r.f.r. - 2 caliban revisitado

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    CALIBAN REVISITADO*

    En 1985 se han cumplido doscientos cuarenta aos de lamuerte de Jonathan Swift. Algunos han dicho que terminidiota, o al menos aquejado de grave desorden squico. Igno-ro si es verdad: la lectura de biografas e historias de seres ycosas que conoc me ha hecho desconfiar de lo que algunoshan dicho. En todo caso, de seguro fue antes de tal posible

    desorden cuando escribi su admirable y famoso epitafio, quecomienza diciendo: Iit ubi saeva indignatio ulterius corlacerari nequit, y concluye: Abi, viator, et imitare, si poteris,strenuum pro virili libertatis vindicatorem. As pues, en 1745march a donde la fiera indignacin no podra lastimar mssu corazn quien se consideraba, y tena razn al hacerlo,capacitado para retar al viajero, si era capaz de ello, a queimitara su esfuerzo en favor de la libertad del hombre. Estatarea la realiz Swift en una mltiple y mordiente obra litera-ria que hoy es menos leda de lo que merece,1con una excep-

    * Notas para acompaar a selecciones de ensayos del autor aparecidasen varias pases. Se publicaron originalmente en Casa de las Amri-cas, No. 157, julio-agosto de 1986.

    1 En lo que toca al ingls, ello se colige del trabajo de Edward W. Said

    Swift as intellectual, The World, the Text and the Critic, Cambridge,Massachusetts, 1983. Puedo dar fe de que el hecho se repite con msintensidad en espaol. Pero en este idioma me complace sealar eltrabajo de Beatriz Maggi sobre Swift: Panfleto y literatura,Panfle-to y literatura,La Habana, 1982.

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    cin: su libro Viajes de Gulliver(1726). Este libro es tambinuna tremenda leccin para los escritores. Porque el ardientepanfletario que mereciera elogios entre otros de hombres queme son tan queridos como Bernard Shaw y Bertolt Brecht; elque no se cans de zaherir los males de la humanidad, hapasado a la posteridad como un amable fabulador para ni-os.2 De su tigre, no indigno del de Blake, se ha hecho unmanso gatico que divierte a los lectores menudos. Pero aquellibro fue una stira nacida de la fiera indignacin del autor,

    como casi todo lo que escribi. Inesperadamente, nos iba adar an otra leccin con esta metamorfosis. No es una lec-cin nueva ni mucho menos nica, pero en su caso adquieredimensiones estruendosas: un texto, fuera no ya de la inten-cin (a menudo inverificable) de su autor, sino de su contex-to, puede llegar a convertirse en algo bien diferente de lo quefue, de lo que es.

    Me he permitido este magno recuerdo ante un hecho bien

    pequeo: estn al cumplirse los primeros quince aos de miensayo Caliban, que desde la fecha de su aparicin, en laspginas de la revista cubanaCasa de las Amricas(No. 68,septiembre-octubre de 1971) hasta hoy ha conocido numero-sas ediciones tanto en su idioma original como en otros a losque ha sido traducido. Tambin ha conocido una cantidad nopequea de comentarios. La diversa naturaleza de estos lti-mos, y el que aqul vuelva a ver la luz a tres lustros de su

    nacimiento, me lleva a visitarlo de nuevo. Algunos de esoscomentarios me siguen provocando gratitud. Otros, como eshabitual, los considero equivocados. Pero lo que ms me lla-ma la atencin es que, arrancado de su contexto, con buenaintencin en unos casos, con mala en otros, ha habido ocasio-nes en que se ha convertido en un material irreconocible param mismo. De no ser restituido a la coyuntura en relacin con

    la cual se escribi, corre el riesgo de convertirse en una alga-2 Naturalmente que esto no implica desdn alguno por la literatura in-

    fantil, sino simple sealamiento de trasmutacin del sentido de unaobra.

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    raba. Por ello no me queda ms remedio que recordar, aun-que sea a grandes rasgos, cul fue la circunstancia de su naci-miento. Tratar de hacerlo.

    No soy particularmente afecto a la divisin de la historiaen dcadas, tan grata a los anglosajones: pero a veces pareceinevitable, como inevitable es la divisin en siglos. Lo maloest en que tomemos demasiado en serio tales divisiones, ynos imaginemos, por ejemplo, que el primero de enero de1991 o el primero de enero del 2001 algo definitivamente

    nuevo comenz o va a comenzar. Sin embargo, con las pre-cauciones del caso, tanto los siglos como las dcadas puedensernos tiles. Quiero llamar la atencin, por ejemplo, sobreun libro notable:Los 60 sin excusa(1984).3

    Armado con estas precauciones, es necesario tener en cuen-ta que Calibanapareci en 1971: en el gozne entre la dcadadel 60, que ya haba concluido, y la del 70, que acababa deempezar. Quiero evocar la primera de estas dcadas, como

    indica el ttulo del libro mentado, sin excusas: y tambin sinnostalgias, porque nuevos y necesarios combates habr siem-pre. Aquel fue un momento hermoso en que en muchos pa-ses la vida intelectual estuvo, al menos en considerable me-dida, hegemonizada por la izquierda: como en este momentoen que escribo est, en no pocos pases, hegemonizada por laderecha. No en balde se habla de una nueva derecha en mu-chos de esos pases, mientras en otros una situacin similar

    asume la forma de una aparente despolitizacin. Razn dems, dicho sea al pasar, para estimar a quienes en esas cir-cunstancias mantienen con valor las banderas justas. La her-mosa Revolucin Sandinista de Nicaragua, al triunfar en 1979,lo ha hecho en medio de este ambiente. Lo que, sin embargo,no impedir a las fuerzas democrticas evitar una agresinimperialista directa a la patria de Rubn Daro.

    Poco antes de iniciarse la dcada de los 60 haba llegado alpoder la Revolucin Cubana, cuya repercusin est lejos de

    3 The 60s without Apology, ed. por Sohnya Sayres, Anders Stephanson,Stanley Aronowitz, Fredric Jameson, Minneapolis, 1984.

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    haberse extinguido, pero que se sinti muy fuertemente enesa dcada. Y en los 60 se vieron, entre otros hechos, el triun-fo de la Revolucin Argelina y buena parte de la guerra deVietnam, cuya conclusin ocurrira tiempo despus: aconteci-mientos que influiran fuertemente en las metrpolis respecti-vas. La derecha vio desarrollarse ante sus ojos movimientos enfavor de razas y comunidades oprimidas, de la mujer, depueblos marginales. No falt, como es natural, el desvaro,encarnado en fenmenos como los hippies o elflower power.

    En nuestra Amrica, la certidumbre de victoria de movimien-tos guerrilleros de amplia orientacin socialista prendi enmuchos corazones y encarn en innumerables actos heroicos.Jalonando el camino de estas esperanzas quedaron cuantiosasfiguras, la ms herldica de las cuales es sin duda la del Che.En nuestra Amrica, tambin, la literatura, encabezada (perono absorbida) por la novela, pas a un primer plano mundial,acompaada de cerca por el nuevo cine y la nueva cancin. Al

    ir a alborear la prxima dcada, en 1970, fue electo presidentede Chile el socialista Salvador Allende.Por supuesto, el imperialismo no permaneci (no perma-

    nece nunca) de brazos cruzados. Si en lo poltico acometimltiples maniobras, desde las agresiones a Cuba y la ocupa-cin de la Repblica Dominicana, la organizacin decontraguerrillas y la implantacin de nuevos tiranos, hasta laAlianza para el Progreso, en lo intelectual urdi una versin

    acadmica de la poltica demaggica que en los aos de laSegunda Guerra Mundial haba ejemplificado una famosapelcula de Walt Disney. Esa versin podra haberse llama-do, en homenaje a dicha pelcula, Saludos, amigos escritoresy artistas latinoamericanos (en espaol en el original). Proli-feraron becas, florecieron coloquios, surgieron como hongosdespus de la lluvia ctedras para estudiarnos o diseccio-narnos: hasta se habl, con deleznable mal gusto burstil, delboomde nuestra novela. Sera injusto atribuir todo esto a lamalevolencia. Hubo una seria actitud por parte de muchosintelectuales e instituciones del mundo occidental volcadoshacia las realidades emergentes de lo que hasta entonces ha-

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    ba sido como un borrn al margen de la historia. Ello ocu-rri en el seno de un inters autntico por lo que ya en 1952haba sido bautizado por el demgrafo francs Alfred Sauvyel Tercer Mundo. El manifiesto desdn que se expresa ennuestros das en tantos medios abiertamente reaccionarios, yen otros que les hacen eco (de acuerdo con el corrimiento delespectro hacia la derecha), por el tercermundismo, no pue-de hacer olvidar que la preocupacin por los pases colonia-les y excoloniales implic, y en muchos casos sigue impli-

    cando, un genuino inters sin el cual no es dable llegar aentender el mundo en que vivimos.Ya en los inicios de la Guerra Fra, cuando todava el Ter-

    cer Mundo no haba entrado con tanta intensidad en la pales-tra, los Estados Unidos haban organizado, entre otras ma-niobras, el Congreso por la Libertad de la Cultura,4donde elcrudo anticomunismo de los polticos de accin estaba ador-nado con suspiros intelectuales y desgarraduras de vestes. En

    espaol, la revista de este congreso se llam Cuadernos, y nopudo sobrevivir, por su forma esclerosada, a la marea cre-ciente de los aos 60. Fue as que naufrag en su nmero100. Entonces se proyect y realiz sustituir Cuadernosporla revistaMundo Nuevo.

    La discusin en torno a esta revista es una de las races delambiente en que se iba a gestar Caliban. Un grupo de escrito-res, entre los cuales se encontr el autor de estas lneas, llam

    la atencin, desde que a mediados de los aos 60 se dio aconocer la futura aparicin de dicha revista en Pars, sobre elhecho de que ella no hara sino darle un rostro ms simpticoa la anterior, pero que, en esencia, desempeara funcionessimilares a aqulla.Mundo Nuevo, literariamente, fue sin dudasuperior a Cuadernos, y en gran medida renov su equipo. Elproyecto era claro: disputarle desde Europa, con visos demodernidad, la hegemona a la lnea revolucionaria en el traba-

    4 Cf. Cristopher Lasch: The Cultural Cold War: a Short History of theCongress for Cultural Freedom, Towards a New Past. Dissenting Essaysin American History, ed. por Barton J. Bernstein, Nueva York, 1967. [Y

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    jo intelectual dentro del continente latinoamericano.5Sera equi-vocado, y nunca fue planteado as por nosotros, pensar que cuan-tos colaboraran enMundo Nuevoeran necesariamente hostiles ala Revolucin. Por el contrario, se trataba de crear un ambienteconfuso, que hiciera difcil detectar las verdaderas funciones quese le haban encomendado a dicha revista. Las impugnacionesalcanzaron una nueva medida cuando el 27 de abril de 1966 elNew York Timespublic un vasto artculo sobre el financiamientopor la CIA del Congreso por la Libertad de la Cultura y sus publi-

    caciones. No obstante los farisaicos desmentidos hechos por diri-gentes del Congreso y algunos colaboradores suyos, el 14 de mayode 1967 los peridicos londinenses The Sunday Timesy TheObservertraan extensas informaciones que esclarecan definiti-vamente el asunto: el secretario ejecutivo del Congreso, MichaelJosselson, lo admita todo en Pars. Para The Sunday Times, setrataba de una historia de una Baha de Cochinos literaria. Entrelos comentarios en espaol de estos acontecimientos, fue particu-

    larmente significativo un artculo publicado en el semanario uru-guayoMarchael 27 de mayo de ese ao por el destacado escritorperuano Mario Vargas Llosa: Epitafio para un imperio cultural.Hace pocos aos, Vargas Llosa (ahora bien alejado de la izquier-da) ha publicado una seleccin de sus artculos con el ttulo Con-tra viento y marea (1962-1982).6Por desgracia, en este libro nu-trido, sobre el que he de volver, Vargas Llosa no encontr espaciopara artculo tan importante, el cual conclua:

    El imperio cultural armado con tanta minuciosa habi-lidad, con tanto gasto, se ha desmoronado como un cas-tillo de naipes, y lo lastimoso es que, entre sus ruinashumosas, quedan, maltrechos, ensuciados, culpables e

    Frances Stonor Saunders: The Cultural Cold War. The CIA and theWorld of Arts and Letters,Nueva York, 2000. Nota del 2000.]

    5 Cf. Ambrosio Fornet: New Worlden espaol, Casa de las Amricas, No.40, enero-febrero de 1967. [Y Mara Eugenia Mudrovcic: Mundo Nuevo.Cultura y Guerra Fra en la dcada del 60, Rosario, 1997. Nota de 1998.]

    6 Mario Vargas Llosa: Contra viento y marea (1962-1982), Barcelona, 1983.

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    inocentes, los que actuaron de buena fe y los que lo hi-cieron de mala fe, los que crean estar all luchando porla libertad y los que slo pensaban en cobrar un sueldo.7

    En su nmero siguiente (del 2 de junio),Marcha, entoncescon ngel Rama al frente de su seccin literaria, public lahistoria sucinta, en forma de cuaderno cronolgico, de laspolmicas sobre el asunto, comenzando con las cartas cruza-das entre el director deMundo Nuevo y yo (cartas acogidas

    por varias publicaciones peridicas), y siguiendo con otrosdetalles.

    Pensar que el imperio cultural se haba extinguido tanslo porque una de sus maniobras haba sido desenmascara-da era tomar los deseos por realidades. Mundo Nuevo de-sapareci tras aquellas revelaciones. Pero dej sembrada engentes muy variadas la posible desconfianza hacia la revolu-cin latinoamericana, que entonces slo poda ofrecer el ejem-plo victorioso de Cuba, casi abrumada por las ilusiones di-versas (y hasta contradictorias) que muchos haban depositadoen ella, pero realmente limitada a sus escasas fuerzas, y coninevitables errores. En 1968, la discusin en torno a un pre-mio literario otorgado a un libro del poeta Heberto Padillapor la Unin de Escritores y Artistas de Cuba (que public ellibro con un prlogo discrepante) dio nuevos impulsos a los

    que actuaron de buena fe y los que lo hicieron de mala fe. Alo largo de tres aos, el autor de aquel libro sigui trabajandoy escribiendo en Cuba. Pero en 1971, el haber estado encar-celado alrededor de un mes bajo la acusacin de actividadescontrarrevolucionarias (no por la redaccin o la publicacinde poema alguno) desat una amplia discusin a la que fue-ron arrastrados, mucho ms que nunca antes, hombres y mu-jeres de mala y buena fe. Comenzaba, por otra parte, el movi-

    miento hacia la derecha. Del lado de los censores de la

    7 Mario Vargas Llosa: Epitafio para un imperio cultural, Marcha,27 de mayo de 1967, p. 31.

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    Revolucin Cubana, lo ms trascendente fue la aparicin dedos cartas abiertas dirigidas a Fidel desde Europa. En la pri-mera se expresaba que los firmantes, no obstante ser solida-rios con los principios y metas de la Revolucin Cubana, sedirigan a l para expresarle sus preocupaciones con motivode la detencin del conocido poeta y escritor Heberto Padilla.Ms adelante se explicaba:

    Dado que hasta el momento el Gobierno cubano no ha

    proporcionado ninguna informacin sobre el asunto, elhecho nos hace temer la reaparicin de un proceso desectarismo ms fuerte y peligroso que el denunciado porusted en marzo de 1962 [...] // En el momento en que lainstauracin de un gobierno socialista en Chile, y la nue-va situacin creada en Per y Bolivia, facilitan la ruptu-ra del bloqueo criminal de Cuba por parte del imperia-lismo norteamericano, el empleo de mtodos represivos

    contra los intelectuales y escritores que han ejercido elderecho de crtica dentro de la Revolucinslo puedetener una repercusin profundamente negativa entre lasfuerzas antimperialistas del mundo entero, y muy espe-cialmente de Amrica Latina, para quienes la revolu-cin cubana es un smbolo y una bandera [...]8

    Esta carta fue copiosamente divulgada por los medios ca-pitalistas del planeta, convirtindose, sean cuales hayan sidolas intenciones de algunos de sus firmantes, en una abiertainculpacin contra la Revolucin Cubana, al dar por senta-do el empleo de mtodos represivos, etc. Pero sus tintaspalidecieron frente a la segunda carta. Contrariamente a loque se ha dicho incluso con la mejor voluntad, esta segundacarta no fue la consecuencia necesaria de que no se haya

    respondido (hecho prcticamente imposible) a la primera.8 Cf.Libre. Revista Crtica Trimestral del Mundo de Habla Espaola,

    No. 1, septiembre-noviembre [de 1971], pp. [95]-96. nfasis de R.F.R.

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    Entre una y otra mediaron un discurso encendido de Fidel,la excarcelacin de Padilla y, a solicitud suya, la exposicinde una especie de autocrtica que, como se hizo evidentedespus, no era sino la caricatura maliciosa de lasautoacusaciones de los tristemente clebres procesos deMosc de mediados de los aos 30. Es decir, era un mate-rial cuya finalidad era ser descodificado por quienes ya seencontraban dispuestos a considerar a Cuba como viviendoun perodo similar al llamado culto a la personalidad en

    la URSS de entonces. Esta segunda carta dej de contar conla adhesin de muchos de los que haban prestado su nom-bre para la primera. Entre ellos, por la resonancia de su con-ducta y por su permanente honradez, ocupa lugar destacadoJulio Cortzar. En carta suya del 4 de febrero de 1972, enque responda a otra que le enviara Haydee Santamara, dijoCortzar:

    en cuanto a la redaccin de la primera carta, la que yofirm, puedo decirte simplemente esto: el texto originalque me someti [Juan] Goytisolo era muy parecido alde la segunda carta, es decir,paternalista, insolente, ina-ceptable desde todo punto de vista. Me negu a firmar-lo, y propuse un texto de remplazo, que se limitaba, res-petuosamente, a un pedido de informacin sobre lo

    sucedido; t dirs que adems se expresaba la inquietudde que en Cuba se estuviera produciendo una pulsinsectaria o algo as, y es cierto; tenamos miedo de queeso estuviera sucediendo, pero ese miedo no era ni trai-cin ni indignacin ni protesta. Relee el texto, por fa-vor, y compralo con el de la segunda carta que natural-mente yo no firm. A ti puedo decirte (la Policrticalo dice tambin, por supuesto) que lamento que ese pe-

    dido de informacin de compaeros a compaeros seviera completado por esta expresin de inquietud; peroinsisto en que de ninguna manera se poda atribuir a los

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    firmantes una injerencia insolente o un paternalismocomo el que muestra la segunda e incalificable carta.9

    Esa segunda carta, que tales adjetivos le mereca a Cortzar,expresaba:

    Creemos un deber comunicarle nuestra vergenza ynuestra clera. El lastimoso texto de la confesin que hafirmado Heberto Padilla slo puede haberse obtenido

    mediante mtodos que son la negacin de la legalidad yla justicia revolucionarias. El contenido y la forma dedicha confesin, con sus acusaciones absurdas y afir-maciones delirantes, as como el acto celebrado en laUNEAC en el cual el propio Padilla y los compaerosBelkis Cuza, Daz Martnez, Csar Lpez y Pablo Ar-mando Fernndez10se sometieron a una penosa masca-rada de autocrtica, recuerdan los momentos ms srdi-dos de la poca del stalinismo, sus usos prefabricados ysus caceras de brujas. Con la misma vehemencia conque hemos defendido desde el primer da la RevolucinCubana, que nos pareca ejemplar en su respeto al serhumano y en su lucha por su liberacin, lo exhortamos aevitar a Cuba el oscurantismo dogmtico, la xenofobiacultural y el sistema represivo que impuso el stalinismo

    en los pases socialistas, y del que fueron manifestacio-nes flagrantes sucesos similares a los que estn ocurrien-do en Cuba. El desprecio a la dignidad humana que su-

    9 Cf. Casa de las Amricas, No. 145-146, julio-octubre de 1984,p. 148. El nmero fue un homenaje a Julio Cortzar a raz de su muerte.nfasis de R.F.R.

    10 Como se sabe, Padilla y su esposa Belkis Cuza realizan hoy una cam-

    paa hostil fuera de Cuba. Se sabe menos que Daz Martnez, CsarLpez y Pablo Armando Fernndez quienes fueron acusados porPadilla viven y trabajan normalmente en Cuba, y con frecuencia larepresentan en el extranjero. [El primero de ellos abandon luegoCuba. Nota de 1993.]

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    pone forzar a un hombre a acusarse ridculamente de laspeores traiciones y vilezas no nos alarma por tratarse deun escritor, sino porque cualquier compaero cubanocampesino, obrero, tcnico o intelectual puede sertambin vctima de una violencia y una humillacin pa-recida. Quisiramos que la revolucin cubana volvieraa ser lo que en un momento nos hizo considerarla unmodelo dentro del socialismo.11

    Cortzar muri fiel a las ideas que le haba expuesto aHaydee en su carta de 4 de febrero de 1972. Ello se colige deltexto aadido a una edicin ulterior de su valiente libroNica-ragua tan violentamente dulce, que, segn el colofn, setermin de imprimir el 25 de enero de 1984 en Barcelona(la primera edicin, sin ese trabajo, haba aparecido ya enNicaragua en 1983). El nuevo texto se llama Apuntes almargen de una relectura de 1984. Aunque all afirma quesi para algo sirvi en definitiva el caso Padilla, fue para se-parar el trigo de la paja fuera de Cuba, insiste en las presun-tas bondades de la primera carta, mientras a la segunda lallama la famosa carta de los intelectuales franceses a FidelCastro [...] que fue una carta paternalista e imperdonablepor su insolencia, y a continuacin aade: pero puedo afir-mar con todas las pruebas necesarias que esa carta no hubiera

    sido enviada si el primer pedido de informacin de los he-chos que firm con muchos otros hubiera tenido una res-puesta en un plazo razonable.12

    Evidentemente, Cortzar al escribir esas palabras no habaledo el libro ya mentado de Vargas Llosa Contra viento ymarea (1962-1982), impreso en el mes de noviembre de1983, segn su colofn: lo que lo hace prcticamente coet-

    11 Cf. Mario Vargas Llosa: op. cit. en nota 6, pp. 166 y 167.12 Julio Cortzar: Apuntes al margen de una relectura de 1984,Nica-

    ragua tan violentamente dulce, Barcelona, 1984, p. 13. nfasis deR.F.R.

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    neo del de Julio. En el libro del peruano aparece dicha segun-da carta a Fidel con la siguiente nota al pie:

    La iniciativa de esta propuesta naci en Barcelona, al dara conocer la prensa internacional el acto de la UNEAC enque Heberto Padilla emergi de los calabozos de la poli-ca cubana para hacer su autocrtica. Juan y LuisGoytisolo, Jos Mara Castellet, Hans MagnusEnzensberger, Carlos Barral (quien luego decidi no fir-

    mar la carta) y yo nos reunimos en mi casa y redactamos,cada uno por separado, un borrador. Luego lo compara-mos y por votacin se eligi el mo. El poeta Jaime Gil deBiedma mejor el texto enmendando un adverbio.13

    Vargas Llosa, pues, reconoce varias cosas en esta cita, yen primer lugar haber sido autor de la carta, que no fue, enconsecuencia, de los intelectuales franceses (proporcional-mente, no ms abundantes aqu que en la primera carta). Yaade la lista de sesenta y un firmantes, indiferente al hechode que muchos de ellos, as como de la anterior carta, expre-saron despus su desacuerdo con aquella conducta.

    Adems de dichos documentos, hubo muchos otros en fa-vor y en contra de la posicin cubana, esparcidos en numero-sas publicaciones.

    Si he trado a colacin estas cosas, es porque ellas son la chis-pa que encendi la redaccin deCaliban. Tres nmeros de larevista Casa de las Amricasse hicieron cargo de las discusio-nes. El ltimo de ellos, que tena el ttulo colectivo Sobre culturay revolucin en la Amrica Latina, inclua mi ensayo. Si a estasalturas se lo desgaja de aquella polmica, o no se la toma encuenta, es evidente que se lo traiciona. No pretendo que el lectorest familiarizado con todos los materiales que surgieron al ca-

    lor de la polmica, pero s que recuerde la acritud de la misma.Mis lneas no nacieron del vaco sino de una coyuntura concreta

    13 Cf. Mario Vargas Llosa: op. cit.en nota 6, p. 166, nota al pie.

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    llena de pasin y, por nuestra parte, de indignacin ante elpaternalismo, la acusacin a la ligera contra Cuba, y hasta lasgrotescas vergenza y clera de quienes haban decididoproclamarse, cmodamente instalados en Occidente, con susmiedos, sus culpas y sus prejuicios, fiscales de la revolucin.

    Pero tambin pecara de simplismo si supusiera que fue-ron slo aquellas escaramuzas las que dieron lugar a mi tex-to. Desde mucho antes, acuciado por el gran desafo intelec-tual que nos lanzaba la revolucin que vivamos (y vivimos),

    haba venido acercndome a temas que de alguna maneraanunciaban el texto de 1971. Bsteme recordar algunos tra-bajos periodsticos de 1959, y los ensayos El son de vuelopopular (1962: dedicado a la obra de Nicols Guilln), Marten su (tercer) mundo (1965), o Introduccin al pensamien-to del Che (1967),14para ir sealando algunos escalones pre-vios. En general, se trataba de una reinterpretacin de nues-tro mundo, a la luz exigente de la revolucin.

    No voy a dedicar un tiempo extemporneo a asuntos comola historia anagramtica de Caliban, minuciosamente tratadapor Roger Toumson en su libro Trois Calibans(1981);15tam-poco a si soy o no afrancesado, segn el epteto que me endilg,despus de un largo silencio, el exdirector deMundo Nuevo, elcrtico uruguayo Emir Rodrguez Monegal.16No me entusias-

    14 Los dos ltimos trabajos fueron luego ampliados y aparecieron, res-pectivamente, con los ttulos Introduccin a Jos Mart y Paraleer al Che.

    15 Cf. Roger Toumson: Caliban/Cannibale ou les avatars duncannibalisme anagrammatique, Trois Calibans,La Habana, 1981,pp. 201-299. Sin desdear el valor que para otros fines puedan tenerla investigacin y las conjeturas de Toumson, mucho ms cerca delpropsito de mi texto es el uso que de l hace Louis-Jean Calvet enLinguistique et colonialisme. Petit trait de glottophagie, Pars, 1974,

    pp. 59, 223 y 224.16 Emir Rodrguez Monegal: Las metamorfosis de Calibn, que apare-ci en ingls en la revista acadmica estadunidenseDiacritics (No. 7,1977), y en espaol en la revista poltica mexicana Vuelta(No. 25,diciembre de 1978).

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    ma discutir con difuntos, ni pretendo negarle la sal y el agua acuanto escribiera este autor. Pero no creo que su inmersin abiertaen la poltica cultural auspiciada por el imperialismo le hicierabien. Al llamarme afrancesado, por suponer que mi uso del sm-bolo de Caliban tena una raz francesa (como la tiene una partede mi formacin cultural, tambin con otras races, por supues-to), coincidi, quiz sin saberlo, con una reiterada acusacin queme haca el programa Cita con Cuba,deLa Voz de los EstadosUnidos de Amrica, reunindome con amigos como Carpentier,

    Prez de la Riva y Le Riverend en una suerte de arcaico insultoespaol de siglos atrs. Rodrguez Monegal pareca olvidar queCaliban es un personaje no francs, sino ingls, por una parte; yque, por otra, fueron escritores de las Antillas de lengua inglesa,como George Lamming, en primer lugar,17y Edward KamauBrathwaite, ambos citados en mi texto, quienes vincularon elpersonaje con nuestras tierras, concretamente el Caribe. En es-paol, sin que ello lo proclame gran mrito, creo que me corres-

    ponde la primaca, especialmente considerado el smbolo apli-cado a nuestra Amrica. En cualquier caso, a Rodrguez Monegallleg a interesarle tanto el tema que no par hasta ofrecer cursosuniversitarios sobre el mismo, lo que siempre entend como unaforma de involuntario homenaje que me renda.

    A propsito de dos autores vivos quisiera decir algunas co-sas: uno es Jorge Luis Borges; otro, Carlos Fuentes. Sobre elprimero, a quien se llama en el texto un escritor verdadera-mente importante, aunque discrepe tanto de l, es necesariodecir que jams he credo, como sospech el crtico ingls J.M. Cohen en un til libro sobre el argentino, que los premios ydistinciones de que ha sido objeto hayan tenido nada que vercon su evolucin poltica.18Por el contrario, siempre cre, y

    17

    La obra de Lamming The Pleasures of Exile,de la que apareci unasegunda edicin en Londres en 1984, mereca mucha ms atencinde la que le di en la primera versin de Caliban. Creo que le he hecho

    justicia en la versin que aparece en el presente libro.18 Cf. J. M. Cohen:Jorge Luis Borges, Edimburgo, 1973, pp. 107-109.

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    tuve ocasin de ratificarlo, que, con su humor irnico, se trata-ba de un hombre honrado y modesto, dotado de excepcionaltalento, cuya brjula poltica, que lo llev a elogiar en su ju-ventud a la Revolucin de Octubre, a defender luego a la Re-pblica Espaola y a oponerse al antisemitismo nazi, se desar-ticul con el acceso de Pern al gobierno de su pas, lo quetambin ocurri a muchos otros argentinos. Sus declaracionesllegaron a ser delirantes, y adems, en contra de lo que l mis-mo piensa, es un escritor de tendencia poltica, que oscila entre

    el anarquismo y el conservadurismo.19

    Pero sus declaracionesse han ido atenuando, y su calidad literaria me parece, vista suobra en conjunto desde la mucha vejez, an superior de lo queme pareca entonces. Por ltimo, creo que le asiste la razn alcrtico mexicano Jorge Alberto Manrique cuando, al escribiruna de las primeras notas sobre Caliban, seal:

    Cabra recordar, segn el mismo Borges lo ha dicho,

    que l asume, frente a [...] [la] lectura de Europa unaactitud socarrona de francotirador, desde fuera: de esoest hecho lo mejor de su obra: y en eso podra recono-cerse una actitud de Calibn. Que cada quien tiene susrespuestas, y vale la pena tratar de entenderlas.20

    No sera justo, por otra parte, que ocultara que la acidez, y

    algn que otro sarcasmo expresados a propsito de Fuentes,no tomaban en cuenta slo su obra, sino tambin el hecho deque el mexicano, uno de los ms importantes narradores lati-noamericanos de estos aos, despus de haber sido un com-paero cercano (lo que me gustar que siga siendo), fue unode los principales colaboradores e idelogos deMundo Nue-

    19

    Cf. Julio Rodrguez-Luis: La intencin poltica en la obra de Borges:hacia una visin de conjunto, Cuadernos Hispanoamericanos,No. 361-362, julio-agosto de 1980.

    20 Jorge Alberto Manrique: Ariel entre Prspero y Calibn,Revistade la Universidad de Mxico, febrero-marzo de 1972, p. [90].

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    vo, firmante de las dos cartas a Fidel en 1971, y autor delneas injustas contra Cuba. ste era el teln de fondo que memova a impugnar vivamente sus criterios de entonces: crite-rios que, por otra parte, me siguen pareciendo equivocados.Pero desde aquella fecha hasta hoy, si por una parte Fuentesno me ha ahorrado injurias (en vez de argumentos) en msde una entrevista, por otra ha manifestado su adhesin a lasrevoluciones de Cuba y Nicaragua. No podra revisitar miensayo sin decir estas cosas, sea cual fuere la reaccin que

    produzcan.La forma como tuvo que ser escrito Caliban, en unos cuan-tos das, casi sin dormir ni comer, mientras me senta acorra-lado por algunos de los hombres que ms haba apreciado, esresponsable de varios cabos sueltos en el trabajo, que dieronlugar a malentendidos. En aos sucesivos, trat de atajar esoscabos. As, por ejemplo, la relacin entre nuestra Amrica ysu vieja metrpoli colectiva me llev a escribir Nuestra

    Amrica y Occidente; mientras la relacin de Hispanoam-rica con Espaa fue abordada en Contra la Leyenda Negra,que alguien llam mi declaracin de amor a Espaa. Y en unplano ms amplio, desbordando las estrecheces regionales,cre imprescindible revisar Algunos usos de civilizacin ybarbarie. En otros casos, ms que consideraciones histri-cas, me preocupaban consideraciones literarias. Creo que el

    trabajo que me disgusta menos entre los que he hecho en esteorden es Algunos problemas tericos de la literatura hispa-noamericana. Tambin he tocado (antes y despus) temasmenos vastos, limitndome a autores o situaciones particula-res, pero con la misma ptica.

    Caliban, pues, se me constituy en una suerte de encruci-jada a donde conducan trabajos anteriores y de donde parti-ran trabajos posteriores. Pero no quisiera ser juzgado por l

    tomado aisladamente, sino dentro de la constelacin formadaen torno suyo por mis otros papeles. Mi aspiracin no es, nofue nunca, presentar la Amrica Latina y el Caribe como unacomarca cortada del resto del mundo, sino como una parte

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    21 Fueron, por separado, John Beverley, Ambrosio Fornet y DesiderioNavarro. A ellos agradezco el conocimiento del libro.

    22 Edward W. Said: Orientalism, Nueva York, 1978.

    del mundo: una parte que debe ser vista con la misma aten-cin y el mismo respeto que las dems, no como una nuevaparfrasis de Occidente. Varios amigos21me sealaron pun-tos de contacto (que me honran) entre este propsito mo,tocante a nuestra realidad, y el que acomete para su mundo elpalestino Edward W. Said en su notable libro Orientalism(1978).22

    Si algo me inquieta hoy en la expresin Tercer Mundo,es la degradacin que acaso involuntariamente supone. No

    hay ms que un mundo, donde luchan opresores y oprimidos,y donde estos ltimos obtendrn ms temprano que tarde lavictoria. Nuestra Amrica est aportando sus matices a estalucha, a esta victoria. La tempestad no ha amainado. Pero entierra firme se ven erguirse los nufragos de La tempestad,Crusoe y Gulliver, a los que esperan no slo Prspero, Ariely Caliban, Don Quijote, Viernes y Fausto, sino tambin So-fa y Oliveira, el Coronel Aureliano Buenda y, a mitad de

    camino entre la historia y el sueo, Marx y Lenin, Bolvar yMart, Sandino y el Che Guevara.

    La Habana, 13 de marzo de 1986.

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    CALIBAN EN ESTA HORADE NUESTRA AMRICA*

    Me complace comenzar agradeciendo la honrosa invitacincon pie forzado, como dicen nuestros poetas repentistas,que al sealarme el tema me ha obligado a regresar al ensayoaludido en el ttulo y a tratar de complementarlo de algunamanera.1En este 1991 tal ensayo cumple veinte aos de ha-ber visto la luz simultneamente en Cuba y en Mxico; des-

    * Este trabajo fue ledo en Mrida, Mxico, el 8 de julio de 1991, comoconferencia inaugural del III Encuentro de Investigadores del Caribeorganizado por la Facultad de Ciencias Antropolgicas de la Univer-sidad Autnoma de Yucatn; y el 6 de septiembre de ese mismo aoen la Ctedra de la Amrica Latina y el Caribe de la Universidad deLa Habana. En ambos casos, al invitarme, los respectivos organiza-dores me sugirieron el ttulo aproximado, y, en consecuencia, el con-tenido de la conferencia. A eso alude la mencin en las primeras l-

    neas del pie forzado. El texto se public por primera vez en Casade las Amricas, No. 185, octubre-diciembre de 1991.1 Me atengo a lo que el ttulo anuncia y el espacio permite. En otras

    ocasiones he vuelto ya sobre el ensayo. Adems de los que se reco-gen en este libro, para el Simposio Internacional Caliban. Por unaredefinicin de la imagen de Amrica Latina en vsperas del 1992(Universidad de Sassari, 15-17 de noviembre de 1990), escrib Casiveinte aos despus, que con los otros materiales del Simposio apa-reci en la revista Nuevo Texto Crtico(No. 9-10, de 1992). En la

    presente conferencia me valgo de algunos aspectos de este ltimotrabajo, as como de la ponencia Rubn Daro en las modernidadesde nuestra Amrica, presentada en el congresoRubn Daro: la tra-dicin y el proceso de modernizacin(Universidad de Illinois, 5-7 demayo de 1988), cuya versin original se public en Recreaciones.

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    pus se ira a recorrer otros pases y otras lenguas. No me daalegra por l ni por m, sino porque de esa manera prestanalgn servicio pginas que no tienen ms valor, si alguno,que el de haber invitado a contemplar aspectos de nuestraAmrica con los ojos que nos dio el hombre mayor nacido eneste Hemisferio, el caribeo Jos Mart, cuya irradiacinmundial no ha hecho ms que comenzar. De Mart son lasideas cardinales de aquel trabajo, y tambin quiso serlo loque podra llamarse la estrategia de esas ideas.

    A propsito del ensayo de Mart Nuestra Amrica, cuyocentenario estamos celebrando, uno de los mejores estudio-sos de aqul y poeta en todo lo que hace, Cintio Vitier, sealcon su luz habitual la naturaleza y la funcin de las imgenesmartianas en ese texto, lo que en general es vlido para elresto de su obra. Tales imgenes no son nunca en l orna-mentos ni volutas: es cierto que tienen una innegable razpotica, peropor eso mismoen ellas est lquida y difusa,

    para usar palabras unamunianas,2la captacin profunda de larealidad, el pensamiento, trmino con el que quiero rendirhomenaje a Jos Gaos,3de Mart.

    Y qu es Calibansino una imagen, una imagen que forjel deslumbrante poeta Shakespeare, y otro poeta, a mucha

    Ensayos sobre la obra de Rubn Daro[...] Prlogo y edicin de IvanA. Schulman [...], Hannover, Estados Unidos, 1992.

    2 Nuestra filosofa, la filosofa espaola [y mutatis mutandis la denuestra Amrica], est lquida y difusaen nuestra literatura, en nues-tra vida, en nuestra mstica, sobre todo, y no en sistemas filosficos.Miguel de Unamuno:Del sentimiento trgico de la vida en los hom-bres y en los pueblos, dcima edicin, Buenos Aires, 1952, p. 244.nfasis de R.F.R.

    3 De los varios e importantes trabajos de Gaos sobre nuestro pensa-

    miento quiero nombrar en especial su memorableAntologa del pen-samiento de lengua espaola en la Edad Contempornea, Mxico,1945. Por cierto que, aunque discpulo de Ortega y Gasset, en su con-cepcin del pensamiento quiz Gaos est ms cerca de Unamunoque de Ortega.

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    distancia (espacial, temporal y de la otra), present de mane-ra distinta, pero rindindole homenaje al Bardo que volvi asoar el mundo? Si esa segunda imagen ha logrado hacer veralgunas cosas (el vocablo idea es en su origen, como se sabebien, contemplacin o visin), es porque tal es el destino detoda imagen, con independencia de cualquier pretensin di-dctica. Un compatriota y amigo de Jos Lezama Lima, aquien se debe uno de los ms encarnizados acercamientos ala imago,creo que no necesita insistir mucho en este punto.

    Con la perspectiva abierta por la revolucin que tiene lu-gar en mi pas desde 1959, y asumiendo e intentando desa-rrollar, como ya he dicho, el ideario del orientador constantede esa revolucin, Jos Mart, empec a escribir Caliban enun momento difcil para Cuba, y por tanto para m, al termi-nar de vivir mis cuarenta aos, y, tras algunos das y nochesfebriles, le di trmino con cuarenta y uno. Si el tiempo trans-currido desde entonces, en lo estrechamente personal, me ha

    llevado a ser un sexagenario, ello carece de importancia. Loimportante es cmo ha cambiado el mundo desde 1971, yqu es menester aadir hoy para la ms til lectura de esetexto y de otros que son su compaa.

    En 1971 estaba an fresca la acogida internacional recibi-da por la narrativa latinoamericana, en representacin de unacultura viviente. En aquella ocasin propuse ir sealando al-gunas de las fechas que jalonaban el advenimiento de esa

    cultura: la ltima de esas fechas era 1970, con el inicio delgobierno en Chile del socialista Salvador Allende. Si ahoraretomamos, para ponerla al da, esa enumeracin, el resulta-do en general no puede sino ser, por decir lo menos, preocu-pante. Su continuacin se abre, precisamente, con el derroca-miento del gobierno de la Unidad Popular en Chile y la muerteheroica del presidente Allende, en 1973. Y si bien en 1979llegan al poder regmenes revolucionarios en Granada y Ni-caragua, cuatro aos despus, decapitado el primero de esosregmenes con el asesinato de Maurice Bishop, los EstadosUnidos invaden la minscula Granada, obteniendo una vic-toria vergonzosa y reabriendo el captulo nunca cerrado del

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    todo de su poltica de las caoneras y del Gran Garrote. Nica-ragua, por su parte, sufrira una guerra sucia impuesta, contotal desprecio de las leyes internacionales, por el gobiernode los Estados Unidos, el cual adems decret un embargocontra la nacin centroamericana. Las decenas de millares denicaragenses muertos en dicha guerra y la gravsima situa-cin econmica provocada por el estrangulamiento del pasharan que el Frente Sandinista de Liberacin Nacional per-diera las elecciones en febrero de 1990, aunque lograra reci-

    bir el cuarenta por ciento de los votos, lo que lo hace la prin-cipal fuerza poltica del pas. Desde mediados de los aos 70,Cuba dio pasos concretos para institucionalizar su revolucin,incluyendo un plebiscito en el cual el pueblo aprob por in-mensa mayora la nueva constitucin, de carcter socialista;y en 1986 inici un proceso an en marcha de rectificacinde errores, siempre buscando formas y soluciones propias quegarantizaran la genuinidad de un acontecimiento histrico de

    repercusin y horizonte mundiales pero nacido de las entra-as del pas y de nuestra Amrica. En diciembre de 1989 losEstados Unidos invadieron de nuevo otra repblica latinoa-mericana: esta vez la de Panam, valindose de una excusafalaz. Y aunque en varios pases del Continente se conocie-ron, despus de sangrientas dictaduras militares, esperan-zadoras pero frgiles aperturas democrticas (las ms recien-tes de las cuales son la del propio Chile, donde el general

    Pinochet conserva el supremo mando militar, y la de Hait,donde una enorme mayora popular llev al Padre Aristide aencabezar un gobierno que empez a ser acosado desde antesde la toma del poder), esto ocurre cuando una onerosa eimpagable deuda externa abruma a nuestros pueblos y multi-plica la exportacin de sus capitales en pases ya muy lasti-mados por un creciente intercambio desigual.

    Ms all de nuestras fronteras, la llegada al poder en losEstados Unidos, en 1981, de Reagan y su equipo conserva-dor implic una poltica altamente agresiva para nuestrospases, poltica explicitada en el Programa de Santa Fe (y susegunda formulacin) y que prosigue, incrementada, hasta

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    nuestros das. En el texto poco entusiasta La transicin cu-bana, aparecido en la revista mexicana Nexosen julio de1991, su autor, Francis Pisani, afirma:

    Algunos dirigentes del Tercer Mundo temen y el ar-tculo [publicado en abril de este ao, con una amena-zador ttulo, por la revista Time] demuestra que no lesfaltan motivos que el Nuevo Orden Mundial no seams que el ltimo seudnimo de la viejapax americana

    cuyos gastos pagan los latinoamericanos desde la doc-trina Monroe de 1823 y de la que, hasta este da, [la]Cuba [revolucionaria] es la nica excepcin [p. 54].

    Muy avanzada la dcada del 80, la Unin Sovitica desen-caden una serie de transformaciones conocidas comoperestroika.Por la repercusin de sta, y por otras razones, elllamado campo socialista o socialismo real desapareci enla Europa del Este, embarcndose casi todos los pases que lointegraban en un trnsito hacia lo que se ha nombradosimtricamente el capitalismo real. Han dejado de existirno el socialismo sino versiones deformes de l, y adems elmundo bipolar nacido a raz de la Segunda Guerra Mundial.4

    Nos encontramos en un mundo unipolar,5donde los EstadosUnidos (que ya Mart haba considerado una repblica im-

    perial, la Roma americana)6

    son ms arrogantes y agresi-4 Cf. Stability and Change in a Bipolar World, 1943-1980, en Paul

    Kennedy: The Rise and Fall of the Great Powers.Economic Changesand Military Conflicts from 1500 to 2000, Nueva York, 1987.

    5 En su discurso de 7 de diciembre de 1989 Fidel Castro mencion elfin del mundo bipolar y la existencia de un mundo unipolar.

    6 En el fiel de Amrica estn las Antillas, que seran, si esclavas, mero

    pontn de una repblica imperialcontra el mundo celoso y superiorque se prepara ya a negarle el poder, mero fortn de laRoma ame-ricana[...] J.M.: El tercer ao del Partido Revolucionario Cubano.El alma de la Revolucin, y el deber de Cuba en Amrica [1894],O.C., III, 142. nfasis de R.F.R.

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    vos que nunca, aunque tengan aliados que defienden, y de-fendern cada vez ms, intereses propios entre los otros pa-ses capitalistas desarrollados.7Las consecuencias de ese cua-dro para la Amrica Latina y el Caribe disgregados son sinduda alarmantes. La reciente y espantosa guerra de destruc-cin contra Iraq, desencadenada por el hecho en verdad inacep-table de que el gobierno de ese pas se atreviera a invadirKuwait como el gobierno de los Estados Unidos haba inva-dido Panam, en este ltimo caso impunemente, muestra con

    descarnado cinismo cules son las actuales reglas del juegoen el plano internacional. Por lo pronto, una nueva y enrgicaderechizacin del mundo no puede menos que repercutir ennuestro Continente, lo que se pone de manifiesto en variosterrenos, incluyendo desde luego el poltico pero tambin elestrictamente cultural, que con frecuencia se traslapan.8

    Razones universitarias me llevaron a volver a consultar nohace mucho algunos de los libros que fueron ledos con avi-

    dez en la dcada del 60, dcada que ahora tantos quisieranborrar. Varios ttulos me llamaron la atencin en particular:as,El saqueo del Tercer Mundo(1965), de Pierre Jale, yPases ricos, pases pobres. La brecha que se ensancha(1965),de L.J. Zimmerman. El saqueo del Tercer Mundo enunciadoentonces ha alcanzado niveles descomunales, y en consecuen-cia lo mismo ha ocurrido con la brecha que se ensancha. Lospases capitalistas desarrollados, que en 1967 propuse llamar

    subdesarrollantes,9son ms ricos que nunca, y los pases7 Sobre este punto es importante conocer el criterio realista y agudo de

    Mart, quien escribi en uno de sus cuadernos de apuntes, refirindo-se a nuestra Amrica: mientras llegamos a ser bastante fuertes paradefendernos por nosotros mismos, nuestra salvacin, y la garanta denuestra independencia, estn en el equilibrio de potencias extranjerasrivales. J.M.: O. C., XXII. Fragmentos[1885-1895], 116.

    8

    Cf. Alain Finkielkraut:La nueva derecha norteamericana. (La Re-vancha y la Utopa), trad. de Joaqun Jord, Barcelona, 1982; y Va-rios: Tiempos conservadores. Amrica Latina en la derechizacin deOccidente, Quito, 1987.

    9 R.F.R.: Ensayo de otro mundo,Ensayo de otro mundo, La Habana,

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    subdesarrollados por aqullos, cada vez ms pobres. A estose corresponde una fanfarrona y mistificadora ideologaantipopular que quiz slo pueda compararse con la que acom-pa al ascenso del fascismo en la primera mitad de este si-glo. Parte de la izquierda se encuentra perpleja tanto ante loshechos como ante las ideas propagadas al calor de esos he-chos. Ello implica para nosotros (pienso ahora particularmenteen quienes en la Amrica Latina y el Caribe no nos resignare-mos a plegar nuestras banderas) profundizar en nuestras con-

    vicciones, reconocer por supuesto errores, pero subrayandoque no pocos de esos errores no son nuestros, ahondar en elcaudal de nuestro pensamiento genuino, y extraer leccionesde la ardua y convulsa historia que hemos vivido. En ningnorden podemos aceptar ser juzgados con la vara de medir pro-pia de otras experiencias. En el discurso pronunciado al reci-bir en 1982 el Premio Nobel de Literatura, Garca Mrquezpregunt: Por qu la originalidad que se nos admite sin

    reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspi-cacias en nuestras tentativas tan difciles de cambios socia-les?10Hoy ms que nunca estamos obligados a permanecerfieles a nosotros mismos, a nuestras tentativas tan difcilesde cambios sociales.

    Caliban se escribi cuando la dcada del 60 todava echa-ba resplandores y haca nacer esperanzas que en considerablemedida haban sido alimentadas por la emergencia del Ter-

    cer Mundo despus de la Segunda Guerra Mundial. Sabemoscundo y cmo surgi la expresin Tercer Mundo. Su crea-dor, el demgrafo francs Alfred Sauvy, me comunic en La

    1967; y Responsabilidad de los intelectuales de los pasessubdesarrollantes, Casa de las Amricas, No. 47, marzo-abril de1968. Ambos se publicaron tambin en Ensayo de otro mundo,

    2a. edicin, aumentada, Santiago de Chile, 1969.10 Gabriel Garca Mrquez: La soledad de Amrica Latina [1982],Lasoledad de Amrica Latina. Escritos sobre arte y literatura, 1948-1984,seleccin y prlogo de Vctor Rodrguez Nez, La Habana, 1990,p. 508.

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    Habana, en 1971, que l la emple por primera vez en unartculo que publicara en 1952 en el semanario FranceObservateur.11Segn me explic, l estableci all un para-lelo con los estamentos de la Francia del XVIII: el Primer Mun-do equivala para l a la nobleza, y corresponda a los pasescapitalistas desarrollados; el Segundo Mundo, el alto clero,lo encarnaba la Unin Sovitica del an vivo Stalin (horrescoreferens) acompaada por los otros pases del entonces lla-mado campo socialista europeo; y el Tercer Mundo, el Ter-cer Estado,12eran los pases pobres, que ya se conocan comosubdesarrollados,13 muchos de los cuales eran o haban sidohasta haca relativamente poco colonias, y en conjunto alber-gaban (siguen albergando) a la inmensa mayora de los habi-tantes del planeta: las tres cuartas partes ahora; probablementelas cuatro quintas partes en el ao 2000, es decir, dentro demenos de nueve aos. Como sabemos, aquella expresin,que hoy padece de tan mala prensa e inquieta a tantas malas

    conciencias, hizo rpida fortuna. Despus de todo, el TercerEstado, o parte de l, haba sido el beneficiario de la Revolu-

    11 Cf. El inventor de Tercer Mundo (sin firma de autor), Casa delas Amricas, No. 70, enero-febrero de 1972, p. 188. Sobre el papeldesempeado por la emergencia del Tercer Mundo en el pensamien-to rebelde y revolucionario de los 60, cf. de Fredric Jameson:Periodizing the 60s, en The 60s without Apology, editado por SohnyaSayres, Anders Stephanson, Stanley Aronowitz y el propio Jameson,Minneapolis, 1984, en particular 1. Third World Beginnings y 6.In the Sierra Maestra. Este trabajo de F.J. se recoge en su obra TheIdeology of Theory.Essays 1971-1986, volumen 1: Situations ofTheory.Volumen 2: The Syntaxis of History, prefacio de Neil Larsen,Minneapolis, 1988. El trabajo en cuestin es el ltimo del primervolumen.

    12 Cf. Emmanuel Sieys: Quest-ce que le Tiers Etat?[1789] prefaciode Jean Tulard, Pars, 1982.

    13 Se cree que entre 1944 y 1945 los tcnicos de las Naciones Unidasforjan la expresin zona econmicamente subdesarrollada para nom-brar lo que se haba llamado zonas coloniales o zonas atrasadas. Cf.J.L. Zimmerman: Pases pobres, pases ricos.La brecha que se ensan-cha, trad. de F. Gonzlez Aramburo, Mxico, D.F., 1966, p. 1.

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    cin Francesa. Gobernantes, estudiosos, poetas asumieroncon fervor la imagen, la denominacin. Lleg a ser de buentono para las personas ms dismiles ocuparse del TercerMundo. Pero ese mundo no logr romper el crculo de fue-go del subdesarrollo, sigui siendo saqueado por el PrimerMundo, fue sumido an ms en la miseria y el marasmo, yperdi inters a los ojos de muchos, para quienes apenashaba sido motivo de devaneo intelectual. No obstante ello,la contradiccin entre los pases subdesarrollantes y los pa-

    ses subdesarrollados por aqullos no slo ha conservado sinoque ha acrecentado su vigencia, y es hoy la contradiccinprincipal de la humanidad.

    Desde finales de la dcada pasada, la cual ha sido conside-rada una dcada perdida para nuestros pases, se prefieredar a aquella contradiccin el nombre de relacin Norte-Sur,frmula que parece que se mantendr durante cierto tiempo.Abogan en favor de este nuevo nombramiento varios hechos,

    y sealadamente dos: la corrosin que ha venido sufriendo elsintagma Tercer Mundo, y la evaporacin de buena parte delque fue considerado Segundo Mundo: de hecho, salvo en lazona europea de la Unin Sovitica, ningn gobierno de Eu-ropa se propone ahora, as sea nominalmente, la construc-cin del socialismo; y en el momento en que escribo estaslneas, el destino de la propia Unin Sovitica es bien incier-to. Los pases como China, Corea, Vietnam y Cuba en los

    cuales estn vigentes proyectos socialistas, pertenecen indu-dablemente al nuevo Sur: el cual, es ocioso decirlo, tiene unaconnotacin socioeconmica antes que geogrfica; razn porla cual pases como Mxico, los de la Amrica Central y lasAntillas, e incluso algunos de la Amrica del Sur, situados alnorte del Ecuador, son, al igual que los restantes de nuestraAmrica (a pesar de lo que algn que otro trasnochado puedacreer), pases del Sur, mientras, por ejemplo, la Repblica defrica del Sur, en el extremo meridional de frica, y Austra-lia son pases del nuevo Norte. A este nuevo Norte bien se lepueden aplicar los adjetivos que la vspera de morir en com-bate Mart, en carta inconclusa a su fraterno amigo mexicano

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    Mercado, dedic a los Estados Unidos, al llamarlos el Norterevuelto y brutal que los desprecia;14y si los correspon-di entonces slo a los pases de nuestra Amrica, ahora esevidente que abarca a todos las pases del Sur. En este mismoao acaba de aparecer en Mxico la versin en espaol delinforme de la Comisin del Sur, constituida oficialmente en1987 bajo la presidencia de Julius K. Nyerere. El valioso in-forme tiene el ttuloDesafo para el Sur.15

    Voy a volver a ceirme a nuestra Amrica, y mencionar un

    tema que, como el nuevo sentido de Sur, aunque se haba esbo-zado antes encontr desarrollo sobre todo despus de la primeraaparicin deCaliban. Me refiero al concepto de modernidadentre nosotros: concepto que de una u otra forma se relacioncon otro que se tena por ms consolidado: el de modernismoliterario. Y aqu empiezan (o continan) algunos de nuestros pro-blemas semnticos, pues lo que en lengua castellana llamamosmodernismo no se corresponde con lo que en los Estados Uni-

    dos, distintos pases eslavos o el Brasil llaman as, y que en esospases significa lo que para nosotros es el vanguardismo.

    Al parecer, quien suscit el contrapunto fue Federico deOns, cuando en su conocidaAntologade 1934 hablando deMart dijo: su modernidad apuntaba ms lejos que la de losmodernistas, y hoy es ms vlida y patente que entonces.16

    Otros crticos asumiran tambin este punto de vista, y De

    Ons enumerar aos despus a algunos de ellos: Augier,Iduarte, Lazo, Lida. Pero en el texto, de 1953, en que har esaenumeracin, De Ons aadi una rectificacin capital: Nues-tro error, dijo entonces, est en la implicacin de que hayadiferencia entre modernismo y modernidad, porque mo-

    14 J.M.: Carta a Manuel Mercado de 18 de mayo de 1895, O. C., IV,168.

    15 Comisin del Sur:Desafo para el Sur, Mxico, D.F., 1991. El de-safo se explicita en las pp. 33 y 34.

    16 Federico de Ons: Jos Mart. 1853-1895, enAntologa de la poe-sa espaola e hispanoamericana (1882-1932), Madrid, 1934, p. 35.

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    dernismo es esencialmente, como adivinaron los que le pu-sieron ese nombre, la busca de la modernidad.17Al ao si-guiente, Max Henrquez Urea, quien haba escuchado a DeOns exponer su importante rectificacin (pues se hallabapresente en el llamado Congreso de escritores martianos, rea-lizado en La Habana, donde aqulla se hizo), escribi en suBreve historia del modernismo: Ya en 1888 el vocablo [mo-dernismo] era empleado por Rubn Daro en un sentido ge-neral, equivalente a modernidad(calidad de moderno se-

    gn el diccionario de la Real Academia Espaola).18

    Es pues modernismo, como asegur De Ons en 1953,la busca de la modernidad? Y esta ltima, a su vez, si he-mos de dar crdito a lo dicho por Max Henrquez Urea en1954, se contenta con ser lo que le asigna el diccionario de laAcademia: calidad de moderno? No parece que hayamosavanzado mucho: y, sin embargo, ha entrado en nuestra liza unvocablo destinado a dar guerra:modernidad, cuyas races, por

    cierto, son bien antiguas, pues se remontan a la Edad Media,cuando aparece en latn la expresin modernitas.Este trminoreaparecer en francs a mediados del siglo XIX, en la pluma deBaudelaire: modernit, y de all pasara a otros idiomas.19

    Alfonso Reyes, ante los adoradores de las etimologas, re-cord que nadie se pone a la sombra de una semilla, sino deun rbol.20El dilogo, sin duda til, entre modernismo y mo-dernidad no puede ser un dilogo entre semillas, sino entre lo

    17 Federico de Ons: Mart y el modernismo,Memoria del Congresode escritores martianos (febrero 20 a 27 de 1953), La Habana, 1953,p. 436.

    18 Max Henrquez Urea:Breve historia del modernismo, Mxico, 1954,p. 156.

    19 Adrian Marino: Modernisme et modernit: quelques prcisions

    smantiques,Neohelicon, II, 3-4, Budapest, 1974.20 Alfonso Reyes: Prlogo aLa ilada de Homero, traslado de Alfon-so Reyes. Primera parte: Aquiles agraviado, Mxico, 1951, p. 7. Porsu parte, Jorge Luis Borges observ en Sobre los clsicos: Esca-sas disciplinas habr de mayor inters que la etimologa; ello se debe

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    que histricamente han venido a significar esos trminos. Aun-que, por otra parte, cierta polisemia, aqu como en tantos ca-sos, sea inevitable. En el libro particularmente amargo de JeanChesneauxDe la modernidad(1983), que comienza diciendoque la modernidad es la palabra maestra de nuestra poca,21

    para pasar despus a deplorar incansablemente aquello en queese concepto ha venido a encarnar (y que parece ser ms bienla norteamericanizacin y banalizacin del mundo en la se-gunda posguerra de este siglo), se cita esta expresin de Michel

    Leiris: En este mundo odioso, en estos tiempos cargados dehorror, la modernidad se ha convertido en mierdonidad.22

    Pero por amplia que sea la polisemia con que vamos a en-contrarnos en lo adelante, nunca llegaremos al extremo deLeiris. Es ms, tratar de ceirme a textos en que aquel dilo-go entre modernismo y modernidad tenga un sentido quepodamos seguir, lo que por supuesto no significa que le de-mos siempre nuestro acuerdo. Tal dilogo, as considerado,

    est presente, por ejemplo, en obras sobre el tema de RafaelGutirrez Girardot, Ivan A. Schulman y ngel Rama.

    Rafael Gutirrez Girardot, en su peleador y til libroMo-dernismo (1983), que se propone situar las letras hispnicasde fin de siglo en el contexto europeo,23afirma que tal libro

    a las imprevisibles transformaciones del sentido primitivo de las pa-labras, a lo largo del tiempo. Dadas tales transformaciones, muy poconos servir para la aclaracin de un concepto el origen de una pala-bra. Saber que clculo, en latn, quiere decir piedrita [lo que es fami-liar a los mdicos y a muchos que padecen de clculos biliares, rena-les o vesicales] y que los pitagricos las usaron antes de la invencinde los nmeros, no nos permite dominar los arcanos del lgebra; sa-ber que hipcrita era actor, y persona, mscara, no es un instrumentovalioso para el estudio de la tica. J.L.B.: Pginas escogidas, selec-

    cin y prlogo de R.F.R., La Habana, 1988, p. 240.21 Jean Chesneaux:De la modernit, Pars, 1983, p. 5.22 Ibid.

    23 Rafael Gutirrez Girardot:Modernismo, Barcelona, 1983, p. 7.

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    abarca tambin la caracterizacin del Modernismo o de laModernidad, con la que hoy se trata de dilucidar la com-pleja literatura europea de fin de siglo, de la cual forman par-te las letras hispanas de esos dos o tres decenios.24E Ivan A.Schulman, quien titul significativamente su ponencia Mo-dernismo/modernidad: metamorfosis de un concepto (1977),aade: El modernismo, pese a los enfoques exclusivamentehistoricistas, es un fenmeno sociocultural multifactico, cuyacronologa rebasa los lmites de su vida creadora ms inten-

    sa, fundindose con la modernidad en un acto simbitico y ala vez metamrfico.25

    Si los criterios de Federico de Ons y de Max HenrquezUrea de cierta manera nos dejan en un instante previo a ladiscusin contempornea sobre los conceptos en cuestin, noocurre igual con los criterios de Gutirrez Girardot, Schulmany Rama, quienes, no siempre de modo coincidente, nos remi-ten a una discusin actual. El meollo de esa discusin impli-

    ca distinguir lo que es propio del modernismo y lo que espropio de la modernidad, y llegar a nociones claras sobre ellos.A este respecto me parecen acertadas varias ideas de Rama.Por ejemplo, cuando postula en 1971:

    El modernismo [...] es [...] el conjunto de formas litera-rias que traducen las diferentes maneras de la incorpora-cin de la Amrica Latina a la modernidad,concepcin

    sociocultural generada por la civilizacin industrial de laburguesa del XIX, a la que fue asociada rpida y violenta-mente nuestra Amrica en el ltimo tercio del siglo pasa-do, por la expansin econmica y poltica de los imperioseuropeos a la que se suman los Estados Unidos.26

    24 Op. cit. en nota 23, p. 8.25

    Ivan A. Schulman: Modernismo/modernidad: metamorfosis de unconcepto, Varios: Nuevos asedios al modernismo, ed. de Ivan A.Schulman, Madrid, 1987, p. 11.

    26 ngel Rama: La dialctica de la Modernidad en Jos Mart [1971],Varios:Estudios martianos, Universidad de Puerto Rico, 1974, p. 129.

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    O cuando, pasando de la modernidad a la modernizacin,que hace posible aqulla, nos dice aos despus:

    La modernizacin, como nunca debemos olvidarlo, nonace de una autnoma evolucin interna sino de unreclamo externo, siendo por lo tanto un ejemplo de con-tacto de civilizaciones de distinto nivel, lo que es lanorma del funcionamiento del continente desde la Con-quista. Si bien fue un largo reclamo de las culturas la-

    tinoamericanas (la capital obra de Sarmiento), slo comenza ser realidad cuando las demandas econmicas de lasmetrpolis externas se intensifican tras la Guerra de Se-cesin en Estados Unidos y la franco-prusiana en Euro-pa. Las apetencias internas y externas se conjugaronptimamente en ese momento, aunque las segundas dis-pusieron de una potencialidad incomparablemente ma-yor que las primeras, las que a veces se confundan con

    una simple y quejosa reclamacin de ese orden y pro-greso que concluira siendo la divisa positiva delperodo.27

    De acuerdo con lo anterior, lo que se ha dado en llamarmodernidad en relacin con nuestra Amrica es el resultado deun proceso de modernizacin del capitalismo dependiente enla zona. O, como dije hace quince aos, la modernidad a lacual se abra entonces nuestra Amrica era una dolorosa reali-dad: entre [1880 y 1920] nuestros pases son uncidos, comomeras tierras de explotacin, al mercado del capitalismo mo-nopolista.28En consecuencia, no se trat ni remotamente deun caso nico, sino de un fenmeno planetario: entonces esta-ba en trance de ocurrir el paso del capitalismo a su etapa impe-rialista. Como ha escrito Gutirrez Girardot, nuestras

    27 ngel Rama:Las mscaras democrticas del Modernismo, Montevi-deo, 1985, p. 32.

    28 R.F.R.: Para el perfil definitivo del hombre [1976], Para el perfildefinitivo del hombre, La Habana, 1981, p. 522.

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    especificidades que hasta ahora se han consideradocomo el nico factor dominante deben ser colocadas enel contexto histrico general de la expansin del capita-lismo y de la sociedad burguesa, de la compleja red dedependencias entre los centros metropolitanos, susregiones provinciales y los pases llamados perifricos.La comparacin entre las literaturas de los pases me-tropolitanos y de los pases perifricos resultar prove-chosa slo si se tienen en cuenta sus contextos sociales.

    De otro modo, las literaturas de los pases perifricosseguirn apareciendo como literaturas dependientes,mimticas, es decir, incapaces de un proceso de defini-cin y de formacin original, incapaces de ser, simple-mente, literaturas, expresin propia. sta, por lo dems,slo puede perfilarse en una relacin de contraste y asi-milacin con las literaturas o expresiones extraas. Y, asu vez, este contraste y asimilacin slo son posibles

    cuando las situaciones sociales son semejantes.29

    Los nuestros se hallan sin duda entre esos pases llamadosperifricos. Pero tal carcter, ostensible en lo econmico y enlo poltico, al margen de los muchos matices que presenta deun pas a otro y de un momento a otro, en forma alguna puedeser trasladado de modo mecnico a nuestra literatura, a nues-

    tras artes, a nuestro pensamiento: es sabido que parte de ellostiene jerarqua mayor. Como lo sintetiz Jos Emilio Pachecoen 1982, nuestras sociedades fracasaron, nuestros poetas no.30

    Cuando Pacheco afirma que nuestras sociedades fracasa-ron, entiendo que se refiere al fracaso de esa modernizacinque no nace de una autnoma evolucin interna sino de unreclamo externo, segn palabras de Rama, y, como se havisto a lo largo de ms de un siglo, no ha conducido a ninguno

    29 Rafael Gutirrez Girardot: op. cit. en nota 23, p. 25.30 Jos Emilio Pacheco: Prlogo a Poesa modernista. Una antologa

    general, Mxico, 1982, p. 1.

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    de nuestros pases a un desarrollo capitalista. Si bien en gradosdistintos, todos ellos, con rara excepcin, conservan nexos dedependencia econmica y poltica, y esas aberraciones estruc-turales que aunque desagrade la palabra no cabe ms remedioque considerar caractersticas del subdesarrollo.

    Pero aquellos rasgos deformantes no tienen por qu traducirsede manera automtica en la expresin artstica de nuestros pue-blos, la cual, adems de las atendibles razones aducidas porGutirrez Girardot, suele disfrutar siempre de un margen de

    autonoma de que en nuestro caso dar ejemplos sobrados. Laacogida internacional que hace unas dcadas recibi al fin nues-tra literatura, en especial nuestra narrativa, fue slo una pruebade ello. Y hay que decir que, paradjicamente, tal hecho hasido estimulado por esa misma modernizacin que en lo es-tructural ha fracasado. Nuestra literatura, impulsada por un afnde actualizacin y renovacin a la vez que deseosa de mostrarnuestro rostro autntico (no tipicista), alcanz audiencia mun-

    dial. Y es innegable que el modernismo hispanoamericano fuela expresin literaria de la entrada de nuestra Amrica en esamodernidad inevitablemente traumtica.

    La forma como el estremecimiento fue sentido por nues-tros mejores espritus de entonces recorre el conjunto de susobras, y alcanz desde los primeros momentos una formula-cin ya clsica en el texto de Jos Mart El Poema delNigara (1882),31con un fragmento del cual Ricardo Gullninicia la seccin Manifiestos modernistas de su antologaEl modernismo visto por los modernistas.32El tema, caracte-rstico de la modernidad, de la muerte de Dios o la secu-larizacin, para Gutirrez Girardot Jos Mart lo formulno en su forma manifiesta, sino en su resultado,33en aquel

    31 J.M.: El Poema del Nigara, O. C., VII.32 El modernismo visto por los modernistas, introduccin y seleccin

    de Ricardo Gulln, Barcelona, 1980.33 Rafael Gutirrez Girardot: op. cit. en nota 23, p. 76. En la p. 144 se

    llama a dicho texto de Mart denso prlogo al poema Al Nigara.

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    texto, el cual para Garfield y Schulman es una especie demanifiesto sobre la emergente modernidad americana, y anms: el ensayo-manifiesto de la modernidad,34con lo quecoincide Rama al llamarlo texto que puede ser consideradoelManifiesto de la modernidad en Hispanoamrica.35

    Sin embargo, no es posible olvidar el carcter atpico deMart entre los modernistas: no obstante las muchas afinida-des que conserva con ellos, l no es fundamentalmente unacriatura de letras: es un hombre entregado a la redencin de

    los hombres, y en vas de ininterrumpida radicalizacin pol-tica. Por lo pronto, El Poema del Nigara, que tanto dicesobre la trepidacin sufrida por los modernistas en su exis-tencia, en sus creencias, en su expresin ante el cataclismoque implicaba la modernizacin que empezaban a vivir, estambin para Mart ocasin de hablar de esta

    poca de elaboracin y transformacin esplndidas [...]

    poca en que las colinas se estn encimando a las mon-taas; en que las cumbres se van deshaciendo en llanu-ras; poca ya cercana de la otra en que todas las llanurassern cumbres. [...] Asstese como a una descentraliza-cin de la inteligencia. [...] El genio va pasando de indi-vidual a colectivo. El hombre pierde en beneficio de loshombres. Se diluyen, se expanden las cualidades de losprivilegiados a la masa; lo que no placer a los privile-giados de alma baja, pero s a los de corazn gallardo ygeneroso [...]36

    Es difcil no pensar que la modernidad a que remite aquMart no es la misma que la que producira la modernizacin

    34 Evelyn Picon Garfield e Ivan A. Schulman: Las entraas del va-co.Ensayos sobre la modernidad hispanoamericana, Mxico, 1984,pp. 56 y 80.

    35 ngel Rama:Las mscaras..., cit. en nota 27, p. 25.36 J.M.: El Poema..., cit. en nota 31, 224 y 228.

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    capitalista exgena. Esa otramodernidad avizorada por Martes la que sera asumida por el proyecto de la actual Revolu-cin Cubana, pero an no por otros proyectos de nuestraAmrica, los cuales explcita o implcitamente se atienen alque ha venido a ser el sentido habitual de la modernidad.

    Ahora bien, todava no se haban apagado (no se han apaga-do an) los fuegos de la discusin sobre nuestra modernidad,considerada en su acepcin corriente, cuando se cruzaron connuevos fuegos, provocados por la irrupcin de otros conceptos

    que han conocido singular boga en los aos inmediatos. Merefiero como es obvio a lo que se ha llamado la posmodernidady a su familia, que recibieron bautizo en los pases occidenta-les durante la dcada del 70, para designar una realidad visibleen las letras y las artes (se dice) desde finales de los aos 50 yprincipios de los 60.37 Tambin en este caso el nombre pren-di como una chispa en la pradera seca, saltando de las letras ylas artes a las ms diversas zonas, incluso la poltica.38Es

    inevitable decir que, segn es frecuente en casos as, los cuan-tiosos textos provocados alternan entre la lucidez y la algara-ba, entre la precisin y la simple moda. (Acaso no hayquienes nos aseguran que el posmodernismo ha muerto ayero anteayer a manos del neobarroco?)

    En espaol, como es harto conocido, el trminoposmo-dernismo, con sentido bien diferente, haba sido empleadoya en suAntologade 1934 por Federico de Ons;39e inclu-

    37 Cf. por ejemplo Ihab Hassan: The Dismemberment of Orpheus:Towards a Postmodern Literature, Nueva York, 1971; y CharlesJencks: The Language of Post-Modern Architecture, Nueva York,1977. Cf. en general The Anti-Aesthetic. Essays on PostmodernCulture, editado por Hal Foster, Washington, 1983.

    38 Cf. Universal Abandon? The Politics of Postmodernism, editado por

    Andrew Ross (para el colectivo de Social Text), Minneapolis, 1989.39 Federico de Ons: Antologa..., cit. en nota 16, esp. pp. xviii-xix y621-953. No deja de ser curioso el desenfoque que supone que en suartculo Qu es el posmodernismo? Charles Jencks diga: Pareceque el primero en usar el concepto [posmodernismo] fue el escritor

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    so en 1916, en las primeras pginas deEl Espectador, Orte-ga y Gasset haba rechazado con energa el siglo XIX lla-mndolo el siglo de la modernidad...!, y proponiendo enlugar de sta lo que llam no el posmodernismo, pero s elinmodernismo. Por mi parte, concluy glosando aDaro, la suerte est echada. No soy nada moderno; peromuysigloXX.40

    Estas pginas, esta conferencia no son la ocasin para de-tenernos en el tema. Quiero slo decir que me sigue pare-

    ciendo convincente el texto El posmodernismo o la lgicacultural del capitalismo tardo (1984),41de Fredric Jameson,quien acepta all la tesis general de Ernest Mandel en su libroCapitalismo tardo, donde seala que el capitalismo ha atra-vesado tres momentos fundamentales: el capitalismo de mer-cado, el estadio monopolista o imperialista, y nuestro propiomomento, al que errneamente se denomina posindustrial,pero para el cual un nombre mejor podra ser el de capitalis-

    espaol Federico de Ons en su Antologa de la poesa espaola ehispanoamericana(1934) para describir una reaccin surgida dentrodel modernismo [...], en los Cuadernos del Norte, No. 43, julio--agosto de 1987, p. 2. Visiblemente, Jencks no ha reparado en que laspalabras castellanas modernismoyposmodernismoimplican concep-tos distintos que las palabras inglesas modernismy postmodernism.

    Es un punto sobre el que en varias ocasiones ha insistido, con razn,Octavio Paz.

    40 Jos Ortega y Gasset: Nada modernoy muy siglo XX [1916],en Obras completas,tomo II,El Espectador (1916-1934), segundaedicin, Madrid, 1950, pp. 23-24.

    41 Fredric Jameson: El posmodernismo o la lgica cultural del capitalis-mo tardo [1984], Casa de las Amricas,No. 155-156, marzo-juniode 1986. Cf. tambin de este autor La poltica de la teora. Posiciones

    ideolgicas en el debate sobre el postmodernismo [1984], Criterios.Estudios de Teora Literaria, Esttica y Culturologa, No. 25-28, ene-ro de 1989-diciembre de 1990. En este ltimo trabajo, recogido en laobra del autor citada en la nota 11, Jameson distingue entre posicionesde derecha y de izquierda en cuanto al posmodernismo.

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    mo multinacional. Este ltimo, tambin llamado capitalismotardo o de consumo,

    constituye [...] la forma ms pura de capital que hayasurgido, una prodigiosa expansin del capital hacia zo-nas que no haban sido previamente convertidas en mer-cancas. De aqu que este capitalismo ms puro de nues-tros das elimine los enclaves de organizacin precapi-talista que hasta el momento haba tolerado y explotado

    de manera tributaria: se siente la tentacin de mencio-nar en este sentido una penetracin y colonizacin nue-vas e histricamente originales de la Naturaleza y elInconciente: me refiero a la destruccin de la agricultu-ra precapitalista del Tercer Mundo a manos de la Revo-lucin Verde, y al auge de la industria de los mediosmasivos y de la propaganda comercial. De cualquiermodo, habr resultado evidente tambin que la

    periodizacin cultural que he propuesto, a saber, en losestados del realismo, el modernismo y el posmo-dernismo, est a la vez inspirada y confirmada en el es-quema tripartito de Mandel.42

    Para nosotros, en nuestra Amrica, se impone la preguntade hasta qu punto esta discusin nos atae. Indudablemente

    no puede sernos muy estimulante que digamos leer en lasprimeras lneas del libro programtico de Jean-FranoisLyotardLa condicin postmoderna. Informe sobre el saber[1979], que este estudio tiene por objeto la condicin delsaber en las sociedades ms desarrolladas.Se ha decididollamar a esta condicinpostmoderna. Y ms adelante:

    Se sabe que el saber se ha convertido en los ltimos de-cenios en la principal fuerza de produccin, lo que ya ha

    42 F.J.: El posmodernismo o la lgica..., citado en nota 41, p. 162.

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    modificado notablemente la composicin de las pobla-ciones activas de los pases ms desarrollados, y que eslo que constituyeel principal embudo para los pasesen vas de desarrollo. En la edad postindustrial ypostmoderna la ciencia conservar y, sin duda, reforza-r ms an su importancia en la batera de las capacida-des productivas de los Estados-naciones. Esta situacines una de las razones que lleva[n] a pensar que la sepa-racin con respecto a los pases en vas de desarrollo

    nodejar de aumentar en el porvenir.43

    Por ello, si bien al menos desde mediados de la pasadadcada el tema ha sido considerado en nuestra Amrica,44es

    43 Jean-Franois Lyotard:La condicin postmoderna. Informe sobre elsaber [1979], traduccin de Mariano Antoln Rato, 3a. ed., Madrid,

    1987, pp. 9, 16 y 17. nfasis de R.F.R.44 Simplemente a modo de ejemplos, bien parciales, puede recordarse lapresencia del tema en revistas como Casa de las Amricas, No. 155-156,marzo-junio de 1986; Universidad de Mxico..., No. 437, junio de 1987;Vuelta, No. 127, junio de 1987;David y Goliath..., No. 52, septiembrede 1987. Sin duda es dable ampliar considerablemente esta lista. Elnmero mencionado de Vuelta incluye una nota de O[ctavio] P[az]llamada Postmodernidad?, donde se lee: uno de los primeros eninteresarse en el tema, aos antes de su presente popularidad, fue Octavio

    Paz (pido perdn por hablar de m en la tercera persona). Primero en1961, etc. Una reclamacin similar ya haba sido hecha por O.P. enotras ocasiones. As, en la carta que a propsito de un artculo de JohnBarth enviara aLa Jornada Semanal, donde dicha carta, con el ttuloLa querella del Modernismo, apareci publicada el 20 de octubre de1985. Aunque ms de una vez he visto mencionado el parecido de Pazcon Ortega y Gasset, no s si se ha escrito, como lo merece, un buentrabajo sobre este interesante paralelo. Si bien Ortega careci del talen-to potico de Paz, ambos han sido ensayistas brillantes de pases

    perifricos a los cuales han querido airear y poner al da, desde pers-pectivas similares, en ciertos aspectos, a las del Edmund Burke liberaly contrarrevolucionario significativamente exaltado por la revista quePaz dirige (cf. Conor Cruise OBrien: Vindicacin de Edmund Burke,Vuelta, No. 176, julio de 1991). Y un punto lateral contribuye a acercar

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    pertinente la pregunta que desde el ttulo de un trabajo de1989 se hace George Ydice: Puede hablarse depostmodernidad en Amrica Latina?. Como tambin, sindesconocer la coherencia de no pocas respuestas negativas atal pregunta, me parece digna de consideracin la respuestaafirmativa dada por Ydice:

    si por postmodernidad entendemos las respuestas/pro-puestas esttico-ideolgicas locales ante, frente y den-

    tro de la transnacionalizacin capitalista,ya no slo enEstados Unidos y Europa sino en todo el mundo, el an-lisis de las culturas latinoamericanas tiene que partir deesta relacin dialgica.45

    ms al espaol y el mexicano: su nfasis en hacer ver que ya elloshaban dicho antes (y mejor) lo que otros dirn despus. A partir de

    este punto, confo en que no se me tome a mal expresar mi sorpresa alleer, en la pgina 194 del polmico y estimulante libro de O.P. Loshijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia(Barcelona, 1974):La poesa de la postvanguardia (no s si haya que resignarse a estenombre no muy exacto que empiezan a darnos[sic] algunos crticos)naci, etc. (nfasis de R.F.R.) A un hombre como Paz, tan sensible aque se le nombre o se le ningunee segn el insustituiblemexicanismo, no podr extraarle que otro, en este caso yo, eche demenos su nombre. Pues emple el trminoposvanguardismo, creo que

    por primera vez en nuestro idioma, para aplicarlo a la poesa de lageneracin de Lezama (cuya obraLa fijezano es de 1944, como diceO. P. en la pgina 192 de su libro, sino de 1949) y de l, en la conferen-cia Situacin actual de la poesa hispanoamericana, que ofrec en laUniversidad de Columbia, Nueva York, en 1957, y public al ao si-guiente la Revista Hispnica Moderna. S que Octavio Paz conoceesta conferencia (a la que se refiere por ejemplo Jos Olivio Jimnez enel prlogo a suAntologa de la poesa hispanoamericana contempor-nea: 1914-1970, Madrid, 1971), porque tuve el gusto de drsela, y de

    conversar luego ambos sobre ella, en das felices de Pars, hace ms detreinta aos.45 George Ydice: Puede hablarse de postmodernidad en Amrica

    Latina?,Revista de Crtica Literaria Latinoamericana, No. 29, pri-mer semestre de 1989, pp. 106-107. nfasis de R.F.R.

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    Pues no puede negarse que a raz de la llegada de loseuropeos a lo que iba a ser llamado Amrica, en 1492, y delas subsiguientes conquista y explotacin, nuestra suerte sevincul hasta hoy (y confiamos que no en el maana quemerecemos) con el desarrollo en los pases metropolitanosde las distintas etapas del capitalismo, aunque tal desarrollohaya estado lejos de beneficiarnos: nuestro papel ha sidocontribuir a hacerlo posible en lo que sera considerado elOccidente, del que los Estados Unidos formaran parte esen-

    cial. Saqueados una y otra vez, nuestros pueblos han pade-cido pero no ejercido la deseada (y temida) modernidad.46

    Y, sin embargo, desde hace algunos aos se nos est anun-ciando que aquella aspiracin carece ya de sentido. Comoha expresado el ensayista paraguayo Ticio Escobar enPosmodernidad/precapitalismo:

    Impulsadas, casi siempre desde afuera, hacia un ideal

    de progreso ubicado en un punto futuro que parece cadavez ms lejano, las sociedades latinoamericanas venpasar, desorientadas, a un movimiento contrario que re-gresa de la modernidad, incrdulo ante grandes discur-sos suyos tenidos hasta hace pocas dcadas como dog-mas inmutables: el papel salvador de las vanguardias,las promesas de la ciencia y la tecnologa de construirun mundo mejor, el triunfo de un modelo civilizatorionico lleno de augurios de bienaventuranza, etc. // Elproyecto de la modernidad est en el banquillo de losacusados: sus paradigmas tecnolgicos y sus mitosracionalistas ya no convencen; se descubre el lado ocul-to de sus sueos y el fraude de sus utopas y se denuncia

    46 Sobre la ambigedad del concepto para nuestra Amrica, cf. de Julio

    RamosDesencuentros de la modernidad en Amrica Latina. Litera-tura y poltica en el siglo XIX, Mxico, 1989. Ya ngel Rama habaadvertido: La modernidad no es renunciable y negarse a ella es sui-cida; lo es tambin renunciar a s mismo para aceptarla.Transculturacin narrativa en Amrica Latina, Mxico, 1982, p. 71.

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    el fracaso de la razn totalizante. [...] Y nosotros, mora-dores de regiones perifricas, espectadores de segundafila ante una representacin en la que muy pocas vecesparticipamos, vemos de pronto cambiado el libreto. Noterminamos an de ser modernos tanto esfuerzo queha costado y ya debemos ser posmodernos.47

    La realidad es que dada la internacionalizacin (o mejor,segn palabras de Ydice, la transnacionalizacin capitalis-

    ta) del mundo, no nos es posible permanecer indiferentes a laposmodernidad. Y no slo porque, al decir de Claudio Guilln,la actualidad artstica e intelectual, que hemos dado en rotu-lar, para bien o para mal, Posmodernismo, incluya, segn l,obras de autores latinoamericanos como Carlos Fuentes, GarcaMrquez, Mujica Lanez, Jorge Ibargengoita o Vargas Llosa(otros, por ejemplo Antonio Blanch, proponen a autores dife-rentes, como Borges y Lezama),48sino porque el capitalismomultinacional o tardo no nos es, no puede sernos ajeno: nosconcierne fatalmente, aunque sea desde el lado de la sombra.

    En un texto sobre Posmodernidad, posmodernismo y so-cialismo que hace suyos los postulados bsicos de Jameson,Adolfo Snchez Vzquez nos advierte que

    la historia es otra de las cabezas que ruedan bajo la gui-

    llotina posmodernista. Ya no se trata de la historia sin47 Ticio Escobar: Posmodernidad/precapitalismo, Casa de las Am-

    ricas, No. 168, mayo-junio de 1988, p. 13.48 Claudio Guilln:Entre lo uno y lo diverso. Introduccin a la literatu-

    ra comparada, Barcelona, 1985, pp. 429-430; Antonio Blanch: Al-gunas ideas sobre la llamada novela posmoderna,La Gaceta de Cuba,abril de 1990, pp. 22-23. Sobre la aparicin de un etnocentrismo enla apasionante discusin actual en torno al posmodernismo y el he-

    cho de que hoy, ms que nunca, vivimos en la no simultaneidad delo simultneo cf. Desiderio Navarro: Critique de la critique etpostmodernisme, Association Internationale des CritiquesLittraires. Revue, No. 33,XIVe. Colloque International La critiquede la critique, 20-24 septembre, 1989, Pars, 1990, p. 21.

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    sujeto, postulada por el estructuralismo francs, ni tam-poco de la falta del sentido de la historia, sino que setrata pura y sencillamente de que no hay historia, de quesi la ha habido ha llegado a su fin o de que estamos en laposhistoria.49

    Un ejemplo resonante de esa pretensin de decapitar la his-toria aparece en el muy difundido artculo El fin de la his-toria?, que el verano de 1989 publicara en la revista The

    National Interest Francis Fukuyama. Dando por sentado eltriunfo del capitalismo subdesarrollante, y de su ideologaliberal (lase y contrarrevolucionaria), en los pases quehan protagonizado la historia durante los ltimos siglos,Fukuyama se pregunta: Hemos llegado efectivamente alfin de la historia?; y se responde:

    Nuestra tarea no es contestar en forma exhaustiva losdesafos al liberalismo promovidos por cada mesasmedio loco, que anda por el mundo, sino solamente aque-llos que se encarnen en fuerzas y movimientos socialesy polticos importantes, y que por lo tanto forman par-te de la historia del mundo. Para nuestros fines, impor-ta muy poco qu extraos pensamientos puedanocurrrseles a la gente de Albania o de Burkina Faso,

    porque en lo que estamos interesados es en lo que enalgn sentido se podra llamar la herencia ideolgicacomn de la humanidad.

    No puede menos que recordarse el desdn de otro pensa-dor fuertemente reaccionario, antecesor del nazismo y deFukuyama: Oswald Spengler, quien en La decadencia deOccidente no vacil en escribir: Una batalla entre dos tribus

    49 Adolfo Snchez Vzquez: Posmodernidad, posmodernismo y so-cialismo, Casa de las Amricas, No. 175, julio-agosto de 1989,p. 141.

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    del Sudn, o entre los queruscos y los catos, en tiempos deCsar, o, lo que en esencia es lo mismo, entre dos ejrcitos dehormigas, constituye simplemente un espectculo de la natu-raleza viviente.50

    Al replicar, tambin en The National Interest(invierno de1989/90), a algunos de sus crticos, Fukuyama aadi:

    Una ltima palabra con respecto al Tercer Mundo, puesme han acusado de menospreciarlo. Mis observaciones

    no estaban destinadas a rebajar su importancia, sino tanslo a registrar el hecho evidente en s mismo de que lasprincipales ideologas en torno a las cuales el mundoelabora sus opciones polticas parecen fluir primariamen-te desde el Primer al Tercer Mundo y no a la inversa.Ignoro por qu ello es as, pero no obstante resulta nota-ble la persistencia con que los revolucionarios de esospases siguen estudiando las obras de filsofos y

    polemistas del Primer Mundo, fallecidos hace tiempo.

    El exfuncionario del Departamento de Estado norteameri-cano Fukuyama parece olvidar o desconocer aqu varias co-sas. Por ejemplo, que las expresiones metafricas PrimerMundo y Tercer Mundo no remiten en la realidad a com-partimientos estancos: uno (el llamado Primero) se ha he-

    cho y se hace sobre la implacable explotacin de otro (el lla-mado Tercero), lo que los vincula a ambos en una historiacomn, en la cual el Tercer Mundo suele proveer de mano deobra barata y materias primas (incluso materias primas cultu-rales, con frecuencia folclorizadas), y el Primer Mundo pro-ductos elaborados e ideologas dominantes. Ignoro por quello es as, dice este supuesto candoroso, a quien le resultanotable que los revolucionarios de esos pases sigan estu-

    50 Oswald Spengler: La decadencia de Occidente. Bosquejo de unamorfologa de la historia universal [1918-1922], trad. de Manuel G.Morente, Buenos Aires, Mxico, 1952, tomo 2, p. 72.

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    diando a filsofos y polemistas del Primer Mundo falleci-dos hace tiempo. Aqu todo es escandaloso. Fukuyama co-menz sus pginas declarndose secuaz de Hegel, de ciertainterpretacin derechista de Hegel. Hace pocos aos estuve,en un pequeo y bello cementerio de Berln, ante la tumbadel autor de Fenomenologa del espritu yLecciones sobre lafilosofa de la historia universal.Tuve (tengo) la certidum-bre de que o la tumba estaba vaca, como pasaba a veces conla del inolvidable conde Drcula, o Hegel es un filsofo fa-

    llecido hace tiempo, cuya obra, como se sabe desde el propiosiglo XIX, es pasible de una lectura de izquierda. Y por qudemonios el hegeliano de derecha (y de pacotilla) Fukuyamapuede evocarlo y nosotros no? Adems, cuando los revolu-cionarios de nuestros pases estudiamos a filsofos ypolemistas del Primer Mundo (por ejemplo, a Carlos Marx),se trata con frecuencia de personas que combatieron o com-baten la esencia de ese mundo, el capitalismo, lo que los hace

    patrimonio de todos los revolucionarios de hoy, necesaria-mente anticapitalistas. Por ltimo, qu sabe Fukuyama delos pensadores orgnicos de nuestro mundo? Qu sabe de loque beneficiara a la humanidad, digamos, la propagac