juan amarillo

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Allí estaba con el que se entregaría a las mieles del amor ardoroso, desenfrenado y libre…. Después de veinte minutos de fragor quedaron en silencio se separaron lentamente jadeantes y cubiertos de tierra de pies a cabeza; sacudieron sus cuerpos, se limpiaron sus partes íntimas, se dieron un último vistazo y cada uno tomo su rumbo nadie

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Allí estaba con el que se entregaría a las mieles del amor ardoroso, desenfrenado y libre…. Después de veinte minutos de fragor quedaron en silencio se separaron lentamente jadeantes y cubiertos de tierra de pies a cabeza; sacudieron sus cuerpos, se limpiaron sus partes íntimas, se dieron un último vistazo y cada uno tomo su rumbo nadie había visto ni escuchado nada sería un secreto hasta que por obvias razones todo quedara al descubierto como lo había sido siempre

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Allí estaba con el que se entregaría a las mieles del amor ardoroso, desenfrenado y libre….

Después de veinte minutos de fragor quedaron en silencio se separaron lentamente jadeantes y cubiertos de tierra de pies a cabeza; sacudieron sus cuerpos, se limpiaron sus partes íntimas, se dieron un último vistazo y cada uno tomo su rumbo nadie había visto ni escuchado nada sería un secreto hasta que por obvias razones todo quedara al descubierto como lo había sido siempre

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Juan Amarillo

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Julio Arturo Rubiano Bernal

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Juan amarillo

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Copiando

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Julio Arturo Rubiano Bernal

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PROLOGO

Escribo este pequeño libro sin pretensiones,

movido por el deseo de contar una historia

sencilla, con el fin de resaltar valores como el

trabajo honesto, la recursividad, el amor, la

fuerza y la entereza de los habitantes de un

barrio naciente y alejado, sumidos en la

pobreza y hasta donde tienen que llegar para

cumplir sus necesidades básicas. El abandono

de los gobernantes a los más desfavorecidos.

Mostrar una mínima parte de nuestra riqueza

cultural, sus costumbres algunos mitos, la

flora y fauna de la sabana de Bogotá.

Personajes reales algunos y otros creados por

la fantasía. Ocurrida en los años sesenta del

siglo pasado.

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Juan amarillo2013

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A

Ivan Arturo Rubiano R.

“La razón de mi vida”

Por supuesto a Libia

Mis Padres, mis Hermanos

Susy

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Susy con el vientre pegado al piso de madera

de aquella casa en las afueras de la ciudad

que constaba solo de una gran habitación

donde todos los miembros de la familia se

acomodaban como podían; el sol de la media

tarde entraba por la única ventana que daba

hacia un jardín de rosas, hortensias, claveles,

pensamientos y amapolas, algunas matas de

mirto, hinojo, sábilas y ruda, Con las semillas

de estas últimas era curado el dolor de oído de

los infantes. A pesar de que casi todos

estaban en casa había un silencio sepulcral.

Susy parecía dormir pero sus oídos estaban

atentos en la radionovela de la tarde, como lo

hacía siempre; aquel radio tal vez era el bien

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más costoso que había en casa, Abelardo se

lo había encontrado en un diciembre en un

bote de basura, al oriente de la ciudad donde

vivían las familias más ricas del país, era por

allí donde él prestaba sus servicios, empleo

que consiguió en la época de la violencia

gracias a un amigo conservador, pese a que

Abelardo era liberal hasta los tuétanos,

cambio de filiación política, las ideas

políticas las dejo de lado, estaba en la ciudad

y no se podía dejar morir de hambre, salir

adelante era lo importante.

“Es de tubos” decía Concepción por lo que

tocaba esperar un buen tiempo para que

calentara y así encenderlo, nadie más podía

hacerlo, bueno tan solo Abelardo, el domingo

escuchaba noticias todo el día, dizque para

vivir informado del acontecer y sí que vivía

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informado, pues a pesar que nunca pasó por

una escuela aprendió a leer por iniciativa

propia lo hacía muy lento y pausado

deletreaba cada palabra, pero recordaba el

más mínimo detalle que leía, conocía al

derecho y al revés la historia de su país;

dotado con una memoria prodigiosa que lo

acompaño hasta el fin de sus días. Había

nacido en la Leal y Noble Villa de Santiago

de Chocontá en la provincia de los Almeida,

su mayor orgullo era ser hijo de allí, “es el

sitio más importante del mundo, fue elegido

para poner las primeras antenas parabólicas

existentes en el planeta” siempre lo creyó así,

llevó a toda su familia a que conocieran

semejante obra, ese mes no se comió carne ni

siquiera hueso, les conto muchas historias de

su infancia, pero la más recordada fue a

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aquella de su puntería cuando era pastor de

ovejas y alguna se le descarriaba tomaba una

piedra la lanzaba y justo le daba en una de

sus patas, así volvía a la manada.

Susy sin despegarse del piso, levantaba los

ojos y miraba a Concepción que absorta en su

máquina Singer del siglo pasado, la hacía

funcionar con una destreza única, pues

mientras con una mano daba manivela a la

máquina con la otra cuidaba que la aguja

siguiera su curso correcto, siempre le gusto

las manualidades, de niña fabricaba muñecas

con las tusas y las hojas de las mazorcas, para

ella y sus hermanitas en su tierra natal,

muchos años después pintaría hermosas

vajillas en la capital. Parecía alejada del

mundo real para ella no existían sus cinco

hijos menores sus catorce nietos solo la

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movía el afán de terminar esa cobija de

retazos, se acercaba el invierno y el frio iba a

ser insoportable. Los retazos de terlenka,

cretona, muselina, lona, organza, seda y

muchos más los conseguía por bultos en el

centro de la ciudad, a muy bajo costo y

muchas veces regalados, con ellos

confeccionaba las cortinas, manteles, cubría

las paredes, el techo, camisas, pantalones,

blusas y hasta los pañales de los recién

nacidos salían de aquellos desechos, por esta

razón era la casa más colorida de aquel barrio

alejado y abandonado por los gobernantes de

turno, sin embargo el espíritu de patriotismo

nunca desapareció, izaba la bandera durante

todo el año, también fabricada por ella, como

todo lo de su casa, por eso era la única

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bandera del país que tenía todos los tonos de

amarillos azules y rojos.

Susy, parecía como si quisiera comentar lo

que estaba sucediendo en la radio novela, al

no encontrar respuesta, bajaba la miraba y

seguía concentrada, muchas veces con deseos

locos de intervenir en la trama, máxime

cuando escuchaba su nombre, se ponía de pie

levantaba sus manos y los ponía sobre ese

viejo armario donde se guardaba la ropa de

todos los residentes de la casa y donde en la

parte superior se encontraba el radio. Ella más

que nadie sabía el desenlace de la historia.

Susy era de una inteligencia superior vivía

atenta a todo el acontecer de la casa no se le

escapaba ningún detalle, se sabía el nombre

de todos los veintiún integrantes de la familia

conocía sus gustos , sus olores los horarios de

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cada uno; nunca dejo de salir a las cinco y

media de la tarde al encuentro de Abelardo,

con una carrera frenética, daba brincos de

alegría mostraba el gran amor que le tenía sin

importar que ese día no fuera el día de pago,

cuando si salían hijos y nietos gritando “le

pagaron a mi papa ¡!!!!!, le pagaron a mi

papa!!!!!!” …. Era el día que todos podían

comer carne, mágicamente dos libras de

carne alcanzaba para todos, los demás días no

se comía carne, aquella proteína era

reemplazada por hueso eso si carnudo, con

los que todas las mañanas se preparaba un

suculento caldo de hueso, papas y cilantro,

llenando toda la casa de un olor tan agradable

que después de cincuenta años no desapareció

de los recuerdos de todos los integrantes de la

gran familia. Eso sí solo eran cinco kilos de

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hueso que tocaba hacerlos alcanzar para

quince días, el método de conservación era

bañar los huesos con grandes cantidades de

sal y ponerlos en la parte más alta de la

cocina, con la idea de mantenerlos alejados de

las ratas y las moscas que proliferaban en

grandes cantidades gracias a la cercanía de un

rio nauseabundo que corría a un kilometro de

allí. Los primeros días funcionaba el

método pero al finalizar la quincena estaban

cubiertos de una capa de pequeños gusanos

que se comían la carne que le quedaban a los

huesos, no había otra opción tenían que comer

los veintidós miembros de la familia, con la

cocción en la vieja estufa de carbón mineral y

leña quedaban deliciosos, bueno no todos los

gusanos eran desechados antes de la cocción ,

los que quedaban cocidos Concepción los

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apartaba con gran destreza, inclinaba cada

plato con movimientos ondulantes,

lentamente iban cayendo al piso para ser

pisoteados. Muchos años después se sabría

que eran de un gran poder nutritivo, claro está

cuando ya los alimentos empezaran a

escasear.

Para la cocción como para el lavado de

huesos y utensilio era usada , el agua de una

alberca cercana a la casa, en sus aguas

turbias por la falta de tratamiento aparecían

unas pequeñas criaturas que se movían con

agilidad, se creía que eran peces que habían

llegado como un regalo de Dios para que en

Semana Santa todos comieran un delicioso

pescado y así honrar la vigilia porque

católicos si eran. Por desgracia siempre

desaparecían, todos creían que la ladrona era

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Domitila, una encorvada vieja que llegaba a la

madruga a llevar agua, se comentaba que era

bruja, llegaba durante la noche merodeaba por

los techos de las pocas casas haciendo unos

sonidos horribles desvelando a todos y antes

de dormir pasaba a recoger los peces

dejando a sus vecinos sin el preciado

alimento.

El barrio estaba consternado los vecinos se

arremolinaban en la casa de Martin, era uno

de los habitantes más queridos, trabajaba

arduamente por el progreso del barrio, pero

su muerte fue trágica, no contaba con energía

eléctrica ni los medios económicos para pagar

la conexión, decidió instalarla de manera

fraudulenta, tomó unos cables usados y trato

de conectarlos a un poste cercano recibiendo

una fuerte descarga eléctrica que lo dejo sin

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vida; A su humilde morada se ingresaba por

un largo corredor cubierto de piedras no tan

pulidas, que llevaba a un patio repleto de

palomas que comían tranquilas sin espantarse

con la llegada de los visitantes; al fondo una

cocina hecha con madera y tejas de barro

donde se preparaba café y agua de toronjil

para todos los vecinos, a un costado una

habitación donde se velaba al difunto, allí se

respiraba un ambiente pesado olía a incienso

y a carne quemada, no había una sola flor

cuatro veladoras iluminaban con una luz

mortecina el recinto, el ataúd en el centro y

debajo de éste varios niños miraban sin

asombro como del féretro salían gotas de

sangre espesa y negruzca yendo a parar

dentro de un platón que había sido colocado

para ese fin, el rostro de Martín estaba

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totalmente calcinado, con vetas verdes azules

y moradas , expulsaba burbujas de sangre por

su nariz, allí en primera fila estaba Belén una

diminuta mujer, de cabellos blancos como un

copo de nieve, viuda sin hijos, su medio de

subsistencia era ir todos los días en busca de

velorios a rezar por las almas a cambio de

unas monedas, era bien conocida no se rezaba

hasta que ella llegara, cuando los muertos no

tenían dolientes que lloraran por ellos, ella lo

hacía. Una multitud acompaño el féretro hasta

la pequeña capilla donde el Padre Alfonzo

pronuncio una misa conmovedora, se refirió

entre otras cosas a la calidad del difunto y sus

logros, al terminar les recordó las

obligaciones que tenían los feligreses para

con la iglesia y la necesidades de su

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parroquia, no podía desaprovechar tan

nutrida concurrencia;

Aquella mañana todo era jolgorio, todos se

levantaron temprano se bañaron rápidamente

y se pusieron las mejores ropas, los más

grandes estrenaron las prendas recién

confeccionadas por Concepción eran los

únicos que estrenaban porque los demás

heredaban toda la ropa, hasta los zapatos de

sus mayores; cuando estos ya no le quedaban

a ninguno se les abría un orificio en la punta,

donde podían asomar los dedos y problema

resuelto.

Ese día aparte del caldo de huesos, papas y

cilantro había chocolate y pan fabricado por

un húngaro vecino llamado Machar, llegado

después de la segunda guerra mundial, vivía

con una anciana que lo cuidaba, nunca se

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supo porque razón llegó allí, su piel rojiza,

ojos azules, con una pequeña nariz encorvada

usaba siempre una boina negra que le cubría

su escaso cabello pero que dejaba ver un

orificio de bala detrás de su oreja derecha,

como de dos centímetros de profundidad

estaba vivo de milagro, siempre callado y

cabizbajo, cuando hablaba en un español muy

malo era para recordar los horrores de la

guerra y de cómo los miles de muertos eran

llevados por ríos de sangre, en su tierra natal,

historias que aterrorizaban a sus pequeños

vecinos, recuerdos que olvido gracias al

alzhéimer que lo aquejo los últimos años de

su vida. Se fue a vivir a un pueblo lejano

donde deambulaba desnudo por las calles

gritando que lo iban a matar, murió solo en

un calabozo apestoso y frio.

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El pan blanco sin sal ni levadura que el

mismo fabricaba nunca lo había participado

hasta ese día, vio tanto alboroto que se unió a

la familia y hasta les compartió un secreto “si

le ponían un poco de sal al chocolate

quedaría sabiendo a queso” ese día supieron

todos a que sabia el queso.

Semejante algarabía era porque en aquel

barrio se iba a celebrar un gran bazar para

recoger fondos para la construcción de la

iglesia, acatando las recomendaciones del

padre Alfonzo. Todos los vecinos tendrían

que colaborar, unos preparaban los diferentes

manjares otros comprarían y otros

simplemente miraban y pasaban saliva, pero

eso importaba poco, igual se divertirían.

Salieron todos en manada los grandes se

harían cargo de los más pequeños, sería un

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largo día pues después del bazar proyectarían

una película en la fachada de la casa del

presidente de la junta comunal frente al

parque, sería la primera vez que vieran una

película. Pasarían varios años para que

tuvieran de nuevo esa oportunidad, se dio

cuando llego el primer televisor al barrio a la

casa de Leónidas; para ese entonces ya él

había muerto dulcemente, cayó por accidente

en una paila de melaza caliente, trabajaba en

un trapiche fabricando panela. Concepción y

Abelardo con toda su recua iban a aquella

casa a ver sus primeros novelones; eso sí

tendrían que entrar sin zapatos para no llenar

de barro el baldosín encerado, era humillante

pero lo soportaban con tal de ver televisión;

el radio seria olvidado y terminaría en “El

hueco” un sitio oscuro y abandonado de la

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casa donde se guardaban las cosas que ya no

servían o incomodaban dentro de la

habitación, como unos viejos reverberos a

gasolina, un molino roto, una artesa donde

Concepción preparaba la masa de maíz

pelado con ceniza para hacer envueltos,

muebles inservibles, una cruz de hormigón

que había pertenecido a la tumba de la

hermana menor de Abelardo, una mochila

con pelotas de letras y balones de cuero, junto

a la única muñeca que hubo en casa, la

pequeña Cristina le había cortado los dedos

en un momento de ira.

Concepción cocino una olla repleta de papas

a medio pelar cubiertas con una deliciosa

salsa criolla de tomates cebolla y ajo. En una

cantina puso suficiente guarapo para todos,

con eso pasarían el día sin gastar un peso.

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El barrio alejado del centro de la ciudad, lo

componía muy pocas casas sin embargo el

bazar estaba atestado de gente venidos de

otros lugares, era una buena ocasión para

tomar chicha bebida fermentada que había

sido prohibida en 1948 para favorecer el

monopolio de la de cerveza; en los bazares

aún se permitía si era para el Señor Cura

todo estaba bien lo importante era recoger la

mayor cantidad de dinero, para terminar la

capilla, también se encontraban casi todos los

vecinos de aquel barrio, destacándose entre

otros Milciades Bulla un tipo bonachón

colorado y un tanto robusto, había tenido

algún dinero pero lo perdió cuando decidió ir

en busca de más fortuna a la zona

esmeraldifera, pero llego sin un peso enfermo

y lleno de enemigos, instalo una pequeña

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tienda que solo le daba para sobrevivir, otro

de los asistentes era “el cuatro manos” así le

decían a un sujeto moreno con un bigote mal

cuidado y con una ruana que nunca se

quitaba era su herramienta de trabajo por

debajo de esta llevaba unas manos falsas que

aparentaba ser las suyas dejando las propias

libres para robar en los buses atestados de

personas o en las iglesias, en una ocasión

Abelardo fue víctima de éste individuo pero

con lo que él no contaba fue con que

Abelardo llevaba dentro de su billetera para

su protección una falange del dedo índice

derecho de su hermana Jesús, la guardó junto

con la cruz el día de la exhumación, el ladrón

no pudo volver a dormir hasta que devolvió

lo hurtado. La primera en llegar al bazar fue

Rosaura una escuálida mujer, con sus piernas

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arqueadas, de caminar rápido y sus ojos en

unas cuencas tan profundas que parecían estar

dentro de su cráneo pero atentos a todo lo que

sucedía, era la primera de enterarse de todos

los chismes del barrio, mascaba tabaco y de

cuando en vez sin importar donde estuviera

lazaba escupitajos y luego pasaba las mangas

del saco por su boca. Era un día para no

perdérselo por eso fueron llegando

personajes que solo se conocía su apodo

como: el Zorro, el Diablo, el Tuerto, el Doctor

Chiros, Don sin Muelas, El Compadre Gordo

llamado así porque rescato a una criatura del

fondo de un pozo séptico, su madre lo arrojo

allí para deshacerse del pequeño, aunque

nunca lo adopto legalmente fue su hijo para

siempre. Cuando lo fue a bautizar todos

querían ser el padrino del recién nacido por

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eso se decidió que todos fueran los padrinos y

el seria el compadre de todos

Había viandas por doquier para todos los

gustos, ternera a la llanera, cuchuco con

espinazo, mazamorra chiquita, cocido

boyacense, tamales, arepas y por supuesto una

deliciosa fritanga y gallina criolla, sin olvidar

los postres, melcochas, arroz con leche, postre

de natas, natilla, dulce de moras de guayabas,

brevas y calostros con panela hechos por la

comadre Blanca sacados de sus vacas recién

paridas, tenía como veinte que pastaban

tranquilas en los lotes baldíos y cerca al rio.

En un extremo del parque estaba un

individuo con una gran barriga, vestido de

blanco con sombrero de vaquero y poncho al

hombro, sostenía entre sus labios un cigarrillo

Piel Roja que no retiraba de su boca ni

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siquiera para hablar y en sus manos una

vetusta escopeta, mas allá un trípode de

donde colgaba una tela y en el centro un tiro

al blanco. En la mitad del parque se

encontraba la vara de premios un mástil de

unos diez metros de altura engrasada y en la

parte superior los preciados regalos, había

pelotas de colores, muñecas de plásticos y

carros de madera, se los ganaba el que lograra

llegar arriba, por supuesto los más osados

eran los borrachos; nunca paso una desgracia

“Dios cuida de sus borrachos.”

Diseminados por todos lados se podían

encontrar juegos como la rana, el cucunuba,

el tejo y el antiquísimo juego de la “taba”

venido desde Grecia, paso por España y llego

a nuestras tierras volviéndose criollo, muy

pocos lo sabían jugar. Otros juegos con los

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que se recaudaba dinero eran las carreras de

encostalados y el enlazado que consistía en

tomar a un desprevenido visitante atarlo y

pedir rescate, tal vez sería el único secuestro

extorsivo con fines benéficos.

En una destartalada bicicleta, llego el hombre

de la música que no podía faltar, era tan flaco

que lo llamaban “la muerte“ con dos parlantes

abollados de tanto trastearlos de bazar en

bazar, un obsoleto tocadiscos y algunos discos

en un cajón de madera casi todos sin caratula

desordenados y con ralladuras que hacía que

cada uno fuera interminable eso si de los más

renombrados contantes como Gómez y

Villegas, Espinosa y Bedoya, Garzón y

collazos, Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas y

muchos más que nadie conocía; ritmos tan

variados como boleros, torbellinos, pasillos y

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bambucos era todo su aporte a la fiesta, pero

suficiente para la alegría de todos. Cuando no

había bazar “la muerte” trabajaba en el

cementerio Central. Globos multicolores y

algodón de azúcar cerraban todo el colorido

de aquel lugar.

Susy absolutamente sola en casa comiendo las

pocas sobras del desayuno, se paseaba de un

lado a otro, el radio estaba apagado; hacía

dos semanas que permanecía encerrada, no le

era permitido asomarse ni a la puerta, pero

ese día seria la oportunidad para desahogar

toda esa frustración y deseos reprimidos que

tenía que soportar dos veces al año, aunque

siempre se salía con la suya.

Por fortuna la ventana estaba abierta, salto

desde el interior de la habitación cayendo en

el pequeño patio que antecedía al jardín de la

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casa, alcanzó la entrada principal una puerta

de lámina oxidada, que por el entusiasmo de

la salida para el bazar no se cerró.

Como era de esperarse sus amantes furtivos la

estaban esperando, ella era exigente no con

todos quería estar, por eso corrió a la otra

esquina seguida por sus pretendientes, llego a

casa de Salvador un habitante del naciente

barrio que siempre vestía de paño hasta

cuando se dedicaba a las labores de su huerta

cultivaba zanahorias, rábanos, calabazas y

lechugas que compartía con sus vecinos, vivía

acompañado de esposa Silvia una mujer de

baja estatura subida de kilos con un bocio

que la había dejado sin cuello pero gentil y

colaboradora, por la cercanía terminaron

apadrinando a una hija de Abelardo y

Concepción.

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Atravesó la cerca de chusque y ameros de

mazorca que rodeaba la casa fabricada en

adobe y cubierta con tejas de barro como la

mayoría de las casas de aquella época. Allí

estaba con el que se entregaría a las mieles del

amor ardoroso, desenfrenado y libre; rodaron

por toda la huerta revolcando la tierra

sacando de raíz las zanahorias y rábanos, las

calabazas hechas pedazos, las lechugas

desojadas todo se volvió un caos…. allí

término el compadrazgo de las dos familias.

Después de veinte minutos de fragor

quedaron en silencio se separaron lentamente

jadeantes y cubiertos de tierra de pies a

cabeza; sacudieron sus cuerpos, se limpiaron

sus partes intimas se dieron un último vistazo

y cada uno tomo su rumbo; Nadie había visto

ni escuchado nada sería un secreto hasta que

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por obvias razones todo quedara al

descubierto como lo había sido siempre.

Llegaron todos extenuados había sido un gran

día, los chicos tuvieron toda la libertad de

jugar los que se les antojó a las escondidas,

golosa, ponchados, canicas, la lleva, saltaron

lazo en fin de todo que no requería pago

alguno, la comida llego en abundancia de

todos lados, “comieron hasta que se les paro

el ombligo” dijo Abelardo pero el tenia una

fórmula para que pasaran una buena noche sin

pesadillas y amanecieran bien “se me toman

tres sorbos de agua antes de dormir “ era

mágica esa fórmula, actuaba mejor que los

polvos efervescentes contra la llenura la

pesadez y la indigestión pero solo tres sorbos,

si tomaban más no resultaba. El también se

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los tomo la chicha había cumplido con su

función.

Ocho hijos, ver crecer la panza a sus dos

hijas mayores de una relación fallida, fungir

como partera muchas veces, le daba a

Concepción cierta autoridad para saber qué

estaba pasando, por eso presurosa con los

retazos de los retazos fabrico un pequeño

colchón, lo llevo cerca a la estufa allí había

suficiente calor para que Susy estuviera

cómoda, parecía ser injusta esa determinación

pero en aquella humilde casa no había

preferencias era miembro de la familia y

tendría que dar ejemplo.

Después de treinta días la panza de Susy

crecía rápido, ya no estaba pegada al piso,

recostada de medio lado dejaba pasar las

horas, perdió el apetito no salía al encuentro

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de Abelardo solo esperaba que llegara el día

sesenta y tres, no escucho mas la

radionovelas pero no importaba ahora tenía

otras preocupaciones.

Una niebla espesa cubría todo el barrio la

temperatura era muy baja tres o cuatro

grados, partían el carbón contra el piso para

que cupiera dentro de la hornilla, con la ayuda

un poco de gasolina y delgados trozos de

madera el fuego prendería pronto, eran las

cuatro de la mañana y el desayuno tenía que

estar listo antes de las cinco, las papas

estaban peladas desde la noche anterior,

Carmen y Alberto los hijos mayores del

segundo matrimonio de Concepción eran los

encargados de esa tarea, lavar los huesos con

agua tan fría que penetraba las manos, era un

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oficio que Carmen no estaba dispuesta a hacer

por eso levantaba al pequeño Arturo para que

lo hiciera, en contraprestación ella le daría el

hueso que tuviera más carne por eso sería el

más repuestico de todos. Abelardo desayuno

presuroso, pero eso sí antes de hacerlo paso

por el lecho de Cristina no podía olvidar el

ritual diario, le puso un poco de saliva en un

obanillo que tenía cerca a la ceja izquierda se

lo mordió suavemente y luego lo frotó,

operación que repitió siempre en ayunas hasta

que la protuberancia desapareció. Se le estaba

haciendo tarde entraba a las seis de la

mañana y a él no le gustaba llegar tarde,

corrió en busca del transporte escaso y malo,

por fortuna encontró a Alcides un compañero

que vivía cuadras más adelante siempre salía

tarde para el trabajo, era alcohólico y le

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costaba mucho madrugar, padre de cuatro

hijos que le habían salido atolondrados;

casado con Gilma una bella mujer, había a

abandonado a Alcides por la mala vida que le

daba se había ido a vivir con una inquilina

vecina, decían que con ella había alcanzado

la felicidad; llevaba puesto un sombrero de

fieltro negro cubierto de una espesa capa de

grasa y mugre, una ruana de lana que al

mojarse con la lluvia que caía expedía un

olor a almizcle de chivo, y con un tufo de

guarapo sobre fermentado insoportable,

Abelardo no reparo en eso decidieron tomar

un taxi que se había atrevido a llegar hasta

tan lejos, el auto recorrió aquellas calles

oscuras, estrechas, sin pavimentar, llego a la

autopista y tomo rumbo al oriente. En la

mitad del recorrido estaba < Juan Amarillo >

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el mismo rio que pasaba a un kilometro de su

casa, el piso estaba mojado las llantas del taxi

desgastadas, un gato negro caminaba lento

sobre el puente había salido de la nada, el

conductor supersticioso le hace el quite para

no arrollarlo viro ala derecha estrellándose

contra la barandas derribándolas y cayendo a

las profundidades de las aguas nauseabundas.

El accidente ocurrió a las 5.45 de la mañana

a esa misma hora a unos cincuenta metros de

allí, moría María de la Paz suegra de

Abelardo extraña coincidencia pero sucedió.

Concepción en casa ponía orden, repartiendo

las labores del día a cada uno de los hijos,

mientras se aplicaba como todos los días su

<Pomada Peña> sobre el rostro piel canela

terso sin una sola arruga porque siempre

permaneció joven, jamás le salió una sola

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cana, camino con garbo hasta los noventa

años. Se estaba aplicando el colorete color

carmín en su boca bien delineada cuando le

avisaron de la muerte de su madre, ella ya lo

esperaba estaba muy enferma era en parte un

alivio, dejó a sus hijos y nietos al cuidado de

Beatriz una mujer robusta, con cara de ángel,

pesaba como ciento veinte kilos, sus piernas

como troncos de algarrobo, con unas varices a

punto de reventar, sus pies tan inflamados y

cuarteados que le impedían usar zapatos, no

tendría inconveniente los chicos ya se

cuidaban solos. Concepción corrió para

iniciar los trámites del sepelio, pero allí

recibiría la fatal noticia del accidente de

Abelardo su esposo, para volverse loca no

podía ser dos desgracias el mismo día y lo

peor a la misma hora, pero Concepción era

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fuerte de carácter, dura como ninguna; solo

lloró cuando Abelardo falleció cuarenta y

cinco años más tarde. Regreso a casa para

hacerle frente a tan trágica situación pero para

su alegría encontró a Abelardo cubierto de

lodo pero con vida. El parabrisas si había

hecho pedazos al caer en las pestilentes aguas;

por allí salieron los tres, fue un milagro o

como decían sus vecinos “fue el alma de la

suegra que lo había favorecido” el terrible

susto, un hombro dislocado, unos moretones y

unos cuantos golpes fue todo.

Después del sepelio Concepción llego

exhausta de tanto corre corre, con el solo

deseo de tirarse sobre la cama y dormir

veinte horas, pero se encontró con la sorpresa

que el parto había tenido lugar, los recién

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nacidos lloraban todo el tiempo así era

imposible descansar.

Eran hermosos, sanos, pero ya eran muchas

bocas que alimentar Concepción sabía qué

hacer en estas situaciones dejaría que se

amamantaran unos pocos días así evitaría que

la madre se enfermara de mastitis que a la

postre fue lo que complico todo.

Los ruegos y suplicas no valieron, la

determinación estaba tomada, era una orden.

Eduardo, Arturo y Cristina serian los

encargados de cumplirla. En un canasto de

mimbre fueron introducidos los pequeños;

con lagrimas en los ojos los tres chicos

salieron de la casa, discutiendo quien sería el

que tomaría la iniciativa “le toca a usted yo lo

hice la vez pasada” dijo Eduardo a Arturo,

Cristina por ningún motivo pensaba tomar

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parte, solo los acompañaba. Tomaron aquella

calle polvorienta en verano y llena de fango

en invierno la conocían muy bien era por

donde todos los días pasaban para ir a la

pequeña escuela rodeada de grandes árboles

de cerezo, bueno en aquel barrio, Dios había

plantado todos los cerezos existentes en la

tierra, un hermoso pastizal crecía al costado

derecho de la calle, al otro lado unas cuantas

casas, se destacaba la de Agustín un negro

robusto, con una sonrisa a flor de labios que

dejaba ver unos dientes blancos y bien

alineados, con grandes gafas oscuras y una

voz gutural de tanto gritar “loteriaaaaaaaaa”

con manos grandes una apoyada en el

hombro de uno de sus hijos que le serbia de

lazarillo y en la otra los billetes de lotería;

oficio en que le iba muy bien gracias a su

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condición de ciego, perdió la visión cuando su

mujer por curarle una infección en los ojos le

puso grandes cantidades de limón dejándolo

invidente para siempre. De pronto de entre

la hierba sale una parvada de canarios

sabaneros sobrevuelan y se alejan. Los chicos

caminaban lento, como si no quisieran llegar

a su destino. Retumbaban en sus oídos el

llanto de los condenados, El pecado no los

dejaría en paz por mucho tiempo. Ninguno de

los tres se percato de que Domitila los

observaba, chocaron de frente con ella, era

muy alta pero por una enfermedad

degenerativa su esqueleto se había encorvado

tanto que su tronco se inclinaba para adelante

hasta formar un ángulo de noventa grados no

se inclinaba más gracias a un palo de cerezo

que hacía las veces de bastón, su cabeza la

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llevaba cubierta por una pañoleta ennegrecida

por la mugre, una nariz prominente, su boca

no tenía un solo diente y unas ojeras le daba

un aspecto terrorífico, usaba varias faldas al

tiempo acrecentado su figura, un pañolón

negro que llegaba hasta el suelo por mas que

se lo echara sobre hombros volvía a caer.

Aterrorizados por el encuentro porque

recordaron lo que se decían de ella, soltaron

el canasto retrocedieron unos pasos, no

supieron que hacer, la anciana tomo unos de

los recién nacidos, y como pudo se irguió

quedando tan recta como una vara, levanto la

criatura más arriba de su cabeza fue bajándolo

poco a poco y de un bocado lo trago, eso fue

lo que vieron los tres chicos; venciendo su

miedo tomaron el canasto y como alma que

lleva el diablo, llegaron a la orilla del rio,

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exhaustos, jadeantes y tan pálidos que eran

transparentes.

El rio parecía como si no corriera el olor no se

soportaba, era la cloaca de gran parte de la

ciudad, sus aguas amarillas cargada de

desechos, contrastaba con la belleza del

humedal que quedaba al otro lado, con sus

buchones de agua, juncos, carretones y

sombreados con los bellos sauces llorones,

infinidad de pájaros encontraban refugio allí,

las tinguas, garzas, cucaracheros, copetones

con su hermoso canto, torcazas, sirilies era un

paraíso hasta que la mano depredadora del

hombre y el urbanismo acabó con esa riqueza.

Posado sobre una piedra junto al rio un chulo

o gallinazo con su cuerpo negro sus patas

blancuzcas erguido, extendía sus enormes

alas para calentarlas con el sol, parecía estar

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esperando su presa, carroñero por excelencia

pero de gran ayuda para detener la

proliferación de plagas provenientes de la

descomposición de la materia orgánica.

Tomaron aire, se levantaron era hora de llevar

a cabo la orden, acordaron que cada uno

lanzaría un pequeño y así la culpa seria

compartida, los sacaron del canasto

conservaban aun el calor de su madre, los

apretaron contra su pecho les dieron un beso,

sus bocas tenían un delicioso olor a maíz

tostado, gimieron como si supieran su triste

final. No había de otra, volaron por los aires

cayendo en la mitad del rio eran tan pequeños

que no habían abierto los ojos, pero su deseo

de supervivencia los llevo a flotar, moviendo

sus pequeños miembros lograron sostener la

cabeza sobre la superficie, en ese momento

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pareció como si el rio hubiera empezado a

correr, porque los pequeños se fueron

alejando muy rápido hasta desaparecer metros

más adelante en una curva. Triste final para

ellos que no habían pedido venir a este

mundo.

Domitila llego a su rancho de latas y madera,

una mata de curubo había subido por las

paredes y cubría todo el techo de la humilde

vivienda que estaba a dos metro de la orilla

del rio, viva sola, nadie se atrevía a visitarla;

con sus noventa y tres años se cuidaba sola,

mantenía buena salud (excepto por su

problema de columna), tal vez porque su

único alimento eran las frutas que se daban en

abundancia de forma silvestre alrededor de su

humilde morada, papayuelos, uchuvas, moras

de castillas, curuba, brevas y hasta lulo. El

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piso de tierra compactada de tanto uso, sus

únicas pertenencias eran, un catre con un

calchón relleno de paja, al lado un cajón con

una veladora que le servía para iluminar el

rancho y alumbrar el santo de su devoción, un

plato y un pocillo esmaltado, una escoba que

solo la utilizaba para barrer por qué no era

bruja, además de una olla de barro donde

guardaba el agua limpia que traía en las

madrugadas cuando iba a la alberca a sacar las

larvas de los mosquitos, ella sabía lo molesto

de las picaduras.

Entro a tientas, se sentó en su lecho, retiro el

pañolón de los hombros y de entre sus pechos

saco la pequeña criatura, no tenía idea de

cómo la alimentaria pero sería su única

compañía para siempre.

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El invierno finalmente llego, llovía a diario

pero aquel día cayo la granizada jamás vista,

el hielo se acumulo tanto que tardó varios días

en derretirse. Se filtro el agua por todos los

rotos del techo, entre todos enrollaron los

colchones y cobijas en el único rincón seco,

todos lloraban pensaban que era el fin del

mundo, se abrazaron y rezaron varios

rosarios, como siempre Concepción le puso el

pecho a la situación, mantuvo la calma de

todos, saco el agua a baldes llenos, con la

ayuda de Dioselina tal vez su única amiga,

una mujer sumamente delgada su cabello

sucio desordenado le cubría la cara de

amargura que la embargaba; era esposa de

Lorenzo un individuo busca pleitos con varios

muertos sobre sus costillas, el último lo había

asesinado hacia pocos meses, en un ataque de

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celos. Dioselina se ganaba la vida lavando y

planchado ropas ajenas, ese día llego Aniceto

uno de sus escasos clientes a recoger sus

prendas, ella se encontraba sola en casa

planchando con su rustica y pesada plancha

de carbón, éste ingresa a la casa dirigiéndose

directo al baño terminado sus necesidades

fisiológicas sale desprevenidamente

ciñéndose el pantalón con un viejo cinturón

de cuero sin percatarse que en ese momento

ingresa Lorenzo a la casa, el cual se imagina

lo peor, sin mediar palabra toma un puñal de

la cocina le propina tres mortales heridas,

Aniceto sale tambaleándose hasta la entrada y

allí fallece; mientras dentro de la casa

Lorenzo enceguecido de ira trata también de

ajusticiar a su esposa, toma la pesada plancha

incandescente y se la lanza dándole en el

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cráneo a Dioselina que cae al piso sin

sentido, Lorenzo creyéndola muerta se da a la

fuga, da un brinco y pasa sobre el muerto

pero es capturado por los vecinos que habían

escuchado el escándalo. Ahora ella vive sola

colaborando de un lado a otro para obtener su

sustento; el día de la granizada llego como

caída del cielo a casa de Concepción. La

fuerza del granizo dejo sin una sola flor el

jardín dando un aspecto triste y desolador.

Pocos días después Dioselina con el rostro

cubierto de piojos expiraba sobre su lecho.

Susy sola en la cocina donde no había entrado

el agua, ardía en fiebre, sus pezones estaban

inflamados, los baños con hinojo no

sirvieron, al contrario le producían mas leche,

desesperada salió y por esa sabiduría innata

se hecho sobre el hielo sintió un poco de

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alivio pero su corazón estaba roto y ni

siquiera el frio del granizo lo curaría, la

depresión posparto la consumía, no entendía

porque le quitaban el derecho de criar a sus

hijos, ¡si tan solo le hubieran dejado uno!!

No estaría en esta situación.

Aquel viernes santo nadie se levanto según la

tradición les era prohibido, bañarse, saltar,

reírse, jugar, escupir, barrer solo se oía el

viejo radio Philips con el sermón de las siete

palabras, eran interminables, nadie les ponía

atención, pero no había más que escuchar,

La desesperación consumió a Susy ni su

inteligencia pudo sobreponerla, se desquicio

pero era lo natural perdió lo más preciado de

una madre sus hijos, la casa le era pequeña,

mordía todo lo que se le atravesara, veía

insectos invisibles a los que perseguía, con

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sus uñas arañaba la tierra. Paso por cada lecho

quería llevar y nunca olvidar la esencia de

cada miembro de la familia; dando un último

adiós, expulsaba una saliva gruesa jadeaba; la

fiebre alcanzo temperaturas asombrosas,

corrió , corrió y corrió, deambuló por aquella

calle donde sus hijos pasaron días antes, no le

importo el viacrucis que estaba en marcha

veía las piernas de los devotos como un

bosque inmensurable, llego al pastizal, se

revolcó en los excrementos de las vacas de la

comadre Blanca, llego a un pequeño lago

creado por la ambición de unos terratenientes,

que con el fin de hacer mas grandes sus

propiedades desviaron el rio, pero

encontraron la oposición de los habitantes,

abandonaron el proyecto, dejado una

improvisada piscina pública, que se llenaba

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con las aguas lluvias y donde terminaron con

la vida de muchos entusiasta de la natación,

su fondo gredoso no permitía la evacuación,

por lo que terminaban en el fondo del

rudimentario estanque; pero para ella no fue

impedimento con una maestría increíble lo

atravesó para llegar al fétido rio, camino por

el borde, aguas abajo; paso por la casa de

Domitila había sido consumida por el fuego el

domingo de ramos, la veladora cayó creando

un incendio que acabo con su humilde

morada. De la anciana y de su pequeño

acompañante nunca se supo que paso.

Susy miraba el cauce del rio buscando lo

más preciado de su vida; a un kilometro y

medio estaba un vetusto puente de madera,

camino lentamente, se detuvo en el centro; las

aguas se habían tornado cristalinas, se podía

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ver el fondo; allí estaban sus pequeñas

criaturas jugaban tranquilamente, era tanta su

emoción que no se dio cuenta que los

miembros de los pequeños se habían

convertido en aletas y sus cuerpos estaban

cubiertos de escamas. Su corazón casi explota

de alegría; respiro profundo se lanzo a las

frías aguas, descendió hacia ellos, los sujeto

entre sus brazos, los besó y quedo

profundamente dormida.

Con sus garras aferradas a su presa el

gallinazo disfrutaba del suculento manjar

devorándose hasta los huesos, obviamente sin

sal.

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