la apariencia de lo interesante

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La apariencia de lo interesante. Los primeros telescopios se fabricaron en lo que hoy es Holanda, alrededor del 1608. Galileo perfeccionó el diseño a los pocos días. Diez años después un joven soldado y experto esgrimista llegó a la misma Holanda en la ciudad de Breda con unas notas en las que empezaba a describir lo que él llamaba “la escritura del mundo”. Ese joven era René Descartes, y junto a la semilla del pensamiento científico moderno en sus manos lo animaba una incansable curiosidad por esos nuevos inventos que admiraban los ojos antes limitados que ahora podían ver lo infinitamente pequeño, lo infinitamente lejano. La vista, que según la tradición filosófica es el más noble de todos los sentidos, se encontraría según Descartes en una posición de aventajada novedad gracias a “el telescopio y el microscopio cuyo uso reciente nos permite ya descubrir nuevos astros en el cielo, y otros nuevos objetos en la Tierra, en una cantidad mucho más numerosa de la que hubiéramos llegado a sospechar”. 1 Pero Descartes guardaba una relación curiosa para con sus sentidos corporales. No confiaba en ellos. En su tratado sobre la óptica compara la luz con el palo de un ciego que le da la información necesaria para moverse a través de un conocimiento suficiente del mundo. Descartes estaba pensando, al comparar la luz con el palo del ciego, en el telescopio, y la ceguera era en su metáfora una cruda comparación del conocimiento científico. Tiene razón Ernesto Walker en su texto de sala para su exposición, Driving Forces: “El estudio de las fuerzas que mantienen un sistema funcionando, inevitablemente nos lleva al estudio de los instrumentos que se construyen para ello. En este sentido, se vuelve autorreferencial, en medida que estos instrumentos atienden de manera retórica al observador, más que a las posibilidades de lo observable. Ejemplo 1 La Dioptrique, René Descartes. Gallimard, p.81. 1991.

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Sobre la obra de Ernesto Walker en Alternativa Once

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Page 1: La Apariencia de Lo Interesante

La apariencia de lo interesante.

Los primeros telescopios se fabricaron en lo que hoy es Holanda, alrededor del 1608. Galileo perfeccionó el diseño a los pocos días. Diez años después un joven soldado y experto esgrimista llegó a la misma Holanda en la ciudad de Breda con unas notas en las que empezaba a describir lo que él llamaba “la escritura del mundo”. Ese joven era René Descartes, y junto a la semilla del pensamiento científico moderno en sus manos lo animaba una incansable curiosidad por esos nuevos inventos que admiraban los ojos antes limitados que ahora podían ver lo infinitamente pequeño, lo infinitamente lejano.

La vista, que según la tradición filosófica es el más noble de todos los sentidos, se encontraría según Descartes en una posición de aventajada novedad gracias a “el telescopio y el microscopio cuyo uso reciente nos permite ya descubrir nuevos astros en el cielo, y otros nuevos objetos en la Tierra, en una cantidad mucho más numerosa de la que hubiéramos llegado a sospechar”.1 Pero Descartes guardaba una relación curiosa para con sus sentidos corporales. No confiaba en ellos. En su tratado sobre la óptica compara la luz con el palo de un ciego que le da la información necesaria para moverse a través de un conocimiento suficiente del mundo. Descartes estaba pensando, al comparar la luz con el palo del ciego, en el telescopio, y la ceguera era en su metáfora una cruda comparación del conocimiento científico. Tiene razón Ernesto Walker en su texto de sala para su exposición, Driving Forces:

“El estudio de las fuerzas que mantienen un sistema funcionando, inevitablemente nos lleva al estudio de los instrumentos que se construyen para ello. En este sentido, se vuelve autorreferencial, en medida que estos instrumentos atienden de manera retórica al observador, más que a las posibilidades de lo observable. Ejemplo paradigmático nos ofrece la astronomía, disciplina que se sustenta fundamentalmente en la visualización del objeto de estudio y cuya tradición evidenció sus límites al ser incapaz de encontrar el elemento más potente de nuestra galaxia: los hoyos negros.” (Sic.)

Walker, a pesar de no poder distinguir “tradición” de “disciplina”, dio en el blanco al destacar que la tecnología que ayuda a desarrollar el conocimiento científico se vuelve en sí misma un campo propio y casi autónomo de saber. Esta observación, junto con la idea de los hoyos negros como límite del campo astronómico, son los ejes sobre los que desarrolló la pieza exhibida en el Carrillo Gil y transmitida en livefeed para la Galería Once Alternativa. En palabras del artista: “El planteamiento se articula desde dos ángulos, buscando reflexionar en torno a la relación dialéctica entre las fuerzas motrices que operan en los sistemas a los que pertenecemos y las otras fuerzas motrices que subyacen en nuestro acto de observación de ellos.”

1 La Dioptrique, René Descartes. Gallimard, p.81. 1991.

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Su descripción de la obra es bastante compleja,2 pero podemos resumirla en que puso tres telescopios a seguir las trayectorias del sol, la luna, y un hoyo negro mediante una computadora, los conectó a un armonógrafo, y las gráficas resultantes de las lecturas tomadas las expuso en la Alternativa Once, enmarcadas. ¿Qué sería del arte conceptual en esta ciudad sin la presencia de la Alternativa Once? Es sin duda la galería más arriesgada de esta provincia alejada de la mano de Dios, y aún, cada riesgo trae un margen, y en el caso de Walker el margen ha redundado en el vicio más común del arte conceptual: que el discurso que debería sostener la pieza no se lo puede percibir por ningún lado, a no ser de la presencia de una extensa hoja de sala.

La importancia de los temas científicos es incontestable y conlleva en las manos de un artista un destello sexy de inteligencia, el desarrollo de una maquinaría propia para una pieza invoca un aire renacentista y una destreza técnica que llama al respeto, las gráficas –que no puede leer más que un astrónomo o un iniciado en el campo- intimidan al espectador como una carta astral a un supersticioso y pueden impresionar gracias a la poética propia de la ciencia y las tecnologías. Toda esta complejidad puede fácilmente deslumbrar a cualquiera, pero ¿qué se puede leer realmente en la pieza de Walker? ¿Qué relación hay realmente, en términos de solución formal, entre su pieza y el problema que representan los instrumentos de la ciencia? ¿Para qué sirvió todo ese aparato de conectar un armonógrafo a una computadora y a unos telescopios que nada veían puesto que estaban bajo techo, es decir, que eran estrictamente ornamentales? No se hizo ninguna pregunta, ni se problematizó la cuestión, ni siquiera se “representó” – “representar” siendo la definición más limitada y anticuada de arte que podemos encontrar en un diccionario- la condición de los hoyos negros con respecto a un sistema ni la relevancia de los instrumentos tecnológicos. En nada de lo expuesto en el Carrillo Gil ni en la Once Alternativa, en los telescopios dibujando ni en las gráficas resueltas, podemos leer nada de ese estudio de las fuerzas sistemáticas ni nada de la instrumentalización de la realidad. Sólo se ven muy cool los aparatitos moviéndose y los telescopios que son hermosos ya en sí mismos.

Es muy común que una pieza de arte conceptual que ambicione tratar con algún tema científico se quede a medio camino por la sencilla razón de que la ciencia ya es de por sí la incorporación de lo interesante y lo inteligente. Para intentar problematizar una estrategia que tenga que ver con el campo científico lo mínimo que se requiere es

2 “La pieza se compone de tres maquinarias computarizadas para telescopio, dispositivos encargados de procesar las coordinadas de observación y compensar el movimiento de la tierra y el objetivo para mantenerlo a la vista. Cada uno está programado para la observación directa del sol, del hoyo negro de la vía láctea y de la luna. En este sentido, se apela a los tres elementos astronómicos que tienen una relación directa con el comportamiento gravitatorio de nuestro planeta. Al mismo tiempo, se ofrecen extremos como la luna por ser el único elemento subordinado a la tierra y el más observado; el sol cuya luminosidad dificulta su observación, y el hoyo negro en el que la imposibilidad de visualización sucede precisamente por lo contrario. La inutilidad de ver en los tres casos hace indiferente que los telescopios estén bajo techo. La reinversión de estas maquinarias se produce a partir de su conexión con un harmonógrafo modificado, máquina que genera gráficos a partir de pesos y contrapesos cuyo funcionamiento se genera a partir de su interacción con la gravedad. En este caso, esa fuerza es canalizada por el movimiento de los telescopios en su rastreo de objetos en órbita, reinvirtiendo su funcionamiento en la generación de contenidos colaterales.” http://www.museodeartecarrillogil.com/exposiciones/exposiciones-temporales/driving-forces

Page 3: La Apariencia de Lo Interesante

comprenderlo para luego poder interpretarlo, de ahí a hacer una pieza de arte conceptual que exige una solución formal es aún otro paso que dar. Cuando no se hace más que tomar prestado el atractivo superficial de una estética científica lo único que se logra es obtener la apariencia de lo interesante, y eso es lo que ha hecho Walker, revelando a costa suya que las relaciones entre lo humano y lo científico son en esencia irónicas.

Erick Vázquez