protagoras o los sofistas.pdf

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BIBOOTEGA FILOSÓFICA. OBRAS COMPLETAS DI! PLATÓN FCM3 E:Í LE;;GÜA KíELLñüi M;ii ;Í!EHHE3 D. PATRICIO DE AZCÁRATE DIÁLOGOS. PROTAGORAS. PRI.MER HIPIAS.—MRNEXENES. tON.-IJSIS.-'FEDRO. MADRID MEBINA Y NAVARRO, EDITORES ARENAL, W, LIBUERÍA Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 2, Madrid 1871

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  • BIBOOTEGA FILOSFICA.

    OBRAS COMPLETAS DI!

    PLATN F C M 3 E: LE;;GA KELLi M;ii ; ! E H H E 3

    D. PATRICIO DE AZCRATE

    DILOGOS. P R O T A G O R A S .

    PRI.MER HIPIAS.MRNEXENES. tON.-IJSIS.-'FEDRO.

    MADRID MEBINA Y NAVARRO, EDITORES

    ARENAL, W , LIBUERA

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • OBRAS COMPLETAS DE PLATN.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • Esta traduccin es propiedad; quedando hecho el depsito que la ley previene.

    Imprenta de la Biblioteca da Instruccin y Recreo.Esplritu-Santo, 35 triplicado.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • B I B L I O T E C J ^ F I L O S O F I O - A . .

    OBRAS COMPLETAS DE

    P L A T N PUESTAS EN L E I A CiSTELLANA POR

    D. PATRICIO DE AZCRATE SOCIO CORRESPONDIENTE DE LA ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLTICAS

    V DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA.

    TOMO II.

    MADRID MEDINA Y NAVAFIRO, EDITORES

    HORTALKZA, 3 9

    1871

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • DILOGOS DE PLATN. PRIMERA SERIE.

    DILOGOS SOCRTICOS.

    TOMO 11. PROTGORAS. - PRIMER HIPIAS. MENEXENES. ION.

    LISIS. FEDRO.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • PROTAGORAS.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • ARGUMENTO.

    El nombre de Protgoras puesto la cabeza de este dilogo; la solemnidad de una especie de presentacin oficial del joven Hipcrates al clebre sofista, hecba de-lante de testigos por Scrates; lo escogido de los perso-najes que deben asistir la discusin que se va suscitar, Antimoeros deMendo, Hipias de Elea, Prodico de Ceos. amigos de Protgoras; Palaros, Jantipo, Agaton, sus discpulos ; esta reunin imponente de sofistas, de jve-nes y de extranjeros, que concurren como dn espectculo, constituyen un conjunto de detalles caractersticos, que descubren el pensamiento ntimo de Platn en esta com-posicin la vez divertida y severa, irnica y profunda; deleitar ilustrar todo la vez, poniendo en accin, por medio de la crtica, las costumbres y el espritu de los sofistas. Este es uno de esos cuadros, aunque ms en grande , que Scrates acostumbraba presentar en sns polmicas diarias vista del pblico, para llevar cabo su reforma, y en las que empleaba con arte la irona y el buen sentido para desacreditar la escuela sofstica, entre-gando al ridculo y, por ltimo, condenando al silencio sus ms famosos jefes.

    Era preciso dar representacin estas escenas de come -dia, en las que Protgoras desempea el papel de corifeo de los sofistas , mientras que Scrates se complace en to-mar , tan pronto el papel de un farsante burln, tan pronto el de un espectador descontento y despiadado, y de aqu el objeto de la discusin producido naturalmente por la

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 10 situacin del joven hijo de Apollodoro. Hipcrates soli-cit, en efecto, de Scrates que le proporcionara un maes-tro capaz de ensear lo que debe saber un joven de su edad. Qu otra cosa puede ser sino la virtud? la virtud puede ser enseada?; h aqu la cuestin. Protgoras sos-tiene la afirmativa, y Scrates la tesis contraria; y este debate contradictorio forma el curso de este dilogo, que algunas lneas bastarn para resumir.

    Protgoras, para darse importancia los ojos de S-crates y de la gente que le rodea, se alaba de ensear el arte de gobernar los negocios privados y pblicos, es de-cir, la poltica. Scrates se sorprende de que la poltica pueda ensearse , por la sencilla razn de que los nego-cios pblicos son, entre todos, los nicos sobre los que los ciudadanos de todas las condiciones y de todas las profesiones son admitidos diariamente dar su dictamen, y esto sin haber recibido jams ninguna enseanza. Tam-bin lo extra por esta otra razn, y es que los ms gran-des polticos, Percles, por ejemplo, jams han podido trasmitir sus hijos su propia habilidad.

    Poco impresionado con estos dos argumentos, el sofista propone con confianza dar, ya con el auxilio de una fbula, ya valindose del razonamiento , la prueba incontestable de que la poltica puede ensearse. Refiere entonces la vieja leyenda de los dioses, encargando Epimeteo y su hermano Prometeo dar facultades diversas todos los seres del universo, la imprevisin de Epimeteo, el maoso robo de Prometeo en las fraguas de Vulcano, en fin, la intervencin suprema de Jpiter , dando liberalmente cada uno de los mortales una parte de los bienes que an no se habian repartido, la justicia y el pudor. Gracias estas dos virtudes , que estn en el fondo mismo de la poltica, nada ms natural, ni ms necesario, que el que todos los ciudadanos sepan deliberar sobre las cosas p-blicas. Esta ciencia es un don de los dioses. Y as es que

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  • 11 no hay un hombre sobre la tierra que imagine otro hom-bre, es decir, un ser en todo semejante l, privado de la idea de la justicia. H aqu cmo queda desvanecida la primera duda de Scrates.

    Protgoras rebate de la misma manera la segunda ob-jecin de Scrates. Cmo puede sostenerse que la justicia no puede ensearse, cuando es constante que los hombres injustos son todos los dias y por todas partes reprimidos y castigados? Si la privacin de la idea de justicia fuese un defecto de la naturaleza, seria una locura imponer casti-gos los que la naturaleza hubiere privado de ella. Se castiga los enfermizos y contrahechos? No, porque no est en su mano remediarlo. Pero se castiga los malos, porque est en su mano hacerse justos. Los hombres pien-san, por lo tanto, que se puede aprenderla justicia. Y as todos los ciudadanos, tanto por s mismos, como por me-dio de los maestros, se esfuerzan , interesndose en los negocios pblicos, en inspirar sus hijos la idea de la justicia. Y si los hijos de los hombres virtuosos raras veces heredan la virtud de sus padres, la razn de esto es muy sencilla; es porque los hombres no reciben todos dis-posiciones igualmente felices, y la adquisicin de la ms elevada virtud reclama un natural mejor y mayores es-fuerzos que lo que requiere la prctica de una virtud comn.

    La discusin hasta ahora aparece muy superficial, porque no sale del dominio de los hechos y de los acciden-tes , sin remontar un principio. Scrates, cambiando de tctica, emprende el tratar la cuestin fondo. Partiendo del principio evidente de que para saber si la virtud puede ser enseada, es necesario saber en qu consiste, pregunta Protgoras si la virtud sus ojos es una en su esencia compuesta de partes independientes las unas de las otras, como la justicia, la templanza, el valor. El sofista se es-fuerza en sostener la ltima opinin, hasta que Scrates

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  • 12 le obliga insensiblemente; por una cadena indisoluble de concesiones, contradecirse s mismo, y, en fin, con-venir, pesar suyo, en que la virtud es una por naturaleza. Sostener que se compone de partes absolutamente dis-tintas , es confesar, por lo pronto, que cada una de estas partes nada tiene en s de la esencia de la otra, de suerte que la justicia excluira al valor, y la santidad la jus-ticia. De aqu esta consecuencia absurda: que la justicia no puede ser valiente, ni la santidad justa. En segundo lugar, si las partes de la virtud se oponen las unas las otras, una misma cosa podra tener muchas contrarias, lo que implica contradiccin. No, la virtud es una en su esencia, una en su esfuerzo, y todas estas partes, que se separan indebidamente, no son otra cosa que modos di-versos de la virtud; diversos, pero no exclusivos, conte-nidos y unidos en su esencia misma, como las consecuen-cias lo estn en su principio. Diferentes en aparien-cia y solamente de nombre, estas virtudes en el fondo se llaman la una la otra, se encadenan, se asocian, y no forman ms que un todo. H aqu cmo Scrates, bajo la idea de virtud, abrazando todas las virtudes particulares, establece un principio, que los estoicos, despus de l, falsearon exagerndole. Considerada de esta manera la virtud, no entra en el alma, como lo pretende Prot-goras, por una enseanza progresiva y diversa que poco poco la penetre por el precepto y por el ejemplo, para que nazca en ella, primero la justicia y despus el valor. La virtud con sus dones diversos nace de la inspiracin de una naturaleza honesta, que por su propio esfuerzo abraza la vez la esencia y todos los modos, debido al sentimiento innato del bien, que la precede y que la crea. Esta ciencia verdaderamente anterior y superior la vir-tud , ninguno puede ensearla, porque cada rmo debe sa-carla de s mismo; nace con nosotros.

    Esta argumentacin que parece no tener rplica, no

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  • 13 convenci, sin embargo, al sofista, que quiso sostenerse haciendo esta ltima objecin: que el valor es nece-sariamente una virtud distinta de todas las dems, puesto que es dado al ms injusto y al ms depravado de los hom-bres mostrar valor. Scrates, valindose de razones que reproducen en el fondo ciertos pasajes del Laques, res-ponde , que el valor, desprovisto de prudencia ms bien de ciencia, no es el verdadero valor. El fondo del verda-dero valor es la ciencia de las cosas que son de temer y de las que no lo son. De aqu se sigue, puesto que todas las virtudes forman una sola, que Scrates parece contrade-cirse, convirtiendo la ciencia en condicin de la virtud. Si es una ciencia, se la puede ensear, lo cual es una contradiccin patente con la conclusin que precede.

    Sea que Scrates no haya tenido por objeto, al fin del debate, ms que probar Protgoras que sabe mejor que un sofista defender y probar el pro y el contra, sea que se propusiera dejar sin resolucin la cuestin principal, es decir, si la virtud puede no puede ser enseada, S-crates rompe la conversacin, dirigiendo al sofista este ltimo epigrama: quiz venga un dia en que llegue saber que Protgoras es el ms sabio de los hombres.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • PROTAGORAS

    LOS SOFISTAS,

    PRIMEROS INTERLOCUTORES.

    UN AMIGO DE SCRATES Y SCRATES. SEGUNDOS I N T E R L O C U T O R E S .

    HIPCRATES.PROTAGORAS.ALCIBIADES. CRITIAS. P R O D I G O . - H I P I A S .

    EL AMIGO DE SCRATES. De dnde vienes? Scrates. Pero para qu es pregnin-

    tarlo? Vienes de,la caza ordinaria la que te arrastra el hermoso Alcibiades. Te confieso que el otro dia me com-placa en mirarle, porque me pareca que, pesar de ser un hombre ya formado, es muy hermoso; porque, ac entre nosotros, puede decirse que no est en su primera juventud, y la barba hace sombrear ya su semblante.

    SCRATES. Qu tiene que ver eso? Crees que Homero haya co-

    metido un error en haber dicho que la edad de un joven que comienza tener barba es la ms agradable? (1) Esta es precisamente la edad de Alcibiades.

    EL AMIGO DE SCRATES. Acabo de dejarle. Cmo ests t con l?

    (1) Homero, Odisea, I. X. v. 279.

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  • 16 SCRATES.

    Muy bien, y boy he notado que estaba conmigo mejor que nunca, porque ha dicho mil cosas en mi favor, y ha tomado mi partido; acabo de dejarle,y te dir una cosa que te parecer bien extraa, y es, que en su presencia no me fijaba en l, y muchas veces me olvidaba que estaba all.

    KL AMIGO DE SCRA,TES. Qu es lo que os ha sucedido al uno y al otro? Has

    encontrado por ventura en la ciudad algun joven ms hermoso que Alcibiades?

    SCRATES. Mucho ms hermoso.

    EL AMIGO DE SCRATES. Muy bien; es ateniense extranjero?

    SCRATES. Extranjero.

    EL AMIGO DE SCRATES. De dnde es?

    SCRATES. De Abdere.

    E l AMIGO DE SCRATES. Tan hermoso te ha parecido, que tus ojos ha edip-

    sado al hijo de Clinias? SCRATES.

    Hay nada, amigo mi, que impida que el ms sabio aparezca tambin el ms hermoso?

    EL AMIGO DE SCRATES. Pero qu! acabas de ver algun hombre sabio?

    SCRATES. S, un sabio, el ms sabio de los hombres que hoy

    existen; si Protgoras puede parecerte tal. BL AMIGO DE SCRATES.

    Qu me dices? Qu! Protgoras est aqu? SCRATES.

    S, hace tres dias.

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  • 17 BL AMIGO DB SCRATES.

    y acabas ahora mismo de dejarle? SCRATES.

    S, en este momento, y despus de una conversacin muy larga.

    EL AMIGO DE SCBATES. Ah si no tuvieses cosa urgente que hacer no quer-

    ras referirnos esa conversacin? Sintate, te suplico, en el sitial que ocupa este nio, que te le ceder.

    SCRATES. Con todo mi corazn, y me dar por complacido, si

    queris escucharme. EL AMIGO DB SCRATES.

    Los complacidos seremos nosotros, si te dignas referr-noslo.

    SCRATES. Unos y otros quedaremos obligados, y ahora escu-

    chadme. Esta maana, cuando an no habia amanecido, Hipcrates, hijo de Apollodoro y hermano de Fason, vino llamar muy fuerte mi puerta con su bastn, y apenas le abrieron, cuando se fu derecho mi cuarto, diciendo en alta voz:Scrates, duermes? Como conociera su voz, le dije: hola Hipcrates, qu nueva te trae?Una gran nueva, me dijo.Dios lo quiera, le respond. Pero qu nueva es la que te trae aqu tan de maana?Protgoras est en la ciudad, me dijo, mantenindose en pi frente mi cama.Ya est aqu desd antes de ayer, le repuse; no lo has sabido hasta ahora?No lo supe hasta esta noche. Diciendo esto, se aproxim mi cama tientas, se sent mis pies, y continu hablando de esta manera: Volv ayer por la tarde, ya muy tarde, del pueblo de Oenoe, donde fui para coger mi esclavo Stiro, que se me habia fugado; pensaba decrtelo antes, pero no s qu otra cosa borr de mi espritu esta idea. Cuando estuve de vuelta, despus de cenar, y cuando bamos ya acos-

    ToMo II. 2

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  • 18 tamos, fu mi hermano decirme que Protgoras estaba aqu. El primer pensamiento que me ocurri fu teir darte esta buena noticia, pero habiendo reflexionado que la noche estaba muy avanzada, me acost, y despus de un ligero sueo que me ha repuesto de las fatigas de mi viaje, me levant y me vine aqu corriendo.Yo que co-nozco Hipcrates como un hombre de corazn, y que le veiatodo azorado, le dije: pero qu es? Protgoras te ha hecho alguna injuria?S, por los dioses, me respon-di rindose, me ha hecho la injuria de ser sabio l slo, y no hacerme m sabio.Oh! le dije, y si le das dinero y le puedes comprometer que te admita por discpulo, tambin te hara sabio.Quiera Jpiter y los dems dio-ses que as sea! me dijo; gastar hasta el ltimo bolo y agotar la bolsa de mis amigos, si tal sucede. Lo que me trae es suplicarte que le hables por m; porque adems de que yo soy demasiado joven, jams le he visto ni co-nocido , pues cuando hizo aqu su primer venida, era yo un nio. Pero oigo decir todo el mundo muy bien de l y se asegura que es el ms elocuente de los hombres. No ser bueno que vayamos su casa antes de que salga? Me han dicho que est en casa de Callas, hijo de Hiponico; vamos all, te lo suplico encarecidamente.Es dema-siado temprano, le dije, pero vamos pasearnos mi prtico; all hablaremos hasta que rompa el dia, y des-pus iremos; te aseguro que le encontraremos, porque Protgoras no sale.

    Bajamos, pues, al prtico, y estando pasendonos, quise penetrar el pensamiento de Hipcrates. Ck)n esta mira, para sondearle le pregunt: y bien, Hipcrates, vas casa de Protgoras ofrecerle dinero para que te ensee alguna cosa; qu hombre piensas que es, y qu hombre quieres que te haga? Si fueses casa de Hi-pcrates , ese gran mdico de Cos, que lleva el mismo nombre que t, y que desciende de Esculapio, y le ofre-

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  • 19 cieses dinero, si alguno te preguntase: Hipcrates, qu clase de hombre pretendes dar este dinero destinado Hi-pcrates?Yo responderla; un mdico.Yqu es lo que querras hacerte, dando ese dinero?Mdico, dira.Y si fueses casa de Policleto de Argos casa de Fidias de Atenas, y les dieses dinero para aprender de ellos al-guna cosa, y te preguntasen en igual forma, quines son estos dos hombres Policleto y Fidias quienes ofreces di-nero, qu responde-ias?Que son escultores.Y si te preguntasen para qu, respecto de t?Para hacerme es-cultor, responderla.

    Est perfectamente. Ahora vamos t y yo casa de Protgoras, dispuestos darle todo lo que pida por tu instruccin, hasta donde alcance nuestra fortuna; y si no alcanza, acudiremos los amigos. Si alguno, viendo este empeo tan decidido, nos preguntase: Scrates Hip-crates, decidme, dando este dinero Protgoras , qu hombre creis darlo? qu le responderamos? Con qu nombre conocemos Protgoras, como conocemos Fi-dias con el de estatuario, y Homero con el de poeta? Cmo se llama Protgoras? Se llama Protgoras un sofista, Scrates.Bueno, le dije, vamos dar nues-tro dinero un sofista.Seguramente.Y si el mismo hombre, continuando, te preguntase lo que quieres ha-certe t con Protgoras? A estas palabras, mi hombre ru-borizndose , porque el dia estaba ya claro para observar el cambio de semblante, si hemos de seguir, me dijo, nuestro principio, es claro que yo me quiero hacer un so-fista,Cmo! tendras valor para darte por sofista la faz de los griegos? Si tengo de decir la verdad, te juro, Scrates, que me d;iria vergenza. Ah! ya te en-tiendo , mi querido Hipcrates , tu intencin no es de ir la escuela de Protgoras, sino como has ido la de un gramtico, la de un tocador de lira un maestro de gimnasia; porque t no has ido casa de todos estos

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  • 2 0 , maestros para estudiar fondo su arte , y para hacerte profesor, sino solo para ejercitarte y aprender lo que un ciudadano , un hombre libre , debe necesariamente saber. S, me dijo, h aqu el provecho que justamente quiero sacar de Protgoras.Pero sabes lo que vas hacer? le dije. Qu?Vas poner tu alma en manos de un sofista, y apostar que no sabes qu es un sofista. No sabiendo lo que es, tampoco sabes quin vas confiar lo ms^precioso que t tienes ignoras si lo pones en bue-nas en malas manos.Por qu?; yo creo saberlo.Dme, pues, lo que es un sofista. Un sofista , como su mismo nombre lo demuestra , es un hombre hbil que sabe mu-chas y buenas cosas.Lo mismo se puede decir de un pintor de un arquitecto. Son gentes hbiles, que saben muy buenas cosas. Pero si alguno iws preguntase en qu son hbiles, no dejaramos de contestarles, que en todo lo relativo hacer cuadros y construir edificios. Si se nos preguntase en qu es hbil un sofista, qu le responde-ramos? Cul es precisamente el arte de que hace profe-sin? Qu diriamos que es?Diriamos, Scrates, que su profesin es hacer hombres elocuentes.Quiz diria-mos la verdad, y esto ya es algo; pero no es todo , y tu respuesta reclama otra pregunta: sobre qu materias hace un sofista uno elocuente? Por qu un tocador de lira hace su discpulo elocuente en lo que corresponde al manejo de la lira?Eso es claro. En qu el sofista hace otro elocuente, no es en lo que sabe?Sin duda. Qu es lo que sabe y qu es lo que ensea los dems? En verdad, Scrates, no podr decrtelo.

    Cmo? le dije, ah! no sabes qu peligro te expo-nes ? Si tuvieras precisin de poner tu cuerpo en manos de un mdico que no conocieses, y que lo mismo que puede curarte puede matarte, no te miraras mucho? No llamaras tus amigos y tus parientes para consul-tar con ellos? y no tardaras ms de un da en resolver-

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  • 21 te? Estimas infinitamente ms tu alma que tu cuerpo, y ests persuadido de que de ella depende tu felicidad tu desgracia, segn que est bien mal predispuesta; y sin embargo, cuando se trata de su salud, no pides consejo ni tu padre, ni tu hermano, ni ninguno de nosotros que somos tus amigos; ni tomas un solo momento para deliberar si debes entregarte un extranjero que acaba de llegar; si no que, sin ms que saber ayer tarde y bien tarde su llegada, vienes al dia siguiente , antes de rayar el alba , para ponerte sin dudar en sus manos, y con la firme resolucin de gastar para ello no slo tu fortuna, sino tambin la de tus amigos. Este es negocio concluido; es preciso entregarse Pi-otgoras, quien no conoces, como t mismo lo confiesas, y quien jams has habla-do ; slo sabes que es un sofista, y vas abandonarte en sus manos, ignorando al mismo tiempo loque es un sofis-ta.Loque me dices es muy cierto, Scrates; tienes razn. No adviertes, Hipcrates , que el sofista es un mercader de todas las cosas de que se alimenta el alma? Asi me parece, Scrates, me dijo. Pero cules son las cosas de que se alimenta el alma? Son las ciencias, le respond. Pero , mi querido amigo, es preciso estar muy en guardia con el sofista , no sea que, fuerza de pon-derarnos sus mercancas, nos engae, como hacen los que nos venden las cosas necesarias para el alimento del cuer-po; porque stos ltimos, sin saber si los gneros que ponen en venta son buenos lialos para la salud, los alaban excesivamente para salir lo ms pronto posible de ellos, sin que los que los compran los conozcan mejor, menos que el comprador sea algn mdico algn maestro de palestra. Lo mismo sucede cou estos mercaderes, que van por las ciudades vendiendo su ciencia los que desean adquirirla , y alaban indiferentemente todo lo que ven-den. Puede suceder que la mayor parte de ellos ignoren si lo que venden es bueno malo para el alma, y que

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  • 22 ^ los que compran estn en la misma ignorancia, menos que no se encuentre alguno que sea buen mdico de alma. Si te conoces, pues; si sabes Ip que es bueno malo, puedes comprar con seguridad las ciencias en casa de Protgoras en la de todos los dems sofistas; pero si no te conoces, no expongas lo que te debe ser ms caro en el mundo, mi querido Hipcrates, porque el riesgo que se corre en la compra de las ciencias es mucho mayor que el que se corre en la compra de las provisiones de boca. Despus que se han comprado estas ltimas, se las lleva casa en cestos vasijas que no las pueden alterar, y antes de gastarlas, se tiene tiempo para consultar y lla-mar en su socorro ios que saben qu cosas deben comerse beberse, qu cantidad puede tomarse y el tiempo en que debe hacerse; de manera que el peligro nunca es grande. Pero respecto de las ciencias, no sucede lo mismo; porque no se las puede poner en ningn cesto vasija, sino en el alma, y desde que queda hecha la compra, el alma nece-sariamente las lleva consigo y las retiene por el resto de sus dias. Sobre este objeto debemos consultarnos con per-sonas de ms edad y ms experimentadas que nosotros; porque nosotros somos demasiado jvenes para decidir so-bre un negocio tan importante. Pero vamos all , puesto que estaraos en camino; oiremos Protgoras, y despus de haberle oido, se lo comunicaremos los dems. Pro-tgoras no estar solo, y encontraremos all Hipias de Elea, y aun creo que estar Prodico de Ceos y muchos otros, gente toda de ciencia.

    Tomada esta resolucin, emprendimos nuestra marcha. Cuando llegamos la puerta, nos detuvimos para termi-nar una ligera disputa que sostuvimos mientras nos diri-gamos la casa; esto ocup un poco de tiempo hasta que nos pusimos de acuerdo. Pienso, que el portero, que es un viejo eunuco, nos escuch, y que aparentemente el n-mero de sofistas que llegaban all cada momento le ha-

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  • 23 bia puesto de mal humor con todos los que se aproxima-ban la casa; pues apenas hubimos llamado, cuando abriendo su puerta y mirndonos, dijo: ah ah! an ms sofistas, ya no es tiempo; y tomando su pitrta con sus dos manos nos dio con ella en el rostro, cerrndola con toda su fuerza. Nosotros volvimos llamar, y "nos respondi de la parte de adentro: qu! no me habis entendido? ya os he dicho, que mi amo no ve nadie.Amigo mi, le dije, no venimos aqu interrumpir Calilas, ni somos so-fistas; abre, pues, sin temor; nosotros venimos ver Protg"oras, y t te vasta anunciarnos. A pesar de esto, se hizo violencia en abrirnos la puerta.

    Cuando entramos, encontramos Protgoras, que se pa-seaba delante del prtico, y con l estaban de un lado Ca-lilas, hijo de Hiponico y su hermano uterino Pralos, hijo de Fereles, y Carmides, hijo de Glaucon; y del otro lado estaban Jantipo, el otro hijo de Fereles, Filipides, hijo de Filomeles, y Antimeros de Menda (1) el ms famoso discpulo de Protgoras, y que aspira ser sofista. De-trs de ellos marchaba una porcin de gente, que en su mayor nmero parecan extranjeros, que son los mismos que Protgoras lleva siempre consigo por todas las ciu-dades por donde pasa, y los que arrastra por la dulzura de su voz, como Orfeo. Entre ellos habia algunos atenien-ses. Cuando vi esta magnfica reunin, tuve un placer sin-gular en ver con qu aplomo y con qu respeto marchaba toda esta comitiva detrs de Protgoras, teniendo el ma-yor cuidado en no ponerse delante de l. Desde que Prot-goras daba la vuelta con los que le acompaaban, se veia aquella turba, que le segua, colocarse en crculo dere-cha izquierda, hasta que l pasaba, y en seguida colo-carse detrs.

    Despus de l, vislumbr, sirvindome de la expresin

    (1) Ciudad de Tracia,

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  • 24 > .

    d Homero (1), Hipias de Elea, que estaba sentado al otro lado del prtico en un sitial elevado, y cerca de l sobre las gradas observ Eriximaco, hijo de Acme-nes, Fedro de Mirriusa (2), Andron, hijo de Androtion, y algunos extranjeros de Elea mezclados con los dems. Al parecer dirigian algunas preguntas de fsica y de as-tronoma Hipias, Hipias de lo alto de su asiento re-solva todas sus dificultades. Asimismo vi all Tan-taro (3), quiero decir, Prodico de Ceos, que habia lle-gado tambin Atenas, pero estaba en un pequeo cuarto que sirve ordinariamente de despacho Hiponico, y que Callas, causa del excesivo nmero de huspedes, habia arreglado para estos extranjeros, despus que le hubo des-ocupado. Prodico estaba an acostado, envuelto en pieles y cobertores, y cerca de su cama estaban sentados Pausa-nas, del pueblo de Ceramis, yunjvenquemeparecibien portado y el mshermosodelmundo.Meparecehaberoido llamarle Agaton, y mucho me engaar, si Pausanas no estaba enamorado de l. Adems estaban los dos Adiman-tos, el uno hijo de Cefis y el otro hijo de Lelicolofides, y algunos otros jvenes. Como yo estaba de la parte de fuera, no pude saber el objeto de su conversacin, por ms que desease ardientemente oir Prodico que me pareca un hombre muy sabio, mas bien, un hom-bre divino. Pero tiene la voz tan gruesa, que causaba en la habitacin cierto eco que impedia oir distintamente lo que decia. Entramos nosotros, y un momento despus llegaron el hermoso Alcibiades, como tienes costumbre de llamarle y con mucha razn, y Critias, hijo de Ca-Uescrus.

    Despus de estar all un poco de tiempo y de ver lo que

    (1) Esta palabra se toma del libro II de la Odisea, verso 601. (2) Aldea de tica. (3) Homero, O/tV?, lib. XI. v. 58,

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 26 pasbanos dirigimosProtgoras. Cerca ya de l, le dije:

    Protgoras, Hipcrates y yo venimos aqu para verte. Queris habl!,rme en particular delante de toda

    esta gente? Cuando te haya dicho el objeto de nuestra venida,

    le dije, t. mismo vers lo que ms conviene. Y qu es lo que os trae? nos dijo. Hipcrates, que aqu ves, le respond, es hijo de

    Apollodoro, una de las ms grandes y ricas casas de Atenas, y es de tan buen natural, que ningn hombre de su edad le iguala; quiere distinguirse en su patria, y est persuadido de que, para conseguirlo, tiene necesidad de tus lecciones. Ahora ya puedes decir si quieres que conver-semos en particular delante de todo el mundo.

    Est muy bien, Scrates, que tomes esta precaucin para conmigo; porque tratndose de un extranjero que va las ciudades ms populosas, y persuade los jvenes de ms mrito que abandonen sus conciudadanos, pa-rientes y dems jvenes ancianos, y que slo se liguen l para hacerse ms hbiles con su trato, son pocas cuantas precauciones se tomen, porque es un oficio muy delicado, muy expuesto los tiros de la envidia, y que ocasiona muchos odios y muchas asechanzas. En mi opi-nin, sostengo que el arte de los sofistas es muy antiguo, pero los que la han profesado en los primeros tiempos, por ocultar lo que tiene de sospechoso, trataron de encu-brirla , unos, con el velo de la poesa como Homero, Hesiodo y Simonides; otros, bajo el velo de las purificaciones y profecas, como OrfeoyMuseo; aquellos la han disfrazado bajo las apariencias de la gimnasia, como ceos de T-rente, y como hoy dia hace uno de los ms grandes sofis-tas qu han existido, quiero decir, Herodico de Selibria (1)

    (1) Selibria, hoy dia Silivri, ciudad del Sudoeste de la Tra-cia sobre la Propntide,

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • en Traciay originario de Megara; y estos la han ocultado bajo el pretexto de la msica, como vuestro Agatocles, gran sofista como pocos , Pitoclides de Ceos y otros muchos.

    Todos estos, como os digo, para ponerse cubierto de la envidia, han buscado pretextos para salir de apuros en caso necesario, y en este punto yo de ninguna manera soy de su dictamen, persuadido de que no han conseguido lo que queran, porque es imposible ocultarse por mucho tiempo los ojos de las principales autoridades de las ciu-dades, que al fin siempre descubren estas urdimbres ima-ginadas por ellos y de que el pueblo no se apercibe por lo ordinario, porque se conforma siempre con el parecer de sus superiores, y se arregla. l en cuanto dicen. Y puede haber cosa ms ridicula, que verse uno sorprendido cuando quiere ocultarse? Lo que esto produce es atraer mayor nmero de enemigos y hacerse ms sospechoso, llegando hasta el punto de tenrsele por un bellaco. En cuanto m, tomo un camino opuesto; hago francamente profesin de ensear los hombres, y me declaro sofista. El mejor de todos los disimulos es, mi parecer, no va-lerse de ninguno; quiero ms presentarme, que ser descu-bierto. Con esta franqueza no dejo de tomar todas las dems precauciones necesarias, en trminos que, gracias Dios, ningn mal me ha resultado por blasonar de sofista, pesar de los muchos aos que ejerzo esta profe-sin, porque por mi edad podria ser el padre de todos los que aqu estis. Por lo tanto, nada puede serme ms agradable, si lo queris, que hablaros en presencia de to-dos los que estn en esta casa.

    Desde luego conoc su intencin, y vi que lo-que bus-caba era hacerse valer para con Prodico Hipias, y enva-necerse de que nosotros nos dirigiramos l, como an-siosos de su sabidura. Para halagar su orgullo, le dije:

    No seria bueno llamar Prodico Hipias, para que nos oyeran?

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • Seguramente, dijo Protgoras. Y Calilas nos dijo: queris que preparemos asientos

    para que hablis sentados? Esto nos pareci muy bien pensado, y al mismo tiempo,

    con la impaciencia de oir hablar hombres tan hbiles, nos dedicamos todos llevar sillas cerca de Hipias, donde ya habia bancos. Apenas se llen este requisito, cuando Ca-lilas y Alcibiades estaban de vuelta, trayendo consigo Prodico, quien habian obligado levantar, y los que con l estaban. Sentados todos, Protgoras, dirigindome la palabra, me dijo :

    Scrates, puedes decirme ahora delante de toda esta amable sociedad, lo que ya habas comenssado decirme por este joven. '

    Protgoras, le dije, no har otro exordio que el que ya hice antes. Hipcrates, quien ves aqu, arde en deseo de gozar de tu trato, y querra saber las ventajas que S9 promete; h aqu todo lo que tenamos que decirte.

    Entonces Protgoras, volvindose hacia Hipcrates; mi querido joven, le dijo, las ventajas, que sacars de tus relaciones conmigo, sern que desde el primer da te sentirs ms hbil por la tarde que lo que estabas por la maana, al da siguiente lo mismo, y todos los dias ad-vertirs visiblemente que vas en continuo progreso.

    Pero, Protgoras, le dije; nada de sorprendente tiene lo que dices y antes bien es muy natural, porque t mismo, por avanzado que ests en aos y por hbil que seas, si alguno te ensease lo que no sabes, precisamente te habas de hacer ms sabio que lo que eres. Ah no es esto lo que exigimos. Supongamos que Hipcrates de re-pente muda de proyecto, y qiieeatra en deseo de adherirse ese pintor joven que acaba de llegar la ciudad, Zeu-xipadeHeracleajque sedirig'el, como al presente se dirige t, y que este pintor le hace la misma promesa que t le haces: que cada da se har ms hbil y har nue-

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

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    vos progresos. Si Hipcrates le pregunta, en qu har tan grandes progresos, uo es claro que Zeuxipo le res-ponder que los har en la pintura? Que le entre en el magn ligarse en la misma forma Ortgoras el Tebano, y que, despus de haber oido de su boca las mismas pro-mesas que t le has hecho, le hiciese la misma pregunta, esto es, en qu se har cada dia ms hbil, no es claro que Ortgoras le responderla que en el arte de tocar la flauta? Siendo esto as, te suplico, Protgoras, que nos respondas con la misma precisin. Nos dices que si Hip-crates intima contigo, desde el primer dia se har ms hbil, al dia siguiente ms an, al otro dia alcanzar nuevos progresos, y as por todos los das de su vida; pero explcanos en qu.

    Scrates, dijo entonces Protgoras, h aqu una cues-tin bien sentada, y me gusta responder los que las presentan de esta especie. Te digo que Hipcrates uo tiene que temer conmigo lo que le sucedera con cual-quier otro de los sofistas, porque todos los dems causan un notable perjuicio los jvenes en cuanto les obligan, contra su voluntad, aprender artes, que no les interesan y que de ninguna manera queran aprender, como la aritmtica, la astronoma, la geometra, la msica, (y diciendo esto miraba Hipias) en vez de que conmigo, este joven no aprender jams otra' ciencia que la que desea al dirigirse m, y esta ciencia no es otra que la prudencia el tino que hace que uno gobierne bien su casa, y que en las cosas tocante la repblica nos hace muy capaces de ecir y hacer todo lo que le es ms ven-tajoso.

    Mira, le dije, si he cogido bien tu pensamiento; pa-rceme que quieres hablar de la poltica, y que te supo-nes capaz para hacer de los hombres buenos ciudadanos.

    Precisamente, dijo l, es eso lo que forma mi or-gullo,

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 29 En verdad, Protgoras, le dije, vaya una ciencia ma-

    ravillosa , si es cierto que la posees, y no tengo dificultad en decirte libremente en esta materia lo que pienso. Hasta ahora haba creido que era esta una cosa que no podia ser enseada, pero puesto que dices que t la enseas, qu remedio me queda sino creerte?'Sin embargo, es justo te diga las razones que tengo para creer que no puede ser enseada, y que no depende de los hombres comunicar esta ciencia los dems. Estoy persuadido, como lo estn todos los griegos, de que los atenienses son muy sa-bios. Veo en todas nuestras asambleas, que cuando la ciu-dad tiene precisin de construir un edificio, se llama los -arquitectos para qu9 den su dictamen; que cuando se quieren construir naves, se hacen venir los carpinteros que trabajan en los arsenales; y que lo mismo sucede con todas las dems cosas que por su naturaleza pueden ser enseadas y aprendidas; y si alguno que no es profesor se mete dar consejos, por bueno, por rico, por noble quesea, no le dan oidos, y lo que es ms, se burlan de l, le silban, y hasta llega el caso de hacer un ruido espantoso para que se retire, si antes no le cogen los ujieres y le echan fuera por orden de los senadores. As se conduce el pueblo en todas las cosas que depen-den de las artes. Pero siempre que .se delibera sobre la or-ganizacin de la repblica, entonces se escucha indife-rentemente todo el mundo. Veis al albail, al aserrador, al zapatero, al mercader, al patrn de buque, al pobre, al rico, al noble, al plebeyo, levantarse para dar sus parece-res, y no se lleva mal; nadie hace ruido como en las otras ocasiones, y nadie se le echa en cara que se ingiera en dar consejos sobre cosas que ni ha apren-dido, ni ha tenido maestros que se las hayan enseado; prueba evidente, de que todos los atenienses creen que la politica no puede ser enseada. Esto se ve no slo en los negocios generales de la repblica, sino tambin en I09

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 30 ' . asuntos particulares y en todos los casos, porque los ms sabios y los ms hbiles de nuestros ciudadanos no pue-den comunicar su sabidura y su habilidad los dems. Sin ir ms lejos, Fereles ha hecho que sus dos hijos, que estn presentes, aprendan todo lo que depende de maes-tros, pero en razn de su capacidad poltica, ni l los ensea, ni los envia casa de ningn maestro, sino que los deja pastar libremente por todas las praderas, como animales consagrados los dioses que vagan errantes sin pastor, para ver si por fortuna se ponen ellos por s mismos en el camino de la virtud. Es cierto que el mismo Fer-eles , tutor de Clinias, hermano segundo de Alcibiades, aqu presente, temeroso de que este ltimo, mucho ms joven, fuese corrompido por su hermano, tom el partido de separarlos, y llev Clinias casa de Arifron (1). para que este hombre sabio tuviese cuidado de educarle instruirle. Pero qu sucedi? Que apenas Clinias estuvo seis meses, cuando Arifron, no sabiendo qu hacer de l, le restituy Fereles. Podra citar muchos otros, que siendo muy virtuosos y muy hbiles, jams han podido hacer mejores, ni sus hijos, ni los hijos de otros, y cuando considero todos estos ejemplares, te confieso, Protgoras, queme confirmo ms en mi opinin de que la virtud no puede ser enseada; y as es, que cuando te oigo hablar como t lo haces, rae conmuevo y comienzo creer que dices verdad, persuadido como estoy de que t tienes larga experiencia, que has aprendido mucho de los dems, y que has encontrado en t mismo grandes recur-sos. Si nos puedes demostrar claramente que la virtud por su naturaleza puede ser enseada, no nos ocultes tan rico tesoro, y l^aznos |M^ t^cipes de l; te lo suplico enca-recidamente.

    No te lo ocultar, dijo, pero escoge; quiera que te

    (1) Hermano do Fereles.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 81 baga, como buen anciano que se dirige jvenes, esta demostracin por medio de una fbula (1), que baga un discurso razonado ?

    Al oir estas palabras, la mayor parte de los que esta-ban sentados exclamaron que l era el jefe y que se le dejase la eleccin. Supuesto eso, dijo, creo que la fbula ser ms agradable.

    Hubo un tiempo en que los dioses existian solos, y no existia ningn ser mortal. Cuando el tiempo destinado la creacin de estos ltimos se cumpli, los dioses los for-maron en las entraas de la tierra, mezclando la tierra, el fuego y los otros dos elementos que entran en la com-posicin de los dos primeros. Pero antes de dejarlos salir luz, mandaron los dioses Prometeo (2) y Epimeteo que los revistieran con todas las cualidades convenientes, distribuyndolas entre ellos. Epimeteo suplic Prometeo que le permitiera hacer por s solo esta distribucin, con-dicin, le dijo, d^ que t la examinars cuando yo la hubiere hecho. Prometeo consinti en ello; y h aqu Epimeteo en campaa. Distribuye unos la fuerza sin la velocidad, y otros la velocidad sin la fuerza; da armas naturales estos y aquellos se las rehusa; pero les da otros medios de conservarse y defenderse. A los que da cuerpos pequeos les asigna las cuevas y los subterrneos para guarecerse, les da alas para buscar su salvacin en los aires; los que hace corpulentos en su misma magnitud tienen su defensa. Concluy su distribucin con la mayor igualdad que le fu posible, tomando bien las medidas, para que ninguna de estas especies pudiese ser destruida. Despus de haberles dado todos los medios de defensa para libertar los unos de la violencia de los otros, tuvo

    (1) La fbula, que era el fuerte de los sostas, suplant la re-ligin natural introdujo el paganismo, que es su corrupcin.

    (2) Hesiodo en su teologa, v. 513,

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 3 2 V

    cuidado de guarecerlos de las injurias del aire y del rigor de las estaciones. Para esto los visti de un vello espeso y una piel dura, capaz de defenderlos de los hielos del invierno y dlos ardores del esto, y que les sirve de abrigo cuando tienen necesidad de dormir, y guarneci sus pies con un casco muy firme, con una especie de callo espeso y una piel muy dura. desprovista de san-gre. Hecho eto, les seal cada uno su alimento; es-tos las yerbas; aquellos los frutos de los rboles; otros las races; y hubo especie la que permiti alimentarse con la carne de los dems animales; pero sta la hizo poco fecunda, y concedi en cambio una gran fecundi-dad las que deban alimentarla, fin de que ella se conservase. Pero como Epimeteo no era muy prudente, no se fij en que haba distribuido todas las cualidades entre los animales privados de razn, y que an le que-daba la tarea de proveer al hombre. No sabia qu partido tomar, cuando Prometeo lleg para ver la distribucin que habia hecho. Vio todos los animales perfectamente arreglados, pero encontr al hombre desnudo , sin ar-mas , sin calzado, sin tener con qu cubrirse. Estaba ya prximo el dia destinado para aparecer el hombre sobre la tierra y mostrarse la luz del sol, y Prometeo no sabia qu hacer, para dar al hombre los medios de con-servarse. En fin, h aqu el expediente que recurri: rob Vulcano y Minerva (1) el secreto de las artes y el fuego, porque sin el fuego las ciepcias no podian poseerse y serian intiles, y de todo hizo un presente al hombre. H aqu de qu manera el hombre recibi la ciencia de conservar su vida; pero no recibi el conoci-miento de la poltica, porque la poltica estaba en poder de Jpiter, y Prometeo no tenia an la libertad de entrar

    (1) Vuleano (el fuego) suministra los instrumentos y la ope-racin; Winerva (el espritu) da el diseiJo y el conocimiento.

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  • 33 en el santuario del padre de los dioses (1), cuya entrada estaba defendida por guardas terribles. Pero, como estaba diciendo, se desliz furtivamente en el taller en que Vulcano y Minerva trabajaban, y habiendo robado este dios su arte, que se ejerce por el fuego, y aquella diosa el suyo , se los regal al hombre, y por este medio se en-contr en estado de proporcionarse todas las cosas nece-sarias para la vida. Se dice que Prometeo fu despus cas-tigado por este robo, que slo fu hecho para reparar la falta cometida por Epimeteo. Cuando se hizo al hombre partcipe de las cualidades divinas, fu el nico de todos los animales, que, causa del parentesco que le unia con el ser divino, se convenci de que existen dio-ses, les levant altares y les dedic estatuas. En igual forma cre una lengua, articul sonidos y dio nom-bres todas las cosas, construy casas, hizo trages, cal-zado , camas y sac sus alimentos de la tierra. Con todos estos auxilios los primeros hombres vivan dispersos , y no habia an ciudades. Se vean miserablemente devora-dos por las hestias. siendo en todas partes mucho ms dbiles que ellas. Las artes que posean er.in un medio suficiente para alimentar.se, pero muy insuficiente para defenderse de los animales, poique no tenan an nin-

    * gun conocimiento da la poltica, de la que el arte de la guerra es una parte. Creyeron que era indispensable re-unirse para su mutua conservacin, construyendo ciuda-des. Pero apenas estuvieron reunidos, se causaron los unos los otros muchos males, porque an no tenan ninguna idea de la poltica. As es que se vieron precisados se-pararse otra vez, y h aqu expuestos de nuevo al furor de las bestias. Jpiter, movido de compasin y temiendo tambin que la raza humana se viera exterminada, envi

    (1) Fortaleza de la que habla Hoiijero cuando dice que J. piter viva separado sobre la cima ms alta del Olimpo.

    TOMO II. 3

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  • 34 ' . Mercurio con orden de dar los hombres pudor y justi-cia, fin de que construyesen sus ciudades y estrechasen los lazos de una comn amistad. Mercurio , recibida esta orden, pregunt Jpiter, cmo debia dar los hom-bres el pudor j la justicia, y si los distribuira como Epi-meteo haba distribuido las artes; porque h aqu cmo lo fueron stas: el arte de la medicina, por ejemplo, fu atribuido un hombre solo, que le ejerce por medio de una multitud de otros que no le conocen, y lo mismo sucede con todos los dems artistas. Bastar, pues, que yo distribuya lo mismo el pudor y la justicia entre un pequeo nmero de personas, las repartir todos in-distintamente ? A todos, sin dudar, respondi Jpiter; es preciso que todos sean partcipes, porque si se entre-gan un pequeo nmero, como se ha hecho con las dems artes, jams habr, ni sociedades, ni poblaciones. Adems , publicars de mi parte una ley, segn la que todo hombre, que no participe del pudor y de la justi-cia , ser exterminado y considerado como la peste de la sociedad.

    Aqu tienes, Scrates, la razn por qu los atenienses y los dems pueblos que deliberan sobre negocios concer-nientes las artes, como la arquitectura cualquier otro, slo escuchan los consejos de pocos, es decir, de los ar-tistas ; y si otros, que no son de la profesin, se meten dar su dictamen, no se les sufre, como has dicho muy bien, y es muy racional que as suceda. Pero cuando se trata de los negocios que corresponden puramente la poltica, como la poltica versa siempre sobre la justicia y la templanza, entonces escuchan todo el mundo y con razn, porque todos estn obligados tener estas virtu-des , pues que de otra manera no hay sociedad. Esta es la nica razn de tal diferencia, Scrates.

    Y para que no creas que te engao, cuando digo que to-dos los hombres estn verdaderamente persuadidos de que

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  • 35 cada particular tiene un conocimiento suficiente de la jus-ticia y de todas las dems virtudes polticas, aqu' tienes una prueba que no te permite dudar. En las dems artes, como dijiste muy bien, si alguno se alaba de sobresalir en una de ellas, por ejemplo, en la de tocar la flauta, sin saber tocar, todo el mundo le silba y se levanta contra l, y sus parientes hacen que se retire como si fuera un hombre que ha perdido el juicio. Por el contrario, cuando se ve un hombre que, hablando de la justicia y de las dems virtu-des polticas, dice delante de todo el mundo, atestiguando contra s mismo, que no es justo ni virtuoso, aunque en todas la dems ocasiones sea loable decir la verdad, en este caso se califica de locura, y se dice con razn, que todos los hombres estn obligados afirmar de s mismos que son justos, aunque no lo sean, y que el que no sabe, por lo menos, fingir lo justo , es enteramente un loco; porque no hay nadie que no est obligado participar de la jus-ticia de cualquier manera, menos que deje de ser hom-bre. H aqu por qu he sostenido que es justo oir indis-tintamente todo el mundo, cuando se trata de la poltica, en concepto de que no hay nadie que no tenga algn co-nocimiento de ella.

    Es preciso que todos se persuadan de que estas virtudes no son, ni un presente de la naturaleza, ni un resultado del azar, sino fruto de reflexiones y de preceptos, que cons-tituyen una ciencia que puede ser enseada, que es lo que ahora me propongo demostraros.

    No es cierto, que respecto los defectos que nos son naturales que nos vienen de la fortuna, nadie se irrita contra nosotros, nadie nos lo advierte , nadie nos re-prende , en una palabra, no se nos castiga para que sea-mos distintos de lo que somos? Antes por lo contrario, se tiene compasin de nosotros, porque quin podra ser tan insensato que intentara corregir un hombre raqu-tico , un hombre feo, un valetudinario? No est todo

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  • 36 el mundo persuadido de que los defectos del cuerpo, lo mis-mo que sus bellezas, son obras de la naturaleza y de la for-tuna? No sucede lo mismo con todas las dems cosas que pasan en verdad por fruto de la aplicacin y del estudio. Cuando se encuentra alguno que no las tiene que tiene los vicios contrarios estas virtudes que deberia tener, todo el mundo se irrita contra l; se le advierte, se le corrig-ey se le castiga. En el nmero de estos vicios entran la injusticia y la impiedad, y todo lo que se opone las virtudes polticas y sociales. Como todas estas virtudes pueden ser adquiridas por el estudio y por el trabajo, todos se sublevan contra los que han despreciado el apren-derlas. Es esto tan cierto, Scrates, que si quieres tomar el trabajo de examinar lo que significa esta expresin: castigar los malos, la fuerza que tiene y el fin que nos proponemos cou este castigo; esto slo basta para probarte que los hombres todos estn persuadidos de que la virtud puede ser adquirida. Porque nadie castiga un hombre malo slo porque ha sido malo, no ser que se trate de alguna bestia feroz que castigue para saciar su cruel-dad. Pero el que castiga con razn, castiga , no por las faltas pasadas, porque ya no es posible que lo que ya ha sucedido deje de suceder, sino por las faltas que puedan sobrevenir, para que el culpable no reincida y sirva de ejemplo los dems su castigo. Todo hombre que se pro-pone este objeto, est necesariamente persuadido de que la virtud puede ser enseada, porque slo castiga respecto al porvenir. Es constante que todos los hombres que ha -cen castigar los malos, sea privadamente, sea en p-blico, lo hacen con esta idea, y lo mismo los atenienses que todos los dems pueblos. De donde se sigue necesaria-mente , que los atenienses estn tan persuadidos como loa dems pueblos, de que la virtud puede ser adquirida y en-seada. As es , que con razo oyen en sus consejos al al-bail, al herrero, al zapatero, porque estn persuadidos

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    de que se pueble ensear la virtud, y me parece que esto est suficientemente probado.

    La nica duda que queda en pi es la relativa los hombres virtuosos. Preguntas de dnde nace que esos grandes personajes hacen que sus hijos aprendan todo lo que puede ser enseado por maestros, hacindolos muy hbiles en todas estas artes, mientras que son impotentes para ensearles sus propias virtudes lo mismo que los dems ciudadanos. Para responder esto, Scrates, no recurrir la fbula cmo antes, sino que ts dar razones muy sencillas, y para ello m basto solo. No crees que hay una cosa, la que todos los ciudadanos estn obliga-dos igualmente, y sin la que no se concibe, ni la socie-dad, ni la ciudad? La solucin de la dificultad depende de este solo punto. Porque si esta cosa nica existe, y no es el arte del carpintero, ni del herrero, ni del alfarero, sino la justicia, la templanza, la santidad, y, en una pa-labra, todo lo que est comprendido bajo el nombre de virtud; si esta cosa existe, y todos los hombres estn obligados participar de ella, de manera que cada par-ticular que quiera instruirse hacer alguna cosa, est obligado conducirse segn sus reglas renunciar todo lo que queria; que todos aquellos que no participen de esta cosa, hombres, mujeres y nios, sean contenidos, repri-midos y penados hasta que la instruccin y el castigo los corrijan; y que los que no se enmienden sean castiga-dos con la muerte arrojados de la ciudad; si todo esto sucede, como t no lo puedes negar, por ms que esos hombres grandes, d que hablas, haga aprender sus hijos todas las dems cosas, si no pueden ensearles esta cosa nica, quiero decir, la virtud, es preciso un mi-lagro para que sean hombres de bien. Ya te he probado que todo el mundo est persuadido de que la virtud puede ser enseada en pblico y en particular. Puesto que puede ser enseada, te imaginas que haya padres que instru-

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  • 38 \ an sus hijos en tedias las cosas, que impunemente se pueden ignorar, sin incurrir en la pena de muerte ni en la menor pena pecuniaria, y que desprecien ensearles las cosas, cuya ignorancia va ordinariamente seguida de la muerte, de la prisin, del destierro, de la confiscacin de bienes, y para decirlo en una sola palabra, de la ruina entera de las familias? No se advierte que todos em-plean sus Cuidados en la enseanza de estas cosas? Si, sin duda, Scrates, y debemos pensar que estos padres, to-mando Sus hijos desde la ms tierna edad, es decir, desde que se hallan en estado de entender lo que se les dice, no cesan toda su vida de instruirlos y reprenderlos, y no slo los padres sino tambin las madres, las nodrizas y los pre-ceptores.

    Todos trabajan nicamente para hacer los hijos virtuo-sos, ensendoles con motivo de cada accin, de cada pa-labra, que tal cosa es justa, que tal otra injusta, que esto es bello, aquello vergonzoso, que lo uno es santo, que lo otro impo, que es preciso hacer esto y evitar aquello. Si los hijos obedecen voluntariamente estos preceptos, se los alaba, se los recompensa; si no obedecen, se los amenaza. se los castiga, y tambin se los endereza como los r-boles que se tuercen. Cuando se los envia la escuela, se recomienda los maestros que no pongan tanto esmero en ensearles leer bien y tocar instrumentos, como en ense-arles las buenas costumbres. As es que los maestros en este punto tienen el mayor cuidado. Cuando saben leer y pueden entender lo que leen, en lugar de preceptos viva voz, los obligan leer en los baos los mejores poetas, y aprenderlos de memoria. All encuentran preceptos excelentes y relaciones en que estn consigna-dos elogios de los hombres ms grandes de la anti-gedad , para que estos nios, inflamados con una no-ble emulacin, les itditen y procuren parecrseles. Los maestros de msica hacen lo misipo, y procuran que sus

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • discpulos no h^gan nada que pueda abochornarles. Cuando saben la msica y tocan bien los mstrmentos. ponen en sus manos composiciones de los poetas lri-cos, obligndolos que las canten acompandose con la lira, para que de esta manera el nmero y la armoma s e i n s i n L en su alma, an muy tierna 7 P ^ - q - ^ -cindose por lo mismo ms dulces, ms tratables, m. cultos, ms delicados, y por decirlo as, ms armomosos y ms de acuerdo, se encuentren los mos en ^sp sic.on de hablar bien y de obrar bien, porque oda la vida del uc iiaua, V, j n,',tnero V de armoma. hombre tiene " ^ ^ ^ ^ ' 1 ^ / ^ ^ ^ ' J v l a adema, los

    No contentos con esto, se ios euvi " maestroTde gimnasia, con el objeto de que. teniendo el maestros uB&i r,,ipaan eiecutar mejoras rdenes cuerpo sano y robusto puedan ejecu J ^^ ^^ (\p nn esritu varonil y sano, y qi^ ^ ^ t m ; r ment no les obligue rehusar e j - - r su patna sea en la guerra, sea en las dems funciones. Los que t en n ms recur os son los que comunmente ponen su^ 1 X 1 cuidado de maestros, de manera que los hyos de l f ^ s ricos son l o s q u e c o ^ i e ^ n ^ - - ^ ^ ^ ^ ^ L ^ ^ a r r c r c u r e n T e r e r s i ^ ^ ^ ^ . 0 cesan de incurr i r hasta que son hombres hechos. Apenas han sa-dod manosdeLmaestros. cuando la patria les obliga

    i aprender las leyes y vivir segn las - g U j e 11-prJcriben, para que cuanto hagan ^^-^S^^J^^-U de r a - y nada V^r^^^^^^^^^^^ era que los ^ -^^''^^/^^^^^^'^^'rreglilla para colocar no tienen firmeza en la mano, una reg I baio del papel, fin de que, copiando las muestras, si S n si mpr! las lneas marcadas; en la misma forma a patri daTlos hombres las leyes que han sido inventada V e Lblecidas por los antiguos legisladores. Ella lo. L t i gobernar y dejarse gobernar segn sus reglas, ; si'algfnr^^^^^^^ le castiga, y esto llamis 00-

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    munmente vosotros, valindoos de una palabra muy propia, enderezar, que es la funcin misma de la ley. Despus de tantos cuidados como se toman en pblico y en particular para inspirar la virtud, extraars, Scrates, y dudars ni un solo momento, que la virtud puede ser enseada? Lejos de extraarlo, deberias sor-prenderte ms, si lo contrario fuese lo cierto.

    Pero de dnde nace que muchos hijos de hombres vir-tuossimos se hacen muy malos? La razn es muy clara, y no puede causar sorpresa, si lo que yo he dicho es exacto. Si es cierto que todo hombre est obligado ser virtuoso, para que la sociedad subsista, como lo es sin la menor duda, escoge, entre todas las dems ciencias y profesiones que ocupan los hombres, la que te agrade. Supongamos, por ejemplo, que esta ciudad no pueda subsistir, si no so-mos todos tocadores de flauta. No es claro que en este caso todos nos entregaramos este ejercicio, que en p-blico y en particular nos ensearamos los unos los otro tocar, que reprenderamos y castigaramos los que no quisiesen aprender, y que no haramos de esta ciencia ms misterio que el que ahora hacemos de la ciencia de la justicia y de las leyes? Rehusa nadie ensear los dems lo que es justo? Se guarda el secreto de esta cien-cia, como se practica con todas las dems? No, sin duda; y la razn es porque la virtud y la justicia de cada par-ticular son tiles toda la sociedad. H aqu pior qu todo el mundo se siente inclinado ensear los dems todo lo relativo las leyes y la justicia. Si sucediese lo mismo en el arte de tocar la flauta, y estuvisemos todos igualmente inclinados ensear los dems sin ninguna reserva lo que supisemos, crees t, Scrates, que los hijos de los mejores tocadores de flauta se haran siempre mejores en este arte que los hijos de los medianos tocadores? Estoy persuadido de que t no lo crees. Los hijos que tengan las ms felices disposiciones para el

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • ejercicio de este arte, serian los que harian los mayores pro-resos , mientras que se fatigarian en vano los dems y no adquiriran jams nombradla , y veriamos todos los dias el hijo de un famoso tocador de flauta no ser ms que una mediana, y, por el contrario, el hijo de un igno-rante hacerse muy hbil; pero mirando al conjunto. todos sern buenos si los comparas con los que jams han ma-neiado una flauta. . .

    En la misma forma ten por cierto que el ms m usto de todos los que estn nutridos en el conocimiento de las leyes y de la sociedad seria un hombre ju.to, y las leye y jn^ticia si le comparas con hasta capaz de enhenar la justicia, bi j gentes que no tienen educacin, m leyes , m tnbuna-fes, ni jueces; que no estn forzados por muguna ne-cidad'rendir 'homenaje la virtud, y que, en na palabra, se parecen esos salvajes que Ferecrates no. p^sent el a'o pasado en las fiestas de Baco Cr^-L si hubieras de vivir, con hombres semejantes o. misntropos que este poeta introduce en su pieza dra-^ I T T i i a s p o r U dichoso cayendo^ ^^ ^^ ^^ ^^ ^ n Fnribate (1) V de un Frinondas, y suspiraras por la Tald de n^ ^^ ^^ ^^ ^ .entes , contra la que declamas hoy tanto Tu mala creencia no tiene otro origen que la faci-Mad'con que todo esto se verifica y como ves que todo e 'mund: e U a la virtud como p.ede,_te ^lace e ^ nue no hay un solo maestro que la ensene. Esto es como r L T c a r a L n Grecia un nuestro que ensea^ ^^ ^^ ^^ ^^ ^ r>.e-a- no le encontrarlas; por qu? Porque todo el mundo la ensea. Verdaderamente, si buscaseis alguno Tp^d^^^s e sear 4 los hijos de los artesanos el oficio T s u s padres, con la misma capacidad que podran ha-cerlo estos mismos los maestros jurados, te confie.o^ sTcrates, con ms razoa , que semejante maestro no sena

    (l) Euribate y Frinondas, insignes malvados.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • *2 ' fcil encontrarle; pero encontrar los que pueden instruir los ignorantes es cosa sencilla. Lo mismo sucede con la virtud y con todas las dems cosas semejantes ella. Por pequea que sea la ventaja que otro hombre

    . tenga sobre nosotros para impulsarnos y encarrilarnos por el camino de la virtud, es cosa con la que debemos enva-necernos y darnos por dichosos. Creo ser yo del nmero de stos, porque s mejor que nadie todo lo que debs practicarse para hacer uno hombre de bien , y puedo decir que no robo el dinera que tomo, pues an merezco ms segn el voto mismo de mis discpulos. H aqu mi modo ordinario de proceder en este caso: cuando al-guno ha aprendido de m lo que deseaba saber, si quiere, me paga lo que hay costumbre de darme, y si no, puede ir uu templo, y despus de jurar que lo que le he ense-ado vale tanto cuanto, depositar la suma que me destine.

    H aqu, Scrates, cul es la fbula y cules son las razones de que he querido valerme para probarte que la virtud puede ser enseada y que estn persuadidos de ello todos los atenienses; y para hacerte ver igualmente que no hay que extraar que los hijos de los padres ms vir-tuosos sean las ms veces poca cosa, y que los dlos igno-rantes salgan mejores, puesto que aqu mismo vemos que los hijos de Policleto, que son de la misma edad que Jan-tipo y Pralos , no son nada si se les compara con su pa-dre , y lo mismo sucede con otros muchos hijos de nues-tros mis grandes artistas. Pero con respecto los hijos de Percles , que acabo de nombrar, no es tiempo de juz-garlos, porque da espera su tierna juventud.

    Concluido este largo y magnfico discurso, Protgoras call; y yo, despus ae haber permanecido largo rato en una especie de arrobamiento, m puse mirarle como quien esperaba que dijese ms y cosas que yo aguarda con mucha impaciencia. Pero viendo que habia efectivamente

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • Z eoncluido , y despus de hacer yo ua esfuerzo para reple-garme sobre mi mismo, me dirig Hipcrates y le dije; en verdad, hijode ApoUodoro, no me es posible expre-sarte mi agradecimiento en haberme precisado venir aqu, porque por nada en el mundo hubiera querido per-der esta ocasin de haber oido Protgoras. Hasta aqu habia credo siempre que de ninguna manera debamos al auxilio del hombre el hacernos virtuosos, pero al pre-sente estoy persuadido de que s una cosa puramente humana. Slo me queda un pequeo escrpulo, que me quitar fcilmente Protgoras, que tan lindas cosas nos acaba de demostrar. Si consultramos sobre estas ma-terias alguno de nuestros grandes oradores, quiz ten-dramos discursos semejantes ste, y creeriamos oir un Percles alguno de los ms elocuentes que hemos te-nido. Pero si despus de esto les propusiramos alguna objecin, no sabran qu decir, ni qu responder, y per-maneceran mudos como un libro; en lugar de que, no oponiendo objeciones y limitndose escucharles , no concluiran nunca , y haran como los vasos de bronce, que una vez golpeados producen por largo tiempo un sonido, si no se pone en ellos la mano se los coge, y h aqu lo que hacen nuestros oradores; se les excita, razonan hasta el infinito. No sucede esto con Protgoras; es muy capaz, no slo de pronunciar largos y preciosos discursos, como acaba de hacerlo ver, sino tambin de responder con precisin y en pocas palabras alas preguntas que se le hagan, asi como de esperar y recibir las respuestas en forma conveniente, cosa que est reservada muy pocos.

    Por ahora, Protgoras, le dije, slo falta una pequea cosa para quedar satisfecho por completo, y me dar por contento cuando hayas tenido la bondad de contestarme. Dices que la virtud puede ser enseada, y si hay en el mundo un hombre quien yo crea sobre este punto , eres t; pero te suplico me quites un escrpulo que me has

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • i

    44 dejado eu el epiritu. Has dicho que Jpiter envi los hombres el pudor y la justicia, y en todo tu discurso has hablado de la justicia, de la templaza y de la santidad, como si la virtud fuese una sola cosa que abrazase todas estas cualidades. Explcame con la mayor exactitud si la virtud es una, y si la justicia, la templanza, la santidad, no son ms que sus partes, si todas las cualidades que acabo de nombrar no son ms que nombres diferentes de una sola y misma cosa. H aqu lo que deseo an sa-ber de ti.

    Nada ms fcil, Scrates, que satisfacerte sobre este punto, porque la virtud es una, y esas que dices no son ms que partes.

    Pero, le dije yo, son partes de la virtud como son la boca, la nariz, los oidos y los ojos partes del semblante? bien lo son como las partes del oro, que son todas de la misma naturaleza que la masa, y slo se diferencian en-tre s por la cantidad?

    Son partes, sin duda, como la boca y la nariz lo sou del semblante.

    Pero, le dije, los hombres adquieren unos una parte de esta virtud y otros otra? necesariamente el que ad-quiere una tiene que adquirirlas todas?

    De ning^una manera, me respondi; porque ves to-dos los dias gentes que son valientes injustas, y otras que son justas sin ser sabias

    Luego el valor y la sabidura son partes de la vir-tud?

    Seguramente , me dijo , y la mayor de sus partes es la sabidura.

    Y cada una de sus partes es diferente de la otra? Sin dificultad. Y cada una tiene sus propiedades, como en las par-

    tes del semblante? por ejemplo, los ojos no son como los oidos , porque tienen propiedades diferentes, y as sucede

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 45 con las dems, que son todas diferentes y no se parecen, ni por su forma, ni por sus cualidades; sucede lo mismo con las partes de la virtud? La una no se parece en ma-nera alguna la otra, y todas se diferencian absoluta-mente entre si y por sus propiedades? Es evidente que ellas no se parecen, si sucede con ellas lo que con el ejem-plo de que nos temos servido.

    Scrates. eso es muy cierto, me dijo. La virtud, le dije, no tiene ninguna otra parte que

    se parezca la ciencia , ni la justicia , ni al valor, ni la templanza, ni la santidad?

    ^No, sin duda. ^Veamos, pues, y examinemos fondo t y yo la na-

    turaleza de cada una de sus partes. Comencemos por la justicia; es alguna cosa real en s no es nada? Yo en-cuentro que es alguna cosa; y W.

    Tambin yo encuentro eso. Si alguno se dirigiese t y m, y nos dijese: Pro-

    tgoras y Scrates, explicadme, oslo suplico, qu es eso que llamis justicia, es alguna cosa justa injusta? Yo le respondera sin dudar, que es alguna cosa justa: no responderas t como yo?

    Seguramente. La justicia consiste, segn vosotros, nos dira, en

    ser justo? Nosotros diriamos que si; no es verdad? Sin duda, Scrates. Y si despus nos preguntase: no decs tambin que

    hay una santidad? Nosotros le diriamos que la tay? Seguramente. Sostenis que esta santidades alguna cosa? cominua-

    ria l; y nosotros se lo concederamosr noes asi? Sin duda. Consiste su naturaleza en ser santa impa? seguira

    diciendo. Confieso que al or esta pregunta, yo monta-ra en clera, ydiria ese hombre: hablad mejor, os lo

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 46 suplico; qu habra de santo en el mundo, si la santidad misma no fuese santa? No responderas t como yo?

    S, Scrates. Si despus, continuando este hombre preguntndo-

    nos, nos dijese: pero qu es lo que habis dicho hace un momento? habr entendido mal? Me parece que dijisteis que las partes de la virtud eran todas diferentes, y que la una jams era como la otra. Yo le respondera: tienes razn, eso se ha dicho ; pero si piensas que soy yo el que lo ha dicho has entendido mal; porque es Protgo-ras el que ha sentado esa proposicin; yo no he hecho ms que interrogarle. Entonces no dejara de dirigirse 't: Protgoras, dira, convienes en que ninguna de las par-tes de la virtud es semejante otra? Es esta tu opinin? Qu responderas?

    Me seria forzoso confesarlo, Scrates. Hecha esta confesin, qu le responderamos, si con-

    tinuase en sus preguntas, y nos dijese: segn t, por consiguiente, ni la santidad es una cosa justa, ni la jus-ticia es una cosa santa, sino que la justicia es impa y la santidad es iiyusta. Qu le responderamos, Protgoras? Te confieso, que por mi parte le respondera que tengo la justicia por santa y la santidad por justa; y s t no me lo impedias, asegurara por t, que ests persuadido de que la justicia es la misma cosa que la santidad , por lo menos, una cosa muy aproximada, y que la santidad es la misma cosa que la justicia muy prxima la justicia. Mira ahora, s me impediras responder esto por t, s convendras en ello.

    Pero, Scrates, me parece que no debemos conceder tan ligeramente que la justicia sea santa y que la santidad sea justa, porque hay alguna diferencia entre ellas. Pero qu hace esto al caso? si quieres, yo consiento en que la justicia sea santa y que la santidad sea justa.

    Cmo, si yo quiero? le dije; no es esto lo que se trata

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 47 de refutar; eres t, soy yo, es nuestro propio convenci-miento, y por lo pronto es preciso quitar, mi parecer, ese si yo quiero, para ilustrar la discuion.

    Sea as, me respondi; admitamos que la justicia se parece en cierta manera la santidad, porque una cosa siempre se parece otra hasta cierto punto. Lo blanco se parece en algo 4 lo negro, lo duro lo blando, y as en todas las cosas que parecen las ms contrarias. Estas partes mismas, que hemos reconocido que tienen propie-dades diferentes, y que la una no es como la otra; quiero decir, las partes del semblante, si te fijas bien en ello, hallars, que aunque sea en poco se parecen, y que son en cierta manera la una como la otra; y en este concepto podras probar muy bien, si quisieses, que todas las cosas son semejantes entre s. Pero no es justo llamar semejan-tes cosas que no tienen entre s ms que una pequea se-mejanza, lo mismo que llamar desemejantes las que se di-ferencia muy poco; porque unaligerasemejanza no hace las co$as semejantes; ni una diferencia ligera, desemejantes.

    Sorprendido de este discurso, le pregunt: te parece que lo justo y lo santo, no tienen entre s ms que una ligera semejanza?

    Esta semejanza, Scrates, no es tan ligera como te he dicho, pero tampoco es tan grande como t piensas.

    Pues bien, le dije, puesto que te veo de mal .talante contra esta santidad y esta justicia, dejemos este punto y pasemos otros. Qu piensas t de la insania? No es una cosa enteramente contraria la sabidura?

    As me parece. Cuando los hombres se conducen bien y tilmente,

    no te parece que son ms templados en su conducta, que cuando hacen lo contrario?

    Sin contradiccin. Son templados por la templanza? No puede ser de otra manera.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 48 'Y los que no se conducen bien, obran locamente y

    no son en manera alguna templados en sn conducta? Convengo en ello. Luego obrar locamente es lo opuesto obrar con

    templanza? Convengo en ello. Lo que se hace locamente procede de la insania y lo

    que se hace con templanza procede de la templanza? S. Luego lo que nace de la fuerza es fuerte, y lo que

    nace de la debilidad es dbil? Seguramente. Es debido la velocidad que una cosa sea ligera, y

    debido la lentitud que sea pesada? Sin duda. Y todo lo que se hace de una misma manera se hace

    por un mismo principio, como lo que se hace de una ma-nera contraria se hace por un principio contrario?

    Sin dificultad. Veamos pues, le dije: hay alguna cosa que se llame

    halla? S. -Este algo bello tiene otro contrario que lo feo? No. No hay algo que se llama lo bueno? - S . Lo bueno tiene otro contrario que lo malo? No, no tiene otro. En la voz no hay un tono que se llama agudo? - S . Y este tono agudo tiene otro contrario que el tono

    grave? No. Cada contrario no tiene vnS que un solo contrario

    y no muchos.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 49

    Lo confieso. Veamos, pues; hagamos una recapitulacin de las

    cosas en que estamos conformes. Hemos convenido en que cada contraria no tiene ms que una sola contraria y no muchas.

    S. Que las contrarias se gobiernan por principios con-

    trarios. Conforme. Que lo que se hace locamente se hace de una manera

    contraria lo que se hace con templanza. S. Que lo que se hace con templanza viene de la tem-

    planza, y que lo que se hace locamente viene de la lo-cura.

    Conforme. Que lo que se hace de una manera contraria debe ser

    hecho por un principio contrario. S. De manera, que una cosa procede de la templanza,

    y otra cosa procede de la locura? Sin, duda. De uar manera contraria? - S . Por principios contrarios? Seguramente. Luego la templanza es lo contrario de la locura? As me parece. Te acuerdas que conviniste antes en que la sabi-

    dura es lo contrario de la insania? S. Y que un contrario no tiene ms que un contrario? Eso es cierto. Por consiguiente cual de estos dos principios nos

    atendremos? mi quejido Protgoi-as. Ser al de que un TOMO ii. 4

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 50 contrario no tiene ms que un contrario, al que supusi-mos antes diciendo que la sabidura es otra cosa que la tem-planza, que una y otra son partes de la virtud, y que no slo son diferentes, sino tambin desemejantes por su na-turaleza y por sus efectos, como las partes del semblante? A cul de estos dos principios renunciaremos? porque no estn de acuerdo, y forman juntos una extraa disonancia. Abl cmo podran concordarse, si se admite como infa-lible, que un contrario no tiene ms que un contrario, sin que pueda tener muchos, y resulta, sin embargo, que la insania tiene dos contrarias, la sabidura y la tem-planza? No te parece t lo mismo? Protgoras.

    Convino en ello pesar suyo, y yo continu. Es preciso que la sabidura y la templanza sean una

    misma cosa, como antes vimos que la justicia y la santi-dad lo son con poca diferencia. Pero no nos cansemos, mi querido Protgoras, y examinmoslo que resta. Te pre-gunto por lo tanto: un bombre que comete una in-justicia , es prudente en aquello mismo en que es injusto?

    Yo, Scrates, me dijo, pudor tendra en confesarlo; sin embargo, es la opinin del pueblo en general.

    Pues bien, quieres que me dirija al pueblo que te hable t?

    Te suplico, me dijo, que por lo pronto te dirijas al pueblo.

    Me es igual, le dije, con tal que seas t el que me responda, porque me importa poco que t pienses de esta de la otra manera, puesto que yo slo examino la cosa misma; y resultar igualmente que seremos examinados el uno y el otro; yo preguntando y t respondiendo.

    Sobre esto Protgoras puso sus reparos, diciendo que la materia era espinosa; pero al fin se decidi y se resolvi responderme. Le dije : Protgoras, respnde-me, te lo suplico, mi primer pregunta; los que hacen

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 51 injusticias, te parece que son prudentes en el acto mismo de ser injustos?

    Sea as, me dijo. Ser prudente no es lo mismo que ser sabio? ; , S., Ser sabio no es tomar el mejor partido en la injusti-

    cia misma? Convengo. Pero los hombres injustos toman el mejor partido

    slo cuando triunfa su injusticia tambin cuando no triunfa?

    Cuando triunfa. No crees que ciertas cosas son buenas? Seguramente. Llamas buenas las que son tiles los hombres? Por Jpiter I hay cosas que no son tiles los hom-

    bres, y no por eso dejo de llamarlas buenas. El tono con que me habl, me hizo conocer que estaba

    resentido, en un completo desorden de ideas y muy pre-dispuesto perder el^aplomo. Vindole en este estado, quise halagarle, y procur preguntarle con ms precau-cin.Protgoras, le dije, llamas buenas las cosas que no son tiles ningn hombre aquellas que no son ti-les en ningn concepto?

    De ninguna manera, Scrates. Conozco muchas co-sas que son daosas los hombres, como ciertos brebajes, ciertos alimentos, ciertos remedios y otras mil cosas de la misma naturaleza, y conozco otras que les son tiles. Las hay que son indiferentes los hombres, y que son muy buenas para los caballos. Las hay que slo son tiles para los bueyes, y otras qu slo sirven para los perros. Tal cosa es intil para los animales, que es buena para los r-boles. Ms an; lo que es bueno para la raz, es muchas veces malo para los vastagos, que pereceran, si se cu-briesen sus ramas y sus hojas con el mismo abono que vi-

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 52 vifica sus races. El aceite es el mayor enemigo de las plantas y de la piel de todos los animales, y es muy buena para la piel del hombre y para todas las partes de su cuerpo. Tan cierto es que lo que se llama bueno es relati-vamente diverso, porque el aceite mismo de qu^hablo es bueno para las partes exteriores del hombre, y muy malo para las partes interiores. H aqu por qu los mdicos prohiben absolutamente los enfermos el tomarle, y le dan en cortas dosis, y slo para corregir el mal olor de ciertas cosas, como las viandas y los alimentos que hay necesidad de darles.

    Luego que Protgoras habl de esta manera, todos los que estaban presentes le palmotearon; y yo, tomando la palabra :Protgoras, le dije, yo soy un hombre natu-ralmente flaco de memoria, y cuando alguno me dirige largos discursos, pierdo el hilo de lo que se trata. As como que si fuese yo tardo de oido y quisieses conversar conmigo, tendras que hablarme en voz ms alta que los dems, acomodndote mi defecto, en la misma forma tienes que abreviar tus respuestas, si quieres q ue yo te siga, puesto que ests hablando con un hombre de tan poca memoria.

    Cmo quieres que abrevie mis respuestas? Quieres que as acorte ms que lo que debo?

    No, le dije. Las quieres tan cortas como sea necesario? Eso es lo que yo quiero. Pero quin ha de ser juez para graduarlo? sers

    t ser yo ? Siempre he oido decir, Protgoras, que eres muy

    capaz, y que puedes hacer capaces los dems para ha-cer discursos largos cortos, como se quiera; que nadie es tan afluente y tan extenso como t, cuando quieres, as como tampoco tan lacnico, ni que se explique en me-nos palabras que t. Si quieres por lo tanto que disfrute

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  • 53 yo de tu conversacin, aplica el segundo mtodo, y te conjuro que te valgas de pocas palabras.

    Scrates, me dijo, me he tratado con muchos en todo lo largo de mi vida, y si hubiera hecho lo que exiges hoy de m, y hubiera consentido en dejar cortar mis discursos por mis antagonistas, jams hubiera obtenido sobre ellos tanta superioridad, ni el nombre de Protgoras se hubiera hecho clebre entre los griegos.

    Al oir esto, conoc que no le gustaba esta manera de tratar las cuestiones, y que jams se resolvera sufrir interrogatorios. Viendo, pues, que no podia sostener ya por mi parte esta conversacin:Protgoras, le dije, no te apuro que converses conmigo contra tu voluntad, ni que nos valgamos de un mtodo que te es desagradable; pero si quieres acomodarte las condiciones de mi carcter y hablar de manera que pueda seguirte, me tienes tus r-denes. Porque segn todos dicen, y t mismo lo confiesas, te es igual hacer discursos cortos que discursos largos, y con respecto m me es imposible seguir discursos difu-sos. Yo quisiera tener esta capacidad, pero en el supuesto de que te es indiferente adoptar uno otro mtodo, t te corresponde complacerme en este punto, para que nuestra conversacin pueda continuar. Al presente, puesto que no te prestas ello, y que yo no tengo tiempo para oirte por extenso, porque me llama otro negocio, adis te digo, y por mucho placer que tendra en oir tus aren-gas, no puedo menos de marcharme.

    Diciendo esto, me levant para retirarme, pero Callas, cogindome el brazo con una mano y agarrando mi cap con la otra:no te dejaremos marchar, Scrates, me dijo, porque si t sales, se acab la conversacin. Te con-juro que permanezcas aqu; nada puede halagarme tanto como oir tu disputa con Protgoras; te lo suplico, y nos dars gusto todos.

    Yo le respond, estando en pi como en ademan de sa-

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 54 lir:hijo de Hiponico, he admirado siempre el amor que profesas a l a sabidura, y hoy es un objeto de mi ad-gracion y merece mis alabanzas. Seguramente con toda

    -ti alma baria lo que me pides, si fuera cosa posible; pero es como si me exigieras seguir en la carrera un Cnson de Himera (1), q,ue es un joven, cualquiera de los que han salvado doce veces seguidas el estadio algn Hemerodramo (2). Quisiera, Callas, tener toda la hgereza necesaria para competir, y lo deseo ms que t, pero esto es imposible. Si quieres vernos correr Cri-son y m, obten de ste que se ajuste mi debilidad porque no puedo correr tanto, y depende de l que marchemos ms lentamente. Lo mismo te digo en este caso; si quieres que Protgoras y yo nos entendamos, su-plcale que me responda en pocas palabras como lo hizo al prmcipio, porque de otra manera qu clase de con-versacin puede tener lagar? Yo he creido siempre que conversar con sus amigos y hacer arengas eran dos cosas muy diferentes.

    - S i n embargo, Scrates, m dijo Calilas, me parece que Protgoras prffpone una cosa muy justa, cuando quiere que le sea permitido hablar lo que le parezca, y t responder en la misma forma.

    Te engaas, Callas, dijo Alcibiades, eso que propo-nes no es partido igual, porque Scrates confiesa que no est dotado de esa afluencia de palabras, cuya superiori-dad reconoce en Protgoras, pero respecto al arte de la disputa, saber preguntar bien y responder bien, me maavillaria s le viese cederla primaca, ni Pi-otgras, ni nadie. Que Protgoras confiese su vez-que en est punto es inferior Scrates, y asunto concluido; pero si

    (1) Este Crisonde Himera haba conseguido'tres veces se-guidas el premio en las carreras del estadio.

    (2) Corredores que en un dia andaban muchas leguas.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • se alaba de que puede sostener la competencia, qup entre en lid, que sufra el preguntar y ser preguntado, que res-ponda 4 las preguntas, sin extenderse hasta el infinito sobre cada una, con el objeto de embrollar la cuestin, evitar la polmica y hacer perder los oyentes el hilo del estado de la cuestin misuia. Por lo que toca Scra-tes, yo salgo garante de que no olvidar nada, y cuando dice que se olvida es porque se chancea. Me parece, pues, que sa>|ffiticion es la ms justa, puesto que es pre,c|so que cada\:uno consigne su opinin. ,;

    Entonces Critias, tomando la palabra y dirigindose Prodico y Hipias: me parece, amigos mios, les dijo, que Calilas se ha declarado demasiado abiertamente por Protgoras, y que Alcibiades es .demasiado tenaz en sus opiniones. Respecto nosotros, no nos embrollemos, to-mando partido los unos por Protgoras, los otros por S-crates; antes- bien unamos nuestras splicas para obtener de ellosque no interrumpan esta conversacin.

    Hablas perfectamente, Critias, dijo Prodico; todos los que asisten una discusin deben escuchar todos los interlocutores, perp no con la misma igualdad; porque aun prestando ambos una atencin comn, debe ser ma-yor respecto del ms sabio, y menor respecto al que no sabe nada. Para m, si queris seguir mi consejo, Prot-goras y Scrates, h aqu una cosa en que querra que os pusisesis de acuerdo; y es que discutis, pero que no os querellis, porque los amigos discuten entre s decorosa-mente, y los enemigos se querellan para despedazarse, y de esta manera esta conversacin nos ser todos muy agradable. En primer lugar el fruto que sacarais, seria, no digo nuestras alabanzas, sino nuestra estimacin. Por-que la estimacin es un homenaje sincero que rinde un alma verdaderamente conmovida y persuadida, en lugar de 'que la alabanza es un sonido que la boca pronuncia con-tra los sentimientos del corazn; y nosotros, como oyen-

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 56 tes, tendramos, no lo que se llama placer, sino gozo, porque el gozo es el contentamiento del espritu que se inatruye y adquiere la sabidura, en lugar de que el pla-cer no es ms, hablando propiamente, que un estmulo de los sentidos, como por ejemplo, el placer de comer.

    La mayor parte de los oyentes aplaudieron mucho este discurso de Prodico. El sabio Hipias, tomando en seguida la palabra, dijo: amigos mios, os miro todos los que estis resentes como parientes, como amigos y jSopo conciudtanos, no por la ley, sino por la naturaleza. Porque por la naturaleza lo semejante est ligado con su semejante; pero la ley, que es tirano de los hombres, fuerza y violenta la naturaleza en una infinidad de oca-siones. Seria una cosa verdaderamente vergonzosa, que nosotros, que conocemos perfectamente la naturaleza de las cosas y que pasamos por los ms hbiles entre los grie-gos, hubisemos venido Atenas, que es en las ciencias como el Pritaneo de la Grecia (1), y nos hubisemos reunido en lamas grande y ms rica casa de la ciudad, para no decir algo que sea digno de nuestra reputacin, y para divertimos en meter zizaa jfc altercar como los ms ignorantes dlos hombres. Os conjuro, Scrates y Protgoras, y os aconsejo, como si furamos aqu vues-tros arbitros, que tomis este temperamento. T, Scrates, no te pegues demasiado rigurosamente al mtodo seco y rido del dilogo, si Protgoras no te abre el camino; d-jale alguna libertad y afloja las riendas sus discursos, para que nos parezcan ms magnficos y ms agradables. y t, Protgoras, no hinches de tal manera las velas de tu elocuencia, que te dejes llevar alta mar y pierdas de vista la tierra. Hay un medio entre estos dos extremos; es, si me creis, que escojis un moderador, un juez, un

    (1) Se llamaban Pritaneos los templos donde ardia da v noche el fuego sagrado de Vesta.

    Platn, Obras completas, edicin de Patricio de Azcrate, tomo 2, Madrid 1871

  • 57 presidente, que os oblig-ue ambos manteneros dentro de justos lmites.

    Este expediente agrad todos los concurrentes. Ca-lilas me repiti que no me dejara salir, y me estrech que nombrara el arbitro ; pero en este punto le impugn diciendo, que seria deshonroso para nosotros tomar un moderador de nuestros discursos, porque, como les dije, el que elijamos habrrdeser inferior igual nosotros; si eslfferior, no esjustoque el menos entendido d I ley al qu lo es ms; y si es nuestro igual, pensai como nosotros y la eleccin de hecho ser intil. Pero se dir: nonlbrad uno que sea ms hbil que vosotros. Esto es f-cil de decir; pero en verdad yo no creo que sea posible encontrar uno que sea ms hbil que Protgoras; y si es-cogieseis uno que no valga ms que l y que ajuicio vues-tro fuese mejor, considerad el disgusto que causarais un hombre de mrito, sometindole semejante modera-dor, porque respecto m nada me importa. Estoy dis-puesto renovar nuestra conservacin para satisfaceros. Si Protgoras no quiere responder, que sea l el que pre-gunte, yo responder y al mismo tiempo procurar hacerle ver la manera como yo creo que debe responderse. Cuando hubiere yo respondido, empleando un tiempo igual al que haya gastado l en preguntarme, me permitir interrogar mi vez y me responder de la misma manera. Si enton-ces encuentra alguna dificultad en responderme, unire-mos vosotros y yo nuestras splicas para pedirle la misma gracia que ahora me peds m, es decir, que no rompa la conversacin. Para todo esto no es necesario nombrar un moderador, porque en vez de uno lo seris todos.

    Todos convinieron en que era esto lo que debia hacer-se