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Formación Inicial Dimensión Cristiana Tema 1.1.iil © Asociación de Salesianos Cooperadores Región Ibérica 1 SACRAMENTOS DE CURACIÓN Reconciliación y Unción de Enfermos 1 FICHA PARA EL FORMADOR 1.1 Introducción Siguiendo la trayectoria de la vida sacramental propia de la vocación cristiana, en este tema abordamos los Sacramentos llamados de «Sanación» o «Curación» cristiana: la Reconciliación reconocido también como Sacramento de la Penitencia, del Perdón, de la Confesión y de la Con- versión- y la Unción de los Enfermos. Tenemos en cuenta que esta denominación es convencional y no exclusiva, ya que por antonomasia el Sacramento de curación y de curación radical es la Euca- ristía. Se trata de dos sacramentos importantes y muy afines por su función sanadora, pero sin perder de vista que cada uno tiene su razón propia de ser y su originalidad, a pesar de lo que tienen en común como sacramentos de curación y de salvación para quienes han sido insertados en el Cuer- po Místico de Cristo. En este sentido trataremos de poner de relieve lo que es propio de cada uno prestando atención en uno y otro: A su objetivo peculiar. A las referencias disponibles, bíblicas o de otro orden que parecen hacer al caso. Al desarrollo doctrinal específico, por separado, de uno y otro Sacramento. A un conjunto de recursos que, bajo la guía del Animador, permiten al Aspirante documen- tarse mejor en vistas a profundizar o motivar y orientar en el momento de tomar decisio- nes: nos referimos a documentos conciliares y eclesiales, a la bibliografía, a eventuales tex- tos de lectura específica que propicien la reflexión y una mayor comprensión de aspectos peculiares del Sacramento en cuestión. Y prestamos también atención con especial interés a cuanto permita calar en el contenido y posibilidades de aquilatar los consabidos saberes o pilares concernientes al conocimiento de orden doctrinal («saber»), de orden operativo o práctico («saber hacer»), de identidad («saber ser») y, por último, a cuanto pueda poner de relieve la dimensión comunitaria de estos dos Sacramentos y su orientación en la vivencia del «saber vivir en comunión». 1.2 Objetivos- Competencias Completar y madurar un conocimiento teológico de base, conforme a la capacidad intelec- tual de cada uno, con particular atención a los sacramentos de curación. Sentir a Dios como Padre y Amor que salva. Comprender que ser cristiano no es algo estático, sino más bien dinámico, en continua au- torealización hacia la perfección que es nuestro Padre Celestial. Interiorizar todo lo que supone vivir según el Espíritu, fuente de alegría, de paz y de perdón, para adoptarlo como estilo de vida.

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Tema 1.1.iil

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SACRAMENTOS DE CURACIÓN

Reconciliación y Unción de Enfermos

1 FICHA PARA EL FORMADOR

1.1 Introducción

Siguiendo la trayectoria de la vida sacramental propia de la vocación cristiana, en este tema abordamos los Sacramentos llamados de «Sanación» o «Curación» cristiana: la Reconciliación reconocido también como Sacramento de la Penitencia, del Perdón, de la Confesión y de la Con-versión- y la Unción de los Enfermos. Tenemos en cuenta que esta denominación es convencional y no exclusiva, ya que por antonomasia el Sacramento de curación y de curación radical es la Euca-ristía.

Se trata de dos sacramentos importantes y muy afines por su función sanadora, pero sin perder de vista que cada uno tiene su razón propia de ser y su originalidad, a pesar de lo que tienen en común como sacramentos de curación y de salvación para quienes han sido insertados en el Cuer-po Místico de Cristo. En este sentido trataremos de poner de relieve lo que es propio de cada uno prestando atención en uno y otro:

A su objetivo peculiar.

A las referencias disponibles, bíblicas o de otro orden que parecen hacer al caso.

Al desarrollo doctrinal específico, por separado, de uno y otro Sacramento.

A un conjunto de recursos que, bajo la guía del Animador, permiten al Aspirante documen-tarse mejor en vistas a profundizar o motivar y orientar en el momento de tomar decisio-nes: nos referimos a documentos conciliares y eclesiales, a la bibliografía, a eventuales tex-tos de lectura específica que propicien la reflexión y una mayor comprensión de aspectos peculiares del Sacramento en cuestión.

Y prestamos también atención con especial interés a cuanto permita calar en el contenido y posibilidades de aquilatar los consabidos saberes o pilares concernientes al conocimiento de orden doctrinal («saber»), de orden operativo o práctico («saber hacer»), de identidad («saber ser») y, por último, a cuanto pueda poner de relieve la dimensión comunitaria de estos dos Sacramentos y su orientación en la vivencia del «saber vivir en comunión».

1.2 Objetivos- Competencias

Completar y madurar un conocimiento teológico de base, conforme a la capacidad intelec-tual de cada uno, con particular atención a los sacramentos de curación.

Sentir a Dios como Padre y Amor que salva.

Comprender que ser cristiano no es algo estático, sino más bien dinámico, en continua au-torealización hacia la perfección que es nuestro Padre Celestial.

Interiorizar todo lo que supone vivir según el Espíritu, fuente de alegría, de paz y de perdón, para adoptarlo como estilo de vida.

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1.3 Referencias

Eclesiales

Como consta en el número 1420 del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), “por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva de Cristo. Ahora bien, esta vida la lleva-mos en «vasijas de barro» (2Cor 4,7). Nos hallamos aún en «nuestra morada terrena», sometida al sufrimiento, a las enfermedades y a la muerte. Esta vida nueva de hijos de Dios puede ser debili-tada e incluso perdida por el pecado.”

“El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (Mc 2, 1-12), quiso que su Iglesia continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Esta es la finalidad de los dos sacramentos de curación.” (CIC n.1421).

“Los que se acercan al sacramento de la Penitencia –sigue diciendo el CIC- obtienen de la mise-ricordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia. Ella les mueve a la conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones (LG 11).” (CIC 1422). Por el sacramento de la Penitencia nos reconciliamos también con Dios, con nosotros mis-mos y con la creación.

“Con el sacramento de la Unción de los Enfermos […] toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve.” (CICn. 1499)

"Este Sacramento no debe administrarse sólo a los que se encuentran al final de la vida, sino que es oportuno recibirlo cuando la persona se encuentra debilitada físicamente o por la anciani-dad". (Cf. SC 73)

1.4 Propuesta de desarrollo del tema

Su tratamiento lo organizamos en dos partes- que, se recomienda, sean tratadas en diferentes sesiones-: la primera estará dedicada al Sacramento de la Reconciliación y la segunda al de la Un-ción de Enfermos.

Como en temas anteriores, tanto para el Sacramento de la Reconciliación como para el de la Unción de Enfermos, se requiere poner de relieve lo que son y significan (saber), lo que hay que saber hacer para preparase a ellos, celebrarlos y hacerlos fructificar, lo que aportan para configu-rar el perfil espiritual del cristiano como penitente, anciano o enfermo (saber ser), y cómo, en qué y por qué dan lugar a la apertura y comunión con los hermanos, es decir, con la Iglesia tanto mili-tante como triunfante (saber vivir en comunión).

Con este fin, se propone en el Anexo una serie de cuestiones en torno a cada uno de los cuatro pilares del saber, que pueden servir de orientación al Animador para que las adapte, complete o formule de otro modo que considere más adecuado a la situación y circunstancias de los Aspiran-tes concretos a los que acompaña en la profundización del tema.

Para posibles clarificaciones y matizaciones puede ser muy útil dar lugar a la comunicación de experiencias sobre el modo de entender, de prepararse y de celebrar los sacramentos de sana-ción, especialmente el de la Reconciliación, por no ser debidamente valorado por todos en el ac-tual momento de crisis por el que está pasando.

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Criterio orientador para el uso de la documentación básica y de la complementaria

Corresponde al Animador orientar a los Aspirante en el uso de estos elementos, seleccionar y distribuir los más adecuados a cada uno de ellos, pues no se requiere que cada uno lea necesaria-mente todos, sino aquellos que le han sido asignados o se han dejado a su elección personal, según su situación propia, a juicio del Animador.

Se sugiere al Animador tener en cuenta y advertir a los Aspirantes que, aun cuando el Docu-mento doctrinal que sirve de base inicial para el estudio del tema puede aportar datos referentes más bien al «saber» acerca del mismo, también puede proporcionar elementos que de alguna manera iluminen los otros pilares o saberes. Tanto en dicho documento de base, como en el resto de documentos complementarios: conciliares, Catecismo, Bibliografía y demás textos aportados, es cuestión de captar tales elementos para dar con ellos contenido a los pilares a los que se refie-ran.

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2 FICHA PARA EL ASPIRANTE

2.1.1.ii. PRIMERA PARTE: LA RECONCILIACIÓN

2.1 Introducción

Siguiendo la trayectoria de la vida sacramental propia de la vocación cristiana, en este tema abordamos los Sacramentos llamados de «Sanación» o «Curación» cristiana: la Reconciliación –reconocido también como Sacramento de la Penitencia, del Perdón, de la Confesión y de la Con-versión- y la Unción de los Enfermos. Tenemos en cuenta que esta denominación es convencional y no exclusiva, ya que por antonomasia el Sacramento de curación y de curación radical es la Euca-ristía.

Se trata de dos sacramentos importantes y muy afines por su función sanadora, pero sin perder de vista que cada uno tiene su razón propia de ser y su originalidad, a pesar de lo que tienen en común como sacramentos de curación y de salvación para quienes han sido insertados en el Cuer-po Místico de Cristo.

Propuesta de desarrollo del tema

El desarrollo de esta primera parte del tema relativo a la Reconciliación se realiza, a su vez en dos apartados:

a) En el primero se aborda la realidad misma del Sacramento haciendo referencia a estos puntos o apartados: - Naturaleza del Sacramento. Se presenta en su doble condición de virtud moral y de

sacramento propiamente dicho. - Institución del Sacramento. - Rito y celebración del Sacramento de la Reconciliación:

1. Celebración individual. 2. Ceremonia comunitaria y confesión personal. 3. Ceremonia comunitaria, con absolución general.

- Ministro y Sujeto del Sacramento. - El nombre del sacramento. - La satisfacción. - La penitencia. - Efectos o frutos del Sacramento.

Se concluye esta apartado con una nota salesiana poniendo de relieve la estima e importancia que Don Bosco descubre en el Sacramento de la Reconciliación, y su convicción del valor que en-cierra para la vida moral y la educación del joven. Al tiempo que se pone de relieve el valor intrín-seco del mismo, se tienen en cuenta la necesidad de encarnarlo en cada momento histórico y en las diversas culturas, en vista a la santificación del discípulo de Jesús.

b) En el segundo apartado del tema de la Reconciliación se aborda lo referente a la crisis por la que está atravesando la praxis de este Sacramento y la necesidad de superarla.

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1.2 (II) Objetivo- Competencias

Presentar la realidad misma del Sacramento, su naturaleza y factores constitutivos, su ins-titución, su celebración y requisito, sus frutos, sus modalidades, etc.

Mirar a la crisis o situación por la que lamentablemente está pasando actualmente este Sa-cramento, dada la actitud de algunos cristianos, cuando no de muchos, que muestran un escaso aprecio que les lleva a prescindir de él, debido en buena parte a la pérdida del sen-tido de pecado que se viene dando desde hace años en nuestra sociedad.

Recuperar la conciencia del valor, importancia y vigencia de este Sacramento que Cristo instituyó y puso en manos de su Iglesia como médico solícito de nuestras almas, que quiere comunicarnos su gracia y su vida y hacernos crecer en ellas.

Interiorizar todo lo que supone vivir según el Espíritu, fuente de alegría, de paz y de perdón, para adoptarlo como estilo de vida.

1.3 Referencias concretas del sacramento de la Reconciliación

El proponer varias referencias no significa que haya que servirse de todas, sino que se ofrecen para dar la posibilidad a los Aspirantes promoviendo así en la puesta en común mayor riqueza de aportaciones.

Bíblicas

“Entonces, entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad. Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados. Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema. Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. Entonces él se levantó y se fue a su casa. Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres”. (Mt 9,1-8)

“A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la Tierra quedará atado en los Cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los Cielos”. (Mt 16, 19)

“Yo os aseguro: todo lo que atéis en la Tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que des-atéis en la tierra quedará desatado en el Cielo”. (Mt 18, 18)

Parábola del hijo pródigo

Todos los elementos del Sacramento de la Confesión de encuentran en este texto: arre-pentimiento, confesión verbal, estar dispuesto a hacer penitencia y reconciliación. (Lc 15:11-32)

“Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os env-ío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos»”. (Jn 20, 21-23)

“Muchos de los que habían creído venían a confesar y declarar públicamente sus prácticas mágicas”. (Hch 19, 18)

“Pues bien, yo por mi parte corporalmente ausente, pero presente en espíritu, he juzgado ya, como si me hallara presente, al que así obró: que en nombre del Señor Jesús, reunidos

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vosotros y mi espíritu, con el poder de Jesús Señor nuestro, sea entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el Día del Señor”. (1 Cor 5, 3-5)

“Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenza-do lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos encargó el ministerio de la reconciliación. Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación”. (2 Cor 5,17-20)

“Bastante es para ese tal el castigo infligido por la comunidad, por lo que es mejor, por el contrario, que le perdonéis y le animéis no sea que se vea hundido en una excesiva tristeza. Os suplico, pues, que reavivéis la caridad para con él. Pues también os escribí con la inten-ción de probaros y ver si vuestra obediencia era perfecta. Y a quien vosotros perdonéis, también yo le perdono. Pues lo que yo perdoné -si algo he perdonado- fue por vosotros en presencia de Cristo, para que no seamos engañados por Satanás, pues no ignoramos sus propósitos”. (2 Cor 2, 6-11)

“Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la re-conciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de no-sotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!” (2 Cor 5, 18-20)

“Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder”. (Sant 5, 16)

“Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si re-conocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia”. (1 Jn 1, 8-9)

Salesianas: Don Bosco

Las alusiones y enseñanzas de Don Bosco respecto al Sacramento de la Confesión, como él acostumbra a llamarlo, son numerosas y variadas. Probablemente ello obedece al gran valor for-mativo que como sacerdote educador descubrió en este Sacramento. Traemos a colación, a modo de muestra, tan solo algunas de las muchas referencias que es posible encontrar, por ejemplo, en las Memorias Biográficas, una entre las diversas fuentes que nos ofrecen enseñanzas, experiencias y la actitud de Don Bosco, respecto a la Confesión.

Dirigiéndose a sus jóvenes, les dice: “El aguinaldo que os doy en general a todos los del Orato-rio, es el siguiente: frecuente y sincera confesión; frecuente y devota Comunión” (MBe VI, 619).

“…¿Cuál será vuestra primera ocupación en el Oratorio? ¿Sabéis lo que hace un viajero, cuando vuelve de un viaje? Lo primero que hace es mirar si su ropa tiene alguna mancha de polvo, de barro o de otra cosa y echa mano del cepillo, y quita, una tras otra, estas man-chas, hasta que su ropa queda limpia; y si ha caído en una charca, le toca hacer colada. Lo mismo debéis hacer vosotros, ahora que volvéis del viaje de las vacaciones: mirad un poco la ropa de vuestra conciencia y ved si está limpia, si no tiene alguna mancha. Si por acaso encontráis en ella algún tiznajo, tomad enseguida el cepillo de la confesión y quitadlo; si encontráis algún lamparón más gordo, ¡por amor de Dios, quitadlo también!“(MBe, XII, 468).

“Dos son las alas para volar al cielo, la confesión y la comunión” (MBe VII, 54).

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“El punto culminante para obtener la moralidad es sin duda la confesión frecuente y la co-munión, pero de veras bien hechas” (MBe XIII, 238).

En el Proceso Apostólico del Santo declaró don Miguel Rúa: “Su proceder con los penitentes iba encaminado a ganar su completa confianza, de la que se servía para animarles a recibir frecuentemente los sacramentos y conseguir por este camino su enmienda y el progreso de la virtud... Su sistema era la dulzura, pero sin dejar de revelar, ante la mente de los pecado-res, la fealdad de sus pecados. Sabía distinguir muy bien a los que acudían a él con segun-das intenciones y les aconsejaba de buenas maneras que fueran a confesarse con otros, re-nunciando a oírlos…” (MBe X, 21).

Prueba de la bondad con que acogía a los penitentes la encontramos en este texto de las Memorias Biográficas, referido a los muchachos que se confesaban con Don Bosco: “Don Bosco –dicen- recibía con bondad a todos, aunque fueran rudos, ignorantes, despreocupa-dos, poco dispuestos, y encontraba la manera de ganarlos para Dios. […] No es éste el lugar para exponer las industrias de que se valía para que sus penitentes se confesaran bien. […] Multitud de penitentes lo habían elegido para confesor. Muchísimas veces confesaba los sábados durante diez y doce horas seguidas. Y aquellos muchachos, antes tan indomables y llenos de vitalidad, aguardaban pacientemente su turno para dejar limpia su conciencia” (MBe III, 130).

“Tal era la persuasión que los jóvenes tenían de su prudencia y de su delicadeza en todo cuanto se refería a la confesión, que con plena confianza le confesaban a él los secretos de sus faltas, antes que a otros” (MBe IX, 136).

PVA

PVA/E Art.19.2 PVA/Apéndice, pág. 125

2.2 Documentos

1. PRIMERA PARTE: SOBRE LA REALIDAD DEL SACRAMENTO 1

Naturaleza

Penitencia en su sentido etimológico, viene del latín “poenitere” que significa: tener pena, arrepentirse.

Cuando hablamos teológicamente, este término se utiliza tanto para hablar de una virtud, co-mo de un sacramento.

Como virtud moral:

Esta virtud moral, hace que el pecador se sienta arrepentido de los pecados cometidos, tener el propósito de no volver a caer y hacer algo en satisfacción por haberlos cometido.

1 Los elementos de doctrina referentes al Sacramento de la Reconciliación provienen fundamentalmente de trabajos

realizados por P. ANTONIO RIVERO, L.C. | Fuente: Catholic.net, y, en parte, por PEDRO HERRASTI, S.M. México, D.F. 15 de abril de 1997.

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Cristo nos llama a la conversión y a la penitencia, pero no con meras obras exteriores, sino a la conversión del corazón, a la penitencia interior. De otro modo, sin esta disposición interior todo sería inútil (cf. Is 1, 16-17; Mt 6, 1-6; 16-18)

Cuando hablamos teológicamente de esta virtud, no nos referimos únicamente a la penitencia exterior, sino que esta reparación tiene que ir acompañada del dolor de corazón por haber ofen-dido a Dios. No sería válido pedirle perdón por una ofensa a un jefe por miedo de perder el traba-jo, sino que hay que hacerlo porque al faltar a la caridad, hemos ofendido a Dios (cf. CIC. nn. 1430 –1432)

Todos hemos de cultivar esta virtud, que nos lleva a la conversión. Los medios para cultivarla son: la oración, confesarse con frecuencia, participar en la Eucaristía – fuente de las mayores gra-cias -, la práctica del sacrificio voluntario, dándole un sentido de unión con Cristo y acercándose a María.

Como sacramento:

La virtud nos lleva a la conversión. Como sacramento es uno de los siete instituidos por Cristo, que perdona los pecados cometidos contra Dios -después de haberse bautizado-, obtiene la re-conciliación con la Iglesia, a quien también se ha ofendido con el pecado, al pedir perdón por los pecados ante un sacerdote. Esto fue definido por el Concilio de Trento como verdad de fe (cf. L.G. 11)

A este sacramento se le llama sacramento de «conversión», porque responde a la llamada de Cristo a convertirse, a volver al Padre y la lleva a cabo sacramentalmente. Se llama de «peniten-cia» por el proceso de conversión personal y de arrepentimiento y de reparación que tiene el cris-tiano. También es una «confesión», porque la persona confiesa sus pecados ante el sacerdote, requisito indispensable para recibir la absolución y el perdón de los pecados graves.

El nombre de «Reconciliación» se debe a que reconcilia al pecador con el amor del Padre. Él mismo nos habla de la necesidad de la reconciliación.“Ve primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,24). (Cf. CIC. nn. 1423 –1424)

El sacramento de la Reconciliación o Penitencia y la virtud de la penitencia están estrechamen-te ligados. Para acudir al sacramento es necesaria la virtud de la penitencia que nos lleva a tener ese sincero dolor de corazón.

La Reconciliación es un verdadero sacramento porque en él están presente los elementos esen-ciales de todo sacramento, es decir el signo sensible, el haber sido instituido por Cristo y porque confiere la gracia.

Este sacramento es uno de los dos sacramentos llamados de «curación» porque sana el espíri-tu. Cuando el alma está enferma debido al pecado grave, se necesita el sacramento que le devuel-va la salud, para que la cure. Jesús perdonó los pecados del paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf. Mc 2, 1-12).

Cristo instituyó los Sacramentos y se los confió a la Iglesia –fundada por Él–. Por lo tanto la Igle-sia es la depositaria de este poder, ningún hombre por sí mismo, puede perdonar los pecados. Como en todos los sacramentos, la gracia de Dios se recibe en la Reconciliación en virtud del mismo sacramento («ex opere operato») -siendo el ministro el intermediario- y con la acción o participación de quien lo recibe. La Iglesia tiene el poder de perdonar todos los pecados.

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En los primeros tiempos del cristianismo, se suscitaron muchas herejías respecto a los pecados. Algunos decían que ciertos pecados no podían perdonarse, otros que cualquier cristiano bueno y piadoso los podía perdonar, etc. Los protestantes fueron unos de los que más atacaron la doctrina de la Iglesia sobre este sacramento. Por ello, el Concilio de Trento declaró que Cristo comunicó a los apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar realmente todos los pecados (Dz.-Denzinger- 894 y 913)

La Iglesia, por este motivo, ha tenido la necesidad, a través de los siglos, de manifestar su doc-trina sobre la institución de este sacramento por Cristo, basándose en sus obras. Preparando a los apóstoles y discípulos durante su vida terrena, perdonando los pecados al paralítico en Cafarnaúm (Lc 5, 18-26), a la mujer pecadora (Lc 7, 37-50). Cristo perdonaba los pecados, y además a quienes habían pecado los volvía a incorporar a la comunidad del pueblo de Dios.

El poder que Cristo otorgó a los apóstoles de perdonar los pecados, implica un acto judicial (Concilio de Trento), pues el sacerdote actúa como juez, imponiendo una sentencia y un castigo. Solo que en este caso, la sentencia es siempre el perdón, si es que el penitente ha cumplido con todos los requisitos y tiene las debidas disposiciones. Todo lo que ahí se lleva a cabo es en nombre y con la autoridad de Cristo.

Solamente si alguien se niega –deliberadamente- a acogerse la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento, estará rechazando el perdón de los pecados y la salvación ofrecida por el Espí-ritu Santo y no será perdonado. “El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de pecado eterno” (Mc 3, 29. Esto es lo que llamamos el pecado contra el Espí-ritu Santo. Esta actitud tan dura nos puede llevar a la condenación eterna (cfr. CIC n. 1864).

Institución

Después de la Resurrección estaban reunidos los apóstoles –con las puertas cerradas por miedo a los judíos–, se les aparece Jesús y les dice: “La paz con vosotros. Como el Padre me envío, tam-bién yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid al Espíritu Santo. A quienes per-donéis los pecados, les quedaran perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos (Jn 20, 21-23). Este es el momento exacto en que Cristo instituye este sacramento. Cristo -que nos ama inmensamente- en su infinita misericordia otorga a los apóstoles el poder de perdonar los pecados. Jesús les da el mandato de continuar la misión para la que fue enviado: perdonar los pe-cados. No pudo hacernos un mejor regalo que darnos la posibilidad de liberarnos de este mal.

Dios tiene a los hombres un amor infinito. Él siempre está dispuesto a perdonar nuestras faltas. Vemos a través de diferentes pasajes del Evangelio cómo se manifiesta la misericordia de Dios con los pecadores (cf. Lc 15, 4-7; Lc 15, 11-31). Cristo, conociendo la debilidad humana, sabía que mu-chas veces nos alejaríamos de Él por causa del pecado. Por ello, nos dejó un sacramento muy es-pecial que nos permite la reconciliación con Dios. Este regalo maravilloso que nos deja Jesús, es otra prueba más de su infinito amor.

Rito y celebración del Sacramento de la Reconciliación

La celebración de este sacramento, al igual que la de todos los sacramentos, es una acción litúrgica. A pesar de haber habido muchos cambios en la celebración de este sacramento, a través de los siglos, encontramos dos elementos fundamentales en su celebración. Uno de los elementos son los actos que hace el penitente que quiere convertirse, gracias a la acción del Espíritu Santo,

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como son el arrepentimiento o contrición, la confesión de los pecados y el cumplimiento de la penitencia. El otro elemento es la acción de Dios, por medio de los Obispos y los sacerdotes, la Iglesia perdona los pecados en nombre de Cristo, decide cual debe ser la penitencia, ora con el penitente y hace penitencia con él (cfr. CIC n.1148).

Normalmente, el sacramento se recibe de manera individual, acudiendo al confesionario, di-ciendo los propios pecados y recibiendo la absolución en forma particular o individual.

Dados los actos previos del penitente (examen de conciencia, contrición, y propósito de en-mienda) el Sacramento se realiza concretamente con la confesión de los pecados y la absolución.

Este acto litúrgico ha sido practicado siempre en la Iglesia, aunque de formas distintas. En la an-tigüedad se acostumbraba hacer la confesión pública en las asambleas litúrgicas, seguidas de un tiempo de penitencia, antes de ser admitidos al rito de la absolución. Gracias a los monjes irlande-ses principalmente, el rito se hizo de manera personal y secreta, conservando sin embargo los elementos indispensables para la validez del perdón.

Existen casos excepcionales en los cuales los sacerdotes pueden impartir la absolución general o colectiva. Se trata de situaciones en las que, de no impartirse, las personas se quedarían sin po-der recibir la gracia sacramental por largo tiempo, sin ser por culpa suya. La Iglesia dispone de tres modalidades distintas para celebrar el Sacramento de la Reconciliación: la «individual», la «comu-nitaria» y la «comunitaria con absolución general».

1. Celebración individual

Es la forma más usual y la que permite mayor profundidad en el retorno a Dios.

Se suele dar comienzo con la jaculatoria "Ave María Purísima" a la que el penitente responde "Sin pecado concebida", pidiendo así a la Madre de Dios, que nunca pecó, que nos ayude a hacer una buena confesión.

Es muy útil para el confesor saber el tiempo transcurrido desde la última confesión del peniten-te. No es lo mismo escuchar a una persona que hace años no se reconcilia con Dios, a otra que se confesó hace una semana. Por lo tanto, el penitente ha de tener presente dicho lapso, al menos aproximadamente.

Como ya se ha indicado, la confesión debe ser completa, sincera y concreta. No es el momento de entrar en detalles que no vienen al caso. Tampoco es la oportunidad de presentar problemas o pedir consejos para asuntos personales o familiares. Si el cristiano necesita Dirección o Acompa-ñamiento Espiritual, es preferible, en la medida de lo posible, concertar una cita con el sacerdote para ello.

Elemental es poder recitar ya sea el "Yo confieso" o el "Señor mío Jesucristo "como expresiones adecuadas de contrición. Si por algún motivo no se saben de memoria, el penitente puede leerlas en un devocionario.

El sacerdote da la absolución de parte de Dios, solamente a quienes juzgue bien dispuestos pa-ra recibirla, ya que pueden darse casos en que debe ser diferida, hasta que se cumplan ciertas condiciones, o negarla cuando no hay más remedio.

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Con razón San Francisco de Sales decía: “El momento cumbre del Sacramento es cuando el pe-nitente escucha: «Por lo tanto yo te absuelvo de tus pecados...»”. La fórmula de la absolución indi-ca que la reconciliación procede de la misericordia infinita del Padre, muestra su relación con el Misterio Pascua de Cristo y pone de relieve la acción del Espíritu Santo. Igualmente hace notar el aspecto eclesial del Sacramento ya que la Reconciliación con Dios se pide y se da por el ministro de la Iglesia.

El penitente absuelto de sus pecados, aparte de cumplir con la penitencia indicada, lo primero que debe hacer, es dar gracias a Dios, no vaya a suceder lo que pasó con aquellos diez leprosos que Cristo curó y de los que tan solo uno regresó para darle las gracias.

2. Ceremonia Comunitaria y Confesión Personal

Es una nueva forma de celebrar el Sacramento y consiste en una preparación comunitaria en la que se escucha la Palabra de Dios, se hace en común el acto de contrición y después de un canto apropiado, cada uno se acerca al sacerdote para confesar sus pecados y recibir la absolución per-sonalmente.

Esta manera demuestra claramente la dimensión comunitaria de la Reconciliación, la paz que da la Iglesia, la dimensión social del pecado y la necesidad que tenemos del perdón fraterno. Por otra parte, la confesión y absolución individual, ponen de relieve la responsabilidad personal del pecado y de la conversión.

3. Ceremonia Comunitaria, con absolución general

Esta tercera forma del Sacramento de la Reconciliación responde a situaciones extraordinarias y de grave necesidad como pueden ser misiones, guerras, siniestros, Congresos Eucarísticos, etc. en donde a la insuficiencia de sacerdotes se suma la asistencia de grandes multitudes. De no exis-tir estas circunstancias queda totalmente prohibido hacerlo. (CDC c. 961, 1; c. 962, 1). El Nuevo Ritual de Sacramentos especifica las condiciones para impartir la Absolución General y para poder recibirla válidamente:

o Arrepentimiento sincero de los pecados con el propósito firme de enmendarse. o Estar dispuestos a reparar el daño causado a los demás. o Confesarse individualmente lo más pronto posible. o Cumplir la penitencia que el Sacerdote impone a todos.

La absolución general siendo válida, no suprime la obligación de la confesión individual ni exime de las disposiciones espirituales para recibir tan grande Sacramento. No se trata de hacer la Re-conciliación más cómoda tanto para el sacerdote, como para los fieles.

Hay que aclarar que la obligación de confesar individualmente los pecados graves ya absueltos, no implica que sólo hasta entonces se perdonen, o que la absolución haya quedado en suspenso, sino que se cometería un pecado nuevo al no cumplir una promesa a Dios.

Recibida la absolución general con las debidas disposiciones nos permite comulgar con tranqui-lidad de conciencia.

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Cuando una persona hace una confesión de todos los pecados cometidos durante toda la vida, o durante un período de la misma, incluyendo los ya confesados con la intención de obtener una mayor contrición, se le llama confesión general. Se le debe de advertir al confesor que se trata de una confesión general.

Cuando una persona está en peligro de muerte -no pudiendo expresarse verbalmente por algún motivo- se le otorga el perdón de los pecados de manera condicionada. Esto quiere decir que está condicionada a las disposiciones que tenga el enfermo o que tuviese, de estar consciente.

El Ministro y el Sujeto

Como ya se ha mencionado, Cristo dio a los apóstoles el poder de perdonar, los obispos como sucesores de ellos y los sacerdotes que colaboran con los obispos son los ministros del sacramento (cfr. Código de Derecho Canónico 965). Los obispos, quienes poseen en plenitud el sacramento del Orden y tienen todos los poderes que Cristo dio a los Apóstoles, delegan en los presbíteros (sacer-dotes) su misión ministerial, siendo parte de este ministerio, la capacidad de poder perdonar los pecados. Esto fue definido por el Concilio de Trento como verdad de fe en contra de la postura de Lutero que decía que cualquier bautizado tenía la potestad para perdonar los pecados. Cristo sólo les dio este poder a los apóstoles (cf. Mt 18, 18; Jn 20, 23)

El sacerdote es muy importante, porque aunque es Jesucristo el que perdona los pecados, él es su representante y posee la autoridad de Cristo.

El sacerdote debe de tener la facultad de perdonar los pecados, es decir, por oficio y porque se le ha autorizado por la autoridad competente el hacerlo.

Los confesores deben tener la intención de Cristo, ser instrumento de la misericordia de Dios. Para ello, es necesario que se preparen para ser capaces de resolver todo tipo de casos –comunes y corrientes o difíciles y complicados- tener un conocimiento del comportamiento cristiano, de las cosas humanas, demostrar respeto y delicadeza, haciendo uso de la prudencia. El amor a la ver-dad, la fidelidad a la doctrina de la Iglesia son requisitos para el ministro de este sacramento. Los sacerdotes deben estar disponibles a celebrar este sacramento cada vez que un cristiano lo solici-te de una manera razonable y lógica.

Al administrar el sacramento, los sacerdotes deben enseñar sobre los actos del penitente, so-bre los deberes de estado y aclarar cualquier duda que el penitente tenga. También debe de moti-var a una conversión, a un cambio de vida. Debe dar consejo sobre la manera de remediar cada situación.

En ocasiones el sacerdote puede rehusarse a otorgar la absolución. Esto puede suceder cuando está consciente que no se dan las debidas disposiciones por parte del sujeto. Puede ser debido a falta de arrepentimiento, o por no tener propósito de enmienda. También se da el caso de algunos pecados que son tan graves que están sancionados con la excomunión, que es la pena eclesiástica más severa, que impide recibir los sacramentos. La absolución de estos pecados, llamados “peca-dos reservados”, según el Derecho Canónico, sólo puede ser otorgada por el Obispo del lugar o por sacerdotes autorizados por él. En caso de peligro de muerte, todo sacerdote puede perdonar los pecados y de toda excomunión. Ej.: quienes practican un aborto o participan de cualquier mo-do en su realización.

En virtud de la delicadeza y el respeto debido a las personas, los sacerdotes no pueden hacer público lo que han escuchado en la confesión. Quedan obligados a guardar absoluto silencio sobre

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los pecados escuchados, ni pueden utilizar el conocimiento sobre la vida de la persona que han obtenido en el sacramento. En ello no hay excepciones, quienes lo rompan son acreedores a pe-nas muy severas. Este sigilo es lo que comúnmente llamamos “secreto de confesión”.

El sujeto de la Reconciliación es toda persona que, habiendo cometido algún pecado grave o venial, acuda a confesarse con las debidas disposiciones, y no tenga ningún impedimento para recibir la absolución.

Las personas que viven en un estado de pecado habitual, como son los divorciados vueltos a casar, que no dejan esta condición de vida, no pueden recibir la absolución. El motivo de ello es que viven en una situación que contradice la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio. Pero, la Iglesia no olvida en su pastoral a estas personas, exhortándolos a participar en la vida de la Iglesia y que no se sientan rechazados. Únicamente en el caso, de estar arrepentidos de haber violado el vínculo de la alianza sacramental del matrimonio y la fidelidad a Cristo y no puedan separarse –por tener hijos– teniendo el firme propósito de vivir en plena continencia, se les puede otorgar la ab-solución. En esta situación se les indica que para acercarse a la Eucaristía, lo deben hacer en un lugar donde no sean conocidos, pues podría ser causa de “pecado de escándalo”, dado que la pa-reja y el confesor son los únicos que conocen la situación.

El nombre del sacramento

Se le denomina Sacramento de Conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión y a la vuelta al Padre del que el hombre se ha alejado por el pecado. También se le conoce como Sacramento de la Penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador. Asimismo se le conoce como sacramento de la Confesión porque la declaración o manifestación de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este es también un reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador.

Dentro del proceso de la confesión para los católicos se insiste en tres formas de penitencia: el ayuno, la oración y la limosna que expresan la conversión con relación a sí mismo, con Dios y con los demás.

La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho por el reconocimiento de las faltas ante los demás, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, el acompañamiento espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia y to-mar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia.

La lectura de la sagrada escritura, la oración de la liturgia y del Padre Nuestro, así como todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.

La satisfacción

En general, todo pecado causa daño al prójimo y algunos de manera particular. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto. Pero además el pe-

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cado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La abso-lución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que este causó, liberado el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados, debe satisfacer de manera apropiada o ‘expiar’ sus pecados. Esta satisfacción se llama también penitencia.

La penitencia

La que el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a la naturaleza de los pecados cometidos. Puede consistir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al próji-mo, privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debe-mos llevar. Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo. La Confesión es un momento favorable para reflexionar y buscar en el fondo del corazón qué se ha hecho mal y de qué manera se puede reparar el daño que se ha cometido en contra de los demás.

Efectos o frutos del Sacramento

Entre los frutos o efectos que se pueden esperar de la celebración del Sacramento de la Recon-ciliación cabe citar:

La reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia.

La reconciliación con la iglesia.

La remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales.

La remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado.

La paz y la serenidad de la conciencia y el consuelo espiritual.

El acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.

La paz interior.

El acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano (CIC n.1496)

Como salesianos no podemos echar en olvido las palabras con que de Don Bosco expresa su gran estima por el Sacramento de la Reconciliación y su convicción del valor que ella encierra cuando, uniéndola a la Eucaristía, afirma: “Dígase lo que se quiera sobre los sistemas de educación, yo no encuentro otra base segura fuera de la frecuencia de la confesión y de la comunión; y creo que no exagero afirmando que, si se omiten estos dos elementos, la moralidad queda descartada.”

Desde los tiempos de Don Bosco a los nuestros han cambiado no pocas cosas en diversos senti-dos en el terreno de lo social, cultural, pedagógico, religioso, en el mundo del lenguaje y en el de las relaciones, por citar algunos, pero el Evangelio sigue siendo el mismo, si bien necesitado de encarnarse en cada momento histórico y en las diversas culturas. Asimismo, el valor intrínseco de los Sacramentos, el de la Reconciliación entre ellos, sigue estando también vigente y conserva to-do su vigor y capacidad de contribuir a la santificación del discípulo de Jesús.

2. SEGUNDA PARTE: CRISIS EN LA PRAXIS DEL SACRAMENTO DE LA RECONCILIA-CIÓN Y NECESIDAD DE RECUPERACIÓN

En este apartado del tema sobre la Reconciliación, de acuerdo con lo propuesto al principio, pretendemos simplemente prestar atención al hecho de que el Sacramento de la Confesión está atravesando una situación de crisis. Como anunciara en su día L’ Osservatore Romano, el diario de

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la Santa Sede, la crisis de este sacramento sigue a la de las vocaciones y a la del matrimonio y, "si bien se ha manifestado ya desde hace algunos decenios, se agudiza cada vez más".

Los estudiosos de este fenómeno ven detrás de él factores y circunstancias varias de orden mo-ral, litúrgico, psicológico, teológico, social, histórico o de otro cariz, que han incidido en el hecho que constatamos. No entra en nuestro objetivo abordar aquí este complejo aspecto del problema. Nos limitamos a constatar el hecho y a proclamar la necesidad de salir de él. Para ello, además de las referencias indicadas y de lo dicho acerca del valor mismo del Sacramento, trataremos de in-cluir en la bibliografía y entre la documentación complementaria algún texto de posible lectura para uso personal del Aspirante. Ello puede ayudarle a sentirse motivado a situar de nuevo el Sa-cramento de la Reconciliación en el lugar que le corresponde entre los medios de gracia que Dios pone a nuestro alcance para progresar en el proceso de configuración con Cristo y de la corres-pondiente maduración cristiana.

Ya el Papa Pío XII llegó a denunciar, con palabras calificadas por San Juan Pablo II de «casi pro-verbiales», que “el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”2. La frase precisa del Papa Pacelli -que se hizo célebre- decía: "El más grande pecado del mundo actual es tal vez el hecho de que los hombres han perdido el sentido del pecado"3.

Este fenómeno ha sido favorecido por diversas corrientes intelectuales e ideológicas de índole materialista e incluso militantemente anticristianas, así como por el ateísmo práctico en el que viven muchos católicos. Por todo ello puede afirmar San Juan Pablo II: “La pérdida del sentido del pecado es, por lo tanto, una forma o fruto de la negación de Dios: no sólo de la atea, sino además de la secularista. Pecar no es solamente negar a Dios; pecar es también vivir como si Él no existie-ra, es borrarlo de la propia existencia diaria”4.

Un factor que, como indica también San Juan Pablo II, ha contribuido no raras veces al deterio-ro del sentido del pecado, radica en los errores y desvíos en materia de fe y moral que surgieron en el seno de la Iglesia.5

Cerramos aquí la llamada a eliminar lo que pudiera ser considerada la causa más determinante de la crisis en que se encuentra el Sacramento de la Reconciliación (haber perdido el sentido de pecado), con estas palabras de San Juan Pablo II: “Restablecer el sentido justo del pecado es la primera manera de afrontar la grave crisis espiritual que afecta al hombre de nuestro tiempo. Pero el sentido del pecado se restablece únicamente con una clara llamada a los principios inderoga-bles de razón y de fe que la doctrina moral de la Iglesia ha sostenido siempre.

Es lícito esperar que, sobre todo en el mundo cristiano y eclesial, florezca de nuevo un sentido saludable del pecado. Ayudarán a ello una buena catequesis, iluminada por la teología bíblica de la Alianza, una escucha atenta y una acogida del Magisterio de la Iglesia, que no cesa de iluminar las conciencias, y una praxis cada vez más cuidada del Sacramento de la Penitencia.”6

2 PÍO XII. Radiomensaje en la conclusión del Congreso Catequístico de Estados Unidos, en Boston , 26/10/1946

3 In: Discorsi e Radio messaggi, VIII (1946), 288.

4 Cf. JUAN PABLO II. Reconciliatio et pænitentia, n. 18.

5 Cf. JUAN PABLO II. Idem

6 Idem.

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2.3. Pistas para la reflexión

2.3.1. Saber: Confrontación con los aspectos doctrinales del tema

Por lo que hace a la realidad de lo que el Sacramento de la Reconciliación es y significa en la vida cristiana, ¿qué aspectos del mismo pondría de relieve?

En el texto sobre la "Crisis en la práxis" se dice " Este fenómeno ha sido favorecido por di-versas corrientes intelectuales e ideológicas de índole materialista e incluso militantemen-te anticristianas" ¿Conozco dichas corrientes y que es lo que argumentan?

2.3.2. Saber hacer

En lo referente a la acción o comportamiento con la Reconciliación, ¿qué destaco de lo que ha de saber hacer un cristiano para celebrar con fruto este Sacramento?

En el texto se habla sobre "el ateísmo práctico en el que viven muchos católicos" ¿a qué se refiere? Y yo ¿frecuento el sacramento de la reconciliación?

¿Cómo celebro dicho sacramento? Compartid vuestras experiencias.

¿Realizo un adecuado examen de conciencia previo a la realización del sacramento?

2.3.3. Saber ser

¿Qué rasgos o cualidades pienso que proporciona a la fisonomía del fiel cristiano la cele-bración del Sacramento de la Reconciliación?

¿Puede un cristiano vivir, en la práctica, sin la reconciliación?

2.3.4. Saber vivir en comunión

A la luz de la documentación leída, ¿qué aportaciones he encontrado en el Sacramento de la Reconciliación en pro de la vida de comunión fraterna?

¿Cómo creo que la comunidad sale al encuentro y acoge a hermano que se ha reconcilia-do? ¿cómo se celebra este aspecto en mi parroquia?

2.3.5. Experiencias complementarias

Busca un sacerdote espiritualmente amigo y celebra este sacramento tras realizar un buen examen de conciencia (tienes unas pautas para hacerlo en los materiales adicionales)

2.4 Otros recursos

Documentos

Entrevista de Don Bosco con Miguel Magone en un momento de crisis del mucha-

cho

Escribe Don Bosco en la biografía de Miguel Magone:

Durante un mes se entregó apasionadamente a los juegos, sobre todo a los que requerían des-treza personal. Pero, de pronto, dejó de reír, se tornó melancólico, se le hacía pesado jugar; se retiraba a cualquier rincón a pensar, a reflexionar y, a veces, lloraba. Le había impresionado ver

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que sus compañeros se acercaban contentos a los sacramentos. Algunos sermones y charlas le habían hecho mella. Sentía gran desasosiego y necesidad de confesarse, pero no se decidía.

Yo estaba al tanto de cuanto le sucedía, por lo que un día le hice llamar y le hablé así:

-Mi querido Magone, desearía pedirte un favor; pero no me haría ninguna gracia que te nega-ras.

-Diga, diga, respondió fogosamente. ¡Estoy dispuesto a hacer lo que usted quiera!

-Pues lo que quiero de ti es que me dejes unos momentos ser dueño de tu corazón y que me expliques esa tristeza que últimamente te atormenta.

-Sí, ya; tiene usted razón, pero... pero es que estoy desesperado y no sé qué hacer.

Al decir esto, se echó a llorar a lágrima viva. Dejé que se desahogara y luego, bromeando, añadí:

-¡Vaya! ¿Con que tú eres aquel Magone, general en jefe de toda la panda de Carmagnola? ¡Pues menudo! Ni siquiera eres capaz de decir con palabras lo que te apena el corazón.

-Ya quiero decirlo, pero es que no sé por dónde empezar; no sé explicarme.

-Di una sola palabra, y lo demás es asunto mío.

Tengo embrollada la conciencia.

-Ya es suficiente. Te entiendo perfectamente. Necesitaba que tú soltases esto para poder decir-te yo lo demás. No entremos ahora en asuntos de conciencia. Únicamente te daré algunas normas para arreglarlo todo. Mira: si tu conciencia está en regla por lo que toca al pasado, basta que te prepares a confesar debidamente cuanto no haya ido bien desde la última confesión. Pero, si por temor o por la razón que sea, dejaste de confesar algo, o si alguna de tus confesiones falló por no tener las condiciones debidas, arranca de cuando te confesaste bien y echa fuera todo lo que te molesta.

-¡Eso es lo difícil! ¿Cómo voy a acordarme de cuanto hice varios años atrás?

-Tiene fácil arreglo. Con que digas al confesor que algo ha de ser repasado de tu vida anterior, tomará él el hilo de tus cosas, de suerte que tú no tendrás más que decir sí o no, si muchas veces o pocas veces. *…+

Con estas palabras se sintió el jovencito tan animado, que aquella misma noche no quiso ir a la cama sin antes confesarse. Cuando el confesor le aseguró que Dios le había perdonado todas sus culpas, exclamó:

-¡Qué feliz soy!

Rompió a llorar de satisfacción y se fue a descansar. Desde aquel momento el muchacho cam-bió por completo y con la frecuencia de los sacramentos se vio en él el triunfo de la gracia. La ma-yor dificultad que experimentó fue la de frenar su carácter ardiente, que frecuentemente le arras-traba a involuntarios ímpetus de cólera; pero pronto logró vencerse a sí mismo y hasta ser árbitro

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de paz con sus propios compañeros. (Extracto de los caps. III-IV, cf. Texto completo en Fuentes 991-994).

¡Qué importante es el sacramento del perdón!

Un hombre sincero sabe que es culpable, que debería recomenzar, que debería ser purificado. Ésta es la realidad maravillosa que nos ofrece el Señor: hay una posibilidad de renovación, de ser [hombres] nuevos.

Palabras del Papa Benedicto XVI sobre la reconciliación

Me parece también una demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir la senda de los mandamientos, de los cuales debemos hablar más. Éstos son realmente indicadores del camino y nos muestran cómo vivir bien, cómo elegir la vida. Por eso debemos hablar también del pecado y del sacramento del perdón y de la reconciliación. Un hombre sincero sabe que es culpa-ble, que debería recomenzar, que debería ser purificado. Ésta es la realidad maravillosa que nos ofrece el Señor: hay una posibilidad de renovación, de ser [hombres] nuevos. El Señor comienza con nosotros de nuevo, y de este modo nosotros podemos recomenzar también con los otros en nuestra vida.

El sacramento de la penitencia nos da la ocasión de renovarnos a fondo con la fuerza de Dios —"ego te absolvo"— que es posible porque Cristo ha cargado sobre sus espaldas estos pecados y estas culpas. Me parece que esto es hoy justamente una gran necesidad: que podamos ser sana-dos nuevamente. Las almas que están heridas y enfermas, como lo constata la experiencia de to-dos, tienen necesidad no sólo de consejos, sino de una verdadera renovación que sólo puede venir del poder de Dios, del poder del Amor crucificado. Me parece que éste es el gran nexo de los mis-terios que en definitiva inciden realmente en nuestra vida. Nosotros mismos debemos volver a meditarlos y, de este modo, hacerlos llegar de nuevo a nuestra gente.

La importancia del sacramento de la reconciliación

Sabiendo Dios de nuestra fragilidad, ha dejado en la Iglesia una medicina para todos los herma-nos que, víctimas de la fragilidad humana, muchas veces caen en el pecado. El sacramento de la penitencia o reconciliación es aquella acción de Dios que a través de los ministros de la Iglesia cancela los pecados de quien los confiesa con el corazón contrito.

La única exigencia de Dios es que el pecador reconozca su pecado y esté verdaderamente arre-pentido. Es increíble la fuerza de este sacramento: cuando el hombre dolido por su falla se acusa a sí mismo delante del sacerdote, Dios lo defiende, lo regenera y le devuelve la santidad.

Infelizmente, en nuestros días muchos hermanos ya no se acercan a la confesión. Algunos pien-san que basta estar arrepentido en su corazón para que Dios ya lo perdone. Sin embargo, Dios quiso que su perdón pudiera ser concretamente experimentado a través de un gesto y una pala-bra de la Iglesia. Por voluntad de Dios, no basta arrepentirse íntimamente, sin buscar en la Iglesia la absolución del pecado. De hecho, veremos el Jueves Santo que cuando Jesús estaba lavando los pies de los apóstoles, ante la negativa de Pedro que no quería que Jesús cumpliera con él aquel rito, el maestro le informa que si sus pies no son lavados, él no podrá tener más parte con él.

Por otro lado, el rito por sí solo, esto es, sin el sincero arrepentimiento, tampoco sirve para na-da. Este es el caso de Judas que aunque Jesús le había lavado los pies, por su corazón abrazado al pecado, continuó igualmente impuro.

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Benedicto XVI; Carta a los sacerdotes, 16-VI-2009

“El primer dato fundamental se nos ofrece en los Libros Santos del Antiguo y Nuevo Testamento sobre la misericordia del Señor y su perdón”.

“En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, viniendo como el Cordero que quita y carga sobre sí el pecado del mundo, aparece como el que tiene el poder tanto de juzgar como el de perdonar los pecados, y que ha venido no para condenar, sino para perdonar y salvar”.

“Ahora bien, este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere, mediante el Espíritu Santo, a simples hombres, sujetos ellos mismos a la insidia del pecado, es decir a sus Apóstoles: Recibid del Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados y a quienes se los retuvie-reis, les serán retenidos”. Jesús confirió tal poder a los Apóstoles incluso como transmisible –así lo ha entendido la Iglesia desde sus comienzos– a sus sucesores, investidos por los mimos Apóstoles de la misión y la responsabilidad de continuar su obra de anunciadores del Evangelio y ministros de la obra redentora de Cristo”.

“Aquí se revela en toda su grandeza la figura del ministro del sacramento de la Penitencia, lla-mado por costumbre antiquísima, el confesor”.

“Como en el altar donde celebra la Eucaristía y como en cada uno de los Sacramentos, el Sacer-dote, ministro de la Penitencia, actúa in persona Christi (como Cristo en persona). Cristo, a quién él hace presente, y por su medio realiza el misterio de la remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre, pontífice misericordioso, fiel y compasivo, pastor decidido a buscar la oveja perdida, médico que cura y conforta, maestro único que enseña la verdad e indica los cami-nos de Dios, juez de los vivos y de los muertos, que juzga según la verdad y no según las aparien-cias” (Juan Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia, n. 29).

“El Beato Isaac de Estrella subraya en un discurso la plena comunión de Cristo con su Iglesia en la remisión de los pecados. «Nada puede perdonar la Iglesia sin Cristo y Cristo no quiere perdonar nada sin la Iglesia. Nada puede perdonar la Iglesia sino a quien es penitente, es decir a quien Cristo ha tocado con su gracia; Cristo nada quiere considerar como perdonado a quien desprecia a la Iglesia»” (Nota 162, del mismo n. 29)

“… sobre la esencia del Sacramento ha quedado siempre sólida e inmutable en la conciencia de la Iglesia la certeza de que, por voluntad de Cristo, el perdón es ofrecido a cada uno por medio de la absolución sacramental, dada por los ministros de la Penitencia; es una certeza reafirmada con particular vigor tanto por el Concilio de Trento, como por el Concilio Vaticano II: «Quienes se acer-can al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabo-ra a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones» (Lumen Gentium, 11). Y como dato esencial de fe sobre el valor y la finalidad de la Penitencia se debe afirmar que Nuestro Salva-dor Jesucristo instituyó en su Iglesia el Sacramento de la Penitencia, para que los fieles caídos en pecado después del Bautismo recibieran la gracia y la reconciliación con Dios (Juan Pablo II, Recon-ciliatio et Penitentia, n. 30)”.

« (...) en Francia, en tiempos del santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más fre-cuente que en nuestros días (...). Pero él intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus feligreses redescubrieran el significado y la belleza de la Penitencia

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sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la presencia eucarística. Supo iniciar así un «círculo virtuoso». Con su prolongado estar ante el Sagrario en la iglesia, consiguió que los fie-les comenzasen a imitarlo, yendo a visitar a Jesús, seguros de que allí encontrarían también a su párroco, disponible para escucharlos y perdonarlos. Al final, una muchedumbre cada vez mayor de penitentes, provenientes de toda Francia, lo retenía en el confesionario hasta dieciséis horas al día».

Papa Francisco en la «Amoris Laetitia»

211. A su vez, en la preparación de los novios, debe ser posible indicarles lugares y personas, consultorías o familias disponibles, donde puedan acudir en busca de ayuda cuando surjan dificul-tades. Pero nunca hay que olvidar la propuesta de la Reconciliación sacramental, que permite colocar los pecados y los errores de la vida pasada, y de la misma relación, bajo el influjo del perdón misericordioso de Dios y de su fuerza sanadora.

227. Los pastores debemos alentar a las familias a crecer en la fe. Para ello es bueno animar a la confesión frecuente, la dirección espiritual, la asistencia a retiros.

Pauta acerca de cómo confesarse - rito de la penitencia

1. PREPARACIÓN:

Antes de irte a confesar, dedica algún tiempo a prepararte. Comienza con una ora-ción y luego reflexiona sobre tu vida desde la última confesión. ¿De qué forma —en tus pensamientos, palabras y obras— has dejado de vivir los mandamientos de Cristo, de “amar al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente,” y “amar a tu prójimo como a ti mismo?” (Mt 22, 37.39).

Como una ayuda a este «examen de conciencia» podrías revisar los Diez Manda-mientos o las Bienaventuranzas (Éx 20, 2-17; Dt 5, 6-21; Mt 5, 3-10; o Lc 6, 20-26).

2. SALUDO:

El sacerdote te dará la bienvenida. Puede ser que rece una pequeña bendición o lea un pasaje de la Escrituras.

3. LA SEÑAL DE LA CRUZ:

Juntos, tú y el sacerdote, haréis la Señal de la Cruz. Entonces podrás comenzar tu confe-sión con estas u otras palabras similares: “Bendígame, Padre, porque he pecado. Hace ya [se da el número de días, meses o años] desde mi última confesión.”

4. CONFESIÓN:

Confiesa todos tus pecados al sacerdote. Si no estás seguro de qué decir, pídele al sa-cerdote que te ayude. Cuando hayas terminado, concluye con estas u otras palabras simila-res: “Me arrepiento de estos y de todos mis pecados.”

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5. PENITENCIA:

El sacerdote te sugerirá una penitencia. La penitencia puede ser una oración, un acto de misericordia o una obra de caridad. También podrá aconsejarte sobre cómo puedes vivir una vida cristiana mejor.

6. ACTO DE CONTRICIÓN:

Luego que el sacerdote te haya conferido la penitencia, reza un Acto de Contrición, ex-presando pena por tus pecados, y tomando la decisión de no volver a pecar. El Acto de Contrición puede ser este:

Dios mío, / me arrepiento de todo corazón / de todo lo malo que he hecho / y de lo bueno que he dejado de hacer. / Porque pecando te he ofendido a ti, / que eres el sumo bien / y digno de ser amado sobre todas las cosas. / Propongo firmemente, con tu gracia, / cumplir la penitencia, / no volver a pecar y evitar las ocasiones de pecado. / Perdóna-me, Señor, / por los méritos de la pasión de nuestro salvador Jesucristo.

7. ABSOLUCIÓN:

El sacerdote extenderá sus manos sobre tu cabeza y pronunciará las palabras de absolu-ción. Tu responderás: “Amén.”

8. ALABANZA:

El sacerdote acostumbra a dar gracias por la misericordia de Dios y te invitará a que tú hagas lo mismo. Por ejemplo, el sacerdote podría decir: “Dad gracias al Señor porque es bueno.” Y tu respuesta puede ser, “Porque es eterna su misericordia”.

9. DESPEDIDA:

Muchas veces el sacerdote concluye el sacramento diciendo: “Vete en paz” o emplear palabras como éstas:

La pasión de nuestro Señor Jesucristo, la intercesión de la santísima Virgen María y de todos los santos, tus buenas obras y tus sufrimientos, te sirvan para remedio de tus peca-dos, aumento de gracia y recompensa de vida eterna. Vete en paz.

Si ha pasado mucho tiempo desde tu última confesión, recuerda, “No tengan miedo” (Is 41:10).

El sacerdote te ayudará y guiará. Y ¡no dejes de llevarte esta guía!

EL EXAMEN DE CONCIENCIA

A continuación las 30 preguntas propuestas por el Papa Francisco para hacer una buena confe-sión:

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En relación a Dios

¿Solo me dirijo a Dios en caso de necesidad? ¿Participo regularmente en la Misa los domingos y días de fiesta? ¿Comienzo y termino mi jornada con la oración? ¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los santos? ¿Me he avergonzado de manifestarme como católico? ¿Qué hago para crecer espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago? ¿Me rebelo contra los designios de Dios? ¿Pretendo que Él haga mi voluntad?

En relación al prójimo

¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo? ¿Juzgo sin piedad tanto de pensamien-to como con palabras? ¿He calumniado, robado, despreciado a los humildes y a los indefensos? ¿Soy envidioso, colérico, o parcial? ¿Me avergüenzo de la carne de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los enfermos?

¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte? ¿Incito a otros a hacer el mal? ¿Observo la moral conyugal y familiar enseñada por el Evangelio? ¿Cómo cumplo mi respon-sabilidad de la educación de mis hijos? ¿Honro a mis padres? ¿He rechazado la vida recién conce-bida? ¿He colaborado a hacerlo? ¿Respeto el medio ambiente?

En relación a mí mismo

¿Soy un poco mundano y un poco creyente? ¿Cómo, bebo, fumo o me divierto en exceso? ¿Me preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes? ¿Cómo utilizo mi tiempo? ¿Soy perezoso? ¿Me gusta ser servido? ¿Amo y cultivo la pureza de corazón, de pensamientos, de acciones? ¿Nu-tro venganzas, alimento rencores? ¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz?

Rescatado de https://bit.ly/1GHKBeD el 23/8/18

Custodia de corazón, Papa Francisco, 2015

Materiales

Concilio Vaticano II 7

Respecto a la Penitencia como sacramento, el Concilio enseña:

El Sacramento de la Penitencia reconcilia con Dios y con la Iglesia: Constitución Lumen Gen-tium n. 11/2. (Esta forma de citar se lee así: «número 11, párrafo 2»).

Ayuda muchísimo a robustecer la vida cristiana: Decreto Christus Dominus n. 30/6. Favorece la vida espiritual de los presbíteros: Decreto Presbyterorum Ordinis n. 18/2, los

cuales se muestran siempre razonablemente dispuestos a administrarla: Ibidem n. 13/3. Los Obispos son los moderadores de la disciplina penitencial: Constitución Lumen Gentium

n. 26/2. Los sacerdotes enseñan a los fieles a someter sus pecados con corazón contrito a las llaves

de la Iglesia en el S. de la Penitencia: Decreto Presbyterorum Ordinis n. 5/3.

7 Como en los temas anteriores para referirnos a los documentos del Concilio Vaticano II nos servimos de la publica-

ción: CONCILIO VATICANO II. Constituciones. Decretos. Declaraciones. BAC Madrid 1965, citando los textos del modo ya indicado a raíz del tema 2.1. página 11.

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Los superiores religiosos dejen a sus súbditos la libertad debida en cuanto al S. de la Peni-tencia: Decreto Perfectae Caritatis n. 14/3.

Catecismo de la Iglesia Católica:

Entre las múltiples enseñanzas aportadas por el Catecismo acerca del S. de la Reconciliación, destacamos aquí las siguientes a modo de resumen:

1485: En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus Apóstoles y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).

1486: El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un sa-cramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación.

1487: Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llama-do a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra viva.

1488: A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores con-secuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero.

1489: Volver a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el pecado, es un mo-vimiento que nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y deseoso de la salvación de los hombres. Es preciso pedir este don precioso para sí mismo y para los demás.

1474: El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se encuentra solo. "La vida de cada uno de los hijos de Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristia-nos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística" (Pablo VI, Const. ap. Indulgentiarum doctrina, 5).

1475: En la comunión de los santos, por consiguiente, "existe entre los fieles, tanto entre quienes ya son bienaventurados como entre los que expían en el purgatorio o los que pe-regrinan todavía en la tierra, un constante vínculo de amor y un abundante intercambio de todos los bienes" (Ibíd). En este intercambio admirable, la santidad de uno aprovecha a los otros, más allá del daño que el pecado de uno pudo causar a los demás. Así, el recurso a la comunión de los santos permite al pecador contrito estar antes y más eficazmente purifi-cado de las penas del pecado.

1490: El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los pecados cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia divina.

1491: El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realiza-dos por el penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia.

1492: El arrepentimiento (llamado también contrición) debe estar inspirado en motivacio-nes que brotan de la fe. Si el arrepentimiento es concebido por amor de caridad hacia Dios, se le llama «perfecto»; si está fundado en otros motivos se le llama «imperfecto».

1493: El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sa-cerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerda tras

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examinar cuidadosamente su conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión de las fal-tas veniales está recomendada vivamente por la Iglesia.

1494: El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos de «satisfacción» o de «penitencia», para reparar el daño causado por el pecado y restablecer los hábitos pro-pios del discípulo de Cristo.

1495: Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la facultad de ab-solver pueden ordinariamente perdonar los pecados en nombre de Cristo.

1497: La confesión individual e integra de los pecados graves seguida de la absolución es el único medio ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.

1498: Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados.

Bibliografía

JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica «Reconciliatio et Paenitentia». Librería Editrice Vati-cana, Ciudad del Vaticano, 1984.

JOSÉ RAMOS REGIDOR, El Sacramento de la Penitencia, Ediciones Sígueme, Salamanca 1982.

DIONISIO BOROBIO, El Sacramento de la Reconciliación Penitencial, 2ª edición. Ediciones Sígueme, Salamanca 2011.

Catecismo de la Iglesia Católica, 1422-1484.

PEDRO HERRASTI, S.M., El sacramento de la reconciliación. México 1997.

AROCENA, FÉLIX MARÍA, Penitencia y Unción de los enfermos, Eunsa, Madrid 2018.

Artículos disponibles por acceso virtual:

JOSÉ MIGUEL ARRÁIZ, El sacramento de la penitencia en la historia. Biblioteca de artículos Sección Los Sacramentos. Elaborado por Apologética Católica: www.apologeticacatolica.org

JOSÉ RODRÍGUEZ MOLINA, La confesión auricular. Origen y desarrollo histórico. [email protected]

OTROS: por Google: acceder por los términos: «El Sacramento de la Penitencia.». «El Sa-cramento de la Penitencia y la Reconciliación.»

FERNANDO MILLÁN, La penitencia hoy. Claves de una renovación (febrero, 2007). https://web.unican.es/campuscultural/Documents/Aula%20de%20estudios%20sobre%20religi%C3%B3n/2006-2007/CursoTeologiaLaRenovacionPostconciliar2006-2007.pdf

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2.1.1.ii. SEGUNDA PARTE: LA UNCIÓN DE ENFERMOS

2.1 Introducción

Siguiendo la trayectoria de la vida sacramental propia de la vocación cristiana, en este tema abordamos los Sacramentos llamados de «Sanación» o «Curación» cristiana: la Reconciliación –reconocido también como Sacramento de la Penitencia, del Perdón, de la Confesión y de la Con-versión- y la Unción de los Enfermos. Tenemos en cuenta que esta denominación es convencional y no exclusiva, ya que por antonomasia el Sacramento de curación y de curación radical es la Euca-ristía.

Se trata de dos sacramentos importantes y muy afines por su función sanadora, pero sin perder de vista que cada uno tiene su razón propia de ser y su originalidad, a pesar de lo que tienen en común como sacramentos de curación y de salvación para quienes han sido insertados en el Cuer-po Místico de Cristo.

Propuesta de desarrollo del tema

En la segunda parte del tema abordamos lo específico del Sacramento de la Unción de Enfer-mos siguiendo el mismo esquema organizativo que en la Reconciliación como consta en el Anexo.

Por lo que hace al Documento base para la reflexión, se tratan en él los puntos siguientes:

Naturaleza del Sacramento.

Institución

Signo: Materia y Forma

Rito y Celebración

Ministro y Sujeto

Condiciones para administrarlo

¿Cuántas veces puede un cristiano recibir el sacramento?

Efectos de la Unción de enfermos

1.2 (III) Objetivos- Competencias

Conocer la peculiaridad de este Sacramento con la intención de calar en su realidad propia y poner de relieve que se trata de un sacramento de vivos.

Ser conscientes de lo que, en relación con la Unción de Enfermos, hemos de «saber hacer», qué aporta este Sacramento para configurar nuestro «modo de ser» y qué posibilidades ofrece para promover y vivir la comunión fraterna y eclesial.

Interiorizar todo lo que supone vivir según el Espíritu, fuente de alegría, de paz y de perdón, para adoptarlo como estilo de vida.

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1.3 Referencias concretas del sacramento de la unción de enfermos

Bíblicas

Acerca de la Unción de Enfermos, en la Sagrada Escritura encontramos textos del tenor si-guiente:

“Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos.” (Mc 6, 5)

“Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ung-ían con aceite a muchos enfermos y los curaban.” (Mc 6, 12-13)

“Al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad.» Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.” (Lc 13, 12-13)

“Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saúl, hermano, me ha envia-do a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que reco-bres la vista y seas lleno del Espíritu Santo.» Al instante cayeron de sus ojos unas como es-camas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado.” (Hch 9, 17-18)

“Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, el don de curar.” (1 Cor 12, 9)

“¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?” (1 Cor 12, 30)

“¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados”. (Sant 5, 14-15)

2.2 Documentos

1. Naturaleza del Sacramento

El sacramento de la Unción de los Enfermos “tiene como fin conferir la gracia especial al cristia-no que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad y vejez”. (Catec. n. 1527).

Es un hecho que la enfermedad y el sufrimiento son inherentes al hombre, no se pueden sepa-rar de él. Esto le causa graves problemas porque el hombre se ve impotente ante ellos y se da cuenta de sus límites y de que es finito. Además de que la enfermedad puede hacer que se vis-lumbre la muerte.

Aunque parecería que ante la enfermedad el ser humano se acercaría mucho más a Dios, mu-chas veces el resultado es lo contrario. Ante la angustia que provoca la enfermedad, el miedo, la fatiga, el dolor, el hombre puede desesperarse e inclusive se puede revelar ante Dios. Muchas veces, el estado físico en que se encuentra el enfermo, lo lleva a no poder hacer la oración necesa-ria para mantenerse unido al Señor. En otras ocasiones, la enfermedad, cuando se le ha dado un sentido cristiano, lleva a un acercamiento a Dios.

Sabemos que la muerte corporal es natural, pero a través de los ojos de la fe sabemos que la muerte es causada por el pecado (cf. Rom 6, 23; Gén 2, 17). Para los que mueren en gracia de Dios, es una participación en la muerte de Cristo, lo que trae como consecuencia el poder partici-par en su resurrección (cf. Rom 6, 3-9; Flp 3, 10-11).

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No olvidemos que la muerte es el final de nuestra vida terrena. El tiempo es parte de ella, por lo tanto vamos envejeciendo y al final, llega la muerte. El conocer lo definitivo de la muerte, nos debe llevar a pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a cabo nuestra misión en la vida en la tierra.

En el Antiguo Testamento podemos apreciar cómo el hombre vive su enfermedad de cara a Dios, le reclama, le pide la sanación de sus males (cf. Sal 6, 3; Is 38; Sal 38). Es un camino para la salvación (cf. Sal 32, 5; Sal 107, 20). El pueblo de Israel llega a hacer un vínculo entre la enferme-dad y el pecado. El profeta Isaías vislumbra que el sufrimiento puede tener un sentido de reden-ción (cf. Is 53, 11)

Vemos cómo Cristo tenía gran compasión hacia aquellos que estaban enfermos. Él fue médico de cuerpo y alma, pues no sólo curaba a los enfermos, además perdonaba los pecados. Se dejaba tocar por los enfermos, ya que de Él salía una fuerza que los curaba (cf. Mc 1, 41; 3, 10; 6; 56; Lc 6, 19). Él vino a curar al hombre entero, cuerpo y alma. Su amor por los enfermos sigue presente, a pesar de los siglos transcurridos. Con frecuencia Jesús les pedía a los enfermos que creyesen, lo que nuevamente nos pone de relieve la necesidad de la fe. Asimismo, se servía de diferentes sig-nos para curar (cf. Mc 2, 17; Mc 5, 34-.36; Mc 9, 23; Mc 7, 32-36). En los sacramentos Jesucristo sigue tocándonos para sanarnos, ya sea el cuerpo o el espíritu. Es médico de alma y cuerpo.

Jesucristo no sólo se dejaba tocar, sino que toma como suyas las miserias de los hombres. Tomó sobre sus hombros todos nuestros males hasta llevarlo a la muerte de Cruz. Al morir por en la Cruz, asumiendo sobre Él mismo todos nuestros pecados, nos libera del pecado, del cual la en-fermedad es una consecuencia. A partir de ese momento, el sufrimiento y la enfermedad tienen un nuevo sentido, nos asemejamos más a Él y nos hace partícipes de su Pasión. Toma un sentido redentor.

2. Institución

Cuando Cristo invita a sus discípulos a seguirle, implica tomar su cruz, haciéndoles partícipes de su vida, llena de humildad y de pobreza. Esto los lleva a tomar una nueva visión sobre la enferme-dad y el sufrimiento y los hace participar en su misión de curación. En Marcos 6, 13 se nos insinúa cómo los apóstoles, mientras predicaban, exhortando a hacer penitencia y expulsaban demonios, ungían a muchos enfermos con óleo.

Una vez resucitado, Cristo les dice: “que en Su nombre… impondrán las manos sobre los enfer-mos…” (Mc 16, 17-18). Y queda confirmado con lo que la Iglesia realiza invocando el nombre de Jesucristo. (Hch 9, 34; 14, 3).

Sabemos que esta santa unción fue uno de los sacramentos instituidos por Cristo. La Iglesia manifiesta que, entre los siete sacramentos, hay uno especial para el auxilio de los enfermos, que los ayuda ante las tribulaciones que la enfermedad trae con ella. Ahora bien, sabemos que ni las oraciones más fervorosas logran la curación de todas las enfermedades y que los sufrimientos que hay que padecer, tienen un sentido especial, como nos lo dice San Pablo: “completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”. (Col 1, 24) Ante el mandato de: “¡Sanad a los enfermos!” (Mt 10, 8), la Iglesia cumple con esta tarea tanto por los cuidados que da a los enfermos, como por las oraciones de intercesión.

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El Concilio Vaticano II toma como promulgación del sacramento, el texto de Santiago 5, 14-15, el cual nos dice que si alguien está gravemente enfermo, llamen al sacerdote para que ore sobre él, lo unja con óleo en nombre del Señor. Y el Señor los salvará. En este texto nos queda claro, que debe ser una enfermedad importante, que los debe de llevar a cabo un presbítero, y encontramos el signo sensible compuesto de materia y forma.

3. Signo: Materia y Forma

La unción de los enfermos se administra ungiendo al enfermo con óleo y diciendo las palabras prescritas por la Liturgia (cf. CDC. c. 998).

La Constitución apostólica de Pablo VI, “Sacram unctionem infirmorum” del 30 de noviembre de 1972, conforme al Concilio Vaticano II, estableció el rito que en adelante se debería seguir.

La materia remota es el aceite de oliva bendecido por el Obispo en la Misa Crismal. En caso de necesidad, en los lugares donde no se pueda conseguir el aceite de oliva, se puede utilizar cual-quier otro aceite vegetal. Aunque hemos dicho que el Obispo es quien bendice el óleo, en caso de emergencia, cualquier sacerdote puede bendecirlo, siempre y cuando sea durante la celebración del sacramento.

La materia próxima es la unción con el óleo, la cual debe ser en la frente y las manos para que este sacramento sea lícito, pero si las circunstancias no lo permiten, solamente es necesaria una sola unción en la frente o en otra parte del cuerpo para que sea válido.

La forma son las palabras que pronuncia el ministro: “Por esta Santa Unción, y por su bondado-sa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”.

Las palabras, unidas a la materia hacen que se realice el signo sacramental y se confiera la gra-cia.

4. Rito y Celebración

Todos los sacramentos se celebran en forma litúrgica y comunitaria, y la unción de los enfer-mos no es ninguna excepción. Esta tiene lugar en familia en la casa, en un hospital o en una iglesia. Es conveniente, de ser posible, que vaya precedido del sacramento de la Reconciliación y seguido por el Sacramento de la Eucaristía.

La celebración es muy sencilla y comprende dos elementos, los mismos que menciona Santiago 5, 14: se imponen en silencio las manos a los enfermos, se ora por todos los enfermos – la epícle-sis propia de este sacramento – luego la unción con el óleo bendecido.

Ministro y Sujeto

Solamente los sacerdotes o los Obispos pueden ser el ministro de este sacramento. Esto queda claro en el texto de Santiago y los Concilios de Florencia y de Trento lo definieron así, interpretan-do dicho texto. Únicamente ellos lo pueden aplicar, utilizando el óleo bendecido por el Obispo, o en caso de necesidad por el mismo presbítero en el momento de administrarlo.

Es deber de los presbíteros instruir a los fieles sobre las ventajas de recibir el sacramento y que los ayuden a prepararse para recibirlo con las debidas disposiciones.

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El sujeto de la Unción de los Enfermos es cualquier fiel que habiendo llegado al uso de razón, comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez (cf. Catec. 1514).

Para poderlo recibir tienen que existir unas condiciones. El sujeto –como en todos los sacra-mentos - debe de estar bautizado, tener uso de razón. Además, debe de tener la intención de re-cibirlo y manifestarla. Cuando el enfermo ya no posee la facultad para expresarlo, pero mientras estuvo en pleno uso de razón, lo manifestó aunque fuera de manera implícita, si se puede admi-nistrar. Es decir, aquél que antes de perder sus facultades llevó una vida de práctica cristiana, se presupone que lo desea, pues no hay nada que indique lo contrario. Sin embargo, no se debe ad-ministrar en el caso de quien vive en un estado de pecado grave habitual, o a quienes lo han re-chazado explícitamente antes de perder la conciencia. En caso de duda se administra “bajo condi-ción”, su eficacia estará sujeta a las disposiciones del sujeto.

Para administrarlo no hace falta que el peligro de muerte sea grave y seguro, lo que sí es nece-sario es que se deba a una enfermedad o vejez. En ocasiones es conveniente que se reciba antes de una operación que implique un gran riesgo para la vida de una persona.

En el supuesto de que haya duda sobre si el enfermo vive o no, se administra el sacramento “bajo condición”, anteponiendo las palabras “Si vives…”

¿Cuántas veces puede recibir el sacramento un cristiano?

Las veces que sea necesario, siempre que se encuentre en estado grave. Puede recibirlo incluso cuando el estado grave se produce como recaída de un estado anterior por el que ya había recibi-do el sacramento.

¿Qué efectos tiene la Unción de enfermos?

La unción une al enfermo a la Pasión de Cristo para su bien y el de toda la Iglesia; obtiene con-suelo, paz y ánimo; obtiene el perdón de los pecados (si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la reconciliación), restablece la salud corporal (si conviene a la salud espiritual) y prepara para el paso a la vida eterna (cf. CIC n. 1532).

2.3. Pistas para la reflexión

2.3.1. Saber

¿Qué me ha llamado particularmente la atención de lo expuesto acerca del Sacramento de la Unción de Enfermos?

¿Qué respuesta tengo para cuestiones como éstas: 1) ¿Qué es el Sacramento de la Unción de los Enfermos? 2) ¿Qué es el "ejercicio de la buena muerte"? ¿En qué se diferencian? 3) ¿Qué otorga al enfermo el Sacramento de la Unción? 4) ¿Qué relación tiene el Sacramento de la Unción de los Enfermos con la Confesión? 5) ¿Quién puede recibir el Sacramento de la Unción de los Enfermos? 6) ¿Este Sacramento se puede recibir varias veces? 7) Si una persona está inconsciente, ¿puede recibir la Unción de los Enfermos? 8) ¿Se debe llamar al Sacerdote aunque la persona esté aparentemente muerta?

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9) ¿Qué pasa con el alma? ¿También muere? 10) ¿Por qué es importante dar digna sepultura al cuerpo humano?

2.3.2. Saber hacer

Respecto al Sacramento de la Unción de Enfermos ¿qué destacaría de la actitud y compor-tamiento propios de un enfermo cristiano y de sus familiares ante este Sacramento?

¿Qué creo que conviene hacer para vencer el rechazo y las dificultades que experimentan algunos cristianos para facilitar a sus familiares enfermos la Unción correspondiente?

Desde el punto de vista cristiano ¿qué no se debe hacer con las cenizas en caso de practi-car la incineración?

¿He participado en alguna ocasión en alguna celebración comunitaria de la unción de en-fermos? Si es así, comparte tu experiencia.

2.3.3. Saber ser

¿Qué cualidades o virtudes aporta a la fisonomía espiritual propia del cristiano mantener la actitud adecuada ante el Sacramento de la Unción de Enfermos y recibirlo?

¿Qué valores pone en juego en las personas que favorecen y ayudan a los enfermos a pre-pararse y a recibir este Sacramento?

2.3.4. Saber vivir en comunión

¿Cómo favorece el sentido de comunión el Sacramento de la Unción de Enfermos?

¿Cómo se puede vivir esa comunión en la celebración de este Sacramento?

¿Por qué debemos animar a que se dé, adicionalmente, la celebración comunitaria de este sacramento?

2.3.5. Experiencias complementarias

Entérate de cuando se celebra una unción comunitaria de enfermos en tu parroquia e invita a algún familiar anciano o a algún conocido en estas circunstancias de vida. ir juntas a dicha celebra-ción.

2.4 Otros recursos

Documentos

Sobre la historia del Sacramento

Durante los primeros nueve siglos se habla indistintamente del carisma de curaciones y de un-ción. Los cristianos reconocen ciertos efectos corporales y espirituales que producen este sacra-mento. En este período no se ve la relación que existe entre unción y muerte.

A partir del siglo décimo se considera al sacramento como la última gracia que otorga la Iglesia a los cristianos antes de partir de este mundo. Esta práctica influye en los teólogos que recomen-daban la recepción de los sacramentos a última hora, cuando ya no existía la posibilidad de come-ter la más mínima falta. Por ello, a partir del siglo doce comienza a llamársela "Sacramento de la

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Extremaunción", por ser la última de las unciones que imparte la Iglesia.

Esta mentalidad creada en torno a este sacramento hizo que los cristianos lo olvidaran en la práctica y no valoraran su recepción.

Será en el siglo dieciséis, con el Concilio de Trento, que se vuelve hacia la tradición de los pri-meros siglos, reconociendo que el sacramento era: "Para que la fe salve al enfermo; para que el Señor lo alivie y para que se le perdonen los pecados." Ya no se le considera como sacramento de los moribundos.

El Concilio Vaticano II recoge la doctrina del Concilio de Trento e introduce algunas modifica-ciones accidentales: "Se prefiere llamarlo Unción de los enfermos"

Pablo VI. Constitución Apostólica "Sacram Unctionem Infirmorum"

La Sagrada Unción de los enfermos, tal como lo reconoce y enseña la Iglesia católica, es uno de los siete sacramentos del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo nuestro Señor "esbozado ya en el Evangelio de Marcos (Mc. 6,13), recomendado a los fieles y promulgado por el Apóstol San-tiago, hermano del Señor:

¿Está enfermo alguno entre vosotros? Mande llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él y lo unjan con el óleo en el nombre del Señor; y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor lo aliviará y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados: Sant 5, 14-1 5. (Concilio de Trento. Sesión 14).

Testimonios sobre la Unción de los enfermos se encuentran desde tiempos antiguos en la Tra-dición de la Iglesia, especialmente en la Liturgia, tanto en oriente como en occidente. En este sen-tido se pueden recordar de manera particular la carta de nuestro predecesor Inocencio I a Decio, obispo de Gubbio y el texto de la venerable oración usada para bendecir el óleo de los enfermos: "Envía, Señor, tu Espíritu Santo Paráclito", que fue introducido en la plegaria eucarística y se con-serva aún en el Pontifical Romano.

A lo largo de los siglos se fueron determinando en la tradición litúrgica con mayor precisión, aunque no de modo uniforme, las partes del cuerpo del enfermo que debían ser ungidas con el santo óleo y se fueron añadiendo distintas fórmulas para acompañar las unciones con la oración, tal como se encuentran en los libros rituales de las diversas iglesias. Sin embargo, en la Iglesia Ro-mana prevaleció desde la edad media la costumbre de ungir a los enfermos en los órganos de los sentidos, usando la fórmula: "Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia te perdone el Señor todos los pecados que has cometido" adaptada a cada uno de los sentidos.

La doctrina acerca de la santa Unción se expone también en los documentos de los Concilios ecuménicos, a saber, el Concilio de Florencia, sobre todo el de Trento y el Vaticano II...

El Concilio de Florencia describió los elementos esenciales de la Unción de los enfermos, el Concilio de Trento declaró su institución divina y examinó a fondo todo lo que se dice en la carta de Santiago acerca de la Santa Unción, especialmente lo que se refiere a la realidad y a los efectos del sacramento: "tal realidad es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es que aún quedan algunos por expiar, y las reliquias del pecado, alivia y conforta el alma del enfer-mo, suscitando en él gran confianza en la divina misericordia, con lo cual el enfermo, confortado

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de este modo, sobrelleva mejor los sufrimientos y el peso de la enfermedad, resiste más fácilmen-te las tentaciones del demonio "que le acechan al calcañar" (Gén 3, 15) y consigue tal vez la salud del cuerpo si fuera conveniente a la salud del alma". El mismo santo Sínodo proclamó además que las palabras del apóstol indican con bastante claridad que "esta unción se ha de administrar a los enfermos y, sobre todo, a aquellos que se encuentran en tan grave peligro que parecen estar ya en fin de vida, por lo cual es también llamado sacramento de los moribundos". Finalmente, por lo que se refiere al ministro propio declaró que éste es el presbítero.

Por su parte el Concilio Vaticano II ha dicho ulteriormente: "La Extremaunción" que puede lla-marse también y más propiamente "Unción de los enfermos", no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo empieza cuando el cristiano comienza a estar en peligro de muerte por enfermedad o por vejez". Por lo demás, que el uso de este sacramento sea motivo de solicitud para toda la Iglesia, lo de-muestran estas palabras: "Con la sagrada Unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda los enfermos al Señor paciente y glorioso, para que los alivie y los salve (Sant 5, 14-16), e incluso los exhorta a que, asociándose voluntariamente a la pasión y a la muerte de Cristo (Am 8, 17; Col 1,24; 2 Tim 2, 11-12), contribuyan así al bien del pueblo de Dios".

Todos estos elementos debían tenerse muy en cuenta al revisar el rito de la santa Unción, con el fin de que lo susceptible de ser cambiado se adapte mejor a las condiciones de los tiempos ac-tuales.

Hemos pensado, pues cambiar la fórmula sacramental de manera que, haciendo referencia a las palabras de Santiago, se expresen más claramente los efectos sacramentales.

Como por otra parte el aceite de oliva, prescrito hasta el presente para la validez del sacramen-to, falta totalmente en algunas regiones o es difícil de conseguirlo, hemos establecido, a petición de numerosos obispos, que en adelante pueda ser utilizado también, según las circunstancias, otro tipo de aceite, con tal de que sea obtenido de plantas, ya que éste se asemeja más al aceite de oliva.

En cuanto al número de unciones y a los miembros que deben ser ungidos, hemos creído opor-tuno proceder a una simplificación del rito actual.

Por lo cual, dado que esta revisión atañe a ciertos aspectos, al mismo rito sacramental, estable-cemos con nuestra autoridad apostólica que en adelante se observe en el rito latino como sigue:

El sacramento de la Unción de los enfermos se administra a los gravemente enfermos ungién-dolos en la frente y en las manos con aceite de oliva o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas debidamente bendecido, y pronunciando una sola vez estas palabras:

"Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. R/. Amén. Para que libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en la enfermedad”. R/. Amén."

Sin embargo, en caso de necesidad, es suficiente hacer una sola unción en la frente o por razón de las particulares condiciones del enfermo, en otra parte más apropiada del cuerpo, pronuncian-do íntegramente la fórmula.

Este sacramento puede ser repetido, si el enfermo que ha recibido la Unción se ha restablecido y después ha recaído de nuevo en la enfermedad, o también durante la misma enfermedad si el

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peligro se hace más serio.

Roma, 30 de noviembre de 1972.

El Papa Francisco y la Unción de los Enfermos

El Papa Francisco dedicó la catequesis de la audiencia general del 26 de febrero de 2014 a ex-plicar el sentido de la Unción de los Enfermos y dijo que las personas no deben temer llamar al sacerdote para que la administre, ya que con este sacramento se hace presente el mismo Cristo que nos toma de la mano y nos muestra que ni la muerte ni el mal nos pueden separar de él.

El Santo Padre explicó que este sacramento se entiende con el relato bíblico del Buen Samari-tano que cuida al hombre que ha sido robado, golpeado y abandonado en medio del camino, y que luego lleva a que sea cuidado en un albergue.

Este lugar, dijo el Papa, representa a la Iglesia, “la comunidad cristiana, somos nosotros, a los cuales cada día el Señor Jesús nos confía a aquellos que están afligidos, en el cuerpo y en el espíri-tu, para que podamos continuar derramando sobre ellos, sin medida, toda su misericordia y su salvación”.

Tras señalar que toda persona mayor de 65 años puede recibir el sacramento, el Pontífice pre-cisó que en él “es Jesús que se acerca. Pero cuando hay un enfermo se piensa: ‘Llamemos al cura, al sacerdote para que venga. No, no, porque trae mala suerte, entonces no, no lo llamamos’ o ‘después se asustará el enfermo’. ¿Por qué? Porque existe un poco la idea que, cuando hay un enfermo y viene el sacerdote, después de él llega la pompa fúnebre: y eso no es verdad, ¡eh!”

“El sacerdote viene para ayudar al enfermo o al anciano: por esto es tan importante la visita del sacerdote a los enfermos. Llamarlo: ‘hay un enfermo, venga, dele la unción, bendígalo’. Porque es Jesús que llega para aliviarlo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarlo. También para perdonarle los pecados. ¡Y esto es hermoso!”

El Papa instó además a no pensar que “esto sea un tabú, porque siempre es hermoso saber que en el momento del dolor y de la enfermedad nosotros no estamos solos: el sacerdote y aquellos que están presentes durante la Unción de los enfermos representan, en efecto, a toda la comuni-dad cristiana que, como un único cuerpo, con Jesús, se estrecha entorno a quien sufre y a los fami-liares, alimentando en ellos la fe y la esperanza y apoyándolos con la oración y el calor fraterno”.

“Pero el consuelo más grande deriva del hecho que, el que se hace presente en el Sacramento es el mismo Señor Jesús, que nos toma de la mano, nos acaricia como hacía con los enfermos, Él, y nos recuerda que ya le pertenecemos y que nada –ni siquiera el mal y la muerte– podrá nunca se-pararnos de Él”.

Para concluir, el Papa Francisco exhortó a tener “esta costumbre de llamar al sacerdote, porque a nuestros enfermos –no digo los enfermos de gripe, de tres, cuatro días, sino cuando es una en-fermedad seria– y también a nuestros ancianos, venga y les dé este Sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesús para seguir adelante. ¡Hagámoslo! Gracias”

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Materiales

Concilio Vaticano II

En relación con el Sacramento de la Unción de Enfermos, en el Concilio Vaticano II encontramos enseñanzas del tenor siguiente:

La Iglesia encomienda al Señor paciente y glorificado a los que sufren, con la sagrada un-ción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, para que los alivie y los salve…; los exhorta a que, uniéndose libremente a la pasión y a la muerte de Cristo, contribuyan al bien del Pueblo de Dios: Constitución Lumen Gentium n 11/1.

La unción de los enfermos no es solo el sacramento de quienes se encuentran en los últi-mos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez: Constitución Sacrosanctum Concilium n. 73.

“… la unción sea administrada al enfermo después de la confesión y antes de recibir el viá-tico": Constitución Sacrosanctum Concilium n. 74.

Adáptense, según las circunstancias, el número de las unciones y revísense las oraciones correspondientes al rito de la unción de manera que correspondan a las diversas situacio-nes de los enfermos que reciben el sacramento: Constitución Sacrosanctum Concilium n. 75.

Catecismo de la Iglesia Católica

Del Sacramento de la Unción de Enfermos tratan los nn. 1285-1321. De ellos extraemos las ide-as siguientes:

1526: "¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfer-mo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometidos pecados, le serán perdonados" (Sant 5,14-15).

1527: El sacramento de la Unción de los enfermos tiene por fin conferir una gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad grave o de vejez.

1528: El tiempo oportuno para recibir la Santa Unción llega ciertamente cuando el fiel co-mienza a encontrarse en peligro de muerte por causa de enfermedad o de vejez.

1529: Cada vez que un cristiano cae gravemente enfermo puede recibir la Santa Unción, y también cuando, después de haberla recibido, la enfermedad se agrava.

1530 Sólo los sacerdotes (presbíteros y obispos) pueden administrar el sacramento de la Unción de los enfermos; para conferirlo emplean óleo bendecido por el obispo, o, en caso necesario, por el mismo presbítero que celebra.

1531: Lo esencial de la celebración de este sacramento consiste en la unción en la frente y las manos del enfermo (en el rito romano) o en otras partes del cuerpo (en Oriente), un-ción acompañada de la oración litúrgica del sacerdote celebrante que pide la gracia espe-cial de este sacramento.

Bibliografía

GONZÁLEZ-CARVAJAL, Luis. Esta es Nuestra Fe. Teología para Universitarios, Sal Terrae (Pastoral 24), Santander 2010.

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FEINER, Johannes, Mysterium Salutis, V, 468 520. Ediciones Cristiandad, Madrid 1969.

NICOLAU, Miguel, La unción de los enfermos, BAC, Madrid 1975.

AA.VV, La Unción de los enfermos, Cuadernos Phase 3. Barcelona 1988.

MESSINA, Rosario, La unción de los enfermos, San Pablo, 2002.

BOROBIO, Dionisio, Unción de enfermos, en La celebración en la Iglesia II, 653-743, Edicio-nes Sígueme, Salamanca 1988.

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Ad resurgendum cum Christo, acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de crema-ción, Roma 15 de agosto de 2016.