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Las mujeres en Hora de España RAQUEL ARIAS CAREAGA Universidad Autónoma de Madrid En enero de 1937 una revista recién nacida en Valencia comenzaba declarando sus inten- ciones en momento tan crucial: El título de nuestra revista lleva implícito su propósito. Estamos viviendo una hora de España de trascendencia incalculable. Acaso su hora más importante 1 . Y añadía más adelante tras justificar la ausencia de artículo en el nombre elegido para la nue- va publicación: «Quede, pues, en Hora de España, y sea nuestro objetivo literario reflejar esta hora precisa de revolución y guerra civil» 2 . Pero como muy bien explicaba este «Propósito» que enca- beza el primer número de Hora de España, muchas eran las revistas y publicaciones de todo tipo dedicadas al mismo fin. El proyecto de la nueva revista iba más allá en un sentido también físico: Es forzoso que tras ellas vengan otras publicaciones de otro tono y otro gesto, publicaciones que, desbordando el área nacional, puedan ser entendidas por los camaradas o simpatizantes es- parcidos por el mundo, gentes que no entiende por gritos como los familiares de casa, hispanófi- los, en fin, que recibirán inmensa alegría al ver que España prosigue su vida intelectual o de crea- ción artística en medio del conflicto gigantesco en que se debate 3 . El comentario de un personaje de una novela de Alejo Carpentier, La consagración de la pri- mavera, da cuenta del reconocimiento que tuvieron los esfuerzos de la nueva publicación: Al enterarme de la existencia de Hora de España [...] [m]e asombro de que, en época como la que aquí se vive, pueda mantenerse activa una publicación como ésta, consagrada a los más caba- les valores de la cultura, siempre encabezada por algún aforismo de Juan de Mairena, donde en- 1 «Propósito», Horade España, 1, Valencia (1937), p. 5. 2 Ite¡.,p. 5. 3 Ibid., p. 6. 445

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Las mujeres en Hora de España

RAQUEL ARIAS CAREAGA Universidad Autónoma de Madrid

En enero de 1937 una revista recién nacida en Valencia comenzaba declarando sus inten­ciones en momento tan crucial:

El título de nuestra revista lleva implícito su propósito. Estamos viviendo una hora de España de trascendencia incalculable. Acaso su hora más importante1.

Y añadía más adelante tras justificar la ausencia de artículo en el nombre elegido para la nue­va publicación: «Quede, pues, en Hora de España, y sea nuestro objetivo literario reflejar esta hora precisa de revolución y guerra civil»2. Pero como muy bien explicaba este «Propósito» que enca­beza el primer número de Hora de España, muchas eran las revistas y publicaciones de todo tipo dedicadas al mismo fin. El proyecto de la nueva revista iba más allá en un sentido también físico:

Es forzoso que tras ellas vengan otras publicaciones de otro tono y otro gesto, publicaciones que, desbordando el área nacional, puedan ser entendidas por los camaradas o simpatizantes es­parcidos por el mundo, gentes que no entiende por gritos como los familiares de casa, hispanófi­los, en fin, que recibirán inmensa alegría al ver que España prosigue su vida intelectual o de crea­ción artística en medio del conflicto gigantesco en que se debate3.

El comentario de un personaje de una novela de Alejo Carpentier, La consagración de la pri­

mavera, da cuenta del reconocimiento que tuvieron los esfuerzos de la nueva publicación:

Al enterarme de la existencia de Hora de España [...] [m]e asombro de que, en época como la que aquí se vive, pueda mantenerse activa una publicación como ésta, consagrada a los más caba­les valores de la cultura, siempre encabezada por algún aforismo de Juan de Mairena, donde en-

1 «Propósito», Horade España, 1, Valencia (1937), p. 5. 2Ite¡.,p. 5. 3 Ibid., p. 6.

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cuentro los nombres, para mí conocidos, de Rafael Alberti, Miguel Hernández, Luis Cernuda, José

Bergamín, Vicente Aleixandre, León Felipe...4.

La necesidad de mantener viva una cierta normalidad cultural ante al exterior aparece así como una de las prioridades de un Gobierno que no encontraba los apoyos esperados entre las democracias occidentales. De hecho, la revista está subvencionada por el recién constituido Mi­nisterio de Propaganda5 y pretende ser «una revista cultural en el más amplio sentido de la pa­labra»6 sin imponer a sus colaboradores ningún criterio que no fuera el «respaldo a la causa re­publicana»7, o lo que es lo mismo, al Gobierno legítimo de la nación en guerra. Entre ellos encontraremos a Antonio Machado, uno de los más asiduos y cuyos textos abren casi todos los nú­meros, Arturo Serrano Plaja, León Felipe, Rafael Alberti, Moreno Villa, Ramón Gaya, Anto­nio Sánchez Barbudo, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Max Aub, además de muchos otros en­tre los que había también representantes de Hispanoamérica como César Vallejo, Octavio Paz o Xavier Villaurrutia. La extensa y variada nómina de autores que publicaron en sus páginas ha sido siempre uno de los aspectos más valorados de la revista como muestra de tolerancia en me­dio de un ambiente cultural más centrado en la lucha y la propaganda política:

A diferencia de otras publicaciones de la guerra, de una y otra parte, fue Hora de España un lu­gar en el que se podía pensar, discutir, disentir incluso. Casi, se diría, un oasis en el que las leyes de la hospitalidad eran sagradas8.

No hay que olvidar, sin embargo, que precisamente ése era el objetivo principal de cara al exterior y por ello era importante que la lista de autores incluidos abarcara un amplio espectro del mundo cultural anterior a la brutal ruptura que supuso el 18 de julio de 1936. Por esta mis­ma razón y como ha dicho Francisco Caudet: «Que en su mayoría fueran autores consagrados no es de extrañar puesto que la revista no debía ser repetición de otras muchas que en el ámbi­to nacional daban ya cabida a autores»9 recién incorporados al mundo literario o meros aficio­nados. Heredera de un quehacer que se remonta a la reacción ante la Dictadura de Primo de Ri­vera, Hora de España había de convocar el espíritu de tantas revistas que a partir de los años veinte y lejos de las publicaciones vanguardistas

ya no serán portavoces de malabarismos mentales ejercitados por grupos pequeños para otros gru­pos pequeños, o refugios de intercambio para un estrecho círculo, sino vehículos de enfoque social y transformación política10.

Desde el final de los años veinte, alrededor de estas publicaciones se reunía un grupo que poco tenía que ver ya con un aislado núcleo creador de literatura exclusivista, convirtiéndose

4 A. Carpentier, La consagración de la primavera, J. Rodríguez Puértolas (ed.), Madrid, Castalia, 1998, p. 277. 3 C. A. Molina, Medio siglo de prensa literaria española (¡900-1950), Madrid, Endymion, 1990, p. 235; A. Trapiello,

Las armas y las letras: literatura y Guerra Civil (1936-1939), Barcelona, Destino, 2002, p. 197. 6lbid.,pp. 237-238. ' I W . , p . 236. 8 A. Trapiello, op. cit., p. 199. 9 F. Caudet, «Prólogo» de la Antología de Hora de España, Madrid, Turner, 1975, pp. 25-26. 10 R. Osuna, Las revistas españolas entre dos dictaduras: ¡931-1939, Valencia, Pre-Textos, 1986, p. 55.

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la revista en una célula social transformadora y educativa que ampliaba su radio de acción a la publicación de libros, los ciclos de conferencias, la creación de grupos teatrales o de cineclubs11. Toda esta efervescencia cultural se incrementará con la llegada de la República y dividirá el pa­norama cultural sobre la base de la vieja discusión entre poesía pura y literatura comprometida. Prueba de ello es la aparición de Octubre en 1933 a cargo de Rafael Alberti o Nueva Cultura, cuya vida se prolongó hasta 1937, frente a Cruz y Raya, también de 1933, dirigida por José Ber-gamín o Caballo verde para la poesía, de 1935, con Pablo Neruda a la cabeza, en la que colabo­raron Aleixandre, Guillen, Lorca, Panero, «como si aquí no hubiera pasado nada en los últimos años»12. La inmensa mayoría de las revistas literarias y culturales desaparecieron con el alza­miento militar, hecho que no sólo se explica por las dificultades materiales que representaba el golpe de Estado para la continuación de dichas publicaciones, sino también a causa de la natu­raleza de muchas de ellas, como muy bien ha explicado Rafael Osuna:

Las revistas literarias -esto es, sus grupos sociales creadores- presentan una fuerte renuencia a abandonar su visión burguesa de la cultura y la crisis histórica [...]. Su existencia misma en meses tan poco aptos, su vocación poética sin siquiera un mensaje estético revolucionario y su desenrai-zamiento social así lo muestran13.

Algo de esa visión burguesa de la cultura es lo que intenta recuperar Hora de España para mostrar la capacidad de continuismo en plena guerra y el alejamiento de posturas más radicales que pudieran marcar negativamente la legitimidad republicana frente a una ayuda extranjera que nunca se materializó con contadas excepciones (excepciones a las que les daba igual esa posible radicalización como es el caso de México o de la Unión Soviética). Esta moderación está en la base de las críticas que le llovieron desde la izquierda comunista y en concreto desde Nueva Cul­tura donde aparecía calificada como «revista pasiva, de acumulación inorgánica»14.

De acuerdo con ese deseo de alejarse lo más posible de las consideradas revistas de propa­ganda, Hora de España se organizaba de acuerdo con unas secciones fijas en las que se incluían muy diversos temas, pero de los que la guerra no quedaba tan alejada ni relegada a las secciones de actualidad como se ha dicho en algunas ocasiones15. Esas secciones estaban dedicadas al en­sayo, notas (generalmente comentarios de libros o autores), poesía, testimonios, comentarios políticos, teatro, narración. Pues bien, en todas ellas Hora de España contó con la presencia de mujeres que, desde su participación como creadoras literarias o ensayistas, colaboraron con el proyecto que representaba la revista.

Es cierto que dicha colaboración dista mucho de ser homogénea y que la participación de algunas de ellas se limitó a un solo número o a la publicación de un poema frente a la regulari­dad de nombres que aparecen prácticamente en todos los números como es el caso de María

nIte!.,p.46. 12 íbid., p. 103. u íbid. ,p. 106. 14 A. Trapiello, of>. cíe, p. 198. 15 R. M.B Grillo, «De Hora de España a Romance: historia de un desengaño», Le discours culturel dans les revues La­

tino- Américaines de l'entre deux-guerres 1919-1939, París, Publications de la Sorbonne Nouvelle, 1990, p. 185. Véase a este respecto la opinión de Trapiello, p. 199, quien considera un alivio el escaso espacio dedicado al comentario polí­tico en comparación con el reservado a la creación literaria. En esas otras secciones, alejadas de la realidad del mo­mento como presupone este autor, se filtran constantemente referencias a la revolución española y al desarrollo de la gue­rra, como prueba de que los poetas «también son hombres y ciudadanos» (R. Osuna, op. cit., p. 77).

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Zambrano y, en una primera etapa, de Rosa Chacel. Teniendo en cuenta la cantidad de apari­ciones, estas dos autoras estarían seguidas por Ernestina de Champourcín y Concha Méndez, y tras ellas, con una sola aparición, Clemencia Miró, Concha Zardoya, Blanca Chacel, Anna Se-ghers, Margarita Nelken y Rosalía de Castro, de la que se reproducen algunos poemas con mo­tivo del centenario de su nacimiento. Este desnivel en cuanto a su colaboración activa con la revista explica también que la presencia femenina esté centrada especialmente en el ensayo y que sea dentro de este género donde tengan lugar algunas de las polémicas que traspasaron la propia revista.

La primera de ellas tiene como origen el comienzo mismo de Hora de España. En el primer número, publicado en enero de 1937 como ya vimos, Rosa Chacel inauguraba su colaboración con una reflexión titulada «Cultura y Pueblo», texto que estaba inmerso en el devenir histórico del momento: «Estos dos términos, cultura y pueblo, sobresalen de todas las voces que llenan el momento actual, destacándose con unánime impulso, con franca voluntad, o más bien forzosi-dad, de fusionarse» (p. 13). El ensayo de Rosa Chacel tiene mucho que ver con el propósito ge­neral de la nueva publicación y su intención era justificar la relación cultura-pueblo desde el punto de vista de los intelectuales burgueses al servicio de la causa republicana:

Si pensamos profundamente en las características de la revolución actual; si llegamos a com­prender qué es lo que se salda en ella verdaderamente original y decisivo, tendremos que convenir en que es, precisamente, la posición del pueblo respecto a la cultura y de la cultura respecto al pue­blo (p. 13).

En la declaración anterior está clara la separación que la autora establece entre cultura y pue­blo como dos elementos si no antagónicos, sí distanciados, puesto que aquí cultura debe leerse como «intelectuales burgueses» que no se consideran pertenecientes a ese pueblo. Cuando más adelante afirma cuál es el propósito de su ensayo, esta distancia queda aún más clara:

Dilucidar si el comercio entre pueblo y cultura, por sus vías y trámites actuales, delata una real y verdadera eficiencia, y si la parte a quien está confiada la actividad más explícita, la que ha de conducir al pueblo hacia lo que es su objeto, esto es, los creadores de cultura, los intelectuales, es­tamos en realidad cumpliendo con nuestro verdadero deber (p. 16).

Al parecer, a Rosa Chacel no se le ocurre en ningún momento que ese mismo pueblo pueda convertirse en productor de su propia cultura al margen de los intelectuales, aunque sí reconoce su papel fundamental: «El pueblo es [...] ese yacimiento que hoy busca la cultura para vivificar sus raíces» (p. 18), método imprescindible en aquel momento: «¿Cómo se atreve a llamarse ca-marada el intelectual que es ciego a la vida de la calle, que no ha sabido crear nada profundamen­te arraigado en la realidad circundante?» (p. 20). Esa realidad es pues la que debe marcar la pro­ducción artística puesto que el pueblo «no puede desear para su expresión una vía más simple y elemental que lo que el tráfico de su alma actual requiere» (p. 19). Adonde va a parar el artícu­lo de Rosa Chacel es a un ataque frontal contra la producción de romances que la guerra estaba generando y de la que se hacía eco por ejemplo una revista como El Mono Azul. De alguna ma­nera era un deseo de marcar los derroteros de los textos poéticos que publicaría Hora de España

y que la diferenciaban también de otro tipo de revistas, pero para ello la autora recurría al espí­ritu popular:

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Si todos estamos de acuerdo, y ha llegado a adquirir firmeza tópica «el arte es uno», es preciso reconocer que la técnica es una, y que una brigada motorizada no puede recitar su gesta en roman­ce sin convertirse en el monstruo de anacronismo más anfibio. Esto no admite discusión: el ro-manee y el pentamotor no pueden coexistir en una hora. El pueblo que ve volar sobre su cabeza las máquinas forjadas por sus manos, que sabe la cifra de las revoluciones de su hélice, y sabe cómo procede en su trayectoria el proyectil que le combate; el pueblo que conoce este admirable artificio de la técnica en todo el lujo de su retórica, ¿puede expresarse en el balbuceo poético que no tiene, bien mirado, más mérito ni encanto que los atisbos logrados en los ejemplares originarios? (p. 19).

La misma idea era compartida por Guillermo de Torre, quien una vez terminada la guerra afir­maba que los romances «sólo pueden considerarse en la mayor parte de los casos como reacciones humanas inmediatas antes que como obras literarias»15. Pero de distinta opinión era otta de las co­laboradoras de Hora de España, María Zambrano, que el mismo año en Chile, antes de regresar a España, había recopilado en un volumen una serie de romances que se publicaron con el título Ro'

mancero de la Guerra española, y en cuya introducción se defiende el romance como expresión es­pontánea de ese mismo pueblo que no es «cultura» en el sentido que Chacel daba a esta palabra:

En estos instantes terribles en que el hombre regresa a sus sentimientos más elementales, re­gresa a la infancia colectiva, el romance como la forma poética más sencilla y elemental rebrota; en él encuentra su expresión el afán narrativo de quien nunca narró artísticamente ni pretende tan siquiera hacerlo17.

Como vemos la distancia entre ambas autoras no es tanta y eso quedará de manifiesto a lo largo de los diversos artículos que irán publicando. Así, ambas dedicarán uno a la recuperación de Benito Pérez Galdós, Rosa Chacel en el segundo número, en febrero de 1937, titulado «Un nombre al frente: Galdós» y en el que defiende que una revolución debe recuperar todo lo que de bueno haya en el pasado, en este caso el escritor realista cuya relectura es necesaria para «co­brar alientos en la lucha actual» (p. 48). María Zambrano dedicará un extenso comentario a la novela Misericordia en el número XXI de Hora de España, septiembre de 1938, apoyándose en la necesidad de revisar la obra completa del escritor canario, en especial los Episodios Nacionales,

porque en ella «nos da la vida del español anónimo, el mundo de lo doméstico en su calidad de cimiento de lo histórico, de sujeto real de la historia» (p. 30). En esta recuperación de la cultu­ra española, Rosa Chacel publica en el número III, marzo de 1937, «La primera palabra sobre la vida. En el primer centenario de Larra (1837-1937), donde era inevitable recordar el famoso epitafio del escritor romántico: «Aquí yace media España; murió de la otra media» (p. 55). El recuerdo que de Larra hace Rosa Chacel está basado también en haber sido «el único que al­canzó la síntesis romántica; esto es, el abrazo de la antítesis» (p. 54), pero también en el análi-

16 Apud D. Puccini, Romancero de la resistencia española, México, ERA, 1965, p. 63. 17 M.s Zambrano, «Introducción» a Romancero de la Guerra española, Santiago de Chile, Panorama, 1937, p. 7.

Este debate sobre los romances se escapa de los límites de este trabajo, pero es necesario señalar que la polémica se ex­tendió mucho más allá. Benjamín James volvió sobre ello en el número 18 de Hora de España, en junio de 1938, pp. 63-66 con «Nuevos Romances» defendiendo esta producción poética en tiempos de guerra. Miguel Hernández, Octavio Paz, Raúl González Tuñón, poeta argentino y Rafael Alberti discuten también sobre el tema, véase J. Marinello y N. Guillen, Hombres de la España leal, La Habana, Facetas, 1938, p. 118. Tras partir al exilio, gran parte de los miembros de la revista participaron en México en el proyecto de otra revista llamada precisamente Romance, véase R. M.3 Gri­llo, op. cit.

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sis que hace de España: «palpó con todos los sentidos de su alma el gran secreto de su patria, el

orden del desorden» (p. 54).

En todos estos ensayos y notas que publican tanto María Zambrano como Rosa Chacel, encontramos un constante esfuerzo por analizar el ser de España, bien a través de escritores clásicos, bien con autores contemporáneos como en el caso de José Ortega y Gasset, al que Rosa Chacel dedica en el número IV (abril de 1937) la nota «La nueva vida de "El viviente": Sobre las obras completas de José Ortega y Gasset». La aparición de dichas obras completas había sido anunciada en la revista Frente Rojo por Julián Marías y su discípula defiende al pensador espa­ñol, a la sazón fuera de España18, en nombre precisamente de su apoliticismo. Ciertamente, la participación de Rosa Chacel en Hora de España estaba tocando a su fin. En el número VI (ju­nio de 1937) publicará un poema de una gran profundidad conceptual y claramente distanciado de los sencillos romances que había criticado, «Epístola moral a Serpula», y en el número si­guiente (julio de 1937) aparecerá su última colaboración, también polémica y contestada den­tro de la misma revista y del mismo número por Arturo Serrano Plaja. El artículo de Rosa Cha­cel, «Carta a José Bergamín sobre anarquía y cristianismo», es un comentario sobre un artículo de Bergamín en donde podemos leer afirmaciones como la siguiente:

Desde el mes de enero, en que empezó a publicarse Hora de España, hago por llevar al ánimo de los intelectuales españoles la convicción de que toda la filosofía española, la que Unamuno con­sidera «la única verdadera y propiamente tal», es fundamentalmente, por encima de toda opinión, anarquista (p. 14).

Como decía antes, la reacción no se hace esperar y el artículo que sigue al de Rosa Chacel en la revista es «A diestra y siniestra (Los intelectuales y la guerra)», donde Arturo Serrano Plaja responde y critica a su compañera en este tono:

Y la realidad, en España, es que la revolución organizada la hace todo el pueblo organizado y, muy especialmente, la clase obrera organizada. Y, además, que esta revolución, significa el agota­miento, afortunadamente, y cada día más, del anarquismo indolente e individualista de todo el pa­sado español (p. 42).

Rosa Chacel no volverá a escribir para Hora de España. Su lugar lo ocupará María Zambrano, que se había incorporado en el número IV (abril de 1937) con un ensayo titulado «El español y su tradición». Desde esta primera colaboración, María Zambrano dedicará gran parte de sus es­fuerzos a extender una visión absolutamente idealista de la historia española. El afán principal de la pensadora es arrebatar al otro bando la verdad sobre el pasado español, pero para ello utiliza una serie de argumentos que poco a poco se irán perfilando como esencialistas, quedando el pue­blo español al margen de su propia historia y ésta convertida en un campo de batalla para los intelectuales. Como se ve, una actitud muy cercana a la de Rosa Chacel:

Ellos, los a sí mismos llamados tradicionalistas, se ponían en la trágica y cómica situación de cí­nicos herederos de esta huella de España en el mundo [...]. Ellos eran España y toda su obra en el pa-

18 J. Ortega y Gasset había sido evacuado a Francia a los pocos meses de comenzar la guerra a causa de su precaria salud. Algunas de sus declaraciones durante la contienda pueden encontrarse en J. Rodríguez Puértolas, Literatura fas' cista española, I, Madrid, Akal, 1986, pp. 140-141.

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sado [...]. Había que librar a España de la pesadilla de su pasado, del maléfico fantasma de su historia [...]. Y el español entonces, por librarse del fantasma, se queda en el desierto, que tampoco es la vida.

Pero este español que se queda en el desierto no es el pueblo, sino el intelectual y el burgués liberal, si lo ha habido (pp. 24-25).

En este primer artículo de María Zambrano encontramos también otra de las características de gran parte de sus ensayos en Hora de España, la explicación del carácter español como un todo inalterado desde el principio de los tiempos. Asimismo, la guerra aparece aquí como un con­flicto puramente cultural:

Hoy España vuelve a tener historia. La lucha sangrienta de ahora se diferencia de las del siglo XIX en que entonces nos había alcanzado un sentido social, un sentido histórico, sino que era el in­dividuo liberal, el romántico, el que daba la vida para que la muerte no le cogiera. Hoy el español muere para vivir, para recuperar su historia que le falsificaron convirtiéndola en alucinante labe­rinto. Muere por romper el laberinto de espejos, la galería de fantasmas en que habían querido en­cerrarle, y recuperarse a sí mismo, a su razón de ser (p. 27).

La participación de María Zambrano, centrada especialmente en las secciones de ensayo y las notas, ofrece también un testimonio titulado «Españoles fuera de España» (en el número VII, julio de 1937) donde relata el viaje de un grupo de españoles en barco desde Dakar y la reacción de los pasajeros, el rechazo de los que viajan en primera por miedo a ser atacados por Franco, y la solidaridad de los marineros y los viajeros de tercera. También comentará en el número X (oc­tubre de 1937) las conferencias que impartieron los cubanos Nicolás Guillen y Juan Marinello en Valencia. Pero, como ya se ha indicado, son los ensayos lo más reseñable de la producción de María Zambrano para la revista. En el número IX (septiembre de 1937) publica «La reforma del entendimiento español», donde se mete de lleno en la caracterización del español:

Difícilmente pueblo alguno de nuestro rango humano ha vivido con tan pocas ideas, ha sido más ateórico que el nuestro. El español se ha mantenido con poquísimas ideas, estando tal vez en relación inversa con el tesón con que las hemos sostenido. [...] Para el español de pura cepa, ad­quirir unas ideas era como profesar en una orden monástica (p. 14).

Todo esto parece más bien una defensa frente a Europa:

A quien, a pesar suyo, estamos salvando -están salvando nuestros campesinos analfabetos-. No parece ciertamente Europa merecer lo que por ella hace el pueblo español, y ni París ni Londres se merecen a Madrid (p. 16).

Las referencias al conflicto, como ya se dijo al principio, permean todos estos textos, aunque su objetivo sea bien distinto que el de hablar o referirse a la guerra. En realidad, el artículo es un repaso de las carencias del pensamiento español, suplido entre otras cosas por la novela:

Nuestra novela, desde Cervantes a Galdós, pasando por la picaresca, nos trae el verdadero ali­mento intelectual del español en su horror por el sistema filosófico; es en ella donde hemos de ver lo que el español veía y sabía y también lo que el español era. También de lo que carecía (p. 21).

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Y con una curiosa defensa de Ignacio de Loyola como ejemplo de la necesaria reforma que ahora se está llevando a cabo por medio de la sangre, reflexión con que termina su artículo. En los demás ensayos y notas que publica María Zambrano, ya sea comentando un libro de Antonio Machado, La guerra (número XII, diciembre de 1937), ya se trate de un análisis de la figura de Séneca, «Un camino español: Séneca o la resignación» (número XVII, mayo de 1938) se va im­poniendo cada vez más una visión destinada a explicar el ser de este país como una consecuen­cia lógica de sus virtudes o defectos más íntimos. Así, en la nota dedicada a comentar el libro de Antonio Machado podemos encontrar definiciones como la siguiente:

La historia de España es poética por esencia, no porque la hayan hecho los poetas, sino porque su hondo suceso es continua trasmutación poética, y quizá también porque toda historia, la de Es­paña y la de cualquier otro lugar, sea en último término poesía, creación, realización total (p. 68).

Claro que entrando en materia poética el continuismo del que somos fruto queda al descu­

bierto de forma evidente:

Esta unidad de razón y poesía, pensamiento filosófico y conocimiento poético de la sentencia popular y que encontramos en todo su austero esplendor en Jorge Manrique, ¿de dónde viene? ¿Dónde se engendra? Una palabra llega por sí misma no más se piensa en ello: estoicismo; la po­pular sentencia y la culta copla del refinado poeta del siglo XV, parecen emanar de esta común raíz estoica, que aparece no más intentamos sondear en lo que se llama nuestra cultura popular (p. 71).

Don Antonio Machado es utilizado para defender una idea que había inaugurado Rosa Cha-cel en el primer número de Hora de España: la distinta naturaleza del intelectual frente al pue­blo, aunque sus destinos se hallen unidos en la lucha en que se encuentra inmersa España:

Porque es la verdad la que le une a su pueblo, la verdad de esta hombría profunda que es la ra­zón última de nuestra lucha. Y en ella, pueblo y poeta son íntimamente hermanos, pero hermanos distintos y que se necesitan. El poeta, dentro de la noble unidad del pueblo, no es uno más, es, como decíamos al principio, el que consuela con la verdad dura, es la voz paternal que vierte la amarga verdad que nos hace hombres (p. 74).

Todo esto tenía que culminar necesariamente en el ensayo dedicado a Séneca, donde, si­guiendo a Ramón Menéndez Pidal, podemos encontrar al filósofo latino calificado de «gran cor­dobés» (p. 11); de «el más español de los filósofos, o el más filósofo de los españoles» (p. 11). La utilización que se hace de esta figura histórica para acercarla al terrible momento que vive Espa­ña es una manipulación para poder decir que si Séneca se resignó, se resignó a vivir, porque «¿pue­de un español sin traicionarse resignarse?» (p. 14). El acercamiento al presente es tal que la autora se permite ofrecer cuál habría sido la opinión de Séneca sobre el momento presente:

Debería ya bastar con esto para el pago de nuestro tributo a la fascinación de Séneca. Pues qui­zá nada más misteriosa y conmovedoramente español podríamos encontrar en él. Su figura tan hu­mana y hasta humanitaria, de curandero filosófico es lo suficientemente noble en este momento tan inhumano, como para merecer el amor de todas las almas no pervertidas. El que se destacara con esa aureola sobre el fondo de la vida de Roma, nos llena de sereno orgullo y nos invita en el

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instante presente a no resignarnos a ser aplastados por todo eso que él hubiera detestado; lo que

en la Roma que él esclareciera había de bárbaro, totalizado y puesto hoy en pie (p. 18).

No sólo el espíritu de Séneca sigue vivo en el español contemporáneo, también el enemigo que se sitúa enfrente es una muestra de la pervivencía de antiguos comportamientos, con lo que cualquier análisis del momento presente, de las causas de la guerra, etc., carece de sentido y es innecesario. En realidad, Séneca y su estoicismo son una excusa para acabar hablando del cris­tianismo, al que el filósofo no se adhirió para no traicionar a la cultura que le había hecho hom­bre (p. 19), cristianismo que María Zambrano quiere poner como ejemplo y modelo a seguir en el momento actual:

Por esta relación filial con la patria, por esta relación paternal con lo que llega, por la frater­nidad con los hombres todos, un español de hoy no puede elegir el camino de la resignación, por­que al hacerlo deja vacía la escena donde se juega la tragedia del destino humano. Algo así como si Cristo se hubiera escapado de la cruz, donde murió sin resignarse (p. 20).

Distintos son los problemas que plantea el comentario «Poesía y Revolución» (número XVIII, junio de 1938) sobre el libro de Arturo Serrano Plaja, El hombre y el trabajo. María Zam­brano analiza con lucidez el significado de los poemas de Serrano Plaja como un ejemplo de «un proceso revolucionario, expresado poéticamente con plena conciencia» (p. 49), tanto es así que, «el presente libro, no sólo muestra una clarísima actitud revolucionaria, sino que acomete sin esquivar en ninguna de sus dimensiones, la realidad revolucionaria» (p. 49). El único problema para la autora es cómo encajar esa expresión poética dentro de un marco tan limitado como es el marxismo: «Serrano Plaja figura desde hace años como comunista. Se le ha tenido que plan­tear seguramente el problema de la poesía en relación con una doctrina como el marxismo, que no parece dejarle mucho lugar» (p. 53). En todo caso, el autor ha logrado con su poesía un tes­timonio poético «y como tal verdadero» (p. 55) de la Revolución española.

En este mismo número de Hora de España, María Zambrano publica una nota titulada «Un testimonio para Esprit» donde comenta una carta de Semprún y Gurrea, a la sazón ministro de España en La Haya. Aparte de criticar la no intervención de las democracias europeas, la auto­ra se plantea y analiza la legitimidad de la guerra, es decir, de la postura de aquellos que al man­tenerse fieles al Gobierno democrático aceptaron las consecuencias y la responsabilidad de una guerra:

Todo un pueblo que repentinamente, con la rapidez de una inspiración y la seguridad de una comprensión madura se abraza a su destino a vida o muerte. ¿Acaso resulta esto tan incomprensi­ble para un cristiano? ¿Hubiera sido lícito detenerse ante tal acontecimiento por la consideración de los inevitables males de la guerra? (p. 61).

Frente a ese pueblo, el enemigo:

Y no cabría en modo alguno objetar que tal actitud es posible también en los agresores. No; ellos engañaron, traicionaron; ellos buscaron la guerra por odio, ellos son el asesino: el pueblo es­pañol, la víctima que no se conforma con serlo pasivamente sino que reacciona positivamente ha­cia la vida, hacia la salvación. No cabe otra actitud (p. 62).

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El final del artículo es otra vez un desmentido de la escasa presencia del tema de la guerra en Hora de España:

Mientras escribía estas líneas han sonado las sirenas de alarma -no es afán melodramático el consignarlo, porque todo español de «este lado» las oye mientras trabaja, mientras descansa, mien­tras respira- sirenas bajo un cielo poblado de muerte, sobre una ciudad desolada; alarma con que un pueblo en soledad llama a las conciencias dormidas del mundo (p. 63).

En esta línea está la nota que María Zambrano dedica a la revista Madrid en el número XX (agosto de 1938) exaltando el esfuerzo de los intelectuales por continuar con su labor cientí­fica en medio de la guerra. Para el número XXIII, que no llegó a salir de la imprenta donde es­taba ya listo19, había preparado un comentario sobre «Pablo Neruda o el amor de la materia», quizá uno de los artículos más centrados en lo literario, aunque sin olvidar, claro está, el com­promiso del escritor chileno con la República española. También fue María Zambrano la en­cargada de agradecer a la revista argentina Sur el envío de víveres a los colaboradores de Hora de España, agradecimiento que no llegó a hacerse público como el número XXIII en que esta­ba incluido.

Como hemos visto, la participación de María Zambrano en Hora de España10 está marcada por una defensa sin resquicios de la causa republicana desde la perspectiva de una burguesía in­telectual que, por supuesto, no ha abandonado su postura idealista ante la historia, la literatura y el papel elitista de los intelectuales de su clase frente a la cultura popular que el desorden de la guerra estaba poniendo de manifiesto con mucha más fuerza de la esperada. Las dos discípulas de Ortega son un ejemplo perfecto de estas posturas, sin que ello implique poner en duda su an­tifascismo. Ambas partieron al exilio al terminar la guerra, mientras su maestro volvía a Espa­ña para convertirse en el intelectual más renombrado del nuevo régimen.

Las demás colaboradoras de Hora de España no pueden competir con la presencia regular y constante de María Zambrano, pero un rápido acercamiento a su presencia en la revista es necesario como contraste o confirmación de mucho de lo visto hasta ahora. En primer lugar, Ernestina de Champourcín, colaboradora en cuatro ocasiones (XII, diciembre de 1937; XIV, febrero de 1938; XIX, julio de 1938; XXIII, noviembre de 1938). Se trata de una participa­ción variada que abarca la publicación de poemas, («Sangre en la tierra», dividido en cua­tro partes y dedicado a los efectos de la guerra sobre el centinela, la amante, el herido ciego y el paisaje, en el número XII; «Poemas», en el número XXIII, con el agua y la sequía como símbolos de amor y paz frente a la destrucción), un ensayo sobre Rosalía de Castro en el nú­mero XIV para conmemorar el centenario de su nacimiento, aunque con cierto retraso: «Ahora que la vida intelectual española milagrosamente reanudada entre el fragor de la lu­cha, sigue su curso, queremos hacer constar que el centenario de la insigne escritora gallega

19 Véase el relato que hace la propia María Zambrano en la edición facsímil de Hora de España publicada en Liech-tesnstein / Barcelona, Topos Verlag / Laia, 1977. Véase también Francisco Caudet en la misma edición.

20 No tenemos espacio aquí para ocuparnos en profundidad de algunos rasgos estilísticos bien interesantes que de­jamos esbozados, como es la concatenación que existe entre los distintos textos de María Zambrano que van dándose paso unos a otros, es decir, mencionan o insinúan el tema que será tratado en profundidad en el siguiente artículo que publicará la autora en números posteriores. Así, el dedicado a Antonio Machado se refiere de pasada a Séneca, que será el protagonista de su siguiente ensayo; el final de la nota dedicada a Arturo Serrano Plaja es una referencia a Misera cordia de Galdós, novela de la que se ocupará por extenso en el número XXI de la revista.

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no nos pasó inadvertido» (p. 18). Se trata de un texto en tono poético que sirve de prólogo a una selección de poemas de la autora reseñada y que pasa revista a la vida y la obra de Ro­salía de Castro donde podemos leer afirmaciones como la siguiente: «La poesía femenina sue­le ir más a todos, es más penetrable, porque se nutre de la tierra, de lo próximo, absorbe la vida cotidiana empapándose de su agridulce sabor» (p. 17). Dejando aparte estereotipos, mu­cho más interesante es un fragmento narrativo, al parecer perteneciente a una novela titu­lada Mientras allí se muere, directamente vinculado con el conflicto que se estaba viviendo (número XIX). Incautación de conventos, monjas huidas, educación de niños abandonados sirven como materia para comentar las diferencias entre la pedagogía basada en la castidad y la pedagogía que llega con la República, mucho más preocupada de la higiene. Los fragmentos nos sitúan ante una novela de tesis donde los protagonistas son personajes burgueses que han aban­donado y renunciado por convicción a sus antiguas comodidades para unirse al pueblo. La verdad es que se trata de un texto propagandístico, en el que se defienden incluso los saqueos perpe­trados por los milicianos, que «tenían derecho a todo y era justo que se les concediera» (p. 58).

Concha Méndez, que participó en tres números (XI, noviembre de 1937; XVI, abril de 1938; XIX, julio de 1938), publicó poemas, algunos más intimistas y otros más cercanos al tema de Es­paña, triunfante en medio del dolor; y el prólogo de una obra de teatro, El solitario: drama poéti­

co en tres actos (número XVI), original y alegórica reflexión sobre el tiempo escrita en verso. Véase a modo de ejemplo el final de este prólogo (p. 99):

¡Que pasen las horas, correr de tu vida, que corran los días, que yo me he acercado que yo me he sentado a la sombra fina a tu misma orilla de la alta arboleda para ver el agua de tu fantasía!

Con una sola aparición en Hora de España encontramos a Clemencia Miró, hija de Gabriel Miró, que publica dos poemas en el número XIV (febrero de 1938), el primero dedicado a recor­dar el séptimo aniversario de la muerte de su padre y el segundo, a la tierra que acoge a los solda­dos muertos. Por su parte, Blanca Chacel publica un testimonio, «Madrid-noviembre 1936» (nú­mero XX, agosto de 1938), dedicado a la resistencia del pueblo de Madrid desde su propia experiencia, donde explica el porqué de su artículo: «Esto es lo que yo quisiera expresar: cómo eran las caras en las calles de Madrid en aquellos días» (p. 38); y lo que se descubre en esos rostros es la solidaridad de todo un pueblo:

Un grupo de gente heterogénea -niños, mujeres, viejos, hombres, unos artesanos, otros bur­gueses-, poniendo sacos terreros de cualquier modo, pero con una firme tenacidad, todos, todos tenían la misma cara, y yo tenía la misma cara que ellos, o quizá lo que yo veía era que en su cara estaba la expresión exacta de lo que yo sentía; sus caras eran mi cara (p. 39).

Esta solidaridad es claramente combativa:

A cada momento nos mirábamos para identificarnos y si hubiéramos encontrado un rostro dis­tinto del nuestro, nos habríamos abalanzado sobre él, para destruirlo (p. 39).

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La única escritora extranjera que aparece en Hora de España es Anna Seghers, novelista ale­mana y participante en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas celebrado en Va­lencia durante el verano de 1937. El número VIII de Hora de España está íntegramente dedica­do a reproducir los discursos de los diversos participantes. Anna Seghers, además de agradecer a los españoles su lucha contra el fascismo, recuerda a sus compatriotas inmersos en una lucha si­milar: «No hacemos aquí más que dar las gracias a los que luchan; a estos amigos que en la Ale­mania de Hitler exponen a diario sus vidas como los soldados ante Madrid» (p. 30).

También política es la intervención de Margarita Nelken, diputada socialista que en el año 1937 se pasa al Partido Comunista y que publica un comentario titulado «De estos últimos días» en el número X (octubre de 1937) comentando los atentados sufridos por Inglaterra contra sus barcos y los ocurridos en París como muestra de la trascendencia de la guerra que se está vivien­do en España y que es mucho más que una guerra civil sin consecuencias para terceros países:

Habrán de repetirse acontecimientos de esta índole, para que el mundo -lo que se llama el mundo civilizado, el cual, como sabes, lector, comprende desde los linchamientos de negros en Nor­teamérica y las condenas de Scottsborough, hasta el «Hard Labour» como modelo de régimen pe­nitenciario, y los famosos «bagnes» de niños en Francia-, el mundo, decimos, se percate de que los deseos expansíonistas de unos fascismos necesitados de sostenerse como fuere, pueden constituir una amenaza también para la frontera meridional de Francia, y también para la hegemonía en los mares de la orgullosa Albión (p. 63).

En un tono de claro discurso político, la autora critica la neutralidad de estos países y de­fiende los logros de la República española en materia cultural, así como agradece la participa­ción de la Unión Soviética.

Hemos dejado para el final los poemas de Concha Zardoya publicados en el número XIX (ju­lio de 1938). De origen proletario y nacida en Chile, Concha Zardoya no dejó España hasta el año 1948, tras haber publicado algunos de los libros en verso más interesantes dentro de eso que se llamó el exilio interior21. Su intervención en Hora de España con dos poemas, uno dedicado a los camaradas muertos, «Violencia del duelo» y el otro titulado «Ritual del pan», no sólo vuel­ven a poner en primer plano la guerra, sino que el caso del segundo supone además un análisis de la realidad social que ninguna de sus compañeras había hecho en la revista. Frente a la pers­pectiva burguesa que representan autoras como Rosa Chacel, María Zambrano o Ernestina de Champourcín, el poema de Concha Zardoya introduce un punto de vista diferente, otra guerra que había empezado mucho antes de 1936:

[...]. Mas, oh pan, tu beneficio

difícilmente alcanza a las familias proletarias, a los pastores y a los gitanos.

Tu posesión es lucha que marca en los brazos huellas exactas.

Por ti el barrendero, el metalúrgico,

21 Véase R. Arias, Escritoras españolas (¡939-1975): poesía, novela y teatro, Madrid, Editorial Laberinto, 2005, pp. 45-46.

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el albañil, el linotipista, deforman sus días,

malgastan potencias y olvidan poemas.

Tu abrazo duele y tu victoria cansa. Oh pan, tan sencillo, tan sin esfuerzo,

tan iluminado como eres, por qué te VENDEN en los comercios, por qué manchan tu memoria, por qué ofenden tu miga, los hombres burgueses que acaparan los trigos?

Por ti para sentirte desnudo en la mesa manchada de grasa, para que te mordisqueen los niños,

los obreros van a las cárceles [...]. Escucha, oh pan, este temblor subterráneo, este ansia de ver el sol, que se agita en los pechos trabajados.

Quieren ser cuerpos verdaderos,

hombres verdaderos, montañas, mariposas, aire. Quieren viajar en aviones, en barcos de gran tonelaje y con música. Quieren jugar a ser pintores, poetas,

y olvidar el aire fatal que hasta aquí respiraron en las fábricas de las Sociedades Anónimas.

Oh pan, álzate como un puño, erguido, heroico, tremolante.

Elévate como un puño, junto al puño del proletario,

levantado hasta el cielo, para ganarte, para reclinarte sobre un mantel limpio que contemple las rosas del jardín, los cuadros, el piano, las estatuas...

Este poema marca por oposición la línea en la que se enmarca la aportación de las mujeres que hemos visto hasta ahota. En conclusión, podemos destacar, por un lado, que la interven­ción femenina en Hora de España está centrada en la revalorización de una cultura de origen burgués, objetivo de la revista en general, pero también, en un constante recuerdo de la guerra como fondo de prácticamente todo lo que publican, ya sean poemas, ya sean ensayos más o me-

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nos filosóficos. Esa lucha justifica los textos publicados, la existencia de la revista misma. Con palabras que María Zambrano dedica a Madrid, «Cuadernos de la Casa de la Cultura», en el nú­mero XX (agosto 1938), pero que muy bien pueden aplicarse a Hora de España:

Quedará siempre como testimonio más y de los más valiosos, del temple moral de nuestros in­telectuales, de la serenidad que ha permitido y hecho posible que entre tanto dolor, entre tanto riesgo y violencia se produzca este fruto siempre difícil del trabajo científico, de la literatura, de la poesía.

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