranquilla). noviembre 29, 1940.

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Vista de Cartagena como la conoció Nieto. (Dibujo de Therond).

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para hacerla autotitaria, y los llamados detensores de la legali­dad y soberanía popular. Es el inicio de una de aquellas cons­tantes históricas cuya solución ha distinguido a Colombia de otros países americanos, en vista de que aquí, hasta ahora, han triunfado casi siempre las fuerzas antidictatoriales y antimili­taristas.

En Cartagena, la crisis había desembocado en una revuelta de antibolivianos libertarios encabezada por el almirante rioha-chero José Padilla —de heroico historial durante la pasada guerra—, contra el comandante Montilla. Debelada la revuelta y enviado preso Padilla a Bogotá para su juzgamiento y muerte , quedaron en la ciudad los ánimos todavía más exaltados.

A ojos de Nieto, Bolívar se iba conviniendo en tirano. Vol­vieron a su mente , reforzadas, las tesis del Catecismo de Soto-mayor y Picón. Y al recibir noticia de la conspiración del 25 de septiembre de 1828 contra Bolívar y de sus consecuencias, Nieto no dudó un momento más y, hacia 1829, empezó a expre­sar abiertamente sus inclinaciones democráticas: se hizo anti-boliviano, y de allí pasó luego a identificarse sucesivamente con los santanderistas (seguidores del general Francisco de Paula Santander, el "Hombre de las Leyes") y con los obandis-tas (los del general José María Obando, uno de los primeros grandes líderes populares del país).

EL TATARABUELO ADOLFO:

Me contaba mi mamá Tina —la " n i ñ a " Agustina de Mier, pariente pobre, de "hojala ta" , de las nobles de Mier de la albarrada de Mompox— que el Libertador Bolívar, al llegar al pueblo el 18 de mayo de 1830, se alojó en el edificio del Colegio-Universidad San Pedro Apóstol.

¡Que llegó Bolívar, mira!, gritaba la gente mientras se arremolinaba en el callejón. Mamá Tina me cargó, pues yo apenas estaba de crianza, salió de la casa donde vivía con el cura Arias, mi papá, en el callejón de Don Blas, y se fue también para el Colegio por la calle de atrás.

Los cien soldados que acompañaban a Bolívar en su último viaje por el río Magdalena cerraron filas para atajar la entrada del bochinche a las arcadas del patio central. Pero mí mamá, sin desanimarse, se acercó a

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Nieto se inició en la política como antiboliviano (contra Bolí­var y su dictadura) y obandista (seguidor del general José María Obando, caudillo payanes de la época), y fue nombrado guardal­macén de la plaza de Cartagena por el presidente Francisco de Paula Santander en 1833. Empezó a cultivar una cauda electoral entre los artesanos del distrito de la Catedral de la ciudad —donde vivía en casa arrendada—, quienes le llevaron a la Cámara provincial en 1836. Fracasó en un primer intento de ¡legar a la Cámara de Representantes, en parte por oposición de los ministeriales conservadores de Cartagena (sus enemigos

Juan José Nieto, maestro de obra de Baranoa y descendiente del general Nieto (1981).

Niñez y raza de Nieto: de la Vega, 76 ("de estirpe africana"); retrato restaurado, en el Palacio de la Inquisición (Cartagena); retrato en piedra en el mausoleo del cementerio de Manga (Cartagena). Había otro retrato en el salón del Concejo municipal de Baranoa, que ha desa­parecido. Las informaciones centrales provienen de entrevistas con don Juan José Nieto, sobrino biznieto del general Nieto, en Baranoa (1980). quien sostiene el general era trigueño; Manuel Jacinto Palma, Juan Ramón Guzmán, Gregorio Ramón Goenaga y Alvaro Gómez Soto (Baranoa, 1981).

Lugar de nacimiento: Hubo polémica entre los historiadores Ismael Solano Manotas y Manuel Hernández Araújo, en los periódicos barran-quilleros El Heraldo y La Prensa, noviembre de 1940. Tubará se recla­ma cuna, con base en vinculaciones locales de la familia Nieto-Gil y por razón del sitio de nacimiento del general: la Loma del Muerto.

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una de las ventanas y por las hendijas oyó a Bolívar conversando en voz baja con don Francisco Martínez Troncoso [gobernador de la provincia de Mompox, que se había creado el 18 de abril de 1826 con los cantones de Mompox, Magangué, Majagual, Ocaña y Simiti, como parte del departamento del Magdalena] .

Hablaba de la discordia que venía de la capital, de los apetitos personales, de las ansias de mando de grupos (que no de partidos), del desencanto por el fracaso de la Gran Colombia, hasta de la incapacidad y errores de su propia dictadura. El señor Troncoso le pedía que regre­sara a Bogotá y tomara de nuevo el mando. Pero al Li­bertador no le importó y siguió a los dos días para Cartagena y Santa Marta.

Cuando se supo en Mompox la noticia de la muerte de Bolívar, decía mamá Tina que las campanas dobla­ron a muerte por nueve días. Eran campanas nuevas, que el maestro herrero Socorro Ja raba había recién fundido allí, cosa verdaderamente maravillosa. La niña Tina recordaba todo eso con lágrimas en los ojos, y nos hizo aprender de memoria el Testamento de Bolívar en San Pedro Alejandrino:

"No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos deben trabajar por el bien inestimable de la unión... los militares empleando sus espadas en defensa de las garantías sociales

Mi papá, el cura Arias, pertenecía al batallón de Mili­cias que comandaba otro presbítero suelto y masón además, el general José Félix Blanco [el que se había adueñado de la hacienda de Calenturas del mayorazgo de Torre Hoyos antes de la vuelta de la marquesa María Josefa Isabel de Hoyos a Mompox en 1825]. Eso no era raro entonces, porque esos curas de verdad ver­dad no buscaban distinguirse del pueblo y compartían las costumbres y la suerte de nosotros. Vivían como gente corriente con sus mujeres e hijos, con o sin iglesia.

Mis padres supieron entonces que, en Riohacha, los gamonales habían decidido [el 3 de octubre de 1830] desconocer el gobierno del dictador Urdaneta en Bogo­tá y unir su distrito al Estado de Zulia en Venezuela. Del Zulia les habían llegado tropas de apoyo al mando

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políticos) y, en parte, por su raza y origen de clase. Luego se hi­zo masón / 3 / .

La revolución de Obando en el sur del país en 1840 para pro­clamar el federalismo como forma de gobierno nacional, suma­da a las frustraciones políticas y sociales que venía experimen­tando en Cartagena, llevó a Nieto a unirse al ejército rebelde aliado del general Francisco Javier Carmona, jefe supremo del recién proclamado Estado Soberano de Manzanares , en Santa Marta. Era el comienzo escabroso de una carrera militar distin­guida; pero llena de altibajos y muchas desilusiones 141.

Tubará ha venido considerando esta loma como suya desde hace tiem­po; pero el sitio ha pertenecido al vecindario de Baranoa y está cerca de Cibarco, caserío indiscutible de Baranoa. No debería haber discu­sión, porque el mismo Nieto se consideraba baranoero y así también lo identificaban en Cartagena, como puede leerse en diversos números de El Porvenir en 1850.

Sobre Baranoa y Cibarco: José Agustín Blanco, "Santa Ana de Bara­noa: de pueblo de indios a parroquia de vecinos libres (1745)", Divul­gaciones etnológicas (Barranquilla), 2 a . Época, 1 (julio 1980), 49-70; zambos allí, pág. 60.

Los Palacios y Caveros: Donaldo Bossa Herazo, Apuntes biográficos del doctor Ignacio Cavero (Cartagena, 1980); Gabriel Jiménez Molina-res, Linajes cartageneros-II (Cartagena, 1958), 153-169; José P. Urueta y E. G. de Piñeres, Cartagena y sus cercanías (Cartagena, 1912), 414,421.

Alcibia: Entrevistas con Bossa Herazo (quien conoció y trató a doña Anita Mogollón Cavero viuda de Trueco, ahijada y sobrina política del general Nieto), Cartagena, 1980; Archivo de Simón Gómez de Lavalle, fólder 74 (Cartagena).

3. Nombramiento de guarda-almacén en 1833: ANC, Despachos milita­res, 15, fol. 9.

Cauda electoral: La Democracia (Cartagena), No. 24 (mayo 16, 1850), Remitidos; No. 53 (diciembre 5, 1850), Candidatos. (Colección de la Biblioteca Nacional).

Los Calvos y rechazo de Nieto: Contestación a una carta escrita en Bogotá por el señor José Joaquín Ortiz Rojas,1835 (FP, No. 109), nota manuscrita al final del folleto.

Entrada a la masonería: Américo Carnicelli, Historia de la masonería colombiana. 1833-1940 (Bogotá, 1975), I, 57, 71, 509 (véanse también los capítulos 3A y 3B).

4. Primeros desarrollos de la guerra civil de 1840 (de los Supremos). Sobre el Estado de Cibeles y el capitán Ramón Antigüedad; Contra-

loria General de la República, Geografía económica de Colombia: Atlántico (Bogotá, 1936), 53-54; Instituto Geográfico Agustín Codazzi, Monografía del departamento del Atlántico (Bogotá, 1973), 71; Joaquín

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de un comandante [del antiguo batallón Cazadores de Orinoco, el mismo de la conspiración del 25 de septiem­bre de 1828 contra Bolívar], llamado Pedro Garujo. Las milicias recibieron orden de seguir por tierra hasta Valledupar para sofocar la rebelión, mientras que por mar mandaron otras tropas a Riohacha desde Carta­gena. Así, mi papá se alistó para la nueva marcha.

Nieto ya no era desconocido en Cartagena: se le veía como un autodidacto dedicado, en parte, al comercio; después pasará a cargos administrativos oficiales. Los círculos de la "buena sociedad" se le habían franqueado por las vinculaciones matri­moniales, aunque sólo parcialmente: no fue nunca bien recibido por los bolivianos Calvos, Pombos y Herreras , por ejemplo, luego afiliados al partido conservador, familias que siguieron viendo a Nieto como un " p a r d o " advenedizo, que debía regre­sarse a hacer mechas en Baranoa, como su padre Tomás Nicolás.

Estos conflictos, por supuesto, se habrán de agudizar más adelante a medida que el recién llegado suba la escala del poder.

Pero Nieto tuvo el buen sentido de no negar ni disimular su origen de clase. Desde este punto de vista, el futuro caudillo parecía abrigar convicciones realmente democráticas. Así llegó a afirmarlo más adelante en un folleto gratuito que publicó en 1834 (con la anuencia amistosa del doctor Sotomayor y Picón, ya consagrado obispo de Cartagena por voluntad de las nuevas autoridades de la República y el Vaticano), titulado Derechos y deberes del hombre en sociedad. Allí sostenía: "Son reos de alta traición y deben castigarse cuando traten de mudar en monárquico absoluto el sistema de gobierno republicano que se haya dado una nación; todo el que promueva el despotismo debe perseguirse por los pueblos" . En esto atacaba las tendencias monarquistas que en Cartagena representaba la familia Castillo y Rada, especialmente el doctor José María.

Sobre el fundamental concepto de propiedad, añadía allí mismo: "Cada uno es dueño absoluto y legítimo propietario de su cuerpo y de los productos de su trabajo [...] ninguno debe ser privado de la menor porción de su propiedad, sin su consen­t imiento" (páginas 10 y 12), en lo que quedaba claro su libera­lismo económico.

Y Nieto remataba el mismo folleto destacando lo aprendido sobre tiranía en el Catecismo de Sotomayor, que sería regla fija

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Lo primero que resalta de este caso son los mecanismos de cooptación y asimilación (por matrimonio) que ocurren en la vida de Nieto, por los cuales asciende en la escala social, y el papel protector e impulsor de las familias de comerciantes y burócratas que le aceptaron en su seno. Estas familias —Palacio y Cavero— formaban parte de la oligarquía cartagenera, pero no de su aristocracia tradicional, que se había formado con personas provenientes de la carrera militar y de más altas posi­ciones administrativas virreinales. Al alinearse con la Indepen­dencia, los Palacios y Caveros ingresaron al grupo de la nueva burguesía comercial urbana —los nuevos ricos, la clase emer­gente de la época— que se formaba con la república, y llenaba los claros dejados por la aristocracia emigrante a otros lugares más prometedores que la Cartagena de esos días. Parece que las vicisitudes de la guerra de Independencia y la decadencia económica de Cartagena (a partir del sitio de 1815) quebraron parcialmente la estructura de castas heredada de la colonia, y nuevos canales de movilidad social se abrieron entonces, como ya ocurría en la noble villa de Mompox. Y Nieto, evidentemen­te, por su preparación y apostura, fue capaz de aprovechar tanto aquel quiebre de estructura como esta nueva fluidez en las cos­tumbres de su tierra.

En otras circunstancias, este proceso de cooptación de un elemento diferente, o potencialmente peligroso, habría produ-

Posada Gutiérrez, Memorias histórico-políticas (Bogotá, 1951), V, 207; Memorial del capitán Ramón Antigüedad al jefe militar de la provincia (Barranquilla, agosto 23, 1836), ANC, Hojas de servicio, II, fol. 634; Carta a Ramón Vives (Barranquilla, octubre 6, 1836) y otros documen­tos, ANC, Hojas de servicio, II, fols. 637-651.

Sobre el Estado de Manzanares y el general Francisco Javier Carmo-na: José C. Alarcón, Compendio de historia del departamento del Mag­dalena (Santa Marta, 1898), 131; Posada Gutiérrez, V, 197-202; Ascen­sos y retiros hasta 1838, ANC, Despachos militares, II, 12-14; IV, 63; VIH, 7; XVI, 66; XXIII, 301 (Oficio de enero 26, 1839 reincorporándolo al ejército).

Parece que la costumbre de "pronunciarse" contra un gobierno —es decir, explicar las razones de una rebelión— provino de la revolución de Riego en España (1820). En Colombia esta costumbre guerrera llevó a cierta codificación de procedimientos y expectativas sociales, políti­cas y económicas que se respetaban por los contrincantes, por lo menos en las primeras y más señoriales guerras civiles. Cf. Alvaro Tirado Me-jía, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia (Bogotá, 1976). 31-32.

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de conducta política para él en el futuro: "Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para és te , y para cada uno de sus individuos, el más sagrado e indispensable de sus deberes . . . Todo individuo que usurpe la soberanía (que reside en el pueblo entero), debe ser al instante muerto por los hombres libres, porque es un tirano. La resistencia a la opresión es consecuencia de los otros derechos del h o m b r e " (páginas 14 y 15). "Es un tirano el que pretende oprimir y poner restriccio­nes a la conciencia de otro, de cuyo abuso nacen el ominoso fanatismo y la torpe intolerancia que ha llenado de horrores el universo y de descrédito la moral de la religión" (página 6).

Cómo definir las violaciones a estos derechos era, por supuesto, tema de permanente debate y daba base para muchos tipos de acción violenta. Pero Nieto no parecía tener en su per­sonalidad la semilla autocrática de un doctor Francia, ni la frialdad acerada de un Morales, ni la crueldad enfermiza de un Sámano. Todo lo contrario: era expansivo y risueño, alegre y chancero como buen costeño, mujeriego, franco, medio "de-j ao" , informal y sumamente desprendido de las cosas, cualida­des de que hará gala hasta la muerte , aun en los instantes de gloria y poderío.

Por estas razones de personalidad y cultura regional, así como por origen social, Nieto no tuvo dificultades en fomentar lealtades con grupos de diversos orígenes de clase y raza. Con­servó el amor y apoyo de sus parientes pobres libres, albañiles, curanderos y alambiqueros que vivían en la ciudad y en Bara­noa. Se hizo compadre de los artesanos de la zapatería, carpin­tería, herrería, sastrería, pabilo y almidón de su parroquia cartagenera de la Catedral, a quienes ayudaba a corretear sus gallos de riña, los que aquellos amarraban durante el día en los pilares de la gobernación donde tenían sus talleres. Se propuso departir directamente con la gente de la calle sobre temas cultos e incultos, incluyendo esclavos a quienes aseguraba estar opuesto a su indigna condición. Y no cerró para el pueblo los portones de su casa de dos pisos —de los cuales ocupó el de arriba con los balcones— casa que alquiló en la esquina de las calles de la Inquisición y Santa Teresa, donde había la "presa de la visita" o pechuga lista para servir con sopa o arroz con coco.

Estas eran las bases mínimas iniciales de una posible máqui­na política centrada en intereses comerciales y artesanales de Cartagena, ya que , si lo quería, iba a necesitar votos para llegar

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cido un dirigente político comprometido con la antigua oligar­quía o con su sucesora y, para defender sus intereses, se habría identificado plenamente con éstos y asumido actitudes tiráni­cas, dictatoriales y guerreras. No resultó así con Nieto, en quien no se observaron síntomas especiales de claudicación. Según las informaciones obtenidas, Nieto, como masón convencido, mantuvo en su vida privada y en su personalidad ideas y actitu­des democráticas firmes que se reflejaron en su vida pública. Aunque gozó la afluencia y comodidad de su nueva vida, no renegó de su origen de clase ni su condición de raza ni se aver­gonzó de ellas, y logró imponerse en la sociedad cartagenera a pesar de estos obstáculos. Tampoco se enriqueció con la gestión estatal, sino que fue muy desprendido, y mantuvo un extraordi­nario equilibrio moral entre su vida como gobernante y su vida de hogar.

Por todo ello contó con la adhesión de los artesanos, esclavos y libertos de la ciudad, y las luchas y compromisos de Nieto se dirigieron a defender ante todo los intereses de estos grupos bajos, así en la Cámara provincial como en la Cámara de Repre­sentantes después (y, como veremos, llegó a adherir a la revolu­ción artesanal-militar de 1854). Tenía, pues, Nieto lo necesario para convertirse en un dirigente popular. Sólo las clases campe-

Balcones de la casa de Nieto en Cartagena.

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a las corporaciones públicas. La adhesión popular le iba a ser indispensable. ¿Que pudiera eventualmente manipularse como lo había hecho el propio Bolívar? Esta era otra cuestión para ver y resolver en la práctica.

Miren ustedes: los pobres somos los que más sufri­mos con estas guerras. Siempre vamos a pie, cargando nuestras cosas y generalmente contra nuestra voluntad. Casi nunca nos explican por qué peleamos, y cuando nos vemos es amarrados y con el chopo al hombro. Nos arengan, eso sí, sobre la patria y el honor; pero nos quedamos dudosos porque también existe la patria chica, que es la gente y la región de cada uno, donde se levanta con los demás muchachos aprendiendo del uno y del otro lo bueno y lo malo, y donde por primera vez una mujer se acuesta con uno y le enseña a ser hombre. Por esa patria sí puede uno pelear con gusto y sacrifi­cio. Pero estos sentimientos, de verdad, no parecían importarle a los políticos y menos a los militares que parecían tener otras preocupaciones y otros intereses. [B]

Mamá Tina fue la primera en protestar por las órde­nes de marcha a Valledupar y Riohacha contra Garujo: tenía que prepararse ella también para acompañar al cura, su marido, y juntarse a las otras mujeres —a quienes les decían " j u a n a s " o "v ivanderas"— en la retaguardia de la columna, con los avíos necesarios. Y tenía que llevarme a mí también. No hubo manera de evitarlo, y mi mamá empezó por alistar marmitas , ollas, ropas y petates, y a conseguir plátano verde, queso, bolas de chocolate y cazabe.

Ella me decía después que en Mompox no hubo muchas dificultades para levantar recursos y hombres para la columna. Se trataba de defender al gobierno civil de otra amenaza, esta vez provocada por un militar ambicioso y rudo que ni los venezolanos aguantaban. Los Ribones, los Piñeres y el párroco hicieron contri­bución voluntaria en dinero calculando los gastos diarios del ejército, y emprestaron caballos de sus ha­ciendas y algunos esclavos. Una parte de los soldados eran trajinados en las guerras anteriores de la Indepen­dencia y estaban a sueldo del Estado. El gobernador

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Voluntarios ''. (Dibujo de Neuville).

smas quedaron desamparadas de su acción política, y Nieto no demostró gran interés por los problemas sociales del campo, ni por cambiar la estructura de la tenencia de la tierra, quizás con razón: por herencia de su esposa, él mismo llegó a ser un peque­ño hacendado, y no tuvo —como otros caudillos— un buen número de arrendatarios y aparceros en sus tierras que le acompañaran como soldados en las campañas bélicas. No obs­tante, su simpatía caía naturalmente del lado de los pequeños campesinos independientes de los cuales había salido, gentes que , en la región momposina, seguían desafiando al latifundio.

Pero también, en su función política, Nieto logró que la nueva burguesía comercial urbana lo respetara y apoyara en una primera instancia, porque se había asimilado a ella por familia y él llenaba un evidente vacío en la dirigencia regional. Naturalmente, esta adhesión de la burguesía no fue constante ni gratuita y, como veremos, en la lucha de facciones de esas décadas ella se fue alineando con otros dirigentes propios que resultaron más decididos defensores que Nieto de los intereses de la clase emergente.

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reclutó por bando en el propio Mompox y en los pueblos vecinos de Menchiquejo y Rinconada, de donde algunos llegaron amarrados. Eran jóvenes campesinos hijos de agricultores y de antiguos esclavos. Otra parte eran presos que salieron de la cárcel por dispensa especial. Asi se completó la columna de 400 infantes y 100 jinetes.

¡Si pudieran ver el aspecto desastroso de ese ejérci­to! Las armas no alcanzaban para todos y lo que más había era chopos, escopetas de fisto, machetes y una que otra lanza. Claro que a última hora se podía acudir a las macanas y a los palos y guaduas de las cercas, y hasta a las " m e p a s " o vastagos de plátano, que pegan duro. Tampoco había suficiente pertrecho ni guarnie-les; pero el general Blanco le arrebató dos barriles de pólvora que tenía un particular, todo el plomo que se pudiera encontrar —en esto quien más sufrió fue el editor de folletos y proclamas que acababa de recibir tipos de imprenta—, y sacó varias resmas de papel usado del archivo notarial para envolver la pólvora de los carruchos.

Casi todos ¡levaban sombreros de paja con una leyenda que decía: "Defensores del gobierno legíti­m o " . Descalzos en su mayoría o con cotizas, y vestidos con camiseta de dril y calzón blanco; sólo el general, a caballo, llevaba una blusa con bordes dorados, botas altas de campaña, banda carmesí al cinto, pistolas y espada.

Al fin salimos. La columna embalsó el río en canoas y salió por San Sebastián hacia El Paso, por el camino del contrabando. Marchábamos lentamente en considera­ción a las " j u a n a s " , aunque algunas pudieron conse­guir burros en qué montar y viajar. El general Blanco iba delante con el abanderado y un corneta aprendiz, medio muérgano.

En algunas partes la gente tenía miedo y se nos escondía en los montes y desocupaba los caseríos. Al pasar por la hacienda Calenturas, el general ordenó enlazar dos toretes para descuartizarlos y "no perder la cos tumbre" , según dijo sonriendo.

Una noche, mientras algunos soldados hacían juego de machete dentro de un cuadro en la tierra, después que las mujeres hicieron comida y sirvieron al pie del

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Ch oposy proyectiles de i Histórico de Cartagena).

5« de los ejércitos costeños. (Museo

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fogón que se acostumbraba para combatir el frío y la mosquitera, el corneta me dejó jugar con las borlas de la trompeta: era la primera vez en mi vida que mano­seaba mi futuro instrumento de música; de seguro no hice sino echarle babas.

El 27 de octubre se avistó el pueblo de San J u a n del Cesar. Una comisión que salió a recibirnos informó que Garujo se había retirado de nuevo para Riohacha. Sus­piramos de alivio. Ahora sí, ¡a comer arepa fresca se dijo! El general Blanco quitó todo el maíz del pueblo, y se metió una borrachera de la que no volvió a salir por varios días hasta cuando tuvieron que mandarlo en hamaca a Valledupar. Tomó el mando su segundo, el coronel José de Lima,

El comandante Canijo era un bestia. Mi mamá recordaba furiosa cómo este militar desconoció las re­glas de la guerra que exigían avisar y buscar arreglo pacífico antes de comenzar a pelear. Apareció de pronto el 14 de noviembre con setecientos guajiros y riohache-ros, y ocupó buena parte de las casas de San J u a n , Nos preparamos para hacerle frente. El coronel de Lima ordenó que una escuadra se metiera de noche con cui­dado por el monte de atrás para quemar las casas ocu­padas por Garujo. Como eran de palmas y soplaba el viento, la candela se extendió rápidamente. ¡No joda, cómo se veían correr esos guajiros, parecían gatos atacados de perro! Pero afuera los esperaban los momposinos como caimán en boca de caño, con los chopos y los jinetes.

Garujo empezó a dar órdenes por toques. ' ' ¿Qué es lo que tocan?" , preguntó el coronel de Lima. "Tocan corneta" , respondió el bobo de la trompeta. "¡Bruto! ¿Qué significa ese toque?" . " E s el toque de retirada, mi coronel". Así era. Respondiendo al fuego como pudieron, los rebeldes se montaron en sus bestias y abandonaron la pelea. No hubo muertos, pero sí varios heridos y algunos quemados que fueron atendi­dos allí mismo sin distingos entre amigos y enemigos. El general Blanco decretó enseguida un perdón genero­so para todos.

[Garujo regresó a su tierra para seguir sembrando la discordia. Seis años más tarde dio un golpe en Caracas

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La firmeza democrática de Nieto y su temple ético, parecen derivarse del elemento utópico de la literatura política a la que tuvo acceso desde joven. Notable en este sentido fue la influen­cia del Catecismo o instrucción popular escrito por el cura rebelde de Mompox, doctor J u a n Fernández de Sotomayor y Picón (Cartagena, 1814), que se aprendieron de memoria mu­chos jóvenes patriotas de la Costa.

El Catecismo de Sotomayor es de clara inspiración liberal: se refiere a conceptos básicos como justicia, tiranía, ilustración, libertad, los derechos del hombre y del ciudadano, el pacto social. En esas pocas páginas corre viva la utopía de Jean-Jac-ques Rousseau y la teoría del estado democrático, tal como se fraguaron, decantadas, en la Revolución Francesa.

Como se sabe, la meta entonces era asegurar la llamada ' 'fe­licidad del pueb lo" , y esto se alcanzaba respetando la voluntad de las mayorías; pero no unas mayorías manipuladas o deso­rientadas, sino ilustradas suficientemente por dirigentes altruistas y serviciales. El invento de la escuela era un comienzo adecuado: "El establecimiento de escuelas, que la Jun ta [Su­prema] del año 10 dispuso, debe realizarse ejecutivamente, si es que deseamos ser l ibres" , escribió allí Sotomayor.

El cura rebelde de Mompox sembró esta semilla de ideas nuevas en la juventud costeña de su época con el apoyo del méto­do socrático de preguntas y respuestas . Además, buscó justificar la revolución desde el ángulo religioso ("la guerra que sostene­mos es la más justa y santa que se ha visto en el mundo de muchos siglos acá" , página 16), y se dirigió concretamente a los párrocos para convencerlos de sostener la lucha por la indepen­dencia con el fin de "formar una sociedad nueva" (página 29). El Catecismo es un claro ejemplo de subversión intelectual positiva que ilustra aquella época creadora. Constituye litera­tura clásica del liberalismo político del momento. Su eficacia movilizadora no puede ponerse en duda. Demuestra una vez más el efecto demoledor de las ideas y creencias sobre las es­tructuras sociales, cómo son determinantes en la conducta política, y cómo el frente ideológico cultural puede ser tan importante para la acción como el económico y el social, sin hablar del brazo armado.

Pero Sotomayor deja entrever, en una de sus respuestas , que hay algo más que ideas políticas utópicas en el liberalismo. En este sentido enseña que, si los españoles buscan reconquis­tar las colonias a la fuerza, se podrá resistir con violencia; y no

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y tumbó al presidente José María Vargas, un médico bueno y civilizado. Cuentan que entonces le gritó Garu­jo al presidente Vargas: "Doctor: el mundo es de los valientes". Pero éste le replicó sereno: "No, coronel, el mundo es del hombre justo y honrado". A los pocos días hubo un contragolpe, Vargas fue de nuevo coloca­do en la Silla y Garujo salió huyendo, para quedar en la historia como un Caín montañero].

De regreso de Valledupar con el triunfo, aunque enfermos de paludismo, hambrientos y sin plata, nos llegaron noticias a Mompox de que había estallado otra revuelta en Soledad, Sabanalarga y Barranquilla [el 12 de febrero de 1831]. Era también un levantamiento contra la dictadura de Urdaneta y el gobernador Monti-11a, de Cartagena, que la apoyaba. Como jefe militar actuaba primero un capitán llamado Policarpo Jiménez.

La situación se puso color de hormiga. A mi padre lo llamaron el 2 de abril a una reunión urgente en el cuar­tel (que estaba en el antiguo edificio de la Compañía de Jesús) para tomar determinaciones. Era un Viernes Santo. La nrocesión del Santo Sepulcro estaba en la ca­lle pero se ordenó parar la marcha, porque supimos que se venían sobre la villa de Mompox para dominarla, y con ella al río, dos ejércitos que se decían "Protectores de los derechos del pueblo": uno que se había declara­do a favor del levantamiento de Soledad, mandado ahora por otro perfecto borrachín, el general Ignacio Luque; y el que venía de Santa Marta, con el general Trinidad Portocarrero a la cabeza.

Mamá Tina volvió a recorrer las tiendas del pueblo en busca de avíos. Pero no era para tanto. Por fortuna, los padres de familia de Mompox, sin tener en cuenta la política —desde ño Atanasio Germán Ribón, yerno de la exmarquesa de Torre Hoyos (casado con su hija Do­minga Epalza) hasta ño José María Pino, el comercian­te paisa— declararon que se oponían a todo empleo de armas en esos momentos. Este buen consejo fue acep­tado por los oficiales de la villa, y así quedó en un acta firmada dos días después. Se acordó someterse a los ejércitos "Protectores", unirse "al noble y heroico pronunciamiento de la fuerza armada", y buscar una receta de unión nacional que fuera por un gobierno fe-

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es ésta cualquier violencia: responde a una "ley natural que faculta a todo hombre para oponer la fuerza a la fuerza, con el interés de conservar la vida, la libertad y la propiedad indivi­d u a l " (página 14).

Con este concepto de contraviolencia y defensa de la propie­dad individual aparece una nueva dimensión en el frente ideo­lógico utópico al que se acogió Nieto: la de las tesis del liberalis­mo económico. Sotomayor no elabora estas tesis, pero Nieto las recoge en su propio folleto, Derechos y deberes del hombre en sociedad (Cartagena, 1834). Este folleto demuestra que Nie­to tuvo acceso a las premisas básicas de la filosofía de John Locke, quizás a través de artículos de liberales españoles y franceses. Habla así Nieto de las leyes naturales que rigen la vida civil y la organización del Estado, que revolotean alrededor del concepto de propiedad visto como anterior a la sociedad y, por lo tanto, como principio absoluto e ilimite.

Nuestro autor no llega tan lejos como los liberales ingleses que construían sobre el principio de propiedad el derecho de representación en el gobierno exclusivamente para los dueños de bienes raíces. Algunas de las primeras constituciones colom­bianas tienen este tipo de disposición acompañada de la condi­ción de saber leer y escribir en los ciudadanos votantes (sólo hombres). Evidentemente, en esta clase de gobierno se defen­dían, ante todo, los intereses de los propietarios de fincas, los de los latifundistas y oligarcas.

Nieto no parecía estar de acuerdo con esto y atemperó las tesis del liberalismo económico con una fuerte dosis de liberta-rismo. Propuso así una peculiar amalgama de programas liber­tarios, a veces contradictorios, lo cual puede ayudar a explicar la confusión ideológico-política que ha reinado entre clases letra­das y dirigentes de Colombia en lo que respecta a la aplicación práctica de la democracia. Es un eclecticismo que no ayuda a determinar rumbos claros para el llamado "barco del Es tado" ni para la sociedad en sus diversas clases y estamentos. Apare­ce entre nosotros desde entonces una democracia nominal que va de un ejercicio casi dimite de algunos derechos en épocas pasadas , a las restricciones policivas que se experimentan en diversas etapas de nuestra historia reciente.

Primordial desde este punto de vista es el concepto de tira­nía desarrollado por Nieto (páginas 6, 14 y 15 de sus Derechos) a partir del principio de propiedad, concepto muy extendido que aplica en la práctica por primera vez en la guerra de 1840-1842.

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deral. [Empezaba, pues, a afectar el progreso regional la controversia entre federalismo y centralismo, que no sería resuelta sino en 1863 por los liberales federalistas].

En esta forma, dejados con los crespos hechos pero sin un solo muerto a cuestas, los ' 'Ejércitos del Pueblo" volvieron grupas a Cartagena. La sitiaron por Alcibia y ocuparon el 26 de abril, deponiendo a Montilla. El general Luque [apoyado por su amigo el comerciante norteamericano John Glen, quien dominaba el mercado de Barranquilla], anunció un encuentro departamental , pero como el dictador Urdaneta ya estaba saliendo del gobierno y la normalidad se reanudaba con la posesión en Bogotá del vicepresidente Domingo Caicedo, todo quedó como antes y la paz volvió a reinar. "Pero esta paz no va a du ra r " , dijo mi papá. Y desgraciadamente tuvo razón.

J u a n José Nieto había estado de acuerdo con el pronuncia­miento de la villa de la Soledad: habían participado gentes de su tierra, amigos y parientes, indios y esclavos. Y siendo antiboli­viano y, por lo mismo, colocado en oposición a la dictadura de Urdaneta, colaboró por dentro con las fuerzas del Ejército Pro­tector del general Luque y con los sucesivos gobernadores de Cartagena impuestos por este general, hasta cuando el gobierno central nombró en propiedad al coronel Vicente García del Real a finales de 1831. Todavía J u a n José no se animaba a lanzarse abiertamente al ruedo político.

Pero ya había empezado a ampliar el círculo de sus contactos con las bases populares. Alejándose de los distritos amurallados de la ciudad, J u a n José se vinculó a los de Ternera y el Pie de la Popa, donde se realizaban las grandes fiestas de la Virgen "mochoroca" de la Candelaria. Muchos "b lancos" se escapa­ban a esas fiestas, dejando medio vacíos los bailes de salón en que quedaban las señoras, con sus arpas y flautas de aficiona­dos. El mujeriego de J u a n José también se escapaba: buscaba el hijo que doña María Margarita ya no podía darie (el primero, Ricardo María, murió niño). Ahora, al cielo descubierto de la Popa, con un pañuelo de muselina de guardilla y tres velas, aguardaba a que se meneara por la rueda del bunde una cuarte-rona exquisita, lustroso el pelo, enflorada la cabeza y empapada en agua de azahar, para salirle al paso danzando y con la diestra en alto.

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CARTAGENA Y SUS CERCANÍAS

Hacia 1850

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"¡Upa! ¡Adentro, miji ta!", y seguían juntos en cadencioso baile hasta quemar velas y pañuelo, bañados en sudor y sebo.

"A ño Juan como que le agrada la negr i ta" , le preguntaron un día los padres de la muchacha. "Puede llevársela si ella tiene gusto y nos da lo que corresponde" . Juan José tomó la doncella, le compró vestidos y le regaló los muebles, como es de rigor en la Costa en estos casos de sucursales familiares. Ella le retornó el amor dándole dos hijos (que se sepa): Lope, quien se conver­tirá en fiel servidor y guardaespaldas de su padre; y Concepción (Concha) quien vivirá y se casará en Tolú.

La muerte de su esposa María Margarita fue un primer corte de cuentas para Nieto. Por un lado, al paso de Santander por Cartagena en marzo de 1832 como presidente electo de la Repú­blica de Nueva Granada —cuando se conocieron personalmen­te—, Nieto le ofreció amistad y respaldo que Santander retribu­yó luego con un cargo público: lo nombró guardalmacén de la plaza de Cartagena el 2 de septiembre de 1833.

Y por el otro lado, J u a n José hizo reverdecer los amores formales que en su juventud alocada había tenido con Josefa Teresa Plácida de los Dolores, la penúltima hija del doctor y procer Ignacio Cavero y Cárdenas y de doña María Teresa Le-guina y López Tagle. Teresa había esperado a su " n e g r o " medio celosa y con fidelidad, junto a sus tres hermanas , que ya podían considerarse solteronas, una de las cuales terminará en un convento.

La nueva boda se realizó el 21 de abril de 1834. De este ma­trimonio, Nieto no logró tampoco ninguna descendencia. Cuatro meses después murió el doctor Cavero y la familia no volvió a quitarse el luto.

En decadencia, esta familia tampoco logró completamente quitarse del cuello el nudo corredizo de la pobreza, aunque los Caveros eran dueños de un fundo indiviso, con otras familias, en Alcibia (y Preceptor) no lejos de la Popa (originariamente una estancia concedida por el cabildo de Cartagena en el siglo XVII a un funcionario del mismo apellido. Alcibia es hoy un populoso barrio de clase media baja). Allí Teresa tenia "accio­n e s " que pasó en administración a J u a n José , como núcleo de una pequeña hacienda. En Alcibia la pareja construyó una casa pequeña de madera pintada de verde, con corredor al frente sostenido el techo con columnas talladas, al cual daban dos puertas de madera coronadas de bolillos torneados en abanico y cuatro ventanas largas de hojas divididas. Esta casa, medio

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La tiranía concreta a la que se refería entonces era la represen­tada por la explotación de los militares bolivianos, la que quedó simbolizada por la dictadura de Urdaneta en 1830, contra la cual habían reaccionado los santandens tas . Corría entonces por todo el país una fuerte corriente civilista que llevaría más ade­lante a reducir el pie de fuerza del ejército. Lo peculiar de este momento era ver a jefes militares encabezando revueltas contra la política militar, Pero ésta era precisamente la que se veía en 1840 como fuente de tiranía, la cual había que eliminar apelando a la fuerza, llegado el caso.

El tatarabuelo Adolfo Mier se fue por otra senda ideológi-ÍJ3] ca: la de la cultura popular. No tomó ninguna decisión

estrictamente partidista —y con él su gente— sino que se aferró a la praxis original que regula el intercambio material de la especie humana con su medio natural. Más importante para él eran los playones y el río, y su utilización para crear riqueza, que el debate sobre centralismo y federalismo. Más importante era educarse, aprender música y conocer los secretos de la herbología —saber vivir y dejar vivir— que dominar el mosque­te y el fusil.

Por cultura popular se entiende el conjunto de ideas sobre la realidad y el mundo inmediato y su manejo que se basan en conocimientos empíricos, prácticos y de sentido común. Es el folclor, saber o sabiduría popular que ha sido posesión ancestral de las gentes de las bases sociales, aquel que les ha permitido crear, trabajar e interpretar predominantemente con los recur­sos directos que la naturaleza ofrece al hombre. (O. Fals Borda, "La ciencia y el pueb lo" , Tercer Congreso Nacional de Sociolo­gía, Bogotá, 1980).

Aunque no fuera partidista, este complejo ideológico popu­lar había producido en la región momposina su propia estructura política, representada en caciques, chamanes, guerreros y diri­gentes diversos que iban condicionados por el contexto cultural y que sabían, por esencia y conciencia, responder a sus exigen­cias.

No quiere ello decir que el resultado de este proceso hubiera sido siempre el mismo, es decir, que fuera de naturaleza reac­cionaria o conservadora. Por el contrario: se sabe que los grupos de base popular son dinámicos, cambian y se amoldan a las circunstancias ambientales. Aún más: actualmente son los únicos capaces de entender y controlar el ambiente y, quizás,

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disimulada entre crotos de hojas multicolores y guayacanes con perfumadas orquídeas costeñas, quedaba al pie del camino real que venía de Turbaco y Ternera hacia el recinto amurallado de la ciudad.

J u a n José siguió el ritmo de su carrera y de la acomodada vida social de que empezaba a gozar. Cuando no iba de parran­da con sus amigos, podía distraerse con sus colegas de buenas familias yendo a representaciones dramáticas —como las que daba la compañía española de Eduardo Torres— y de vez en cuando asistía a las ' ' jaranas de a rpa" o a las veladas musicales de la señora Gallardo para escuchar arias de Ana Bolena de Donizetti, o de Roberto el diablo de Meyerbeer. A Nieto le pare­cían más accesibles las cadencias del segundo que los griticos de la primera, además de que Meyerbeer podía considerarse francés...

Después de nacer mi hermano Agustín —que tanto se irá a destacar con el clarinete— al cura Arias, mi papá, lo trasladaron a Simití y mamá Tina no quiso irse de Mompox, Él se fue y le mandaba mercancías de vez en cuando a mi mamá para ayudarla. Pero después no volvimos a saber más nada de él, sino que había salido de Simití por no querer aceptar la comisaría del pueblo. Mi mamá se defendió sola vendiendo bolitas de tama­rindo cuando pepeaba el árbol del traspatio, y haciendo cafongo [bollos dulces], bollos de maíz y de plátano y cazabes de harina de yuca.

Mi mamá me puso en la escuela pública de Santa Bár­bara [por el sistema lancasteriano] que dirigía el doctor Julián Ponce; pero la escuela la cerraron poco después. Ella acudía a su hermano Marcelino cada vez que esta­ba apurada de dinero; casi nunca, por pena y orgullo, ocupó a sus primas de Mier de la nobleza de la albarra-da, como la niña Micaela Epalza, todavía soltera, que era de su edad, o como la niña Dominga, esposa de don Atanasio Germán Ribón. Aunque se visitaban de vez en cuando. Y, por ser más favorable, mi mamá consi­guió un ranchito de palma amarga en el barrio abajo para donde nos mudamos. Allí crecí, me formé y apren­dí a tocar trompeta y bombardino [el barítono que los Mier siguen usando en Loba todavía, al cabo de tres generaciones]. Entré como ayudante a la banda de mú-

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El viejo bombardino de Adolfo Mier. todavía en manos de sus descen­dientes en San Martín de Loba.

salvar al resto de la sociedad del desastre ecológico que nos amenaza. Históricamente puede demostrarse que producen líderes capaces y eficientes que, muchas veces, han logrado victorias sobre los grupos dominantes.

Por lo mismo, las bases populares pueden responder al reto de la democracia política moderna y a requerimientos utó­picos como los presentados en aquellos días por Nieto y los políticos liberales; sólo que el manejo de la cuestión —se sabe mejor ahora, entre otros, por los trabajos de la escuela de inves­tigación-acción participante— no puede hacerse en términos importados, en lenguas exóticas o por clases explotadoras tradi­cionales, sino en las condiciones propias de la cultura popular y de sus elementos representativos.

Esta convicción radica en el hecho de que el saber popular, aunque no esté codificado a la usanza de las clases llamadas "cultas" o "ilustradas", tiene su propia racionalidad y su pro­pia estructura de causalidad, es decir, puede tener mérito y validez científica en sí mismo. Si no fuese así, no funcionaría en la práctica, ni en la Costa ni en ninguna parte. El hecho de que el saber popular se base en una praxis original y en una ideología de lo cotidiano e inmediato no lo hace menos cierto o ambicioso o de más corto vuelo intelectual, sino que obliga a los

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sicos que el señor Troncoso había organizado para las procesiones y fiestas de la ciudad.

Como pelaos, uno de nuestros principales berroches era echarnos la leva de la escuela y bañarnos en el río, claro que con ojo a los caimanes. Allí nos dijeron los bogas de la amenaza que era para ellos la presencia de vapores que venían haciendo viajes desde Santa Marta: se iban a quedar sin trabajo por la barrida casi segura de los champanes.

Un día (en 1839), así como les estoy contando, llegó el vapor Unión a Mompox. Era su primer viaje [de Glasgow, Escocia, desde donde pasó el mar sobre una falsa quilla que se le quitó en Barranquilla después de entrar por las Bocas de Ceniza para quedar como plan­chón]. En la plaza del mercado lo esperaban con banda de músicos y buen ron el gobernador y uno de los due­ños del barco, un paisa que vivía en Mompox, don José María Pino. Pero los bogas y nosotros le teníamos pre­parado un recibimiento diferente. Impedimos que el Unión se acercara a la ribera de la Hoyo por la lluvia de piedras y garrotes y unos cuantos disparos, " ¡ Muera el vapor! ¡Que vivan los bogas ! " , gritábamos con el resto del tropel de gente pobre que llegó de todas partes . Y mandamos que en ningún caserío se le embarcara al Unión la leña que necesitaba para la caldera.

Esa lucha fue en balde. Los ricos se las sabían todas, y cuando no lo mandaban a uno a pelear, lo convencían a punta de plata. El vapor Unión siguió haciendo viajes por varios años, y su capitán [Mister J a m e s D. William-son] resolvió el problema de la leña con un champán lleno que llevaba a remolque. Lo malo para la compañía fue el tamaño del barco, porque éste se varaba a cada rato por lo grande que era.

Golpeado y al mismo tiempo confortado por la suerte, Nieto, el mestizo autodidacto, decidió retornar a sus queridos y medio olvidados libros, y enfocar, en especial, la historia y geografía de su tierra. En esta tarea demostró originalidad y cierta desu­sada intuición metodológica. [C] Emprendió una serie de cortos viajes a la provincia con el fin de entrevistar a los hijos favoritos de los pueblos que tuvieran documentos y noticias. Visitó archi­vos, recogió manuscritos antiguos y diversas memorias sobre

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Mompox. Bogas descargando en el puerto. (Dibujo de Torres Méndez).

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los indios mocanás y calamares, la conquista y la colonia de la región de Cartagena y sus 115 lugares poblados y cantones. De allí salió en 1839 la Geografía histórica, estadística y local de la provincia de Cartagena (publicada en la imprenta de Eduardo Hernández), la primera en su género en todo el país, sumamen­te útil para geógrafos e historiadores posteriores, con errores y todo, y que dedicó "en obsequio de mi tierra natal, a los buenos cartageneros".

Nieto también incursionó animoso por la crítica literaria y se atrevió, en 1835, a hacerle algunas glosas a una carta publi­cada en Bogotá por el poeta José Joaquín Ortiz dirigida al joven tipógrafo Bartolomé Calvo, de Cartagena, en la que Ortiz se quejaba de la indiferencia con que se habían recibido sus obras en la capital. Era un ataque disimulado al presidente Santander. Nieto, como buen santanderista y obandista (además, empleado del gobierno), contestó con erudición, citando literatos france­ses y asegurando que el gobierno "marcha con el siglo en que vivimos, porque no es un gobierno tiránico ni ilegítimo contra quien deba conspirarse [... j ni vengador de los agravios y desór­denes pasados".

Bartolomé Calvo le aconsejó a! poeta Ortiz no contestar a Nieto: "Este es un ignorante que quiere hacerse notar de cual­quier modo", escribió en una esquela, "no debe hacérsele caso, porque el desprecio es la contestación más dolorosa que él pue­de recibir [... ] aquí se ríen de sus escritos". ¡Histórica esquela! Nieto, a través del general Tomás Cipriano de Mosquera, se la hará comer a Calvo, depuesto de la presidencia de la república por ambos, 26 años más tarde.

No era totalmente cierta la frase de que el régimen del presi­dente Santander ' 'no era vengador de los agravios y desórdenes pasados". Impelido por Obando como ministro de guerra, el presidente había desconocido el pacto de caballeros suscrito por los exmandatarios Urdaneta y Caicedo en las Juntas de Apulo sobre el respeto al escalafón militar existente. Los eliminados del escalafón empezaron a conspirar. Las tensiones volvieron a eruptar, las pasiones a exacerbarse. Además, la nueva Consti­tución de 1832, aunque bien intencionada, había producido no­table confusión en el manejo de la cosa pública, combinando fórmulas centralistas con federativas de gobierno: por ejemplo, los impuestos locales podían ser ordenados por las cámaras provinciales pero no ejecutados sino hasta obtener la refrenda­ción del Congreso Nacional. Santander mismo cayó enfermo y el

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letrados a investigar en otra sintaxis cultural, traducir ¡deas abstrusas, decantar utopías y plantear lo concreto en la conduc­ta social y política.

Por eso, a la familia de Adolfo Mier le tuvo sin cuidado la polémica constitucional, aunque tendía a ser federalista, puesto que tenía conciencia del valor de la patria chica y quería defen­der sus riquezas y su pueblo: era la lucha por la tierra y el río, por los caños, ciénagas y playones, por la caza, pesca y agricul­tura. No vaciló así el jefe de ella, el cura Arias, en sumarse a la expedición que se organizó en Mompox para debelar la rebelión de Pedro Garujo en Riohacha y San J u a n del Cesar, en 1831 / 5 / .

Sus hijos se plegaron luego a las necesidades de los bogas del rio Magdalena que resistían la intrusión del buque de vapor, porque empezaba a desplazarlos económicamente. Eran los días de la Compañía Anglo-Granadina de Navegación, cuyo úni­co barco, el Unión, no duraría en servicio sino dos años, destrui­do por la revolución de 1841. Mientras tanto, en las clases populares momposinas se desarrollaron instituciones de ayuda mutua y colaboración cívica que aumentaron la riqueza colectiva y estimularon la vida en comunidad. Y se preocuparon, natural­mente , cuando las aguas del brazo de Mompox empezaron a bajar por diversas causas naturales y humanas .

5. Entrevistas personales con don Adolfo Mier Serpa en San Martín de Loba. 1979, 1980 y 1981. Otras fuentes para el relato momposino; Rafael Soto, Decenios de Mompox en la Independencia (Barranquilla, 1960), II, 177 (Bolívar en Mompox en 1830); II, 208 (llegada del vapor Unión): 202-204 (sequías del brazo de Mompox y primeras represas). Cf. Salvador Camacho Roldan, Notas de viaje (París, 1898), 170, 180; Robert L. Gilmore y John P. Harrison, "Juan Bernardo Elbers and the Introduction of Steam Navigation on the Magdalena River", Hispanic American HistoricalReview. XXVIII, No. 3 (agosto de 1948), 356.

Rebeliones de Carujo, Luque y Portocarrero en 1830 y 1831: Soto, 11, 178-187; Alarcón 111-122; Carta de Francisco M. Troncoso a Rafael Urdaneta, Mompox, abril 28, 1831, ANC, Historia (Mompox), 1. fols. 185-188 (capitulación de Montilla a Luque); Comunicación de Santiago Páez Mazenet y otros sobre convención departamental a Luque, Alci­bia, abril 16, 1831, ANC, Historia (Mompox), I, fols. 180-183.

Pasquín contra Atanasio Germán Ribón: Papeles personales de don Matías Ribón Cordero, Mompox; los Piñeres y el papel moneda: Gabriel Jiménez Molinares, Linajes cartageneros -1 (Cartagena, 1951), 65-66.

Entrada de los hermanos Gómez y otros a las Tierras de Loba: Ministerio de Industrias, Algunos documentos sobre las Tierras de Loba (Bogotá, 1924), 67.

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problema de su sucesión dividió la opinión pública en bandos mordaces y belicosos.

Las varadas de los vapores y también de las canoas en nuestro brazo del río empezaron a preocupar a los momposinos y alegrar a los magangueleños del otro brazo; el de Loba. En el barrio abajo, donde vivíamos, se hicieron reuniones para protestar por el abandono del gobierno. Mi tío Marcelino hablaba allí siempre y decía: "Esto se va a acabar, ¡pendejos!". Hasta cuando la cámara provincial nombró una Junta Patriótica para hacer palizadas, una estacada rellena de piedras, y represas en la boca de Loba al pie de El Banco y en los brazos del Orejero y Lugo. Muchos de nosotros nos fuimos para allá a trabajar como voluntarios, cargando piedras y palos.

Se consiguió apoyo nacional a pesar de la oposición disimulada de Magangué. Algunas obras se hicieron, pero fueron insuficientes y el brazo de Mompox se fue abonando poco a poco, sin poder hacer nada.

Yo no sé qué misterio afectó ese trabajo, o si tuvo fucú. Pero las malas lenguas insistían no sólo en la opo­sición de los de Magangué sino en el del mismo ño Atanasio Germán Ribón como administrador, por he­rencia de su mujer Dominga Epalza, de una parte de las Tierras de Loba. Porque a él le interesaba tener más agua frente a sus propiedades del Barranco y el Hatillo. Incluso decían por ahí que empezó a hacer cañitos para llevarse el agua y, como ustedes saben, esos cañitos pueden convertirse en caños grandes con el paso del tiempo. Hubo también un temblor de tierra —el que hizo subir unas grandes piedras del fondo del río cerca de Juana Sánchez y en el cerro de la Aguada, al frente de Comemiel— que ayudó a desviar la corriente princi­pal del río Magdalena desde el punto de la desemboca­dura del Cesar, que antes estaba abajo de El Banco, en El Salto. Y como la corriente de este río viene preciso contra la del Magdalena, echó también fuerza para torcer la dirección de las aguas hacia los caños del otro lado que, al juntarse, formaron el brazo de Loba. ¡Po­bre Mompox, comienza su ruina!

Estas preocupaciones no dejaban dormir a mucha

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Al perfilarse el conflicto bélico causado por desavenencias políticas entre las clases ilustradas superiores y en sus intereses comerciales, el pueblo raso momposino, en parte, optó por solu­ciones de escape: la emigración hacia el sur, hacia el otro brazo del río que quedaba libre de militares y de políticos. (También hubo otra corriente de desplazados hacia el norte, como vere­mos más adelante). Asi, la familia Mier-Arias decidió preparar­se para huir de la amenaza de los ejércitos del general Carmona —con quien venía Juan José Nieto—, que asediaban a Mompox en 1840, y sumarse a sus compadres Gómez quienes, desde hacía muchos meses, habían planeado colonizar las desocupa­das y fabulosas Tierras de Loba.

Se protocolizaba así en esta región la divergencia entre la clase política letrada —la élite intelectual—, ahora armada y con facciones propias, manifestando particulares metas de dominio y explotación a través de instituciones generales; y la clase popular —las mayorías desarmadas—, con miras y defi­niciones propias de lo que era bienestar, seguridad y justicia, todavía sin identificación con partidos. Se empezaba a abrir la distancia entre el país político y el país nacional.

Buscaba la gente común soluciones factibles que pudiera entender y controlar, y se alejaba de las disquisiciones utópicas a las que no había tenido acceso y sobre las cuales los políticos e intelectuales no se habían dignado darles ninguna explicación: porque no los consideraban sino como carne de cañón y gleba ignorante. Los políticos pensaban que el pueblo raso no podía articular intelectualmente el bien supremo porque no sabía inglés ni francés; pero que ello no era necesario porque podía poner el hombro, los brazos, el sudor y la sangre para que los poderosos se lo ganaran. Claro que a veces el pueblo podía esca­par de esta ingrata tarea, en aras de la vida y del progreso propios de las clases mayoritarias. Y así pasó con los Mier-Arias.

La estirada sociedad cartagenera no esperaba que un mes­i a l tizo sin educación formal como Nieto fuese capaz de pro­

ducir obras intelectuales de mérito. Los Calvos y otros notables de la ciudad dijeron una vez que "éste es un ignorante [...] aquí se ríen de sus escritos", aunque a la fecha (1835) éstos incluían los Derechos y deberes del hombre en sociedad, ya comentados, la Contestación a una carta de José Joaquín Ortiz, y artículos diversos de alguna seriedad. La posteridad ha dicho

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gente momposina, pues nos dimos cuenta del desastre que representaba, que la pobreza podía extenderse a la villa. Pero los recursos del gobierno para la obra no llegaban o, más bien, se gastaban en cosas que no ser­vían. Fue el culpable de que se nos perdiera el río. La plata de los impuestos era para la gente poderosa, eso se veía: para los viejos ricos y para los nuevos que se aprovechaban de la política y de los partidos. La niña Tina nos decía entre un soplo y otro sobre el anafe: " ¡ Juá! El que tiene más saliva, más harina t r aga" ,

En esta atmósfera de inestabilidad amenazante , J u a n José Nieto se lanza por fin, en 1836, como candidato a diputado en la Cámara provincial de Cartagena, por el distrito de la Catedral, que dominaban sus amigos, los artesanos galleros. Es elegido por dos años: ya cuenta con una cauda electoral propia, es un gamonal de ciudad.

En la cámara provincial, Nieto promueve un debate sobre las ventajas del federalismo y redacta un anteproyecto de Constitu­ción federal para el país que pueda ser acogido y llevado al Congreso en Bogotá. El anteproyecto es rechazado sin funda­mentos de peso, casi con altanería por venir de un " p a r d o " ignorante, lo cual, naturalmente, lo irrita; será razón para per­sistir en la política y buscar la eliminación de las castas, la aboli­ción de la esclavitud y la imposición de aquella iniciativa federa­lista que contribuya realmente al bien común. Quizás se deba llegar a emplear la fuerza, pensó: ' 'Toda bestia se lleva a pastar a golpes ' ' , como lo había leído en los clásicos.

Estos dilemas morales de la política pudo compartirlos con algunos amigos masones que empezaron a tentarlo para que entrara a la logia Hospitalidad Granadina No. 1, que tenía su templo en la calle de San Juan de Dios. (Esta logia, la primera del país, había sido establecida por un grupo de militares y civi­les santanderistas encabezados por el capitán Antonio Castañe­da el 23 de junio de 1833, con la venia del Supremo Consejo del oriente Neogranadino, fundado cuatro días antes). El abogado Antonio Benedetti, entonces teniente de las milicias locales y compañero de Nieto en la plaza, pertenecía al grupo de funda­dores. No tuvo dificultades en presentar como aprendiz o luba-tón a J u a n José en una " t e n i d a " solemne en 1839, presidida por el notario Dionisio Bautista como Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo.

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Escudos de la logia masónica Hospital idad Granadina y del Supremo Consejo Neogranadino, en Cartagena. (Tomados de Carnicelli).

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Un poco antes, el masón José María Obando había sido de­rrotado en su candidatura a la presidencia de la república, y resultó elegido el doctor José Ignacio de Márquez para el perio­do de 1837 a 1841. Márquez era antiboliviano y masón también, aunque Juan José y los obandistas ya no lo consideraban así. Se había alejado del redil de las logias.

Lo peor era que Márquez había llegado a la presidencia con amplio apoyo de los bolivianos. Este contubernio parecía ina­ceptable. Había necesidad de delimitar de nuevo las fronteras entre los nacientes grupos políticos, y ello lo ofreció el problema del centralismo gubernamental en un país tan grande y desco­yuntado como era la Nueva Granada. Comenzaron por los nom­bres: los exsantanderistas y obandistas favorables al federalis­mo se autotitularon "progresistas"; los exbolivianos y gobier­nistas favorables al centralismo se bautizaron como "ministe­riales". Claro que cada grupo representaba intereses aún más amplios y profundos: los artesanos, los anticlericales, los anties­clavistas tendían al primero; los ricos, los clericales, los hacen­dados, y los señores al segundo.

Los ministeriales, naturalmente, buscaron afianzarse en el poder y monopolizar las posiciones gubernamentales. En Carta­gena ello se dio asi en los cargos públicos como en la cámara provincial. Cuando Juan José Nieto aspiró a dar un paso más y llegar como diputado a la Cámara Nacional de Representantes, obtuvo mayoría entre los electores; pero los escrutadores, que eran ministeriales, le "embolataron" la elección y proclamaron elegido a un tercero de su preferencia. Era otra lección que recibía Nieto sobre manipulación democratera. No habría de olvidar esta lección práctica, como la anterior de la cámara provincial, ya que tendría que aprovecharlas haciéndose a la idea de que el fin justifica los medios.

¡Tantos politiqueros preocupados por sus puestos y ventajas, y aquí en Mompox quedándonos sin río, sin comercio y sin comida! ¿Por qué, en vez de meternos en partidos políticos, los jefes no nos organizan para tomar la tierra y el agua, y aprender a explotarlas mejor? Así defenderíamos bien el río y sus riquezas, los peces y el transporte que nos da la vida.

La cosa iba en serio. Al ver cómo se secaba el rio, mucha gente pobre empezó a pensar en otras cosas: pot ejemplo, en pasarse al otro brazo del río, el de Loba,

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más, y el balance final añade nuevas aristas a la teoría corriente del caudillismo.

El propio Nieto contestó a los incrédulos criticones de su tierra y de su época con una Geografía histórica, estadística y local de la provincia de Cartagena (Cartagena, 1839) que no sólo es la primera geografía regional que se escribió en el país, sino que contiene descripciones generales de costumbres, datos polí­ticos y económicos que anticipan el tratamiento sociológico posterior.

Hasta entonces, la Costa atlántica no había tenido, desde el punto de vista geográfico, sino las especiales relaciones (sin publicar) de comisionados reales como Antonio de la Torre y Miranda (1794), las cortas descripciones de don Francisco Sil­vestre (1789), los escritos parciales (en alemán) del barón de Humboldt (1805), y el Derrotero de Las Islas Antillas y de las costas de Tierra Firme (Madrid, 1820), que contiene datos loca­les importantes. La síntesis geográfica de Nieto habrá de ser la única fuente utilizable sobre la provincia de Cartagena y el Esta­do de Bolívar hasta bien entrado el siglo XX, porque la Comisión Corográfica nacional de 1849 no llegó a la Costa, y los subsi­guientes trabajos de geógrafos no fueron regionales sino nacio­nales, como los textos de Tomás Cipriano de Mosquera (1852), Antonio Cuervo (1855), Joaquín Esguerra (1879), Felipe Pérez (1883) y Francisco José Vergara y Velasco (1892), quienes casi todos citan, con respeto, a Nieto. La siguiente importante geo­grafía regional, la de Manuel Uribe Ángel sobre Antioquia, no fue publicada hasta 1885, en París.

Aunque ahora advirtamos sus errores, de esta Geografía histórica de Cartagena parten las versiones hasta hace poco ofi­ciales sobre las fundaciones de Barranquilla, Sabanalarga y otros sitios. Ofrece uno de los primeros relatos ordenados sobre la revolución de Cartagena contra España así como un esbozo de la Conquista. Sobre cada cantón tiene datos específicos, a veces ingenuos ("les gusta el baile", "son indolentes", "traba­jan bien el algodón", etc.).

Para obtener estos datos, el mismo Nieto informa en el pró­logo que durante cinco años acudió a "memorias y manuscritos de una remota y respetable antigüedad", consultó archivos municipales ("salvados por casualidad de las injurias del tiem­po"), visitó pueblos de provincia y entrevistó ciudadanos de crédito "que saben el lugar que habitan". Utilizó así, de mane­ra rudimentaria, técnicas de investigación que hoy han vindi-

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que iba cogiendo fuerza y agua, gente y dinero que ve­nía de la venta de tagua, y luchar por tener allí su peda­zo de ladera. Allí había otra ventaja: no cruzaban los barcos de guerra. Éstos se aguantaban en Magangué y regresaban por la boca de Tacaloa a Mompox, que era la presa deseada por las tropas.

El señor Faustino Gómez, compadre de mi mamá y gran agricultor, cazador y pescador, fue de los primeros en hablar de irse de Mompox cogiendo por el caño de Guataca para llegar al antiguo pueblo de Cañonegro y, quizás, todavía más al sur tomar por los grandes playo­nes de la isla en dirección del río Tiquizio. Sabía que otro momposino viejo, el señor J u a n Francisco Palomi­no, se había metido por allí y pudo hacer un corral de ganado en una ribera del río Chicagua, hacía unos vein­te años.

Allí el problema eran los capataces de ño Atanasio Germán Ribón, quienes tenían órdenes de echar a los que entraran a esos playones sin su permiso, pues se consideraban como parte de las Tierras de Loba. Pero la verdad era que no habían podido sacar ni a los de Caño-negro ni al señor Palomino, en todos esos años. Era tie­rra desocupada, de monte virgen lleno de tagua, caucho y cacao, fértil, con ciénagas e islas muy bonitas, donde podíamos sembrar de todo para alimentarnos y progre­sar. El señor Gómez se fue metiendo contra viento y marea con su hermano Manuel y con otras familias: los Benavides y los Beleños. Yo, que tenía once años y estaba ya grande, también me fui interesando en la idea de vivir en las Tierras de Loba.

El miedo que sentíamos por ño Atanasio se nos fue acabando por el apoyo que teníamos contra él en mucha gente momposina, de arriba y de abajo. La exmarque­sa, suegra de Atanasio, estaba cegatona y enferma, y políticamente no valía nada. Los Ribones, hermanos de Atanasio, fueron adquiriendo poder, y el presidente Márquez alcanzó a nombrar algunos en puestos públi­cos; pero en ese momento no podían actuar legalmente contra nosotros ni contra los que se habían metido en sus propiedades. Porque las Tierras de Loba se consi­deraban baldíos, de acuerdo con nuevas leyes de la República.

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cado y asimilado las ciencias sociales, como las que se han empleado para realizar esta misma Historia doble de la Costa.

Metodología. El presente trabajo sobre el caudillismo cos-[ D ] teño a mediados del siglo XIX es resultado de combinar

diversas técnicas de investigación que, como en el tomo I, he denominado reconstrucción o ilación histórica. Para esta reconstrucción trato de hacer una presentación de sucesos del pasado que no sólo sea objetiva —de acuerdo con los hechos reales registrados por la observación o con datos documenta­les— sino útil para los fines de educación política y cultural que exigen los movimientos populares contemporáneos.

Esta historia tiene y lleva un propósito y, por lo mismo, reconoce la dimensión ideológica en las disciplinas sociales. Busco contar la historia en lo que ella no ha dicho por ocultar u olvidar aspectos no convenientes para las clases dominantes y opresoras —en lo que aplico la recuperación crítica—; y rela­tarla ordenadamente en tal forma que quienes suministraron los datos de las clases trabajadoras la reconozcan como propia —en lo que sigo las reglas de la devolución sistemática del conocimiento—. Este informe es, pues , un desarrollo del méto­do de investigación-acción (de participantes o participativa) que va explicado en otras fuentes 161.

6. Además de los materiales sobre investigación-acción (participativa) presentados en el Simposio Internacional de Cartagena en 1977 (cita­dos en el Tomo I) pueden verse algunos de los últimamente produ­cidos:

G. V. S. de Silva, Niranjan Mehta, M. Anisur Rahman y Ponna Wig-naraja, "Bhoomi Sena: A Struggle for People's Power", Development Dialogue (Upsala), No. 2 (1979), 3-70; Trabajos del Primer Seminario Latinoamericano sobre Investigación Participativa en el Medio Rural, Ayacucho, Perú, 9-14 de marzo, 1980; Papers of the International Forum on Participatory Research, Ljubljana, Yugoslavia, 13-22 de abril, 1980; Antón de Schutter, Sobre el método de investigación parti­cipativa (Pátzcuaro, CREFAL, 1980); Paul Oquist, "The Epistemology of Action Research", Development Dialogue (Upsala). No. 1 (1978); Guillermo Hoyos V., "Significado de la reflexión epistemológica para la investigación-acción, Ciencia, tecnología y desarrollo (Bogotá, Colciencias), Vol. 4, No. 3 (1980), 277-292.

Número especial de SID (Journal of the Society for International De­velopment), abril 1981; Byram Martin y otros, Emerging Rural Appli­cations of Participatory Research (París, Unesco, 1978); Unicef, Les carnets de Tenfance. No. 42 (octubre de 1979); Unesco, Papers of the Seminar on Participation Research and Development, Dakar, Senegal,

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La suerte y la politiquetía nos favorecieron esta vez. Un día apareció pegado a la puerta de la casona de ño Atanasio el siguiente pasquín, que fue un directo a la quijada de ese poderoso ricachón;

"Señores de ambos partidos: miren ustedes los méri­tos y servicios del niño Atanasio Ribón, de Mompós. Los servicios de don Pantaleón , su padre , que perdió a Mompós en unión de los Piñeres después que robaron a su gusto con sus monopolios de billetes [papel moneda expedido en Cartagena en 1814 para pagar gastos del ejército patriota —véase el capítulo 2 B] se fueron huyendo, pero la pagaron bien, como merecían, Dios se lo pague a Morillo.

"El dicho niño Atanasio, bonachón de profesión, no sale de las tiendas de taberna, es un consumado petar­dista por mayor y por menor, y si no dígalo mi familia y mi cuñado y los demás armacenistas de esta ciudad y extranjeros de fuera.

"Es un jugador de lo que no es suyo, y vendía hasta los platos del servicio de su casa y los camisones de su mujer por menos precio, y compraba los diezmos y los embrollaba hasta que se presentó la ocasión de adular para merecer destinos, y entonces vendió los esclavos de la marquesa para ser ciudadano; y aunque tuvo la desfachatez este vago (pues no es otra cosa) y el Don Quijote del bestia de su hermano, de decir por la im­prenta que no aceptarían ningún destino que emanase de la aprobación del presidente Márquez, fueron ense­guida el borrachín, interventor de tesorería; y el otro frenético animal con borlas (no sabiendo hablar a las derechas) fue secretario de la gobernación. Pero ya se ve qué habían de hacer si la hambre se los comía: perder el pudor y meterse a alzafuelles de ineptos mandarines sinvergüenzas.

"Estos son los méritos y servicios de los dioses omni­potentes de Mompós. Así iremos anotando los de cada uno que quiere pender de este suelo hasta los cuernos de la luna. Firma: Un monarquista que desea un rey en Nueva Granada" .

¿Cómo les parece? ¡Fue el despiporre! Porque este monarquista era un conservador de los ministeriales que vivía en el barrio abajo, del mismo partido de los

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De acuerdo con estas orientaciones metodológicas, en la reconstrucción histórica se enfatizan determinados hechos y procesos: los que son congruentes con metas de cambio radical propuestas por clases sociales victimizadas por la explotación capitalista actual. Por eso esta técnica no produce una historia final o absoluta. Pero tampoco es final o absoluta la historia oficial, o la que producen los historiadores de las clases domi­nantes. Cada generación de investigadores va fabricando su propia interpretación de unos mismos hechos, según su respec­tiva experiencia directa, esto es, según la orientación de la clase social o grupos a los cuales pertenecen. Por ello, la critica histó­rica es una tarea sin fin y sin fronteras, y no me sorprenderá que futuros científicos sociales revisen, corrijan y complementen este informe sobre el caudillismo costeño. Aún más: así lo espe­ro. De esta manera se construye la ciencia, que es un proceso permanente , abierto y totalizante de acumulación y revisión de conocimientos válidos adquiridos.

En armonía con estas tesis, la reconstrucción histórica que propongo y practico en este tomo depende mucho de técnicas de imputación y de un uso parsimonioso y conveniente de imagina­ción: puede ser noventa por ciento hechos y diez por ciento imaginación. ¡No se asusten! En cantidades dosificadas, no es malo usar de la imaginación en la tarea científica. Hasta los más eminentes naturalistas lo hacen cuando se ven en la necesidad de completar sus esquemas de explicación: por ejemplo, los astrónomos al describir los " q u a s a r s " o la explosión cósmica primigenia; los arqueólogos cuando reconstruyen a Nínive o Persépolis con base en restos pétreos y basureros; los paleon­tólogos al proponer homínidos según tendencias marcadas por simples quijadas o restos craneales. ¿Y qué decir del uso de la imaginación científica que hizo Arthur Kornberg para determi­nar la estructura interna del DNA polimerasa (la partícula que puede contener el secreto de la vida)? ¿Y el de Richard Feyn-man sobre campos magnéticos?

10-14 de diciembre, 1979; Heinz Moser y Helmut Ornauer, eds., Internationale Aspekte der Aktionsforschung (Munich, 1978); O. Fals Borda, "The Problem of Investigating Reality in Order to Transform it", Dialectical Anthropology, 4 (1979), 33-55; O. Fals Borda, "Mea-nings in Social Science and the Practical Production of Knowledge", Oesterreichische Zeitschrift für Politikwissenschaft (Viena), mayo de 1981: Fals Borda, "La ciencia y el pueblo", 1980, citado.

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Ribón. Muy pocos en verdad querían que hubiera rey en vez de presidente, aunque la preocupación existía [y seguiría empeorándose con el poder que obtuvo en el país la familia Mosquera, de Popayán, y sus coqueteos con los ecuatorianos que pensaban colocar de rey en Quito a un duque español, con el caudillo Juan José Flores, en 1846]. Pero así era el desorden del momento, que unos tiraban para un lado y otros para otro. Y de paso se vio que esos ricos estaban comerciando en la venta de armas a las fuerzas rebeldes y a las guerrillas.

Luego de este tiroteo que dejó con un ala rota a ño Atanasio y a los Ribón, se nos fueron los temores que aún teníamos de meternos en las Tierras de Loba. Nos decidimos cuando supimos que se había armado otra revuelta [en octubre de 1840] y que los ejércitos rebel­des venían a ocupar a Mompox otra vez y rcclutarnos a todos. Eran los bravos del general Carmona, liberales progresistas que, decían, querían cambiar la Constitu­ción y hacernos federales a la fuerza.

Nos alistamos, pues, para volamos en esos días de Mompox con los Gómez, los Benavides, los Beleños y las otras familias comprometidas. Fue una idea correc­ta, porque la villa de Mompox estaba a punto de levan­tarse por Carmona y convertirse en un infierno. Noso­tros no queríamos sino trabajar, sembrar, tocar música, aprender y progresar, es decir, salimos de la mala situación en que vivíamos. ¿Para qué eran todas esas guerras y discusiones de los partidos sobre una Consti­tución que casi nadie del pueblo conocía? ¿Era que así nos iban a quitar el hambre? ¡Ni de vainas!

Los conflictos sociales y políticos subían de tensión a varios niveles, y los progresistas de Cartagena sólo esperaban la con­signa de lucha que diera su jefe nacional y caudillo, el general José María Obando. Acababa de sofocarse una revuelta en Pas­to, en el sur del país, motivada por la clausura de unos conven­tos, cuando Obando decide por fin sublevarse, en julio de 1840. En su proclama declara que se lanza a la lucha por estar ' 'perse­guido cruelmente por un gobierno de origen impopular" (que quería revivir las acusaciones contra Obando por el asesinato del mariscal Antonio José de Sucre, del ejército libertador, en

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Pero asi como lo hacen los científicos naturales, también nosotros en las ciencias sociales podemos emplear la imagina­ción dentro de los parámetros lógicos que el previo conocimien­to adquirido va delimitando. La proporción imaginativa que propongo no es contaminante porque debe jugar dentro de los márgenes de la probabilidad cultural y de la estructura básica que dejan los datos-columnas que sostienen el edificio así del relato como de la interpretación. Los datos-columnas son aque­llos derivados rigurosamente de las fuentes y autoridades cita­das (canal B), que quedan para seguirse consultando y usando por científicos y curiosos. Al recordar esta regla, la imaginación puede emplearse especialmente para completar vacíos lógicos creados por pérdidas irreparables de documentos (el comején, la polilla, el fuego, la humedad que tanto afectan nuestro traba­jo en la Costa), y para redondear situaciones. Por supuesto, no deben imaginarse ni comunicarse incongruencias, imposibili­dades o contradicciones absolutas, sino aquellos aspectos lógi­cos probables que el observador esperaría en el desarrollo de la vida real, dentro de los límites de la cultura del grupo estudiado y para pulir el cuadro que se desea presentar , aun desde el punto de vista estilístico. (El estilo es importante. Tratándose de la vida colectiva, que es tan interesante, no hay razón para que al pasar por las manos de los sociólogos ella se convierta en un ladrillo pesado. Para la comunicación de las ideas, es mejor escribir con la simple pluma de ganso que con un estilete marca IBM).

He tratado de aplicar estas técnicas en el presente tomo, como lo hice en el primero, aunque no tengo ninguna aspiración a que se las juzgue desde el punto de vista literario, sino desde el de la comprensión. En el tomo anterior, estas técnicas resul­tan evidentes cuando se lee la descripción de la enfermedad y muerte del primer marqués de Santacoa, por ejemplo: es imagi­nación con elementos culturales ciertos y existentes dentro de los parámetros de la sociedad colonial estudiada. En el presente capítulo se distingue lo mismo en los siguientes apartes: la vuelta de Juan José en burra por el camino de Cibarco; el baile del bunde al Pie de la Popa; el sabotaje a la llegada del vapor Unión a Mompox. Y así en todos los capítulos.

Ningún lector podrá negar que estas descripciones caen den­tro de lo probable cultural y completan lógicamente el cuadro histórico que pinto, dentro del espacio que dejan los datos-columnas. Supongo que serán versión autorizada hasta cuando

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1830), y que buscaría "el renacimiento de Colombia bajo un sistema federal, que es el grito nacional".

Había otras razones para este alzamiento en la Costa, además de la ideología federalista: la inseguridad económica general producida por la especulación (como la del banquero Judas Tadeo Landínez en Bogotá, que luego se declaró en ban­carrota); el afán de controlar aduanas y rutas comerciales loca­les por la burguesía mercantil samaria y momposina y por gamonales de provincia; el personalismo desatado por la muerte de Santander y la elección de Márquez, entre políticos naciona­les, y la incipiente aunque fuerte competencia de la importación de artículos europeos que resultaban más baratos que los pro­ducidos por los fabricantes nacionales, a pesar de las tarifas proteccionistas vigentes, lo cual llevaba a la protesta de los arte­sanos costeños.

Nieto no lo duda: debe atender a la proclama del jefe y apro­vechar para poner las cosas en su sitio en Cartagena. Irritado por el desconocimiento de su elección como representante, rechazado despreciativamente su proyecto federativo por cole­gas altaneros y racistas, humillado por los Calvos e ignorado por el poeta Ortiz, frustrado en sus iniciativas de progreso loca! y defensa de los artesanos que no podían resolverse sino a las malas en Bogotá, el futuro caudillo costeño decide que hay que apelar a la última razón, al llamado de las armas.

Nieto ha sido un civilista hasta ahora y no tiene otros segui­dores que sus electores de la Catedral y sus amigos y parientes de la Popa, Alcibia, Ternera y Baranoa. No puede levantar ejér­citos propios, como otros gamonales hacendados de provincia. Pero debe arriesgar su carrera en la búsqueda de la felicidad colectiva, los intereses superiores de la dignidad humana y la prosperidad de su gente. Siente que hay nuevas amenazas al derecho de los pueblos a disponer de su destino y que se yergue otra vez el fantasma de la tiranía que aprendió a distinguir desde su niñez cuando leía el Catecismo del doctor Sotomayor y Picón. Cree, por eso, que cuenta también con el apoyo de sus hermanos masones, en cuyas "tenidas" había aprendido a jurar contra los tiranos.

El manejo del fusil y la escopeta, la espada y la lanza en pro de los intereses del partido y de los trabajadores, se vuelve marca del honor personal y prueba del patriotismo. Ya lo había escrito Nieto en su propio folleto sobre Derechos y deberes del hombre en sociedad, para casos críticos como el que estaba

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vengan otros historiadores que consigan nuevos datos, obten­gan los documentos que faltan y me corrijan o complementen.

Es fácil distinguir en el texto del canal A estas secciones descriptivas especiales, aunque a veces los hechos reales del relato sobrepasen el uso que hubiera hecho de la imaginación. Porque en la sociedad costeña del Caribe la línea que separa lo fantástico de lo real muchas veces es tenue. Esta ha sido impor­tante lección de vivencia dictada a los científicos sociales y al resto del mundo por el extraordinario grupo de novelistas y cuentistas costeños contemporáneos, encabezados por Gabriel García Márquez,

Algo semejante puedo explicar respecto de la técnica de imputación, aunque ésta sea más rigurosa. Aquí, como en el caso anterior, lo que traté de hacer fue: llenar con carnes y músculos la osamenta que me describieron don Adolfo Mier Serpa respecto de su padre y su abuelo, y otros ancianos de buena memoria sobre el pasado de los pueblos de la depresión momposina, y sumar, combinar y componer la información para darle coherencia y eficacia comunicativa.

Tuve suerte al constatar documentalmente algunos datos-co-

Vista de Barranquilla hacia 1840. (Acuarela deMark).

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viviendo: había que invocar el ' 'sagrado e indispensable" deber de la insurrección. ¡Había que pelear!

Se acerca así la explosión de la guerra civil de 1840-1842, la primera grande en la Costa, que hará volar mantis mariapalitos en todas direcciones. Nieto deja listo, junto con otros progresis­tas encabezados por el doctor Antonio del Real, el pronuncia­miento rebelde de la guarnición de Cartagena (para el 18 de octubre), y vuela a Barlovento para propiciar el que allí se hará. Los vientos son propicios: esta revuelta aprovechará del des­contento de la población (especialmente los comerciantes de Barranquilla) por no haber querido el gobierno de Márquez declarar habilitado a Sabanilla como puerto para el comercio exterior.

Las chispas comienzan a saltar en Ciénaga (Magdalena), donde el general Francisco Javier Carmona —héroe venezolano de nuestra independencia, que se había establecido allí, en una hacienda que recibió como recompensa por sus servicios— se pronuncia contra el gobierno central y por el federalismo, el 11 de octubre de 1840, a la cabeza de 300 jinetes. Muchos de estos soldados procedían de las antiguas tierras de Carmona donde eran arrendatarios, concertados o esclavos, otros eran campesi­nos y pescadores "reclutados a planazos y a pa los" , como algu­nos dijeron.

Santa Marta secunda el movimiento el 14 siguiente, destitu­ye al gobernador Pedro Díaz Granados y, sin importarle que fuera venezolano, porque todavía se sentía nuestra hermandad con ese pueblo heroico, elige a Carmona como nuevo Jefe Superior, Civil y Militar de un estado soberano naciente: el de Manzanares , bautizado así por el río que atraviesa la ciudad. Luego de asegurarse la lealtad de los indios cercanos de Mama-toco y Bonda (que le habían acompañado en combates previos), Carmona organiza su despacho. Le da la secretaría a Manuel Murillo Toro (hijo de un sacristán de Chaparral, Tolima, en Santa Marta en busca de trabajo, quien llegará después a ser presidente de la república), y hace contacto con los desconten­tos de Barlovento, entre los cuales se encontraban Nieto y sus amigos y parientes.

No tardan en pronunciarse Soledad, Barranquilla y Sabana-larga, cuyos dirigentes convocan a su vez a una "asamblea de diputados del pueblo" el 16 de octubre, en Polonuevo, cerca de Baranoa. En esta asamblea se decide también, a tambor batien­te y entre vítores, la creación de otro estado soberano. La

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lumnas suministrados por don Adolfo —como el paso de su abuelo y de su tío por El Carmen de Bolívar y sus contactos con el general Nieto a través de la masonería, el descubrimiento de las minas de oro de Amagamiento Rico, etc. —; pero sólo por imputación me pude explicar la salida de la familia Mier-Arias de Mompox hacia el sur de la isla, hecho importante para el relato y la historia en general. Aquí tuve que acudir a otras fuentes, como la invaluable obra de Rafael Soto, Decenios de Mompox en la Independencia, tomo II (Barranquilla, 1960) que tiene una riqueza documental de detalle bastante apreciable. Lo mismo hice en relación con otros pueblos y personajes. Combiné así la imputación personal con el empleo de fuentes primarias y secundarias pert inentes. (Esta técnica es necesaria en condiciones difíciles de investigación, como lo acaban de de­mostrar Alfredo Molano y Alejandro Reyes Posada en el libro, Los bombardeos en e l Pato, Bogotá, CINEP, 1980, al imputar a una campesina imaginaria datos recogidos en diferentes circuns­tancias y con diversas personas) . Las inserciones de datos com­plementarios o aclaratorios, como fechas, sitios, citas, en los re­latos o copias de documentos, van colocadas entre corchetes. [ ]

He usado también de otras técnicas para preparar el presen­te tomo: el archivo de baúl suministró datos interesantes, como algunos decretos militares firmados por Nieto, diarios íntimos personales y retratos antiguos; entrevistas con ancianos infor­mantes y con intelectuales de la región; consultas de archivos, especialmente en el Fondo Anselmo Pineda de la Biblioteca Nacional en Bogotá; fuentes pr imarias como la colección de documentos de Manuel Ezequiel Corrales; observación dirigida con visitas a los sitios involucrados en la reconstrucción; y foto­grafía de aspectos adecuados para la devolución sistemática y la publicación del informe.

Sobre devolución sistemática: los dos tomos publicados en esta serie hasta ahora tratan de demostrar el empleo de las reglas sobre comunicación de ideas propuestas en la investiga­ción-acción (participativa), a saber: el nivel 2 para el público en general y cuadros en formación (canal A) y el nivel 3 para cua­dros dirigentes y técnicos varios (canal B). Manifiesto que si tuviera el talento y recursos necesarios habría producido tam­bién materiales de nivel 1 para las bases populares (folletos ilustrados, cortos cinematográficos, transparencias, casetes, libretos, títeres, versos y canciones de protesta). Para todo ello se presta la información de esta serie, como lo señaló en Francia

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emoción vibrante del momento conduce a una escultural mama­da de gallo. En efecto, uno de los asistentes a la asamblea (no se recuerda el nombre de este genio) de manera elocuente invoca las musas y dioses griegos del Olimpo: había que colocar la revolución bajo la protección de nadie menos que la madre de Júpi ter . Así, con aureola de héroes clásicos, ¡nace el Estado Soberano de Cibeles, capital Barranquilla!

La sombra cibelina perdurará hasta 1842, cuando por fin se habilita Sabanilla como puerto marítimo. Pero Carmona, sin­tiendo el reto, y poco dado a esas cosas literarias y mitológicas, no simpatizó para nada con la creación del nuevo estado y menos con el curioso nombre que le dieron. Y el recién escogido Jefe Superior de Cibeles, el capitán cartagenero Ramón Anti­güedad —buen soldado de la batalla del Santuario, donde fue herido en una pierna— se atrevió a disputarle su autoridad.

¡Quién dijo miedo! Al llegar Carmona a Barranquilla en esos días, buscó a Antigüedad y lo desafió en la calle.

"Mira , cojo del carajo, no me vengas a zangulutear con esa vaina de Cibeles ni nada. ¡Corre, que te voy a agujerear la otra pata para que r e spe tes ! " .

A pesar de la roña de la herida que no se la había querido cerrar ni sanar desde El Santuario, Antigüedad echó a correr levantando una buena polvareda a su paso. Francamente ya no se le notaba la cojera. Allí mismo, en las arenas de Barranquilla, empezó a morir el Estado Soberano de Cibeles.

No comenzaba bien el conflicto para los barranquilleros, pero habían dado con un veterano verraco, capaz de conducirlos en guerra y tumbar al presidente Márquez, pensaron Nieto y los más sobrios gamonales cibelinos. Y se sumaron así a los manza-nareños de Carmona, cuya estatura de jefe siguió creciendo con la pronta adhesión de Riohacha, Cartagena y Mompox. Nieto fue recibido, con amigos y parientes baranoeros y tubareños, como capitán de estado mayor del ejército, por su edad y mejor preparación. El joven amigo Rafael Núñez (otro futuro presiden­te de la república) le seguirá poco después.

Ya con una considerable fuerza conjunta, bautizada como "Ejército Unido de los Estados Federales de la Cos ta" , se nombra a Carmona como jefe supremo. Según algunos, éste tenía el secreto designio de separar la Costa de las provincias del interior del país y organizar una república independiente.

Partieron luego todos a Magangué y Mompox en bongos

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Nieto joven, según cuadro restaurado. (Palacio de la Inquisición. Carta­gena).

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armados con la misión inmediata de derrotar al general gobier­nista Tomás Cipriano de Mosquera, jefe payanes, quien venía amenazante por Bucaramanga, con su propia división. Había que frenar a Mosquera, franquear el avance de la revolución obandista desde el sur hacia Bogotá, y retomar triunfantes a la incitante y medio homérica República Federal de la Costa.

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IDEOLOGÍA POLÍTICA Y CULTURA POPULAR 61B

el crítico Jacques Gilard al reseñar Mompox y Loba en la revista Caravelle(1981).

Esto no me preocupa mucho. Estoy seguro de que los hechos centrales de esta historia seguirán reproduciéndose en diferen­tes formas por el propio contingente de base y otras personas comprometidas con el pueblo trabajador. Sólo aspiro, como mí­nimo, a que la lectura conjunta de ambos canales A y B en estos dos tomos, de verdad contribuya a formar mejores cuadros dirigentes decididos a trabajar por el cambio radical que el país necesita, tarea que cada día se ve con mayor claridad y urgencia.

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2. CON EL SUPREMO CARMONA: EL DESASTRE DE TESCUA

El cojo Antigüedad tenía razón al echar a correr ante la furia desatada del general Carmona: éste era de los Bravos de Páez, uno de los héroes de las Queseras del Medio (1819), un echado pa' lante cuyo generalato en disponibilidad acababa de recono­cer el gobierno de la Nueva Granada (enero de 1839), Su denue­do lo demostró toda la vida hasta en la hora de la muerte en 1853, cuando le hizo frente solo, con un palo de cerca, a la gavi­lla de matones que lo asesinó en su casa de Ciénaga. Pero también era medio corroncho y sus proclamas no eran ningún dechado de ortografía o de buen gusto. Aún se le recuerda por la que terminaba así:

"Havitantes: al frente de vosotros como lo habéis deceado me hallo con la espada desnuda, porque he jurado no embainar-la hasta no conseguir vuestra presiosa libertad... Seguid los pasos de nuestros ermanos de la provincia de Cartagena y no desamparéis por un momento al que tampoco lo haría con voso­tros sino en un campo de laureles''.

Ahora, al borde de un bongo de guerra con su estado mayor y con una botella de ron en la mano, Carmona explica al oficial Juan José Nieto lo que espera de él al llegar a los principales pueblos del rio Magdalena: que les anime a pronunciarse contra el gobierno, ayude a redactar las actas respectivas, reclute personal promoviendo reuniones y abriendo cárceles, y levante contribuciones "voluntarias" de guerra.

En los principales pueblos riberanos —Sitionuevo, Calamar, Tenerife, Plato y Magangué— se organizan recepciones y fies­tas entusiastas, pues no es frecuente que lleguen por allí perso-

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2. FACCIONES Y PARTIDOS

La guerra civil de 1840-1842, llamada de los Supremos, tuvo en la Costa un desarrollo interesante: cinco estados proclama­ron su soberanía (Manzanares, Cibeles, Riohacha, Cartagena y Mompox) y decidieron federarse de manera independiente del resto del país.

Pero la idea política no logró respaldarse con las armas. Luego de levantar un ejército de costeños, el jefe supremo Francisco Javier Carmona —a quien se le sumaron Nieto y otros personajes de importante figuración posterior, como Ma­nuel Murillo Toro en Santa Marta y Rafael Núñez en Cartage­na— lo llevó hasta las montañas de Santander. Allí, el lo . de abril de 1841, en la batalla de Tescua, sucumbió ante la división de cachacos encabezada por nadie menos que el general Tomás Cipriano de Mosquera, defensor del gobierno constitucional. Nieto cayó prisionero en esa batalla / ! / .

1. Detalles de la batalla de Tescua: Gaceta de la Nueva Granada, 499-500 (abril 11, 1841), 501 (abril 18 de 1841), 502-Suplemento (abril 25, 1841). Quiero aclarar que, con el fin de agilizar el relato sin afectar lo esencial de los hechos históricos, decidí fundir en una sola acción la escaramuza de la noche anterior y la batalla misma de Tescua.

Las comunicaciones, proclamas y partes en manuscrito de Mosquera y sus ayudantes se encuentran en ANC, Secretaría de Guerra y Marina, Vol. 259. fols. 718-755. La otra versión, extraoficial y personal de Mos­quera en esta campaña, se puede ver en su correspondencia con He-rrán, Archivo epistolar del general Mosquera. 11 (1840-1842), ed. por J. L. Helguera y R. H. Davis (Bogotá, 1972), 167, 196-197, 201 (visita de José Eusebio Caro a Carmona); 260 (caída del caballo en Ocaña); 261 (homenaje femenino a Mosquera en Bucaramanga); 280-281 (apu-

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nalidades como las que integran el ejército de Carmona. Ade­más , éste tiene gran prestigio personal. Aunque hay familias asustadizas que abandonan las casas y huyen al monte y a las laderas de los caños de dentro, Nieto en general no experimenta problemas en conseguir los pronunciamientos de los pueblos. Aún más: éstos se firman como un rito de paso, por amistad o compadrazgo, sin discutir nada ni pensar en las consecuencias políticas y militares: por dejar a ver qué pasa. . .

(La falta de trascendencia de estos actos en la vida local y la superficialidad que les acompañaban —todo dentro de la tendencia antibélica y el dejamiento de los costeños— pudo pal­parse al cabo de seis meses, cuando llegaron noticias de la pri­mera derrota del Ejército Unido de la Costa en tierras santande-reanas. Entonces, los mismos que le habían festejado, uno tras otro, proceden a contrapronunciarse y a denunciar a Carmona como "hombre atrevido y a tolondrado". Así también los gene­rales Herrán y Mosquera no les castigarán cuando prosigan por el río en su campaña del norte para reconquistar a la rebelde Cartagena).

En Mompox fue distinto: allí hubo mayor discusión y convic­ción. El 22 de octubre de 1840 se reunieron ios padres de familia en la iglesia de Santo Domingo "para desconocer la actual administración de la Nueva Granada y declarar la provincia en Estado Soberano". Concurrieron a ella tanto los ministeriales (del gobierno) como los oposicionistas (federalistas) quienes, de acuerdo con la tradición componedora de Mompox, se declara­ron conjuntamente por la necesidad de ' 'establecer un gobierno provisorio que provea a la propia conservación [de la provin­cia] y les asegure todas las garantías individuales". Prudente­mente , no se habló allí de federalismo, sino que se invitó a una convención general "que sancione la mejorforma de gobierno" . Se nombró a Tomás Germán Ribón jefe superior del Estado Soberano de Mompox, a cuyas órdenes quedó el jefe militar residente, teniente coronel Pedro Peña. Como cuerpo consultivo se estableció un Consejo provincial compuesto de cuatro personas allí mismo nombradas. La única disposición no políti­ca, que reflejaba uno de los problemas económicos urgentes que se estaban experimentando entonces, era la orden de que "el derecho nacional impuesto sobre la sal [...] se cobrará sólo sobre la que se introduzca de San Pablo a Nechí para arriba [al sur de Mompox]" . [A]

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MAR CARIBE

OCÉANO PACÍFICO

CAMPAÑAS DEL SUPREMO CARMONA

Guerra civil de 1840-1841

Marcha

Retorno

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Mompox. Iglesia de Santo Domingo, sitio del cabildo abierto de 1840.

Comunicado a Carmona y a Nieto, quienes venían río arriba, este pronunciamiento no fue aceptado. De vuelta en el vapor Unión, que llevaba nuevas tropas a Mompox con el comandante Jo sé Padrón, la nueva discusión del documento llevó a la radica-lización de las posiciones de los grupos locales momposinos. La guarnición, reunida el 13 de noviembre por la mañana, exigió que el nuevo estado se pronunciara claramente por el sistema federal.

En la tarde del mismo día, los padres de familia volvieron a reunirse en la iglesia. Hubo larga y agitada discusión, que re­sultó en el retiro de los ministeriales, encabezados por el terrateniente Atanasio Germán Ribón. Su hermano Tomás renunció a la jefatura superior. Ya homogénea, la asamblea completó el pronunciamiento por el federalismo como "áncora redentora" y por las "ha lagüeñas esperanzas que inspira" ; aumentó las facultades al Jefe Superior y amplió a 15 el número

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FACCIONES Y PARTIDOS MB

Mientras tanto, de Mompox y sus cercanías salieron huyen­do de los ejércitos de Carmona y Mosquera un buen número de familias pobres que buscaron refugio en los inmensos playones desocupados de las Tierras de Loba, entre ellas los Mier-Arias, familias que abrirán un nuevo frente de colonización agrícola y pecuaria en la región.

Dos aspectos teóricos merecen destacarse del periodo des­crito, el cual es sumamente importante por las definiciones que produjo: 1. el trasfondo económico de la guerra; y 2. la radica-lización política producida por diversas facciones locales.

En los textos de historia de Colombia aparece la guerra [ A ] civil de 1840 como un conflicto eminentemente político c

ideológico entre tendencias centralistas y federalistas ori­ginado por el cierre de unos conventos en Pasto, y también como resultado del resentimiento personal del general José María Obando, el gran caudillo payanes, contra el presidente José Ignacio de Márquez. Estas razones son justas, pero resul­tan incompletas para explicar el conflicto. Hubo también causas económicas de fondo por las cuales se enfrentaron entre sí diversos sectores dominantes.

Además este conflicto hizo ver claramente que las oligarquías no son monolíticas, sino que constituyen coaliciones inestables o son sectores que compiten entre sí, pero que se alian periódi­camente para defender sus intereses generales de clase. Estas facetas del faccionalismo las estudiaremos nuevamente al ver lo ocurrido en la revolución del medio siglo con la antiélite (capítu­lo 4B) y los artesanos (capítulo 5B).

En efecto, durante y mediante esta guerra de 1840 —distinto de lo ocurrido en el sur del país—, la burguesía comercial coste­

ros de Mosquera en Tescua y opinión sobre Carmona); 290 (presos e indultos).

Prisión de Nieto en Tescua y Bocachica: Autodefensa, 19, 22, 43, 65. Durante el exilio y su vuelta en 1847 ya se le conocía como "coronel Nieto".

Pronunciamientos y contrapronunciamientos de Mompox y otros sitios: Soto, II, 218-222, 224-228, 235-237.

Desarrollos de la guerra de 1840 en el norte: Posada Gutiérrez, V. cap. 50; VI, caps. 53-55.

Sobre la provincia de Pamplona y los indios chitareros: Manuel Ancízar, Peregrinación de Alpha (Bogotá, 1942), 555-556.

Los murciélagos del Colegio Pinillos: Soto, II, 230, 258.

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de miembros de la Jun ta Provincial; nombró al comerciante Francisco Martínez Troncoso (el que recibió a Bolívar en el Colegio-Universidad) en reemplazo de Germán Ribón; concedió el mando militar al coronel José María Gutiérrez de Piñeres (hermano del Jefe Superior rebelde de Cartagena, J u a n Anto­nio, "el perra flaca"); y ordenó que el Jefe Superior dispusiera de los nombramientos y cargos de la provincia: ' 'Todo empleado público o individuo que goce de algún sueldo, que rehuse some­terse a este pronunciamiento, que debe firmar, perderá su des­tino y el goce de que disfruta' ' .

Ese mismo día huyó de la villa, hacia Ocaña, el teniente coronel Peña, en oposición; y poco después se mandó encarcelar a Germán Ribón y otros terratenientes gobiernistas enemigos de la revolución. La cosa ya era más seria que con Garujo y Luque en 1831. [B]

Mi tío Marcelino Mier era revolucionario: firmó el acta de Mompox por el federalismo. Pero ni mamá Tina ni los Gómez, los Benavides y otros compañeros agricultores cambiaron los planes que teníamos de me-

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t emos a xas ± ierras uc LOUS. nuora estaca preso no Atanasio, el mismo enemigo principal de los trabajado­res del campo. ¿Qué más esperar? Los bongos de Car-mona ya volteaban por la boca de Tacaloa hacia Pinto. ¡Se nos venían encima!

Por fortuna llovía todos los días y los caños iban hasta el borde de agua. Podíamos así entrar por el caño de Guataca y llegar hasta el de Violo, en Cañonegro, para de allí pegar el salto al corral de Palomino en el río Chicagua. Unidos todos sin reparos de política, como en el primer levantamiento de la villa, podíamos tumbar el monte, criar ganado, sacar madera, tagua y cacao, y fundar pueblos donde crecieran nuestros hijos libres del mal de las guerras.

De nuevo a ajuntar queso, bolas de chocolate, pláta­no verde y machetes, como en la expedición contra Canijo, sólo que ahora era para algo de nosotros mis­mos. María del Rosario Arenilla, la mujer de Faustino Gómez, y Felicia Galindo, la de Manuel, ayudaron a mi mamá a hacer las compras. Los Benavides (amigos de los Gómez) tenían un chopo con el que iríamos a cazar animales de monte; y mi hermano Agustín y yo, con

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ña trató de afianzar las posiciones de poder que había alcanzado durante y después de la guerra de Independencia y quiso poner mano en los recursos aduaneros, de transporte y de intercambio en la Costa y fuera de ella, desafiando a los grupos de poder de Bogotá y del interior del país que perseguían los mismos objeti­vos a nivel nacional. Eran, pues , como dos facciones de la misma clase social que luchaban dentro de un mismo marco económico, aunque diferenciadas por regiones.

No había muchas divergencias entre estas facciones, en cuanto a la política económica general del país. Ambas estaban de acuerdo en fomentar prudentemente los negocios de exporta­ción e importación, sentar las bases de un mercado interno, y apoyar todavía artesanías y fábricas nacionales de productos propios. El conflicto de 1840 más bien encubrió una rapiña en la clase social dominante por el control de los mecanismos eco­nómicos concretos del intercambio comercial a nivel regional, que era donde contaban, sin interferir los modos básicos de producción señorial que venían de la colonia. De allí la formal traducción del conflicto, en simples términos políticos, a fede­ralismo contra centralismo, como es su interpretación más extendida.

Es cierto que la camarilla centralista cundiboyacense inter­fería bastante el manejo de la cosa pública local, pues la Consti­tución de 1832 exigía referir muchas decisiones al gobierno nacional o al Congreso. Pero no llegaba por eso a dominar la situación y, por el contrario, produjo desazón general con para­dójicas medidas, entre ellas las dirigidas a proteger las especu­laciones del atrevido financista boyacense J u d a s Tadeo Landí-nez quien, poco después, entraría en bancarrota y, con él, centenares de familias. (Frank Safford, Aspectos de l siglo XIX en Colombia, Medellín, 1977, 50-60; Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810-1930, Medellín, 1955, 181-184).

En la Costa se percibía con mayor intensidad que en otras partes la urgencia de definir los controles económicos genera­les, por dos razones por lo menos:

1. La creciente capacidad de la nueva burguesía comercial (y contrabandista) de la Costa de articular sus intereses política y militarmente, con el consiguiente desarrollo intelectual en sus hombres que sobrepasó el de otras provincias del país.

2. La presencia catalítica (a veces armada) en los puertos de Santa Marta, Barranquilla, Cartagena y Mompox de comercian-

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hondas de majagua, un arpón pequeño y un anzuelo de cobre para anzueliar. Hambre no íbamos a pasar. . .

¡Carajo! con tantas idas y venidas y con el pegapega de Mompox, uno de puro dejao se descuida. De pronto nos llegó el terrible anuncio: Carmona viene por San Zenón. ¡A correr, muchachos! Volamos con el avío a las dos canoas que teníamos arrimadas en el barranco al pie del suán de los ahorcados, en el barrio abajo.

Pero ya se alcanzaban a ver los primeros bongos armados; se acercaban con rapidez. Nos hubieran alcanzado si hubiéramos salido en ese momento. Escondimos las canoas bajo las ramas del suán y espe­ramos a que pasaran. ¡Qué susto ver tanta gente en armas , tanto hierro! Y atrás, en balsas, tanto ganado y caballos, con muchas " j u a n a s " y vivanderas. Aunque no vimos sino dos cañones de batalla con sus montajes.

Arrimaron frente al mercado público e hicieron varias salvas de fusilería en saludo al Jefe Superior Troncoso, quien salió para darle un abrazo de bienvenida a Car-mona. Empezaron a descargar los equipos y materiales con el fin de llevarlos al Colegio, donde los soldados se iban a quedar.

Aprovechando la bulla de la llegada, al fin nos atrevi­mos a sacar las canoas. Ya estaba atardeciendo, pero teníamos que irnos, ahora o nunca. Nos empujamos con las latas [palos largos] río arriba a la sombra del barran­co para ver si podíamos pasar con las canoas frente al puerto del mercado. Tenia que ser por la orilla de la isla de Quimbay lo más alejados posible de los bongos. Por fortuna todos estaban ocupados en el descargue y el recibimiento, mirando hacia el callejón del Colegio y la iglesia de la Concepción. No se oían sino órdenes despóticas de los oficiales: ¡Echen para allá! ¡Levanten aquí! ¡No sean flojos! ¡Capitán Nieto, reúna la compa­ñía!

De lejos veíamos a algunos oficiales maltratando a los pobres reclutas. Allí estaba, en efecto, Juan José Nieto, joven y buen mozo, con una barbucha y negros bigotes retorcidos. Lo reconocería después cuando, al encon­trarnos en Cartagena durante una celebración, recorda­mos aquellos momentos en Mompox. ¡Cómo se reía al

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tes y cónsules ingleses, franceses y norteamericanos (John Glen, Campbell, Adolphe Barrot, Robert Stuart, John Lynch, Santiago y Patricio Wilson), como eficaces agentes de la ideolo­gía europea en boga del libre cambio, interesados en crear mercados para artículos extranjeros y en monopolizar nuestros primeros productos nacionales de exportación (mangle, cueros, palo brasil, quina, oro y después tabaco). Glen, en especial, se había convertido en el principal mandarín de Barranquilla en la década de 1830 (Safford, 39). Y el trabajo del conjunto se había facilitado por la presencia de fragatas de guerra francesas e inglesas que a veces asediaban nuestras costas y puertos o intervenían en algunos de nuestros combates navales internos (comoenCispata, 1841).

Entre los primeros campeones nacionales de esta tendencia extranjerizante se encontraban, naturalmente, los comerciantes costeños con quienes aquellos agentes entraron en contacto: los Piñeres y Herreras de Mompox, los Amadores, Espriellas y Torres de Cartagena, los Mier y Díaz Granados de Santa Marta, los generales Ignacio Luque (muy apegado a Glen) y Mariano Montilla, entre otros.

Algunas de estas familias combinaban el comercio con la explotación hacendil: Mier era también señor de Papares; su pariente Imbrecht era señor de Calenturas; los Paniza, parien­tes de los Herreras, tenían inmensas propiedades en el San Jorge. Estas familias no eran claramente aristocráticas —espe­cialmente si la referencia es Cartagena— porque ni ellos ni sus antepasados inmediatos se habían vinculado a la carrera militar o administrativa virreinal de donde los ' 'verdaderos aristócra­tas" cartageneros derivaban su posición y prestigio, muchos de ellos sin haberse convertido en latifundistas. De los menciona­dos, sólo los Mier y los Herreras (por matrimonio) tenían víncu­los con la nobleza momposina que había sido, ella sí, latifundista aunque su fuerza decayera con el advenimiento de la República y la persecución a los realistas. Pero el poder del nuevo grupo radicaba claramente en su control sobre los medios de intercam­bio, no sólo en el de la tierra. (Cf. Guillen Martínez, 241-248).

Estas personas se habían beneficiado igualmente del proceso inflacionario desatado por la guerra liberadora. La familia Piñeres, por ejemplo, había controlado buena parte de la emi­sión de billetes de esa época y, con ellos, había logrado adquirir bienes a menos precio real o moneda contante (véase el pasquín

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saber que nos les habíamos escapado en sus mismas barbas!

Poco a poco nos fuimos escurriendo en la oscuridad del río, hasta cuando pasamos, ya a canalete, por el puerto de las canoas con sus inmensos campanos y guacamayos, y volteamos, al fin, por la boca del caño de Guataca. ¡Adiós, Mompox! ¡Adiós, guerra!

"Capitán Nieto, ¡reúna la compañía y llévela al colegio!", bramó el Supremo Carmona después de darle un abrazo y un trago de ron en la plaza de mercado a don Francisco Martínez Troncoso, Jefe Superior del Estado Soberano de Mompox. El alojamiento en el Colegio-Universidad era conveniente, aunque los soldados amanecían cagados por los millares de murciélagos que se habían apoderado de los techos. ¡Caramba! Como toda­vía hoy...

Cosa curiosa: ningún soldado fue mordido por esos vampi­ros; pero el general Carmona, desde su llegada a Mompox, se vio asediado por manapalitos hasta cuando una de éstas lo aprovechó mientras dormía y lo picó en la frente. Despertó el

Saliendo a canalete por la isla de Quimbay hacia el caño de Guataca. Mompox al fondo. (Fotografía de Rodrigo Moneada).

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de 1839 en el capítulo anterior). Otros harán emisiones de mo­neda propia ( " señas" ) , independiente del gobierno, con el pretexto de facilitar las vueltas en las transacciones realizadas en sus tiendas, como Landínez en Bogotá, los Maciá, Benedetti , León, Araújo y Plá en Cartagena y, más tarde, los hermanos Ribón en Mompox y J u a n Mainero Trueco en el Banco de Carta­gena. Estas emisiones eran inflacionarias, pero produjeron el enriquecimiento de las familias que lo hicieron, lo cual vendría a señalar este mecanismo como uno de los elementos empleados por la burguesía mercantil colombiana para realizar acumula­ción originaria de capital durante el siglo XIX, a través de me­dios de intercambio y no sólo de formas de producción directa. Tales procedimientos monetarios terminaron al fundarse el Banco Nacional durante la segunda presidencia de Rafael Núñez, avance importante que Núñez impuso sin importarle la frontal oposición de quienes se beneficiaban del sistema de las " s e ñ a s " privadas.

Otra manera temprana de enriquecimiento en la burguesía comercial costeña fue el agio, especialmente a raíz de la escasez y ruina producidas por el asedio que los españoles hicieron a Cartagena en 1815. La especulación empezó con la venta de comida seca que había quedado en manos de comerciantes extranjeros (algunos italianos como los Bonolis, Capurros, Capellas y Bernines, y el norteamericano Glen), puesta a pre­cios exorbitantes. Estos agiotistas se sumaron como nuevos ri­cos a la burguesía regional y siguieron en posiciones dominantes durante el siglo XIX. Reforzaron con sus recursos las posiciones de la facción costeña durante la guerra de 1840. (Donaldo Bossa Herazo, Cartagena independiente, Bogotá, 1967, 95, 139-141; véase también el capítulo 7B, nota 4).

No sorprende, por lo mismo, que en los pronunciamientos federalistas de Mompox y Barlovento aparecieran exigencias como las limitaciones a la venta de la sal del interior, la apertura del puerto de Sabanilla al comercio internacional, la supervisión directa de las aduanas marítimas (segundo factor de recursos estatales), y la exigencia de libre navegación (nacional e inter­nacional) en el Magdalena y otros ríos.

Precisamente, durante esta época el negocio de la navega­ción fluvial estaba pasando del monopolio del alemán Juan Bernardo Elbers a las manos de la Compañía Anglo-Granadina de Navegación, con empresarios ingleses y samarios, uno de

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general con un grito y logró agarrar al perezoso insecto. "Mal­dita mariapal i to", dijo, ' 'te voy a fregar la vida ' ' . Con unas tije­ras le cortó la cabeza; pero ella siguió caminando aún sin cabeza. "Traigan un curandero" , le ordenó Carmona al capitán Nieto, ' 'mientras le rezo un conjuro a esta fiera:

Mariapalito pasa una lucha con un palito metió en La chucha.

Mariapalito pasa un sofoco con un palito metió en e l jopo '

Y procedió a enterrar el insecto decapitado, que todavía avanzaba vivo juntando sus patas suplicantes,

Carmona quedó muy irritable con esa mordedura. No pudo seguir durmiendo, y aprovechó el insomnio para dictarle a Nieto una proclama dirigida al Ejército Unido que —quizás por fortu­na— nadie recuerda. No ha aparecido todavía en ningún baúl familiar.

Las tropas del Ejército Unido de la Costa se reorganizaron en Mompox y se fueron el 11 de enero de 1841, hacia Puerto Nacio­nal en una gran flotilla de champanes y balsas, para subir luego a Ocaña. Iban tres batallones: el Restauradores, al mando del coronel cienaguero, Agapito Labarcés; el Tercero de Cartagena, con el Escuadrón Glorioso, al mando del coronel Ramón Aceve-do; y el Mompox al mando del coronel momposino Francisco de Paula Buitrago (con quien se hallaba Germán Piñeres, el futuro poeta y periodista). Con la llegada de las milicias de los cantones de Barlovento, los artilleros de Cartagena, los 200 hombres de caballería de las sabanas de Corozal (que llegaron sin armas) y los 285 reclutas "voluntar ios" de Mompox, el Ejército Unido quedó bien apersonado y se acercó a los dos mil hombres. Y en cuanto a armas: a dos cañones traídos se añadieron otros dos de la plaza local, y había ya 800 fusiles, 60.000 cartuchos, 15 baúles de pólvora, 14 cargas de municiones de artillería, carabinas, lanzas y herramientas de zapadores. Aunque no todas las " j u a n a s " de Mompox se añadieron a esta expedición, por resul­tar bien larga y azarosa, siempre se fueron muchas por lealtad a sus maridos y amantes .

La revolución no iba bien en el país. El 28 de octubre de 1840 las tropas del gobierno, al mando del general J u a n José Neira y

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Soldados de Mosquera. (Dibujo de Neuville).

cuyos accionistas era un paisa (antioqueño) residente en Mom­pox, don José María Pino. Aparte de los peligros de soberanía de que se hablaba entonces para perjudicar a Elbers y la urgen­cia de tomar el transporte por los nacionales, este negocio tenían que asegurarlo los costeños para evitar los requisitos absurdos que quería imponer el gobierno central de Bogotá (Robert L. Gilmore y John P. Harrison, "Juan Bernardo Elbers and the Introduction of Steam Navigation on the Magdalena River", Hispanic American Historical Review, XXVIII [1948], 335-359).

Los intereses en conflicto de los comerciantes costeños y los del interior estaban, pues, claramente definidos respecto a la guerra de 1840. Los artesanos, en cambio, demostraron cierta ambivalencia. La política oficial no les era totalmente contraria, pues había aún proteccionismo. Pero debido a la eficaz interfe­rencia de los cónsules y agentes que habían conseguido incre­mentar la importación de artículos manufacturados europeos más baratos, los artesanos empezaban a entender que sus inte-

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al precio de la vida de éste, habían batido en Buenavista (no lejos de Bogotá) a las del coronel santandereano Reyes Patria. Obando había caído derrotado en Huilquipamba (30 de septiem­bre) y, luego de una resistencia heroica durante varios meses en 1841, saldrá al Perú. Sus coroneles (Supremos) José María Vezga en Honda y Salvador Córdoba en Antioquia, estaban a la defensiva y serían pronto fusilados.

El general Tomás Cipriano de Mosquera, junto con el futuro presidente constitucional electo y yerno suyo, el general Pedro Alcántara Herrán, persiguieron a otro rebelde, el coronel Manuel González, Jefe Superior y Supremo de El Socorro (Santander), lo derrotaron en Aratoca (9 de enero de 1841) y continuaron su campaña hacia el norte hasta lograr aniquilarlo en marzo. Los Supremos iban así desapareciendo uno tras otro, sin haber logrado tumbar al presidente Márquez, cuyo periodo terminaba el 31 de marzo de 1841. Sólo Carmona quedaba firme en Ocaña con el Ejército Unido de la Costa, listo a vérselas con Mosquera y Herrán, quienes entraban por Bucaramanga y Pamplona al frente de la Primera División, con unos mil sete­cientos hombres, armados y apertrechados con 1.200 bocas de fuego, 140 tiros de cañón y 45.000 municiones.

Por la correspondencia que se cruzaron los generales Herrán y Mosquera en esos días (publicada en sus epistolarios como de Perucho a Tomás y vuelta) se puede ver que Carmona los tenía asustados a partir del momento en que éste logró llegar a Ocaña. Una carta fue enviada por Carmona a Herrán, entonces en Bucaramanga, el 7 de enero de 1841, en la que le informaba de la constitución de las provincias costeñas en Estado federal, y pedía su reconocimiento; en caso contrario, "la cuestión se decidiría en el campo de batal la ' ' .

Herrán contestó ocho días más tarde proponiendo una entre­vista secreta. El oficial ayudante comisionado por Herrán para llevar esta carta, el poeta José Eusebio Caro (el mismo futuro político conservador), llegó a Ocaña y encontró, en cambio, que el ejército costeño empezaba a diezmarse por una racha de vi­ruelas y disentería, y por las deserciones. Y a Carmona lo halló con ojeras de "guayabo" y cavilando sobre su familia y lo que le pasaría a ella si lo expulsaran del país. La entrevista secreta fue cancelada y Herrán salió de Bucaramanga de vuelta a Bogotá, para preparar su elección de presidente en el Congreso que pronto se reuniría. Creía ya que Carmona podía ser vencido.

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reses podían verse amenazados (William P. McGreevey, Histo­ria Económica de Colombia 1845-1930, Bogotá, 1975, 39). Los artesanos oían "paso de animal g r ande" y éstos lo advertían como emanando de los poderes centrales. Por lo mismo, expre­saron inicial desafecto a la camarilla dominante del interior al entrar a combatir, en buen número, en el ejército de Carmona, en lo cual siguieron el ejemplo de Nieto, su diputado en la Cá­mara provincial. Este esbozo de protesta y resistencia popular a la primera invasión del libre cambio en el país habrá de ir en aumento en la década siguiente, para estallar en 1854 con la revolución de Meló,

Como la estructura tradicional del señorío en la explotación de la tierra no se ponía en entredicho por la guerra de 1840, los ganaderos y latifundistas costeños no expresaron mayores rece­los y simplemente se aprestaron a hacer sus contribuciones de siempre en dinero, ganado, caballería y esclavos. También ofrecieron sus capataces. Carmona lo hizo, junto con algunos de sus compañeros de aventura que eran hacendados como él: los Tabarees, los Ríaseos, los Falquez, los Sojos (Alarcón, 132).

Juzgando según los vaivenes en los pronunciamientos revo­lucionarios de los pueblos riberanos del Magdalena, no había ninguna convicción ideológica o partidista en los grupos campe­sinos y terratenientes, que se inclinaban al cambiante soplo de los vientos. Algunos grandes propietarios, como Atanasio Ger­mán Ribón y sus amigos de Mompox (vinculados a la antigua nobleza), se resistieron a colaborar, fueron identificados como ministeriales y detenidos. De ellos provendrá el impulso de articular localmente el futuro partido conservador nacional, como reacción ante los actos de esta guerra. Parece que la de los terratenientes opuestos a la guerra no era una facción muy grande, y por eso la contribución levantada en la región por Carmona pudo haber sido respetable, según los rumores que le llegaron a su opositor, el general Mosquera, consignados en una de las comunicaciones de éste al gobierno central (Carta en la Matanza, marzo 15 de 1841, ANC, Secretaría de Guerra y Marina, vol. 259, fol. 718).

Pero el resultante Ejército Unido de los Estados Federales de la Costa no parecía depender exclusivamente de ningún grupo: era bastante heterogéneo desde el punto de vista de las clases sociales. Además de terratenientes y comerciantes, se componía también de vecinos libres pobres de Barlovento,

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Después de reunirse en junta con otros jetes costeños para coordinar las campañas, el Supremo se mueve entonces de Oca-ña a Cúcuta. Desgraciadamente, al salir por el camino se cayó del caballo y se le rompió la espada. Seguro estaba borracho, pues no dejaba nunca el ron. Esto se interpretó por la tropa como de mal agüero; pero todos siguieron marchando con buen ánimo, a veces tocando gaitas y con el respaldo de los tambores de la banda. A Cúcuta llegaron el 18 de marzo. Allí, con la apro­bación del resto de oficiales, Carmona premió a Nieto por sus servicios con el ascenso a coronel.

Los gobiernistas marcharon a su vez a Pamplona. Aunque las muchachas de Bucaramanga le habían despedido midiéndo­le la cabeza para hacerle coronas a su vuelta ("voy a merecer­las, soy romano en es to" ) , Mosquera también tenía dificultades: no le llegaban los pertrechos a tiempo, sufría deserciones, tuvo que aumentar la escolta que vigilaba a sus propios "volunta­r ios" para que éstos no huyeran, y el plan de reclutamiento local no se cumpiía a cabalidad. Además, Mosquera se embarcó en una agria discusión epistolar de recriminaciones con el pre­sidente Márquez, ya saliente. Aun así, quiso disimular su situa­ción y, para ganar tiempo, efectuó otro intento de convencer a Carmona: le escribió a Cúcuta con una invitación a suspender las hostilidades en vista de que el general Herrán asumiría la presidencia de la república el lo. de abril, según decía, animado de las mejores intenciones, y para evitar la destrucción del país.

Carmona no contestó sino que avanzó hacia el sur, hasta Chinácota, el 30 de marzo, quedando a sólo dos leguas de dis­tancia de las fuerzas gubernamentales . Ya no había otra salida que jugárselas todas. Si no, ¿para qué habían marchado desde Mompox? Así acamparon al pie del cerro de Santa Maria y a la sombra del páramo de la Colonia, cerca de Pamplonita (Chopo), sobre el quebrado terreno marmóreo de una hacienda señorial llamada Tescua. Allí se decidiría la suerte del Ejército y de la República Federal de la Costa.

Los costeños ya llegaron mal a este punto: la pelea iba a ser de tigre con burro amarrado. La marcha de doce leguas (60 kilómetros) desde Cúcuta hasta Chinácota por cerros escarpa­dos y riscos que nunca habían visto, en alturas que en su vida habían remontado, sólo con unas pocas bayetas conseguidas a última hora como mantas contra el frío de la noche, les había dejado maltrechos y maldiciendo. Guardaron las t imbas, se

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aparceros de Corozal, artesanos de Cartagena y Mompox, pescadores de Puebloviejo, indios de Bonda y Mamatoco y, en mayor medida, soldados profesionales de los regimientos nacionales de la Costa y de Ocaña (Soto, II, 230-231). Si estas gentes disímiles mantuvieron su lealtad partidista por la causa que defendieron en 1841, fácil sería explicar la tendencia multi-clasista que pronto distinguió al partido liberal. Y, de rebote, al partido conservador.

Obviamente, la producción regional tuvo que disminuir, junto con la nacional, durante la guerra de 1840-1842, y la exportación de productos casi se detuvo, como puede observar­se en estadísticas publicadas (McGreevey, 36-37). El país sufrió duramente en su desarrollo económico por esta guerra que parecía ser sólo ideológica y política. Como puede verse, tuvo también aspectos económicos latentes o manifiestos que afecta­ron profundamente el desarrollo del conflicto y condicionaron sus efectos.

Desde otro punto de vista, todo intento de explicación [ B ] teórica sobre el nacimiento de los partidos políticos en

Colombia deberá incluir la formación previa de facciones que expresan conflictos a nivel comunitario, más de naturaleza personal que política. En esta etapa formativa no hay una rela­ción totalmente definida entre clase económica y partidismo aunque ella se trasluzca. Pero mucho más entre dirigentes y facciones. La articulación local de los dirigentes con sus faccio­nes lleva a otra articulación extrarregional o nacional, en el momento en que se realiza una identificación con jefes carismá-ticos extraordinarios: los caudillos. Estos ayudan a concretar las tendencias políticas generales del país y a integrar las comarcas con el todo nacional (véase el capítulo 6B). Tales son las conclu­siones generales que se derivan del análisis regional de la gue­rra de 1840.

El apresamiento de la facción terrateniente de los Germán Ribón y sus amigos de Mompox a raíz de su desafecto con el pronunciamiento federalista de Martínez Troncoso, los Piñeres y su respectivo grupo comerciante, fue lo más inusitado en la historia local desde la sangrienta persecución del realista War-letta en 1816. Ni en el alzamiento de Garujo en 1830 ni en el de Luque y Portocarrero en 1831 había habido ninguna fuerte di­sensión en la gente momposina. Personas de tendencias políti-

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olvidaron de los pitos y hasta ni más cuentos verdes echaron. La comida resultó distinta, pues se hacía a base de un repollo horri­ble que por allí abundaba, y ni las " j u a n a s " pudieron compo­nerla con arroces. Los campesinos y vivientes (arrendatarios) de las haciendas resultaron ser indios recelosos, descendientes de los misteriosos chitareros, que se encerraban en sus casas paji­zas y ni hablaban con los costeños porque los veían como inva­sores de sus tierras, o salían a esconderse entre los matorrales paramunos, donde los negros de Carmona no podían perseguir­los porque se quedaban sin respiración.

"Marica, ¡yo pa 'qué me vine, me vuelvo pa ' la t ie r ra!" , oían el coronel Nieto y los otros oficiales el preocupante susurreo. Y ocurrieron nuevas deserciones importantes, a pesar de los cua­tro fusilamientos que había hecho el Supremo en Ocaña para prevenirlas por escarmiento.

Mosquera supo, por las avanzadas, que Carmona bajaba con todas sus fuerzas por la llamada Cuesta del Fiscal, y se alistó para el combate. Antes de iniciar las acciones, como era acos­tumbrado, Mosquera leyó una "vibrante proclama" a sus tro­pas : "Compañeros y amigos: los rebeldes acaudillados por el exgeneral Carmona.. . se encontrarán aquí con los vencedores de Juanambú , Buesaco, Chaguarbamba, Malpachico, Huilqui-pamba y Aratoca.. . Ahora Venezuela os observa, el alma de Neira os contempla desde el cielo: intrépidos como en Aratoca, nada más exijo de vosotros. ¡Camaradas! Ofreced conmigo desde este día un nuevo triunfo a la patria. Saludad al nuevo presidente con un hecho espléndido de armas: invocad el nom­bre de Herrán, y venceréis. ¡Viva la Constitución! ¡Viva la ley!" . No se conoce la respectiva proclama de Carmona.

El primer encuentro de armas se realizó el 30 de marzo en el punto de San Lorenzo con intercambio de artillería, aunque sin producir bajas. Ambos ejércitos querían ocupar sitios altos y en ello tuvieron éxito: Carmona sobre unos riscos detrás del río Pamplonita, donde se dividían los caminos de Chinácota y Bochalema, incluyendo la magnífica casa de teja, de dos pisos, corredores y patio tapiado con rosales blancos y guayabos, de la hacienda de Tescua; Mosquera sobre un cerro largo que, a su vez, se perdía en un denso bosque de guacimos y monterreyes.

La acomodación y mutua observación de los ejércitos prosi­guió el 31. Parece que Mosquera se preparó para la acción mejor que su enemigo. Aunque siempre tuvo dificultades.

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cas opuestas se hablan unido para rechazar la violencia como fórmula de resolver las cuestiones pendientes, y habían abierto vías racionales de entendimiento. Paradójicamente, hasta en el ejército de Carmona todavía llegaron a alistarse juntos federa­listas y centralistas, sólo para acompañarse por razones de amistad, compadrazgo o familia. La política no dividía tanto entonces como después y ahora, y se excusaba como un juego a veces serio y confuso, pero no definitivo para la vida. Y en todo caso, como diversión de los letrados de la élite, no del pueblo raso.

En 1840, la situación se endurece y radicaliza, y los antiguos compañeros y amigos se apartan entre sí con fuertes resenti­mientos personales que llevan a convocar lealtades familiares. Cristalizan facciones políticas a nivel de comunidad en la región costeña, identificadas no tanto con las ideologías partidistas (que se definirían después por la burguesía educada) ni con determinada clase social, cuanto con el interés económico afec­tado y la naturaleza personal de los enfrentamientos locales resultantes. A los elementos directivos de estas facciones se les llamó comúnmente gamonales (caciques). De la forma como irán a coligarse los gamonales, con sus facciones, dependerá la articulación local y regional de los futuros partidos políticos, así como también su estructura policlasista, ya que bajo el gamonal se reunían gentes de todas las condiciones económicas y sociales.

En Mompox, en 1840, el gamonal ministerial era Ribón; el oposicionista liberal era Martínez Troncoso. La acción de estos gamonales sólo trascendía de lo local cuando se articulaba con otro grupo o facciones de iguales tendencias políticas. Esta articulación se realizaba invocando el nombre de un caudillo co­nocido de dimensión regional o nacional: Mosquera y Herrán para los ministeriales; Carmona y Obando para los oposicio­nistas.

Naturalmente, no podían existir aún partidos nacionales organizados formalmente, porque quedaban relegados por el mal menor de depender de los Supremos, esto es, de los caudi­llos regionales. Sin embargo, se identificaban ya dos grandes tendencias políticas generales: la de los ministeriales centralis­tas (antiguos bolivianos, amigos de Bolívar) y la de los oposicio­nistas federales (antiguos santanderistas , amigos de Santan­der). Estos empezaban a llamarse a sí mismos " l ibera les" . No

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Casona de la hacienda de Tescua cerca de Pamplonita, abrigo del Su­premo Carmona y su estado mayor en 1841.

Aprovechando la luna y una niebla ligera, el jefe gobiernista colocó una división y una batería de artillería tras de unas coli­nas a distancia de tiro de fusil de las tropas de Carmona, y con los zapadores abrió trocha para la caballería. A las 6 de la maña­na del lo. de abril rompieron fuegos. El batallón Restauradores (del ejército costeño) avanzó por la cuesta de la colina con 130 hombres, de los cuales 20 de la columna de Mompox se desple­garon trastabillando en guerrilla, mientras 80 artilleros servían tres piezas de cañón desde otra colina, a bala rasa. El resto de la columna de Mompox, dos compañías del Restauradores con 450 hombres, con el estado mayor y el Jefe Supremo, se hicie­ron fuertes en la casa de la hacienda (el sito menos malo y mejor resguardado). Al coronel Nieto, junto con los otros miembros del estado mayor, se le confió la comunicación de órdenes a distintos puntos del combate.

Los ministeriales atacaron la casa de la hacienda con tres compañías al mando del coronel José Accvedo. Por otro flanco, el coronel Manuel Mutis se vino con dos compañías. Inhabilita­dos los cañones por la cambiante acción, y con el fin de ir aho­rrando la escasa munición, se dio la orden a los húsares para atacar pie a tierra y lanza en mano. La lucha se fue transforman­do en un combate a bayoneta.

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se hablaba aún ni de conservadores (quienes al principio quisie­ron denominarse también liberales), ni de " g o d o s " , aunque esto ocurrirá pronto. Las tensiones regionales, familiares y personales de 1840 a través de los gamonales y sus fluctuantes facciones y de los caudillos superiores —tan lejanos de la ideo­logía política como libres de la estructura de clases—, ayudarían a hacer cuajar por primera vez nuestro actual bipartidismo abierto, hereditario y multiclasista, sin convicciones profundas. (Cf. Safford, 153-199).

La radicalización de las facciones a nivel local se agudizó con los muertos de cada bando y la consiguiente solidaridad de las familias de éstos al terminar la guerra de 1840. Otros factores fueron la represión violenta del gobierno y la muerte o fusila­miento de los jefes de oposición: Manuel González, Salvador Córdoba y José Maria Vezga, una vez asegurado el triunfo de los ministeriales. No habían sido éstas las prácticas del país en los conflictos civiles anteriores, sino que, por el contrario, había habido una marcada inclinación a amnistiar e indultar a los enemigos políticos. En el endurecimiento subsiguiente tuvo mucho que ver la actitud sanguinaria del general Tomás Cipria­no de Mosquera, como lo observaron contemporáneos (Miguel Antonio Caro, el eminente latinista conservador, lo llamó "colérico, arbitrario, cruel") y así lo seguiremos advirtiendo en este tomo. Dice su último y autorizado biógrafo, don Diego Castrillón: "Mosquera [buscaba] darle seguridad a su imagen

Campo de la batalla de Tescua (1841).

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Se habían cumplido casi dos horas y la fatiga cundía por lado y lado. El mismo Mosquera, junto con el coronel Joaquín Barri­ga, tuvo que ponerse "det rás de la gente más comprometida en el fuego" para que no huyeran como otros 50 que habían deser­tado al principio del combate. Asi se lo confesó a Herrán en una carta personal (San José , abril 11 de 1841). "El primer batallón se desorganizó un poco y me veía apurado durante una hora de fuego", añadió el general. "Si yo me meto a la vanguardia y no conservo sangre fría y mi puesto, se lleva el diablo todo" ,

Y por el lado de Carmona, igualmente, los oficiales tenían que arriar al combate con sablazos a muchos soldados, y en las arremetidas éstos se iban quedando rezagados, en tal forma que sólo un puñado de valientes llegaban a luchar realmente con el enemigo. De nada habían valido los tragos de aguardiente mezclado con pólvora que los soldados —con su jefe— habían tomado en la madrugada de la batalla.

Los muertos y heridos empezaron a apilarse, y más del lado del Ejército Unido. Falló su inicial resolución medio alcohólica. Los costeños retrocedían en desorden hacia las tapias de la resguardada casa de la hacienda: ya la victoria no era cierta. Carmona ordena un cese el fuego y proceder a retirarse.

Nieto se dirige entonces con estas nuevas órdenes al flanco donde su gente se estaba enfrentando a los húsares del coronel Mutis,

" ¡Paren el fuego!" , ordena, y la patrulla retrocede. Mutis, impetuoso, se separa de sus soldados y avanza solo. Cuando observa que no hay disparos, abre los brazos en señal de paz. Desgraciadamente, un soldado de la Costa le dispara ahí mismo un balazo a la cabeza.

Al caer Mutis mortalmente herido, Nieto desenvaina la espa­da y se abalanza sobre el soldado. "¡Maldito sea, traidor! ¡Or­dené no disparar! " , y procede a golpearlo con fuertes planazos. "Se me salió el tiro, mi coronel" , gime el infeliz. El enemigo, reaccionando furioso, dispara otra vez. Cuatro costeños caen heridos, Nieto superficialmente en el brazo. Les rodean e inti­man rendición. Nieto entrega la espada, y queda prisionero de Mosquera.

Mientras tanto, sin poder resistir en el patio tapiado, Carmo­na ha salido de la casa de la hacienda herido en la frente, por el portón que mira al cerro de Santa María. Con él se retiran del combate, en tumulto, cerca de 800 hombres. Se van trotando a

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de guerrero implacable que iba en pos de Obando (y de la presi­dencia de la República para el siguiente periodo) a quien espe­raba el mismo destino aplicado al coronel Córdoba como castigo a su insolente rebeldía [...] a Mosquera lo dominaba el delirio del guerrero aún excitado por los triunfos de Tescua y Caracoa y por los fusilamientos que debió ordenar con frecuencia, remon­tados en su corazón a los tiempos heroicos de la Independencia, cuando aprendió a hacerlo" (Diego Castrillón, Tomás Cipriano de Mosquera, Bogotá, 1979, 112).

Aunque Mosquera respetó la establecida tradición marcial del caballero y dejó huir a los contrarios después de Tescua, ya la suerte estaba echada. Pondría el peso de su prestigio militar en el bando que le fuera más útil, por ahora con los ministeria­les, después con los liberales, y estimularía la violencia autori­taria. Su convencimiento ideológico parecía ser tan superficial como el de sus soldados, aunque algunos historiadores sosten­gan que ello era realismo político. Mosquera, aunque caudillo a nivel nacional, no actuaba en la práctica sino como miembro de una facción —la suya propia— de manera muy personal y directa, y no como miembro convencido de ningún partido. En este campo de la moralidad política, definitivamente, Mosquera se diferenció de su homólogo de luchas posteriores —ahora su prisionero de 1841— el general J u a n José Nieto 111.

El faccionalismo violento de base comunal, familiar y perso­nal sin apoyo ideológico firme, tendió a cristalizarse emocional-mente y se fue irradiando desde los centros del poder urbano hasta saturar poco a poco la campiña, la sabana y el playón. De manera muchas veces irracional, los facciosos quisieron abrir aún más la distancia entre el país político y el país nacional, y hacer pagar a justos por pecadores —el campesinado inerme— en la refriega bipartidista. Esto lo veremos claramente en el caso de los pueblos hermanos riberanos de Palomino y Pinillos, que empezaremos a estudiar.

En resumen: nuestra orientación bipartidista a base de reba­ños políticos sin convicciones y como carne de cañón para las contiendas civiles, se manruvo en Colombia desde su iniciación

2. Las veleidades ideológicas y el autoritarismo personalista de Mos­quera fueron observadas por amigos y enemigos de éste. Entre otras opiniones de contemporáneos, véanse las de José María Samper, Historia de un alma (Medellín, 1971), 185, y Salvador Camacho Roldan. Memorias (Bogotá, 1923), 5, 287, 290.

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caballo hacia la línea del Táchira y Maracaibo buscando embar­carse de vuelta a la Costa; otros aprovechan la confusión para regresar a la isla de Mompox por los caminos perdidos de Oca-ña, Puerto Nacional y Papayal, con el abanderado Gil Hernán­dez (momposino) y el antiguo comandante de la plaza, José Padrón. Quedan muertos, de Mompox, el coronel Buitrago y el teniente Rafael del Villar (comisario de guerra del Ejército Unido), además de otros 6 oficiales y 108 soldados; heridos: 4 oficiales y 60 soldados; prisioneros: 15 oficiales y alrededor de 500 soldados, entre ellos Germán Piñeres.

Y Mosquera, con pérdida de 37 muertos y 58 heridos, aumentó su parque con 500 fusiles y carabinas, los cuatro cañones, 12 barriles de pólvora, millares de cartuchos, lanzas, herramientas, monturas y como 150 caballerías de los rebeldes. Fue el desastre más completo para el Ejército Unido de los Esta­dos Federales de la Costa.

"Después de obtenido el triunfo, brilló la clemencia de la Primera División", escribió Mosquera en su parte de victoria, aunque negó 50 indultos y procedió a enviar presos a Pamplona y Bogotá a Nieto y los otros prisioneros importantes. "No se derramó más sangre y a la n a r que el valor se ostentó la gene­rosidad de los defensores de la ley" , añadió. En efecto, no hubo sino un simulacro de persecución y los cuatro médicos cirujanos de la División cuidaron a todos los heridos, incluyendo a Nieto, sin reparar bando. Decía Mosquera, grandilocuente, en carta al secretario (ministro) de guerra: ' 'Se salvó la patria, no podía ser menos: era el lo. de abril y yo empuñé en el combate la misma espada con que el Libertador venció en J u n í n " . Y mandó bordar pañuelos alusivos a su triunfo en los cuales se le mostraba salvando a la República.

Por su parte, ya de vuelta el 14 de mayo en Santa Marta —donde llegó con el resto de sus desbaratadas fuerzas en tres goletas procedentes de Maracaibo—, el " enguayabado" gene­ral Carmona dio esta explicación: "El Ejército Unido de la Costa sufrió una dispersión debido a la indisciplina más bien que al valor" . Aunque Nieto juzgó a Carmona de la siguiente manera: "Era valiente y denodado, pero no sabía m a n d a r " (Autodefen­sa, 22), lo cual confirma el mismo Mosquera en una carta perso­nal a Herrán: "Mi ventaja principal consistió en que Carmona no supo cómo mandar maniobrar y empachó sus posiciones con más tropa que la que cabía en el terreno, y mi línea aparecía doble en sus fuerzas".

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en 1840 para llegar casi sin modificarse hasta años recientes. No es difícil explicar esta continuidad por dos razones, por lo me­nos: 1) toda acción provoca reacción, y en las guerras civiles los opositores se demarcaron furiosamente a nivel de facción, así las diferencias ideológicas no hubieran sido importantes, a nivel nacional, sobre las grandes cuestiones económicas y socia­les; y 2) los gamonales (caciques) regionales desempeñaron bien su papel de pegante de la estructura política, para lo cual mantuvieron al pueblo trabajador en la ignorancia de lo que realmente es una democracia (Guillen Martínez, 364-365 y cita de Mariano Ospina Rodríguez).

Por fortuna hoy ya no existe aquel monopolio ideológico ni el control de los jefecillos de provincia. Por primera vez se regis­tra una verdadera crisis en el gamonalismo, lo cual puede ser peligroso para el sistema tradicional: en efecto, actualmente los gamonales no pueden movilizar sus caudas como antes (sólo por la coacción burocrática gubernamental o "clientelismo") y han tenido que dejar por fuera de su influencia las dos terceras partes de la población colombiana (especialmente la juventud, que constituye la mayoría de esa proporción abstencionista). Todos pueden votar, pero prefieren abstenerse de hacerlo, en lo cual invitan a articular alternativas políticas y de acción directa sobre el sistema.

Así, nuevas fuerzas políticas, sociales y económicas se han hecho presentes en el juego nacional, con tácticas y propósitos que las distinguen de las tradicionales. El pueblo maduro y los jóvenes han adquirido una nueva conciencia de clase. No podía ser de otro modo, porque, ¿a qué entonces todas las luchas y esfuerzos nacionales del pasado? Siempre llega, tarde o tempra­no, el momento cíclico de la decantación política. Y nadie más maduro para ello que aquel gran conjunto del pueblo colombiano que ha luchado para el cambio y por el cambio: el de los colonos y guerrilleros, el de los obreros y sindicatos radicales, el de los estudiantes e intelectuales críticos, el de republicanos como Nieto, el de Galán, Gaitán, Uribe y Camilo Torres Restrepo.

Por eso las facciones se rehacen hoy con un liderazgo dife­rente, con otros propósitos, y ojalá con una más amable visión de la patria y de su gente. Estamos viviendo hoy plenamente en Colombia este nuevo parto social, así resulte tan lento y doloroso como la subversión libertadora de 1780 a 1850.

El final de la guerra civil de 1840-1842 merece recordarse [C] con algún detalle, por las razones que se acaban de pre­

sentar.

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Pañuelo conmemorativo de la batalla de Tescua. (Tomado de Castri­llón).

¡Ah, costeños tan sin espíritu militar! Pero, ¿a quién se le ocurre enfrentar un ejército de fiesteros no muy convencidos, a otro que, así peleara a planazos, era de torvos chulavitas y san-tandercanos quisquillosos comandados por un payanes sober­bio? ¿Y cómo se provoca el combate por los cerros desconocidos del helado río Pamplonita y no en los propios tibios caños, ardientes playones y sofocantes selvas de la depresión mompo­sina? De seguro que allí aquellos cachacos, tan temerosos del agua y del calor, no habrían podido resistir tanto como los hombres nativos, los de la cultura anfibia. Con razón, poco

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FACCIONES Y PARTIDOS 75B

Mientras se contrapronunciaban Ocaña y los pueblos del río Magdalena, la fiebre derrotista llegó hasta Sotavento, donde el jefe superior del Estado Soberano de Cartagena, el general Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres, proclamó de nuevo al go­bierno legítimo y restableció en su puesto al gobernador consti­tucional. Mosquera pudo así enviarle sus prisioneros de Tescua, entre ellos Juan José Nieto, con destino al castillo de Bocachica, en la primera semana de julio de 1841.

A finales de este mismo mes, Carmona sitió por cuatro meses a Cartagena con una fuerza reconstruida de 1.500 hom­bres; entre éstos se encontraba Rafael Núñez, quien combatió contra su padre Francisco, el coronel gobiernista. El vapor Unión, decomisado por los ministeriales, fue destruido entre el 19 y el 20 de noviembre de 1841 por los bongos de guerra de los federales, en el brazo de Ocaña. Mompox resistía aún, bajo la jefatura de Martínez Troncoso y el mando del coronel Lorenzo Hernández. Este obtuvo el 9 de junio una última victoria oposi­cionista en su propio ambiente —el brazuelo de Papayal— con­tra un batallón de ministeriales, lo cual permitió volver a ganar a Ocaña. Pero Hernández se dedicó allí a bailes y paseos con las cachacas del pueblo, cuando lo sorprendió el general Herrán para reducirlo como a un Sansón trasquilado.

Aprovechando la embriaguez y parranda de la tropa de Cartagena que festejaba una victoria naval del gobierno en Cispata, las tropas de Carmona casi se tomaron la ciudad por el costado de Getsemaní en diciembre de 1841. Pero al saber que contra él venían por el lado de Ayapel y San Juan Nepomuceno nuevas fuerzas gubernamentales, Carmona levantó el sitio y se redujo a Barranquilla, donde convocó a la Dieta General de los Estados de la Costa, para el 15 de enero de 1842. La Dieta no alcanzó a reunirse.

Mientras Nieto y los otros prisioneros se pudrían en los cuar­teles mosqueristas y en Bocachica, el remolino de la guerra se fue aquietando y las aguas tendieron a buscar su nivel normal. Así, se contrapronunció al fin Mompox (el 8 de febrero), huyó Martínez Troncoso, le reemplazó Pedro Peña y se desarmaron los 14 bongos de guerra que comandaba allí el italiano José Rafetti. Surgió una exitosa mediación pacificadora ofrecida por el cónsul británico en Santa Marta, Mr. Stuart, a través de Mu-rillo Toro, el secretario de Carmona. Luego de algunas peripe­cias, el nuevo presidente de la república, Pedro Alcántara Herrán, firmó en Sitionuevo una amnistía general el 19 de fe-

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después , batiría el coronel momposino Lorenzo Hernández en el brazo de Papayal, a las fuerzas de Herrán.

A pesar de todo, el bravo Carmona prometió seguir luchan­do, asumió de nuevo la jefatura superior del Estado Soberano de Manzanares, y convocó en Barranquilla, sin efecto, a la Dieta General de los Estados Federales de la Costa,

Después de varios altibajos —incluyendo un sitio a Carta­gena y la mediación pacificadora de un cónsul británico—, el Supremo aguantará hasta febrero de 1842. Entonces, sin fuer­zas materiales ni apoyo político, es amnistiado y desterrado a Jamaica por un tiempo junto con muchos de sus compañeros de revolución, por el gobierno centralista, ya consolidado y presti­gioso, del general Pedro Alcántara Herrán. [C]

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FACCIONES Y PARTIDOS 76B

brero de 1842, retornó a Bogotá y declaró: "Hagamos olvido para lo pasado y tengamos severidad para el futuro. No consi­dero a los que se han pronunciado como enemigos, sino como miembros de una misma familia... Hemos sufrido un aguacero en que nos hemos mojado todos " / 3 / .

Sabias palabras que corrieron como un bálsamo sobre las heridas del país y estimularon el confiado trabajo del pueblo.

3. Soto, II, 244 (destrucción del vapor Unión): 250, 252 (papel concilia­dor del general Herrán). Posada Gutiérrez, VI, 78-79, 85 (Lorenzo Hernández). Archivo epistolar de Mosquera. II, 249, 284 (José Rafetti), 289 (Germán Piñeres). ¡Qué contraste con nuestros tiempos!

Proclamas y muerte de Carmona: Alarcón, 128, 133; Soto, 11, 241; Marco Tulio Vargas, Anotaciones históricas del Magdalena (Bogotá, 1951), 197-198.

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3. FUNDACIÓN DE PALOMINO Y PINILLOS

¡Quién puede creer, pero por el caño de Chicagua y por el río Tiquizio, llevados por el agua, oímos los caño­nazos del encuentro que tuvo el coronel momposino Lorenzo Hernández en Papayal con las tropas del go­bierno! [El 9 de junio de 1841],

La política, en verdad, no se había aquietado del todo. Por la boca del Chicagua, arriba del caserío de Palomino, rumbo a Magangué y Cartagena, pasaron los prisioneros que el general Mosquera había hecho en Tescua. Entre ellos iba J u a n José Nieto, quien había recibido allí su bautizo de fuego luchando por los federalistas, por las ideas liberales y por los intereses econó­micos de sus amigos y seguidores, los artesanos cartageneros.

Hacía poco tiempo habíamos recibido a los derrota­dos en Tescua que se vinieron por el río desde aquellas cordilleras. ¡Pobre gente! Estaban felices de haber salido con vida de esa aventura, y juraron no volver a arriesgar el pellejo en cosas que no entendieran.

Estábamos en el corral de Palomino. Era muy grande y muy bonito. Muchos soldados —más los que ya traían a su " juana"— decidieron quedarse con nosotros. Los que eran de otros pueblos dispusieron traer sus fami­lias. A los esclavos se les dijo que no se les daría ningún castigo y que se creyeran libres; a los arrendatarios y aparceros, que allí podían comenzar de nuevo su vida; a los indios, que podían quedarse con los malibúes del resguardo de Guazo en Sangacoa (Santa Coa) río abajo por el Tiquizio.

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3. HACIA LA FORMACIÓN SOCIAL NACIONAL: EL MODO DE PRODUCCIÓN CAMPESINO

Mientras se desterraba a Jamaica a los vencidos en Tescua, entre ellos Juan José Nieto, y la nueva burguesía comercial costeña seguía enriqueciéndose —a pesar de la destrucción de recursos que sus facciones realizaron o promovieron durante la guerra de 1840-1842—, se producía una reacción popular a nivel regional que era síntoma de que una nueva formación social, la nacional, estaba naciendo: el reto del campesinado al latifundio. Seguía así la marcha del proceso histórico-natural, cuya primera etapa había culminado en el ocaso de los mayorazgos y la termi­nación formal de la nobleza en la nueva república.

Se ha dicho que en Colombia no se hizo la revolución social [A] y económica durante las guerras de Independencia, sino

con las reformas liberales de mediados del siglo XIX. Sin duda se dio entonces un gran salto en la concepción de la cosa política: con partidos ya mejor articulados, y con nuevas leyes que desafiaban la estructura tradicional en cuanto a la educa­ción, la religión, la esclavitud, la tenencia de los resguardos indígenas, y otros aspectos.

Pero el modo señorial de producción dominante recibió, con esas leyes y partidos, sólo un sacudón parcial. La gran propie­dad con todas sus ventosas internas sobre la fuerza de trabajo —aparceros, arrendatarios, vivientes, concertados, mozos, terrajeros— seguía imperturbable. Hasta la esclavitud pudo continuar por un tiempo bajo otros nombres y fórmulas legales de concierto personal que disfrazaban la realidad. Las nuevas leyes radicales irían a reforzar la gran propiedad y la señoriali-dad en muchas partes, especialmente en el interior del país donde los terratenientes absorbieron la tierra comunal indígena

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Nos dimos cuenta pronto de la necesidad de organi­zamos como pueblo. En las cercanías había suficientes tierras baldías, islas y playones para todos con el fin de ocuparlas libremente cada uno en su finca. Esto lo hicimos bajo el mando de los Gómez, quienes eran como nuestros jefes. A ellos los queríamos y respetá­bamos mucho. [A]

Apenas tuvo tiempo de recibir el saludo de su mujer Teresa Cavero y de sus adolescentes hijos, Lope y Concha, cuando a Juan José Nieto lo encerraron en el castillo-prisión de Bocachi­ca. Mosquera estaba implacable, e hizo varios fusilamientos entre mayo y julio de 1842, cuando volvió a Cartagena para se­guir la persecución, como comandante en jefe del Ejército del Norte. Se ensañó entonces contra Nieto porque éste le acusó de "embustero" en una publicación que salió firmada por Juan José.

El gobierno, con nuevos "estatutos de seguridad" aproba­dos para el efecto, había ordenado el destierro a Jamaica de los sublevados de 1841 y Nieto se aprestaba a salir para Kingston, su capital, en esos mismos días, en un buque surto en la bahía de Cartagena. Pero Mosquera no lo dejó ir, sino que lo sacó del buque y lo puso en fila para fusilarlo también. "Lo haré después de almorzar, porque me faltó el respeto al decirme embustero'', declaró Mosquera a sus ayudantes, mientras Teresa y los hijos corrían a hablar con los hermanos masones y con la querida del general, la mulata Susana Llamas, para que intercedieran por Juan José.

Fue un milagro de Susana tanto como de los masones: Mos­quera cambió de opinión "después de comer" y, en cambio, volvió a embarcar a Nieto, sólo que ahora disponía, abusiva­mente, que fuera preso al terrible castillo de Chagres en Pana­má y no a Kingston, al más tolerable destierro. Recordaba Nieto después al escribir su Autodefensa (páginas 37 y 65): "Enton­ces, cuando escoltado entre una fila de soldados caminaba yo por medio de la población para aquel lugar mortífero, vi a Mos­quera en la casa de su alojamiento, y se me hizo tan pequeño cuanto grande era yo, marchando sereno y resignado ante aquel hombre que sólo en poder es altanero y vengativo; y que, para satisfacer su insaciable vanidad, se acababan de sacrificar dos granadinos haciéndole salvas en las cureñas viejas del castillo".

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En verdad, aunque lo llamáramos ' 'Corra l" , el punto de Palomino ya tenía varias casas de palma cuando llegamos allí huyendo de Mompox. El señor Palomino, quien (aparte de los de Cañonegro) fue el primero en radicarse en las Tierras de Loba por este lado, había dejado unas chozas construidas en 1811, cuando se metió por allí desafiando a su dueña, la marquesa de Torre Hoyos. Había aprovechado que las autoridades de Mompox estuvieran ocupadas con la guerra. Y no lo molestaron en su posesión, como fue también el caso de San Martín de Loba, otro pueblo rebelde contra los nobles.

Pero de Palomino no quedó sino el nombre. Los ver­daderos fundadores del pueblo que hoy conocemos fueron Faustino y Manuel Gómez y el viejo Candelario Benavides, los mismos que nos ayudaron a salir de Mompox cuando pasaba el Supremo Carmona con su ejército. [A]

Se entusiasmaron con la llegada de los compañeros derrotados en Tescua y con otros que venían de los pueblos del brazo de Mompox en decadencia. Al cabo de unas reuniones con ellos, se eligió por voto una junta de vecinos, y hacia junio de 1841 se cuadraron solares para las familias y una casa de escuela, se trazaron dos calles largas y el parque, y se separó el lote de la iglesia. Con mano vuelta hicimos las casas en fila siguiendo la ribera del río Chicagua, dejándolas primero en canilla [con los postes]. Calafateamos algunas canoas para salir a pescar y cazar, y ayudar en la alimentación de la gente del caserío. María del Rosario (la mujer de don Faustino), Felicia (la de don Manuel) y mi mamá Tina se encargaron de la cocina del común. Había mucha organización y unidad entre todos, y eso marchaba bien. De partidos políticos no se hablaba nada, y ni nos interesaba, menos al saber el desastre de lo ocurrido en Tescua, así como por el secamiento del brazo del río de Mompox por sus continuas sequías, que ningún partido era capaz de resolver. Pero nosotros sí fuimos capaces de organizamos y trabajar por nuestra cuenta en lo que queríamos, y producir nuestras mejoras.

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Colonos del Magdalena en la época de fundación de Palomino y Pini­llos. (Dibujo de Neuville).

y convirtieron a sus antiguos titulares en trabajadores proleta­rios, o extendieron su dominio a la vertiente para fundar gran­des fincas cafeteras y ganaderas .

No obstante, existía el magma en ebullición de los vecinos pobres libres y otras clases sociales que perforaban el latifundio colonial y extendían la frontera agrícola con el fin de fundar pueblos y hacer explotaciones y fincas medianas y pequeñas de manera independiente. (O. Fals Borda, "Influencia del vecinda­rio pobre colonial en las relaciones de producción de la Costa atlántica colombiana", en Francisco Leal y otros, E l agro en el desarrollo histórico colombiano, Bogotá, 1977, 156-160).

Esta explosión antimonopólica de la tierra fue de carácter nacional. La ofensiva contra el latifundio colonial venía, por supuesto (por razones dialécticas), de siglos anteriores. El caso de San Martín de Loba en el inmenso territorio del Hato de Loba (quizás la mayor propiedad rural de la colonia) ya fue tratado en esta obra (tomo I). Sin embargo, la ofensiva se acelera en mu­chos frentes en la década de 1840 con grandes efectos económi­cos, sociales y políticos. Los estudios realizados (por Parsons,

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Las impresiones de Nieto en el castillo de Chagres quedaron consignadas en su primera novela histórica: Rosina, escrita en esa prisión, aunque no fuera publicada sino mucho después , en forma de serie, en el periódico La Democracia, de Cartagena, en 1850. Nieto logró por fin salir de Chagres un año más tarde, gracias a la insistencia de sus amigos y parientes para que se le tratara igual que a los otros desterrados, y pasó a establecerse en Kingston. No se sabe si llevó consigo a su esposa, pero sí que vivió muy pobremente.

Allí se dedicó a releer autores franceses románticos de su gusto y otros de moda que le introdujeron al socialismo (Hugo, Dumas, Sué). Aprendió el inglés tan bien que alcanzó a prepa­rar un Diccionario mercantil español-inglés e inglés-español, con un bosquejo geográfico sobre la Nueva Granada, los térmi­nos más usados en el comercio y la equivalencia de pesos, medi­das y monedas (no se pudo publicar). Además, escribió otras dos novelas históricas: Ingermina, o la hija de Calamar, y Los moriscos. Publicadas en Kingston con la ayuda económica de sus amigos, en 1844 y 1845, respectivamente, éstas son las primeras novelas que se conocen escritas por colombiano. [B]

Nieto se convirtió entonces en un masón activo y convencido. Había llegado al grado 3° (Maestro) en la logia Hospitalidad Granadina No. 1 de Cartagena antes de salir a la revolución de 1840. Por ello fue recibido calurosamente por los hermanos ingleses y jamaicanos que conformaban en Kingston una de las logias madres del movimiento masón en el hemisferio occiden­tal: la Sussex 691, cuyos miembros no sólo habían apoyado material y moralmente la revolución de los granadinos y venezo­lanos contra España, sino que habían auspiciado la fundación de las primeras logias y del Supremo Consejo en Cartagena en 1833.

Ahora, estimulado por los ingleses y con el apoyo de otros masones costeños exiliados en Kingston junto con él (Martínez Troncoso de Mompox, Díaz Granados y de Mier, de Santa Marta) e inspirado en el recuerdo de otros liberales admirados que habían sido masones o lo eran todavía (Santander, Vezga, Obando, Blanco, Sotomayor y Picón el obispo), Nieto funda otra logia en Kingston, en 1844: "La Concordia". Esta logia obtiene carta patente del Consejo de Cartagena. Allí Nieto sube a nue­vos grados dentro del sistema masónico hasta llegar al 32° (Sublime Valiente Príncipe del Real Secreto).

La vinculación con la masonería será cada vez más importan-

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López Toro, Rivas, Ospina Vásquez y otros) han destacado, muy justamente, los esfuerzos de los antioqueños, boyacenses y bogotanos para ampliar la ocupación económica y desbaratar latifundios en las zonas de Caldas (del Arma a Salamina y Mam-zales) y el alto Magdalena (La Mesa, Anolaima, Guaduas). Lo que sobresale ahora es la simultaneidad de estos esfuerzos colo­nizadores en todas direcciones y en otras regiones importantes del país: el medio Sinú y San Jorge , Río Palo y Santander de Quilichao, el Territorio Vásquez, el piedemonte de Sumapaz y, como lo vemos ahora en este capítulo, la depresión momposina. Fue un hecho sin precedentes en la historia de América, pues , que sepamos, en ningún otro país del hemisferio ocurrió un desplazamiento humano semejante. Sólo la expansión paulista en el Brasil y la "marcha al Oes te" de los Estados Unidos pue­den comparárseles.

Aquí se encuentra, concentrado, un importante factor de la revolución económico-social de 1850 como parte del proceso histórico-natural, factor que amplía y recoge a nivel de base el impacto producido políticamente por la decadencia de la esclavitud, los problemas del estanco del tabaco y las posibi­lidades del nuevo régimen del libre cambio y comercio. En este caso se trataba de reproducir y defender la vida y la cultura popular, no de destruirla. Hubo una movilización campesina bastante amplia, de escape de las guerras y de protesta social, que produjo su propio liderazgo y formas de organización social, que llevó a retar las bases de la tenencia señorial de la tierra, y que formó finqueros y pequeños propietarios independientes en zonas de colonización antes inhóspitas y aisladas, así fueran éstas tituladas o amparadas por mercedes reales y concesiones republicanas o fueran realmente baldías. Con este reto popular se rompió la continuidad de la formación social colonial basada en el régimen señorial como modo de producción dominante (tomo I), para dar paso a otra formación social: la nacional.

La formación social nacional, en esta primera etapa de su nacimiento, puede caracterizarse esencialmente así:

1. Por el surgimiento del modo de producción campesino en pequeñas o medianas explotaciones rurales, que se añade de manera importante a las formas y modos de producción anterio­res (señorial, esclavista, trabajo asalariado, aparcería y colo­niaje simple).

2. Por la articulación de esta producción campesina a canales nacionales e internacionales intensificados de distribución,

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te en el proceso de recuperación política y social de Nieto al volver al país tres años más tarde. Será necesario todo este apoyo, porque asi logrará neutralizar la inquina que le tenían desde la guerra de 1840 influyentes contrincantes y represores: entre otros, el general Mosquera, quien logró por fin ser presi­dente de la República en el periodo de 1845 a 1849, para suceder a su yerno, el general Herrán. Porque tanto Herrán como Mosquera eran también masones y tendrían que acogerlo, en principio, como hermano y sujetarse a las reglas mínimas de comprensión y tolerancia que impone la masonería a sus adeptos.

A nosotros, los más jóvenes, la junta del pueblo nos encargó de conseguir los palos para la armazón de las casas del nuevo pueblo de Palomino: estantillos de roble, bálsamo, balaustre o de coquillo para los esqui­neros y asentaderas , varas de guadua y palma amarga para los techos y de vino para los caballetes, y mil rue­das de bejuco malibú, cadena o morrocoy para amarrar toda la armazón.

Dormíamos entonces arriba en los zarzos de las cho­zas o en trojas hechas con horquetas de pmtacanillo y totumo y pencas medio colgadas de palma o de guadua rajadas a lo largo. Las fundas de almohadas las relle­nábamos con lana de balso, o sea las motas suaves carmelitas que caen de la fruta de este palo. Cociná­bamos afuera, a la sombra de campanos coposos, haciendo los fogones en la tierra y cavándolos en forma de cruz para colocar la leña, o en tacanes [colmenas] de comején. La candela se prendía con yesqueros a base de una piedra de chispa y una mechita, y había familias que guardaban brasas de un día para otro para compar­tirlas entre todos. Había bastantes mosquitos, que espantábamos con el humo o a golpes de musengue y de colas de caballo.

No pasábamos hambre: la caza de presa abundaba. Patos reales, pisingos, barraquetes , ponches, armadi­llos, fleques, galápagos, guartinajas, venados, dantas , saínos, conejos, había de todo. Una vez que empezaron a parir los cocos, fue fácil hacer pebre con leche de coco y condimentos del monte. Y ni qué hablar de la pesca. Tomábamos agua de los caños —no muy lim-

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La diadema de cocuyos que llevaba Agust ina Mier en Palomino. (Dibujo de

Ncuville).

Campesinas de la región de Palomino y Pinillos en la época de la fundación. (Acua­rela de Mark).

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pia— pero algunos empezaron a traer, desde el cercano pueblo de Cañonegro, alumbre o filtros de piedra pó­mez para limpiarla.

De vez en cuando hacíamos fiestas y bailes en las casas o en el parque, con música de los pocos instru­mentos que teníamos y a base de tambores, cantos y palmas. En esas ocasiones las mujeres se vestían bien y usaban flores y otros adornos del monte. A mamá Tina le gustaba colocarse en el cabello, sobre la frente, una diadema hecha de cocuyos vivos amarrados que le iluminaban el rostro en la oscuridad cada vez que se inflamaban.

Había tigres, pero no nos asustaban tanto como las culebras por ser tan traicioneras: la boquidorá, la patoco, la coral, la taya, la toche, la trompaeternero, la víbora de sangre, la mapaná raboblanco, raboseco y bocaesapo. Porque todas éstas se nos metían en las chozas, se enredaban en el bejuco, bajaban por los estantillos, se escondían debajo de las piedras de la cocina y en las mucuras.

Figúrense lo que pasó con una trompaeternero, según me lo contó mamá Tina. Resulta que una señora recién parida empezó a sufrir del seno, y al mismo tiem­po su hijito enflaquecía y se ponía amarillo como si le estuviera saliendo un muerto. El viejo Candelario Bena­vides, quien era curandero, le dijo al marido de la seño­ra que se pusiera en cuidado porque podía ser que una culebra le estuviera haciendo el favor.

Así fue: una noche el marido hizo guardia al pie de la troja de la mujer, cuando vio bajar una trompaeternero de la palma del techo por uno de los esquineros. La culebra se rodó por debajo de la cama, se paró y le echó un vaho fétido a la mujer con lo que ella se rindió más. Luego la culebra se subió a la troja y se colocó entre el niño y la mamá y empezó a chuparle la teta, al mismo tiempo que la maldita le metía la punta del rabo en la boca del niño para que lo mamara también. ¡Eso lo venía haciendo todas las noches!

Yo salía con el viejo Candelario al monte para recoger hierbas medicinales. Así aprendí con él algunos secre­tos del arte de la curandería, el uso de las plantas, conjuros y varios rezos contra enfermedades. De esto

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controlados por una burguesía comercial dominante, conectada con intereses mercantiles europeos. Y

3. Por la expresión, en la superestructura, de prácticas sociales y económicas, ideas políticas y un Estado inspirados en modelos democráticos europeos.

Ahora estudiaremos los dos primeros componentes implica­dos en el modo de producción campesino; en el próximo capítulo examinaremos la expresión superestructura! de la nueva formación.

El modo de producción campesino (también llamado mer­cantil simple o parcelario) que se intensifica en el siglo XIX en Colombia, no ha dejado de tener vigencia entre nosotros: sigue vivo, en combinación con el modo de producción capitalista dominante hoy, aunque es una forma precapitalista de trabajo y de vida inspirada en el primitivismo indígena y en el señorío, de donde partió. Sus unidades elementales eran y siguen siendo las familias de campesinos independientes que reclaman el usufructo del suelo con fines de autosubsistencia y comercia­lización. Conforman comunidades eficaces de reproducción expresadas en caseríos, veredas y laderas dentro de subregio­nes determinadas (tomo I, 19-20), organizadas autónomamente con líderes naturales propios que responden a situaciones con­cretas y a necesidades colectivas, sociales, económicas, políti­cas y religiosas. Estas comunidades tienden a ser simultánea­mente unidades de trabajo y de consumo, dejando para la venta cantidades marginales de la producción excepto en el caso de artículos no comestibles de gran demanda (como los selváticos en la región que nos ocupa).

El campesino parcelario de esta clase es, por lo general, dueño de los medios de producción (la tierra y las herramientas) e intercambia libremente sus productos con sus ¡guales, con la burguesía mercantil y con los artesanos: se conecta directa o indirectamente con los mercados y medios urbanos. Por su mentalidad precapitalista es capaz de trabajar a tasas increíble­mente bajas, es decir, de autoexplotarse.

Esta autoexplotación explica cómo los excedentes que pro­duce la economía campesina se asimilan por los intermediarios no sólo como ganancia derivada de la renta de la tierra (que correspondería en justicia al campesino) sino como sobretra-bajo; y cómo, poco a poco, el campesino parcelario se ha ido reduciendo, por el capital comercial, a la situación de un tra­bajador a domicilio. En cambio, la burguesía mercantil ha

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iré a vivir cuando me mude para otras partes . Los rezos que usábamos bastante eran el de parar la sangre y el de curar la gusanera de los animales, que un pedacito dice así:

Yo los conjuro, animales perjuros, pa ra que vayan saliendo de uno en uno y no quede ninguno.

Así rezaba tres veces echando una manotada de tierra hacia adelante, siempre a la dirección del animal enfer­mo, haciendo la señal de la cruz.

Para si cagare no cuajare, San J u a n los cure.

Y echaba otra manotada de tierra para atrás. Este es uno de los secretos que más caminan. Aprendí otros rezos buenos para esconderse y librarse de enemigos.

Con Agustín, mi hermano menor, fuimos también aprendiendo los trucos del monte: cómo curarnos mor­deduras de culebra con tizones de candela; cómo evitar el mortal abrazo de la boa y del oso pundungo que le mete a uno la lengua por la nariz para ahogarlo; la nece­sidad de soltar al pájaro corcovado (chauchao) antes de que se ponga bravo y chille para atraer al tigre; la forma de cazar el caimán con cuña de clavos para colocar en sus fauces abiertas; la costumbre del pez mayupa de cagar por la cabeza y tener todo al revés (por eso a los maricas les decíamos mayupas); cómo usar la candela y el punzón de palo para coger galápagos e hicoteas en los playones y agarrarlas antes de que lleguen los hal­cones, gueregueres y tragahumos a quitárnoslas; cómo llamar a la babilla pujándole; cómo meter la cabeza en una olla y roncar para que el tigre venga y matarlo.

Dirigidos por la junta del pueblo que habíamos ele­gido por voto, los mayores se organizaron de muchas maneras . Además del trabajo de mano vuelta para construir nuestras casas, y el de todos para hacer la iglesia, se hicieron compañías al partir. Por ejemplo, para criar puercos el dueño de la marrana dejaba que la cría se dividiera mitad por mitad entre él y quien la

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Palomino. Iglesia, parque y vista genera l con el río Chicagua.

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cuidaba; en cuanto a gallinas, se aceptaba que los hue­vos fueran de quienes las alimentaban en su patio; la cría del ganado en compañía al tercio quedaba dividido asi: dos partes (dos terneros) para el dueño del animal y otra parte (un ternero) para el que le dio el pasto. Y así en muchas otras cosas. Al principio no éramos egoístas y nos ayudábamos el uno al otro en todo lo que podía­mos. Después, cuando vinieron los más ricos y los poli­tiqueros fue que se dañó todo esto. Porque ellos eran malos y no podían hacer sino lo malo.

Como no había cercas ni alambre de púas (los hacen­dados no lo trajeron sino a finales de siglo) cada uno escogió libremente la ladera, isla o playón que quiso, para sembrarle arroz y caña. En caso de discusión, las discordias se sometían a la junta y a veces en cabildo abierto con todos. Agustín y yo hicimos una casita en el pueblo e íbamos en canoa a sembrar en un playón cer­cano. Arriba, en lo seco, abríamos trochas entre todos y tumbábamos el monte para quemarlo y sembrar más comida: maíz pira (chiquito), cacao, ñame, calabaza, auyama, batata, berenjena, plátano, fríjol, yuca y arroz de secano.

Siempre sobraba la producción y por eso nunca hubo problema en el reparto de las cosechas. Al cabo de uno o dos años si uno quería, dejaba el primer cuarterón como rastrojo o potrero para el ganado, con pastos naturales, se abría nueva trocha al lado o por allí cerca y se mudaba la siembra a esta tierra nueva, de modo que las cosechas eran siempre muy buenas , comíamos bien, y el ganado prosperaba. No necesitábamos de abonos ni de otras herramientas que la macana o palan­ca de palo, el machete y el cuchillo de cortar arroz; tampoco de dinero contante, pues hacíamos cambios con las cosas. Pero siempre teníamos que vender afuera algunos productos, y de éstos los que más nos rindieron fueron los que el mismo monte nos daba. Sólo hubo una diferencia al principio, con el tabaco.

A poco tiempo de fundarse Palomino le habían llega­do noticias a la junta del pueblo de que la cosecha grande de tabaco se había perdido en Cuba por venda­vales [en 1839 y 1840] y que el tabaco granadino tenía

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seguido y sigue acumulando riqueza de esta manera explota­dora, transformando dinero en capital (acumulación originaria). (Cf. A. V. Chayanov, The Theory ofPeasant Economy, Chicago, 1966; Samir Amin y Kostas Vergopoulos, La cuestión campesina y e l capitalismo, México, 1975, 34-42; Paulo Sandroni, Questáo agrána e campesinato, Sao Paulo, 1980, 46-56).

En la depresión momposina se registran en esa época de explosión colonizadora campesina dos grandes movimientos de población: uno hacia el norte y otro hacia el sur, iniciados por la gente de Mompox y de los pueblos riberanos del brazo principal del río, entre ellos los fundados por don José Fernando de Mier y Guerra en el siglo XVIII (tomo I).

La colonización norteña se dirigió por dos flancos que inva­dieron el antiguo territorio chimila. Uno corría por Pijiño para transformar el antiguo hato de Mier y Guerra en el pueblo actual, y llegar a las regiones de la Mocha y Calderina. Otro iba por San Felipe y Astrea (antes El Doce) hasta Arjona.

La colonización sureña siguió por el caño de Guataca hacia las Tierras de Loba, promoviendo la formación de pueblos como Santa Rosa y Guasimal en la isla de Mompox, para llegar a Palo­mino (1841) en el río o caño de Chicagua / 1 / . De Palomino la co­rriente campesina colonizadora tomó tres direcciones: una hacia el occidente (Santa Cruz), de donde resultó Pinillos (1842); otra hacia el oriente, donde se desarrollaron Armenia y Las Conchi-

1. La dificultad de determinar fundaciones y fundadores concretos de estos pueblos de campesinos y colonos se evidencia en los casos de Palomino y Pinillos. Por una parte, existe la tradición oral, aunque ésta ya es bastante defectuosa en lo que concierne a hechos de mediados del siglo pasado. Por otra, se encuentran indicios en documentos primarios y publicaciones raras a las cuales no queda otro camino que apelar para llegar a conclusiones prácticas.

Para el caso de Palomino, además de entrevistas realizadas local-mente con informantes de autoridad (Eduardo Polo, Jesús María Ba-randica, Napoleón Gutiérrez), los indicios se encuentran en el memo­rial de María del Rosario de Gómez y Felicia de Gómez fechado en Mompox en 1888, que se publica en Ministerio de Industrias, Algunos documentos sobre las Tierras de Loba, citado, 66-67. Hay personas en Palomino que recuerdan todavía la presencia de los Gómez y Benavides como elementos importantes en la vida anterior del pueblo. La tradi­ción oral sobre el español Palomino sigue viva, pero sin ningún detalle útil para la historiografía.

Sobre el traslado de los Gómez a las islas Caribe y Tamacos y muerte de Faustino Gómez: Ministerio de Industrias, 71.

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buen comercio. El estanco del gobierno puso una agen­cia en Mompox y el precio resultó bueno para los culti­vadores, aunque mejor para los comerciantes compra­dores que se llevaban la hoja planchada.

Nos decidimos, pues, a ensayar la siembra del taba­co. Daba bien, pero resultó molestoso. Lo secábamos y empacábamos mal y se partía mucho. No nos duró el entusiasmo, aunque aprovechamos este adelanto para hacernos a algún dinero en efectivo. Porque las necesi­dades de las familias aumentaban, el pueblo crecía y no podíamos quedarnos con los brazos cruzados metidos en el monte.

Cuando se acabó lo del tabaco, nos fuimos otra vez a escarbar la selva en busca de maderas (palo brasil, tolú, cedro, caoba, palo mora), cacao, ipecacuana, tagua y zarzaparrilla, que nos los compraban en Magangué para mandar a Barranquilla, todo en balsas. Estos pro­ductos fueron más duraderos y, aunque en poca canti­dad, nos ayudaron a obtener los artículos que queríamos en el comercio. Esto, si no volvía a haber guerra y los políticos nos dejaran tranquilos. Ya algunos gamonales de Mompox se habían acercado dizque a ayudar nuestra fundación. Pero de ellos sólo queríamos que nos de­clararan corregimiento o distrito. Ni una cosa ni otra logramos por mucho tiempo.

El Congreso Nacional en Bogotá, siguiendo la tradición civi­lista del país, discutió y aprobó en 1847 dos generosas leyes de amnistía y reinscripción de militares en el escalafón que el presidente Mosquera no pudo negarse a sancionar y firmar. Una de ellas permitía el regreso de Juan José Nieto al país (ya pronto sería coronel de artillería de la Guardia Nacional), junto con Reyes Patria (de Santander) y Elias González (posiblemente el de Salamina, Caldas). Debidamente promulgadas, con estas leyes como amparo, fueron regresando de Jamaica los "suble­vados de 1841".

Nieto volvió con su mujer a la casa alquilada de balcones de la calle de Santa Teresa. Les alegró ver de nuevo los frondosos cocoteros de la ciudadela y las torres gemelas de los Jesuitas; pero se encontraron con una Cartagena fantasmal. Parte de la muralla amenazaba derrumbarse, y de sus fortines se habían

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tas; y otra, más hacia el sur para llegar a El Sudán l l l . Esta corriente sureña vino a encontrarse con la colonización anterior por el bajo Cauca que adelantaban los negros cimarrones desde Antioquia, afínales del sigloXVIII (O. Fals Borda, Capitalismo, hacienda y poblamiento en la Costa Atlántica, Bogotá, 1976, 25, 28).

El latifundio del Hato de Loba quedó así perforado por mu­chas partes, en poder de pequeños y medianos campesinos aislados en bolsones geográficos, pero con cierta cohesión orga­nizativa y dirigentes propios hasta cuando fueron reconocidos administrativamente por los gobiernos seccionales. La posesión de estos colonos no se les discutirá sino mucho más tarde, a partir de la reacción latifundista de la década de 1870, como se verá más adelante en esta serie.

Los colonos momposinos recrearon y extendieron, en los nuevos frentes de trabajo, la cultura anfibia que les era propia. Por eso establecieron no sólo las juntas comunales estilo cabildo democrático y abierto que ya conocían, sino las mismas técnicas milperas de explotación agrícola para producir alimentos (con el ritmo de trabajo: desmonte-fuego-cosecha-pastos). La base comunitaria era, como antes , aldeas nucleadas de tipo lineal, especialmente en laderas siguiendo cursos de agua o bordeando ciénagas.

Como queda dicho, los colonos vivían internamente del true­que, pero al llevar sus productos a los centros principales de Mompox, El Banco y Magangué quedaban articulados a las formas dominantes de intercambio comercial. En las décadas de

2. Fundación de Pinillos y llegada del obispo Sotomayor y Picón en 1846: Entrevistas con el doctor Manuel Pérez y el señor Juan Obregón, Pinillos, 1978; Ministerio de Industrias, 76.

La información documental principal proviene de un compromiso notariado que firmaron en Mompox el 5 de noviembre de 1849 los prin­cipales personaros de Pinillos para asegurarle la subsistencia al cura que dejó el obispo Sotomayor. Los señores Porto, Rangel, Alfaro y Gil fueron escogidos por la comunidad para representarla y comprome­terla, de donde se deduce la activa participación directiva y orientadora de estos señores en la formación del pueblo. El documento se encuen­tra en NM, Volumen 1849 Piezas sueltas, fols. 151-153.

Pinillos fue erigido en distrito (incluyendo a Palomino) el 23 de octu­bre de 1848 por ordenanza de la Asamblea provincial de Mompox, lo cual demuestra su muy rápido crecimiento desde su fundación en 1842; la ordenanza se encuentra en ANC, Miscelánea (República), Tomo I, fol. 128.

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sacado los cañones para venderlos a los gringos. Había casonas en ruinas con tejados hundidos, y callejuelas medio vacías. Porque muchas de las familias pudientes y activas se estaban yendo o se habían ido a otros sitios de mayor movimiento (Santa Marta, Panamá y Barranquilla) y a los pueblos de las sabanas de Bolívar, especialmente El Carmen y Corozal donde empeza­ba a intensificarse la antigua siembra de tabaco para exporta­ción. La crisis se palpaba en la pobreza y miseria de la gente del pueblo, en los muchos "cojos, tuertos, leprosos y enfermos de todas c lases" que observaron algunos viajeros extranjeros. Esta horrible situación se empeorará con nuevas pestes y desercio­nes hasta mediados de siglo, cuando la población de Cartagena bajó a 10.000 personas (contra 18.000 en 1809).

No obstante, Nieto y su familia determinaron seguir allí y trabajar por Cartagena. Así fueron llenando política y social-mente el vacío que dejaba la anterior clase dirigente, ahora medio desertora. La residencia de los Nieto se convirtió en un segundo hogar, no sólo para sus hijos naturales Lope y Concha, que ya estaban grandes , sino también para muchos amigos y parientes de Alcibia y Tierradentro —como es costumbre en la Costa, de compartir techo y comida— que conocían el despren­dimiento y generosidad de J u a n José . A la casa también conver­gían personas distinguidas, entre ellas Rafael Núñez, quien acababa de recibir el título de abogado en la Universidad de Magdalena e Istmo (Cartagena), y los López Tagle, parientes de Teresa descendientes del conde de Pestagua, quienes también resolvieron quedarse en Cartagena.

La hermosa Soledad Román alegraba con frecuencia las veladas en la casa, cuando no salía a acompañar a los Nietos a las desordenadas y bulliciosas representaciones que la Compa­ñía Dramática Española hacía de las obras de Larra, bajo la dirección del señor Pizarroso; o a las de Mr. Abdalá, ' 'rey de los a t l e tas" con su mujer "la primera elástica del m u n d o " . Las representaciones de la Compañía Española entusiasmaron tanto a Juan José que éste decidió escribir un drama sobre sus expe­riencias en la vida, que tituló E l hijo de s í propio. Resultó tan bueno, en opinión del autor, que el mismo J u a n José organizó la producción. Colocó a Soledad en uno de los papeles principa­les, y él mismo tomó el de galán. El escenario se construyó en una esquina del patio de la casa. Hubo grandes recitaciones, cor­diales aplausos y una buena borrachera para festejar el suceso literario; pero la obra no pasó de la primera representación.

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1830 y 1840 el comercio nacional se estaba incrementando a ojos vista a todo nivel, con buenos rendimientos relativos, aunque parece que había más artículos de importación que de exporta­ción (L. E. Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia, Bogotá, 1962, 331; José Antonio Ocampo, "Las ex­portaciones colombianas en el siglo XIX'' , Desarrollo y sociedad, No. 4 (julio 1980), 174-175). Se hacían esfuerzos para fomentar el mercado interno entre las diversas regiones y experimentos locales para lograr nuevos productos exportables: algodón, cacao, tagua, zarzaparrilla, añil, vainilla, tabaco y diversas maderas .

La fértil región de Mompox se veia como un verdadero em­porio para cultivar y exportar todos esos artículos, según el periódico local El Liberal (No. 12, septiembre 20, 1846), y en ello desempeñaron papel importante los colonos. El algodón venía ensayándose desde la época colonial (hubo siembras experimentales en la hacienda de Portaca, frente a Mompox, en 1784) y su empaque y comercialización habían sido fuentes del enriquecimiento de don Pedro Martínez de Pinillos, el principal comerciante de la región (tomo I, 126A). Logró exportarse por extranjeros desde Barranquilla a Nueva Orleáns, por unos años (Safford, 39), y desde Cartagena al mismo puerto por J u a n Trueco Lanfranco, de lo que cosechaba en su finca de Ballestas. Se mantuvo así el algodón en menor escala durante todo el siglo XIX, más como producto de hacienda, como era el caso también con las pieles de vacunos.

Con un pequeño periodo entre 1841 y 1846 dedicado al taba­co / 3 / , los colonos y pequeños campesinos de la depresión momposina se dedicaron a suministrar maderas y productos selváticos a la burguesía comercial regional. El palo brasil se sacaba de la hacienda Calenturas ya desde la guerra de Inde­pendencia (tomo I, 141A). Los colonos le añadieron el palo mora y el dividivi, luego el cacao y la tagua y, a mediados de siglo, el caucho. Hubo productos selváticos menores, como la ipecacua-

3. Safford (pág. 212) trae noticia sobre las pérdidas del tabaco cubano en 1839 y 1840 y su repercusión local, así como el establecimiento de una agencia compradora del tabaco en Mompox, poco después. El tabaco no se arraigará en la depresión momposina sino en parcelas propias y arrendadas en las sabanas de Bolívar (El Carmen) de donde, como veremos, se exportará en grande a partir de 1850 por muchos años. Cf. L. F. Sierra, El tabaco en la economía colombiana del siglo XIX (Bogotá, 1971).

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Teresa y Soledad lograron también llevar a Juan José —con bigote peinado y tersa barba— a los conciertos de la nueva Sociedad Filarmónica de Cartagena (como el memorable del 10 de noviembre de 1848 con oberturas, solos y duetos de óperas de Donizetti, Bellini, Mercadante y Marliani: ningún músico granadino, ni un solo aire de la tierra...) no tanto por la música como por apoyar y estimular a sus amigas, las sopranos carta­generas Teresa de la Espriella y María de la O León que allí cantaban.

Y con una que otra reunión con los cofrades de la Herman­dad de la Buena Muerte (para festejar el Viernes Santo en el barrio popular de Getsemaní), con los masones de la logia de la calle de San Juan de Dios, en las galleras con los artesanos de la Gobernación, y en los hundes y corridas de toros de los mozos y esclavos de Ternera, Nieto buscó recuperarse socialmente y preparar su retorno político. Los partidos estaban madurando.

Y los del pueblo seguíamos trabajando y producien­do. La búsqueda de maderas y productos del monte fue llevando a otras familias de Palomino río abajo por los caños de Tiquizio, Hacha y Lata. Allí descubrieron los bonitos Cerros del Rosario, la Caimanera y el Guayabal que hoy están ocupados con muchas fincas de comida y con ganados, donde se encuentra también una piedra dura y lisa especial para afilar hojas de machete.

Fue tanta la dedicación de esta gente a la explotación de esos productos, que se resolvieron a hacer casas por allá y quedarse. En una ribera del Tiquizio, sobre una aguada que después se convirtió en el brazo de Loba con las crecientes del río Magdalena que le quitaron agua al brazo de Mompox [hacia 1842], los agricultores José María Porto, Baltasar Rangel, Francisco Alfaro y Tomás Gil decidieron fundarse como en Palomino, e hicieron un caserío que bautizaron como Pueblonuevo. Les ayudó a trazar las calles un topógrafo barranqui-llero de apellido Ruiz.

A ellos se les añadieron pronto muchas otras fami­lias de pescadores y labriegos que venían de los pueblos del brazo de Mompox, y el caserío creció rápidamente, tanto que a los cuatro años lograron hacer parroquia con la presencia del obispo de Cartagena, el doctor

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na y la zarzaparrilla. Ni el añil ni la vainilla ni la quina prospe­raron en la depresión momposina (que se sepa) quizá por falta de conocimientos técnicos suficientes sobre su procesamiento para el transporte y la exportación. (Cf. Ocampo, 175, 176, cuadro No. 7).

La ganadería en pequeña escala también tomó impulso en estas zonas de temprana colonización (vacunos, de cerda y caballar), donde empezó a florecer el modo de producción campesino a nivel regional.

Durante el exilio en Chagres y Jamaica —al que le llevó [ B ] la derrota militar de 1841, y donde progresó en la masone­

ría—, Nieto escribió un Diccionario mercanti l bilingüe y tres novelas romántico-históricas. Una de ellas: Ingermtna o la hija de Calamar, por haberse publicado " a expensas de unos amigos del autor" en Kingston en 1844, se considera como la primera del país en el orden cronológico y señala las tendencias formativas de nuestros primeros literatos (Antonio Curcio Alta-mar, Evolución de la novela en Colombia, Bogotá, 1975, 71-74). Las otras dos novelas son: Los Moriscos (Kingston, 1845, FP, No. 1075) sobre una familia mora andaluza, escrita en simpatía con los que, como Nieto, eran "expulsados de la pa t r ia" ; y Rosina o la prisión del castillo de Chagres, en forma de cartas publicadas en el periódico semanal La Democracia (Cartagena), del 11 de julio al 10 de octubre de 1850, que describen indirec­tamente las experiencias de Nieto como prisionero. (Cf. Curcio Altamar, Bibliografía colombiana, sf, 226).

El estilo de estas piezas —medio afrancesado— es suelto y agradable, aunque exageradamente declamatorio a imitación de

Pinillos. Calles e iglesia.

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Sotomayor y Picón, quien llegó pot tierra y agua desde Mompox, tres años antes de morir en los brazos de su mujer, la negra Tilbe, de Turbana. El obispo Sotomayor cantó allí misa el lo. de enero de 1846, y fue quien aconsejó a los habitantes cambial el nombre del pueblo y ponerle ' 'Pinillos" en honor del generoso comerciante don Pedro Martínez de Pinillos a quien el obispo había conocido poco antes de empezar la revolución de la Independencia, el fundador del colegio de San Pedro Apóstol en Mompox. [A]

La fundación de Pinillos, allí tan cerca de nosotros, con todo y obispo, no gustó mucho en Palomino, aun­que todos nos conocíamos y éramos amigos, parientes o compadres. La envidia nos fue minando. Palomino no crecía tan rápido como Pinillos porque estaba metido río abajo por el caño de Chicagua, no sobre la corriente principal del Magdalena, como era el caso del nuevo pueblo, y por lo mismo su comercio era menor. Algunas discusiones personales (no políticas) comenzaron a sembrar la discordia entre los pobladores principales, especialmente entre los Gómez y el viejo Candelario Benavides, quien resultó ser bastante ambicioso de tierras.

La desbandada de los fundadores de Palomino no tardó. Buscando la tranquilidad [en 1844], los Gómez decidieron irse y hacer casa permanente en unas islas que habían descubierto y empezado a trabajar, llama­das Caribe (con el Quiquizal) y Tamacos, situadas a unas cinco leguas del pueblo hacia el oriente, por los lados de Armenia. Allí se convirtieron en grandes ganaderos y se quedaron hasta la muerte de Faustino en 1887, y de Manuel un poco más tarde; la muerte de éste fue muy triste porque quedó ensartado en un palo al caer del caballo. Estos dos hermanos tuvieron que pelear por la posesión de las islas, primero contra el mismo Candelario y después contra la señora Dominga Epalza Hoyos y su hijo el doctor Pantaleón Germán Ribón. Porque aunque habían prescrito a favor de los Gómez esas tierras por su posesión fija, no se habían titulado legalmente, y de allí se prendían los abogados para hacer pleitos que no tenían fin, aprovechando las influencias y palancas con los jueces y el gobierno.

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Martínez de la Rosa. Abundan citas de Byron, Lamartine y Chateaubriand. El autor no sólo emplea la imaginación sino que incluye datos históricos e investigativos —su principal mérito, según los críticos—, como ocurre especialmente en In-germina. Esta novela en dos tomos —cuya acción Nieto localiza entre 1533 y 1537 y trata de los amores de una princesa india con el conquistador Alonso de Heredia— presenta una noticia sobre "los usos, costumbres y religión del pueblo de Calamar" (la zona indígena del norte del departamento de Bolívar). Asi equilibra la conocida tendencia de los románticos a emplear k> despampanante en sus relatos: cadáveres entre las flores, tinie­blas en torno al candil del amor, las nostalgias de Werther y las tentaciones de Fausto, etc. También se sabe que Nieto escribió un drama, E l hijo de s i propio, que se representó en Cartagena (Curcio Altamar, Bibliografía, 218).

Recordemos que Nieto fue igualmente autor de la primera geografía regional del país. Esta curiosa e intensa preparación literaria, geográfica, histórica y mercantil de un futuro caudillo militar tiende a desvirtuar muchos clisés corrientes sobre dicta­dores tropicales. Además, la actitud general de Nieto sobre este particular resulta increíblemente modesta y sencilla. Escribe en el prólogo de Los Moriscos: "Si no hay perfección en lo produci­do, hay pureza e ingenuidad en los sentimientos y compasión hacia los que sufran la misma suerte que a mí me ha cabido; sin haber sometido mis ideas a otra clase de influencia, que a la que proviene del convencimiento íntimo del corazón".

Y así cierra el prólogo de su Geografía: ' 'No tengo la necia presunción de creer que ésta sea una obra maestra; pero sí pienso que será una base muy segura para que otra pluma verdaderamente ilustrada se ocupe en formar la historia com­pleta de la benemérita Cartagena [...] Entonces, sin ruborizar­me veré mi obra descender al abismo de la nada [...] pues [la obra] no tendrá ciertamente otro objeto que el mayor engrande­cimiento de la patria: y para mí, ¿qué más dulce recompensa?" .

Desgraciadamente, nosotros los "de j aos" costeños todavía no hemos respondido totalmente a las justificadas esperanzas del autodidacto de Baranoa 141.

4. Otros datos sobre Nieto en esta época de su vida: Destierro de Nieto: Aparece en la lista oficial de desterrados, como

por "tiempo indefinido", publicada en la Gaceta de la Nueva Granada, No. 560 (junio 5, 1842).

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Mamá Tina estaba contenta, y en Palomino nos que­damos otro tiempo, hasta después de la epidemia del tablón (el cólera asiático] en 1849. Ya yo tenia veinte años y Agustín dieciocho y, como resultamos buenos músicos, no había fiesta de la que nos perdiéramos. De Pinillos nos llamaban a tocar, de Cañonegro, de la Cai­manera , hasta a San Martin de Loba fuimos a parar una vez.

Claro que el ron ñeque, o sea el tapetusa, corría en todas partes, porque el músico sin trago no es nada. Tiene que meterse sus petacazos para tocar bien. Pero mi hermano y yo también queríamos aprender a leer y escribir aceptablemente, no sólo lo poco que nos enseñó el doctor Ponce en la escuela de Mompox y por último el viejo Candelario. Deseábamos trabajar en otras cosas, ver nuevos mundos, dejar de ser montunos. Asi, se nos metió la piquiña de los viajes y el deseo de salir de los caños por un tiempo.

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Nieto y la masonería (cont.): En Jamaica, Carnicelli, 1, 510; ceremo­nias en Cartagena y vinculaciones entre las logias de Cartagena y Kingston. Carnicelli, I, 55-74, 113-117; Julio Hoenigsberg, Influencia revolucionaria de la masonería en Europa y América (Bogotá, 1944), 25-33, 180-181.

"Diccionario mercant i l" : Gustavo Arboleda, Historia contemporá­nea de Colombia (Bogotá, 1919), II, 289.

Vuelta de Nieto a Cartagena en 1847: Arboleda, II, 319; nombra­miento como coronel de la Guardia Nacional en 1850, según declara­ción del propio Nieto en su Bosquejo histórico de la revolución que regeneró al Estado de Bolívar (Cartagena, 1862, 22; FP. No. 2). La trágica situación de la ciudad en esta época fue dibujada por el geógra­fo francés Eliseo Réclus, Mis exploraciones en América (Valencia, sf), 31-38.

Relaciones entre Núñez y Nieto y con Soledad Román: Indalecio Lié-vano Aguirre. Rafael Núñez (Bogotá, 1945), 33. 35-38, 46, 49.

Sociedad Filarmónica de Cartagena: Manuel Ezequiel Corrales, ed. , Efemérides y anales del Es tado de Bolívar (Bogotá, 1892), IV, 20-21.

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4. ELIL.-.P.- . H.'. Y LA REVOLUCIÓN DEL MEDIO SIGLO

El prodigioso año de 1848 empezó con una fanfarria de cam­bios que dejaron al recién venido J u a n José Nieto y sus compa­ñeros admiradores de Francia profundamente conmovidos: en efecto, se derrumbaba la monarquía de Luis Felipe de Orléans y se proclamaba la República. Pensarían los cartageneros republi­canos: nada mejor para nosotros, que así veremos multiplicarse nuestro apoyo político democrático y ampliarse nuestros merca­dos en el Viejo Mundo. ¡Así se cumple la ley universal del progreso!

La noticia, traída a Cartagena por la Mala Real británica a comienzos de marzo, confirmó la marea de comentarios de prensa recibidos de Bogotá. ¡Se trataba de una revolución socia­lista! El periódico capitalino El Día ofrecía ya un artículo en serie (del 24 de junio al 29 de agosto) sobre el socialismo, firma­do por un tal Egerius, que servía para orientar inicialmente a los interesados en ayunas del problema. Conclusión: había que conseguirse las obras de Alfonso de Lamartine, P . J . Proudhon, Saínt-Simon y otros pensadores, leerlas a fondo y remozarse intelectualmente. No eran ya suficientes las lecturas que se habían hecho de novelistas románticos como Víctor Hugo, Eugenio Sué y Alejandro Dumas que simpatizaban con las cla­ses populares, ni las de otros autores críticos más antiguos como Voltaire y Rousseau, Bentham y Say que habían agitado las reuniones estudiantiles y de profesores en los pasillos de la Universidad de Magdalena e Istmo. Había que ponerse al día, y el santo y seña era el ' 'Socialismo' ' . [A]

Otros hechos de 1848 eran igualmente portentosos para los

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4. HACIA LA FORMACIÓN SOCIAL NACIONAL: LA SUPERESTRUCTURA DEPENDIENTE

Juan José Nieto y Adolfo Mier vivieron un perido de siete años entre 1848 y 1854 que los más autorizados historiadores colombianos y extranjeros coinciden en señalar como de cambio revolucionario, el primero realmente radical en Colombia desde la época colonial. Tienen razón: acababa de nacer la formación social nacional e irrumpía con fuerza el modo de producción campesino o mercantil simple que había venido dando pasos desde décadas anteriores (capítulo 3B).

El momento culminante formal de este proceso fue el con­greso de 1850-1851 donde tuvieron asiento los representantes más decididos y críticos de las burguesías regionales reunidos en el nuevo partido liberal, entre ellos Juan José Nieto como representante de Cartagena, cuando se aprobaron varias leyes de trascendencia para el país que lo alejaron vigorosamente de la herencia colonial. Puede verse este momento como la formah-zación de una revolución democrático-burguesa impulsada por la masonería y una antiélite nacional, revolución que afianzaba el poder de nuevas oligarquías y abría las fronteras patrias a la dominación comercial y empresarial europea (Inglaterra, Fran­cia y Alemania en esta primera etapa).

Por supuesto, las leyes radicales de 1850-1851 no fueron origen de la revolución democrático-burguesa del medio siglo: fueron más bien el registro reflejado —en la superestructura— de aquel proceso histórico-natural que venía avanzando con su propia dinámica desde mucho antes, cuya velocidad se había acelerado a causa de la lucha ideológica atizada por la revolu-

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costeños y para los granadinos en general. Al descubrirse oro en California, empezó el torrente de "prospectores" a pasar por Panamá y otros puertos en busca de las nuevas riquezas, y se contrató la construcción del ferrocarril del Istmo. Los barcos de todas las nacionalidades, incluidos los norteamericanos, empe­zaron a hacer escala regular en Santa Marta y Cartagena. El canal del Dique volvió a estar casi navegable gracias a los traba­jos del contratista Jorge Totten. El gringo J . A. Bennett estable­ció en la capital el primer gabinete fotográfico por el sistema de Daguerre. El 23 de mayo el Congreso Nacional ordenó por fin cesar el monopolio o estanco del tabaco, a partir del lo. de enero de 1850: esto habría de activar el comercio y estimular nuevas siembras. Además, el mismo Congreso había ordenado dismi­nuir el pie de fuerza militar.

Para los nostálgicos de los peninsulares y los que seguían pensando en monarquía para la Nueva Granada, llegó la triste noticia de la muerte, el 10 de septiembre de 1848, de la última marquesa momposina, la de Torre Hoyos, doña María Josefa Isabel de Hoyos (tomo I). Los liberales habían tumbado al dicta­dor José Antonio Páez en Venezuela e impuesto como mandata­rio a! genera! José Tadeo Monagas. Con tantas cosas ocurriendo simultáneamente, había que mirar hacia el futuro y trabajar con las masas para ayudarlas a construir la nueva sociedad, la uto­pía. Entre otras cosas, había que politizarlas, dejando atrás la herencia colonial. Había que prepararlas para el libre comercio y enseñarles a prosperar mediante el esfuerzo individual y el ahorro.

¿Quiénes mejor para dirigir estas importantes tareas que los enterados, es decir, los profesores e intelectuales críticos de la ciudad y los miembros cultos de la burguesía dominante que querían cambiar la sociedad?, pensaron ellos mismos. Por supuesto: el doctor Rafael Núñez, los abogados doctor José Manuel Royo y Antonio Benedetti, el ilustre abogado y médico Vicente A. García, y el jovial boticario campechano don José Araújo (apodado "la zamba jarocha", padre del educador Simón Araújo) se reunieron con el escritor y coronel Juan José Nieto para trazar una estrategia política adecuada a la explosiva y tentadora situación existente. [B]

Ante todo, debían constituirse en núcleo cartagenero princi­pal del partido liberal que ya se conformaba oficialmente en muchas partes —con la bandera roja de los motines parisinos—, por los antiguos federalistas y santanderistas, es decir, los vie-

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Rafael Núñez joven, cuando era protegido político de Nieto. (Cuadro de Caray).

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jos antiministeriales. El eminente copartidario Ezequiel Rojas así lo proclamaba en Bogotá en el periódico El Aviso, cuyas copias se habían recibido y leído con interés en Cartagena.

Las ideas del nuevo partido liberal resultaban opuestas a las del conservatismo absolutista, dictatorial y clerical —llamado godo desde entonces—, puesto que debían inspirarse en la últi­ma revolución francesa y en los principios republicanos y socia­listas allí proclamados. Y con esas ideas como implacable martinete habría de darse la lucha por la toma del poder en las elecciones presidenciales venideras (las de 1849), con el "va­liente, honradote y apreciable" general José Hilario López como candidato, aunque éste hubiera preferido quedarse cazando venados en los llanos de Gigante a luchar por la causa liberal en 1841.

Naturalmente, había que buscar el respaldo popular. El grupo de base más afín e inmediato del núcleo intelectual era el de los artesanos, antigua cauda electoral de Nieto, cuyo afecto por el dirigente baranoero se vio aumentado por el destierro de éste en los últimos años. Tal como en los clubes parisinos de entonces, podían organizarse los trabajadores cartageneros en sociedades culturales, para impartir educación básica en reu­niones nocturnas que se fueran radicalizando en beneficio del partido liberal. Y para suministrar el material educativo y polí­tico, era necesario fundar un periódico redactado por el núcleo intelectual con uno que otro escrito de las bases.

Nacen así en Cartagena, casi simultáneamente, la Sociedad Democrática de Artesanos y el periódico semanal La Democra­cia, con oficinas en la calle Badillo No. 55 y cuyo primer número salió el lo. de abril de 1849,¡vendido al público a un real la copia, y con cualquier aviso gratis! A la inauguración, natural­mente, no concurrió el gobernador conservador de la provincia, general Joaquín Posada Gutiérrez, y este acto formal no se cumplirá sino el 11 de noviembre siguiente al contar Cartagena con nuevo gobernador liberal, el prestigioso caudillo José María Obando. Núñez fue confirmado como director de la nueva sociedad.

Nieto, con su reconocido talento de escritor, se encargó con Benedetti de coordinar la obtención de textos socialistas france­ses y su traducción al castellano si no se consiguieran ediciones publicadas en España que pudiera haber en la librería e impren­ta de Eusebio Hernández. Dos obras ya estaban a la disposición, prestadas por el cónsul de Francia en Cartagena: iQué es la

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ción francesa de 1848 y la movilización comercial y campesina nacional de la última década.

Este cambio revolucionario, con su registro superestructura! en la formación social, era inevitable si se tomaba en cuenta el desarrollo económico y social emprendido por la naciente repú­blica. A pesar del faccionalismo y de los conflictos civiles recien­tes, el pueblo granadino había luchado por la vida y logrado aumentar la riqueza nacional por lo menos en dos frentes: el de la producción de tierras vírgenes de latifundios recientemen­te invadidos por gente como los Mier y sus compañeros de Mompox, esto es, por la expansión del modo de producción campesino basado en el trabajo libre en fincas pequeñas y medianas; y el frente de la exportación de oro, tabaco y otros productos, con tendencias al aumento, lo cual reforzó al capital comercial y afirmó los mecanismos locales de acumulación origi­naria. Los señores-comerciantes prosperaban a raíz de estas actividades y aseguraban su dominio en la sociedad; y otras cla­ses sociales, como las de los señores-latifundistas y ganaderos, manufactureros, burócratas, artesanos, libertos y campesinos libres buscaban acomodarse y progresar en el contexto de la nueva formación social.

Uno de estos sectores, el de los artesanos, pretendió asumir la vanguardia revolucionaria para defender sus propios intereses de clase que veían amenazados por el ascenso de la burguesía comercial. Sus esfuerzos, junto con los del sector intelectual antielitista que les nutrió ideológicamente, dieron al momento histórico un tinte socialista que no pasó de ser un espejismo. La realidad era otra, y la recolocación de los artesanos en un lugar secundario dentro de la nueva formación social se constituirá en motivo principal de la contrarrevolución subsiguiente.

Los cambios en el proceso histónco-natural constituían un Hecho. Les faltaba la Idea para entenderlos y unlversalizarlos. En búsqueda de la Idea, los granadinos no fuimos originales. Como se ha dicho tantas veces —y aquí lo confirmamos una vez más en lo que respecta a la región costeña— apelamos entonces a las doctrinas en boga en Europa: las derivadas del libre cam­bio y del socialismo utópico y romántico. Nuestra primera real revolución nacional — la democrático-burguesa de estos años— nació condicionada por el pensamiento del Viejo Mundo: fue una revolución colonizada y dependiente que nos mantuvo suje­tos al desarrollo económico, político e intelectual de Europa. O como dirían hoy: fue condicionada por ideologías foráneas. Para

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propiedad^, de Proudhon, y E l consejero del pueblo, de Lamar­tine. Además, por sugerencia del mismo cónsul, se decidió suscribirse a La Presse, periódico socialista dirigido en París por Emilio de Girardin, considerado muy instructivo para estos fines.

El equipo de traductores se dedicó entonces a trabajar en firme. Había una "férvida actividad intelectual" que saturaba la región y todo el país, con decenas de publicaciones, centena­res de reuniones y millares de discursos sobre la revolución francesa, el socialismo y la democracia.

Las discusiones y desacuerdos no tardaron en surgir. Por ejemplo, las conclusiones de Proudhon sobre la propiedad escandalizaron al grupo intelectual. ¿Cómo puede ser la propie­dad un robo, según este autor? ¿Acaso no se ha consagrado en la Constitución nacional el sagrado e inviolable principio de la propiedad? ¿El mismo Nieto no lo consideraba así desde su folleto de 1834, como uno de los atributos físicos inherentes a la organización del hombre, absoluto e ¡límite? (capítulo 1A). Tales tesis resultaron ser inaceptables para los liberales carta­generos: ellas debían ser el comunismo que tanto se atacaba también en Francia. Porque si se desarrollaran las ideas de Proudhon, quedarían todos metidos en el mismo molde, nivela­dos por lo bajo y con la gleba, impedidos de aprovechar los mecanismos democráticos de progreso individual que ofrecían imparcialmente (en teoría) el capitalismo y la industria. Asi se podía ver en Inglaterra, caso ejemplar, en su gran prosperidad y poder. Descartemos, pues, a Proudhon, decían aquellos libera­les. Aún más: ataquémoslo, porque no conviene a quienes queremos avanzar por nuestro esfuerzo individual en la socie­dad. A las masas hay que ¡lustrarlas antes de soltarles la presa del comunismo. Deben proceder paso a paso en su ruta a la prosperidad y felicidad generales. Todavía no están maduras . . . Y así razonaba el grupo intelectual directivo, el núcleo inicial del partido del pueblo en Cartagena (La Democracia, febrero 20 de 1851).

En cambio, en Lamartine el grupo directivo encontró una emocionante mezcla de realismo político y romanticismo que halló útil para conmoverse a sí mismo e impeler a las masas a la acción. De allí se derivó la confusión muy fuerte que hubo entre democracia burguesa y socialismo de la que, como veremos, no se podrá salir por un buen tiempo. Pero el ejemplo revoluciona­rio francés, incluyendo el papel central de los obreros y artesanos

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bien o para mal, ello nos permitió moldear las instituciones poli-ticas y gubernamentales básicas de la nueva formación social.

En resumen: la revolución del medio siglo fue un síntoma principal del nacimiento de la formación social nacional que su­plantaba por fin la colonial. En este proceso tuvo papel central una antiélite mediada por la masonería que, a nivel de superes­tructura, transmitió la ideología del momento —un socialismo liberal burgués— y promovió la formación de una conciencia de clase en estratos inferiores de la sociedad. De rebote, esta misma conciencia también se aclaró y reforzó en las clases do­minantes. El precio internacional pagado por este parto social (que venía de muy atrás, en efecto, tomo I) fue la dependencia económica del país al quedar éste colocado en la órbita capitalis­ta mundial como productor de bienes agrícolas, pecuarios y minerales; y el colonialismo intelectual local en relación con el desarrollo cultural europeo. Pero las clases trabajadoras, par­cialmente alejadas de aquellas influencias y peligros, procedían a la renovación y fomento autónomo de sus propios valores, como la técnica agrícola, la música popular y la herbología.

En este contexto, las provincias de la Costa Atlántica ejercie­ron considerable influencia nacional, y con ellas, Nieto y sus compañeros liberales de Cartagena.

¡ 1848! ¡El año cabalístico en el que confluye y se decanta [ A ] toda una era de búsqueda de justicia a través de la igual­

dad y de reformas sociales y económicas en Europa! Esta­llan entonces, en la revolución francesa de ese año, los ideales de los filósofos naturalistas, las aspiraciones de los liberales, las tesis de los librepensadores, las formas expresivas de los ro­mánticos y las creencias de algunos clérigos.

No era para menos: se enfrentaban todos al espectro de la gran miseria producida por el capitalismo naciente y la violencia institucional que le acompañaba, con una horrible depresión en el salario y nivel de vida de los trabajadores. De la conflagración política resultante nacieron dialécticamente, como fuerzas vi­vas, los movimientos socialistas que hoy, como ayer, quitan el sueño a los explotadores de todas las pelambres . De ella igual­mente surgió la eminencia de Francia en el mundo político y cultural contemporáneo: lo que ocurre en ese país en estos cam­pos ha tenido y sigue teniendo importantes consecuencias en Colombia y otros países, donde ser francófilo (como lo fue Juan

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en la lucha, se entendía mejor así, en los términos literarios e históricos de Lamartine que en los preceptos de Proudhon. En Cartagena se podrían duplicar eventualmente los famosos Gi­rondinos , copiar los ' 'clubes políticos' ' de Paris, preparar las ba­rricadas. Por lo tanto, convenía publicar en sene la traducción de E l consejero del pueblo —que llegaba al climax con la famosa fiase: "La república fue la palabra de la providencia en 1848" — tan pronto estuviera lista; y condenat las ideas comunistas de Proudhon y otros falsos socialistas. Así se cumplió en La Demo­cracia en sucesivos números de 1849 y 1850.

La Democracia tuvo gran éxito y resonancia local y nacional. Las primeras agencias costeñas del periódico se establecieron en Sabanalarga, Barranquilla, Chinú, Lorica, Corozal, Mompox, Santa Marta, Ciénaga y Riohacha (apañe de las panameñas) . Es muy posible que en estos pueblos y ciudades (y en oiroa añadi­dos después) se hubieran organizado también Sociedades Democráticas con los agentes y amigos del periódico y que, con base en ellos, el partido liberal se hubiera fortalecido en provin­cias. Ello era necesario porque los conservadores no habían quedado contentos con la elección de José Hilario López el 7 de marzo de 1849, pues la desconocían como impuesta por la vio­lencia de los artesanos, y se aprestaban a levantarse con las armas en la mano (como ocurrió luego, por unos meses , en 1851).

El hablar de barricadas en Cartagena pronto dejó de ser un buen chiste. Los artesanos y otros grupos de trabajadores, libertos y esclavos empezaron a entender que sus intereses podían defenderse si en realidad se organizaban para actuat de manera revolucionaria, hasta bien armados y con mayor deci­sión que bajo las confusas órdenes del Supremo Carmona. Aunque se disimularan los términos en la redacción agridulce de Lamartine y se confundiese democracia burguesa con socia­lismo, era evidente la existencia en el país de una lucha de cla­ses: la de los pobres contra los ricos, la de los explotados contra los explotadores.

Hasta La Democracia dejó escapar ciertas frases claves, probablemente redactadas por Núñez: "El trabajo (no el privile­gio) es el elemento creador que esparce por el mundo el movi­miento y la vida; nos acostumbramos a hallar en él la verdadera moral, la moral práct ica" (No. 3, abril 20, 1849). "El principio socialista que proteje y defiende por su propio progreso la pro­piedad tal como existe, reconoce que la actual distribución de

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José Nieto) puede dinamizar la vida intelectual critica y facilitar el avance de los partidos de vanguardia social.

En un principio, a mediados del siglo XIX, los granadinos no recibimos sino el eco confuso de aquella polémica sobre socialis­mo y comunismo que dividía a los burgueses europeos de la época, especialmente los franceses y austríacos. Atrás habían quedado los primeros experimentos asociativos de Robert Owen; el impulso desttuctot de los ludditas contra la máquina; la sedición de Lyon (183!) reveladora de la lucha interna entre los que todo tienen y los que no tienen nada, que inspiró una sonata de Liszt y la aplicación definitiva de la famosa sentencia de Saint-Simón: "He allí la explotación del hombte por el hom­bre ' '. En cambio, en gran cacofonía, salían las voces casi simul­táneas de Buchez sobre "socialismo cris t iano", de Fourier sobre "democracia pacifica", de Proudhon sobre la propiedad, y de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista. Con excepción de las de los dos últimos, estas voces quedaron cobijadas por la gran escuela del pensamiento y de la acción que se llamó socia­lismo utópico.

El socialismo utópico nació bicéfalo. Además de la política, su otra cabeza era el romanticismo. Venía éste de cristianos de mala conciencia, de humanistas que se estremecían al pensar que las naciones pudieran ser indiferentes a la triste suerte de los trabajadores explotados, personas que apoyaban la organi­zación defensiva de éstos en un "Cuarto Es t ado" (además de los de la nobleza, el clero y la burguesía). Aparece así la pléyade de novelistas y poetas franceses inclinados a los problemas sociales, que distinguen la época y tanto influjo ejercieron en la Nueva Granada: Víctor Hugo, quien felicitaba a los trabajadores y declaraba que "todos somos obreros, y Dios también, y en vosotros el pensamiento trabaja aún más que la m a n o " ; Euge­nio Sué, con su El judio errante y los mís tenos de Paris; Alejan­dro Dumas y su serie de novelas de alto y bajo fondo; Alfonso de Lamartine, quien dedicaba a los trabajadores una de sus "Ar­monías poéticas ' ' , antes de proceder con El consejero del pueblo y La historia de los girondinos. Aparte de tantos otros autores románticos de diversas nacionalidades que tenían iguales ten­dencias sociales y políticas.

Según Engels, todos estos escritores " se limitaban a invocar la razón para echar los cimientos del nuevo edificio" de un so­cialismo en el cual los efectos de la propiedad estuvieran balan­ceados por la asociación y la solidaridad. Pero también invoca-

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las riquezas y la inmensa desproporción de bienestar que ella produce entre los pocos que tienen mucho y la multitud que tie­ne poco, no se conforma de ningún modo con los verdaderos intereses y derecho de la humanidad [...] El socialismo, remon­tándose a la causa del malestar presente , se encuentra no con el robo, sino con los privilegios, con esas instituciones injustifica­bles que con el nombre de aristocracia, feudalismo, servidum­bre, mayorazgos o monopolios pusieron en manos de unos una suma de elementos de adquisición mucho más poderosa y segura que la que dejaron a la merced del mayor número" . (No. 64, febrero 20, 1851).

No importaba que en la misma edición se insistiera en lo sacrosanto de la propiedad ("no para arrebatar al rico sus rique­zas y dárselas al proletario"). Se hablaba públicamente de las dos clases históricamente enfrentadas: los ricos y los pobres. Aunque en Cartagena y en el país, en ese momento, no hubiera muchas industrias ni manufacturas, ni tampoco muchos proleta­rios, esto es, asalariados dependiendo para vivir de su sola fuer­za de trabajo. En cambio había muchos esclavos, arrendatarios, concertados y aparceros.

Las obvias diferencias entre las clases existentes no podían disimularse sino ideológicamente, y para ello el núcleo directivo liberal de Cartagena (como el de Bogotá y otras ciudades) hizo grandes malabares con la palabra. Empezó insistiendo en que democracia burguesa y socialismo eran en verdad la misma cosa y que , por lo tanto, al luchar por la primera se ganaba al mismo tiempo el segundo. Esta ambigüedad ideológica seguiría pla­gando las discusiones en el seno de la Sociedad Democrática sin que nunca se aclarara. Preguntaba un artesano: ¿Luego no existe entre nosotros la lucha de clases? Contestaba Núñez, como director de la Sociedad en una tribuna que empezaba a olerle a cuero curtido, según decía un cachaco: "No exactamen­te, porque aquí se ha venido aplicando el socialismo. ¿Qué otra cosa es el sistema republicano democrático que hemos abrazado tanto tiempo hace, con más o menos extensión o comprensión? El gobierno del general López cumple estos principios socialis­t a s " . Le añadía Nieto a su vez: "¿Qué otra cosa significa la abo­lición de los mayorazgos y demás vinculaciones inenajena-b le s?" . Y por su parte redondeaba el doctor Royo: "¿Qué otra cosa significa, recapitulándolo todo, el principio de la igualdad consagrado en la Constitución y reconocido por todos? Todas éstas son hermosas pinceladas del socialismo" . (La Democracia,

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ban el corazón: sus escritos pasaban por Tomás Moro y Campa-nella. Por eso, como utópicas, sus obras podían distinguirse del socialismo científico propuesto en el Manifiesto Comunista que inspiró a los partidos de trabajadores europeos cobijados por la Primera Internacional, en décadas siguientes (Cf. K. Marx y F. Engels, Obras escogidas- 1: Las luchas de clases en Francia de 1848a 1830, Moscú, 1971).

Estos partidos comunistas interpretaban los acontecimientos parisinos de 1848 como una lucha de clases. En efecto, como en ocasiones anteriores, las nuevas clases proletarias urbanas habían hecho su irrupción uniéndose a los artesanos para luchar contra los burgueses monárquicos y el sistema de poder. Su fracaso subsiguiente y el establecimiento del Imperio en Francia obscurecieron esta realidad clasista y no dejaron ver la pertinen­cia de los análisis marxistas en Francia hasta finales del siglo XIX. Por eso los francófilos de Nueva Granada tampoco dieron importancia a Marx en ese momento ni a la interpretación cla­sista de los hechos ocurridos: en efecto, no se menciona a Marx en ninguna parte a este lado del océano. Además, aquí había un impedimento histórico material para duplicar la revolución cla­sista de Francia: no existía aún ningún proletariado industrial comparable al que había actuado en las barricadas de junio de 1848 en París; fuera de los marginados trabajadores del campo, apenas unos centenares de obreros en algunas manufacturas y empleadas asalariadas en factorías de tabaco. Los artesanos bogotanos no podían ser el equivalente del proletariado en la sociedad granadina. Debían asumir su propio papel como acto­res de la historia, en las circunstancias concretas de lucha de clases como se expresaba en ese momento en Nueva Granada, con todas sus obvias limitaciones tácticas.

Por falta de una lectura más completa de la literatura política del momento, y más de una práctica pert inente, en Nueva Gra-nada debía surgir, como en efecto surgió, una notable confusión entre socialismo y democracia burguesa: esto es, entre el socia­lismo utópico y la democracia que querían imponer los republi­canos criollos desde la lucha contra la monarquía ibérica. El socialismo no llegó a entenderse entre nosotros en toda su caba-lidad revolucionaria y clasista en la práctica, sino que dio lugar a una alucinación popular y a otro claro caso de colonialismo inte­lectual. Hasta Mariano Ospina Rodríguez (alto jefe conserva­dor) se alegró equivocadamente al saber de la revolución francesa de 1848 y quiso que se echaran a vuelo las campanas

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febrero 20 de 1851). (Naturalmente, el pincel no tocaba las bases tenenciales de la tierra, fuente de podet monopolice al cual no tenían sino reducido acceso los indios y campesinos granadinos que constituían las grandes mayorías, les habría observado Carlos Marx).

La cosecha de nuevas ideas críticas, de todos modos grande y rica, se aceleró con la llegada a Cartagena de los primeros números de la revista El Alacrán, editada en Bogotá en enero y febrero de 1849 por un cartagenero y un momposino: Joaquín Pablo Posada (hijo del exgobernador Posada Gutiérrez) y Ger­mán Gutiérrez de Piñeres (descendiente de los proceres de la Independencia, el prisionero de Tescua que Mosquera había liberado personalmente). Esta mezcla de Mompox y Cartagena —tal como en 1811— resultó explosiva, como si del propio patio familiar salieran los peores fantasmas. ¿Cómo no reaccionar ante lo escrito en el número 4 de esta revista? Allí se decía, al lado de coplas chismosas más bien entretenidas: "Mient ras veamos a los Calvos, Montoyas, Uribes, Lombanas, Escobares, Silvas y tantos otros que gastan en una noche de orgía en el traje de una mujerzuela o en una mesa de juego tanto y más de lo que bastaría para satisfacer las necesidades de cincuenta familias al día siguiente, levantaremos siempre resuelta y enérgica nuestra voz" . Se mecían los artesanos de entusiasmo, pues entendían que el gobierno estaba en manos de una oligarquía enriquecida a costa del pueblo. Los Calvos, Amadores , Torices y otros conservadores de Cartagena, naturalmente, lanzaban alaridos de rabia. (Joaquín Pablo Posada va a darles un nuevo y desagradable susto cuando resucite políticamente, y trate de poner en práctica sus ¡deas radicales como editor del periódico oficial de la revolución artesanal-militar de 1854).

Las tensiones sociales subían de esta manera mientras se adelantaban las campañas en defensa de la democracia, esto es, del socialismo entendido a la Lamartine y Saint-Simón. El presi­dente López zigzagueaba: ponía presos a Posada y Piñeres para a pocos meses perdonarles su mamagallismo y dictarles un decreto de indulto. En las reuniones de la Sociedad Democrá­tica, como entre los masones, se pasó a atacar una parte del clero —el que se ponía descaradamente a favor de los godos— y a promover una nueva expulsión de los padres jesuítas. Se esta­ba formando entre los artesanos y sus directivos un espíritu de lucha y sacrificio heroico en anticipación de lo que los camara-das franceses habían hecho en las barricadas de junio de 1848

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Joaquín Pablo Posada, uno de ¡os editores de E l Alacrán (1849).

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en París. Por eso Nieto se aprendió la famosa cuarteta de Louis Ménard (Homenaje a los sublevados) para recitarla en algunos de sus discursos:

Vosotros dejáis an tes que nosotros una tierra maldita donde Dios mismo está de pa r t e de l más fuerte, donde e l pobre es esclavo, donde su raza es proscrita, donde e l hambre sólo tuvo un remedio: la muer te ' ' .

Mientras tanto, los conservadores de Cartagena respondían fundando su propio periódico, El Porvenir (distinto del poste­rior), publicando fuertes invectivas contra los liberales. En particular les irritaba la postura anticlerical de éstos, que llevaba a compararlos con Caín y Abimelech. Un artículo típico de este periódico terminaba así: "¿Cuál de los dos posee más elementos para alcanzar el triunfo: el partido rojo-impío sin estabilidad, que oscila entre la vida y la muer te , o el catolicis­mo, sólido en sus bases, valeroso y triunfante en sus luchas? ¿Quiénes estarán más próximos a su caída: los partidarios de la democracia roja del gabinete, o los ministros de Jesucris to del altar? Si es en este concepto que se combate con la Iglesia, que siga la lucha, que el combate es condición de la victoria". (No. 18, diciembre 25, 1849).

El grave conflicto inminente con el partido conservador, agudizado por la campaña socialista liberal, desbordaba ya los alcances de La Democracia y su grupo. Se sentía el vacío político y social dejado por la clase dirigente desertora, y se necesitaban aliados y apoyos nacionales e internacionales para hacer frente a la reacción goda que se venía como un retorno al despotismo militar y clerical. Por fortuna, el núcleo cartagenero se vio refor­zado desde fuera cuando el presidente López, nombró como gobernador de la provincia de Cartagena al caudillo general José María Obando, recién llegado de su exilio en el Perú. Era un ídolo popular, el eterno candidato a la presidencia que, por lo mismo, podía aspirar seriamente a ser el sucesor de López y asegurar la continuidad de la política considerada socialista del gobierno liberal. Además, era II . . P . ' . H . ' . , un Ilustre Poderoso Hermano masón.

El viaje de Obando a la Costa atlántica con su esposa doña Timotea Carvajal en el vapor Nueva Granada (de la Compañía Naviera de Santa Marta), con el capitán W. A. Chapman a cargo, se convirtió en una apoteosis. No hubo puerto del río

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(Camacho Roldan, 2). Y José Eusebio Caro (otra gran figura del mismo santoral) se contagió tanto con las nuevas ideas que re­sultó saintsimoniano y propuso un vuelco casi total en las reglas de la ortografía castellana, idea extraordinaria que tuvo el cora­je de llevar a la práctica (por dos números completos) en su pro­pio periódico / ! / .

A la confusión entre democracia burguesa y socialismo (además de la surgida entre cristianismo y socialismo) se añadió la de socialismo y comunismo. No era el comunismo de Marx y Engels al que se referían entonces, sino a la posición crítica de P. J . Proudhon sobre la propiedad como un robo ("c 'es t le vol") que aparece en su folleto, ¿Qué es la propiedad? (París, 1840). También se atacaba como comunista a Etienne Cabot (el oweni-ta de las colonias utópicas de Icaria) y a otros socialistas.

Pero a pesar de estas confusiones, los autodenominados [ B ] socialistas granadinos hablaron de su movimiento y actua­

ron muchas veces con un entusiasmo tal, que asustaron a

1. Sobre el problema teórico general del colonialismo intelectual en nuestras sociedades: O. Fals Borda, Ciencia propia y colonialismo intelectual (Bogotá, 1981), y fuentes allí citadas.

El debate sobre el socialismo, su pro y contra, se adelantó a nivel nacional entre 1848 y 1854 en muchos periódicos (El Neogranadino, El Día, El Socialismo a las Claras, Gaceta Comercial. El Suramericano, El Nacional), en términos muy semejantes a los de La Democracia, de Cartagena. Participaron en esta polémica los más distinguidos ideólo­gos de los partidos (José María Samper, Manuel Murillo Toro, José Eusebio Caro, Mariano Ospina Rodríguez, Florentino González, Eze-quiel Rojas, Manuel Ancízar). Véase el buen resumen de Robert L. Gilmore, "Nueva Granada's Socialist Mirage", en Hispanic American Historical Review, XXXVI (mayo de 1956), 190-210. Otras fuentes y sobre el origen de los partidos en Colombia: Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia: 1849-1914 (Bogotá, 1970), 17-85; Germán Col­menares, Partidos políticos y clases sociales (Bogotá, 1968), 21-50, 141-154; Alvaro Tirado Mejía, Introducción a la historia económica de Colombia (Bogotá, 1971), 119-128; Jaime Jaramillo Uribe. El pensa­miento colombiano en el siglo XIX (Bogotá. 1974); Guillen Martínez, 259-400.

Algunos testimonios son interesantes: "Socialistas sin comprender­lo" (Samper. 268); "el Gólgota, primera tribuna del socialismo" (Sam­per, según El Neogranadino, No. 122, 30 de septiembre, 1850); con un "hacha demoledora del tronco colonial" (Miguel Samper, 1867); "revulsión de humores, señales de mal fuego" (Miguel Antonio Caro, biografía de su padre José Eusebio Caro, 1873, en donde se destaca el saintsimonismo de éste y la ortografía); "esperanza de los pobres" (Joaquín Pablo Posada y Germán Piñeres, El Alacrán, 1849).

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Magdalena donde no se construyeran arcos triunfales al "ilus­tre proscri to" y se le recibiera como "padre del pueb lo" con salvas y cohetes, lluvias de flores y monedas , bailes y fiestas de toros, recitaciones de bellas jóvenes y discursos prosopopéyicos de las notabilidades locales en los cuales se le comparaba con Aristides, el famoso perseguido griego de la antigüedad. Oban­do respondía con humildad "perdonando a sus enemigos y brindando por el orden constitucional" y por Santander, "el Hombre de las Leyes" , colocando el encarnado gorro frigio de la libertad a los esclavos en las ceremonias de manumisión que en su honor se celebraron, y dando besos a las señoritas que se le aderezaban como ninfas para representar a la Fama y la Justicia —especialmente las que tar tamudeaban de emoción—, diri­giéndose en especial a los artesanos de cada sitio para decirles que sus obsequios "nacían del corazón y no se pagaban sino con el corazón". Era una magia contagiosa. Al llegar a Barranca el 17 de junio de 1849, Obando y su esposa desembarcaron para seguir en bestias a Cartagena por Alcibia, donde se les prepa­raba otra gran recepción.

En la casa de campo de su pequeña hacienda en tierras de Alcibia y Preceptor a media legua de la ciudad, les esperaban Juan José Nieto y Teresa Cavero con un suculento sancocho, digno del hermano que se acercaba. Nieto ya era de las figuras más destacadas de la masonería: había accedido hacía poco al grado 33° y desempeñaba no sólo el cargo de Soberano Gran Inspector General de la Orden, sino el de Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo Neogranadino con sede en Cartagena, el más alto rango masónico del país. Algunos de estos eventos merecen recordarse ahora, porque llevaban a reforzar la línea socialista-liberal de la Costa y los trabajos de las Sociedades Democráticas. Véamoslo, mientras Obando se aproxima a Alcibia para encontrarse con Nieto. [C]

La logia y el Gran Protector

La respetable logia Hospitalidad Granadina No. 1, la más antigua del país como hemos dicho —a la cual pertenecía Nieto desde 1839—, venía reuniéndose con relativa frecuencia en su templo de la calle de San Juan de Dios. Hacía poco había recibido a Evaristo Soublette, hijo del general venezolano y procer Carlos Soublette (desterrado de su patria) como lubetón o

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El gobernador José María Obando y su esposa. Timoteo Carvajal, en ¡848 en Cartagena. (Tomado de Rodrí­guez Plata).

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aprendiz. Era una logia grande de 67 hermanos del grado 1 °. al 33 °. Reunía algunos de los elementos más destacados de Carta­gena, especialmente los que ascendían en la escala social y económica y llenaban el vacío producido por la decadencia o emigración de la aristocracia antigua.

En la logia se encontraban, entre otros: Narciso de Francisco Martín —hijo de J u a n , el acaudalado comerciante que acababa de ganarse el monopolio del tabaco en Girón (Santander)— junto con otros 12 comerciantes; el cabildante Lázaro María Pérez y otros 10 abogados; Manuel Ambrosio de Bustos y otros dos funcionarios gubernamentales; el coronel Manuel María Guerrero, procer de la Independencia, y otros 9 militares de alta graduación; Manuel Román y Picón, padre de doña Soledad, y otros dos farmacéuticos; dos médicos (Antonio A. Tatis y José Ángel Gómez); el padre momposino Manuel Eusebio Flores (cura del Pie de la Popa) y otros tres presbíteros católicos acti­vos en sus parroquias. Allí también estaban otros dos miembros del núcleo liberal de La Democracia: José Araújo y Antonio Benedetti .

A mediados de 1849 se supo en el Supremo Consejo Neogra­nadino que el expresidente de la República, el II. • .P.- .H. •. Tomás Cipriano de Mosquera —de paso en Barranquilla, a donde se había dirigido una vez que entregó su alto cargo en la capital al II .-.H.-. José Hilario López (grado 18 °)— había dado a entender que merecía una promoción (' 'aumento de salario' ') al grado 33°. He aquí la oportunidad de saldar cuentas con Mos­quera, el caucano matón que lo habría fusilado en 1842 si no hubieran intercedido la mulata Susana y los hermanos masones; ahora podía darle una lección de humanidad y generosidad costeña, determinó Nieto como Supremo Gran Comendador del Consejo. Propuso entonces no sólo la promoción pedida, sino que se proclamase Gran Protector del Gran Oriente Granadino Americano a su antiguo enemigo, y que se exhortase al exman­datario a viajar a Cartagena para recibir el nuevo título.

La tenida solemne con este objeto, presidida por Nieto y el venerable Maestro, II.-.H.-. Antonio de Zubiría y Herrera (grado 32°), tuvo lugar en el templo masónico el 18 de junio, cuando Obando salía de Barranca para Alcibia. Mosquera llegó, como de costumbre, elegantemente vestido y luciendo algunas de sus medallas y bandas . Los hermanos masones fueron arribando a su vez, con sus respectivos atavíos y símbolos, dándose el toque secreto y recordando los signos. En el entusiasmo del acto, no

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la clase dominante conservadora y alarmaron tanto a la burgue­sía comercial como al clero y al incipiente grupo manufacture­ro. Estos pensaron que tales ideas podían llevar a la socialización total de la propiedad en el país. Fue el primer temor que les asaltó cuando los artesanos y Meló tomaron el poder en 1854,

Estos socialistas rebeldes y críticos de la Nueva Granada — por lo menos los que se consideraban como tales a contrapelo del sistema tradicional, asi ignoraran las bases científicas de su posición— constituían una antiélite ideológica (política). Este es el sectot de las clases dominantes (en sociedades diferencia­das) que reta a los pares privilegiados de su clase con sus propias armas y procedimientos, con conocimiento desde dentro, al reflejar la intensidad del conflicto que ocurre a todo nivel en la formación social. Las actuaciones de la antiélite tienen influen­cia sobre la sociedad como un todo. La aparición de este ilustra­do sector rebelde en una región (como la Costa), o en un país es, por lo tanto, síntoma de escisiones económicas, políticas y morales en las clases altas que se sobreponen a las diferencias simplemente generacionales, fenómeno superestructura! im­portante que debe observarse cuidadosamente (por razones tácticas y estratégicas) por aquellos interesados en promover cambios revolucionarios.

No hay razón para que los conceptos de antiélite y el de su contrapane, élite, se dejen monopolizar por los fascistas y sus filósofos de cabecera (Mosca, Michels y Pareto entre ellos), olvidando que se derivan de la literatura socialista clásica, especialmente de los análisis bienintencionados del conde de Saint-Simón. En manos de marxistas competentes, como Tom Bottomorc, los conceptos de élite y antiélite, al conectarlos con la dimensión de sector y clase social y el proceso histónco-natu-ral, han ganado valor para describir aquellos conflictos internos en grupos o facciones oligárquicas que, por regla general, pasan desapercibidos por no querer ver sino la gran confrontación clásica de burguesía y proletariado. (Cf. T. B. Bottomore, Élites andSociety, New York, 1964). En esta forma se ha ido más allá de las simplicidades de este enfrentamiento para ver "las entra­ñas del mons t ruo" y demoler la falsa imagen de monolito que tienen los grupos o sectores explotadores.

Las antiélites ideológicas ocurren cuando sus miembros (intelectuales relativamente jóvenes de buena fama y posición social, esto es, pertenecientes a familias dominantes o distin­guidas) son capaces de anicular una posición política critica o

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observaron algo extraño: por la puerta del templo, guiadas hacia la luz de la antorcha ritual que un maestro había colocado al lado del estandarte de la logia, entraron como en formación de escuadra varias mantis mariapalitos. Revolotearon por un momento, se posaron luego en una mesa lateral al pie de la ces­ta del braserillo y del perfume, y levantaron marcialmente las páticas delanteras.

Abiertos los trabajos, fue pulsado el pórtico del templo y se organizó el ritual. Una pequeña orquesta de hermanos masones tocó un himno. El Venerable Maestro de Zubiría pronunció unas palabras de bienvenida y rogó al maestro de ceremonias condu­cir al Oriente al I l . ' .H . ' . Mosquera, donde éste tomó asiento. Nueva pieza musical. A continuación, el Venerable Maestro levantó de su silla a Mosquera y le pidió renovar el juramento masónico. Subía la diestra el general, cuando de improviso tomaron vuelo las mariapalitos desde la cesta del braserillo y se dirigieron al estandarte . Nieto, que estaba próximo, se acer­có a espantarlas con su mallete. Cuatro de ellas lograron escapar de las maliciadas del Gran Comendador. Pero otra, seguramente impulsada por tendencias atávicas sólo comprensibles desde el nacimiento de su especie en la violencia ancestral , decidió hacerle un homenaje al general Mosquera y se le posó en el cachete, arriba del poblado bigote. Mosquera se espanta y mueve la cabeza, agita la diestra. La mantis no se le separa. Lo muerde con sus dientecitos filudos, con aparente deleite, mien­tras los hermanos, Nieto y de Zubiría se levantan asustados de sus respectivos sillones.

Desconcertado, Mosquera sólo alcanza a lanzar un impro­perio y a exclamar: "¡Nunca me había pasado nada parecido, ni siquiera en el mon te ! " . Nieto se aproxima con el perfume ritual y trata de aplicárselo en la mordedura. "Eso no s i rve" , grita alguien. "Traigan un poco de barro de puerco y llamen a un curandero" .

El ágape fraternal se interrumpe para dar lugar a la cura­ción. "¡Increíble este acc idente!" , musita el Venerable Maes­tro. "¿Tendrá algún sen t ido?" . Y supersticioso toca madera .

Recompuesta la tenida solemne, la pequeña orquesta toca entonces otra pieza musical. Viene ahora el discurso del II . - , P . ' . H . ' . general Mosquera, ya como Gran Protector del Gran Oriente Granadino Americano, los aplausos con Triple Batería de Júbilo, los abrazos fraternales y los gritos rituales: "¡Odio eterno a la tiranía y a los tiranos! ¡Guerra a la Compañía de

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El Maest ro masón Tomás Cipriano de Mosquera. Gran Prolector del Oriente Granadino (1849).

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J e s ú s ! " . Y, por último, el ágape con una buena cena, aunque medio fría por la complicación inesperada de las mariapalitos.

Pes tes , leyes y porros

Al llegar a Alcibia al día siguiente, el 19 de junio de 1849 por la tarde, Obando desciende del caballo, abraza a Nieto, echa una ojeada cariñosa a las nacientes canas de la barba y de las sienes de éste , y le estrecha la mano con los consabidos toques secretos. El encuentro es muy cordial: se trata de un anfitrión que no sólo combatió por la causa liberal en 1841 sino que pade­ció destierro y encaneció en la misma. El II. • .H. •. presidente López se lo había recomendado a Obando antes de salir de la capital. Nada, pues, más justo que ofrecer a Nieto un nombra­miento como Jefe Político del cantón de Cartagena. Nieto acepta agradecido y continúa con Obando y su esposa Timotea en la cabalgata a la ciudad. Doña Timotea se hará íntima amiga de Teresa y del mismo Nieto.

Para entonces se habían reunido no menos de mil personas en Alcibia. La cabalgata y el cortejo avanzan ahora por el cami­no del Pie de la Popa. En San Felipe había un arco triunfal y una banda y echaron cohetes a volar. La calle de la Media Luna se cubrió con adornos florales y banderas de varios colores. En la plaza del Matadero (hoy de la Independencia) se había construi­do un templete donde el doctor Royo pronunció un discurso de bienvenida. Finalmente, detrás de una multitud de jóvenes y muchachas que iban bailando, silbando y chiflando al compás de la banda, Nieto acompañó al general Obando y doña Timotea a su alojamiento en la casa de Manuel Marcelino Núñez, donde el II.'.H.-. Benedetti pronunció otro discurso y presentó a Oban­do un bastón de mando, en nombre de los ciudadanos. Algunas cantoras de fandango improvisaron entonces esta famosa copla:

E l año que viene si Dios nos da vida, veremos a Obando sentado en la Silla.

En su posesión de la gobernación al día siguiente, que reci­bió de manos del coronel Antonio del Rio (Posada Gutiérrez, el titular, ya se había ido), Obando dijo: "Sobre este libro santo he

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rebelde, basada en incongruencias e injusticias observadas en la sociedad, o inspirada en la necesidad de redistribuir de manera equitativa entre clases explotadas las ventajas materia­les y estímulos culturales que emanan del poder, la riqueza y el prestigio. Cuando se organizan como sector y articulan su rebel­día con la de otras clases sociales —como la de los artesanos en Cartagena para quienes la antiélite liberal local actuó como grupo de referencia— las antiélites ideológicas tienen un gran efecto transformador en toda la sociedad, y pueden constituirse en factor positivo para el nacimiento de una formación social, como es el caso que nos ocupa.

Estos sectores críticos son importantes para la iniciación o intensificación de periodos subversivos (en el sentido histórico que he propuesto antes , tomo I), aunque, como lo veremos, no se caractericen por la constancia y queden sujetos a otro princi­pio sociológico: el de la cooptación (captación) que frena el impulso revolucionario que llevan. Por esta razón puede argu­mentarse que las antiélites, en genetal , guardan tendencias conservadoras que deben superarse si se quiere llegar a las meras (utopías) postuladas del cambio social. (O. Fals Borda, Subversión y cambio social, Bogotá, 1968, 186-189).

La antiélite fue la que se encargó de transmitir en Cartagena y en el país las confusiones ya descritas. Fue ella también la que llevó a la Nueva Granada otra simplificación de la revolución francesa de 1848: dijeron sus miembros que la rivalidad allí experimentada era entre socialistas o comunistas (llamados " ro jos" por haber enarbolado banderas de este color en los ayuntamientos) y monarquistas o absolutistas (llamados " g o d o s " para referirse a los reyes visigodos antiguos y atra­sados).

Por esta tronera abierta por la antiélite se vino al fin como un turbión la definición bipartidista nacional planteada desde la guerra de 1840-1842 que había enfrentado a ministeriales con federalistas. Ahora se aceleran las delimitaciones, cristalizan las tesis y se determinan las facciones ideológicas con una rapi­dez apabullante: al fin surge la Idea. En el corto periodo de unos meses , en 1849, los ministeriales bolivianos encabezados por Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro producen un manifiesto constitutivo del partido conservador; y los federalis­tas antibolivianos hacen lo propio, encabezados por el abogado boyacense Ezequiel Rojas (masón), para lanzar al partido libe­ral. Fstos manifiestos son retomados a nivel regional por sus

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jurado hoy la constitución de 1843; y aunque ella no es la de mi corazón porque no contiene mis principios políticos, me basta que sea el único lazo que une a los granadinos [... ] tampoco me toca averiguar su origen ni inculcar sus defectos: poder y trámi­tes tiene la Nación para llegar a su tiempo a este elevado fin". Notable declaración de intenciones que ayuda a explicar la conducta indecisa de Obando más tarde como presidente de la república, ante el golpe militar de su amigo José María Meló (1854).

Nombra a Nieto como jefe político del cantón. Este nombra­miento, por supuesto, no es totalmente gratuito. A) hacerlo, Obando incorpora a su gobierno una figura principal de la masonería y del liberalismo regional. La adhesión del Supremo Consejo Neogranadino y de la logia cartagenera a la figura de Obando —y con ellos, la de las demás logias del país— será factor fundamental en la marcha de éste hacia el poder en Bogo­tá, en las elecciones de 1853-

Desgraciadamente, la posesión de Obando y las primeras semanas de su gobierno con Nieto se empañaron por una de las peores catástrofes que hayan ocurrido en la Costa: la aparición del cólera morbo asiático, llamado allí la "pes t e del tablón", que producirá alrededor de 20.000 muertes entre junio y agosto de 1849. Indirectamente, era una consecuencia del desarrollo capitalista desbocado, de la locura del oro californiano, ya que fue un "prospector" gringo enfermo quien había traído el morbo de Nueva York a Colón. De Colón habían llegado el 20 de junio al puerto del mercado algunas goletas con gente moribun­da. Varios pescadores murieron allí mismo. Ahora se infectaba Cartagena y de allí la enfermedad saltaría en las zonas calientes del país de pueblo en pueblo, hasta llegar a Honda en el Alto Magdalena.

La labor de Nieto como jefe político del cantón para combatir los estragos del cólera fue heroica y dedicada. Así lo reconocie­ron hasta los conservadores de El Porvenir. Organizó juntas de padres de familia y parroquiales de socorro en coordinación con los alcaldes; puso a trabajar a la guarnición y a todos los médicos y boticarios, entre quienes se distinguió el doctor Vi­cente A. García; prohibió la yuca brava por su veneno, el cazabe y el bollo de yuca, el pescado salado y el cangrejo por sospechar del barbasco con que los pescaban; y ordenó tiros de cañón desde los castillos para ver si así se purificaba el aire.

La peste reveló claramente la estructura de las clases socia-

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respectivos amigos y agentes: por Nieto, Núñez y sus compañe­ros del periódico La Democracia, en Cartagena y su provincia.

Así, salen ambos partidos formalmente a la palestra política bajo la refulgente luz de los acontecimientos franceses e impeli­dos por la revolución republicana del momento. De los franceses se toman los remoquetes " ro jo" y " g o d o " para los partidos. Con esta burda imitación se procederá a la lucha por la demo­cracia en Nueva Granada, en la modalidad preferida.

El objetivo de los liberales renovadores, especialmente los de la antiélite regional y nacional, resultó obvio y claro: demos­trar que socialismo era igual a una versión burguesa adelantada (liberal) de democracia, y que así se fomentaría el bien común, entendido éste como la suma del interés individual y la libre competencia con seguridad en los bienes adquiridos. Por lo tanto, se decía, si se impulsara correctamente la democracia burguesa en Nueva Granada hacia las metas proclamadas de igualdad, asociación y libertad, y si se rompieran las barreras raciales, educativas y religiosas, se construiría el socialismo.

(Tal es el origen remoto de nuestro "socialismo a la colom­biana' ', el que reaparece en el siglo XX con diversos movimien­tos —UNIR, MRL, ANAPO— ampliamente conocidos. Todo lo cual demuestra que quienes confunden socialismo con subver­sión apatrida, ignoran que el socialismo viene imbuido en nues­tra historia casi desde el nacimiento de la nacionalidad; que si asustó a una parte de la población en el siglo XIX fue más por ignorancia que por inconveniencia. Indudablemente este asunto se entiende mejor por las masas ahora, puesto que ha sido bús­queda latente o manifiesta del pueblo colombiano desde hace muchos decenios).

De allí la racha de leyes de reforma radical identificadas con el socialismo liberal que aprobó o impulsó el Congreso de 1850, ya con el partido liberal (y parte de la antiélite) en el poder y con el general José Hilario López como presidente de la república, leyes que le dieron un vuelco a la tradición y permitieron sentir ese momento histórico como revolucionario.

En realidad, éstas no eran leyes socialistas. Pero la reinante falacia sobre el socialismo radicalizó la lucha política e ideoló­gica sobre las leyes aprobadas, e intensificó los conflictos. El político-religioso fue muy agudo, hasta el punto de llegar a pro­ducir el primer cisma serio que haya experimentado la Iglesia católica nacional. La situación siguió tensa y conflictiva hasta cuando llegaron las amenazas y tentaciones de cooptación de la

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les. En efecto, se observó que durante los primeros 18 días la enfermedad "no subía escalera": ninguna persona que viviera en casa alta cayó enferma. Los pobres e indigentes sufrieron más, pues los ricos que iban con calzado y medias se salvaron casi siempre de la peste. Aún así, hubo alrededor de 30 muertos diarios. Agonizaban en veinticuatro horas con terribles calam­bres, afecciones intestinales y vómitos, con frío en los pies y manos; caían lívidos y azulados, revueltos en sus heces. De nada les valieron los kilos de manzanilla y sagú y los frascos de láudano recolectados en la ciudad y en los campos vecinos. Mejor resultado dio después el tártaro emético.

El lo. de julio pudo Nieto comunicar en El Impulso a la ciu­dadanía que la epidemia había cedido, hasta en las parroquias de Santo Toribio y la Trinidad que habían sido las más afecta­das. El gobernador Obando programó así un viaje a Barranqui­lla, para el 12 de julio; y la gente volvió a hablar de juegos, de los toros, de los gallos, del teatro y hasta de un posible baile de máscaras en la Casa consistorial. Pero la cuenta de muertos subía a 600 en total y la cifra llegaría a 2.400 en unas semanas más. ¡La cuarta parte de la población de Cartagena sucumbió en esta hecatombe! (Y 1.300 en Barranquilla, 790 en Mompox, 550 en San Estanislao, 505 en el Cerro de San Antonio, 470 en Sitio-nuevo, 404 en Ciénaga, 320 en Santa Marta, 200 en Remolino, etc. según El Neogranadino de Bogotá del 28 de septiembre de 1849).

Por fortuna los masones levantaron dineros para ayudar a las víctimas; el fondo más grande se recibió de la logia Estrella del Tequendama No. 11 de Bogotá. Los fondos se manejaron con gran pulcritud, con informes públicos de entradas y salidas, aunque no había auditores ni contralores como hoy.

¡Ocho años de paz y prosperidad a punto de perderse por la peste del tablón! Estuvimos de buenas en Palo­mino: algunos enfermos, pero ningún muerto. Quizás fue por el humo de las calillas de mi hermano Agustín quien, de pronto, empezó a fumar como loco. Prendía las calillas en cadena, se las paraba en la quijada entre los dientes, las sostenía para abajo desde el paladar, se volteaba la punta de la candela para dentro de la boca, tal cual como lo hacía mamá Tina, y cuando no tenía más nada, mascaba hasta los cabitos. La casa ya no se veía por el humo que botaba.

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antiélite, las reconvenciones antisocialistas del ya presidente José María Obando y la caída de los liberales, junto con los artesanos, en la contrarrevolución de 1854. Entonces se sepul­tará la quimera socialista de 1848 y se desterrará o golpeará a sus sostenedores, entre ellos a Nieto.

La organización política de los artesanos en el país y en la fCl provincia de Cartagena durante la revolución del medio

siglo recuerda y anticipa el conocido principio leninista —vigorizado intelectualmente por Lukács y otros marxistas— de la exogénesis de la conciencia de clase en los sectores popu­lares. Según este principio, es función de los intelectuales del partido revolucionario llevar el mensaje adecuado a las masas para que, con la conciencia política generada, éstas pasen a conformar, de una clase en sí, otra clase para sí. La verdad revolucionaria por regla general es exógena y aparece como una fuerza ideológica que impulsa a las masas a la acción, con la guía del partido revolucionario que los intelectuales inician y comandan.

Hay, no obstante, una diferencia radical entre la experiencia leninista y lo ocurrido en la Nueva Granada a mediados del siglo pasado: no surgió ni se impuso entonces una estructura parti­dista vertical, autoritaria, cerrada, sujeta al principio del centra­lismo democrático, sino una organización flexible y abierta de facciones que respondían más al control de abajo hacia arriba que al contrario: una estructura basada en el poder de los diri­gentes de provincia y de ciudad. Si surgieron también caudillos (como Obando y Mosquera) que hicieron converger la acción local de dirigentes y facciones a determinadas metas y a inte­grarlos racionalmente, la adhesión de éstos a los caudillos no se debió a ninguna férrea disciplina de partido, ni a ninguna clara conciencia de clase, sino a sentimientos comunes de lealtad, compañerismo, familia e intereses económicos y sociales inme­diatos o regionales.

En esta organización de abajo hacia arriba desempeñaron papel importante los intelectuales críticos de las provincias, es decir, los de la antiélite. Estos intelectuales críticos organizaron localmente a los artesanos de acuerdo con lo que habían oído sobre "clubes" populares en Francia durante la revolución de 1848. Para el efecto, las Sociedades Democráticas de artesanos —que funcionaban en algunas ciudades desde años antes con fines de alfabetización y cultura en clases nocturnas— fueron

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El vicio le comenzó cuando el viejo Martínez Tronco-so —el famoso masón que seguía con la goma de su banda de viento en Mompox— le mandó a Agustín un clarinete viejo dentro de un catabre con restos de hojas secas de tabaco. El clarinete quedó con tanto sabor de ellas, desde la bocina hasta la boquilla, que no podía Agustín comenzar a soplar sin marearse del olor ni sin que salieran volando pedacitos de hojas de alguna par­te. Hasta que resolvió convertirlas en calillas y fu­marlas. En esos días apenas le estaba pintando el bozo. Pero esto no era nada raro. Casi todos los niños campesinos fumábamos: yo le jalé al cigarro desde que tenía diez años, porque es una buena contra y cura los dientes.

Unidos por la enfermedad, separados por la ideología. A fines del año de 1849 se experimentaron tensiones en la Socie­dad Democrática por la petición de un grupo de artesanos cartageneros a la Cámara de Representantes para un aumento de los derechos de importación de artefactos extranjeros que competirían con los nacionales. El grupo nuñista de intelec­tuales les había argumentado en contra haciéndoles ver que, como consumidores, se beneficiarían porque los productos extranjeros llegarían más baratos. Y que debían vencer la pere­za que escudaban con su monopolio, como traba del progreso y de la industria.

La crisis estalló en febrero de 1850. La Sociedad Democrá­tica dejó de reunirse hasta abril cuando la revivió el doctor José Manuel Royo con clases gratuitas para adultos en un salón de la Escuela Normal, los martes y viernes de cada semana (sobre religión, lectura, escritura, cálculo y dibujo industrial, usando el folleto Instrucción moral y religiosa, del mismo Royo). Pero, en compensación, apareció desde el lo. de febrero una publicación gremial independiente, El Artesano, escrita (en apariencia, según los conservadores) por los mismos artesanos, que se publicó en las recién importadas imprentas propias de La Democracia.

Por enfermedad de Obando —no era el cólera, por fortuna— Nieto había tenido que encargarse de la gobernación de la pro­vincia del 29 de agosto al 16 de septiembre de 1849. Su estrella política iba en ascenso, su prestigio acrecentado por la conducta observada durante la crisis de la peste. Decidido a lanzar de

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convertidas en foros políticos para radicalizar la opinión y hacer militancia partidista a favor del socialismo entendido como se ha explicado. Esta politización o "democratización" quedó a cargo de los ilustrados, esto es, los intelectuales de la antiélite y del partido (románticos colonizados y católicos al estilo de Samper, Azuero y Camacho) que habían formado sus propios organismos superiores de estudio, discusión y acción, como la "Escuela Republicana" de Bogotá. Tal división de tareas ideológicas entre "educados" y "educandos" (jefes y cuadros) tuvo efectos positivos en la radicalización de los artesanos, sus líderes y familias en la primera etapa de la lucha. Así les prepararon para los motines y las confrontaciones armadas como vanguardia revolucionaria que siguieron después, en las que desgraciada­mente fueron dejados casi solos.

Los liberales fundaron Sociedades Democráticas en la Costa poco antes y después de la elección para presidente de la república de su copartidario el general masón José Hilario López (7 de marzo de 1849) y del nombramiento de otro general masón, José María Obando, como gobernador de la provincia de Cartagena (20 de junio de 1849). En Cartagena, el capítulo local se organizó simultáneamente con el lanzamiento del periódico La Democracia, el lo. de abril del mismo año. Juzgando según las agencias de distribución del periódico (publicadas en la manchette del mismo) es posible que sociedades similares se establecieran en por lo menos otros nueve pueblos o ciudades de la Costa. Había buenos grupos de artesanos (y de masones) en esas poblaciones. Estos grupos y sociedades sirvieron para consolidar al partido liberal en el poder y cimentar la victoriosa candidatura de Obando a la presidencia en 1853. También sirvieron para apoyar a Nieto en su ascenso político y en sus iniciativas cívicas, primero como jefe político del cantón (1849), después como representante a la Cámara (1850-1851) y gober­nador de la provincia de Cartagena (1851-1853). Como goberna­dor, Nieto presidió la promulgación local de la libertad de los esclavos el lo. de enero de 1852; desterró al obispo de Cartage­na, Pedro Antonio Torres, por desobedecer la ley sobre elección popular de párrocos; cerró algunos conventos; inauguró en la ciudad la primera escuela primaria oficial (de niñas); y promovió la reconstrucción del canal del Dique / 2 /.

2. Carnicelli. 1. 129-130; Bossa Herazo, 129; Camacho Roldan, 75-80;

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nuevo su candidatura a la Cámara de Representantes por las parroquias de la Catedral y Bocagrande, esta vez obtuvo el apoyo de la Sociedad Democrática y de su grupo intelectual, los votos de los vecinos y artesanos de las parroquias, la adhesión de los masones, y la solidaridad de los campesinos de Alcibia y Ternera.

Distinto de lo ocurrido en 1838, ganó la mayoría de los electores y su credencial para viajar a la capital de la república. Le va a tocar en suerte asistir a uno de los Congresos Naciona­les más trascendentales de la historia del país, el de los años de 1850y 1851.

Así, Nieto cabalga a Barranca en febrero junto con su hijo Lope —quien se decidió a acompañarlo por el fangoso camino de Mahates— para esperar al barco Nueva Granada, que venía río arriba desde Barranquilla y seguir a Honda y Bogotá.

El clarinete, la trompeta y el tabaco seguirían mez­clándose en nuestras vidas por muchos años. Cuando Agustín y yo tuvimos noticia que en las sabanas de Co­rozal el tiempo mejoraba por la exportación del tabaco y que, además, se estaban formando bandas y orquestas para animar las fiestas y berroches que hacían los nue­vos ricos y los comerciantes extranjeros, resolvimos salir de Palomino e irnos para El Carmen.

Con dos mochilas llenas de ropa y bastimentos, y con los instrumentos de música, nos embarcamos en un champán en Pinillos, dejando a mamá Tina con unos compadres. Esa noche en el río, de pronto vimos como un resplandor blanco cerca de Santa Cruz. " ¡Mierda! ' ' , gritó alguno, " e s el vapor Nueva Granada, se varó el hi jueputa". Así fue, por allí pasamos a un costado del buque que se había varado en la playa en un recodo del canal, y se armó una nueva escaramuza de la lucha entre los bogas y el vapor como la que habíamos tenido en Mompox a la llegada del barco Unión. "¡Práctico bru to!" , le gritó un boga al técnico del vapor. "El río está medio seco por el verano, pero no es para que te vares por e so" . "Por favor, digan en Magangué que estamos varados, que nos manden comida" , pidió el capitán [Chapman] en su español atravesado, mano­teando desde la cubierta entre una nube de mosquitos, [Allí debía de estar también el coronel y diputado Nieto

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E l vapor Nueva Granada, hacia 1850. (Acuarela de Mark) .

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atizándose los bigotes, hamaqueándose y rezongando], " ¡ Juá ! No sean maricas, ustedes nos están quitando la comida, mamen ahora" . Y los bogas, burlándose a carcajadas, dejaron deslizar el champán río abajo, dejando al inútil monstruo de hierro entre los chillidos de los monos, pitando de rabia.

Tres días más tarde desembarcamos en Zambrano, la puerta de El Carmen, por donde salía el tabaco en peta­cas de cuero a lomo de muía, en grandes recuas. A pie anduvimos el trecho entre los dos pueblos, pasando por las lomas de Miranda y los cerros de María la Alta, con cultivos de yuca y ñame que nos llamaron mucho la atención, Y de patilla y melón, guayaba y coco, y café y cacao. Hasta cuando en la vereda de Hatonuevo vimos comenzar los parches del tabaco, alrededor de altos caneyes [secaderos] con hombres y mujeres trabajando que eran de todas las edades .

En Hatonuevo nos quedamos algunos meses traba­jando en el tabaco, más que todo ayudando a las fami­lias cosecheras a desyerbar, cortar la hoja, secarla y alisarla. Ellos no eran dueños de la tierra que trabaja­ban y pagaban al propietario alrededor de una arroba de tabaco en rama por hectárea sembrada. Siempre los vimos endeudados con los patrones porque recibían avances en condiciones imposibles. [D]

Quienes compraban el tabaco para llevarlo a Alema­nia eran casi todos extranjeros: entre ellos unos judíos sefarditas y otros de verdad que llegaron de Curazao, a quienes fuimos conociendo en el pueblo. A Agustín, quien tenía mejor letra que yo, lo emplearon rápida­mente en uno de esos almacenes. Le cayó en gracia a don Antonio Jasir , uno medio mayupa que se enamoró de él, y con la ayuda y amistad de este buen curazaleño pudimos vivir en El Carmen. Poco después abrí una botica de hierbas al tiempo que Agustín y yo entrába­mos a una banda de músicos, la Arribana, porque era la del barrio arriba (la Bajera era la del barrio abajo).

La subida a la capital por el camino de Honda resultó más fácil que por el seco Magdalena, y el ciudadano coronel de la Guardia Nacional Juan José Nieto llegó por fin para ocupar su curul en la Cámara de Representantes.

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Caney de tabaco cerca de El Carmen.

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Uno de sus primeros pasos en Bogotá fue entrar en contacto con los masones de la Logia Estrella del Tequendama No. 11. Era entonces su Venerable Maestro el I 1 . . P . . H . ' . general Vale­rio Francisco Barriga. Una tenida solemne con ágape fraternal se realizó el 7 de marzo de 1850 en honor de Nieto como Sobera­no Gran Comendador. Fueron a su residencia, para acompañarlo al ágape por comisión del Maestro, el II.• H.". Antonio María Pradilla, el II. H. •. Salvador Camacho Roldan, el H.-. José Ma­ría Samper y el H.-. Carlos Martin. En la logia, Nieto volvió a encontrarse con el general Obando (de vuelta de Cartagena, donde dejó al general Tomás Herrera encargado de la goberna­ción) y con Manuel Murillo Toro, el antiguo secretario de Car-mona ahora en vísperas de convertirse en ministro. Conoció a otras luminarias políticas y militares del momento, como el abo­gado Ezequiel Rojas, el general José María Meló, el presbítero Juan Nepomuceno Azuero y el escritor José Caicedo Rojas, todos masones. Había una gran actividad intelectual, con diver­sas iniciativas en el Congreso que respondían a la situación nacional —la presión socialista y de los ar tesanos— e interna­cional por los eventos revolucionarios y contrarrevolucionarios de Europa.

Los masones, en especial, estaban empeñados en hacer expulsar a los jesuítas por considerar que sus actividades se dirigían a reforzar al partido conservador, con sus colegios y con la organización de Sociedades Populares que hacían competen­cia a las Democráticas. El 26 de abril los masones firmaron una carta encabezada por el general Barriga y Camacho Roldan, pidiendo al presidente López la expulsión. Nieto adhirió a ese documento. El decreto de expulsión se preparó en secreto, se expidió el 24 de mayo y se notificó y puso en ejecución inmedia­tamente.

Las leyes radicales de tefotma se prepararon, discutieron y aprobaron con gran rapidez:

20 de abril de 1850: se ordena descentralizar algunas rentas públicas para reforzar provincias y regiones económicamente.

15 de mayo: se suprime el grado científico para ejercer pro­fesiones. Nieto contribuye a este debate con una denuncia: "En Cartagena, dice, se hace un monstruoso monopolio con la ins­trucción [...] los únicos que disfrutan de las ventajas de la edu­cación son los que viven en la ciudad y los hijos de familias r i cas" . Lo que provoca una encendida protesta en el periódico conservador cartagenero La República (mayo 22, 1850): llama a

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Distinto de acá, en Francia los organismos y asociaciones populares promovidas en aquella época por el "Cuar to Es tado" partían de la venerable tradición de hermandades , gremios, maestrías y compagnonnages que venían albergando, guiando y socorriendo a los artesanos europeos. Algunas de esas herman­dades hacían remontar míticamente sus orígenes hasta la época de construcción del templo hebreo de Jerusa lén . Su agitación reivindicativa resultó espontánea ante el nuevo enemigo capita­lista, hasta cuando se establecieron los sindicatos modernos.

Esta transición socioeconómica estuvo apoyada, entre otros, por una sociedad secreta que asumió funciones antielitistas de formación ideológica y política, que también reclamaba para sí la construcción del templo israelita: la masonería. Iniciada en su versión moderna durante el siglo XVIII en Inglaterra y Prusia, la masonería (o francmasonería) se tornó en fermento revoluciona­rio especialmente en los países del sur de Europa (Francia, España e Italia), donde asumió actitudes libertarias valientes y luchó contra los gobiernos existentes, que eran regímenes monárquicos clericales y absolutos.

Esencialmente, la masonería era como una Iglesia laica dedicada a apoyar causas nobles, auxiliar los necesitados y brin­dar hermandad, amor e ilustración, donde se sancionaba o llamaba la atención a los hermanos que no respetaran los idea­les y consignas masónicas en su vida pública y privada, y se castigaba a quienes revelasen los misterios de la orden.

Samper, 228-231; Aníbal Galindo, Recuerdos históricos (Bogotá. 1900), 43. 53, 55.

Sobre la crisis de la Sociedad Democrática de Cartagena en 1849-1850: La Democracia (Cartagena), No. 3, 20 de abril, 1849 y No. 5, 10 de mayo. 1849; El Porvenir (Cartagena). No. 25, 5 de marzo, 1850 y No. 29, 15 de abril, 1850. (Colección de la Biblioteca Nacional).

Viaje de Obando a la Costa, almuerzo en Alcibia y discurso de pose­sión: Corrales. IV, 41-47.

Discurso de Nieto el día de la abolición de la esclavitud: Corrales, IV, 87-90; Bossa Herazo, 133.

Nieto y la persecución al clero en Cartagena: Corrales IV, 91-94. El problema del canal del Dique (1852): AGB, Gaceta oficial, 16 de

diciembre. 1852, 867-868 (informe de Juan May). La escuela de niñas "La Igualdad" (1853); Bossa Herazo, 132. Posible fraude en elecciones de 1853: Certificación de T. C. de

Mosquera ante la Suprema Corte en juicio contra Nieto, Bogotá, 28 de marzo. 1855, en Autodefensa. 61 (FP, No. 8).

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Nieto "hombre vulgar" , pero acepta que en la Universidad sí hay un "predominio del partido del orden [...] para evitar la incivilidad, el vicio y la vulgaridad' ' .

8 de junio: se establecen escuelas gratuitas de artes y oficios en los colegios nacionales. Tres años más tarde, el 25 de mayo de 1853, Nieto abrirá en Cartagena la primera escuela pública oficial: una escuela primaria para niñas, con el nombre de La Igualdad, anexa a la universidad. Desgraciadamente no sobre­vivirá por falta de alumnas decididas a educarse en las nuevas ideas.

22 de junio: se permite la libre enajenación y venta de las tierras de resguardos indígenas y se elimina el tributo.

14 de mayo de 1851: se aprueba el desafuero eclesiástico. 21 de mayo: se ordena la libertad definitiva de los esclavos

en todo el país. 27 de mayo: se atribuye a los cabildos y vecinos parroquiales

el nombramiento de los curas, ley que abrió el cauce para el más grave cisma que haya experimentado la Iglesia nacional (en Antioquia y por el presbítero J u a n Nepomuceno Azuero), ley cuyo desconocimiento llevó a grandes conflictos con la jerarquía católica.

Aprovechó Nieto para presentar al Congreso un proyecto de ley que recompensara los gastos a favor de la guerra de Inde­pendencia que había hecho su suegro el doctor Ignacio Cave­ro, en 1819- No tuvo éxito por haber sido esta petición demasiado tardía y estado envuelta en la deuda nacional compartida con Venezuela y Ecuador. También, con su generosidad caracterís­tica, apoyó una petición del comerciante ítalo-cartagenero el II.'.H.". Santiago Capurro para que se le devolviera el emprés­tito forzoso (200 pesos) de la guerra de 1840 que le exigió el señor Rafael Brango (aunque éste hubiera estado mezclado en la muerte de un inglés y otros en la playa del Zapote, durante ese conflicto); y de que se reinscribiera en el escalafón militar al coronel Alfonso Acevedo, también notorio combatiente de aque­lla guerra.

En la banda "Ar r ibana" de El Carmen de Bolívar, antes de llegar nosotros, no tocaban sino valses, mazur­cas, pasillos, danzas y contradanzas, aparte de las marchas de procesión que pedía el cura. El repertorio estaba escrito a notas y a mano en un libro que guarda­ba el director, pero todos tocaban al oído y de memoria.

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Internamente, los hermanos masones avanzaban por gra­dos, desde aprendiz o luvetón hasta el 33° (por la edad de Cristo) cuando adquirían el título de Soberano Gran Inspector General de la Orden. Para los otros grados también se imponían sonoros nombres de príncipes, caballeros, pontífices, maestros y comen­dadores, en vistosas ceremonias llenas de símbolos y ritos (al­gunos de éstos muy antiguos) y prendas de vestir especiales.

Las persecuciones que sufrieron, llevaron a los masones a defender fieramente sus secretos y a convertirse en sociedades conspirativas —y, por definición, románticas— en las cuales se impartían políticas para defender e imponer el modelo republi­cano y democrático. Terminaban cada reunión o " t e n i d a " con la consigna a viva voz: "Odio eterno a la tiranía y los t i ranos" . Así se extendieron a este lado del océano Atlántico tan pronto estallaron las guerras contra España, para lo cual emplearon a Jamaica como base hemisférica. De las logias de Kingston se dio estímulo y apoyo material a los ejércitos libertadores, en una primera ola masónica que en Colombia incluyó a muchos proceres de la Independencia y que terminó en 1828, por decre­to del desilusionado dictador Bolívar.

A pesar de varias condenas papales, las logias resucitaron al desaparecer Bolívar y la Gran Colombia, primero en Cartagena, en la Hospitalidad Granadina No. 1 —la de Nieto, fundada el 23 de junio de 1833—, la primera de otras once que se estable­cieron en el país hasta finales del siglo XIX. Los masones apoya­rán a Nieto en su gestión política y avance social, llevándolo a la más alta posición nacional de la Orden: Soberano Gran Comen­dador del Consejo Neogranadino del Grado 33 l i l .

La participación de los masones en la revolución francesa de 1848 es asunto polémico. Evidentemente, eran masones muchos de los actores de aquel movimiento. Su participación en el perio­do formativo de la Nueva Granada —cuando nace la formación social nacional— en cambio no puede esconderse, y ello consti­tuye otro interesante caso de colonialismo intelectual de claras consecuencias ideológicas y políticas. Fueron los masones gra-

3. Hoenigsberg, 25-33; Carnicelli, 1, 399-400 (logia de El Carmen). Sobre el nombramiento de Mosquera como Gran Protector y su cere­monia, véase Carnicelli, I. 129. Los datos sobre otros masones se basan en el exhaustivo estudio de Carnicelli.

Nieto en Bogotá: Carnicelli. I. 187; FP, No. 3 (1850); La República (Cartagena). No. 9, 22 de marzo, 1850.

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Después aprendieron a ejecutar con nota y tuvieron que pasar "prueba de a t r i l" , con ensayos todas las noches. Era una banda pequeña; un bombardino (barítono), dos t rompetas , un contrabajo, un bugle, un redoblante, un bombo y un platillo.

Con la llegada del clarinete de Agustín, la "Arriba­n a " sufrió un sacudón, no sólo porque mi hermano sabía tocar bien las piezas, sino porque empezó a ensa­yar con los sonidos y a cambiar el tono del conjunto. Compuso pronto una danza de tres partes , con canto de bajo muy bonito, llamada Ramillete de flores. Agustín resultó ser un verdadero genio de la música.

Los cambios en la banda empezaron a notarse cuando un día, para la procesión del Divino Niño, Agustín resolvió ponerse de acuerdo con el del bombo y conmigo para cambiar el ritmo de los pasos. Estos eran medio tristes y respetuosos como convenían a la procesión. Agustín y el bombero decidieron divertirse y le pusieron sabor y picante a la música hasta cuando los cargueros que llevaban la pequeña imagen del niño, casi sin darse cuenta, empezaron a mover las caderas, abrir y fle-quear las rodillas y caminar meciendo, ladeando y retrocediendo con la imagen: ¡la bailaban! Hasta las beatas, contagiadas por el ritmo, levantaban las páticas y disimulaban la risa con la chalina. El cura, por fortu­na, era un viejo medio sordo y, como casi siempre marchaba delante, no se dio cuenta de lo que estaba pasando atrás, sino hasta mucho después , cuando la gente ya no pedía otra cosa sino que sacaran al Divino Niño para bailarlo con el clarinete de Agustín. Y se convirtió así en una procesión verdaderamente alegre que cogió fuerza y se regó, así bailada, por toda la Costa.

Fue más importante lo que Agustín y un grupo de músicos amigos de divertirse con las cosas hicimos después , cuando nos dimos cuenta de lo que pasaba con los ritmos cambiados. A Agustín se le metió la fartedad de tocar aires indígenas de pito o gaita —los de los hun­des— pero con el clarinete. Como éste es instrumento de banda, los músicos de la Arribana nos metimos también a ensayar y acompañarlo a ver si podíamos copiar la fuerza del bunde en esa forma, con lo que ha-

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nadinos, como Nieto, quienes primero recibieron el mensaje socialista utópico de 1848 y lo comunicaron y multiplicaron en nuestro medio; y quienes soportaron con mayor dedicación y sacrificio el esfuerzo histórico de construcción de una democra­cia viable en Colombia, durante el siglo XIX 141. Esto se impar­tió y promovió a través de consignas discutidas y adoptadas en logias, reuniones artísticas y facciones liberales, sociedades de artesanos y agrupaciones de intelectuales (como la Escuela Republicana de Bogotá, ya mencionada), esto es, por la antiélite ideológica.

Aparte de la oposición del papado y otros grupos e institu­ciones conservadoras, no han faltado críticos que , como el repu­blicano demócrata José María Samper, creían risible " tener títulos de caballero y príncipe soberano, así como unos cuantos alcornoques tenían los de príncipes del real secreto, e t c . " , con suntuosas bandas, cruces y collares; y como joven inexperto, le resultaba grotesco que le llamaran "maes t ro venerable y muy sabio sólo porque ocupaba ciertos pues tos ' ' .

Sin embargo, no ha sido pequeña la contribución de las 40 logias colombianas que hoy existen al desarrollo político demo­crático nacional y en el frente ideológico, así hubieran estado confundidas respecto a la naturaleza del socialismo, y producido alguna desorientación a mediados del siglo pasado. Sus huestes han incluido a muchas luminarias del país, 23 presidentes de la república e innumerables funcionarios del Estado. A los maso­nes se debe el haber llegado a alguna suavidad en las costum­bres políticas y en el trato humanitario entre contrincantes en las guerras civiles y, ante todo, se les debe el reforzamiento de la línea civilista, honesta y patriótica que ha distinguido a mu­chos gobernantes colombianos del pasado. Es probable que Mosquera, por ejemplo, se hubiera desbocado como un Belzú o un Rosas si sus tendencias autocráticas y violentas no las hubie­ran endulzado sus hermanos masones.

A partir de 1930 se observa un decaer de la masonería nacio­nal, causado en parte por haber perdido el acicate de la lucha

4. También fue importante la contribución personal y financiera de los masones de todo el país para combatir la peste del cólera que azotó a la Costa entre junio y agosto de 1849. Véanse sobre el particular: El Impulso (Cartagena), agosto, 1849; El Porvenir (Cartagena), 5 de octu­bre. 1849; El Neogranadino (Bogotá), 28 de septiembre. 1849; Cama­cho Roldan, 85-90; Corrales, IV. 24-40; Posada Gutiérrez. VI. 246-249.

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ciamos en los fandangos. Otros músicos nos hicieron caso.

En compañía de un timbero negro que tocaba un tambor mediano llamado porro o porrito, el bombero de nuestra banda empezó a poner la mano en el parche izquierdo del bombo y a ladear la maza o voltearla para golpear la madera, repiquetear y producir golpes nue­vos, contrapunteados y fuertes en el parche derecho, con el fin de reforzar el canto que llevaba Agustín en el clarinete. Yo hacía piques de apoyo y conttacanto para contestar con el barítono o la trompeta. Así, entre todos, inventamos un nuevo toque endiablado al que bautizamos con el nombre del tambor: el porro paliteao (por lo de los golpes de madera y la mano en el parche), que acabó entre nosotros con la contradanza y el vals, y revolucionó el bunde y la música sabanera.

Lo bueno era que en el porro uno no estaba sometido a las notas sino que iba tocando como se le ocurría —claro que dentro del tono y del compás— creando permanentemente la música, improvisando sabroso, sin morisquetas del director ni todo ese orden del con­cierto de los blancos ricos, donde todos principian y acaban juntos. Ya las bandas iban a sonar distinto: dejarían de ser pesadas como las de retreta y combate, y serían en cambio brinconas para el baile, alegres, calientes: como un buey saltando a través de aros de fuego.

Aquí les ganamos otra vez los tristes indios que creía­mos en la vida, a los blancos que nos dominaron por la fuerza. "¡Cómo maman gallo ustedes de sabroso a los bendejos alemanes con estas benditas bandas de bo­r r o . , . ! " . Suspiraba delirante de gusto Jas i r , el admira­dor de Agustín. Y, como consecuencia, se acabaron las pesadas bandas de velorio y procesión. ¡Ni más fanfa­rrias de guerra! Empezaron a salir movidas composi­ciones de banda papayera dedicadas a la naturaleza, el amor y la alegría, como E l gavilán, La polla loca, E l mico pelón, Atanasia. La fama de Agustín subió de punto y se regó como pimienta en mesa por todo el Estado: lo llamaban "el clarinete de Bolivar". Era el mejor. [E]

A mí me gustaba tocar el porro Atanasia porque era

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El legado musical de Agustín Mier: del pito al clarinete para crear el porro sabanero.

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mío. Yo lo compuse (con Agustín) en honor de una cum-biambera que trabajaba en la factoría del tabaco por diez pesos mensuales, y que me tenía loco: Atanasia Martínez. Al fin me la saqué y me parió mi primer hijo: tu padre Pablo Emilio en 1854.

Realmente a Agustín y a mí nos fue bien en El Car­men. Allí pasamos años tranquilos porque no había guerras sino libertad y trabajo y grandes proyectos públicos de vías, ferrocarriles y canales. Mi botica marchaba bien, pues vendía bastante y tenia buenos aciertos; la gente confiaba en mí y en mis hierbas. Aun­que el pueblo se fue corrompiendo poco a poco con la plata y las ventas de licores, garitos y casas de putas donde los trabajadores ignorantes dejaban sus jornales. Todo mundo se olvidó de construir escuelas y hospita­les. Más tarde vendrán las lamentaciones por esta falla.

No nos habíamos decidido por ningún partido, pues no veíamos la razón para esa pendejada. Más bien nos inclinábamos por el liberalismo. Así, Agustín y yo nos hicimos masones algunos años después —cuando éra­mos hombres hechos y derechos, de buena reputación— porque la masonería se veía como una causa justa, una fuerza favorable para el pueblo. íbamos al taller de la logia Luz del Carmen No. 2 1 (la que ' 'construyó colum­n a s " en 1862), donde encontramos compañerismo y estímulo en muchas formas.

El gobierno y el H.-. López vuelven a reconocer en Nieto a la nueva figura política regional que llena el vacio dejado por la clase dirigente anterior o emigrante de la ciudad, y el 30 de mayo de 1851 lo nombran gobernador de la provincia de Carta­gena. Esta comprendía entonces los actuales municipios de Bo­lívar menos los del Atlántico, Mompox, Majagual y Simití. Nieto tomó posesión de su cargo el 22 de julio ante el gobernador inte­rino, su pariente político Antonio López Tagle. Sus principales tareas inmediatas serán la de organizar la renta del diezmo suprimida por la ley del 20 de abril de 1850, para establecer una contribución directa alternativa que beneficiara a los cantones; y sentar las bases para la libertad definitiva de los esclavos el 1 °. de enero del siguiente año.

Muchos propietarios habían estado aprovechando de los últi­mos bonos y dineros de los fondos de manumisión para salir de

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por el poder para el partido liberal (que ya éste había ganado) y, en parte, por haber entrado a jugar el principio de la coopta­ción en las antiélites para compartir las gabelas de las ventajas económicas y políticas subsiguientes al triunfo. Muchos maso­nes contemporáneos han caído así víctimas de la corrupción del poder. Esto ha llevado a algunos de sus miembros más promi­nentes (entre otros, Germán Zea Hernández, José Gómez Pinzón, César Ordóñez Quintero, Lorenzo Solano, Guillermo González Charry) a permitir la participación de masones (o la de ellos mismos) en gobiernos tiránicos recientes; apoyar diri­gentes y funcionarios que deniegan el respeto integral de los derechos humanos; desvirtuar la antigua práctica nacional de la amnistía y el indulto político (de larga y respetable trayectoria histórica, como hemos visto); excusar prevaricatos y el abuso de la justicia; y, en general, cohonestar o reforzar regímenes que, por definición, van en contra de los más puros ideales masó­nicos y de las mejores tradiciones democráticas del país.

Por otro lado, la dependencia económica nacional —nues-[ D ] tra colocación dentro de la división internacional del trabajo

que impone el capitalismo— se expresa desde temprano en el empeño de encontrar por lo menos un producto de exporta­ción que fuera aceptable en Europa. En el capítulo anterior se mencionaron las posibilidades costeñas o de tierra caliente. El oro empezaba a atraer extranjeros al Alto Sinú (Víctor Dujardin y Luis Striffler en 1844); más tarde la madera y el caucho caían en manos de franceses, ingleses y norteamericanos que estable­cieron enclaves capitalistas en la región (Fals Borda, Capitalis­mo, hacienda y poblamiento, 48).

Pero desde 1850, el tabaco fue el producto principal expor­table, una vez que el monopolio (estanco) que ejercía sobre él el estado desde la colonia quedó legalmente terminado a partir del lo. de enero de ese año (a raíz de lo ordenado por la ley del 23 de mayo de 1848). Claro que ya se venía explotando por parti­culares (Montoya, Sáenz y Cía. conectada con una compañía inglesa) y su fomento había crecido en la región de Ambalema y Alto Magdalena (Luis F. Sierra, E l tabaco en la economía colombiana del siglo XIX, Bogotá, 1971, 42). El tabaco bajaba en barcos por el Magdalena y salía por los puertos del Atlántico rumbo a Europa, primero a Londres (Inglaterra), luego a Bre-men (Alemania), de donde se redistribuía a los consumidores. Este fue, pues, el principal recurso de divisas del país por un

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esclavos viejos o habían procedido a sacarlos del país para ven­derlos en Jamaica y en el Perú. El gobierno provincial ejerció mayor vigilancia hasta cuando Nieto logró presidir, en emocio­nante acto colectivo en la plaza del Matadero, la emancipación formal de la gran población negra esclava de Cartagena congre­gada allí, para el efecto, el primer día de 1852,

"Ha desaparecido para siempre entre nosotros el odioso título de señor y de esclavo", dijo el gobernador en el discurso de ese día, que había preparado con la ayuda de Rafael Núñez, su amigo de la Sociedad Democrática. "Celebramos el triunfo de la humanidad sobre la violencia. Bien puede pesarle a los rancios privilegios, nada importa" . Y dio consejos a los antiguos siervos negros en el sentido de respetar las leyes y las autorida­des, defender la república y no confundir la igualdad con la completa desaparición de las diferencias sociales: "Las jerar­quías existirán siempre como creadas por la naturaleza y por la sociedad [...] de la nada hemos visto salir muchos grandes hombres [...] todos pueden elevarse sobre ella poniendo los medios ' ' (en lo que proyectó su propia experiencia). . .

A mediados del mismo año de 1852 nombró a Núñez secreta­rio de la gobernación, cargo que éste desempeñó hasta diciem­bre. Aunque Núñez ya lo había sido antes por unos pocos meses en el periodo del general Herrera (1850), este nombramiento por Nieto señala el comienzo real de la agitada carrera pública de aquel impresionante costeño, una de las más significativas e influyentes personalidades políticas que ha tenido Colombia.

Nieto y Núñez formaron un equipo gubernamental cuya ta­rea fue anticipo de algunos de los problemas nacionales que Núñez tendría como secretario de estado (ministro) primero, y como presidente de la República, después . El más complejo y delicado era el de las relaciones con el clero católico y la obser­vación de la ley del 27 de mayo de 1851 que permitía la elección de curas por cabildos y parroquianos.

Esta ley produjo algo así como un terremoto en la estructura eclesiástica nacional como nunca después se ha experimentado. Los liberales habían perseguido por lo menos dos objetivos al aprobarla: fomentar actitudes democráticas en la base popular que a la larga beneficiaran al partido liberal; y disminuir el po­der y control que tradicionalmente ejercían los curas párrocos en los pueblos, poder que por regla general se dirigía a apoyar la causa del partido conservador y sus gamonales. El sistema democrático de elección de curas desconocía abiertamente los

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buen tiempo, hasta cuando la calidad del producto de Ambale-ma se perdió y creció la producción del tabaco de Java (en la década de 1870).

El problema de calidad empezaba a afectar el mercado del tabaco de Ambalema cuando lo suplió la producción nueva de la región de Ovejas y El Carmen de Bolívar, Esta zona de sabanas se convirtió en uno de los polos de desarrollo regional de ese periodo en la Costa atlántica (el otro era Barranquilla, que lo seguiría siendo hasta hoy). Una factoría nacional —con trabaja­doras por ser más hábiles y cuidadosas que los hombres, a sala­rio de unos diez pesos mensuales— se estableció en El Carmen en 1848. El fomento del cultivo recibió gran impulso, como no se había visto desde los días de los españoles, cuando el tabaco de allí se exportaba mayormente de contrabando (Sierra, 38, 97, 106; Safford, 235; Camacho Roldan, 175).

Ya hacia 1863, la producción de tabaco de El Carmen sobre­pasó la de Ambalema y así se ha sostenido hasta hoy: es cultivo importante para millares de campesinos y trabajadoras en di­versos centros de acopio y procesamiento (como en Ovejas), gentes que se han organizado en aguerridos gremios amparados por Usuarios Campesinos (con varios paros regionales a su haber en lucha por mejores condiciones de trabajo y precios). La región también es ganadera.

Adolfo y Agustín Mier llegaron a El Carmen en el momento de expansión inicial tabacalera, poco después de la peste del cólera. Parece que al principio, como en Palomino en 1840, la producción del tabaco se realizaba primordialmente en fincas pequeñas y medianas, esto es, era desarrollo del modo de pro­ducción campesino (mercantil simple o parcelario) que así se seguía extendiendo por la Costa. Más adelante, al quedar la tierra sujeta a tendencias monopólicas, el tabaco quedó depen­diente de un sistema de arriendo (mal llamado aparcería) mediante el cual el trabajador "cosechero" recibía un lote pequeño donde sembraba los colinos y construía un pequeño caney para colgar y curar la hoja, todo por su cuenta (o por avances que podían mantenerlo endeudado), a cambio de lo cual reconocía al dueño de la tierra una parte de la cosecha del "tercio mejor", según el precio vigente (alrededor de una arro­ba por hectárea). La hoja enrollada y seca se vendía a comer­ciantes en El Carmen, Ovejas y Corozal, los más importantes de los cuales eran curazaleños y arubenses recién llegados (Gómez Casseres, Sebá, Pardey), quienes procedían a organizar la

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cánones que imponen el nombramiento de obispos por el Papa y el de párrocos por los obispos y sus vicarios. En el fondo era una manera de introducir una reforma protestante, especial­mente en la modalidad congregacional.

Por lo mismo, no sorprende la cerrada oposición de la jerar­quía católica a la ley del 27 de mayo, la cual llevó a que el gobierno desterrara a varios obispos: los de Bogotá, Pamplona y Cartagena. El arzobispo de Bogotá era monseñor José Manuel Mosquera, hermano del general Tomás Cipriano. En este caso, al producirse su extrañamiento del territorio nacional, el libe­ralismo asestó también un fuerte golpe al temible dominio polí­tico de esa familia payanesa y alejó los fantasmas monárquicos y hereditarios a ella conectados.

De la misma manera, el 11 de mayo de 1852 el gobernador Nieto exigió al obispo de Cartagena, doctor Pedro Antonio To­rres, que fijara un edicto para proveer los curatos vacantes. A la semana siguiente, el obispo Torres contestó que no obedece­ría por considerar que la ley del 27 de mayo era "contraria a la actual disciplina de la Iglesia según la cual no se reconoce en el pueblo derecho alguno para elegir a sus cu ra s " ; que, además, contaba con el apoyo directo del Papa, y que estaba "pronto a sufrir todo con resignación silenciosa". El fiscal presentó acusa­ción ante la Corte Suprema y ésta dispuso la suspensión del obispo Torres y sus comparecencias en juicio criminal. Se negó también el prelado a este juicio "por no tener ya los Obispos en la república otras facultades que las espirituales y no aceptar la secularización de la potestad espiri tual ' ' .

Así, el gobernador Nieto y el secretario Núñez ordenaron el 31 de julio obedecer la ley, y comunicaron a todos los funciona­rios y empleados de la provincia que el obispo estaba ' ' suspenso de sus atribuciones jurisdiccionales y que se le ha retirado el permiso de ejercer las anexas a su ministerio eclesiástico". Esta situación produjo el extrañamiento del obispo y el cierre de algunos conventos (como el de Santa Teresa) hasta cuando se derogó la ley del 27 de mayo por el Congreso de 1855, una vez abatida la revolución liberal, masona, anticlerical y artesanal de Meló y sus tropas.

Otro asunto pendiente era el de la canalización del Dique. La esclusa grande construida por el ingeniero Jo rge Totten en la boca del canal sobre el río Magdalena se había dañado por inundaciones, y la obra volvía a perderse . Un informe al gober­nador Nieto presentado por el ingeniero J u a n May el 8 de sep-

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Frailes de San J u a n de Dios, en oposición a las leyes radicales de 1852. (Dibujo de Torres Méndez).

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tiembre de 1852 recomendaba que la provincia refinanciara las obras o las abandonara del todo, ante la competencia del canal de la Pina (de Barranquilla a Sabanilla) que funcionaba bien. No se veía otra solución sino hacer (desde donde el canal era más navegable hasta el mar) un camino de tablones puestos sobre estacones cortos entre Barranca y Mahates .

La compañía de navegación fluvial que ya se había constitui­do en Cartagena se declaró en quiebra. Este problema casi per­manente seguirá minando la fortaleza de los gobiernos provin­ciales y llevará, junto con otros factores, a la caída de Nieto como presidente del Estado Soberano de Bolívar en 1864.

El 21 de mayo de 1853, a las pocas semanas de haber asumi­do la presidencia de la república el general Obando, se expidió una nueva Constitución nacional. Según Nieto, era "la más libe­ral conocida en la América del Sur" porque abría las puertas al sufragio universal: "¡El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo ha llegado! Será la república de TODOS", expli­có Nieto. En realidad el sufragio universal así concebido era una quimera, porque los votos (sólo de los hombres) podían manipu­larse por gamonales y curas. Y como los curas en muchas partes dominaban en los pueblos, favorecían al partido conservador y combatían al rojo-impío, en realidad las masas se fueron engo-deciendo casi sin que los liberales se dieran cuenta. Claro que la vía armada contra Obando y su régimen tampoco podía des­cartarse.

Con las riendas del poder regional en sus manos, Nieto em­pieza a sentir las tensiones políticas de base y a tomar medidas para defender su régimen y el gobierno de Obando. Desde Tur-baco —donde ayudó a reconstruir por su cuenta el camino a Cartagena para viajar con comodidad en su coche, por ser co­jo—, el experimentado caudillo mexicano en el destierro Antonio López de Santa-Anna empezó a ejercer influencia indirecta sobre los políticos locales. En el fondo, era una invitación a cerrar el Catecismo idealista de Sotomayor y Picón que había inspirado los actos de juventud de Nieto y muchos otros, y emplearan en cambio procedimientos maquiavélicos para exten­der la base política. Nieto debía extender sus bases de la ciu­dad, donde siempre había sido firme con los ar tesanos, al campo, donde apenas podía contar con algunos caseríos por lealtades familiares. Se puede apelar siempre al principio del bien supremo, susurraba desde lejos el héroe de Tampico y Veracruz; de lejos, porque Santa-Anna no fue bien recibido per-

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reventa a los exportadores en Barranquilla, Cartagena y Santa Marta. Entre éstos se encontraban el general Joaquín Posada Gutiérrez, Juan de Francisco Martín, Henry Grice y Tomás Abello. En Mompox también trabajaba, en la misma línea, la firma Ribón y Cía. (Safford, 230). Estos comerciantes reexpor­taban a Europa a casas conocidas, de las cuales dependía la fijación final del precio del producto.

Como en otras partes del país (Santander, Boyacá), el cultivo del tabaco en la región de El Carmen y Corozal ha seguido siendo eminentemente familiar y parcelario. Depende de hijos y espo­sas el cuidado de la siembra y el alisamiento de la hoja, lo cual da lugar a una flagrante sobreexplotación (Cf. María Cristina Salazar, Los condenados del tabaco, Bogotá, 1981).

Los Mier lograron librarse de esta nueva esclavitud disi­mulada gracias a sus más amplios conocimientos y artes , entre ellos la herbología y la música de banda. En esta forma pudie­ron organizarse y progresar en la sociedad sabanera por muchos años hasta llegar a ser también masones, mientras Nieto se consolidaba como el hombre fuerte de Bolívar.

La participación de los Mier en la creación colectiva del [ E l porro paliteao —el baile raizal de las sabanas de Bolívar—

destaca la dinámica de la cultura popular con sus reglas especiales, su sintaxis y su propia estructura racional que sirven a los fines concretos de los grupos y clases sociales de base en las cuales se forma y perpetúa (capítulo 1 B). Mientras a nivel de las élites se experimentaba el colonialismo intelectual y se gozaba jugando con las ideas de Lamartine, soñando con perso­najes de Dumas y cantando arias de Donizetti (nada condenable en esencia, pero insuficiente y parcial), en la corriente de base campesinos y trabajadores inteligentes y cultos, en sus propios términos, dominaban con destreza los instrumentos musicales importados y les daban uso y vida diferentes.

De estas personas talentosas del pueblo sabanero surgió la experiencia creadora y muy costeña de transformar una banda de guerra en otra de baile. No fue cosa fácil traducir al penta­grama la personalidad artística —ágil, ruidosa y contrapuntea­da— del costeño cósmico. Pero esos músicos mulatos, zambos y tercerones de la región lograron hacerlo para rendir así culto a la vida, el amor y el trabajo antes que a la violencia militar. A esta corriente artística pertenecen porros clásicos como María

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1 ISA EL IL. . P. . H. . Y LA REVOLUCIÓN

sonalmente por Nieto y los liberales de Cartagena que le acusa­ban —con cierta razón— de usurero y vendepatria, y el caudillo mexicano se relacionó más con los conservadores.

Sea como fuere, Nieto montó un aparato armado de defensa de su gobierno en los cantones de Sotavento, centrado en Sam­pués. Usó para el efecto personas de su confianza, a quienes envió oficialmente armas de la guarnición de Cartagena. Sería una maniobra inútil; el gobernador no sólo no alcanzaría a ga­narse a la gente de los cantones, por las razones explicadas, sino que Obando mismo (a quien ansiaba defender) daba mues­tras de querer recoger las banderas del socialismo liberal que todos habían agitado desde 1848. Hasta otros líderes liberales y masones que Nieto había conocido en Bogotá traicionaban la causa popular y la de los artesanos. Se escindía el partido del pueblo entre "gólgotas" y "draconianos" . Los primeros (inspi­rados en el místico discurso de un masón andino que considera­ba a Cristo como el primer socialista) hablaban mucho, pero no apoyaban al pueblo sino a los comerciantes; los segundos (que querían imponer la draconiana pena de muerte como uno de los castigos contra la reacción) se comprometían con los artesanos, pero no ofrecían muchas ideas.

En todo caso, los peones y alfiles del ajedrez político empe­zaban a moverse. La Cámara provincial de Cartagena, con la sanción de Nieto, expidió su propia Constitución (en desarrollo de la nacional) el 11 de noviembre de 1853 y convocó a eleccio­nes populares para gobernador, senador y representante de la provincia. Los draconianos postularon a Nieto como candidato a gobernador; los liberales gólgotas, al general Tomás Herrera; y los conservadores, a aquel impresor que se había burlado de Juan José cuando éste comenzaba a escribir: el doctor Barto­lomé Calvo.

Parece que estas elecciones no fueron pulcras. Se volteaba ahora la acusación de 1838: ante el Congreso, los enemigos con­servadores de Nieto se quejaron de que éste había sido "motot de actos ilegales para hacerse elegir gobernador" y que había contribuido a falsificar los registros de las elecciones. ¿Santa-Anna desplazaba por fin al doctor Sotomayor y Picón? Pero la Cámara provincial confirmó los resultados en el escrutinio, y Nieto, como triunfador, tomó nueva posesión de su cargo el lo. de enero de 1854.

La ceremonia de posesión en el palacio de la gobernación

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Posesión del gobernador Nieto (1854). Interior del palacio de la gober­nación de Cartagena.

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estuvo muy concurrida, con la presencia de muchos familiares, compadres, amigos y compañeros políticos de Nieto. Lope, el hijo mayor, consiguió en los montes cercanos una rama de roble delgada y derecha, que pulió él mismo para convertirla en bas­tón de mando para su padre. Y Teresa, orgullosa del triunfo de su "negro" querido, mandó forrar el bastón en carey y ponerle un puño y regatón de oro tallados con motivos cartageneros. Ella misma le entregó el bastón a Nieto cuando éste prestó el juramento de rigor ante el obispo y el juez del circuito, vestido de elegante casaca de lino, pues la prefirió al uniforme de coronel.

Pero 1854 será otro año cabalístico, de tensión, guerra y frustración, en el cual hasta los hermanos masones irán a quedar divididos y enfrentados, los artesanos desterrados, vetadas por un tiempo las Sociedades Democráticas, y las posibilidades de revolución popular postergadas casi un siglo. Será el año cruel de la tromba contrarrevolucionaria.

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Varilla (en honor de una gran fandanguera), Pajaro del monte. La vaca vieja, La butaca, La mona Carolina y Se salió e l toro.

Desgraciadamente el porro paliteao no ha tenido estudio cuidadoso por los especialistas. Apenas se conocen algunas de sus características técnicas y un esbozo de su origen. Un paso en la dirección adecuada es el artículo de Ciro A. Quiroz, "El porro pelayero", Coralibe (Bogotá), No. 29 (junio, 1981), en el que se consignan algunos derroteros para seguir profundi­zando sobre el tema. Entre otros datos concretos, el poeta momposino Candelario Obeso lo menciona como bailado en rueda, estilo cumbia, en la época cuando escribió E r boga char­latán (hacia 1869). Parece que de la región de sabanas siguió hacia los pueblos del rio Magdalena (la tierra de la cumbia) y al sur con los nuevos colonos del Sinú, para encontrar su gran capital en San Pelayo, cerca de Cereté, donde continúa en plena vitalidad. (A. Álzate, E l músico de banda, Montería, 1980).

La historia de la música costeña (a pesar de esfuerzos meritorios como los de los hermanos Zapata Olivella, Abadía Morales, Ocampo López, Valencia Salgado, Araújo Noguera y otros) está por escribirse. Las impresiones aquí consignadas se basan en entrevistas que hice con músicos sabaneros y del Sinú, además de la fuente primigenia de don Adolfo Mier Serpa en San Martín de Loba, él mismo antiguo músico de banda dentro de la tradición de la familia.

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5. CON EL GENERAL MELÓ: LA CONTRARREVOLUCIÓN

Eran ya muchas las señales de peligro para la revolución del medio siglo y las iniciativas aprobadas en el Congreso de 1850-1851, cuando el coronel J u a n José Nieto asumió la gobernación de la provincia de Cartagena el lo. de enero de 1854. El régimen del presidente Obando se tambaleaba. Para defender las conquistas revolucionarias se hacía necesario emplear todas las artes de gobernar en que López de Santa-Anna le había adiestrado por osmosis lejana en Turbaco, antes que este controvertido personaje regresara a México como dictador proclamado.

En efecto, a nivel nacional, los artesanos se seguían que­jando en vano de la libertad de comercio que tanto afectaba su producción la cual iba, además , cayendo en manos de mercade­res o compañías pudientes , los "monopol is tas" . Los obispos católicos, con síntomas de cisma, se habían declarado en rebeldía contra las autoridades civiles. La burguesía comercial antioqueña amenazaba con independizarse y anexar su pro­vincia a los Estados Unidos de América. En Bogotá y la sabana había aparecido una guerrilla popular encabezada por un abogado, José Raimundo Russi, que buscaba hacer justicia a los ricos para ayudar a los pobres. El ejército estaba des­contento por habérsele disminuido el pie de fuerza y, con ello, su importancia relativa en el país. La nueva Constitución de 1853 se había recibido con displicencia, y el partido conser­vador, desconociéndola aunque en el fondo se beneficiara de ella, volvía a amenazar con la guerra civil.

Una gran desilusión para Nieto y sus más fieles amigos

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5. ELEMENTOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN

El climax de la revolución del medio siglo fue la toma del poder en Bogotá el 17 de abril de 1854 por los militares y artesa­nos unidos, encabezados por el general José María Meló y el doctor Francisco Antonio Obregón, de la Jun t a Central Demo­crática. El gobernador Nieto maniobró para apoyarlos en Carta­gena, pero se vio frustrado por falta de coordinación y contacto con la junta / ! / . En cambio, se le vino encima el general Mos-

1. Junta Central Democrática; Certificación del general Mosquera ante la Corte Suprema, 28 de marzo, 1855, en Autodefensa, 55; Agustín Codazzi. Resumen histórico de los acontecimientos que han tenido lugar en la República (Bogotá, 1855), 3 (FP, No. 8); Gustavo Vargas Martínez, Colombia ¡854: Me/o. los artesanos y el socialismo (Bogotá, 1972). 67-74. El doctor Francisco Antonio Obregón en Manzanares: Alarcón, 135.

Sobre la figura de Meló y su significación, véase la interesante defensa del general Gabriel Puyana García, Meló: ¿soldado de fortuna o infortunado militar? (Bucaramanga, 1967); Alirio Gómez Picón, El golpe militar del 17 de abril de ¡854 (Bogotá, 1972), entre muchas obras escritas sobre este importante periodo. Meló como mal marido (opinión de Codazzi): Autodefensa, 29.

Calzados y descalzos en Cartagena: Autodefensa. 34 (Unión Consti­tucional).

Puesto militar de Sampués: Autodefensa, 48, 56. Germán Piñeres en Barranquilla: Certificación de Mosquera, Auto­

defensa, 56. Pronunciamiento de la guarnición cartagenera y otros. 5-6 de mayo,

1854: Informe de Juan José Nieto al secretario de guerra, Cartagena, 27 de mayo. 1854, Autodefensa, 45-47; Certificación de Mosquera, Autodefensa, 58.

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118A CON EL GENERAL MELÓ: LA CONTRARREVOLUCIÓN

era ver cómo aquéllos distinguidos compañeros liberales que en 1848 se habían proclamado socialistas, ya en 1853 estaban timoratos y en trance de regresar a sus familias pu­dientes y compañeros de la burguesía dominante. [A] Los gólgotas, con Murillo, los hermanos Samper y Camacho Roldan a la cabeza en Bogotá, retrocedían de los "ex t remismos" de la Escuela Republicana, abandonaban a "los de ruana" en las Sociedades Democráticas, ayudaban con armas a "los de casaca" en violentos encuentros callejeros y en la plaza de toros, y tendían puentes hacia la oposición conservadora, aún con mayor tesón luego que el presidente Obando declarara que las ideas de aquellos gólgotas eran "doctrinas dañosas que han dejado confusión". "Hay que sacar la república de los antros oscuros de la u topía" , añadía el presidente, dando así otra muestra de la ambigüedad e indecisión que harían de su corto mandato un verdadero desastre personal y nacional.

La deserción de los gólgotas cartageneros, cuya figura principal resultó ser Núñez, se había producido antes que en la capital. El preludio de la crisis había sido la polémica de 1849 con los artesanos de la Sociedad Democrática para convencer a éstos de que se hicieran un haraquiri económico y, por razones de ahorro individual, aceptaran la competencia de los artículos más baratos importados. Un resultado de esta discrepancia fue la publicación separada de El Artesano. Pero las reuniones de la Sociedad se suspendieron hasta cuando el doctor José Ma­nuel Royo logró reavivarlas con clases nocturnas, como al principio.

Con la radicalización progresiva de las posiciones, se trasla­dó a la política la tradicional distinción cartagenera de los bailes y fiestas entre "calzados y de casaca de l ino" , por una par te , y "descalzos" por otra. Los "desca lzos" , eran los artesanos, campesinos, negros e indios. Los "ca lzados" , esto es, los blancos con derecho a bailar con las mujeres de todas las razas y en todos los sitios, se reunieron en una contrasociedad que bautizaron Unión Constitucional, en la cual ingresaron muchos conservadores y antiguos liberales como el doctor Antonio González Carazo (iniciado con Carmona en la guerra de 1840), personaje variable como una veleta que se moverá a la sombra de Nieto hasta lograr desplazarlo del gobierno once años más tarde. También desertó el compañero botica­rio José Araújo, aunque ya era diputado a la Cámara provin­cial con votos de artesanos y del pueblo. Núñez renunció a

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ELEMENTOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN 118B

quera, quien le quitó las tropas de la guarnición local para hacer su propio ejército contra Meló e iniciar la campaña del norte por el río Magdalena 111. Nieto fue acusado ante la Corte Suprema por su complicidad con los revolucionarios, cuando se reestable-ció el gobierno constitucional en diciembre del mismo año. Logró una absolución parcial / 3 / .

En 1855 comenzó la represalia sangrienta de los conservado­res. En la región de Mompox, especialmente, ésta tuvo expre­siones extremas y polarizó más la población 141. Había que castigar a los revoltosos socialistas y comunistas de los seis años anteriores que tantos sustos habían dado a los tradicionalistas. De la reacción violenta, que fue ya más aguda y vociferante que la de las guerras civiles anteriores, Nieto no saldrá a flote sino cuatro años más tarde, como caudillo de una revolución regio­nal.

La reacción de 1854-1855 nos da la oportunidad de exami-[ A ] nar con detenimiento y fines pedagógicos, algunos de los

elementos principales que caracterizan una contrarre­volución.

Proclama de Nieto, 6 de mayo, 1854: ANC, Hojas de servicio, tomo 32, fol. 1.055.

2. Mosquera en Calamar y Barranquilla: Codazzi, 4; Certificación de Mosquera, Autodefensa, 56.

Plan de "levantarse" con la Costa: Autodefensa, 22-23, 65. Enfrcntamiento entre Nieto y Mosquera e incidente del bastón, 26 de

mayo, 1854: Autodefensa, 13, 25, 30; Codazzi, 5-6; Certificación de Mosquera, Autodefensa, 57-58. Los pedazos del bastón se conservaban en el Museo Histórico de Cartagena (en parte hoy en el Palacio de la Inquisición). Revolución en Ciénaga: Codazzi, 7, 17; Autodefensa, 59.

3. Juicio contra Nieto en la Corte Suprema: ANC, Hojas de servicio, tomo 32, fols. 1.055-1.069; Autodefensa, 2, 42, 43, 53, 63-65.

4. Violencia en Mompox y en Loba: Carta de un liberal, impresa como Los rebeldes de 1851 conspirando en Mompox en 1855, Santa Marta, lo. de septiembre. 1855, FP, No. 4.

El caso del padre Manuel E. Díaz, de Loba: Los rebeldes de 1851, 1: AGB, Gaceta oficial del Estado de Bolívar (Cartagena), No. 43 (mayo 30. 1858).

Chambacú godo contra Ternera liberal: Autodefensa, 60-61. Desconocimiento de José Hilario López por ser liberal: Autodefensa,

27.

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la secretaria de gobierno que le había ofrecido el gobernador Nieto en 1852, resultó electo representante a la Cámara Na­cional por la provincia de Chiriquí (Panamá), y viajó a Bogotá en enero de 1853. Allí logrará sobrevivir, medio escondido, la revolución de los artesanos del año siguiente.

Nieto recibió informes confidenciales que los conservadores de Antioquia pensaban invadir la provincia de Cartagena como en 1841, aprovechando el "camino pad re ro" de Ayapel por donde se movían las recuas y el ganado entre ambas re­giones. Inmediatamente reforzó el puesto de Sampués con 25 soldados veteranos, dos oficiales y 200 fusiles a discreción; entró en contacto por carta con los gobernadores liberales de Mompox y Santa Marta para coordinar la acción defensiva; y envió a Barranquilla a su amigo momposino, el antiguo "Ala­c rán" Germán Piñeres, para que, en chaqués de negociar ganado, averiguara la real situación de la plaza.

También escribió Nieto al presidente Obando y a su esposa doña Timotea Carvajal cartas íntimas para informarles de los peligros existentes y pedirles indicaciones sobre cómo actuar en defensa del régimen liberal. ¡Podían contar siempre con el apoyo del gobernador de Cartagena! Pero las respuestas de Bogotá nunca fueron claras ni entusiastas. Al contrario, in­dicaban una situación enfermiza en Obando, como descora­zonado e irresoluto, perdido en la presidencia, lo opuesto a la imagen mítica de gran caudillo popular que le había llevado al poder.

En compensación, a la directiva de la Sociedad Democrática de Cartagena y a militares vinculados directa o indirectamente con el sector artesanal (Nieto como coronel de la Guardia Nacional, y los capitanes Pío Ricaurte y Félix Cifuentes, de la misma Guardia) llegaron circulares secretas preparadas en Bogotá por una nueva J u n t a Central Democrática que quería asumir la coordinación de todas las Sociedades Democráticas del país. (Esta importante J u n t a , de gran trascendencia en ese crucial momento, estaba presidida por un paisa antioqueño que había sido por un corto tiempo gobernador del Estado Soberano de Manzanares en Santa Marta, con el Supremo Carmona: el abogado doctor Francisco Antonio Obregón; a ella también pertenecían el doctor Lorenzo María Lleras, el joven Lisandro Cuenca, el general José María Meló y varios artesanos bogo­tanos, luego mártires: Camilo Rodríguez, el zapatero José Vega y el herrero Miguel León).

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J P ' ñ e r o s Si A Germán Piñeres. editor de El Alacrán y agente de Nieto en

Barranquilla.

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120A CON EL GENERAL MELÓ: LA CONTRARREVOLUCIÓN

El propósito era, por supuesto, preparar a los artesanos para defender el gobierno liberal, promover la derogación de las leyes sobre libre cambio, conseguir la implantación de tarifas proteccionistas y, en fin, "salvar de la anarquía el país, a donde lo llevan los conservadores y los gólgotas". Las circulares daban a entender que el presidente Obando estaba enterado y de acuerdo con todos esos procedimientos.

Estas comunicaciones de la Junta Central, que se sepa, también llegaron a dos militares de Riohacha y a dos de Barran-quilla (uno de ellos el ya mayor Ramón Antigüedad, aquel famoso cojo santanderista que comandó por unos días el Estado Soberano de Cibeles), y seguramente fueron despachadas a militares y directivos de muchas otras Sociedades Democráticas en la Costa y el país. Los artesanos, pues, se movían hacia la vanguardia para hacer fraguar definitivamente la revolución del medio siglo en su propio provecho como clase social, antes de que se desplomara el gobierno amigo de Obando y para impulsarlo más aún. [B]

La incógnita sobre la conducta del ejército en caso de revuelta se tendía a resolver con la presencia del general Meló en la Junta Central: había entendimiento militar-artesanal. Ambos sectores podían beneficiarse de una acción conjunta. Por su parte, Meló —quien no pertenecía a la aristocracia territorial ni a la burguesía comercial— era un distinguido y eficiente militar de carrera deseoso de defender su institución amenazada por proyectos presentados al Congreso por Murillo Toro, Ancízar y otros gólgotas, proyectos que ordenaban la eliminación final del ejército así como la del grado de general. Y los artesanos, por su parte, ocuparían el gobierno, ganarían sus metas y, por primera vez en la historia, Colombia vería a una clase popular desplazar del poder a los grupos dominantes tradicionales.

Presionado por los proyectos parlamentarios y por acu­saciones personales de homicidio involuntario, Meló consultó la estrategia que debía seguirse con el doctor Obregón, el presidente de la Junta Central. Ambos creían que muchos gobernadores de provincias, como Nieto en Cartagena, res­paldarían una solución de fuerza que, como la caída de una piedra de centella, aclarara el ambiente nacional. Lo ideal era desconocer la Constitución de 1853 que ni el presidente quería, convertir a Obando en dictador, e imponer los cambios desde arriba.

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General Jo sé María Meló, cabeza de la revuelta mili tar-artesanal de 1854 en Bogotá.

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121A CON EL GENERAL MELÓ: LA CONTRARREVOLUCIÓN

La historia del golpe militar-artesanal del 17 de abril de 1854 ampliamente se conoce. De seguro los primeros sorpren­didos fueron los comisionados de la Jun ta Central que acudieron a palacio a poner la revolución a órdenes del presidente. Oban­do paladinamente negó que estuviera enterado, y le entraron los reatos constitucionales y legales de que había hablado ya en su discurso de posesión de la gobernación de Cartagena en 1849. Inesperadamente, no quiso ser dictador. Invitó, en cambio, a dar el golpe y, de una vez, dejó a Nieto y a millares de seguidores draconianos en todo el país con los crespos hechos.

La noticia del golpe llegó a Calamar, por el río Magdalena abajo, a las diez de la noche del lo. de mayo siguiente, llevada por un posta que seguía a Cartagena para informar al gober­nador. Pero antes que Nieto, allí en aquel puerto y en aquella hora, supo también la noticia el exprcsidente general Mosquera quien acababa de regresar de un viaje de negocios en Nueva York e iba en camino para la capital. Como lo haría una hada madrina maligna, aparece de nuevo Mosquera atravesado en el camino de Nieto para sembrarlo de obstáculos. Ya no son trupillos espinosos como los de la vera de la trocha de Cibarco en los años infantiles de J u a n José , sino verdaderos cactus venenosos que disparan espolones a uno y otro lado. De muy poco habrá servido el generoso gesto de amistad en la tenida de la logia cartagenera que sólo algunas mariapalitos de la violencia habían tratado de empañar.

Mosquera, en fin, detiene su viaje y vuelve río abajo a Barranquilla para esperar el desarrollo de la situación. Peto quizás llevaba también otros designios: según Nieto y Juan Manuel Pérez, gobernador de Santa Marta, "corría el rumor confirmado [...] que había un plan encabezado por Mosquera para separar en aquella ocasión las provincias de la Costa Atlántica, desentendiéndose de la suerte que pudiese caber al gobierno en las del interior". El zarpazo, igual al que había concebido Carmona en 1840, lo daría con las tropas veteranas de Cartagena para lo cual el héroe de Tescua necesitaría de la cooperación de Nieto.

Pero Nieto no podía dársela. Su compromiso era con los artesanos y con Obando, aunque se encontrase desconcertado por la forma concreta que tomó el golpe en Bogotá. Ahora se sentía desarmado y sin saber qué hacer: si se pronunciaba abiertamente estaría impulsando la línea militar autoritaria, lo

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ELEMENTOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN 121B

Los elementos conttarrevolucionarios pueden estudiarse estructural o coyunturalmente. Los elementos estrucrurales se arraigan en el proceso histórico-natural y encuentran su razón de ser en la formación social y la estructura de clases; por lo mismo, son elementos cuyo juego se relaciona ante todo con cambios significativos o profundos en la sociedad y la cultura. Los coyunturales dependen de circunstancias tácticas y aleato­rias cuyo juego se relaciona mayormente con cambios margina­les en la sociedad (O. Fals Borda, Revoluciones inconclusas en América Latina, México, 1978, 10a. edición). Vamos a examinar estos elementos como se manifestaron para detener la marcha de la revolución del medio siglo en la Nueva Granada.

1. Elementos estructurales. El elemento contrarrevolucio­nario que primero aparece en las circunstancias estudiadas es el surgimiento eficaz de una conciencia de clase defensiva en los sectores dominantes de la sociedad granadina. No fueron los artesanos solos los que desarrollaron una conciencia clasista, para convertir su conglomerado de una clase en sí en otra para sí, sino que, por reacción dialéctica, también indujeron la con­formación de una conciencia similar en sus oponentes, cuyos diversos sectores (antes a veces enfrentados) se unieron ahora tácticamente

Esto no quiere decir que las oligarquías no tengan concien­cia de sí mismas en tiempos normales. La tienen, pero de ma­nera latente, porque su exteriorización muchas veces no sale del plano subconsciente. En Cartagena, por ejemplo, las diferencias sociales y raciales eran evidentes en 1850 y no había necesidad de enfatizarlas. Pero al ponerse en entredicho la estructura social total, la conducta subconsciente (asimilada, no reflexiva) se abrió a la realidad. Esta conciencia resurgente convirtió a los sectores dominantes unidos en un martinete bélico cuya fuerza fue subestimada por los artesanos y militares revolucio­narios de 1854.

Central en este proceso autoconcientizador de las clases altas es la aparición de la antiélite ideológica: ella es un toque de alerta para los grupos dominantes. La existencia de un sector de jóvenes rebeldes distinguidos conmueve a fondo, y si el pro­ceso no se corrige a tiempo, la antiélite puede llegar a las metas del cambio. Pero, como vemos en el caso cartagenero y grana­dino, la antiélite no es constante sino que sufre un proceso de cooptación mediante la cual sus miembros se van sometiendo a las presiones de los grupos madres originales, sea por tenta-

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122A CON EL GENERAL MELÓ: LA CONTRARREVOLUCIÓN

cual iba contra sus más arraigadas convicciones, y quedaría incumpliendo sus deberes legales; si no se pronunciaba, estaría, por omisión, cooperando con sus enemigos conser­vadores.

El nudo gordiano había que cortarse. Pero quien lo hizo no fue el gobernador, sino el capitán Pío Ricaurte, de la Guardia Nacional. Al frente de las tropas de Cartagena, a las dos de la tarde del 5 de mayo de 1854, Ricaurte se rebeló y desconoció la autoridad de su jefe, el coronel Camilo Mendoza, quien huyó a esconderse en una casa de putas. Ricaurte se había colocado ya en la gorra la escarapela roja de la revolución artesanal: "¡Vivan el ejército y los at tesanos, abajo los monopolistas!". Y empezó a marchar con la columna hacia el palacio de la gobernación.

Mientras tanto, una comisión de la Sociedad Democrática llegó al despacho del gobernador Nieto para comunicarle que "es taban dispuestos a declararse en favor del gobierno pro­visorio" del general Meló. Los artesanos y mucha gente del pueblo habían empezado a arremolinarse frente al palacio y en la cercana plaza de la catedral. Nieto, colocado entre la espada y la pared, aprobó más que resistió el pronunciamiento porque, como lo publicó al día siguiente en una proclama al pueblo, dijo: "Empiezo por manifestar que simpatizo con los acontecimientos que han tenido lugar en la capital de la re­pública, en cuanto los creo necesarios para de algún modo salir del estado de anarquía en que nos encontramos, dando otra forma a la administración de la república ' ' .

No obstante, el gobernador se opuso a la acción militar, dando origen a lo que sus enemigos después consideraron como una farsa. Estos hechos le llevarían a los estrados de la Corte Suprema de Justicia, como reo. Aduciendo que "soy un em­pleado público con deberes que cumplir" , Nieto maniobró para que su propia autoridad legal no fuera desconocida por la tropa, la cual, constitucionalmente, no era deliberante y quedaba a órdenes superiores del gobernador. Así, ya en la plaza, mientras los soldados y la gente del pueblo daban vivas al gobierno revolucionario y procedían a firmar un acta de apoyo, Nieto, acompañado de su hijo Lope y de su pariente político Antonio López Tagle, se les colocó de frente e intimó al capitán Ricaurte a volver a la obediencia del gobierno.

"¡Usted no tiene nada qué hacer aquí! " , replica el capitán,

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Un posta. (Dibujo de Torres Méndez)

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y le vuelve la espalda a Nieto. Ordena altivo a los soldados preparar los fusiles para disparar al gobernador.

"¡Aquí me haré obedecer o moriré, no me re t i raré!" , contesta Nieto mientras Lope amartilla una pistola para de­fender a su padre y la dirige al pecho de Ricaurte,

"¡Atrévete y verás, canalla!" le grita Lope al capitán. Este vacila y baja el brazo. No es capaz de matar a sangre fría a quien es su amigo y compañero, más que jefe. " ¡Armas a discreción!" recapacita el capitán, y prosigue a dialogar con Nieto en compañía con otros oficiales sublevados.

Al ver la debilidad del ejército, un gran número de gente joven —los "ul t ra- l iberales" , como dijo Nieto— empezaron a gritar y amenazar. Anticipando lo peor, un oficial dirigió un cañón al lado del tumulto, y al verlo los jóvenes corrieron a esconderse dando gritos y llamando a las armas.

Para evitar mayores males, Nieto exigió entonces tomar el mando de la tropa y la condujo de vuelta al cuartel. Había evitado una matanza y la asonada no había dado sus frutos: en efecto, quedaban las autoridades legítimas locales en su lugar Según lo informó el gobernador poco después en un informe al secretario (ministro) de guerra, "su plan era dar tiempo a la reflexión de los que habían tomado parte en el suceso, o lo que era lo mismo, halagar el monstruo para domesticarlo ' ' . Pero sus enemigos no habrían de creer nada de esto sino que, por el contrario, acusarían a Nieto como el verdadero jefe de la revolución en Cartagena.

En la noche del 5, el gobernador organizó rondas de ciuda­danos para inspirar confianza a su actitud. Para ello hizo venir a los negros de su hacienda de Alcibia y del caserío de Ternera, que le eran fieles, y comisionó a Lope para que patrullara las calles con otros parientes y amigos. Claro, no faltaron gritos de apoyo a Meló, Nieto, Obando y la revolución. Además, por prudencia, Nieto dio orden de alistar caballos en la parroquia del Pie de la Popa para salir a las provincias de sabanas, hacia Sampués, para preparar la defensa con el personal y las armas que había colocado allí. No fue necesario viajar: a los tres días, la tropa y los oficiales se habían calmado del todo y Nieto volvió a instalar en su puesto al comandante general, coronel Men­doza.

El gobernador de Cartagena no estuvo solo en su actitud a favor de la revolución militar-artesanal de Meló. Según cuenta hecha después por el coronel Agustín Codazzi, jefe

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de estado mayor del ejército contrarrevolucionario que Mos­quera organizó en la Costa, de las 21 provincias de la región, 10 estaban en manos de melistas, 4 prontas a moverse al me­nor descuido, 4 muy lejanas y 3 indiferentes, Especialmente sangrienta fue la resistencia de Ciénaga (¡apenas con 30 fusiles malos y escopetas!), sometida por el general conser­vador Joaquín Posada Gutiérrez sólo a finales de )ulio. Fl gobernador de Santa Marta, Juan Manuel Pérez, procedió como Nieto y fue, por eso mismo, igualmente castigado. El de Sabanilla, Luis J . López, estaba listo a pronunciarse junto con los señores Nicolás Paz, Miguel de Vengocchea y Diego Castro, cuando les cayó Mosquera desde Calamar. En el resto del país, como se sabe, tampoco fue fácil refrenar la insurgencia popular, con graves hechos en Cartago (por el gobernador (a r los Gómez a favor del golpe), Bucaramanga (el general Collazos), Tunja (el gobernador Segundo de Castelblanco), Antioquia (el gobernador Pabón) y Cauca (el gobernador Antonio Mateus). Sólo faltaba mayor coordinación central, noticias >• órdenes desde la capital y de la Jun ta Central Demo­crática. Pero ni Meló ni Obregón —el autor intelectual del golpe— pudieron desbordar la sabana de Bogotá y perdieron la oportunidad de llegar a Honda y controlar así la vital co­municación por el río Magdalena. [D]

En cambio, a Nieto le llegó, el 19 de mayo, la maldita visita de Mosquera desde Barranquilla. Venía por las tropas, sin autoridad ninguna para llevárselas, y pasando por alto las disposiciones legales sobre las funciones y derechos de los gobernadores al mando de tropas nacionales, como era el caso de Nieto. Pero Mosquera ya anticipaba su nombramiento de comandante general del Atlántico, Istmo y Mompox (le llegaría el 6 de junio siguiente), por los mensajes informales recibidos desde Ibagué, donde funcionaba exiliado el gobierno constitu­cional. Este estaba presidido tempotalmente por el primer designado, general Tomás Herrera, el mismo que se había candidatizado para gobernador de Cartagena, en competencia con Nieto, en 1853.

Recordando los rumores sobre las secretas intenciones sepa­ratistas de Mosquera, y esperando aún cualquier directriz del gobierno provisorio de Bogotá, Nieto se negó a entregar las tropas. Así colaboraba indirectamente en el afianzamiento inicial del movimiento revolucionario. Además, hizo ver que el expresidente no podía imponerle nada legalmente. Durante seis

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Cartagena. Frente a estas casas del pa rque de Bolívar ocurrió el inci­dente entre Ricaurte y Nieto, a raíz del golpe de Meló. (Mural en el

hotel Plaza. Cartagena).

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días intrigó Mosquera para burlar a Nieto: convenció —o más bien asustó— al coronel Mendoza y otros oficiales, entre ellos al mismo capitán Pío Ricaurte que había encabezado la asonada del 5 de mayo (Ricaurte morirá en Bogotá en diciembre en condiciones misteriosas, después de acompañar a Mosquera en su campaña). Así logró llevar buena parte de la tropa con sus equipajes al muelle del Arsenal —situado detrás de la calle Larga de Getsemaní, al lado sur de la bahía— para embarcarla en la goleta Nicolasa, al mando del capitán Federico Suárez, Quería llevarlos a Barranquilla, donde Mosquera tenía su cuartel general y desde donde procedería, al mes siguiente, a la campaña por el río contra Meló, en coordinación con los ejér­citos de Herrán y López, que también se movilizaban hacia Bogotá desde el sur del país.

Crécese entonces Nieto y demuestra el apoyo popular que tenía. En la mañana del 26 de mayo se presenta en el cuartel y pronuncia una arenga recordando el respeto debido a su auto­ridad. Cincuenta veteranos le obedecen y salen del cuartel con el gobernador. Gran cantidad de gente se les suma. Algu­nos piden a gritos que se arreste y ejecute a Mosquera. El Arsenal se cierra en firme, los bongos del muelle se embargan, los bogas y carreteros del equipaje se dispersan para apoyar a Nieto y sabotear la salida de la tropa. Los marineros y el se­gundo de la Nicolasa se niegan a viajar y desembarcan de la goleta.

Impaciente y receloso, Mosquera dispone replegarse a Pastelillo y hace formar a su tropa en batalla, con fusil armado, de espaldas a la playa y de frente al pueblo con Nieto. Todos avanzaban en tropel desde la calle Larga hacia el Muelle, reforzados con el contingente de carboneros de palo de Ternera que allí tenían (como hoy) sus depósitos. El gobernador iba marchando con su bastón de mando y gran sombrero alón de paja, acompañado del inseparable Lope y por amigos y pa­rientes.

Unos "guapetones de mercado concurrieron armados para echar tajos y reveses en la cal le" ; y el sargento mayor José María Beltrán apuntó su arma contra el gobernador (Auto­defensa, 25). "Pero yo no estaba dispuesto a otra resistencia que a la pacífica apoyado en la ley ," explicará Nieto más tarde en su Autodefensa (página 13). Ordena, pues, al pueblo detenerse . Y en un momento de ira y frustración, al ver que su autoridad era violentamente desconocida, lanza un grito

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Mosquera en la época de su enfrentamiento con Nieto (1854). (Tomado de Castrillón).

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que espanta a los pelícanos que venían en V sobre las olas, y hace sembrar en su sitio a los presentes . Exclama:

"Conste ante todos que he cumplido con mi deber dentro de la ley y la Constitución. Los sediciosos son Mosquera y Men­doza. ¡Aquí termina la autoridad del gobernador de Carta­gena! " .

Entonces, haciéndole fuerza con la rodilla, rompe el bastón de mando que le habían regalado Teresa y Lope, y lanza los pedazos a la cara y pecho de los dos militares desobedientes.

Mosquera y Mendoza retroceden ante el dramático gesto del gobernador y corren a embarcarse en los botes que les llevarían a Pastelillo, mientras Lope Nieto, con lágrimas de rabia, levanta del suelo los pedazos del bastón. Fuetea éste entonces a los sediciosos con las palabras que la gente sentía pero que Nieto no podía pronunciar:

"¡Vayanse a la mierda, vergajos! ¡No vuelvan a joder más por acá! ¡Quédense con sus hijueputas cachacos ma tones ! " .

" ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Abajo Mosquera! ¡Viva la revolución!", ruge el pueblo en la playa, mientras los negritos más atrevidos recogen chinas y conchas de erizo y tentáculos secos de estrellas de mar para tirárselos como proyectiles a los soldados mosque-ristas. No había mayor peligro: los más bravos de los veteranos que apoyaban a Nieto sólo hicieron ruidosas salvas al aire o al agua con sus oxidadas armas.

Al alejarse los botes, pasa el nubarrón y los pelícanos vuelven a formarse en V. Nieto ha evitado por segunda vez que se masacre al pueblo cartagenero y los artesanos. Pero el gobierno constitucional no lo apreciará así y se negará a hacerle justicia, aunque el coronel lo solicite repetidas veces, más adelante. Sólo en 1865 le llegará, por fin, un homenaje ade­cuado: la espada de honor decretada por el Congreso Nacional. Mas esto ocurrirá cuando Nieto ya está al borde de la tumba.

Ni en El Carmen ni en Sampués ni en el resto de sabanas pasó nada importante en esos meses de contrarrevolución. Los tabacaleros estaban contentos y encantados de la vida porque subía la producción de la hoja y aumentaba la exportación y la plata. Los curas, claro, no perdían ocasión de predicar contra los rojos impíos, los ateos, los masones, los enemigos de Nuestro Señor Cristo, y la gente ignorante quedaba blandengue.

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I

Nieto contra Mosquera : el gobernador con su bastón de mando. (Dibu­jo de la época, colección del autor).

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La guerra era otra cosa: era de los artesanos y los militares de la ciudad contra todos los demás . No interesaba al campesinado y a los gamonales de por allí. [C]

Pero en la isla de Mompox, como supimos por cartas que nos llegaron de nuestros primos y tíos (no los de Mier nobles, los de la albarrada, a quienes poco tratamos, sino los Mier simples de cobre y hojalata), la situación se puso después muy seria y violenta. La ciudad empezó a dividirse en dos mitades enfrentadas y peleoneras: la del barrio arriba, de los liberales y artesanos del oro y la madera, donde vivían los Troncoso, los Piñeres y otros copartidarios; y la del barrio abajo, de los conservadores y artesanos de la greda y el ladrillo, separada de los demás por la calle del Colegio, donde vivían los Germán Ribón, Ro­dríguez, Prados y otros del mismo bando. Ahora, ¡ay del que se pasara de un barrio al otro! Piedra, garrote y trompada recibiría. Hasta desconocieron al expre-sidente López su aporte a la caída de Meló, pues en las fiestas conservadoras se celebraba sólo la entra­da de Mosquera y Herrán a Bogotá, no la de José Hila­rio.

Ya ven que los liberales habían hecho la guerra contra Meló para que los conservadores ganaran el gobierno. Supieron pronto que el que tiene el palo da con él. Algunos hipócritas decían que esa revuelta de Meló no podía haber salido bien porque "el jete que la encabezaba es un mal marido y un hombre que trata mal a su mujer" . ¡Vean ustedes! Según eso, el Ejército constitucional de la Costa estaba también perdido como jabón en agua honda a causa de sus cuatro generales, empezando por Mosquera y su querida Susana.

La misma pelotera política empezó a ocurrir en los Pueblitos cercanos a Mompox, como San Sebastián y San Fernando, el primero totalmente liberal por sus gamonales, el segundo ya todo conservador. Mucha gente se salió del partido rojo-impío, como el cura Ma­nuel Díaz, de San Martín de Loba, quien aconsejó a las niñas conservadoras distinguirse de las liberales colo­cándose la flor en el cabello del lado derecho y no en el

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cíones ventajosas, nombramientos y oferta de nuevos elementos de prestigio, sea por la amenaza de la lepresión frontal, la persecución, la cárcel y la muerte.

Esta posibilidad real de cooptación convierte a la antiélite ideológica en un caballo de Troya dentro de las organizaciones revolucionarias: resulta también peligrosa para éstas, desde otro punto de vista. Lo que parece positivo con las antiélites para efectuar un cambio a fondo, puede convertirse en negativo. Porque las antiélites albergan gérmenes contrarrevolucionarios a causa de la implícita incapacidad que tienen de negarse a sí mismas y pasar por alto totalmente su origen de clase. No obs­tante, pueden superar su condición contrarrevolucionaria potencial, como lo hemos visto en nuestros días en el caso de Camilo Torres Restrepo, la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional a la cual perteneció, y los contingentes directivos de su movimiento —el Frente Unido— que en 1965 sacudieron pro­fundamente los estamentos del poder tradicional en Colombia. Pero esta superación no es fácilmente anticipable, y por ello no parece conveniente bajar las defensas de los movimientos revo­lucionarios sobre este particular.

Los artesanos, en cambio, hubieran desarrollado una anti-[ B ] élite propia de clase, si hubieran tenido más tiempo. Gra­

cias al impulso educativo inicial recibido de la antiélite ideológica y al trabajo de la Jun ta Central Democrática —la exogénesis de la conciencia de clase—, los artesanos lograron articular su propio liderazgo, el cual se hizo presente , práctica­mente solo, en las etapas culminantes del proceso revoluciona­rio. Hicieron un trabajo impresionante como grupo de vanguar­dia: fueron capaces de llegar al poder y desplazar a las clases dominantes tradicionales, algo que no ha vuelto a ocurrir en nuestra historia.

Sin embargo, también el papel de vanguardia que tomaron los artesanos en ese momento puede verse como un acto estruc­tural espurio. La formación social nacional se estaba dirigiendo hacia un sistema capitalista dependiente en el que la artesanía ocupaba lugar secundario. Teóricamente, sólo un proletariado (industrial) debía haber ocupado aquella posición de vanguar­dia. No existiendo en la Nueva Granada, la revolución socialista propuesta quedaba sin su actor histórico principal y éste no podía suplirse por aquellos cuyas formas de producción se justi­ficaban sólo en una formación social distinta.

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del izquierdo. Y a los hombres conservadores les dio la orden de dividirse el pelo y trazarse el camino del peinado por la derecha, y no por el centro ni por la izquierda como hacían comúnmente los liberales y el resto de personas.

Este cura Díaz resultó más papista que el papa, que hasta el gobernador conservador Juan Antonio Calvo le pareció desteñido. Un día, con la ayuda del gamonal Pedro J iménez, encabezó un movimiento [el 20 de marzo de 1858] en el Hatillo de Loba. El gobierno mandó un destacamento desde Mompox para do­minarlo, al mando de José de la O Cerezo y del propio juez del hatillo, Domingo Martínez, que había salido huyendo. El padre Díaz, con sus parroquianos ar­mados, le gritaban desde un cerro al juez cuando lo vio venir con la tropa por el río: "Ño Domingo, aquí tiene usted al padre Díaz para que lo coja. Aquí estoy dispuesto, so maldecido, venga a cogerme.. .Todo lo que ha hecho el prefecto en Loba y la fuerza que ha dejado me la meto entre el culo" . A los dos meses de aguantar , al fin tuvo que entregarse y lo encontraron escondido en el chiquero de su casa.

¡Pobres Palomino y Pinillos! Ya dejaron de hablarse sus vecinos porque en los de Palomino pesan más los conservadores de Mompox mientras que los de Pinillos han mantenido vínculos con los liberales momposinos para defender los intereses del pueblo. Una gente que era tan unida antes, que habían salido juntos de la Valerosa huyéndole a Carmona, ¡ahora quedan de enemigos por lo que hacen o dicen los doctorcitos de la ciudad! Por las promesas de tierras y dineros de las ventas de productos, por puestos en las alcaldías, por evitar pagos de empréstitos forzosos, por no dejarse embargar los bienes. En fin, por salvarse de la violencia política desatada pot los gamonales enfrentados a causa de Meló y los artesanos.

Agustín y yo empezamos a pensar seriamente en traernos a mamá Tina desde Palomino, pues ya no estaba de buena salud y los peligros podían ser ma­yores. Muchos nos decían que teníamos que hacer algo para defender nuestros intereses y propiedades de los comunistas y socialistas que amenazaban con

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Este desplazamiento de vanguardias también resultó ser, a corto plazo, otro elemento contrarrevolucionario, uno no antici­pado en la práctica, aunque podía preverse teóricamente. Claro que, en las circunstancias de la realidad, a los artesanos no les quedaba otro camino que hacer la revolución y ocupar una posi­ción de liderazgo vacía. Y en esto fueron heroicos y audaces. De haberse sostenido en el poder, de sus manos e intenciones hubiera surgido un país distinto del que tenemos hoy, quizás menos señorial y más democrático, con un desarrollo manufac­turero temprano y autóctono, menos monopolizado y más justo y, por lo mismo, más rico y próspero. Así puede deducirse de algunos decretos dictados por Meló en su corto periodo de gobierno. Pero no se habría realizado la revolución socialista que se anticipaba entonces, aunque quizás se habría preparado mejor su futuro advenimiento.

La acción rebelde de los artesanos no podía sostenerse sin [ C ] naufragar en el mar de la reacción representada por el

campesinado tradicional (no colono) controlado por curas y gamonales conservadores, exacerbados por la campaña anti­clerical de 1852. La estructura señorial de la tenencia de la tierra, de donde todavía se derivaba en buena parte el poder político, se había estremecido con las olas de colonización que creaban millares de nuevos pequeños propietarios libres en varios bolso­nes de latifundio; pero no se había puesto en peligro en los lugares de antigua ocupación, con la revolución del medio siglo. Apenas los indígenas andinos habían visto un cambio impor­tante en la organización de los resguardos, pero ese cambio no les fue favorable. Las tendencias al latifundio y al monopolio explotador de la tierra siguieron allí imperturbables. La burgue­sía comercial, aliada de los terratenientes (o ella misma conver­tida en terrateniente), no podía set derrotada sin destruir sus fundamentos rurales antiguos y sus raíces agropecuarias. Esto lo sabían los artesanos. Por eso una de las primeras tareas realizadas por Joaquín Pablo Posada como editor del periódico oficial de la revolución, fue preparar y publicar un Catecismo político de los ar tesanos y campesinos.

Pero en el campo, la población no colonizadora seguía afe­rrada al señorío y al clero. De esta ancestral reserva contrarre­volucionaria surgieron los once mil soldados con armas y bastimentos adecuados que apabullaron a Meló y los artesanos el 4 de diciembre de 1854 en Bogotá. Era casi todo el país tradi-

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tomárselos desde el nuevo gobierno de Meló. Pero decidimos proceder con calma y esperar un poco para ver qué más pasaba.

Herido en su amor propio como gobernante y como persona, Nieto considera por un momento rebelarse abier tamente con las armas; pero desiste. El absurdo aislamiento de Meló en Bogotá, el control del río Magdalena por la flotilla mosquerista, la pusi­lanimidad de Obando, el silencio del doctor Obregón, todo esto le sobrecoge. ¿Para qué levantarse en armas si ya la revolución parece perdida, si no se la está llevando por donde debe ser? [D]

Escribe, en cambio, un informe defensivo al gobierno de Ibagué sobre sus más recientes actos, y el 16 de junio redacta una carta protestando por la ilegalidad del nombramiento de Mosquera como comandante general ("dictador") de la Costa y los abusos que venía cometiendo.

Ya era demasiado tarde para seguir disimulando sus ver­daderos sentimientos revolucionarios. Mosquera había enviado negras noticias al designado Tomás Herrera sobre lo ocurrido en Cartagena, así como copia de la comprometedora proclama de Nieto del 6 de mayo. Herrera, por decreto presidencial del 12 de junio de 1854, suspende a Nieto en el ejercicio del destino de gobernador de la provincia de Cartagena y emplaza a la Corte Suprema de Justicia para que estudie el caso y fije el tiempo de la suspensión y otros castigos de acuerdo con el Código Penal.

Al recibir en Cartagena este decreto el 25 de junio, Nieto no ofrece resistencia alguna. Entrega el cargo al anciano designado, don Manuel Marcelino Núñez, (quien más adelante lo transmitirá a su hijo Rafael, de vuelta de Bogotá una vez consolidado el gobierno constitucional, a pesar de las protestas de la Cámara provincial aún dominada por draconianos), y pide asilo en la casa del cónsul británico.

Este dramático paso al asilo político lo explicó asi Nieto en su Autodefensa (páginas 8 y 9): "Lo hice, no por temor, sino para evitar el compromiso a que pudieran arrastrarme en aquel momento de peligro, las primeras impresiones del pueblo liberal, causadas por mi suspensión en el ánimo de mis copar-tidarios [...] El 25 de junio contaba con la Guardia Nacional en servicio y con una pujante mayoría del pueblo liberal que estaba ya desengañada del carácter de la cuestión y que se había pronunciado a haber yo querido acaudillarla ' ' .

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cional contra una minoría en el poder, una situación en verdad insostenible. Y de aquella caverna reaccionaria vino también el castigo implacable, la violencia contrarrevolucionaria que se desató como un huracán por todo el país, en 1855.

¿Sería la de 1854 una revolución prematura? No. Las revolu­ciones ocurren dentro del proceso histórico-natural a causa de mecanismos propios muchas veces inevitables. Si vienen, vienen, y en el capitulo anterior estudiamos algunos de estos mecanismos. Pero si la de 1854 se juzga por los elementos estructurales descritos, y por los resultados concretos de ella, se verá que no podía llegar a las metas originalmente concebidas o propuestas. Los hechos ocurren de acuerdo con una dinámica amplia que sólo el proceso histórico-natural, que es laxo y rico en avenidas, va determinando. Además, lo coyuntura! y aleato­rio interviene en los hechos; esto no puede pasarse por alto. Y lo coyuntura! ayuda no sólo a explicar las razones del fracaso de la revolución del medio siglo, sino también a comprender la tremenda potencialidad de la aparición de ésta en la historia colombiana.

2. Elementos coyunturales. En el caso de 1854 hubo fallas [ D ] de liderazgo. Sobresalen dos personalidades a las cuales

se le echa, con frecuencia, la culpa del desastre: Obando y Meló. A Obando se le acusa de ambiguo y tortuoso; a Meló, de indeciso y falto del talento de estratego. Es posible que estos cargos sean ciertos. Lo cual destaca una vez más (como lo veremos en el próximo capítulo) la importancia de contar con líderes verdaderamente eficaces que logren hacer culminar los esfuerzos revolucionarios.

De mayor trascendencia fue la falla organizativa represen­tada en el aislamiento de la Jun t a Central Democrática en los momentos cruciales de la revolución. La ¡dea de la coordinación nacional de las Sociedades Democráticas era brillante y, llevada a la práctica bien, hubiera dado mejores resultados que el pobre destello de luciérnaga de la etapa final. Fot ejemplo, existía la rica veta estructural de rebeldes en potencia representada en los pequeños campesinos libres. ¿Qué hacer con ellos y cómo atraerse a los colonos que se habían escapado o querían esca­parse por los resquicios del sistema? Evidentemente, existían las dificultades reales de los malos caminos de muía y trochas impasables, las sequías de los ríos, los accidentes de las selvas, para poderse comunicar con comunidades lejanas como San

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Al segundo día, no obstante, abandona el consulado bri­tánico, escribe una airada protesta por su suspensión, y ayuda a sus compañeros y familiares a hacerle frente a la represión que ya se anunciaba. En efecto, llega de Colón el general Posada Gutiérrez "como salvador de la pa t r ia" , con 36 traba­jadores disfrazados de soldados que empiezan a puyar a la gente conservadora de Cartagena para que castigue a los rojos-impíos y a los artesanos. Arman entonces a los negros godos de Chambacú para que vayan a golpear a los negros liberales de Ternera y Alcibia. Y aquí entran a allanar la hacienda de Nieto y a robarle no pocas pertenencias.

Pero, por lo menos, a ningún artesano de Cartagena lo enviaron a trabajos forzados en Panamá como ocurrió con los de Bogotá una vez abatido Meló el 4 de diciembre de 1854 por los ejércitos coligados del norte y del sur. Evidentemente, Nieto salvó a los trabajadores de su tierra por la forma como manejó los incidentes del 5 y 26 de mayo, como un caudillo-anticaudillo opuesto a la violencia oficial, para quedar en cambio él mismo responsable de los actos de insubordinación. Fue algo que los artesanos no olvidarían, asi su fe política hubiera quedado destrozada por la traición de los "ca lzados" y la tromba contra­rrevolucionaria de ese año.

La acusación contra Nieto por prevaricato (y luego contra otros gobernadores melistas) se hizo en Ibagué el lo. de sep­tiembre por el entonces Procurador general de la nación, don Lino de Pombo, quien apeló a todos los adjetivos posibles: "Sordo a la voz del honor y del patriotismo, contemplando impasible el inminente naufragio de las l ibertades públicas, apura la chicana [...] el gobernador Nieto hay que considerarlo comprometido, de tiempo atrás y de todo corazón, en el nefando plan de trastorno revelado en parte al país el 17 de abril y condenarlo como fautor y cómplice de sus caudil los" . "Alentó el espíritu revolucionario haciendo creer que el movimiento de la capital había sido obra del pueblo, y sopló la misma llama en el pecho de los militares al recordarles verdaderos o su­puestos ul t rajes" .

Los congresistas conservadores repetían contentos, como loros picando guineo: "El gobernador Nieto, haciendo causa común con los traidores y conculcando sus más sagrados deberes, se pronunció por la Dictaduta" . Y así por el estilo.

Al volverse el gobierno de Ibagué a Bogotá a finales de 1854, asumió la procuraduría el doctor Florentino González, el terror

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El exministro Florentino González, acusador de Nieto y otros melistas en 1855.

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de los artesanos por sus triunfantes tesis sobre el libre cambio. Ya se iniciaban los procesos públicos contra Obando, Meló, los colaboradores de su gobierno y los artesanos envueltos en la revolución, en los cuales acruarían como acusadores antiguos liberales socialistas y masones: Salvador Camacho Roldan, José de Obaldía y José María Samper, entre otros.

Nieto viajó entonces en abril de 1855 a la capital para defenderse ante la Corte Suprema, la cual iba a estar presidida por nadie menos que el expresidente José Ignacio de Márquez, contra quien había peleado en la guerra de 1841. Gracias al bien redactado informe que Nieto había enviado el 27 de mayo de 1854 y a las declaraciones de muchos militares y hermanos masones —y a pesar de la valiente defensa que allí hizo de Meló y Obando y del informe negativo de Mosquera—, Nieto fue absuelto de prevaricato según sentencia del 6 de jumo de 1855; pero fue condenado por el delito de obstrucción (por haber dificultado la salida de la tropa con Mosquera) y debía pagar las costas del juicio y una multa. Apeló infructuosamente (sentencia del 6 de agosto siguiente), haciendo ver que por esta sentencia "la autoridad civil cae ante las bayonetas" , como ocurrió en los muelles de Cartagena. Escribió entonces estas proféticas palabras, que dicen mucho del carácter del hombre:

"El partido liberal triunfará más tarde o más temprano a despecho de los apóstatas que lo han traicionado por cobardía o conveniencia. Entonces sabrá hacer distinción entre los que le hayan quedado fieles y los que cobardemente le hayan vuelto la espalda. Aguardemos y esperemos, ha dicho el célebre Alejandro Dumas" . (Autodefensa, 43).

En 1855 fue el mierdero. Fue el año de la venganza conservadora y de los que pensaron que iban a perder sus propiedades, por el susto que les pegaron los socialistas y draconianos en el gobierno. Los conflictos de ese año dejaron chiquita la guerra de 1830 en que mi papá, el cura Anas , había peleado, y también la de 1841 cuando huimos de Mompox con mamá Tina. En esos días, por lo menos, se respetaban las cosas y las vidas de los habitantes de los pueblos y no había ganas verdaderas de hacer correr sangre, ni ansias de odio como las que se sintieron en 1855, al caer los liberales y artesanos. En el aire se sentía un revan-chismo tremendo, un afán de martillar, como si se

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Martín de Loba y Pinillos, cuya historia de rebeldía contra los poderosos venía de muy atrás. Pero estas condiciones no fueron vencidas por la Jun ta Democrática y quizás ni siquiera conside­radas por ella. Fin cambio, los enemigos de la revolución logra­ron superarlas. Se confirma así, de todos modos, la crucial importancia que tiene la organización popular —y su coordina­ción nacional— para los fines revolucionarios.

Hubo, además, un elemento de suerte que se convirtió en vital: la vuelta de Mosquera desde Nueva York con cartas de crédito listas a usarlas para la obtención rápida de recursos y armas. No parece justa la acusación que se le hizo de que estaba enterado de los planes de Meló, y quizás tampoco la de que quería " levantarse" con los estados de la Costa. Eran muchos los planes personales y familiares de desarrollo económico y empresas particulares que tenía Mosquera en su cartapacio, para arriesgarlo todo en un nuevo conflicto. Pero su llegada, con aquellos recursos, dieron a la contrarrevolución un impulso inesperado después de las primeras derrotas en Zipaquirá y Tíquiza,

Por último, se registran las tendencias antimilitaristas de la época. En otras circunstancias y en otros países, los militares habrían sido vistos como elementos positivos del orden social, como una última defensa del sistema político existente. No en la Nueva Granada de mediados del siglo pasado, donde había toda una campaña montada para acabar con el ejército nacional, encabezada por los liberales gólgotas. A los militares de carre­ra, como Meló, se les veía como parásitos que había que exter­minar. El prestigio de los militares de la Independencia se había desvanecido.

Y he aquí que, por las circunstancias de la revuelta de los artesanos, estos militares desacreditados se constituyeron en aliados de la revolución. Para los grupos dominantes desafiados se completó así el cuadro justificativo de su reacción: había que acabar con la revolución de Meló para abatir al ejército indesea­ble, de una vez por todas. Y esta acerbidad antimilitarista explica la violencia de los jefes civiles convocados, de los expre-sidentes, letrados y juristas coligados para acabar con el dic­tador militar y, de paso, destruir también a los artesanos.

Podía verse, pues, como una decisión contrarrevolucionaria de los artesanos el haberse aliado a un ejército desprestigiado y en trance de desaparecer para bien y progreso del país, con un sector cuya ideología autoritaria y violenta no era en realidad

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quisiera destripar a talonazos un escorpión venenoso. Entonces vimos claramente que los dos partidos políticos que conocemos, en vez de sólo producir paz, trabajo y prosperidad para el pueblo, son madre de violencia; que los gamonales son ejecutores de esa violencia, y los militares los que la respaldan y agu­dizan. Son como cucarachas de un mismo calabazo.

Mompox, por ser tan importante y central, fue de los lugares que más sufrió de la revancha, y por eso al fin nos trajimos a mamá Tina de Palomino. Murió poco después en El Carmen a pesar de los emplastos que le puse en los muslos, las ventosas en la espalda, las sangrías y las tomas de yerbas que le di. Murió de vieja. Ella fue quien nos relató los sucesos de las elecciones de 1855, y quien nos abrió los ojos a lo que estaba ocurriendo en el campo, con copia impresa que trajo de una cana escrita por un liberal momposino. Enseguida la sacaré del baúl para mostrárselas. Oigan esto:

"Mompox gime hoy 10 de agosto [de 1855] bajo la más humillante opresión. El fusil y el garrote han sustituido al bastón del magistrado y la ley de las balas y el puñal es la que se observa por los que se titulan conservadores del orden, constitucionales de hoy [...] El gobernador Flores no ha podido gobernar, y tampoco ha hecho nada el general Mosquera quien se encuentra de paso por aquí.

"En Mompox el partido liberal anduvo tan des­cuidado, que sirvieron en estas elecciones las listas que el jurado apostólico-conservador de 1854 (que había anulado 12 registros con cuidado cristiano de excluir más de 150 electores liberales) formó a su antojo.

"Era público el anuncio de que las elecciones na­cionales [de 1855] se harían a fuego y sangre, según la expresión de los conservadores. Llegado el 30 de julio, los conservadores aparecieron desde temprano en actitud amenazante. Empezó la votación y cuando se convencieron de que los liberales tenían mayoría, se dirigieron en grupo al primer jurado y atacándolo a mano armada con piedras, garrotes y puñales, lo disolvieron, persiguieron a los jurados hasta adentro de las casas en que habían salvado la urna, entraron

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Vista del puerto de Mompox.

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133A CON EL GENERAL MELÓ: LA CONTRARREVOLUCIÓN

a la casa del alcalde, registraron escaparates y baúles y cogieron últimamente la urna.

"A la cabeza de este movimiento estaban Gregorio Rodríguez, J . M. Gutiérrez de Piñeres, Gregorio E. Mulet, el presbítero Pedro Aguilar y otros molineros que llevaron como en triunfo la urna y gritando, ¡viva, el pueblo es soberano!, la rompieron y la arrojaron al río.

"Los amotinados se apoderaron entonces de la barra del 2o. jurado. Ningún liberal podía entrar a votar porque no había por dónde, y si pretendía abtirse paso, el garrote se presentaba a detenerlo [...] Por supuesto, cada conservador votaba dos o tres veces, desde que el general Mosquera hizo entender que los t ranseúntes podían votar aunque su nombre no estuviera en la lista. Era cosa de reír y de irritar a la vez, observar que vecinos conocidos de Mompox votaban en calidad de transeúntes. Hubo también electores niños, electores locos, electores ebrios.

"Al siguiente día los miembros del jurado protes­taron ante un juez. Los conservadores del orden celebraron su 'triunfo' con vivas, mueras y ramas de jobo, apurando hasta la exageración su regocijo en el barrio de abajo,

"El aspecto de la ciudad era totalmente bélico. La botica de Rodríguez, centro de acción, tenía siempre allí los individuos más dispuestos a anarquizar. Se hizo al fin una reunión con los liberales (encabezados por Pedro Blanco García) en la cual la pretensión singular de los conservadores fue que todos los poderes provinciales se dividieran en dos partes: una con­servadora y otra liberal; de manera que al pobre gobernador había que dividirlo para inocularle en una mitad la 'conserva' . La reunión no duró ni diez minutos. A la salida, se anunció por un grupo conservador que estaba en la puerta, 'que la sangre llegaría a los pechos ' . Fueron a sembrar la exaltación al barrio de abajo.

"Habiendo perdido los conservadores, querían como último recurso impedir el escrutinio. Con tal objeto desde muy temprano, el 8 [de agosto) se reunieron muchos en la plazuela de la Compañía [hoy de la

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Mompox. Plaza de la Compañía, hoy de la Libertad, sitio de los inci­dentes por las elecciones de 1855.

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I34A CON EL GENERAL MELÓ: LA CONTRARREVOLUCIÓN

Libertad], lugar en que iba a verificarse el escrutinio, armados de chopos, escopetas, puñales, garrotes, etc., mientras que otros recorrían las calles atacando a los liberales que indefensos llegaban a presentarse a su vista. A las doce de la noche, cuando la mayor parte de la población dormía, los traicioneros y villanos con­servadores atacaron la botica del Sr. Francisco de P. Ribón dando balazos a sus puertas , asi como a las ventanas del Sr. Blanco García. Resultaron seis he­ridos, dos muertos,

"El día 9 a las once del día aún paseaban las calles buscando liberales como cazadores que acechan venados. Al grito de 'muera el tirano' [el gobernador Flores], los amotinados tomaron el parque, se armaron todos, pusieron centinelas en las calles, dieron grados militares y organizaron un gobierno de bayonetas que tiene aún hoy la ciudad en anarquía. El gobernador Flores tuvo que saltar paredes para salvarse ese día. Los liberales han tenido que, o refugiarse en casas extranjeras, o huir para fuera de la ciudad.

"Soy ya demasiado extenso; y lo sería aún más si no temiera cansarlos; pues hay tanto que decir, que no dan ganas de soltar la p luma" .

Lo mismo ocurría en otras partes del campo, según nos decían, a impulso de los gamonales vengativos. Todo esto nos llevó a desilusionarnos de los dos parti­dos y a apartarnos todavía más de la refriega política. Más importantes y satisfactorias eran nuestras ocupa­ciones: la botica, la banda, la agricultura. Con las guacas o entierros de los indios zenúes que descubríamos de vez en cuando en las sabanas, me había interesado también en el oro y la minería. Por allí cogería en el momento menos pensado. , ,

De vuelta en Cartagena, molido por la revolución del medio siglo y golpeado por la contrarrevolución, Juan José Nieto renuncia a ser postulado de nuevo como candidato a gobernador —sigue en turno el conservador don J u a n Antonio Calvo— y, con su innata generosidad, le abre el camino a Rafael Núñez pa­ra que vuelva a ser representante a la Cámara y, eventualmen-te, ministro de Estado.

Nieto pasa asi al invernadero político por cuatro años para recuperarse de los reveses hasta cuando la historia vuelve

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ELEMENTOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN 134B

compartida pot los trabajadores y los civiles comprometidos. Pero, de nuevo, éstos no tenían otra salida sino usar al ejército tácticamente para alcanzar las metas revolucionarias. Y lo usa­ron como apoyo a las milicias armadas propias que organizaron los artesanos bogotanos para la toma del poder. La indefinida coexistencia de un ejército profesional con otro del pueblo no habría podido sostenerse, y las tendencias del momento lleva­ban a convertir al ejército, de todos modos, en una Guardia Nacional. Así, se habrían defendido adecuadamente las con­quistas alcanzadas. Pero hemos pasado ya el campo de las conjeturas.

Si la historia es maestra de los hombres, esta experiencia contrarrevolucionaria de 1854 puede ser útil a los grupos activis­tas que hoy trabajan con denuedo y valentía pot un país nuevo. Saber cómo se está colocado en el proceso histórico-natural es condición indispensable para tomar decisiones adecuadas con el fin de tener una visión aproximada del futuro posible. Es importante entender que la toma del poder no es (y menos el acto de violencia que la hace posible) en si misma la revolución. La revolución es un proceso que se prepara y desarrolla, no sólo un acto. Y el llegar al poder —¡cuántos no lo saben ya!— es apenas el comienzo de otro largo calvario que, bien llevado, puede conducir a las metas postuladas.

Por todo esto, para evitar la hora negra de la contrarrevolu­ción, conviene estar alerta igualmente a lo coyuntural, lo cual significa en gran medida trabajar con los márgenes de acción que ofrece el sistema dominante. Son los factores que, por azar o impensado diseño, puedan afectar el curso revolucionario. Esto requiere agilidad y vigilancia sobre muchos frentes a la vez —arduo trabajo que los impacientes evitan— para producir la convergencia de los diversos esfuerzos. Se necesita tomar en cuenta hasta elementos convencionales que, con una buena dosis de subversión bien hecha, se vuelvan positivos para el necesario y justo cambio estructural. El enfrentamiento con el sistema dominante injusto y represivo no es simple ni sólo frontal. Tiene muchos vericuetos, salidas y troneras, sectores y facciones, élites y antiélites que obviamente deben tomarse en cuenta.

Si esta convergencia táctica, pluralista y de muchos frentes no es posible por el dogmatismo o sectarismo de algunos, se abren paso de nuevo aquellas frustraciones contrarrevoluciona-

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a tocarlo y es despertado en su hamaca, en la casa de Alcibia, a medianoche por un grupo de conspiradores sabaneros, de El Carmen, Momil y San Antero, que quieren que les mande. Llegan encabezados por un joven arráyente, de grandes am­biciones: un pichón de caudillo llamado Ramón Santodomingo Vila, uno de los fundadores del poderoso linaje de los Santo-domingos de hoy.

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ELEMENTOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN 135B

rias que, por más de una vez, han impedido transformaciones fundamentales en nuestro país, como lo señaló, en sus días, el sociólogo y excanciller de la república Luis López de Mesa (Escrutinio sociológico de la historia colombiana, Bogotá, 1955, 70-71; cf. también las diez grietas del sistema planteadas por Eduardo Santa, Sociología política de Colombia, Bogotá, 1964, 95-118).

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6. EL CAUDILLO

La conspiración de 1859 no nació en la sola hamaca de Nieto en Alcibia. El malestar de los liberales venía casi desde el momento del fracaso de Meló y la práctica usurpación del poder por los conservadores. Una vez mandando, éstos no querían dejárselo quitar por ningún motivo . Por eso, al crearse el Esta­do Soberano de Bolívar en 1857 (ley nacional de 15 de junio y Constitución provincial de 5 de octubre del mismo año), con Juan Antonio Calvo —hermano del doctor Bartolomé— como primer gobernador del Estado, los conservadores procedieron a controlar el sufragio popular para impedir cualquier mayoría de la oposición. Algo semejante ocurrió a nivel nacional al susti­tuir la Confederación Granadina a la República de Nueva Granada en 1858 (Constitución de 22 de mayo), y aprobarse leyes que aseguraban el predominio conservador en la maqui­naria eleccionaria.

Subyacente a esta guerra por los votos, corría en Bolívar un conflicto de intereses económicos. Como vimos antes, el poder en la capital del Estado se había acaparado por comerciantes cartageneros e italianos a quienes poco importaba la suerte de la provincia: una actitud que persistirá por mucho tiempo, hasta cuando induzca la partición del antiguo Estado en tres diferen­tes departamentos, en el presente siglo. Siendo que en El Carmen había crecido desde 1850 otra burguesía vinculada al cultivo del tabaco —curazaleños, sefarditas, comerciantes desplazados de Cartagena, inmigrantes de Mompox y Magan­gué—, ésta no se sentía con ninguna influencia para determinar el rumbo del gobierno. El descontento general con las mamo-

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6. TEORÍA DEL CAUDILLISMO

Insatisfecha, porque sus intereses no eran adecuadamente defendidos en Cartagena, la nueva burguesía tabacalera y mer­cantil de El Carmen y las sabanas de Bolívar empujó a Nieto y a un grupo de liberales a tomarse el gobierno. El golpe ocurrió el 26 de julio de 1859 y Nieto fue nombrado caudillo del movimien­to y elegido presidente del Estado /1 / .

I. Un relato completo sobre el origen y desarrollo del golpe del 26 de julio de 1859 y de la guerra civil subsiguiente, vista desde el ángulo regional, se encuentra en el folleto del propio Juan José Nieto, Bosque­jo histórico de la revolución que regeneró al Estado de Bolívar (Carta­gena, 1862, FP, No. 2). Lo complementó con unas Observaciones al discurso-mensaje que el ciudadano general Tomás C. de Mosquera leyó ante la Convención Constituyente de Rionegro (Cartagena, 1863, FP, No. 19), glosas que Nieto le hizo al Gran General por ciertas inco­rrecciones suyas en la presentación de los hechos relacionados con aquella guerra.

Acta de los vecinos de Cartagena, julio 26, 1859: Manuel Ezequiel Corrales, ed., Efemérides y anales del Estado de Bolívar, IV, Bogotá, 1892, 217-219. Alocución de Nieto el mismo día: Corrales, IV, 236-237. Restablecimiento de los concejos municipales: Corrales, IV, 240-241.

Pronunciamientos de apoyo al golpe de Cartagena: Momil y Lorica (30 de julio, cuando Manuel Martínez, con sus sananteranos liberales, se tomó el cuartel). Santa Rosa y Calamar (2 de agosto), San Pelayo y Ciénaga de Oro (3 de agosto), Usiacurí (7 de agosto), Baranoa y Chima (8 de agosto), Sabanalarga y Mahates (10 de agosto), Sincelejo (12 de agosto), El Carmen, Malambo y Campo de la Cruz (13 de agosto) y Soledad (14 de agosto). Corrales, IV. 219-236, 263.

Negros nietistas de Alcibia y Ternera: Autodefensa, 60. Los de San Basilio y su tradición guerrera-boxística: Nina S. de Friedemann, Ma

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137A ELCAUD1LL0

bras políticas del gobernador Calvo, al estallar en 1859, ofreció a esta burguesía sabanera la oportunidad de hacerse presente por primera vez en Cartagena como fuerza definitoria. Para ello apeló y utilizó a Nieto como dirigente de prestigio en la oposi­ción, y le ofreció el apoyo de grupos armados en las sabanas, principalmente de Chinú, San Antero, Momil y El Carmen,

Una vez desatada la reacción liberal en Bolívar, el conflicto adquirió resonancia nacional y llevó a una cadena de efectos de carácter primordialmente político. Se trataba, en efecto, de defender la supremacía formal del gobierno general, entonces presidido por el patriarca conservador don Mariano Ospina Rodríguez, cuya política se dirigía a reforzar mecanismos de control centralizantes. En esto, por supuesto, se enfrentaba a los intereses regionales federalistas que habían ganado un " r o u n d " con la aprobación de la Constitución de 1858.

¿Cuáles eran esos mecanismos de control centralizantes? Aparte de los eleccionarios, eran los del fisco, especialmente el dominio de las aduanas que seguían siendo fundamentales como fuente de recursos del presupuesto nacional. Así como ocurrió en la guerra civil de 1840, ahora vuelve a aparecer la rapiña por las aduanas costeñas de Cartagena, Barranquilla y Santa Marta. El gobierno de Ospina crea e impone el cargo de intendente nacional en los puertos con ese objeto y, más adelan­te, los de comisarios nacionales que puedan establecerse en todos los distritos. Naturalmente, estos funcionarios no eran sino agentes del gobierno general con miras a fiscalizar y controlar las autoridades locales y asegurarle entradas al fisco central, en perjuicio de las rentas estatales y provinciales. Nada podía irritar más a los grupos regionales que este tipo de medi­da que, además, era esencialmente inconstitucional.

De allí a la rebelión armada no había sino un paso en vista de la obstinación de los poderes centrales, y los gobiernos de Bolívar y Cauca fueron los primeros en darlo. Envueltos luego en la usual escalada de recriminaciones y actitudes personalis­tas , retos, complots e invasiones mutuas de fueros y territorios, el conflicto estalló en mayo de 1860 con la declaratoria de guerra al gobierno general. Nieto aquí dará su aporte como caudillo, y su estatura de dirigente crecerá a nivel nacional hasta el punto de constituirse en amenaza a las aspiraciones presidenciales de su émulo y enemigo tradicional, el general Tomás Cipriano de Mosquera, gobernador del Cauca.

Veamos cómo el mismo Nieto relata, de manera sencilla y

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Escudo del Es tado Soberano de Bolívar (1857).

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138A EL CAUDILLO

directa, su extraordinaria experiencia como caudillo, con el eco de los conflictos locales a que su acción dio lugar: los combates por el rio Magdalena, la ocupación de Barranquilla, la defensa de El Banco, la guerrilla goda de Lorenzo Betancourt, y otras acciones interesantes que tuvieron lugar en la región durante la guerra de 1859 a 1861.

El golpe del 26 de julio de 1859

Escribe Nieto en su Bosquejo histórico de la revolución que regeneró a l Estado de Bolívar, folleto que publicó en Cartagena en 1862:

Varios ciudadanos bolivianos [hoy: bolivarenses] represen­tamos a la Asamblea legislativa de Bolívar pidiendo la derogato­ria de las leyes opresivas. El más cínico desdén fue la contesta­ción. Un diputado llamó la atención de la Asamblea sobre que aquel desprecio podría excitar a la rebelión; pero otro diputado, rechinando los dientes y apretando los puños, contestó: "Ojalá se revuelvan los liberales, eso es lo que queremos para aplastar­los" . No había, pues, más remedio que entrar de lleno en la labor.

Un poco antes había salido para las sabanas de Corozal el señor Juan Antonio de la Espriella [compañero masón de Nieto que le será fiel hasta el fin], a quien recomendé se avistase con el coronel Manuel Pereira Plata en Chinú, dándole yo una carta de recomendación, para que conferenciase con él sobre el pro­yecto de revolución, pues hacía algún tiempo que sobre esto me entendía con aquel jefe. La conferencia dio resultados favo­rables.

Al regreso del señor de la Espriella, empezamos él y yo a poner las bases de una empresa tan delicada con.o peligrosa. Se hizo un pequeño programa y se comunicó a unos pocos patriotas con el objeto de formar una junta directiva: Eloy Porto, Sebas­tián Elguedo, Ramón Guerra, Manuel González Carazo y otros diez más. Variábamos frecuentemente de lugares para las sesiones.

Fondos: éste era un obstáculo insuperable, pero la voluntad lo hace todo. Formóse una pequeña bolsa que casi desapareció en las primeras comisiones. La junta acordó saliese yo en comi­sión a los pueblos de Barlovento para tantear la opinión y proporcionarnos recursos. El único patriota decidido y resuelto

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El pres idente Mariano Ospina Rodríguez [1857-1861).

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139A EL CAUDILLO

que encontré en Sabanalarga fue el joven J . Antonio Torrene-gra. En Barranquilla: Rodrigo Pantoja, Celedón Pérez, Tomás Freile y Silverio Henríquez. En Santa Marta no me dieron sino consejos. En la Ciénaga, el señor Francisco de Labarcés me ofreció unos fusiles y algunos hombres —ni unos ni otros vinie­ron cuando llegó el caso. A través de Elguedo hice conocimiento del señor Manuel Martínez [el futuro general "Ba l i t a " ] , vecino de San Antero, quien me ofreció sostener la revolución.

Como el primer paso debía ser el de apoderarnos del cuartel para proveernos de fusiles y otros elementos, descubrí nuestro plan al entonces cabo primero y músico de la banda, José de las Nieves de León. Este joven patriota, a quien yo trataba desde chico casi como hijo, aceptó y ofreció proporcionarnos la entrada al cuartel.

Al fin se decidió dar el golpe fijándose el día. Para esto se comisionó a Elguedo a San Antero a traer los auxilios. Pero era tal el deseo de que estallara la revolución, que aquellos patrio­tas se dirigieron a Cartagena sin esperar a Elguedo, con quien no se encontraron en la navegación. Llegaron, pues , a destiem­po y la presencia de aquella gente en canoas en el mercado, sin misión conocida del público, llamó la atención de la policía, y fue preciso ocultarlos.

Sin embargo, se trató de aventurar el golpe. El joven Eloy Porto, que fue a buscarme a mi hacienda, me manifestó que sólo se exigía de mí el que lo autorizase para tomar mi nombre, con lo cual se animaría la gente. Pero una cena que habían hecho esa noche los conjurados, acabó casi de revelar el plan a los enemigos. Se desistió, por tanto.

Cuando se habían borrado las impresiones de la primera tentativa, volvimos a ocuparnos del proyecto sólo dos personas: de la Espriella y yo. Había otros dos conspiradores por aparte: Antonio González Carazo y José Araújo ["la zamba ja rocha"] , que se incorporaron a nuestra junta. En este intermedio, la junta directiva me nombró caudillo del movimiento. [A]

En Chinú se constituyó una junta revolucionaria con los jóvenes Manuel Mendoza, Antonio Castillo, y otros. Encontrá­base a la sazón en Cartagena el joven Ramón Santodomingo Vila, e impuesto de los planes se adhirió a la revolución con todo el ardor de su fe y de su edad, tomando parte en las delibera­ciones de la junta directiva. En los días próximos siguieron Santodomingo y Mendoza para Chinú, a esperar allí su turno.

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Patio de la ca­sa de Nieto en Cartagena.

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MOA EL CAUDILLO

Los primos Santodommgos [Ramón y Andrés] suministraron fondos.

Propuse la convocatoria de una reunión popular para protes­tar por las leyes [las electorales y la de comisarios nacionales de hacienda a nivel municipal, considerados "ce rcenadores" de la autoridad de los Estados] sancionadas por el Congreso de 1859. Ella se celebró en las galerías bajas de la Casa consisto­rial, y el pueblo ocurrió al llamamiento. Los conservadores, que creyeron que aquél era el día de la redención, se armaron hasta los dientes, arrastrando sables pot las calles. Disuelta la reu­nión, se dispersaron también los adalides del gobierno, y ufanos hasta la insolencia decían: ¡Oh! Hemos salvado hoy la patria, ¡ ¡oh!! ¡ ¡ ¡oh!!! y tomaron cerveza y brandy para celebrar.

Fijóse el 26 de julio para el movimiento. No había fondos para una empresa de tanta magnitud. Sólo se contaba con ¡ciento cincuenta pesos! que había facilitado Andrés Santodo­mingo. Y teníamos algunas armas de fuego que se depositaban en la tienda del doctor José Araújo. En vísperas de dar el golpe, me enfermé de alguna gravedad, pero eso no impidió para seguir.

El 25 por la noche empezaron los patriotas a reunirse afuera de la muralla de Santo Domingo. La ocasión debía ser, cuando regresase al cuartel la banda de música que andaba por la calle dando serenatas a las Anas [por el día de su santo: Santa Ana]. En efecto, la banda entró al cuartel. El joven Nieves de León con un pretexto se quedó afuera, avisóles a los patriotas y entró con ellos. Cuando el centinela cayó en la cuenta, ya se habían apoderado de las armas y del oficial de guardia que sufrió una leve herida en el hombro. Cuando me llamaron al cuartel, me encontraba ardiendo de calentura. La tropa toda tomó servicio, A las seis de la mañana del 26 ya faltaba armamento para la gente que se presentaba.

El acto estaba consumado y entrábamos en las grandes difi­cultades de sostenerlo. El partido conservador despertó ese día espantado de aquello que jamás había ni soñado fuese posible. El mismo día 26 se reunió e hizo su pronunciamiento el pueblo, el cual me confirió el gobierno provisorio del Estado, que confir­maron los demás, obedeciendo mi autoridad. Entonces empezó mi faena especial, en cuyos primeros días trabajaba enfermo. Nombré de secretario al inteligente e infatigable patriota señor J u a n Antonio de la Espriella.

[El "Acta de los vecinos de Car tagena" resume la delibera-

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TEORÍA DEL CAUDILLISMO 140B

Como el gobernador depuesto, Juan Antonio Calvo (conser­vador) había buscado refugio en Mompox —donde recibió el apoyo del presidente Mariano Ospina Rodríguez a través de tropas comandadas por el general Joaquín Posada Gutiérrez— Nieto organizó el ejército estatal, viajó por el río con las tropas y atacó y se tomó a Mompox el lo. de noviembre 1 1 / . Pero Posada logró escabullirse a Barranquilla, donde reorganizó la resisten­cia hasta el 8 de diciembre, cuando fue derrotado definitiva­mente . En estos combates se distinguieron dos nuevos impor­tantes personajes en la vida de Nieto: Manuel Martínez (de San Antero) y Ramón Santodomingo Vila (de Chinú) / 3 / .

Ngombc. Bogotá, 1979. Adhesión personal a Nieto: Bosquejo histórico, 34; Aclaratoria, Cartagena, lo. de septiembre, 1864, FP. No. 32.

Asamblea constituyente de Bolívar; Decretos de Nieto de 27 de septiembre y 4 de octubre, 1859, Corrales IV, 251-263.

2. Ocupación de Mompox (lo. de noviembre, 1859): Los verdaderos hijos de Bolívar, 20 de noviembre, 1859, FP. No. 13 (quejas de los conservadores); Proclama de Nieto, FP, No. 12.

Bandera de Cartagena: Porras Troconis, Entre bastiones (Cartage­na, 1930), 171.

Cantos y coplas del ejército de Nieto: José Dolores Zarante, Reminis­cencias históricas (Lorica-Cartagena, 1933), 286-287.

3. Ocupación de Barranquilla (8 de diciembre, 1859); Corrales, IV, 401-404. Barranquilla en esta época: descripción de Réclus. Mis exploracio­nes en América, 46-48.

Sobre el general Manuel Martínez: Zarante, 278-288. Martínez era analfabeto. Aunque le decían "negro", tenía la piel blanca y el pelo lacio castaño. Resultará el más violento de todos los oficiales que siguieron a Nieto. Decía: "Delante de mí, las orejas de mi caballo". Llegó a general y fue subiendo hasta llegar al senado, donde le hicieron el insulto de poner un mazo de yerba en su escritorio. Traicionó a Nieto y colaboró en su caída a finales de 1864, como veremos en el próximo capítulo.

Sobre el general Manuel Cabeza: Cartagenero, también ayudó a tumbar a Nieto. Famoso por su valentía, se le llegó a llamar "el Ney colombiano". Murió, ya general, en el sitio de Cartagena durante la guerra civil de 1885. (Bossa Herazo, 1981).

Sobre el general Ramón Santodomingo Vila: De familia sefardita de Curazao que llegó a Mompox, después pasó a Barranquilla y Carta­gena, donde el padre de Ramón se casó con una señora de Manzanillo (Cuba). Ramón nació en Cuba, durante el viaje de la madre para visitar a su familia. Al regresar a la Nueva Granada, Ramón pasó a Chinú y las sabanas, donde desarrolló amistad política con Manuel Martínez. Como éste,llegó a ser general y ayudó a tumbar a Nieto. Más tarde,

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141A EL CAUDILLO

ción del 26 de julio de 1859 en la sala del palacio municipal, bajo la presidencia de Antonio González Carazo. En los conside­randos se quejan de la organización dada al sufragio popular como "una ironía" y del rechazo de las peticiones de reforma, y que "no queda otro recurso al pueblo que recuperar sus dere­chos arrebatados por la astucia, la mala fe y la traición". Nieto pronunció entonces una alocución: "El malestar se sentía en todas las clases de la sociedad. Quejábase el comerciante, el artesano, el agricultor, el pobre vivandero, todo el que ejerciera una industria porque hasta allí llegaba la mano descarnada del fisco (...) Ahora, en mi capacidad de jefe del Estado, pongo de manifiesto mi programa administrativo: garantías y protección para todos los habitantes; convocar una Asamblea constitu­yente; dar tranquilidad, unión, prosperidad y confianza a todas las clases de asociados ] " .

[Uno de sus primeros decretos se dirigió, efectivamente, a ensanchar el poder municipal. El del 10 de agosto de 1859 estableció de nuevo en cada distrito un concejo municipal para reemplazar a las inoperantes municipalidades ordenadas por leyes del Estado anteriores).

El joven Ramón Guerra partió a las cinco de la mañana en posta para Chinú a llevar la noticia del acontecimiento para que lo segundaran, como en efecto sucedió, nombrándose en el acto de pronunciamiento, de prefecto al joven Ramón Santodo­mingo Vila, y comandante de la fuerza al coronel Pereira Plata.

[En efecto, a las 5 de la mañana del 4 de agosto, Chinú siguió el ejemplo de Cartagena y el pueblo eligió junta directiva, prefecto, comandante y alcalde. Santodomingo también leyó una proclama: "Habéis echado sobre mis débiles hombros una inmensa carga, pero no me acobardo.. . Muchas son las amena­zas que se nos hacen por esa porción de vampiros que tiemblan ante la idea de verse escapar de sus garras las pesetas del teso­ro del Estado, pero no temáis

Pronunciamientos semejantes se hicieron en todas las pobla­ciones principales de Bolívar. No se pronunciaron y se resistie­ron militarmente: Corozal y Mompox. A Mompox huyó Calvo, el gobernador depuesto, con algunos de sus funcionarios. Allí le esperaba, para defenderlo en nombre del presidente Mariano Ospina —que así intervenía en el conflicto— una división nacio­nal al mando del general Joaquín Posada Gutiérrez. El presi­dente Ospina decretó la guerra al Estado de Bolívar el 12 de

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TEORÍA DEL CAUDILLISMO 14IB

Las tensiones con el gobierno central continuaron por motivos eleccionarios, políticos y de control fiscal durante el año de 1860. Cuatro estados manifestaron su inconformidad: Cauca, Bolívar, Santander y Magdalena. Mosquera, gobernador del Cauca, formalizó alianza con Nieto el 10 de septiembre, para tumbar a Ospina. Nieto decretó la separación del estado de Bolí­var, el 3 de julio de 1860 y se preparó para la guerra. La comenzó en diciembre , batiendo a Julio Arboleda, agente de Ospina, en Santa Marta 141.

Ospina contestó con una división del ejército nacional al mando del general Emigdio Briceño, para atacar a Bolívar por Chiriguaná, Ocaña y el río Magdalena, y el encuentro se realizó en el puerto de El Banco, el 11 de diciembre. Briceño fue batido y puesto prisionero, y sus fuerzas sutiles —las del río Magda­lena— fueron derrotadas por el coronel José María Mendoza Llanos / 5 / .

Pero al mismo tiempo prosperó una guerrilla en los pueblos de Palomino y Cañonegro, en la isla de Mompox, impulsada por conservadores momposinos amenazados por expropiaciones del ejército de Nieto. Esta guerrilla, comandada por el campesino

pasó a servirle a Rafael Núñez y los nacionalistas. Participó en las revoluciones siguientes y llegó a ser gobernador de Panamá. Cerró por seis meses el periódico Star and Herald de Panamá, decisión desapro­bada en Bogotá que le llevó a retirarse de la política. Murió en Panamá en 1908 después de un corto periodo en la diplomacia, en el Ecuador. (Bossa Herazo, 1981).

Proclama de Santodomingo en Chinú. 4 de agosto. 1859; Corrales. IV. 240.

4. Enfrentamientos con Ospina: Corrales, IV, 293-295 (bongos de guerra), 372-375 (carta de Mosquera, 18 de abril. 1860). 377-379 (declaración de guerra del Cauca, 8 de mayo, 1860), 384-385 (separa­ción del Estado de Bolívar de la Confederación Granadina. 3 de julio, 1860).

Resistencia del general Piñeres a Nieto: El presidente del Estado al general Inspector de la Fuerza Pública, Cartagena, 13 de junio, 1860. FP, No. 20.

Tratado de unión y confederación de los Estados del Cauca y Bolívar, 10 de septiembre, 1860: Corrales, 111, 191.

5. Combate de El Banco (diciembre 11, 1860): Corrales, IV, 401-404; cf. Ángel Cuervo, Cómo se evapora un ejército (Bogotá, 1901), 55-56. Combate fluvial del Peñón de Morillo (8 de febrero. 1861): Corrales, IV. 415-419.

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142A EL CAUDILLO

septiembre y ordenó el cierre de los puertos de Cartagena y Sabanilla],

Algunos funcionarios nacionales se opusieron a la resolución y yo di orden de ocupar las oficinas nacionales el 15 de agosto. En especial conspiraba contra nosotros el intendente del distrito nacional, señor Pedro Navas Azuero. No podía yo permitir el que me hiciesen una contrarrevolución, y resolví prenderlo. Asi nos hicimos a algún armamento y otros artículos de guerra. Navas Azuero siguió para el Istmo a unirse a los que allí se confabulaban ya contra el gobierno provisorio de Bolívar.

La guerra civil bolivarense de 1859

Inmediatamente emprendí armar bongos de guerra para el río Magdalena, poniéndolos en vía para Calamar. Se completó una flotilla de cinco bongos y dos escuchas de guerra. De ante­mano había yo enviado a Calamar un destacamento, y cuando los patriotas de Chinú y Sabanas (bajo el mando de Pereira y Santodomingo) ocurrían a atacar con éxito a los enemigos en Corozal, llamé al servicio al teniente Manuel Cabeza y puse a sus órdenes la pequeña columna compuesta de los dos destaca­mentos. Esta fue la base del célebre Batallón Glorioso de Bolí­var, que con tanta honra ha sostenido su nombre.

Como el general Joaquín Posada estaba en Mompox con el exgobernador Calvo, se creyó que en semejante campaña era necesaria mi presencia, y me puse en camino dejando encar­gado del gobierno a José Araújo. Organicé en Calamar la pe­queña expedición que saqué de Cartagena —unos 200 hombres, incluyendo 30 trabajadores negros de Alcibia y Ternera fieles a mi persona— y emprendí la marcha para Mompox, lleván­dome las fuerzas sutiles [las que actuaban móvilmente en los ríos y ciénagas en canoas y barcos de guerra]. Pero a una jorna­da de Calamar y a la una de la madrugada del día 29 de septiembre [1859] rne alcanzó un posta del prefecto de Barran-quilla (recién nombrado por mí), el doctor Antonio González Carazo, participándome del alzamiento del exprefecto Manuel Comas en Soledad que se dirigía a Barranquilla para atacarlo. A esa hora regresamos. A las siete y media de la noche nos encon­trábamos en Barranquilla cuando menos lo esperaba el ene­migo. A la madrugada del 30 la facción había desaparecido.

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MAR CARIBE

CARTAGENA 14 dedic iembr.

PRIMERA CAMPAÑA DEL GENERAL NIETO

1859

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143A EL CAUDILLO

Concluida esta operación, tomo camino otra vez para Cala­mar, con la fuerza aumentada con algunas partidas de Barran-quilla. Esta fue la base del célebre batallón Bajo Magdalena, segundo organizado en el Estado de Bolívar, al cual se incorpo­raron después los valerosos momposinos liberales. Antes de salir a Mompox convoqué a la Asamblea constituyente y a elec­ciones en el Estado.

Salimos, pues, otra vez de Calamar para Mompox, el día 15 de octubre de 1859, con un cuerpo dividido en cuatro compa­ñías, en lo que llamamos el "Ejército Regenerador" , con boti­quín, médico, comisario ordenador, comisario pagador, provee­dor y guardaparque. Era un ejército joven, como lo son casi todos los que me han acompañado siempre. Pienso que es la juventud la llamada a dar impulso al progreso de su época, y porque es preciso educarla para que nos reemplace. No parti­cipo del necio cuanto peligroso egoísmo de la mayor parte de los viejos, que pretenden ser perpetuamente necesarios. Con mi sistema he sacado muchos servidores útiles.

Por una de aquellas bizarras ocurrencias inspiradas para despertar el entusiasmo, puse a cada compañía por su orden respectivo el nombre de Suavos, Cazadores de Vincennes, Granaderos de la guardia y Cazadores de África. Les expliqué la significación de quellos nombres del ejército francés, tan célebres en la guerra de Oriente, y he aquí la emulación por corresponder a ellos como lo hicieron.

A la señorita Santos S. de Arcos se le ocurrió pronunciarme un discurso de despedida al momento de partir. La supliqué lo omitiese, pero insistiendo, convine oírlo dentro de su casa en unión de mis ayudantes. Aquella joven entusiasta me pronosticó un feliz suceso. Fue la Sibila del triunfo de Mompox.

[Los soldados y oficiales del Ejército Regenerador marcha­ban con el entusiasmo que les inspiraban Nieto y los despampa­nantes nombres franceses. Unos iban soplando melodías con hojas de palma aplicadas al labio, con acompañamiento de maracas y tambor. Otros tocaban timbas y pitos, fuera de la banda de guerra. Algunos improvisaban cantos:

Cartagena, brotáis unos hijos que no temen montaña ni mar: abandonan su patr ia y familia por salir a l tirano a buscar.

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Casa campesina en Chinú.

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¡Sigo pa ra la campaña, sigo para la campaña con e l fusil en la mano!. . . Ruégale a Dios, alma mía, que no muera atrincherado.

El mejor de los cantos era éste, que se convirtió en copla popular costeña:

De las barbas de Posada, de las barbas de Posada quisiera hacer un pellón para que se acueste Nieto con todo su batallón.

Los soldados también organizaban ejercicios como el " juego de la hoja" (esgrima de machete) en cuadro cerrado, la lucha libre, y la pelea a puños o " juego 'e m a n o " , en el cual Nieto enfrentaba a sus negros alcibianos con los de San Basilio, el antiguo palenque cuya tradición guerrera se fue sublimando hacia este deporte, para producir hoy campeones mundiales. La adhesión de los negros a la figura de Nieto se constata a todo lo largo de su carrera. Llegaron a llamarlo "pae (padre) Nie to" durante la guerra de 1860, y cuando éste salía, " todos se querían ir con é l " ] .

A Talaigua, sobre el brazo de Mompox, llegamos el 25 de octubre y el 29 a las cinco de la mañana estábamos frente a la ciudad. Intimé rendición a la plaza. No recibiendo contestación del general Posada, se incorporaron a la fuerza los patriotas momposinos que se encontraban en el cercano caserío de Tron­coso y en la mañana del 30 bajamos para la ciudad. Encargué al coronel Rafael González del mando de la fuerza que iba a atacar y nombré de segundo al coronel momposino J u a n Rives. Se acometió con 210 hombres ante el enemigo con 400 bien atrin­cherados y con una pieza de artillería bien servida, del arma­mento de la Confederación.

Después de una resistencia y combate de 31 horas (sin muchos muertos), Mompox cayó en nuestro poder. Todos cum­plieron con su deber. Al día siguiente puse en libertad todos los prisioneros y tres días después expedí un indulto sin ninguna restricción.

[El exgobernador Calvo volvió a Cartagena, a su casa de la calle de San Agustín Chiquita, en cuyo aljibe escondió una imprenta para publicar una hoja de oposición contra Nieto,

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Soldados practicando lucha libre. (Dibujo de Torres Méndez)

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145A EL CAUDILLO

titulada El Duende, que nunca se descubrió. Los conservadores momposinos se quejaron de que había habido "saqueo gene­ra l " de la ciudad, pero su queja se dirigió más a defender al presidente Ospina, con argumentos contra el federalismo, que por lo que hubieran hecho las tropas de Nieto. El saqueo no parece probable por haber habido muchos momposinos en el Ejército Regenerador. En cambio, Nieto manifestó a su ejército lo siguiente: "Compañeros y amigos: (...) Los vencidos son nuestros hermanos. Os habéis armado, no para conquistar, sino para sacar triunfante la enseña de la Regeneración. Es verdad que los vencidos, en su desesperación, han cometido actos atroces de barbarie que pudieran excitat nuestra venganza. Pero no, compatriotas: ¿querríais perder toda la glona adquiri­da con imitar a los que así han procedido ?" .

Y a los momposinos dijo: "Aquí deben terminar las animo­sidades. Ninguna represalia, para haceros dignos de ese triun­fo. Yo os exhorto en nombre de la concordia, a nombre de la fraternidad, a deponer ante las aras de la patria esos rencores personales que os han causado tantas desgracias (...) Si por una desgracia los vencidos rehusasen aceptar la paz y reconcilia­ción con que los convidáis, entonces ya no seréis responsables de las consecuencias. Pero no seáis los agresores. Esperadlos y defendeos"] .

El general Posada, al escaparse de Mompox con su gente, se dirigió río abajo a buscar un nuevo encierro en Barranquilla, que ocupó el 13 de noviembre [1859] sin resistencia. El prefecto González Carazo se asiló en un consulado extranjero. El de Sabanalarga y sus compañeros se pasaron a la otra ribera del Magdalena y otros se pusieron en camino en busca mía para darme parte. Me encontraron río arriba en el Yucal con dos bongos de guerra y un piquete de 25 hombres. Allí puse un expreso al coronel Manuel Cabeza para que a marchas forzadas viniese a incorporárseme con la fuerza del Glorioso que tenía disponible en El Carmen, para atacar a Barranquilla. Cuando llegaron de Mompox los otros bongos de guerra y el piquete, bajé entonces, entré por Ponedera y me dirigí a Sabanalarga donde establecí mi cuartel general con el mayor José María Mendoza Llanos como jefe de estado mayor. Allí empezaban ya a incorporarse los emigrados liberales de Barranquilla. A poco llegó una columna de Cartagena con pertrechos que personal­mente trajo el joven Ramón Santodomingo Vila [ya había sido promovido de soldado-prefecto a mayor].

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Barranquilla hacia ¡86Ü. (Dibujo de Riou).

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Entretanto, los enemigos se fortificaban en la Tenería, edificio de Barranquilla [puerto con diez vapores navegando o en construcción, que había crecido descomunalmente al paso que Cartagena decaía: no se veían allí sino ' ' andamies , ladrillo y mor te ro" por todas par tes , según los viajeros que llegaban al gran hotel de Madame Hughes , donde los niños desnudos de la calle se la pasaban [' 'apostrofando a los extranjeros con palabras pronunciadas en inglés con extraña perfección"]. Una conferen­cia entre Posada y González Carazo en el asilo consular de éste, para evitar el combate, nada adelantó. Por supuesto, fue nece­sario pelear.

Al ponerme en marcha con la división, recibo denuncio de Barranquilla y vanos de Cartagena de que el general Posada tenía el plan de dar otro salto, yendo a sorprender a Cartagena. Luego de dar las órdenes y organizar el ejército, que dejé bajo el mando del coronel Cabeza, me devolví y llegué a Cartagena el 4 de diciembre [1859]. El 8 recibí noticia de haber sido bando y vencido el enemigo, y Barranquilla fue ocupada por nuestras tropas el 9.

(Decía en su parte de victoria el coronel Manuel Cabeza, sobre la ocupación de Barranquilla: "A las cinco de la mañana del 8 de diciembre me encontraba sobre el campo enemigo por la via de Galapa, tomando la vereda del Limón. Dispuse que dos columnas pasasen la parte del sur de la calle de San Blas y apoyasen los fuegos de las dos piezas de artillería que establecí frente a la Tenería. Previne que el costado izquierdo avanzase hasta la calle de las Vacas, hasta el punto que el combate tomó más fuerza y se hizo uso de machetes. Nuestros valientes solda­dos supieron rechazar las cargas repetidas, hasta el extremo de que pereciesen las guerrillas contrarias bajo el plomo y el ma­chete, siendo tan mortífero el aire que se respiraba entre los antagonistas de la Regeneración, que los obligaron a cambiar el toque de 'a la carga' por el de 'cazador, no mates más ' , y su lúgubre acento impresionó a los valientes liberales reformistas haciendo cesar el fuego, para atender fraternalmente a la voz de los vencidos. Estos dirigieron un parlamento rindiéndose a discreción.

"Pero cuando nuestros oficiales se dirigieron al cuartel enemigo para recibir los elementos de guerra, los enemigos hicieron fuego por la puerta y ventana dando toque de generala, por cuyo hecho volvieron nuestras tropas a romper sus fuegos y cargando a la bayoneta. El general Posada fue gravemente

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TEORÍA DEL CAUDILLISMO I46B

santandereano Lorenzo Betancourt, actuó entre Majagual y San Zenón. Perseguida allí por el coronel Manuel Martínez, se refugió en las montañas de Chinguaná donde, huérfana de ideo­logía y de un claro propósito político, se destruyó a s í misma 161.

Mientras tanto, afirmado su poder por elecciones populares en las cuales resultó reelegido presidente del Estado, Nieto se declaró presidente de la República de Nueva Granada en Ba­rranquilla, el 25 de enero de 1861, con base en el pacto que había firmado con Mosquera el año anterior. Este importante paso, que no fue producto de megalomanía, se debió a la urgen­cia de resolver problemas de recursos para los ejércitos revolu­cionarios del centro del país, coordinar la acción militar y políti­ca de los estados de Magdalena y Bolívar, y hacer frente a los fatigantes conflictos comerciales con los cónsules extranjeros de los puertos del Canbe . Poco después, el presidente Nieto declaró la guerra al gobierno conservador de Antioquia. Nieto continuó en la presidencia nacional hasta el 31 de marzo si­guiente, cuando Mosquera a su vez la asumió como presidente provisorio de los Estados Unidos de Nueva Granada (luego bautizada como Colombia) y al entrar triunfante en Bogotá, en julio de 1861 l l l .

6. Guerrilla de Lorenzo Betancourt: Ejecución de los bandidos Cayetano y Juan Martínez. (Mompós. 1862), reimpreso en 1877 (papeles perso­nales de don Matías Ribón, Mompox); Corrales, IV, 405 (sobre fusila­mientos, el alcalde Covilla sostuvo que la guerrilla había quemado a los prisioneros en una hoguera, por orden del gobierno de Ospina de no dejar vivo a ningún prisionero), 406 (toma de Mompox por la guerrilla y combate con la tropa asistida de gente armada de machetes del Barranco. Menchiquejo, San Fernando, Margarita y Troncoso, y llega­da de dos bongos de guerra de El Banco).

7. Elección popular y posesión de Nieto (1861): Corrales, IV, 387; Bosquejo histórico. 51.

Nieto, presidente de la Unión (25 de enero-31 de marzo, 1861): Corrales, IV. 436-439.

Licénciamiento a los baranoeros: entrevista con don Juan José Nieto (sobrino-nieto del general), Baranoa, 1980; Hernández. "Contribución social de Baranoa", citado.

Carta de Nieto a Mosquera excitándolo a asumir la presidencia (12 de marzo, 1861), Corrales. IV, 439-440; Contestación de Mosquera a Nieto (15 de mayo, 1861), Observaciones al discurso-mensaje. 24-25.

Retrato de Nieto: Bossa Herazo, 133. La reproducción que hacemos en este capítulo es del óleo retocado y terminado en París, al cual se le añadió la banda presidencial cuando volvió a recibirse —sin ella— en

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herido y conducido a la casa del señor Joaquín A. Mier, donde se encuentra esmeradamente asistido. A los demás enemigos se les hizo dispersar tranquilamente. Hubo 53 muertos del enemigo, 4 nuestros y 16 heridos de cada p a n e . Se recobraron 76 fusiles, 2 cañones, 2 pedreros, 100 fornituras, 6.000 tiros de fusil, 8 cartuchos de cañón, 72 tarros de metralla, 3 cajas de guerra, 5 barretas, 1 corneta, 25 caballos y 16 lanzas y otras cosas de que el pueblo se adueñó ' ' ] .

En aquella jornada memorable recibió una herida de peligro, quedando manco de ella, el denodado joven Ramón Santodo­mingo Vila, herida que tiene dos caracteres a cual más sublime: el que le imprime el valor y el de la filantropía, pues la recibió por salvar a los vencidos de la matanza. [Santodomingo se inter­puso para que los soldados no remataran con bayoneta a unos heridos, recibiendo él una cortada fuerte en una pierna].

El 9 de diciembre de 1859 terminó gloriosamente en Barran-quilla la lucha emprendida con tanto entusiasmo como decisión el memorable 26 de julio. Cuatro meses catorce días bastaron para derrocar un gobierno estatal establecido, asegurado y pro­tegido por el de la Confederación.

Nieto contra Ospina

[Al presidente Ospina no le quedó otra salida que reconocer el gobierno de Nieto, no sólo por los triunfos militares de éste, sino porque se había legalizado. La Asamblea estatal constitu­yente, instalada en Cartagena el 16 de diciembre de 1859, expidió una nueva Constitución de Bolívar el 12 de enero de 1860, la segunda en poco más de dos años; promovió a Nieto a general; y lo nombró el mismo día primer presidente del Estado Soberano, hasta el lo. de enero de 1861, cuando debía entregar el cargo a quien fuese escogido popularmente en las siguientes elec­ciones de noviembre, por cuatro años más (será el mismo Nieto). Por todo ello, el comisionado enviado por Ospina en esos dias, el expresidente y general Pedro Alcántara Herrán, tuvo que con­venir en el reconocimiento de los hechos, reabrir los puertos sobre el Atlántico, y viajar a Bogotá sin mayor dilación. Pero Ospina seguía molestando y completando contra Nieto. Para comenzar, le ordenó al presidente de Bolívar que desarmara los bongos de guerra que tenía en el río Magdalena; Nieto se negó a hacerlo. Luego Ospina se manruvo en contacto con Calvo

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Estos dos importantes años de la vida de Nieto son los pri­meros de su recorrido de caudillo. Él mismo lo declaró en su Bosquejo, que así había sido nombrado por sus compañeros de golpe y después confirmado por el voto popular. ¿Qué sentido tenía este paso? ¿Se llenaba en esta forma un vacío político? ¿Cuál era la función del caudillismo en aquella época naciente de nuestra formación social nacional?

Indiqué de paso, en capítulo anterior (2B), que el caudi-[ A ] "o cumplía la importante función integradora regional

o nacional de trascender los inteteses económicos y políti­cos de facciones y gamonales (caciques) locales. La situación fue fácil de ver en 1840, al momento de irrumpir en la atención nacional el general Francisco Javier Carmona, el Supremo del Ejército Unido de los Estados Federales de la Costa. Carmona era el caudillo costeño de los federalistas (liberales), y con él o bajo su dirección actuaron concertadamente gamonales o jefes provinciales como J u a n José Nieto (Cartagena), Francisco Martínez Troncoso (Mompox), Ramón Antigüedad (Barran-quilla), Agapito Tabarees (Ciénaga), Joaquín Ríaseos (Santa Marta) y muchos otros en diversos pueblos. Si Carmona hubiera tenido éxito en sus intentos de independizar la Costa, de esta estructura gamonaiesca habrían salido las bases para integrar el nuevo país costeño. De todos modos, a la derrota de éstos, resultaron puestas las bases nacionales del partido liberal, federalista, anticlerical y libertario de la Costa, que siguió presente en las luchas por el poder político, dentro del contexto formal de las Constituciones y las leyes, esto es, con tendencias civilistas y antimilitares.

Carmona reunió tras si grupos disímiles desde el punto de vista económico y político: terratenientes y comerciantes; aparceros y artesanos; vecinos e indios, aunque el sentido de su acción guerrera fue favorecer el desarrollo de la burguesía comercial que entonces dominaba en los puertos costeños. Carmona era un terrateniente, pero su acción no parecía

Cartagena, para colgarlo en el Museo Histórico. El cuadro usado para nuestra portada es el restaurado en 1974. que muestra al general Nieto con sus facciones mestizas o cetrino-trigueñas. Relegado entonces al depósito del Palacio de la Inquisición, este cuadro se encuentra hoy de nuevo colocado en los salones públicos del mismo palacio, sujeto a una discusión académica y artística sobre las verdaderas facciones del caudillo.

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y otros jefes rebeldes para atacar al nuevo gobierno del Estado y, por último, indujo a dos cabecillas nohacheros (Antonio Miramón y José de J e sús Vieco) para que se rebelaran contra el gobierno del Estado del Magdalena, aliado de Nieto, y atacaran y ocuparan a Santa Marta.

La llegada casi simultánea desde Paris del afamado dirigen­te conservador caucano Julio Arboleda a esta ciudad, para apoyar a Ospina, creó una nueva situación de guerra en la Costa en la cual tuvieron que intervenir las milicias bolivianas. Según el artículo 23 de la nueva Constitución de Bolívar, el presidente estatal podía dirigir las operaciones militares en el Estado, pero no mandar la fuerza en persona. Así, Nieto se preparó para proceder en dos sentidos: separar a Bolívar de la Confederación Granadina, con el consecuente enfrentamiento bélico con el presidente Ospina y el gobierno central; y entregar el mando del ejército estatal al coronel Fernando Sánchez para ir a rescatar a Santa Marta de las manos de Arboleda.

Nieto recibió una nota, fechada el 18 de abril, del gober­nador del Estado Soberano del Cauca —uno de los cuatro mandatarios estatales que habían protestado contra Ospina y el Congreso centralista (los otros eran de Bolívar, Magdalena y Santander)— en la cual le informaba sobre sus intenciones separatistas. Ocurre así otra ironía histórica en la vida de Nieto: el gobernador del Cauca en ese entonces era nadie menos que su antiguo enemigo de 1841 y 1854, el general Tomás Cipriano de Mosquera. El conflicto con el presidente Ospina, suscitado en buena parte por él mismo, ¡iría a aliar a Nieto con Mosquera, y a convertir a éste en liberal! Nieto se aprestaba a defenderse. Mosquera, con su habitual arrogancia, ya amenazaba al gobier­no central con asumir la "soberanía popular" y que el Cauca, "sabiendo lo que es y con la conciencia de lo que puede, no continuará haciendo parte de la Confederación' ' . Medio arrinco­nado por el conflicto inminente, Nieto había contestado a Mosquera ofreciéndole respaldo contra Ospina: era otro trente que se abría, que quitaba presión sobre los estados de la Costa, Impulsado en esta forma, el gobernador del Cauca dictó enton­ces su decreto del 8 de mayo de 1860 desconociendo formalmen­te al gobierno central. Comenzaba la guerra civil de 1860-1862].

La Asamblea constituyente de Bolívar, bajo la presidencia de Antonio Benedetti, Miguel A. Vives y José Araújo, dictó la ley de 11 de junio de 1860 por la cual declaraba que el gobierno general de la Confederación había conculcado la Constitución

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dirigida a reivindicar pisoteados intereses latifundistas —como ocurrió con caudillos de otros países— porque los propietarios de tierras de la región no se sentían desprotegidos. Al contrario, muchos de ellos estaban vinculados por familia a los comercian­tes de las ciudades que dominaban entonces la formación social. De manera convergente, el triunfo de los enemigos de Carmona (Herrán y Mosquera) en aquella guerra de 1840, no impuso tampoco ninguna política latifundista caucana, sino la apertura nacional a la política del libre cambio. La familia Mosquera empezaba ella misma a desarrollar empresas comerciales y de fomento regional (caminos, ferrocanles, minas, etc.) que no resultaban incompatibles con sus tradicionales haciendas.

En el caso de Nieto, se observa una función integradora semejante a nivel regional, aunque en este caso quedaran más transparentes que con Carmona los intereses de clase que lo movieron a actuar. No eran los de la tradicional burguesía cartagenera, ni tampoco los de los derrotados artesanos de la ciudad: como lo he dicho, eran los de una nueva burguesía que se había formado en provincias con el negocio de la producción y venta del tabaco. Esta nueva clase social no se consideraba suficientemente representada ni defendida en los círculos de la capital del Estado. En búsqueda del poder, aquella burguesía provinciana empujó literalmente a los líderes regionales de la oposición política (liberales en este caso) y los comprometió. Vio en Nieto a la persona capaz de dirigir la revolución, no sólo por su experiencia administrativa anterior sino por su rango intelec­tual y experiencia castrense. De allí que se llenaran en Nieto varios requisitos del caudillo: carisma, cultura, autoridad polí­tica y definición militar, y por eso fue nombrado así —con ese preciso término— por la junta revolucionaria de 1859.

Se puede decir que, en este sentido, el general Nieto fue manipulado por la burguesía tabacalera de las sabanas de Bolí­var. Y esta manipulación resultó evidente cuando, al cabo de cuatro años, Nieto no se prestó más a aquella maniobra, preten­dió favorecer desde el poder otra vez a los grupos cartageneros de quienes había recibido anteriormente su mandato, y quiso imponer un sucesor de su confianza, de la misma tendencia, a través de las urnas electorales. Entonces los tabacaleros de las sabanas (y otros grupos) organizaron la revuelta militar que lo tumbó en 1864, encabezada por gamonales-militares autofor-mados que eran de la propia subregion, como lo veremos en el próximo capítulo.

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federal de 22 de mayo de 1858, y me autorizaba a declarar la separación de Bolívar una vez puesto de acuerdo con dos o más Estados.

Para el que veía venir la tormenta sin que pudiera conjurar­la, podrá juzgar en qué dificultad se ponía al gobierno de Bolívar para llevar a cabo la separación. Legalmente hablando, sólo el Estado del Cauca era con el que se podía contar, pues el Magdalena continuaba dudoso y Santander no se explicaba.

Sin embargo, me preparaba a dar el golpe. Yo había ofrecido al ciudadano general Mosquera no abandonarlo en la empresa, y ya él había dictado el decreto del 8 de mayo. No había, pues, más remedio que cumplir mi palabra como hombre y como patriota.

Redactóse entonces el decreto del 3 de julio que ordena la separación de Bolívar de la Confederación Granadina, apoyán­dose para suplir el déficit del otro Estado para completar dos fuera del de Bolívar, con las buenas disposiciones de los de Magdalena y Santander. No quise participar a ninguno mi proyecto porque estaba seguro no lo habrían aprobado por temor de un compromiso.

Por eso reservé mi decreto hasta la hora de la publicación, para que fuese con la mayor solemnidad. Tuvo lugar a las cuatro de la tarde del mismo día 3 de julio. Yo me encontraba en la tribuna del gabinete de mi despacho cuando se dio la primera lectura al decreto. Quería ver por mí mismo la impresión que causaba. Apenas se concluyó la lectura, que una explosión de aplauso popular lo saludó como un acto de redención.

Yo dije entonces para mí: Bueno, estoy contento. Lo único que me interesa es la aprobación de ese pueblo, que es el que se sacrifica, el que sufre, el que pelea, el que muere . ¡Adelante!

Pero si el entusiasmo del pueblo fue grande con la publica­ción del decreto del 3 de julio, por el contrario, fue muy diferente la impresión que causara a la gente conservera y a algunos federales meticulosos.

[El más importante de estos federales era el general Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres —de la familia de los proceres momposinos, a quien vimos actuando ambiguamente durante la guerra de 1841—, quien ocupaba el cargo de inspector de la fuerza pública municipal de Bolívar, por nombramiento de Ospina. Nieto lo conminó en esos días a acatar la ley estatal del 11 de junio, y el decreto del 3 de julio. Pifleres contestó desa­fiante que llenaría sus deberes como agente del gobierno

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Cartagena. Desde este halcón del palacio. Nieto decretó la guerra con­tra el gobierno de Ospina Rodr igue: (1860).

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general. Ante la insistencia de Nieto, quien consideraba su cargo como " in t ru see innecesario", Piñeres replicó tunoso que "preferir la guerra a la paz, es preferir el desorden al o rden" y que la situación de Nueva Gtanada le recordaba el trastornado imperio romano cuando "cada parcialidad quiso formar sección aparte por amparar la mezquina ambición de algunos mandari­nes, de los que sólo aspiran a su personal engrandecimiento" . Y añadió en mayúsculas una cita del Libertador Bolívar sobre la América ingobernable que, en las circunstancias personales de Nieto como trigueño-cetrino resultaba hiriente: "Que estos países caerían en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a TIRANUELOS CASI IMPERCEPTIBLES DE TODOS COLORES Y RAZAS"] .

No dejaba esto de causar alguna dificultad a la marcha del gobierno, aunque fuese por la influencia moral que se trataba de ejercer en la opinión. Poco después llegaron a la Costa dos noticias alarmantes: la derrota de las fuerzas revolucionarias de Santander en El Oratorio, derrota que el presidente Ospina creyó decisiva en su delirante vanidad; y la esponsión de Manizales celebrada por el ciudadano general Mosquera con el jefe de los centralistas de Antioquia. Muy pocos patriotas quedamos en pie con la fe en el corazón. Pero pasó la primera impresión y se despejó el horizonte, por el avance de nuestras tropas contra Santa Marta y Julio Arboleda.

Por eso, el 10 de septiembre de 1860 firmé el "Tratado de Unión y confederación de los Estados del Cauca y Bolívar" con enviados plenipotenciarios del general Mosquera, mediante el cual quedaba organizado el gobierno provisional de una nueva república llamada Estados Unidos de la Nueva Granada, con Mosquera como primer designado, yo como segundo designado y José María Obando como tercer designado; y acordamos que, una vez ganada la guerra, se celebraría una Convención en Cartagena para escribir la nueva Constitución Nacional.

El 26 del mismo mes salí de Cartagena para la Ciénaga [Magdalena], donde llegué el 29 por la ta tde. Un escritor ha dicho con tal motivo "que si no me recibieron como a un dios, me recibieron más que a un hombre" . Al día siguiente tuvimos junta de guerra. A las doce del mismo día ya se notaba que ha­bía orden en el ejército: los cuerpos empezaron a ocurrir a los cuarteles y a asistir a la instrucción. Pocas horas bastaron para revivir la confianza. "Yo había resucitado un muer to ' ' , me dije­ron algunos.

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TEORÍA DEL CAUDILLISMO 150B

Que Nieto llegó a set un auténtico caudillo y no un caudillejo provincial ni un simple gamonal o cacique, a pesar de su someti­miento a los procedimientos legales y al ' 'veredicto popular ' ' , lo demuestran sus campañas militares, y el control que tuvo de toda la Costa caribe colombiana. La guerra civil de 1860-1862 lo llevó a actuar desde el Magdalena hasta Antioquia. Se enfrentó a otros caudillos auténticos como Julio Arboleda, Joaquín Posa­da Gutiérrez y Emigdio Briceño, y los batió sucesivamente. Se declaró presidente de la república. Túvolos devaneos usuales con la notoriedad y el boato, y se enamoró del poder. Pero ocu­rrieron en su personalidad ciertas características, como la civili­dad, la tolerancia y el republicanismo, que lo separaron y distin­guieron de otros jefes de la época, hasta el punto de poder decirse de él que fue un caudillo-anticaudillo. En el próximo capitulo veremos el porqué de esta situación y sus consecuen­cias teóricas y prácticas. Conviene ahora aclarar suficientemente lo que concierne al concepto general de caudillismo, que es el asunto central del capítulo 6A.

1. En primer lugar, el caudillismo era un tipo particular de [B] autoritarismo, inspirado en las teorías de la racionalidad

dominantes en la época, que llenó el vacio político dejado por el desplazamiento de los mandatarios virreinales. Obedecía a la necesidad de gobernar en condiciones en las cuales las re­glas del juego político no estaban claras, ni una vez dadas, respetadas. Respondía a una situación de autoridad más que de convicción, a la creencia de aquella época de que los mecanis­mos democráticos adoptados en teoría no podían funcionar a cabalidad en la práctica. Si se deseaba alcanzar las metas de la felicidad y progreso públicos, decían, esto no podía hacerse sino por imposición desde arriba, con mano fuerte a veces, sobre un pueblo ignaro que permanecía, en su mayoría, marginado de los conflictos ideológicos y de las guerras reales —sólo consciente de su "patria chica" y las necesidades vitales— y que, por lo mismo, no podía aspirar a llenar él mismo el vacío político exis­tente. Esto último, evidentemente, habría llevado a una verda­dera revolución social en el país, si se hubiera realizado.

Por el contrario, los caudillos pensaban que mientras más tiempo se mantuvieran en el poder, con maniobras eleccionarias o demagógicas o a la fuerza, mejor resultaría para el desarrollo material (por lo menos) de la colectividad. Por esta razón, el caudillo era, por regla general, un militar de prestigio (de pre-

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Iba a salir entonces para Mompox y El Banco cuando me llegaron unas proposiciones de Julio Arboleda, escritas en in­glés >• entregadas por el comandante de la fragata de guerra británica Cadmus, que había estado en Santa M a n a con él. Decían así:

la. Que se entreguen las armas. Contestación: Que vengan a tomarlas (recordé lo que dijo

Leónidas a Jerjes). 2a. Que se sometan a juicio los cabecillas. Contestación: Consecuencia del resultado de la primera. 3a. Indulto genetal. Contestación: ídem, ídem. 4a. Que se permita seguir y permanecer en Cartagena una

guarnición del gobierno legitimo de la Confederación. Contestación: Que nadie se lo impide. [Arboleda no pudo resistir la ofensiva de las tropas del coro­

nel Sánchez y huyó de Santa Marta por mar, enfermo del estó­mago, el 14 de diciembre de 1860. El caudillo caucano pasará por Panamá y reaparecerá cinco meses más tarde en el sur del país, frente a Mosquera, a quien batirá varias veces, hasta cuando Arboleda cae asesinado en Berruecos (Nanño), el 13 de noviembre de 1862. Mientras tanto, Nieto se aprestaba a orga­nizar otra división del ejército de Bolívar para enfrentarla a otro general ospinista de origen venezolano, Emigdio Briceño, quien descendía hacia El Banco desde Ocaña por el rio, y por tierra con tropas desplazadas desde Chinguaná),

El 30 de septiembre salí de la Ciénaga para Barranquilla, y de allí partí inmediatamente a El Banco. La misma noche que llegué a Mompox vino la noticia de la aparición de enemigos (guerrilleros) en Guamal. Como había llegado yo con ochenta hombres de mi guardia, el gobernador de Mompox envió allí una pequeña expedición

A Agustín y a mí nos había llegado noticia de nues­tros amigos los Benavides de Palomino, de que se estaba organizando allí una guerrilla conservadora para pelear por la Confederación y contta el general Nieto y su gente liberal; pero a la hora de la verdad era para defender las propiedades de unos godos ricos de Mom­pox que se sentían amenazados. La mandaba Lorenzo Betancourt, un agricultor como los otros, apoyado por el zapatero Cayetano Martínez y su hi|o el tinterillo

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El caudillo Julio Arboleda, derrotado ñor Nieto en Santa Marta (1860).

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Juan , quien actuaba de secretario, pues ni Lorenzo ni Cayetano sabían leer ni escribir. Yo muy bien los recor­daba: eran tres cachacos casi ignorantes nacidos en Simafla [distrito de Ocaña], pero vivían en Palomino y Cañonegro desde hacía años.

Esta era una guerrilla que se fue conviniendo en bandoleros por falta de ideas políticas claras. Hizo bastante daño hasta cuando se le enfrentó el general "Bal i ta" [Manuel Martínez, de San Antero] e incendió a Cañonegro. Al agarrar a los Martínez en Aguachica, éstos hicieron una declaración en el juzgado, que se publicó en Mompox poco después de que los fusilaran con licencia del general Nieto, eran tantas las barbari­dades y crueldades que habían llegado a hacer sin sentido. Aquí está una copia de esa declaración, que se salvó del comején y la polilla con la naftalina de mi boti­ca, junto con otros papeles. Oigan lo que decía el tinterillo Juan sobre el comienzo y desarrollo de la guerrilla goda de Palomino:

"Estando quieto y pacífico en Cañonegro, se apare­ció Severo Mesa [propietario de tierras y casas en Mompox, amenazado de expropiación por ser conserva­dor] manifestándome que ya las fuerzas del gobierno de la Confederación obraban sobre Ocaña al mando del general Briceño y que por agua se aguardaba una floti­lla. Que Mesa tenía dispuestos 200 pesos para ayudar al que se pusiera al frente, en los gastos, para un pro­nunciamiento. Que dos casas que tenía de valor de seis mil pesos las tenía al perderlas.

"Para hacer el pronunciamiento que tuvo lugar en Palomino [en noviembre de 1860], dio Lino González 400 tiros de fusil y 100 piedras de chispa, y Venancio Castaño dos chopos, un barril de pólvora y 50 barras de plomo. Se declaró, pues, el pronunciamiento a cuya cabeza se puso Lorenzo Betancourt.

"Habiendo tenido noticia por unas mujeres que el señor Abelardo Covilla [gamonal liberal] estaba en Pinillos con un piquete de 20 ó 30 hombres con el objeto de cobrar donativos entre Pinillos y Palomino, inmedia­tamente nombró Betancourt 30 hombres , 21 machete­ros y 9 fusileros que servían de bogas, y siguió a Pim-

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Diploma de nombramiento de alférez hecho por el genera l Nieto a Leopoldo Ribón Mier. de Mompox (1862). (Colección del autor).

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P o r tanto ordena i mando al Je/e a quien corresponda to ponga en posesión del referido'empleo, i que se tome razón de

este, despacito para el abono del sueldo que está señalado por ia tei. ' , .„ * \ . ' » ¡

Dado, firmado de mi mano, sellado con el sello del PadepEjétufhd, tr-é>fiiE}iH'aíhSpor el Secretario jeneral de Estado en

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153A EL CAUDILLO

líos con mi padre Cayetano y el segundo jefe (Braulio Beleño).

"Atacada la fuerza de Covilla en Pinillos, obtuvo el primer triunfo, quedando un herido de parte y parte. Dispuso Betancourt recoger las armas que hubiese en el playón, y para el efecto nombró tres comisiones: a Beleño para el territorio de Palomino; a mi padre y a mí para Cañonegro y Palito; y él (Betancourt) para el río de Caldera hasta el caño de Sampuma. A los tres días llegamos otra vez a Palomino y se reunieron 62 armas de fuego. Con el producto de una suscripción en Palo­mino se compró una regular cantidad de pólvora en las Boquillas, en casa del señor Carmen Rivera.

"Es tando Betancourt en Cañonegro, llegó un posta y le entregó una carta que le mandaban de Mompox, que yo leí, donde le decían que se pusiese en camino para Majagual, pues había salido una comisión liberal con el señor Manuel Berrío Trueco, en busca de dinero y armas. Betancourt partió para Palomino e inmediata­mente se movió con su fuerza y emprendió la marcha de noche para no perder tiempo. A los dos días llegaron a Majagual (domingo 25 de noviembre de 1860, por la mañana) y Betancourt dispuso atacar. Berrío se atrin­cheró en las paredes de la iglesia y allí hicieron resis­tencia hasta las cuatro de la tarde cuando Betancourt le mandó una comunicación para que se rindiera. Berrío aceptó las condiciones, que eran: que él entre­gaba armas, municiones y pertrechos y le sería salvada la vida a él y a toda su tropa. Así se hizo. Después nos volvimos a Palomino".

Ya en Mompox, destiné al mayor José María Mendoza Lla­nos como jefe de la expedición a El Banco, con 50 hombres del batallón Bajo Magdalena. Le ordené a Mendoza Llanos no salir a buscar y batir al enemigo fuera del recinto de El Banco, cualquiera fuese la probabilidad que tuviese de un triunfo. Esta orden se cumplió estrictamente, y eso fue razón de la victona. Poco después, ya de vuelta en Barranquilla, recibí la noticia de la derrota del general Briceño por el coronel Mendoza Llanos —fue cuestión de horas— que ruvo lugar el 11 de diciembre. Fue entonces que quedó fijada la suerte de los Estados de la costa y acaso de la Confederación.

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Vista genera l de Pinillos. desde el brazo de Loba.

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[En este combate de El Banco, las mujeres banqueñas cola­boraron "llevando a los soldados las municiones, el alimento y el agua que fal taban". Se hicieron trincheras resguardadas con barricadas de pacas de algodón, otras de vastago de plátano y tierra, y aparecieron armas inventadas allí mismo, como unas granadas de barro que se hicieron llenando de munición y tapando vasijas de la cerámica de San Martín de Loba y Juana Sánchez. Un soldado alocado se paraba sobre las pacas en pleno tiroteo y empezaba a hacer unas morisquetas tan graciosas que hasta los enemigos dejaban de disparar y se echaban a reír; lo hizo varias veces hasta cuando le pasó una bala pot la oreja que lo dejó zurumbático, pero ya los enemigos se estaban retirando].

Pero al mismo tiempo recibo parte de estar interceptada por la guerrilla la vía del río Magdalena para poder pasar de Mom­pox, pues el bandido Betancourt, después de haber asesinado cobardemente a algunos soldados del Glorioso, había sorpren­dido aquella ciudad, cuya poca guarnición se vio precisada a encerrarse en el cuartel a esperar auxilio de El Banco. Los pa­triotas Jul ián Ponce y Abelardo Covilla (ya nombrado alcalde de Mompox) volaron a aquel punto.

Sigue diciendo el tinterillo y guerrillero Juan Martí­nez en su declaración:

"Al llegar Betancourt a Tierra Firme [al noroeste de Mompox] supo por familias amigas que iba fuerza para la Rinconada, por el río. Hubo combate allí y se tomaron 14 prisioneros que fueron mandados fusilar, y así lo hizo mi padre Cayetano con otros compañeros; los que quedaron con vida fueron concluidos a machete, con excepción de uno que era hermano de un amigo nuestro.

"Otros que bajaban trataron de salvarse en una isla de la parte de arriba de San Zenón. Al buscarlos se encontraron tres individuos que mandamos presos a San Fernando a disposición del alcalde de allí, quien estaba en relación con Betancourt. Allí éste supo que a uno de ellos nombraban el Principe del Batallón Glorio­so y de quien se tuvieron informes muy malos. Betan­court dispuso fuese fusilado y asi se hizo. Los otros dos se dejaron allí presos y más tarde se supo habían sido puestos en libertad por el alcalde.

"En San Fernando tuvimos noticia por posta que ahora si era tiempo de atacar a Mompox que se hallaba

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El Banco. Plaza defendida por Mendoza Llanos en 1860. (En el centro, monumento a La Humareda) .

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sin fuerzas, pues las que había se componían de los blanquitos que dormían en el cuartel y a las seis de la mañana se iban para sus casas.

"Con 150 de fusil y como 100 de machete, persuadido de que tenía mayor número que el enemigo, Betancourt resolvió la marcha a Mompox, el sábado 15 de diciem­bre de 1860. Al llegar al pajar de los Amadores nos la pasamos haciendo cartuchos toda la noche con una arroba de pólvora que nos vendió Saturnino Vides, el teniente del Parque. Ya todo el barrio de abajo sabía nuestra permanencia, pero no nos divulgaron.

"A las cinco de la mañana del domingo 16 se ordenó atacar por la calle del Medio, la de Atrás y la albarrada. La fuerza enemiga se concentró en el cuartel [El Cole­gio], y pensamos que se rendirían acosados por el hambre. Los rodeamos hasta el lunes 17 cuando se resolvió enviar, con los presbíteros de la ciudad, un parlamento para que se rindieran. Se rechazó y ataca­mos por la noche. Pero entonces aparecieron las fuerzas liberales de El Banco y nos retiramos a Tierra Firme y después a Cañonegro. Severo Mesa, el que nos inició en todo, huyó para Ocaña a protegerse con el ejército del general Briceño' ' ,

Digna de toda alabanza fue la conducta de los coroneles Juan Rives, Elias González y otros como el ya mayor José de las Nieves de León [el cabo músico del 26 de julio de 1859], que se fortificaron en el cuartel de Mompox. Los bandidos, ya merma­dos en 19 que murieron allí, habían hecho fuego en el paso de San Zenón a un vapor creyendo que yo iba en él.

Despejado ya el río, subí a El Banco a felicitar a aquellos valientes patriotas. Hice nuevos arreglos en la administración y volví a bajar después de dejar instrucciones a Antonio Gonzá­lez Carazo, ahora gobernador de Mompox, para perseguir al general Briceño con 200 hombres. Este fue al fin preso en Ocaña el 23 de febrero de 1861 con toda su gente, inclusos jefes y oficiales. [Y su comandante de la flotilla con las fuerzas sutiles, Ciriaco Galluzo, fue encontrado sepultado hasta las tetillas en el barro de un playón cerca del Peñón de Morillo, por los 300 cienagueros de la flotilla de Bolívar que iban comandados por el coronel José Sebastián Samudio].

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Mompox. Calle Real del Medio, por donde entró la guerrilla de Betan­court en 1860.

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Nieto, presidente de la Unión

[El general Nieto había sido elegido presidente constitucio­nal del Estado de Bolívar por el voto popular en las elecciones de noviembre de 1860. ¡Hubo 11.001 votos a su favor sobre 11.074 electores! El escrutinio lo practicó la Asamblea legisla­tiva el 13 de diciembre, proclamándolo para el periodo de cuatro años que principiaba el lo. de enero de 1861. Afirmado en su poder regional, Nieto podía hacer entonces un rápido balance de la situación nacional y tomar nuevas decisiones. Fin efecto: los generales gobiernistas Julio Arboleda y Emigdio Briceño ha­bían sido totalmente batidos por las tuerzas de Bolívar; y Ospi­na, tambaleante, se asomaba ya a la terminación de su periodo presidencial sin haber conseguido reunir el Congreso para que confirmara la elección de Arboleda como su sucesor en el cargo. El Estado Soberano del Magdalena quedó prácticamente ane­xado al de Bolívar, y en las manos de Nieto estaba el inmenso territorio comprendido desde la península de la Guajira hasta el golfo de Urabá y p a n e s de Antioquia y Santander. El general Mosquera avanzaba lentamente con su ejército por Guaduas hacia la sabana de Bogotá y dependía de los recursos que le enviaran de la Costa. Los cónsules extranjeros que vivían en los tres puertos principales del Caribe planteaban incesantes pro­blemas y exigencias; y el manejo de aduanas e intendencias nacionales, tan básico para obtener dineros para el fisco, había quedado al garete. Alguien debía responsabilizarse del conjunto y poner orden en las cosas].

Bajea Barranquilla. Y tocándose algunas dificultades en las relaciones internacionales de los dos Estados de Bolívar y Mag­dalena, no teniendo paradero fijo el designado para ejercer el poder ejecutivo, general Mosquera, y oyendo la opinión de los buenos patriotas el 25 de enero de 1861 me encargué del gobier­no de la Confederación como designado de conformidad con el Tratado de Unión celebrado en Cartagena el 10 de septiembre de 1860 entre el Estado de Bolívar y el del Cauca,

El decreto, fuera de los considerandos, decía asi:

J u a n José Nieto. General de las Milicias de l Estado Soberano de Bolívar,

de acuerdo con la unánime opinión de los ciudadanos más ilus­trados y patriotas de ambos Estados de Bolívar y Magdalena, resuelvo y

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t i p res idente Nielo posa en Barranquilla con la banda tricolor, después de su proclamación el 25 de enero de 1861. (Cuadro de la Academia de Historia de Cartagena de Indias).

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Decreto:

Art. lo. Me declaro desde hoy en ejercicio del Poder Ejecu­tivo de los Estados Unidos de la Nueva Granada con el título de "Presidente de la Unión", en cuyo desempeño estaré hasta que haya constancia oficial de haberse encargado del mismo Poder el ciudadano Tomás Cipriano de Mosquera, y esté franca la comunicación de los Estados de la Costa con él,

Art. 2o. Será capital provisional de los Estados Unidos de la Nueva Granada la ciudad de Cartagena; pero a cualquier otro punto se podrá trasladar el despacho, según lo demanden las actuales atenciones del servicio público.

Art. 3o. Para el despacho de los negocios de la competencia del Poder Ejecutivo de la Unión, habrá, por ahora, solamente dos Secretarios de Estado, estando a cargo del uno los negocios de Gobierno y Guerra, y del otro los de Hacienda y Relaciones Exteriores.

Luego que se haya afianzado la paz interior, se convocará la Convención de que trata el artículo 7o. del Tratado de Unión.

Comuniqúese y circúlese a quienes corresponda. Dado en el Cuartel general de Barranquilla, a 25 de enero de

1861. (Fdo.) J u a n J o s é Nieto. El Secretario, M a n u e l Laza Grau.

Ayudado primero por el doctor Eduardo Salazar [magdale-nense] , quien desempeñaba ambas secretarías y contribuyó a poner en orden las rentas y otros negocios anexos al Poder Eje­cutivo nacional; y después , por los doctores Ramón Mercado [abogado caucano] y Pedro A. Lara [militar del Magdalena] a quienes nombré Secretarios de Estado, arreglé la Hacienda, el Gobierno, Relaciones Exteriores y Guerra.

[La ceremonia de posesión del presidente Nieto se realizó en el salón principal del palacio de la gobernación de Barranqui­lla, entonces ocupada por su concuñado y compadre José Vicen­te Mogollón. La esposa de éste, Juana Cavero, hermana de Teresa, y su hija, Anita, confeccionaron la banda tricolor con cintas de seda obtenidas en el comercio de la ciudad, que rema­taron elegantemente con una borla de cortina. Al palacio concu­rrieron todos los cónsules extranjeros con sus esposas y los altos oficiales y funcionarios del Estado, mientras afuera la guarni­ción disparaba 21 salvas de artillería. Nieto había dispuesto posesionarse de civil, con una casaca de paño negro y camisa de seda blanca con bordados de hilo de oro, encajes en la pechera,

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terencia culto) que podía comandat tropas y manejar las armas para asegurar la permanencia de su política y de su grupo en el poder. Pane de esta capacidad connnuista provenia del conoci­miento personal que el caudillo tenía de su gente y de su pue­blo, incluso de manera intima o estableciendo lazos rituales como los del compadrazgo, la compra de doncellas y la siembra de hijos en diferentes lugares. El caudillo recibía muchas veces la adhesión fanática o filial de sus seguidores, como ocurrió con Nieto, especialmente los de su propia comunidad, porque llega­ba a encarnar un símbolo o representaba una idea o meta com­partida que se convertía en sentimiento vivo.

Peculiar era, asimismo, que el caudillo no pudiera transmi­tir, por él mismo, ni su poder ni su cansina a ningún heredero escogido, como ocurrió con Nieto. A la violencia de su ascenso no podía contestarse sino con una violencia mayor para despla­zarlo del poder, como sucedió también en Cartagena en 1864, (Cf. Fernando Díaz Díaz, Caudillos y caciques, México, 1973: Gregorio Sánchez Gómez, Sociología política colombiana. Cali, 1940, 39-45).

2. En segundo lugar, el caudillismo articulaba la acción político-militar local e integraba los conjuntos regionales y na­cionales. El verdadero caudillo no se contentaba con el poder provincial sino que buscaba expandirlo a la nación entera. Avanzaba lo más que podía con sus eiércitos hacia la capital de la república. For lo menos en Colombia, el caudillo hacia venia a principios generales o constitucionales, y quería legitimar su acción lo antes posible ante el conjunto nacional. Por eso, de manera aparentemente contradictoria, sus batallas tenían siempre, como telón de íondo, el escudo y el pabellón del pais. Cuando proclamaba la independencia, como Mosquera en el Cauca en 1861, ello no pasaba de ser una treta o una táctica.

3. En tercer lugar, el caudillismo apareció en una época determinada de nuestra historia y sólo en ella encontró su justi­ficación: la era del vacío político institucional aludido, cuando los gobiernos cenitales eran débiles y pobres. Su vigencia corre desde 1820 hasta 1900 aproximadamente, con cambios consti­tucionales meramente formales, dictaduras personalistas y predominio de la violencia para resolver problemas colectivos ("plomo contra papel i tos" —bala vs. voto).

El caudillismo clásico se expresó en Colombia, con carac­teres peculiares nuestros, en generales como Nieto y Mosquera; Obando y González; Camargo y Vargas Santos; Herrera, Uribe

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cuello duro con corbatín negro, reloj de oro con leontina en el bolsillo del chaleco, y pantalones largos. Así, en los ratos en que dejaba de jugar con su ahijada Anita, posó con la banda tricolor presidencial terciada sobre el pecho, para que le hicieran un retrato al óleo, recordatotio del importante acontecimiento. (Este debió de set el lienzo enviado a Paris para que fuera retocado a la manera de un mandatario francés, el mismo que de retorno, se colocó en los salones del Museo Histórico de Cartagena, hasta cuando fue retirado en 1974, luego de una restauración que no fue aprobada por los académicos de la ciu­dad). Y empezó a dictar decretos para consolidar el mando y darle fisonomía a su gobierno, y a actuar para levantar nuevos dineros y materiales para la guerra).

De los productos de los derechos de la aduana de Santa Marta, o por medio de expropiaciones (hasta de pescado que hice), envié al valiente y sufrido ejército que mandaba el general Mosquera, bayetas y otros elementos de que carecía. Saqué vestuarios y cobijas tanto para la heroica guarnición de El Banco como para los otros cuerpos que se encontraban en las riberas del Magdalena. Pero en Santa Marta no había mucho y tuve que seguir recurriendo a los generosos bolivianos. En un solo tri­mestre de 1861, el Estado de Bolívar gastó en la guerra la enor­me suma de 77.000 pesos, cuando la aduana apenas produjo 5.000.

Para calmar a los cónsules expedí como Presidente de la Unión un decreto el 15 de febrero, disponiendo que los Estados Unidos de la Nueva Granada continuarían observando estric­tamente los tratados públicos vigentes. Y por otro que dicté al día siguiente, ordené combinar todas las fuerzas públicas de los Estados en un solo conjunto a órdenes del Poder Ejecutivo y que prestaran el juramento de obediencia y fidelidad al nuevo gobierno de la Unión.

[Una vez, al salir del palacio en Barranquilla, saludó a Nieto un pequeño contingente de soldados con el grito ' ' ¡Viva nuestro pae el general Juan José! " . Al acercarse curioso, el general vio que eran jóvenes de Baranoa, su pueblo natal, que se alistaban para seguir a Mompox en los bongos de guerra. Nieto se conmo­vió ante la situación y les dijo: "Mijos, no busquen la muerte por aquí. Los servicios que yo presto son suficiente contingente para mi pueblo. Ustedes quedan licenciados del ejército. Vuél­vanse a sus casas y salúdenme a los compadres y parientes de

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\ Reyes (en su primera época). En el resto de América fueron caudillos legendarios Santa-Anna en México, Rosas en Argen­tina, López en el Paraguay, Carrera en Guatemala, Castilla en el Perú, Flores en Ecuador, Boyer en Haití, con el caso excepcio­nal del dictador civil de Chile, Diego Portales. También inclui-bles: Porfirio Díaz en México y Juan Vicente Gómez en Venezuela, como rezagos del siglo pasado en el actual. (Cf. R. A. Humphreys, "Latín America: The Caudillo Tradit ion", en M. Howard, ed., SoldiersandGovernments , Londres, 1957).

Este caudillismo violento y romántico al mismo tiempo, primario y manejable, se perdió a medida que los partidos polí­ticos crecieron, se modernizó el Estado, se establecieron ejérci­tos profesionales y se expandió el capitalismo. Por eso no es técnicamente correcta la identificación como caudillos que se ha hecho de personajes importantes del siglo XX como Jorge Elié­cer Gaitán, Juan Perón, Gerulio Vargas, Lázaro Cárdenas y Francisco Franco, excepto en sentido puramente literario o figurativo. Estos líderes fueron dirigentes carismáticos, presi­dentes o dictadores ejecutivos, jefes insignes de colectividad o de nación, pero no caudillos en el sentido histórico real de esta palabra. De allí la desorientación que produce el uso actual del concepto, así sea para reenfocar la realidad política contempo­ránea o criticarla justificadamente (cf. Mario Laserna, Estado fuerte o caudillo, Bogotá, 1961).

En resumen: los caudillos tuvieron sus raíces en comunidades y veredas de provincia y en sociedades agrarias tradicionales. Pertenecieron al pasado americano. Surgieron de los restos del orden señorial o se acomodaron en sus intersticios. Colaboraron en el nacimiento de la formación social nacional en la etapa de lanzamiento del modo de producción campesino, en el siglo XIX. Su vigencia histórica, en fin, resulta circunscrita a un pe­riodo específico en la conformación de nuestras nacionalidades.

El que sobrevivan mecanismos caudillescos en nuestra estructura social actual, o que recuerden a los caudillos de antaño, es un problema distinto. Debemos admitir que el con­texto económico y político se ha modificado profundamente desde comienzos del presente siglo en casi todos los países de América Latina y que en este contexto los dirigentes políticos y militares también han cambiado de funciones. Sólo se observa una constante en las bases de la formación social: la supervi­vencia de los gamonales o caciques como elementos de control

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159A EL CAUDILLO

Baranoa. No se olviden de llevar raciones suficientes para el viaje. Hablen con el intendente del ejétcito ' ' ] ,

En el curso de las operaciones que siguieron, fueron para mí muy frecuentes aquellos viajes hechos por caños y ciénagas en el rigor del invierno, a la intemperie y con todas las molestias consiguientes a aquella clase de navegación en canoas [como los mosquitos y jejenes de todas clases que se venían en enjambre, y las mariapalitos a las que, de manera singular, ahuyentaban las luciérnagas cuando se acercaban a la canoa del general, para retirarse luego a la ribera y recubrir los matorrales con su incan­descente capa]. De esta manera regresé a Mompox poco des­pués, para revisar la marcha de las tropas y la lucha contra la guerrilla.

Pero la guerrilla de Betancourt no se había dado pot vencida, y evadió la persecución que le hicieron las tro­pas de Nieto, desde Mompox. Así siguió contando el tinterillo, Juan Martínez, quien servia de secretario al comandante, cuando dio su declaración ante el juez de la villa:

"Ent re los guerrilleros, que recuerde, estaba un Rodríguez, hijo del cura Rudecindo Rodríguez, Carlos Anas (alias Guazo), el cabo ñato de Tubará, Nicomedcs Velásquez (alias Soba-la-cocá). Había como 25 de ellos fuera de cuatro oficiales que partieron para Tamalame-que por la vía de San Zenón. Por el camino íbamos haciendo requisas: cueros curtidos, mudas de ropa, bestias, novillas. Al pasar por Guamal atacamos, pero nos rechazaron. Esa noche fuimos a dar a Corrahto y de ahí llegamos a marchas forzadas a Chinguaná, el 22 de febrero de 1861.

"Betancourt me ordenó entonces poner un decreto exigiendo 300 fuertes, 30 mudas de ropa y 10 arrobas de sal a los señores Troncoso y al señor Pantaleón Germán Ribón [dueños de las principales haciendas cercanas de El Paso, como Calenruras y Las Cabezas]. Fueron a exigir el empréstito mi padre Cayetano con 26 hombres. A los cuatro días regresaron trayendo todo lo prestado menos 25 pesos que dejó de pagar el señor Ribón, que era conservador. Los chiriguaneros, sin orden de Betancourt, fueron a incendiar El Paso. Se presentó entonces el coronel Salazar [del ejército de

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TEORÍA DEL CAUDILLISMO 159B

político local. Allí sí se ha verificado una transmisión casi here­ditaria, basada en lealtades fraguadas al calor de conflictos personales específicos anteriores.

Pero la articulación nacional de esos gamonales no se reali­za más por caudillos ni en el contexto anterior de la señoriali-dad, sino en el marco de la expansión capitalista y de la institu-cionahzación de los partidos políticos y de la milicia formal. Ahora se trata de trabajar con personas, funcionarios estatales o burócratas actuales o en potencia que se enmarcan en organi­zaciones partidistas o en cuarteles. Puede haber "votos cauti­vos" o soldados en este sentido sin que por ello se pruebe la existencia de caudillos.

Por una parte, ha crecido la maquinaria del partido, la que lleva las caudas a votar o abstenerse de votar, la que organiza la acción intrépida o la acción rebelde o crítica sin que los grandes jefes se comprometan más en la lucha real en el campo, como lo hacían antes los viejos caudillos. Esta es la maquinaria política que actualmente experimenta la grave crisis de la abstención en Colombia, que ha reducido la vida política real del pais a una minoría de no más de la tercera parte de la población, esto es, a un gobierno oligárquico no representativo de las mayorías y, por lo mismo, sin títulos realmente democráticos.

Pot otra parte, gracias a la profesionalización de la carrera de las armas, tampoco puede haber ya caudillos militares. Diciente entre nosotros fue el caso del general Gustavo Rojas Pinilla: en efecto, como presidente militar autocrático, perdió apoyo; como político civil, se ganó la más caudalosa adhesión popular desde los dias de Gaitán. De allí que las intervenciones militares o golpes de cuartel contemporáneos no se deban a ninguna aureola caudillista de nadie, sino al peso específico de los intereses (capitalistas) en juego, con el general, coronel o sargento a la cabeza que resulte estar de turno con mando de tropas y disponible para el golpe (cf., Edwm Lieuwen, Arms a n d Politics in Latín Amenca, New York, 1961).

El pretender ser caudillo hoy, asi en lo político como en lo militar, resulta por eso en una incongruencia histórica o en el ridículo. Existen otras avenidas de acceso al poder que son más eficaces o expeditas que aquella nostálgica apelación al pasado: son las determinadas por la comunicación de masas , el control de recursos económicos y financieros, la efectividad de la mani­pulación partidista, la decisión personal del aspirante a gobernar

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160A EL CAUDILLO

Nieto] y detrotó a Betancourt el 22 de abtil. Este huyó al monte de Chinguaná con parte de la gente, y yo también a la tinca de Jerónimo Gómez. Alli supimos que el coronel Martínez había destruido a Cañonegro.

"Es te fue el principio del fin de la cuadrilla. Betan­court se volvió medio loco de tanto estar escondido en el monte y empezó a dat órdenes de que mataran a unos y a otros por ser traidores. Teniendo noticia que los Villafañes estaban pagados para aprehenderlo, y que so pretexto de venderle unos caballos habían tratado de engañarlo, ordenó y se llevó a efecto el fusilamiento de estos dos individuos. Después, supe que Federico Piñeres había dado muerte a Adolfo Castillo. E) mismo Betancourt dio la muerte a Padilla y a Francisco Mén­dez con un machete, mandándolo echar al agua, por sospechar fuese espía, porque habían ido a buscar maíz, y tuvo un encuentro con mi padre por causa de un caballo del que salió herido Betancourt en el brazo derecho. Y estando mi padre durmiendo, llegó una comisión de Betancourt para asesinarlo, del que se escapó milagrosamente. Mi padre y yo decidimos en­tonces salir a Aguachica, donde nos cogió el teniente Facundo Rodríguez, también de Simaña" .

En esta forma se acabó la guerrilla de Lorenzo Betan­court. Eran ignorantes. No sabían por qué ni para quién peleaban de verdad verdad. Sólo se decían godos y bastó una propina de un rico para ponerlos a pelear. Después, ya en derrota, empezaron a matarse entre ellos mismos.

Desgraciadamente, esto fue excusa para que Palomi­no y Pinillos continuaran en pique. La paz se siguió dañando. Ya nuestros niños empezaban a nacer godos o mochorocos, según que sus padres hubieran sufrido o no a mano de los enemigos. No había casi escapatoria. Quizás el único escape era coger para el monte a traba­jar, donde no hubiera tanta politiquería ni tanta guerra, como habíamos hecho por Guataca hacia veinte años Pero la politiquería se iba extendiendo con nosotros. como el petróleo sobre el agua.

Al llegar a Mompox, recibí el informe del joven coronel Juan Salazar sobre su acción contra la guerrilla en Chmguaná , y

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MAR CARIBE SANTA M A R T A

l U d e d i c . 181

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CARTAGENAJ (12 de enero. 1862)

lüüi

PANAMÁ VENEZUELA

ANTIOQUIA SANTANDER

OCÉANO PACÍFICO

Carolina H 6 d e junio, 1861

' CUNDINAMARCA

SEGUNDA CAMPAÑA DEL GENERAL NIETO

• Guerra civil de

1860-1862

Territorio controlado por Nieto

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161 A EL CAUDILLO

una solicitud del directorio liberal revolucionario de Antioquia por más pertrechos y un jefe. Les mandé los que pude y nombré al valeroso joven general Ramón Santodomingo Vila para acompañar con una pequeña fuerza al coronel Libono Mejia y entrar a ayudar a los liberales de ese Estado, Desgraciadamente estos jefes fueron derrotados por los godos en la Carolina el 16 de junio de 1861 y ttatados tan mal, que se me fijó la idea de atacar a Antioquia en firme. Dicté, pues, un decreto declarán­dole la guerra, el 21 de agosto, y entré por el rio Nechi, por primera vez en buque de vapor.

Para entonces me había separado ya del ejercicio del Poder Ejecutivo de la Unión [el 31 de marzo] por tener ya lugar fijo el ciudadano general Mosquera. Yo le había escrito una cana el 12 de marzo para excitarlo a que se declarara Presidente de la Unión. Así ocurrió, en efecto, y a continuación recibí nombra­miento de general en jefe del 4o. Ejército de los Estados Unidos de la Nueva Granada [que después se convirtió en Colombia] y delegado especial del Poder Ejecutivo Nacional sobre aduanas. Acepté aquel empleo por puro patriotismo, pues cumplida la misión de salvar la costa, nada me quedaba por hacer. Pero fal­taba que resolver el gran problema pendiente alrededor de la capital de la antigua Confederación, y me resolví.

¡ Honor al gobierno del Cauca! ¡ Honor al gobierno de Bolívar! Que con ser los primeros en separarse de la Confederación, afianzaron la soberanía de los Estados. El uno, salvando la costa, el otro, redimiendo a Cundinamarca y enarbolando triun­fante en el Capitolio el estandarte de la Regeneración. ¡Honor a los dos patriarcas de la Federación!

De ese pueblo altivo e inteligente de Bolívar, que jamás soporta la tiranía sin murmurar , fue que me cupo la honra de ser caudillo, y a ninguna remuneración he aspirado, sino a dejarlo contento y satisfecho. ¡Feliz si lo he conseguido!

Así, de esta manera sencilla, ingenua y romántica, concluía el caudillo costeño su Bosquejo histórico de la revolución. [B]

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TEORÍA DEL CAUDILLISMO 16IB

ayudada por el cansma y el talento, la articulación de un progra­ma convincente de acción, y el impacto de las armas y de la violencia. Estos factores no son exclusividad de los partidos que defienden el sistema. Pueden también disponer de ellos los grupos que lo retan y los de la izquierda política en general.

Las masas colombianas están en busca de líderes meritonos que representen bien sus aspiraciones, sin caer en brindarles el culto personal. Estos dirigentes nuevos ya no podrán ser ni gamonales ni caudillos —apenas p n m u s ínter pa res de recono­cido relieve— sino que responderán a características y necesi­dades colectivas concretas. Se exigirá de ellos determinadas pruebas de colaboración en el trabajo con sus compañeros de dirección, amplitud, desprendimiento, persistencia, altruismo, seriedad, honestidad, rectitud moral y hasta heroísmo, con una ideología de cambio radical en búsqueda de la utopía de siem­pre: la de la justicia social y económica para las grandes masas trabajadoras.

Es probable que tales líderes de nueva estampa —miembros distinguidos de equipos y, por lo mismo, relevables— surjan de las propias bases de la sociedad, en vista de la crisis de dirigen­cia que sufren los partidos tradicionales. Por lo que se ha podido observar en los últimos años en Colombia, no hay duda de que las clases populares sean capaces de producir estos líderes. Los únicos riesgos principales que pueden correr son los derivados de la cooptación. Pero ya se sabe mejor cómo desarrollar en términos propios de clase el principio de la exogénesis de la conciencia polírica (capítulo 4B),

La práctica es la que da la respuesta. Ella podrá ir indicando lo más válido y conveniente para resolver los problemas espe­cíficos de este procedimiento en la dirección de partidos popula­res, puesto que no se trata de un asunto meramente teórico o puramente intelectual. (Cf. Adolfo Sánchez Vásquez, Filosofía de la praxis, México, 1976),

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7. APOGEO Y MUERTE DE NIETO

La carta de Nieto a Mosquera del 12 de marzo de 1861, en la cual aquel excitaba a éste a asumir la presidencia de la nación, fue recibida por el Supremo Director de la guerra en el Hato de Córdoba, cerca de Facatativá, ya entrando en firme a la sabana de Bogotá con su Ejército del Sur.

Mosquera la contestó el 15 de mayo. En su respuesta, decía que consideraba el acto de Nieto de encargarse del Poder Ejecu­tivo de la Unión como ' 'patriótico y con el objeto de dominar los conflictos que comenzaban a aparecer en el Estado del Magda­lena" , y que Nieto se había desempeñado tan dignamente que se sentía satisfecho. Pero en realidad ésta era una carta hipócri­ta: Mosquera la había dictado rechinando los dientes de rabia. Porque advertía un nuevo peligro para sus ambiciones presi­denciales y autocráticas, temiendo que su émulo costeño se "volara" con la presidencia de la República. No quedaba ya sino Nieto como designado a la presidencia según el Tratado de Unión del 10 de septiembre de 1860, porque el general José María Obando —el otro designado— acababa de ser muerto el 29 de abril en un absurdo enfrentamiento en Cruzverde, en la sabana de Bogotá. A partir de este momento, Mosquera, como Ospina antes, empezó a "buscarle el p ierde ' ' al caudillo costeño.

Pero había primero que acabar la guerra. Ello ocurrió en una primera etapa el 18 de julio de 1861 cuando Mosquera entró triunfante en Bogotá; se declaró presidente provisorio de los nuevos Estados Unidos de Colombia; y apresó al expresidente Ospina y su reemplazo de tres meses, el procurador Bartolomé Calvo, y se los envió a Nieto para que los encerrara en el castillo de Bocachica.

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7. S E M B L A N Z A D E L A N T I C A U D I L L O

Al fin en C a r t a g e n a d e vue l t a d e c a m p a ñ a e n 1862, N ie to s e

d e d i c ó a a d m i n i s t r a r el E s t a d o d e Bol ívar y a goza r de l p o d e r

/ ! / . E n t r e o t r a s c o s a s , r eav ivó la m a s o n e r í a con la c r eac ión d e

v a r i a s log ias , e n t r e e l las la d e El C a r m e n d e Bol ívar (con los

M i e r ) , y se o p u s o a la iniciat iva de l g e n e r a l M o s q u e r a d e c r e a r

o t ro O r i e n t e c o l o m b i a n o y el g r a d o 34 ° 121.

1. Terminación de la guerra con Antioquia (27 de noviembre, 1861): Bosquejo histórico. 42-46.

Dejando escapar a Ospina y Calvo: de la Vega, 78 ("negligencia cr is t iana") . Cf. versión contraria de la señora de Ospina en J .A. Pardo O.. Tres presidentes de Colombia (Bogotá. 1946), 58-63.

Discurso de posesión de la presidencia del Estado ( lo . de diciembre, 1862): Corrales. IV, 478.

Fuerzas a rmadas : Circular de Manuel Z. de la Espriella. Cartagena, 10 de mayo. 1864, FP. No. 156; AGB, Gaceta oficial del Estado Sobera­no de Bolívar. No. 322 (11 de sept iembre . 1864),

Colegio de Barranquilla y Academia del Bello Sexo; AGB, Gaceta oficial del Estado Soberano de Bolívar, No. 321 (21 de agosto, 1864).

Uso del nombre de Nieto: Corrales. IV, 423 (goleta); AGB, Gaceta oficial del Estado Soberano de Bolívar, No. 323 (18 de sept iembre, 1864) (provincia). La popularidad del caudillo también puede verse en la difusión del nombre, inventado por él, de la heroína de su novela Ingermina. que fue adoptado para bautizar muchas hijas del pueblo en el Estado de Bolívar.

Medallas: Bosquejo histórico. 47-48; Bossa Herazo, 132. Espada de honor: Carnicelli, 1,511: Corrales, IV, 544. Carroza: Corrales, IV, 588; Bossa Herazo, 133. Al recibir al presiden­

te electo Manuel Murillo Toro. Nieto pronunció un discurso en inglés ante el capitán estadounidense de la fragata de guerra que traía al mandatario,

2. Logia de El Carmen: Carnicelli, I, 399-400 (presencia de Agustín y Adolfo Mier. grado 3o.).

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163A APOGEO Y MUERTE DE NIETO

Tras una verdadera odisea (en Mompox a Ospina lo sometie­ron a la humillación de ponerlo a andar en burro mirando la grupa), Nieto recibió a los distinguidos prisioneros y, con su proverbial humanitarismo, hizo la vista gorda con "negligencia crist iana" cuando escaparon de la prisión poco después. El presidente del Estado Soberano de Bolívar, también con su guerra atrás, había regresado a Cartagena y reasumido las funciones normales como jefe del gobierno el 12 de enero de 1862. No dejará de salir nuevamente —a Santa Marta, Barran-quilla, Mompox y El Banco— por algunos meses para vigilar las líneas de comunicación con el interior de la república y colabo­rar en la terminación de la guerra en el resto del país (especial­mente en el sur agitado por Julio Arboleda). Pero sus días como caudillo militar ya estaban contados, y podía en adelante cuidar de su hogar y también de su salud medio deteriorada por las privaciones de la guerra y la intemperie en que había vivido por tanto tiempo. Y también dar preferencia a los quehaceres administrativos de su alto cargo y a los aspectos más bondado­sos de la vida en Cartagena. No sobra decirlo: Nieto empezó a gozar del poder y a darse ciertos aires que antes menosprecia­ba, los aires de la notoriedad, en lo cual se acercó a la imagen popular del caudillo tradicional.

Para empezar, autorizó a que se diera su nombre a una de las goletas de la escuadra naval de Bolívar y a una de las nuevas provincias del Estado (con capital en Ciénaga de Oro, incluyen­do los distritos de Montería, Cereté, San Pelayo, San Carlos y Chima).

Creó dos condecoraciones: la del Mérito militar y la del Mérito civil del Estado de Bolívar, "para premiar a los buenos servidores que no se podían premiar con ascensos" , medallas que a la larga fueron a lucir también en sus solapas. Más tarde (5 de mayo, 1864) aceptará otra medalla, una conmemorativa concedida especialmente para él por la Asamblea legislativa de Bolívar, hecha de oro y piedras preciosas, y se le asignará una pensión vitalicia anual de dos mil pesos, aparte de su sueldo de presidente, que era de otros dos mil pesos anuales.

Los hermanos masones del Congreso Nacional a su vez aus­piciaron una ley para que se concediera a Nieto una espada de honor, la cual fue aprobada sin discusión ninguna el 19 de febre­ro (1864). El presidente Mosquera, casualmente, no pudo sancionar esta ley por estar en campaña contra el Ecuador; lo

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Medallas v leontina de Nieto.

El pres idente Manue l Murólo Toro, recibido en su carroza por-Nieto al pasa r por Cartagena en 1864.

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164A APOGEO Y MUERTE DE NIETO

hizo el procurador encargado de la presidencia, Juan Agustín Uricoechea.

Era el apogeo de la carrera de Nieto. No podía subir más. La adulación empezó a endulzarle los oídos. Alguien le susurró que debía tener carroza, y en mala hora siguió el consejo. Compró la del acaudalado doctor Joaquín Araújo Tejada, llama­da "la ra tonera" porque en ella embutía a su numerosa prole para ir a pasear. En este gran coche, Nieto empezó a andar por las calles de Cartagena con huéspedes ilustres (como el presi­dente electo Manuel Murillo Toro, quien pasaba por la ciudad en camino para Bogotá en abnl de 1864), precedidos por húsa­res a caballo que llevaban enarbolada la bandera amarilla, verde y roja del Estado. El pueblo raso no gustó de ello y empe­zó a rechiflarle "fío, fío" cuando así salía. Nieto no resistió el rechazo popular y decidió por fin devolver la carroza a su anti­guo dueño. Otro adulador le sugirió fundar un club social para los ricos y pudientes. Nieto aceptó, y presidió la junta fundadora por unos meses , a partir del 8 de mayo (1864); así nació el primer Club Cartagena.

Eñ su casa de la calle de la Inquisición, Teresa lo esperaba con su sobnnita Ana Mogollón Cavero, la ahijada del general que se había venido de Barranquilla, quien alegraría el hogar de manera extraordinaria. Lope Nieto también le aguardaba (Con­cha se había casado e ido a vivir en Tolú) con un perro gozque grande que resultó el más leal compañero del general en sus últimos años. Nieto lo bautizó " M a r e n g o " para recordar la vicroria de Napoleón en Italia, y el perro caminaba todos los días con su dueño las tres cuadras entre la casa y el palacio y se acostaba a un lado de la puerta del despacho, en el amplio corre­dor de columnas. La atractiva Soledad Román —quien se unirá más tarde a Rafael Núñez— también iba a verlos y, a veces, se acercaba al palacio de la gobernación. Un buen día pasó por allí tan radiante que el mujeriego Juan José , impresionado, hizo formar la guardia y tocar la banda en honot de Soledad, mien­tras la beldad pasaba.

El caudillo volvió a interesarse en la música y el teatro. Algún adulador le dijo que por qué no volvían a representar el drama El hijo de si propio que Juan José había escrito hacia unos veinte años cuando regresó del destierro jamaicano, para cuya primera y única producción había tenido la colaboración de la bella Soledad. Era imposible: el comején se había comido

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Soledad Román, amiga de Nieto y futura esposa de Núñez. (Cortesía de Bossa Herazo).

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el único manuscrito que Teresa había guardado en un baúl junto con varios libros franceses e ingleses.

Pero en la Sociedad Dramática de Jóvenes Aficionados se habían interesado en producir la tragedia Al toque de la oración, en el patio del palacio de la Inquisición. Por deferencia con el presidente del Estado —en quien todos reconocían méritos literarios y de antiguo dramaturgo frustrado— los Jóvenes Aficionados concedieron a Nieto el ponderoso papel de Orso en aquella tragedia típicamente romántica, llena de estiradas situaciones y espeluznantes desarrollos que hacían verter lágri­mas a las señoras acomodadas en las duras butacas. Clamaba Orso hacia el epílogo de la obra:

Voy a monr. De mis ardientes ojos ni una lágrima mancha la pupila, y estruja e l hierro mi insegura mano que en mi pecho ha de a b n r profunda henda.

Tenía algo de patético oír a Juan José Nieto declamar estas líneas, como si fueran a cumplirse en él próximamente. Termi­naba con la voz enronquecida y atajando un poco la tos que después iría a consumirle.

Volvió igualmente a la actividad masónica. De nuevo nom­brado II.-. P. ' . H. ' . Gran Comendador del Gran Oriente Neogra­nadino —con jurisdicción sobre gran parte de la América española— Nieto firmó las patentes que autorizaban constituir una logia en la ciudad de México (6 de febrero, 1862). El 18 de abril (1862) le llegó una comisión de El Carmen de Bolívar presidida por el procer II.-. H . \ Gregorio Cerra, los abogados Valentín Pareja y Manuel Bello y otros hermanos más, entre los cuales estaban el músico Agustín Mier (secretario de la logia) y el boticario y curandero Adolfo Mier, ambos grado 3°. Fue la ocasión para celebrar mucho y recordar épocas pasadas en que se habían encontrado algunos de ellos, como los Mier en Mom­pox, siendo jóvenes, con el entonces capitán Nieto al iniciarse la campaña del Supremo Carmona por el río hacia Ocaña y el desastre de Tescua. En una tenida solemne, se bautizó la nueva logia sabanera como "Luz del Carmen No. 2 1 " . Los Mier y los otros comisionados regresaron a su pueblo satisfechos y reco­nocidos.

El reavivamiento de la masonería en este momento llevó a Nieto a su último desacuerdo importante con el general Mos-

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SEMBLANZA DEL ANTICAUDILLO 165B

Pero la traición le iba rondando los pasos. Algunos de sus antiguos amigos y compañeros políticos, de campaña o de las logias: Antonio González Carazo, Ramón Santodomingo Vila y Juan Rives, se dejaron influir por Mosquera y empezaron a montar no sólo una fuerte oposición contra Nieto en la Asamblea legislativa sino una conspiración cuyas principales columnas se establecieron en El Carmen, San Antero, Mompox y Barran-quilla 111.

La aprobación de una ley de empréstito forzoso para recons­truir el canal del Dique dio la largada a los conspiradores, quienes se opusieron aduciendo fallas constitucionales 141. Resistieron esta ley especialmente los grupos tabacaleros de las sabanas, que tenían organizada la producción y exportación de su producto por el río Magdalena y Sabanilla. Cuando Nieto convocó a elecciones para elegir su sucesor en la presidencia e intentó imponerlo en la persona de su secretario, Juan Antonio de la Espriella, el partido de oposición lanzó la candidatura de Antonio González Carazo. Desconfiando de las maniobras elec­toreras del gobierno, los caracistas desataron entonces la

Creación de la Masonería Colombiana por Mosquera y grado 34°: Carnicelli. 1, 345-357; Hoenigsberg. 201-218: Anales masónicos (Bogo­tá), No. 9 (20 de septiembre, 1866), 82-84.

3. Conspiración de Mosquera. González Carazo y Santodomingo: Observaciones. 10, 15; Quejas de Mosquera: Observaciones. 14. 23.

Juan Rives, de Mompox: Observaciones. 21 (y reacción de Nieto); Vindicación. Cartagena, abril 23, 1864, FP. No. 24 (acusación a Nieto).

Conatos de sedición: Orden público. Barranquilla, febrero 14. 1864, FP, No. 23.

4, Ley de empréstito para el Dique: AGB. Gaceta oficial del Estado Soberano de Bolívar. No. 323 (18 de septiembre. 1864) (aporte de Bur­gos y Vellojín en Ciénaga de Oro); Ataque y defensa de garantías individuales, Cartagena. 16 de mayo. 1864, FP, No. 26; G. Porras Troconis. Entre bastiones (Cartagena, 1930). 20-24.

El grupo de comerciantes de Cartagena en este periodo se había renovado desde el de la Independencia cuando tendieron a dominar los ingleses. Ahora había 25 (desde 1859), seis de ellos extranjeros. De éstos ocho controlaban casi todas las importaciones y exportaciones; cinco eran cartageneros, dos italianos y un ingles. Las fortunas de Mai­nero Trueco y Capurro. prominentes después, se derivan de esta época. (María Cristina Jimeno. "El grupo comerciante de Cartagena, 1800-1850", MS). En general, estos comerciantes no pudieron compe­tir con los de Barranquilla y Santa Marta, que prosperaron mucho más.

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166A APOGEO Y MUERTE DE NIETO

quera. Este, al ganar la guerra de 1860-1862, había quedado con grandes ínfulas nacionalistas, empeñado en reconstruir la Gran Colombia del Libertador Simón Bolívar —de allí la resurrección de "Colombia" para designar a la antigua Nueva Granada—, concediendo a los hermanos venezolanos y ecuatorianos todos los derechos de los granadinos como ciudadanos. Uno de los mecanismos ideológicos concebidos por Mosquera para llegar a esa formidable y conveniente meta geopolítica era la constitu­ción de nuevas logias masónicas inspiradas en lo propio, que ayudaran a crear ambiente a la idea de la federación colombiana.

Naturalmente, esto no podía hacerse sino rompiendo el molde logísrico tradicional y formando un Consejo nacional diferente del de Cartagena. En Ambalema, con base en su anti­guo nombramiento como Gran Protector y Gran Inspector Gene­ral de la Orden, el 28 de mayo de 1862 Mosquera propuso crear la Orden Redentora y Gloriosa de Colombia ("Masonería Co­lombiana") que concediera los grados 4° , 21° y 34°. El grado 4° sería de los "Varones eminentes apóstoles colombianos"; el 21°,el de los "Sabios amigos de la República"; y el 34°, el de los "Acrisolados amigos de Colombia", cada cual con sus insignias especiales (la del Gran Protector Mosquera era un triángulo pendiente del cuello y en medio un sol en cuyo centro estaba la palabra Colombia, y en el vértice una estrella y un círculo de estrellas en señal de federación).

Los hermanos del grado 34° se comprometían a impulsar la instrucción popular en favor de las ideas federativas, estimular el profesorado, establecer escuelas primarias y apoyar la legis­lación pertinente, todo en "inteligencia secre ta" , como en los años de la lucha por la independencia americana.

Reunidos en varias tenidas solemnes bajo la tutoría de Mos­quera, el nuevo y herético Oriente nombró para el grado 34°, entre otros seis, al general J u a n José Nieto. Este reconvino con suaves palabras al general Mosquera y le hizo ver la gravedad del cisma que había cometido, le recordó el sentido simbólico del máximo grado 33° como el de la edad de Cristo, y que los antiguos preceptos no permitían hacer innovaciones en el siste­ma masónico. Como Soberano Gran Comendador del Consejo de Cartagena, Nieto rechazó el nombramiento para el grado 34° y dispuso que ningún otro hermano ingresara al nuevo Oriente. Este conflicto entre masones no se resolverá por muchos años, y la iniciativa cismática quedará sepultada, junto con su autor, al caéros te de la presidencia mediante el golpe de

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Diploma de la Masonería Colombiana creada por Mosquera en ¡863.

Manuel Ancízar, masón y ministro que se opuso a Nielo en la Conven­ción ilc Ríonegro.

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estado de 1867 que lo eliminó del juego político colombiano definitivamente.

La administración del Estado Soberano de Bolívar resultó más compleja de lo esperado una vez terminada la guerra civil, así se hubieran hecho nuevos ajustes constitucionales el 9 de julio de 1863 (Tercera Constitución del Estado de Bolívar). Había relativa prosperidad, si nos atenemos a lo sostenido por Nieto en su discurso del lo. de diciembre de 1862, cuando se encargó por última vez del poder ejecutivo, al volver de sus via­jes y tareas bélicas. Decía el presidente: " E n medio de los afa­nes de la guerra, el Estado de Bolívar ha marchado en un pro­greso sorprendente, así material como intelectual, ha adelantado de un modo asombroso. Si para ello puede haberse contado con la excelencia del gobierno, la mayor parte de esta labot perte­nece exclusivamente a la bella índole del pueblo, que ha tenido fe, haciendo renacer la industria por todas p a n e s . Parece que no ha habido guerra. ¿Qué se puede, pues , esperar con el afianzamiento de la paz ? Esta la tenemos ya, compatriotas ' ' .

Una consecuencia de la paz podía haber sido la disminución del pie de fuerza en las milicias del Estado. Desgraciadamente, el propósito anunciado por Nieto de desarmar el ejército y hacer volver a los soldados a la vida civil para ayudar a producir rique­za, no lo pudo cumplir. Aunque decretó la libertad inmediata de todos los presos políticos (10 de mayo, 1864), hubo de mante­nerse la milicia, en parte, por las imprevistas amenazas internas de sedición, y en parte para mantener cierto relieve ante el enemistado gobierno mosquerista central.

Así, año tras año, los gastos de la fuerza armada de Bolívar (396 soldados más 40 suboficiales y 34 oficiales) siguieron copando el 40 por ciento del presupuesto estatal. En 1864, se gastaban 44.135 pesos en un semestre para la milicia del Esta­do, sobre un total de 107.244; para educación apenas quedaban 2.160 pesos (auxilio para la recién fundada Academia del Bello Sexo y tres becas en el extranjero para jóvenes mecánicos); para fomento, 11.400 pesos dirigidos a sostener la producción de las canteras de cal del Estado; etc.

No obstante, con los pocos recursos restantes se intentaron laudables iniciativas culturales, como la academia femenina mencionada, el restablecimiento de los grados de bachiller, licenciado y doctor en el Colegio de Bolívar o Universidad de Cartagena (decreto de 30 de junio, 1863), y la organización del Colegio (Provincial) de Barranquilla (decreto de 8 de agosto,

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revuelta armada, primero en Cartagena el 11 de noviembre de 1864, donde los encuentros fueron fuertes, después en Momil, Barranquilla y Usiacurí / 5 /.

En vez de lanzar sus batallones contra los rebeldes, Nieto convocó a sesiones extraordinarias a la Asamblea legislativa e intentó negociar una paz. Fracasó en este esfuerzo, y renunció a la presidencia del Estado el 11 de diciembre de 1864, dejándola en manos de su opositor González Carazo 161.

Enfermo desde hacía muchos meses, Jas condiciones de salud del general Nieto se empeoraron con los hechos de su caí­da del poder y la muerte de su hijo Lope. Luego de nuevos homenajes regionales y nacionales, Nieto murió el 16 de julio de 1866 /7 / .

Pocos meses antes, el 2 de marzo de 1865, la villa de El Carmen se había incendiado casi completamente, lo cual obligó

5. Revuelta del 11 de noviembre de 1864 en Cartagena; Corrales. IV, 497-501; Doctor Arcos (Camilo S. Delgado). Historia, leyendas y tradi­ciones de Cartagena (Cartagena, 1912). 11, 119-125; Aclaratoria, Carta­gena, lo. de septiembre, 1864, FP. No. 32 (incitación a Nieto para actuar); Alocución del presidente Nieto, 3 de noviembre. 1864, Corra­les IV. 495-497 (denuncia a González Carazo en Sabanalarga y a Santo-domingo en El Carmen).

Proclama de Santodomingo en Momil (20 de noviembre, 1864): A los bolivianos. FP, No. 30.

6. Caída de Nieto (11 de diciembre. 1864): Corrales, IV, 503 (Asamblea extraordinaria); AGB, Gaceta oficial del Estado Soberano de Bolívar, No. 325 (25 de diciembre. 1864) (proclama del presidente encargado, Benjamín Noguera); Corrales. IV, 543 (llanto de Nieto); Doctor Arcos, 125 (con el perro fiel).

Leyes sucesivas de la Asamblea legislativa de 1865: AGB, manuscri­tos diversos.

7. Muerte de Lope Nieto: Corrales, IV, 544. No hay información sobre las circunstancias de la muerte de Lope. Es probable que hubiera caído en el combate de Usiacurí (10 de diciembre, 1864). En todo caso murió meses antes que su padre.

Enfermedad y muerte de Nieto: Carnicelli, 1, 510; Corrales. IV, 542-544 (discurso de Manuel Z. de la Espriella). No hay datos concretos sobre la última enfermedad del caudillo, excepto que duró más de un año. Sobre el particular he procedido a interpretar con base en tenden­cias de mortalidad prevalecientes en Cartagena a mediados del siglo XIX, en consulta con los médicos costeños Juan Pablo Llinás y José Yunis(1981).

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1864), de muy importante recorrido hasta hoy. Por fortuna, la burocracia del Estado no era muy frondosa todavía, no había peculados y poca malversación de fondos. Los funcionarios eran meticulosos.

Mientras tanto, Mosquera tomaba sus medidas para retener la presidencia de la República en Bogotá, y desinflar cualquier intención que sobre la misma pudiera todavía abrigar Juan José Nieto, después del susto que le dio al declararse en ejercicio del poder ejecutivo nacional en Barranquilla el 25 de enero de 1861.

Para comenzar, el Gran General dispuso secretamente desconocer el Tratado de Unión entre el Cauca y Bolívar, espe­cialmente en lo que se refería al lugar de la próxima Convención que reorganizaría al Estado y redactaría la nueva Constitución Nacional. Esta había que realizarla no en Cartagena, donde Nie­to dominaba con su presencia y con su tropa y podía resultar elegido presidente por los convencionistas, sino en otro sitio liberal más seguro para Mosquera, como Rionegro, en Antio­quia, donde al fin se realizó entre el 3 de febrero y el 29 de mayo de 1863.

Con estos fines, Mosquera procedió a sembrar cizaña contra Nieto entre los amigos de éste, comenzando con Antonio Gonzá­lez Carazo —quien asistirá a la Convención como plenipoten­ciario de Bolívar— y Ramón Santodomingo Vila. A ambos hizo ofertas y nombramientos dirigidos a socavar la autoridad de Nieto o a desconocerla. A González Carazo lo nombró goberna­dor civil de Antioquia, a despecho del que Nieto había escogido antes a raíz de su declaratoria de guerra a este Estado, y después , promovido a general, lo designó segundo jefe del 4o. ejército nacional con miras a desplazar a Nieto —quien era su comandante en jefe— "en el caso de que el general Nieto no cumpliese las órdenes que se le habían comunicado por la Su­prema Dirección de la guer ra" . Y creó una legión especial para ponerla al mando de Santodomingo Vila "con la misión de revolucionar el Estado de Bolívar de acuerdo con el Intendente y protegido por el general Mosquera, como el mismo Santodo­mingo lo ha dicho sin que se le haya desment ido" . Hasta el antiguo protegido de Nieto, Rafael Núñez, cayó en la celada antinietista, cuando aceptó ser ministro de estado de Mosquera, aunque para ello fuera animado de valientes intenciones (la desamortización de los bienes de la Iglesia). (Un año después , Núñez renunciará al ministerio y saldrá del país hacia Europa

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a Adolfo Mier a emigrar otra vez, a Calamar, donde formó una nueva familia de músicos 18/ .

La corta permanencia de Nieto en el gobierno como caudi-[ A ] Ho, la forma abierta y accesible como actuó, la manera

inusitada como abandonó el poder, son indicaciones de que aquí tenemos entre manos a un dirigente político que no era como los demás. A pesar de ser militar, daba la sensación de querer evitar hechos de sangre; en el fondo no era violento. Como mandatario actuó pulcramente, con desprendimiento y generosidad, apelando a una cultura relativamente grande que había cultivado él solo desde la juventud. Se asimiló a la bur­guesía, pero dejó vivos sus contactos con los parientes pobres y la gente trabajadora; luchó por los intereses de éstos. Cierta­mente, la figura de Juan José Nieto corrige algunas nociones corrientes sobre los caudillos y destruye ciertas imágenes o clichés sobre el caudillismo, especialmente las impresiones transmitidas por novelistas contemporáneos que se dedicaron a describir los estragos de dictaduras recientes en América Latina.

Debo confesarlo: mis compañeros del grupo de trabajo de San Martín de Loba y yo comenzamos a estudiar a Nieto como si hubiera sido uno de esos generales bravos, ignorantes, mato­nes, crueles, maquiavélicos e insensibles que han buscado perpetuarse en el poder hasta quedar putrefactos en vida. La lectura de las mejores novelas de este género, comenzando con el Facundo Qutroga de Sarmiento (1845), así nos inducía a pensar y con justa razón: porque en muchos casos en tales nove­las se presenta la realidad vivida en vanos países nuestros, donde los dictadores se han montado en busca de riquezas o por el ansia de mando (libido imperandi, diría López de Mesa), sin pensar mucho en el bienestar colectivo ni importarles los aspec­tos éticos de su mandato. Las descripciones son jugosas:

"El presidente vestía, como siempre, de luto riguroso: negros los zapatos, negro el traje, negra la corbata, negro el sombrero que nunca se quitaba; en los bigotes canos [...] disimulaba las encías sin d ien tes" (Miguel Ángel Asturias: E l señor presidente).

8. Incendio de El Carmen (2 de marzo. 1865): Corrales, IV, 536-542. Entrevistas con Adolfo Mier Serpa, San Martín de Loba. 1980 y 1981.

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por mucho tiempo, el suficiente para convenirse en el "hombre providencial" de Colombia),

Algunos de aquellos roces se debieron a los intentos del general Nieto de atacar y ocupar a Antioquia por el norte, actos que también suscitaron la ira de Mosquera. Con altibajos, esta guerra se extendió hasta el 27 de noviembre de 1861 cuando Nieto formalmente traspasó el mando de sus tropas a los jefes designados por el presidente provisorio. Pero al informar a la Convención de Rionegro sobre estos hechos, Mosquera sostuvo irritado: "Sensible me es, señores, que cada vez que hable sobre los negocios que se rozan con las funciones del expresado general en jefe (Nieto), tenga que informar que este general se ha sobrepuesto constantemente a la autoridad del gobierno nacional" . A lo cual replicó Nieto: "Ni el general Mosquera ha nacido para mandarme a su manera, ni yo he nacido para obede­cerle según la mía.. . La candad cristiana condena el orgullo y la soberbia, pero no el sentimiento de la propia dignidad ' ' ,

La antigua enemistad de los dos "patr iarcas de la Federa­c ión" quedó, pues , otra vez a flor de tierra al momento de nacer los Estados Unidos de Colombia, aunque los masones lograran disimularla un poco y trabajaran para limar las asperezas.

En la propia Convención de Rionegro no se había desperdi­ciado ocasión alguna para molestar y desacreditar al ptesidente de Bolívar, en lo cual colaboró descaradamente la delegación de plenipotenciarios bolivianos presidida por González Carazo. Elocuente fue la actitud de este personaje cuando, al leerse la renuncia formal que Nieto enviara de su designatura presiden­cial, el delegado bogotano Manuel Ancízar propusiera despre­ciativamente: "Archívese" . González Carazo no movió un dedo para defender el decoro de su antiguo jefe y amigo. Y las refe­rencias denigrantes a Nieto que hizo Mosquera en su informe a la Convención le dejaron impávido. Había razones de fondo: González Carazo, como Núñez, ya se había pasado a Mosquera y empezaba a conspirar contra Nieto, en unión con Ramón Santodomingo Vila y otras personas. Aún así, cuando llegó el momento en la Convención de elegir a Mosquera como presi­dente constitucional de la república el 12 de mayo, se registró un voto por Nieto; y éste quedó nombrado como tetcer designa­do a la misma presidencia dos días después , por la Convención en pleno.

Al regresar su jefe a Cartagena después de la Convención de Rionegro con el apoyo abierto o disimulado del presidente Mos-

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"Del trato con los demás viene la sarna. La mejor forma de que lo respeten a uno es cercar la confianza que da la vecindad [...] El jefe tiene que mamarse solo sus penas y sus cavilaciones. Ya hasta darle la mano a la gente me produce g r ima" (Francisco Herrera Luque: La casa del pez).

"Entretanto, comenzó a sentir un asco incoercible de los hombres. El solo anuncio de su presencia le producía violentos choques orgánicos [...] Tomó la costumbre de taponarse las narices con algodoncillos perfumados; pero el solo olor disolvía las más fuertes esencias y se aferraba como un unto a las fosas nasales de Su Excelencia, que aromaba entonces entre sus mi­nistros como una Circe rodeada por la gruñente p iara" (Jorge Zalamea: La metamorfosis de Su Excelencia).

"En cuanto a mí, en beneficio de todos no tengo parientes, ni entenados ni amigos. Los libelistas me echan en cara que uso de más rigor con mis parientes [...] El Supremo Dictador no tiene viejos amigos. Sólo tiene nuevos enemigos. . . ¿Cuáles son mis pecados? Mis difamadores clandestinos de adentro y de afuera me acusan de haber convertido a la Nación en una perre­ra atacada de hidrofobia" (Augusto Roa Bastos: Yo el Supremo).

"Por fulminante disposición presidencial quedaron suspen­didos los carnavales y la Prisión Modelo se llenó de máscaras. Y hubo aullidos y estertores, y garrotes apretados, y fiesas de dentista girando en muelas sanas, y palos y latigazos, y sexos taconeados, y hombres colgados por tobillos y muñecas [...] y mujeres violadas, de pechos quemados, de carnes penetradas con hierros al rojo [...] Por lo mismo, volvería. Para demostrar que, aun situado en los umbrales de la vejez [...] seguía duro, fuerte y bragado, lleno de macheza, macho y remacho" (Alejo Carpentier: E l recurso del método).

"Se encerraba en la oficina para decidir el destino de la pa­tria y firmaba toda clase de leyes y mandatos con la huella del pulgar [...] arrastrando por toda la casa sus grandes patas de elefante en la nieve [...] salvo a la hora mortal de la siesta en que se refugiaba en la penumbra de las concubinas, elegía una por asalto, sin desvestirla ni desvestirse, sin cerrar la puerta [... ] se quedó sin saberlo para siempre con el dulce silbido de su potra de muerto viejo tronchado de raíz por el trancazo de la m u e r t e " (Gabriel García Márquez: E l otoño de l patriarca).

Aún admitiendo el libre papel de la imaginación en estas descripciones, ¿no se crea a través de ellas una imagen del dic­tador o caudillo que es muy diferente de la que el observador de

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quera, los "carac is tas" (seguidores de González Carazo) empezaron a adquirir fisonomía propia en la política del Estado, Se constituyeron en el grupo principal de oposición —asi se consideraran también liberales— y actuaron sin tapujos. En Mompox ganaron el apoyo de Juan Rives —distinguido militar en los últimos combates de El Banco, Barranquilla y otros como ayudante de Nieto— gracias a un nombramiento de coronel que para él obtuvieron de Mosquera. Rives logró ser diputado a la asamblea legislativa, y allí colaboró con González Carazo para los fines de la conspiración. Santodomingo Vila empezó a mo­verse sigilosamente dentro y fuera del Estado (en el Magdale­na) para poner las bases de la sedición en las provincias. For eso, Nieto le anuló poco después el grado de general del Estado y dejó de llamarlo valeroso: ahora era "un renegado exgcn t ra l ' ' , Y estos tres personajes se convinieron justamente, para el caudillo baranoero, en "unos desgraciados que no han sacado por recompensa sino el baldón que merecen todos los traidores que sirven de instrumentos a la maldad" . A Nieto no le queda­ría sino una satisfacción final: primero saldría Mosquera de la presidencia de la nación (lo. de abril, 1864), para entregársela a Manuel Murillo Toro, que él de la suya en Bolívar.

¿Qué fuerzas se movían en el interior de la conspiración caracista? Parece que en buena parte éstas eran impulsadas otra vez por la burguesía sabanera —como en 1859—, porque el núcleo armado de oposición provino de la zona tabacalera, y sus jefes militares fueron los generales Santodomingo (Chinú), Martínez (Momil-San Antero) y Cabeza (El Carmen). A esta lista había que añadir al coronel Rives de Mompox, por causas aún no suficientemente explicadas. La figura escogida ahora por estos grupos burgueses, tabacaleros y militares para desplazar a Nieto del gobierno era González Carazo, un civil más que militar, quien evidentemente también contaba con el favor presidencial.

La ocasión de actuar en este sentido se dio por diferencias sobre fomento económico que surgieron entre Nieto y la burgue­sía provincial sabanera. El presidente Nieto, apegado a la tradición histórica y a los grupos originales a quienes debía su iniciación en la política, quería ante todo promover el enrique­cimiento de Cartagena, tan deteriorada como la había recibido como gobernante. De las posibilidades existentes, la más ade­cuada le parecía el fomento del tráfico por el canal del Dique reconstruido, y para ello comprometerá buena p a n e de los

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la historia deriva de los hechos encontrados sobre el general Nieto? Algo no funciona al comparar la versión literaria con la realidad concreta del caudillismo de este costeño. Quizás parte de la explicación resida en dos hechos importantes:

lo. Que Nieto, como personaje real producto de la cultura anfibia de la Costa caribe colombiana y de la mezcla de sus ra­zas, había heredado en su sangre y temperamento, como la mayoría de los costeños, aquella alergia a lo castrense y el ethos no violento que caracterizan nuestra cultura regional. Y,

2o. Que Nieto había vivido en una época de afirmación repu­blicana inspirada en un romanticismo humanitario que él había recogido desde su juventud en la literatura utópica del momen­to, es decir, se había recubierto de una armadura ideológica liberal a ultranza, alimentada de una fuerte tradición libertaria, en el fondo legalista y apegado a las formas. Por ello resultó set esencialmente civilista, como todo colombiano que se precia de tal, en lo cual se diferenció de caudillos militares y gobernantes de otros países latinoamericanos.

Significativo es observar que Nieto nunca se proclamó caudi­llo, sino que fue nombrado como tal en una elección en junta. Ocurrió algo semejante, con iguales efectos en la personalidad traducidos en hidalguía, humanitarismo, comprensión y tolerancia, en otros generales costeños del siglo XIX como J u a n V. Aycardi, José María Campo Serrano, Florentino Manjarrés, Lácides Segovia, Andrés Santodomingo Navas, Miguel M. Torralbo, José María Lugo y José Dolores Zarante (los tres últimos de Lorica). Por algo se les recuerda más como ingenie­ros, abogados, poetas o músicos que como hombres de guerra. Sergio Zarante, hijo del general, definía a su ilustre padre —un sencillo negro sabanero— ¡como una mezcla de Napoleón, Beerhoven y Goethe!

Según el sociólogo caleño Gregorio Sánchez Gómez, "no ha existido en Colombia ese tipo clásico de caudillo tan común en América, que es expresión efectiva y auténtica de la violencia. Si acaso existió, fue en forma excepcional y esporádica [...] La organización política colombiana tiene esencia democrática inconfundible que ha sido tradicionalmente refractaria a esa clase de caudillaje. Por tal razón fracasaron siempre las intento­nas autocráticas, los conatos de cesarismo [...] De allí la famosa cuarteta popular que dice:

En Colombia, que es la tierra de las cosas singulares,

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recursos del Estado. Además, tratará de imponer un empréstito forzoso a todos los particulares con el mismo objeto, en lo cual cometerá un grave error político. A Nieto le faltará la astucia necesaria para anticipar la reacción negativa a esta iniciativa de otros sectores productivos del Estado. [A]

Los tabacaleros y comerciantes de las sabanas, por ejemplo, no iban a pagar el empréstito del Dique con gusto, porque no los beneficiaba. No estaban interesados en ese desarrollo concreto, puesto que enviaban el tabaco directamente a Sabanilla por el río Magdalena y el canal de la Pina, lo cual resultaba más renta­ble que devolviéndolo por el más largo y penoso viaje del Dique hasta Cartagena. Además, tenían toda su maquinaria de expor­tación montada con oficinas y agentes en los puertos del Magda­lena y en Barranquilla, cuyos vecinos no dejarían tampoco de movilizarse contra Nieto para defender sus intereses amenaza­dos, más aún cuando se iba a iniciar en esos días una de las mayores cosechas de tabaco de El Carmen en su historia (1863) cuando sobrepasó la de Ambalema, para llegar a su máxima producción en 1865.

La ofensiva contra Nieto se expresó primero en diversos "conatos de sedición" que llevaron a su gobierno a dictar un decreto de prevención del orden público (21 de diciembre, 1863). En respuesta, el caracista J u a n Rives planteó en la Asamblea legislativa el 4 de abril siguiente una acusación contra Nieto "por infracción de disposiciones constitucionales" referidas a garantías individuales. La Asamblea se constituyó para el efecto en gran jurado, estudió las acusaciones y absolvió al presidente, el 22 de abril de 1864. En esa ocasión sólo votaron en contra de la absolución: Rives, González Carazo y Andrés Ribón, otro diputado de Mompox.

Diez días más tarde (2 de mayo), Nieto obtuvo de la Asam­blea una autorización para contratar el discutido empréstito de 20.000 pesos para la navegación por vapor en el Dique, y proce­dió a darle el privilegio exclusivo del caso hasta 1870 a la empre­sa cartagenera de Lavalle Hermanos y Cía. Era un empréstito voluntario, pero si la cantidad requerida no se obtenía con aportes espontáneos el gobierno podía imponerlos a la fuerza y sin pagar interés (6 por ciento anual). Esta condición forzosa se debió a que el intento anterior del gobierno de Nieto de orga­nizar y financiar la compañía del Dique, el lo. de enero de 1863, a la junta convocada no concurrieron sino muy pocos

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dan la paz los militares y los civiles la guerra.

El civilismo naciente se rebeló contra la imposición militar [...] [esto es] expresión de la propia naturaleza del espíritu nacional" (Sociología política colombiana, Cali, 1940, 39-44). Palabras y versos escritos antes de la débácle de 1948 y la Vio­lencia que diezmó al país poco después, y antes de la imposición del estado de sitio como normalidad institucional con el empleo del terrorismo y la violencia estatales a que han dado lugar; pero que encierran mucho de la verdad permanente de nuestra nacio­nalidad, aquella que obliga al giroscopio inclinado de nuestra tradición democrática a volver a su posición vertical.

Inesperadamente, hasta Nieto, como caudillo militar y gue­rrero (como los otros generales mencionados) ilustra este carác­ter civilista propio de Colombia que ha encontrado en la Costa caribe una fuente constante de apoyo y renovación, como si allí se hubiera venido gestando una civilización diferente, producto del ambiente tropical, de la mezcla racial cósmica y de la inte­ligencia creadora de las gentes costeñas, civilización que parece más humana, manejable, afectuosa y franca que en otras partes del país y del hemisferio. En el tomo I (parte tercera) de esta serie se exponen algunas bases generales de esta personalidad y cultura de la Costa, como se discutieron en nuestra mesa tedonda en San Martín de Loba.

Las perspectivas y consecuencias de ese emocionante descu­brimiento crecen todos los días: son tema de foros regionales, seminarios y discusiones científicas en las ciudades de la Costa y fuera de ella. Mompox ha resucitado a la vida y atención del país, y al brazo de su río llegó al fin una draga, tras decenios de desprecio c incuria. El río Magdalena ha vuelto a recibir, por lo menos, el interés constructivo de la prensa nacional. Entre polí­ticos liberales se habla de la descentralización y apoyo a las regiones como punto importante en próximas plataformas de partidos. Periodistas de otras secciones observan nuestra región costeña con cierta expectación, como es el caso de Gonzalo Mallarino Botero, quien escribe en El Espectador de Bogotá (marzo 26, 1981): "Esas formas de vida social popular en el Caribe me dan la impresión de contener la carga afectiva, la dolorosa experiencia acumulada y el respeto por el prójimo que hacen falta para que se geste un nuevo y duradero acuerdo social".

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comerciantes que suscribieron sólo la ridicula suma de 2.000 pesos.

González Carazo saltó allí mismo a la oportunidad de ataque que se le presentaba. Publicó una protesta en la cual pedía la derogatoria o reforma de la ley del emprésti to forzoso para el Dique, y aducía que ésta era contraria a las garantías individua­les consignadas en el artículo 15 de la Constitución Nacional de Rionegro: las de la propiedad, libertad de industria e igualdad; que obligar a un ciudadano a que fuera accionista por la fuerza era "privarlo de los beneficios a que tiene derecho por el uso de su capi tal"; y que se dejara que el interés privado hiciera "lo que su atinado instinto le aconsejara respecto de nuestro Dique" .

Se recogió algún dinero del emprésti to en Cartagena, pero casi nada en las sabanas, cuyos gamonales y grupos dominantes se acogieron al criterio caracista y no pagaron nada, con excep­ción de la casa agropecuaria de Burgos y Vellojín, de Ciénaga de Oro (provincia de Nieto), que compró cinco acciones. De nada valió que el gobierno publicara un folleto —La navegación del Dique y La oposición— en respuesta a González Carazo: los tabacaleros, por las razones antedichas, no iban a desembolsar nada para un proyecto que no los beneficiara, y menos a la fuerza.

Irritados sus enemigos por el inconsulto desafío de Nieto, a esta irritación se añadió luego el intento del presidente de pro­poner e imponer como su sucesor en el cargo a su antiguo fiel amigo y constante colaborador en el gobierno como secretario general de estado, Juan Antonio de la Espriella. El periodo constitucional de Nieto terminaba el lo. de enero de 1865 y las elecciones populares se preparaban para el 13 de noviembre. Por supuesto, los caracistas postularon a su jefe Antonio como "candidato del pueb lo" a la presidencia del Estado y empeza­ron a trabajar por él, no sin la desconfianza que tuvieran por las maniobras electoreras de Nieto y de la ' 'camarilla en el poder" ,

De la Espriella contra González Carazo por la presidencia del Esrado. A esto se reducía el conflicto que iría a dar al traste con la administración Nieto antes de que terminara por pocos días su periodo constitucional. Ya en septiembre subían las tensiones políticas: los nietistas esperaban mayor apoyo y acción de su jefe y le reprochaban que tolerara como coman­dante del Batallón Glorioso al coronel Manuel González Carazo,

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Esto no quiere decir que en la Costa no ocurran actos de violencia política, ni que todos los caudillos del Caribe sean civilistas como Nieto y los otros. Claro que no, y lo hemos visto en el caso de militares costeños ' manapal i te ros" como el sananterano Manuel Martínez. Hubo otros costeños violentos, vengativos y atrabiliarios, como Joaquín Posada Gutiérrez, Joaquín F. Vélez y Eparquio González, predecesores de algunos "coral ibes" contemporáneos. No obstante, pot forruna y a pe­sar de los estatutos de segundad dictados periódicamente, las tendencias generales "hacia un duradero acuerdo social" pueden apreciarse en la Costa caribe todavía, en la forma como lo ha descrito Sánchez Gómez y lo espera Mallarino.

En resumen: Nieto se presenta en la historia nacional y continental como miembro de esa privilegiada especie de caudi­llos anticaudillos que aparece en ciertas regiones del globo y en determinados periodos históricos. Esto tiene una gran significa­ción regional para la comprensión de la historia, la cultura y la personalidad de la Costa caribe, y de sus posibilidades como pueblo.

Son muchos los incidentes y demostraciones en la vida de [ B ] Nieto que ilustran la tendencia humanitaria y civilista,

culta y generosa, que es lo contrario a lo que se esperaría de un caudillo sanguinario, ignorante y autocrático. Veámoslos:

Sus decretos de indulto sin restricción y libertad a presos políticos; la proclama a los momposinos en 1859; la ingenua expectativa que sintió sobre la reacción popular a la declaratoria de guerra al presidente Ospina; su preferencia de abrir camino a la juventud y no perpetuarse en el mando; el licénciamiento de los soldados de Baranoa; el dejar huir de la cárcel a sus ene­migos Ospina y Calvo; la tolerancia a la oposición de J . A. Calvo y a la de los hermanos González Carazo; el peculiar tratamiento generoso a su archienemigo constante, el general Mosquera, a quien sólo llegó a insultarlo (en 1855) como "atrabiliario des­cendiente del rey Ordoño ' ' ; el preferir asilarse en un consulado, romper el bastón o imponerse a las tropas rebeldes antes que petmitir la matanza del pueblo; su talento periodístico, literario, geográfico e histórico; su auténtico gusto por las artes y los idio­mas extranjeros; el homenaje con banda y guardia para Soledad Román; su habilidad administrativa y táctica; su desprendi­miento de las cosas materiales, pues murió pobre y en casa alquilada.

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a quien acusaban de estar trabajando por la candidatura de su hermano Antonio. [B]

A comienzos de noviembre se supo que Antonio González Carazo había escrito a uno de sus agentes eleccionarios de Saba­nalarga que se preparara para apelar a las armas por estar seguro de que el gobierno haria fracasar su elección. A su vez, la gobernación de El Carmen informó de la llegada de Santodo­mingo Vila y sus "reuniones en conciliábulos para adoptar procedimientos de hecho y derrocar el gobierno del Es tado" . Y así había otros síntomas de conjuración y descontento entre los políticos de la ciudad y de provincias.

Pero Nieto se resistió a tomar medidas drásticas de repre­sión contra ellos. "La confianza que tiene el gobierno en la opinión y su poder para sofocar cualquier tentativa contra el orden público —decía— son bastantes para defendernos. Acor­daos que el gobierno actual es la obra de vuestros sacrificios, y que si os extraviáis, será para él muy sensible pero necesario tener que deciros: ya es t a rde" .

En realidad ya era tarde. A los ocho días de aquella declara­ción, el 11 de noviembre de 1864 (aniversario de la independen­cia), estalló en Cartagena la primera revuelta armada seria contra el gobierno de Nieto. ¡La encabezaba el coronel Manuel González Carazo, en apoyo de su hermano Antonio! Nieto había llegado temprano aquel día a su despacho acompañado de "Ma-r e n g o " y, cuando ordenó izar la bandera del Estado, notó gru­pos de gentes con armas ocultas, frente al palacio. Poco después éstos empezaron a vivar a Antonio González Carazo como presidente e hicieron trifulca contra Eloy Porto, gobernador de la provincia, desarmaron la guardia de la cárcel, y mataron a bala y machete al mayor Sebastián Elguedo, leal compañero de Nieto en la última guerra y desde la conjuración de 1859-

El presidente ordenó al Batallón Glorioso perseguir a los revoltosos (hasta Getsemaní) y tomó preso al coronel Manuel. El candidato opositot se salvó del arresto escondiéndose en un consulado extranjero, de donde salió después disfrazado de lavandera con un canasto de ropa sobre la cabeza.

La noticia de esta escaramuza, aumentada y corregida, se regó como pólvora por las provincias, al tiempo con las órdenes de de la Espriella a todos los gobernadores para que "repriman a los malvados, vigilen y persigan a los prófugos". Lope Nieto convenció a su padre de organizar milicias nietistas con amigos

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Cartagena. El palacio de la gobernación, donde se inició el golpe contra Nielo en 1864.

Que Nieto no era de los "tiranuelos de todos colores y [ C ] razas" listos a matar, como se lo recalcó furioso el general

Piñeres con cita del Libertador, nos lo recuerda de manera cruel el insulto que le hizo Ramón Santodomingo Vila de no ser Nieto, capaz de sacar la espada para defenderse. Más resuelto a ello era Lope Nieto, quien corta una figura más intrépida y fogosa que su padre. Lo cual, de ser cierto (hubo, en parte, una limitación constitucional sobre el mando directo de tropas por el presidente del Estado), borra el principal baldón en este campo que pudiera tachársele a Nieto: su autorización para el fusila­miento de tres bandidos: José Ciólo (ya condenado a muerte por los tribunales) y los Martínez de la guerrilla de Betancourt. Ello puede ser excusable por la serie de atrocidades gratuitas que éstos habían cometido en su violento recorrido. Y son excusa­bles igualmente las humanas veleidades de Nieto con la ridicula carroza y las medallas. No son admisibles: las manipulaciones electorales que hizo cuando era gobernador, los comienzos de nepotismo al emplear compadres y parientes políticos en el

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"MA APOGEO Y MUERTE DE NIETO

y parientes de Baranoa y otros pueblos de Barlovento, y salió para Sabanilla inmediatamente con ese objeto.

Mientras tanto, el gobernador de Lorica, señor Corrales, procedió a apresar a Ramón Santodomingo Vila a las 4 de la mañana del 17 de noviembre con un piquete de 30 hombres, cuando éste se hallaba en el cercano pueblo de Momil, y lo em­barcó vigilado en una canoa rumbo a Cartagena. Algún amigo avisó al general "Bal i ta" , Manuel Martínez, en San Antero sobre lo que estaba ocurriendo. Como la canoa del preso debía salir al mar por una de las bocas del río Sinú, precisamente al frente de San Antero, "Bal i ta" dispuso rescatar con su propia gente al compañero conspirador. El arriesgado abordaje se hizo con éxito en alta mar, y Santodomingo desembarcó hombre libre pero lleno de rencor, listo ahora sí a desencadenar la revuelta militar contra Nieto.

Reunidos con Martínez dos días después en Momil, los re­presentantes de este pueblo, San Antero y Purísima nombraron a Santodomingo general comandante en jefe del "Ejército Res­taurador de Sotavento". Dijo entonces el nuevo caudillejo en su proclama a los bolivianos: "Armaos y contad con que yo tengo a mis órdenes las fuerzas suficientes para batir todas las que el tirano tiene encerradas en sus murallas [...] un esfuerzo más y los pueblos probarán que ningún tirano puede aclimatarse en la América". Y añadió una frase insultante sobre Nieto que aludía a la inclinación pacifista del presidente del Estado: "Dejad que él. desenvainando por primera vez su espada, se ponga a la cabeza de sus Suavos y lo defiendan, que así nuestra victoria será más pronta" . [C]

Tal como lo anticipó Lope Nieto , el 25 de noviembre estalló también la revuelta en Barranquilla, en forma tan rápida que no hubo tiempo ya de organizar bien las milicias nietistas. Lope logró avanzar sobre Usiacurí, al sur de Baranoa, el 9 de diciem­bre con los hombres de que disponía, pero fue abatido al día siguiente.

Dos columnas armadas se acercaban ya a Cartagena: la de Santodomingo Vila y otra organizada en El Carmen por el gene­ral Manuel Cabeza. Nieto no movilizó a su Batallón Glorioso, sino que convocó la Asamblea legislativa a sesiones extraordi­narias el 10 de diciembre para pedirle que negociara una paz Lim los revoltosos. Esta maniobra resultó infructuosa. Al presi­dente no le quedó sino la disyuntiva entre pelear y producir la matanza del pueblo cartagenero, o dejar el camino abierto para

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gobierno, los intentos de imponer su sucesor en la presidencia del Estado de Bolívar, signos de corrupción incipiente que tien­den a demostrar la sempiterna tendencia a la descomposición del poder y de los poderosos.

Aun así, según el panegírico del entierro. Nieto fue "el ídolo del pueb lo" desde los días de la revolución socialista utópica de 1848 y antes. Comandó el apoyo y lealtad de gentes sencillas, como los artesanos y libertos, que combatieron por él y por sus ideas y siguieron su ejemplo en apoyo de la revolución de Meló. Era un dirigente de masas de todas las razas y clases sociales, incluyendo a los burgueses e intelectuales de Cartagena, a quie­nes se impuso. Logro aún más significativo si se recuerda que Nieto era un campesino nacido al pie de un árbol de matarratón, de padres muy humildes, y un autodidacto que no pertenecía a la raza blanca pura. En fin, era un individuo destacado que fue a la vez producto y agente del proceso histórico-natural en que le tocó vivir, con tendencias al populismo, la democracia, la civilidad y el republicanismo.

El hecho de que un caudillo trigueño-cetnno como él tuviera estas cualidades, echa por tierra las teorías racistas y fatalistas de escritores como Lucas Ayarragaray y Carlos Bunge, y de políticos como Laureano Gómez, quienes sostenían que la revol­tosa América Latina no podría arreglarse a las buenas mientras

San Amero. l a playa por donde el general Manuel Martínez rescató al general Santodomingo Vila (1864).

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que entrara al gobierno otro equipo político. En vista de las actitudes anteriores de Nieto en crisis violentas similares, no es sorprendente constatar la que entonces tomó: renunciar a la presidencia en unión del secretario de la Espriella, hecho que ocurrió el 11 de diciembre por la noche. [D]

Las renuncias de ambos fueron admitidas inmediatamente por la Asamblea, manifestando a los exfuncionarios que ésta ' 'queda satisfecha de su patriotismo y lealtad e imparte un voto de aprobación a la conducta que han observado en el desempe­ño de la primera magistratura del Estado''. La Asamblea proce­dió entonces a elegir al doctor Benjamín Noguera como desig­nado encargado de la presidencia. Los acontecimientos ocurrie­ron con gran rapidez y rara calma; "Ni una sola persecución, ni un grito de ira, ni una palabra de venganza; y es lo más admira­ble que todos los ciudadanos que se encontraban privados de su libertad, lo único que piden ahora al quedar libres es la absoluta protección para quienes ayer miraban como implacables enemigos", decía Noguera en su proclama inicial.

Pero ni Nieto ni de la Espriella ni muchos otros nietistas podían sentirse seguros en sus personas fuera del gobierno, al ver el amenazante avance del "Ejército Restaurador de Sota­vento" y la conducta doble y falaz de muchos camaradas. Más que todo afectaba a Nieto la traición de sus antiguos amigos políticos y hermanos masones, por razones que no podía enten­der ni justificar plenamente. Al día siguiente de su renuncia, en el momento de hacer entrega del despacho y recoger el estan­darte de Cartagena, tiene una grave crisis emocional: toma el brazo de Noguera para despedirse, no puede controlarse y pro­rrumpe en llanto. Le quedaba "Marengo": al salir por la puerta del palacio, Nieto levanta con un chasquido de los dedos al gran gozque, le soba la cabeza y musita con acento de amargura: "Mira: los animales son mejores que los hombres". "Marengo" fue el único ser viviente que acompañó a Nieto las tres cuadras de vuelta a su casa en esa triste mañana. Los nietistas más conocidos, como José Manuel Bossa, diputado a la Asamblea, salieron apresuradamente de la ciudad en canoa o en bestias, o buscaron refugio en casas de amigos y parientes conservadores y en consulados extranjeros,

A los pocos días, Juan José también se despidió de su espo­sa y de Anita Mogollón, su sobrina ahijada, y con su hijo Lope (de vuelta de la derrota de Usiacurí) y los de la Espriella tomó una goleta que les llevó por mar hasta el puerto de Berrugas

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Goleta Josejiía, en ¡a que. probablemente, se efectuó et último viaje de Nielo (¡865). (Acuarela de Mark).

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¡La

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(Sucre y San Onofre), donde la familia de éstos tenía extensas propiedades. Lope siguió para el Sinú, donde muy poco después encontró la muerte , blandiendo así un nuevo golpe al zarandea­do general Fue una causa más del empeoramiento de ciertas dolencias físicas que Nieto venía experimentando de tiempo atrás , que le obligaban a tomar cama con calenturas y tos y que le llevarían prontamente al sepulcro.

Mientras tanto, Santodomingo Vila (con Martínez y Cabeza) llegó con su ejército a Cartagena el 25 de diciembre y asumió el poder por dos días, para cederlo luego a Antonio González Cara­zo como presidente provisorio del Estado. Este cargo le fue confirmado a González Carazo por tres años, por una nueva Asamblea constituyente reunida en febrero de 1865 que expidió la cuarta y última Constitución del Estado Soberano de Bolívar ( lo . de abril, 1865).

La Asamblea procedió igualmente a hacer los ajustes legales necesarios y tomar decisiones para responder a los intereses de los grupos sabaneros y otros que habían impulsado la revolución contra Nieto: concedió privilegio para la navegación en el río Sinú en buques de vapor (15 de febrero); canceló la pensión vitalicia de dos mil pesos anuales para el general Nieto (lo. de marzo); autorizó fundar bancos (11 de marzo); auxilió la apertu­ra de un nuevo canal por los terrenos de " C a m a c h o " entre Ba­rranquilla y Sabanilla (21 de marzo); concedió privilegio a William F. Kelly para construir él ferrocarril entre el río Magda­lena y Cartagena (30 de marzo); limitó la fuerza pública del Es­tado a doscientos hombres (4 de abril); eliminó la provincia de Nieto y estableció la de Chinú en cambio (2 de mayo); autorizó conceder privilegio para construir el ferrocaril entre Barranqui­lla y Sabanilla (4 de mayo); derogó incisos de la ley sobre el empréstito forzoso para la reconstrucción del Dique, que había dado origen a la oposición caracista (13 de mayo); y autorizó conceder privilegio para construir un ferrocarril entre Tolú y Chinú pasando por Sincelejo y Sampués (30 de mayo).

La salud del general Nieto se empeoró rápidamente y, al regresar a Cartagena, había perdido tanto peso que la gente casi no pudo reconocerlo. Sobre su salud se habló ya con preo­cupación en una reunión masónica, el 7 de febrero de 1865. Su casa volvió a llenarse de admiradores y visitantes que venían a rendirle homenaje. Una comisión popular llegó un día para regalarle un magnífico bastón de mando, como expresión de

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dominara en ella el elemento mestizo, porque éste es esencial­mente anárquico. Otras son las causas de la anarquía y la pobre­za mental. Aquellos son ecos colonizados del debate europeo sobre el tema racial que empezaron a agitar desde 1860, en Francia, Charles Mazade y Eliseo Réclus en la Revue des deux mondes, debate malintencionado que se dirigía a desacreditar­nos ante el mundo.

Con razón sostenía nuestro filósofo antioqueño, Fernando González: "A nuestra tierra y a nuestras razas se han hecho críticas europeas, aceptadas y agrandadas por nosotros, y que han sido formuladas por el profundo interés que tiene Europa en conservarnos humillados, con almas de colono. La literatura y la sociología europeas han hecho circular y repetido hasta formarnos un complejo de inferioridad, las siguientes proposi­ciones: I a . El trópico es impropio para el hombre. 2 a . El producto de la mezcla de razas no sirve. Con estas dos proposiciones, Europa nos ha tenido más colonos humildes que España con sus virreyes y ordenanzas" . (Los negroides, Medellín, 1956, 41).

La esencia del anticaudillismo de Nieto (como de otros [ D ] dirigentes costeños que han actuado como él, no sólo en el

campo militar) parece radicarse en los fundamentos éticos de su personalidad, aquellos que asimiló desde su juventud con las lecturas que hizo —un tanto desniveladas, aunque conver­gentes— del Catecismo del cura rebelde Sotomayor y Picón y la literatura política francesa, inglesa y española liberal, para culminar en los preceptos tolerantes de la masonería.

Estas lecturas y la educación que él mismo se dio, el conoci­miento del francés y del inglés, su amor por las artes refinadas y la literatura universal le separaron de la cultura de su pueblo de base. Nieto ingresó a la élite intelectual de su época. Sin embargo, tuvo el mérito de no cerrar completamente las puertas a las clases inferiores de donde había provenido y a su cultura propia; por el contrario, como queda dicho, en el periodo más productivo de su carrera se identificó con los intereses y expre­siones culturales de los trabajadores y artesanos. Tuvo, pues, habilidad suficiente para no crear un cismo entre ambos niveles sociales, sino que construyó algunos puentes entre el "país nacional" y el "país político", puentes destruidos por políticos posteriores, para desgracia de todos. Pero no fue capaz de tra­ducir las utopías de su formación ideológica a la realidad concre-

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afecto y en recuerdo de aquél que Nieto había roto a la cara de Mosquera en 1854, para defender al pueblo cartagenero.

Ya Nieto casi no podía caminar y se quedaba recluido en su cuarto. Tenía fiebres, sudaba copiosamente por la noche y tosía secamente, a veces con esputos. Teresa y Anita le aliviaban con creosota de Hetré diluida en limonadas y naranjadas frescas, vino de Vial y grajeas del doctor Hecquet. No había mucho más que hacer.

El final sobrevino el 16 de julio de 1866. Por dispensa espe­cial del obispo Bernardino Medina (quien le perdonó haber sido masón y autorizado la expulsión de monjas), le acompaño en los últimos instantes y le dio la extremaunción el padre (masón) Manuel Eusebio Flores, cura momposino de la parroquia de Santo Toribio. Las exequias fueron en la catedral y el entierro, muy concurrido, en el cementerio de Manga, en sitio donde el Estado de Bolívar (ley de 22 de octubre, 1866) construyó poco después un espléndido mausoleo a Nieto con su retrato en pie­dra, y una loza de mármol dedicada "al incontrastable repu­blicano".

Entre los discursos de ese día de luto regional, quedó pre­servado por la imprenta del ferrocarril el de Manuel Zenón de la Espriella ("el rubio"), hermano de Juan Antonio, que quizás reflejaba el sentir de la mayor porción del pueblo cartagenero. Decía así en algunos apartes:

"Hemos venido acompañando los restos de un ciudadano querido, de uno de esos hombres de quienes es imposible separarse para siempre sin tributarle un homenaje merecido. Dispensadme si cedo a las emociones que tamaña desgracia produce en mi espíritu. Vuelvo la vista a lo pasado y recuerdo que él era el ídolo de este pueblo [...] Los sentimientos persona­les y políticos, si aún existen, deben desaparecer ante la majes­tad de su tumba [...] Soportó con tanta dignidad y resignación el destierro y las persecuciones, como manejó con habilidad e hidalguía el gobierno de estos pueblos. Y era porque las inspi­raciones de su espíritu le hacían uno de esos cristianos que sabían soportar las desgracias sin abatirse, como fue ajeno a la vanidad en los días más felices de su grandeza. Era un completo republicano.

"A sus virtudes políticas y a la afabilidad de su carácter debió esa popularidad de que ninguno ha gozado entre noso­tros, popularidad que pudo interrumpirse pero no acabarse;

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Cartagena. Calle de la Inquisición, rula del entierro de Nieto.

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porque era el amor de un pueblo noble y agradecido hacia el caudillo más ilustre que había salido de sus filas.

"Pero , ¿qué más? ¿qué prueba más elocuente de la sensi­bilidad de su corazón que su conducta en los últimos aconteci­mientos políticos? Ese episodio de su vida no deja de serle honorífico, por más que le fuera desgraciado [...] Un hombre de ese temple fue impotente, sin embargo, para luchar el día en que una parte de sus antiguos amigos le volvieron la espalda a su autoridad. Su corazón no tuvo fuerzas para resistir una prue­ba tan terrible: lloró como un niño. Tenía un corazón de lo más tierno bajo una cubierta de bronce. Amigos, lo que hemos per­dido es una de las columnas que sostenían ese edificio de liber­tad levantado por tantos hombres ilustres, de los cuales muy pocos existen todavía.

"Amigo de las letras y de la juventud, ese soldado-ciudada­no, ese hombre sincero, deja muchos recuerdos honorables. Los templos de esta ciudad tienen testimonios de su piedad religio­sa; mil páginas de nuestra propia historia se deben a su pluma; la patria le merece muchos días de una gloria inmarcesible, y la literarura no le fue indiferente jamás. Los que le conocieron saben que éste es su retrato positivo.

"Recojamos la espada de honor con que lo ha distinguido la nación, y el bastón de magistrado que el pueblo le obsequió como testimonio de su afecto, para ponerlos en las manos de los herederos de su nombre.

"¡General Nieto! ¡Amigo del pueblo, amigo mío! Descansad en paz. La muerte no es la muerte sino el olvido, y nuestros compatriotas no os olvidarán jamás.

La muerte del caudillo nos cogió a los Mier en la des­bandada. ¡Tuve que irme obligado de El Carmen porque el pueblo se quemó casi todo! Eso fue el 2 de marzo de 1865, y algunos malhablados decían que era "la ven­ganza de Nieto" porque de ese pueblo había salido la revolución que lo tumbó.

En El Carmen supimos que el general Nieto estaba enfermo. Los masones mandábamos canas preguntan­do por él, escritas por mi hermano Agustín, quien era secretario de la logia Luz del Carmen. Recuerdo la visita en el despacho del general y la cordialidad con que nos recibió para arreglar lo relacionado con nuestra

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7Í'~*k Cartagena. Mausoleo de Nieto en el cementerio de Manga.

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organización, por ser él Soberano Gran Comendador de la Orden. Nos sirvió una comilona en su casa, atendi­dos por la señora Teresa y una cocinera negra llamada Estebana, y allí echamos buenos cuentos sobre Mom­pox y la campaña del Supremo Carmona, cuando nos vimos de lejos mientras huíamos en canoas. No dejó de reírse, mientras descansaba en la hamaca que había colgado en el corredor del piso de arriba. El general Nieto era muy sencillo y sentimos como si fuera de nosotros y de la gente humilde. Porque él no había sido oligarca ni ricachón, y aunque era el mandón, con su cordial manera de ser no aumentaba la distancia entre él y los demás, al contrario.

De las cosas que más recuerdo de nuestra visita con él en su casa fue el patio central a donde se llegaba desde la calle de la Inquisición por un zaguán ancho. Había allí un palo de anón y un arbusto de icacos flan­queados de begonias, jazmines y mafafas que dos guacamayas picaban de vez en cuando. Al fondo, amarrado de la cintura y fijado a una columna con una cadena, estaba un mico saltando sobre su casita de dormir. Y al otro lado, en una esquina resguardada por una cerca baja, se hallaba una cría de morrocoyos de todos los tamaños. "Lleven los que quieran, que son buena comida", nos dijo el general mientras subíamos las escaleras al salón de recibo decorado por vitrinas llenas de libros en varios idiomas y ventanas con corti­nas verdes recogidas a los lados, en cuya puerta, dur­miendo, se encontraba de guardián "Marengo", el perro del general.

Por esos detalles humanos y otros de la propia vida nuestra del campo, mucha gente vio en el general Nieto un caudillo popular, como un verdadero representante, en el gobierno, del pueblo que trabaja. Así ocurrió desde cuando libertó los esclavos y se puso al frente de los artesanos, y durante el golpe de Meló. Tampoco en las guerras que le tocó lidiar se comportó como un tira­no, aunque en El Carmen sus enemigos lo consideraran así. Su muerte fue una pérdida para el liberalismo y la masonería, y hasta hubo quienes lloraron por él en la villa.

El incendio de El Carmen, o la "venganza de Nieto",

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£7 genera l Nieto. Detalle del rostro en el mausoleo de Manga.

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comenzó por un descuido en la cocina de la casa de palma del señor Majin Moreno en momentos en que soplaban las fuertes brisas de marzo. Las chispas fueron saltando de techo en techo por más que se toca­ron las caracolas, los cachos y las campanas, y los vecinos vinieron en carrera con ollas, peroles, mucuras y poncheras de agua. En las doce horas que duró el incendio se quemaron alrededor de dos mil casas, las tres cuartas partes del pueblo, y algunos calcularon las pérdidas de riqueza en unos dos millones de pesos. Porque El Carmen se había convertido en el centro comercial y agrícola del Estado de Bolívar; tenía ocho mil habitantes. Hasta los archivos de la gobernación, de la iglesia y del concejo quedaron hechos cenizas.

Se hicieron colectas de dinero en Cartagena, Since­lejo, Corozal y Barranquilla. Los diputados regalaron un día de sus sueldos. Muchos compañeros empezaron a reconstruir sus casas, tan de buenas como potrosos, que en los escombros encontraron 800 machetes Collins y como 500 hachas que se repartieron entre los agricul­tores. Así se comenzaron de nuevo los tabacales y los algodonales que estaban empezando. ¡El Carmen volvía a nacer de sus escombros!

Agustín resolvió quedarse allí con la logia, su banda papayera, su familia que crecía, y los curazaleños; pero yo lo había perdido todo —la botica y mis pertenen­cias— en el incendio. Decidí probar fortuna en Cala­mar, porque nuestra tierra es donde nos vaya bien. Y salí solo, porque no podía viajar con Atanasia, mi mu­jer, ni seguirla sosteniendo, ni con Pablo Emilio. Del polvo de los caminos me salieron hijos que tomaron el rumbo de sus madres . Pero las familias que hice era lo que más quería y de ellas nunca me olvidé.

En Calamar formé un nuevo hogar del que tuve cuatro hijas, ¡y todas me resultaron pianistas! Se veía que la música no nos iba a abandonar a pesar de los incendios, de los trabajos y de la pobreza que siguió durante esos duros años de lucha por la vida. Era que la música era de pura cepa, la llevábamos en la sangre.

Me metí otra vez de lleno en la curandería y, des­pués, como saben, en la minería. Seguía huyendo de los ejércitos, de la violencia sin fundamento ni razón, de

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ta. Su liberalismo fracasó, dejando apenas restos de la "decan­tación" consiguiente. Veamos cómo ocurrió esto.

Ante todo, los principios liberales expuestos por Nieto (como por tantos otros políticos de la época) buscaban su justificación moral en tesis escolásticas derivadas de Aristóteles y Heráclito, sobre el bien común o supremo, los intereses superiores de la sociedad y la dignidad del hombre.

Por supuesto, existían las limitaciones prácticas. Nieto hablaba del bien común en su ensayo sobre los Derechos del hombre (1835), pero no descubría aún las inconsistencias que esta tesis implica. No sabía, por ejemplo, que ésta tiene un escape adecuado en el principio de razón o secreto de Estado, que sirve para excusar y esconder crímenes y errores oficiales. No discernía que la tesis del bien común o supremo había lleva­do ya, en Europa, a crisis políticas y morales profundas, espe­cialmente en la Edad Media, cuando el clero obtuvo poderes temporales que se sumaron a los espirituales: la era que se inicia con San Ambrosio e Inocencio III, que culmina con Gregorio VII castigando en Canossa al emperador Enrique IV. ¿Cómo expli­carse al papa Julio II montado a caballo en plena armadura conquistando la Romagna, sino con inconsistencias ideológico-morales?

A dilemas como éstos no podía Nieto, como muchos otros, responder sino con planteamientos maquiavélicos sobre la libi­do imperandi, como lo habían hecho varios políticos y gobernan­tes de Nueva Granada (el arzobispo Antonio Caballero y Góngora con los comuneros en 1781, por ejemplo) y lo seguían haciendo en la república. Tuvo que creer, con Maquiavelo y López de Santa-Anna, en el principio de la relatividad de las virtudes, o prudencia, en los gobernantes; y que el fin justifica los medios cuando de conservar el poder se trata.

Pero Nieto no llegó a ser consistente en la aplicación de estos principios y, por ello, fue barrido por los políticos más cínicos o tealistas que él. En esa lucha de basiliscos y arpías, no podía hacerle frente a las dentelladas de un Mosquera , ni siquiera a las de un González Carazo. Pero la historia demostró posterior­mente que ni estos políticos realistas, calculadores y manipula­dores, entregados al culto de la fuerza, pudieron salvarse del castigo por sus excesos y sus dolos. En el balance histórico y en el recuerdo de sus compatriotas, Nieto sale delante de ellos. ¿Qué más se podría pensar de alguien que, como él, redactara estos pensamientos en su folleto de 1835 ?:

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los partidos políticos de gambote que no son un carajo ni un cipote. Dejé de ser liberal. ¡Qué diablos! Había que defender la vida, no causar la muerte . Había que producir riqueza, no destruirla. Teníamos que velar por el progreso y la felicidad de nuestras familias y de nuestros prójimos. ¡A mucho honor que yo no era mili­tarista! Pero habíamos crecido en el siglo de las gue­rras, y de esta maldición ya no nos pudimos escapar:

Que nos gobiernen Los godos o mande e l liberalismo para tirarse a los pobres todos resultan lo mismo.

Por los políticos malos, por los caudillos egoístas y creídos, por los gamonales vengativos, por los ricos ambiciosos y usureros, por los curas infieles al Evange­lio, por todos esos culpables, nos fuimos hundiendo lentamente en la mar de las peleas y conflictos que fue­ron cada vez más grandes y violentos que los anterio­res , mientras otras naciones cogían impulso y nos dejaban atrás como despreciables pordioseros. De seguro el general Nieto no habría podido vivir así, en esas condiciones. Se habría levantado de nuevo a defender su gente del despotismo.

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SEMBLANZA DEL ANTICAUDILLO 181B

"El ciudadano (o político) libre y virtuoso, es el objeto más apreciable de toda la naturaleza: siempre sincero, jamás enga­ña; él es el apoyo y la consolación del inocente y el terror de los malvados; justo, encuentra la felicidad en sí mismo: oye los elo­gios y la sátira, pero todo lo valúa por su precio" .

¿Cómo podía un verdadero caudillo militar o político macho y remacho escribir estas palabras y ponerlas en práctica? La vida pública de Nieto se distinguió por esa dualidad de compro­miso entre lo ideal y lo práctico, por la tensión entre lo utópico y lo real. En la medida en que fue fiel a sus ideas, puede decirse que fracasó como político y como militar, lo cual dice menos de él, como persona, que del sistema social en que vivió y que sigue vigente hasta hoy entre nosotros. En las horas de prueba, la moralidad de su vida privada, reforzada por la cultura costeña y el rechazo de ésta a lo doble y lo violento, le dominó. Por eso terminó su carrera con la frente en alto y la conciencia tranquila, aunque en palpable desgracia pública que, de todas maneras , no duró mucho.

Evidentemente, Nieto no resultó buen discípulo de Maquia-velo. Quizás, por lo mismo, fue un dirigente esencialmente humano, un jefe popular amante de la tolerancia y la democra­cia, que rechazó la violencia autocrática. AI tiempo que reconoció el derecho a la rebelión justa, luchó contra las tiranías como lo hizo en 1841 y de 1850 a 1854. Por eso llegó a ser un caudillo anticaudillo. Por eso, también, tocó en la esencia misma de la costeñidad, quizás en la de la propia estirpe de los verdaderos colombianos patriotas.

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DESPEDIDA

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Cartagena. Inquisición

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"Mi abuelo Adolfo —el tatarabuelo de Alvaro— se conmo­vía mucho recordando todos estos hechos; a veces tenia que resoplarse la nariz al aire y enjuagarla con los dedos, de pura emoción", nos aseguró don Adolfo Mier Serpa, recostado en su silla de cuero frente a la piedra Palacin de San Martin de Loba, mientras la " n i ñ a " Benita Vidales dormitaba, con la oreja parada, en la hamaca jacintera. Nosotros, absorbidos por el infinito relato, nos habíamos quedado allí como petrificados.

Pero el trotar de la gente en la calle a caballo o en burro para ir a trabajar en el campo, el bullicio de los jóvenes que marcha­ban con totumas en la cabeza para catear el oro que seguía saliendo del cerro de doña María a pesar de las maldiciones de los esclavos, el entierro de un compadre con medio pueblo acompañando, el paso ruidoso del primer tractor de San Martin con su remolque repleto de niños felices, el chillido de las lechu­zas de la calle de las Brujas, el tum-tum de la tambora de Meh-tona Caballero, todo esto y mucho más nos hizo despertar a la dura realidad de la depresión y su abandono en la violencia del sistema.

El grupo de estudio y trabajo se estaba desvaneciendo. Era la realidad de la vida, el resultado de la incuria de los gobernan­tes más recientes, el resultado de la violencia estructural de la sociedad cuyos orígenes veníamos de estudiar, la consecuencia del creciente abismo entre el "país político'' y e l ' 'país nacional" que Nieto, a su manera, había tratado de llenat.

Ramón Pupo ya no podía aguantar más viviendo sólo de la herrería, y tuvo que emigtar a Venezuela, como tantos costeños pobres, en busca de ttabajo.

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DESPEDIDA 187

El juez Cifuentes aceptó por fin un cargo en la administra­ción pública para combinarlo con otros empleos y así poder completar su presupuesto y dar de comer a su numerosa familia.

Luis Murallas, mal de salud," y Alvaro Mier quedaron en San Martín a la espera del pronto renacer del movimiento cam­pesino, y de la acción concertada de defensa de los maestros de escuela. Sus grupos políticos, por fortuna, no se habían rendido ante la represión reinante, única circunstancia que les hacía recordar que había gobierno en Colombia.

Y yo, el escritor-colaborador, me convertí en peregrino de todos, visitándoles en sus casas con el manuscrito para que lo leyeran, corrigieran y completaran, y concurriendo a los diver­sos sitios a donde me guiaba el relato de don Adolfo, la crítica de la niña Benita, o la lectura de los documentos de archivo.

Cuando pasé por Cartagena poco después de hojear los papeles de Nieto en el Fondo Anselmo Pineda del Archivo Na­cional, me arrimé al distrito de la Catedral en busca de la casa del caudillo. Allí estaba, en efecto. Pero ya no tenía los clásicos balcones de madera torneada, ni los portones grandes de goz­nes antiguos, sino burdas réplicas de concreto perforado. La casa se había dividido entre dos tiendas de granos en el primer piso y dos apartamentos de gente pobre en el segundo, con un inmenso bastidor separándolos por la mitad del patio. De éste no quedaban visibles sino dos antiguas columnas de piedra tallada al borde del amplio corredor.

¡Gran sorpresa! Al fondo del patio había vida: varios traba­jadores del hierro y soldaduras tenían allí un taller pequeño con sopletes y cables eléctricos. "No sabía que ésta hubiera sido la casa del general Nie to" , me dijo el jefe de ellos, Carlos Merla-no, cuando les expliqué el motivo de mi intrusión. "No tiene ni siquiera una placa afuera para recordar el hecho, como ocurre aquí con otras casas de notables" . Pero allí estaban trabajando los artesanos, descendientes de aquellos socialistas liberales a quienes Nieto sirvió toda la vida, de quienes había derivado su poder político inicial. Era como si el espíritu del general siguiera habitando esa firme casona semidestruida, golpeada por el desarrollo de la ciudad, deformada por la tecnología moderna y el mal gusto de los contemporáneos.

* Luis Murallas murió en San Martín de Loba el 15 de junio de 1981, sensible pérdida para las organizaciones campesinas de la región. Le sobreviven su esposa (la niña Delia) y Chabela, su hija de crianza.

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Trabajando en el taller de artesanía de soldadura ornamental que fun­ciona actualmente en el patio de la antigua casa de Nielo.

Cerramos el taller y fuimos todos a ver el retrato del general Nieto en el cercano Palacio de la Inquisición. No estaba colgado en parte visible. Lo encontramos tirado en el suelo en el salón de San Alejo de la honorable Academia de Historia de Cartagena de Indias. Alguien había tratado de restaurarlo, y el resultado no había sido satisfactorio para los académicos: quizás, por algún otro misterioso impulso atávico, había salido de los pince­les del restaurador un personaje cobrizo, de pelo parado a lo "afro", que recordaba más bien al gran pelotero mulato cartagenero, el ñato Ramírez.

¿Qué podíamos hacer? Sea como fuere, allí estaba el general con sus ojos zarcos en mirada cordial e inteligente, con sus tres medallas, el reloj de leontina y la banda tricolor presidencial sobre el pecho. ¡Rescatemos el lienzo!, pensamos, no se puede menos. Así fue: lo sacamos del depósito y lo colocamos otra vez en el salón principal del palacio, al lado de la imagen serena, de rasgos caucásicos, del procer José María del Castillo y Rada. Y allí lo dejamos colgado, los artesanos cartageneros y yo, en homenaje al olvidado caudillo popular costeño que presidió los destinos de la república en 1861.

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Llevé estas noticias a don Adolfo Mier, la niña Benita Vida­les, Murallas y Alvaro Mier en San Martín de Loba, al juez Cifuentes en el Barranco, a Ramón Pupo y a los colegas de la Academia de Historia de Santa Cruz de Mompox, a los descen­dientes del general Nieto y sus amigos en la población de Bara­noa. Comentamos mucho toda la información y llegamos a algunas conclusiones generales que aquí me permito consignar, bajo mi propia responsabilidad.

Ante todo, los encontré perplejos y angustiados por la situación del país y por el avance de la violencia y el militarismo en las ciudades y pueblos de la Costa caribe. El problema, evidentemente, viene de muy atrás en la historia. Después de haber estudiado juntos la vida del general Nieto y la de los her­manos Mier, creemos entender mejor la forma como el caudillis­mo pudo articular toda la Costa como región y como estado autónomo, un tema recurrente desde entonces que aparece todavía como meta para alcanzar mediante divisiones funciona­les del territorio, como el propuesto departamento del Río.

Pero también vimos la gran talla de aquel ambicioso diseño geopolitico; los Estados Soberanos del siglo pasado llevaban adentro la semilla de su propia destrucción, cual era la violencia política apoyada en los ejércitos de los partidos con gamonales y caudillos a la cabeza. La acción partidista agresiva fue creando la tendencia acumulativa de la contraviolencia por efectos recí­procos. No se descubrió entonces ninguna otra fórmula de acción, de avenimiento y comprensión, que nos hubiera permiti­do construir los Estados, mucho menos una nación coherente con destino propio ampliamente compartido. La espiral de la violencia política y la contraviolencia se fue subiendo desde los conflictos arreglables de 1830 hasta el sangriento, prolongado y costoso de 1860-1862. El general Nieto hubo de dedicarle enton­ces alrededor del 40 por ciento del presupuesto de Bolívar a las milicias del Estado. En una generación, quienes habían sido compañeros en las campañas de independencia, en la construc­ción de una nación grande y poderosa en el hemisferio como fue la Gran Colombia, y en la fundación de nuevos pueblos, se ha­bían dividido y magullado entre sí, destruyéndose cada vez de manera más cruel y sanguinaria.

Paradójico que, a pesar de todo, la región costeña hubiera prosperado relativamente en esos años de guerras. Pero, al nivel nacional, mientras más ricos se volvían aquellos fundado­res y pioneros, al paso que descubrían nuevas maneras de ser

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capitalistas y de acumular dinero como comerciantes y banque­ros, más violentos resultaron. Dieron así lugar a la violencia estructural, por una parte, y a la violencia reaccionaria, por otra.

La violencia pasó fácilmente de lo político a lo económico y viceversa. Los intereses creados alrededor del armamentismo y de la producción y venta de las armas fueron haciéndose más fuertes. Los ejércitos de los partidos (y el nacional) empezaron a consumir una porción cada vez mayor de la producción y riqueza nacional, aparte de la destrucción de bienes que hacían a su paso por el territorio. En consecuencia, la tradición civilista de los primeros años, inspirada en ideales republicanos román­ticos, se fue desmoronando para dar paso a un militarismo extraño a la idiosincrasia natural en que aquella se inspiraba. Este nuevo militarismo, divorciado de la esencia fundamental de la patria, se personificó en el general Tomás Cipriano de Mosquera y se extendió con otros caudillos del interior de la república, no sin que se asustaran muchos políticos.

La llegada de Mosquera al poder después de la primera revolución triunfante contra el orden constitucional en Colom­bia, llevó al desprecio del talante pacífico y confiado de nuestros aborígenes y campesinos, no sólo de su rudeza bienintenciona­da. Se vio entonces con malos ojos la informalidad bullanguera de los grupos mulatos y negros, junto con su falta de urbanidad y tacto. Se criticó al dejao costeño, sin entender el sentido profundo y sutil de la cultura anfibia que le daba vida y razón de ser,

Pero mientras los gamonales y caudillos de las clases dominantes seguían por la senda del conflicto cruento y agre­sivo que consideraron ' 'civilizado" —a la usanza europea, llena de charreteras, morriones y espuelas—, muchas gentes traba­jadoras, campesinas y pobres, con toda su llamada "ignorancia y malas mane ra s " (la plebe, la gleba, los " indios") cogían por otra vía: la de la defensa y expansión de la cultura y el saber populares. Carmona, Mosquera, Arboleda, Santodomingo y Martínez aprendieron a blandir sus sables para empujar al combate, a planazos o de punta, a los soldados del pueblo. En cambio, los parientes libres de éstos, que habían sabido huir de los reclutamientos, se refugiaron en regiones que ttansforma-ron mediante su trabajo y tenacidad. De allí proviene buena par­te del impulso para que el país adquiriera una nueva fisonomía,

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distinta de la colonial, y avanzara en la constitución de la forma­ción social nacional.

Las preocupaciones de estos pobres y parias de la tierra se arraigaban en la praxis original, en las formas directas de producción de riqueza, en las técnicas de trabajo, en las comuni­dades de reproducción, en el goce de la cultura y de las artes y en la natural tendencia lúdica. Iban por otro camino: el de la formación —no destrucción— del haber colectivo como base de la prosperidad individual y de la felicidad nacional. Por eso el pueblo común de la Costa vio con natural incomprensión aque­llos conflictos y guerras civiles fomentadas por patronos y hacendados, hasta cuando se tradujeron en violencia patológica, esto es, en enfrentamientos personales, vacíos de ideología. Las guerras se entendieron entonces sólo en términos de odios heredados a nivel familiar e individual. Esta era una democracia muy mal entendida y peor defendida: la del "país político". Aquella otra —la del pueblo sano— era otra mentalidad, otro mundo: era el "país nacional".

Con todo y los defectos que acompañaban la rusticidad, la ignorancia y la pobreza, el escape colectivo del pueblo trabaja­dor costeño dio un hálito de vida a toda la nación. Entre otras cosas, fomentó la alergia a lo castrense y condicionó la discipli­na a aquello que se comprende y se quiere gozar. Alimentó la alegría y la tolerancia, dio apertura a la discusión de las ideas, culturas y religiones diversas, y defendió la democracia como forma de vida social. En este campo, halló un gran aliado y buen apoyo en el trabajo ideológico, educativo y científico de los ma­sones de la región.

Claro que en la Costa se desarrollaron lealtades a los dos belicosos partidos tradicionales colombianos; pero se logró también mediar y condicionar aquella belicosidad y abrir otros cauces políticos para el manejo de la cosa pública y el control del poder. Por eso, los integrantes del grupo de estudio de Loba nos encontramos incapaces de aceptar totalmente la visión de Colombia como una santurrona violenta, como si fuera una mariapalito gigantesca. Esto depende del desarrollo concreto de la violencia estructural y de la forma como ejercen la agre­sión los detentadores del poder político, económico y militar. Está claro para nosotros que la violencia va determinada por la existencia abusiva y monopólica de la propiedad capitalista, por la discriminación clasista y por la explotación del hombre por el hombre. Y que las clases dominantes no se dejarán quitar el

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poder sino por la coerción eficaz y convergente de las clases trabajadoras organizadas y sus partidos y organismos de lucha. Sabemos que la violencia del sistema se expresa en el Estado injusto, opresor y corrompido que ha pasado a ser gabela de grupos egoístas, antinacionales y apatridas, contra los cuales sólo cabe la violencia revolucionaria. Ellos la cortejan con sus permanentes afrentas, en tal forma que la subversión socialista libertaria, aquella vislumbrada por Nieto y los demócratas libe­rales de 1848, se destaca más y más como la principal alterna­tiva del país. Se han configurado —si no objetiva, sí subjetiva­mente— los elementos de una guerra justa contra el sistema dominante, tal como la definieron los Santos Padres de la Iglesia,

No obstante, algunos miembros del grupo de estudio de la Costa me decían que no todo podía estar perdido en el aquelarre de la violencia descontrolada, que desde la Costa la situación nacional se veía desde otro ángulo más humano y promisorio. Sostenían que no todo debe llevar a la eterna entronización de la violencia reaccionaria, el militarismo antipopular y el arma­mentismo indiscriminado y asesino que ha llevado a la ruina y destrucción de sociedades en otras latitudes. Decíamos: la espi-ral de la violencia no puede ser infinita ni teórica ni práctica­mente , puesto que es un fenómeno social y cultural, no gené­tico, es decir, controlable por el hombre, como bien nos lo habían enseñado los indígenas americanos. En contra de lo que esperaban Hobbes y Darwin, esa espiral se puede romper por arriba, con la explosión sedante de la voluntad y acción popular, de una vez por todas.

El grupo de estudio consideró importante destacar, en este mismo sentido, el papel corrector que desempeña la creación de conciencia sobre los tipos de violencia existentes, y el estudio critico de la historia del pueblo y sus dirigentes. Pensamos en el general Nieto y su significación como caudillo-anticaudillo que habíamos rescatado de la historia local, como aporte de la costeñidad. Recordamos la función positiva de los hermanos Agustín y Adolfo Mier —aquellos músicos y curanderos sabios de Mompox, Palomino y El Carmen— en la creación colectiva del porro paliteao y en la preservación de la ciencia médica indígena.

Por eso confirmamos también que la historia del Caribe se puede todavía recuperar para las bases sociales y reconstruir con las técnicas de investigación aqui ensayadas y propuestas , y

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con otras que los estudiosos comprometidos con el pueblo traba­jador vayan determinando. En esta forma, y con el mismo espí­ritu, podríamos entrar a preparar los próximos tomos de esta serie de la Historia doble de la Costa, si las energías nos alcan­zan. ¡Ya sabemos, por lo menos, que la historia real del pueblo costeño se puede devolver de manera constructiva para la educación política y estímulo cultural de la gente que la creó, de la que fue protagonista! Se trata de una historia de luchas y esfuerzos comunes de la cual podemos estar orgullosos, aunque no totalmente satisfechos, como hemos visto.

Si fuimos capaces como costeños de transformar las bandas de guerra en bandas papayeras; si condicionamos a todo un caudillo militar como Juan José Nieto para que no cortara amarras con la cultura raizal y siguiera siendo fiel al genio cordial y extrovertido de su pueblo y de la raza cósmica a la cual pertenecía; si, en fin, hemos podido soportar con cierta firmeza la invasión de la canalla, la militarización desaforada, el estado de sitio, las balaceras de las mafias y la descomposición capita­lista, ¡qué más no podremos hacer por el país para que sobre­viva el decoro nacional, perdure la tradición republicana y civilista a la que Nieto rindió su vida, y se inflame el espíritu para luchar, como él en sus mejores épocas, por la justicia para el pueblo trabajador y contra las tiranías existentes!

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ÍNDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES

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T O M O 1: M O M P O X Y LOBA

Aguachica, 24. 26

Alfinger, Ambrosio. 82, 84

Alfonso Vil. 65

Algarrobo. 58, 61 .66 . 106. 119

Alvarez . Aquilino. 146

Amar y Borbón. Antonio, 136

Aníbal, Bartolomé de . 85

Anguiano, Manuel de . 87

Áñez . Antonia. 76

Apon te . Luis, 92

Aracataca, 113

Araújo, Cristóbal de , 104

Ariguaní( r ío) . 103. 113, 114

Arjona. 87

Ast rea . 87

Ayapel . 93

Badel , Dimas, 32

Badillo. Gerónimo, 91

Ballesteros, Isabel. 71

Banco, El. 20, 24. 26. 30, 31 , 37,

46. 5 8 , 5 9 , 66, 71, 78, 85. 108.

141,150

Baños , Julián y Matías de , 60. 63

72

Barón, Estanislaa, 134, 151

Barú, 54, 86

Barrancabermeja . 20, 26, 79

Bar ranco de Loba. 16. 27, 28, 32,

39,

112.

71,

4 2 , 5 0 . 5 9 . 6 3 , 72, 80, 119, 120. 130.

137. 138

Barrancanucva . 33, 46, 53

Barrancas , véase Guamal

Barranquil la . 20, 49, 53. 104, 104,

107. 110

Becerril del Campo. 85

Bernal . José. 97

Berrío, Francisco de . 89-91

Bioho. Bcnkos. 53. 55, 56, 67

Blanco de Dueñas. José, 119

Blanco. José Félix, 141

Bogotá. 38. 45. 75. 90. 91 , 98. 102,

103, 105, 122-125. 128-130, 133,

136, 143. 164

Bolívar (depar tamento) . 17, 20, 23.

24. 26 .38 , 113. 165

Bolívar. Simón, 26. 76. 140

Bonda. 111

Bonpland. Aimé. 131

Borda, Isabel de la. 82

Botero. Joaquín y Ricardo. 21

Brun. Juan , 60 .69 , 71

Buenavis ta (Galesio), 109, 117

Buenavista (hacienda), 93. 100, 123.

124

Cabal lero y Góngora. Antonio, 121

34, Cace res . 93 .99 , 118

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198 ÍNDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES

Caimito, 62,69, 123

Calamar, véase Harrancanueva

Calvo, Pedro, 104

Camarillo, Domingo. 1 10

Campo de la Cruz. Véase Heal de la

Cruz

Canarias, 44, 120. 123, 124, 134

Cañas. Juan Bentura de, 124

Cañaveral, Joaquín, 130

Carate. 71

Cartagena, 22, 24, 26. 27, 34, 36, 38,

40, 42. 47, 51-58. 65-69, 84, 85,

87-92.94,96,99. 105. 106. 110-120.

124, 128, 134-136, 139, 140. 142-

144, 161, 164

Carlos 11, 68, 88

Carlos III. 91, 120, 124, 126. 129

Carlos IV, 134. 155

Carlos V, 41

Carreto. 113

Carriazo. Manuel Alonso, 123

Carrillo. 108, 117

Cascajal. 109, 113

Castilla, 55, 62. 65. 94, 95, 96, 124,

135.162

Casiani, Antonio María, 91

Cataluña. 88. 96

Cauca (río), 16-18, 24, 52-54, 56, 58,

61. 93, 139

Centeno. Alberto, 76

Cesar (río). 16, 17, 24. 26, 32. 33, 37,

81. 82,85.87,93. 103, 108

Céspedes, Juan de, 36

Cerro del Barco, 32. 33

Cerro de San Antonio, 106, 107, 111,

112, 113, 117. 120, 134

Ciénaga. 65, 84, 104. 107, 111

Cifuentes. Juan David. 16, 21-24, 26,

27.32.59,80. 150, 155, 165

Cintura. 71

Cispataca, 118. 123. 134

Cobo. Leonardo, 130

Comemiel, 28, 29, 45, 49, 62, 63, 150

Contreras. Tomás, 71

Cordero, Antonio, 103

Córdoba (río), 82, 111

Corral, Juan del, 20, 22

Corral, Marcelina del, 151

Coyongal, 18,20

Criollo, Domingo, 119

Culebra, 58

Chicagua, 38, 129

Chimí, 31,39. 45

Chimichagua. 94, 95, 109, 113

Chilloa, 69, 79, 109

Chiriguaná. 24, 37, 86, 105, 109, 113,

119,141,143

Dessalines, Jacobo, 131

Díaz Moreno, Juan, 122

Dique, 52.55, 111

Domínguez del Castillo. Francisco,

133

Domínguez de Miranda, Agustina,

123

Eslava, Sebastián de, 105-108, 111

Epalza, Mateo de. 136

Epalza Hoyos. Dominga de. 76, 78,

140

Epalza Hoyos, Manuel de, 133, 140.

144,146.160

Estrada Julián, 71

España, 17, 38, 44, 46, 52, 55, 60, 62,

75, 83, 84. 86-88. 95-101, 105, 120,

124, 134-136. 140-143, 161

Ezpeleta, José de, 129, 143

Fals, Alfredo, 51.60, 63,80. 155, 165

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ÍNDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES 199

Felipe V, 89. 95, 99

Fernández de Lugo, Pedro. 82

Fernández, Miguel. 130

Fernando VII, 134, 135

Flórez. Manuel Antonio. 101, 102, 121

Flórez, Marcelino Antonio, 138

Francisco Faustino, 64

Fundación. 112

Fuente, Baltasar de la, 54, 67. 68

Galindo, Antonio, 111

Gamarra, 24

García Olano. Manuel. 122, 166

García de Toledo, José María. 153

García. Vicente, 129, 130, 136

Garavito. Felipe, 119, 134. 136

Garavito. Juan Nicolás. 100. 118

Garrido. Esteban. 133

Germán Ribón, Atanasio, 76, 140. 143

Germán Ribón, Pantaleón. 76. 122.

135. 138-140. 142

Germán Ribón, Tomás. 146

Girón, García, 53. 56

Gómez. Juan, 53

Gómez Reynel, Pedro, 53

González de Molleda. Pedro, 122

GuamaKMagd.), 24. 109. 113

Guamal (Bol.), 71

Guamocó, 64

Guáimaro, 112.113

Guazo. 18. 31. 39,41,59

Guerra. Eduardo de la. 112

Guerra. Gabriel. 158

Guerra. Isabel, 84

Guerrero. José Fernando del Carmen, I O S

Guevara Lasso de la Vega, Cristóbal

de. 90

Guillen, Julián José, 119, 129

Guirior, Manuel de. 99

Gutiérrez de Piñeres, Juan Francisco,

121,122

Gutiérrez de Piñeres, Vicente Celedo­

nio. 130, 135, 137, 143

Gutiérrez y Vargas de la Rozuela.

Ana, 82. 87

Hatillo de Loba, 16, 32. 42, 59, 61. 62.

72, 120, 137, 138

Heredia. Alonso de. 34, 38. 40, 113

Heredia. 111, 133

Hernández, Daniel, 161

Herrera. Lázaro María de, 143

Herrera y Paniza. Dolores. 144

Honda. 45, 46, 128, 157

Hoyos. Antonio de. 71, 102

Hoyos Gonzalo José de. véase Torre

Hoyos {marqués de]

Hoyos. María Josefa Isabel de, véase

Torre Hoyos (marquesa de)

Hoyos y Hoyos, José Antonio de, 100

Hoyos y Trespalacios. María Ignacia

de, 100

Humboldt. Alejandro de. 143

Imbrecht, Juan Antonio. 128, 135,

136.139,140.144,146

Jamaica. 145, 146

Jegua. 31, 32.39,41, 105

Jiménez de Quesada. Gonzalo, 37,

103

Juncal. 120

Junco, Juan del. 46. 47

Kingston. 140, 142

Labarcés, Francisco Xavier, 119

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200 ÍNDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES

La Gloria, 24

La Tora, 37

Larraspuru, Nicolás de, 58, 59

Las Cabezas, 85

Las Casas, Bartolomé de, 40, 43

Latorre y Miranda, véase Torre y

Miranda. Antonio de la

Lebrón, Jerónimo, 39

Lerma, García de, 82

berma, Pedro de, 82. 103

Loba, véase San Martin de Loba.

López Bordel. Domingo, 128

Lorenzana,52

Los Negritos, 24

Lova,38

Lugo, Alonso Luis de, 85, 183

Madariaga, Andrés de, 107, 110, 112

Maeche. Constantino de, 131

Magangué, 16, 17, 20-26, 39, 47, 49,

139,161

Magdalena (río), 16. 17, 24, 26, 32-35,

45, 53, 55, 58, 69, 72, 78, 80, 83,

86-88,93,94,99, 102, 114. 128

Magdalena (depto.), 20, 24, 26, 107,

113

Mahates,53, 111, 117. 141

Majagual, 24, 141

Malambo, 33, 37, 104,107

Maldonado. Celedón, 137

Maldonado. José Antonio. 129, 130

Mamatoco, 84, 111

Manjarrés, Luis, 35

Martín. Alonso. 39

Martínez Montoya. Pedro, 54

Martínez Troncoso. Manuel, 126, 162.

163

Martínez Troncoso. José Antonio, 135

Martínez Z., Antonio, 102

Masinga, 111

Medina, Hernando de, 38, 40-42, 45, 6)

Menchiquejo (Bol.), 38, 41, 42, 69, 83

Menchiquejo(Magd.), 84, 109, 113

Mendinueta, Pedro, 130, 138

Mendoza, Santiago, 110, 111

Mena, Domingo de, 88

Meneses y Sarabia, Francisco de, 90, 91,92,96

Mier, Alvaro, 17. 21, 26, 28, 29. 31,

36, 75,77,78, 155, 161, 164

Mier Serpa, Adolfo, 29-31, 34, 36, 51, 63. 75,77,78, 166

Mier, Agustina de. 76

Mier-Díaz Granados, Joaquín de, 137

Mier, Dionisio de, 84

Mier, Isidro Antonio de. 101, 123

Mier y Benítez, Joaquín de, 76, 87, 137, 142

Mier y Guerra, José Femando de. 60,

69, 72, 76, 77, 85, 86, 94, 97, 99-127,

137, 138, 145, 150, 153, 160, 162

Mier y Guerra. Clara de, 84, 142

Mier y La Torre, Juana Bautista de,

81-99. 102, 123, 145, 150

Mier y la Torre, José de, 81, 82

Mier y la Torre, Ignacia Andrea de, 84

Mier y la Torre, Juana Bartola de. 85

Mier, Polo, 119, 134

Mojana, 23, 26

Mojarras, 96, 100

Molienda y Clerque, Gregorio de, 155

Mompox, José, 141

Mompox (cacique), 38, 39

Mompox, 16-22, 26, 29. 32-34, 36-42,

45-47, 51, 54-62. 65, 68-72, 75-96,

98-105, 107-109, 112-115, 117-126,

128-146, 150, 153, 155-158, 160-166

Monjas. 93

Morales, 26, 71

Moreno, Antonio, 88, 89, 119, 127

Morillo, Pablo, 139, 140, 146

Munive y Mozo, José, 113

Page 375: Historia Doble de La Costa Tomo 2. El Presidente Nieto - Orlando Fals-Borda

Í N D I C E D E N O M B R E S D E P E R S O N A S Y L U G A R E S 201

Mural las . Luis. 17. 21, 23 . 24, 28. 29,

34, 51 , 63. 75, 77, 78, 155, 166

Musanga . 52. 71

Mut i s , José Celestino, 131, 162

Nájera, Pedro Manuel de , 134

Nariño, Antonio, 143, 166

Narváez y la Torre, Antonio de, 135

Neiva.9Ü, 121

Nieto, Juan José. 129

Nieto, Ignacio Santiago. 128

Norosí, 50. 52. 53. 56-59, 66. 68-71.

106,127

Obeso . Candelario, 17. 47-49, 57, 79,

159-162. 166

Ocaña , 87

Olivares. Diego de, 103

Ortiz Chiquillo. Francisco. 38, 61, 64.

66

Ortiz Nieto. Diego, 38. 50 52, 55-63.

69. 77, 108, 118. 119, 122

Ortiz Nieto, María, 30. 5 1 . 60, 63-66.

69, 70, 108, 118

Padilla. Juan Esteban de, 104

Palacio, Juan de. 53

Pa lenque , véase San Basilio de Palen­

que

Palizada. 52. 71

Palomar, 127, 136

Palomino, 21

Pa lomeque . 109

Papayal . 52, 71

Pérez Arteaga, Melchor. 46. 47

Peñoncito. 108

Peñón. El, 39. 41 ,59 .61

Piñón, 45. 104, lO". 112. 113. 120

Pijiño, 109, 111, 113. 117. 121

Pinillos. 21 , 61

Pinillos, Pedro Martínez de. 120-122,

125. 126-128. 130, 134, 136, 154.

157, 162-164

Pinto. 110, 113

P iñeres . véase Gutiérrez de Piñeres

P iñeres . Matías, 143, 146

Pivijay. 107. 112, 114

Pizarro, véase Sítionuevo

Pizarro. José Alfonso. 98-100. 105.

107, 111

Plato, 26. 110, 113, 123, 136. 138. 143

Polo. Manuel . 71

Polo, de Aguilar. Luis. 55

Pombo. José Ignacio de . 87. 88

Por ras . Gabito de, 111. 113

Portaca. 108. 113. 11". 123, 126.

141. 142. 146

Quesada . Gonzalo J iménez de . 3~

11)3

Quimbay. 76. 127

Quintana y Acevedo, José de . 82

Ramírez de Arellano, José Ignacio de

San Miguel, 121

Ranchería (río), 85-8"

Raspug . Nicolás de la. véase Larras-

puru. Nicolás de

Real de la Cruz. 104. 107. I 12

Remolino. 112. 113

Ribón. véase Germán Rihén

Riohacha. 84. 86, 88, 1 12

Rocha Ferrer, Domingo de la. 90

Rocha y Labarcés. Domingo e Ignacio,

60, 64, 69

Rodero. Francisco. 96

Rodríguez. Manuel David y Silvestre,

138

Rodríguez. Juan Manuel, 71

Page 376: Historia Doble de La Costa Tomo 2. El Presidente Nieto - Orlando Fals-Borda

202 ÍNDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES

Roma (hacienda). 21

Romo, Francisco de Paula, 113

Rosario, 56, 61

Rubín. Joseph, 68

Sabana de Torres, 26

Sabanilla. 86

Salas, Antonio de, 92

Sala, Felipe de la, 60, 69. 72, 106

Sala, Matías de la, 66, 69, 71, 72

Saltona, 85

Sampoyo, Domingo, 141

Sancho, Alejandro, 111

Sánchez, Ramón Antonio, 126

Sánchez, Antonio, 112

San Basilio de Palenque, 49, 51-53,

58,67

San Benito Abad, 36. 39, 42. 93. 95.

96, 100, 115, 118, 119, 126,133, 134

San Cipriano, 93, 94

San Fernando (occidente), 83

San Fernando de Carvajal (oriente),

109, 113

San Jorge (río), 16, 17, 23, 24, 26, 39,

54,56.69,71,88,93,95, 132

San Jorge (hacienda), 21

San Juan, 69, 70

San Judas Tadeo, véase Portaca

San Lucas, 33,69,70, 113, 124

San Luis, 61, 118, 123, 133

San Marcos, 24. 93, 95, 98

San Martín, Juan de, 36, 37

San Martín de Loba, 16, 24, 28-34,

36-42, 45-51, 54, 59. 60. 63-66. 70,

71, 76, 80, 104, 106, 119, 120, 125,

129-131. 135-138. 143. 146, 150,

155. 160, 165

San Pablo. 26

San Pedro Apóstol (Colegio-Univer­

sidad), 125. 130, 136. 163

San Roque, 79

San Sebastián, 24, 87, 108, 112, 113,

115, 117,118,132

San Sebastián de Rábago, 85

Saloa, véase Cascajal

San Zenón de Navarro, 24, 109, 113,

132

Santa Ana, 24, 94, 109, 110, 113

Santa Coa (primer marqués), 65, 75,

80, 95, 96, 99, 102, 109, 118, 126,

130. 132, 133, 135, 137, 153, 160,

164

Santa Coa (segundo marqués), 128,

133, 135,144,160

Santa Coa (tercer marqués), 125, 133,

135, 160

Santa Coa (cuarto marqués), 131, 133,

135, 136, 146,160

Santa Coa (pueblo), 16-24, 27, 31, 49,

59, 79

Santa Coa (hacienda), 42, 82, 87, 94,

101, 132

Santa Coa (mayorazgo), 93, 98, 99,

102, 118, 123, 132.144

Santa Coíta, 20. 21

Santa Cruz de la Torre (conde), 75

Santa Cruz, Juan de, 34, 38-40, 83,

113

Santa Marta, 19, 29, 36, 39, 69, 76,

80-85, 88. 90, 91, 103-107, 111, 113,

117, 136, 142, 143,146

Santander, Francisco de Paula, 140,

153

Sapayán, 111,133

Serpa, Alejandro, 138

Serpa. Cristóbal, 33, 35

Serpa, Francisco, 37, 77

Serpa. Raimundo, 138

Serra Sánchez de Lara, María Rosa,

101,131

Sevilla. 82. 84, 111, 113

Sicarare, 103. 105

Sicuco.58, 129

Page 377: Historia Doble de La Costa Tomo 2. El Presidente Nieto - Orlando Fals-Borda

ÍNDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES 203

Sierra. Agustín de la. 111, 112

Sierra, Pedro de. 100

Sierra nevada de Santa Marta, 33, 70,

81-84,97, 103. 104, 115

Sierra de Perijá, 103

Simití, 26, 31,56.61. 124

Sincahecha, 109

Sitionuevo, 104, 110-112, 113

Soledad, 104, 107, 110, 113

Sompallón. 37

Sorli, 114

Sotomayor y Picón, Juan Fernández

de,136

Suazo Cassasola, Jerónimo de, 55, 56

Sucre (pueblo), 24

Sucre (depto.), 17. 23

Trespalacios, Agustín, 101, 102, 123

Trespalacios, Ángel Juan Bautista,

87, 102. 125.135,153

Trespalacios, María Ignacia de, 144

Trespalacios, Micaela, 87

Trespalacios de Mier y Guerra, Julián

de, 81, 84. 87. 98, 99, 100, 128, 144

Trespalacios Mier, Juan Toribio de.

101, 102

Trespalacios Mier, Toribio Mariana

de, 100, 102,126

Trespalacios Serra, María Josefa de,

101, 102, 121, 136, 152

Troncosito, 79

Tucuy, 103. 105

Turbaco, 67

Tacaloa, 39. 115

Talaigua, 32, 38, 39, 41, 69, 109

Talledo, Vicente, 134

Tamalameque, 18. 24, 32-34. 37, 39, 42,57,79,82,94

Tamalamequito, 109, 113

Tamaro, Miguel, 102, 137

Tapias, Luis de, 85

Tenerife, 34, 35, 54, 55, 90, 103, 106,

107, 110, 111.115,117, 133, 161

Téllez Camacho, Miguel, 104, 110

Tiquizio, 52, 56-59, 68. 71, 106

Tolú, 36, 38. 42, 55, 85. 86, 89, 100,

118 Tómala, 31,32,39.41

Torre, Juan Damián de la, 93, 95

Torre Hoyos (marqués), 65, 75, 80,

87, 96. 100, 102, 112, 118-120,

124-132

Torre Hoyos (marquesa), 133, 135,

136, 138, 139, 143-146, 152, 155,

160, 162. 164

Torre y Casso, Toribio de la, 54, 69, 83

Torre y Miranda. Antonio de la, 33,

113, 114

Unceta, Beltrán de, 35

Urabá, 103

Uré, 71, 72

Valdés, Manuel, 143

Valdehoyos (marqués), 75

Valencia de Jesús, 82, 85, 97, 112,

113, 117

Vallera, Julián, 112

Valledupar, 24, 82-85, 105-107

Vargas Machuca. 42, 82

Velón, Juan Guiral, 84

Ventura, María, 71

Vera, Francisco. 54

Vera, Juan de, 105

Verdugo Coello, Francisco, 82. 85

Viana, Francisco. 36

Vidal, Cosme, 138

Vidales, Benita. 64, 65, 70, 76

Vidales, Prudencio. 46, 48. 49

Villabona y Zubiaurre, Juan de, 32,

38-42,58,61,66,69, 112

Villanueva. Francisca, 136

Page 378: Historia Doble de La Costa Tomo 2. El Presidente Nieto - Orlando Fals-Borda

204 ÍNDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES

Vijagual, 87

Violo, 129

Warletta, Francisco, 139

Wbon y Vehic, 98. 99

Yatí, 38

Zabaleta, Juan de, 95

Zambrano, 32, 33, 46, 107

Zamorano, Pedro. 81-85

Zaragoza, 64

Zapatosa, 32, 33, 37, 82, 95, 109

Zeberiche y Mendoza, Martín de, 118

Zenúes, 33, 86

Zevallos y Lazerda, Martín de, 68, 69

Zúñiga, José Joaquín de, 111

Zúñiga y Lazerda, José de, 88-90, 92

TOMO II: EL PRESIDENTE NIETO

Acevedo, José, 72

Acevedo, Ramón. 68

Aguachica, 152, 160

Alcibia. 40, 47-48, 51, 58, 86, 98, 101,

105, 123, 130, 135, 136,142

Ambalema, 111-112, 166, 171

Ancízar, Manuel, 97, 120, 169

Antigüedad. Ramón, 40-41, 60-62,

120,147

Antioquia, 119. 146, 161,162, 169

Araújo, José, 91, 99, 118, 139-140,

142, 148

Arboleda. Julio. 148, 150-151, 156,

163, 190

Arias, El cura, 39-41, 43-47, 49

Armenia (Bol.), 84, 88

Atlántico, 32-37, 59, 67, 69, 86, 111,

174

Ayapel, 75, 119

Azuero, Juan Nepomuceno. 104-108

Baranoa. 32-42, 58, 136. 146, 158-159,

172

Barlovento, véase Atlántico

Barranca, 98, 105. 114

Barranquilla, 27, 34, 46-54, 59-60,

75-86. 94, 99, 103. 112-125, 137,

140-147, 156-159, 162-168, 171-176,

180 Barrot, Adolphe, 66

Beleños, 55, 57

Benavides, Candelario, 55, 57, 65,

79, 82-88, 151 Benedetti, Antonio, 53, 91-99, 101,

1 AQ i - te

Betancourt, Lorenzo, 22, 138, 146, 151-160, 173

Blanco, José Félix, 40, 44-46, 80

Blanco García, Pedro, 133-134

Bocachica, 75, 78, 162

Bogotá, 24, 53, 58, 65, 74, 76, 85, 86,

94, 99, 103, 112-125, 137, 140-147,

156-159, 162-168, 171-180

Bolívar (estado), 114, 136, 138, 141-

150, 156-162, 167-177

Bolívar, Simón, 37-43. 51, 71, 74, 108,

150,166

Briceño, Emigdio, 150-153, 155, 156

Buitrago. Francisco de Paula, 68, 74

Cabeza, Manuel, 140-146, 174

Calamar, 62. 80-88, 118, 121, 136,

142-143, 180

Calvo. Bartolomé, 40, 51-58. 115, 136,

162, 172

Page 379: Historia Doble de La Costa Tomo 2. El Presidente Nieto - Orlando Fals-Borda

Í N D I C E D E N O M B R E S D E P E R S O N A S Y L U G A R E S 205

Calvo. Juan Antonio, 128, 134-137.

140, 144-147, 172

Camacho Roldan. Salvador. 104. 107,

118.131

Cañonegro . 55. 65, 79. 82, 89, 152-

153.160

Capurro , Santiago. 108. 165

Carmona . Francisco. J . , 21 . 29, 40-41,

52. 57-76, 94, 118, 121, 147. 165.

179.190

Caro . José Eusebio. 69. 97. 101

Car tagena . 33-42, 51-54, 60-65. 78.

86-91. 94-108, 111-116, 121. 137-

141, 165, 180

Garujo. Pedro. 41-46. 5 1 . 65, 70

Carvajal, Timotea. 97. 101, 119

Cauca (estado), 137, 141, 148-150,

161,168

Cavero, Ignacio. 36-37. 40-48. 108

Cavero . Teresa. 78, 98. 101, 116,

164. 177, 179

Cibarco. 32-34, 40, 121

Cibeles (estado). 40. 60-62, 120

Ciénaga, 24. 59. 62, 94. 103. 118, 139,

150

Ciénaga de Oro, 136. 163, 165, 172

Ciólo, José . 173

C i s p a t a , 6 6 . 75, 108

Codazzi, Agustín, 117, 123

Corozal, 68, 70, 86, 94. 105. 114, 138.

141-142, 180

Covilla, Abelardo. 152. 154

Curazao . 106, 136, 140

Chagres , 78, 80, 87

Chambacú . 24, 118, 130

C h a p m a n . W. A . , 9 7 , 105

Chicagua, 55. 65, 77, 79. 84, 88

Chima. 136, 163

Chinácota. 70-71

Chinú . 94. 136-141. 170, 176

Chi r iguaná . 146. 151. 159-160

Chopo. 70

Darwin , Carlos. 19, 192

Díaz. Manuel . 127-128

Díaz Granados . Pedro. 59, 80

Dique (canal), 91 . 107, 113-114, 165,

170-172. 176

El Banco, 20, 52. 85, 141. 146, 151-155

El Ca rmen . 32. 59, 86, 105-114, 126,

135-137, 145. 162-168, 170, 173,

178-180

El Paso, 44, 159

E lguedo , Sebastián. 138-139, 173

Enge ls , Federico. 17, 24, 94, 97

Espriel la , Juan Antonio de la, 138-

140, 165. 172. 175

Espriel la , Manuel Z. d é l a , 162, 167,

177

Espriel la . Teresa de la, 87

Flores . Manuel Eusebio, 99, 177

Francia . 36, 90-97, 107, 143, 146,

164,176

Francisco Martín. J u a n de, 99, 114

Francisco Martín, Narciso de, 99

Gai tán . Jorge Eliécer. 27, 33 . 74, 158

Galluzo. Ciríaco, 155

García , Vicente A., 91 , 102

García Márquez . Gabriel, 58, 169

G e r m á n Ribón, Atanasio, 46-52. 55-

57,64-71

Germán Ribón. Pantaleón. 26. 56, 88,

159

Germán Ribón, Tomás, 63-64

Ge t seman í . 75 ,87, 125. 173

Page 380: Historia Doble de La Costa Tomo 2. El Presidente Nieto - Orlando Fals-Borda

206 ÍNDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES

Glen, John, 47, 66, 67

Gómez. Faustino y Manuel, 51-57,

65, 78,79,84,88

González, Elias, 85, 155

González, Florentino, 97, 130

González, Manuel, 69, 72

González, Rafael, 144

González Carazo, Antonio, 118, 139,

141-145, 155, 165, 167-176

González Carazo, Manuel, 138, 172-

173

Guamal,24, 151, 159

Guataca. 55, 65, 84. 160

Guazo. 77

Guerra, Ramón, 138, 141

Gutiérrez de Piñeres, Germán, 68,

74.96,97, 117, 119

Gutiérrez de Piñeres, José María, 65,

70,133

Gutiérrez de Piñeres, Juan Antonio,

51,56.65,66,75, 141, 149-150,173

Lamartine, Alfonso de, 90, 93-96, 114

Landínez, Judas Tadeo, 58, 65, 67

León, José de las Nieves de, 139-140,

155

León, María de la O., 87

Loba, véase SanMartín dehoha

López, José Hilario, 92-97, 99, 101-

104,111,118,125

López de Mesa, Luis, 35, 135

López Tagle, Antonio, 36, 86, 111,

122

Lorica, 94, 136, 174

Los Obispos, 26

Lugo, José María, 29, 170

Luque, Ignacio, 46-51, 65, 66, 70

Luz del Carmen (logia), 111, 162,

165,178

Lynch, John,66

Llamas, Susana, 78, 99, 127

Lleras, Lorenzo María, 119

Hatillo de Loba, 128

Hernández, Lorenzo, 75-77

Herrán, Pedro Alcántara, 63, 69-76,

81,125,147

Herrera, Tomás, 107, 112. 115, 124,

129

Hobbes, Thomas, 19, 192

Honda. 106

Hospitalidad Granadina, 53, 80, 98,

108

Jamaica, 76-78, 80, 85-89, 108, 112

Jaraba, Socorro, 40

Juana Sánchez, 154

Juan de Acosta, 32

Tabarees, Agapito, 68, 147

Labarcés, Francisco, 139

La Humareda, 20

Madariaga, Andrés de, 33, 36

Magangué, 40, 55, 60, 62, 85, 136

Magdalena (estado), 146, 148-149,

156, 162

Magdalena (río). 34, 51-55, 67, 87,

98, 105-106, 113-114, 129, 142, 147,

165. 171, 176

Mahates, 105. 114, 136

Mainero Trueco, Juan, 67, 165

Majagual, 20, 40, 111, 146, 153

Malambo, 34, 136

Manzanares (estado), 40-41, 59, 62.

76, 119

Márquez. José Ignacio de, 54-64, 69,

70, 131

Martínez, Cayetano, 151, 159-160

Martínez, Juan, 151, 159-160, 173

Martínez, Manuel, 136-140, 146, 152,

160. 170-176, 190

Page 381: Historia Doble de La Costa Tomo 2. El Presidente Nieto - Orlando Fals-Borda

ÍNDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES 20"

Martínez Troncóse, Francisco. 40. 50,

51. 65-67. 70-75, 80, 104, 147. 159

Marx. Carlos. 19,94-97

Medina, Bemardino. 177

Meló, José María, 37, 99, 102, 107.

113, 117-121, 129. 131, 174, 179

Mendoza, Camilo. 122-123, 125

Mendoza Llanos, José M., 145, 153

Mesa, Severo, 152, 155

Mier, Agustín, 49. 65, 83-84, 103-106.

109-111, 162, 165.178. 192

Mier. Agustina de. 39-41, 43-49. 65,

79.82,89. 103, 105, 128, 132

Mier, Marcelino, 49, 52, 65

Mier. Pablo Emilio. 111. 180

Mogollón. José Vicente, 157

Mogollón Cavero, Ana. 157-158. 164,

175,177

Momil, 135-137, 167, 170. 174

Mompox. 20-29. 32, 35-47, 49-57,

60-68, 75, 79, 85-96, 103. 111-118,

127, 131-136, 140-144. 151-155,

159, 165,171

Montilla, Mariano, 37, 46-51. 66

Morillo, Pablo. 34, 36, 56

Mosquera, Tomás C. de, 17, 51-57,

61-74, 78-85,99-101, 108. 113, 117,

121-126. 120-132, 136-137, 146,

148, 156, 161-166, 169, 170,190

MurilloToro, Manuel, 59, 62, 75, 97,

107, 118, 120, 162. 164, 170

Mutis, Manuel, 72-73

Navas Azuero, Pedro, 142

Nechí, 63

Neira, Juan José. 68

Nieto, Concepción, 37, 48, 78, 86, 104

Nieto, Lope, 37. 48, 78. 86, 105, 116.

122-126, 164, 167, 173, 174

Nieto, Tomás Nicolás, 32-41

Noguera, Benjamín, 167, 175

Núñez. Manuel Marcelino. 60, 62.

101, 129

Núñez, Rafael. 37. 60-67, 75. 86,

89-95. 112-113. 118-119. 129, 134.

141. 164,168

Obaldía, José de. 131

Obando, José María. 39, 40. 51-57,

64. 69-71. 80. 92. 97-98. 101-107.

114-117, 119-121, 131, 150, 162

Obregón, Francisco Antonio. 117,

119-129

Obeso. Candelario. 25, 29, 116

Ocaña. 40, 65, 68-75. 152, 155

Ortiz, José Joaquín. 40, 51, 52, 58

Ospina Rodríguez, Mariano, 95. 97,

101, 137, 140-145, 147-151, 156,

162-163, 172

Ovejas, 112

Padilla. José, 37, 39

Padrón, José, 64, 74

Palacio Ponce de León, José, 37-41

Palenque, véase San Basilio

Palomino, 27, 65, 73. 77-89. 103-104,

128. 151-153, 160

Palomino, Juan Francisco. 55, 84

Pamplona, 64, 69. 70, 74, 113

Pamplonita, 70

Panamá. 85, 91, 94. 102. 119, 130,

141,142,151

Papayal, 24, 26, 74-76

Pareja, Valentín, 165

Peña. Pedro. 63. 65. 75

Peñón de Morillo, 141, 155

Pereira Plata. Manuel. 138, 141

Pérez, Lázaro María, 99

Pérez. Juan Manuel. 121, 124

Pestagua, 33, 36, 86

Pijiño. 24, 84

Page 382: Historia Doble de La Costa Tomo 2. El Presidente Nieto - Orlando Fals-Borda

208 Í N D I C E D E N O M B R E S D E P E R S O N A S Y L U G A R E S

Pinillos, 2 7 . 7.1. 77-89. 105. 128, 131,

152-153, 160

Pinillos, Pedro Martínez de, 86, 88

Pino, .lose María, 46. 50, 68

Piñeres . véase Gutiérrez de Piñeres

Polonuevo, 36. 54-60

Pombo, Lino de, 130

Porto, Eloy. 138-139. 173

Porto, José María, 87

Portocarrero, Trinidad. 46, 5 1 , 70

Posada, Joaquín Pablo, 96. 97. 128

Posada Gutiérrez, Joaquín, 92, 101,

114, 124, 130, 140-147. 150, 172

Pradilla, Antonio María, 107

Proudhon, P. J . , 80, 93-94, 97

Puer to Caimán, 32-35

Puer to Nacional, 26, 68. 74

Rafetti, José . 75. 76

Rangel , Baltasar. 87

Real, Antonio del, 59

Riascos, Joaquín. 147

Ribón, véase Germán Ribón

Ribón, Francisco de P. . 134

Ribón y Cía., 114

Ricaurte , Pío. 119. 122-123, 125

Rinconada. 44, 154

Río. Antonio del. 101

Riohacha, 4-46. 51 , 60, 62. 94, 120, 148

Rionegro, 168. 169, 172

Rives, Juan , 144. 155. 165. 170. 171

Rojas, Ezequiel, 92 ,97 , 101. 107

Rojas Pinilla, Gustavo. 159

Román, Soledad, 86. 89. 164. 172

Román y Picón. Manuel . 99

Rousseau, Jean-Jacques . 45, 90

Royo, José Manuel , 91 , 95. 101, 104,

118

Sabanalarga . 34. 46, 54. 59, 94. 136,

139, 145, 167,173

Sabanilla, 67, 114, 124, 142, 165,

171-176

Saint-Simón, conde de, 90, 94-99

Salazar. Eduardo, 157

Salazar, Juan , 159-160

Samper , José María, 97, 104, 107,

109. 118. 131

Sampués , 111. 116. 176

Samudio , José Sebastián, 155

Sangacoa , 57, 77

San Antero. 135-139, 165, 170. 174

San Basilio. 136. 144

San J u a n del Cesar. 45, 51

San Mart ín de Loba. 24, 26, 32, 79,

89. 116, 118, 127-128, 154

San Pelayo. 116. 136, 163

San Zenón, 146. 154, 155

Santa-Anna . Antonio López de, 114-

I I " , 158

Santa Coa, véase Sangacoa

Santa Marta , 24. 34, 40. 46, 59, 65,

74, 86. 91 , 94, 103. 119. 137, 139,

148. 158. 165

Santa Rosa. 84, 136

San tander (estado), 148-150

Santander , Francisco de Paula, 39,

4 8 . 5 1 . 5 8 , 7 1 . 8 0 , 9 8

Santodomingo, Andrés , 140, 170

Santodomingo Vila, Ramón, 135, 139,

140-147, 161, 165-176, 190

Simaña, 152, 160

Simití. 40 ,49 , 111

Sincelejo, 136, 176, 180

Sinú. 111. 116. 176

Sitionuevo, 62, 75. 103

Soledad, 34, 46-59, 136, 142

Sotavento, 75. 115, 174

Sotomayor y Picón, Juan F . , 35-46,

58 ,80-88 . 114-115, 176

Stuart , Robert. 66. 75

Supremo Consejo Neogranadino, 53,

98

Page 383: Historia Doble de La Costa Tomo 2. El Presidente Nieto - Orlando Fals-Borda

ÍNDICE DE NOMBRES DE PERSONAS Y LUGARES 209

Tamalameque. 20, 159

Ternera, 47, 49, 58. 87, 105, 118, 123,

130, 142

Tescua. 62, 64, 70-79, 96, 165

Tierradentro, véase Atlántico

Tierras de Carmona. 52

Tierras de Loba, 26, 51-55. 64, 65,

79, 84, 85

Tierras de San Blas, 33

Tolú, 48. 164, 176

Torre Hoyos, 40, 46, 55, 79, 91

Torres, Pedro Antonio, 104. 113

Torres Restrepo, Camilo, 33. 74

Totten, Jorge, 91, 113-114

Troncoso, véase Martínez Troncoso

Trueco Lanfranco, Juan, 86

Tubará, 32-35.40, 159

Turbaco, 114, 117

Urdaneta. Rafael. 40-51

Uribe Uribe. Rafael, 74

Uricoechea, Juan Agustín, 164

Usiacurí, 136, 167, 174

Valledupar, 43-46

Vargas Vila, José M., 20

Villar, Rafael del, 74

Vives, Miguel A., 148

Williamson. James D., 50

Wilson, Santiago y Patricio. 66

Zambrano. 20, 106

Zarante. José Dolores, 29. 170

Zubiría. Antonio de, 99-100

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