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Toros y filosofía

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Autor:Francis Wolff

Fotografía:Francis Wolff,

Centro de Investigación del Toro de Lidia

Coordinadores: Rebeca Hernández García,

Raquel Posado Ferreras,Daniel J. Bartolomé Rodríguez,

Juan José García García

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Cuentan la historia siguiente. Se en-cuentran, en los años 50, el mayor fi-lósofo alemán, Heidegger, y el ma-yor filósofo español, Ortega y Gasset.Pregunta el primero, con un puntode xenofobia: “¿Por qué hay tan po-cos filósofos españoles?”. Respondeel segundo, con un punto de ironía:“¿Y por qué hay tan pocos torerosalemanes?”.

Esa historia es ciertamente inventadapero tiene su fondo de verdad. Lospaíses de fuerte tradición filosófica

no fueron tierras taurinas, y viceversa.Del lado no taurino, vale la pena se-ñalar unas alusiones de parte de Rous-seau o de Kant (en su Antropología)a la valentía del carácter del hombreespañol comprobada por la tauro-maquia. Del lado taurino, la Filoso-fía de los toros, del famoso perio-dista Santos López Pelegrín “Abena-mar”, editor de la Tauromaquia deFrancisco Montes “Paquiro”, es untratado sobre los toros pero que notiene nada de filosófico en el sen-tido estricto del término.

¿Filosofía y Toros?

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También es el caso de la Filosofía deltoreo, de B. Torralba de Damas conun prólogo de Marcial Landa e ilus-traciones de K-Hito.

¿No habrá intersecciones entre espe-culaciones auténticamente filosófi-cas y conocimientos de las cosas tau-rinas? Sí, por supuesto. La caza y lostoros (Revista de Occidente, Madrid,1968), de José Ortega y Gasset, con-tiene el “Epílogo” que escribió parael libro de Domingo Ortega El artedel toreo, con algunas reflexiones so-bre el toro bravo, así como algunosfragmentos taurinos inéditos delmismo autor. Del lado antitaurino,debe uno señalar los Escritos de to-ros (Unión de Bibliófilos Taurinos,Madrid, 1964), una colección de ar-tículos, notas y dibujos de Miguel deUnamuno, en los cuales lamenta elhecho de que los aficionados –los‘deporteros’ contemplativos– no seentreguen al juego de las ideas sinoque pasen los días discutiendo defútbol y toros.

Muy diferentes son las aportacio-nes recientes de algunos filósofos es-pañoles y franceses al pensamientode las corridas de toros, que po-nen su racionalidad filosófica alservicio de su afición taurina, o,dicho en otros términos, ponen suexperiencia de espectador taurinoal servicio de sus reflexiones filo-sóficas. Se trata, en primer lugar,de Víctor Gómez Pín, filósofo ca-talán bien conocido, cuya apor-tación a la ética de la fiesta es ma-

nifiesta en su obra La escuela mássobria de vida. Tauromaquia comoexigencia ética (Madrid, Espasa Calpe,2002), inspirada por reflexiones prous-tianas sobre la relación entre el artey la vida. Pero no se debe olvidar lasconvincentes defensas de las corri-das en nombre de los valores huma-nistas de Alain Renaut (Catedráticode Filosofía moral y política de LaSorbonne) en “L’esprit de la corrida”,La Règle du jeu, (París, Grasset, 1992)o en “Critique, Éthique et esthétiquede la corrida”, 723-724 (de agosto-septiembre 2007).

El la misma prestigiosa revista litera-ria (fundada por el escritor –aficio-nado a los toros– G. Bataille), haydos contribuciones originales: una deChristian Delacampagne, filosofo delarte y de la política, acerca de las pe-culiaridades del espectáculo taurino,y otra de Vincent Delecroix, filósofode la religión y especialista de Kier-kegaard, sobre las singularidades delritual en los toros.

¿Por qué filosofar sobre los toros? Esverdad que la fiesta no necesita filo-sofía; tampoco la necesitan la pin-

tura, la música o la poesía. Quien ne-cesitaba filosofar sobre los toros erayo.

Después de casi 40 años como aficio-nado a los toros y filósofo profesio-nal, necesitaba reunirme conmigomismo. A falta de poder curar suspasiones, un filósofo debe esforzarsepor expresarlas en el idioma de la ra-zón. Y, en mi caso, se trataba de sal-dar una deuda: devolver a la fiestade toros un poco de la experienciaabsolutamente singular y sin embargouniversal que me ha ofrecido y el sin-fín de goces que me brinda transpo-niéndolos en una lengua extranjeray universalmente accesible (por lomenos, eso es lo que intenté hacer),la de los conceptos y los argumentos.

Digo “extranjera” porque no sueleuno hablar de toros en términos ra-cionales. Parece una empresa incon-gruente. ¿Qué sentido puede tener«filosofar» sobre un arte, menordonde los haya, o sobre un juego,por serio que sea? No es que hayatemas inconvenientes o asuntos de-masiado fútiles para la filosofía.Por lo demás, la corrida de torosno es ni inconveniente ni fútil,sino, si acaso, edificante y gravemás bien. Infunde a quienes laaman y la comprenden, emocio-nes y alegrías tan profundas y re-finadas como las artes más esté-ticamente correctas. Es más bienque no se sabe cómo podría lafilosofía abordar la corrida de

toros.

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Dicen que la filosofía se esfuerza porresponder a dos preguntas funda-mentales: la pregunta “¿qué es?”(dicha de esencia) y la pregunta “¿porqué?” (dicha del fundamento). Ahorabien. ¿Qué es la corrida de toros?Nadie lo sabe. Nadie puede respon-der a esa pregunta –y la filosofía aúnmenos–. Pero quizá se puede filoso-far sobre este mismo hecho: la co-rrida de toros no puede ser definida.Se puede hacer su historia, describirsus fases, determinar sus reglas, perono se puede decir lo que es. ¿Porqué? Porque no encaja en ningunacategoría definida.

De hecho, la fiesta no es ni un de-porte, ni un juego, ni un sacrificio, yno es exactamente un arte ni verda-deramente un rito; toma algo de to-das esas prácticas, que son la culturamisma, y hace de todo eso unacreación original y, por así decirlo,única. Con un poco de todas las gran-des prácticas humanas, por más su-perficial que sea ese “poco”, hace supropia profundidad. Por ejemplo, aldeporte le toma prestado la esceni-ficación del cuerpo y el sentido de lahazaña física. De las bellas artes, tomalo esencial: la transformación de unamateria bruta (que es la arrancada na-tural de un toro bravo) en una obrahumana, armoniosa, templada, como

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en la doma, se humaniza al animal.De los cultos toma la obsesión de lossignos, y por ellos mantiene el hiper-trofiado ritual que le caracteriza. Aljuego le toma prestado la gratuidady la finta. Hace la tragedia real, por-que se muere de verdad, pero sinembargo teatraliza la lucha a muerte,porque vida y muerte se juegan dis-frazadas en traje de luces. De unjuego hace un arte, porque no tieneotra finalidad que su propio acto; deun arte, hace un juego porque en-trega su parte al azar. Espectáculotambién lo es, por supuesto, quizásel más aparatoso de todos. Pero esel espectáculo de la fatalidad y, almismo tiempo, de la incertidumbre

(donde todo parece necesario y po-sible), donde todo es imprevisible–como en una competición depor-tiva– y el final conocido de antemano–como en un rito sacrificial–. De talforma que la corrida no pertenece aninguna categoría predefinida –peroes la reunión en un acto único de to-dos los componentes de la culturahumana–. Por eso, en todas las civi-lizaciones humanas donde hubo to-ros bravos, se inventó una tauroma-quia.

La segunda pregunta filosófica es lacuestión “¿Por qué?”. Tampoco sepuede responder a esa pregunta,pues sería saber responder a la pre-

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gunta “¿qué es el hombre?”, comoacabamos de observar. Pero hay unamanera indirecta de responder al“¿por qué”, que es determinar “¿paraqué?”. O sea los valores. Por lo tanto,¿Cuáles son los valores de la fiesta?

Hay muchos. Valores ecológicos: bio-diversidad, cría extensiva, equilibriodel ecosistema de la dehesa, respectode la naturaleza del animal en suscondiciones de vida, etc. Valores hu-manistas: grandeza del hombre, vic-toria de la inteligencia sobre lafuerza, de la cultura sobre la natu-raleza, etc. Valores éticos: el coraje,la abnegación, la lealtad, el desdéndel sufrimiento, la señoría del cuerpo

por la mente, etc. Valores estéticos,lo bello y lo sublime: lo bello, o seala mesura, la disposición de todas laspartes en un todo; lo sublime, o seala desmesura, el exceso de todas laspartes en el todo. Y la corrida de to-ros, por veces, nos ofrece lo bello,por veces lo sublime.

Pero quizás no lo más importante,sino lo más aparente, entre todosesos valores, sea la fusión singularde ellos que proporciona la fiesta delos toros. Se trata de una práctica,de un espectáculo, de un arte, de unrito (¡lo que sea!) en el cual los va-lores estéticos se confunden con losvalores éticos. Y es la única práctica

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viva de este tipo, no veo otras. Engeneral, en nuestra época, está porun lado el arte (que produce, a ve-ces, obras bellas o emocionantes, aveces trastornantes), y está, por otrolado, la vida (donde se manifiestan,a veces, conductas dignas o sabias, aveces heroicas). Pero el arte siemprese opone a la vida.

La corrida de toros es, precisamente,la fusión de los valores estéticos delarte con los valores éticos de la exis-tencia. Y esto nos remite al origenmismo del arte, o mejor dicho a sumayor razón de ser, en el cual el « be-llo gesto » es al mismo tiempo gestomoral (por lo que muestra de valen-

tía, de generosidad, de grandeza, ysobre todo de lealtad para con el ad-versario), y también gesto artístico(por lo que muestra de armonía, depureza, de equilibrio, de poder expre-sivo). Los griegos tenían una sola pa-labra para designar lo que admiramosen una persona: kalon, que significaal mismo tiempo bello y bueno.

Kalon es la postura del torero encuanto torero, o sea no solo cuandotorea bien «como Dios manda», sinocuando está en torero. Porque Kalonse refiere a la cualidad del cuerpo vi-sible, a la elegancia sensible, a la ar-monía de una obra equilibrada, perotambién a la cualidad de la actitud

moral, a la elegancia del alma, a lapostura de quien está en armonía conel mundo, al mismo tiempo sereno ydespegado, al mismo tiempo atentoy distanciado de los acontecimientos,distanciado de sus propios interesesvitales inmediatos, hasta el punto deparecer elevarse más allá de su pro-pia vida. La corrida nos dice: en elgesto torero, en la suerte lograda, enla bella tanda, en la gran faena, nopodemos distinguir lo que es ético(valiente, entregado, conquistado so-bre el riesgo de herida o de muerte)y lo que es estético (armonioso, ne-cesario, magnífico, sublime).

La corrida nos dice: el derecho dematar al animal respetado, sólo seadquiere al precio de jugarse la vida.Y ese riesgo no es vano, como en lasapuestas adolescentes, pues produceuna obra, no con el toro –adversa-rio en el combate que debe ser do-minado y vencido– sino con su em-bestida, que debe ser formada, in-formada, transformada, que debeser conducida, apaciguada, acari-ciada, en suma desnaturalizada, paraque se haga bella, humana, poética.La corrida une lo bello y lo bueno,como también une el arte popularcon el erudito, como también une

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los dos lados de toda creación hu-mana: el sol con la sombra, la fiestade la vida con la tragedia de lamuerte. No hay ninguna otra crea-

ción humana tan rica. Por eso, nos-otros, aficionados a los toros, tene-mos que alzar la cabeza con el te-soro que poseemos.

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