los mejores cuentos de terror

8/21/2019 Los Mejores Cuentos de Terror

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Los relatos de esta antología

constituyen una suerte de «historiaalternativa» de la literatura en lengua

nglesa del período 1830-1930

Durante esos años, en qupredominaron diversas formas

variedades del realismo, el género

de terror proporcionó a mucho

escritores —tanto a los que se

dedicaron casi exclusivamente a é

como a los que lo practicaron sólo

esporádicamente— la manera deexplorar problemas que no podía

ser abordados de modo directo si

causar escándalo: las relacione



entre sexos, las relaciones entre

razas y las relaciones entre clase

sociales. Al mismo tiempo, el género

permitió reintroducir en el mundo u

poco del misterio que la ciencia le

había quitado. Más allá de s

mportancia histórica o crítica, si

embargo, ahora seguimos leyendo

os cuentos de terror de dicho

período por el puro placer que nodan.



AA. VV.

Los mejores

cuentos de terrorUn recorrido por las galerías del

miedo



ePub r1.0

lenny 05.12.13



Autores varios, 1997Recopilación: C. E. FeilingTraducción: No especificado

Diseño de portada: Editorial Ameghino

Editor digital: lennyePub base r1.0



A mis alumnos del curso «Terror algénero de terror» (Centro Cultural

Ricardo Rojas, UBA,octubre/noviembre de 1996), cuyas

agudas preguntas morigeraron un poco la obcecada perfidia de mis

opiniones.



E

LA PESADILLALÚCIDA

APUNTES SOBRE EL GÉNERO DETERROR

N LA SECCIÓN X de sus Ensayo sobre el entendimiento human

1748), David Hume dirige sescepticismo contra la creencia emilagros, pero razona de un modo qupuede extenderse a la creencia ecualquier clase de fenómenosobrenaturales. «No es un milagro»afirma el filósofo, «que un hombre qu



parece gozar de buena salud muerrepentinamente: aunque no sea cosa dodos los días, se ha observado que estipo de muerte ocurre de vez en cuando

Sí es un milagro, en cambio, que uhombre muerto vuelva a la vida, ya qu

esto no se ha visto en ninguna época país. Por lo tanto debe haber unexperiencia uniforme contra cualquie

evento milagroso, porque de otro modno merecería esa denominación. Y comuna experiencia uniforme equivale a un

prueba, hay aquí una prueba directa completa, a partir de la naturalezmisma del hecho, contra la existencia dcualquier milagro (…). Cuando alguie



me dice que vio a un hombre muertvolver a la vida, de inmediato mpregunto en mi fuero íntimo si es máprobable que esta persona engañe o sengañe o que el evento que relata hayocurrido. Sopeso un milagro contra e

otro, y de acuerdo con la superioridaque descubro arribo a una decisión, quconsiste siempre en rechazar el milagr

mayor. Si la falsedad de su testimonifuera más milagrosa que el evento qurelata, entonces, y sólo entonces

accedería yo a creerle»[1]

.Con independencia del valofilosófico que tiene —y del valo

polémico que aún conserva—, el text



de Hume puede ser considerado de ucambio histórico crucial: el mundo desiglo XVIII ya no es el del XVII, en que lmaravilloso ocurría a cada rato y laancianas pobres y viudas eran quemadapor brujas. En el siglo XVIII l

naturaleza se transforma en umecanismo newtoniano predeciblemanejable y explotable, se afianza l

burguesía y cobra cuerpo la idea de uprogreso científico indefinido. Lendencia literaria que parec

acompañar a la desaparición de lsobrenatural es el realismo, que smanifiesta en grados y libros ta

distintos como Robinson Crusoe (1719)



de Daniel Defoe, Tom Jones (1744), dHenry Fielding, y Mansfield Par1814), de Jane Austen. No result

paradójico, sin embargo, sostener que ecambio ejemplificado por Hume tambiéda cabida al surgimiento del género d

error. Para que haya verdadero terror enecesario que brujas y fantasmas —milagros— no formen parte de l

expectativa cotidiana de las personasSir Horace Walpole, contemporáneo dHume, lo comprendió admirablemente

al punto de que en un primer momentntentó hacer pasar su novela El castillde Otranto (1764) por una «traducciódel italiano», ya que la distancia en e



espacio —y en el tiempo: la obrranscurre en la Edad Media— permitíntroducir elementos sobrenaturales qu

de otro modo hubieran sido pocverosímiles.[2]

Esta antología reúne cuentos d

error pertenecientes a la literatura eengua inglesa. La restricción se debe

como suele ocurrir, a la comodidad. N

se incluyen fragmentos de novelaporque serían demasiado largos nconexos[3], y sólo se incluyen texto

ngleses y norteamericanos porque labundancia y méritos estéticos de loautores en lengua inglesa que s

dedicaron al género facilitan la tarea de



antologista. Una restricción menocómoda —más discutible— es la quiene que ver con qué se entiende po

«género de terror». Aquí la larga cita dHume, y el conocido hecho de que literatura implica precisamente es

«voluntaria suspensión de lncredulidad» que no se tolera e

filosofía, constituyen un buen punto d

partida: diremos que un relatertenece al género de terror sretende, entre otras cosas, produci

miedo en el lector mediante lntervención decisiva en su trama delementos sobrenaturales, por lcomún presentados como hostiles



dañinos para los seres humanos.[4]

Las ventajas de esta definición socomo mínimo dos. Por un lado, no sóldeja afuera a los relatos fantásticoaquellos en que existe la posibilidad d

que los extraños eventos narrado

puedan deberse a causas nsobrenaturales), sino también a los dmero suspenso y a aquellos que narra

eventos terribles y desagradables, perde causas tan desgraciadamente humanacomo el Holocausto o el genocidio d

Rwanda. Por el otro, la definición shace cargo de las sospechas que pesasobre el género, casi el peor visto d

odos. Al igual que la pornografía, qu



busca provocar excitación sexual, eerror pretende —si bien «entre otra

cosas»— provocar un efecto específic primario: miedo. (Nótese que el éxit

en lo que pretende no es la medida degénero. Así como no todo el mundo s

excita con lo mismo, no a todo el munde producen miedo, o el mismo miedoas mismas historias: lo importante e

que se busca un efecto en particular, que así como a buena parte de lovarones los excita la degradación de la

mujeres que muestran las películapornográficas, a buena parte de lapersonas les da miedo la ruptura deorden natural que ponen en escena lo



relatos de terror).Lo «sobrenatural», desde luego,

menudo esconde miedos socialebastante concretos. Desde su aparicióen el siglo XVIII, el relato de terror hservido para que los escritores

consciente o inconscientementeexplorasen zonas que hubieran resultadntolerables a la luz de las convencione

realistas. Lo «sobrenatural» puedambién leerse como sobre «natural»: l

que se teme —lo que justificadamente s

emió durante el siglo XIX y buena partdel XX — es que no sea «natural», sinarbitrario e ideológico, que la raz

blanca esclavice a la negra o amarilla



que el hombre domine a la mujer, que lsociedad se divida en clases y que lapersonas sólo se sientan atraídas poquienes pertenecen al sexo opuesto. Eracismo, la homofobia, la misoginia y lexplotación han sido, bajo el extrañ

velamen del relato, grandes temas degénero. En la lúcida pesadilla de lobuenos cuentos y novelas de terror

ntuimos que estamos soñando —que emonstruo del sueño es sólo la metáforde un monstruo más temible—, y que a

regresar a la verdadera vigilivolveremos al desasosiego del que snutren estos cuentos y novelas.

Al mismo tiempo, sin embargo, l



«sobrenatural» cumple a otro nivel urol catártico. Cuando en el siglo XVI

Dios es expulsado de la naturaleza (uDios que nunca interviene con bondadque nunca hace milagros, ya es casi uDios que no existe), el mundo que no

queda es puro mecanismo ciego, y pomucho que lo manipulemos para mejora extender nuestra vida, nos promete un

muerte dolorosa tarde o tempranoMientras dura, el relato de terror nohace olvidar lo verdaderamente natura

por ejemplo el hecho de que las avispachneumonidae capturen orugas y laparalicen para que sus larvas, al nacer

engan carne fresca y viva de qu



alimentarse.[5]

Sobre la base de la definición aqupresentada, una historia del génerdebería constar de cuatro períodos:

1. El primer período (la prehistoria

corresponde a la novela gótica, va de El castillo de Otrant(1764), de Walpole, a Melmoth e

vagabundo (1821), de CharleMaturin. Las complejas tramas dla novela gótica, que transcurren e

tiempos lejanos y países exótico para los lectores, suelen incluir ucastillo, paisajes románticos, uantihéroe demoníaco y una heroín



increíblemente pura. El viejo baróinglés (1777), de Clara ReeveVathek (1789), de WilliaBeckford, Los misterios dUdolpho (1749), de Ann Radcliffey El monje (1796), de Mathew G

Lewis, son las obras claves de lnovela gótica, que oscila entre ldecidida inclusión de evento

sobrenaturales (Lewis Maturin) la de eventos que en los últimocapítulos resultan haber sid

sobrenaturales sólo en aparienci(Radcliffe).[6] [7]

2. El segundo período es el del terro

burgués, que abarca desde Relato



de lo grotesco y lo arabesc(1840), de Edgar Allan Poe, hastTales of the Uncanny anSupernatural (1949), de AlgernoBlackwood. En el terror burguésque atrajo a Henry James y Edit

Wharton, predominan la casencantada y los eruditos solitario —generalmente caballeros de bue

pasar—, pero se trata de un mundtan homogéneo como el de lnovela gótica: lo que lo caracteriz

es la intromisión de algo siniestro sobrenatural en un orden cotidianno sólo parecido al de sus lectoressino descripto en términos mu



semejantes a los de la narrativrealista del siglo XIX.

3. H. P. Lovecraft inauguró el terce período, el del terror fantásticoAunque durante su vida publicmayormente en revistas com

Weird Tales (fundada en 1923), sinfluencia fue enorme[8]. El terrofantástico, que cultivaron amigo

de Lovecraft como Clark AshtoSmith (Out of Space and Time1942), sigue teniendo adeptos ho

en día, y se caracteriza poincorporar al mundo del terro burgués mundos paralelos

imaginarios análogos a los de otr



género, el fantasy de Lord Dunsan( La hija del rey del País de lo

Elfos, 1924) y J. R. R. Tolkien ( E señor de los anillos, 1955).

4. El último período es el qu podemos llamar del terro

«cinematográfico», ya que nutre a —y se nutre de él— cine. El moden que representa el sexo y l

violencia es indiscernible del de lnarrativa realista contemporánea, sus personajes, a diferencia de lo

del terror burgués y el terrofantástico, abarcan todo el espectrde la sociedad. También diferencia del terror burgués



fantástico, la restauración del ordecon que terminan los relatos suelasumir la forma de un final feliz (eterror cinematográfico, como lindustria que le da el nombre, sdebe a su público, y es much

menos inmune a la «correcció política» de lo que suponen sucríticos). Stephen King (Cuatr

después de la medianoche, 1990es el autor más prolífico conocido del período, pero tambié

cabe mencionar a Peter Straub ( Ltierra de las sombras, 1980) Clive Barker ( Libros de sangre1984).



Los relatos de esta antologípertenecen en su casi totalidad a lsegunda etapa de la historia del géneroEl terror burgués ha adquirido parnosotros, lectores de fines del siglo XX

el estatuto de clásico. Entre Poe, aú

habitado por los fantasmas de la novelgótica, y Lovecraft, en que se respira eaire ominoso que precedió a la Segund

Guerra, se formaron nuestras pesadillarecurrentes, aquellas cuyo tibicomienzo hay que situar a mediados de

siglo XVIII, cuando se nos acabó lprovisión de milagros.

C. E. FEILING



WILLIAM WILSON

Edgar Allan Poe



EDGAR ALLAN POE (Boston, 1809Baltimore, 1849), el creador del relat

policial, fue también quien inauguró erelato moderno de terror en la lengunglesa. El tema del doble ya había sid

ratado por el alemán E. T. A. Hoffmanen «El hombre de la arena» ( Piezanocturnas, 1817), cuento que inspirarí

en Sigmund Freud el ensayo Lo siniestr1919). En «William Wilson», si

embargo, Poe va mucho más allá qu

Hoffmann (es una lástima que Freud n



haya partido del norteamericano): epánico a la homosexualidad que suelser el sustrato del tema del doble se venfatizado en el cuento por claraseñales autobiográficas (igual que PoeWilson y el protagonista nacen un 19 d

enero; igual que Poe, el protagonista sarruina por el juego; igual que PoeWilson y el protagonista concurren a u

colegio británico de larga tradición). Siel ejemplo de «William Wilson», literatura en lengua inglesa difícilment

hubiese podido producir dos de sumejores novelas de fines del siglo XIX

l extraño caso de Dr. Jekyll y Mr

yde (1886), de Robert Loui



Stevenson, y El retrato de Dorian Gray1890), de Oscar Wilde.



P

¿Qué dirá de esto, qué dirá la horrendconciencia

ese espectro que está en mi caminoCHAMBERLAIN, Pharronid

ERMÍTASEME, por el momentollamarme William Wilson. L

blanca página que ahora está ante mí ndebe ser manchada por mi verdadernombre. Ha sido ya éste con exces



objeto de desprecio y de horror, dabominación para mi estirpe. ¿No hadivulgado su incomparable infamia londignos vientos por las más distante

regiones del globo? ¡Oh, el máabandonado proscrito de todos lo

proscritos!, ¿no has muerto por siemprpara la tierra, para sus honores, para suflores, para sus doradas aspiraciones

¿Y no está suspendida eternamente unnube densa, lúgubre e ilimitada entre tuesperanzas y el cielo?

No quisiera, aunque pudiesesepultar hoy en día aquí una lista de miúltimos años de inefable miseria y dmperdonable crimen. Esta época —



estos últimos años— ha adquirido unrepentina magnitud en vileza, cuyo solorigen es mi actual intención determinarLos hombres, por lo general, caen en lvileza por grados. De mí se desprendioda virtud de un golpe, como una capa

en un instante. De una maldarelativamente vulgar he pasado, con lzancada de un gigante, a una

enormidades mayores que las de uHeliogábalo. Sean indulgentes conmigmientras relato qué azar, qué suces

único originó esta acción perversa. Sacerca la Muerte, y la sombra que lprecede ha proyectado una influencicalmante sobre mi espíritu. Aspiro, a



pasar por el sombrío valle, a la simpatí—iba casi a decir a la piedad— de misemejantes. Quisiera gustoso hacerlecreer que he sido, en cierto modo, eesclavo de las circunstancias qusuperan toda intervención humana

Desearía que descubriesen fuera de men los detalles que voy a darles, algúpequeño oasis de fatalidad en u

desierto de error. Quisiera quconcediesen —lo cual ellos no puedeabstenerse de conceder— que, a pesa

de que antes de ahora han existidgrandes tentaciones, jamás el hombre hsido tentado así, cuando menos, y everdad, nunca ha caído así . ¿Y por es



no ha sufrido así nunca? ¿No he vividrealmente en un sueño? ¿Y no fenezcahora víctima del horror y del misteride las más extrañas visiones sublunares

Soy descendiente de una raza que sha distinguido en todo tiempo por u

emperamento imaginativo y fácilmentexcitable, y en mi primera infancidemostré que había heredado de lleno e

carácter familiar. Cuando aumenté eedad, ese carácter se desarrolló con máfuerza; llegó a ser, por muchas razones

motivo de seria inquietud para miamigos, y un perjuicio positivo para mmismo. Crecí voluntarioso, entregado os más salvajes caprichos, y fui pres



de las pasiones más irrefrenablesPropensos a la debilidad, y abrumadopor defectos constitucionales análogos os míos propios, poco pudieron hace

mis padres para refrenar las perversanclinaciones que me distinguían

Fracasaron por completo algunodébiles y mal dirigidos esfuerzos por sparte, y, como es lógico, constituyero

un triunfo total por la mía. Desdentonces era mi voz ley en el hogar, y una edad en que pocos niños han dejad

sus andadores, fui abandonado a mpropio gobierno y llegué a ser, exceptde nombre, el dueño de mis actos.

Mis primeros recuerdos de la vid



escolar van unidos a una amplia extravagante casa de estilo isabelino eun brumoso pueblo de Inglaterra, dondhabía numerosos árboles gigantescos retorcidos, y cuyas casas todas erasumamente vetustas. A fe mía, era u

ugar semejante a un sueño, apaciguadodel espíritu, aquella vieja y venerablciudad. En este instante mismo sient

con la imaginación el estremecimientrefrescante de sus umbrías avenidasrespiro la fragancia de sus mil arboleda

me sobrecoge de nuevo con indefinibldeleite la nota profunda y baja de lcampana de la iglesia, rompiendo a cadhora con su tañido lento y repentino l



quietud de la atmósfera oscura en que ssumía y se amodorraba la calada agujgótica.

Hallo quizá tanto placer como me eposible experimentar ahora viviendesos minuciosos minutos de la escuela

sus inquietudes. Sumido en el infortunicomo estoy —infortunio, ¡aydemasiado real—, se me perdonará qu

busque un alivio, aunque ligero pasajero, en la futilidad de esos pocos extravagantes detalles. Por otra parte

aun siendo éstos de todo punto triviales hasta ridículos en sí mismosadquieren en mi mente una importancicircunstancial, por ir unidos a una époc



un lugar en los que reconozco laprimeras advertencias del Destino, qudesde entonces me han envuelto pocompleto con su sombra. Dejadme, puesque recuerde.

La casa, como he dicho, era vieja

rregular; los terrenos circundantesamplios, y un alto y sólido muro dadrillos, rematado con una capa d

mortero y de vidrios rotos, la cercabapor completo. Esta muralla carcelariformaba el límite de nuestra posesión

no veíamos el otro lado más que treveces por semana —una vez cadsábado por la tarde, cuandoacompañados por dos profesores d



estudios, nos permitían dar cortopaseos en fila por algunos de locampos vecinos—, y dos veces lodomingos, cuando íbamos formados da misma manera a los oficios matutino vespertinos en la única iglesia de

pueblo. El director de nuestra escuelera el pastor de aquella iglesia. ¡Coqué profundo espíritu de admiración

de perplejidad acostumbraba yo mirarle desde nuestro alejado banco eel coro, cuando subía él, con pas

solemne y lento, al púlpito! Aquehombre venerable, de cara tamodestamente bondadosa, con unavestiduras tan lustrosas y ta



clericalmente ondeantes, con una pelucan minuciosamente empolvada, ta

rígido y alto, ¿podía ser el mismo quemomentos atrás, con cara agria y ropamanchadas de tabaco, hacía cumplirpalmeta en mano, las leyes draconiana

de la escuela? ¡Oh gigantesca paradojademasiado monstruosa para tenesolución!

En una esquina del macizo muro sabría, torva, una puerta más sólida aúnEstaba claveteada y reforzada co

cerrojos de hierro, y rematada por uborde dentado, también de hierro. ¡Qumpresiones de profundo terronspiraba! No la abrían nunca, except



para las tres periódicas salidas entradas que he mencionado yaentonces, en cada rechinamiento de supotentes goznes, encontrábamos unplenitud de misterios, un mundo demas para observaciones solemnes

para meditaciones más solemnes aún.El extenso recinto era de form

rregular, con varias divisiones. D

éstas, tres o cuatro de las mayoreconstituían el patio de recreo. Estabalisado y cubierto de una fina y dur

grava. Recuerdo bien que no había en éni árboles ni bancos, ni nada parecidoaturalmente, estaba situado en la part

posterior de la casa. Ante la fachada s



extendía un pequeño parterre plantadde bojes y otros arbustos; pero, erealidad, sólo cruzábamos aquellsagrada división en raras ocasionesales como la primera llegada a l

escuela o la salida definitiva, o quiz

cuando un pariente o un amigo nos habíhecho llamar o cuando corríamos mualegres hacia nuestra casa en Navidades

o para las vacaciones de verano.Pero la casa, ¡qué carácter ta

arcaico tenía! Para mí era un verdader

palacio encantado. No acababan nuncsus recovecos y sus incomprensiblesubdivisiones. Era difícil, en cualquiemomento, decir con certeza en cuál d



sus dos pisos se encontraba uno. De unhabitación a otra se tenía la seguridad dhallar tres o cuatro escalones que subio que bajar. Luego las ramas lateraleresultaban innumerables —nconcebibles—, y daban vueltas de ta

modo sobre sí mismas, que nuestradeas más exactas respecto a la cas

entera no eran muy diferentes d

aquellas con que considerábamos enfinito. Durante los cinco años de m

estancia allí, no fui nunca capaz d

determinar con precisión en qué remotocalidad se enclavaba el pequeñdormitorio que me estaba asignado cootros dieciocho o veinte colegiales.



La sala de estudios era la mágrande de la casa, y no puedo dejar dcreer que del mundo. Era muy largaestrecha y lúgubremente baja, con unapuntiagudas ventanas góticas y un techde roble. En un lejano ángulo qu

nspiraba terror había un recintcuadrado de ocho o diez pies, esanctum «durante las horas de estudio

de nuestro subdirector el reverenddoctor Bransby. Era una sólidconstrucción, con una puerta maciza

antes que abrirla en ausencia dedómine, hubiéramos todos preferidperecer por la peine forte et dure. Eotros dos ángulos había otras do



casillas, menos respetadas, en sumapero que causaban también un graerror. Una era la tribuna del profesor d

«humanidades», otra la del profesor dnglés y matemáticas. Esparcidos aquí

allá por la sala, cruzándose y volviend

a cruzarse con una infinita irregularidadhabía incontables bancos y pupitresnegros, antiguos, deteriorados por e

iempo, atestados a más no poder dnumerosos y manchados libros, asimismo adornados con iniciales

nombres enteros, figuras grotescas otras labores de cortaplumas, que habíaperdido del todo la escasa formoriginal que les pudo corresponder e



días ya antiguos. A un extremo de la salhabía un enorme cubo lleno de agua, en el otro, un reloj de estupendadimensiones.

Rodeado por los macizos muros daquella venerable escuela, pasé si

edio o repulsión, empero, los años deercer lustro de mi vida. El cerebr

fecundo de la infancia no requiere u

mundo exterior de incidentes con quocuparse o divertirse, y la monotonía eapariencia triste de una escuela estab

henchida de la más intensa excitacióque mi juventud en sazón ha obtenido da lujuria, o mi plena virilidad de

crimen. A pesar de todo, debo creer qu



mi primer desarrollo intelectual fue, econjunto, poco corriente e incluso muoutré. En general, los acontecimientode la primera infancia dejan rara vesobre la humanidad, en la madurez, unmpresión definida. Todo es sombra gri

—débil e irregular recuerdo—, uconfuso embrollo de débiles placeres de penas fantasmagóricas. En mí n

ocurre así. Tengo que haber sentido emi infancia con la energía de un hombrcuanto encuentro ahora grabado en m

memoria con líneas tan vivas como loexergos de las medallas cartaginesas.Aun así, en realidad —en la realida

según la entiende el mundo—, ¡qu



pequeño era allí el recuerdo! Edespertar por la mañana, la orden dacostarse por la noche, el estudio, lección dicha en clase, la

semivacaciones periódicas, las visitade inspección; el patio de recreo con su

riñas, sus pasatiempos, sus intrigas; todesto, por un hechizo ya olvidado largiempo, contenía un desborde d

sensaciones, un universo de emocionevariadas, y de las más apasionantes removedoras excitaciones. Oh, le bo

emps, que ce siécle de fer !En verdad, el ardor, el entusiasmo a impetuosidad de mi carácter hiciero

pronto de mí un tipo señalado entre mi



condiscípulos, y lentamente, pero pogradaciones naturales, me dieron uascendiente sobre todos los que no eramayores que yo en edad; sobre todoscon una sola excepción. Esta excepcióera un colegial, que sin parentesc

alguno conmigo, llevaba el mismnombre de pila y el mismo apellido quo; circunstancia, en fin, poco notable

pues no obstante una noble ascendenciael mío era uno de esos apellidovulgares que parecen haber sido, po

derecho de prescripción y desde tiempnmemorial, propiedad común de lmultitud. En este relato me he llamado mí mismo por eso William Wilson, u



nombre ficticio que no es muy diferentdel auténtico. Sólo mi homónimo, entros que en la fraseología escola

componían «nuestra pandilla», satrevía a competir conmigo en loestudios de clase o en los deportes

riñas del recreo, a negar una absolutcredulidad a mis afirmaciones o unsumisión a mi voluntad, y bien mirado,

mpedir mi arbitraria dictadura en todo que fuese. Si hay en la tierra u

despotismo omnímodo, es el despotism

de un niño de genio dominante sobre loespíritus menos enérgicos de sucompañeros.

La rebeldía de Wilson era para m



causa de suma perturbación, tanto mácuanto que, a pesar de la fanfarroneríque me creía en el deber de demostrarlesentía yo que en el fondo le temía, y npodía dejar de pensar en la igualdad quél mantenía tan fácilmente conmigo sin

como en una prueba de su auténticsuperioridad, pues me costaba uperpetuo esfuerzo no ser dominado. Si

embargo, esta superioridad —o mábien esta igualdad— sólo erreconocida por mí; nuestro

condiscípulos, por una inexplicablceguera, no parecían sospecharlsiquiera. Realmente, su rivalidad, sresistencia, y en especial su impertinent



tenaz intervención en mis propósitosno se habían traslucido más que eprivado. Él parecía desprovistoademás, de la ambición que mmpulsaba, de la apasionada energía po

medio de la cual era yo capaz d

sobresalir. En esta rivalidad se hubierpodido suponer que le movía tan sólo udeseo caprichoso de ponerm

obstáculos, de sorprenderme, dmortificarme, aunque algunas veces npodía yo dejar de notar, con u

sentimiento compuesto de asombrohumillación y resentimiento, que émezclaba a sus ofensas, a sus insultos, sus contradicciones, cierta inadecuada



de fijo mal acogida afectuosidad dmaneras. Yo únicamente podía concebiesta conducta singular como debida una consumada suficiencia que asumíun aire de amparo y protección.

Acaso era este último rasgo en l

conducta de Wilson, unido a la identidade nuestro nombre y a la simplcoincidencia de haber ingresado junto

en la escuela el mismo día, lo que pusen circulación entre las clases máadelantadas de la escuela la noticia d

que éramos hermanos. De costumbre, loalumnos de estas clases no se enteracon mucha exactitud de las cuestionerelacionadas con los de las clase



elementales. He dicho antes, o deberíhaberlo dicho, que Wilson no estaba nel grado más remoto unido a mí povínculos familiares. De haber sidhermanos, sin embargo, seguramenthubiéramos sido gemelos: después d

haber salido de casa del doctor Bransbysupe, por casualidad, que mi homónimhabía nacido el 19 de enero de 1813, l

cual supone una notable similitud, yque ese día es precisamente el de mnacimiento.

Puede parecer extraño que, a pesade la continua ansiedad que me causaba rivalidad de Wilson y su intolerabl

espíritu de contradicción, no sintiese po



él un odio cabal. Teníamos, con todseguridad, casi a diario una disputa en lcual, otorgándome condescendiente lpalma de la victoria, se esforzaba pohacerme notar que era él quien la habímerecido; pero un sentimiento d

orgullo por mi parte y una verdaderdignidad por la suya nos mantenísiempre en eso que se llama

«relaciones correctas». A despecho déstas, había en nuestros temperamentomuchos puntos para congeniar a fondo

os cuales hubiesen despertado en mí usentimiento que sólo nuestra situacióal vez impedía madurar en amistad. E

difícil, en resumidas cuentas, definir



ncluso describir mis sentimientoverdaderos con respecto a él. Formabauna abigarrada y heterogénea mezcla dcierta petulante animosidad que no ero que se dice odio, de ciert

estimación, de bastante respeto y much

emor, con un mundo de inquietcuriosidad. Importa añadir para emoralista, por otra parte, que Wilson

o éramos los más inseparables de locompañeros.

Fue, sin duda, el estado anómalo d

as relaciones que existían entrnosotros lo que hizo que todos miataques contra él (y eran muchosfrancos o encubiertos) tomasen e



camino de la burla o de la ironía (qumortifica si cobra el aspecto de lsimple chacota) antes que el de unhostilidad más seria y determinada. Perno lograban mis esfuerzos al respecto uéxito uniforme, ni siquiera cuand

estaban mis planes más ingeniosamentcombinados, pues mi homónimo tenía esu carácter mucho de esa austerida

lena de reserva y calma que, incluscuando disfruta con la mordedura de laburlas, no enseña nunca el talón d

Aquiles y se niega en absoluto a reírsde ellas. No podía yo encontrar en émás que un solo punto vulnerable, questribaba en un detalle físico que, com



resultado quizá de una enfermedaconstitucional, evitaría cualquieantagonista menos encarnizado en sufines que yo mismo: mi rival padecíuna debilidad en los órganos de lgarganta o guturales que le impedía

elevar nunca la voz por encima de umurmullo muy bajo. No dejaba yo dsacar de este defecto el mísero provech

que estaba a mi alcance.Las represalias de Wilson eran d

más de una especie, y empleaba un

forma de broma que me turbaba más allde todo límite. Es una cuestión que no hpodido nunca resolver cómo ssagacidad descubrió en un principio qu



una cosa tan mínima podía molestarmepero, una vez que lo descubrió, puso eejecución aquella molestia. Siemprsentí aversión por mi inelegantpatronímico y por mi apellido tavulgar, si no plebeyo. Esas sílabas era

un veneno para mis oídos, y cuando edía mismo de mi llegada se presentó ea escuela un segundo William Wilson

o odié por llevar aquel apelativo, y mmolestó doblemente el nombre porque llevaba un extraño, un extraño que serí

causa de que lo oyese yo pronunciar corepetición, que estaría de continuo en mpresencia, y cuyos actos, en la rutinordinaria de las cosas de la escuela



serían inevitablemente, a causa de tadetestable coincidencia, confundidos menudo con los míos.

El sentimiento de vejación asengendrado se hizo más fuerte con cadcircunstancia que tendía a mostrar l

similitud moral o física entre mi rival o. No había yo descubierto aún e

hecho notable de que fuéramos de l

misma edad; pero vi que éramos de lmisma talla y noté que teníamos usingular parecido en el contorno genera

en nuestros rasgos. Me exasperabambién el rumor referente a nuestrparentesco, al que prestaban crédito eas clases superiores. En una palabra



nada podía molestarme más (aunquocultase yo escrupulosamente tamolestia) que cualquier alusión a unsimilitud de espíritu, persona nacimiento existente entre nosotros. Pocierto que no tenía yo razón para cree

que esa similitud (a excepción de lcuestión del parentesco, y en el caso depropio Wilson) hubiera sido nunca tem

de comentarios u observada siquiera ponuestros condiscípulos. Era evidente quél la observaba en todos sus aspectos,

con tanta atención como yo; pero ehecho de que hubiese podido descubrien semejante circunstancia una mina tarica de contrariedades, no pued



atribuirse, como he dicho antes, más qua su perspicacia nada corriente.

Me daba la réplica con una perfectmitación de mí mismo en palabras

gestos, y desempeñaba admirablementsu papel. Mi traje era fácil de copiar,

se apropió sin dificultad de mis andare mi porte general; a pesar de su defect

constitucional, ni siquiera mi voz se l

había escapado. No intentaba imitar, posupuesto, mis tonos altos, pero la clavera idéntica, y su murmullo singular s

convertía en el verdadero eco de mropia voz. No intentaré exponer hasta qu

extremo me atormentaba este exquisit



retrato (pues no puedo llamarlo coexactitud caricatura). No tenía yo máque un consuelo, y era que la imitaciónpor lo visto, sólo la notaba yo, y poende no debía sufrir sino las sonrisaextrañamente sarcásticas de m

homónimo. Satisfecho de habeproducido en mi pecho el efectdeseado, parecía reírse entre dientes d

a picadura que me había infligido mostrarse en especial desdeñoso deaplauso público que el éxito de su

ngeniosos esfuerzos le hubierconquistado enseguida. Durante variomeses fue un enigma que no pudresolver cómo en la escuela n



adivinaron de veras su intención npercibieron su manera de llevarla cabo, ni compartieron su alegríburlona. Quizá no era francamentperceptible la gradación de su copia, más bien, debía yo mi seguridad al air

de maestría del copista, qudespreciando la letra (que es todo lo quos obtusos pueden ver en una pintura)

no expresaba más que el espíritu plende su original, para mi personameditación y pena.

He hablado ya más de una vez deaire molesto de protección que había éadoptado conmigo, y de su frecuente oficiosa intervención en mi



determinaciones. Esa intervencióomaba a veces el desagradable carácte

de consejo, consejo que no me dababiertamente, sino que sugería, qunsinuaba. Lo recibía yo con un

repugnancia que adquiría fuerza

medida que aumentábamos en años. Siembargo, quiero hacerle la simplusticia de reconocer que en esa époc

ejana no recuerdo una sola ocasión eque las sugerencias de mi rival hayaparticipado de esos errores o locuras ta

corrientes a su edad, desprovista dmadurez y experiencia; que su sentidmoral, en fin, si no sus aptitudegenerales y su sabiduría mundana, era



más agudos que los míos, y que seríhoy en día un hombre mejor, y econsecuencia, más feliz, si no hubierrechazado tan a menudo los consejoncluidos en aquellos significativo

murmullos que me inspiraban entonce

un odio tan cordial y un desprecio taamargo.

Por eso llegué a ser a la larga mu

rebelde a su odiosa intervención, aborrecí cada día más lo que yconsideraba intolerable arrogancia suya

He dicho ya que en los primeros años dnuestra convivencia comcondiscípulos, mis sentimientos respecta él hubiesen podido convertirs



fácilmente en amistad; pero en loúltimos meses de mi estancia en lescuela, aunque la impertinencia de sumaneras habituales hubiera, sin dudadisminuido en cierto modo, misentimientos, en una proporción cas

semejante, eran sobre todo de positivodio. En una ocasión él lo percibió, creo, y desde entonces me rehuyó o simul

rehuirme.Hacia aquella misma época, si n

recuerdo mal, en un violento altercad

que tuvimos, perdió él su acostumbradcautela hablando y obrando con unfranqueza de conducta más bien extrañaa su carácter. Entonces descubrí o m



maginé descubrir en su acento, en saire, y en su aspecto general, algo que aprincipio me hizo estremecer y quuego me interesó profundamenterayendo a mi espíritu visiones oscura

de mi primera infancia, recuerdo

extraños, confusos y apiñados de uiempo en que la propia memoria n

había nacido todavía. Como mejo

puedo describir la sensación que moprimió es diciendo que érame difícidesprenderme de la creencia de qu

había conocido ya al ser que tenídelante en una época muy lejana, en upasado harto muy remoto. Esta ilusiónempero, se disipó tan de súbito com



había surgido, y la menciono sólo parmarcar el día de mi última conversaciócon mi singular homónimo.

La enorme y vieja casa, entre suncontables subdivisiones, tenía varia

grandes estancias, que comunicaba

unas con otras, donde dormían la mayoparte de los estudiantes. Había, ademácomo debía ocurrir por fuerza en u

edificio tan torpemente proyectado)muchos pequeños recovecos escondrijos, sobrantes de l

construcción, y la ingeniosidaeconómica del doctor Bransby los habíutilizado también como dormitoriosaunque, por ser simples gabinetes, sól



enían capacidad para un individuo. Unde esos cuartitos lo ocupaba Wilson.

Cierta noche, hacia el final de mquinto año en la escuela, nmediatamente después del altercad

con Wilson a que he aludido

aprovechando que todo estaba sumiden el sueño, me levanté de mi lecho, con una lámpara en la mano, me deslic

por un laberinto de estrechos corredoredesde mi dormitorio al de mi rivaHabía yo maquinado a sus expensas un

de aquellas bromas malignas en las qufracasara hasta entonces sin cesar. Teníel propósito de llevar a cabo mi plan decidí hacerle sentir toda la maldad d



que estaba henchido. Llegué a sgabinete, entré sin ruido, dejando lámpara, con una pantalla, en el umbra

Avancé un paso y escuché el ruido de srespiración apacible. En la seguridad dque estaba dormido, volví a la puerta

cogí la lámpara y con ella me acerqué a cama. Las cortinas estaban corrida

alrededor y las separé con suavidad

entitud para ejecutar mi plan. Cayó dleno sobre el durmiente la luz viva,

mis ojos en el mismo momento se fijaro

en su cara. Miré, y un entumecimientouna sensación de hielo penetraron anstante en mi ser. Palpitó mi corazón

vacilaron mis rodillas y todo mi espírit



fue presa de un horror sin causa, perntolerable. Respirando anhelosamente

bajé la lámpara más cerca aún de scara. ¿Eran aquellos, aquellos lorasgos de William Wilson? Comprobque sí lo eran, pero temblé como en u

acceso febril, imaginando que no leran. ¿Qué había en ellos parconfundirme de aquel modo? L

contemplaba con fijeza, mientras sperdía mi cerebro en un caos dpensamientos incoherentes. No se m

aparecía así —no, por cierto— en lviveza de sus horas despiertas. ¡Emismo hombre! ¡Los mismos rasgos! ¡Llegada en el mismo día a la escuela! ¡Y



uego, su tenaz e insensata imitación dmi paso, de mi voz, de mi traje, de mimaneras! ¿Cabía, pues, en los límites da posibilidad humana, que lo que veío ahora fuese simple resultado de l

práctica habitual de aquella sarcástic

mitación? Sobrecogido de terror y coun estremecimiento, apagué la lámparasalí en silencio del cuarto y abandon

uego la vieja escuela para no volver ella nunca más.

Después de un lapso de vario

meses, que pasé en casa de mis padreen plena ociosidad, entré comestudiante en Eton. Aquel brevntervalo fue suficiente para debilita



mis recuerdos de los sucesos de lescuela del doctor Bransby, o al menospara operar un cambio importante en lnaturaleza de los sentimientos que mos recordaban. La realidad —lragedia— del drama no existía ya

Podía ahora encontrar motivos pardudar del testimonio de mis sentidos, rara vez recordaba aquel tema si

asombrarme de hasta dónde puede llegaa humana credulidad y sin sonreír anta fuerza de imaginación que poseía y

por herencia. La vida que hacía en Etono era a propósito para disminuiaquella especie de escepticismo. Eorbellino de desenfrenada locura en qu



me sumí tan inmediata comemerariamente lo barrió todo, excepta espuma de mis horas pasadas,

absorbió de un golpe toda impresiósólida o seria, no dejando en mmemoria sino las veleidades de m

pasada existencia. No deseo, empero, trazar aquí e

curso de mi miserable desenfreno, u

desenfreno que desafiaba las normas eludía la vigilancia de la instituciónTres años de locura, pasados si

provecho, no habían podido darme máque vicios arraigados, cuando ciertvez, luego de una semana de disipaciódesalmada, invité a un pequeño grupo d



os más disolutos estudiantes a unfrancachela secreta en mis habitaciones

os reunimos a la hora avanzada de lnoche, pues nuestra orgía debíprolongarse hasta la mañana. Corría evino en libertad, y no carecíamos d

otras seducciones acaso más peligrosashasta el punto de que, cuando el albaparecía débilmente por el oriente

nuestras delirantes extravagancialegaban al colmo. Enardecido hasta locura por las cartas y la embriaguez

me obstinaba en pronunciar un brindindecente cuando distrajeron mi atencióde pronto la violenta manera dentreabrirse una puerta y la vo



anhelante de un criado desde fuera. Mdijo que una persona, al parecer comucha prisa, quería hablarme en evestíbulo.

Singularmente excitado por el vinoaquella inesperada interrupción m

causó más placer que sorpresa. Salambaleándome, y a los pocos pasolegué al vestíbulo de la casa. E

aquella estancia baja y pequeña no habíninguna lámpara, y no recibía más luque la débil del amanecer que penetrab

por la ventana. Al poner el pie en eumbral, percibí la figura de un joven dalla aproximada a la mía, vestido co

una bata de casimir blanco, de l



hechura de moda, como la que llevabo en aquel momento. Aquella débil lu

me permitía ver, pero no pude distinguios rasgos de su cara. Apenas entré, s

precipitó hacia mí, y cogiéndome debrazo con un gesto de impacienci

petulante, murmuró las palabra«William Wilson» en mi oído.

Me despejé por completo en u

nstante.Había no sé qué en las maneras de

extranjero y en el temblor nervioso de s

dedo levantado, poniéndose entre miojos y la luz, que me llenó de ulimitado asombro; pero no fue aquello que me produjo una conmoción ta



violenta. Era la absoluta y reprobatorisolemnidad contenida en lpronunciación singular, baja, sibilantede aquel hombre, y, sobre todo, ecarácter, el tono, la clave de aquellapocas, sencillas, familiares, y aun así

susurradas sílabas, que trajeron mirecuerdos acumulados de los pasadodías y agitaron mi alma como la

descargas de una pila eléctrica. Antes dque hubiese podido recobrar misentidos, él había desaparecido.

Aunque este acontecimiento ndejara de producir un efecto muy vivsobre mi trastornada imaginación, fudesvaneciéndose. Durante varia



semanas, tan pronto me afanaba en unseria investigación como permanecíenvuelto en una nube de meditaciómorbosa. No pretendí disfrazar mpercepción de la identidad del singulandividuo que intervenía con tant

enacidad en mis asuntos y me acosabcon sus insinuantes consejos. Per¿quién, sí, quién era aquél Wilson? ¿Y

de dónde venía? ¿Y cuál era spropósito? Sobre ninguno de estoextremos pude obtener satisfacción

comprobé simplemente, con respecto él, que una repentina desgracia familiao había hecho abandonar la escuela de

doctor Bransby la tarde del día en qu



o me escapé. Sin embargo, después duna breve temporada, dejé de pensar eello, por estar absorbida toda matención en un proyectado traslado Oxford. Allí pronto me fue posible —lncalculable vanidad de mis padres m

proporcionó un equipo y una pensióque me permitieron entregarme al lujoan dilecto ya para mí— competir e

derroches con los más arroganteherederos de los más ricos condados da Gran Bretaña.

Incitado por tales medios al viciomi temperamento constitucionarrumpió con redoblado ardor, y en loca ceguera de mis orgías pisoteé hast



os más corrientes frenos del decoroPero sería absurdo detenerme edetalles de mis extravagancias. Bastarcon decir que superé las prodigalidadede Herodes, y que, dando nombre a unmultitud de nuevas locuras, añadí u

abundante apéndice a la larga lista dos vicios por entonces habituales en l

más disoluta Universidad de Europa.

Parecía difícil creer que hubiese yrebajado tanto el rango de nobleza quntentase familiarizarme con las má

viles artes del jugador profesionalegando a ser un adepto de esdespreciable ciencia, y que la practicashabitualmente como medio de acrece



mi ya enorme renta a expensas de micondiscípulos de espíritu más débil. Ysin embargo, así ocurrió. La enormidamisma de esa ofensa a todo sentimienthonorable era sin duda la principal, sno la única razón de la impunidad co

que la perpetraba. ¿Quién, realmenteentre mis compañeros más depravadosno habría negado el evidente testimoni

de sus sentidos antes de sospechar taconducta en el alegre, el franco, egeneroso William Wilson, el más nobl

el más liberal camarada en Oxfordaquél cuyas locuras (decían suparásitos) no eran sino las locuras duna juventud y de una imaginación si



rabas, cuyos errores no eran sinnimitables caprichos, cuyos vicios má

negros tan sólo suponían undespreocupada y soberbiextravagancia?

Había yo seguido dos años ya co

éxito aquella línea de conducta, cuandlegó a la Universidad un joven parven

de la nobleza —Glendinning—, rico

según el rumor público, como HerodeAtticus. Pronto descubrí su escasnteligencia y —claro está— l

consideré como el sujeto más adecuadpara mis trapacerías. Le insté cofrecuencia a que jugase, y me dediquécon las artes usuales del jugador,



dejarle ganar sumas considerables, parapresarle más eficazmente en mis redesPor fin, bien madurado mi plan, me reuncon él (abrigando la resuelta intencióde que aquel encuentro fuera el último decisivo en las habitaciones de u

condiscípulo Mr. Preston), que tenígual intimidad con nosotros dos, per

que, debo hacerle esta justicia, no tení

a menor sospecha de mi propósito. Podar aquello un aspecto mejor, me dmaña a fin de reunir allí un grupo d

ocho o diez personas, y procuré coodo cuidado que la introducción de labarajas pareciese casual, y se hiciera propuesta de mi proyectada víctima



Para abreviar, en tal vil cuestión no somitió ninguna de las bajas tretas tausuales en semejantes ocasionesmaravilla que haya gentes tan estúpidasque se dejen atrapar en ellas.

Habíamos prolongado nuestr

velada hasta muy avanzada la noche, y acabo me las compuse para dejar Glendinning como único adversario mío

El juego era, además, el mío preferidoel ecarté. El resto de los reunidosnteresados por la magnitud de nuestr

partida, habían dejado sus cartas formaban corro a nuestro alrededor. Earvenu a quien había yo inducido co

mis manejos, durante la primera parte d



a noche, a beber en abundanciabarajaba entonces, repartía o jugaba duna rara manera nerviosa, en la qunfluía parcialmente su embriaguez

según pensé, aunque no lo explicaba deodo. En muy breve tiempo éram

deudor de una crecida suma, y tras ugran sorbo de oporto, hizo aquello quo en frío había previsto: me propus

doblar nuestra ya extravagante apuestaCon una bien simulada apariencia ddesgano, y sólo después de que m

repetida negativa le hubo incitado proferir unas agrias palabras que dieroa mi consentimiento aspecto drritación, finalmente accedí. E



resultado, naturalmente, no dejó dprobar lo bien atrapada que estaba emis redes la presa: en menos de unhora había él cuadruplicado su deudaDesde hacía un rato su cara habíperdido el color florido que le prestab

el vino, pero entonces vi con verdaderasombro que había adquirido unpalidez de lo más espantosa. He dich

con asombro. Glendinning, según minformes minuciosos, era riquísimo, as sumas que había perdido hasta aque

momento, aunque considerables, npodían, suponía yo, preocuparle eserio, y menos aún afectarle de un modan violento. La idea que se ofreci



desde luego a mi espíritu fue que estabrastornado por el vino que acababa dngerir; y más bien con el propósito d

defender mi propia conducta a los ojode mis compañeros que por un motivdesinteresado, iba a insistir con ahínc

en interrumpir la partida. Entoncealgunas palabras pronunciadas cerca dmí entre los presentes y una exclamació

de Glendinning, que revelaba uncompleta desesperación, me hicierocomprender que había yo provocado s

ruina total, en unas circunstancias queconvirtiéndole en objeto de compasiópara todos, le habrían protegido hasta dos malos oficios de un demonio.



Resulta difícil de decir cuál iba ser entonces mi conducta. El deplorablestado de mi víctima hacía que pesarsobre todos un aire de embarazosristeza, y reinó un profundo silencio po

unos momentos, durante los cuales n

pude impedir que mis mejillaenrojecieran bajo las miradas ardientede desprecio o de reproche que m

dirigían los menos depravados de lreunión. Confesaré incluso que durantun instante mi pecho se sintió aliviad

de un intolerable peso de angustia por lrepentina y extraordinaria interrupcióque sobrevino. Las grandes y pesadahojas de la puerta se abrieron de golp



de par en par, con un impulso taviolento y vigoroso que apagaron compor arte de magia, todas las bujías de lestancia. Pero su última claridad mpermitió entrever que había entrado uextraño, aproximadamente de mi propi

altura y embozado. Sin embargo, loscuridad era en aquel momentabsoluta, y sólo podíamos sentir que s

hallaba en medio de nosotros. Antes dque ninguno pudiese dominar el enormasombro en que nos había sumid

aquella brusquedad, oímos la voz dentruso. —Señores —dijo en un bajo, claro

e inolvidable murmullo que m



sobrecogió hasta el tuétano—, señoresno intento disculpar mi conductaporque, al obrar así, no hago más qucumplir con un deber. Ignoran ustedessin duda, el verdadero carácter de lpersona que ha ganado esta noche a

ecarté una crecida suma a lorGlendinning. Quiero por esproporcionarles un procedimient

rápido y decisivo para obtener estonformes tan necesarios. Sírvans

examinar a su gusto la vuelta de s

bocamanga izquierda, y los variopaquetitos que podrán encontrar en lobolsillos un tanto espaciosos de sbordada bata.



Mientras hablaba, era tan profundel silencio que se hubiera oído caer ualfiler. Al terminar, salió de pronto y tabruscamente como había entrado¿Puedo describir, describiré misensaciones? ¿Podré decir que sent

odos los horrores del condenadoTenía, de seguro, poco tiempo parreflexionar. Varias manos me clavaro

con rudeza en mi sitio, y fueron traídaenseguida unas luces. A esto siguió uregistro de mi persona. En la vuelta d

mi bocamanga se encontraron todas lacartas esenciales del ecarté, y en lobolsillos de mi bata cierto número dbarajas exactamente iguales a las usada



en nuestras reuniones, con la solexcepción de las mías, que eran de esalamadas por los técnicos redondeadas

pues en ellas están los triunfos un tantcombados en los bordes superiores, as otras cartas, un poco convexas po

os lados. Gracias a esta disposición, lvíctima que corta, como suele hacerse, o largo de la baraja, lo hace siempre d

manera de dar a su contrario un triunfomientras que el tahúr, al cortar a lancho, no dará, con seguridad a s

víctima nada que pueda redundar eventaja suya, durante la partida.Una explosión de indignación ant

aquel descubrimiento me hubier



afectado menos que el silencidespreciativo o la calma sarcástica coque fue acogido.

—Señor Wilson —dijo nuestranfitrión, inclinándose para recoger bajsus pies un costosísimo gabán de rar

piel—, señor Wilson, esto le perteneceEl tiempo era frío, y al salir de mi

habitaciones me había echado po

encima de la bata un gabán, que me quital llegar al teatro de la partida)Supongo que es innecesario buscar aqu

—añadió mirando los pliegues de lprenda con una amarga sonrisa—cualquier otra nueva prueba de sdestreza. A decir verdad, ya tenemo



bastantes. Espero que comprenderusted la necesidad de abandonar Oxford en todo caso de salir enseguida de mi

habitaciones.Rebajado, humillado hasta el polv

como me sentía entonces es probabl

que reaccionara ante aquel lenguajrritante con alguna inmediata violenci

personal, si no hubiera estado fija tod

mi atención por el momento en un hechdel género más pasmoso. El gabán quhabía yo traído era de una rica piel, d

una rareza y de un precio que no matrevo a concretar. Su hechura eraademás, de mi propia creación, pues mmostraba descontentadizo hasta un grad



absurdo de presunción en cuestiones daquella frívola naturaleza. Por esocuando Mr. Preston me tendió el quhabía recogido del suelo, cerca de lpuerta de la habitación, vi con uestupor que bordeaba el terror cóm

enía ya el mío al brazo (donde me lhabía echado, sin dudnconscientemente), y que el que m

presentaba era una exacta imitación eodos y cada uno de sus minucioso

detalles. El ser singular que me habí

descubierto de tan desastrosa manerba envuelto, lo recordaba yo, en uncapa, y ninguno de los presentes habíraído gabán, con mi sola excepción



Conservando alguna presencia de ánimocogí el que me presentaba Preston, y lpuse, sin que lo notasen, sobre el míouego salí de la habitación con un gest

ceñudo de amenaza y de reto, y a lmañana siguiente, al amanecer, inicié u

viaje precipitado desde Oxford acontinente, en una completa agonía dhorror y de vergüenza.

Huía yo en vano. Mi destino malditme había perseguido triunfantedemostrando, en realidad, qu

únicamente había comenzado entonces eejercicio de su misterioso poderApenas puse el pie en París, tuve unnueva prueba del detestable interés qu



Wilson se tomaba por mis asuntosTranscurrieron los años sin quexperimentase yo ningún alivioMiserable! En Roma, ¡con qunoportuna y a la par espectra

oficiosidad se interpuso entre m

ambición y yo! ¡Y en Viena, y también eBerlín, y en Moscú! ¿Dónde, en verdadno encontré una amarga razón par

maldecirle desde el fondo de mcorazón? Ante su impenetrable tiraníahuí a la postre, sobrecogido de pánico

como ante la peste, y hasta el fin de lierra huí en vano.Y siempre, siempre, en secret

comunión con mi espíritu me repetía y



as preguntas: «¿Quién es él? ¿De dóndviene? ¿Y cuál es su objeto?». Pero nencontraba respuesta. Y a la sazóescrutaba con minucioso cuidado laformas, los métodos y los rasgocaracterísticos de su impertinent

ntromisión. Pero hasta en esencontraba muy poco que pudiera servide base a una conjetura. Era, por cierto

notable que en los numerosos casos eque se había cruzado últimamente en mcamino, sólo lo hubiera hecho par

frustrar mis planes o trastornar unoactos que, de lograr éxito, no hubieseenido otro resultado que un amarg

daño. ¡Pobre justificación aquella a f



mía, para una autoridad con tantmperio usurpada! ¡Pobre compensació

para los derechos naturales del librarbitrio, negados de modo tan tenaz nsultante!

Me había yo visto también obligad

a observar que mi torturador, desdhacía una larga temporada (mientramantenía escrupulosamente, co

maravillosa habilidad, su capricho daparecer vestido igual que yo), habíogrado, al efectuar sus variada

ntromisiones en mi voluntad, que yo nviese en ningún momento los rasgos dsu cara. Lo que Wilson pudiera ser eraen suma, el colmo del fingimiento o d



a locura. ¿Podía él suponer un instantque en mi censor en Eton, en edestructor de mi honor en Oxford, en eque frustró mi ambición en Roma, mvenganza en París, mi apasionado amoen Nápoles, o lo que llamó falsament

mi avaricia en Egipto; que en aquel sermi principal enemigo y mi genimaléfico, dejase yo de reconocer a

William Wilson de mis días de lescuela, al homónimo, al compañero, arival, al odiado y temido rival de l

nstitución del doctor BransbyImposible! Pero dejad que me apresurhacia la última y memorable escena dedrama.



Hasta entonces había yo sucumbidndolentemente a aquella imperios

dominación. El sentimiento de profundrespeto con que contemplaba dordinario el carácter elevado, lmajestuosa sabiduría, la aparent

omnipresencia y omnipotencia dWilson, unido al terror que mnspiraban algunos otros rasgos de s

naturaleza, habían creado en mí hastentonces la idea de mi completdebilidad e impotencia, aconsejándom

una implícita, aunque amarga contrariada sumisión a su arbitrarivoluntad.

Pero en los últimos tiempos m



había entregado de lleno al vino, y snflujo enloquecedor sobre memperamento hereditario me hacía cad

vez más intolerante a toda dominaciónComencé a murmurar, a vacilar, resistir. Y ¿fue sólo mi imaginación l

que me indujo a creer que, al aumentami propia firmeza, sufriría la de matormentador una disminució

proporcional a aquélla? Es posibleempezaba yo ahora a sentir lnspiración de una esperanza ardiente

al final alimenté en lo más secreto de mpensamiento una sombría y desesperadresolución de no someterme por máiempo a aquella esclavitud.



Fue en Roma, durante el Carnaval d18…, en que yo asistía a una mascaradque se celebraba en el palazzo deduque napolitano Di Broglio. Habíabusado más que de costumbre del vino ahora la sofocante atmósfera de lo

salones atestados me excitaba hasta uextremo insoportable.

La dificultad de abrirme paso entr

el gentío contribuyó no poco a excitar mmal humor, pues buscaba yo coansiedad (no diré por qué motiv

ndigno) a la joven, a la alegre, a lbella esposa del viejo y chocheante DBroglio. Con una confianza hartdespreocupada me había ella confiad



previamente el secreto del disfraz qulevaría, y como acababa de divisarlaenía prisa por llegar hasta ella. E

aquel momento, sentí una mano que sposaba ligera sobre mi hombro, y aquenolvidable, bajo y maldito murmullo e

mi oído.Invadido por una rabia frenética, m

volví de repente hacia aquel que m

había interrumpido y le cogí coviolencia por el cuello. Iba vestidcomo yo esperaba, con un traje igual a

mío; llevaba una capa española derciopelo azul, y suspendido de ucinturón carmesí un estoque. Un antifade seda negra cubría por completo s



cara. —¡Bandido! —dije con una vo

enronquecida por la rabia, y cada sílabque pronunciaba parecía un nuevalimento para mi furia—. ¡Bandidompostor, maldito villano! ¡No irás tra

mis pasos hasta la muerte! ¡Sígueme, e atravieso donde estás!

Y me abrí paso por el salón de bail

hacia una pequeña antesalaarrastrándole irresistiblemente conmigo

Al entrar, lo empujé lejos de mí. S

ambaleó contra el muro mientras ycerraba la puerta con un juramentoordenándole que desenvainase. Vacilun instante; luego con un leve suspir



sacó su espada en silencio y se puso eguardia.

El combate fue breve, sin dudaEstaba yo enloquecido por toda clase dexcitaciones, y sentía en mi brazo lenergía y la fuerza de una multitud. E

pocos segundos le empujé con la simplfuerza de la muñeca contra el panel dmadera, y teniéndole así a mi merced

hundí en su pecho mi espada con brutaferocidad repetidas veces.

En aquel momento alguien tocó l

cerradura de la puerta. Me apresuré prevenir una intrusión y volví al punthacia mi adversario tendido. ¿Quenguaje humano podría describi



adecuadamente aquel asombro, aquehorror que me invadió ante eespectáculo que se presentó a mi vistaEl breve instante en que aparté los ojohabía bastado para producir, al parecerun cambio material en la disposición d

a parte alta y más alejada de lhabitación. Un amplio espejo —en mconfusión, eso me pareció al principi

— se levantaba ahora, allí donde nhabía yo divisado nada antes, y cuandme dirigí hacia él en el colmo del terror

mi propia imagen, pero con los rasgomuy pálidos y salpicados de sangreavanzó hacia mí con un paso débil vacilante.



Digo que así me pareció, aunque no era en realidad. Era mi adversario

era Wilson el que estaba ante mí, en sagonía. Su antifaz y su capa yacíadonde los había arrojado, sobre esuelo. ¡Ni un hilo en todo su traje ni un

ínea en todos los rasgos notables singulares de su rostro que no fuesenhasta la más absoluta identidad, los mío

ropios!Era Wilson, pero sin hablar ya co

un murmullo, hasta el punto de que m

hubiese podido imaginar que era ymismo el que hablaba cuando dijo: —Has vencido y yo sucumbo. Per

de aquí en adelante tú también ha



muerto; ¡has muerto para el Mundo, parel Cielo y para la Esperanza! En mexistías tú, y mira en mi muerte, por estmagen que es la tuya, cuán enteramente has asesinado a ti mismo.



EL TESTAMENTODE TOBY MARSTON

Joseph Sheridan Le

Fanu



JOSEPH SHERIDAN LE FANDublín, 1814-1873) es uno de eso

grandes escritores cuya fama se ha vistperjudicada por una asociaciódemasiado estrecha con el género d

error. Incluso en Gran Bretaña resultdifícil conseguir libros como The Housby the Churchyard (1863), Uncle Sila

1864) o In a Glass Darkly (1872) en eformato original en que aparecieronAunque no debería ser necesario, ha

que subrayar, por lo tanto, que Le Fan



no sólo posee un estilo maravillososino que es también uno de loprecursores de ciertos modismos endencias literarias del siglo XX. Esta fue notado por Jaime Rest, que en e

estudio preliminar a Carmilla y otra

alucinaciones (Fausto, 1975) señaló esingular humor de Le Fanu, y comparsu hábito de introducir referencias

ibros y documentos ficticios con ehábito análogo de Borges. «Eestamento de Toby Marston», si

embargo, está lejos de los juegos con lcita, y emplea la historia de fantasmapara llevar adelante un duro examen d

as relaciones sociales y e



funcionamiento de la justicia en lnglaterra del siglo XIX: es un relato qu

empieza y termina —nada máerrorífico— hablando de dinero.



M

UCHAS PERSONAS, habituadas recorrer en dirección a l

capital el viejo camino de York Londres en la época de las diligenciasrecordarán haber pasado, digamos en l

arde de un día otoñal, frente a uncasona blanca y negra, ubicada a unares millas al sur de la localidad d

Applebury y a milla y media antes dlegar a la antigua Taberna del Ánge

Es una construcción espaciosa, de es

vetusto tipo llamado «abierto», e



estado ruinoso y maltrecho por lanclemencias del tiempo, destacad

sobre un denso fondo de añosos olmos con amplias ventanas de celosía cuysuperficie íntegra relucía bajo el soponiente que iluminaba sus pequeño

cristales romboidales. Un ancho senderconduce hacia la puerta de entradaahora cubierto de pasto y malezas com

el camposanto de una iglesia, y se hallflanqueado por una doble hilera de lmisma especie de sombríos árboles

centenarios y gigantescos, con uno quotro hueco en sus filas solemnes y veces un tronco caído que yacatravesado en el camino.



Al contemplar el sendermelancólico y desierto desde lo alto da diligencia londinense, tal como l

hice a menudo, se percibían tantondicios de abandono y decadencia qu

se llegaba a la conclusión inmediata d

que el lugar se encontraba deshabitado en proceso de deterioro, con la hierbempenachada que surgía de las grieta

en la escalinata y en el antepecho de laventanas, con las chimeneas sin humsobre las que revolotean las cornejas

con la ausencia de toda vida humana de sus manifestaciones. Esta viejmansión se denomina Gylingden HalElevados setos y venerables arboleda



rápidamente amortajan el vetusto sitiocultándolo de nuestra vista y cerca dun cuarto de milla más adelante se pasfrente a una capilla románica, pequeña ruinosa, sombreada por nostálgicoárboles, la cual fue desde tiempo

nmemoriales el lugar de reposo en eque la familia Marston depositó a sudifuntos y que en la actualidad compart

a negligencia y desolación perceptibleen la secular morada.

El aspecto de abandono d

Gylingden Hall se acrecienta con lsolemne tristeza del aislado valle dGylingden, despoblado como una forestencantada, en el que los cuervos d



regreso a sus albergues y los ciervoextraviados cuyos ojos asoman podebajo de la cornamenta, pareceejercer un dominio agreste mperturbado.

En años recientes las reparacione

fueron descuidadas, de modo que eejado se muestra aquí y allá desgarrad el «remiendo oportuno» ha quedad

sin realizar. En el lado de la casexpuesto a los vendavales, que soplan ravés del valle como un torrente que s

vuelca por su cauce, no ha quedado unsola ventana entera y los postigos sólcontienen deficientemente el ingreso da lluvia. Los techos y muros está



enmohecidos y verdes con manchas dhumedad. En uno u otro sitio donde hafiltraciones en el cielorraso, los pisos shan podrido. En las noches tormentosassegún refería el guardia lugareño, desdel puente de Gryston, a una buen

distancia, se pueden oír las puertas qugolpean violentamente y el gemido ulular del viento a través de los pasillo

vacíos.Hace unos setenta años que muri

Toby Marston, el anciano propietario

conocido en aquel lugar del mundo posus sabuesos, su hospitalidad y suvicios. Se había mostrado benévolo había intervenido en riñas; habí



regalado dinero y había castigado a lgente con su látigo como si fueracaballos. Cuando su vida se extinguióse llevaba consigo algunoagradecimientos y buen número dmaldiciones, y dejaba tras de sí un

cantidad de deudas y compromisos qupesaban sobre sus propiedades, cuymagnitud aterró a sus dos hijos, quiene

no tenían inclinación por los negocios nventarios y jamás sospecharon hasta l

desaparición del viejo caballero —

perverso, manirroto y malhablado— quéste había arrastrado los bienes a uestado de insolvencia.

Los dos muchachos se reunieron e



Gylingden Hall. El testamento estabdelante de ellos y contaban con eauxilio de abogados para interpretarlo de información ilimitada acerca de locompromisos con que el difunto lohabía agobiado. Por lo demás, e

estamento había sido concebido en taleérminos que entre los hermanos estall

sin demora una disputa a muerte.

Los hijos de Toby Marston diferíaen algunos aspectos, pero tenían urasgo que compartían entre sí y con s

finado padre: nunca se introducían medias en una disputa, y cuando yestaban adentro no se demoraban epequeñeces.



Scroope Marston, el mayor y mápeligroso de ellos, jamás fue epreferido del viejo propietario. No lgustaban los deportes rurales y loplaceres de la vida de campo; no era uatleta y, por cierto, no era atractivo.

Todo esto desagradaba a su padreEl muchacho, que no le tenía ningúrespeto y que al llegar a la edad adult

se sobrepuso al temor engendrado por lviolencia, devolvía a su progenitor loagravios. Por consiguiente, la aversió

que sentía el anciano de mal genio llega convertirse en verdadero odio. Solíexpresar su deseo de que ese pilldeforme y malhumorado como era e



maldito Scroope dejase de molestar quien era mejor que él, con lo que aludía Charles, su hijo menor; y cuandestaba en copas hablaba de una maneral que hasta los individuos que seguía

a sus sabuesos y compartían su oporto

sin distinción de edad, se sentíancómodos, pese a que se hallaba

habituados a soportar una razonabl

medida de brutalidad.Scroope Marston exhibía una liger

oroba y su cara era enjuta y amarillenta

sus ojos oscuros y penetrantes, su pelnegro y lacio, todo lo cual a menudo epropio de los contrahechos.

—No soy padre de esa criatur



encorvada. Yo no produje semejantengendro del demonio. Sería lo mismque decir que esos ganchos son vástagomíos —solía vociferar el ancianoaludiendo a las piernas largas y flacade su hijo—. Charles tiene aspect

humano, pero éste no es más que uanimal disimulado; no muestra nadpresentable o varonil y no tiene ni pizc

de los Marston.Cuando se hallaba bastant

borracho, el viejo propietario jurab

que «ese engendro nunca llegará sentarse en la cabecera de la mesa nespantará a la gente de Gylingden Halcon su condenada cara de feto, necio d



porra».Heredero de sus bienes sería e

Guapo Charlie. Sabía qué es un caballopodría disfrutar de sus posesiones y lamuchachas se derretían por él. Era uMarston «de la cabeza a los pies de s

metro ochenta».Sin embargo, el Guapo Charlie y s

padre también tuvieron su par d

encontronazos. El viejo propietario eran liberal en el uso del látigo como e

el manejo de la lengua, y en algun

ocasión en que ninguna de las dos armaestuvo a su alcance se sabía que le habídado a un individuo «una caricia con lonudillos». De todas maneras, el Guap



Charlie consideraba que llegado udeterminado momento el castigcorporal debía cesar. Una noche en quel oporto fluía hubo alguna alusión Marion Hayward, la hija del molineroo cual por uno u otro motivo molestó a

anciano caballero. Con «una buencurda» e ideas más claras sobre pugilatque sobre discreción, acometió a Guap

Charlie, para sorpresa de todos lopresentes. El muchacho hábilmentesquivó un golpe a la cabeza y cuant

sucedió fue que la garrafa de vino shizo añicos en el suelo. Pero la sangrdel viejo Toby hervía y saltó de sasiento. El Guapo Charlie se puso d



pie, resuelto a no soportar tonterías. Ehacendado Lilbourne, que estabbebido, trató de mediar y cayó al suelcuan largo era y se lastimó una orejentre los vidrios rotos. El GuapCharlie paró con su mano abierta e

golpe que el viejo propietario le lanzó omándolo por el pañuelo que tení

anudado en el cuello lo balanceó con l

espalda contra la pared. Dicen que eviejo jamás se había mostrado tan lívidni sus ojos tan saltones, y el Guap

Charlie lo retuvo con ambos brazoestrechamente pegado contra el muro. —Bueno, digo que… vamos, n

repitas más tonterías de esa especie y n



e voy a pegar —graznó el propietari—. Ésa la paraste bien, no hay duda¿No les parece? Vamos Charliemuchacho, digo que nos demos la man volvamos a sentarnos.

Así terminó la batalla, y creo que fu

a última vez que el propietario levanta mano al Guapo Charlie.

Pero aquellos días habían quedad

atrás. El viejo Toby Marston ahora yacíbastante frío y tieso en su tumbresguardada por un inmenso fresno, en l

capilla románica derruida en la quantos de la vieja estirpe de los Marstohabían sido devueltos a la tierra quedaron olvidados. Sólo en la memori



perduraba la imagen del ancianpropietario, con polainas y calzones dcuero percudidos por las inclemenciadel tiempo, con el tricornio al quodavía se aferraban los viejo

caballeros de entonces, con aque

chaleco rojo tan conocido que le llegabhasta las caderas y con su fiera cara ddogo. Mientras tanto, los hermanos entr

os que se había desencadenado uncontienda irreconciliable estaban en suflamantes ropas de luto, todaví

mpolutas, discutiendo a través de lmesa en la gran sala revestida de robleen la que tantas veces habían resonadas canciones chocarreras y soeces, lo



uramentos y las carcajadas de lovecinos afectos al viejo propietario dGylingden Hall, quien gustabcongregarlos allí.

Los jóvenes caballeros, que habíacrecido en Gylingden Hall, no estaba

habituados a contener sus lenguas y, ecaso necesario, no vacilaban en empleaos puños. Ninguno de los dos habí

asistido a las exequias de su padre. Efin se había producido de manermprevista. Acompañado a su lecho e

ese estado eufórico y agresivo en que lprecipitaba el oporto y el ponche, se lhalló muerto a la mañana siguiente, coa cabeza colgando por el costado de l



cama y la cara muy oscura e hinchada.Ahora, el testamento del propietari

despojaba a su hijo mayor de Gylingdenque había sido transmitida aprimogénito desde épocas remotísimasScroope Marston estaba furioso. Su vo

profunda y dura se escuchaba mientransultaba a su finado padre y a s

hermano viviente, al tiempo que lo

destemplados golpes sobre la mesa coque reforzaba sus tempestuosarecriminaciones resonaban en el vast

aposento. Después irrumpió la voz dCharles, más tosca; luego se produjo urápido intercambio de frases breves, más tarde ambas voces juntas creciero



en intensidad y enojo, hasta que poúltimo el tumulto se generalizó con lareconvenciones de los pacíficos atribulados juristas. Al fin, la reunión snterrumpió de manera abrupta. Scroop

abandonó violentamente la habitació

con su rostro pálido y furioso que smostraba aún más blanco por oposicióa su pelo negro, con sus oscuros

erribles ojos encendidos, con sus puñoapretados y con su aspecto más torpe deforme que nunca a causa de la

convulsiones que le producía lrritación.Palabras muy despiadadas había

ntercambiado entre sí pues Charlie



aunque salía beneficiado, se hallaba casan colérico como Scroope. El herman

mayor estaba decidido a retener la cas a iniciar juicio a su rival par

expulsarlo. Pero sus asesores legaleevidentemente se oponían a ello. Por l

anto, con un corazón que hervía damargura, viajó a Londres y comprobque la firma encargada de los asuntos d

su padre se mostraba bastante biedispuesta y comunicativa. Verificaron ldocumentación existente y comprobaro

que Gylingden no se encontraba sujeta arégimen de mayorazgo. Por muy extrañque resultase, era así; se hallabpositivamente exceptuada de tod



compromiso. Por consiguiente, erncuestionable que el viejo propietari

había tenido pleno derecho a disponede la finca en su testamento.

A pesar de todo, deseoso dvenganza, inflamado de agresividad

dispuesto a arruinarse con tal de destruia su hermano, Scroope asedió al GuapCharlie y acometió contra el testament

del viejo Marston en la Corte dPrivilegios y también en los tribunalecomunes. De tal modo, la disputa entr

os hermanos se fue haciendo máconfusa y de mes en mes crecía lexasperación de ambos.

Scroope fue derrotado. Sin embargo



a derrota no lo apaciguó. Charles podímostrarse dispuesto a perdonarle lapalabras duras; pero él por su parthabía resultado perjudicado, durante lprolongada campaña, en alguna de esaescaramuzas, enfrentamientos y demá

contingencias que forman los episodiode una gesta legal como ésa, en la quparticipaban los hermanos Marston e

calidad de combatientes rivalesAdemás, el perjuicio de las costaegales también lo alcanzó, con e

previsible efecto que ello tiene en eemperamento de un hombre cuyafinanzas están embrolladas. Los añovolaron, pero sus alas no lograron cura



as heridas. Por lo contrario, la hondcorrosión del odio se hizo todavía máprofunda con el transcurso del tiempo

inguno de los hermanos se casó. Nobstante, a Charles Marston lsobrevino un contratiempo de otr

ndole que limitó sus satisfacciones dmanera muy significativa.

Lo sucedido consistió en una caíd

de su caballo de caza. A causa de ellosufrió graves fracturas y hubconmoción cerebral. Por algún tiemp

se pensó que no lograría recuperarseDefraudó, empero, estos auguriopesimistas; llegó a curarse, si biesoportó cambios en dos aspecto



fundamentales: se vio aquejado de unesión en la cadera que le impidi

definitivamente cabalgar y el ánimuguetón que hasta ese momento nunca l

había fallado se desvaneció parsiempre.

Tom Cooper, que había sidmayordomo en la gloriosa época dGylingden Hall en que vivía Tob

Marston, aún conservaba su puesto coanticuada fidelidad, en aquel período dmarchito esplendor y frugalida

doméstica. Habían transcurrido veintaños desde la muerte del viejo amo. Eservidor se había vuelto flaco encorvado; su rostro tenía el tint



sombrío que confiere el paso del tiemp su carácter había adquirid

hosquedad, salvo en el trato con edueño de casa.

Éste había visitado Bath y Buxton había regresado en iguales condicione

que al partir; rengo y vacilante, requeríel auxilio de un bastón para su penosdeambular. Cuando se dispuso la vent

del caballo de caza, desapareció lúltima tradición de la existencia quanteriormente se llevaba en Gylingde

Hall. El joven propietario, como todavíse lo denominaba, impedido por enfortunio en el ejercicio de su activida

cinegética, se entregó a una forma d



vida solitaria y renqueaba lentamente sicompañía por la vetusta finca. Saspecto revelaba una ilimitadpesadumbre y rara vez levantaba loojos.

El viejo Cooper ocasionalmente s

atrevía a hablar con franqueza a su amoUn día le dijo, al entregarle el sombrer el bastón en el vestíbulo:

—¡Señorito Charles, debieranimarse un poco!

—Ya no es tiempo para que m

sienta animado, mi querido Cooper. —Pienso que el problema consisten que algo se le ha metido en la cabez no quiere confiárselo a nadie. De nad



sirve que lo guarde en sus entrañas. So contara se sentiría más aliviado

Veamos, señorito Charles; dígame ahorde qué se trata.

Con sus ojos redondos y grises, epropietario miró directamente a los ojo

de Cooper. Tuvo la sensación de que shabía quebrado un encantamiento. Ercomo la vieja disposición que impide a

espectro hablar hasta que le dirijan lpalabra. Contempló con seriedad erostro del viejo Cooper por alguno

nstantes y suspiró profundamente. —No es la primera vez en tu vidque haces una conjetura acertada, mviejo Cooper, y me alegro de que haya



hablado. Por cierto que algo ha estadmetido en mi cabeza desde que sufraquella caída. Sígueme y cierra lpuerta.

El propietario abrió la puerta de lsala revestida de roble y echó un

mirada distraída a los cuadros qucolgaban en torno. Hacía tiempo que nentraba allí y, luego de sentarse ante l

mesa, durante un rato volvió contemplar la cara de Cooper antes dreanudar la conversación.

—No es mucho, Cooper, pero mpreocupa; y no estoy dispuesto contárselo ni al párroco ni al médicopues, aunque no tiene ningun



mportancia, ¡vaya a saber qué diríanPero tú siempre fuiste leal a la familia no me preocupa que te enteres.

—Le aseguro, señorito Charles, quen los oídos de Cooper se hallará taseguro como en un cofre sepultado e

una cisterna. —No es más que esto —dij

Charles Marston, a la vez que bajaba s

mirada hacia el extremo del bastón, coel que trazaba rayas y círculos—: Todeste tiempo que; según pensaban, estuv

como muerto, después de la caídapermanecí con el viejo amo. —Mientrahablaba volvió a levantar sus ojos hacios de Cooper y con un atroz jurament



repitió—: ¡Estuve con él, Cooper! —A su modo, señor, era un bue

hombre —reflexionó el viejo Cooperdevolviendo la mirada con temor—. Fuun buen amo para mí y un buen padrpara usted, y confío en que descanse e

paz. ¡Que Dios lo haya recibido en sseno!

—Bueno —agregó Charles—, eso e

odo; durante aquel período íntegrestuve con él… o él conmigo, no lo séEl hecho consiste en que estuvimo

untos y me parecía que nunca iba ibrarme de su presencia. Todo eiempo me importunaba sobre una mism

cuestión; pero ¡por todos los demonios



aunque fuera necesario para salvar mvida, Tom Cooper, desde el momento eque recuperé la conciencia no he podidrecordar qué era. ¡Creo que daría unmano por saberlo! Si se te ocurre algde que pudiera tratarse, por amor d

Dios, no temas decírmelo, Tom Cooperpues me hizo graves amenazas y nengo la menor duda de que era él.

Siguió un silencio. —Y usted, señorito Charles, ¿qu

piensa que haya sido? —interrog

Cooper. —No se me ocurre ni la menor ideao he podido dar con el asunto…

nunca. Pensé que acaso él supiera alg



sobre Scroope, ese maldito jorobado denfierno que aseguró en presencia de

abogado Gingham que me había alzadcon un documento que reconocía emayorazgo… que lo hicimodesaparecer mi padre y yo. Y te asegur

por mi salvación, Tom Cooper, ¡qununca se dijo mayor embuste! Lo hubierlevado a tribunales por habe

pronunciado esas palabras y hubierdilapidado en él más de lo que valePero sucede que el abogado Gingham

desde que el dinero se volvió escaso eGylingden, nunca lleva adelante nada dcuanto le pido; y me resulta imposiblcambiar de abogado porque le debo un



cantidad de dinero. Sin embargo, fue asuró que estaba dispuesto a ahorcarm

por eso. Lo dijo con esas mismapalabras: no descansaría hastcolgarme. Pienso si no era algo por eestilo, algo referido al asunto, lo qu

preocupaba al viejo; pero con esto bastpara que uno se vuelva loco. No llego nsiquiera a imaginarme qué era… n

recuerdo ni una palabra de lo que mdijo. Sólo tengo presente que hizamenazas espantosas y, ¡Dios teng

piedad de nosotros!, parecía atrozmentdesagradable. —No hay motivos para ello. ¡Que e

Señor tenga piedad de él! —respondi



el viejo mayordomo. —No, por supuesto. Y no debe

contarle a nadie, a ninguna almviviente, Cooper, recuérdalo, quparecía desagradable, ni tampoco cosalguna relativa al episodio.

—¡Dios me libre de ello! —contestel viejo Cooper sacudiendo la cabeza—Pero se me acaba de ocurrir, señor, si n

se trata del desaire que se le hizo poanto tiempo, al no ponerle una lápida

que ni un trazo de cincel diga quién es.

—¡Claro! A decir verdad, no habípensado en ello. Ponte el sombrero, mviejo Cooper, y ven conmigo. No scómo, pero trataré de arreglarlo.



Hay una vereda que conduce a travéde un molinete hasta el parque y, de allhasta el antiguo y pintoresco lugar eque se hallan las tumbas, en un rincóapartado junto al camino, sombreadpor añosos árboles. Era una hermos

puesta de sol otoñal, cuando lucemelancólicas y largas sombradesparraman sus peculiares efecto

sobre el paisaje. El Guapo Charlie y eviejo mayordomo recorrían lentamentsu camino hacia el sitio en que, al fin

ambién habría de reposar el actuapropietario. —¿Cuál de los perros aulló durant

oda la noche? —preguntó Charle



Marston al llegar al senderito. —Un perro vagabundo, señorit

Charlie; se había instalado frente a lcasa. Los nuestros estaban en laperreras. Por lo que pude comprobarera un animal de pelaje blanco co

cabeza negra. Estaba husmeando lescalinata que el viejo amo, ¡que Dioenga en la gloria!, hizo construir aquell

vez que tuvo problemas en la rodillaCuando llegó arriba y se puso a aullaunto a las ventanas, tuve ganas d

irarle con algo. —¡Hola! ¿No es ése? —dijo epropietario, deteniéndose abruptament señalando con su bastón un perro d



color blanco sucio con una gran cabeznegra, que corría en torno de ellos en uamplio círculo, a medias agazapado coese aspecto de indecisión y recelo quales animales saben adoptar tan bien.

Llamó al perro con un silbido. Er

un dogo de gran tamaño, medio muertde hambre.

—La bestia hizo un largo viaje; est

flaco como un palo, completamentsucio y las uñas parecen muy gastada—observó el propietario reflexivament

—. No tiene mala traza, Cooper. Mpobre padre sentía predilección por lobuenos dogos y sabía diferenciar umero cuzco de un animal valioso.



El perro había levantado los ojopara mirar al propietario en la cara coel peculiar semblante torvo de sespecie, y el propietarirreverentemente pensaba hasta qu

punto se asemejaba a los rasgos canino

que tenía el rostro fiero de su padrcuando esgrimía el látigo y maldecía un peón.

—Para obrar con prudencia, enecesario pegarle un tiro.

—Perturbaría el ganado y mataría

nuestros perros —advirtió el propietari—. Óyeme, Cooper. Hay que decirle aguardián que disponga de él. Es tacorpulento que puede derribar u



carnero, y no quiero que se alimente comi rebaño.

Pero no iba a resultar fácil librarsdel perro. Contempló con mirada tristal propietario, y una vez que los dohombres se alejaron un poco los sigui

ímidamente.Era inútil tratar de espantarlo. E

animal corría en torno de ellos e

amplios círculos a semejanza del perrnfernal en Fausto, con la únic

diferencia de que no dejaba un tenu

vestigio de llamas a su paso. Ejecutabales movimientos con un aire suplicantque halagaba y conmovía al destinataride esta extraña preferencia. Po



consiguiente, lo volvió a llamar, lacarició y, sin más demoras, procedió ecierto modo a adoptarlo.

Ahora el perro seguía, obediente, lopasos de los dos caminantes, como shubiera pertenecido al Guapo Charli

oda su vida. Cooper quitó el cerrojo da puertecita de hierro. El animal s

mantuvo a estrecha distancia de su

alones y los acompañó en la visita a lcapilla destechada.

La familia Marston yacía en fila

bajo el piso del pequeño edificio. Nhabía una bóveda. Cada cual tenía sumba propia enmarcada por un zócal

de argamasa. Encima de cada una habí



una suerte de cofre de piedra, la partsuperior de cuya tapa incluía erespectivo epitafio, salvo en el caso depobre viejo Toby. Sobre él no había máque hierbas y el zócalo de argamasa, qundicaba el lugar donde corresponderí

ubicar el cofre de piedra cuando sfamilia le otorgase uno similar a los qurecubrían a los demás.

—La verdad, parece descuidado. Eobligación del primogénito, pero si él narregla la cuestión lo haré yo y m

encargaré de que quede bien indicadque el hijo menor puso la lápida porquel mayor se negó a prestar scolaboración.



Dieron un paseo por el pequeñcementerio. El sol ya estaba bajo ehorizonte y el resplandor rojo metálicde las nubes, todavía iluminadas por luz del día, se mezclaba con aspectormentoso al crepúsculo. Cuand

Charlie volvió a asomar su mirada en lcapillita, vio al endiablado perro que sestiraba sobre la tumba de Tob

Marston, con la apariencia de que sargo era el doble del natural, al tiemp

que hacía cabriolas que llamaron l

atención al joven propietario. Quiehaya visto un gato estirado sobre el piscon un manojo de valerianaretorciéndose, serpenteando



refregando sus quijadas en prolongadacaricias, enfrascado en un éxtasisensual, habrá presenciado uespectáculo análogo al que observó eGuapo Charlie cuando echó una miradal interior.

La cabeza del animal se mostraban grande, su cuerpo resultaba tan larg flaco y sus articulaciones dejaban un

mpresión tan torpe y dislocada que epropietario, con el viejo Cooper a sado, permaneció con la vista fij

poseído por una sensación de asombro disgusto que, al cabo de uno o donstantes, lo llevó a propinarle co

violencia un par de bastonazos



Recuperado de su éxtasis, saltó hacia lcabecera de la tumba y allí, tenso arqueado como antes, imprevistamentenfrentó a su atacante que se encontraba los pies del sepulcro, al tiempo qumostraba los dientes con actitu

amenazadora y su mirada se mostrabferoz con ese verde peculiar de la ircanina.

Al momento siguiente, el perro sagazapaba abyectamente ante el GuapCharlie.

—¡Parece que no admite bromas! —dijo el viejo Cooper mirándolo codureza.

—Me gusta —observó e



propietario. —A mí, no —replicó Cooper. —No debe entrar aquí nuevament

—decidió el propietario. —No me extrañaría que fuese un

bruja —acotó el viejo Cooper, que tení

noticia de más historias de hechiceríque las habituales hoy día en la región.

—Es un buen perro —comentó e

propietario vagamente—. Recuerdo lépoca en que hubiera pagado un bueprecio por él. Pero ya no volveré

recuperar la destreza perdida. Veconmigo.Se inclinó y le dio alguna

palmaditas. Entonces el perro se levant



lo miró a la cara, como si esperasalguna indicación, por mínima que fuesepara obedecerla.

A Cooper no le gustaba ni pizca lque contenía esa piel canina. Ncomprendía qué suscitaba el interés de

propietario por ese animal. Por la nochel Guapo Charlie lo encerraba en la salde armas, de día lo llevaba consigo e

sus cojeantes vagabundeos por la fincaCuanto más el amo llegó a quererlomenos Cooper y el resto de lo

servidores lo toleraron. —No tiene la menor traza de lo quhace que un perro sea bueno —refunfuñaba Cooper—. Creo que e



señorito Charlie está ciego. Además, eviejo Capitán —un rojo papagayo dbastante edad que permanecíencadenado a una percha en la salrevestida de roble, hablando consigmismo, picoteando sus garras

ironeando de la percha sin cesar—, eviejo Capitán, único ser viviente qurecuerda al anterior amo con excepció

de uno o dos de nosotros, en cuanto vial perro dio un chillido como si lpegaran, agitó sus plumas y se dejó caer

pobre animalito de Dios, colgando duna pata como atacado de un paroxismoSin embargo, no había margen par

fantasías, pues el propietario era una d



esas personas obstinadas que se aferracon más tozudez a sus caprichos cuantmayor es la oposición que se lepresenta. Pero la salud de CharleMarston se hallaba resentida por scojera. La transición de sus habituales

enérgicas actividades a una existencicomo la que ahora le imponía smpedimento nunca se cumple si

riesgos y una infinidad de molestiadispépticas, que anteriormente nsiquiera sospechaba, lo asediaban co

amarga persistencia. Entre ellas sencontraba la frecuente perturbación dsu reposo, acosado por sueños pesadillas. En éstos, su perro favorit



desempeñaba invariablemente un papepor lo general protagónico, en ocasionesin que lo acompañaran otropersonajes. En tales visiones, el animaparecía agrandarse junto al lecho depropietario y, una vez que alcanzab

nmensas proporciones, se sentaba a supies con una repulsiva semejanza de laachatadas facciones que tenía el finad

Toby, con sus típicos gestos al menear lcabeza y levantar el mentón; luego de lcual, comenzaba a hablarle acerca d

Scroope y a decirle que «todo estaborcido», que «debía reconciliarse coScroope», que él —el viejo propietari— le había «jugado una mala pasada»



que «faltaba poco tiempo», que «lo justera justo» y que «allí donde estaba ssentía inquieto por Scroope».

Después de todas estaexplicaciones, en sus sueños el animasemihumano, arrastrándose servilmente

acercaba su cara a la del durmiente agazapaba su cuerpo, pesado complomo, hasta que el hocico de la besti

se ubicaba encima del rostro de Charliecon el despliegue de las mismazalamerías, revolcones y retorcimiento

abominables que había exhibido sobra tumba del viejo Toby. Al cabo, epropietario se despertaba con jadeos gemidos, se erguía en la cama bañado e



fría transpiración y tenía la impresión dhaber visto algo blanco que se deslizaba los pies del lecho. A veces suponíque podía ser el borde blanco decortinado o el cobertor desplazado posus inquietos movimientos; pero en tale

ocasiones, siempre quedaba lsensación de que había visto algo blancque se escurría presuroso de la cama;

odas las veces que lo poseíasemejantes sueños, a la mañansiguiente el perro se mostraba má

cariñoso y servil que de costumbrecomo si con una bienvenida máafectuosa que la habitual quisiese borrael sentimiento de disgusto que el horro



de la noche había dejado a su paso.El médico tranquilizó a medias a

propietario diciéndole que nada habíen aquellos sueños cuya aparición, duna u otra forma, solía acompañanvariablemente los diversos problema

digestivos que padecía.Por un tiempo, como par

corroborar esta teoría, el perro cesó po

completo de aparecer en ellos. Pero afin se produjo una visión en la cual, dmanera mucho más desagradable qu

antes, recuperó su antiguo lugar.En la pesadilla de Charlie, el cuartse mostraba casi en penumbras; oyó lque pudo reconocer como las pisada



del perro que venía lentamente de lpuerta, ubicada haciendo un rodeo desda cama, y se dirigía hasta el sitio por e

que siempre subía a ésta. Parte de lhabitación no se hallaba alfombrada ysegún declaró, podía escuchar d

manera inconfundible los movimientodel animal, el leve repiqueteo de cuyauñas percibía. Eran pasos suaves

furtivos, pero cada vez que apoyaba lpata en el suelo todo el cuarto sestremecía pesadamente; advirtió qu

algo se instalaba a sus pies y vio un pade ojos verdes que lo miraban fijamenten la oscuridad, de los que no pudapartar su vista. Entonces tuvo l



sensación de que escuchaba la voz deviejo Toby diciéndole:

—La undécima hora ha transcurridoCharlie, y no has hecho nada. ¡Tú y yhemos obrado en perjuicio de Scroope—Siguieron muchas otras cosas, y lueg

—: El tiempo está por llegar, se va cumplir el plazo.

Con un largo y sordo gruñido, es

empezó a arrastrarse desde sus pies. Egruñido prosiguió y Charlie observó loverdes ojos levantados que se reflejaba

en la ropa de cama, a medida que eanimal comenzaba a estirarse coentitud para ir subiendo por el cuerp

de su amo hacia la cabeza. El durmient



se despertó profiriendo un gritestridente. La luz que, en los últimoiempos, el propietario solía deja

encendida en el dormitorio se habíapagado accidentalmente. Temíevantarse e inclusive durante un rato n

se atrevió a mirar en torno del cuartoan seguro se hallaba de tropezar en l

oscuridad con aquellos ojos verdes

fijos en él desde algún rincón. Apenarecobrado del primer sobresalto que lpesadilla deja a su paso y mientra

rataba de ordenar sus ideas, advirtique el reloj daba las doce. Ello lrecordó las palabras: «La undécimhora ha transcurrido… El tiempo est



por llegar, se va a cumplir el plazo»Casi tenía miedo de oír que la voretomaba el asunto.

A la mañana siguiente, cuando epropietario salió de su cuarto, daba lmpresión de hallarse enfermo. Dijo:

—¿Tienes idea, Cooper, de udormitorio que acostumbraban llamar lCámara del Rey Herodes?

—Efectivamente, señor; cuando erapenas un muchacho vi la historia derey Herodes en sus muros.

—Junto a esa habitación hay ugabinete, ¿verdad? —No estoy seguro; pero no vale l

pena que vaya a verla; las colgaduras s



han podrido y cayeron de las paredeantes de que usted naciera. En su interiono hay más que algunos cachivacherotos y trastos viejos. Yo mismo estuvpresente cuando el pobre Twinks lometió allí. ¿Se acuerda de Twinks

Murió aquí cuando la gran nevada: ¡buerabajo costó enterrar al pobre infeliz!

—Consígueme la llave, Cooper

echaré una mirada —agregó epropietario.

—¿Qué demonios espera encontra

en ese lugar? —respondió Cooper, coel desenfado propio de un mayordomrural.

—¿Y qué demonios te interesa? Per



no me incomoda decírtelo. No quierque el perro permanezca en la sala darmas y trataré de ubicarlo en algún otrsitio. Se me ocurre que podría ser allí.

—¡Ese animal instalado en udormitorio! ¡Por favor, señor! ¡La gent

creerá que se ha vuelto loco! —Bueno, que lo crean. Consíguem

a llave y hagamos una visita al cuarto.

—Para obrar con prudenciaseñorito Charlie, debió pegarle un tiro

o tiene idea del alboroto que hiz

anoche en la sala de armas: caminaba dun lado para otro y gruñía como un tigrde circo. Diga usted lo que quiera, eperro no vale ni la comida que recibe



no tiene ni pizca de habilidad, no sirvpara nada.

—Conozco los perros mejor que túy te aseguro que es bueno! —arguyó e

propietario con desagrado. —Si supiera valorar un perro, a ést

a lo hubiera colgado —insistió Cooper —No pienso hacerlo, de modo qu

erminemos con la cuestión. Ve a busca

a llave, y mientras bajas a recogerla nquiero oírte refunfuñar. Acaso cambide opinión.

Por lo demás, el capricho de visitaa Cámara del Rey Herodes tenía, everdad, un propósito totalmente distintdel que había declarado el propietario



La voz escuchada en la pesadilla habíncluido una referencia específica que s

había adueñado de Charles Marston que no lo dejaría en paz hastverificarla. Lejos de gustarle, el perrempezaba a resultarle sospechosament

perturbador; si el viejo Cooper nhubiera estimulado su carácteobstinado, es lícito suponer que antes d

a noche habría tomado medidaconcretas para librarse del pensionista.

En compañía de Cooper subió hast

el tercer piso, desocupado desde hacíargo tiempo. Al final de una polvorientgalería se hallaba la habitación. El viejapiz, del que había recibido su nombr



a espaciosa cámara, hacía mucho quhabía sido reemplazado por uempapelado moderno, y éste se hallabmohoso y en algunos sitios colgaba das paredes. Una espesa capa de tierr

se había acumulado sobre el piso. Silla

mesas rotas, recubiertas de polvoacían dispersas junto con otros trastos

apiladas en un rincón del cuarto.

Entraron en el gabinete, que estabcompletamente vacío. El propietarimiró a su alrededor y hubiera resultad

muy difícil determinar si se sintialiviado o desilusionado. —No hay muebles aquí —dijo

asomándose por la polvorienta ventan



—. ¿Me dijiste algo últimamente, no mrefiero a esta mañana, acerca del cuarto del gabinete, o de no sé qué…? Me holvidado…

—¡Que Dios lo ampare! Le asegurque no. Tenía olvidado este cuarto desd

hace cuarenta años. —Hay algún mueble antiguo al qu

lamaban alacena, ¿no recuerdas? —

nquirió el propietario. —¿Una alacena? Bueno, sí, con tod

seguridad había una alacena, no tengo l

menor duda. Estaba en el gabinete, ahorque me lo ha recordado —contestCooper—. Pero quedó empapelada.

—¿Se puede saber qué es?



—Un armarito dentro de la pared —fue la respuesta.

—¡Ajá! Ya veo. Y aquí hay una cosde tal especie bajo el empapelado, ¿nes así? Señálame más o menos dónde.

—Bien. Creo que es por aquí —

contestó golpeando los nudillos a largo de la pared opuesta a la ventan

—. En efecto, aquí está —agregó cuand

el sonido a hueco de una puerta dmadera respondió a sus golpes.

El propietario arrancó e

empapelado suelto y puso al descubiertas puertas de un armarito de unos dopies cuadrados ubicado en la pared.

—El lugar apropiado para mi



pistolas y arreos y para el resto de michucherías —declaró el Guapo Charli—. Vámonos. Dejaremos al perro dondestá. ¿Tienes la llave del armarito?

No, no la tenía. El viejo amo lhabía vaciado y cerrado, y era su dese

que lo empapelaran por encima. En esconsistía todo.

El propietario descendió y extraj

un poderoso destornillador de su caja dherramientas. Luego volvió a subicalmosamente a la Cámara del Re

Herodes. Con poco esfuerzo logró abria puerta del armarito que se hallaba eel gabinete. En su interior había cartas contratos de arriendos cancelados, as



como un documento de pergamino qulevó a la ventana y leyó con gra

agitación. Era un acta suplementariredactada unos quince días después quos otros documentos relativos a la finc anterior al casamiento de su padre

Allí se estipulaba estrictamente quGylingden pasaría al primogénito, segúel régimen del mayorazgo. El Guap

Charlie, en el curso de los litigios cosu hermano, había adquiridrudimentariamente alguno

conocimientos de técnica legal y sabífuera de toda duda que ese testimonio nsólo habría de transferir la casa y laierras a Scroope, sino que además l



dejaría a merced de su iracundhermano, quien estaba autorizado reclamarle hasta la última moneda quhubiese percibido en concepto de renta partir de la muerte de su padre.

Era un día lúgubre y nublado, co

algo de amenazador en su aspecto, donde se hallaba Charles Marston loscuridad resultaba intensificada por l

copa de uno de los sombríos y añosoárboles que se cernía sobre la ventana.

En un estado de atroz desconciert

rató de reflexionar acerca de ssituación. Guardó el documento en sbolsillo y estuvo casi decidido destruirlo. Poco tiempo atrás, en tale



circunstancias, no hubiera vacilado unstante; pero ahora su salud y su

nervios estaban perturbados y se sentíposeído por un temor sobrenatural quel extraño descubrimiento del pergaminno hacía más que confirmar en form

decisiva.En estas condiciones de profund

agitación, oyó olfatear ante la puerta de

gabinete y luego percibió un arañazmpaciente y un gruñido sordo

prolongado. Se armó de coraje y, si

saber qué podía aguardarle, abrió lpuerta de golpe y vio al perro, no en eamaño que adquiría en sus sueños, sin

en actitud alegre y retozona, con gesto



serviles que trataban de halagarlo pomedio de vehementes muestras dsumisión. A continuación, mientrarondaba por el gabinete, el animal gruñamenazadoramente en los rincones pareció hallarse en un estado d

rrefrenable perturbación. Después de lcual, volvió a retozar y se agachdócilmente a sus pies.

Transcurridos los primeros instantesa impresión de horror y miedo comenz

a disminuir, de modo que el propietari

casi se reprochó por haber respondidal afecto de esa pobre bestia desposeídde cariño con una antipatía de la que erealidad no era merecedora.



Los pasos del animal repiquetearoa sus espaldas, mientras lo seguía adescender las escaleras. De manerbastante extraña, la presencia del perrouego de la inicial repulsión, lranquilizó, pues ante sus ojos se mostr

an fiel y tan bien dispuesto, a la vez quresultaba en forma tan notoria solamentun irracional.

A la hora del crepúsculo epropietario ya había optado por ucamino intermedio; no habría d

nformar a su hermano dedescubrimiento, pero tampoco iba destruir el documento. No se proponícasarse, porque ya estaba excedido e



edad. Dejaría una carta que explicase ehallazgo del pergamino, dirigida aúnico albacea sobreviviente —quiecon absoluta seguridad ya habíolvidado todo el asunto— y, tras habedisfrutado de la finca hasta el fin de su

días, dispondría que todo quedara eregla después de su muerte. ¿No eracaso lo correcto? Sin duda alguna est

arreglo satisfacía con plenitud lo qudenominaba su conciencia y pensó quera un compromiso endemoniadament

favorable para su hermano. Hacia lpuesta del sol, salió a realizar scaminata habitual.

Cuando regresaba, a la hora en qu



a oscurece, con el perro que lacompañaba como de costumbre, éstcomenzó en un principio a ponersuguetón y alborotado, corriendo a s

alrededor en grandes círculos tal como había hecho antes, casi al máximo d

su rapidez, con la cabeza gacha entre lapatas delanteras mientras se lanzaba oda prisa. Cuanto más excitados s

ornaban sus movimientos y máestrechos los círculos, más estridentes fieros eran los gruñidos ininterrumpidos

al punto de que el propietario se detuv tomó su bastón con fuerza, pues loojos cárdenos y las muecas de la bestianunciaban un ataque. Girando sobre s



mismo a medida que el inquieto animaestrechaba su círculo y lanzándolvarios golpes con su bastón. Al fin ssintió tan cansado que ya dudaba dmantenerlo por más tiempo a distanciacuando imprevistamente el dogo s

detuvo y se arrastró hasta sus pies coescurridizos movimientos y agachadservilismo.

Nada podía ser testimonio máabyecto de un pedido de disculpas; cuando el propietario le descargó do

pesados bastonazos, el perro apenagimoteó con un retorcimiento y lamisus pies. El Guapo Charlie se sentó eun árbol caído y su torpe compañero



recuperando de inmediato su maltrechánimo, empezó a olfatear y hocicar entras raíces. El hombre verificó si e

documento seguía en su bolsillo, sobrsu pecho; allí estaba, en efecto. Dnuevo reflexionó, en el más solitario d

os lugares, acerca de la duda que tenísobre conservarlo para que después dsu muerte fuese devuelto a su hermano

destruirlo. Comenzaba a inclinarse poesto último, cuando no muy lejos uprolongado y sordo gruñido del anima

o sobresaltó.Estaba sentado en un melancólicbosquecillo de añosos árboles que snclinaban suavemente hacia el oeste



Exactamente se observaba el mismefecto extraño de luces que ya sdescribió antes: un débil resplandoreflejado desde las alturas del cielouego de que el sol se hubo puesto

comunicaba a las tinieblas creciente

una rojiza vaguedad. La foresta, ubicaden una grata depresión, suscitaba unsensación de soledad en virtud de que s

horizonte estaba cerrado en todadirecciones con excepción de una.

Se levantó y miró por encima de l

barrera que accidentalmente formabaos troncos de los árboles caídosapilados unos sobre otros. Desde allcontempló al perro cuyas dimensione



se agrandaban del otro lado hastpresentar un aspecto alargado, con sfea cabeza que, a causa de ello, parecíhaber adquirido el doble del tamañnatural. La pesadilla volvía a dominarloEn ese momento, entre los troncos l

desgarbada cara del animal se extendí el largo pescuezo se prolongaba aú

más: a continuación, el cuerpo s

asemejó a un enorme lagarto blanco; mientras forcejeaba y se retorcía entras ramas, gruñía y lo miraba con ojo

deslumbrantes, como si fuera devorarlo.Con toda la rapidez que le permití

su cojera, el propietario, escapó de es



ugar aislado en dirección a la casa. Everdad, no hubiera podido deciexactamente qué pensamientos pasabapor su cabeza mientras huía. Percuando el perro se unió a él parecíranquilizado y hasta mostraba bue

humor, en tanto que su figura ya no tenínada en común con la bestia qurondaba sus sueños.

Aquella noche a eso de las diez, epropietario, bastante agitado, llamó aguardabosques y le explicó que, a s

uicio, el perro se hallaba rabioso y ernecesario eliminarlo. Podía pegarle ubalazo en la sala de armas, donde sencontraba: uno o dos disparos en e



revestimiento de madera no importabano que sí debía tener en cuenta era que e

animal no tuviese posibilidad de salivivo.

El Guapo Charlie entregó aguardabosques su revólver de cañ

doble, cargado con pesada municiónSólo lo acompañó hasta el vestíbulo puso una mano en el brazo del servidor

quien observó que el pulso depropietario era inseguro y que parecí«blanco como cuajada».

—Escuche un momento —dijCharles Marston en un susurro.Oyeron que el perro se hallaba en l

habitación muy excitado; gruñí



ominosamente, subía al antepecho de lventana y bajaba de él, corría alrededodel cuarto.

—Debe mostrarse eficaz, téngalpresente: no le dé la menor oportunidadPóngase de costado, ¿me entiende?,

descargue toda la munición! —No es la primera vez que dispar

contra un perro rabioso, señor —

respondió el individuo con una miradmuy seria, mientras amartillaba el arma

Cuando el guardabosques abrió l

puerta, el perro saltó hacia la vacírejilla del hogar. El hombre dijo qu«nunca había visto semejante demonioieso y con la mirada fija». La besti



giró sobre sí, al parecer como si spropusiera buscar refugio en lchimenea, «pero eso no debía suceder ningún precio». Profirió un alarido qunada tenía de canino, sino que sasemejaba al grito de un hombr

atrapado por una piedra de molino, antes de que pudiera saltar sobre eguardabosques éste disparó una carga

El perro se le arrojó encima y rodórecibiendo la segunda carga en lcabeza, mientras resoplaba a los pies d

su adversario. —¡Nunca vi cosa semejante nescuché chillido igual! —dijo eguardabosques retrocediendo—. Hac



que uno se sienta desconcertado. —¿Está muerto? —preguntó e

propietario. —Sin lugar a dudas, señor —

respondió el servidor, arrastrándolo depescuezo por el piso.

—Arrójelo fuera de la casa —agregó el Guapo Charlie— y encárguesde sacarlo de la propiedad esta mism

noche. El viejo Cooper dice que es unbruja —y aquí el propietario sonripálidamente—, de modo que no deb

permanecer en Gylingden.Jamás nadie se sintió máranquilizado que Charles Marston,

por espacio de una semana a partir d



este suceso su reposo fue el máapacible desde hacía mucho tiempo.

Nos incumbe a todos obrar coprontitud de acuerdo con nuestrabuenas resoluciones. Hay una tendencincontenible hacia el mal que, si se l

permite actuar, desviará los propósitoniciales. Si en un momento de temo

supersticioso el propietario habí

pensado aceptar un gran sacrificio había decidido, en relación adocumento tan misteriosament

recuperado, que se mostraría honestcon su hermano, tal proyecto fue mupronto suplantado por una solución dcompromiso con el fraude, la cua



posponía de manera conveniente lrestitución hasta una fecha en que ya ne resultaría posible seguir disfrutand

de la finca. Luego llegaron nuevoanuncios del lenguaje violento amenazador que utilizaba Scroope

quien siempre reiteraba los mismoestribillos: no dejaría una piedra siremover para demostrar que existía u

documento que Charles había ocultado destruido; no descansaría hasta colgarlo

Éstas eran, por cierto, palabra

nsensatas. Al principio, CharleMarston sólo había llegado enardecerse, pero luego de su reciente culpable comprobación y ocultamient



se sentía amedrentado. Lo amenazaba lexistencia del pergamino y, poco a pocolegó a la conclusión de que er

menester destruirlo. Tuvo muchavacilaciones y temores antes de qupudiera decidirse a cometer el delito

Sin embargo, al fin lo hizo y se libró dos cuidados provocados por esestimonio, que en cualquier moment

podía convertirse en motivo dnfortunio y ruina. Ello lo alivió, perambién engendró nuevos y terrible

desasosiegos, a causa de la faltcometida.Se había despojado bastante bien d

sus escrúpulos sobrenaturales. Lo qu



ahora lo angustiaba era un problema dndole diferente.

Sin embargo, esa noche creyó que ldespertaba una violenta agitación en secho. Pese a la luz muy insuficiente

pudo ver dos figuras al pie de la cama

cada una de las cuales sostenía uno dos pilares. En una de ellas le pareci

reconocer a su hermano Scroope, e

anto que la otra era el viejo propietari—de ello estaba seguro—, y tuvo lsensación de que ambas lo había

sacado del sueño. Tan pronto comCharlie hubo despertado, Toby Marstoe habló para decirle:

—¡Fuera de nuestra casa! Esto n



durará mucho. Vendremos juntos, pomutuo acuerdo, y nos quedaremosAunque te advertí de ello, lo hiciste coplena conciencia. ¡Ahora Scroope tcolgará! ¡Los dos juntos te colgaremosTenlo presente, engendro del demonio.

El viejo propietariemblorosamente estiró su rostro

desfigurado por los balazos y la sangre

adquirió gradualmente un parecidcada vez mayor con el perro. Comenzó estirarse y a trepar por la cama desd

os pies. Al mismo tiempo, Charliadvirtió que la presencia que se hallabdel otro lado, apenas algo más que unoscura sombra, comenzaba también



subirse al lecho. De inmediato sdesencadenó en el dormitorio unerrible confusión, con gran alboroto

una suerte de parloteo acompañado dcarcajadas. Al propietario le fumposible entender las palabras, per

despertó gritando y comprobó que shallaba de pie en el piso. Los fantasma el griterío se desvanecieron, si bien s

escuchó un estrépito, acompañado por eintineo de los fragmentos de un objet

destrozado. El gran recipiente d

porcelana, que por generaciones habísido empleado para bautizar a loMarston de Gylingden, había caído de lrepisa y se había estrellado sobre l



piedra del hogar. —Toda la noche estuve soñando co

Scrooper. No me extrañaría, mi viejCooper, que hubiese muerto —dijo a lmañana siguiente Charles Marston.

—¡Dios nos libre y guarde

También yo lo vi en sueños, señor! Mpareció que profería maldiciones uramentos porque lo habían robado

mientras, ¡Dios lo tenga en la gloria!, eviejo amo —puedo jurar que era él—me decía muy claro: «Levántate

Cooper; dame una mano para colgarlocondenado ladrón miserable, porque nes más que un cuzco de porquería, no ucachorro mío». Me pareció que era e



perro que mataron las otras noches qucorría hacia mí. Tuve la sensación dque el viejo amo me daba un puñetazo o me ponía en actividad, diciéndole

«A sus órdenes, señor». Por un rato nme pude sacar de la cabeza que el am

odavía estaba en la habitación.Cartas procedentes de la ciuda

pronto convencieron al propietario d

que su hermano Scroope, lejos de habemuerto, se hallaba singularmente activoel apoderado de Charlie le escribió mu

alarmado, informándolo quaccidentalmente se había enterado dque Scroope se proponía iniciar uncausa para demostrar la existencia de u



acta suplementaria relativa a la finca, da que tenía pruebas subsidiarias que l

permitirían entrar en posesión dGylingden. Ante esta amenaza, el GuapCharlie se encogió de hombros y enviuna enérgica carta a su representante, s

bien permaneció a la espera de lo qupudiera suceder con un secretpresentimiento.

Scroope ahora formulabestrepitosas conminaciones, juraba en sestilo más agresivo y reiteraba l

antigua promesa de que iba a colgar ese estafador. En medio de talentimaciones y aprestos se produjo

empero, un imprevisto apaciguamiento



Scroope se murió sin tiempo para tomaas medidas que le permitieran un asalt

póstumo a su hermano. Era uno de esocasos de enfermedad cardíaca en que lmuerte es tan rápida como upistoletazo.

A Charlie no le fue posible ocultaa alegría, lo cual podía suscita

desagrado aunque, por supuesto, no er

una actitud del todo maligna, pueconsistía en la distensión producida pohaber superado un temor secreto

Resultaba asimismo jocosamentafortunada la circunstancia de quapenas el día anterior Scroope hubiesdestruido su testamento precedente, en e



cual dejaba todos sus bienes a uextraño, con el objeto de redactar unnuevo al cabo de un par de jornadas eel cual enunciaba la condición expresde proseguir las acciones judicialecontra Charlie.

Como consecuencia de ello, cuantposeía pasó incondicionalmente a manode su hermano, en calidad de legítim

heredero. Todo esto ofrecía motivopara un júbilo incontenible. Por ciertono estaba ausente el odio, arraigad

profundamente a lo largo de una vida eque habían intercambiado agresiones ultrajes con recíproca persistencia; arespecto, debe tomarse en cuenta que e



Guapo Charlie era capaz de cultivar eresentimiento y de disfrutar de lvenganza con todo su corazón. Se habrísentido feliz si hubiera podido impedique su hermano fuese enterrado en lcapilla de Gylingden, donde éste querí

reposar; pero sus abogados no estabaseguros de que fuese lícito impedirloaparte de que no resultaría fácil poners

a salvo del escándalo que era inevitablsi se oponía a la ceremonia, a la quasistirían —como no podía ignorarlo—

algunos de los antiguos propietarioocales y otras personas coaspiraciones hereditarias a los bienes dos Marston.



Pero ordenó a la servidumbre qunadie asistiera al funeral, con lpromesa —mechada de juramentos maldiciones que no debían desestimars— de que cualquiera que ignorase sdecisión encontraría a su regreso l

puerta cerrada en las narices.Cabe suponer que, con excepció

del viejo Cooper, a ningún servido

preocupó la prohibición, salvo por ehecho de que iba en perjuicio de uncuriosidad que siempre se muestr

vigorosa en la existencia rural. Coopese sintió muy molesto por lcircunstancia de que el hijo mayor deviejo amo fuera enterrado en la antigu



capilla familiar sin que Gylingden Halhiciera ninguna demostración derespeto debido. Consultó al dueño dcasa acerca de si, por lo menos, sprepararían vino y refrescos, en la salrevestida de roble, para el caso de qu

alguno de los caballeros de la comarcque demostrase su afecto por la viejfamilia deseara acercarse hasta allí. E

propietario, empero, sólo le respondialgunas palabrotas y le aconsejó que smetiera en sus propios asuntos; además

por si ello sucedía, le ordenó que dijerque el amo estaba ausente y que no shabían dispuesto preparativos; en sumaque se despechara a cualquier visitant



al como había llegado. Cooper formulobstinadas reconvenciones y epropietario se sintió cada vez máenojado hasta que, después de unormentosa escena, recogió su sombrer su bastón y salió, justo en el moment

en que comenzaba a verse el cortejfúnebre que descendía por el valldesde la antigua Taberna del Ángel .

Cooper anduvo rondanddesconsolado y, en la medida en qupudo hacerlo, contó desde la puerta e

número de carruajes. Cuando el entierrconcluyó y comenzaron a irse loasistentes, regresó a la casa cuya puertpermanecía abierta y, como d



costumbre, desierta. Antes de llegar ella, un coche del cortejo se acercó dos caballeros con capas negras crespones en los sombrerodescendieron; sin mirar a uno u otrado, comenzaron a subir la escalinat

que conducía a la mansión. Cooper losiguió lentamente. Supuso que el cochhabría dado la vuelta para estacionars

en el patio, pues cuando llegó a lentrada ya no se veía.

Por consiguiente, el mayordom

ngresó en la casa detrás de loenlutados. En el vestíbulo halló a otrservidor, quien le comunicó haber vista los dos caballeros con capas negra



cuando se dirigían a la escalera, sihaberse quitado los sombreros ni habesolicitado permiso a nadie. Era muextraño y una excesiva libertad, pensó eviejo Cooper, de modo que subió buscarlos.

Pero de ninguna manera pudhallarlos, y a partir de ese instante lcasa se vio perturbada.

En poco tiempo no había sirvientque no tuviese algo que contar. Pasos voces los seguían a veces por lo

pasillos y susurros ahogados, siempramenazadores, los alarmaban en lorincones de las galerías o desdpenumbrosos escondrijos, de modo qu



retornaban asustados para ser regañadopor la flaca señora Beckett, quieuzgaba que tales historias no era

mucho más que infundios. Pero ellmisma, poco después, llegó a formarsuna opinión diferente sobre el asunto.

La señora Beckett comenzó a oívoces, con un formidable agravantesiempre las escuchaba cuando decía su

oraciones, lo que había hechpuntualmente durante toda su vida. Dal modo, los rezos quedaba

nterrumpidos por completo. En esaocasiones la mujer era espantada popalabras sueltas que formaban parte das frases, las que iban creciend



mientras ella proseguía, hastconvertirse en amenazas y blasfemias.

No siempre las voces se hallaban ea habitación. Le pareció qu

atravesaban los sólidos muros de lvieja casa desde aposentos próximos, y

de un sector, ya de otro; a veces dejabaa impresión de dar vítores en pasilloejanos y llegaban apagadas per

nquietantes, a lo largo de los estrechocorredores artesonados. A medida quse aproximaban se volvían más furiosas

como si varias personas hablasen aunísono. Según dijimos, cada vez questa piadosa mujer se entregaba a surezos, las horribles expresiones s



precipitaban hacia la puerta y, dominadpor el terror, la señora Beckett no satrevía a permanecer de rodillas, con lcual todo volvía a aquietarse, salvo egolpeteo del corazón contra su corsé y lespantosa agitación de sus nervios.

Qué decían esas voces, al momentde que se hubiesen callado, ldestinataria ya no lo recordab

cabalmente. Una frase tras otra ibadesapareciendo: pullas, amenazasexpresiones impías, cada cual articulad

de manera atroz, desaparecían tan prontcomo eran escuchadas. Lo cuacontribuía a que estas burlas e insultoaterradores causaran impresión, pues l



mujer, por más esfuerzos que hiciese, nconseguía retenerlos con exactitud, pesa que conservaba vívido en la mente ecarácter desagradable que habían tenido

Por largo tiempo, el propietaripareció ser la única persona de la cas

que no había advertido en absoluto lonconvenientes. Dos veces en el curs

de la semana, la señora Beckett decidi

renunciar a sus funciones. Sin embargouna mujer prudente que se ha sentidcómoda por más de veinte años en u

mismo lugar, antes de partir, no se limita considerar el asunto únicamente un pade veces. El viejo Cooper y ella eraos únicos servidores de Gylingden Hal



que recordaban las buenas épocas dToby Marston. El resto del personadoméstico era muy reducido difícilmente se podía considerar que suntegrantes prestaran un servici

permanente. Meg Dobbs, que s

desempeñaba como criada, resolvió ndormir más en la casa y todas lanoches, escoltada por su hermano menor

se iba caminando, temerosa, hasta lportería donde vivía su padre. La viejseñora Beckett, cuya posición er

destacada en comparación con loservidores transitorios de la decaídresidencia, abandonó de inmediato suprerrogativas y dispuso que la señor



Kymes y la ayudante de cocinrasladaran las camas a su amplia

marchita habitación, en la que comparticon gran franqueza sus terrorenocturnos junto a ellas.

El viejo Cooper se mostraba irritad

suspicaz con respecto a estas historiasYa bastante incómodo se sentía a causdel ingreso en la mansión de las do

figuras embozadas, acerca de lo cual nenía dudas. Pero se negaba a creer eas anécdotas de las mujeres y simulab

pensar que la pareja de enlutados habídejado la casa y se había ido acomprobar que no había nadie parrecibirlos.



Una noche, el viejo Cooper fulamado al salón revestido de roble

donde el propietario se encontrabfumando.

—Me pregunto, Cooper —dijo eGuapo Charlie con aspecto pálido

encolerizado—, con qué propósitos haestado asustando a estas locas mujerecon tus infortunados relatos. ¡Por todo

os demonios!, si has estado viendfantasmas, éste no es un lugar adecuadpara ti y conviene que vayas preparand

as valijas. No me quedaré siservidores. ¡La señora Beckett vino verme en compañía de la cocinera y da ayudante de cocina, pálidas com



iza, y una detrás de otra me aconsejaroque trajera un sacerdote para qupermanezca en la casa y que exorcice ademonio! ¡Por mi salvación, que eres uviejo listo, llenándoles la cabeza destupideces! Y Meg se va a la porterí

odas las noches, temerosa de quedarsaquí. ¡Todo eso es culpa tuya, con tantocuentos de viejas comadres, cerebr

reblandecido! —No es culpa mía, señorit

Charles. Nada tiene que ver con cuento

míos, pues no he cesado de repetirleque sólo se trata de fantasías desvaríos. Si no me cree, pregúntele a lseñora Beckett; tuvimos muchas disputa



por ese motivo, sean cuales fueren miopiniones —agregó Cooper de manersignificativa y, con la fijeza del temoranzó una mirada de recelo a la cara de

propietario.Éste apartó los ojos, murmur

colérico para sí mismo y se volvió coel propósito de sacudir la ceniza de spipa en el hogar; luego tornó a enfrenta

mprevistamente a Cooper y habló; tenípálido el rostro, pero se hallaba menoenojado que antes.

—Sé que, cuando quieres, no ereonto, mi viejo Cooper. En la suposicióde que hubiera en la casa algo así comun fantasma, ¿no te parece que no ha



que decirles una palabra a estas mujerecon cabeza de chorlito? ¿Qué te importahombre, no pensar más en el asunto compartir mis opiniones? En algunépoca tenías una buena mollera, Cooperno le pongas encima un bonete de asno

como solía decir mi padre. ¡Maldita seamuchacho!, no debes estimularles laonterías para que se enardezcan la

unas a las otras con su cháchara y lgente empiece a murmurar lo que ndebe acerca de Gylingden y la familia

Sé que tal cosa no te gusta, Cooper, y sme ocurre que no contribuirás sabiendas en ello. Las mujeres ydejaron la cocina; ve a encender un poc



de fuego y prepárate una pipa; cuandermine ésta iré a hacerte compañía

fumaremos un rato juntos, mientraomamos un vaso de aguardiente co

agua.El viejo mayordomo salió a cumpli

a tarea encomendada, bastanthabituado a esas condescendencias euna mansión tan desordenada y solitaria

quienes se hallen en condiciones dseleccionar sus compañías no debemostrarse severos con el propietario

que no podía permitirse una actitusemejante.Cuando Cooper hubo puesto la

cosas en orden, según el modo d



expresarse que empleaba, se sentó en lvieja e inmensa cocina, con los piesobre el guardafuegos, con la candelencendida en una inmensa palmatoria dbronce, ubicada sobre la mesa aalcance de su mano, con una botella d

aguardiente acompañada de vasos y coa pipa también preparada. Completado

estos aprestos, el anciano mayordomo

que recordaba generaciones anteriores épocas mejores, comenzó a meditar así, inadvertidamente, se fue deslizand

hacia un sueño profundo.El viejo Cooper se despertó aescuchar que alguien reícontenidamente cerca de su cabeza



Estaba soñando con tiempos remotos da mansión y se imaginaba que uno dos «jóvenes caballeros» se disponía

hacerle una chanza, de modo qumasculló algo en su modorra, cuando dpronto se sintió totalmente despejado a

oír una voz firme y aguda que decía: —No estuviste en el funeral. Podrí

quitarte la vida, pero me conformo co

uno de tus oídos.En el mismo instante percibió un

recia acometida contra el costado de s

cabeza y se puso de pie. El fuego shabía consumido y se sintió helado. Lcandela estaba por extinguirse en sreceptáculo y arrojaba sobre la blanc



pared largas sombras que ascendían descendían en una danza que abarcabdel cielorraso al piso; le pareció que looscuros trazos dibujaban los dohombres embozados, que recordaba coprofundo terror.

Con toda prisa recogió la candela se dirigió al pasillo, en cuyos murocontinuó la danza de oscuras sombras

muy ansioso por llegar a su cuarto antede que la luz se apagara. Se estremecihasta casi perder el dominio de s

mismo cuando de pronto escuchó que lcampanilla de su amo, justo encima dsu cabeza, repiqueteaba furiosamente.

—¡Ja, ja! Sigue agitándose. Result



bastante claro —dijo Cooper, al tiempque se daba ánimos con el sonido de spropia voz y se iba muy apurado al oícada vez con mayor intensidad lfrenética campanilla—. Se debe habedormido, como yo; es eso, y la luz se h

consumido; apuesto cincuenta…Cuando giró la manija de la puert

en la sala revestida de roble, escuchó l

voz del propietario que preguntabmpetuosamente, con el tono de quie

aguarda la presencia de un ladrón:

—¿Quién está allí? —Soy yo; Cooper. No pasa nadaseñor Charlie. Al final no vino a lcocina.



—Me siento muy mal, Cooper; no squé me pasó. ¿Has visto algo, Cooper—preguntó el propietario.

—Nada, señor —contestó Cooper.Se miraron fijamente el uno al otro. —Entra y quédate aquí. ¡No m

dejes! Echa una mirada a la habitación dime si todo está en orden; y extiéndemuna de tus manos, mi viejo Cooper, par

que pueda tenerla entre las mías.El propietario tenía frío y s

mostraba descorazonado. Era agitad

por intensos temblores. No faltabmucho para el amanecer. Al cabo de urato, volvió a hablar:

—Hice muchas cosas que no debía



Si con la ayuda de Dios pudiera volvea caminar, trataría de resolverlas. ¿Poqué no habría de proponérmelo? Estoan rengo que puedo considerarme unválido. Ya no serviré para nada; tendr

que dejar la bebida y proceder

casarme, como debí hacerlo hace ymucho. No con una dama refinada, sincon una buena muchacha casera. Alguie

así como la hija menor del granjerCrump, una chica virtuosa y sensata¿Por qué no me habría de casar co

ella? No vendría ni con ilusiones vanani con delirios de modistilla. Hablarcon el párroco y trataré de arreglar miasuntos con todo el mundo. Y tenl



presente: digo que lamento muchas das cosas que hice.

Ya comenzaba un amanecesumamente frío. El propietario, segúdijo Cooper, tenía el aspecto de hallars«terriblemente mal», mientras tomaba s

sombrero y su bastón con el propósitde salir a caminar, en vez de meterse ea cama, como le rogó el mayordomo a

verlo tan alborotado y fuera de sucabales; era evidente que su intenciósólo consistía en huir de la casa. A

mediodía, el Guapo Charlie entró en lcocina, donde estaba seguro de hallaalgún sirviente; daba la impresión dque había envejecido diez años desde e



día anterior. Sin decir una palabra, llevun taburete junto al fuego y se sentóCooper había mandado a llamar amédico de Applebury, el que acababa dlegar. Pero el paciente se negaba

verlo.

—Si quiere revisarme, que vengaquí —murmuró cada vez que Cooper lapremiaba. Por lo tanto, el médico vin

con bastante cautela y halló apropietario mucho peor de lo quesperaba.

El enfermo resistió la orden de irsa la cama. Pero el médico insistiamenazándolo con fataleconsecuencias, ante lo cual el Guap



Charlie cedió: —Bueno, haré lo que me digan. Per

sólo pido esto: que el viejo Cooper Dick Keeper permanezcan conmigo. Quno me dejen solo y se mantengadespiertos durante la noche. A usted l

ruego que no se vaya todavía, ¿eposible? Cuando me sienta mejor, iré vivir a la ciudad. Seguir aquí e

absurdo, ahora que ya no puedo hacenada de lo que antes me gustaba. Allvoy a estar mejor, ¿no les parece

Oyeron lo que dije, y no me importa quse rían. Además, quiero hablar con epárroco. Por mí que se rían, no mpreocupa; es un indicio de que al fi



estoy haciendo lo que debo.Desde el hospital local el médic

envió un par de mujeres para que sencargaran del enfermo, pues smostraba poco dispuesto a confiarlo emanos de quienes éste había escogido

Por la tarde, se trasladó a Gylingdepara hablar con ellas. Al viejo Coopese le indicó que ocupara el cuarto d

vestir y que permaneciera en vela toda noche, lo cual tranquilizaba a

propietario, quien se hallaba en u

estado de extraña excitación y exhibísíntomas de abatimiento y temor que, uicio del facultativo, eran consecuenci

de la fiebre.



El clérigo llegó. Era un hombrentrado en años, bondadoso y «mueído». Permaneció hasta bien avanzada tarde, hablando y rezando con e

enfermo. Después que se fue, epropietario llamó a las mujeres que l

cuidaban y les dijo: —Hay un individuo que a vece

aparece; no le lleven el apunte. Lleg

hasta la puerta del dormitorio y hace usaludo. Es flaco, corcovado y viste duto, con los guantes negros puestos. L

van a reconocer por su cara enjuta, taoscura como el revestimiento de lpared. Cuando sonría, no lo tomen ecuenta. No vayan a recibirlo ni l



nviten a entrar; no les dirá nada; y si spone violento o las mira con gestdesagradable, no tengan miedo porquno les puede hacer nada; se cansará desperar y se irá. Pero, por favor, ¡nvayan a recibirlo ni lo inviten a entrar!

Las mujeres juntaron sus cabezacuando el Guapo Charlie terminó dhablar y luego, en voz baja, mantuviero

una conversación con Cooper. —¡Que la prudencia las ayude! No

en la casa no hay ningún loco —afirm

el mayordomo—; no hay más gente qua que ya han visto. Sólo es una ilusióprovocada por la fiebre, que perturba scabeza. No es más que eso.



El propietario empeoró a medidque avanzaba la noche. Estaba grave deliraba. Hablaba de toda clase dcosas: del vino, de los perros, dabogados. En apariencia, comenzó dialogar con su hermano Scroope

Cuando esta conversación empezó, lseñora Oliver, una de las encargadas dcuidarlo, que permanecía sola

despierta a su lado, creyó escuchar quuna mano se posaba suavemente en lmanija de la puerta por el lado de afuer

furtivamente trataba de hacerla girar. —¡Dios bendito! ¿Quién está allí—gritó, y el corazón se le subió a lboca mientras recordaba al corcovad



vestido de luto que iba a asomar su carsonriente, saludando—. ¡Señor Cooperpor favor! ¿Está usted allí? ¡Vengaseñor Cooper! ¡Por favor, venga pronto

Cooper, que dormitaba junto afuego, se despertó y llegó dando traspié

desde el cuarto de vestir. En cuantpenetró en la habitación, la señorOliver se aferró a él firmemente.

—El hombre de la joroba estuvratando de abrir la puerta, seño

Cooper; se lo aseguro.

Entretanto, el propietario se quejab mascullaba dominado por la fiebre, sique se diera cuenta de nada mientras lmujer hablaba.



—¡No, de ningún modo, señorOliver! Es imposible porque no hay tapersona en esta casa. ¿Qué está diciendel señorito Charlie?

—Dice Scroope a cada instanteaunque no me doy cuenta qué quier

decir. Además… pero ¡chitón!… oigaa manija otra vez —y con un estrident

grito agregó—: ¡Vea, su cabeza y s

cuello en la puerta! —y en su agitacióse apretó contra el viejo Cooper en uabrazo angustioso.

La candela estaba vacilando y en lpuerta se agitó una sombra que parecía cabeza de un hombre que se asomab retiraba, con un prolongado cuello



una larga nariz afilada. —¡Por favor, señora! No s

comporte como una endiablada estúpid—gritó Cooper, muy blanco y agitanda cabeza con todas sus fuerzas—. No e

más que la candela, créame; por mi vid

que no es otra cosa. ¿No lo ve? —agregó levantando la luz—. Estoy segurde que no había nadie en la puerta y, s

me lo permite, iré a comprobarlo.La otra mujer encargada de cuidar a

enfermo dormía en un sofá, por lo que l

señora Oliver, llena de terror, ldespertó para tener compañía, mientrael viejo Cooper abría la puerta. Nadise hallaba cerca de ésta, pero en u



rincón de la galería se observaba unsombra similar a la que habían visto eel cuarto. Elevó la candela un poco y lpareció que lo saludaban con una largmano, a medida que la cabezdesaparecía.

—Sombras de la candela —exclamCooper en voz alta, decidido a ndejarse arrastrar por los temores de l

señora Oliver; y con la luz en la manose dirigió hacia el rincón. No habínada. No pudo resistir la tentación d

asomarse desde allí a la extensa galería al mover la luz vio exactamente lmisma especie de sombra, un poco máalejada, y cuando avanzó tuvo l



mpresión de que se retiraba y repetía egesto.

—¡Pamplinas! —dijo—, no es máque la candela. —Y siguió adelante, medias asustado y a medias enojado poa persistencia con que se mostraba est

sombra desagradable, pues tenía lcerteza de que estrictamente no era máque una sombra. Mientras se aproximab

al lugar en que ahora había aparecidodejaba la impresión de replegarse a smisma y poco menos que disolverse e

el panel central de la puerta que cerrabun viejo armario tallado al que se ibacercando.

En el centro mismo de este panel ha



una suerte de relieve trabajado en formde cabeza de lobo. La luz se proyectó dmanera desacostumbrada en ese lugar a sombra fugitiva pareció disgregarse

recomponerse con idéntica extrañeza. Eglobo del ojo relució al reflejar la lu

proyectada, que también resplandeció ea mueca de la boca, y Cooper creyó vea nariz larga y afilada de Scroop

Marston y uno de sus ojos fieros que lmiraba con firme resolución.

El viejo mayordomo permaneci

contemplando esta visión incapaz dmoverse, hasta que advirtió que el rostr la figura correspondientes empezaba

a surgir poco a poco de la madera



Simultáneamente, oyó voces que saproximaban con rapidez desde ucostado de la galería y se volvió parregresar a la carrera, al tiempo qudecía en voz alta:

—¡Dios tenga piedad de nosotros!

Mientras huía, lo persiguió un ruidque parecía sacudir la vetusta casa comsi fuera una poderosa racha de viento.

El viejo Cooper irrumpió en lhabitación de su amo, casi enloquecidde terror y, con el aspecto de haber sid

acosado por asesinos, cerró coviolencia la puerta, a la que echó llavsin demora.

—¿Oyeron eso? —susurró Cooper



de pie junto a la puerta del cuarto dvestir. Prestaron atención, pero ni emenor rumor procedente desde fuerperturbaba ahora la completa quietud da noche. Entonces exclamó—: ¡Dio

bendito! ¡Temo que sea mi vieja cabez

a que está perturbada! No quiso contarles nada, salvo qu

se había comportado «como un viej

diota» al que habían atemorizado con sconversación, a causa de la cual «ecrujido de una ventana o la caída de u

alfiler» bastaban para asustarlo; y coayuda del aguardiente se arregló parpasar la noche, mientras permanecísentado conversando junto al fuego qu



ardía en el cuarto de su amo.El propietario se recuper

entamente de la fiebre cerebral, pero nlegó a curarse por completo. La meno

cosa, a juicio del médico, podría causauna recaída. Todavía no se hallab

suficientemente vigoroso para que se lpudiese trasladar, con el objeto de qucambiara de ámbito y de clima, lo cua

era necesario para su restablecimientpleno.

Cooper dormía en el cuarto de vesti

se había convertido en su únicacompañante nocturno. Ecomportamiento del enfermo era raroReclinado a medias en la cama, l



gustaba disfrutar de su cachimbnocturna, y exigía que Cooper, junto afuego, lo acompañara fumando. Cuandel propietario y su humilde amigo sentregaban a ello, puesto que la accióde fumar es un placer taciturno, hast

que el señor de Gylingden completabsu tercera pipa no iniciaba lconversación y, al comenzarla, el tem

no resultaba del agrado de Cooper. —Te ordeno, mi amigo, que m

mires en la cara y que no temas expresa

o que piensas —dijo el propietaricontemplándolo con una sonrispersistente y astuta—. Tú sabes tan biecomo yo, quiénes han permanecido tod



este tiempo en la casa. No me lniegues, ¿eh? ¿Eran Scroope y mi padre

—No diga esas cosas, Charlie —lrespondió el viejo Cooper, luego de uprolongado silencio, un tanto torvo asustado, sin quitarle los ojos del rostro

que no experimentó cambios. —¿Para qué sirve andar con tapujos

Cooper? Scoope te dejó sordo del oíd

derecho, bien lo sabes. Se ha mostradcolérico. Casi me deja seco con estfiebre. Pero todavía no termin

conmigo, y parece atrozmente perversoTú lo viste; estás perfectamente enteradde ello.

Cooper se sintió muy amedrentado



una extraña sonrisa que asomó en loabios del propietario lo atemorizó má

aún. Dejó su pipa y permaneció miranda su amo, como si estuviera soñando.

—Si pensara de ese modo, nsonreiría como lo está haciendo —

observó Cooper torvamente. —Estoy cansado, Cooper, y da l

mismo sonreír que hacer cualquier otr

cosa; seguiré sonriendo mientras puedaTienes noticias de lo que piensan haceconmigo. Eso era cuanto quería decirte

Ahora, muchacho, sigue con tu pipa quo me voy a dormir.El propietario se dio vuelta en l

cama y se recostó serenamente, con l



cabeza apoyada en la almohada. El viejCooper lo contempló, echó una mirada a puerta, llenó a medias su vaso d

aguardiente, lo bebió, se sintió mejor se fue a su cama del cuarto de vestir.

En lo más profundo de la noche fu

despertado imprevistamente por epropietario, que se hallaba de pie junta su lecho, en bata y pantuflas.

—Te traigo algo así como un regaloAyer recibí el alquiler de Hazelden quiero que te quedes con esto: so

cincuenta libras. El resto mañana se ldas a Nelly Carwell. Dormiré mejor. Hvisto a Scroope, ¡y después de todo nes tan mala persona, mi viejo! Se pus



un crespón sobre la cara porque le dijque no la soportaba; ahora, haré muchacosas por él. Nunca me resultó posiblpermanecer vacilando. Buenas nochesmi viejo Cooper.

El propietario puso afectuosament

su temblorosa mano en el hombro deanciano y regresó a su cuarto.

«No me gusta en absoluto como está

El médico no viene con la frecuencinecesaria. Esa extraña sonrisa suya miene a maltraer, y su mano estaba frí

como la muerte. ¡Dios quiera que scerebro no esté perturbado!».Luego de estas reflexiones se volvi

hacia el asunto más grato del regalo, y a



cabo quedó dormido.A la mañana siguiente, cuando entr

en el dormitorio, el propietario ya habíabandonado el lecho.

«No importa; ya volverá, como sfuese la última moneda», pensó el viej

Cooper, ordenando la habitación comde costumbre.

Pero no regresó. Entonces comenz

a inquietud, seguida de terror cuandempezó a resultar evidente que epropietario no estaba en la casa. ¿Qué l

había sucedido? Las únicas ropas qufaltaban eran su bata y sus pantuflas¿Era posible que hubiese abandonado lcasa tan enfermo y con esa sol



vestimenta? Y si lo había hecho, ¿podíestar en sus cabales? Además, ermprobable que sobreviviese a un

noche fría y húmeda, pasada al raso.Tom Edwards se llegó hasta la cas

contó que en la madrugada, a eso d

as cuatro, a cosa de una milla más menos, aunque no había luna, junto coel granjero Nokes que conducía su carr

al mercado, había visto a tres hombreque caminaban en la oscuridad delantdel caballo y que hicieron todo e

recorrido desde las cercanías dGylingden Hall hasta el camposantocuya puerta les fue abierta desdadentro. Allí entraron y la puerta volvi



a cerrarse. Tom Edwards había pensadque se habían trasladado hasta ese lugapara disponer los preparativos deentierro de algún miembro de la familiMarston. Pero a Cooper, enterado dque no sucedía nada por el estilo, e

episodio le pareció atrozmente ominosoEn consecuencia, inició un

cuidadosa búsqueda y, al fin, se acord

del vacío piso superior y de la Cámardel Rey Herodes. No advirtió en aquesitio ningún cambio, pero la puerta de

gabinete estaba cerrada y, pese a loscuridad de la madrugada, algsemejante a un gran nudo blanco qusobresalía por encima de la puerta l



lamó la atención.Durante algunos instantes la puert

resistió sus esfuerzos, pero al cabcedió un poco. Se sintió casi atontado apercibir que algo caía pesadamente estremecía el piso entero, en tanto qu

os ecos que huían a través de todos locorredores resonaban como una risa quse iba alejando.

Cuando empujó la puerta y lograbrirla, comprobó que su amo yacímuerto sobre el piso. Un pañuelo l

rodeaba el cuello como si fuera la sogde un ahorcado y había cumplidsatisfactoriamente su misión. El cadáveestaba frío y hacía rato que se habí



producido la muerte.A su debido tiempo se hizo l

nvestigación judicial y el juradresolvió «que el difunto CharleMarston ha muerto por propia mano, causa de un acceso pasajero de insania»

Pero el viejo Cooper tenía sopinión propia con respecto a la muertdel propietario, si bien no abrió lo

abios y nunca dijo una palabra sobrello. Se marchó a vivir por el resto dsus días a York, donde todavía hay gent

que lo recuerda como un ancianaciturno y hosco que asistíregularmente a los oficios religiososbebía un poco y se sabía que habí



ahorrado algún dinero.



LA SOMBRA DELRINCÓN

Mary Elizabeth Braddon



MARY ELIZABETH BRADDONLondres, 1835-Richmond, 1915) tuv

una vida que hoy llamaríamos «deleteatro». Educada en casa por s

madre, pasó por las tablas bajo e

nombre de Mary Seyton y empezó escribir para colaborar con la economífamiliar. Su novela más famosa, E

secreto de Lady Audley (1862), cuyprotagonista es una heroína bígama, estlena de incendios, intentos de asesinat

sospechas de locura, y fue una de la



primeras sensation novels (novelasensacionalistas por entregas) de loaños ‘60 del siglo pasado. Parescándalo de la sociedad victorianaBraddon convivió mucho tiempo con seditor, John Maxwell, antes de pode

casarse con él (un detalle digno de JanEyre es que la mujer de Maxwell estabnternada en un psiquiátrico, y la parej

uvo que esperar a que muriera parcontraer matrimonio). A las diferenciasociales que explora Le Fanu, «L

sombra del rincón» les agrega ldiferencia de sexo: es ilustrativcomparar la suerte que corre Cooper e«El testamento de Toby Marston» con l



que corre María en el cuento dBraddon.



W

ILDHEATH GRANGE estaba u poco retirada de la carretera

con una franja de brezal yermo a laespaldas y unos pocos abetos altos, dcopas desparramadas y removidas po

el viento, por único abrigo. Era una cassolitaria en un camino solitario, pocmás que un sendero, que atravesaba u

desolado baldío de campos arenosos edirección a la costa; y era una casa qudisfrutaba de mala fama entre lo

ugareños de la aldea de Holcroft, e



ugar habitado más próximo. No obstante, era una buena cas

antigua, construida en su mayor parte eiempos en que no se escatimaba l

piedra ni la madera: una buena casantigua de piedra grisácea, con mucho

gabletes, anchos asientos junto a laventanas y amplia escalera, largos oscuros pasadizos, puertas disimulada

en rincones misteriosos, armarios tagrandes como algunas habitacionemodernas y bodegas donde hubier

podido emboscarse algún regimiento.Esta antigua y espaciosa mansióestaba entregada a las ratas y loratones, a la soledad y los ecos, sól



ocupada por tres personas de edadMichael Bascom, cuyos antepasadohabían sido importantes terratenientes da región, y dos sirvientes, Daniel Skeg su esposa, que estaban al servicio de

propietario de aquella casa antigua

étrica desde que éste dejó luniversidad, donde había pasado quincaños de su vida, cinco de estudiante

diez de profesor de ciencias naturales.A los treinta y tres años, Michae

Bascom tenía el aspecto de hombre d

mediana edad; a los cincuenta y seiparecía, se movía y hablaba como uanciano. Durante aquel intervalo dveintitrés años había vivido solo e



Wildheath Grange y los lugareñodecían que la casa lo había convertiden lo que era. Se trataba de unsuposición fantasiosa y supersticiosa da gente, aunque no hubiera sido difíci

rastrear una cierta afinidad entre e

sombrío edificio gris y el hombre que lhabitaba. Ambos parecían alejados pogual de las preocupaciones normales

de los intereses humanos; ambos teníaun aire de profunda melancolía, fruto da perpetua soledad; ambos presentaba

a misma complexión física, el mismaspecto de paulatino desmoronamiento.Pero, aun siendo solitaria la vid

que llevaba en Wildheath Grange



Michael Bascom no la hubiera alteradpor ninguna razón. Le alegró cambiar erelativo aislamiento de las aulauniversitarias por la ininterrumpidsoledad de Wildheath. Sentía un fanáticamor por la investigación científica

sus apacibles días discurrían llenos rebosar de ocupaciones que rara vedejaban de interesarle y satisfacerlo

Había períodos de depresión, momentode duda, cuando la meta que perseguíe parecía inalcanzable y el entusiasm

flaqueaba en su interiorAfortunadamente, tales ocasiones eraescasas en su caso. Era un hombre duna tenacidad y una constancia qu



hubiera conducido al más alto pináculde los logros, y que tal vez en últimérmino le hubieran proporcionado gra

renombre y fama universal, a no ser poa catástrofe que ensombreció el final d

su sencilla existencia con un insuperabl

remordimiento.Una mañana de otoño —cuand

levaba exactamente veintitrés años e

Wildheath y sólo en los últimos tiempohabía comenzado a percibir que su fiemayordomo y sirviente, que era d

mediana edad cuando lo contrató, estabenvejeciendo—, una abrupta exigencipor parte del propio Daniel Skegnterrumpió la hora del desayuno la



meditaciones del señor Bascom sobre eúltimo tratado de teoría atómica. Ecriado tenía por costumbre servir a sseñor en el más absoluto silencio y lsúbita irrupción de sus palabras fue casan sorprendente como si se hubier

puesto a hablar el busto de Sócrates qupresidía la librería.

—No puedo callarlo —dijo Danie

—: Mi señora necesita una muchacha. —¿Una qué? —preguntó el seño

Bascom, sin levantar la vista de la líne

que estaba leyendo. —Una muchacha, una muchacha quvaya de un lado a otro y que friegue y layude. La pobre tiene las piernas cad



vez más flojas. Ninguno de nosotros hrejuvenecido en los últimos veintitréaños.

—¡Veinte años! —repitió MichaeBascom con desdén—. ¿Qué son veintaños en la formación de un estrato

¿Qué son incluso en el crecimiento de uroble, en el enfriamiento de un volcán?

—Tal vez no sean muchos, pero s

notan en los huesos de los serehumanos.

—Las manchas de manganeso qu

aparecen en ciertas calaveras indicandesde luego… —comenzó a decir ecientífico como en sueños.

—Con sólo tener mis huesos ta



ibres de reuma como hace veinte año—prosiguió Daniel, irritado— a lmejor tomaba a la ligera esos veintaños. Comoquiera que sea, el meollo deproblema es que mi señora necesita unmuchacha. No puede seguir yendo arrib

abajo por estos pasillos que no sacaban nunca, y pasándose año tras añde pie en estos fregaderos de piedra

como si aún fuera joven. Necesita unmuchacha para que la ayude.

—Que tenga veinte muchachas —

dijo el señor Bascom, volviendo a sibro. —De nada sirve hablar así, señor

Sí, veinte muchachas! Trabajo nos va



costar encontrar una. —¿Porque la región está poc

poblada? —preguntó el señor Bascomsin dejar de leer.

—No, señor. Porque se sabe questa casa está embrujada.

Michael Bascom apartó el libro dirigió una mirada de firme reproche su criado.

—Skegg —dijo con voz severa—creía que llevabas conmigo tiempo máque suficiente para estar por encima d

ese tipo de tonterías. —Yo no digo que yo crea efantasmas —respondió Daniel, con carde medio excusarse—, pero la gente de



campo sí que cree. No hay un alma poaquí que se aventure a cruzar nuestrumbral después de oscurecer.

—Simplemente porque AnthonBascom, que llevó una vida ddesenfreno en Londres, malgastando s

dinero y sus tierras, se retiró aquíacongojado, y se supone que se matdentro de esta casa, la única propieda

que le quedaba de su hermosa herencia. —¡Se supone que se mató! —grit

Skegg—. Es algo que se sabe con tant

seguridad como la muerte de la reinsabel o el incendio de Londres. ¿Acasno lo enterraron en el cruce que hacamino de Holcroft?



—Una vana tradición sobre la quno hay pruebas que la demuestren —replicó el señor Bascom.

—Yo no entiendo de pruebas; pera gente lo cree como el Evangelio.

—Si tuvieran un poco más de fe e

el Evangelio, no tendrían por qupreocuparse de Anthony Bascom.

—Bueno —rezongó Daniel mientra

empezaba a quitar la mesa—, hemos dhacernos con una muchacha como seapero tendrá que ser una forastera

alguien que tenga mucha necesidad dmeterse en alguna parte.Cuando Daniel Skegg dijo foraster

no quiso decir originaria de algún luga



ejano, sino que no hubiera nacido ni shubiese criado en Holcroft. Daniel habícrecido y madurado en aquensignificante villorrio que, pequeño edioso como era, constituía para él e

mundo entero, siendo el resto lo

márgenes.Michael Bascom estab

profundamente ensimismado en la teorí

atómica como para conceder un segundmás a las preocupaciones del viejcriado. La señora Skegg era una person

con quien raramente tenía contactoDurante la mayor parte del tiempo sdesenvolvía en la tenebrosa ala norte da casa, donde reinaba sobre la



soledades de una cocina que parecía uncatedral y sobre las numerosadependencias del fregadero, la despens los anexos; mantenía una guerr

perpetua contra las arañas y loescarabajos, y gastaba los restos de s

vitalidad en barrer y limpiar. Mujer daspecto austero, religiosidad dogmátic lengua desabrida, era una buen

cocinera casera y se ocupaba codiligencia de las necesidades de su amoÉl no era ningún epicúreo, pero l

gustaba vivir con calma y comodidad, una mala cena hubiera perturbado sufacultades intelectuales.

No supo nada más sobre l



propuesta de ampliar el servicidoméstico hasta transcurridos diez díascuando Daniel Skegg volvió sorprenderlo en un momento ddescanso con esta inesperadnformación:

—¡Tengo una muchacha! —Ah, ¿sí? —dijo Michael Bascom

siguió con su libro.

Esta vez estaba leyendo un ensaysobre el fósforo y su función en ecerebro humano.

—Sí —agregó Daniel, con shabitual tono gruñón—. Es de la inclusasi no, no la tendría. Si fuera del pueblono habría querido venir con nosotros.



—Espero que sea respetable —dijMichael.

—¡Respetable! Ésa es su única faltapobrecita. Es demasiado buena para estugar. Nunca ha servido, pero dice qu

es trabajadora y yo me atrevería a deci

que mi mujer la meterá en vereda. Spadre era un artesano de YarmouthMurió hace un mes y dejó a la pobrecit

en la calle. La señora Midge, dHolcroft, es tía suya y le dijo a la chicque se fuera con ella hasta encontrar u

sitio; y la chica lleva tres semanas coa señora Midge, buscando un sitioCuando la señora Midge supo que mesposa necesitaba una muchacha que l



ayudara, pensó que sería un buen puestpara su sobrina María. Por suerte, Maríno sabe nada sobre esta casa, así que lpobre inocente me ha hecho unreverencia y me ha dicho que me estaríagradecida si venía y que haría todo l

posible por cumplir sus obligacionesVivía con su padre, que la educó poencima de su condición, como el loc

que era —gruñó Daniel. —Según sus propias palabras, m

emo que has hecho un mal negocio —

dijo Michael—. Tú no querías undamisela para limpiar marmitas y cazos —Aunque fuera duquesa, mi muje

a haría trabajar —replicó Skegg co



decisión. —¿Y ya has pensado dónde vas

meter a la muchacha? —preguntó eseñor Bascom, bastante irritado—. Npuedo soportar que una extraña circulde un lado a otro por los pasillos junto

mi dormitorio. Ya sabes lo mal quduermo, Skegg. Me despierta un ratódetrás de un enmaderado.

—Ya he pensado en eso —respondiel mayordomo, con cara de inefablsabiduría—. No la pondré en el mism

piso que usted. Dormirá en el desván. —¿En qué cuarto? —En el grande que da al norte. Es e

único sin goteras. Lo mismo darí



acostarla dentro de la ducha que ecualquier otro cuarto del desván.

—El cuarto que da al norte —repitiel señor Bascom meditabundo—. ¿No eel que…?

—Claro que es —contestó Skeg

malhumorado—; pero ella no sabe nadde eso.

El señor Bascom volvió a su libro

se olvidó totalmente de la huérfana dYarmouth hasta que una mañana, aentrar en su estudio, le sorprendió l

presencia de una joven desconocida, couna aseada bata blanca y negra, ocupaden desempolvar los volúmenes apiladosobre el espacioso escritorio; y estab



haciéndolo con tanta destreza y esmerque él se sintió inclinado a enfadarscon aquella insólita libertad. La viejseñora Skegg se había abstenidreligiosamente de esta labor, con ldisculpa de no querer entrometerse e

as manías del señor. Así que una de lamanías del señor consistía en respirasus buenas raciones de polvo en el curs

de sus estudios.La muchacha era pequeñita

delgada, de facciones pálidas y algo a l

antigua, con los cabellos pajizorenzados bajo una pulcra cofia dmuselina, un cutis muy fino y los ojos dcolor azul claro. Eran los ojos azule



más claros que Michael Bascom habívisto en su vida, pero con una gentilez una dulzura de expresión qu

compensaban lo insípido del color. —Espero que no le moleste qu

impie sus libros, señor —dijo ella

nclinándose con una reverencia.Hablaba con una exquisita precisió

que sorprendió a Michael Bascom po

o agradable que resultaba a su manera. —No; no me molesta la limpieza

mientras no se me embarullen mis libro

papeles. Si coge un volumen de mmesa, déjelo en el mismo lugar dondestaba. Es todo lo que pido.

—Seré muy cuidadosa, señor.



—¿Cuándo ha llegado? —Esta misma mañana, señor.El científico se sentó a su mesa y l

muchacha se retiró, saliendo del cuartan silenciosamente como nace una flo

en el umbral. Michael Bascom la sigui

con los ojos llenos de curiosidad. Habívisto muy pocas mujeres jóvenes durantsu prosaica carrera y se asombraba d

aquella chica en cuanto criatura de unespecie que hasta entonces le erdesconocida. Con cuánta elegancia

delicadeza estaba moldeada; qué piean nacarada; qué sonidos tan suaves agradables salían de aquellos labiorosados. ¡Una preciosidad, sin duda



aquella moza de cocina! Era una lástimque no encontrara en este mundbullicioso mejor trabajo que fregar olla cazos.

Absorto en sus áridas cavilacionesel señor Bascom se olvidó de la pálid

sirvienta. No volvió a verla por suhabitaciones. El trabajo que hicieradebía realizarlo a primera hora de l

mañana, antes del desayuno decientífico.

Llevaba una semana en la cas

cuando la encontró un día en evestíbulo. Se sorprendió de cómo habícambiado de aspecto.

Los labios juveniles habían perdid



el tono de capullo de rosa; los pálidoojos azules miraban atemorizados enían ojeras, como los de quien h

pasado noches en vela o acosado pomalos sueños.

A Michael Bascom lo alarmó tant

a indefinible expresión de la muchachque, aun siendo reservado por hábito por carácter, se expansionó hasta e

punto de preguntarle qué la afligía. —Estoy bien seguro de que alg

anda mal —dijo—. ¿Qué es?

—No es nada, señor —titubeó elladando la impresión de asustarse aún máal oír la pregunta—. De verdad que nes nada; nada que merezca que usted s



preocupe. —Tonterías. ¿Crees que porque viv

entre libros no siento simpatía por misemejantes? Dime qué es lo que te pasapequeña. Has estado llorando por lreciente pérdida de tu padre, supongo.

—No, señor; no es eso. Yo nuncdejaré de estar triste por ese motivoEse pesar me durará toda la vida.

—Entonces, es otra cosa —dijMichael con impaciencia—. Yentiendo; no estás contenta aquí. No t

gusta tanto trabajo. Es todo lo que se mocurre. —Oh, no, señor; no piense eso —

exclamó la muchacha con gra



vehemencia—. En realidad, estocontenta de trabajar; estoy contenta dservir; sólo que…

Vaciló y se le quebró la voz, entamente le brotaron lágrimas de loristes ojos, pese a sus esfuerzos po

evitarlo. —Sólo ¿qué? —gritó Michael

rritado—. La chica está llena d

secretos y misterios. ¿Qué ibas a decirmoza?

—Yo… sé que es una bobada, señor

pero me da miedo mi dormitorio. —¡Miedo! ¿Por qué? —¿Puedo decirle a usted la verdad

¿Me promete no enfadarse?



—Yo no me enfadaré si hablas coclaridad; pero me irritan tus titubeos medias palabras.

—Y, por favor, señor, no le diga a lseñora Skegg que se lo he dicho a ustedMe regañaría, y quizás incluso m

despediría. —La señora Skegg no te regañará

Vamos, pequeña.

—Tal vez no conozca usted el cuartdonde yo duermo, señor; es grande está en una punta de la casa, mirand

hacia el mar. Desde la ventana veo línea oscura del agua y a veces masombro al pensar que es el mismocéano que veía cuando era niña e



Yarmouth. Está muy solitario, señor, eodo lo alto de la casa. El señor y l

señora Skegg duermen en un cuartitcerca de la cocina, ya sabe, señor, y yestoy completamente sola en el últimpiso.

—Skegg me dijo que habías sideducada por encima de tu posición en lvida, María. A mi modo de ver, e

primer efecto de una buena educaciódebería consistir en no hacer caso dodas esas fantasías bobas sobre cuarto

abandonados. —Ay, por favor, señor; no piensque es ninguna falta de mi educación. Mpadre se ocupó mucho de mí, sin repara



en gastos, para darme tan bueneducación como pudiera desearse de lhija de un artesano. Y era un hombrreligioso, señor. No creía… —hizo unpausa, reprimiendo un estremecimient—, no creía en que los espíritus de lo

muertos se aparecieran a los vivodesde los tiempos de los milagroscuando el fantasma de Samuel se l

apareció a Saúl. Él nunca me metideas tontas en la cabeza, señor. Yo nuve ni una pizca de miedo la primer

vez que me acosté en ese cuarto grande solitario de allí arriba. —Bueno, ¿y entonces? —Pero la misma primera noche —



prosiguió la muchacha, jadeante— msentía aplastada mientras dormía, comsi tuviera una pesada carga encima depecho. No fue una pesadilla, sino unsensación inquietante que duró mientraestuve dormida; y al romper el dí

comienza a haber algo de luz a partir das seis) me desperté de repente, con u

sudor frío corriéndome por el rostro,

supe que había algo terrible en el cuarto —¿Qué quieres decir con alg

errible? ¿Viste alguna cosa?

—No mucho, señor; pero me helaba sangre en las venas, y comprendí quera lo que me había estado persiguiend aplastando mientras dormía. En e



rincón, entre la chimenea y el armariovi una sombra, una sombra muy tenuesin contornos…

—Producida por la esquina dearmario, me atrevería a decir.

—No, señor; yo veía la sombra de

armario, nítida y bien dibujada, como sestuviese pintada en la pared. La otrsombra estaba en el rincón… y era u

bulto raro, informe; o bien, si teníalguna forma, parecía…

—¿Qué? —preguntó Michael co

mpaciencia. —La forma de un cuerpo humancolgado de la pared.

Michael Bascom se pus



extrañamente pálido, aunque simuló lmás absoluta incredulidad.

—Pobre niña —dijo con voz tiern—; has estado tan apesadumbrada por tpadre que se te han debilitado lonervios y estás rebosante de fantasías

Vaya, una sombra en el rincón; es que asalir el sol todos los rincones estálenos de sombras. Mi viejo chaquetón

colgado de una silla, te serviría dfantasma tanto como tú quisieras.

—Ay, señor; he intentado pensar qu

son imaginaciones mías. Pero he sentidel mismo peso encima todas las nochesY he visto la misma sombra todas lamañanas.



—Pero, cuando se haccompletamente de día, ¿no ves de questá hecha tu sombra?

—No, señor; la sombra sdesvanece antes de que se haga de día.

—Pues claro, lo mismo que toda

as sombras. Vamos, vamos, quítate esadeas tontas de la cabeza o no podrá

vivir en el mundo normal y corriente. A

mí no me costaría nada hablar con lseñora Skegg y decirle que te diera otrcuarto, si quisiera fomentar t

nsensatez. Pero es lo peor que podríhacer por ti. Además, creo que todas lademás habitaciones del ático sohúmedas; y, sin duda, si te cambiara



otra, descubrirías otra sombra en otrrincón, y sólo ganarías un reuma. Nomuchachita, tienes que demostrarte questás a la altura de una buena educación

—Haré todo lo que pueda, señor —respondió María, sumisa haciendo un

reverencia.María regresó a la cocin

sumamente abatida. Era una vid

deprimente la que llevaba en WildheatGrange, deprimente durante el día errorífica por la noche, pues el pes

mpreciso y la sombra informe que tan a ligera se tomaba el maduro hombre dciencia, eran increíblemente horriblepara ella. Nadie le había contado que l



casa estuviera embrujada, pero ellandaba por aquellos pasilloretumbantes envuelta en un halo dmiedo. Daniel Skegg y su esposampoco se apiadaban de ella. Aquella

dos almas pías habían tomado l

decisión de defender el buen nombre da casa en cuanto concerniese a María

Para ella, como extraña que era, l

Grange debía seguir siendo un luganmaculado, sin el menor contagio de

sulfuroso mundo infernal. Disponer d

una muchacha voluntariosa y dócil eruna necesidad indispensable, vital, para señora Skegg. Habían encontrado l

muchacha y debían retenerla. Cualquie



fantasía de índole sobrenatural habíque reprimirla con mano dura.

—¡Claro, los fantasmas! —exclamaba el bueno de Skegg—. Lee lBiblia, María, y no hables más dfantasmas.

—Hay fantasmas en la Biblia —dijMaría, estremeciéndose al recordadeterminados pasajes terribles de la

Escrituras, que tan bien conocía. —Ah, estaban donde debían, o n

hubieran estado —replicó la señor

Skegg—. No irás tú a encontrar erroreen la Biblia, mientras vivas.María se sentó silenciosamente en s

rincón de la cocina, junto al fuego, y fu



pasando las hojas de la Biblia de sdifunto padre hasta llegar a los capítulopreferidos de los dos y que tantas veceeyeron juntos. Él fue un hombre ingenu recto, el ebanista de Yarmouth; u

hombre rebosante de santas ambiciones

de un refinamiento innato nstintivamente religioso. Él y su hij

huérfana habían pasado la vida solos

untos en la pulcra casita que muy prontMaría aprendería a cuidar y embellecer, amándose con un amor cas

romántico. Habían compartido logustos y las ideas. Pero la muertnexorable separó al padre de la hija

con una de esas separaciones tajantes



súbitas que son como la conmoción dun terremoto: destrucción instantáneadesolación y desesperanza.

El frágil cuerpo de María se habínclinado frente a la tempestad. Habí

sufrido una desgracia que hubier

aplastado a otras naturalezas máfuertes. La habían sostenido suprofundas convicciones religiosas y s

creencia en que aquella cruel separacióno sería eterna. Se enfrentó a la vida, sus problemas y obligaciones, con es

apacible paciencia que es la forma mánoble del valor.Michael Bascom pensaba que n

merecían tomarse en serio las tonta



maginaciones de la sirvienta sobre edormitorio que se le había asignado. Nobstante, la idea siguió rondándole poa cabeza, molestándole y perjudicand

sus estudios. Las ciencias exactarequieren la más absoluta atención d

odas las facultades del cerebro human aquella tarde concreta Michael s

encontró que sólo ponía en su labor un

parte de su atención. El pálido rostro da muchacha y su voz trémula smponían en el primer plano de su

pensamientos.Cerró el libro con un suspiro ddescontento, trasladó su gran butaca druedas junto a la chimenea y se entregó



a contemplación. Hacía una tarde gris deslustrada de comienzos de noviembrea lámpara de leer estaba encendida

pero aún no se habían cerrado lacontraventanas ni corrido las cortinasVeía el cielo plomizo más allá de lo

cristales y las copas de los abetobatidas por el viento iracundo. Oízumbar el aire entre los gabletes, ante

de escapar en dirección al mar, con uulular colérico que sonaba como un gritde guerra.

Michael Bascom se estremeció y sarrimó un poco más al fuego.«Son tonterías, necedades infantile

—se dijo—. Sin embargo, es curios



que haya fantaseado sobre las sombraspues se dice que Anthony Bascom smató en ese cuarto. Me acuerdo dhaberlo oído siendo pequeño a un viejcriado, cuya madre era el ama de llavedel gran casón en los tiempos d

Anthony. Nunca me enteré de cómo lhizo el pobre, de si se envenenó, se pegun tiro o se cortó el cuello; pero sí m

contaron que ésa era su habitación. Eviejo Skegg también lo sabe. Me dcuenta por el tono con que me dijo qu

a muchacha dormiría allí».Estuvo mucho rato sentado, hastque el gris de las ventanas del estudio sransformó en el negro de la noche y lo



gritos de guerra del viento dejaron pasa un murmullo sofocado y lastimeroEstaba sentado de cara al fuego, dejandque sus pensamientos vagaran por epasado y por las leyendas que habíoído durante la infancia. Era una triste

necia historia aquella de su tío abuelAnthony Bascom; la triste historia duna fortuna malgastada y de una vid

desperdiciada. Una ruidosa carreruniversitaria en Cambridge, una cuadrde caballos de carreras en Newmarket

un matrimonio imprudente, una viddisipada en Londres, una esposfugitiva; una hacienda empeñada a loprestamistas judíos y, luego, el fina



fatal.Michael había oído muchas vece

aquella historia deprimente: cuando lhermosa y falsa esposa de AnthonBascom lo hubo abandonado, cuando sagotó su crédito y sus amigos s

cansaron de él, y todo estaba perdidexcepto Wildheath Grange, Anthony, ehombre elegante y decrépito, se habí

presentado inesperadamente una nochen esta casa y había ordenado que lpreparasen la cama en el cuarto dond

acostumbraba dormir cuando venía dcazar patos silvestres, allá en suventud. Su viejo trabuco seguí

colgado sobre la repisa de la chimenea



donde lo había dejado cuando heredó pudo adquirir las más modernas armade caza. Hacía quince años que npisaba Wildheath; y durante la mayoparte de esos años casi nunca se habíacordado de que aquel lúgubre caseró

era suyo.La mujer que había sido el ama d

laves de Bascom Park, hasta que l

vivienda y la tierra pasaron a manos dos judíos, era en aquellos momentos l

única ocupante de Wildheath. Hizo u

poco de cena para su amo y dispuso lacosas para que él se encontrase todo lcómodo que era posible en el gracomedor cerrado; pero le supo mal ver



cuando quitó la mesa después dhaberse retirado él al último piso, quapenas había comido nada.

A la mañana siguiente le sirvió edesayuno en la misma habitación, que sarregló para tener más pulida y alegr

que la noche anterior. La escoba, eplumero y un buen fuego mejoraromucho el aspecto general. Per

ranscurrió la mañana hasta el mediodí la vieja ama de llaves aguardó en vanos pasos de su amo al descender l

escalera. El mediodía se desvaneció ea tarde. Ella no hizo nada podespertarlo, suponiendo que estarícansado por el fatigoso viaje a caballo



que dormiría el sueño del exhausto. Percuando se nubló el corto día dnoviembre con las primeras sombras deatardecer, la vieja se asustó seriamente subió a la puerta del cuarto de su amodonde en vano esperó respuesta a su

repetidas llamadas y palabras.La puerta estaba cerrada por dentr

el ama de llaves no tenía fuerza par

derribarla. Corrió escaleras abajomuerta de miedo, y salió sin cubrirse lcabeza a la solitaria carretera. El luga

habitado más próximo era el peaje deviejo camino de la diligencia, de dondsalía un ramal en dirección a la costaHabía esperanzas de que alguien pasar



por allí por casualidad. La vieja avanzpor la carretera corriendo, sin sabeapenas hacia dónde iba ni qué iba hacer, pero con la vaga idea de qudebía encontrar quien la ayudara.

El azar le fue propicio. Un carr

cargado de algas ascendía lentamentpor la planicie de arenales donde lierra se confunde con el mar. Junto a

carro marchaba un campesino de pasoarrastrados.

—¡Por el amor de Dios, veng

conmigo y abra la puerta de mi amo! —o abordó ella, cogiéndole por el braz—. Debe estar muerto, o con un ataque yo no puedo entrar a ayudarle.



—Muy bien, señora —respondió ehombre, como si semejante invitaciófuera cosa de todos los días—. ¡SoJamelgo! Quédate quieto, caballito, pórtate bien.

Jamelgo se puso bastante contento d

detenerse en una franja de hierba quhabía frente a los jardines de WildheatGrange. El hombre siguió al ama d

laves hasta la planta alta y descerrajó lvieja cerradura con un golpe de su fuertpuño.

Se confirmaron los peores temorede la anciana. Anthony Bascom estabmuerto. Pero el modo y la manera en quhabía muerto nunca había llegado



saberlos Michael. La hija del ama dlaves, que fue quien le contó la historia

era una anciana cuando él era joven. Shabía limitado a cabecear y adoptar unexpresión inescrutable cuando él lacosó con sus preguntas. Ni siquier

había admitido nunca que el antigupropietario se hubiese suicidado. Nobstante, la tradición del suicidio estab

muy viva entre los lugareños dHolcroft; y existía la arraigada creencide que su fantasma rondaba po

Wildheath Grange a determinadas hora épocas del año.Ahora bien, Michael Bascom era u

materialista estricto. Para él, e



universo, junto con todos sus habitantesera una gran máquina gobernada poeyes inexorables. Para semejant

hombre, el concepto de fantasma ersencillamente absurdo; tan absurdcomo la afirmación de que dos y do

pudieran sumar cinco o de que fuerposible trazar un círculo con una línerecta. Sin embargo, sentía una especi

de interés diletante por las inteligenciacapaces de creer en fantasmas. El asuntse prestaba a un divertido estudi

psicológico. Aquella pobre chica pálidenía sin lugar a dudas alguna clase derror sobrenatural dentro de su cabeza

que sólo sería superable mediante u



ratamiento racional.«Ya sé lo que tengo que hacer —s

dijo Michael Bascom de repente—. Ymismo ocuparé el cuarto esta noche y ldemostraré a la chica tonta que sus ideasobre la sombra no son más que necia

maginaciones, fruto de la cobardía y eabatimiento. Una onza de pruebas valmás que una libra de argumentos. Si l

demuestro que he pasado la noche en ecuarto y que no he visto tal sombra, ellentenderá que se trata de una infundad

superstición.»Daniel entró un momento después cerrar las contraventanas.

—Dile a tu mujer que me prepare l



cama en el cuarto donde ha dormidMaría y que la ponga a ella en alguna das habitaciones del primer piso est

noche, Skegg —dijo el señor Bascom. —¿Señor?El señor Bascom repitió la orden.

—¡Esa boba ha estado quejándose usted del cuarto! —gritó Skegndignado—. No se merece estar bie

alimentada y cuidada en una casconfortable. Habría que mandarla acorreccional.

—No te enfades con la pobrmuchacha, Skegg. Se le ha metido unfantasía en la cabeza y yo quierdemostrarle lo tontita que es —dijo e



señor Bascom. —Y quiere usted dormir en… es

habitación —dijo el mayordomo. —Exactamente. —Bueno —reflexionó Skegg—, s

es que ronda ése, lo cual yo no lo creo

era de vuestra misma carne y vuestrmisma sangre; y no creo que le haga usted ningún daño.

Cuando Daniel Skegg regresó a lcocina reprendió duramente a la pobrMaría, que estaba pálida y silenciosa e

a esquina del hogar, zurciendo lamedias grises de estambre de la señorSkegg, que eran la armadura más basta áspera en que jamás se haya enfundad



pierna humana. —¿Se ha visto alguna vez que un

especie de señoritinga, linda caprichosa —preguntó Daniel—, smeta en la casa de un caballero y lobligue a salir de su dormitorio par

dormir en el ático por culpa de suontadas y extravagancias?

Si éste era el resultado de se

educada por encima de su posiciónDaniel daba gracias a Dios de no habepasado de escribir algunas sílaba

sueltas en la escuela. Por él, bien podírse al diablo la enseñanza, si era esto o que conducía.

—Lo siento muchísimo —titube



María, llorando en silencio sobre lcostura—. De verdad, señor Skegg, eque yo no me he quejado. El señor mpreguntó y le dije la verdad. Eso fuodo.

—¡Todo! —Exclamó Skeg

ndignado—. ¡Toda la verdad! Yo diríque más que suficiente.

La pobre María se mantuvo callada

Sus pensamientos, aturdidos por lseveridad de Daniel, se habían alejadde aquella gran cocina desolada hacia e

hogar perdido del pasado: la cómodsalita donde ella y su padre se sentabauntos al acogedor hogar en las noche

como ésta; ella con su elegante costurer



sus sencillas labores, él con loperiódicos que le gustaba leer; el gatfaldero ronroneaba en la alfombra, letera silbaba en el trébede de bronc

brillante, la bandeja estaba lista para lcomida más agradable del día.

¡Ay, aquellas noches felices, aquelldorada camaradería! ¿Habían terminadode verdad, para siempre, sin dejar otr

rastro que la severidad y lservidumbre?

Michael Bascom se retiró aquella nochmás tarde de lo habitual. Tenía pocostumbre seguir con sus libros hast



mucho después de haberse apagadodas las luces menos la suya. Los Skeg

se habían sumido en el silencio y loscuridad de su triste dormitorio de lplanta baja. Hoy los estudios del señoeran especialmente atractivos, má

próximos a las lecturas recreativas que as ciencias exactas. Estaba concentrad

en la historia de esas misteriosas gente

que instalaron sus poblados en los lagosuizos, muy interesado por ciertaespeculaciones y teorías sobre esto

pueblos.El antiguo reloj cucú de laescaleras daba las campanadas de lados cuando Michael Bascom ascendía



con una vela en la mano, hacia laregiones hasta entonces desconocidadel ático. Al final de las escaleras sencontró ante un pasillo oscuro quavanzaba hacia el norte, un pasillo qude por sí bastaba para despertar e

error en una persona supersticiosa, dan oscuro y misterioso como se veía.

«Pobre chiquilla —musitó el seño

Bascom, pensando en María—. Estplanta es muy lúgubre y debe inducir fantasías en una mente juvenil.»

Ya había abierto la puerta del cuartsituado en el extremo norte y se detuvpara examinarlo.

Era una habitación grande, con e



echo abuhardillado, aunque una de laparedes era bastante alta; un dormitoria la antigua, atiborrado de muebleanticuados —grandes, pesados ncómodos—, propios de una époc

periclitada de personas que ya había

muerto. Le saltó a la vista un armario dmadera de castaño, con manillas dbronce cuyo brillo resplandecía en l

oscuridad como unos ojos diabólicosLa cama, de armadura alta, había sidrecortada por una parte para adaptarla

a inclinación del techo, con lo qupresentaba un aspecto desfigurado deforme. Había un viejo escritorio dcaoba, que olía a secretos, y varia



sillas antiguas y voluminosas, coasientos de enea, mohosas por los año muy raídas. En un rincón, u

palanganero con una gran jofaina, unarra pequeña y cachivaches de otroiempos. No había moqueta, sino un

alfombra estrecha junto a la cama.«Es un cuarto tétrico», reflexion

Michael, con la misma sensación d

piedad por la débil María que habísentido un instante antes al coronar lescalera.

A él no le importaba nada donddormía; pero, al haberse dejadnteresar por los pobladores de loagos suizos, de alguna manera estab



humanizado por la liviandad de laecturas de la noche e incluso se sentínclinado a compadecerse de la

debilidades de la pobre tontita.Se metió en la cama, decidido

dormir como un lirón.

El lecho era cómodo, bien provistde mantas, más bien lujoso que lcontrario, y el científico tuvo l

agradable sensación de cansancio qupromete un descanso profundo reparador.

Enseguida lo rindió el sueño, pero acabo de diez minutos se despertsobresaltado. ¿Qué era aquellsensación de tener un gran peso encim



que lo había despertado, aquellsensación inquietante, aguda y ubicuque incidía sobre su ánimo y le oprimíel corazón, aquel gélido horror determinada crisis terrible de la vidpor la que inevitablemente habría d

pasar? Estas sensaciones le resultabaan nuevas como dolorosas. Su vida s

había deslizado como un río de corrient

uniforme y perezosa, apenanterrumpida por algún remolino dristeza. Sin embargo, esta noch

padecía todas las punzadas de los vanoremordimientos; el recuerdo torturadode una vida desperdiciada; los aguijonede la humillación y de la desgracia, l



vergüenza y la ruina; una muertespantosa a la que se había condenadpor sus propias manos. Éstos eran lohorrores que lo acuciaban por todapartes y que pesaban sobre él mientraacía en la habitación de Anthon

Bascom.Sí, incluso él, el hombre que er

ncapaz de ver en la naturaleza ni en e

Dios de la naturaleza nada que fuesmás allá de una máquina irresponsable nmutable, regida por leyes mecánicas

enía que admitir que allí se enfrentabacara a cara, con un misterio psicológicoAquella desazón que se interponía entrél y el sueño era la misma desazón qu



había acosado a Anthony Bascom lúltima noche de su vida. Esto mismdebió sentir el suicida mientras yacía eaquella habitación solitaria, quizratando de calmar su hastiado cerebr

con un último sueño terrenal antes d

dar el paso a la región intermedia desconocida donde todo es oscuridad sopor. Y aquella mente angustiada habí

hechizado el cuarto para siempre. Nera el fantasma del cuerpo del hombre lque regresaba al lugar donde él habí

sufrido y perecido, sino el fantasma dsu pensamiento, de su personalidad; nera ningún simulacro de las ropas qulevaba ni del cuerpo que cubrían.



Michael Bascom no era hombre qurenunciase a las elevadas razones de sfilosofía escéptica sin entablar combateSe empeñó con todas sus fuerzas esuperar aquella opresión que pesabsobre su entendimiento y sobre su

sentidos. Una y otra vez consiguiconciliar el sueño, pero sólo pardespertar de nuevo, una vez tras otra

con los mismos pensamientoorturantes, el mismo remordimiento, l

misma desesperación. De modo que l

noche consistió en una indecible torturapues aunque se dijo que aquella desazóno era suya, que el peso no era real, quno había motivos para arrepentirse



aquellas vívidas fantasías eran tadolorosas como realidades y loprimían con la misma fuerza.

Dio el primer rayo de sol en lventana, tenue, frío y gris; y luego, coa primera luz, miró hacia el rincón entr

el armario y la puerta.Sí; allí había una sombra: no sólo l

sombra del armario, que se distinguí

bastante bien, sino algo vago e informque oscurecía el sombrío marrón de lpared; algo tan leve, tan impreciso, qu

no acertó a imaginar cuál sería snaturaleza ni lo que representabaDecidió contemplar esa sombra hastque cuajara el día; pero la fatiga de l



noche lo había agotado y caycompletamente dormido antes dconsumarse la primera lividez deamanecer, y se encontró saboreando ebendito bálsamo de un sueño serenoCuando despertó, el sol invernal daba e

a ventana enrejada y el cuarto habíperdido el aspecto tenebroso. Se veíanticuado y gris, pardo y andrajoso

pero la honda tenebrosidad habídesaparecido con las sombras y loscuridad de la noche.

El señor Bascom se levantrenovado por el profundo sueño, qucasi había durado tres horas. Recordabos detestables sentimientos que habí



enido antes del reparador descansopero recordaba esas extrañasensaciones sólo para despreciarlas, se despreciaba a sí mismo por haberleconcedido alguna importancia.

«Indigestión, probablemente —s

dijo—; o quizás meras fantasías debidaa las historias de aquella ridículmuchacha. El más sabio de los hombre

está más dominado por la imaginacióde lo que es capaz de reconocer. Buenoque María no vuelva a dormir en es

cuarto. No hay ninguna razón especiapara que tenga que dormir aquí ni tienpor qué sentirse desgraciada para questén contentos el viejo Skegg y s



mujer.»Cuando se hubo vestido, despaci

como tenía por costumbre, el señoBascom se dirigió a la esquina dondhabía visto la sombra, o donde habímaginado verla, y estuvo examinando e

ugar meticulosamente.A primera vista no descubrió nad

que pareciera misterioso. No habí

ninguna puerta en el empapelado nrastro de que la hubiese habido en otriempo. Ni había tampoco una trampill

en la desgastada madera del suelo. Nhabía ninguna mancha oscura rradicable que insinuara un crimen. N

había absolutamente nada que evocas



un secreto ni un misterio.Contempló el techo. Estaba e

bastantes buenas condiciones, salvalguna zona oscura aquí y allá, donde lhabía hinchado la lluvia.

Sí; había algo, una cos

nsignificante pero tan macabra de veque lo sobrecogió.

A un palmo del techo sobresalía d

a pared un gran gancho de hierroprecisamente encima del sitio dondhabía visto la sombra de tan indefinid

perfil. Se subió en una silla parexaminar mejor el gancho y entender, se era posible, para qué lo habían puest

allí.



Era viejo y estaba herrumbrosoDebía llevar muchos años clavado¿Quién lo habría puesto allí y para qué

o era el tipo de gancho del que scuelga un cuadro o la ropa. Estaba en urincón oscuro. ¿Lo habría colocad

Anthony Bascom la noche de su muerteo lo habría encontrado allí, listo pardarle un uso fatal? «Si yo fuera un

persona supersticiosa —pensó Michae—, me inclinaría a pensar que AnthonBascom se colgó de este viejo ganch

herrumbroso».

—¿Ha dormido bien, señor? —



preguntó Daniel mientras servía edesayuno a su amo.

—Estupendamente —respondiMichael, decidido a no satisfacer lcuriosidad del criado.

Siempre se había tomado a mal l

dea de que Wildheath estuviesembrujada.

—Claro, claro, señor. Se h

evantado usted tan tarde que… —¡Muy tarde, sí! He dormido ta

bien que se me han pegado las sábanas

Pero, a propósito, Skegg, puesto que lpobre chica tiene reparos contra ecuarto, que duerma en otra parte. Anosotros nos da lo mismo y a lo mejor



ella no. —¡Bah! —musitó Daniel

rezongando a su manera—. ¿Usted no hvisto nada raro allí arriba, verdad quno?

—¿Ver? Claro que no.

—Pues entonces, ¿por qué ha de vecosas ella? Todo eso son caprichos manías…

—Es igual. Que duerma en otrhabitación.

—No hay otra habitación en l

última planta que no tenga goteras. —Pues que duerma en el piso dabajo. La pobre chica anda sin haceruido. No me molestará.



Daniel lanzó un gruñido y el amentendió que el gruñido significaba quasentía obediente; pero, por desgraciael señor Bascom se equivocaba. Lproverbial obstinación de la familiporcina no es nada en comparación co

a tozudez de un viejo terco, cuyestrechez mental no ha sido nuncluminada por la educación. Danie

estaba empezando a sentir celos decompasivo interés de su amo por lhuérfana. Ella era de esa clase d

criaturas dóciles y pegajosas, capacede abrirse paso a la chita callando hastel corazón de un soltero maduro construirse allí un cómodo nido.



«Nosotros tendremos muchísimrajín y mi mujer y yo no tendremos siti

donde estar, si no corto por lo sano todesta tontería», musitó para sí Daniemientras llevaba la bandeja dedesayuno a la cocina.

María se cruzó con él en el pasillo. —Bueno, señor Skegg, ¿qué dice e

amo? —preguntó ella, en vilo—. ¿H

visto algo raro en la habitación? —No, muchacha. ¿Qué habría d

ver? Dice que eres una tonta.

—¿Nada le ha molestado y hdormido en paz? —tartamudeó María. —No ha dormido mejor en toda s

vida. ¿No empiezas a avergonzarte de t



misma? —Sí —respondió ella humildement

—, me avergüenza estar tan comida dfantasía. Esta noche regresaré a mcuarto, señor Skegg, si usted quiere, nunca volveré a quejarme del cuarto.

—Eso espero —gruñó Skegg—; ynos has traído bastante complicaciones.

María suspiró y pasó a ocuparse d

sus tareas en el más triste de losilencios. El día transcurrió lentamentecomo todos los demás días en aquell

vieja casa y sin vida. El científicestaba en su estudio; María iba sin haceruido de una habitación a otra, barriend quitando el polvo, solitaria y si



alegría. El sol del mediodía sdesvaneció en los grises de la tarde y lnoche fue cayendo como una plaga sobra vieja y deslustrada mansión.

En todo el día no coincidieron Marí el señor. Cualquiera que se hubies

nteresado por la muchacha lo bastantcomo para reparar en su cara, se habrídado cuenta de que estaba más pálida d

o habitual y de que tenía la miraddecidida de quien se ha resuelto afrontar una dolorosa prueba. Llamab

a atención su silencio. Skegg y sesposa achacaron estos síntomas aenojo.

—No quiere comer ni quiere habla



—dijo Daniel a su media naranja—. Essignifica resentimiento y yo nuncconsentí que el resentimiento mdominara cuando era joven; es algexasperante en una jovencita, y dninguna manera voy a dejar que e

resentimiento haga mella en mí de viejoLlegó la hora de acostarse y Marí

se despidió de los Skegg con una

educadas buenas noches, y se dirigió su solitaria buhardilla sin una queja.

Llegó la mañana siguiente y en van

buscó la señora Skegg a su pacientdoncella cuando quiso que María sencargara de preparar el desayuno.

—La moza tiene el sueño mu



profundo esta mañana —dijo la ancian—. Ve a llamarla, Daniel. No puedsubir las escaleras con mis pobrepiernas.

—Tus pobres piernas se estávolviendo de los más inútiles —

murmuró Daniel, de mal humor, mientrase dirigía a hacer el recado de lesposa.

Luego se dijo que la chica le estabgastando una broma. Habría salido escondidas antes del amanecer y habrí

echado llave a la puerta para asustarloPero no; eso no era posible porqudistinguió la llave puesta en su siticuando se arrodilló y miró por el ojo d



a cerradura.La llave le impedía ver el interio

del cuarto.«Estará ahí dentro, riéndose de m

—se dijo—, pero no tardaré en estacon ella».

Había una pesada barra en lescalera, que servía para asegurar lopostigos de la ventana que la iluminaba

Era una barra suelta, que siempre estaben el recodo junto a la ventana y sólo dvez en cuando se usaba. Daniel baj

corriendo al rellano, cogió la fuertbarra de hierro y volvió a subir a todprisa a la puerta de la buhardilla.

Un golpe de la pesada barra bast



para hacer saltar la vieja cerradura, quera la misma que había roto el carretercon su fuerte puño hacía setenta años. Lpuerta se balanceó abierta y Danieentró en el dormitorio que él habíasignado a la forastera.

María colgaba del gancho de lpared. Había tenido el detalle dcubrirse púdicamente el rostro con u

pañuelo. Se ahorcó voluntariamente unhora antes de que Daniel la encontrasecon los primeros grises de la mañana. E

médico, que vino desde Holcroft, pudprecisar el momento de la muerte, pernadie fue capaz de concebir qué súbitacceso de terror le había impelido



aquel acto desesperado o bajo qué lentortura de aprensiones nerviosas habí

perdido el juicio. En la encuestudicial, el jurado se pronunció por e

consabido veredicto piadoso de «locurransitoria».

El triste sino de la muchachensombreció el resto de la vida dMichael Bascom. Huyó de Wildheat

Grange como si la casa estuviesmaldita y de los Skegg como si fueraos asesinos de una joven sencilla

nocente. Sus días concluyeron eOxford, donde contó con la compañía despíritus afines y de los libros de sgusto. Pero el recuerdo del triste rostr



de María, y de su aún más triste muertefue su constante pesar. Su alma nunca sibró de aquella espesa sombra.



¡SILBA Y ACUDIRÉ,MUCHACHO!

Montague Rhodes James



MONTAGUE RHODES JAMEGoodnestone, 1862-Eton, 1936

escribió los relatos arquetípicos de lque en el prólogo se llamó «terroburgués». De hecho, podría habe

protagonizado algunos de sus propiocuentos: tras estudiar en Eton y King’College, Cambridge (institucione

ambas de las que llegaría a ser rector)se dedicó a la paleografía y los estudiobíblicos y medievales, y llevó com

muchos de sus personajes una vid



ranquila y académica. Ghost Stories oan Antiquary (1904), More GhosStories of an Antiquary (1911) y AWarning to the Curious, and OtheGhost Stories (1925) fueron los libroque lo hicieron famosísimo en l

nglaterra del primer cuarto de siglo«Silba y acudiré» constituye un dilempara cualquier antologista, ya que es e

mejor cuento de James —posiblemente, en tanto artefacto, emejor de este libro— pero a la vez e

archiconocido. Se ha optado poncluirlo porque representa como ningúotro el carácter convencional y frágil do que una clase y un país consider



«natural». En el relato, el horriblpasado que vuelve es también unadvertencia sobre el futuro, sobre el fide la sociedad edwardiana en larincheras de Francia.



S

UPONGO que te marcharás prontoahora que se han terminado la

clases —decía una persona que nnterviene en la historia al profesor d

Ortografía, poco después de sentars

untos en una comida que se celebraben el hospitalario comedor del St. JameCollege.

Era el profesor un hombre jovenpulcro y preciso en sus palabras.

—Mis amigos han hecho que m

aficione al golf este curso —dijo—,



quiero ir a la costa del esteconcretamente a Burnstow (apostaría que lo conoces), a pasar una semana diez días perfeccionando mi juegoEspero marcharme mañana.

—Hombre, Parkins —dijo el qu

estaba sentado al otro lado—, si vas Burnstow me gustaría que echaras unmirada a lo que fue el convento d

emplarios y me dijeras si merece lpena hacer excavaciones allí estverano.

Como pueden ustedes suponer, eque acababa de hablar era una personnteresada en la arqueología, pero

puesto que sólo aparece en est



preámbulo, no hace falta que enumersus títulos.

—Desde luego —dijo el profesoParkins—: Descríbeme los alrededoredel lugar, haré todo lo posible por dartuna idea del estado del terreno cuand

vuelva, o te escribo, si me dices dóndvas a pasar estos días.

—Gracias, no te molestes. Es qu

pienso llevar a mi familia hacia esparte del Long y se me ha ocurrido quecomo se han sacado muy pocos plano

de los conventos de templarios inglesespodría aprovechar la ocasión ocuparme en algo útil los días que nenga nada que hacer.



El profesor dio un respingo al oíque sacar el plano de un convento podíconsiderarse algo útil. Su vecinprosiguió:

—El emplazamiento (dudo que laruinas sobresalgan del suelo) debe d

estar actualmente muy cerca de la costaComo sabes, el mar ha penetradenormemente a lo largo de toda es

parte del litoral. A juzgar por el mapadiría que está a unos tres cuartos dmilla del Hotel el Globo, al norte de

pueblo. ¿Dónde te vas a hospedar? —Pues en el Hotel del Globprecisamente —dijo Parkins—; tengo yreservada una habitación allí. Me h



sido imposible conseguir habitación eotro sitio. La mayoría de los hoteleestán cerrados en invierno, al parecer, aun así, me dijeron que la únichabitación que tenían disponible edoble, y que no tienen ningún rincó

donde guardar la otra cama y demás. Dodos modos, necesito una habitació

grande porque quiero llevarme alguno

ibros y trabajar algo; aunque no mhace mucha gracia tener una cama (pono decir las dos) desocupada en lo qu

va a ser mi despacho, tendré quaguantarme y conformarme por el pociempo que voy a estar allí.

—¿Dices que te molesta tener un



cama de más en tu habitación, Parkins—dijo un individuo campechano questaba sentado enfrente—. Oye, squieres, puedo irme contigo y ocuparlpor unos días, así te hago compañía.

El profesor se estremeció, pero s

sobrepuso, y sonrió con afabilidad. —Naturalmente, Rogers, me gustarí

muchísimo. Pero creo que te resultarí

aburridísimo. A ti no te gusta el golf¿verdad?

—¡No, a Dios gracias! —dijo e

mpertinente señor Rogers. —Bueno, pues te advierto qucuando no esté trabajando, lo máseguro es que esté en el campo de golf



por eso digo que te iba a resultaaburrido.

—¡No sé! Conozco a variapersonas en ese pueblo, peronaturalmente, si no quieres que vayadímelo, Parkins, no me voy a ofende

por eso. La verdad, como siempre nodices, no ofende.

Efectivamente, Parkins er

escrupulosamente cortés y sincero ultranza. No es de extrañar que a veceel señor Rogers, conociéndole como l

conocía, se aprovechara de estas dovirtudes. En el pecho de Parkins sentabló una lucha que, durante umomento o dos, le impidió contestar



Transcurrido este intervalo, dijo: —Bueno, si quieres que te diga l

verdad, Rogers, estaba pensando si lhabitación será lo bastante amplia parestar cómodamente los dos, y tambiépero te advierto que no te habría dich

esto de no haberme presionado tú) si tpresencia no representará un obstáculpara mi trabajo.

Rogers soltó una sonora carcajada. —¡Muy bien, Parkins! —dijo—. Es

está bien. Prometo no interferir en t

rabajo, no te preocupes por eso. Si nquieres que vaya, no voy, pero creo qusería conveniente que fuera parmantener alejados a los fantasmas —



aquí habría podido verse el guiño y ecodazo que le dio a su vecino de mesa, a vez que Parkins se ponía colorado—

Perdóname, Parkins —prosiguió Roger—, no he debido decir eso. No macordaba de que te disgusta hablar d

estas cuestiones a la ligera. —Bueno —dijo Parkins—, puest

que has sacado esa cuestión a relucir, t

diré con franqueza que no me gusthablar de lo que tú llamas fantasmasConsidero que un hombre de m

posición —prosiguió, elevando un poca voz— no puede dar la impresión dque cree en todo eso. De sobra sabesRogers, o deberías saber, porque nunc



he ocultado mi manera de pensar… —No, desde luego —coment

Rogers sotto voce. —… que la más leve sospecha, l

más ligera sombra de concesión a lcreencia de que tales cosas puede

existir equivaldría a renunciar a todo lque considero más sagrado. Pero mparece que no he logrado atraer t

atención. —Tu indivisa atención, como dijo e

doctor Blimber [9] —interrumpió Rogers

que parecía hacer verdaderos esfuerzopor expresarse con corrección—. Pere ruego que me perdones, Parkins; te h

nterrumpido.



—No, de ningún modo —dijParkins—. No sé quién es ese Blimberpuede que no sea de mi época. Pero nengo nada más que añadir. Estoy segur

de que comprendes lo que quiero decir. —Sí, sí —se apresuró a deci

Rogers—, desde luego. Seguiremohablando de esto en Burnstow o dondsea.

Si reproduzco el diálogo quantecede es con la intención de mostraa impresión que me dio a mí de qu

Parkins tenía el carácter de una viejaera quisquilloso en sus cosas y carecípor completo del sentido del humorpero era valiente y sincero en su



convicciones, y digno del mayorespeto. Tanto si el lector ha sacado estmisma conclusión como si no, ecarácter de Parkins era éste.

Al día siguiente, Parkins, como era sdeseo, había dejado muy lejos eCollege y llegaba a Burnstow. Le diero

a bienvenida en el Hotel el Globo, snstaló en la habitación doble, de la qua hemos hablado, y aún tuvo tiempo

antes de irse a dormir, de arreglar smaterial de trabajo en perfecto ordesobre la amplia mesa que había en lparte de la habitación que formab



mirador, flanqueada en sus tres ladopor tres ventanas que daban al mar; edecir, la ventana del centro estaborientada directamente al mar, y las da derecha e izquierda dominaban l

costa en dirección Norte y Su

respectivamente. Hacia el Sur se veía epueblo de Burnstow. Hacia el Norte nse veían casas, sino la playa únicamente

los bajos acantilados que la cercabanJusto enfrente había un espacio, no mugrande, cubierto de hierba, donde habí

anclas viejas, cabrestantes y demás; máallá estaba el ancho camino, y despuésa orilla del mar. Fuera cual fuese l

distancia que hubo al principio de



Hotel el Globo al mar, actualmente nhabía más de sesenta yardas.

Los demás huéspedes del hotecomo es natural, eran tambiéaficionados al golf, y entre ellos habíalgunos elementos dignos de especia

atención. El personaje más llamativera, quizá, un ancien militairesecretario de un club londinense, el cua

poseía una voz increíblemente poderos unas opiniones marcadament

protestantes. Y encontró el momento d

manifestar lo uno y lo otro con ocasióde unos oficios que celebró el vicariopersona respetable, aunque con ciertendencia a hacer pintorescas la



ceremonias religiosas, cosa contra lque luchaba el militar denodadamentpor considerar que se alejaba de ldignidad de la tradición anglicana.

El profesor Parkins, una de cuyacualidades era el valor, pasó la mayo

parte del día siguiente a su llegada en lque él llamaba mejorar su juego, ecompañía del coronel Wilson; por l

arde —y aunque no sé si es debidprecisamente a sus esfuerzos pomejorar— el humor del coronel se fu

volviendo tan agrio que incluso Parkinembló ante la idea de regresar al hoteen su compañía. Tras una furtiva mirada aquel mostacho hirsuto y aque



semblante congestionado, decidió que lmás prudente era dejar que el té y eabaco hicieran su efecto sobre e

coronel, antes del inevitable encuentren la cena.

«Esta tarde regresaré dando u

paseo por la playa —se dijo—; sí, aspodré ver las ruinas de las que me hablSidney: todavía queda luz. No s

exactamente por dónde caen, desduego, pero difícil será que no tropiec

con ellas».

Debo decir que así sucedió, en esentido más literal de la palabra, porqual tomar el camino que va del campo dgolf a la playa de grava, metió el pi



entre unas raíces de aulaga y una enormpiedra, y fue a dar en el suelo. Aevantarse y mirar en torno suyo, vio qu

se hallaba en un terreno algaccidentado, con pequeñas depresione montículos. Al detenerse a examina

esos montículos, descubrió que erasimples bloques formados de piedra mortero, totalmente cubiertos de hierba

Visto lo cual, dedujo acertadamente qudebía ser éste el emplazamiento deconvento que había prometid

nspeccionar. La pala del excavadoveía compensados sus esfuerzos; siduda quedaban bastantes cimientos, ndemasiado profundos, que arrojaría



mucha luz a la hora de confeccionar eplano general. Recordó vagamente quos templarios, a quienes había

pertenecido este lugar, solían construisus iglesias redondas, y le pareció qua serie de montículos de su alrededo

estaban distribuidos en forma circularPoca gente es capaz de resistir lentación de excavar un poco en plan d

aficionado cuando visita una provincialejada de la suya propia, aunque sólsea por la satisfacción de ver el éxit

que habría tenido de haberse dedicado ello en serio. Nuestro profesor, siembargo, si bien sintió ese deseo, lo qude veras quería era cumplir con el seño



Sidney. Así que contó, con todo cuidadoos pasos que tenía el diámetro de

recinto, y anotó las dimensiones en scuaderno de notas. Luego pasó nspeccionar una prominencia oblong

situada al Este respecto del centro de

círculo, detalle que le hizo pensar qupodría tratarse de la base de unplataforma o altar. En uno de lo

extremos, en el que daba al Nortefaltaba la hierba, que algún niño u otrcriatura ferae naturae debía de habe

arrancado. No estará de más, pensóquitar un poco de tierra y ver saparecen restos de albañilería; así qusacó la navaja y empezó a rascar. Y



entonces hizo otro pequeñdescubrimiento: al rascar, una porcióde barro seco se hundió hacia adentrodejando al descubierto una pequeñcavidad. Encendió dos cerillas, una traotra, para ver el agujero, pero el vient

se las apagó. Golpeando y rascando coa navaja pudo averiguar, sin embargo

que se trataba de un agujero artificial

estaba hecho de albañilería. Tenía formrectangular, y las paredes laterales, ascomo la superior y la inferior, si n

estaban revocadas de yeso, al menoeran lisas y regulares. Naturalmenteestaba vacío… ¡No! Al sacar la navajasonó un ruido metálico en el fondo



Como es natural, cogió el objeto y, asacarlo a la luz del día, que se estabdesvaneciendo rápidamente pudcomprobar que era algo artificiaambién: en sus manos tenía un tubo d

unas cuatro pulgadas de largo,

evidentemente databa de muchísimoaños.

Parkins se cercioró de que no habí

nada más en este extraño receptáculopero se había hecho demasiado tarde demasiado oscuro para pensar en segui

nvestigando. El hallazgo encontrado eran inesperadamente interesante, qudecidió sacrificar a la arqueología upoco más de tiempo, al día siguiente



antes de que anocheciera. Estaba segurde que el objeto que se había guardaden el bolsillo tenía cierto valor.

Lúgubre y solemne era el paisajcuando echó una última mirada, antes dregresar. Una desmayada clarida

amarillenta permitía ver aún el campde golf, en el que se divisaban algunafiguras que se encaminaban hacia e

edificio del club, así como lachaparrada torre circular, las luces depueblo de Aldsey, la pálida franj

arenosa, intersectada de trecho en trechpor los muros de contención dennegrecida madera y escasa altura, y emar oscuro y rumoroso. El crudo vient



soplaba del Norte, pero luego lo notó su espalda, cuando iba de camino aHotel el Globo. Aligeró el paso acruzar por la crujiente grava, y llegó a larena, desde donde el paseo, pese a lobajos muros de contención que tenía qu

r saltando de cuando en cuando, se hizagradable y tranquilo. Al mirar haciatrás una última vez para calcular l

distancia que había recorrido desde laruinas del convento de templarios, vivenir a alguien más en su mism

dirección: era una figura más bieconfusa, la cual parecía hacer grandeesfuerzos por alcanzarle, aunquavanzaba muy poco, si es que avanzab



en realidad.Quiero decir que parecía que corría

a juzgar por sus movimientos, pero ldistancia que la separaba de Parkins ersiempre la misma. Al menos eso fue lque le pareció a él, y convencido com

estaba de que no le conocía, considerque no tenía sentido esperar a que lalcanzara. Con todo, empezaba a pensa

que no habría sido mala idea iacompañado por esta playa solitaria, dhaber podido uno elegir compañía. D

niño había leído casos de encuentros poparajes como éste, en los que ni aúahora podía pensar serenamente. Nobstante, no logró apartarlos de s



maginación hasta que llegó a la posadahabía uno, sobre todo, que suelmpresionar a la mayoría de la

personas en determinada etapa de sniñez: «Entonces soñé que Christian, aechar a andar, vio que un demoni

repugnante cruzaba el campo y se dirigía su encuentro», «¿Qué haría yo ahor—pensó— si al volverme atrás divisar

una figura negra recortándose contra ecielo amarillo, y descubriera que teníalas y cuernos? Me pregunto si m

quedaría donde estoy o echaría a correrAfortunadamente, el señor que vienallá detrás no es nada de eso, y ademáparece que está igual de lejos que antes



A este paso no cenará al mismo tiempque yo. ¡Válgame Dios!, pero si sólfalta un cuarto de hora. ¡Tendré qudarme prisa!»

Efectivamente, Parkins tuvo eiempo justo para cambiarse. Cuando s

reunió con el coronel en el comedor, lpaz —o cuanto de ella logró recobraeste buen señor— reinaba de nuevo e

el pecho del militar. Permaneció en sánimo también durante la partida dbridge que se organizó después de l

cena, ya que Parkins era un jugador máque regular. Así que, al retirarse, allhacia las doce, iba con la sensación dhaber pasado una velada muy amena



que, aun cuando se quedara un par dsemanas o tres, la vida en El Globresultaría relativamente agradable, sranscurría siempre así. «Sobre todo —

pensó—, si sigo mejorando mi juego.»En el pasillo se encontró con e

criado del hotel, quien se detuvo pardecirle:

—Perdone el señor, al cepillar s

chaqueta, hace un momento, se le hcaído algo del bolsillo. Lo he puestencima de la cómoda de su habitación

es un trozo de tubo o algo parecidoMuchas gracias, señor. Encima de lcómoda lo tiene, sí, señor. Buenanoches, señor.



El discurso le recordó a Parkins epequeño descubrimiento que habíhecho esa tarde. Lo cogió con gracuriosidad y se acercó a examinarlunto a la luz de las velas. Era d

bronce, según veía ahora, y tenía l

misma forma de los modernos silbatopara perros; de hecho, no eraefectivamente, ni más ni menos que u

silbato. Se lo llevó a la boca, perestaba completamente obstruido por upegote de arena fina o de tierra; n

consiguió soltarla con unos golpes uvo que quitarla con la navaja. Comera muy pulcro, recogió la tierra con urozo de papel y la tiró por la ventana



Al asomarse, vio que hacía una nochclara y estrellada, y se entretuvo unstante contemplando el mar. Reparó e

un paseante retrasado que se habídetenido junto a la orilla, enfrentmismo del hotel. Cerró la ventana

extrañado de lo tarde que se retiraba lgente de Burnstow, y cogió el silbato volvió a examinarlo a la luz. Vaya, per

si tenía signos grabados, ¡y no sólsignos, sino letras también! Lo frotigeramente y apareció, perfectament

egible, lo que tenía escrito; aunque eprofesor tuvo que confesarse a sí mismoras un serio esfuerzo por descifrarlo

que su significado le resultaba ta



oscuro como las palabras que se laparecieron al rey Baltasar en el muroHabía una inscripción en la parte darriba del silbato, y otra en la de abajoLa primera era así:

[10]

y la otra:

[1

«Debería saber lo que significa —pensó—, pero tengo el latín demasiad



oxidado. Pensándolo bien, me parecque ni siquiera sé cómo se dice silbatoLa frase larga parece bastante fáciSignifica: “¿Quién es éste que viene?”Bueno, la mejor manera de averiguarles silbarle.»

Silbó a manera de prueba y sdetuvo de repente, sobresaltado complacido a la vez, por la nota qu

había sacado. Daba la sensación de unejanía infinita y, a pesar de su suavidad

comprendió que debía de haberse oíd

en varias millas de distancia. Fue usonido, además, que parecía poseecomo poseen también muchos olores) e

don de suscitar imágenes en el cerebro



Por un momento vio con absolutclaridad la escena de un paraje inmensen la oscuridad de la noche, barrido poun viento frío, en cuyo centro aparecíuna figura solitaria; no pudo distinguir lque hacía. Tal vez habría conseguido ve

algo más, de no haberle disipado lvisión una repentina ráfaga de vientque azotó los cristales de las ventanas

el hecho fue tan inesperado que le hizevantar la vista, a tiempo de ver l

blancura fugaz de un ala de gaviota bati

unto a los cristales.El sonido del silbato le había dejadfascinado de tal modo que probó otrvez, pero con más firmeza. La nota son



igeramente más fuerte, si es que lo fuen realidad, que la vez anterior, perademás le defraudó: no le suscitó visióalguna, como casi había esperado. «Per¿qué es esto? ¡Dios mío!, ¡con qufuerza se ha levantado el viento e

pocos minutos! ¡Qué ráfaga máremenda! ¡Ah!, me lo temía…, me h

apagado las velas. Me va a revolve

oda la habitación.»Lo primero era cerrar la ventana. U

segundo después se encontraba Parkin

uchando por cerrarla, y tan tremendera la fuerza del viento, que parecícomo si luchara con un individucorpulento que pretendiera entrar. D



pronto disminuyó, y la ventana dio ugolpe, y se cerró el pestillo por sí soloAhora, lo principal era encendenuevamente las velas y comprobar shabía causado algún desaguisado. Nono se veía ningún estropicio, ni habí

roto ningún cristal de la ventana. Pero eruido había despertado por lo menos otro miembro de la casa: se oía andar a

coronel de un lado para otro ecalcetines, en la habitación de arribasoltando gruñidos.

Aunque este viento se habíevantado súbitamente, no amainó drepente: siguió soplando, gimiendoarremetiendo contra el edificio; d



cuando en cuando dejaba oír lamentoan lastimeros, como decía Parkins co

su usual objetividad, que muy bien pudlenar de temores a las persona

demasiado imaginativas, y aun las qucarecían por completo de imaginación

pensó un cuarto de hora después, shabrían sentido más a gusto sin él.

Parkins no sabía seguro si era e

viento o la excitación del golf, o sunvestigaciones en el convento demplarios lo que le tenía despierto. D

odos modos, estuvo con los ojoabiertos lo bastante como para creecomo me ha sucedido a mí mucha

veces en situaciones parecidas) qu



sufría toda clase de trastornos fatales: sdedicó a contar los latidos de scorazón, convencido de que se le iba parar de un momento a otro, y a concebias más graves sospechas en torno a su

pulmones, a su cerebro, a su hígado

etc…, sospechas que se disiparíanestaba seguro, con la llegada del nuevdía. Encontraba cierto consuelo en sabe

que había alguien más en la mismsituación. Alguien que ocupaba unhabitación vecina, sin duda (no era fáci

decir de qué lado en medio de loscuridad), porque se movía y hacícrujir la cama también.

Luego Parkins cerró los ojos y trat



de dormir. Entonces su sobreexcitacióadoptó una nueva forma: comenzaron representársele escenas en lmaginación. Experto crede, las escena

acuden a uno cuando mantiene los ojocerrados intentando dormir, y a vece

son tan desagradables que se vobligado a abrir los ojos pardisiparlas.

Sin embargo, la experiencia dParkins a este respecto furemendamente desalentadora. La escen

representada se repetía con insistenciaAl abrir los ojos, como es naturadesaparecía, pero cuando los cerrabvolvía nuevamente a desarrollarse igua



que antes, ni más deprisa ni mádespacio. Y era la siguiente:

Una gran extensión de playa, unfranja arenosa bordeada de grava cruzada por una serie de negros murode contención dispuesto

perpendicularmente con respecto aagua…

La escena era muy parecida, d

hecho, a la del paseo de esa mismarde, pero como no encontraba en ell

detalle particular, no le era posibl

dentificarla. Reinaba una luz tenebrosa daba la impresión a la vez dormenta, de noche de finales dnvierno, y de fría llovizna. Al principi



no se veía a nadie en este paisajdesolado. Luego, a lo lejos, aparecialgo; un momento después ese algo sconcretó en la figura de un hombrcorriendo, saltando, brincando poencima de los muros de contención

volviéndose de cuando en cuando haciatrás para mirar con inquietud. Cuandmás se acercaba, más parecía qu

estaba, no ya inquieto, sinerriblemente asustado, aun cuando no se distinguía la cara. Estaba, además

casi a punto de caer sin fuerzas. Seguícorriendo; cada obstáculo que se lcruzaba parecía salvarlo con mádificultad que el anterior. «¿Podrá salta



el siguiente?», pensó Parkins. «Parecmás alto que los otros». Sí, medirepando, medio arrojándose despué

desde arriba, subió y cayó como ufardo al otro lado (más cercano deespectador). Allí, junto al muro d

contención, como si le fuese imposiblevantarse otra vez, se quedó, a cuatr

patas, mirando con un gesto d

angustiosa ansiedad.Hasta aquí no se veía causa algun

que provocara el miedo del que corría

pero luego empezó a divisarse a lejos, en la playa, el corretear de ubultito fosforescente que se movía cogran agilidad y de manera irregular. A



medida que se hacía más grande, se ibperfilando como una figura borrosavestida de flotantes ropajes. Tenía algsu manera de moverse que le quitaba Parkins todo deseo de verla de cerca. Sdetenía, alzaba los brazos, se inclinab

sobre la arena, corría después por lplaya completamente encorvada, hastlegar al borde del agua; luego, s

enderezaba y reemprendía spersecución a pasmosa velocidad. Pofin, llegó el momento en que e

perseguidor empezó a merodear dderecha a izquierda unas cuantas yardamás allá del muro de contención dondacía oculto el hombre. Tras dos o tre



vueltas infructuosas, se detuvo, senderezó con los brazos en alto, y luegse arrojó hacia la parte delantera demuro de contención.

Al llegar a este punto, Parkinfracasaba siempre en su decisión d

mantener los ojos cerrados. Lleno ddudas sobre si sería su cerebro fatigadpor el exceso de trabajo, o el hum

excesivo y cosas así, lo que le impedílegar a contemplar la visión, el caso e

que al final se resignó a encender l

palmatoria, abrir el libro y pasar lnoche despierto, cosa que prefería miveces a verse atormentado por aquepersistente paisaje que, según le parecí



a él, sólo podía deberse a una morbosreflexión del paseo y los pensamientode ese mismo día.

Al rascar la cerilla y encenderla dpronto, debió asustar a las criaturas da noche —ratas o lo que fuera—

porque las oyó echar a correruidosamente del lado de su cama«¡Vaya por Dios! ¡Se me ha apagado l

cerilla! ¡Qué contrariedad!» Pero lsegunda no se apagó, así que encendió lvela y abrió el libro y se concentró en é

hasta que, al cabo de muy poco tiempocayó vencido por un sueño sano reparador. Y así fue como, por primervez en su ordenada y prudente vida



olvidó apagar la vela, y cuando llamaron a las ocho de la mañana, aú

vacilaba una llamita en el hueco de lpalmatoria, y sobre la mesita de nochse habían formado lamentables grumode cera derramada.

Después de desayunar, se encontraben su habitación terminando de preparasus cosas de golf —la fortuna le habí

asignado nuevamente al coronel dcompañero—, cuando la camarera llamotra vez.

—Por favor —dijo—, ¿sería taamable de decirme si necesita mámantas en su cama, señor?

—¡Ah, muchas gracias! —dij



Parkins—. Sí, tráigame una. Parece quel tiempo ha enfriado bastante.

Un momento después, la camarerestaba de vuelta con la manta.

—¿En qué cama la pongo, señor? —preguntó.

—¿Cómo? Pues en ésta…, en la qudormí anoche —dijo él señalándola.

—¡Ah, sí! Perdone el señor, pero e

que nos pareció que se había acostaden las dos; al menos, hemos tenido quhacer las dos esta mañana.

—¿De veras? ¡Pero eso es absurdo—exclamó Parkins—. Si ni siquiera hocado esa otra, si no fue para deja

algunas cosas encima. ¿Dice usted qu



parecía como si alguien hubiesdormido en ella?

—¡Sí, señor! —dijo la criada—Mire, estaba toda deshecha, con lasábanas revueltas como si alguiehubiera pasado una mala noche, y uste

perdone. —¡Válgame Dios! —dijo Parkins—

Bueno. A lo mejor la he desordenad

más de lo que creía al deshacer lamaletas. Siento mucho haberlas obligada trabajar doble, se lo aseguro. A

propósito, dentro de poco llegará uamigo mío, un señor de Cambridge, qua ocupará por una noche o dos

Supongo que no habrá ningú



nconveniente, ¿verdad? —Claro que no, señor. Mucha

gracias. No pase cuidado, que no lhabrá —dijo la camarera, y se fucorriendo a contárselo a sus compañerapara reírse un rato.

Parkins salió con la firmdeterminación de mejorar su juego.

Me alegro de poder decir que l

ogró hasta tal punto que el coronel, qual principio parecía sentirse algdescontento ante la perspectiva de juga

por segundo día consecutivo en scompañía, se fue volviendo mucomunicativo a medida que avanzaba lmañana, y su voz resonaba por e



campo, como hubiera dicho también unde nuestros poetas de segunda fila«como la campana mayor de la torre dun monasterio».

—Qué ventarrón tuvimos anoche —dijo—. En mi tierra dirían que alguie

estuvo silbando para llamarlo. —¿De verdad? —exclamó Parkin

—. ¿Existen aún supersticiones de es

ipo en su tierra? —Nada de supersticiones —dijo e

coronel—. Esa creencia la tienen e

Dinamarca y en Noruega, y también ea costa de Yorkshire, y yo considerque, por lo general, hay siempre ufondo de verdad en lo que son y han sid



durante generaciones las creencias de upueblo. Le toca a usted —algo así fue lque añadió.

El lector aficionado al golf puedmaginar las digresiones que consider

más apropiadas, e intercalarlas en lo

momentos más adecuados.Cuando reanudaron la conversación

Parkins dijo con cierta vacilación:

—A propósito de lo que me decíusted hace un momento, coronel, debmanifestarle que mis convicciones a es

respecto son bastante firmes. De hechosoy un escéptico convencido en lo quse refiere a eso que llaman l«sobrenatural».



—¡Cómo! —exclamó el coronel—¿pretende decir que no cree en lopresagios o en las apariciones o ecosas de esta naturaleza?

—En nada de todo eso —replicParkins con firmeza.

—Bueno —dijo el coronel—, perentonces me parece a mí que, en essentido, es usted algo así como u

saduceo.Parkins estuvo a punto de contestarl

que, en su opinión, los saduceos fuero

as personas más razonables del AntiguTestamento, pero como no sabía si se lecitaba mucho o nada en dicha obraprefirió reírse ante esta acusación.



—Puede que lo sea —dijo—pero… ¡A ver, muchacho, dame mi palo… Perdone un momento, coronel —hubuna corta pausa—. Mire, sobre eso dlamar al viento silbando, permítam

que le diga mi teoría. Las leyes qu

rigen los vientos no son perfectamentconocidas en realidad…, y menos poos pescadores y demás. Vamos

suponer que, en determinadcircunstancias, se ve repetidamente a uhombre o a una mujer de costumbre

extravagantes, o a un extranjero, junto a orilla, a una hora desusada, y se loye silbar. Poco después, se levanta ufortísimo viento; cualquier entendid



que sepa observar el cielo o que tengun barómetro, habría podido predecirloPero las gentes sencillas de upueblecito pesquero no poseebarómetros y sólo saben cuatro cosadel tiempo. ¿Qué más natural qu

considerar al personaje extravagante quo he supuesto como causante de

viento, o que él o ella se aferr

ávidamente a la fama de poder hacer tacosa? Bueno, y ahora tomemos el casdel viento de anoche: resulta que y

mismo estuve silbando. Toqué un silbatpor dos veces, y el viento parecievantarse exactamente como s

respondiera a mi llamada. Si alguien m



hubiese visto…Su interlocutor comenzaba

mpacientarse con este discurso, pueme temo que Parkins había adoptado uono de conferenciante; pero al oír l

frase final, el coronel se detuvo.

—¿Silbando dice que estuvo? —exclamó—. ¿Y qué clase de silbatgasta usted? Tire primero.

Hubo una pausa. —Me estaba preguntando usted po

el silbato, coronel. Es muy curioso. L

levo aquí…, no, ahora recuerdo que lhe dejado en mi habitación. La verdaes que me lo encontré ayer.

Y entonces Parkins le contó cóm



legó a descubrir el silbato, y al oírlo ecoronel, soltó un gruñido y dijo que élen su lugar, tendría mucho cuidado eutilizar un objeto que había pertenecida una cuadrilla de papistas, de quieneno se podía saber con seguridad de qu

fueron capaces. De este tema, pasó a laexageraciones del vicario, el cual habínotificado el domingo anterior que e

viernes sería la festividad de SantTomás Apóstol, y que habría un servicia las once en la iglesia. Éste y otro

detalles por el estilo constituían, a juicidel coronel, un serio fundamento parpensar que el vicario era un papistdisfrazado, si es que no era jesuita,



Parkins, que no era capaz de seguir acoronel en este tema, no se mostró edesacuerdo con él. De hecho, pasaron lmañana tan a gusto juntos que ninguno dos dos habló de separarse después d

comer.

Por la tarde siguieron jugando bieno al menos lo bastante bien como parolvidarse de todo, hasta que empezó

oscurecer. Hasta ese momento no sacordó Parkins de su propósito dnspeccionar un poco más el convento

pero tampoco tenía mucha importanciapensó. Lo mismo daba un día que otroasí que regresaría en compañía decoronel.



Al dar la vuelta a la esquina de lcasa, el coronel estuvo a punto de sederribado por un muchacho que venía oda velocidad; chocó, pero luego, e

vez de reanudar su carrera, se quedagarrado a él sin aliento. Las primera

palabras que acudieron a la boca demilitar fueron de mal humor reconvención, pero inmediatamente s

dio cuenta de que el muchacho casi npodía hablar de lo asustado que estabaAl principio le fue imposible contestar

as preguntas que le hicieron. Cuandrecobró el aliento empezó a lloraragarrado todavía a las piernas decoronel. Finalmente lograron soltarle



pero siguió lloriqueando. —¿Qué diablos te ocurre? ¿Qué t

ha pasado? ¿Qué has visto? —dijeroos dos hombres.

—¡Ay, lo he visto hacerme señadesde la ventana —gimió el chiquillo—

me ha asustado! —¿Qué ventana? —preguntó e

furioso coronel—. Vamos, serénate

muchacho. —La ventana del hotel —dijo e

niño.

Parkins se mostró entoncepartidario de mandar al niño a su casapero el coronel se negó; quería sabeexactamente qué había pasado, dijo; er



extremadamente peligroso darle un sustde esa naturaleza a un chiquillo, y sograba averiguar quién era el qu

andaba gastando esas bromas, le iba dar su merecido. Y tras una serie dpreguntas consiguió poner en claro l

siguiente: el niño había estado juganden el césped a la entrada de El Globcon otros niños; luego, éstos se había

marchado a sus casas a merendar, e ibél a marcharse también, cuando se locurrió mirar hacia la ventana que tení

delante y vio entonces cómo le hacíseñas. Aquello parecía una especie dfigura vestida de blanco…, pero npudo verle la cara, le hacía señas,



enía un aspecto muy raro…, no parecíuna persona normal. ¿Había luz en lhabitación? No, no se le ocurrió fijarsen eso, aunque creía que no. ¿Quventana era? ¿Era en el ático o en esegundo? Era en el segundo…, la de

mirador, esa que tenía dos ventanas mápequeñas a los lados.

—Muy bien, muchacho —dijo e

coronel, tras unas cuantas preguntas má—. Ahora vete corriendo a tu casaSeguramente es alguien que ha querid

darte un susto. Otra vez, como inglévaliente que eres, le das una pedrada…bueno no, una pedrada no, vas y se ldices al camarero, o al señor Simpson,



eso sí, le dices que te lo he dicho yo.El semblante del niño reflejó la

dudas que abrigaba acerca de latención que se dignaría a prestarle eseñor Simpson a sus quejas, pero ecoronel no pareció darse cuenta,

prosiguió: —Aquí tienes una moneda de sei

peniques, digo no, un chelín, y ahor

vete a tu casa y no pienses más en eso.El niño echó a correr, tras haberl

dado las gracias lleno de zozobra, y e

coronel y Parkins dieron media vuelta se dirigieron a la parte delantera dehotel con el fin de hacer ureconocimiento de la fachada. Sól



había una ventana que respondía a ldescripción que les acababan de dar.

—Bueno, esto es muy extraño —dijParkins—; evidentemente, es a mventana a la que se refería. ¿Quiersubir un momento conmigo, corone

Wilson? Vamos a ver quién se ha tomada libertad de entrar en mi habitación.

No tardaron en llegar al pasillo,

Parkins hizo ademán de abrir la puertaLuego se detuvo y se registró lobolsillos.

—Esto es más serio de lo que creí—observó—. Ahora recuerdo que asalir esta mañana dejé cerrado colave, y la llave la tengo aquí —dijo



mostrándola en alto—. Así que —prosiguió—, si la servidumbre tiene lcostumbre de entrar en las habitacionede los clientes en ausencia de éstos, sólme cabe decir que…, bueno, que no mparece correcto, ni mucho menos.

Y sintiéndose un tanto encogido dánimo, puso toda su atención en abrir lpuerta —que, efectivamente, estab

cerrada con llave— y en encender lavelas.

—Pues no —dijo—, parece que est

odo en su sitio. —Todo menos su cama —observó ecoronel.

—Perdone, pero esa no es la mía —



dijo Parkins—. Esa no la utilizo. Perparece como si alguien hubiera queridgastarme una broma deshaciéndola.

Efectivamente, las sábanas y lamantas estaban revueltas y retorcidas ea más completa confusión. Parkin

reflexionó. —Ya sé lo que ha debido pasar —

dijo finalmente—: La desordené y

anoche al abrir mis maletas, y no la havuelto a hacer desde entoncesSeguramente entraron a arreglarla, y e

niño ha visto a las camareras por lventana. Luego las han debido llamar han cerrado con llave al marcharse. Sseguro que ha sido eso.



—Bueno, llame al timbre pregúnteles —dijo el coronel, y estsugerencia le pareció muy práctica Parkins.

Se presentó la camarera yresumiendo, declaró que ella habí

hecho la cama por la mañana estando eseñor en la habitación, y desde entonceno ha vuelto a entrar. El señor Simpso

guardaba las llaves, él era quien podídecirle al señor si había estado alguien.

Era un misterio. Tras una inspección

comprobaron que no faltaba nada dvalor, y Parkins reconoció que todos loobjetos que tenía sobre la mesa estabaen su sitio, por lo que podía asegura



que nadie los había tocado. Además, nel señor ni la señora Simpson habíadado el duplicado de la llave a nadie eodo el día. Por otra parte, Parkins, pes

a su sagacidad, no logró descubrir en lconducta del patrón, de la patrona ni d

a criada, gesto alguno que delatara emenor indicio de culpabilidad. Más biese inclinaba a creer que el niño habí

engañado al coronel.Este último estuvo desusadament

silencioso y pensativo durante la cena

el resto de la noche. Cuando se despidide Parkins para irse a dormir, murmurde mal humor:

—Si me necesita esta noche, ya sab



dónde me tiene. —¡Ah, sí!, muchas gracias, coronel

pero no creo que tenga que molestarle.propósito —añadió—, ¿le he enseñadel silbato del que le hablé? Me parecque no. Mire, éste es.

El coronel se acercó a examinarlo a luz de la vela.

—¿Ha leído la inscripción? —

preguntó Parkins cuando lo tuvo dnuevo en sus manos.

—No, con esta luz no puedo. ¿Qu

piensa hacer con él? —No sé, cuando regrese Cambridge se lo enseñaré a algúarqueólogo de allí para ver qué piensa



si considera que tiene valor, lo donara un museo.

—¡Muu…! —exclamó el coronel—Bueno, puede que tenga razón. Pero laseguro que si fuera mío lo tirarínmediatamente al mar. Y sé que n

sirve de nada discutir; supongo quusted es de los que no creen sino lo quven. Bien, espero que tenga buena

noches.Dio media vuelta, dejando a Parkin

con la palabra en la boca, y poc

después cada uno estaba en shabitación.Por alguna desdichada razón, la

ventanas de la habitación del profeso



no tenían ni cortinas ni persianas. Lnoche anterior no le había dadmportancia, pero esta noche era mu

probable que la luna, que estabsaliendo, diera más adelante de lleno esu cama y le despertara. Al darse cuent

de este detalle, se sintió enormementcontrariado, pero con ingenio digno denvidia consiguió, valiéndose del riel d

a cortina, unos cuantos imperdibles, ubastón de golf y un paraguas, armar unpantalla, la cual, si lograba sostenerse

protegería su cama de la luz de la lunaPoco después de leer un buen trozo dcierta obra de envergadura, suficientpara provocar serios deseos de dormir



echó una mirada soñolienta en torno a lhabitación, apagó la vela y dejó caer lcabeza sobre la almohada.

Llevaría durmiendo una hora más menos, cuando un estrépito repentino ldespertó sobresaltado. Inmediatament

comprendió lo que había ocurrido: shabía venido abajo la pantalla que tacuidadosamente había montado, y un

una fría y brillante le daba plenamenten el rostro. Era una verdadercontrariedad. ¿Se sentía capaz d

evantarse a reconstruir la pantalla, podría seguir durmiendo sin tenerse quevantar?

Durante unos minutos permaneci



echado, reflexionando sobre qué partidomar; luego se volvió bruscamente y

con los ojos completamente abiertosprestó atención conteniendo lrespiración. Estaba seguro de habepercibido un movimiento en la cam

vacía del otro lado de la habitaciónMañana mandaría quitarla de ahporque había ratas o algo parecido qu

se movía en ella. Ahora estaba todranquilo. ¡No! Otra vez empezaba l

agitación. Se oían crujidos y sacudidas

pero, evidentemente, eran más fuertes do que podía producir cualquier rata.Me imagino la perplejidad y e

horror que debió experimentar e



profesor, porque hace unos treinta añouve yo un sueño en el que pasaba l

mismo; pero tal vez le resulte difícil aector imaginar lo espantoso que debi

ser descubrir una figura sentada en lcama que él había creído vacía

Abandonó la suya de un salto y echó correr hacia la ventana, donde tenía súnica arma: el palo de golf con el qu

había confeccionado la pantalla. Perentonces comprendió que era lo peoque se le había podido ocurrir, porque e

personaje de la cama vacía, con umovimiento suave y repentino, sncorporó y se puso en guardia con lo

brazos extendidos entre las dos camas



delante de la puerta. Parkins se le quedmirando con aterrada perplejidad. Dalgún modo, la idea de cruzar por dondestaba la figura y huir por la puerta lpareció irrealizable. No habría sidcapaz de rozarla —no sabía por qué—

así que, si pretendía acercársele, estabdispuesto a arrojarse por la ventanaDurante un momento permaneció en un

zona de oscuridad, por lo que Parkins npudo verle la cara. Luego, empezó avanzar, inclinándose hacia adelante

por lo que enseguida comprendiParkins, con horror y alivio a la vez, questaba ciega, ya que tanteaba el caminextendiendo al azar sus brazo



entrapajados. Al dar un paso, descubride súbito la cama que Parkins habíocupado, y se lanzó sobre las almohadacon una furia tal que Parkins sintió emás intenso escalofrío de su vida. Eescasos segundos comprobó que la cam

estaba vacía; entonces se dirigió hacia ventana, por lo que entró en la zonluminada, revelando así qué clase d

criatura era.A Parkins le disgusta enormement

que le pregunten sobre este particular

sin embargo, una vez me refirió estescena estando yo presente, y comentque lo que recuerda sobre todo es shorrible, su intensamente horrible rostr



de trapo arrugado. No pudo o no quiscontar la expresión que reflejaba erostro ese; lo cierto es que el miedo qusintió estuvo a punto de hacerle perdea razón.

Pero no tuvo tiempo de observarl

con detalle. Increíblemente veloz, lfigura se deslizó hasta el centro de lhabitación y, al tantear el aire con lo

brazos, un pico de sus ropas rozó erostro de Parkins. No pudo —pese a lpeligroso que sabía que era hacer ruid

—, no pudo reprimir un grito drepugnancia, lo que dio instantáneamentuna pista a su perseguidor. Saltó sobrParkins, y éste retrocedió, gritando co



odas sus fuerzas, hasta sacar la espaldpor la ventana, y entonces el rostro drapo se abalanzó sobre el suyo. En estnstante supremo, como habrá

adivinado ya, le llegó la salvación: ecoronel irrumpió bruscamente en l

habitación a tiempo de ver la horriblescena en la ventana. Al acercarsadonde ellos estaban, sólo quedaba un

figura, la de Parkins, que yacía siconocimiento en el suelo de lhabitación; junto a él había un montó

nforme de sábanas arrugadas.El coronel Wilson no preguntó nadapero no dejó entrar a nadie en lhabitación, y trasladó a Parkin



nuevamente a su cama; luego senvolvió en una manta y se echó descansar él también en la otra. Rogerlegó a primera hora de la mañan

siguiente, y fue acogido con máentusiasmo de lo que habría sido d

haber llegado el día anteriorseguidamente, estuvieron deliberanddurante largo rato en la habitación de

profesor. Al final, salió el coronel dehotel llevando un pequeño objeto entros dedos índice y pulgar, y lo arrojó e

el mar todo lo lejos que le permitió sbrazo.Más tarde se vio ascender el hum

de una hoguera que habían encendido e



a parte de atrás del edificio.Debo confesar que no recuerdo qu

clase de historia contaron a lservidumbre y a los clientes. El profesose salvó milagrosamente de la sospechde haber sufrido un delirium tremens,

el hotel de la fama de escandaloso. No es difícil presumir qué le habrí

ocurrido a Parkins de no habe

ntervenido a tiempo el coronel. O shabría caído desde la ventana o habríperdido el juicio. Pero lo que no está e

claro es si la criatura que acudió a llamada del silbato habría hecho algmás que asustar. Parece que no srataba de un ser material, aparte de la



sábanas retorcidas que daban forma a scuerpo. El coronel, que recordaba usuceso parecido ocurrido en la Indiaestaba convencido de que si Parkins shubiera enfrentado con ese ser, habrícomprobado que no tenía más poder qu

el de asustar. En definitiva, dijo, encidente no hacía sino corroborar l

opinión que él tenía de la Iglesia d

Roma.Y no hay nada más que añadir, e

realidad; pero, como pueden imaginar

as opiniones del profesor sobrdeterminadas cuestiones no son ya todo firmes que solían ser. Sus nerviosambién están destrozados: aún s



estremece al ver un sobrepellicolgando de una puerta, y la visión de uespantapájaros en el campo, algunoatardeceres de finales de invierno, le hcostado más de una noche de insomnio.



EL POLVO BLANCO

Arthur Machen



ARTHUR MACHEN (Caerleon-on-Usk1867-Londres, 1947) parece habe

creído, durante un tiempo de su vida, eos fenómenos paranormales sobre lo

que escribía. Fue miembro, por ejemplo

del grupo teosófico The Order of thGolden Dawn (La orden del amanecedorado), que también integraron Aleiste

Crowley y W. B. Yeatsndependientemente de este dato, quiz

risible y anecdótico, hay que reconoce

que su gusto por las ciencias oculta



derivó de un profundo conocimiento das leyendas celtas y galesas, y qu

ambos intereses, lejos de perjudicar sescritura, la favorecieron mucho. Librocomo El gran dios Pan (1894), Lcolina de los sueños (1907), El gra

retorno (1915) y La pirámidresplandeciente (1923) están pobladode detalles que el profano ignora, y cuy

seudociencia contribuye a hacer creíbleas tramas. «El polvo blanco» es u

cuento que conviene leer a la luz d

«William Wilson» y El extraño caso dr. Jekyll y Mr. Hyde, ya que consigu—apelando a una narradora femenina—darle otra vuelta de tuerca al tema de



doble. La distancia que hay entre lalambicada prosa de Poe y la dMachen es la que media entre la infanci la madurez del género de terror.



M

E LLAMO HELEN LEICESTER . M padre, el mayor general Wy

Leicester, distinguido oficial dartillería, falleció hace cinco años duna enfermedad del hígado, adquirida e

el clima insalubre de la India. Un añmás tarde, Francis, mi único hermanoregresó a casa después de una carrer

excepcionalmente brillante en lUniversidad y aquí se quedó, decidido hacer vida de ermitaño y a dominar l

que acertadamente se ha llamado el gra



mito del Derecho. Parecía sentir unndiferencia completa hacia todo lo qu

se entiende por placer; aunque máagradable que la generalidad de lohombres y muy capaz de hablar con lalegría y el ingenio de un vagabundo

evitaba la sociedad y se encerraba en lgran habitación que hay en lo alto de lcasa para prepararse como abogado. A

principio, se asignó una media de diehoras diarias para el estudio tenazdesde que apuntaba el día hasta bie

avanzada la tarde permanecía encerraden sus libros. A continuación empleabmedia hora en comer precipitadamentconmigo, como si lamentara el tiemp



que perdía en ello, y salía después a daun corto paseo cuando empezaba anochecer. Pensé que semejantaplicación debía ser perjudicial, y tratde apartarle persuasivamente de lausteridad de sus libros de texto. Si

embargo, su ardor parecía aumentar, máque disminuir, y el número de horas destudio era cada día mayor. Habl

seriamente con él, le sugerí que somara un descanso alguna vez, aunqu

no fuese más que pasarse una tard

entera leyendo una novela insustanciapero él se rió y dijo que, cuando teníganas de distraerse, leía algunmonografía sobre el régimen d



propiedad feudal. Igualmente se burló da idea de ir al teatro o de pasar un me

en el campo. Yo no podía por menos dconfesar que tenía buen aspecto, y nparecía resentirse de su trabajo; persabía que su organismo terminaría po

vengarse de tan duro trato, y no mequivocaba. No tardó en asomar unexpresión de ansiedad en sus ojos, y po

último confesó que no se encontrabcompletamente bien; se sentía inquietocon sensación de vértigo —decía—,

por las noches se despertaba a cadmomento, asustado y bañado en sudofrío, a causa de unos sueños espantosos

—Me cuidaré —dijo—, no t



preocupes. Ayer pasé el día sin hacenada, arrellanado en esa butaca taconfortable que me regalaste, garabateando tonterías en una hoja dpapel. No, no; no me agobiaré drabajo. Esto se me pasará en un

semana o dos, ya verás.Sin embargo, a pesar de sus palabra

ranquilizadoras, pude observar que n

mejoraba, sino que iba cada vez peorEntraba en el salón con expresión ddesaliento en su cara penosament

envejecida y se esforzaba en aparentaalegría cuando mis ojos se fijaban en éA mí me parecía que tales síntomapresagiaban algo malo, y a veces m



asustaba. Muy en contra de su voluntadconseguí que accediera a dejarsreconocer por un médico, y por filamó, de muy mala gana, a nuestro viej

doctor.El doctor Haberden me animó

después de la consulta. —No es nada grave —me dijo—

Sin duda lee demasiado, come deprisa

vuelve a los libros con demasiadprecipitación. Es natural, que, econsecuencia, tenga trastorno

digestivos y alguna pequeñperturbación del sistema nervioso. Perestoy convencido, señorita Leicester, dque podremos arreglarlo. Le he recetad



una medicina que le irá muy bien; dmodo que no pase cuidado.

Mi hermano insistió en que lpreparara la receta un farmacéutico da vecindad. Era un establecimient

extraño, pasado de moda, exento de l

estudiada coquetería y la calculadbrillantez que hacen tan alegres loescaparates y estanterías de la

modernas farmacias. Pero Francis tenímucha simpatía al anciano y mucha fe ea escrupulosa pureza de los producto

que vendía. La medicina fue enviada su debido tiempo, y yo vi que mhermano la tomaba regularmentdespués de las comidas. Era un polv



blanco de aspecto inocente, del que sdisolvía un poco en un vaso de agua. So agitaba yo, y desaparecía dejando e

agua limpia e incolora. Al principioFrancis pareció mejorar notablementea laxitud desapareció de su rostro, y s

volvió a sentir tan alegre como en suiempos del colegio. Hablab

animadamente de corregirse,

reconoció que había perdido el tiempo. —He dedicado demasiadas horas a

Derecho —decía riéndose—; creo qu

me has salvado a tiempo. Bien, sermagistrado de todos modos, pero ndebo olvidarme de vivir. Haremos uviaje a París, nos divertiremos,



procuraremos no acercarnos a libliothèque Nationale.

Confieso que me sentí encantada coel proyecto.

—¿Cuándo? —pregunté—Podríamos salir pasado mañana, si t

parece. —No, es un poco demasiado pronto

Al fin y al cabo, no conozco Londre

odavía, y supongo que se debe empezapor saborear las cosas buenas de spropio país. Pero saldremos dentro d

una semana o dos, así que desempolva practica tu francés. Por mi parte, dFrancia sólo conozco la legislación, me temo que no nos sirva de nada.



Estábamos terminando de comer. Sbebió su medicina con gesto catadorcomo si fuera un vino de la bodega máselecta.

—¿Tiene algún sabor especial? —pregunté.

—No; es como si fuera sólo agua.Se levantó de la silla y empezó

pasear de un extremo a otro de l

habitación, como no sabiendo qué hacer —¿Vamos al saloncito a tomar café

—le pregunté—. ¿O prefieres fumar?

—No; me parece que voy a dar unvuelta. Hace una tarde espléndida. Miresa puesta de sol; es como una ciudanmensa en llamas, como si, abajo, entr



as casas oscuras, corriese una marea dsangre. Sí. Voy a salir. Enseguida estarde vuelta, pero me voy a llevar la llaveAsí que, buenas noches, si no te veohasta mañana.

La puerta se cerró de golpe tras él,

e vi caminar con ligereza por la callebalanceando su bastón de caña dbambú. Me sentí agradecida al docto

Haberden por esta mejoría.Creo que mi hermano regresó a cas

muy tarde aquella noche, pero a l

mañana siguiente se encontraba de buehumor. —Caminé sin pensar adonde iba —

me contó—, gozando de la frescura de



aire y, arrastrado por la multitud, lleguhasta los barrios más transitadosDespués me encontré con un antigucompañero de colegio, un tal Orford, emedio de la muchedumbre, y después…bueno, nos fuimos por ahí a divertirnos

He experimentado lo que es ser joven hombre. He descubierto que tengsangre en las venas como los demás. H

quedado con Orford para esta nocheos veremos en un restaurante. Sí, m

divertiré durante una semana o dos,

odas las noches oiré las campanadas das doce. Y después haremos tú y ynuestro viajecito.

Fue tal el cambio de carácter de m



hermano, que en pocos días se convirtien un amante de los placeres, en undolente y en un asiduo de los barrio

alegres, en un cliente fiel de lorestaurantes de buen tono, y en un críticexcelente de todo baile exótico

Engordaba a ojos vistas, y no hablaba yde París, puesto que había encontrado sparaíso en Londres. Todo esto m

satisfacía y, no obstante, me sorprendíun poco, porque en su alegría encontrabo algo que me desagradaba, aunque n

sabía qué. Pero el cambio le sobrevinpoco a poco. Seguía regresando a lafrías horas de la madrugada. No le oía hablar de sus diversiones y un



mañana, al sentarnos a desayunar, lmiré de improviso a los ojos y mpareció que tenía a un extraño delante dmí.

—¡Oh, Francis! —exclamé—Francis, Francis! ¿Qué has hecho?

Y dejando escapar libremente losollozos, no pude decir una palabra másMe retiré llorando a mi habitación

Aunque yo no sabía nada, no obstante, lsabía todo, y por un extraño juego dpensamientos, recordé la noche en qu

salió por primera vez, y el cuadro de lpuesta de sol que iluminaba el cielo antmí: las nubes, como una ciudancendiada, y los torrentes de sangre



Sin embargo, luché contra talepensamientos, y consideré que tal vezdespués de todo, no había pasado nadmalo. Por la tarde, a la hora de comerdecidí apremiarlo a que fijara el dípara iniciar nuestras vacaciones e

París. Estábamos charlandranquilamente; mi hermano acababa domar su medicina. Iba yo a abordar e

ema, cuando las palabras se mborraron del pensamiento, y me preguntpor un segundo qué peso frío

ntolerante oprimía mi corazón y msofocaba con angustioso horror, como sme hubieran encerrado viva en un ataúd

Habíamos comido sin encender la



velas. La luz del crepúsculo se había idapagando en la habitación, y las parede los rincones se quedaron sumidos e

una oscuridad de sombras indistintasPero desde donde yo estaba sentadpodía ver la calle, y cuando pensaba e

o que iba a decirle a Francis, el cielcomenzó a enrojecer y a brillarofreciendo el mismo espectáculo que ta

bien recordaba. Y en el espacio que sabría entre las dos oscuras masas dedificios, apareció el tremend

resplandor de un incendio: cárdenoremolinos de nubes retorcidas, abismoenormes en llamas, veladuras grisecomo el vaho que se desprende de un



ciudad humeante; en las alturas, una lumaligna e inflamada, nacida de laenguas del más ardiente fuego, y en lierra, como un inmenso lago de sangre

Volví los ojos a mi hermano. Iba decirle algo, cuando vi su mano qu

descansaba sobre la mesa. Entre epulgar y el índice tenía una señal, unespecie de mancha del tamaño de un

moneda de seis peniques que, por scoloración, parecía una magulladuraSin embargo, tuve la certeza, sin sabe

por qué, de que no era consecuencia dun golpe. ¡Ah!, si la carne humanpudiera arder en llamas, y si la llamfuese negra como la pez, entonce



podría explicar lo que tenía ante mí. Sipensar en nada concreto, sin qumediara una palabra, me sentí invadidde horror al verlo, y en lo más profundde mi ser comprendí que era el estigmde algún mal. Durante unos segundos, e

cielo se oscureció como si de pronto shiciera de noche. Cuando volvió luminarse, me encontraba sola en l

habitación. Poco después, oía salir a mhermano.

A pesar de la hora, me puse e

sombrero y fui a visitar al doctoHaberden. En su amplio despacho, maluminado por una vela mortecina, cont

al médico, con labios temblorosos y vo



vacilante pese a mi determinación, todo que había sucedido desde el día e

que mi hermano empezó a tomar lmedicina hasta la horrible señal quhabía descubierto hacía apenas medihora.

Cuando hube terminado, el doctome miró durante un momento con unexpresión de piedad en su rostro.

—Querida señorita Leicester —dij—, usted está angustiada por shermano; se preocupa mucho por é

estoy seguro. Vamos, ¿no es así? —Es verdad, me tiene preocupad—dije—. Hace una semana o dos, quno me siento tranquila.



—Perfectamente. Ya sabe usted lcomplicado que es el cerebro.

—Comprendo lo que quiere ustedecir, pero no estoy equivocada. Hvisto con mis propios ojos lo que acabde decirle.

—Sí, sí; por supuesto. Pero sus ojohabían estado contemplando esextraordinario crepúsculo que hemo

enido hoy. Es la única explicación. Yendrá ocasión de comprobarlo mañan

a la luz del día, estoy seguro. Per

recuerde que estoy siempre dispuesto prestarle cualquier ayuda que esté de mmano. No vacile en acudir a mí mandarme llamar si se encuentra en u



apuro.Me marché muy poco convencida

completamente confusa, llena de tristez temor, y sin saber qué hacer. Cuando

al día siguiente, nos reunimos mhermano y yo, le dirigí una rápid

mirada y descubrí, sobresaltada, qulevaba la mano derecha envuelta en u

pañuelo. Se trataba de la mano en la qu

e había visto aquella mancha como dquemadura infernal.

—¿Qué te pasa en la mano, Francis

—le pregunté con firmeza. —Nada importante. Me corté anochun dedo y me hice sangre. Me lo hvendado lo mejor que he podido.



—Yo te lo curaré bien, si quieres. —Déjalo, gracias. Así puedo tirar l

mar de bien. Vamos a desayunar; estoque me muero de hambre.

Nos sentamos. Yo no le quitaba ojde encima. Apenas si comió o bebi

nada. Le tiraba la comida al perrcuando creía que no le miraba. Habíuna expresión en sus ojos que nunca l

había visto. De repente me cruzó por lmaginación la idea de que aquell

expresión no era humana. Estab

firmemente convencida de que, poespantoso e increíble que fuese lo quhabía visto la noche anterior, no erninguna ilusión, no era ningún engaño d



mis sentidos, y en el transcurso de lmañana, fui nuevamente a casa demédico.

El doctor Haberden movió la cabezcon aire preocupado y escéptico, reflexionó unos minutos.

—¿Y dice usted que continúomando la medicina? Pero ¿por qué? A

mi entender, todos los síntomas de qu

se quejaba han desaparecido hacmucho. ¿Por qué continúa tomándose espotingue, si se encuentra completament

bien? Y a propósito ¿dónde encargó que prepararan la receta? ¿En casa dSayce? Nunca envío nadie allí. El pobrhombre es muy viejo y se está volviend



descuidado. Supongo que no tendrusted inconveniente en venir conmigo su casa; me gustaría hablar con él.

Fuimos juntos a la farmacia. El viejSayce conocía al doctor Haberden, estaba dispuesto a facilitarle cualquie

clase de información. —Según tengo entendido, usted llev

varias semanas preparando esta recet

mía al señor Leicester —dijo el doctorentregándole al anciano un pedazo dpapel escrito.

—Sí —dijo—, y ya me queda mupoco. Este producto apenas se utiliza; yo he tenido en depósito durante muchiempo sin usarlo; si el señor Leiceste



continúa el tratamiento, tendré quencargar más.

—Por favor, déjeme echar unmirada al preparado —dijo Haberden.

El farmacéutico le dio un frasco. Lquitó el tapón, olió el contenido, y mir

con extrañeza al anciano. —¿De dónde ha sacado esto? —dij

—. ¿Qué es? Además, señor Sayce, est

no es lo que yo he prescrito. Sí, sí, yveo que la etiqueta está bien, pero ldigo que ésta no es la medicina que h

recetado. —Lleva mucho tiempo ahí —dijo eanciano, aterrado y tembloroso—. Ladquirí en el almacén de Burbage, com



de costumbre. No me la suelen pedir cofrecuencia, y ahí ha estado desde hacalgunos años. Como ve usted, ya quedmuy poco.

—Será mejor que me lo dé —dijHaberden—. Me temo que ha habido u

malentendido. Nos marchamos de la tienda e

silencio; el médico llevaba el frasc

envuelto en un papel, bajo el brazo. —Doctor Haberden —dije, cuand

a llevábamos un rato caminando—

doctor Haberden. —Sí —dijo él mirándomsombríamente.

—Quisiera que me dijese qué h



estado tomando mi hermano dos veces adía durante todo este mes.

—Con franqueza, señorita Leicesterno lo sé. Hablaremos de esto cuandleguemos a mi casa.

Continuamos caminando deprisa si

pronunciar una palabra más, hasta qulegamos a su casa. Me rogó que m

sentara, y comenzó a pasear de u

extremo a otro de la habitación, con lcara ensombrecida por temores nadcomunes.

—Bueno —dijo al fin—. Todo estes muy extraño. Es natural que usted ssienta alarmada; por mi parte, debconfesar que estoy muy lejos de sentirm



ranquilo. Dejaremos a un lado, se lruego, lo que usted me contó anoche esta mañana. En todo caso persiste ehecho de que durante las últimasemanas el señor Leicester ha estadsaturando su organismo con u

preparado completamente desconocidpara mí. Como le digo, eso no es lo quo le receté. No obstante, todavía est

por ver qué contiene realmente estfrasco.

Lo desenvolvió, verti

cautelosamente unos pocos granos dpolvo blanco en un pedacito de papel, os examinó con interés.

—Sí —dijo—. Parece sulfato d



quinina, como usted dice; formescamitas. Pero huélalo.

Me tendió el frasco, y yo me inclina oler. Era un olor extraño, empalagosoetéreo, irresistible, como el de uanestésico fuerte.

—Lo mandaré a analizar —dijHaberden—. Tengo un amigo dedicado a química. Después sabremos a qu

atenernos. No, no; no me diga nadsobre esa cuestión. Ahora no piense máen eso. Siga mi consejo y procure n

darle más vueltas.Aquella tarde, mi hermano no salidespués de la comida, como era scostumbre.



—He echado mi cana al aire —dijcon una risa extraña— y debo volver mis viejas costumbres. Un poco degislación será el descanso adecuado

después de una dosis tan sobrecargadde placer.

Sonrió para sí, y poco después subia su cuarto. Todavía llevaba la manvendada.

El doctor Haberden pasó por casunos días más tarde.

—No tengo ninguna noticia especia

para usted —dijo—. Chambers estfuera de la ciudad, de manera que no snada nuevo sobre el potingue. Pero mgustaría ver al señor Leicester, si está e



casa. —Se encuentra en su habitación —

dije—. Le diré que está usted aquí. —No, no; yo subiré. Quiero habla

con él con toda tranquilidad. Matrevería a decir que nos hemo

alarmado demasiado por tan poca cosaAl fin y al cabo, sea lo que sea, parecque ese polvo blanco le ha sentado bien

El doctor comenzó a subir. Al pasapor el recibimiento, le oí llamar a lpuerta, abrirse ésta, y cerrarse después

Estuve esperando en el silencio de lcasa durante más de una hora. La quietuse volvía cada vez más intensa, mientragiraban las manecillas del reloj. Luego



oí arriba el ruido de una puerta que sabría vigorosamente, y el médico bajóSus pasos cruzaron el recibimiento y sdetuvieron ante la puerta. Contuve lrespiración, angustiada, y al mirarme eun espejo me encontré terriblement

pálida. Entonces abrió, dio unos pasos se quedó allí, de pie, sosteniéndos

con una mano en el respaldo de un

silla. El labio inferior le temblaba democión. Tragó saliva y tartamudeó unserie de sonidos ininteligibles, antes d

hablar. —He visto a ese hombre —comenzó, en un áspero susurro—. Acabde pasar una hora con él. ¡Dios mío! ¡Y



estoy despierto, con mis cinco sentidosMe he enfrentado toda mi vida con lmuerte y conozco las ruinas y ldescomposición de nuestra envolturerrena… ¡Pero eso no, Dios mío, es

no!

Y se cubrió el rostro con las manopara apartar de sí alguna horrible visión

—No me mande llamar otra vez

señorita Leicester —dijo, recobrando sserenidad—. Nada puedo hacer ya poesta casa. Adiós.

Le vi bajar, tambaleante, lescalinata al cruzar la calzada edirección a su casa. Me dio la impresióde que había envejecido lo menos die



años desde que había entrado.Mi hermano permaneció en s

habitación. Me llamó con voz apenareconocible y me dijo que estaba muocupado, que le gustaría que le subieraa comida y que se la dejasen junto a l

puerta, de modo que así lo ordené a locriados. Desde aquel día, me parecicomo si el concepto arbitrario qu

lamamos tiempo se hubiera borradpara mí. Vivía yo con una sensaciócontinua de horror, llevando a cab

maquinalmente la rutina de la casa, hablando sólo lo imprescindible con locriados. Salía a pasear todos los díauna hora o dos y luego regresaba a cas



otra vez. Pero tanto como fuera, mespíritu se detenía ante la puerta cerradde la habitación superior y, temblandoesperaba que se abriera.

He dicho que apenas me daba cuentdel tiempo, pero creo que debi

ranscurrir un par de semanas, desde lvisita del doctor Haberden, cuando udía, después del paseo, regresaba a cas

algo reconfortada y con cierta sensacióde alivio. El aire era suave y agradable las formas vagas de las hojas verdes

que flotaban en la plaza como una nube el perfume de las flores, transportabamis sentidos. Me sentía feliz y caminabcon ligereza. Cuando iba a cruzar l



calle para entrar en casa, me detuve umomento porque pasaba un carruaje, miré hacia arriba por casualidadnstantáneamente se llenaron mis oído

de un fragor tumultuoso de aguaprofundas. El corazón me dio un vuelco

se me paralizó como en un vacío sifondo, y me quedé sobrecogida derror. Extendí ciegamente una mano e

a oscuridad para no caer, en tanto quel suelo temblaba bajo mis pies, perdíconsistencia y parecía hundirse. En e

momento de mirar hacia la ventana dmi hermano, se abrió el postigo, y algdotado de vida se asomó a contemplar emundo. Nada. No puedo decir si vi u



rostro humano o algo que se lpareciera. Era una criatura viviente codos ojos llameantes que me mirarodesde el centro de algo deforme quconstituía el símbolo, el testimonio demal y la corrupción. Durante cinc

minutos permanecí inmóvil, sin fuerzaspresa de una angustiosa repugnancia horror. Al llegar a la puerta, eché

correr escaleras arriba, hasta lhabitación de mi hermano, y llamé a lpuerta.

—¡Francis, Francis! —grité—. Poel amor del Cielo, contéstame. ¿Qubestia espantosa tienes en la habitaciónArrójala, Francis, échala de aquí!



Oí un ruido como de pies que sarrastraban, lentos y cautelosos, y usonido ahogado, estertoroso, como salguien se esforzara por decir algoDespués, una voz pronunció unapalabras que apenas llegué a entender.

—Aquí no hay nada —dijo la voz—Por favor, no me molestes. No mencuentro bien hoy.

Bajé de nuevo, sobrecogida dmiedo, y no obstante, sin poder hacenada. Me preguntaba por qué me habrí

mentido Francis, puesto que, aun dmanera fugaz, había visto la aparicióaquella demasiado claramente parequivocarme. Me senté en silencio



consciente de que había sido algo másalgo que había visto al primer prontoantes de que aquellos ojos llameantes sfijaran en mí. Y, súbitamente, lo recordéAl mirar hacia arriba, las contraventanase estaban cerrando, pero tuve tiempo d

ver el ademán de aquella criatura. Aevocarlo, comprendí que la imagen nse borraría jamás de mi memoria. N

era una mano. No había dedos qucogieran la hoja de madera, sino umuñón negro que se limitó a empujarla

El perfil consumido y su torpmovimiento, como el de la zarpa de unbestia, se había grabado en mis sentidoantes de sumirse en aquella oleada d



error que me dejó anonadada. Mhorroricé de acordarme y de pensar quaquella criatura vivía con mi hermanoSubí otra vez y llamé desesperadamentepero no me contestó. Aquella noche, unde los criados vino a mí y me contó co

cierto recelo que hacía tres días quvenía colocando regularmente la comidunto a la puerta y que después l

retiraba intacta. La doncella habílamado, pero no había recibid

contestación; sólo oyó el arrastrar d

pies que yo había oído. Pasaron lodías, uno tras otro, y siguieron dejándola mi hermano las comidas delante de lpuerta, retirándolas intactas, y aunqu



lamé repetidamente a la puerta, nconseguí jamás que me contestara. Lservidumbre comenzó entonces murmurar. Al parecer, estaban taalarmados como yo. La cocinera dijque, cuando mi hermano se encerró po

primera vez en su habitación, ellempezó a oírle salir habitualmente poa noche, y deambular por la casa; y un

vez, según dijo, oyó abrir la puerta derecibimiento, y cerrarla a continuaciónPero llevaba varias noches que no oí

ruido alguno. Por último, la crisis sdesencadenó. Fue en la oscuridad deatardecer. El cuarto de estar se ibpoblando de tinieblas, cuando un alarid



errible desgarró el silencio y, escaleraabajo, oí el escabullirse de unos pasoprecipitados. Aguardé, y un segunddespués irrumpió la doncella en ecuarto de estar y se quedó delante de mpálida y temblorosa.

—¡Oh, señorita Helen! —balbuci—. ¡Santo Dios, señorita Helen! ¿Qué hpasado? Mire mi mano, señorita, ¡mir

esta mano!La llevé hasta la ventana, y vi un

mancha negra y húmeda en la mano qu

me enseñaba. —No te comprendo —dije—¿Quieres explicarte?

—Estaba arreglándole la habitació



a usted en este momento —empezó—Estaba poniéndole sábanas limpias, y drepente me ha caído en la mano algmojado. Al mirar hacia arriba, he vistque era el techo, que goteaba justencima de mí.

La miré con firmeza y me mordí loabios.

—Ven conmigo —dije—. Tráete t

vela.La habitación donde dormía y

estaba debajo de la de mi hermano. A

entrar, me di cuenta de que yo temblabambién. Miré hacia arriba. En el techhabía una mancha negra, líquidagoteante; abajo, un charco horribl



empapaba la blanca ropa de mi cama.Me lancé precipitadamente escaler

arriba y llamé con furia sobre la puerta. —¡Francis, Francis, hermano mío

¿Qué ha pasado?Me puse a escuchar. Hubo un sonid

ahogado; luego, un gorgoteo, como unespecie de vómito, pero nada másLlamé más fuerte, pero no contestó.

A pesar de lo que el doctoHarbeden había dicho, fui a buscarlo. Lconté, con los ojos arrasados e

ágrimas, lo que había sucedido, y él mescuchó con una expresión de dureza eel semblante.

—En recuerdo del padre de usted



ré —dijo finalmente—. Iré con ustedaunque nada puedo hacer por él.

Salimos juntos. Las calles estabaoscuras, silenciosas, sofocantes por ecalor y la sequedad de las últimasemanas. Bajo las luces de gas, el rostr

del doctor se veía blanco. Cuandlegamos a casa, le temblaban la

manos.

No nos paramos, sino que subimodirectamente. Yo sostenía la lámpara él llamó en voz alta:

—Señor Leicester, ¿me oye? Insisten verle a usted. Contestnmediatamente.

No hubo respuesta, pero los do



oímos aquel gorgoteo al que me hreferido.

—Señor Leicester, estoy esperandoAbra la puerta inmediatamente, o mveré obligado a echarla abajo —dijo.

Y aún volvió a llamar, elevando l

voz de tal manera, que los ecoresonaron por todo el edificio:

—¡Señor Leicester! Por última vez

e exijo que abra. —¡Bueno! —exclamó, después d

unos momentos de silencio—, estamo

malgastando el tiempo. ¿Sería usted taamable de proporcionarme un atizador algo parecido?

Corrí a una pequeña habitación qu



servía de desván, donde encontré unespecie de azada que me pareció dutilidad.

—Muy bien —dijo—, es justo lque quería. ¡Pongo en conocimiento dusted, señor Leicester, que voy

destrozar la puerta!Luego comenzó a descargar golpe

con la azada, haciendo saltar la mader

en astillas. De pronto, la puerta se abrió al mismo tiempo brotó de la oscurida

el rugido monstruoso de una vo

nhumana. —Sostenga la lámpara —dijo edoctor.

Entramos y miramos rápidament



por toda la habitación. —Ahí está —dijo el docto

Harberden, dejando escapar un suspir—. Mire, en ese rincón.

Miré, en efecto, y sentí una punzadde horror en el corazón. En el suel

había una masa oscura, una plastcorrompida y amorfa, ni líquida nsólida, que se derretía y se transformab

ante nuestros ojos con un gorgoteo dburbujas oleaginosas. Y en el centrbrillaban dos puntos flameantes, com

dos ojos. Y vi, también, cómo ssacudió aquella masa en una contorsióemblorosa, y cómo trató de alzarse alg

que podía ser un brazo. El doctor s



adelantó y descargó un golpe de azadentre los dos puntos brillantes. Volvió enarbolar la herramienta, y continudescargándola una y otra vez con furiosfrecuencia.

Un par de semanas más tarde, cuando yme había recobrado algo del terribl

shock , el doctor Haberden vino visitarme.

—He traspasado mi clientela —

empezó—. Mañana emprendo un largviaje por el mar. No sé si volveré algunvez a Inglaterra; es muy probable qucompre un pedazo de tierra e



California y me quede allí para el restde mis días. Le he traído este sobre, quusted podrá abrir y leer cuando se sientcon fuerza y valor para ello. Contiene enforme del doctor Chambers sobre l

que se le pidió que analizara. Adiós

señorita, y que Dios la bendiga. No podía esperar. En cuanto se hub

marchado, rasgué el sobre y me leí e

documento de un tirón. Aquí está:

Mi querido Haberden: Le pido mi

perdones por haberme retrasado econtestar su pregunta sobre la sustanciblanca que me envió. Para serle sincero

he estado algún tiempo sin saber qu



determinación tomar, porque en laciencias físicas existe tanto fanatismo unas reglas tan ortodoxas como en leología, y sabía que si yo me decidía

contarle a usted la verdad, podígranjearme la animosidad que bien car

me costó ya una vez. No obstante, hdecidido ser sincero con usted, así queen primer lugar, permítame entrar en un

breve aclaración personal.Usted me conoce, Haberden, desd

hace muchos años, y sabe que so

hombre de ciencia. Usted y yo hemohablado a menudo de nuestraprofesiones, y hemos discutido sobre eabismo que se abre a los pies de quiene



creen alcanzar la verdad por caminoque se aparten de la vía ordinaria de lexperiencia y la observación de lmateria. Recuerdo el desdén con que mhablaba usted una vez de aquellocientíficos que han escarbado un poc

en lo oculto e insinúan tímidamente qual vez, después de todo, no sean lo

sentidos el límite eterno e impenetrabl

de todo conocimiento, la fronternmutable, más allá de la cual ningún se

humano ha llegado jamás. Los dos no

hemos reído cordialmente, y creo qucon razón, de las tonterías de«ocultismo» actual, disfrazado bajnombres diversos: mesmerismos



espiritualismos, materializacioneseosofías, y toda la complicada infinida

de imposturas, con su aparato dramoya y conjuros irrisorios, que son l

verdadera armazón de la magia que sve por las calles londinenses. Con todo

a pesar de lo que he dicho, debconfesarle que no soy materialistaomando este término en su acepció

usual. Hace ya muchos años que me hconvencido —que me he convencido yoque como usted sabe muy bien, he sid

siempre escéptico—, de que mi viejeoría de la limitación es absoluta otalmente falsa. Quizá esta confesión ne sorprenda a usted en la misma medid



en que le hubiera sorprendido hace unveintena de años, porque estoy segurde que no habrá dejado de observar quedesde hace algún tiempo, ciertahipótesis han sido superadas pohombres de pura ciencia trascendental;

me temo que la mayor parte de lomodernos químicos y biólogos dreputación no dudarían en suscribir e

dictum de la vieja escolástica, Omniexeunt in mysterium, lo que viene significar que cada rama del ser humano

si tratamos de remontarnos a suorígenes y primeros principios, sdesvanece en el misterio. No tengo poqué fastidiarle a usted ahora con un



relación detallada de los dolorosopasos que me han conducido a miconclusiones.

Unos cuantos experimentos de lmás simples me dieron motivo pardudar de mi propio punto de vista, y l

sucesión de conclusiones que sdesencadenaron a partir de unacircunstancias relativament

paradójicas, me llevó bastante lejos. Mantigua concepción del universo se hvenido abajo; estoy en un mundo que m

resulta extraño y espantoso comremendo pudiera parecer el oleaje deocéano a quien lo contempla poprimera vez. Ahora sé que los límites d



os sentidos, que parecían tampenetrables —cerrados por arribampidiendo toda percepción celestial,

por abajo sumiendo las tinieblas en unprofundidad inalcanzable— no son labarreras tan inexorablemente hermética

que habíamos pensado, sino velofinísimos y etéreos que se deshacen antel investigador y se disipan como l

neblina matinal de los riachuelos. Sque usted no adoptó jamás una posturextremadamente materialista; usted n

rató de establecer una negacióuniversal y su sentido común le apartde tamaño absurdo. Pero estoconvencido de que encontrará extraño l



que digo, y repugnará a su formhabitual de pensar. No obstanteHaberden, es cierto lo que digo. Es máspara adoptar nuestro lenguaje común, srata de la verdad única y científica

probada por la experiencia. Y e

universo es, ciertamente, más fastuoso más terrible que los fantásticodesvaríos de nuestros sueños. E

universo entero, mi buen amigo, es uremendo sacramento, una fuerza, un

energía mística e inefable, velada por l

forma exterior de la materia. Y ehombre, y el sol, y las demás estrellas, a flor, y la yerba, y el cristal de tubo d

ensayo son, uno por uno



conjuntamente, tanto materiales comespirituales y están sujetos todos a unactividad interior.

Probablemente se preguntará ustedHaberden, adonde voy a parar con todesto; pero creo que una pequeñ

reflexión podrá ponerlo en claro. Ustecomprenderá que, desde semejante puntde vista, cambia la concepción de toda

as cosas y lo que nos parecía increíbl absurdo puede ser perfectament

posible. En resumen, debemo

volvernos hacia la leyenda y mirarla cootros ojos, y estar preparados paraceptar estos hechos que se haconvertido con el tiempo en mera



fábulas. En verdad, esta exigencia no edesmedida. Al fin y al cabo, la ciencimoderna admite muchas cosas, aunqude manera hipócrita. No se trataevidentemente, de creer en la brujeríapero ha de concederse cierto crédito a

hipnotismo; los fantasmas han pasado dmoda, pero aún hay mucho que decisobre telepatía. Es casi proverbial qu

a ciencia dé un nombre griego a unsuperstición, para creer entonces en ella

Hasta aquí, mi aclaración persona

Ahora bien, usted me envió una redomapada y sellada, que contenía unpequeña cantidad de polvo blanco escamoso que cierto farmacéutico h



proporcionado a uno de sus pacienteso me sorprende el hecho de que uste

no haya conseguido ningún resultado esus análisis. Es una sustancia que desdhace muchos cientos de años ha caído eel olvido y es prácticament

desconocida hoy día. Jamás hubieresperado que me llegara de una farmacimoderna. Al parecer, no hay ningun

razón para dudar de la veracidad defarmacéutico. Efectivamente, pudcomprar en un almacén, como dice, la

sales que usted prescribió; y es muposible también que permanecieran esu estante durante veinte años, o tal vemás. Aquí comienza a intervenir lo qu



solemos llamar azar o casualidaddurante todos estos años, las sales desa botella han estado expuestas ciertas variaciones periódicas demperatura; variaciones qu

probablemente oscilan entre los 4° y lo

27° Celsius. Y por lo que se ve, talealteraciones, repetidas año tras añdurante períodos irregulares, co

diversa intensidad y duración, haprovocado un proceso tan complejo delicado que no sé si un modern

aparato científico, manejado con lmáxima precisión, podría producir emismo resultado. El polvo blanco quusted me ha enviado es algo mu



diferente del medicamento que usterecetó; es el polvo con que se preparabel Vino Sabático, el Vinum Sabbati. Siduda habrá leído usted algo sobre loAquelarres de las Brujas, y se habrreído con los relatos que hacían tembla

de miedo a nuestros mayores: gatonegros, escobas y maldicioneformuladas contra la vaca de algun

pobre vieja. Desde que descubrí lverdad, he pensado a menudo que, egeneral, es una suerte que se crea e

odas estas supercherías, porque de estmodo sirven de pantalla para muchaotras cosas que es preferible ignorar. Nobstante, si se toma la molestia de lee



el apéndice a la monografía de PaynKnight, encontrará que el verdaderAquelarre era algo muy diferenteaunque el escritor haya callado ciertoaspectos que conocía muy bien. Losecretos del verdadero Aquelarr

databan de tiempos muy remotos, y hasobrevivido hasta la Edad Media. Soos secretos de una ciencia maligna qu

existía muchísimo antes de que los arioentraran en Europa. Hombres y mujeresseducidos y sacados de sus hogares co

pretextos diversos, iban a reunirse cociertos seres especialmente calificadopara asumir con toda justicia el papel ddemonios. Estos hombres y esta



mujeres eran conducidos por sus guías algún paraje solitario y despobladoradicionalmente conocido por loniciados y desconocido para el rest

del mundo. Quizá a una cueva, en algúmonte pelado y barrido por el viento,

puede que a un recóndito lugar en algúbosque inmenso. Y allí se celebraba eAquelarre. Allí, a la hora más oscura d

a noche, se preparaba el VinumSabbati, se llenaba el cáliz diabólichasta los bordes y se ofrecía a lo

neófitos, quienes participaban de usacramento infernal; sumentes calicemrincipis inferorum, como lo expres

muy bien un autor antiguo.



Y de pronto, cada uno de los quhabían bebido se veía atraído por uacompañante (mezcla de hechizo entación ultraterrena) que lo llevab

aparte para proporcionarle goces mántensos y más vivos que los de

ensueño, mediante la consumación das nupcias sabáticas. Es difícil escribi

sobre estas cosas, principalment

porque esa forma que atraía con suencantos no era una alucinación sinopor espantoso que parezca, él mismo

Debido al poder del vino sabático —unos pocos granos de polvo blancdisueltos en un vaso de agua— lmorada de la vida se abría en dos



disolviéndose la humana trinidad, y egusano que nunca muere, el que duermen el interior de todos nosotros, sransformaba en un ser tangible

objetivo y se vestía con el ropaje de lcarne. Y entonces, a la hora de l

medianoche, se repetía y representaba lcaída original, y el ser espantoso que soculta bajo el mito del Árbol de l

Ciencia, era nuevamente engendradoTales eran las nuptiae sabbati.

Prefiero no seguir. Usted, Haberden

sabe tan bien como yo que no puedenfringirse impunemente las leyes mánsignificantes de la vida, y que un acterrible como éste, en el que se abría



profanaba el santuario más íntimo dehombre, era seguido de una venganzferoz. Lo que comenzaba con lcorrupción, terminaba también con lcorrupción.

Debajo sigue una nota añadida poel doctor Haberden:

Todo esto, por desdicha, es estricta absolutamente cierto. Su hermano me lconfesó todo la mañana en que estuv

con él. Lo primero que me llamó latención, fue su mano vendada, y lobligué a que me la enseñara. Lo que v

eso que hace ya bastantes años qu



ejerzo la medicina, me puso enfermo. Ya historia que me vi obligado a oír, funfinitamente más espantosa que lo qu

habría sido capaz de imaginar. Hasta msentí tentado a dudar de la BondaEterna del Cielo, por permitir que l

naturaleza ofrezca tan abominableposibilidades. Si no hubiera visto usteel desenlace con sus propios ojos, l

habría pedido que no creyera nada dodo esto. A mí no me queda demasiadiempo de vida, pero usted es joven,

podrá olvidarlo.

DR. JOSEPH HABERDEN



LA VÍCTIMA

May Sinclair



MAY SINCLAIR (MARY AMELIA STCLAIR) (Rock Ferry, 1863-Aylesbury

1946) perteneció al círculo modernistde Pound, Hilda Doolittle, Lawrence Eliot, y fue la responsable de acuñar (e

una reseña de Dorothy Richardson) ldenominación «fluir de la conciencia»que la crítica luego emplearía par

hablar de novelas experimentales comUlises, Al faro o El sonido y la furiaPese a que Audrey Craven (1897) y La

res hermanas (1914), s



ficcionalización de la vida de lahermanas Brontë, le ganaron el aprecide los escritores de su época, hoy en díes casi desconocida. (Borges, BioCasares y Silvina Ocampo incluyeron ucuento de Sinclair en su Antología de l

iteratura fantástica de 1940, pero esno contribuyó a que se tradujesemuchos textos de ella al castellano). «L

víctima» es de alguna manera el relat«más contemporáneo» de este libro, y snotable e irónica mirada sobre el géner

de terror se anticipa a la que tiene AnnBillson en Suckers (1993) y Stiff Lip1996).



S

I

TEVEN ACROYD, el chofer de

señor Greathead, estabmalhumorado en el garaje.

Todo el mundo le tenía miedo. Tod

el mundo lo odiaba menos el señoGreathead, su patrón, y Dorsy, su novia.Y ahora, después de lo de ayer

ncluso Dorsy.



Se había hecho de noche. A un ladoas puertas del patio estaban abiertas aúnel negro de la carretera particular. A

otro, el gran páramo se alzaba poencima de la tapia, inmenso, más oscurque la oscuridad. La linterna de Steve

en la puerta abierta del garaje y lámpara de Dorsy en la ventana de l

cocina arrojaban una luz crepuscular

amarillenta sobre el patio que había emedio. Desde donde él estaba sentadoen el estribo del automóvil, veía d

soslayo a través de la ventana iluminada mesa con la lámpara y a Dorscosiendo acurrucada, hecha una masblanca, tal y como la había dejado hací



un momento, cuando se puso de pie dun salto y huyó, salió huyendo. Porquella le tenía miedo.

Ella había ido derecha al ver aseñor Greathead en el estudio, y Stevenmalhumorado, se había precipitado a

patio.Miraba fijamente la ventana, dand

vueltas a su pensamiento. Todo el mund

o odiaba. Lo sabía por la forma dmirarlo, condenadamente rencorosa, eel bar de King’s Arms; una especie d

mirada de reojo, con los ojos huidizosesfumándose para quitarse de su caminoHabía dicho a Dorsy que le gustarí

saber qué era lo que él había hecho. S



había limitado a dejarse caer por allpara tomar una copa, como dcostumbre. Había mirado alrededor había dicho «Buenas noches»educadamente, y los muy guarros lhabían hecho tanto caso como a un sapo

La señora Oldishaw, la tía de Dorsy, quo odiaba, con su cara de jamón cocid

e hinchada de inquina, había empujad

el vaso hacia él, alargando todo lposible el brazo, sin decir nada, como sfuera una asquerosa cucaracha.

Todo por la paliza que le habípegado al joven Ned Oldishaw. Si ellno quería que le partieran el cuello a scachorro, mejor haría evitando que s



metiese en líos. El joven Ned ya sabío que se buscaba si se metía con s

novia.Esto había ocurrido ayer por l

arde, domingo, cuando acompañó Dorsy al King’s Arms a visitar a su tía

Estaban sentados en el banco de maderacontra la pared de la taberna, cuando eoven Ned comenzó. Todavía lo veía co

el brazo alrededor del cuello de Dorsy a boca abierta. Y Dorsy se reía com

una tonta de remate y la vieja s

carcajeaba, retorciéndose de risa.Aún lo oía: «Es mi prima aunque seu novia. No puedes impedir que l

bese». ¡Vaya si podía!



Pero ¿qué era lo que se pensaban¿No había dejado él su buen empleo eos talleres Darlington para trasladarse

Eastthwaite y ocuparse de las botanegras del señor Greathead, de cortar leña, de acarrearle carbón y agua, y d

conducir su automóvil de segunda manoY no es que le importara lo que hacímientras viviese en la misma casa qu

Dorsy Oldishaw. Pero era imposible quél se quedase como un embobadMoisés, mirando, mientras Ned…

Seguro que lo había dejado medimuerto. Sintió como a Ned se lhinchaba el cuello y se le estiraba baja presión de sus manos, de sus dedos



Primero lo había golpeado, lanzándolcontra la pared, y luego lo habíacorralado… hasta que acudió la gente os separó a rastras.

Y ahora todos estaban en contrsuya. Dorsy estaba en contra suya. Habí

dicho que le tenía miedo. —Steven —le había dicho—, casi l

matas.

—Pues… pues que la siguiente veo piense mejor antes de tocar a mi nena

—Yo no seré tu nena, si no dejas d

zurrar a la gente. Te voy a temer toda lvida. Ned no iba a hacer nada malo. —Si vuelves a hacerlo, si se met

entre tú y yo, Dorsy, me lo cargo.



—No debes hablar así. —Es la pura verdad. El que se met

entre tú y yo, mi vida, me lo cargo. Si eu tía, le parto el pescuezo como se lo h

partido a Ned. —¿Y a mí, Steven, qué?

—A ti, si me dejas… Ay, no mpreguntes, Dorsy.

—Ves, eso es lo que me asusta.

—Pero tú no vas a dejarme: te estáhaciendo el traje de novia.

—Sí, mi traje de novia.

Ella se había puesto a manosear lela blanca, mirándola con la cabezadeada y con una bonita sonrisa. Luego

de improviso, la había tirado, dejándol



hecha un montón, y había estallado eágrimas. Cuando él quiso consolarla, l

apartó y salió corriendo del cuarto ebusca del señor Greathead.

Eso hacía una media hora que habíocurrido y ella aún no había vuelto.

Él se puso de pie y anduvo, cruzandas puertas del patio, por el camino

oscuras. Luego, se acercó a la fachad

de la casa y a la ventana iluminada deestudio. Escondido detrás de unoarbustos de tejo, miró adentro.

El señor Greathead, se habíevantado de su asiento.Era un anciano bajito, encogido

dolorido, con la espalda estrecha



curvada y el cuello delgado bajo lamadejas de pelo cano.

Dorsy estaba de pie delante de él, dcara a Steven. La luz de la lámpara ldaba de pleno. Tenía encendida su dulccara de nata. Estaba llorando.

—Bueno, ése es mi consejo —dijel señor Greathead—. Piénsatelo bienDorsy, antes de hacer nada.

Aquella noche Dorsy hizo sumaletas y al día siguiente, a mediodíacuando Steven entró a comer, se habí

do de la casa. Regresaba a la de supadres en Garthdale.Escribió a Steven diciéndole que s

o había pensado bien y había llegado



a conclusión de que no deseaba casarscon él. Le tenía miedo. Hubiera sidmuy desgraciada.

II

Aquello había sido obra del viejo, deviejo. Él la había convencido de que l

abandonara. De no ser por eso, Dorsnunca lo hubiese dejado. A ella nunca se hubiera ocurrido por su cuenta. Yampoco se habría ido, de haber estad

él para impedírselo. La culpa no era ded. Ned iba a casarse con Nanc

Peacock, allá en Morfe. Ned no le habí



hecho nada malo.Era el señor Greathead quien s

había interpuesto entre ellos. Odiaba aseñor Greathead.

Su odio se convirtió en náuseas, euna repugnancia física constante. Dentr

de casa, le hacía al señor Greathead dmayordomo y de ayuda de cámara, lservía las comidas, le preparaba el agu

caliente del baño, le ayudaba a vestirs desvestirse. De modo que no podí

alejarse de él en ningún momento

Cuando lo llamaba por la mañanaSteven sentía bascas al ver el cuerpencogido bajo las ropas de cama y erostro colorado y acongojado, con s



nariz puntiaguda y remilgadarespingona, y el fino mechón de pelplateado enhiesto al borde de lalmohada. Steven tenía escalofríos dodio al oír la ruidosa tos del anciano el susurro de sus pasos al arrastrars

por las losas de los pasillos.Antes había sentido ternura por e

señor Greathead, cuando era el víncul

que lo ligaba a Dorsy. Incluso le habícepillado el abrigo y el sombrero coernura, como si los quisiera bien. Hub

un tiempo en que la sonrisa apretada deseñor Greathead —el bulto gris deabio inferior sobresaliente, el labi

superior levantado por las comisuras—



su flojo y amable «Graciasmuchacho» habían hecho que Steven ldevolviera la sonrisa, contento de servial patrón de Dorsy. Y el señoGreathead volvía a sonreírle y decirle«Me sienta bien ver tu buena cara

Steven». Ahora la cara de Steven scontorsionaba en una mueca aresponder a las amabilidades del seño

Greathead, a la vez que se le secaba egaznate y el corazón le palpitaba dodio.

Desde su puesto junto a la mesaobservaba a las horas de comer al señoGreathead con una larga mirada ddisgusto. Hubiera retirado el plato d



debajo de las manos lentas y torpes quemblaban y vacilaban. Captaba la

palabras que se le ocurrían a solas«Tendría que estar muerto. Tendría questar muerto». Pensar que aquel ser quendría que estar muerto, que aquel viej

saco arrugado de huesos crujientes tuvque interponerse entre él y Dorsy, y quhabía sido capaz de apartar a Dorsy d

él…Un día, cuando estaba cepillando e

sombrero de fieltro del señor Greathead

uvo un ataque de odio. Odiaba esombrero del señor Greathead. Cogió ubastón y se puso a darle golpes y golpesLo tiró al suelo y lo estuvo pisoteando



con los dientes apretados y lrespiración convertida en un silbidagudo. Recogió el sombrero, mirandfurtivamente hacia todas partes, pomiedo a que el señor Greathead o lsucesora de Dorsy, la señora Blenkiron

o hubiesen visto. Lo estrujó y lo estirhasta devolverle la forma original, lcepilló cuidadosamente y lo repuso en e

perchero. Estaba avergonzado, no de lviolencia sino de la futilidad de lviolencia.

Sólo un loco perdido, se dijohubiera hecho una cosa así. Debía destar loco.

Y no es que no supiera lo que iba



hacer. Lo había sabido desde el mismdía que lo dejó Dorsy.

«No volveré a ser el que era hastque no me lo haya cargado», pensaba.

Se limitaba a esperar hasta tenerlbien planeado, hasta estar seguro d

odos los detalles, hasta sentirse eforma y tranquilo. Entonces no dudarío más mínimo, no habría ningun

ndecisión en el último momento nmenos aún ninguna clase de violenciciega y precipitada. Nadie que no fuer

onto mataría en un ataque de locuraolvidándose de los detalles, para que lpillaran y lo ahorcaran. Sin embargoeso era lo que todos hacían. Siempr



quedaba algo en lo que no habíapensado, que hacía que lodescubrieran.

Steven pensó en todo, incluso en lfecha, incluso en la meteorología.

El señor Greathead tenía l

costumbre de asistir en Londres a lodebates de una sociedad científica, de lque era socio, que celebraba su

sesiones en mayo y noviembre. Siemprviajaba en el tren de las cinco, para aspoder acostarse y descansar en cuant

legaba. Siempre se estaba una semana concedía una semana de vacaciones a sama de llaves. Steven eligió un oscuro enebroso día de noviembre en que e



señor Greathead partiría hacia susesiones y la señora Blenkiron se habído de Eastthwaite a Morfe en e

autobús de primera hora de la mañanaDe modo que en la casa no había máque el señor Greathead y Steven.

Eastthwaite Lodge es un lugaaislado, gris, escondido entre el páram los fresnos que bordean la carreter

particular. Se accede por un camino dherradura que atraviesa el páramo, undesviación de la carretera que va desd

el Eastthwaite de Rathdale al Shawe dWestleydale, a una milla de distancia depueblo y a una milla de distancia depueblo y a una milla del puerto d



Hardraw. Ningún comerciante servía domicilio. Las cartas y los periódicodel señor Greathead se recibían en ebuzón sujeto a un fresno del recodo.

El agua caliente de la casa no estabo bastante caliente para el baño de

señor Greathead, de manera que todaas mañanas, mientras el señor s

afeitaba, Steven le subía un cubo d

agua hirviendo.El señor Greathead, vestido con u

pijama a rayas malva y gris, se afeitab

de pie delante del espejo que colgabcontra la pared junto a la gran bañerblanca. Steven aguardó, con la mano eel grifo del agua fría, viendo curvarse



resplandecer el agua que caíasalpicando, con un ruido sordo.

A la luz blanca y estática que entrabpor los cristales desencajados, la llamen forma de cuchillo de la estufita dpetróleo flameaba de un modo raro. E

petróleo chisporroteaba y apestaba.De pronto, el aire silbó en la

cañerías y se cortó el caño centelleante

A Steven le pareció que eso suspendíoda la operación. Esperaría a qu

volviese a fluir el agua antes d

empezar. Procuró no mirar al señoGreathead ni los colgajos que le caíade su enjuto cuello. Clavó la mirada ea larga grieta de la pared pintada a



emple, de color verde sucio. Tenía lonervios de punta mientras esperaba que volviese a salir el agua. Los humode la estufa de petróleo le afectabacomo una bebida fuerte. La pared verdpintada al temple le provocaba u

malestar físico.Cogió una toalla y la colgó en e

respaldo de la silla.

Al hacerlo se vio el rostro reflejaden el espejo por encima de la cara deseñor Greathead; se le veía lívido contr

a pared verde. Steven se echó a un ladpara eludir la visión. —¿No te encuentras bien, Steven? —No, señor. —Steven cogió un



esponjita y se quedó mirándola.El señor Greathead había dejado l

navaja de afeitar y se estaba quitando lespuma de la barbilla. En ese instantegorgoteando y a tirones entrecortados, eagua volvió a mandar del grifo.

Entonces fue cuando Steven llevó cabo su rápido y silencioso ataquePrimero amordazó al señor Greathea

con la esponja, luego lo empujó y lpuso de espaldas contra la pared, y lsostuvo en peso con las dos mano

alrededor del cuello, lo mismo quhabía hecho con Ned Oldishaw. Apreten la garganta del señor Geathead hastestrangularlo.



Las manos del señor Greatheaaletearon en el aire, tratando débilmentde apartar a Steven. Luego los brazoquedaron colgando, echados atrás por epeso y el empuje de los hombros dSteven. Después del cuerpo del seño

Greathead se derrumbó, deslizándoscontra la pared hasta el suelo. Steveaún retuvo la presa, montándose encim

ayudándose con las rodillas. Sudedos apretados cortaban el paso de lsangre. El rostro del señor Greathead s

hinchó, alterándose de un modhorripilante. La garganta hacía un ruidcrujiente y castañeante. Steven estuvapretando hasta que cesó.



Luego se desnudó hasta la cinturaQuitó al señor Greathead el pijama y lpuso el cuerpo desnudo, bocabajodentro de la bañera. Levantó el tapódel desagüe y dejó que el cuerpo senjuagara bajo el agua corriente.

Lo tuvo así todo el día y toda lnoche.

Se había fijado en que los asesino

se pierden por falta de atención a lopequeños detalles como éste, en que springan y pringan todo el lugar d

sangre, en que siempre se olvidan dalgo fundamental. Él no tenía tiemppara pensar en horrores. Desde emomento en que había asesinado a



señor Greathead, su propio cuello corrípeligro. Tenía que usar todo su cerebro odo su valor para salvar el cuello

Actuó con el rigor frío y decidido dehombre que realiza una taredesagradable pero necesaria.

Lo tenía todo absolutamentpensado.

Incluso había pensado en l

vaquería.Ésta estaba en la parte trasera de l

casa, al abrigo del alto páramo. S

entraba a través de un fregadero, que lseparaba del patio. Los cristales de laventanas habían sido sustituidos poplanchas de zinc perforadas. Un gra



echo de cristal ondulado dejaba entraa luz solar. Era imposible verla

acceder a ella desde el exterior. Estabprovista de una larga plancha de pizarracolocada, para comodidad de quienehacían la mantequilla, a la altura de u

banco de trabajo ordinario. Steven tenísus herramientas —una navaja, ucuchillo de trinchar, una hachuela d

carnicero y una sierra— colocadas allistas para usarlas, junto a una gran pil

de desechos de algodón.

A la mañana siguiente, tempranosacó del baño el cadáver del señoGreathead, lo envolvió en una toalla poel cuello y la cabeza, lo acarreó hasta l



vaquería y lo extendió sobre la pizarraY allí lo partió en diecisiete trozos.

Cada uno de éstos los envolvió evarias capas de periódico, comenzandpor la cara y las manos, porque en eúltimo momento estas partes l

despertaron miedo. Lo metió todo dentrde dos sacos y escondió los sacos en lbodega.

Quemó la toalla y los desechos dalgodón en el horno de la cocina, limpisus herramientas concienzudamente y la

devolvió a su sitio, y fregó la plancha dmármol. No quedaba ni una mancha en e

suelo, excepto en la losa sobre la qu



habían caído unas gotas de color rosa aaclarar la plancha. Las estuvo rascanddurante media hora, pero seguía viendos bordes color herrumbre del gote

mucho después de haberlo limpiado.Luego se lavó y se vistió co

esmero.Como eran tiempos de guerra

Steven sólo podía trabajar durante e

día, pues la luz del tejado de la vaqueríhubiese llamado la atención de lovigilantes. Había asesinado al seño

Greathead un martes; ahora eran las trede la tarde del jueves. Exactamente a lacuatro y diez había sacado el coche, coa capota negra puesta y las cortina



aterales echadas. Había hecho la maletdel señor Greathead y la había colocaden el coche, junto con el paraguas, lmanta y la gorra de viaje. Además, en ufardo, llevaba las ropas que se hubierpuesto su víctima para ir a Londres.

Los dos sacos que contenían ecadáver los acomodó junto a él, en easiento delantero.

Cerca del puerto de Hardraw, mitad de camino entre Eastthwaite Shawe, hay tres pozos redondos

lamados las Mantequeras, excavados ea roca gris y que se dice que no tienefondo. Steven había tirado piedras deamaño del tronco de un hombre por e



pozo más grande, para comprobar si senganchaban en alguna clase de salienteSe habían ido al fondo sin hacer emenor ruido.

Llovía copiosamente; la lluvia coque Steven había contado. El puert

estaba oscuro bajo las nubes y desiertoSteven ladeó el coche de modo que luz de los faros iluminase la boca de

pozo. Luego, rajó los sacos y fuanzando, una por una, las diecisiet

partes del cadáver del señor Greathead

a continuación los sacos y las ropas. No bastaba con deshacerse decadáver del señor Greathead; debícomportarse como si el señor Greathea



siguiera vivo. El señor Greathead habídesaparecido y él debía avisar de sdesaparición. Se dirigió a la estación dShawe a tiempo para el tren de lacinco, teniendo cuidado de llegar cercde la hora en punto. Un tren milita

saldría un momento antes. Steven, quhabía contado con la lluvia y loscuridad, contaba también con la

prisas y la confusión de los andenes.Tal como tenía previsto, no habí

porteros en la entrada de la estación

nadie que pudiera darse cuenta de si eseñor Greathead iba o no iba en eautomóvil. Llevó el equipaje al andén entregó la maleta a un viejo para que l



etiquetase. Corrió a la ventanilla compró el billete del señor Greathead, uego se apresuró por el andén como s

estuviera buscando a su patrón. Se oyó sí mismo gritar a un mozo de estación:

—¿Ha visto usted al seño

Greathead?Y el mozo respondió: —¡No!

Luego lanzó su inspirada frase: —Entonces debe habers

acomodado en la parte delantera. —

Echó a correr hacia la cabeza del trenabriéndose paso a codazos entre losoldados. Las cortinas cerradas de locoches lo favorecían.



Steven metió el paraguas, la manta a gorra de viaje en un compartimient

vacío, y lo cerró de un portazo. Hizcomo que gritaba algo por la ventanillabierta; pero notó la lengua tiesa y secal tocar el cielo del paladar y no le sali

sonido alguno. Se quedó allí de piecubriendo la ventanilla, hasta que emaquinista pitó. Cuando el tren estuv

en marcha, corrió siguiéndolo, con lmano en el marco de la ventanilla, comsi estuviese recibiendo las última

nstrucciones de su patrón. Un portero lhizo retroceder. —Va deprisa la cosa —dijo Steven.Antes de abandonar la estación



envió un telegrama al hotel del señoGreathead en Londres anunciando lhora de su llegada.

No sentía nada, nada más que entenso alivio del hombre que se h

salvado gracias a su ingenio de la má

espantosa de las muertes. Incluso hubmomentos del día siguiente en que, dan fuerte como era la ilusión de s

nocencia, estaba convencido de habedespedido verdaderamente al señoGreathead en el tren de las cinco. Hub

momentos en que literalmente sparalizaba de asombro ante su propia ncreíble impunidad. En otro

momentos, una especie de vanidad l



encumbraba. Había cometido uasesinato que, por su absoluta audacia por ser obra de un cerebro fríosuperaba a los más famosos de lhistoria criminal. No había dejado emenor rastro.

Ni el menor rastro.Sólo cuando se despertaba durant

a noche lo apesadumbraba una duda

Quedaba el cerco herrumbroso de lasalpicaduras del suelo de la vaqueríaSe preguntaba si verdaderamente l

habría limpiado del todo. Y se levantab encendía una vela para ir hasta lvaquería a cerciorarse. Recordaba eugar exacto; agachándose sobre es



sitio con la vela, se imaginaba que aúveía un leve contorno.

La luz del día le devolvía lranquilidad. Él sabía el lugar exacto

pero nadie más lo sabía. Aquello enada se distinguía de las mancha

naturales del resto de las losas. Nadie ladivinaría. Pero se alegró de quregresara la señora Blenkiron.

El día en que el señor Greatheadebería haber llegado en el tren de lacuatro, Steven fue en el coche a Shawe

compró un pollo para la cena de spatrón. Aguardó al tren de las cuatro se mostró sorprendido de que el señoGreathead no llegara. Dijo que segur



que llegaría en el de las siete. Pidió lcena para las ocho. La señora Blenkiroasó el pollo y Steven fue a esperar eren de las siete. Esta vez se mostr

preocupado.Al día siguiente acudió a todos lo

renes y mandó un telegrama al hotel deseñor Greathead solicitandnformación. Cuando la dirección l

respondió con otro telegramadiciéndole que el señor Greathead nhabía estado allí, escribió a su

parientes y dio cuenta a la policía.Pasaron tres semanas. La policía os parientes del señor Greathea

aceptaron la versión de Steven



respaldada como estaba por eestimonio del vendedor de billetes, e

empleado de telégrafos, el mozo destación, el portero que había etiquetadel equipaje del señor Greathead y edirector del hotel que había recibido e

elegrama. Se publicó la foto del señoGreathead en la prensa ilustradasolicitando cualquier información qu

pudiera colaborar a localizarlo. Nocurrió nada, y muy pronto él y sdesaparición cayeron en el olvido. E

sobrino que compareció en Eastthwaitpara hacerse cargo de sus asuntos lencontró todo bien. El saldo bancariera escaso, debido a que no se había



cobrado varios dividendos, pero lacuentas y el contenido de la caja y deescritorio del señor Greathead estabaen orden, y Steven había anotado cadpenique de sus gastos. El sobrino pagó a señora Blenkiron su sueldo y l

despidió, y convino con el chófer que éseguiría allí y cuidaría de la casa. Ycomo Steven comprendió que aquell

era la mejor forma de eludir todsospecha, se quedó.

Sólo en Westleydale y en Rathdal

se prolongó la curiosidad. La gente spreguntaba y especulaba. El señoGreathead había sido asaltado asesinado en el tren (Steven dijo qu



levaba algo de dinero consigo). Habíperdido la memoria y andaba vagandDios sabría por dónde. Se había tiraddel ferrocarril en marcha. Steven dijque el señor Greathead no haría esopero que no le sorprendería que hubies

perdido la memoria. Había conocido un hombre que se olvidó de quién era de dónde vivía. No reconocía a su muje

ni a sus hijos. Neurosis de guerra. Y poúltimo que la memoria del señoGreathead ya no era la que había sido

En cuanto la recuperase, regresaría. ASteven no le sorprendería verlo entrapor su pie cualquier día.

Pero en general la gente se percat



de que no le gustaba hablar demasiaddel señor Greathead. Consideraron queso manifestaba el sentimiento propidel caso. Se apiadaron de Steven. Habíperdido a su patrón y había perdido Dorsy Oldishaw. Y aunque había medi

matado a Ned Oldishaw, bueno, el joveed no tenía por qué haber tocado a s

novia. Y cuando Steven se acercaba a l

barra del King’s Arms, todo el mundo ldecía «Buenos días, Steve» y le dejabun sitio cerca de la chimenea.

III



Ahora Steven iba de un lado a otro comsi no hubiera ocurrido nada. Se esforzen mantener la casa como si el señoGreathead estuviese vivo. La señorBlenkiron, que iba cada quince días fregar y limpiar, encontraba encendid

a chimenea del estudio del señoGreathead y sus zapatillas al borde deguardafuego. En la planta alta tenía l

cama hecha, con el embozo abierto, todisto. Steven se atenía a ese ritual, n

sólo por las sospechas de los extraños

sino para su propia concienciaConduciéndose como si creyese que eseñor Greathead seguía vivo, casconseguía creérselo. Al no consegui



que sus pensamientos volviesen sobre ecrimen, llegó a olvidarlo. Smaginación lo estaba salvando

siguiendo el juego que lo mantenía en suicio, hasta que el crimen se convirti

en algo vago y fantástico como las cosa

que ocurren en sueños. Ahora se habídespertado y ésta era la realidadaquella rutina de quehaceres, ocupars

de la casa y aguardar el regreso deseñor Greathead. Había dejado devantarse por las noches a examinar e

suelo de la vaquería. Ya no sasombraba de su impunidad.Luego, de improviso, cuand

verdaderamente lo había olvidado, tod



acabó. Fue un sábado de eneroalrededor de las cinco. Steven se habíenterado de que Dorsy Oldishaw habívuelto y vivía con su tía en el King’Arms. Tenía unos deseos locosncontrolables, de volverla a ver.

Pero a quien vio no fue a Dorsy.Para ir de la cocina al camin

particular de la casa, tenía que atravesa

as puertas del patio y recorrer esendero pavimentado que pasaba bajo lventana del estudio. Cuando gir

andando sobre las losas, lo vio avanzadelante de él. La luz que salía por lventana lo iluminaba.

Distinguía con toda claridad a



anciano con su abrigo largo, negro raído, con la bufanda de lana grianudada al cuello y sobresaliendo sobra espalda, colgándole el fino pel

canoso que le caía bajo el ala flexibldel sombrero negro.

En el primer momento de verloSteven no sintió miedo. Simplementsintió que no había cometido el crimen

que verdaderamente lo había soñado que era el señor Greathead quregresaba, vivo, entre los vivos. Lueg

el fantasma se había parado en la puertde la casa, con la mano en el pomocomo si estuviese a punto de entrar.

Pero cuando Steven se acercó a l



puerta ya no estaba allí.Se quedó quieto, paralizado, con l

mirada perdida en el espacio que shabía vaciado de un modo tan espantosoEl corazón le palpitaba y vacilabacortándole la respiración. Y de repent

se le vino encima el recuerdo decrimen. Se vio en el cuarto de bañoencerrado con su víctima dentro de la

paredes verdes pintadas al temple. Olia emanación de la estufa de petróleo

Oyó el agua que caía del grifo. Sinti

os pies abalanzándose de un salto y deseñor Greathead. Vio las manos deseñor Greathead aleteando inútilmentesus ojos aterrorizados, el rostro que s



e hinchaba y palidecía, transformándosen algo horrible, y su cuerpo que sdesmoronaba al suelo.

Luego se vio a sí mismo en lvaquería. Oía los golpes sordos, dmachacar y serrar, de sus herramientas

Se vio en el puerto de Hardraw y vio lofaros que iluminaban la boca del pozoY el miedo y el horror que no habí

sentido entonces los padeció ahora.Se dio la vuelta. Echó el pestillo

as puertas del patio y a todas las de l

casa y se encerró en la iluminadcocina. Cogió su revista, The Autocar , se esforzó en leerla. Al instante ldesapareció el terror. Se dijo qu



aquello no era nada. Nada más que unfantasía suya. Suponía que nuncvolvería a ver ninguna otra cosa.

Pasaron tres días. La noche deercero, Steven había encendido lámpara del estudio y cerrado l

ventana, cuando volvió a ver lo mismo.Estaba de pie en el sendero de

exterior, muy cerca de la ventana

mirando hacia dentro. Vio el rostro coclaridad, el bulto gris del labisobresaliente y la encorvadura de l

nariz contraída. Los ojillos lo mirababrillantes. Toda la figura se veívidriosa, flotando entre la oscuridad y ecristal. Estuvo allí fuera un momento



mirando hacia el interior; y al siguientse había confundido con la imagereflejada del cuarto iluminado que srepetía sobre la negrura de los árbolesEntonces dio la sensación de que eseñor Greathead estuviera, reflejado

dentro de la habitación, con Steven.Y luego otra vez estaba fuera

mirándolo, mirándolo a través de

cristal.A Steven se le encogía y revolvía e

estómago, provocándole náuseas. Baj

as persianas, para interponerlas entre é el señor Greathead, las reforzó con lopostigos y corrió las cortinas poencima. Echó dos pestillos a la puert



de la fachada y cerró todas las puertaspara mantener al señor Greathead en lcalle. Pero aquella noche, en umomento dado, oyó el susurro de unopasos que avanzaban por los pasilloenlosados, en el piso alto, y qu

cruzaban el rellano de fuera de sdormitorio. Se oyó ruido en la cerradurde la puerta, pero no entró nadie. Estuv

despierto hasta por la mañana, con esudor corriéndole sobre la piel, ecorazón desbocado y estremeciéndos

de terror.Al levantarse, vio una cara blanca asustada en el espejo. Una cara con lboca semiabierta, a punto de hablar, d



escupir su secreto. Le daba miedo ir coaquella cara a Eastthwaite o a ShaweDe manera que se encerró en la casamedio desfalleciendo con sus magrareservas de pan, tocino y otros pocovíveres.

Transcurrieron dos semanas; y luegvolvió a aparecer a plena luz del día.

Era la mañana que iba la señor

Blenkiron. Él había encendido lchimenea del estudio y había puesto lazapatillas del señor Greathead junto a

guardafuego. Cuando se alzó del suel—estaba agachado— y se dio la vueltavio al fantasma del señor Greathead dpie sobre la alfombrilla del hogar, mu



cerca de él. En el primer momento lvio sólido y exactamente igual que sestuviese vivo. Lo contemplabsonriente, con una especie de gestburlón, como si le divirtiera lo questaba haciendo Steven. Steven recul

movido por el terror, alejándose (ldaba miedo girarse y encontrárselo a sespalda), y los pies perdiero

corporeidad. Como si se deshicieraoda la estructura se desmoronó y cay

en el suelo hecha una masa, formando u

charco de una sustancia blancuzca reluciente que se confundió con edibujo de la alfombra, que lo absorbió.

Era la cosa más horrible que l



había sucedido hasta entonces, y lonervios de Steven se desataron. Fue ebusca de la señora Blenkiron, a la quencontró fregando en la vaquería.

Suspiraba mientras restregaba lbayeta por el suelo.

—Ay, mira estas manchas pardas quno se quitan por más que una rasque.

—No —dijo él—. Por más qu

rasque y rasque no las va a limpiar.Ella lo miró… —Ay, hijo, ¿qué te pasa? Tienes car

de trapo escurrido puesto a secar en lpila. —He tenido un cólico. —Sí, no tengas cuidado con l



humedad y la niebla y vete comiendmal… Deja que me acerque al King’Arms y te traiga un whisky.

—Ya me acerco yo.Ahora sabía que le daba mied

quedarse solo en la casa.

En el King’s Arms, Dorsy y lseñora Oldishaw estaban preocupadapor él. Pero esta vez estab

verdaderamente enfermo de miedoDorsy y la señora Oldishaw le dijeroque era un constipado. Le hiciero

acomodarse junto al fuego de la cocina o taparon con una manta y le hicierobeberse un ponche fuerte y caliente. Sdurmió y, al despertar tenía a Dors



sentada al lado, con su costura.Se sentó y ella le puso una mano e

el hombro. —Estate quieto, hombre. —Tengo que levantarme y marchar. —No, no tienes por qué irte. Estat

quieto y te hago una taza de té.Se estuvo quieto.La señora Oldishaw le habí

preparado una cama en el dormitorio dsu hijo y lo tuvieron allí aquella nochehasta las cuatro del día siguiente.

Cuando se levantó para irse, Dorse puso el abrigo y el sombrero. —¿Tú también sales a la calle

Dorsy?



—Sí. Para que no te vayas tú solo o hagas todo solo. Estaré contigo hast

que se haga de noche.Ella lo acompañó y estuvieron e

uno junto al otro, en la cocina de la casaunto al hogar, como solían hacer cuand

rabajaban allí los dos, cogidos de lmano y sin decir nada.

—Dorsy —dijo él, por fin—, ¿a qu

has venido? ¿Has venido a decirme quno vas a hablarme nunca más?

—No. Tú bien que lo sabes.

—¿A decirme que te casas conmigo —Sí. —No puedo casarme contigo, Dorsy

o estaría bien.



—¿No estaría bien? ¿Qué dices? Nestaría bien que venga y me esté contigasí si no me caso.

—No. No me atrevo. Decías tú que daba miedo. No quiero que pase

miedo. Decías que eras desgraciada. Y

no quiero que tú seas desgraciada. —Eso era el año pasado. Ahora y

no me asustas, Steve.

—Es que no me conoces, nena. —Sí que te conozco. Conozco qu

estás malo y que te mueres por mí. N

puedes vivir sin tu nena que te cuide.Ella se puso en pie. —Tengo que irme ya. Pero voy

venir mañana y al día siguiente.



Y mañana y al día siguiente, y asiguiente, al anochecer, a la hora de lomayores terrores de Steven, acudiDorsy. Se sentaba junto a él hasta muchdespués de que hubiese oscurecido.

Steven se hubiera sentido a salv

durante todo el tiempo que ella lacompañaba, de no ser por el pánicque le daba que el señor Greathea

apareciendo estando Dorsy y que ella lviera. Si Dorsy llegaba a saber questaba embrujado, podría preguntarl

porqué. O bien el señor Greatheapodría adoptar alguna horriblapariencia, manando sangre desmembrado, que la informase de cóm



había sido asesinado. Sería muy propide él, una vez muerto, interponerse entrellos lo mismo que había hecho en vida

Estaban sentados a la mesa redondque había junto a la chimenea. Tenían lámpara encendida y Dorsy se inclinab

sobre su costura. De repente levantó lcara, con la cabeza echada a un ladoescuchando. Lejos, en la parte interio

de la casa, en el pasillo enlosado qudaba a la puerta principal, se distinguíel susurro de unos pasos. Él casi creí

que Dorsy temblaba. Y de algún modopor la razón que fuera, esta vez no tenímiedo.

—Steven —dijo ella—, ¿no oye



algo? —No. Es sólo el viento en el tejadoElla lo miró. Una larga mirad

nterrogativa. En apariencia, srespuesta la había convencido, puestque contestó:

—Puede ser que no sea más que eviento —y prosiguió con la costura.

Él acercó su silla a la de ella, par

protegerla si venía el fantasma. Caspodía tocarla a aquella distancia.

Se levantó el pestillo, se abrió l

puerta y, sin que se le viera entrar navanzar, el señor Greathead se alzó antellos.

La mesa ocultaba la parte inferior d



a figura, pero por encima estabcompleto y sólido, con su terriblsemblante de carne y hueso.

Steven miró a Dorsy. Ella tenía loojos clavados en el fantasma, con ugesto inocente y asombrado, sin e

menor asomo de miedo. Luego miró Steven. Una mirada incómodaamedrentadora e inquisitiva, como par

asegurarse de que él lo estaba viendo.Ése era el temor de ella: que él l

viese, que él tuviese miedo, que é

estuviera embrujado.Él se acercó aún más y le pasó ebrazo por el hombro.

Pensó que quizás ella se apartaría d



él, dándose cuenta de que era él eembrujado. Pero, muy al contrarioevantó una mano y cogió la de é

mirándolo a la cara y sonriéndole.Luego, para asombro de Steven, e

fantasma les devolvió la sonrisa, no e

forma de burla, sino con una rara errible dulzura. El rostro de l

aparición resplandeció un momento co

una súbita luz, hermosa y radiante; luegdesapareció.

—¿Lo has visto, Steven?

—Sí. —¿Lo habías visto antes? —Sí, tres veces lo tengo visto. —¿Es lo que te da miedo?



—¿Quién te ha dicho que estoasustado?

—Yo que lo sé. Porque yo sé todo lque a ti te pasa.

—¿Y qué piensas tú, Dorsy? —Que no tienes que tener miedo. E

un fantasma bueno. Sea lo que sea, nquiere hacerte daño. El viejo nunca thizo daño en vida.

—¿No? No me hizo daño. Me hizo peor que podía metiéndose entre tú o.

—¿Por qué piensas eso? —No lo pienso, lo sé. —No, mi vida, tú no lo sabes. —Se metió. Se metió, te lo digo yo.



—Ni lo digas —gritó ella—. Ni ldigas, Steven.

—¿Por qué no? —Eso hace que la gente diga lo qu

dice. —¿Qué sabe la gente para tener qu

hablar? —Se acuerda de lo que dijiste. —¿Y qué dije?

—Pues que te ibas a cargar a todo eque se metiera entre tú y yo.

—No lo decía por él. Bien lo sab

Dios. —La gente eso no lo sabe —dijella.

—¿Lo sabes tú? ¿Sabes tú que yo n



estaba pensando en él? —Yo sí que lo sé, Steven. —¿Y no te asusto, Dorsy? ¿Ya no t

doy miedo? —No, hijo. Te quiero demasiado

unca más me vas tú a dar miedo. ¿Iba

estar contigo teniendo miedo? —Ahora sí que vas a tener miedo. —¿De qué voy a tener miedo?

—Pues… de él. —¿De él? Me da mucho más mied

saber que estás tú aquí con él, tú solo

¿No quieres venir a dormir a casa de mía? —No quiero. Te acompaño un troz

hasta pasado el páramo.



Fue con ella por el camino de lherradura, cruzando el páramo, y por lcarretera principal que conducía Eastthwaite. Se separaron en el recoddonde surgían a la vista las luces depueblo.

Había salido la luna y Steveregresó por el páramo. El fresno decamino de herradura sobresalía co

claridad, con sus ramas dobladas ganchudas, negras contra la hierba parddel páramo. Las sombras de las rodada

corrían como rayas sobre el senderonegras sobre el gris. La casa sdistinguía gris oscuro en la oscuridadel desvío. Sólo la ventana iluminad



del estudio dibujaba un rectánguldorado en medio del muro.

Antes de acostarse debía apagar luz del estudio. Estaba nervioso, pero y

no sentía el malestar ni el terrosudoroso de las primeras apariciones. O

bien se estaba habituando, o bien… alge había pasado.

Había cerrado los postigos y apag

a lámpara. La vela ponía un círculo duz alrededor de la mesa que ocupaba e

centro del cuarto. Estaba a punto d

cogerla y marcharse cuando oyó una vosin fuerza que pronunciaba su nombre: —Steven.Alzó la cabeza para escuchar. Aque



sonido inconsistente parecía llegar deexterior, de muy lejos, del final decamino de herradura.

—Steven, Steven…Esta vez hubiera jurado que e

sonido procedía de dentro de su cabeza

como el zumbido de los oídos. —Steven…Ahora reconoció la voz. Estab

detrás de él, dentro del cuarto. Se dio lvuelta y vio al fantasma del señoGreathead sentado, tal como é

acostumbraba a sentarse, en el sillón quhabía junto al hogar. La figura estabmuy borrosa en la penumbra de lhabitación, fuera del alcance de



resplandor de la vela. El primer impulsde Steven fue adelantar la velanterponiéndola entre él y el fantasma

confiando en que la luz lo hicierdesaparecer. En vez de desaparecer, lfigura se volvió más nítida y sólida

ndistinguible de un hombre de carne hueso vestido de paño negro y linblanco. Sus ojos tenían la transparenci

de un cristal azul y estaban clavados eSteven, con una mirada tranquila, dbenevolente atención. La boca, pequeñ

estrecha, estiraba las comisurassonriente.Habló. —No tienes que tener miedo —dijo



Ahora la voz era natural, tranquilamesurada, ligeramente trémula. En lugade asustar a Steven, lo sosegó y calmó.

Puso la vela sobre la mesa que tenídetrás y se quedó de pie frente afantasma, fascinado.

—¿Por qué tienes miedo? —lpreguntó el fantasma.

Steven no fue capaz de contestar

Sólo podía mirar, paralizado por loojos brillantes que lo hipnotizaban.

—Tienes miedo —dijo el fantasm

—, porque crees que soy lo que se dicun fantasma, un ser sobrenatural. Creeque estoy muerto y que tú me matasteCrees que te tomaste una horribl



venganza por una mala faena que creeque yo te hice. Crees que regreso parasustarte, para vengarme a mi vez.

»Y todas esas cosas que piensasSteven, son falsas. Soy real, mapariencia es tan real y natural com

cualquier otra de las cosas que hay eeste cuarto; más natural y más real, si lsupieras bien. No me mataste, como ves

pues aquí estoy, tan vivo o más que túTu venganza consistió en hacerme pasade un estado que se me había vuelt

nsoportable a un estado más agradablde lo que eres capaz de imaginarte. Nme importa decirte, Steven, que estabpasando por serias dificultade



económicas (lo cual, dicho sea de pasoe viene bien, pues proporciona u

motivo plausible para mi desaparición)De manera que, por lo que respecta a lvenganza, la cosa fue un completfiasco. Tú fuiste mi benefactor. Tu

métodos fueron algo violentos y admitque me hiciste pasar algunos momentodesagradables antes de alcanzar m

actual liberación. Pero como padecíuna artritis reumática progresiva, ncabe duda de que mi muerte a mano

uyas fue más caritativa de lo quhubiera sido dejada a la mernaturaleza. En cuanto a las medidaposteriores, te felicito, Steven, por t



frialdad y tus recursos. Yo siempre dijque estabas a la altura de cualquieembrollo. Cometiste un crimeasombroso y peligroso, un crimen es lcosa más difícil de ocultar de todas, y tas ingeniaste para que no fuer

descubierto ni lo sea nunca. Y sin dudos pormenores de ese crimen t

resultarían horribles y nauseabundo

hasta lo indecible; y cuanto máhorribles y nauseabundos eran, máuviste que controlar los nervios par

levar la cosa adelante sin ningúropiezo.»No quiero quitarte el menor mérito

Fue algo muy digno para un principiante



realmente muy digno. Pero permítemque te diga que la idea de que las cosapuedan ser horribles y nauseabundas epura ilusión. Estos términos sootalmente relativos, dependen de timitada percepción.

»Me estoy dirigiendo en estmomento a tu inteligencia; y no mrefiero a esa ingenuidad práctica que t

permitió desembarazarte de mí taimpiamente. Cuando digo inteligenci

quiero decir inteligencia. Lo único qu

hiciste, entonces, fue volver a distribuias cosas. Para nuestros sentidoncorruptibles, la materia nunca adopt

ninguna de esas formas ofensivas baj



as que tan a menudo las ves. Lnaturaleza ha creado todo ese horror oda esa repulsión exclusivamente par

evitar que la gente haga demasiadoexperimentos pequeños como el tuyo

o debes imaginarte que esas cosa

engan una importancia imperecederao te jactes de haber electrizado a

universo. Para los entendimientos que y

no están sujetos a ser de carne y huesoesa horrible carnicería de que taorgulloso te sientes, Steven, e

sencillamente una bobada. No tiene derrible más que una salpicadura de tintroja o la recomposición de urompecabezas. Yo fui testigo de todo



puedo asegurarte que no sentí otra cosque ganas de reírme. Se te puso la caran ridículamente seria, Steven… N

puedes hacerte ni idea del aspecto quenías con la hachuela aquella. M

hubiera gustado aparecerme ante t

entonces y decírtelo así, pero sabía que hubiera dado un ataque de miedo…

»Y otro gran error, muchacho, es qu

pienses que te persigo con ánimo dvenganza, que busco atemorizarte… Mquerido Steven, si quisiera asustart

aparecería ante ti con un aspecto mudistinto. No es menester que te recuerdcon qué aspecto podría habermaparecido… ¿A qué supones tú qu



vengo? —No lo sé —dijo Steven, con u

susurro ronco—. Dígamelo. —He venido a perdonarte. Y

salvarte del horror que hubierapadecido más pronto o más tarde. Y

para hacer que no sigas adelante con tcrimen.

—No hacía falta —dijo Steven—

o voy a seguir. No voy a hacer mácrímenes.

—Ya vuelves a las andadas. ¿Es qu

no puedes entender que no estohablando de tu estúpida carnicería? Mrefiero a tu auténtico crimen. Tverdadero crimen era odiarme. Y t



mismo odio era un disparate, Steven. Modiabas por algo que yo no había hecho

—¿Sí? ¿Qué hizo usted entoncesDígamelo.

—Tú crees que me interpuse entre tnovia y tú. Aquella noche, cuando Dors

habló conmigo, pensaste que le habídicho que te dejara, ¿no es cierto?

—Sí. ¿Y qué fue lo que usted l

dijo? —Le dije que se quedara contigo

Fuiste tú, Steven, quien la obligó a irse

Asustaste a aquella pobre niña. Ella mdijo que temía por su vida. No porquhubieras medio matado a aquel pobrmuchacho, sino por la cara que ponía



cuando estabas haciéndolo. La cara dodio, Steven.

»Yo le dije que no te tuviera miedoLe dije que si te dejaba, bien podías trte al diablo, y que ella incluso serí

responsable de algún crimen. Le dij

que si se casaba contigo y te era fiel, se amaba, yo respondía por ti de qu

nunca harías nada malo.

»Pero ella estaba demasiadasustada para escucharme. Entonces ldije que reflexionara sobre lo que l

había dicho antes de tomar algundecisión. Eso fue lo que tú me oístdecirle.

—Sí, eso fue lo que oí a uste



decirle. Yo no sabía, yo no sabía… Ycreía que usted la había puesto en mcontra.

—Si no me crees, pregúntale a ellaSteven.

—Eso fue lo que ella dijo la otr

noche. Que usted no se metió nunca entrella y yo. Nunca.

—Nunca —dijo el fantasma—

¿Ahora ya no me odias? —No, no. Yo no lo habría odiad

nunca, yo nunca le habría tocado a uste

un dedo de haberlo sabido. —Lo que importa no es que mpusieras la mano encima, sino tu odioSi hemos acabado con eso, hemo



acabado con todo el asunto. —¿De verdad? ¿De verdad? Si s

sabe, me cuelgan. ¿Puedo darme poperdonado? Dígame, ¿puedo darme poperdonado?

—¿Quieres que yo lo decida por ti?

Le pareció que el fantasma del señoGreathead se estaba debilitando upoco, como si sólo fuera a durar uno

nstantes. Nunca había deseado tanto quse fuera como ahora deseaba que squedara y le ayudase.

—Bueno, Steven, cualquier hombrde carne y hueso te diría que fueras y tdejaras ahorcar mañana, que eso no erni más ni menos tu obligación. Y yo m



atrevo a decir que hay algunos espíritumezquinos y resentidos, incluso en mmundo, que dirían lo mismo, no porquellos crean que la muerte es importantesino porque saben que tú lo crees, quieren ajustarte las cuentas por es

procedimiento.»No es mi procedimiento. Y

considero que este asunto de nada e

algo sólo entre nosotros. No existurado de hombres de carne y hueso quo comprendiera. Todos consideran qu

a muerte es muy importante. —¿Qué quiere usted que haga yentonces? ¡Dígamelo y lo hagoDígamelo!



Gritaba muy fuerte, pues el fantasmdel señor Greathead se iba volviendcada vez más débil. Menguaba flameaba como una luz que se extingueSu voz le llegó desde algún lugar lejan situado fuera de la casa, desde la otr

punta del camino de herradura. —Sigue viviendo —decía—. Cásat

con Dorsy.

—No me atrevo. Ella no sabe que lmaté a usted.

—Oh, sí —los ojos del fantasm

parpadeaban, amables e irónicos—, sque lo sabe. Siempre lo ha sabido.Y tras esto, el fantasma desapareció



EL QUE ACECHA ENLA OSCURIDAD

H. P. Lovecraft



HOWARD PHILLIPS LOVECRAFTProvidence, 1890-1937) escribió e

1924: «El miedo es una de laemociones más antiguas y poderosas da humanidad, y el tipo de miedo má

viejo y poderoso es el temor a ldesconocido». Fiel a sus palabrasLovecraft dedicó su vida a introducir e

el mundo de lo cotidiano la cuña dotros mundos anteriores o paralelos a édesconocidos y temibles. Sus obras má

mportantes son quizá las novelas breve



l extraño caso de Charles DexteWard (1927), En las montañas de locura (1931) y La sombra sobrnnsmouth (1936). A nadie pued

escapársele que el racismo es la fuentde la que se nutren los relatos d

Lovecraft, que en cierto momento ssintió atraído por el movimiento nazpero lo notable es cómo transformó s

pánico a la mezcla de razas en unespecie de cosmogonía, y al hacerlrevolucionó el género de terror. «El qu

acecha en la oscuridad» es una buenmuestra de su raro talento, y explica poqué escritores que están en las antípodade su ideología lo consideran un maestr



en el difícil arte de provocar miedo.



L

Yo he visto abrirse el tenebroso universDonde giran sin rumbo los negros planeta

Donde giran en su horror ignoradSin orden, sin brillo y sin nombre

NÉMESI

AS PERSONAS prudentes dudará

antes de poner en tela de juicio lextendida opinión de que a Robert Blako mató un rayo, o un shock nervios

producido por una descarga eléctrica



Es cierto que la ventana ante la cual sencontraba permanecía intacta, pero lnaturaleza se ha manifestado a menudcapaz de hazañas aún más caprichosasEs muy posible que la expresión de srostro haya sido ocasionada po

contracciones musculares sin relacióalguna con lo que tuviera ante sus ojosen cuanto a las anotaciones de su diario

no cabe duda de que son producto duna imaginación fantástica, excitada pociertas supersticiones locales y cierto

descubrimientos llevados a cabo por éEn lo que respecta a los extrañosucesos en la abandonada iglesia dFederal Hill, el investigador sagaz n



ardará en atribuirlo al charlatanismconsciente o inconsciente de Blakequien estuvo relacionado secretamentcon determinados círculos esotéricos.

Porque después de todo, la víctimera un escritor y pintor consagrado po

entero al campo de la mitología, de losueños, del terror y la supersticiónávido en buscar escenarios y efecto

extraños y espectrales. Su primerestancia en Providence —con objeto dvisitar a un viejo extravagante, ta

profundamente entregado a las cienciaocultas como él— había acabado emuerte y llamas. Sin duda fue algúnstinto morboso lo que le indujo



abandonar nuevamente su casa dMilwaukee para venir a Providence, al vez conocía de antemano las viejaeyendas, a pesar de negarlo en s

diario, en cuyo caso su muerte malogrprobablemente una formidabl

superchería destinada a preparar uéxito literario.

No obstante, entre los que ha

examinado y contrastado todas lacircunstancias del asunto, hay quienes sadhieren a teorías menos racionales

comunes. Éstos se inclinan a dar crédita lo constatado en el diario de Blake señalan la importancia significativa dciertos hechos, tales como la indudabl



autenticidad del documento hallado en lvieja iglesia, la existencia real de unsecta heterodoxa llamada «Sabiduría das Estrellas» antes de 1877, l

desaparición en 1893 de ciertperiodista demasiado curioso llamad

Edwin M. Lillibridge, y —sobre todo—el temor monstruoso y transfigurador qureflejaba el rostro del joven escritor e

el momento de morir. Fue uno de éstoel que, movido por un extremadfanatismo, arrojó a la bahía la piedra d

ángulos extraños con su estuche metálicde singulares adornos, hallada en echapitel de la iglesia, en el negrchapitel sin ventanas ni aberturas, y n



en la torre, como afirma el diarioAunque criticado oficial y públicamenteeste individuo —hombre intachable, cocierta afición a las tradiciones raras—dijo que acababa de liberar a la tierrde algo demasiado peligroso par

dejarlo al alcance de cualquiera.El lector puede escoger por s

mismo entre estas dos opinione

diversas. Los periódicos han expuestos detalles más palpables desde u

punto de vista escéptico, dejando qu

otros reconstruyan la escena, tal comRobert Blake la vio, o creyó verla, pretendió haberla visto. Ahora, despuéde estudiar su diario detenidamente, si



apasionamientos ni prisa alguna, nohallamos en condiciones de resumir lconcatenación de los hechos desde epunto de vista de su actor principal.

El joven Blake volvió a Providencen el invierno de 1934-35, y alquiló e

piso superior de una venerablresidencia situada frente a una plazcubierta de césped, cerca de Colleg

Street, en lo alto de la gran colinindera con el campus de la Brow

University y la Biblioteca John Hay. Er

un sitio cómodo y fascinante, con uardín lleno de gatos lustrosos quomaban sol pacíficamente. El edifici

era de estilo gregoriano: tenía mirador



portal clásico con escalinatas lateralesvidrieras con trazado de rombos, y todaas demás características de principi

de siglo XIX. En el interior había puertade seis paneles, grandes entarimadosuna escalera colonial de amplia curva

blancas chimeneas del período Aram una serie de habitaciones traserasituadas unos tres peldaños por debaj

del resto de la casa.El estudio de Blake era una piez

espaciosa que daba por un lado a l

pared delantera del jardín; por el otrosus ventanas —ante una de las cualehabía instalado su mesa de escritorio—

miraban a occidente, hacia la cresta d



a colina. Desde allí se dominaba unvista espléndida de tejados pintoresco místicos crepúsculos. En el lejan

horizonte se extendían las violáceaaderas campestres. Contra ellas, a unores o cuatro kilómetros de distancia, s

recortaba la joroba espectral de FederaHill erizada de tejados y campanarioque se arracimaban en lejanos perfiles

adoptaban siluetas fantásticas, cuandos envolvía el humo de la ciudad. Blakenía la curiosa sensación de asomarse

un mundo desconocido y etéreo, capade desvanecerse como un sueño sntentara ir en su busca para penetrar e

él.



Después de haberse traído de scasa la mayor parte de sus libros, Blakcompró algunos muebles antiguos, econsonancia con su vivienda, y larregló a dedicarse a escribir y pintarVivía solo y se hacía él mismo la

sencillas faenas domésticas. Instaló sestudio en una habitación del áticorientada al norte y muy bien iluminad

por un amplio mirador. Durante eprimer invierno que pasó allí, escribicinco de sus relatos más conocidos — E

Socavador , La Escalera de la CriptaShaggai, En el Valle de Pnath y Eevorador de las Estrellas — y pint

siete telas sobre temas de monstruo



nfrahumanos y paisajes extraterrestreprofundamente extraños.

Cuando llegaba el atardecer, ssentaba a su mesa y contemplabsoñadoramente el panorama deponiente; las torres sombrías d

Memorial Hall que se alzaban al pie da colina donde vivía, el torreón de

palacio de Justicia, las elevadas aguja

del barrio céntrico de la población, sobre todo, la distante silueta de FederaHill, cuyas cúpulas resplandecientes

puntiagudas buhardillas y callegnoradas tanto excitaban su fantasíaPor las pocas personas que conocía ea localidad se enteró de que en dich



colina había un barrio italiano, aunqua mayoría de los edificios databan dos viejos tiempos de los yankees y lorlandeses. De cuando en cuand

paseaba sus prismáticos por aquemundo espectral, inalcanzable tras l

neblina vaporosa; a veces los detenía eun tejado, o en una chimenea, o en ucampanario, y divagaba sobre lo

extraños misterios que podía albergar. Apesar de los prismáticos, Federal Hill lseguía pareciendo un mundo extraño

fabuloso que encajaba asombrosamentcon lo que él describía en sus cuentos pintaba en sus cuadros. Esta sensaciópersistía mucho después de que el cerr



se hubiera difuminado en un atardeceazul salpicado de lucecitas, y de que loreflectores del Palacio de Justicia y lofocos rojos del Trust Industrial poblabade efectos grotescos a la noche.

De todos los lejanos edificios d

Federal Hill, el que más fascinaba Blake era una iglesia sombría y enormque se distinguía con especial claridad

determinadas horas del día. Aatardecer, la gran torre rematada por uafilado chapitel se recortaba tremend

contra un cielo incendiado. La iglesiestaba construida sin duda sobre algunelevación del terreno, ya que su fachadsucia y la vertiente del tejado, así com



sus grandes ventanas ojivalesdescollaban por encima de la maraña dejados y chimeneas que la rodeaban

Era un edificio melancólico y severoconstruido con sillares de piedra, mumaltratado por el humo y la

nclemencias del tiempo, al parecer. Sestilo, según se podía apreciar con loprismáticos, correspondía a lo

primeros intentos de reinstauración deGótico y debía datar, por lo tanto, de1810 ó 1815.

A medida que pasaban los mesesBlake contemplaba aquel edificio lejan prohibido con un creciente interésunca veía iluminados los inmenso



ventanales, por los que dedujo que eedificio debía de estar abandonadoCuanto más lo contemplaba, más vueltae daba a la imaginación, y más cosa

raras se figuraba. Llegó a parecerle quse cernía sobre él un aura de desolació

que incluso las palomas y lagolondrinas evitaban sus aleros. Con suprismáticos distinguía grandes bandada

de pájaros en torno a las demás torres campanarios, pero allí no se deteníaamás. Al menos, así lo creyó él y así l

constató en su diario. Más de una vepreguntó a sus amigos, pero ningunhabía estado nunca en Federal Hill, nenían la más remota idea de lo que es



glesia pudiera ser.En primavera, Blake se sinti

dominado por un vivo desasosiegoHabía comenzado una novela largbasada en la supuesta sobrevivencia dunos cultos paganos en Maine, per

ncomprensiblemente, se había atascad su trabajo no progresaba. Cada ve

pasaba más tiempo sentado ante l

ventana de poniente, contemplando ecerro distante y el negro campanario quos pájaros evitaban. Cuando la

delicadas hojas vistieron los ramajedel jardín, el mundo se colmó de unbelleza nueva, pero las inquietudes dBlake, aumentaron más aún. Entonces



por primera vez, se le ocurrió atravesaa ciudad y subir por aquella lader

fabulosa que conducía al brumosmundo de ensueños.

A fines de abril, poco antes de lfecha sombría de Walpurgis, Blake hiz

su incursión al reino desconocidoDespués de recorrer un sinfín de calles avenidas en la parte baja, y de plaza

ruinosas y desiertas que bordeaban epie del cerro, llegó finalmente a uncalle en cuesta, flanqueada de gastada

escalinatas, de torcidos porches dórico cúpulas de cristales empañadosAquella calle parecía conducir hasta umundo inalcanzable más allá de l



neblina. Los deteriorados letreros coos nombres de las calles no le decía

nada. Luego reparó en los rostroatezados y extraños de los transeúntesen los anuncios en idiomas extranjeroque campeaban en las tiendas abiertas a

pie de añosos edificios. En parte algunpudo encontrar los rincones y detalleque viera con los prismáticos, de mod

que una vez más, imaginó que la FederaHill que él contemplaba desde suventanas era un mundo de ensueño en e

que jamás entrarían los seres humanode esta vida.De cuando en cuando, descubría l

fachada derruida de alguna iglesia



algún desmoronado chapitel, pero nunca ennegrecida mole que buscaba. A

preguntarle a un tendedero por la graglesia de piedra, el hombre sonrió

negó con la cabeza, a pesar de quhablaba correctamente inglés. A medid

que Blake se internaba en el laberinto dcallejones sombríos y amenazadores, eparaje le resultaba más y más extraño

Cruzó dos o tres avenidas, y una de laveces le pareció vislumbrar una torrconocida. De nuevo preguntó a u

comerciante por la iglesia de piedra, esta vez habría jurado que fingía sgnorancia, porque su rostro moren

reflejó un temor que trató en vano d



ocultar. Al despedirse, Blake lsorprendió haciendo un signo extrañcon la mano derecha.

Poco después vio súbitamente, a szquierda, una aguja negra que destacab

sobre el cielo nuboso, por encima de la

filas de oscuros tejados. Blake lreconoció inmediatamente y se adentrpor sórdida callejuelas que subían desd

a avenida. Dos veces se perdió, peropor alguna razón, no se atrevió preguntarles a los venerables ancianos

obesas matronas que charlaban sentadoen los portales de sus casas, ni a lochiquillos que alborotaban jugando en ebarro de los oscuros callejones.



Por último, descubrió la torre junto una inmensa mole de piedra que salzaba al final de la calle. Él sencontraba en ese momento en una plazempedrada de forma singular, en cuyextremo se alzaba una enorm

plataforma rematada por un muro dpiedra y rodeada por una barandilla dhierro. Allí finalizó su búsqueda, porqu

en el centro de la plataforma, en aquepequeño mundo elevado sobre el nivede las calles adyacentes, se erguía

rodeada de yerbajos y zarzas, una masitánica y lúgubre sobre cuya identidadaun viéndola de cerca no podíequivocarse.



La iglesia se encontraba en uavanzado estado de ruina. Algunos dsus contrafuertes se habían derrumbad varios de sus delicados pináculos s

veían esparcidos entre la maleza. Ladenegridas ventanas ojivales estaba

ntactas en su mayoría, aunque emuchas faltaba el ajimez de piedra. Lque más le sorprendió fue que la

vidrieras no estuviesen rotas, habidcuenta de las destructoras costumbres da chiquillería. Las sólidas puerta

permanecían firmemente cerradas. Lverja que rodeaba la plataforma teníuna cancela —cerrada con candado— a que se llegaba desde la plaza por u



ramo de escalera, y desde ella hasta epórtico se extendía un senderenteramente cubierto de maleza. Ldesolación y la ruina envolvían el lugacomo una mortaja; y en los aleros sipájaros, y en los muros desnudos d

edra, veía Blake un toque siniestrmposible de definir.

Había muy poca gente en la plaza

Blake vio en un extremo un guardimunicipal, y se dirigió a él con el fin dhacerle unas preguntas sobre la iglesia

Para asombro suyo, aquel irlandés fuert sano se limitó a santiguarse y murmurar entre dientes que la gente nmentaba jamás aquel edificio. A



nsistirle, contestó atropelladamente quos sacerdotes italianos prevenían a tod

el mundo contra dicho templo, afirmaban que una maldad monstruoshabía habitado allí en tiempos, y habídejado su huella indeleble. Él mism

había oído algunas oscuransinuaciones por boca de su padre

quien recordaba ciertos rumores qu

circularon en la época de su niñez.Una secta se había albergado allí, e

aquellos tiempos, que invocaban a uno

seres que procedían de los abismognorados de la noche. Fue necesaria lvalentía de un buen sacerdote parexorcizar la iglesia, pero hubo quiene



afirmaron después que para ello habríbastado simplemente la luz. Si el padrO’Malley viviera, podría aclararnomuchos misterios de este templo. Perahora, lo mejor era dejarlo en paz. Anadie hacía daño, y sus antiguo

moradores habían muerto desaparecido. Huyeron a la desbandadacomo ratas, en el año 77, cuando la

autoridades empezaron a inquietarse poa forma en que desaparecían lo

vecinos y hablaron de intervenir. Algú

día, a falta de herederos, el Municipiomará posesión del viejo templo, permás valdría dejarlo en paz y esperar que se viniera abajo por sí solo, n



fuera que despertasen ciertas cosas qudebían descansar eternamente en lonegros abismos de la noche.

Después de marcharse el guardiaBlake permaneció allí, contemplando létrica aguja del campanario. El hech

de que el edificio resultara tan siniestrpara los demás como para él le llenó duna extraña excitación. ¿Qué habría d

verdad en las viejas patrañas quacababa de contarle el policíaSeguramente no eran más que fábula

suscitadas por el lúgubre aspecto deemplo. Pero aún así, era como scobrase vida uno de sus propios relatos

El sol de la tarde salió entre la



nubes sin fuerza para iluminar losucios, los tiznados muros de la viejglesia. Era extraño que el verde jugos

de la primavera no se hubiese extendidpor su patio, que aún conservaba unvegetación seca y agostada. Blake se di

cuenta de que había ido acercándose de que observaba el muro y su verjherrumbrosa con idea de entrar. E

efecto, de aquel edificio parecídesprenderse un influjo terrible al quno había forma de resistir. La cancel

estaba cerrada, pero en la parte norte da verja faltaban algunos barrotes. Subios escalones y avanzó por el estrech

reborde exterior hasta llegar a l



abertura. Si era verdad que la gentmiraba con tanta aversión el lugar, nropezaría con dificultades.

Recorrió el reborde de piedra. Antede que nadie hubiera reparado en él, sencontraba ante el boquete. Entonce

miró atrás y vio que las pocas personade la plaza se alejaban recelosas hacían con la mano derecha el mism

signo que el comerciante de la avenidaVarias ventanas se cerraron de golpe, una mujer gorda salió disparada a l

calle, recogió a unos cuantos niños quhabía por allí y los hizo entrar en uportal desconchado y miserable. Eboquete era lo bastante ancho y Blake n



ardó en hallarse en medio de la malezpodrida y enmarañada del patidesierto. A juzgar por algunas lápidaque asomaban erosionadas entre laerbas, debió de servir de cementerio e

otro tiempo. Vista de cerca, la enhiest

mole de la iglesia resultaba opresivaSin embargo, venció su aprensión probó las tres grandes puertas de l

fachada. Estaban firmemente cerradaas tres, así que comenzó a dar la vuelt

al edificio en busca de alguna abertur

más accesible. Ni aun entonces estabseguro de querer entrar en aquellmadriguera de sombras y desolaciónaunque se sentía arrastrado como por u



hechizo insoslayable.En la parte posterior encontró u

ragaluz abierto y sin rejas quproporcionaba el acceso necesarioBlake se asomó y vio que correspondía un sótano lleno de telarañas y polvo

apenas iluminado por los rayos del soponiente. Escombros, barriles viejoscajones rotos, muebles… de todo habí

allí; y encima descansaba un sudario dpolvo que suavizaba los ángulos de susiluetas. Los restos enmohecidos de un

caldera de calefacción mostraban que eedificio había sido utilizado y mantenidpor lo menos hasta finales del siglpasado.



Obedeciendo a un impulso casnconsciente, Blake se introdujo por eragaluz y se dejó caer sobre la capa d

polvo y los escombros esparcidos por esuelo. Era un sótano abovedadonmenso, sin tabiques. A lo lejos, en u

rincón, y sumido en una densoscuridad, descubrió un arco quevidentemente conducía arriba. U

extraño sentimiento de ahogo le invadial saberse dentro de aquel templespectral, pero lo desechó y sigui

explorando minuciosamente el lugarHalló un barril intacto aún, en medio depolvo, y lo rodó hasta colocarlo al pidel tragaluz para cuando tuviera qu



salir. Luego, haciendo acopio de valorcruzó el amplio sótano plagado delarañas y se dirigió al arco del otr

extremo. Medio sofocado por el polvomnipresente y cubierto de suciedadempezó a subir los gastados peldaño

que se perdían en la negrura. No llevabuz alguna, por lo que avanzaba a tientas

con mucha precaución. Después de u

recodo repentino, notó ante sí una puertcerrada; inmediatamente descubrió sviejo picaporte. Al abrirlo, vio ante s

un corredor iluminado débilmentrevestido de madera corroída por lcarcoma.

Una vez arriba, Blake comenzó



nspeccionar rápidamente. Ninguna das puertas interiores estaba cerrada co

cerrojo, de manera que podía pasaibremente de una estancia a otra. L

nave central era de enormeproporciones y sobrecogía por la

montañas de polvo acumulado sobre lobancos, el altar, el púlpito y el órgano, as inmensas colgaduras de telaraña qu

se desplazaban entre los arcos deriforio. Sobre esta muda desolación s

derramaba una desagradable luz plomiz

que provenía de las vidrieraennegrecidas del ábside, sobre lacuales incidían los rayos del soagonizante.



Aquellas vidrieras estaban tasucias de hollín que a Blake le costó ugran esfuerzo descifrar lo qurepresentaban. Y lo poco que distinguino le gustó en absoluto. Los dibujos eraemblemáticos, y sus conocimiento

sobre simbolismos esotéricos lpermitieron interpretar ciertos signoque aparecían en ellos. En cambio habí

escasez de santos, y los pocorepresentados mostraban ademáexpresiones abiertamente censurables

Una de las vidrieras representabúnicamente, al parecer, un fondo oscursembrado de espirales luminosas. Aalejarse de los ventanales observó qu



a cruz que coronaba el altar mayor ernada menos que la antiquísima ankh crux ansata del antiguo Egipto.

En una sacristía posterior contigua aábside encontró Blake un escritorideteriorado y unas estanterías repleta

de libros mohosos, casi desintegradosAquí sufrió por primera vez usobresalto de verdadero terror, ya qu

os títulos de aquellos libros erasuficientemente elocuentes para éTodos ellos trataban de materias atroce

prohibidas, de las que el mundo nhabía oído hablar jamás, a no ser ravés de veladas alusiones. Aquello

volúmenes eran terribles recopilacione



de secretos y fórmulas inmemoriales quel tiempo ha ido sedimentando desde loalbores de la humanidad, y aun desdos oscuros días que precedieron a l

aparición del hombre. El propio Blakhabía leído algunos de ellos: un

versión latina del execrablecronomicon, el siniestro Libe

vonis, el abominable Cuites des Gule

del conde d’Erlette, eUnaussprechlichen Kulten de von Junzel infernal tratado De Vermis Mysterii

de Ludvig Prinn. Había muchos otrosademás; uno los conocía de oídas otros le eran totalmente desconocidoscomo los Manuscritos Pnakóticos, e



ibro de Dzyan, y un tomo escrito ecaracteres completamentncomprensibles, que contenía, si

embargo, ciertos símbolos y diagramade claro sentido para todo aquel questuviera versado en la ciencias ocultas

o cabía duda de que los rumores depueblo no mentían. Este lugar había sidfoco de un Mal más antiguo que e

hombre y más vasto que el universconocido.

Sobre la desvencijada mesa d

escritorio había un cuaderno de pieleno de anotaciones tomadas a mano eun curioso lenguaje cifrado. Estenguaje estaba compuesto de símbolo



radicionales empleados hocorrientemente en astronomía, antiguamente en alquimia, astrología otras artes equívocas —símbolos desol, de la luna, de los planetas, aspectode los astros y signos del zodíaco—,

aparecían agrupados en frases y apartecomo nuestros párrafos, lo que daba lmpresión de que cada símbol

correspondía a una letra de nuestralfabeto.

Con la esperanza de descifrar má

adelante el criptograma, Blake se metiel libro en el bolsillo. Muchos daquellos volúmenes que se hacinaban eos estantes le atraían irresistiblemente



Se sentía tentado a llevárselos. No sexplicaba cómo habían estado alldurante tanto tiempo sin que nadie leechara mano. ¿Acaso era él, el primeren superar aquel miedo que habídefendido este lugar abandonado durant

más de sesenta años contra todntrusión?

Una vez explorada toda la plant

baja, Blake atravesó de nuevo la navhasta llegar al vestíbulo donde habívisto antes una puerta y una escalera qu

probablemente conducía a la torre decampanario, tan familiar para él desdsu ventana. La subida fue muy trabajosaa capa de polvo era aquí más espesa,



as arañas habían tejido redes aún máupidas, en este angosto lugar. Se tratab

de una escalera de caracol con unoescalones de madera altos y estrechosDe cuando en cuando, Blake pasaba podelante de unas ventanas desde las qu

contemplaba un panorama vertiginosoAunque hasta el momento no había vistninguna cuerda, pensó que sin dud

habría campanas en lo alto de aquellorre cuyas puntiagudas ventana

superiores, protegidas por densa

celosías, había examinado tan a menudcon sus prismáticos. Pero le esperabuna decepción: la escalera desembocaben una cámara desprovista de campana



dedicada, según todas las trazas, fines totalmente diversos.

La estancia era espaciosa y establuminada por una luz apagada qu

provenía de cuatro ventanas ojivalesuna en cada pared, protegidas por fuer

con unas celosías muy estropeadasHabían sido reforzadas en una épocposterior con sólidas pantallas, que si

embargo presentaban ahora un estadamentable. En el centro del recinto

cubierta de polvo, se alzaba un

columna de metro y medio de altura como medio metro de grosor. Este pilaestaba cubierto de extraños jeroglíficooscamente tallados y en su car



superior, como en un altar, había uncaja metálica de forma asimétrica con lapa abierta. En su interior, cubierto d

polvo, había un objeto ovoide de unodiez centímetros de largo. Formandcírculo alrededor del pilar central, habí

siete sitiales góticos de alto respaldoodavía en buen estado, y tras ellos

siete imágenes colosales de escayol

pintada de negro, casi enteramentdestrozadas. Estas imágenes tenían usingular parecido con los misterioso

megalitos de la Isla de Pascua. En urincón de la cámara había una escala dhierro adosada en el muro que subíhasta el techo, donde se veía una tramp



cerrada que daba acceso al chapitedesprovisto de ventanas.

Una vez acostumbrado a la escasuz del interior, Blake se dio cuenta d

que aquella caja de metal amarillentestaba cubierta de extraño

bajorrelieves. Se acercó, le quitó epolvo con las manos y el pañuelo, descubrió que las figurilla

representaban unas criaturamonstruosas que parecían no tenerelación alguna con las formas de vid

conocidas en nuestro planeta. El objetovoide de su interior resultó ser upoliedro casi negro surcado de estríarojas que presentaba numerosas caras



odas ellas irregulares. Quizá se tratasde un cuerpo de cristalizaciódesconocida o tal vez de algún rarmineral, tallado y pulido artificialmente

o tocaba el fondo de la caja, sino questaba sostenido por una especie de ar

metálico fijo mediante siete soportehorizontales —curiosamente diseñado— a los ángulos interiores del estuche

cerca de su abertura. Esta piedra, unvez limpia, ejerció sobre Blake uhechizo alarmante. No podía apartar lo

ojos de ella, y al contemplar sus cararesplandecientes, casi parecía que erranslúcida, y que en su interior tomaba

cuerpo unos mundos prodigiosos. En s



mente flotaban imágenes de paisajeexóticos y grandes torrentes de piedra, itánicas montañas sin vestigio de vid

alguna, y espacios aún más remotosdonde sólo una agitación entre tinieblandistintas delataba la presencia de un

conciencia y una voluntad.Al desviar la mirada reparó en u

sorprendente montón de polvo que habí

en un rincón, al pie de la escalera dhierro. No sabía bien por qué lresultaba sorprendente, pero el caso e

que sus contornos le sugerían algo quno lograba determinar. Se dirigió a éapartando a manotadas las telarañas quobstaculizaban su paso, y en efecto, l



que allí había le causó una hondmpresión. Una vez más echó mano de

pañuelo, y no tardó en poner adescubierto la verdad; Blake abrió lboca sobrecogido por la emoción. Erun esqueleto humano, y debía de esta

allí desde hacía muchísimo tiempo. Laropas estaban desechas; a juzgar poalgunos botones y trozos de tela, s

rataba de un traje gris de caballeroTambién había otros indicios: zapatosbroches de metal, gemelos de camisa, u

alfiler de corbata, una insignia dperiodista con el nombre extinguidrovidence Telegram, y una cartera d

piel muy estropeada. Blake examinó l



cartera con atención. En ella encontrvarios billetes antiguos, un pequeñcalendario de anuncio correspondiental año 1893, algunas tarjetas a nombrde Edwin M. Lillibridge, y una cuartilllena de anotaciones.

Esta cuartilla era sumamentenigmática. Blake la leyó con atencióacercándose a la ventana par

aprovechar los últimos rayos de soDecía así:

El Prof. Enoch Bowen regresa d gipto, mayo 1844. Compra viejglesia Federal Hill en julio. Muy

conocido por sus trabajo



arqueológicos y estudios esotéricos. El Dr. Drowe, anabaptista, exhort

contra la «Sabiduría de las Estrellasen el sermón del 29 de diciembre d1844.

97 fieles a finales de 1845.

1846: 3 desapariciones; primermención del Trapezoedr

esplandeciente.

7 desapariciones de 1848Comienzo de rumores sobre sacrificiode sangre.

La investigación de 1853 nconduce a nada; sólo ruidosospechosos.

El padre O’Malley habla del cult



al demonio mediante una caja halladen las ruinas egipcias. Afirman invocaalgo que no puede soportar la luz

ehuye la luz suave y desaparece antuna luz fuerte. En este caso tiene quser invocado otra vez. Probablement

o sabe por la confesión de Francis Xeeney en su lecho de muerte, qu

ngresó en la «Sabiduría de la

strellas» en 1849. Esta gente afirmque el Trapezoide Resplandeciente lemuestra el cielo y los demás mundos, y

que El que acecha en la Oscuridad lerevela ciertos secretos. Relato de Orrin B. Eddy, 1857

nvocan mirando al cristal y tienen u



enguaje secreto particular. Reun. De 200 o más en 1863, si

contar a los que han marchado arente.

Muchachos irlandeses atacan lglesia en 1869, después de l

desaparición de Patrick Regan. Artículo velado en J. El 14 d

marzo de 1872; pero pasa inadvertido.

6 desapariciones en 1876: la juntsecreta recurre al Mayor Doyle.

Febrero de 1877: se toma

medidas, y se cierra la iglesia en abril En mayo, una banda de muchachode Federal Hill amenaza al Dr… ydemás miembros.



181 personas huyen de la ciudaantes de finalizar el año 77. No se citanombres.

Cuentos de fantasmas comienzaalrededor de 1880. Indagar si everdad que ningún ser humano h

enetrado en la iglesia desde 1877. Pedir a Laningan fotografía de l

glesia tomada en 1851.

Guardó el papel en la cartera y se lmetió en el bolsillo interior de s

chaqueta. Luego se inclinó a examinar eesqueleto que yacía en el polvo. Esignificado de aquellas anotacione

estaba claro. No cabía duda de que est



hombre había venido al edificiabandonado, cincuenta años atrás, ebusca de una noticia sensacional, cosque nadie se había atrevido a intentarQuizá no había dado a conocer a nadisus propósitos. ¡Quién sabe! De todo

modos, lo cierto es que no volvió más su periódico. ¿Se había vistsorprendido por un terror insuperable

repentino que le ocasionó un fallo decorazón? Blake se agachó y observó epeculiar estado de los huesos. Uno

estaban esparcidos en desorden, otroparecían como desintegrados en suextremos, y otros habían adquirido eextraño matiz amarillento de hues



calcinado o quemado. Algunos jironede ropa estaban chamuscados tambiénEl cráneo se encontraba en un estadverdaderamente singular: manchado demismo color amarillento y con unabertura de bordes carbonizados en s

parte superior, como si un ácidpoderoso hubiera corroído el espesodel hueso. A Blake no se le ocurrió qu

podía haberle pasado al esqueleto aquedurante sus cuarenta años de reposentre el polvo y el silencio.

Antes de darse cuenta de lo quhacía, se puso a mirar la piedra otra vezpermitiendo que su influjo suscitasmágenes confusas en su mente. Vi



cortejos de evanescentes figuraencapuchadas, cuyas siluetas no erahumanas, y contempló inmensodesiertos en los que se alineaban unafilas interminables de monolitos quparecían llegar hasta el cielo. Y vi

orres y murallas en las tenebrosaregiones submarinas, y vórtices deespacio en donde flotaban jirones d

bruma negra sobre un fondo de purpúre helada neblina. Y a una distancincalculable, detrás de todo, percibió u

abismo infinito de tinieblas en cuyo sense adivinaba por sus etéreas agitacionesunas presencias inmensas, sólidas semi-sólidas. Una urdimbre de fuerza



oscuras parecía imponer un orden eaquel caos, ofreciendo a un tiempo lclave de todas las paradojas y arcanode los mundos que conocemos.

Luego, de pronto, su hechizo sresolvió en un acceso de terror pánico

Blake sintió que se ahogaba y se apartde la piedra, consciente de unpresencia extraña y sin forma que l

vigilaba intensamente. Se sentíacechado por algo que no fluía de lpiedra, pero que le había mirado

ravés de ella; algo que le seguiría y lespiaría incesantemente, pese a carecede un sentido físico de la vista. Perpensó que, sencillamente, el lugar l



estaba poniendo nervioso, lo cual no erde extrañar teniendo en cuenta smacabro descubrimiento. La luz sestaba yendo además, y puesto que nhabía traído linterna, decidió marcharsenseguida.

Fue entonces, en la agonía decrepúsculo, cuando creyó distinguir unvaga luminosidad en la desconcertant

piedra de extraños ángulos. Intentapartar la mirada, pero era como si unfuerza oculta le obligara a clavar lo

ojos en ella. ¿Sería fosforescente radiactiva? ¿No aludían las anotacionedel periodista a cierto Trapezoedr

esplandeciente? ¿Qué cósmic



malignidad había tenido lugar en estemplo? ¿Y qué podía acechar aún e

estas ruinas sombrías que los pájaroevitaban? En aquel mismo instante notque muy cerca de él acababa ddesprenderse una ligera tufarada d

fétido olor, aunque no logró determinade dónde procedía. Blake cogió la tapde la caja y la cerró de golpe sobre l

piedra que en ese momento relucía dmanera inequívoca.

A continuación le pareció notar u

movimiento blando como de algo que sagitaba en la eterna negrura del chapiteal que daba acceso la trampa del techoRatas seguramente, porque hasta ahor



habían sido las únicas criaturas que shabían atrevido a manifestar spresencia en este edificio condenado. Yno obstante, aquella agitación de arribo sobrecogió hasta el extremo que s

arrojó precipitadamente escaleras abajo

cruzó la horrible nave, el sótano, lplaza oscura y desierta, y atravesó lonquietantes callejones de Federal Hil

hasta desembocar en las tranquilacalles del centro que conducían al barriuniversitario donde habitaba.

Durante los días siguientes, Blake ncontó a nadie su expedición y se dedica leer detenidamente ciertos libros, revisar periódicos atrasados en l



hemeroteca local, y a intentar traducir ecriptograma que había encontrado en lsacristía. No tardó en darse cuenta dque la clave no era sencilla ni muchmenos. La lengua que ocultaban aquellosignos no eran inglés, latín, griego

francés, español ni alemán. No tendrímás remedio que echar mano de todosus conocimientos sobre las ciencia

ocultas.Por las tardes, como siempre, sentí

a necesidad de sentarse a contemplar e

paisaje del poniente y la negra aguja qusobresalía entre las erizadas techumbrede aquel mundo distante y casi fabulosoPero ahora se añadía una nota de horror



Blake sabía ya que allí se ocultabasecretos prohibidos. Además, la vistempezaba a jugarle malas pasadas. Lopájaros de la primavera habíaregresado, y al contemplar sus vuelos eel atardecer, le pareció que evitaba

más que antes la aguja negra y afiladaCuando una bandada de aves sacercaba a ella, le parecía que daba l

vuelta y cada una se escabullídespavorida, en completa confusión… aun adivinaba los gorjeos aterrados qu

no podía percibir en la distancia.Fue en el mes de julio cuando Blakesegún declara él mismo en su diarioogró descifrar el criptograma. El text



estaba en aklo, oscuro lenguajempleado en ciertos cultos diabólicode la antigüedad, y que él conocía musomeramente por sus estudioanteriores. Sobre el contenido de esexto, el propio Blake se muestra mu

reservado, aunque es evidente que ldebió causar un horror sin límites. Ediario alude a «El que acecha en l

oscuridad», que despierta cuandalguien contempla fijamente eTrapezoedro Resplandeciente,

aventura una serie de hipótesidescabelladas sobre los negros abismodel caos de donde procede. Cuando srefiere a este ser, presupone que e



omnisciente y que exige sacrificiomonstruosos. Algunas anotaciones dBlake revelan un miedo atroz a que escriatura, invocada acaso por habemirado la piedra sin saberlo, irrumpa enuestro mundo. Sin embargo, añade qu

a simple iluminación de las calleconstituye una barrera infranqueablpara él.

En cambio se refiere con frecuencial Trapezoedro Resplandeciente, al qucalifica de ventana abierta al tiempo y a

espacio, y esboza su historia en líneagenerales desde los días en que fuallado en el enigmático Yuggoth

muchísimo antes de que lo



Primordiales lo trajeran a la tierra. Aparecer, fue colocado en aquella extrañcaja por los seres crinoideos de lAntártida, quienes lo custodiarocelosamente; fue salvado de las ruinade este imperio por los hombres

serpiente de Valusia, y millones de añomás tarde, fue descubierto por loprimeros seres humanos. A partir d

entonces atravesó tierras exóticas extraños mares, y se hundió con lAtlántida, antes de que un pescador d

Minos lo atrapara en su red y lvendiera a los cobrizos mercaderes deenebroso país de Khem. El faraóefrén-Ka edificó un templo con un



cripta sin ventanas donde alojar lpiedra, y cometió tales horrores que snombre ha sido borrado de todas lacrónicas y monumentos. Luego la joydescansó entre las ruinas de aqueemplo maligno, que fue destruido po

os sacerdotes y el nuevo faraón. Máarde, la azada del excavador l

devolvió al mundo para maldición de

género humano.A primeros de julio los periódico

ocales publicaron ciertas noticias que

según escribe Blake, justificabaplenamente sus temores. Sin embargoaparecieron de una manera tan breve casual, que sólo él debió de captar s



significado. En sí, parecían bastantriviales: por Federal Hill se habí

extendido una nueva ola de temor comotivo de haber penetrado udesconocido en la iglesia maldita. Lotalianos afirmaban que en la aguja si

ventanas se oían ruidos extraños, golpe movimientos sordos, y habían acudid

a sus sacerdotes para que ahuyentasen

ese ser monstruoso que convertía susueños en pesadillas insoportablesAsimismo, hablaban de una puerta, tra

as cual había algo que acechabconstantemente en espera de que loscuridad se hiciese lo bastante denspara permitirle salir al exterior. Lo



periodistas se limitaban a comentar lenaz persistencia de las supersticioneocales, pero no pasaban de ahí. Er

evidente que los jóvenes periodistas dnuestros días no sentían el menoentusiasmo por los antecedente

históricos del asunto. Al referir todaestas cosas en su diario, Blake expresun curioso remordimiento y habla de

mperioso deber de enterrar eTrapezoide Resplandeciente y dahuyentar al ser demoníaco que habí

sido invocado, permitiendo que la ludel día penetrase en el enhiesto chapiteAl mismo tiempo, no obstante, pone drelieve la magnitud de su fascinación a



confesar que aun en sueños sentía umorboso deseo de visitar la torrmaldita para asomarse nuevamente a losecretos cósmicos de la piedruminosa.

En la mañana del 17 de julio, e

ournal publicó un artículo que lprovocó a Blake una verdadera crisis dhorror. Se trataba simplemente de una d

as muchas reseñas de los sucesos dFederal Hill. Como todas, estaba escriten un tono bastante jocoso, aunque Blak

no le encontró la gracia. Por la noche shabía desencadenado una tormenta quhabía dejado a la ciudad sin luz durantmás de una hora. En el tiempo que dur



el apagón, los italianos casenloquecieron de terror. Los vecinos da iglesia maldita juraban que la besti

de la aguja había bajado a la nave de lglesia, donde se habían oído unoorpes aleteos, como de un cuerp

nmenso y viscoso. Poco antes de volvea luz, había ascendido de nuevo a lorre, donde se oyeron ruidos d

cristales rotos. Podía moverse hastdonde alcanzaban las tinieblas, pero luz la obligaba invariablemente

retirarse.Cuando volvieron a iluminarse lacalles, hubo una espantosa conmoción ea torre, ya que el menor resplandor qu



se filtrara por las ennegrecidas ventana las rotas celosías era excesivo para l

bestia aquella que había huido a srefugio tenebroso. Efectivamente, unarga exposición a la luz la habrí

devuelto a los abismos de donde e

desconocido visitante la había hechsalir. Durante la hora que duró el apagóas multitudes se apiñaron alrededor d

a iglesia a orar bajo la lluvia, cocirios y lámparas encendidas quprotegían con paraguas y papele

formando una barrera de luz quprotegiera a la ciudad de la pesadillque acechaba en las tinieblas. Los quse encontraban más cerca de la iglesi



declararon que hubo un momento en quoyeron crujir la puerta exterior.

Y lo peor no era esto. Aquella nocheyó Blake en el Bulletin lo que lo

periodistas habían descubierto.Percatados al fin del gran valo

periodístico del suceso, un par de ellohabían decidido desafiar a lmuchedumbre de italianos enloquecido

se habían introducido en el templo poel tragaluz, después de haber intentadnútilmente de abrir las puertas. En e

polvo del vestíbulo y la nave espectraobservaron señales muy extrañas. Esuelo estaba cubierto de viejos cojinedesechos y fundas de bancos, tod



esparcido en desorden. Reinaba un olodesagradable, y de cuando en cuandencontraron manchas amarillentaparecidas a quemaduras y restos dobjetos carbonizados. Abrieron lpuerta de la torre y se detuvieron u

momento a escuchar, porque les parecíhaber oído como si arañaran arriba. Asubir, observaron que la escalera estab

como aventada y barrida.La cámara de la torre estaba igua

que la escalera. En su reseña, lo

periodistas hablaban de la columnheptagonal, los sitiales góticos y laextrañas figuras de yeso. En cambiocosa extraordinaria, no citaban par



nada la caja metálica ni el esqueletmutilado. Lo que más inquietó a Blak—aparte de las alusiones a las manchaschamuscaduras y malos olores— fue edetalle final que explicaba la rotura dos cristales. Eran los de las estrecha

ventanas ojivales. En dos de ellahabían saltado a pedazos al seaponadas precipitadamente a base d

meter fundas de bancos y crin de rellende los cojines en las rendijas de lacelosías. Había trozos de raso

montones de crin esparcidos por esuelo barrido, como si alguien hubiernterrumpido súbitamente su tarea d

restablecer en la torre la absolut



oscuridad de que gozó en otro tiempo.Las mismas quemaduras y mancha

amarillentas se encontraban en lescalera de hierro que subía al chapitede la torre. Por allí trepó uno de loperiodistas, abrió la tramp

deslizándola horizontalmente, pero aalumbrar con su linterna el fétido negro recinto no descubrió más que un

masa informe de detritus cerca de labertura. Todo se reducía, pues, a purcharlatanismo. Alguien había gastad

una broma a los supersticiosohabitantes del barrio. También pudo seque algún fanático hubiera intentadapar todo aquello en beneficio de



vecindario, o que algunos estudiantehubieran montado esta farsa para atraea atención de los periodistas. L

aventura tuvo un epílogo muy divertidocuando el comisario de policía quisenviar a un agente para comprobar la

declaraciones de los periódicos. Trehombres, uno tras otro, encontraron lmanera de soslayar la misión que se le

quería encomendar; el cuarto fue de mumala gana, y volvió casi inmediatamentsin cosa alguna que añadir al informe d

os dos periodistas.De aquí en adelante, el diario dBlake revela un creciente temor aprensión. Continuamente se reprocha



sí mismo su pasividad y hace mireflexiones fantásticas sobre laconsecuencias que podría acarrear otrcorte de luz. Se ha comprobado que eres ocasiones —durante las tormenta

— telefoneó a la compañía eléctrica co

os nervios deshechos y suplicdesesperadamente que tomaran todas laprecauciones posibles para evitar u

nuevo corte. De cuando en cuando, suanotaciones hacen referencia al hecho dno haber hallado los periodistas la caj

de metal ni el esqueleto mutiladocuando registraron la cámara de la torreVagamente presentía quién o qué habíntervenido en su desaparición. Pero l



que más le horrorizaba era ciertespecie de diabólica relación psíquicque parecía haberse establecido entre é aquel horror que se agitaba en la aguj

distante, aquella bestia monstruosa de lnoche que su temeridad había hech

surgir de los tenebrosos abismos decaos. Sentía él como una fuerza quabsorbía constantemente su voluntad,

os que le visitaron en esa épocrecuerdan cómo se pasaba el tiempsentado en la ventana, contempland

absorto la silueta de la colina que selevaba a lo lejos por encima del humde la ciudad. En su diario refiercontinuamente las pesadillas que sufrí



por esas fechas y señala que el influjde aquel extraño ser de la torraumentaba notablemente durante esueño. Cuenta que una noche se desperten la calle, completamente vestido, caminando automáticamente haci

Federal Hill. Insiste una y otra vez eque la criatura aquella sabía dóndencontrarle.

En la semana que siguió al 30 dulio, Blake sufrió su primera crisi

depresiva. Pasó varios días sin salir d

casa ni vestirse, encargando la comidpor teléfono. Sus amistades observaroque tenía varias cuerdas junto a la cama él explicó que padecía d



sonambulismo y que se había vistforzado a atarse los tobillos durante lnoche.

En su diario refiere la terriblexperiencia que le provocó la crisis. Lnoche del 30 de julio, después d

acostarse, se encontró de prontcaminando a tientas por un sitio cascompletamente oscuro. Sólo distinguí

en las tinieblas unas rayas horizontales enues de luz azulada. Notaba tambié

una insoportable fetidez y oía, po

encima de él, unos ruidos blandos furtivos. En cuanto se movía tropezabcon algo, y cada vez que hacía ruido, lrespondía arriba un rebullir confuso a



que se mezclaba como un roce cautelosde una madera sobre otra.

Llegó un momento en que sus manoropezaron con una columna de piedra

sobre la que no había nada. Un instantdespués, se agarraba a los barrotes d

una escala de hierro y comenzaba ascender hacia un punto donde el hedose hacía aún más intenso. De pront

sintió un soplo de aire caliente y resecoAnte sus ojos desfilaron imágenecalidoscópicas y fantasmales que s

diluían en el cuadro de un vasto abismde insondable negrura, en donde girabaastros y mundos aún más tenebrososPensó en las antiguas leyendas sobre e



Caos Esencial, en cuyo centro habita udios ciego e idiota —Azathoth, Señor dTodas las Cosas— circundado por unhorda de danzarines amorfos estúpidos, arrullado por el silbmonótono de una flauta manejada po

dedos demoníacos.Entonces, un vivo estímulo de

mundo exterior le despertó del estupo

que lo embargaba y le reveló sespantosa situación. Jamás llegó a sabequé había sido. Tal vez el estampido d

os fuegos artificiales que durante todel verano disparaban los vecinos dFederal Hill en honor de los santopatronos de sus pueblecitos natales d



talia. Sea como fuere, dejó escapar ugrito, se soltó de la escala loco dpavor, yendo a parar a una estancisumida en la más negra oscuridad.

En el acto se dio cuenta dóndestaba. Se arrojó por la angosta escaler

de caracol, chocando y tropezando cada paso. Fue como una pesadillahuyó a través de la nave invadida d

nmensas telarañas, flanqueada daltísimos arcos que se perdían en lasombras del techo. Atravesó a ciegas e

sótano, trepó por el tragaluz, salió aexterior y echó a correatropelladamente por las callesilenciosas, entre las negras torres y la



casas dormidas, hasta el portal de spropio domicilio.

Al recobrar el conocimiento a lmañana siguiente, se vio caído en esuelo de su cuarto de estudiocompletamente vestido. Estaba cubiert

de suciedad y telarañas, y le dolía scuerpo tremendamente magullado. Amirarse en el espejo, observó que tení

el pelo chamuscado. Y notó además qusu ropa exterior estaba impregnada dun olor desagradable. Entonces l

sobrevino un ataque de nerviosDespués, vencido por el agotamiento, sencerró en casa, envuelto en una bata, se limitó a mirar por la ventana d



poniente. Así pasó varios díasemblando siempre que amenazabormenta y haciendo anotacione

horribles en su diario.La gran tempestad se desencadenó e

18 de agosto, poco antes de medi

noche. Cayeron numerosos rayos en toda ciudad, dos de ello

excepcionalmente aparatosos. La lluvi

era torrencial, y la continua sucesión druenos impidió dormir a casi todos lo

habitantes. Blake, completamente loc

de terror ante la posibilidad de quhubiera restricciones, trató de telefoneaa la compañía a eso de la una, pero línea estaba cortada temporalment



como medida de seguridad. Todo lo ibapuntando en su diario. Su caligrafígrande, nerviosa y a menudndescifrable, refleja en esos pasajes e

frenesí y la desesperación que le ibadominando de manera incontenible.

Tenía que mantener la casa a oscurapara poder ver por la ventana, y parecque debió pasar la mayor parte de

iempo sentado a su mesa, escudriñandansiosamente —a través de la lluvia por encima de los relucientes tejado

del centro— la lejana constelación duces de Federal Hill. De cuando ecuando garabateaba torpemente algunafrases: «No deben apagarse las luces»



«sabe dónde estoy», «debo destruirlo»«me está llamando, pero esta vez no mhará daño»… Hay dos páginas de sdiario que llenó con frases de estnaturaleza.

Por último, a las 2 y 12 minuto

exactamente, según los registros de lcompañía de fluido eléctrico, las lucese apagaron en toda la ciudad. El diari

de Blake no constata la hora en que estsucedió. Sólo figura esta anotación«Las luces se han apagado. Dios teng

piedad de mí». En Federal Hill habíambién muchas personas taexpectantes y angustiadas como él; en lplaza y los callejones vecinos al templ



maligno se fueron congregandnumerosos grupos de hombresempapados por la lluvia, portadores dvelas encendidas bajo sus paraguasinternas, lámparas de petróleo

crucifijos, y toda clase de amuleto

habituales en el sur de Italia. Bendecíacada relámpago y hacían enigmáticosignos de temor con la mano derech

cada vez que el aparato eléctrico de lormenta parecía disminuir. Finalment

cesaron los relámpagos y se levantó u

fuerte viento que apagó la mayoría das velas, de forma que las callequedaron amenazadoramente a oscurasAlguien avisó al padre Meruzzo de l



glesia del Espíritu Santo, el cual spresentó inmediatamente en la plaza pronunció las palabras de aliento que lvinieron a la cabeza. Era imposiblseguir dudando de que en la torre soían ruidos extraños.

Sobre lo que aconteció a las 2 y 3enemos numerosos testimonios: el de

propio sacerdote, que es joven

nteligente y culto; el del policía dservicio, William J. Monohan, de lComisaría Central, hombre de tod

confianza, que se había detenido durantsu ronda para vigilar a la multitud, y ede la mayoría de los setenta y ochtalianos que se habían reunido cerca de



muro que ciñe la plataforma donde sevanta la iglesia —muy especialmente

el de aquellos que estaban frente a lfachada oriental—. Desde luego, lo qusucedió puede explicarse por causanaturales. Nunca se sabe con certeza qu

procesos químicos pueden producirse eun edificio enorme, antiguo, mal airead abandonado tanto tiempo

exhalaciones pestilentes, combustioneespontáneas, explosión de gasedesprendidos por la putrefacción…

cualquiera de estas cosas puede explicael hecho. Tampoco cabe excluir uelemento mayor o menor dcharlatanismo consciente. En sí, e



fenómeno no tuvo nada dextraordinario. Apenas duró más de treminutos. El padre Meruzzo, siemprminucioso y detallista, consultó su relovarias veces.

Empezó con un marcado aumento de

orpe rebullir que se oía en el interior da torre. Ya habían notado que de lglesia emanaba un olor desagradable

pero entonces se hizo más denso penetrante. Por último, se oyó uestampido de maderas astilladas y u

objeto grande y pesado fue a estrellarsen el patio de la iglesia, al pie de sfachada oriental. No se veía la torre ea oscuridad, pero la gente se dio cuent



de que lo que había caído era la celosíde la ventana oriental de la torre.

Inmediatamente después, de lanvisibles alturas descendió un hedor tansoportable, que muchas de la

personas que rodeaban la iglesia s

sintieron mal y algunas estuvieron punto de marearse. A la vez, el aire sestremeció como en un batir de ala

nmensas, y se levantó un viento fuerte repentino con más violencia que antesarrancando los sombreros y paragua

chorreantes de la multitud. Nadconcreto llegó a distinguirse en lainieblas, aunque algunos creyeron ve

desparramada por el cielo una enorm



sombra aún más negra que la noche, unnube informe de humo que desaparecihacia el Este a una velocidad dmeteoro.

Eso fue todo. Los espectadoresmedio paralizados de horror y malestar

no sabían qué hacer, ni si había quhacer algo en realidad. Ignorantes de lsucedido, no abandonaron su vigilancia

un momento después elevaban unaculatoria en acción de gracias por e

fogonazo de un relámpago tardío que

seguido de un estampido ensordecedordesgarró la bóveda del cielo. Medihora más tarde escampó, y al cabo dquince minutos se encendieron de nuev



as luces de la calle. Los hombres sretiraron a sus casas cansados y suciospero considerablemente aliviados.

Los periódicos del día siguiente, anformar sobre la tormenta, concediero

escasa importancia a estos incidentes

Parece ser que el último relámpago y lexplosión ensordecedora que le siguihabían sido aún más tremendos por e

Este que en Federal Hill. El fenómense manifestó con mayor intensidad en ebarrio universitario, donde tambié

notaron una tufarada de insoportablfetidez. El estallido del trueno despertal vecindario, lo que dio lugar a que máarde se expresaran las opiniones má



diversas. Las pocas personas questaban despiertas a esas horas vierouna llamarada irregular en la cumbre dCollege Hill y notaron la inexplicablmanga de viento que casi dejó loárboles despojados de hojas y marchita

as plantas de los jardines. Estapersonas opinaban que aquel últimrayo imprevisto había caído en algú

ugar del barrio, aunque no pudierohallar después sus efectos.

A un joven del colegio mayor Ta

Omega le pareció ver en el aire unmasa de humo grotesca y espantosaustamente cuando estalló el fogonazo

pero su observación no ha sid



comprobada. Los escasos testigocoinciden, no obstante, en que lviolenta ráfaga de viento procedía deOeste. Por otra parte, todos notaron ensoportable hedor que se extendió just

antes del trueno rezagado. Igualment

estaban de acuerdo sobre cierto olor quemado que se percibía después en eaire.

Todos estos detalles se tomaron ecuenta por su posible relación con lmuerte de Robert Blake. Los estudiante

de la residencia Psi Delta, cuyaventanas traseras daban enfrente deestudio de Blake, observaron, en lmañana del día nueve, su rostr



asomado a la ventana occidentantensamente pálido y con una expresió

muy rara. Cuando por la tarde volvieroa ver aquel rostro en la misma posiciónempezaron a preocuparse y esperaron ver si se encendían las luces de s

apartamento. Más tarde, como el pispermaneciese a oscuras, llamaron aimbre y, finalmente, avisaron a l

policía para que forzara la puerta.El cuerpo estaba sentado muy ties

ante la mesa de su escritorio, junto a l

ventana. Cuando vieron sus ojovidriosos y desorbitados y la expresióde loco terror del semblante, lopolicías apartaron la vista horrorizados



Poco después el médico forensexploró el cadáver y, a pesar de estantacta la ventana, declaró que habí

muerto a consecuencia de una descargeléctrica o por el choque nerviosprovocado por dicha descarga. Apena

prestó atención a la horrible expresiónse limitó a decir que sin duda se debíal profundo shock que experimentó un

persona tan imaginativa desequilibrada como era la víctimaDedujo todo esto por los libros, pintura

manuscritos que hallaron en eapartamento, y por las anotacionegarabateadas a ciegas en su diarioBlake había seguido escribiend



frenéticamente hasta el final. Su manderecha aún empuñaba rígidamente eápiz, cuya punta se había debid

romper en una última contraccióespasmódica.

Las anotaciones efectuadas despué

del apagón apenas resultan legiblesCiertos investigadores han sacado, siembargo, conclusiones que difiere

radicalmente del veredicto oficial, perno es probable que el público dé crédita tales especulaciones. La hipótesis d

estos teóricos no se ha visto favorecidprecisamente por la intervención desupersticioso doctor Dexter, que arrojal canal más profundo de la Bahía d



arragansett la extraña caja y la piedrresplandeciente que encontraron en eoscuro recinto del chapitel. La excesivmaginación y el desequilibrio nervios

de Blake agravados por sdescubrimiento de un culto satánico y

desaparecido, son sin duda las causadel delirio que turbó sus últimomomentos. He aquí sus anotacione

postreras, o al menos, lo que de ellas sha podido descifrar:

La luz todavía no ha vuelto. Debede haber pasado cinco minutos. Toddepende de los relámpagos. ¡Ojal

Yaddith haga que continúen! A pesar d



ellos, noto el influjo maligno. La lluvi los truenos son ensordecedores. Ya s

está apoderando de mi mente.Trastornos de la memoria

ecuerdo cosas que no he visto nuncaotros mundos, otras galaxias

Oscuridad. Los relámpagos me pareceinieblas y las tinieblas, luz.

A pesar de la oscuridad total, ve

a colina y la iglesia, pero no puede severdad. Debe ser una impresión de lretina, por el deslumbramiento de lo

relámpagos. ¡Quiera Dios que lotalianos salgan con sus cirios, saran los relámpagos!

¿De qué tengo miedo? ¿No es acas



una encarnación de Nyarlathotep, quen el antiguo y misterioso Khem tomncluso forma de hombre? Recuerd

Yuggoth, y Shaggai, aún más lejos, y uvacío de planetas negros al final.

Largo vuelo a través del vacío

mposible cruzar el universo de luze-creado por los pensamiento

apresados en Trapezoedr

esplandeciente. Enviado a través dhorribles abismos de luz.

Soy Blake: Robert Harrison Blake

Calle East Knapp, 620; MilwaukeeWisconsin. Soy de este planeta.¡Azathoth, ten piedad! ya n

relampaguea horrible puedo verlo tod



con un sentido que no es la vista la lues tinieblas y las tinieblas luz esa

entes de la colina vigilancia cirios yamuletos sus sacerdotes.

Pierdo el sentido de la distancia lejano está cerca y lo cercano lejos n

hay luz no cristal veo la aguja la torra ventana ruidos Roderick Usher estoyoco o me estoy volviendo ya se agita y

aletea en la torre somos uno quiersalir debo salir y unificar mis fuerzasabe dónde estoy.

Soy Robert Blake, pero veo la torren la oscuridad. Hay un olor horriblsentidos transfigurados saltan laablas de la torre y abre paso Iä nga



gg. Lo veo viene hacia acá vient

nfernal sombra titánica negras alaYog-Sothoth, sálvame tú, ojo ardientde tres lóbulos.



Notas



1] Traducción propia: cf. X, I, pp. 115

116 de An Enquiry Concerning HumaUnderstanding , en EnquirieConcerning Human Understanding anConcerning The Principles of MoralsOxford University Press, 1989. <<



2] La verosimilitud seguramente no fu

el único motivo por el que WalpoleEarl de Oxford, apeló al supuest«original italiano». Hay que tener ecuenta que la novela aún no era ugénero de prestigio, y mucho menos parun noble. Sin embargo, dado quWalpole firmó otros libros suyos,

uego reconoció haber escrito Ecastillo de Otranto, obra que según émismo «combinaba lo maravilloso d

as historias antiguas y lo natural de lanovelas modernas», debe haber pensaden cómo hacer que «lo maravilloso d

as historias antiguas» atrayese



ectores que se conmovían con «lnatural de las novelas modernas». <<



3] Tampoco hay aquí poemas, aunque s

podría argüir que un poema narrativcomo «La rima del antiguo marinero1798), de Samuel Taylor Coleridge

pertenece al género, y Stephen King hnterpretado de un modo análog

«Childe Roland to the Dark ToweCame» (1855), de Robert Browning. <<



4] «¡Se está apelando a las “intencione

del autor”!», gritarán algunos. Y así esefectivamente. (Por lo que respecta a ldefinición de «género», decir que es uconjunto de textos que compartecaracterísticas formales y/o temáticapermite abarcar tanto las diferenciaentre novela y relato como las que ha

entre «relato policial» y «relato daventuras»). <<



5] La naturalidad de este hech

mpresionó al mismísimo CharleDarwin: «No puedo persuadirme de quun Dios benéfico y omnipotente haydiseñado a las Ichneumonidae con lexpresa intención de que se alimentasedel cuerpo vivo de las orugas (…)traducción propia; citado en Richar

Dawkins, The Selfish Gene, OxforUniversity Press, 1989, p. 284). <<



6] Los «períodos» aquí distinguidos n

son compartimientos estancos, sino quse superponen. Como tendencia, por otrparte, el gótico no murió en 1821; lencontramos en Cumbres borrascosa1847), de Emily Brontë, en Drácul1897), de Bram Stoker, en Rebecc1940), de Daphne du Maurier,

recientemente en el «New Gothic» dPatrick McGrath ( Locura, 1996)Aunque anterior a Melmoth, e

vagabundo, el imprescindiblrankenstein (1818), de Mary Shelley

es un híbrido que hace de bisagra entr

a novela y la narrativa del períod



siguiente. <<



7] Entre los autores de las que hemo

lamado «obras claves» de la novelgótica hay tres gays (Walpole, BeckfordLewis) y dos mujeres (ReeveRadcliffe). Ésta es una constante degénero de terror, y se debe a lo señaladarriba acerca de que la homofobia y lmisoginia son dos de sus grandes temas

o es casual que después del escándal la cárcel, durante su exilio en Francia

Oscar Wilde eligiera llamarse Sebastia

Melmoth en irónico homenaje al libro dMaturin, o que «The Library Window1881), de Mrs. Oliphant —que n

figura en esta antología debido a s



ongitud— pertenezca al género y sea a vez uno de los mejores textos de literatura inglesa sobre la relación entr

hombres y mujeres. <<



8] También es enorme la influencia d

Lovecraft como teórico: su ensayo Ehorror sobrenatural en la literaturaescrito en 1924, constituye un hitnsoslayable de la reflexión sobre e

género. <<



9] El señor Rogers estaba equivocado

vide Dombey and Son, cap. XII (N. deA.) <<

los mejores cuentos de terror

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