memorias histórica

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ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE Vine a este mundo entre la incomprensión y el odio, entre la pobreza, la miseria y las bombas. Crecí y por el hecho de ser mujer fui vetada y vilipendiada, por no ser creyente de ninguna religión, que a toda costa perseguían en los barrios a los/as niños/as que no visitábamos la iglesia católica, para mi ver las sotanas negras, más que paz y amor, me infundían miedo y temor, lloré desde que mi madre me llevaba en su vientre. Era la mayor de las cuatro hermanas, un padre que con mucha suerte conocí cuando tenía cinco años, por tener que cumplir cárcel y haber pertenecido a los servicios de información de la República, con un consejo de guerra militar fue condenado a veintiún años y un día sin poder defenderse, sin haber hecho nada, más que luchar por los derechos de la clase trabajadora, la libertad de los pueblos y la convivencia pacífica de los seres humanos. Nos tocó perder nuestros derechos republicanos, fuimos la escoria de nuestra querida España. Vivía en Madrid pero nací en Andalucía por el traslado del Gobierno Republicano a Valencia. Cuando fui adquiriendo conciencia por cierto a muy temprana edad por las nefastas circunstancias del país, me separé de mi madre para ingresar un año y medio en un hospital de Alicante para curarme de la enfermedad que muchos niños morían por culpa del hambre, la miseria y cogí la tuberculosis. En aquel sanatorio empecé a darme cuenta de que siempre viviría entre la vida y la muerte, aquel preventorio benefactor parecía un caserón sacado de las películas de miedo, había muchas niñas enfermas y entre ellas me encontraba yo. Nos sentábamos en el suelo en una sala grande con unos ventanales muy altos desde el suelo al techo, a la caída de la tarde en los días nublados, los árboles que había en el jardín, batían sus ramas como fantasmas contra aquellos ventanales. Se me figuraban monstruos y todas las niñas estábamos muertas de miedo. Sentía que aquellos monstruos los llevaba por dentro también, mi estado de salud estaba debilitado, siempre me sentaba sola y separada de las niñas que tosían y me preguntaba que hacía yo allí. Para relajarnos nos hacían leer el catecismo, historias tan tristes que debilitaban nuestro espíritu y controlaban nuestra mente. Echaba de menos el amor de mi madre no la tenía, nos obligaban a comer, sin tener hambre, de vez en cuando oía hablar a nuestra cuidadoras, usando palabras despectivas hacia nosotras, como los hijos de los rojos, como yo no había nunca oído nada del catecismo ni había rezado tuve que aprendérmelo, decía mi cuidadora que mi madre no me había llevado por el buen camino y que si estaba en aquel sanatorio era para salir limpia por dentro y por fuera. Lloraba amargamente cada día me sentaba en un rincón de aquella enorme sala, recordaba los cuentos que mi madre me leía todos los días, tan bonitos, las fábulas de Samaniego, Esopo e Iriarte, de las flores, los animales, las canciones andaluzas que hablaban de la luna, del sol y las estrellas, las letras de zarzuela, que mi madre interpretaba muy bien dotada de una voz de soprano.

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La vida de una militante que sufrió la soledad en un sanatorio de Alicante

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Page 1: Memorias Histórica

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

Vine a este mundo entre la incomprensión y el odio, entre la pobreza, la miseria

y las bombas. Crecí y por el hecho de ser mujer fui vetada y vilipendiada, por no ser

creyente de ninguna religión, que a toda costa perseguían en los barrios a los/as niños/as

que no visitábamos la iglesia católica, para mi ver las sotanas negras, más que paz y

amor, me infundían miedo y temor, lloré desde que mi madre me llevaba en su vientre.

Era la mayor de las cuatro hermanas, un padre que con mucha suerte conocí cuando

tenía cinco años, por tener que cumplir cárcel y haber pertenecido a los servicios de

información de la República, con un consejo de guerra militar fue condenado a veintiún

años y un día sin poder defenderse, sin haber hecho nada, más que luchar por los

derechos de la clase trabajadora, la libertad de los pueblos y la convivencia pacífica de

los seres humanos. Nos tocó perder nuestros derechos republicanos, fuimos la escoria

de nuestra querida España.

Vivía en Madrid pero nací en Andalucía por el traslado del Gobierno

Republicano a Valencia. Cuando fui adquiriendo conciencia por cierto a muy temprana

edad por las nefastas circunstancias del país, me separé de mi madre para ingresar un

año y medio en un hospital de Alicante para curarme de la enfermedad que muchos

niños morían por culpa del hambre, la miseria y cogí la tuberculosis.

En aquel sanatorio empecé a darme cuenta de que siempre viviría entre la vida y

la muerte, aquel preventorio benefactor parecía un caserón sacado de las películas de

miedo, había muchas niñas enfermas y entre ellas me encontraba yo. Nos sentábamos en

el suelo en una sala grande con unos ventanales muy altos desde el suelo al techo, a la

caída de la tarde en los días nublados, los árboles que había en el jardín, batían sus

ramas como fantasmas contra aquellos ventanales. Se me figuraban monstruos y todas

las niñas estábamos muertas de miedo. Sentía que aquellos monstruos los llevaba por

dentro también, mi estado de salud estaba debilitado, siempre me sentaba sola y

separada de las niñas que tosían y me preguntaba que hacía yo allí.

Para relajarnos nos hacían leer el catecismo, historias tan tristes que debilitaban

nuestro espíritu y controlaban nuestra mente. Echaba de menos el amor de mi madre no

la tenía, nos obligaban a comer, sin tener hambre, de vez en cuando oía hablar a nuestra

cuidadoras, usando palabras despectivas hacia nosotras, como los hijos de los rojos,

como yo no había nunca oído nada del catecismo ni había rezado tuve que

aprendérmelo, decía mi cuidadora que mi madre no me había llevado por el buen

camino y que si estaba en aquel sanatorio era para salir limpia por dentro y por fuera.

Lloraba amargamente cada día me sentaba en un rincón de aquella enorme sala,

recordaba los cuentos que mi madre me leía todos los días, tan bonitos, las fábulas de

Samaniego, Esopo e Iriarte, de las flores, los animales, las canciones andaluzas que

hablaban de la luna, del sol y las estrellas, las letras de zarzuela, que mi madre

interpretaba muy bien dotada de una voz de soprano.

Page 2: Memorias Histórica

Juntas cantábamos y en aquel rincón apartado de todas las niñas, bajito cantaba

las canciones que mi madre me había enseñado, de esta manera me sentía cerca de ella y

pasaba los días en aquel horrible sanatorio. Que hacía yo allí con aquellos hombres y

mujeres con batas blancas, por la noche me metía en la cama, me tapaba la cabeza, no

quería ver aquellos espectros avisándome que pronto me iría con ellos y que la muerte

me acorralaba paso a paso.

La habitación donde dormíamos era grande llena de camas de hierro y fría, los

colchones duros y llenos de bultos, no podíamos hablar entre nosotras, algunas lloraban,

teníamos miedo, y nos metíamos en las camas para darnos calor. En el invierno

recuerdo que llovía, hacía mucho viento y tormentas con relámpagos que iluminaban la

estancia haciéndonos sentir mucho pánico, pero mi madre me había enseñado que los

diablos y los monstruos sólo estaban en los cuentos. Alguna mañana nos despertábamos

con alguna mampara delante de una cama, que ponían cuando alguna niña estaba muy

enferma o fallecida.

Uno de esos días de rutina me llevaron ha hacerme una revisión médica, la

enfermera que me tocó a mi, oí como le decía al médico que estaba muy delgada que

comía poco y lloraba mucho, el médico me miró, me auscultó con el fonendoscopio, me

hizo toser, me miro la garganta e hizo un gesto con la cabeza diciéndole a la enfermera

que del pulmón estaba bastante mejor, pero que tenía que operarme de la garganta,

tenía unas bolas que me rozaban las campanillas, así que me prepararon para operar.

Las piernas me temblaron, sentí que ya no podría cantar, mi cuidadora se dio

cuenta me acaricio la cara y me dijo: “no temas te vas a poner bien”, aquellas palabras

me llenaron de una gran emoción, me había ¡acariciado la cara!, aquel acto me sirvió

de tranquilidad. Por fin tenía una persona que se preocupaba de mí, empezó una gran

amistad entre mi cuidadora y yo. Tristemente no recuerdo su nombre pero sigo viendo

su cara en mi interior, en verano nos llevaban a la playa a las niñas que estábamos

mejorando.

Llegó el día de la operación de amígdalas entré en el quirófano todos los

hombres estaban vestidos de blanco esperando para devorarme, el miedo se apoderó de

mi, lloraba y llamaba a mi madre, uno de los médicos me cogió y me puso en una silla

grande me cogió de las manos y otro tenía una botella de éter y un montón algodón en

sus manos, mientras lloraba y habría la boca me puso el algodón empapado y perdí el

conocimiento.

Desperté en una habitación con otras niñas en una mesa que se encontraba en

medio de la habitación, había una fuente con trozos de hielo, teníamos que chupar para

no tener hemorragias, pero no fue así me empecé a encontrar mal, vomité y me caí al

suelo en medio de un charco de sangre negra, perdí el conocimiento, cuando desperté,

estaba sola en una habitación entre cuatro paredes, sin mi madre.

Page 3: Memorias Histórica

Estuve unos días y el médico entraba varias veces al día a mirarme,

acompañada de mi cuidadora, que le comentó que había perdido mucha sangre y que

en la operación me habían arrancado demasiado provocándome una fuerte hemorragia.

Que estaba muy débil y que me tenían que sobre alimentar, me di cuenta que la muerte

me había estado rondando nuevamente.

Por suerte salí de aquel trance, tenía que luchar por la vida, quería ver a mi

madre que estaba con mi hermano, pues estaba embarazada cuando mi padre entró en

prisión. Este preventorio salió un día en la televisión en ruinas y comentaban que se oía

llorar entre las paredes a niñas, pero yo no creo en episodios paranormales.

PREVENTORIO AGUAS DE BUSOT – ALICANTE

CARMEN HERRERO DE LA HOZ- 71 AÑOS