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www.dariovive.org 1 Julio Argentino Roca, emblema de opresión Notas sobre los orígenes de la barbarie del Estado argentino. Por: Miguel Mazzeo "...la historia que tenemos es una historia incompleta, escolar. La verdad nos ha espantado siempre..." Ezequiel Martínez Estrada "La dialéctica ofrece la posibilidad de hablar de dos clases sin renunciar a la parcialidad ¿Cómo vamos a combatir sin ella?" Bertold Brecht "...Y su importancia, ¿cuál es? ¿Es el pasado que estalla en el presente como una bomba? ¿Es el presente que se disfraza de pasado? ¿O las dos cosas juntas?" Jean Paul Sartre Presentación Este trabajo fue accidentalmente instigado por una invitación que me hiciera Osvaldo Bayer para hablar en un acto público en el marco de la lucha por erradicar el monumento que Julio A. Roca tiene en el centro de la ciudad de Buenos Aires, con más precisión en Perú y Diagonal Sur 1 . Participaron de aquella reunión, junto a quien escribe, Gregorio Kazi y Hebe de Bonafini. Así, estos textos tienen su origen en un improvisado y urgente punteo para un Miguel Mazzeo. Nació en 1966, en Lanús, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Profesor de Historia, Universidad de Buenos Aires (UBA). Docente de diversas Cátedras de la Universidad de Buenos Aires y en la de Lanús (UNLa). Coordinador Nacional de la Cátedra Libre Universidad y Movimientos Sociales en la Universidad de La Plata (UNLP) en 2005 y de la Cátedra Abierta América Latina en la Universidad de Mar del Plata (UNMdP) en 2006. Es autor de varios artículos y libros, entre los últimos se destaca ¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios, publicado por Antropofagia en 2005 y El Sueño de Una cosa. Introducción al poder popular, publicado por la editorial El Colectivo en 2007. Es militante del Frente Popular Darío Santillán (FPDS). 1 El grupo que asumió esta lucha, en una asamblea, decidió llamarse Awka Liwen (Rebelde Amanecer), al igual que una niña, hija de una mapuche y un blanco.

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1

Julio Argentino Roca, emblema de opresión Notas sobre los orígenes de la barbarie

del Estado argentino.

Por: Miguel Mazzeo∗

"...la historia que tenemos es una historia incompleta, escolar. La verdad nos ha espantado siempre..."

Ezequiel Martínez Estrada

"La dialéctica ofrece la posibilidad de hablar de dos clases sin renunciar a la parcialidad ¿Cómo vamos a combatir sin ella?"

Bertold Brecht

"...Y su importancia, ¿cuál es? ¿Es el pasado que estalla en el presente como una bomba? ¿Es el presente que se disfraza de pasado? ¿O las dos cosas

juntas?" Jean Paul Sartre

Presentación Este trabajo fue accidentalmente instigado por una invitación que me hiciera

Osvaldo Bayer para hablar en un acto público en el marco de la lucha por

erradicar el monumento que Julio A. Roca tiene en el centro de la ciudad de

Buenos Aires, con más precisión en Perú y Diagonal Sur1. Participaron de

aquella reunión, junto a quien escribe, Gregorio Kazi y Hebe de Bonafini. Así,

estos textos tienen su origen en un improvisado y urgente punteo para un

∗ Miguel Mazzeo. Nació en 1966, en Lanús, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Profesor de Historia, Universidad de Buenos Aires (UBA). Docente de diversas Cátedras de la Universidad de Buenos Aires y en la de Lanús (UNLa). Coordinador Nacional de la Cátedra Libre Universidad y Movimientos Sociales en la Universidad de La Plata (UNLP) en 2005 y de la Cátedra Abierta América Latina en la Universidad de Mar del Plata (UNMdP) en 2006. Es autor de varios artículos y libros, entre los últimos se destaca ¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios, publicado por Antropofagia en 2005 y El Sueño de Una cosa. Introducción al poder popular, publicado por la editorial El Colectivo en 2007. Es militante del Frente Popular Darío Santillán (FPDS). 1 El grupo que asumió esta lucha, en una asamblea, decidió llamarse Awka Liwen (Rebelde Amanecer), al igual que una niña, hija de una mapuche y un blanco.

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discurso que no tuvo aspiraciones "pedagógicas", en contra de lo que la

situación promovía, en contra de lo que el "género" habitualmente auspicia.

Ahora que termino de escribir esto, que aspira a la estructura ideológica de un

ensayo y que precisamente por eso intenta exceder a Roca e inmiscuirse en

cuestiones vinculadas a la historiografía, el Estado, la complexión de las clases

dominantes y las subalternas, etc., percibo que, en alguna medida y a pesar de

las lecturas acaparadas, las citas y el esfuerzo por suprimir las hipérboles más

atolondradas, sigo pronunciando aquel discurso. Nunca logré bajarme del todo

de aquella tarima. Valga el tono, aunque más no sea, como expresión de mi

rechazo al fastidioso "monografismo" (o "paperismo") argentino.

Para no dar pábulo a posturas aviesas o confundidas, cabe aclarar los

propósitos de esta lucha encabezada por Osvaldo Bayer. Si bien el monumento

a Roca, emplazado no causalmente durante la Década Infame, y el resto de

sus representaciones iconográficas legitiman un exterminio y nos imponen

paisajes inmorales, no se trata solamente de favorecer un traslado, o un

cambio en el nombre de una calle (para regocijo de algún legislador o concejal,

para paliar momentáneamente su "crisis de rol"), o de quitar un retrato de un

billete (que, por cierto, no es un objeto "puro" que merezca ser preservado),

sino de instalar un debate, de reflexionar sobre los modos y los medios de los

que dispone el poder para abusarse de la memoria e imponer nombres, marcas

e iconos opresivos y hacer que nosotros, al internalizarlos acríticamente,

aceptemos los límites del lenguaje y del mundo de los dominadores.

En un plano más general aún, se trata de un debate sobre el control de los

medios de simbolización y su posible socialización, lo que remite a la cuestión

del "uso público de la historia" −al decir de Jürgen Habermas−, al "deber de la

memoria", a los derechos de las comunidades en cuestiones de memoria y

representación y, finalmente, a la necesidad de contraponer mitos a fetiches.

Toda lucha social y política tiene un plano simbólico. Se trata de una vieja

verdad pero que suele ser soslayada en la izquierda por el influjo de un grosero

empirismo que, en ocasiones, se intenta revertir apelando a una ostensible

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manipulación simbólica, actitud aún más degradante. En el caso de esta lucha

antimonumento se trata de develar las políticas y los intereses que traman esos

símbolos. Por otra parte, vale tener presente que, en el plano de una lucha

simbólica, se puede tomar conciencia de los conflictos de base y componer o

consolidar identidades resistentes.

Entonces, la lucha antimonumento es una lucha por la tierra y por un conjunto

de derechos. A su vez es una denuncia a la barbarie pasada y presente del

Estado argentino (y del régimen del capital). De hecho, la Comisión

Antimonumento pide sin rodeos la expropiación y devolución a los pueblos

originarios, y a otros sectores postergados, de las tierras usurpadas y

concentradas en latifundios que están en manos de extranjeros o criollos (la

distinción es totalmente ociosa). Y aclara: "con criterios que garanticen la

autonomía y la autogestión para la explotación sustentable". La Comisión exige

también la revisión de los contenidos de la enseñanza y la remoción de los

contenidos racistas.

Como vemos, no se trata de ensañamiento iconoclasta con el bronce triste y

glacial. Tampoco de reproducción especular de la megalomanía de las clases

dominantes (tal como sucedió con el socialismo real y su insoportable

monumentalidad), o de caer en fetichismos o en la disputa de una necrología

con otra necrología, como sugirió Luis Mattini en una nota con la que, en líneas

generales, estamos de acuerdo2.

I Proponemos una reflexión sobre una invariante de larga duración de la historia

argentina. Una invariante densa y persistente. Redundancia axial que se

inscribe en el presente con la filigrana de la política. Experiencia y proceso que

perdura. Una invariante que, por todo esto, resulta aventurada para ciertas

predisposiciones políticas y académicas tendientes a las armonías, las

distancias y los enfriamientos. La invariante instala, inevitablemente, la

necesidad y la posibilidad de las variaciones. También haremos referencia a

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ellas, más concretamente a los intentos frustrados (derrotados) por hacer de

las variaciones una variante que honre a las clases subalternas.

La invariante nos interpela, nos plantea nuestras limitaciones a la hora de

reconocer lo que sigue sucediendo (de modos muy diversos) y nuestra

incompetencia para identificar las repeticiones disfrazadas de punto de partida

o fundación.

Marx decía que en la anatomía del hombre está la clave para la anatomía del

mono. Fieles a esta noción que establece la subsistencia y la sedimentación de

una determinada temporalidad (o una forma de organizar la temporalidad),

buscamos los indicios de las "formas superiores" en las "especies inferiores"

pero sabiendo que éstas últimas se comprenden mejor cuando se conoce la

forma superior. En fin, proponemos, en términos de Esteban Rodríguez, "re-

introducir la historia en la política para que dramatice los conflictos sociales"3.

No estamos fundando una genealogía sino reconociendo un pasado que no

puede ni quiere fugar del presente.

Intentaremos abordar la figura de Julio Argentino Roca como síntesis de una

época histórica, como genuino representante de extensos y complejos

procesos económicos, sociales, políticos y culturales. También como instancia

estratégica de una invariante de nuestra historia. Es posible que, si nos

detenemos en los aspectos superficiales, en la mera hojarasca, en lo episódico,

caigamos en los debates secundarios o en una preocupación por el puro

pasado, y por allí, precisamente, no discurre nuestro interés.

Los medios masivos promueven el chisme historiográfico, hablan de amantes y

no de clases dominantes, se detienen en los caprichos y las debilidades de los

personajes y no en las lógicas relacionales y en las tramas del poder, colocan

el énfasis en los hombres y las mujeres aislados y dejan de lado los procesos

históricos y los sujetos colectivos. Peregrinan epifenómenos, como la

2 Mattini, Luis: "Monumentos", en: La Fogata Digital, 10-07-04, www.lafogata.org. 3 Rodríguez, Esteban, La invariante de la época. Las formas de la cultura política en la Argentina contemporánea, Ediciones del Grupo La Grita, La Plata, 2001. P. 51.

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"corrupción"4, eludiendo siempre el examen estructural y orgánico que, de

hacerse efectivo, exhibiría la histórica vinculación de las "mafias" con el Estado

y las clases dominantes en nuestro país.

Como cierto periodismo, la historia hecha espectáculo, o la historia de "alta

divulgación", promovida por los grandes medios de comunicación −incluyendo

las editoriales más importantes5−, aparece como un inmenso océano de un

centímetro de profundidad, como un conjunto de resúmenes toscos para ser

intercalados en programas de radio y TV. Sus conceptos, además de pobres y

triviales, suelen ser eclécticos, acomodaticios y maleables. Interpelan

subjetividades vacuas. A través de sus obras de esparcimiento, evasión o falsa

inteligencia, proveen a los consumidores elementales, a todos aquellos que

rechazan las alegorías, los sentidos y las simbologías fuertes, una satisfacción

tan rápida como efímera. Su función orgánica en el campo ideológico es

evidente: difundir y estetizar, con un discurso sobre el pasado, determinados

modos de vida. El espectáculo desdramatiza. Cuando la cultura se hace

espectáculo se separa de la comunidad.

Los modos de producción historiográficos más académicos que reclaman una

legitimidad profesional, por su parte, parten de una distancia estructural similar

a la de la historia mediática6. Por lo general no buscan alcanzar un mayor

orden de conocimiento y anteponen el rigor a la libertad creadora. La

rigurosidad, al concebirse sólo bajo un aspecto, el preestablecido por el canon

académico, pretendida y pedantemente "científico" y "profesional", termina

4 Colocar el énfasis en la corrupción, omitiendo la necesidad de reformular los regímenes de dominación y el conjunto de las relaciones sociales, ha sido y es la estrategia discursiva predilecta del progresismo político e historiográfico en la Argentina. Esta estrategia se acomoda al anhelo de un capitalismo "serio", moderadamente redistributivo y prudentemente autónomo; y ha servido tanto para justificar el apego −inicial, claro− a Fernando De la Rua (y a la Alianza) como hoy sirve para adherir a las políticas del presidente Néstor Kirchner. Se viene consolidando un espacio ecuménico en el cual el coinciden el liberalismo democrático y el "pensamiento nacional", un espacio aceitado no solo por la ambigüedad, sino también por la refundación del posibilismo. 5 Como ocurre en la sociedades capitalistas, el interés estrictamente comercial de estas editoriales es plenamente funcional a la hegemonía de las clases dominantes. La difusión de los grandes medios posee un carácter clasista. 6 La Academia cuestiona la historia - espectáculo y se burla de sus exponentes pero en el fondo los envidia porque aspira a una espectacularidad alternativa que reconozca el rol "profesional" del historiador, que lo interpele como "científico", no como "opinólogo". Pero el espectáculo tritura más que la Academia, incluso puede triturar a la propia Academia.

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convirtiéndose en rigidez y abandonando todas las otras formas del rigor, por

ejemplo el rigor ético o poético. La academia tiene la costumbre de dejar de

lado la complementariedad de las formas de la cultura.

Los historiadores profesionalizados operan como empleados de aduanas.

Esencialmente burócratas, adaptan el sujeto a las condiciones del objeto,

producen lo que parece razonable para la comunidad de investigadores y para

los aparatos organizativos de la disciplina, aunque lo "razonable" sea un

camión de tedio, una trabajada nadería o tenga como pilar la certeza de la

impotencia congénita de las clases subalternas. Con este proceder se sienten

seguros de compartir un espacio −certidumbre ontológica−, un nivel de análisis

autónomo y coherente y metodologías apropiadas, lo que les disminuye la

ansiedad (y la creatividad). De esta manera componen una condición

idealizada: la condición neutral.

Estas producciones suelen estar muy ocupadas en su propia arquitectura, es

decir: son autoreferenciales. Jorge Luis Borges recordaba la observación de un

prosista chino para quien lo anómalo (como el unicornio) solía pasar

inadvertido, es decir: los ojos ven lo que están habituados a ver. A los

historiadores profesionales les ocurre algo similar.

La academia recorta y matiza, instituye géneros aptos para estabilizar todo lo

que fluye, aunque de un tiempo a esta parte suele referirse a este tipo de

operaciones utilizando el termino "deconstrucción". Al recortar reivindica la

condición serial, mira la realidad desde su fragmento y excluye todo lo que la

desborda y altera sus instituciones previsibles. Produce narraciones y

biografías huérfanas, desprovistas del sostén de un drama colectivo. Construye

historias en el vacío, autónomas de la historia.

En ciertos casos, inventar o centrarse en un matiz puede ser una forma de

justificar al poder y de no dar cuenta de los despojos. El matiz se contrapone a

la mirada cruda (lo crudo es la verdad, la verdad es cruda). Desde el matiz se

pueden negar los cadáveres de gauchos, de indios, de obreros, de piqueteros.

Se puede naturalizar el exterminio. Matices, grises, puntos intermedios: ¿cuál

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será el punto intermedio entre opresores y oprimidos, entre el general Roca y

un pampa o un mapuche, entre el Estado terrorista de la Dictadura y un

delegado de fábrica o un militante estudiantil, entre la policía bonaerense y un

piquetero?

La mirada cruda también contrasta con la "táctica de las dos campanas", ante

la que sucumben los progresistas y también muchos izquierdistas que no

logran columbrar que el papel de antagonista, por lo general, contiene la

colaboración.

No ensayamos una apología de las simplificaciones, no negamos la existencia

de tonos y gradaciones, sólo resistimos la prioridad que se les asigna por sobre

las oposiciones sustanciales. Rechazamos la ausencia de estructuras

dilemáticas que compelen a los interlocutores (bajo la forma de lectores,

alumnos, audiencia, etc..) a una réplica: a afirmar o negar el cambio histórico, a

legitimar o no la violencia como instrumento político, a tomar partido o no por

los hombres concretos, reales y vivos, que son los que hacen la historia.

Repudiamos la condición neutral porque prescinde de la ética. György Lukács

decía que "en la ética no hay neutralidad ni imparcialidad: el que no quiere

actuar, debe responder también ante su conciencia por su inacción"7 y Sartre,

en su "Respuesta a Albert Camus", decía que "el que se pliegue a los fines de

los hombres concretos tendrá por fuerza que elegir sus amigos, porque en una

sociedad desgarrada por la guerra civil no es posible asumir los fines de todos,

ni rechazar todos los fines a la vez"8.

La neutralidad sirve también para negar las invariantes de la historia. La

academia tiende a desdeñar las continuidades, porque estas le imponen una

superficie incontrolable, rechaza todo lo sospechoso de ser legitimante de una

postura presente sin percibir que ese rechazo, en sí mismo, implica una

legitimación.

7 Lukács, György, Táctica y ética. Escritos tempranos (1919-1929), El cielo por Asalto, Buenos Aires, 2005, p. 32. 8 Sartre, Jean Paul: "Respuesta a Albert Camus ", en: Situación cuatro. Literatura y Arte, Losada, Buenos Aires, 1977, pp. 96 y 97.

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El sueño de la neutralidad, un sueño de distanciamiento (en múltiples sentidos),

de dominio desde lo alto, y por lo tanto de escisión entre teoría y práctica, es el

horizonte más auténtico de la academia y de todos los intelectuales "puros" que

se ubican en la esfera soberbia de la "alta cultura" o de la "cultura de elite",

aunque se toleren las subjetividades de baja intensidad9, aunque se sobreactúe

un afán problematizador. En los 90, asumida la inmodificabilidad de la realidad,

muchos intelectuales se hicieron historiadores para escaparse del presente. Se

profesionalizaron para despolitizarse. Se hicieron "científicos" para ser neutros.

No pudieron escapar a los condicionamientos de su tiempo y ahora son

predecibles.

Desde la abulia de este profesionalismo inmunizado de toda "angustia de la

historia", se plantea, por ejemplo, la "responsabilidad" de la militancia

revolucionaria de los 70 en el desencadenamiento del terrorismo paraestatal y

estatal. Proposiciones de este tipo ¿denotan objetividad y rigor en el ejercicio

del oficio de historiador o un elemental punto de partida consensualista que

tiende a naturalizar el orden dominante? Lo mismo podríamos preguntarnos

frente a los que analizan la lucha armada a partir de una "cultura autoritaria". El

problema es el punto de partida, lo que se acepta como dado, como lo "normal"

o como aspiración, que en el caso de la academia remite a: capitalismo

predecible y "serio", democracia liberal y reformismo moderado.

Por otra parte no hay que confundir la objetividad y el profesionalismo con las

necesidades de una disciplina por consolidarse institucionalmente. En fin,

habría que considerar cuanto ha condicionado y condiciona a la disciplina

histórica el proceso de profesionalización desatado en los años 80 y 90. Por

ejemplo, aunque pocas veces se haga explícito, en la historiografía académica

subyace una contraposición entre las "reglas del oficio" y la politización. Lo

cierto es que la "reglas del oficio", vienen abonando escrituras consensualistas

que, por supuesto, son políticas. Más precisamente, son la expresión de una

involución política que tiene ribetes dramáticos.

9 Hay que tener en cuenta que los significados nunca se producen en medios culturales neutros. Existe siempre un poder hegemónico (o contrahegemónico) que produce los significados culturales.

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No se trata de negar la distancia necesaria con el objeto de estudio como la

condición para la construcción de una historiografía crítica, sino de tener

siempre presente que las sociedades del pasado y del presente pueden

pensarse en términos "consensualistas" o "conflictivistas", desde la

interdependencia de los individuos y las partes o desde las diversidades y

confrontaciones sociales (irreductibles a la burda contraposición entre "buenos"

y "malos"); desde lo que elude la politización (o busca los medios de su

canalización - neutralización) o desde lo que politiza el conflicto (y por lo tanto

lo dramatiza, instituyendo un antagonismo inmanente); desde lo que impide el

mito mientras entroniza fetiches, o desde lo que lo hace posible.

El régimen de veracidad específico de la historia (por lo general contrapuesto al

de la fidelidad, específico de la memoria) no puede estar más allá de estos

modos de pensar el presente y el pasado, de estas miradas, por lo tanto no se

puede invocar como garantía de neutralidad y objetividad. Tampoco puede

estar más allá de los relajamientos de las desigualdades sociales auspiciadas

por la diversidad cultural. Sólo tomando conciencia de estas miradas se podrá

articular la historia con la memoria y construir una historiografía

verdaderamente crítica.

¿Puede la historia abandonar, livianamente, su rol legitimador de identidades?

¿O mientras reclama su distanciamiento respecto de ese rol no hace más que

legitimar alguna identidad minimalista funcional a un orden opresor? ¿No está

aceptando pasivamente la serialidad impuesta por una sociedad fragmentada y

mal compaginada por espacios autoreferenciales y hostiles entre sí?

Desde Bartolomé Mitre, hacedor de la "unidad nacional" a la fuerza y pionero

de la historia "profesional", subsiste un impulso reconciliatorio y armonizador en

política y en historiografía, o, expresado en términos sartreanos, se conserva

inalterado el proyecto de disolver las diferencias y los odios en la armonía

formal de los asentimientos10. El fundador de La Nación, en una carta a José

10 Sartre, Jean Paul: "Ratas y hombres", en: Situación cuatro. Literatura y Arte, Losada, Buenos Aires, 1977, p. 50-51.

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Hernández, quejumbroso por el Martín Fierro, le decía: "No estoy del todo

conforme con su filosofía social, que deja en el fondo del alma una precipitada

amargura sin el correctivo de la solidaridad social. Mejor es reconciliar los

antagonismos por el amor y por la necesidad de vivir juntos y unidos, que hacer

fermentar los odios, que tienen su causa, más que en la intenciones de los

hombres, en la imperfecciones de nuestro modo de ser social y político..."11.

Al igual que en el caso de los viejos y nuevos cultores del arte por el arte, la

neutralidad encubre el deseo de solucionar las contradicciones inherentes al

proyecto individual de escribir, investigar, enseñar (y vivir) negando las

funciones sociales. La reiterada combinación de los afanes matizadores y

supuestamente problematizadores no digiere las contradicciones tajantes y

sustanciales, así el punto de la "integración" se presenta como panacea y

garantía de cientificidad. Por ejemplo: se pone el acento en el hecho de que los

indios y los gauchos participaron en los ejércitos libertadores, integraron las

huestes de los caudillos y jefes de todas las facciones, estuvieron en Cepeda y

Pavón, con Justo José de Urquiza y con Bartolomé Mitre.

La supuesta "colaboración de la víctima" se convierte en elemento de

justificación del orden establecido y de negación de las contradicciones, al igual

que la horizontalidad de algunos enfrentamientos: gauchos contra indios, o

pobres contra pobres. Y aquí cabe una digresión: Edgardo Álvarez, rastreando

una invariante de nuestra historia, identifica una que se expresó y se expresa

es una estrategia de difamación. Parte de la exposición del ministro del Interior

Rafael Castillo, interpelado por el Parlamento argentino (a pedido del diputado

por el Partido Socialista, Dr. Alfredo Palacios) después de la represión a una

movilización del 21 de mayo de 1905 que dejó como saldo tres muertos y

veinte heridos de bala. La movilización había sido convocada ante un conjunto

de medidas represivas impulsadas por el gobierno de Manuel Quintana

después del intento revolucionario de la Unión Cívica Radical de ese mismo

año. Ahora bien, esas medidas afectaban principalmente al movimiento obrero.

11 Carta del General Bartolomé Mitre a José Hernández del 14 de abril de 1879, en: Martínez Estrada, Ezequiel, Muerte y transfiguración del Martín Fierro. Ensayo de Interpretación de la vida argentina, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 2005, p. 591.

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11

En el transcurso de la interpelación el Ministro dijo: "necesito dejar constancia

de que no son los agentes de policía los que han hecho disparo sobre el

pueblo, a pesar de los ataques de que ellos han sido víctimas. La agresión ha

partido de los propios manifestantes. Los agentes de policía se han limitado,

como dice el señor jefe de Policía, a hacer disparos al aire, para producir la

dispersión necesaria e indispensable en esos momentos" (Cámara de

Diputados de la República Argentina, Diario de Sesiones, 1905, p. 397). Lejos

de cualquier mirada anestesiada, Alvarez relaciona estos dichos y estos

procedimientos (que parten del presupuesto que sostiene que las víctimas,

cuanto más pobres, más proclives a entrematarse) con los que desplegaron

más de cien años después, el día que Maxi Kosteki y Darío Santillán, en la

estación de trenes de Avellaneda, fueron asesinados por la Policía bonaerense

mientras luchaban por trabajo, dignidad y futuro12.

También se sobredimensionan aquellos casos en que los caciques se

adaptaron al régimen de la propiedad privada y sacaron provecho personal. Se

relativiza, de hecho, el aniquilamiento o la explotación −reales− que los casos

de integración (bajo coacción!!) no evitaron, se deja de lado el proceso de

deshumanización al que la víctima fue sometida como paso previo a su

"integración". Se omiten los gauchos despojados de sus medios de

subsistencia y arrastrados a los fortines por las autoridades, remitidos con

cadenas, antes de convertirse en matadores de otros subalternos. No se toma

en cuenta que el genocidio es la condición de la imagen en la que aparece un

cacique viejo y domesticado con uniforme militar, o la imagen del indiecito

beato. Solapadamente, se responsabiliza a la víctima de su condición y

destino. Pero lo mas importante es que, al otorgar un carácter eterno y

monoacentual al signo ideológico, se razona y se produce con afinidad a los

intereses de las clases dominantes.

La diferencia de la academia y el pensamiento crítico no es de acento sino de

sustancia.

12 Alvarez, Edgardo, El Estado nacional contra el movimiento anarquista. Un proceso de "ortopedia social" en la historia argentina, mimeo, Buenos Aires, 2006.

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Algunos historiadores propensos a la identificación populista retrospectiva, los

populistas convictos o inconscientes, carne de transformismo y de una amplia

gama de ambigüedades −excluidos de la academia pero integrados al

espectáculo como formadores de opinión historiográfica−, por su parte, tienden

a confundir el folklore y el costumbrismo más afectado con la realidad nacional.

La "gauchipolítica", notoriamente debilitada como relato emancipador, agotado

el imaginario social plebeyo que otrora la sostuviera, con su aplicación

retrospectiva del populismo puede terminar justificando, o atemperando −al

igual que la academia con sus afanes matizadores− diversas atrocidades, por

ejemplo, el asesinato de gringos ácratas, sólo porque Hipólito Yrigoyen era

"nacional y popular". Puede también pasar por alto, o considerar un mero

detalle, el apoyo al General Juan Carlos Onganía y a la Revolución Argentina

de parte de algún "pensador nacional y popular". O puede sufrir un repentino

ataque de amnesia a la hora de determinar la exacta coyuntura de la creación

de la Triple A.

Las evidencias demuestran que esta corriente se caracteriza más por una

vocación "estatal" que nacional y que su recorte de la Nación en determinada

fase puede llegar coincidir con el de las clases dominantes. No deja de ser un

recorte burgués de la Nación. Una vana ilusión rige las interpretaciones de esta

corriente: la posibilidad de un proyecto burgués - nacional integrador de las

clases subalternas, estimulado por el circulo virtuoso producción - consumo,

alimentado por una economía orientada al mercado interno y a la distribución

del ingreso. Pero ocurre que la burguesía nacional solo existe como un eficaz

artificio de la burguesía "local" (que no tiene nada de nacional) para que las

clases subalternas y los grupos de la izquierda nacionalista y/ o reformista

adhieran al capitalismo, ya sea como horizonte definitivo o como necesaria

estación de paso.

Vemos también cómo esta corriente parte de un nosotros epistemológico

anacrónico y todo parece indicar que no disponen de las herramientas ni de la

voluntad para construir uno nuevo. Adhieren a un conjunto de símbolos y

rituales no resignificados en función de la nueva realidad, o que sí son

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resignificados, pero por un poder hegemónico. Símbolos de los que ya no se

derivan prácticas transformadoras. Han extraviado el significado de lo popular,

y por consiguiente disminuyen y malgastan el sentido de lo nacional. Han

profundizado el abismo entre el pasado y el presente. Hace cuarenta años que

escriben el mismo artículo, el mismo libro. Remiendan viejas páginas y hacinan

significados plebeyos (más que populares) cuyos principales rasgos son el

carácter reiterativo y agobiante por lo perimido. Y no hay posibilidad de

actualización porque el populismo ya no abriga ninguna tensión y, por ende,

carece de toda posibilidad. No puede desquiciarse ni desquiciar. Dicho de otra

manera: política y culturalmente hace mucho tiempo que viven de rentas. Ahora

se complacen en un "malditismo" inexistente, impostan soledades, exclusiones

y páramos, e invariablemente inspirados en Leopoldo Marechal, dicen seguir

arrojando botellas con mensajes al océano del pueblo: ¿desde la TV? ¿desde

las editoriales que invocan a Hermes (dios del comercio y los ladrones)?

¿desde las instituciones públicas?... Extraño naufragio por cierto.

De todos modos creemos que el problema político - cultural actual no se refiere

ni a las bases de lanzamiento de las botellas con mensajes, ¡ni a los

mensajes!!. El escritor argentino Rodrigo Fernández Labriola, sostiene que ya

no se trata de arrojar las botellas al mar sino de utilizarlas para romper

cabezas. Una casi metáfora que remite a una forma de combatir el

conformismo.

La historia escrita en - desde los 80 y los 90 (por una generación que no sabe

ni quiere escribir para sí misma) carga con un cúmulo de limitaciones. Asume

plácidamente la "normalidad" de su tiempo árido, sin crearse en "estado de

emergencia". Le cuesta dar cuenta del todo, no puede descubrir "la historia" y

gira en torno a una infinidad de "pequeñas historias" ("historias mínimas") que

no puede engarzar ni insertar en las coordenadas de un sentido colectivo. Al

asumir la impotencia de cara a la construcción de un continente para un

conjunto amplio de experiencias, edifica armonías insustanciales, ejecuta

sinfonías de citas monótonas.

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Serializadas las sociedades y el sentido común, los historiadores, y los

intelectuales en general, tienden a afincarse en un lugar determinado de la

serie (que contiene un tipo de sentido común). Esta serialidad contempla un

conjunto de lugares: reaccionarios, progresistas, académicos, mediáticos, etc..

Desde cada uno de esos lugares se puede pensar sin salirse del sentido

común. Ha cambiado el sentido de lo "oficial". La historia oficial de hoy no es la

misma que la de hace 40 años. El campo de lo oficial se ha ampliado, se ha

convertido en una superficie de promiscuidades aparentes. Caben allí buena

parte de la historia ocasionada por la academia, las producciones

obstinadamente liberales y conservadoras y el "neorevisionismo denuncialista"

en todas sus versiones pero fundamentalmente en su versión "progresista" y

mediática (una inversión de las conclusiones de la revista Billiken pero con la

misma predisposición)13. Ninguna de estas versiones del pasado tiene poder

de estimulación y confrontación. No perturban en los sujetos las relaciones con

sus conciencias o sus realidades y se limitan a brindar información sin vivencia.

No asustan ni desconciertan a nadie. Y sobre todo: no logran (o no quieren)

proyectar una historiografía integrada a una diseño de sociedad alternativo.

Por otra parte, lo oficial remite también a todo lo que aspira a un esquema

director y confirmador externo y que puede presentarse bajo la forma de la

academia o del espectáculo, más allá de sus definiciones científicas,

ideológicas o políticas. Lo determinante es el establecimiento de una pauta

actitudinal del académico (o del "hombre - mujer de la cultura" en general) y del

"espectador", anterior a su confrontación con un contenido especifico (que

puede ser "alto" o "bajo", "profundo" o "liviano", liberal, de izquierda, diletante o

profesional). O sea, se torna necesario discutir los marcos de referencia,

preguntarse hasta qué punto nos permiten una percepción primaria directa de

la realidad.

13 El "neorevisionismo denuncialista" no hace más que pelear con su propia sombra cuando lanza sus dardos a la "historia oficial". Para este tema sugerimos ver: Acha, Omar: "Las narrativas contemporáneas de la historia nacional y sus vicisitudes", en: Nuevo Topo, Revista de historia y pensamiento crítico, Nº 1, Buenos Aires, septiembre - octubre de 2005.

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Indudablemente, ir en contra del sentido común implica cuestionar la serialidad

misma. Una verdadera profanación. El camino para manifestar, estética,

política e historiográficamente a las clases subalternas.

II Resulta imprescindible reflexionar sobre las continuidades históricas y sobre las

posiciones −presentes− desde donde se analiza una figura histórica. No se

trata de un ensañamiento retrospectivo con Roca y la clase dirigente del

pasado, pero resulta innegable que una opinión sobre el pasado siempre

contiene una visión del mundo y una posición política actual. Hoy, en forma

abierta o solapada, muchos intelectuales siguen creyendo que la "ley del

progreso de la civilización" (capitalista), es la sola ley de la victoria. Por

supuesto, siguen pensando en términos de culturas superiores e inferiores y

tienen como deidades al capital (el capital extranjero siempre les generó un

plus de fascinación) y al libre comercio.

Tal vez, en esto radique el aspecto extraordinario que mejor justifica el interés

por la historia. En efecto, el hecho de que una versión del pasado incurra en la

impertinencia, en la hipocresía, en la impiedad, en la reivindicación del

aniquilamiento −técnico o fanático− de los sujetos indóciles; pero también en

las ilaciones de las desdichas (y las escasas dichas) históricas de las clases

subalternas; con un énfasis depositado en la justicia, la rebeldía y la solidaridad

no puede dejar de capturar el interés y la pasión. Una historia no pensada con

las categorías de los opresores, una historia que no se afinca en los cenáculos,

una historia al aire libre, una historia viviente por si misma (y no una "objetiva" y

descriptiva) es siempre una historia que nos obliga a pensar sobre el presente

y el futuro y nos permite una reescritura que puede funcionar como revancha.

Sí, aspiramos a una revancha. Revancha que signifique venganza y liberación

de la clase trabajadora.

Ilustra esta afirmación el contraste de las opiniones sobre el general Roca del

diario La Nación por un lado y de los Mapuches por el otro. Opiniones tan

disímiles, fundadas evidentemente en asimetrías del presente: en la

contraposición entre la propiedad privada de los medios de producción

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−requisito indispensable para la explotación− y la posesión según la costumbre

o el bien común (que suele ser considerada por el poder como incapacidad de

asimilación), entre los que siempre celebran la violencia del Estado y los que la

cuestionan y la padecen, entre la negativa a que los plebeyos conduzcan los

procesos políticos y el deseo ferviente de que lo hagan, etc.., tornan una

quimera reaccionaria cualquier invocación al pluralismo historiográfico. Más

aún en el actual contexto donde los imaginarios sociales plebeyos están en

retroceso.

Una reflexión de León Rozitchner14 −incesante proveedor de claves

fructíferas−, sobre la maniobra mediática antipiquetera lanzada en el año 2004,

nos sirve como punto de partida para identificar algunos movimientos, acaso

los principales, de una operación mental que distorsiona la realidad (mucho

más aún en épocas de retroceso de la conciencia social) y cuyos efectos rigen

las visiones retrospectivas:

1) La subordinación del bien común al interés privado y el pragmatismo

utilitario que es irreflexivo por naturaleza. Los ejemplos son innumerables

pero cabe realzar uno directamente emparentado con nuestro asunto: el

proyecto de instalar una mina de oro en la ciudad patagónica de Esquel,

apoyado por las autoridades y los empresarios y resistido digna y

racionalmente por el pueblo de esa localidad.

2) La inversión de la percepción. La víctima (el cuerpo arrasado por el poder)

es convertida en culpable y en responsable, o por lo menos co -

responsable, de su condición. El saqueado es presentado como saqueador.

Se "inventa" alguna imposibilidad esencial, un estigma para el sujeto

arrasado que lo torna inadaptable para el orden naturalizado. Se afilia el

origen de la violencia al que la padece y no al que la ejerce y la genera.

Bernardo Kordon en Vencedores y vencidos, novela del año 1965, decía

14 Rozitchner, León: "Sobre la operación mediática antipiquetera", ver: Red Eco Alternativo, 16-7-2004, en: Foro de Medios Alternativos, www.fodema.com.ar. Se puede ver también: Rozitchner, León: "Conciencia política y subjetividad histórica", en: AA.VV., Socialismo ¿anacronismo o futuro?, estela leonardi editora, Buenos Aires, 1993.

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que para un porteño (y se refería al "porteño medio"15) no hay mártires, sólo

pobres tipos y que su respuesta frente a un hecho aberrante consiste en

mucha curiosidad, algo de lástima y nada de solidaridad. De este modo se

construyen imaginarios pusilánimes que terminan justificando toda forma de

canibalismo social, ya que la represión aparece como la consecuencia

directa de no haber acatado pasivamente el poder o de disputarlo

abiertamente. La acción colectiva y solidaria se configura como imagen

aterrorizante y causa del genocidio. En el odio al estigmatizado podemos

encontrar, muchas veces, el signo de la mala conciencia.

3) La creación de un "otro cultural", (sujeto inadaptado al orden productivo

dominante, o sujeto impugnador del sistema) al que se denuncia y

criminaliza y la construcción de algún peligro potencial o un "enemigo

interno", de alguna entidad desconocida, amenazante y peligrosa, lo que

conduce a la ubicación de la muerte en el campo de las luchas por la

autoafirmación (en el gaucho alzado, en el "indio" que defiende su modo de

vida, en el campesino que resiste todo lo que lastima su comunidad y lucha

por la tierra, en el obrero que reclama sus derechos, en el piquetero que

exige reconocimiento). Constituir al otro como un desemejante,

despersonalizarlo y deshumanizarlo, es el punto de partida para

permanecer indiferentes frente a su sufrimiento, para "regenerarlo por la

fuerza" o para expropiarle la vida. Paralelamente se van consolidando

relaciones sociales basadas en la distancia. También el nacionalismo más

intratable sirve para construir la otredad. La extranjería funciona como

probanza del exterminio: los indios asesinados durante la mal denominada

"Campaña al desierto" eran chilenos, los obreros asesinados a comienzos

del siglo XX, eran gringos, alegan figuras públicas y escabrosas.

4) La reivindicación de las acciones sin presencia y que no dejan huellas

(predilección por lo efímero). El culto a la virtualidad y el rechazo a todo

diseño de la política que recurra en forma reiterada a los cuerpos solidarios 15 La "porteñidad" es anecdótica. Lo que pesa es la condición universal de hombre - mujer "medio". Orson Wells lo definió así: "El hombre medio es un peligroso delincuente, un monstruo. Es racista, colonialista, esclavista, qualunquista, etc..". Ver: Naldini, Nico, Pier Paolo Pasolini, Circe, Barcelona, 1992, p. 241.

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en acción. Cuanto más vapuleados y públicos son esos cuerpos que se

atreven a la solidaridad, mayor es la reacción de quienes consideran que lo

natural es el libre consentimiento de la opresión y de quienes asocian la

resistencia al caos.

5) La reivindicación de toda reacción frente a los hechos que perturban a la

clase media porque le muestran el grado de adulteración de su sistema de

valores, porque la obligan a salirse de su campo más preciado: el de la

indiferencia y la autoindulgencia y porque le transfiguran sus ventanas en

espejos.

6) La imposibilidad de vincular lo inmediato a las causas profundas de su

existencia. La superficialidad que nos abruma y que percibimos en las

miradas sobre el presente y el pasado. De este modo se produce y se

reproduce un campo de representaciones cuyo horizonte es garantizar la

dominación.

7) Podríamos agregar la negación de los subalternos como sujetos de la

historia. Estos aparecen como productos pasivos e intercambiables de

factores universales y, por lo general, patologizados: la "frontera" (el indio)

se concibió como una "enfermedad", al igual que el anarquismo o más

adelante la "subversión". En sentido estricto aparecen como "subproductos"

de la historia y por lo tanto se les niega la capacidad de actuar

conscientemente, de analizar las situaciones, de elegir los medios y de

"acumular". Estos modos han servido para negar a los subalternos o para

justificar su exterminio, por lo general, bajo la forma quirúrgica de la

extirpación.

Estos "movimientos", en buena medida, pueden considerarse como efectos de

una histórica predisposición del Estado argentino para escindir a los partidos

políticos y a las capas medias de los sectores populares, ligando directamente

al Estado, sin mediaciones, a porciones enteras de la sociedad;

contrarrestando la formación de solidaridades horizontales. La subjetividad de

las clases medias, sus representaciones del pasado y del futuro, han sido

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cinceladas por las funciones políticas - partidarias del Estado. Al mismo tiempo,

todo lo que se resiste a las amarras estatales se convierte en disruptivo

(subversivo); toda conquista de un átomo de conciencia, toda implicación

directa en la historia por parte de los subalternos en ruptura de un orden

"sagrado" y en pérdida de alguna inocencia. Así podemos explicarnos

coyunturas históricas (¿la actual?) en las que la el movimiento popular muestra

signos de vitalidad, pero a la vez, de aislamiento.

III Roca es una figura fuertemente vinculada a un proceso de unificación y

consolidación de las clases dominantes, del Estado, el poder y la "Nación

oficial" (burguesa) en nuestro país. Roca puso en pie un sistema hegemónico

burgués16, que exigió la organización "científica" y "racional" del poder. Fue el

"constructor de un núcleo permanente de poder sobre los elementos

contingentes y circunstanciales, un patrón de continuidad entre la historia y el

futuro", como Félix Luna le hace decir al mismo Roca17. Estos datos nos

parecen palmarios. Roca representó como figura histórica, y representa hoy

como espectro o símbolo, la prioridad absoluta del Estado - nación por sobre

cualquier alteración, esa legalidad que encarna los intereses del núcleo más

dinámico de las clases dominantes. Allí radica principalmente el afecto de los

conservadores de toda laya. De los actuales amantes del orden y de los que se

preocupan por la presencia plebeya no regulada18. De los constructores de

obediencia que no toleran la resistencia de las cosas y de los seres humanos.

De los que sustentan la "ética del patrón de estancia" y la línea de la "rienda

corta" y la "mano dura". De los que consideran que el Estado está por encima

de todas las cosas y que posee una moral superior, por eso lo conciben como

una instancia que siempre combate desde una franqueza constitutiva, que, por

otra parte, funciona como atenuante de sus desmanes. De los que, como

16 Vale tener presente que lo sustancial de la nación no es el mercado sino la hegemonía burguesa. 17 Luna, Felix, Soy Roca, Debolsillo, Buenos Aires, 2005, p. 14. En otros pasajes, el Roca de Luna nos parece más inverosímil, por ejemplo donde se le adjudica un perfil de sensibilidad social o una marcada preocupación por las desigualdades sociales, etc... 18 Téngase en cuenta que la historiografía nacional nace con la obra de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, quienes ocultaron sistemáticamente el protagonismo de la "plebe". Para ellos, el "populacho" era un actor secundario cuya función era la de revestir como furgón de cola de las facciones y los hombres del poder.

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Thomas Carlyle, confunden la historia con la justicia y ven así a la

consolidación de un poder, la "victoria", el "éxito", como evidencia del

merecimiento de los que ganaron y del desmerecimiento de los que perdieron.

Desde la década del 80 (del siglo XX, claro), en el ejercicio de la docencia o

fatigando imprentas, incurren en este punto de vista muchos historiadores y

críticos literarios que exhiben su profesionalismo como un título de nobleza y

que suelen cultivar la corrección en el campo de la política.

Esa legalidad representada por Roca, fundada tanto en la destrucción del

dominado como en su sometimiento por negación de la ciudadanía y la

dignidad −además del realismo, el cinismo, la connivencia con el poder y el

tradicionalismo en su peor acepción−, lo hilvana, hacia atrás pero sobre todo

hacia adelante, con otros infames de nuestra historia. La clase dominante

argentina es portadora de una larga tradición de violencia. El Estado nacional,

al centralizar un conjunto de funciones antes dispersas, centralizó la ferocidad y

la revistió de patriotismo.

Los poderosos no sólo han sido y son dueños de la tierra y el capital, también

son los dueños de la muerte. Como clase de cuño carnicero, sabe parir

faenadores, periódicamente. Pero sobre todo en los momentos en que los

domesticadores fracasan. El bloque de poder está obligado a construir la

Nación sobre la idea de continuidad, abarcando (y recortando) el pasado y

promoviendo un futuro unitario. La Nación, forzosamente armonizada con sus

intereses particulares, termina siendo una patriotería inconfesa.

En forma paralela, también podemos hilvanar las resistencias y las rebeldías de

las clases subalternas. El clamor del cacique Coliqueo, tanto por las

causalidades que identifica, las instancias que responsabiliza y las

justificaciones que ensaya, conserva vigencia en la Argentina actual: "...Padre:

salimos de nuevo a cazar; el gobierno no nos paga las raciones, yo no quiero

que mi gente robe, pero tampoco puedo dejarlos morir de hambre, ni pueden

ellos dejar a sus mujeres y a sus hijos casi desnudos. Hay mujeres, padre, tan

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desprovistas de ropa que no pueden salir de sus toldos o sus ranchos. Así es

que yo mismo quiero acompañarlos aunque no esté muy bueno de salud"19.

Toda la trayectoria de Roca, como militar y político, sirvió a ese objetivo de

unificación y consolidación de las clases dominantes. Podemos mencionar

algunos hitos: Cepeda, Pavón, Ñaembé, Santa Rosa, Curupaytí, la “Campaña

al desierto”, Puente Alsina y los Corrales, la federalización de Buenos Aires, el

Servicio Militar Obligatorio, la Ley de Residencia, etc.

Roca contribuyó a que la clase dominante, con la burguesía agraria de la

Pampa Húmeda como pilar, alcance proyección nacional e integre a los

sectores dominantes del interior. No se trató de una integración de los pueblos,

sino de los sectores dominantes de las provincias que, al sumarse a ese

proyecto, lograban dos cosas: hipotecar el desarrollo económico y social de sus

provincias y consolidar su poder local. El atraso de los pueblos del interior se

fue conformando como la base del poder de las clases dominantes locales.

Roca expresó así una vocación de dominación y de concentración de poder en

el plano nacional (impulso característico de toda burguesía inicial), en un

momento donde algunas fracciones de las clases dominantes aún estaban

teñidas de localismo. La nacionalización de las rentas de la aduana y la

federalización de la ciudad de Buenos Aires se inscriben en este marco y

responden a esa vocación. Algunos confunden esta operación con

Federalismo. Cabe un interrogante ¿la dicotomía unitarios - federales es el

único eje para analizar la historia argentina del siglo XIX? O en todo caso

¿tiene capacidad para explicar los procesos posteriores a Pavón?

Roca apuntaló un modelo de acumulación (agro exportador), que consolidó a la

clase dominante en el plano material. Funcional a este modelo fue la relación -

de subordinación- establecida con el mercado mundial (Gran Bretaña,

principalmente), que plasmó un capitalismo atrasado y dependiente. La ilusión

del granero del mundo ocultaba una galería de deformaciones: el "olvido" de

19 Martínez Estrada, Ezequiel, op. cit, p. 442.

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algunas regiones del país, el retraso de un conjunto de actividades y el

crecimiento social desparejo.

Resulta indispensable detenerse en la relación exacta entre el genocidio

perpetrado durante la “Campaña al desierto” y el beneficio económico de las

clases dominantes y el capital británico. O reflexionar sobre las intervenciones

de un Estado que asistió de tal modo a los terratenientes que estos lograron

ser financiados por la comunidad y así concentraron una abrumadora cantidad

de bienes productivos que obtuvieron por migajas. Se impone la comparación

con lo que viene pasando en el Argentina desde 1976, la reflexión sobre la

articulación de las políticas represivas entre el gobierno, los representantes del

poder económico y el Estado.

Aún nos cuesta entender el artificio de un Roca nacionalista y antibritánico

frente a un Bartolomé Mitre indiscutiblemente porteño y "cipayo". Algunos

inventan oposiciones sustanciales donde sólo existen conflictos de facción.

Roquistas y mitristas, como pellegrinistas, modernistas, udaondistas,

sáenzpeñistas, etc., compartían los aspectos nodales de una política que tenía

bastante poco de nacionalismo antiimperialista. Roca concluye la tarea que

Mitre iniciara después de Pavón y que continuaran Domingo F. Sarmiento y

Nicolás Avellaneda. Vale como ejemplo el pacto Mitre - Roca de 1891 (que

condiciona la vida política nacional hasta la muerte de Manuel de Quintana en

1906), frente a una fuerza política naciente como el radicalismo que, a pesar de

sus límites, tenía, por aquellas lejanías, algún componente disruptivo.

La acción de Roca se enmarcó en el dualismo cultural separatista y excluyente

que fundaran Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, en el recorte del concepto de

Nación que, concebida como presagio (la fachada que oculta siempre el

proyecto de las clases dominantes), dejaba afuera al otro cultural. De hecho,

Roca interpreta los criterios estrechos y unilaterales para entender la

civilización propuestos por Sarmiento y Alberdi (sobre todo por el sanjuanino) y

"ejecuta" el "programa" que contenía el Facundo, del mismo modo que, en lo

que se refiere al régimen político, ejecuta el programa alberdiano de los dos

repúblicas, una abierta en el plano de la sociedad civil y otra provisoriamente

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cerrada en el plano de la política. Estos criterios delinearon una idea de

civilización muy cercana a los pretextos de los sectores dominantes. No fue

fruto de la casualidad que durante la primera presidencia de Roca se editaran,

oficialmente, las Obras Completas de Sarmiento y Alberdi, además de la

Historia de San Martín de Mitre.

Sucede que la idea de progreso, la misión civilizatoria, el colonialismo, tanto

como el culto a la técnica (en especial a la impersonalidad y a la serialidad), a

la división del trabajo y al Estado, conforman el basamento de la ideología

burguesa y el alimento indispensable de la barbarie moderna. Este era el

fundamento de la noción sarmientina de la barbarie, la de una barbarie a futuro,

enfrentada a otras barbaries premodernas que vienen del pasado pero trabajan

en el presente. Podemos identificar una especie de régimen de interioridad de

la barbarie, un campo de tensión entre distintos tipos de barbaries. Claro está,

la modernidad es contradictoria y contiene valores potencialmente disruptivos y

abriga en su seno un proyecto civilizatorio alternativo, sostenido en la idea de

que los hombres y las mujeres son los hacedores de su propio destino.

Por cierto, la dicotomía sarmientina civilización - barbarie, en su formulación

original, contenía un "y" entre ambos polos. Esta conjunción copulativa ha sido

interpretada como una señal de que el sanjuanino, en lo esencial, aspiraba a

un "abrazo contractual"20. El desarrollo histórico de la Argentina, en buena

medida ajeno a esas determinaciones sarmientinas (en varios campos),

terminó imponiendo la conjunción disyuntiva. Roca puede considerarse como la

figura que mejor expresa la conversión del Estado - nacional en centro del

pensamiento y en pilar de la "civilización", no la última trinchera frente a la

"barbarie" (el otro cultural bajo cualquier modalidad, incluyendo la rebeldía

contra cualquier forma de exclusión), sino la primera y única. El Estado como

punta de lanza, antes para ingresar a la "modernidad", ahora para "no

quedarse al margen del mundo". Se sientan así las bases para justificar todas

sus violencias y excesos, negando la barbarie más rotunda, la del propio

Estado (la de la clase dominante y el sistema capitalista). Desde este

20 Ver: Terán, Oscar: "Su obra Facundo le dio sentido a una dura realidad", en: Diario Clarín, Buenos Aires, sábado 10 de septiembre de 2005, p. 61.

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emplazamiento se identifica como un acto de barbarie el rapto de una cautiva y

como un gesto civilizado la cosificación de los seres humanos a través de la

distribución de las "chinas" para el servicio doméstico entre las familias más

distinguidas y la conversión de los hombres en mano de obra servil en las

estancias, tal como ocurrió al finalizar la "Campaña al desierto".

Se trata de un imaginario y de una línea histórica que, con reiteradas y

periódicas escalas, llegan a nuestros días y habilitan las hazañas apócrifas, la

consideración del Estado como "contendiente" al momento de ejercer la

represión y sobre todo la posibilidad del genocidio con bajo riesgo de trauma

histórico. Mitre no exageraba cuando en el sepelio de Adolfo Alsina, a fines de

1877, decía que la lucha contra la barbarie habría de durar trescientos años

más. Sabía de que estaba hablando. Claro, paralelamente se han desarrollado

las luchas por la desmitificación, que son básicamente luchas por la

autoafirmación popular y por un verdadero proyecto civilizatorio que no concibe

al Estado como el fin último de toda comunidad y que no se sostiene en un

saber egoísta.

Roca fue delineando un Estado liberal, que supo intervenir siempre a favor de

las clases dominantes, consolidando su aparato ideológico y sus instancias de

control social. Los que están obligados a la apología (rentados y otros felpudos)

nos recuerdan la ley de Educación y otras leyes “laicas” y “progresistas”. En

primer lugar, el laicismo en aquellos años remite a un Estado que reivindica su

eficacia frente a la Iglesia en materia de control social. Es un enfrentamiento

entre aparatos que se disputan niveles de control sobre las conciencias y los

cuerpos de las personas. No se cuestionaba a la religión como factor

superestructural, es más, se la promovió como ideología de las clases

subalternas tendiente a garantizar el orden social, mientras que las clases

dominantes reservaban para sí mismas el agnosticismo o el ateísmo. Cabe

tener presente además que los curas participaron en la "Campaña al desierto",

bautizando compulsivamente y en gran escala.

La “preocupación” por la educación y la expansión del aparato educativo

nacional respondía a las necesidades de integración y control de la elite

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dirigente más que a sus supuestos afanes iluministas o redentores de la

humanidad. Del mismo modo deben considerarse las iniciativas como la

Reforma Electoral de 1902 o el Proyecto de Ley Nacional del Trabajo de

Joaquín V. González, que fueron la expresión de un impulso característico de

un Estado burgués que, en tren de consolidación, busca construir su

"neutralidad" y entonces genera mecanismos de control, cooptación e

integración más eficaces. González, tal vez el principal intelectual "orgánico" de

la clase dominante en aquellos tiempos, percibió con lucidez que el "proceso de

modernización económico social" operaba como uno de los principales

elementos históricamente legitimantes de la elite, por lo tanto fue uno de los

más confiados en que la modernización política complementaría y extendería

en el tiempo esa legitimidad.

Aclaramos que no sólo vemos en el nacionalismo, en la democracia y en las

políticas sociales, el terreno de la cooptación de la clase dominante, sino que

también consideramos la posibilidad de que se erijan –según las circunstancias

históricas− en espacios de reivindicaciones y derechos legítimos de las clases

populares. Pero si estas tres cosas se pueden asociar a la figura de Roca es

precisamente por sus capacidades y modalidades cooptativas.

Como no podía ser de otro modo, Roca contribuyó espacialmente a la

consolidación del aparato represivo. Cada sablazo, cada tiro, cada decreto en

la carrera de Roca es un paso en pos de la consolidación del ejército nacional.

El proceso histórico hizo asimismo que el Ejército argentino se conformara

como garante de la unidad nacional. Ejército que, dada su posterior actuación

histórica (con honrosas excepciones), parece más hijo de esas “campañas”

roquistas y de la "legalidad" a la que hacíamos referencia, que de la gesta

sanmartiniana, sostenida, como todos sabemos, en una desobediencia

esencial.

Con Roca se estableció el Servicio Militar Obligatorio en 1901, a través de la

Ley nº 4031 o Ley Ricchieri. Sus fundamentos combinaban "la lógica de la

soberanía territorial efectiva y el componente represivo interno, con un claro

propósito de control social y penetración ideológica que excede largamente las

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finalidades castrenses. En este sentido se aproximaba a los objetivos

perseguidos por la ley nº 1420 y en algunos aspectos venía a complementarla,

garantizando que el Estado monopolizara, junto con la violencia 'física', la

violencia 'simbólica'..."21.

El Servicio Militar Obligatorio, factor de disciplinamiento de las sectores

populares, fue una forma racionalizada de la leva forzosa, una continuación de

la legislación sobre "vagos y malentretenidos". No es casual que en la

actualidad, los reaccionarios, tanto en sus versiones conservadoras como

progresistas (porque existen mil formas de ser reaccionario apareciendo como

progresista), sugieran reponer el Servicio Militar Obligatorio, el propósito sigue

inalterado: el disciplinamiento de los sectores populares, de las nuevas

personificaciones de los "vagos y los malentretenidos".

No hace falta recordar el papel destacado en Curupayti, en la guerra contra el

pueblo guaraní −contienda denostada por los gauchos del interior e impulsada

por el capital inglés−, para refutar los argumentos que nos proponen alguna

intención emancipadora y latinoamericanista de Roca.

Roca consolidó un régimen político oligárquico, es decir, un régimen de elites

conservadoras, basado en la exclusión de las mayorías, en la inmoralidad

pública y en el fraude y la corrupción, prácticas a las que veía como resultado

de acciones individuales y no como fruto del sistema que defendía (igual que

muchos dirigentes políticos actuales). Incluso, cuando un sector de la élite

propuso una reforma política para compartir la hegemonía con las capas

medias, él mantuvo la fe oligárquica. Murió refunfuñando contra la Ley Sáenz

Peña.

Edificó un Estado que funcionó, sin fisuras, como oficina de la clase dominante.

Su filosofía fue la del positivismo, no la de la ilustración. Un hombre de orden,

principalmente.

21 Campione, Daniel y Mazzeo, Miguel, Estado y administración pública en la Argentina. Análisis de su Desarrollo en el Período 1880-1916, FISyP, Buenos Aires, 1999, p 85.

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IV Pero Roca también es una figura asociada a la contracara de ese proceso de

unificación de las clases dominantes: juega paralelamente un papel central en

el proceso de desarticulación de las clases subalternas.

Roca contra las caudillos federales del interior, contra las montoneras de Angel

Vicente Peñaloza, Felipe Varela y contra Ricardo López Jordán. Lo que

demuestra, por lo menos, que el "federalismo" de Roca era un federalismo de

elites, más cercano al "federalismo" de Juan Manuel de Rosas −aunque menos

"porteño", claro− que a la injustificada versión que lo muestra como un genuino

representante de los pueblos del interior.

Roca contra los pueblos originarios en la “Campaña al desierto” (frente al otro

cultural, la solución final), ensanchándole el horizonte a los estancieros,

haciendo el latifundio, igual que Bernardino Rivadavia, Rosas, Mitre, entre

otros. Roca supo separar a los caciques y capitanes de las masas de las tribus,

del mismo modo que el terrorismo paraestatal (1973-1976) y estatal (1976-

1983) separó a los intelectuales orgánicos de las masas.

Roca contra los obreros, impulsando como presidente de la República la Ley

de Residencia.

Desde quien vive su dominio como realización o desde el posibilismo, se suele

ubicar al proyecto del 80 en el orden de la naturaleza, más que en el orden de

la historia. El pensamiento único se aplica retrospectivamente: “no había

alternativas”, “era el único camino posible”, “todo el mundo pensaba igual en

aquellos años”. Y otros argumentos siempre a mano para impiadosos y

resignados. Recomendamos leer la proclama de Felipe Varela, tener presente

las razones económicas de Mariano Fragueiro o algunas intervenciones de

José Hernández, que sin dejar de compartir el proyecto global, insinuaba otros

medios. No se trata de un mero ejercicio neorevisionista de la nostalgia o de

pintoresquismo gauchipolítico, sino de un medio para conjurar la e-seidad y el

naturalismo de la historiografía académica y sus aplicaciones retrospectivas de

un criterio de normalidad .

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En relación a la "cuestión indígena", el autor del Martín Fierro, tiempo antes de

la "Campaña al desierto" sostenía: "...Nosotros no tenemos el derecho de

expulsar a los indios del territorio y menos de exterminarlos. La civilización sólo

puede darnos derechos que se derivan de ella misma" (itálicas nuestras) [...]

Tenemos el derecho de introducir en el desierto nuestra civilización, nuestra

legislación, nuestras prácticas humanitarias, porque allí donde nada de eso

existe, debemos llevar las exploraciones del progreso. ¿Pero que civilización es

ésa que se anuncia con el ruido de los combates y viene precedida del

estruendo de las matanzas? (itálicas nuestras).22 Hernández responsabiliza al

contexto socio político de la condición padecida por el gaucho.

También debemos considerar la visión de Lucio V. Mansilla en Una excursión a

los indios ranqueles, de 1870. Dice Mansilla: "Tanto que declamamos sobre

nuestra sabiduría; tanto que leemos y estudiamos ¿para qué? Para despreciar

a un pobre indio, llamándole Bárbaro, salvaje; para pedir su exterminio, porque

su sangre, su raza, sus instintos, sus aptitudes no son susceptibles de

asimilarse con nuestra civilización empírica, que se dice humanitaria, recta y

justiciera, aunque hace morir a hierro al que a hierro mata, y se ensangrienta

por cuestión de amor propio, de avaricia, de orgullo, que para todo nos

presenta en nombre del derecho el filo de una espada..."23.

En general, el "alsinismo", ha sido asociado a una política civilizadora y

humanitaria, tendiente a fundar la coexistencia con los pueblos originarios. En

sus mensajes al Congreso, en tiempos de Avellaneda y antes de la llegada de

Roca al Ministerio de Guerra, muchas veces el Poder Ejecutivo insistió en que

sus planes eran contra el desierto, para poblarlo, y no con el indígena, para

"destruirlo". Aún se reconocía la autoridad en la materia del Coronel Alvaro

Barros, autor de Fronteras y Territorios Federales de la Pampas del Sur. Barros

puede considerarse un representante de la visión liberal y humanitaria que

ponía el énfasis en la redención del indio por medio de la coexistencia con la 22 Hernández, José, Vida del Chacho y otros escritos en prosa, CEAL, Buenos Aires, 1967, p. 24 y 25. Artículo publicado originalmente en El Río de la Plata del 22 de agosto de 1869.

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civilización, a través del trabajo, la educación y las buenas costumbres. Más

que someter, pretendían "redimir" a los indios, otra forma de negarlos como

tales.

Pero por lo menos en Hernández, en Mansilla y en Barros se pueden encontrar

algunos elementos de una visión autocrítica de la modernidad, un poco, tan

sólo un poco, de crítica al Estado y sus violencias. Aunque los tres parten de la

visión del "buen salvaje", ninguno construye al otro como "enemigo", no hablan

de concluir, extinguir, arrojar. Ninguno asume abiertamente la lógica de la

guerra que caracterizará a Roca y al Estado nacional a partir del 80.

Fue esta lógica la que inspiró las masacres de nuestra historia posterior. Inspiró

tanto a Roca cuando decía: "el mejor sistema de concluir con los indios, ya sea

extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del Río Negro, es el de la guerra

ofensiva", como al general Jorge Rafael Videla cuando decía: "deberán morir

todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país". Poco

importan las formas que asumen los contendientes, aunque invariablemente se

trató de expresiones del sujeto popular, Karl Von Clausewitz aparecerá una y

otra vez en estado puro. Desde la "Campaña al desierto" hasta la "guerra

contra la subversión", se buscará poner al enemigo en una desventaja que no

sea pasajera, someter la voluntad del enemigo, contrarrestar los riesgos del

sentimentalismo, etc. No casualmente al comienzo de este periplo resuena el

término "campaña" que, según la definición de Clausewitz, remite a la "totalidad

de los sucesos militares ocurridos durante un año en los diversos escenarios

de guerra"24.

En el caso de Hernández, puntualmente, en relación al gaucho y no en relación

al indio −en el Martín Fierro emparentado con las fieras− o al negro, quienes,

como se deduce de su obra, no compartirían con el gaucho una comunidad de

destino y de derechos. Mansilla, por su parte, es mucho más indulgente con el

indio. Las críticas señaladas, sin dudas, resultan más obvias en el Juan Moreira

23 Mansilla, Lucio V., Una excursión a los indios ranqueles, AGEBE, Buenos Aires, 2004, pp. 380. 24 Clausewitz, Karl Von, De la Guerra, Ediciones Libertador, Buenos Aires, 2004, p. 188.

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de Eduardo Gutiérrez, que exhibe de forma más directa los signos de la

descomposición social.

Volviendo al Martín Fierro, Martínez Estrada consideraba al poema como en

anti-Facundo: "que denuncia como viciadas por los mismos males a las

agrupaciones que detentan en poder para consumar la injusticia, [...] en el

poema vemos que la barbarie está en las cosas, en el suelo y en el aire más

que en las personas, que influye sobre los hábitos y las ideas"25. Cabe destacar

también que la actitud del Sargento Cruz, no concebida como traición ni

sedición sino como un alto gesto (más allá del oportunismo y la falta de

conciencia moral que le adjudica Martínez Estrada26), el hecho de que Fierro

fuera un personaje colectivo, la identificación de la policía como encarnación

injusticia social y de la sociedad entera, siguen perturbando, tanto como la

justificación de las rebeldías de los maltratados por el Estado y la posibilidad de

identificarse con ellos27.

Es cierto que la "clase dominante", el "sistema" o las "estructuras reproductoras

de un orden injusto" permanecen ausentes en el poema (también ocurre con

Mansilla, más proclive al pintoresquismo) y por lo tanto no figuran como los

verdaderos responsables de la degradación del paisano; por el contrario, las

culpas se recargan en la política nacional (o en los "malos políticos"). Del

mismo modo que hoy se visualiza muchos más a los agentes de la degradación

popular (los "malos políticos", los punteros, etc..) que a sus determinaciones

más profundas.

25 Martínez Estrada, Ezquiel, op. cit., p. 553. 26 Martínez Estrada, Ezquiel, op. cit., p. 83 y 85. 27 Jorge Luis Borges, en una posdata del año 1974 a un Prólogo del libro Recuerdos de Provincia de Domingo Faustino Sarmiento, no podía escaparse de los efectos más distorsionantes −y aberrantes− de la dicotomía sarmientina. Borges decía que: "Sarmiento sigue formulando la alternativa: civilización o barbarie. Ya se sabe la elección de los argentinos. Si en lugar de canonizar el Martín Fierro, hubiéramos canonizado el Facundo, otra sería nuestra historia y mejor". Para Borges, evidentemente, el Martín Fierro conducía al Peronismo (y a lo popular en un sentido más amplio), que era el orden contemporáneo de la barbarie, tanto como el Facundo conducía a La Dictadura Militar, que era el orden contemporáneo de la civilización. En 1976, Borges calificó a la dictadura como un "gobierno de caballeros". Ver: Borges, Jorge Luis, Obras Completas, Tomo IV, EMECE, Buenos Aires, 2003, p. 124.

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A pesar de sus limitaciones en estos textos subyace un atisbo de

concientización de la violencia del Estado que, como decía Glauber Rocha, es

el punto de partida para que el colonizador comprenda la fuerza de lo que

destruye.

Una visión crítica que posiblemente no haya llegado a adquirir la contundencia

que sí asumió en el Brasil, con la obra de Euclides Da Cuhna, Los Sertones,

Campaña de Canudos, publicada en 1902, obra que se erige en una rotunda

contraparte del Facundo. Tengamos en cuenta que la República Brasileña

(proclamada en 1889) sustentaba concepciones civilizatorias y proyectos

modernizadores muy similares a los de los constructores del Estado Nacional

argentino. El positivismo era la filosofía base en ambos casos, el "orden y

progreso" de la bandera del Brasil, tuvo en la Argentina su correlato en el "paz

y administración" de Roca.

Euclides Da Cuhna, militar y periodista, un típico intelectual liberal y positivista

de la época, viaja al nordeste de su país, al Sertao (desierto), como

corresponsal de O Estado de Sao Paulo para cubrir la guerra de Canudos del

año 1897, un movimiento político religioso liderado por Antonio Conselheiro y

apoyado por los sectores sociales tal vez más postergados del país y

absolutamente excluidos del proceso modernizador. Su visión, más allá de la

propuesta de incorporación social de sus paisanos "atrasados", rompe con la

dicotomía civilización - barbarie, al poner el eje en la crítica a la violencia del

Estado y al descentrar al Estado respecto del pensamiento, colocando en su

lugar a la comunidad. En la supuesta barbarie encuentra heroísmo, rebeldía,

comunidad; en la supuesta civilización encuentra el salvajismo más despiadado

y una noción superficial y excluyente de la nacionalidad. Así, asume que la

Campaña de Canudos, también una campaña al "desierto" y no sólo en la

acepción geográfica de este último término, fue una expedición sin gloria y un

crimen (que denuncia). Valga el contraste con Estanislao Ceballos, quien en La

conquista de quince mil leguas presenta a la "Campaña al desierto" como el

aporte específicamente argentino a la civilización.

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En algunos pasajes de Los Sertones dice cosas perfectamente aplicables a

nuestra "Campaña al desierto":

- "Ascendimos de golpe, arrebatados en el caudal de los ideales modernos,

abandonando en la penumbra secular en que yacen, en el seno del país, un

tercio de nuestra gente. Engañados por una civilización de prestado;

hurgando, en ciega faena de copistas, todo lo que de mejor existe en

códigos orgánicos de otras naciones, hicimos, huyendo revolucionariamente

a la más leve transigencia con los imperativos de nuestra propia

nacionalidad, más profundo el contraste en nuestro modo de vivir y el de

aquellos rudos compatriotas, más extranjeros en esta tierra que los

inmigrante de Europa";

- "Eran, realmente, fragilísimos, aquellos pobres rebelados... Requerían otra

reacción. Nos obligaban a otra lucha. Mientras tanto les hemos enviado [...]

este argumento único, incisivo, supremo y moralizador: la bala." "Entraban

triunfantes al campamento, [se refiere a los militares] en un bello aplomo de

candidatos a la Historia, buscando la lucha sangrienta y fácil";

- "Aquello no era una campaña, era una carneada";

- "Repugnaba aquel triunfo. Avergonzaba. Era, en efecto, contraproducente

compensación a tan lujosos gastos de combates, de reveses y de millares

de vida, el apresamiento de aquella cachivachería humana..."28.

Además, en Da Cunha, lo que aparece como intolerable es el orden social

injusto que embrutecía y deformaba, y no los hombres y las mujeres

embrutecidos y deformados.

V La continuidad histórica refleja la continuidad del poder de las clases

dominantes. La historia de las clases subalternas es una historia asistemática y 28 Da Cunha, Euclides, Los Sertones. Campaña de Canudos, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003, pp. 160, 162, 378 , 395 , 419, consecutivamente.

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discontinua (Antonio Gramsci consideraba que la discontinuidad era uno de los

rasgos esenciales de la subalternidad), una historia hecha de emergencias

maravillosas pero también de enormes brechas sangrientas. La continuidad -la

de ellos- aparece como causa de nuestra discontinuidad.

La continuidad del poder exigió excluir del espacio público o, lisa y llanamente,

eliminar a gauchos, pueblos originarios y obreros, montoneros federales,

anarquistas, peronistas resistentes, comunistas en todas sus versiones y

revolucionarios de los 70. Hoy exige excluir de la ciudadanía o, lisa y

llanamente, eliminar a piqueteros, campesinos, mapuches (y otros pueblos

originarios) y luchadores populares en general. Hoy, debilitados los imaginarios

sociales plebeyos y populares, recobra fuerza la mirada de José María Ramos

Mejía, la de Las multitudes argentinas más precisamente, los análisis sobre las

masas y sus "vicios", los miedos atávicos a las invasiones de los suburbios, el

miedo al piquete, a la movilización popular, a la politización del "pobrerío",

como antes el miedo a los malones, al maximalismo, al aluvión zoológico, a los

subversivos...

Por eso Roca puede ser (y es) hoy emblema de todos los opresores. Porque

Prefigura casi todas las infamias del poder. Prefigura, por ejemplo, la Junta de

Defensa de la Democracia creada por la Revolución Libertadora en 1956, el

Plan CONINTES de 1960, los Consejos de Guerra de 1966, la Ley de Defensa

Nacional de 1972. La Ley de Seguridad de 1975.

Vale el ejemplo de una “coincidencia” referida por Gregorio Selser en su libro El

Onganiato: en el año 1964, durante el gobierno del radical Arturo Illia, en la

intersección de Avenida Julio A. Roca (siempre será mejor la designación

geométrica y geográfica de Diagonal Sur) y la calle Perú, justo en las

adyacencias del monumento ecuestre al General, se celebró un acto en su

homenaje. Allí estaban, entre otros militares, los generales Eduardo Señorans y

Mario A. Fonseca. Enfrente, en la Manzana de la Luces, funcionaba la Facultad

de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Los alumnos, subidos

a la terraza, arrojaron piedras y monedas sobre los uniformados, alterando el

orden previsto para tal ceremonia y tal concurrencia. En 1966, durante la

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dictadura del general Juan Carlos Onganía, la Guardia de Infantería “desalojó”

con palos y gases a los estudiantes y docentes de esa y otras facultades de la

UBA. Pero allí, en Exactas, fueron especialmente crueles. Selser insiste en que

el ensañamiento de 1966 se vincula al desaire de 1964. Lo cierto es que a la

hora de la “noche de los bastones largos”, el general Señorans era el jefe la

Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE) y el general Fonseca estaba el

frente de la Policía Federal.

Roca prefigura todos los genocidios.

Prefigura la Dictadura Militar de 1976 (y a las anteriores, por supuesto). Roca

aparecía para los genocidas como la combinación más acabada entre el militar

y el político. Roca, figura fundamental de la "organización nacional" en la

segunda mitad del siglo XIX, fue el espejo histórico, el modelo castrense y

político de los dictadores del Proceso de "reorganización nacional" que

aspiraban a desarrollar una experiencia de efectos similares (en su magnitud y

proyección) y ambicionaban la refundación en todos planos. De hecho lo

lograron, disciplinaron a la sociedad (en particular a las clases subalternas), la

"desestructuraron" y la refundaron sobre nuevas bases, imponiendo

condiciones favorables a un proceso de acumulación y concentración de capital

inéditos hasta ese momento. Hicieron posible la democracia de baja intensidad

de las últimas décadas. Pero los dictadores no pudieron evitar autodestruirse

en su misión. No pudieron imponer "su objetividad" respecto de su función

histórica (los constructores del Estado nacional sí, por eso Roca tiene

monumentos, calles, etc. por todo el país). Esta vez fracasó la construcción de

la típica hazaña nacional. No fueron viables las páginas inmortales de gloria.

Como ejemplo, cabe recordar la importancia que la Dictadura Militar le asignó a

la conmemoración del centenario de la “Campaña al desierto” en 1979. La

Dictadura establecía una relación directa entre el exterminio de los pueblos

originarios y el de los militantes populares. En ambos casos se logró asociar la

necesidad de sometimiento - aniquilamiento del sujeto popular a la defensa de

la soberanía nacional. El gesto compartido era evidente: un recorte del

concepto de Nación, excluyente y limitado, la Nación como contraideología

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frente a los sectores populares. La Dictadura celebraba así, impúdicamente,

ambos exterminios, ambos aniquilamientos de sujetos indóciles29. También

vale tener en cuenta la política de publicaciones de la Editorial Universitaria de

Buenos Aires (EUDEBA), que, intervenida por el gobierno militar, lanzó la

colección "Lucha de fronteras con el indio", dirigida por Juan Carlos Walther

que, entre otras faenas, se desempeñaba como profesor en el Colegio Militar

de la Nación y Director del Museo Roca. En esta colección se editaban y

reeditaban escritos de militares que presentaban a la "Conquista", sin pudor,

como una gesta heroica30. En el misma línea cabe recordar la realización de la

primer miniserie de la TV argentina, Fortín Quieto, una verdadera

"superproducción" sobre la Campaña al desierto donde se presentaba el

genocidio bajo la forma de la gesta civilizadora.

Roca complementa y prefigura todas las leyes represivas.

Prefigura las 900.000 hectáreas de Benetton y el robo a Atilio y a Rosa31 y a los

pueblos originarios.

Prefigura la colonización del Estado por los intereses corporativos, la relación

prebendaria entre el Estado y la clase dominante y por lo menos algunas de las

formas del enriquecimiento ilícito y establece un elemento constitutivo del

Estado, la relación con la ilegalidad. Enuncia asimismo una forma de adherir a

la civilización, o la modernidad (según las distintos momentos de nuestra

historia): la que se basa en el interés corporativo. Allí está la propia riqueza

acaparada por Roca, donde se destaca la Estancia La Larga (Guaminí, 29 David Viñas identificó ese vínculo al presentar a los indígenas como los primeros "desaparecidos" de nuestra historia y al Estado argentino como instancia que se constituye con una fuerte tendencia al ocultamiento. Ver: Viñas, David, Indios, Ejército y Frontera, Santiago Arcor Editor, Buenos Aires, 2003. 30 Entre otros, la colección "Lucha de fronteras con el indio", incluía los siguientes títulos: Crónicas Militares, de J. J. Biedma; Partes detallados de la expedición al desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833, del Cnel. J. A. Garrretón; Las caballadas en la guerra del indio, del Tte. Cnel. E. E. Ramayón, La conquista del desierto, de J. C. Walther; La nueva línea de fronteras. Memoria especial de Ministerio de Guerra y Marina, año 1877. (A. Alsina); La armada en la conquista del desierto, de E. González Lonzième, etc.. 31 Nos referimos a Atilio Curiñanco y a Rosa Nahuelquir, quienes, por un fallo de la “Justicia” de la provincia de Chubut, perdieron sus 385 hectáreas a favor de del empresario multimillonario italiano Benetton. Cabe destacar que, en relación a los pueblos originarios, la actitud de las

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Provincia de Buenos Aires) de 53.000 ha., "concedida" por la Legislatura de la

Provincia de Buenos Aires en el año 1881, como premio por su condición de

jefe de la "Campaña al desierto". También el campo La Argentina (San Andrés

de Giles) de 10.000 ha, amén de otras propiedades en Córdoba heredadas de

su esposa, Clara Funes, fallecida en 1890, y otros inmuebles urbanos de gran

valor.

Está también la riqueza de su familia, en particular la de su hermano coimero

Ataliva, un "empresario" proveedor del Ejército durante la Guerra del Paraguay,

comprador - vendedor de los boletos asignados a los soldados que participaron

en la "Campaña al desierto". El mismo que llevó a Sarmiento a inventar un

verbo: atalivar, para hacer referencia a una forma de amasar fortunas

aprovechando vínculos político - familiares y “proveyendo” al Estado. Roca y su

hermano prefiguran la patria contratista. La concesión de tierras fiscales

también sirvió como instrumento para beneficiar a otro hermano: Rudecindo,

quien logró acaparar una gran cantidad de hectáreas en el Territorio Nacional

de Misiones.

Ezequiel Martínez Estrada afirmaba en relación al indio que "Las campañas

llevadas contra él no fueron empresas de civilización, sino grandes

especulaciones para fundar y consolidar un sistema agropecuario que

enriqueciera a un amplio grupo de familias..."32.

En síntesis: Roca Prefigura a todos organizadores de los intereses de las

clases dominantes (recurran o no al consenso) y a todos los desarticuladores

de clases subalternas, incluyendo a los que desde el populismo, el

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