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Un ser universal partió a encontrarse con el infinito. Este día cuando se cubrió de hielo blanco la parte más alta de la Ciudad de México a la que él adoptó y en donde vivió años. Cuando salió del hospital, ni siquiera se dio cuenta de que estaba cayendo del cielo una nieve sin rastros de sangre, cuyos copos tiernos y nítidos parecían plumitas de palomas, y que en las calles de París había un aire de fiesta, porque era la primera nevada grande en diez años, escribió. Gabriel García Márquez, se queda por siempre. Soy un amigo de mis amigos.

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Directorio:eDitorAGilda Montaño Humphrey

pinuras de:Benito Nogueira Ruiz

diseñoHelí López Sandoval

aMMpe delegación estado de México

asociación Mundial de Mujeres periodistas y escritorasWorld association of Woman Journalist and Writers

association Mondiale de Femmes Journalistes et ecrivians

año 2 • número 13 • 21 de abril de 2014

2 Editorial

4 Gilda Montaño Humphrey CON SINGULAR ALEGRÍA

6 Graciela Sanatana Benhumea HISTORIAS DE DIVAS ASpASIA dE mILEtO

10 Irma Fuentes LAS LLAVES

16 Cecilia Pérez Grovas NAtI

22 Kyra Galván FEmINICIdIO

24 Alberto Cortés CUANdO VUELVA A VERtE

26 Angélica Valero La paz por la derrota

30 Gilda Montaño Humphrey AHORA QUE AFUERA LLUEVE

32 Constanza López Mazotti Enrique metinides

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EdItORIAL

un ser universal partió a encontrarse con el infinito. este día cuando se cu-brió de hielo blanco la parte más alta de la Ciudad de México a la que él adoptó y en donde vivió años. Cuando salió del hospital, ni siquiera se dio cuenta de que estaba cayendo del cie-lo una nieve sin rastros de sangre, cu-yos copos tiernos y nítidos parecían plumitas de palomas, y que en las ca-lles de París había un aire de fiesta, porque era la primera nevada grande en diez años, escribió.

Gabriel García Márquez, se queda por siempre. Soy un amigo de mis amigos. Escribo para que ellos me quieran más, dijo. escritor, poeta, periodista, cuentis-ta, político; amigo, padre, esposo. Com-parado con los mejores escritores de siempre: Borges, Paz, Neruda, Fuentes, Dickens, Victor Hugo, Onetti, Cortázar, rulfo y arreola. Hemingway y Faukner, los de la generación perdida. premio no-bel de literatura. Crítico del idioma y de lo que éste significa. el que prefirió irse a su casa e inventar su partida.

Construcción de textos armados, aterrizados, mágicos como su prosa misma: colorida, con imaginación, sor-presa en cada página, brillante, risue-ña, adolorida, intransigente, peculiar, profunda, sabia. Mirada implacable de la exactitud del ser humano. Cien años de soledad con Remedios la Bella yén-dose al cielo con todo y sábana blanca. Cifraba esperanzas –de un periodista o ensayista o cuentista o simplemente escritor– al resto del mundo. Se la pasó más tiempo con su Olivetti, que con su eterna Mercedes.

actitud, talento, experiencia y oficio. Gabo tuvo tres vidas siempre: la públi-ca, la privada y la secreta. La primera, la transmitió a millones de lectores; la pri-vada la gozó con sus amigos como los Mutis; la última fueron sus escritos: ob-servación infinita y abstracta de sus co-sas. de un periodista a un periodista. Como contar la vida con colores vibran-tes, brillantes.

Clásico, miraba las cosas como son, pero con una capacidad de extraer en los hechos del absurdo cotidiano, lo mejor de lo mejor. añadiendo a la reali-dad la majestuosidad de los actos. así como volver a ver el mar por vez prime-ra. Tranquilo, sereno, estable, ilumina-do, exacto. Pero también muy valiente al escribir sus reportajes. Como cuando se enfrentó y descubrió al Cártel de Es-cobar allá en su tierra.

Lo conocí en la casa de otro paisa-no al que siempre acompañó junto a su eterna Mercedes: alvaro Mutis, co-lombiano espléndido que junto con su esposa, pasaba mucho tiempo con ellos. Ese Álvaro quien le recibió –junto con García Ponce– cuando regresó de nueva York donde fundó la agencia prensa Latina.

Conocí su casa de Cartagena de in-dias –la del Caribe– el lugar más bonito en toda américa Latina, enorme, con vista al mar. Lo vi bailando, cantando, sonriendo: bendecido por la vida que él se fabricó.

Cien años de soledad, fue vendido de boca en boca, dicen quienes de él conocen. Libro de ciencia ficción. Car-los Fuentes expresó que era el mejor

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libro escrito después de El Quijote. pero El Amor en los tiempos del Cóle-ra, era una narración real, diálogo per-manente. simplificación genial de un periodista-periodista. Esta última fue su grande apuesta en la que él creyó.

Hoy llovió blanco del cielo. Hoy se paralizó –la primera de cuatro– una luna roja que vio como el Creador arre-bató a Gabo, como a Remedios la Bella, con una sábana blanca. Como la nieve que apenas cayó.

A Gabo ahora lo esperan en el infini-to la Cándida Eréndira, junto con su abuela que recobró el alma; el Coronel, que ya tiene más cerquita quien le es-criba; Remedios la Bella; todo el pueblo de Macondo; los personajes de sus cuentos: la señora Forbes, Fluvia, Nena, Billy, Homero; y su eterno y real amigo Álvaro Mutis.

Gilda Montaño HumphreyZinacantepec, 17 de abril del 2014.

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con singular alegría

Gilda Montaño Humphrey

“en el fondo de la psiquis mexicana hay realidades recubiertas por la histo-ria y por la vida moderna. realidades ocultas pero presentes. un ejemplo es que en ella hay elementos precolombi-nos y también restos de creencias his-pánicas, mediterráneas y musulmanas. Detrás del respeto al Señor Presidente está la imagen tradicional del padre. La familia es una realidad muy poderosa. Es el hogar en el sentido original de la palabra: centro y reunión de los vivos y los muertos, a un tiempo altar, cama donde se hace el amor, fogón donde se cocina, ceniza que entierra a los ante-pasados. La familia mexicana ha atrave-sado casi indemne varios siglos de ca-lamidades y sólo hasta ahora comienza a desintegrarse en las ciudades. La fa-milia ha dado a los mexicanos sus creencias, valores y conceptos sobre la vida y la muerte; lo bueno y lo malo; lo masculino y lo femenino; lo bonito y lo feo; lo que se debe hacer y lo indebido. en el centro de la familia: el padre. La figura del padre se bifurca en la duali-dad de patriarca y de macho. El patriar-ca protege, es bueno, poderoso, sabio. El macho es hombre terrible, el chin-gón, el padre que se ha ido, que ha abandonado mujer e hijos. La imagen de la autoridad mexicana se inspira en estos dos extremos: el señor presidente y el Caudillo”. Octavio Paz.

apenas en este siglo recién pasado, se demostró que la mujer tenía la mis-ma capacidad que el hombre. En el re-nacimiento, existe la idea de que la mu-

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jer es el sexo débil e inferior al hombre. ella tiene asignadas actividades espe-cíficas, sin poder aspirar o acceder a nada más.

en la llegada del siglo de las luces –hacia finales de 1600 y principios de 1800– las ideas liberales comienzan a predominar por toda Europa, estable-ciendo los derechos igualitarios de la mujer y el hombre. Esto genera un choque de ideologías.

se da el desarrollo de las ideas li-berales, como la Revolución Francesa y la americana. surgen principios de sistemas políticos nuevos, la monar-quía y el absolutismo se terminan y los conceptos de estado y nación, co-mienzan a proliferar por todo el mun-do. Comienza a hablarse de Estados y de naciones, ya no de reinos.

La idea de Khun es que dentro de un universo en donde todos concuer-dan con una misma idea existe un consenso, y cuando alguien demues-tra que esa idea es falsa, provoca una revolución en el conocimiento de las cosas, las teorías y los métodos.

entonces somete a discusión y análisis diversas categorías y concep-tos para que esa verdad que el cientí-fico busca comprobar, sea aceptada por todos: se rompe el paradigma. Entonces se establece el enigma que se desconocía. Se hace un nuevo pa-radigma. Khun establece niveles de cómo es posible ir rompiendo éstos.

Entonces, debemos definir qué es el ser mujer. Y explicar cómo ha sido

considerado el género femenino pre-establecido de los grandes científicos, en este sentido y a lo largo del tiempo. Y quién o quiénes han sido capaces de romper con los paradigmas a lo largo de la historia. Como ejemplos prácti-co-históricos tenemos a Sor Juana como habíamos dicho.

Pasaron muchísimos años y por su-puesto sucesos. Felizmente y con mu-chas vicisitudes, llegaron los años cin-cuentas y fue cuando en el descubrimiento en México de la píldora anticonceptiva. Sin embargo, dicen los libros de texto de la Secretaría de Sa-lud, que: México goza del privilegio de haber sido la cuna de la anticoncepción hormonal; en octubre de 1951, George Rosenkranz, Carl Djeerassi y Luis E. Mi-ramontes, lograron la síntesis de la no-retisterona. Con ese descubrimiento, se inicia la era de la píldora anticoncep-tiva y de la anticoncepción hormonal como una posibilidad al alcance de mi-llones de mujeres.

en la comunidad científica el para-digma que prevalece respecto a la mujer, es entendido bio-psico-social-mente. pero no sólo eso, en la actuali-dad la mujer está inmersa en un cam-po nuevo abierto: el económico, el cultural, el social. allí se rompió un paradigma que fue capaz de hacer que la mujer manejara su cuerpo.

esta revista demuestra sin lugar a dudas, cómo la mujer es capaz de ma-nejar su propia alma. se la regalamos a usted con gran afecto.

La idea de Khun es que dentro de un universo en donde todos concuerdan con una misma idea existe un consenso, y cuando alguien demuestra que esa idea es falsa, provoca una revolución en el conocimiento

de las cosas, las teorías y los métodos.

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aspasia de Mileto tuvo el privilegio histórico de aparecer en las obras

filosóficas de platón, Jenofonte, esqui-nes socrático y Antístenes. Pocas muje-res a lo largo del devenir del mundo an-tiguo tuvieron el prestigio y respeto que ella logró. Varios investigadores conci-den en que platón fue gratamente im-presionado por su inteligencia y que el personaje Diótima de su obra El Simpo-sio está inspirado en ella.

Por otra parte, en su obra Menexe-no, Platón hace una sátira de la relación entre aspasia y pericles, y cita a sócrates afirmando irónicamente que fue la maes-tra de muchos oradores. La intención de sócrates era salpicar de alguna forma la fama retórica de pericles diciendo, tam-bién de forma irónica, que dado que el político ateniense fue educado por aspa-sia, debería ser mejor en retórica que alguien educado por Antifonte. También atribuye la autoría del famoso discurso fúnebre de Pericles a la propia Aspa-sia. Kahn asegura que Platón tomó de esquines todas estas afirmaciones.

Plutarco en su obra Pericles, XXiV, describe la influencia de tan notable pensadora: Ahora, puesto que se cree que tomó la decisión de enfrentarse a Samos para contentar a Aspasia, pare-ce el momento de preguntar qué artes o qué poder tenía esta mujer, puesto que era capaz de dirigir a su antojo a los principales hombres del estado y ofrecía a los filósofos la ocasión de dis-cutir con ella en términos exaltados y durante mucho tiempo.

Jenofonte menciona a aspasia en dos ocasiones en sus escritos socráti-cos: en Memorabilia y en Económico. En ambos casos, Sócrates recomienda

Historia de divas

ASpasia de mileto

Graciela Santana

seguir sus consejos a Critóbulo, hijo de Critón. Esquines socrático y Antístenes ti-tularon cada uno un diálogo socráti-co con el nombre de Aspasia, si bien nin-guno ha llegado hasta nosotros, salvo por algunos fragmentos. Las principales fuentes para conocer la obra de Esquines Socrático son Ateneo, Plutarco y Cicerón.

en el Diálogo, sócrates recomienda a Calias mandar a su hijo Hipónico a reci-bir instrucciones de Aspasia. Cuando Ca-lias se escandaliza ante la idea, Sócrates comenta que Aspasia había influenciado favorablemente a Pericles y, tras su muer-te, a Lisicles quien fue su segundo mari-do. En una sección del diálogo preserva-do en latín por Cicerón, aspasia aparece como una «sócrates femenino», aconse-jando primero a la esposa de Jenofonte y luego a éste sobre la forma de adquirir la virtud a través del auto-conocimiento (el Jenofonte en cuestión no es el famoso historiador, sino otro personaje). Esqui-nes muestra a aspasia como una profe-sora e inspiradora de la excelencia, co-nectando estas virtudes con su estatus de hetaira liberal. Según Kahn, todos y cada uno de los episodios del Aspasia de esquines son, no solo ficticios, sino completamente increíbles.

En cuanto a la obra Aspasia de antís-tenes, solo nos han llegado tres citas. El diálogo en sí contiene una gran cantidad de difamaciones sobre el personaje, a la vez que anécdotas referidas a la biografía de pericles. parece ser que este autor no solo atacó a aspasia, sino a toda la fami-lia de Pericles, incluyendo a sus hijos. El filósofo opinaba que el gran político eli-gió una vida de placer sobre una virtuosa y, que por lo tanto, aspasia era presenta-da como la personificación de una vida

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de indulgencia sexual. aspasia aparece en diversas obras significativas de la literatura moderna. Su historia de amor con Pericles ha inspirado a varios de los más famosos novelistas y poetas de los últimos siglos. En particular, inspiró a los autores del romanti-cismo del siglo XiX y a los autores de nove-las históricas del siglo XX.

La aspasia de platón y la Lisístrata de aristófanes, parecen ser dos excepciones claras a la regla general de la incapacidad de las mujeres como oradoras, aunque es-tos dos personajes ficticios tampoco nos di-cen nada del estatus real de las mujeres en Atenas. Sobre el particular, Martha L. Rose, profesora de historia en la Universidad del estado de Truman, comentó que solo en la

comedia los perros litigan, los pájaros go-biernan y las mujeres protestan.

¿pero… quién era aspasia de Mileto? a decir de varios investigadores, aspasia fue una maestra jónica de retórica que vivió en el siglo V a. C. Hermosa e inteligente, gozó de la admiración y respeto de políticos, filóso-fos, artistas e ilustres demócratas aunque, como suele suceder en todas las épocas, también sufrió la hostilidad de los sectores reaccionarios de la sociedad ateniense.

La vida de aspasia transcurrió envuelta en un halo de misterio. Se desconocen tanto la fecha de su nacimiento como la de su muerte, sólo se tienen noticias confiables en el periodo comprendido entre su relación con pericles y la muerte de Lisicles, su se-

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gundo marido. al parecer ella nació en la ciudad jonia de Mileto (actual aydın, Tur-quía). Poco se sabe de su familia, salvo que el nombre de su padre era Axíoco. Es evi-dente que perteneció a una familia adine-rada a juzgar por la educación de excelen-cia que recibió.

Lo que sí está claro es que, desde muy joven, Aspasia leía entusiasmada las obras de poetas y filósofos, especialmente las de Pitágoras, de quien aprendió que en el cosmos todo es número y armonía. El ha-llazgo de una tumba del siglo iV a. C. con una inscripción que cita los nombres de Axíoco y de Aspasia, llevó al historiador Pe-ter K. Bicknell a reconstruir el trasfondo fa-miliar de ésta y sus conexiones con atenas. Su teoría le contactó con Alcibíades II de Escambónidas, castigado con el ostracis-mo por la Asamblea de Atenas y quien po-dría haber permanecido en Mileto durante su exilio. Bicknell conjetura que, durante su exilio, Alcibíades se trasladó a Mileto, en donde contrajo matrimonio con la hija de un tal Axíoco, y que pudo haber vuelto a Atenas con su nueva esposa y la hermana menor de ésta llamada aspasia. en apoyo a esta teoría, Bicknell sugiere que el pri-mer hijo de este matrimonio recibió el nombre de Axíoco (tío del famoso Alcibía-des) y el segundo el nombre de Aspasios. También sostiene que Pericles conoció a aspasia a través de su conexión con la casa de Alcibíades. en cualquier caso, sólo se tienen noticias fidedignas de la vida de as-pasia en el periodo comprendido entre su unión con pericles y la muerte de Lisicles en el 427, de lo que se deduce que su vida pública mantuvo su interés solo en los años que duró su convivencia con estos dos hombres poderosos, y que después ya

no convivió con ningún otro hombre ilus-tre. Si poco sabemos de su vida anterior a su encuentro con Pericles, menos sabemos aún de lo que fue de ella tras la muerte de su segundo marido.

Muchos de los testimonios sobre la his-toria de Aspasia son obra de calumniadores y autores hostiles, que la atacaron, ridiculi-zaron y vilipendiaron por su inteligencia y sus ideas avanzadas, y por su supuesta in-fluencia negativa en la política ateniense. entre estos calumniadores destacan aristó-fanes, que en su obra Acarnienses la pre-sentó como la principal inspiradora de la política de pericles, y el poeta Hermipo, que incluso ejerció la acusación en el proceso abierto contra ella por ofensas a los dioses. Aún así Pericles la prefirió a todas las demás mujeres, por ser, en opinión de plutarco, una mujer sabia y astuta. Aspasia encajó perfectamente en el círculo de amistades de pericles (algunos sofistas, entre ellos ana-xágoras). Tan es así que el mismo sócra-tes con sujetos bien conocidos frecuentó su casa, y varios de los que la trataron llevaban mujeres a que la oyesen.

Bibliografía:aristófanes, Los acarnienses. Véase el texto en inglés en el Perseus program.

Adams, Henry Gardiner (1857). A Cyclopaedia of Female Biography, Groombridge.

Arkins, Brian (1994). Sexuality in Fifth-Century Athens, Classics ireland.

aspasia, Encyclopaedia Britannica, 2002.Cicerón, De Inventione, I. Texto original en Latin Library.Platón, Menexeno. Texto original en Perseus program.Plutarco, Pericles. Texto original en Perseus program.

…desde muy joven, aspasia leía entusiasmada las obras de poetas y filósofos, especialmente las de Pitágoras, de quien aprendió que en el cosmos todo

es número y armonía

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no había semana en la que Gabriela no perdiera temporal y absurda-

mente sus llaves dentro de su propia casa, por lo menos una vez. En su bús-queda revolvía su estudio, la recámara y hasta muebles de la sala y el comedor, a veces ayudada por su madre o por la ayudanta. aparecían, pero siempre en algún lugar impensable, entre libros o bajo la cama o súbitamente dentro de un remoto florero en el que ya alguna pensaba haber mirado antes.

Los regaños maternos iban del “te he dicho…” al “ésta es la última vez que…“ A la mujer le preocupaba que, en la terri-ble inseguridad que aumentaba en la en la ciudad, las llaves pudieran caer a ma-nos de algún ratero pero, finalmente ve-nía la calma con la aparición del perde-dizo llavero. Sin embargo, semanas iban y venían y las llaves también…

Lo irritante era, para la madre, que su hija fuera tan descuidada y, para Ga-briela, que nadie le creyera. Decidió vi-gilar más de cerca a la única que, ade-más de ella, vivía en la casa…, la ayudanta. Sospechaba que ésta las es-condía, sólo para fastidiarla. pero por más que la observó nunca pudo pescar-la “con las manos en la masa”. Cansada, decidió guardarlas, después de abrir, en su portafolios.

así logró que disminuyeran las des-apariciones aunque de vez en cuando las condenadas llaves volvían a perder-se… y a aparecer en sitios extraños. ex-cepto, un lunes…

ese día, no pudo encontrarlas por ningún lado. Desesperada, acudió a su madre y ésta llamó a la “mosqueada” ayudanta que resentía la actitud de sos-pecha que Gabriela trataba de ocultar.

las LLAVES

Irma Fuentes

Rebuscaron por todos los rincones, mira-ron bajo las camas, abrieron los bolsos de mano, levantaron ollas y sartenes en la cocina, espiaron hasta detrás de los cuadros, sacaron las flores del florero y abrieron cuanto cajón había en la casa. Pero fue hora de ir a la escuela y al traba-jo. La ayudanta bajaría de lavar a tiempo para recibir a Gabriela, cuando ésta vol-viera del CuM.

Cuando subieron al auto, la madre prohibió a la chica hacer otra cosa que no fuera imaginar dónde podía haber dejado las llaves, advirtiéndole que, de no encon-trarlas, por la tarde tendría que llamar al cerrajero para cambiar la combinación de la chapa, sacar nuevas llaves y evitar el tan temido asalto. desde luego, ésta lo paga-ría de su asignación semanal.

Preocupada, ella obedeció a su madre y recorrió mentalmente, en retrospectiva, sus movimientos del sábado, último día en que había usado las llaves para entrar. En el descanso, en vez de ir con los ami-gos a tomar algo, se quedó en el salón recorriendo mentalmente sus pasos al volver del cine con sus amigas, desde la entrada al edificio.

“Abrí con mis llaves… Igual que el de-partamento… entramos… fui a la salita de televisión a avisarle a mi madre que habíamos llegado y… volví al recibidor con ellas… Estoy segura de haber abierto el portafolios y guardarlas…

La llegada del profesor la obligó a sus-pender su angustiosa meditación. Tendría que esperar… Ya en la casa, comió poco y con prisa y fue a sentarse a su sillón favori-to, que estaba en el saloncito pequeño, frente a una pared de madera dedicada a lucir los extraños cuadros de Tavera… para concentrarse fijó la mirada en el azul pro-

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fundo que destacaba la figura de una mujer que, a su vez, contemplaba un cercano hori-zonte. Sobre sus hombros, un huevo a medio romperse, hacía las veces de cabeza…

¿Qué hice el sábado al entrar…? –se pre-guntó–. ¿Fuimos directamente a la cocina a buscar algo qué comer o vinimos aquí? ¡Es-toy casi segura de haberme acercado al pia-no… miró a su izquierda y vio otro Tavera sobre él –para dejar las llaves… pero recor-dé que debía guardarlas y fui a buscar el portafolios… ¿lo pensé… pero no lo hice, realmente? entonces.. ¿dónde las puse?

Se acercó al piano. La pintura mostraba otra mujer tan extraña como la anterior, pero ésta sí tenía una cabeza normal. Su cabello era negro y cubría su cuerpo con una larguísi-

ma capa… Le gustaba especialmente el uni-cornio… en cambio el gnomo que era como niño gordo, no tanto… puso su rodilla en el banco para verla más de cerca. Se sorprendió pensando que había en él algo inusual… las figuras… parecían como separadas…

Movió la cabeza con fastidio. Volvió al tema de las llaves… estaba usando al cua-dro como distracción y no era prudente… Tenía años de mirarlos, los conocía de me-moria. pero tenía la impresión de que éste se le confundía con el otro…

—Son parecidos… –se dijo–.¡Las pajole-ras llaves, Dios mío…! ¡¿Dónde las dejé?! A menos que Leticia o Rocío… las hubiesen tomado… pero ¿para qué? ¡Claro! Quizá ella se las había dado para abrir… y las había

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guardado sin advertirlo… Fue al teléfono… Como siempre, parecían estar junto al aparato. Cada una en su turno rebuscó en su bolso y volvió a decirle que no las tenía.

“Acuérdate que al abrir se cayó el dije del llavero y lo arreglamos… después las pusiste en el piano, como siempre…” –dijo Rocío–.

“Como siempre…” No, aclaró Gabriela las había llevado a su portafolios. Como fuera… ellas no las tenían… Colgó el telé-fono apenas con unas palabras de despe-dida y volvió al sillón. “Como siempre… –repitió– ¡como siempre! ¡Sí! como siempre que creo que dejo las cosas en un lugar y aparecen en otro. Además, pensándolo bien, no sólo ocurría con las llaves. A veces era un marcador. Otras, un libro. Algunas más un anillo o el reloj, pero siempre las encontraba en sitios en los que no se expli-caba por qué habían ido a parar ahí.

—Se asustó–. “¿Mi desorden estará volviéndome loca? ¿Tendrá razón mi mamá, que siempre me regaña porque todo está revuelto? ¡Ay, Dios…. ahora me doy cuenta de que son muchas las cosas que se me pierden…

su angustia creció. Cuando la ayudanta se acercó a preguntarle si quería merendar o que le encendiera la luz, Gabriela dio un respingo…

“No, no quiero nada… –casi gritó–. Se arrepintió de su brusquedad y añadió–: no, gracias, no quiero nada de momento, pero sí por favor, enciende la lámpara…”

Quería pensar. Analizar… ¿Desde cuán-do venía ocurriendo eso…? si era sincera, había ocasiones en que creía escuchar rui-dos y carreras como de ratones y prefería achacárselos a Laika, la doberman, para no caer en la paranoia de su madre.

“Puede ser eso… –la angustia llevó lá-grimas a sus ojos. Había vuelto al salonci-

to. Miró alrededor. Las pinturas iban del surrealismo al abstracto. No había nada académico. O sí… tal vez el cuadrito de la jaula con el pájaro colgados en una venta-na, que por cierto no le gustaba–. “Con ra-zón… ese otro tipo de pinturas… Estoy de remate…” –aventuró–.

A su alrededor, las sombras que dejaba el haz de la lámpara parecían cobrar movi-miento con la luz que proyectaban los fa-ros de los autos al pasar, haciendo que la estancia cobrara un halo irreal, extraño… Sobre todo en las pinturas…se detuvo a mirar sus curiosos efectos… especialmen-te en el Tavera azul… El paisaje cambia-ba… Miró al otro y con esos reflejos casi le pareció ver adelantarse a la mujer… ¿y el gnomo gordo…? Giró la cabeza tristemen-te y, desde ahí observó a la mujer y al uni-cornio… El gnomo, en cambio…

—Seguramente es por el ángulo… –se acercó al que estaba sobre el piano–… Aho-ra no veo al gnomo… Volvió a su mente el problema de las llaves… Su madre llegaría de un momento a otro, pero… en la pe-numbra, las cosas se veían diferentes…

“son tan delgadas las líneas que en esta luz se pierden –pensó antes de volverse para encender la del plafón–. Regresó fren-te a la pintura. ¡No había sido la penum-bra… lo que pasaba era que el minúsculo gnomo tampoco estaba ahí!

Sintió que las manos y los labios le temblaban…

—“Las llaves, los lápices, los libros, mi reloj… ¡y ahora el gnomo! ¡¿Cómo le digo a mi mamá que no encuentro al gnomo? ¡Angustiaría de muerte a la pobre mujer! Pensaría que su hija enloquecía o que fu-maba algo! ¡No sólo perdía llaves sino has-ta los gnomos en los cuadros!

Movió la cabeza con fastidio. Volvió al tema de las llaves… estaba usando al cuadro como distracción y no era prudente… Tenía años de mirarlos, los conocía de memoria. pero tenía la impresión de que éste se le

confundía con el otro…

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“¡Si no fuera yo tan desordenada, no ha-bría perdido las llaves y los nervios no me tendrían al borde de… ver o no ver cosas que no existen… que existían aquí pintadas…!

retrocedió temerosa del engaño de sus sentidos, se esforzó para ver el cua-dro en perspectiva… extendió la mano para tocarlo… Otra lámpara… pero ¡en el lugar del gnomo había un vacío…! Reac-cionó a su manera, con enojo. ¡Todo eso era tan absurdo…!

Sin saber qué hacer, fue hasta su escri-torio… Iba a abrir el portafolios para… para… En ese instante escuchó un tinti-neo como de llaves chocando entre sí. Sin volverse, inmóvil… quedó a la escucha. Sacudió la cabeza, quizá lo imaginaba… pero cuando iba a volverse para regresar a la estancia, el ruido retornó.

¡Una idea salvadora acudió a su men-te…! ¡Ratas, había ratas… ratones o lo que fuera! Las temía pero en ese mo-mento resultaban menos aterradores que lo otro… Casi se alegró de que ellas fueran los ladrones… Sin embargo, un escalofrío bajó de su nuca al coxis.

—”Son repugnantes… pero he leído que se llevan todo tipo de cosas a sus agujeros. ¡Qué hago para sacarlas… Porque es eso o estoy de manicomio…!

Suavemente avanzó hasta el apaga-dor, encendió la luz y sin moverse es-cudriñó hasta el último rincón. El libre-ro… el escritorio… las revistas y los trabajos que había acumulado en la banquita… Las muñecas y los libros que estaban en la alfombra… Nada que no pudiera identificar.

—La rata –pensó–, estaría bien escondi-da. Quería huir, pero si abandonaba el estu-dio, el animal volvería a llevarse las llaves…

Avanzó sigilosamente hacia la sala po-niendo lentamente un pie delante del otro para no hacer ruido. Se volvió, observó nuevamente la habitación y decidió conti-nuar de espaldas los veinte pasos que la separaban del piano… así podía vigilar la puerta y al animal. La verdad era que no sabía qué hacer… Quizá, sentarse en la al-fombra para no desmayarse…

Al hacerlo, sin querer echó una mirada rápida a la pintura… Como fuera, el gno-mo seguía faltando. La mujer de la capa flotante estaba, claro, inmóvil… El tintineo volvió a sobresaltarla y velozmente miró hacia el estudio y … ahí, en el suelo, junto al marco estaba él con sus 10 o 15 centí-metros de alto, ¡el duende! de su mano iz-quierda colgaban las llaves.

Con idéntica sorpresa se observaron mutuamente. Paralizados, uno frente al otro, dejaron pasar segundos y durante ellos diez mil ideas llegaron a la mente de la muchacha, todas igual de descabella-das. Sonrió, pero sólo un instante–. ¡Esto es idiota! –se dijo–, no está pasando…

Pero el extraño ser estaba ahí y podía ver su boca distendiéndose en una am-plia sonrisa, tan amplia, que las puntia-gudísimas orejas sobresalían del mon-do cráneo. Con gesto tímido, el hombrecito ¡o lo que fuera!, la miraba y jalándolo trabajosamente, le ofrecía el manojo de llaves…

ella extendió su mano, pero el temor en la cara del gnomo la detuvo. entonces, la colocó palma arriba en la alfombra y él em-pujó las llaves. En la manecita izquierda, el gnomo llevaba el dije que se había despe-gado del llavero y que con ser muy peque-ño, casi la cubría. Miró a la chica, esperan-do su reacción.

Suavemente avanzó hasta el apagador, encendió la luz y sin moverse escudriñó hasta el último rincón. El librero… el escritorio… las revistas y los trabajos que había acumulado en la banquita… Las muñecas y los libros que estaban en la

alfombra… Nada que no pudiera identificar.

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se miraron larga, sonrientemente por un rato. Ella asintió gustosa. Vio que el hombrecito llevaba su índice derecho a la boca, mientras torcía la cabecita. Pedía silencio… o secreto… Gabriela movió afirmativamente la cabeza y fue retrocediendo de espaldas hasta el límite de la sala. Él, con agilidad trepó por la pata del banco, escaló el piano y de un salto, se metió al cuadro. Sonreía despidiéndose con la mano libre, cuan-do escucharon el ruido de la puerta principal.

“Felices sueños” –escuchó en un susurro cuando iba hacia su estudio–. Estaba loca quizá, pero se sentía feliz. ¡Tenía ya un nuevo amigo! ¿Y escribiera lo ocurrido? Recordó al gnomo y su índice silente. Así que, alcanzó su libreta de trabajo y abrió su libro. De la sala llegaba la voz de su madre recomendan-

do algo a la ayudanta. no quiso averiguar qué. La tensión se había ido… con facilidad creciente resolvía ecuaciones y, a diferencia de otras noches, el tiempo rendía.

Cuando su madre apareció en el dintel de la puerta, ella no levantó la vista del cuader-no, simplemente balanceó en su manos las llaves… De reojo la vio mover la cabeza y sonreír y sintió su beso en la cabeza.

no volvieron a perderse las llaves. a veces, algún anillo o un dije que Gabriela dejaba de regalo al gnomo. Era grato saber que no esta-ba sola. Además, se volvió en ella un hábito sonreír al pasar junto a la pintura de Tavera. Sabía que tarde o temprano su travieso amigo devolvería alguna cosa junto a un “felices sue-ños”, en un susurro que sólo ella escucharía.

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Nati

Cecilia Pérez Grovas

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Con sus dieciocho, Natalia no podía pasar inadvertida. Una chica morena clara hermosa. Su cabello largo y ensortijado enmarcaba un rostro armó-

nicamente oval con ojos grandes y pestañas tupidas de aguacero pero también enormes. Éstas formaban alrededor de sus ojos almendrados una sombra enigmática que iba muy bien con su personalidad. Muy cumplida en su trabajo como jefa de camaristas a pesar de su juventud. Hablaba inglés perfectamen-te. Vivía sola y casi siempre se la miraba así. Menos cuando Ciro la acompaña-ba. Era el único que podía decir algo sobre la chica. Siempre estuvo enamora-do pero a nadie se lo dijo. Ni siquiera Nati lo supo, pese a que pasaban juntos muchas horas del día: trabajaban en el mismo lugar, vivían por el mismo rum-bo, comían juntos; él la acompañaba diario a su casa. La recomendó incluso con la casera, aunque hubiera deseado que Natalia viviera con él. Ambos eran raros. Todo el mundo se los decía y raros se volvió una característica que los unía en vez de inconformarlos.

—Ese cuarto del hotel no se usaba porque tenía una fuga de agua. Los due-ños, hispanohablantes como nosotros, decidieron cancelar la habitación mien-tras juntaban el dinero suficiente para hacer las reparaciones. El agua se salía por debajo del excusado, por el tubo del lavamanos, e incluso la regadera go-teaba todo el tiempo. Había una gran humedad en el piso. Seguro eran proble-mas graves en la tubería. Yo también soy mexicano, trabajo aquí y me llamaron, por eso vine. La conocí aquí en Brownsville. Cuando todavía vivía con su tía Chata, la hermana de su mamá.

—Natalia vino huyendo de México, ¿no?—Que yo sepa, no.—¿Su papá era un activista muy sonado en el caso de la Nueva Jerusalén?—A la mejor sí, pero ella no. Los únicos viajes que ella había hecho eran de

México para acá. Bueno, a la mejor sí venía huyendo por lo de su papá. Tenía 10, 14 años cuanti más.

—¿Quién era su papá?—No, pues sí parece que era un activista como usted dice, ¿no? A mí nada más

me dijo que su papá se llamaba Alfonso y que su mamá le tenía miedo. Por eso la mamá la mandó con su tía Andrea o Chata como usted dice, a veces le decía tía Cha-ta, pero se llama Andrea. Su mamá se llama Ernestina, siempre me acuerdo porque mi mamá también se llama así. Pero su mamá nunca llegó a venir, ¿o el que nunca vino fue su papá? Ella le llamaba y le decía que pronto estarían juntas pero creo nun-ca vino. Antes, Natalia regresó para allá una o dos veces. Creo que el que sí vino por ella fue su papá, ¿o a la mejor la que vino fue su mamá? La cosa es que ella quería vivir con su mamá porque aunque la tía la trataba bien, no era lo mismo. Igual y a su mamá la mató Alfonso, porque, como le digo, que yo sepa él nunca vino.

—¿Te dijo Natalia que sus papás habían muerto?—No, no le gustaba hablar de sus papás. Cuando entró al grupo menos. Ahí nos

enseñaron que lo más importante de nuestra vida éramos nosotros.

Ella le llamaba y le decía que pronto estarían juntas pero creo nunca vino. antes, natalia regresó para allá una o dos veces. Creo que el que sí vino por ella fue su papá, ¿o a la mejor la que vino fue su mamá? La cosa es que ella quería vivir con su mamá porque aunque la tía la trataba bien, no era lo mismo.

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—¿De dónde sacas que mataron a su papá?—No lo saco de ningún lado, sólo digo.—¿por qué dices?Un gran silencio forzó a que el policía iniciara de nuevo el interrogatorio.—¿Dónde podemos localizar a su tía Chata?—Ni idea. Nati vivía sola hace más de dos años. Cuando entró al grupo ya vivía

sola y nunca me dijo a dónde se cambió su tía. Creo que ya ni vive en Brownsville —¿Qué grupo es ése al que iba Natalia?—un grupo de ayuda, medio religiosos, pero no eran cristianos, menos católicos…—¿Tú también perteneces a ese grupo?—Ya casi no.—¿Cómo casi?—Es que no voy mucho.—¿Ella iba?—Sí, ella era como sus papás. Bueno eso decía, que su familia la acusaba de

fanática igual que a sus papás.—¿Quiénes la acusaban?—Pues su tía, el marido, los hijos, no sé… pienso que por eso se puso a vivir sola.—¿Cuál es la dirección del lugar donde se reúne el grupo?—ninguna.—¿dónde se juntan?—no tienen un lugar fijo.—¿a dónde vas cuando ves al grupo?—A diferentes lugares. Casi siempre son públicos: parques, la mayoría de las

veces. nunca el mismo.—¿Quién les avisa?—Pues es casi mágico.—¿Casi?—de repente vas caminando en la calle y te encuentras a alguien que te dice

dónde y cuándo se van a juntar. Ellos te informan que te están esperando y en-tonces vas.

—¿Cuándo los vas a ver?—No, no me han buscado. No sé…El cuerpo de Natalia no presentaba signos de violencia. Sobre la cama ta-

pada yacía hinchada. Con un paliacate alrededor de su cabeza. Podría haber estado varios días así. Los médicos dijeron que fue una suerte que el cuerpo no reventara. por eso nadie olió. el cuerpo se descomponía como si fuera una salchicha cubierta por un pellejo, éste aislaba del exterior la podredum-bre que emergía de adentro hacia fuera. Había unas lechugas marchitas re-gadas en el piso. En el baño el alcohol en el suelo se había ido evaporando pero todavía quedaba un poco en el interior de la botella de plástico arrojado sobre el piso.

…no presentaba signos de violencia. Sobre la cama tapada yacía hinchada. Con un paliacate alrededor de su cabeza. Podría haber estado varios días así. Los médicos dijeron que fue una suerte que el cuerpo

no reventara. por eso nadie olió.

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Querida Malva. No sé qué va a pasar. Ciro es un hombre extraño. Me da lástima. Viene para acá todos los fines de semana desde que los de la policía nos buscaron y nos juntaron para que habláramos. Seguro sospechaban de él. Dice poco. Sólo se sienta. no creo que venga por la comida porque cuando le servimos pica y ya. Lo estuvieron vigilando por meses. Él es un hombre extraño como te digo, pero no es malo; quería demasiado a natalia. Los policías me dijeron que pertenece a un grupo peligroso y que Nati, mi sobrina, también, pero nunca desde que lo volvimos a ver se ha reunido con alguien. Mi marido también lo estuvo espiando. Por la ni-

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ñas. Márgara es de la misma edad de Natalia y todo el tiempo está atenta a lo que dice Ciro. Yo no quiero que se hagan amigos. Me da miedo lo que le sucedió a su prima. pero no me atrevo a correrlo.

—Ahora que han pasado los días pienso que fue culpa de ellos, señora Andrea.—¿Quiénes son ellos? ¿De qué hablas, Ciro?—Los del grupo. Cierto que yo casi no iba, pero tampoco me avisaban dónde

se verían. A ella sí. Natalia iba todo el tiempo.

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—ellos parece un invento.—parece, pero no es. es un grupo muy grande.—¿Cuántos son?—No sé. Pero sí muchos.—¿Con cuántos te reuniste tú?—No sé, eran muchos.—Dios, Ciro muchos son diez, veinte, cien…—Esa es la cosa. No sé cuantos, pero se conocen entre todos y cuando tú em-

piezas a ir también te conocen. Puede que tú no los conozcas pero ellos claro que te conocen. Te esperan hasta que un buen día se te acercan y quedas contra la pared. entonces te invitan y como que ya no te puedes negar.

—Pero tú no fuiste muchas veces, ¿no?—La verdad fui siempre que me invitaron. No me invitaron muchas veces.—¿a natalia sí?—Todo el tiempo. Por eso no me extrañó no verla en el trabajo los dos días an-

tes de que la encontraran en el cuarto y me llamaran. Yo siempre que podía la acompañaba en la noche después del trabajo a su casa y a veces me daban hasta celos cuando ella se negaba.

—Andaría saliendo con alguien más.—De salir con otro nada. Sí se iba con ellos y como a mí no me habían in-

vitado no podía acompañarla.—Pues qué raro. Un grupo de ayuda muy malo. En vez de ayudarte a conquistar-

la a ti que eres tan buen chico, te hacían sentir celos.—Bueno, yo sentía celos. Ellos no querían. Me lo dijo ella y ellos también me

lo repitieron.—Bueno, pero lo importante es que tú estás vivo y tienes qué comer…—Los del grupo me buscaron ayer.—¿no que no?—Hasta ayer, antes no.—Me dijeron que Natalia no está muerta.—Pero si tú la viste.—Bueno, pero estaba muy hinchada. Lo mismo no era ella.—Los de la policía nos dijeron que tú la viste.—ellos me dijeron que era natalia y como traía su ropa pensé que sí era ella.

Ahora no sé si de verdad era.—Mejor olvida eso. Vete de aquí. Y olvida eso.—no, yo quiero ver a natalia. La quiero.andrea y su familia se mudaron sin dejar rastro. Ciro no puede dejar de pensar

en natalia. desde entonces recorre calles y avenidas de la ciudad de Brownsville a pie con la única esperanza de que los del grupo vuelvan a contactarlo.

no sé cuantos, pero se conocen entre todos y cuando tú empiezas a ir también te conocen. Puede que tú no los conozcas pero ellos claro que te conocen. Te esperan hasta que un buen día se te acercan y quedas contra la pared. entonces te invitan y como que ya no te puedes negar.

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era la hora en que Ra-Horaktibebe con ansias la sangre del horizonte. Llegaste ataviado con el lujoso traje de la ira y con la piel pintada de rojo por la luz del sol, puntual, al impetuoso intervalode nuestra cita amorosa.pusiste tu mano en mi cinturay me doblaste, como a una vara de papirohasta que me quebré. Y me quedé muertaapretando –para siempre– en mi puño tu violencia y con el sol escabulléndose apresuradopor mis ojos.

FEmINICIdIO

Kyra Galván

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CUANdO VUELVA A VERtE

Alberto Cortés

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Cuando vuelva a verteme ataré a tus brazospara convencerte,que no estoy de paso.

ando de distancia,pero no de ausencia,ando con el almallena de tu esencia.

Cuando vuelva a verteya la primaveraandará jugandosobre la pradera.

Coloreando el campode color gramilla,convocando el cantode las abubillas.

Cuando vuelva a verteme daré permisopara recorrertelo que sea preciso.

Me sabrán a pocomis pasiones brunas.en tus glaucos ojosandará la luna.

Cuando vuelva a vertete traeré noticias:como he sido huéspedde mis avaricias…

de mis espejismos,de mis ilusiones,y hasta del abismode mis decepciones.

Cuando vuelva a verte,de alguna maneravoy a reponertetodas las esperas.

estaré contigohasta mecerte.Colgaré el abrigocuando vuelva a verte.

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La paz por la derrota

Angélica Valero

Te cambio la vida por la muerte y la paz por la derrota

Aquel que trasciende muerte y resurrección en los insomnios

puede hallar el alba

i

súmale infinito al infinito para saber la distancia de mi cuerpoCómo hallarte en los retratos en el camino que se bifurca hacia la nada en el sueño más profundo

espasmo Pequeño sepulcro en mis abismos Juicio y condenaMorir por lo que duele y rezar tu cuerpoMe lastiman tanto sol y tanto frío

ii

en los pebeteros arden las peonzas de mi infanciaLas consignas yacen remembranzas de una fuerza abatida por las canasNo me acallarán el dolorNo podrán siquiera mancillar mi espanto

De la herida que palpita ya no queda cicatrizen el amor siempre son dolores nuevos y vividos desde siempre sin embargo

Hoy ordeno mi casaGuardo recuerdos en gavetay Desamor lo tiro a la basura para perderlo de vista para que no duela para que Tristeza no me lleve de la mano

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iii

en mis manos la arcilla toma forma

al no poder moldear tu cuerpo mi aliento da forma al barro que te viste piel que es vereda del camino principio y fin de todas la nostalgias

Que mi piel sea motivo para la resurrección de los instantes

iV

reconocerás mis belices por el caleidoscopio de los añosMe verás de frente y despojada de la ropa como soy como duele y sabrás que cargo crepúsculos de infancia para edificar con mi recuerdo un puente hasta tu vida

V

rastro visibleFue tu piel navaja y vestigio de la herida

Te mirarás en el vacío cuando reconstruyas el azul de mi miradaVidate han elegido para condenarse

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Vi

nos tropezamos para evitar mojarnos los pies con la tristezaPor jugar a mito el amor partió la barcay las alas con que envolvimos lo nuestro apenas se extendieron para dejar a los paseantes en su sitio al desdibujar el sino de batalla

resolvimos que el espacio no se discute por miedo a sonreír sin pielQue nadie muere de amor ya lo sabemospero nadie nos enseñó que la desilusión también enfermaDictarás con tu ausencia los absurdos del quizáYo escribiré con tinta de aguaceros que la vida me dejó descalza

Vii

no se mueven mis pies para alcanzarteel resto del camino pronunciaré nostalgia

Te aferras a tu verdad porque mi certeza rompe tu memoriasi te detengo que la vida me parta la palabra

Viii

en cambio de la nocheni un solo desvelo para guardar en el ánfora de la memoria

Que nadie muere de amor ya lo sabemospero nadie nos enseñó que la desilusión también enfermaDictarás con tu ausencia los absurdos del quizá

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Ahora que afuera llueve

Gilda Montaño Humphrey

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partieron el cuerpoen mitadesal paso del tiempolas dos vivieron pero se escapó el alma...

Tengo miedopavoroso miedode perderlo que aún no tengo.

se desintegró el cuerpoY el alma voló al infinitoTrascendió barrerasY se hizo libre

ahora que afuera lluevesigo mi caminocon una flor en la manoy la percepción lejanade encontrar una pielque quiera mojar su tallopara que vivamil años de inocencia

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Enrique metinides

Constanza López Mazotti

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En ese entonces únicamente se publicaban cadáveres cuando era un caso muy importante o se buscaba dar noticia sobre la

muerte de algún artista

nos asomamos por las ventanas de un edificio de la avenida revolución. nos

preguntamos si ese señor que baja las es-caleras del patio, será el señor Metinides. nos preparamos para el encuentro.

La conversación de enrique Metinides es generosa. Rápidamente llenó el ambien-te de miles de historias que vivió durante su desempeño como fotógrafo. no reparó en detalles, no reparó en anécdotas y no reparó en el tiempo. Cinco horas pasaron como agua: entre sus recuerdos, su música favorita, su gran colección de ambulancias y de monedas, sus películas policíacas. Co-noce y recuerda con exactitud cada una de las historias de sus fotografías.

Una de ellas, la más importante que po-demos encontrar en todas las entradas de internet que hagamos con el nombre del fotógrafo, es la imagen del accidente don-de la periodista mexicana adela Legorreta, el 29 de abril de 1979, fue atropellada en el cruce de Monterrey y Chapultepec en la Ciudad de México y que años después de su publicación, colocó al fotógrafo en la lupa del escenario artístico internacional.

“Estaba de guardia en la Cruz Roja. Éramos varios fotógrafos de planta. Tenía-mos una oficina de prensa y una ambulan-cia destinada para nosotros, aunque tam-bién llegué a hacer viajes con bomberos patrullas, o me iba en las motos de tránsi-to. Es más, en lo que fuera me iba yo. Ese día avisaron que había un choque en ave-nida Chapultepec y Monterrey. Cuando lle-gamos estaba muerta una señora. Como yo siempre reporteaba, logré investigar su nombre, su profesión, la forma y las con-diciones en las que había muerto.

adela Legorreta o La Güera como se le apodó, era una periodista que ese

mismo día iba a presentar su libro. La señora estaba arreglada de pies a cabe-za. Había ido al salón de belleza, portaba joyas, estaba perfectamente maquillada y sus ropas eran muy finas. sucedió que su teléfono no funcionaba y cruzó la ave-nida Chapultepec para avisarle a su her-mana que el taxi estaba a punto de pasar por ellas; iba cruzando cuando un auto que se pasó el alto chocó con otro que se estrelló en el poste donde ella estaba y la mató.

Cuando llegué y la empezaron a exami-nar los paramédicos no parecía muerta, te-nía los ojos abiertos. Yo que vi miles de ca-dáveres, sé que es dificilísimo que alguien quede con los ojos abiertos. Por experien-cia sé que la persona que muere cierra los ojos y para mi sorpresa esta mujer parecía que estaba actuando su muerte.

Se veía increíble. Esa fotografía me la hicieron famosa en Europa cuando la pu-blicaron a doble plana en el periódico lon-dinense The Guardian mientras que en La Prensa, por políticas internas del periódi-co que indicaban el no publicar el rostro del cadáver, sólo publicaron una foto de ella donde está tapada con una sábana. En ese entonces únicamente se publica-ban cadáveres cuando era un caso muy importante o se buscaba dar noticia sobre la muerte de algún artista. Un ejemplo de ello es cuando me tocó ir a retratar a Ja-vier solís muerto. de igual forma, me tocó fotografiar a Jorge Mistral, otro artista es-pañol que se dio un tiro con un rifle en el pecho. Esos casos sí teníamos que retra-tarlos bien porque servían al público para que creyera la noticia del deceso. esa es la historia de La Güera. ¿Qué otra historia quiere que le cuente?

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“He estado a punto de morir diecinueve veces en volcaduras, en choques, en derrum-bes, en accidentes aéreos. En una ocasión me quedé ocho horas atrapado en un de-rrumbe y afortunadamente las vigas queda-ron así (cruza sus manos) y no me pasó nada; me he caído a barrancos, tengo siete costillas rotas, me dio un infarto trabajando, tengo heridas por donde no se imaginan, miren este dedo: lo tengo roto y todo me lo he he-cho a causa de mi profesión.

“En muchas ocasiones chocábamos, nos volcábamos y nos estrellábamos contra ce-rros o lidiábamos con balaceras. Un día en una balacera estaba un judicial disparándose con unos que habían asaltado una fábrica. Cuando los íbamos persiguiendo, los ladro-nes se metieron a un cine en donde afortuna-damente no empezaba la función y empezó una balacera. En esa ocasión mataron al judi-cial que estaba pegado a mí. Nuestro trabajo era disparar: él balas y yo fotos.

“Debido a la alta peligrosidad de mi traba-jo, me hice de mis vírgenes de Guadalupe y mis amuletos de figuritas de rana que siem-pre me las ponía en la bolsa como protec-ción. parece mentira pero así lo es.”

* * *enrique Metinides fotoperiodista mexica-

no nacido en el año de 1934, trabajó princi-palmente para el periódico de nota roja La

Prensa publicando fotografías sobre acciden-tes acaecidos principalmente en la Ciudad de México. Casi todos los percances que ocu-rrían a diario durante los años cincuentas, pasaron por la lente de Metinides quien des-de muy corta edad mostró un auténtico inte-rés por retratar hechos fatídicos.

un niño fotógrafo autodidacta, que pasó la mayor parte de su infancia tomando foto-grafías de las escenas de películas de mafio-sos. esto era lo que le entrenaría la mirada. actualmente enrique Metinides pasa su tiem-po ordenando su archivo fotográfico, respon-diendo solicitudes de entrevistas y archivan-do los diversos medios tanto nacionales como internacionales, que publican con gran interés sus fotografías. Nada más con mirar alguna de éstas es clara la razón del por qué su trabajo fotográfico es considerado de cul-to, entre las esferas más altas de arte actual.

* * *Si uno observa el trabajo fotográfico de

Metinides se percatará de los tres elementos que conforman la composición de la instantá-nea: un accidente, un público y un paisaje. “Esto ya no lo hacen los fotógrafos de hoy”, dice lamentando la falta de imaginación de los fotógrafos actuales de nota roja. “no me can-so de darles el consejo de que se fijen en todo el escenario, no sólo en el hecho fatídico”.

a los once, ese niño que terminó la pri-maria en ocho años por andar tomando fo-tos en las calles, comenzó a colaborar para el periódico La Prensa al ser descubierto por Antonio el Indio Velázquez y haberle mostrado su colección personal de fotogra-fías de accidentes.

de esta forma fue que Metinides, el niño fotógrafo se hizo de su apodo entre las dele-gaciones policíacas, fotografiando acciden-

enrique Metinides fotoperiodista mexi-cano nacido en el año de 1934, trabajó principalmente para el periódico de nota roja La Prensa publicando fotografías sobre accidentes acaecidos principal-mente en la Ciudad de México. Casi to-dos los percances que ocurrían a diario durante los años cincuentas, pasaron

por la lente de Metinides

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tes y haciéndose de amistades poco usua-les para alguien de su edad. el niño lo apodaron las enfermeras, los policías, los bomberos, los paramédicos, los reporte-ros, y sus diversos jefes del periódico hasta que el el niño creció y se volvió un fotógrafo profesional.

* * *Todos los días iba a la Cruz Roja, ya estaba trabajando en el periódico de planta, y ha-cía muchos reportajes en la Policía Federal de Caminos y me hice amigo del jefe de la policía a tal grado que para fotografiar cualquier accidente me buscaban:

—¿Está Enrique Metinides?- —sí, decía el de caminos- —Yo contestaba: ¿Qué pasó mano?- —oye vete con unas cuatro o cinco am-

bulancias a la carretera tal, porque hay un accidente con tantos heridos.

Un día la Cruz Roja ya tenía radio pero hablaba con palabras. Fuimos a atender a un niño que atropellaron. Estaba to-mando fotos y me acerqué al chofer que estaba platicando con una mujer. Para ese entonces no sabíamos que era la mamá del niño, cuando el socorrista dijo: “habla por radio y dile que ya murió el niño”. Y que la señora se cae y se pega en el cráneo: la tuvimos que llevar al hospital porque nunca imaginó que su hijo estaba muerto y nosotros no sabía-mos que ella era la mamá.

Me dio tanto coraje que pensé: no puede ser que la Cruz Roja no tenga cla-ves. Entonces, con base en las claves de los Federales de Caminos, me puse a ha-cerlas poco a poco y en varias partes.

primero doce; luego veinte; luego treinta y cuatro; luego cincuenta; luego setenta y cinco… después les agregué letras. por ejemplo 14 es cadáver, 27 es choque, 2A es incendio y así. estas claves las usan en toda la república y fueron creadas por mí a partir de ese niño que murió. Clave 20 significa: personas ajenas escuchan el radio. entonces cuando pasa algo y di-cen clave 20 quiere decir que ni el de allá ni el de acá hablen nada. Y si viene un socorrista: y dice veintes significa que no diga nada delante de la familia porque quizás quiera decir que el accidentado ya murió o que está muy grave. Nada más dicen veintes y el otro agarra la onda y ya no comentan nada. en total son setenta y cinco claves, pero algunas son especia-les como por ejemplo: la 2 es bomberos, 2a es incendio, 2B explosión, 2i inunda-ción, 2F fuga de gas, 5 es herido, 5A apuñalado, 5B balaceado, 5C se cayó, 5F se fracturó, 5Q se quemó… Luego los choferes me decían: me dicen por radio hay un 5 en tal lado y ahí voy y resulta que es un cuate que se cortó de manera sencilla, entonces no era tan urgente como uno que tiene diez balazos.

Usted vaya un día a la Cruz Roja y pregunte: –oiga: ¿quién inventó las cla-ves?– y ya verá. Yo soy Enrique Metini-des y soy fotógrafo.

entonces cuando pasa algo y dicen clave 20 quiere decir que ni el de allá ni el de acá hablen nada. Y si viene un socorrista: y dice veintes significa que no diga nada delante de la familia porque quizás quiera decir que el accidentado ya murió

o que está muy grave

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