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Una muerte en familia Miriam Allen de Ford Me llamo Jares Sloane, ese es mi nombre…58 años, ¿Quieren saber cuál fue la maldición de toda mi vida? Eh?...estar solo…ser huérfano, claro ustedes que tienen familia y siempre tuvieron no saben lo que es estar solo, lo que es ser huérfano, ahí va el huérfano dicen! Ahí va el huérfano…es una maldición…es una maldición, ahí va el huérfano, Pero de hasta ahora las cosas mejoraron bastante gracias a mi profesión yo pude conseguir una familia…no saben lo que es estar solo…no fue fácil…ahí va el huérfano, mi profesión me lo permitió, mi familia esta…en el sótano, no hay más que bajar esta escalera, abro está cerrado con llave y adentro mi familia me espera… ¿Quieren saber cuál fue la maldición de toda mi vida?...estar solo, ahí está mi abuelita, 89 años tiene, siempre durmiendo, es lógico tiene 89 años es viejita, está en sobre posero, yo me crie en orfanatorio sabes? ¡En un orfanatorio!...pero ahora tengo abuela, ahí va el huérfano dicen…ahí va el 5

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Una muerte en familia Miriam Allen de FordMe llamo Jares Sloane, ese es mi nombre58 aos, Quieren saber cul fue la maldicin de toda mi vida? Eh?...estar soloser hurfano, claro ustedes que tienen familia y siempre tuvieron no saben lo que es estar solo, lo que es ser hurfano, ah va el hurfano dicen! Ah va el hurfanoes una maldicines una maldicin, ah va el hurfano, Pero de hasta ahora las cosas mejoraron bastante gracias a mi profesin yo pude conseguir una familiano saben lo que es estar solono fue fcilah va el hurfano, mi profesin me lo permiti, mi familia estaen el stano, no hay ms que bajar esta escalera, abro est cerrado con llave y adentro mi familia me esperaQuieren saber cul fue la maldicin de toda mi vida?...estar solo, ah est mi abuelita, 89 aos tiene, siempre durmiendo, es lgico tiene 89 aos es viejita, est en sobre posero, yo me crie en orfanatorio sabes? En un orfanatorio!...pero ahora tengo abuela, ah va el hurfano dicenah va el hurfano, aos, aos! Lo que me hubiera gustado tener una abuelita de chico, bueno ahora la tengopapa? Ac, lee el diario, porque yo siempre entend que un hombre en su casa debe leer el diario, el jefe de la familia y mama teje, una madre debe tejer! As lo veo yo, no saben lo que es estar solo, tengo un hijito, ac esta mi hijito John, 10 aos tiene un modelo para armar de barco, de barcolo tiene a echo a medias, tiene todo el tiempo del mundo para hacerlogracias a mi profesin consegu a mi familiami muy amada esposa Lucy tocando el piano en un acorde eterno, siempre el mismoyo le puse esa sonrisa para que me recibaclaro que antes era la esposa de otro hombrepero ahora es ma, Lucy Sloanepara mi familia, para que este completa solo necesito una hijita, una hijita de 7 aos de pelo negro, porque Lucy y yo tenemos pelo negro, entonces nuestra hijita tambin tiene que tener pelo negro, como Johnquieren saber de qu trabajo? Bueno ya les dije que mi profesin es la que me a permitido tener por fin una familia, todo empez con Lucyque feliz fui cuando su marido me llamoporque soy el dueo de la nica funeraria del pueblo, fue difcil algo poda salir mal, pero todo sali bien, claro que fue la esposa de otro hombre, pero ahora es ma, cuando se llevaron el atad a la tumba, no saban lo que se estaban llevando, yo ya tena un maniqu preparado con peso de plomo, para que tuviera el mismo peso de Lucy, hice rpido el cambio, algo podra salir mal, pero todo sali bienyo soy muy buen embalsamadormuy buen embalsamador, embalsame a mi Lucy, yo le compre un vestidito azul que es el que ahora tiene puesto, tambin le compre un piano para que pudiera tocarese acorde eterno.y me reciba con una sonrisa!...para mi familia, para que este completa solo me falta una hijita, el resto fue ms fcil, a la abuela me la consegu tambin de la misma manera, y as fui completando mi familiapapa, mama, abuela, mi Lucy Lucy Sloane es ahora, y mi hijo John, pero no es bueno que un nio este solo, necesita una hermanitaa veces cuando me llaman de una familia y hay una hijita en la casaahyo tiemblo de expectacinojala haya muerto la hijitaojala haya muerto la hijita! Asi puedo quedrmela, pero no siempre me llaman porque se muri la abuela, el tio, siempre cosas asiah va el hurfano dicen.ah va el hurfanome falta una hijita, sere tan feliz cuando tenga a mi familia completa, una vez en un libro de psicologa le que hay una perversin asquerosa! Llamada necrofilia, ustedes pueden creer que hay tipos que tienen acceso carnal a cadveres?...yo no tengo nada que ver con lo necrfilo, son vicios asquerosos, degenerados son, degenerados! Yo no tengo nada que ver con degeneradosyo soy dueo de una familia numerosaa quin se le ocurri llamar a la puerta a estas horas de la noche?....abro, me encuentro con un bulto en el suelo, tapado con mantases un cadverme lo acaban de dejarall pasa el auto, se van, ni siquiera le pude ver la placa ni nadaabrosaben quin esta ac?...Diana Mannycon el cuello rotouna nena de 9 aos que haban secuestrado.se puede saber porque me la dejaron a m?......si soy dueo de una funeraria, y que tiene que ver? Pero porque me la dejaron a m? El secuestrador la mato y me la dejo a mi.que estpido soyes el cielo, es el cielo la que me la envaes la hijitala hijita que tanto esperaba!...si tiene el cuello roto pero yo lo arreglo con un alambre de acero, se lo hago pasar por dentro, djenlo por mi cuentadjenlo por mi cuentahan pasado 3 das, ahora mi familia est completa, ya no es ms Diana Manny, ahora es MartaMarta Sloane, mi hijitapelo negropelo negro! nade de rubias, pelo negro s seor, pelo negro, mi familia est completa, quien llama ahora a la puerta, quien ser el que llama a mi puerta ahora? No puedo ni estar 1 minuto tranquilo!...seor Sloane, soy policaestamos buscando el cadver de Diana Manny, agarramos hace 3 das a una rata asquerosa, el secuestradorsabemos que trajo el cadver de Diana Manny aqu, Puedo revisar su casa?......Por supuesto que no! Que cree?! Yo soy un...unun profesional honesto! No guardo cadveres, le han mentido, le han mentidoest bien seor Sloane me voy y vuelvo en 1 hora, con una orden judicial de cateo y con el sheriff.bueno, despus de tanta felicidadme duro 3 das la felicidad, no es justoantes que venga voy a bajar aencontrarme con mi familiapor ltima vezno saben lo que es estar solo.ahora me siento entre ellosabro todas las llaves de gasles cuento lo que a ocurrido, primero se lo digo a mi Lucyno quiero que los chicos se asustenestoy muy triste, la verdad estoy muy triste, cada vez hay ms olor a gasmi Lucy me a dicho que tengoque tengo que dejar el cigarrillo, y es verdad tiene razn mi Lucy, ella siempre tiene razn.creo que estaes una buena ocasin para dejar de fumarcada vez hay ms olor a gasel gas me est adormilando ya es demasiado el gas que hayes suficientecreo que voy a encenderel ultimo cigarrillo de mi vidaadis mi amor.te quiero..los quiero a todos..

Vera.Auguste Villiers de L'Isle-AdamA madame la comtesse d'Osmoy:La forma del cuerpo le es ms esencialque su propia sustancia.El amor es ms fuerte que la muerte, ha dicho Salomn: su misterioso poder no tiene lmites.Conclua una tarde otoal en Pars. Cerca del sombro faubourg de SaintGermain, algunos carruajes, ya alumbrados, rodaban retrasados despus de concluido el horario de cierre del bosque. Uno de ellos se detuvo delante del portaln de una gran casa seorial, rodeada de jardines antiguos. Encima del arco destacaba un escudo de piedra con las armas de la vieja familia de los condes D'Athol: una estrella de plata sobre fondo de azur, con la divisa Pallida Victrix, bajo la corona principesca forrada de armio. Las pesadas hojas de la puerta se abrieron. Un hombre de treinta y cinco aos, enlutado, con el rostro mortalmente plido, descendi. En la escalinata, los sirvientes taciturnos tenan alzadas las antorchas. Sin mirarles, l subi los peldaos y entr. Era el conde D'Athol.

Vacilante, ascendi las blancas escaleras que conducan a aquella habitacin donde, en la misma maana, haba acostado en un fretro de terciopelo, cubierto de violetas, entre lienzos de batista, a su amor voluptuoso y desesperado, a su plida esposa, Vera. En lo alto, la puerta gir suavemente sobre la alfombra. El levant las cortinas. Todos los objetos permanecan en el mismo lugar en donde la condesa los haba dejado la vspera. La muerte, sbita, la haba fulminado. La noche anterior, su bien amada se desvaneci entre placeres tan profundos, se perdi en tan exquisitos abrazos, que su corazn, quebrado por tantas delicias sensuales, haba desfallecido. Sus labios se mojaron bruscamente con un rojo mortal. Apenas tuvo tiempo de darle a su esposo un beso de adis, sonriendo, sin pronunciar una sola palabra. Luego, sus largas pestaas, como cendales de luto, se cerraron para siempre. Aquella jornada sin nombre ya haba transcurrido.Hacia el medioda, despus de la espantosa ceremonia en el panten familiar, el conde D'Athol despidi a la fnebre escolta. Despus solo, encerrose con la muerta, entre los cuatro muros de mrmol, cerrando la puerta de hierro del mausoleo. El incienso se quemaba en un trpode, frente al atad. Una corona luminosa de lmparas, en la cabecera de la joven difunta, la aureolaba como estrellas. l, en pie, ensimismado, con el solo sentimiento de una ternura sin esperanza, se haba quedado all durante todo el da. Alrededor de las seis, en el crepsculo, sali del lugar sagrado. Al cerrar el sepulcro, quit la llave de plata de la cerradura y, empinndose en el ltimo peldao de la escalinata, la arroj al interior del panten. Cayeron sobre las losas interiores a travs del trbol que adornaba la parte superior del portal. Por qu todo esto...?Con certeza esto obedeca a la secreta decisin de no volver all nunca ms. Y ahora, l revis la solitaria habitacin. La ventana, detrs de los amplios cortinajes de cachemira malva, recamados en oro, estaba abierta. Un ltimo y plido rayo de luz del atardecer iluminaba un cuadro envejecido de madera. Era el retrato de la muerta. El conde mir a su alrededor. La ropa estaba tirada sobre un silln, como la vspera. sobre la chimenea estaban las joyas, el collar de perlas, el abanico a medio cerrar, y los pesados frascos de perfume que su amada no aspirara nunca ms. Sobre el techo deshecho, construido de bano, con columnas retorcidas, junto a la almohada, en el lugar donde la cabeza adorada haba dejado su huella, en medio de los encajes, vio el pauelo enrojecido, por gotas de su sangre cuando su joven alma alete un instante.El piano permaneca abierto, a la espera de una meloda inconclusa. Las flores de indiana, recogidas por ella en el invernadero, se marchitaban dentro del vaso de Sajonia. A los pies del lecho, sobre una piel negra, estaban las pequeas chinelas orientales, de terciopelo, sobre las que un emblema gracioso resaltaba bordado en perlas:-Quien vea a Vera la amar.Los pies desnudos de la bien amada jugaban an la maana del da anterior, moviendo a cada paso el edredn de plumas de cisne. Y all, en la sombra, estaba el reloj de pndulo al que l haba roto el resorte para que no sonasen ms las horas. As, pues, ella haba partido... Adnde? Vivir ahora, para hacer qu? Era imposible, absurdo... Y el conde se abism en aquellos pensamientos extraos y sobrecogedores, rememorando toda la existencia pasada. Seis meses haban transcurrido desde su matrimonio. No fue en el extranjero, en el baile de una embajada, donde la vio por primera vez...? S, ese instante se recreaba ante sus ojos, pero de forma muy distinta. Ella se le apareci all, radiante, deslumbrante. Aquella tarde sus miradas se haban encontrado. Ellos se haban reconocido ntimamente, sabindose de naturaleza igual, y en adelante se amaron para siempre.Los propsitos engaosos, las sonrisas que observaban, las insinuaciones, todas las dificultades y problemas que opone el mundo para retrasar la inevitable felicidad de aquellos que se pertenecen, se desvaneca ante la certeza que ellos tuvieron, en aquel fugaz instante, de saberse el uno para el otro. Vera, cansada de la inspida ceremoniosidad, de las personas de su entorno, haba ido hacia l desde el primer instante, dejando de lado las banalidades donde se pierde el tiempo precioso de la vida. Oh! Cmo, a las primeras palabras, las tontas ideas de quienes les eran indiferentes, les parecan como el vuelo de los pjaros nocturnos adentrndose en la oscuridad. Qu sonrisas intercambiaban y qu inefables abrazos! Sin embargo, su naturaleza era de lo ms extraa. Eran dos seres dotados de sentidos maravillosos, pero exclusivamente terrestres. Las sensaciones se prolongaban en ellos con una intensidad inquietante, tanto es as que se olvidaban de s mismos a fuerza de experimentarlas. Y por el contrario, ciertas ideas, aquellas del alma por ejemplo, del Infinito, de Dios mismo, estaban como veladas a su entendimiento. La fe de la mayora de las personas en las cosas sobrenaturales no era para ellos ms que algo sorprendente y extrao, una cuestin de la cual no se preocupaban, no considerndose con capacidad para criticar o aprobar.En razn de eso, puesto que reconocan que el mundo les era extrao, se haban aislado, inmediatamente despus de haberse unido, en esa vieja y sombra mansin, donde la extensin de los jardines alejaba los ruidos del exterior. All, ambos amantes se sumergieron en ese ocano de alegras lnguidas y perversas donde el espritu se mezcla con los misterios de la carne. Ellos agotaron las violencias de los deseos, los estremecimientos de la ternura ms apasionada, y se convirtieron en el palpitante latido de ser el uno del otro. En ellos, el espritu se adentraba tan bien en el cuerpo que sus formas parecan compenetrarse, y los besos ardientes les encadenaban en una fusin ideal. Prolongado deslumbramiento!La muerte haba destruido el encanto. El terrible accidente los desuna, y sus brazos se desenlazaban. Qu sombra haba atrapado a su querida muerta? Muerta no! Es que el alma de los violoncelos puede ser arrastrada con el gemido de una cuerda que se quiebra? Transcurrieron las horas. A travs de la ventana, l contemplaba cmo la noche se insinuaba en los cielos. Y la noche se le apareci como algo personal. Tuvo la impresin de que era una reina marchando con melancola en el exilio, y el broche de diamantes de su tnica de luto, Venus, sola, brillaba por encima de los rboles, perdida en el fondo oscuro.Es Vera pens l.Al pronunciar en voz muy baja su nombre se estremeci como un hombre que despierta. Despus, enderezndose mir en torno suyo. En la habitacin, los objetos estaban iluminados ahora por una luz tenue, hasta entonces imprecisa, la de una lamparilla que azulaba las tinieblas, y que la noche, ya alzada en el cielo, haca aparecer como si fuese otra estrella. Era esa lamparilla, con perfumes de incienso, un icono, relicario de la familia de Vera. El relicario, de una madera preciosa y vieja, colgaba de una cuerda de esparto ruso entre el espejo y el cuadro. Un reflejo de los dorados del interior caa sobre el collar encima de la chimenea. La compacta aureola de la Madona brillaba con hlito de cielo; la cruz bizantina con finos y rojos alineamientos, fundidos en el reflejo, sombreaban con un tinte de sangre las perlas encendidas. Desde la infancia, Vera admiraba, con sus grandes ojos, el rostro puro y maternal de la Madona hereditaria. Pero su naturaleza, por desdicha, no poda consagrarle ms que un supersticioso amor, ofrecido a veces, ingenua y pensativamente, cuando pasaba por delante de la lmpara.Al verla, el conde, herido de recuerdos dolorosos hasta lo ms recndito de su alma, se enderez y sopl en la luz santa, para luego, a tientas, extendiendo la mano hacia un cordn hacerlo sonar. Apareci un servidor. Era un anciano vestido de negro. Llevaba un candelabro que coloc delante del retrato de la condesa. Cuando se volvi, el hombre sinti un escalofro de terror supersticioso al ver a su amo de pie y tan sonriente como si nada hubiera sucedido.Raymond dijo tranquilamente el conde, esta tarde, la condesa y yo nos sentimos abrumados de cansancio. Servirs la cena hacia las diez de la noche. Y a propsito, hemos resuelto aislarnos aqu durante algn tiempo. Desde maana, ninguno de mis sirvientes, excepto t, debe pasar la noche en la casa. Les entregars el sueldo de tres aos y les dirs que se vayan. Atrancars despus el portal, encenders los candelabros de abajo, en el comedor. T nos bastars puesto que en lo sucesivo no recibiremos a nadie.El mayordomo temblaba y le miraba con atencin. El conde encendi un cigarro y descendi a los jardines. El sirviente pens primeramente que el dolor, demasiado agudo y desesperado, haba perturbado el espritu de su amo. l le conoca desde la infancia y comprendi al instante que el choque de un despertar demasiado sbito poda serle fatal a ese sonmbulo. Su primer deber consista en respetar aquel secreto. Inclin la cabeza. Una abnegada complicidad a ese sueo religioso? Obedecer...? Continuar sirvindoles sin tener en cuenta a la muerte? Qu idea tan extraa! Podra adems sostenerse por ms tiempo que una noche?Maana, maana... Ay de m! Pero, quin sabe...? Quiz! Despus de todo es un proyecto sagrado... Con qu derecho me dedico a reflexionar sobre ello?Sali del cuarto. Ejecut las rdenes al pie de la letra y aquella misma tarde comenz la inslita experiencia. Se trataba de crear un terrible espejismo. El embarazo de los primeros das se borr sbitamente. Al principio con estupor, pero luego por una especie de deferente ternura, Raymond se las ingeni tan bien para parecer natural que an no haban transcurrido tres semanas cuando por momentos l mismo se senta engaado por su buena voluntad. No haba lugar para segundas interpretaciones. A veces, experimentando una especie de vrtigo, tena la necesidad de decirse a s mismo que la condesa estaba realmente muerta. El se dej arrastrar a ese juego fnebre olvidndose a cada instante de la realidad. Y muy pronto tuvo necesidad en ms de una ocasin de reflexionar para convencerse y rehacerse. Comprendi pronto que de seguir as no tardara en abandonarse por completo al espantoso magnetismo a travs del cual el conde iba impregnando paulatinamente la atmsfera que les rodeaba.Tena miedo, un miedo indeciso, suave... D'Athol, en efecto, viva sumido en la inconsciencia de la muerte de su bien amada. No poda ms que tenerla siempre presente, a tal punto la memoria viva de la joven dama estaba mezclada con la suya. En ocasiones se sentaba en un banco del jardn, los das de sol, leyendo en voz alta las poesas que ella prefera, o bien, en la tarde, delante del fuego, las dos tazas de t sobre una mesita, conversaba con la Ilusin sonriente, sentada, a sus ojos, en el otro silln. Las noches, los das, las semanas, transcurrieron en un soplo. Ni el uno ni el otro saban lo que estaban haciendo. Y se producan unos fenmenos singulares que hacan que resultase cada vez ms difcil distinguir cundo lo imaginario y lo real se hacan idnticos. Una presencia flotaba en el aire: una forma se esforzaba por manifestarse, por hacerse ver, plasmndose en el espacio indefinible. D'Athol viva doblemente iluminado.Un semblante suave y plido, entrevisto como un relmpago, en un abrir y cerrar de ojos; un dbil acorde que hera de repente el piano; un beso que le cerraba la boca en el momento en que se dispona a hablar, pensamientos femeninos que aparecan en l como respuesta a lo que deca, un desdoblamiento de s mismo que le llevaba a percibir como en una niebla fluida, el perfume vertiginosamente dulce de su bien amada muy prximo a l. Y por la noche, entre la vigilia y el sueo, las palabras odas muy quedas le conmovan. Era una negacin de la muerte elevada, por fin, a un poder desconocido! Una vez, D'Athol la vio y sinti tan cerca de l que la tom en sus brazos, pero ese movimiento hizo que desapareciera.Chiquilla! murmur l sonriente.Y se adormeca como un amante ofendido por su amada risuea y adormilada. El da de su cumpleaos coloc, como una broma, una flor de siemprevivas en el ramillete que deposit encima de la almohada de Vera.Puesto que ella se cree muerta... murmur l.Gracias a la profunda y todopoderosa voluntad del seor D'Athol que, a fuerza de amor, forjaba la vida y la presencia de su mujer en la solitaria mansin, esta existencia haba acabado por llegar a ser de un encanto sombro y seductor. El mismo Raymond ya no experimentaba temor y se acostumbraba a todas aquellas circunstancias. Un vestido de terciopelo negro entrevisto al girar un corredor, una voz risuea que le llamaba en el saln; el sonido de la campanilla despertndole por la maana, como antes, todo esto llegaba a hacrsele familiar. Se hubiera dicho que la muerta jugaba en lo invisible, como una chiquilla. Se senta amada de tal modo que resultaba todo de lo ms natural!Haba transcurrido un ao.En la tarde del aniversario, sentado junto al fuego en la habitacin de Vera, el conde terminaba de leerle un cuento florentino, Callimaque cuando, cerrando el libro y sirvindose el t, dijo:Douschka, te acuerdas del Valle de las Rosas, en las orillas del Lahn, del castillo de Cuatro Torres...? Estas historias te lo han recordado, no es verdad?Se levant y en el espejo azulado se vio ms plido que de ordinario. Introdujo un brazalete de perlas en una copa y mir atentamente las perlas. Las perlas conservaban todava su tibieza y su oriente se vea muy suave, influido por el calor de su carne. Y el palo de aquel collar siberiano, que amaba tambin el bello seno de Vera sola palidecer enfermizamente en su engarce de oro, cuando la joven dama lo olvidaba durante algn tiempo. Por ello la condesa haba apreciado tanto aquella piedra fiel. Esta tarde el palo brillaba como si acabara de quitrselo y como si el exquisito magnetismo de la hermosa muerta an lo penetrase. Dejando a un lado el collar y las piedras preciosas, el conde toc por casualidad el pauelo de batista en el que las gotas de sangre aparecan todava hmedas y rojas como claveles sobre la nieve. All, sobre el piano, quin haba vuelto la pgina final de la meloda de otros tiempos? Es que la sagrada lamparilla se haba vuelto a encender en el relicario...? S, su llama dorada iluminaba msticamente el semblante de ojos cerrados de la Madona. Y esas flores orientales, nuevamente recogidas, que se abran en los vasos de Sajonia, qu mano acababa de colocarlas?La habitacin pareca alegre y dotada de vida, de una manera ms significativa e intensa que de costumbre. Pero ya nada poda sorprender al conde. Todo esto le pareca tan normal que ni siquiera se dio cuenta de que la hora sonaba en aquel reloj de pndulo, parado desde haca un ao. Sin embargo, esa tarde se haba dicho que, desde el fondo de las tinieblas, la condesa Vera se esforzaba por volver a aquella habitacin, impregnada de ella por completo. Haba dejado all tanto de s misma! Todo cuanto haba constituido su existencia le atraa. Su hechizo flotaba en el ambiente. La desesperada llamada y la apasionada voluntad de su esposo deban haber desatado las ligaduras de lo invisible en su derredor.Su presencia era reclamada y todo lo que ella amaba estaba all. Ella deba desear volver a sonrer an en aquel espejo misterioso en el que admir su rostro. La dulce muerta, all, se haba estremecido ciertamente entre sus violetas, bajo las lmparas apagadas. La divina muerta haba temblado en la tumba, completamente sola, mirando la llave de plata arrojada sobre las losas. Ella tambin deseaba volver con l! Y su voluntad se perda en las fantasas, el incienso y el aislamiento, porque la muerte no es ms que una circunstancia definitiva para quienes esperan el cielo; pero la muerte y los cielos, y la vida, es que no eran para ella algo ms que su abrazo? El beso solitario de su esposo deba atraer sus labios en la penumbra. Y el sonido de melodas, las embriagadoras palabras de antao, los vestidos que cubran su cuerpo y conservaban an su perfume, las mgicas pedreras que la amaban en su oscura simpata, la inmensa y absoluta necesidad de su presencia, ansia compartida finalmente por las mismas cosas, tan insensiblemente que, curada al fin de la adormecedora muerte, ya no le faltaba ms que regresar. REGRESAR!Ah! La ideas son iguales que seres vivos...!El conde haba esculpido en el aire la forma de su amor y era preciso que aquel vaco fuese colmado por el nico ser que era su igual o de otro modo el universo se hundira. En ese momento la impresin se concret en una idea definitiva, simple, absoluta: Ella deba estar all, en la habitacin! El estaba tan seguro de eso como de su propia existencia y todas las cosas a su alrededor estaban saturadas de la misma conviccin. Eso era algo patente. Y como no faltaba ms que la misma Vera, tangible, exterior, era preciso que ella se encontrase all y que el gran sueo de la vida y de la muerte entreabriese por un momento sus puertas infinitas.El camino de resurreccin estaba abierto por la fe hacia ella. Un fresco estallido de risa ilumin con su alegra el lecho nupcial. El conde se volvi, y all, delante de sus ojos, hecha de voluntad y de recuerdos, apoyada sobre la almohada de encajes, sosteniendo con sus manos los largos cabellos, deliciosamente abierta su boca en una sonrisa paradisaca y plena de voluptuosidad, bella hasta morir, al fin ella, la condesa Vera le estaba contemplando, un poco adormecida an.Roger...! exclam con voz lejana.El se le acerc. Sus labios se unieron en una alegra divina, extasiada, inmortal. Y entonces se dieron cuenta de que ellos no formaban ms que un solo ser Las horas volaron en un viaje extrao, un xtasis en el que se mezclaban, por primera vez, la tierra y el cielo. De repente, el conde D'Athol se estremeci como golpeado por una fatal reminiscencia.Ah! Ahora recuerdo... Qu es lo que me sucede...? Pero si t ests muerta!En ese mismo instante, al orse estas palabras, la mstica lamparilla del icono se extingui. El plido amanecer de una maana insignificante, gris y lluviosa, se filtr en la habitacin por los intersticios de las cortinas. Las velas vacilaron y se apagaron, dejando humear acremente sus mechas rojizas. El fuego desapareci bajo una capa de tibias cenizas. Las flores se marchitaron y secaron en un instante. El balanceo del pndulo fue recobrando paulatinamente su anterior inmovilidad. La certeza de todos los objetos se esfum de golpe. El palo, muerto ya, no brillaba ms. Las manchas de sangre se haban secado tambin, sobre la batista. Y esfumndose entre los brazos desesperados, que en vano queran retenerla, la ardiente y blanca visin entr en el aire y se perdi.El conde se puso en pie. Acababa de darse cuenta de que estaba solo. Su maravilloso sueo acababa de disiparse en un momento. Haba roto el hilo magntico de su trama radiante con una sola palabra. La atmsfera que reinaba all era ya la de los difuntos. Como esas lgrimas de cristal, ensambladas ilgicamente pero tan slidas que un solo golpe de martillo, asestado en su parte ms gruesa, no llegara a romperlas, pero que caen en sbito e impalpable polvo si se rompe la extremidad ms fina que la punta de una aguja, todo se haba desvanecido.Oh! gimi l. Todo ha terminado! La he perdido...! Otra vez vuelve a estar sola...! Cul es ahora la ruta para llegar hasta ti..? Indcame el camino que puede conducirme hasta ti!De pronto, como una respuesta, un objeto brillante cay del lecho nupcial sobre la negra piel con un ruido metlico. Un rayo del ttrico da lo ilumin... El abandonado se inclin. Lo cogi y una sonrisa sublime ilumin su rostro al reconocer aquel objeto.Era la llave de la tumba!

El entierro prematuroEdgar Allan PoeHay ciertos temas de inters absorbente, pero demasiado horribles para ser objeto de una obra de mera ficcin. Los simples novelistas deben evitarlos si no quieren ofender o desagradar. Slo se tratan con propiedad cuando lo grave y majestuoso de la verdad los santifican y sostienen. Nos estremecemos, por ejemplo, con el ms intenso "dolor agradable" ante los relatos del paso del Beresina, del terremoto de Lisboa, de la peste de Londres y de la matanza de San Bartolom o de la muerte por asfixia de los ciento veintitrs prisioneros en el Agujero Negro de Calcuta. Pero en estos relatos lo excitante es el hecho, la realidad, la historia. Como ficciones, nos pareceran sencillamente abominables. He mencionado algunas de las ms destacadas y augustas calamidades que registra la historia, pero en ellas el alcance, no menos que el carcter de la calamidad, es lo que impresiona tan vivamente la imaginacin. No necesito recordar al lector que, del largo y horrible catlogo de miserias humanas, podra haber escogido muchos ejemplos individuales ms llenos de sufrimiento esencial que cualquiera de esos inmensos desastres generales. La verdadera desdicha, la afliccin ltima, en realidad es particular, no difusa. Demos gracias a Dios misericordioso que los horrorosos extremos de agona los sufra el hombre individualmente y nunca en masa!Ser enterrado vivo es, sin ningn gnero de duda, el ms terrorfico extremo que jams haya cado en suerte a un simple mortal. Que le ha cado en suerte con frecuencia, con mucha frecuencia, nadie con capacidad de juicio lo negar. Los lmites que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, borrosos e indefinidos... Quin podra decir dnde termina uno y dnde empieza el otro? Sabemos que hay enfermedades en las que se produce un cese total de las funciones aparentes de la vida, y, sin embargo, ese cese no es ms que una suspensin, para llamarle por su nombre. Hay slo pausas temporales en el incomprensible mecanismo. Transcurrido cierto perodo, algn misterioso principio oculto pone de nuevo en movimiento los mgicos piones y las ruedas fantsticas. La cuerda de plata no qued suelta para siempre, ni irreparablemente roto el vaso de oro. Pero, entretanto, dnde estaba el alma? Sin embargo, aparte de la inevitable conclusin a priori de que tales causas deben producir tales efectos, de que los bien conocidos casos de vida en suspenso, una y otra vez, provocan inevitablemente entierros prematuros, aparte de esta consideracin, tenemos el testimonio directo de la experiencia mdica y del vulgo que prueba que en realidad tienen lugar un gran nmero de estos entierros. Yo podra referir ahora mismo, si fuera necesario, cien ejemplos bien probados. Uno de caractersticas muy asombrosas, y cuyas circunstancias igual quedan an vivas en la memoria de algunos de mis lectores, ocurri no hace mucho en la vecina ciudad de Baltimore, donde caus una conmocin penosa, intensa y muy extendida. La esposa de uno de los ms respetables ciudadanos -abogado eminente y miembro del Congreso- fue atacada por una repentina e inexplicable enfermedad, que burl el ingenio de los mdicos. Despus de padecer mucho muri, o se supone que muri. Nadie sospech, y en realidad no haba motivos para hacerlo, de que no estaba verdaderamente muerta. Presentaba todas las apariencias comunes de la muerte. El rostro tena el habitual contorno contrado y sumido. Los labios mostraban la habitual palidez marmrea. Los ojos no tenan brillo. Faltaba el calor. Cesaron las pulsaciones. Durante tres das el cuerpo estuvo sin enterrar, y en ese tiempo adquiri una rigidez ptrea. Resumiendo, se adelant el funeral por el rpido avance de lo que se supuso era descomposicin.La dama fue depositada en la cripta familiar, que permaneci cerrada durante los tres aos siguientes. Al expirar ese plazo se abri para recibir un sarcfago, pero, ay, qu terrible choque esperaba al marido cuando abri personalmente la puerta! Al empujar los portones, un objeto vestido de blanco cay rechinando en sus brazos. Era el esqueleto de su mujer con la mortaja puesta.Una cuidadosa investigacin mostr la evidencia de que haba revivido a los dos das de ser sepultada, que sus luchas dentro del atad haban provocado la cada de ste desde una repisa o nicho al suelo, y al romperse el fretro pudo salir de l. Apareci vaca una lmpara que accidentalmente se haba dejado llena de aceite, dentro de la tumba; puede, no obstante, haberse consumido por evaporacin. En los peldaos superiores de la escalera que descenda a la espantosa cripta haba un trozo del atad, con el cual, al parecer, la mujer haba intentado llamar la atencin golpeando la puerta de hierro. Mientras haca esto, probablemente se desmay o quizs muri de puro terror, y al caer, la mortaja se enred en alguna pieza de hierro que sobresala hacia dentro. All qued y as se pudri, erguida.En el ao 1810 tuvo lugar en Francia un caso de inhumacin prematura, en circunstancias que contribuyen mucho a justificar la afirmacin de que la verdad es ms extraa que la ficcin. La herona de la historia era mademoiselle [seorita] Victorine Lafourcade, una joven de ilustre familia, rica y muy guapa. Entre sus numerosos pretendientes se contaba Julien Bossuet, un pobre littrateur [literato] o periodista de Pars. Su talento y su amabilidad haban despertado la atencin de la heredera, que, al parecer, se haba enamorado realmente de l, pero el orgullo de casta la llev por fin a rechazarlo y a casarse con un tal Monsieur [seor] Rnelle, banquero y diplomtico de cierto renombre. Despus del matrimonio, sin embargo, este caballero descuid a su mujer y quiz lleg a pegarle. Despus de pasar unos aos desdichados ella muri; al menos su estado se pareca tanto al de la muerte que enga a todos quienes la vieron. Fue enterrada, no en una cripta, sino en una tumba comn, en su aldea natal. Desesperado y an inflamado por el recuerdo de su cario profundo, el enamorado viaj de la capital a la lejana provincia donde se encontraba la aldea, con el romntico propsito de desenterrar el cadver y apoderarse de sus preciosos cabellos. Lleg a la tumba. A medianoche desenterr el atad, lo abri y, cuando iba a cortar los cabellos, se detuvo ante los ojos de la amada, que se abrieron. La dama haba sido enterrada viva. Las pulsaciones vitales no haban desaparecido del todo, y las caricias de su amado la despertaron de aquel letargo que equivocadamente haba sido confundido con la muerte. Desesperado, el joven la llev a su alojamiento en la aldea. Emple unos poderosos reconstituyentes aconsejados por sus no pocos conocimientos mdicos. En resumen, ella revivi. Reconoci a su salvador. Permaneci con l hasta que lenta y gradualmente recobr la salud. Su corazn no era tan duro, y esta ltima leccin de amor bast para ablandarlo. Lo entreg a Bossuet. No volvi junto a su marido, sino que, ocultando su resurreccin, huy con su amante a Amrica. Veinte aos despus, los dos regresaron a Francia, convencidos de que el paso del tiempo haba cambiado tanto la apariencia de la dama, que sus amigos no podran reconocerla. Pero se equivocaron, pues al primer encuentro monsieur Rnelle reconoci a su mujer y la reclam. Ella rechaz la reclamacin y el tribunal la apoy, resolviendo que las extraas circunstancias y el largo perodo transcurrido haban abolido, no slo desde un punto de vista equitativo, sino legalmente la autoridad del marido.La Revista de Ciruga de Leipzig, publicacin de gran autoridad y mrito, que algn editor americano hara bien en traducir y publicar, relata en uno de los ltimos nmeros un acontecimiento muy penoso que presenta las mismas caractersticas.Un oficial de artillera, hombre de gigantesca estatura y salud excelente, fue derribado por un caballo indomable y sufri una contusin muy grave en la cabeza, que le dej inconsciente. Tena una ligera fractura de crneo pero no se percibi un peligro inmediato. La trepanacin se hizo con xito. Se le aplic una sangra y se adoptaron otros muchos remedios comunes. Pero cay lentamente en un sopor cada vez ms grave y por fin se le dio por muerto.Haca calor y lo enterraron con prisa indecorosa en uno de los cementerios pblicos. Sus funerales tuvieron lugar un jueves. Al domingo siguiente, el parque del cementerio, como de costumbre, se llen de visitantes, y alrededor del medioda se produjo un gran revuelo, provocado por las palabras de un campesino que, habindose sentado en la tumba del oficial, haba sentido removerse la tierra, como si alguien estuviera luchando abajo. Al principio nadie prest demasiada atencin a las palabras de este hombre, pero su evidente terror y la terca insistencia con que repeta su historia produjeron, al fin, su natural efecto en la muchedumbre. Algunos con rapidez consiguieron unas palas, y la tumba, vergonzosamente superficial, estuvo en pocos minutos tan abierta que dej al descubierto la cabeza de su ocupante. Daba la impresin de que estaba muerto, pero apareca casi sentado dentro del atad, cuya tapa, en furiosa lucha, haba levantado parcialmente. Inmediatamente lo llevaron al hospital ms cercano, donde se le declar vivo, aunque en estado de asfixia. Despus de unas horas volvi en s, reconoci a algunas personas conocidas, y con frases inconexas relat sus agonas en la tumba.Por lo que dijo, estaba claro que la vctima mantuvo la conciencia de vida durante ms de una hora despus de la inhumacin, antes de perder los sentidos. Haban rellenado la tumba, sin percatarse, con una tierra muy porosa, sin aplastar, y por eso le lleg un poco de aire. Oy los pasos de la multitud sobre su cabeza y a su vez trat de hacerse or. El tumulto en el parque del cementerio, dijo, fue lo que seguramente lo despert de un profundo sueo, pero al despertarse se dio cuenta del espantoso horror de su situacin. Este paciente, segn cuenta la historia, iba mejorando y pareca encaminado hacia un restablecimiento definitivo, cuando cay vctima de la charlatanera de los experimentos mdicos. Se le aplic la batera galvnica y expir de pronto en uno de esos paroxismos estticos que en ocasiones produce.La mencin de la batera galvnica, sin embargo, me trae a la memoria un caso bien conocido y muy extraordinario, en que su accin result ser la manera de devolver la vida a un joven abogado de Londres que estuvo enterrado dos das. Esto ocurri en 1831, y entonces caus profunda impresin en todas partes, donde era tema de conversacin.El paciente, el seor Edward Stapleton, haba muerto, aparentemente, de fiebre tifoidea acompaada de unos sntomas anmalos que despertaron la curiosidad de sus mdicos. Despus de su aparente fallecimiento, se pidi a sus amigos la autorizacin para un examen postmrtem (autopsia), pero stos se negaron. Como sucede a menudo ante estas negativas, los mdicos decidieron desenterrar el cuerpo y examinarlo a conciencia, en privado. Fcilmente llegaron a un arreglo con uno de los numerosos grupos de ladrones de cadveres que abundan en Londres, y la tercera noche despus del entierro el supuesto cadver fue desenterrado de una tumba de ocho pies de profundidad y depositado en el quirfano de un hospital privado.Al practicrsele una incisin de cierta longitud en el abdomen, el aspecto fresco e incorrupto del sujeto sugiri la idea de aplicar la batera. Hicieron sucesivos experimentos con los efectos acostumbrados, sin nada de particular en ningn sentido, salvo, en una o dos ocasiones, una apariencia de vida mayor de la norma en cierta accin convulsiva.Era ya tarde. Iba a amanecer y se crey oportuno, al fin, proceder inmediatamente a la diseccin. Pero uno de los estudiosos tena un deseo especial de experimentar una teora propia e insisti en aplicar la batera a uno de los msculos pectorales. Tras realizar una tosca incisin, se estableci apresuradamente un contacto; entonces el paciente, con un movimiento rpido pero nada convulsivo, se levant de la mesa, camin hacia el centro de la habitacin, mir intranquilo a su alrededor unos instantes y entonces habl. Lo que dijo fue ininteligible, pero pronunci algunas palabras, y silabeaba claramente. Despus de hablar, se cay pesadamente al suelo.Durante unos momentos todos se quedaron paralizados de espanto, pero la urgencia del caso pronto les devolvi la presencia de nimo. Se vio que el seor Stapleton estaba vivo, aunque sin sentido. Despus de administrarle ter volvi en s y rpidamente recobr la salud, retornando a la sociedad de sus amigos, a quienes, sin embargo, se les ocult toda noticia sobre la resurreccin hasta que ya no se tema una recada. Es de imaginar la maravilla de aquellos y su extasiado asombro.El dato ms espeluznante de este incidente, sin embargo, se encuentra en lo que afirm el mismo seor Stapleton. Declar que en ningn momento perdi todo el sentido, que de un modo borroso y confuso perciba todo lo que le estaba ocurriendo desde el instante en que fuera declarado muerto por los mdicos hasta cuando cay desmayado en el piso del hospital. "Estoy vivo", fueron las incomprendidas palabras que, al reconocer la sala de diseccin, haba intentado pronunciar en aquel grave instante de peligro.Sera fcil multiplicar historias como stas, pero me abstengo, porque en realidad no nos hacen falta para establecer el hecho de que suceden entierros prematuros. Cuando reflexionamos, en las raras veces en que, por la naturaleza del caso, tenemos la posibilidad de descubrirlos, debemos admitir que tal vez ocurren ms frecuentemente de lo que pensamos. En realidad, casi nunca se han removido muchas tumbas de un cementerio, por alguna razn, sin que aparecieran esqueletos en posturas que sugieren la ms espantosa de las sospechas. La sospecha es espantosa, pero es ms espantoso el destino. Puede afirmarse, sin vacilar, que ningn suceso se presta tanto a llevar al colmo de la angustia fsica y mental como el enterramiento antes de la muerte. La insoportable opresin de los pulmones, las emanaciones sofocantes de la tierra hmeda, la mortaja que se adhiere, el rgido abrazo de la estrecha morada, la oscuridad de la noche absoluta, el silencio como un mar que abruma, la invisible pero palpable presencia del gusano vencedor; estas cosas, junto con los deseos del aire y de la hierba que crecen arriba, con el recuerdo de los queridos amigos que volaran a salvarnos si se enteraran de nuestro destino, y la conciencia de que nunca podrn saberlo, de que nuestra suerte irremediable es la de los muertos de verdad, estas consideraciones, digo, llevan el corazn an palpitante a un grado de espantoso e insoportable horror ante el cual la imaginacin ms audaz retrocede. No conocemos nada tan angustioso en la Tierra, no podemos imaginar nada tan horrible en los dominios del ms profundo Infierno. Y por eso todos los relatos sobre este tema despiertan un inters profundo, inters que, sin embargo, gracias a la temerosa reverencia hacia este tema, depende justa y especficamente de nuestra creencia en la verdad del asunto narrado. Lo que voy a contar ahora es mi conocimiento real, mi experiencia efectiva y personal..Durante varios aos sufr ataques de ese extrao trastorno que los mdicos han decidido llamar catalepsia, a falta de un nombre que mejor lo defina. Aunque tanto las causas inmediatas como las predisposiciones e incluso el diagnstico de esta enfermedad siguen siendo misteriosas, su carcter evidente y manifiesto es bien conocido. Las variaciones parecen serlo, principalmente, de grado. A veces el paciente se queda un solo da o incluso un perodo ms breve en una especie de exagerado letargo. Est inconsciente y externamente inmvil, pero las pulsaciones del corazn an se perciben dbilmente; quedan unos indicios de calor, una leve coloracin persiste en el centro de las mejillas y, al aplicar un espejo a los labios, podemos detectar una torpe, desigual y vacilante actividad de los pulmones. Otras veces el trance dura semanas e incluso meses, mientras el examen ms minucioso y las pruebas mdicas ms rigurosas no logran establecer ninguna diferencia material entre el estado de la vctima y lo que concebimos como muerte absoluta. Por regla general, lo salvan del entierro prematuro sus amigos, que saben que sufra anteriormente de catalepsia, y la consiguiente sospecha, pero sobre todo le salva la ausencia de corrupcin. La enfermedad, por fortuna, avanza gradualmente. Las primeras manifestaciones, aunque marcadas, son inequvocas. Los ataques son cada vez ms caractersticos y cada uno dura ms que el anterior. En esto reside la mayor seguridad, de cara a evitar la inhumacin. El desdichado cuyo primer ataque tuviera la gravedad con que en ocasiones se presenta, sera casi inevitablemente llevado vivo a la tumba.Mi propio caso no difera en ningn detalle importante de los mencionados en los textos mdicos. A veces, sin ninguna causa aparente, me hunda poco a poco en un estado de semisncope, o casi desmayo, y ese estado, sin dolor, sin capacidad de moverme, o realmente de pensar, pero con una borrosa y letrgica conciencia de la vida y de la presencia de los que rodeaban mi cama, duraba hasta que la crisis de la enfermedad me devolva, de repente, el perfecto conocimiento. Otras veces el ataque era rpido, fulminante. Me senta enfermo, aterido, helado, con escalofros y mareos, y, de repente, me caa postrado. Entonces, durante semanas, todo estaba vaco, negro, silencioso y la nada se converta en el universo. La total aniquilacin no poda ser mayor. Despertaba, sin embargo, de estos ltimos ataques lenta y gradualmente, en contra de lo repentino del acceso. As como amanece el da para el mendigo que vaga por las calles en la larga y desolada noche de invierno, sin amigos ni casa, as lenta, cansada, alegre volva a m la luz del alma. Pero, aparte de esta tendencia al sncope, mi salud general pareca buena, y no hubiera podido percibir que sufra esta enfermedad, a no ser que una peculiaridad de mi sueo pudiera considerarse provocada por ella. Al despertarme, nunca poda recobrar en seguida el uso completo de mis facultades, y permaneca siempre durante largo rato en un estado de azoramiento y perplejidad, ya que las facultades mentales en general y la memoria en particular se encontraban en absoluta suspensin.En todos mis padecimientos no haba sufrimiento fsico, sino una infinita angustia moral. Mi imaginacin se volvi macabra. Hablaba de "gusanos, de tumbas, de epitafios". Me perda en meditaciones sobre la muerte, y la idea del entierro prematuro se apoderaba de mi mente. El espeluznante peligro al cual estaba expuesto me obsesionaba da y noche. Durante el primero, la tortura de la meditacin era excesiva; durante la segunda, era suprema, Cuando las ttricas tinieblas se extendan sobre la tierra, entonces, presa de los ms horribles pensamientos, temblaba, temblaba como las trmulas plumas de un coche fnebre. Cuando mi naturaleza ya no aguantaba la vigilia, me suma en una lucha que al fin me llevaba al sueo, pues me estremeca pensando que, al despertar, poda encontrarme metido en una tumba. Y cuando, por fin, me hunda en el sueo, lo haca slo para caer de inmediato en un mundo de fantasmas, sobre el cual flotaba con inmensas y tenebrosas alas negras la nica, predominante y sepulcral idea. De las innumerables imgenes melanclicas que me opriman en sueos elijo para mi relato una visin solitaria. So que haba cado en un trance catalptico de ms duracin y profundidad que lo normal. De repente una mano helada se pos en mi frente y una voz impaciente, farfullante, susurr en mi odo: "Levntate!"Me incorpor. La oscuridad era total. No poda ver la figura del que me haba despertado. No poda recordar ni la hora en que haba cado en trance, ni el lugar en que me encontraba. Mientras segua inmvil, intentando ordenar mis pensamientos, la fra mano me agarr con fuerza por la mueca, sacudindola con petulancia, mientras la voz farfullante deca de nuevo:-Levntate! No te he dicho que te levantes?-Y t - pregunt- quin eres?-No tengo nombre en las regiones donde habito -replic la voz tristemente-. Fui un hombre y soy un espectro. Era despiadado, pero soy digno de lstima. Ya ves que tiemblo. Me rechinan los dientes cuando hablo, pero no es por el fro de la noche, de la noche eterna. Pero este horror es insoportable. Cmo puedes dormir t tranquilo? No me dejan descansar los gritos de estas largas agonas. Estos espectculos son ms de lo que puedo soportar. Levntate! Ven conmigo a la noche exterior, y deja que te muestre las tumbas. No es este un espectculo de dolor?... Mira!Mir, y la figura invisible que an segua apretndome la mueca consigui abrir las tumbas de toda la humanidad, y de cada una salan las irradiaciones fosfricas de la descomposicin, de forma que pude ver sus ms escondidos rincones y los cuerpos amortajados en su triste y solemne sueo con el gusano. Pero, ay!, los que realmente dorman, aunque fueran muchos millones, eran menos que los que no dorman en absoluto, y haba una dbil lucha, y haba un triste y general desasosiego, y de las profundidades de los innumerables pozos sala el melanclico frotar de las vestiduras de los enterrados. Y, entre aquellos que parecan descansar tranquilos, vi que muchos haban cambiado, en mayor o menor grado, la rgida e incmoda postura en que fueron sepultados. Y la voz me habl de nuevo, mientras contemplaba:-No es esto, ah!, acaso un espectculo lastimoso?

Pero, antes de que encontrara palabras para contestar, la figura haba soltado mi mueca, las luces fosfricas se extinguieron y las tumbas se cerraron con repentina violencia, mientras de ellas sala un tumulto de gritos desesperados, repitiendo: "No es esto, Dios mo!, acaso un espectculo lastimoso?"Fantasas como sta se presentaban por la noche y extendan su terrorfica influencia incluso en mis horas de vigilia. Mis nervios quedaron destrozados, y fui presa de un horror continuo. Ya no me atreva a montar a caballo, a pasear, ni a practicar ningn ejercicio que me alejara de casa. En realidad, ya no me atreva a fiarme de m lejos de la presencia de los que conocan mi propensin a la catalepsia, por miedo de que, en uno de esos ataques, me enterraran antes de conocer mi estado realmente. Dudaba del cuidado y de la lealtad de mis amigos ms queridos. Tema que, en un trance ms largo de lo acostumbrado, se convencieran de que ya no haba remedio. Incluso llegaba a temer que, como les causaba muchas molestias, quiz se alegraran de considerar que un ataque prolongado era la excusa suficiente para librarse definitivamente de m. En vano trataban de tranquilizarme con las ms solemnes promesas. Les exiga, con los juramentos ms sagrados, que en ninguna circunstancia me enterraran hasta que la descomposicin estuviera tan avanzada, que impidiese la conservacin. Y aun as mis terrores mortales no hacan caso de razn alguna, no aceptaban ningn consuelo. Empec con una serie de complejas precauciones. Entre otras, mand remodelar la cripta familiar de forma que se pudiera abrir fcilmente desde dentro. A la ms dbil presin sobre una larga palanca que se extenda hasta muy dentro de la cripta, se abriran rpidamente los portones de hierro. Tambin estaba prevista la entrada libre de aire y de luz, y adecuados recipientes con alimentos y agua, al alcance del atad preparado para recibirme. Este atad estaba acolchado con un material suave y clido y dotado de una tapa elaborada segn el principio de la puerta de la cripta, incluyendo resortes ideados de forma que el ms dbil movimiento del cuerpo sera suficiente para que se soltara. Aparte de esto, del techo de la tumba colgaba una gran campana, cuya soga pasara (estaba previsto) por un agujero en el atad y estara atada a una mano del cadver. Pero, ay!, de qu sirve la precaucin contra el destino del hombre? Ni siquiera estas bien urdidas seguridades bastaban para librar de las angustias ms extremas de la inhumacin en vida a un infeliz destinado a ellas!Lleg una poca -como me haba ocurrido antes a menudo- en que me encontr emergiendo de un estado de total inconsciencia a la primera sensacin dbil e indefinida de la existencia. Lentamente, con paso de tortuga, se acercaba el plido amanecer gris del da psquico. Un desasosiego aletargado. Una sensacin aptica de sordo dolor. Ninguna preocupacin, ninguna esperanza, ningn esfuerzo. Entonces, despus de un largo intervalo, un zumbido en los odos. Luego, tras un lapso de tiempo ms largo, una sensacin de hormigueo o comezn en las extremidades; despus, un perodo aparentemente eterno de placentera quietud, durante el cual las sensaciones que se despiertan luchan por transformarse en pensamientos; ms tarde, otra corta zambullida en la nada; luego, un sbito restablecimiento. Al fin, el ligero estremecerse de un prpado; e inmediatamente despus, un choque elctrico de terror, mortal e indefinido, que enva la sangre a torrentes desde las sienes al corazn. Y entonces, el primer esfuerzo por pensar. Y entonces, el primer intento de recordar. Y entonces, un xito parcial y evanescente. Y entonces, la memoria ha recobrado tanto su dominio, que, en cierta medida, tengo conciencia de mi estado. Siento que no me estoy despertando de un sueo corriente. Recuerdo que he sufrido de catalepsia. Y entonces, por fin, como si fuera la embestida de un ocano, el nico peligro horrendo, la nica idea espectral y siempre presente abruma mi espritu estremecido.Unos minutos despus de que esta fantasa se apoderase de m, me qued inmvil. Y por qu? No poda reunir valor para moverme. No me atreva a hacer el esfuerzo que desvelara mi destino, sin embargo algo en mi corazn me susurraba que era seguro. La desesperacin -tal como ninguna otra clase de desdicha produce-, slo la desesperacin me empuj, despus de una profunda duda, a abrir mis pesados prpados. Los levant. Estaba oscuro, todo oscuro. Saba que el ataque haba terminado. Saba que la situacin crtica de mi trastorno haba pasado. Saba que haba recuperado el uso de mis facultades visuales, y, sin embargo, todo estaba oscuro, oscuro, con la intensa y absoluta falta de luz de la noche que dura para siempre.Intent gritar, y mis labios y mi lengua reseca se movieron convulsivamente, pero ninguna voz sali de los cavernosos pulmones, que, oprimidos como por el peso de una montaa, jadeaban y palpitaban con el corazn en cada inspiracin laboriosa y difcil. El movimiento de las mandbulas, en el esfuerzo por gritar, me mostr que estaban atadas, como se hace con los muertos. Sent tambin que yaca sobre una materia dura, y algo parecido me apretaba los costados. Hasta entonces no me haba atrevido a mover ningn miembro, pero al fin levant con violencia mis brazos, que estaban estirados, con las muecas cruzadas. Chocaron con una materia slida, que se extenda sobre mi cuerpo a no ms de seis pulgadas de mi cara. Ya no dudaba de que reposaba al fin dentro de un atad.Y entonces, en medio de toda mi infinita desdicha, vino dulcemente la esperanza, como un querubn, pues pens en mis precauciones. Me retorc e hice espasmdicos esfuerzos para abrir la tapa: no se mova. Me toqu las muecas buscando la soga: no la encontr. Y entonces mi consuelo huy para siempre, y una desesperacin an ms inflexible rein triunfante pues no pude evitar percatarme de la ausencia de las almohadillas que haba preparado con tanto cuidado, y entonces lleg de repente a mis narices el fuerte y peculiar olor de la tierra hmeda. La conclusin era irresistible. No estaba en la cripta. Haba cado en trance lejos de casa, entre desconocidos, no poda recordar cundo y cmo, y ellos me haban enterrado como a un perro, metido en algn atad comn, cerrado con clavos, y arrojado bajo tierra, bajo tierra y para siempre, en alguna tumba comn y annima.Cuando este horrible convencimiento se abri paso con fuerza hasta lo ms ntimo de mi alma, luch una vez ms por gritar. Y este segundo intento tuvo xito. Un largo, salvaje y continuo grito o alarido de agona reson en los recintos de la noche subterrnea.-Oye, oye, qu es eso? -dijo una spera voz, como respuesta.-Qu diablos pasa ahora? -dijo un segundo..-Fuera de ah! -dijo un tercero.-Por qu alla de esa manera, como un gato monts? -dijo un cuarto.Y entonces unos individuos de aspecto rudo me sujetaron y me sacudieron sin ninguna consideracin. No me despertaron del sueo, pues estaba completamente despierto cuando grit, pero me devolvieron la plena posesin de mi memoria.Esta aventura ocurri cerca de Richmond, en Virginia. Acompaado de un amigo, haba bajado, en una expedicin de caza, unas millas por las orillas del ro James. Se acercaba la noche cuando nos sorprendi una tormenta. La cabina de una pequea chalupa anclada en la corriente y cargada de tierra vegetal nos ofreci el nico refugio asequible. Le sacamos el mayor provecho posible y pasamos la noche a bordo. Me dorm en una de las dos literas; no hace falta describir las literas de una chalupa de sesenta o setenta toneladas. La que yo ocupaba no tena ropa de cama. Tena una anchura de dieciocho pulgadas. La distancia entre el fondo y la cubierta era exactamente la misma. Me result muy difcil meterme en ella. Sin embargo, dorm profundamente, y toda mi visin -pues no era ni un sueo ni una pesadilla- surgi naturalmente de las circunstancias de mi postura, de la tendencia habitual de mis pensamientos, y de la dificultad, que ya he mencionado, de concentrar mis sentidos y sobre todo de recobrar la memoria durante largo rato despus de despertarme. Los hombres que me sacudieron eran los tripulantes de la chalupa y algunos jornaleros contratados para descargarla. De la misma carga proceda el olor a tierra. La venda en torno a las mandbulas era un pauelo de seda con el que me haba atado la cabeza, a falta de gorro de dormir.Las torturas que soport, sin embargo, fueron indudablemente iguales en aquel momento a las de la verdadera sepultura. Eran de un horror inconcebible, increblemente espantosas; pero del mal procede el bien, pues su mismo exceso provoc en mi espritu una reaccin inevitable. Mi alma adquiri temple, vigor. Sal fuera. Hice ejercicios duros. Respir aire puro. Pens en ms cosas que en la muerte. Abandon mis textos mdicos. Quem el libro de Buchan. No le ms pensamientos nocturnos, ni grandilocuencias sobre cementerios, ni cuentos de miedo como ste. En muy poco tiempo me convert en un hombre nuevo y viv una vida de hombre. Desde aquella noche memorable descart para siempre mis aprensiones sepulcrales y con ellas se desvanecieron los achaques catalpticos, de los cuales quiz fueran menos consecuencia que causa. Hay momentos en que, incluso para el sereno ojo de la razn, el mundo de nuestra triste humanidad puede parecer el infierno, pero la imaginacin del hombre no es Caratis para explorar con impunidad todas sus cavernas. Ay!, la torva legin de los terrores sepulcrales no se puede considerar como completamente imaginaria, pero los demonios, en cuya compaa Afrasiab hizo su viaje por el Oxus, tienen que dormir o nos devorarn..., hay que permitirles que duerman, o pereceremos.

El pozo y el pnduloEdgar Allan Poe

Impia tortorum longas hic turba furores Sanguina innocui, nao satiata, aluit. Sospite nunc patria, fracto nunc funeris antro, Mors ubi dira fuit vita salusque patent. (Cuarteto compuesto para las puertas de unmercado que ha de ser erigido en elemplazamiento del Club de los Jacobinos en Pars.)Senta nuseas, nuseas de muerte despus de tan larga agona; y, cuando por fin me desataron y me permitieron sentarme, comprend que mis sentidos me abandonaban. La sentencia, la atroz sentencia de muerte, fue el ltimo sonido reconocible que registraron mis odos. Despus, el murmullo de las voces de los inquisidores pareci fundirse en un sooliento zumbido indeterminado, que trajo a mi mente la idea de revolucin, tal vez porque imaginativamente lo confunda con el ronroneo de una rueda de molino. Esto dur muy poco, pues de pronto ces de or. Pero al mismo tiempo pude ver... aunque con qu terrible exageracin! Vi los labios de los jueces togados de negro. Me parecieron blancos... ms blancos que la hoja sobre la cual trazo estas palabras, y finos hasta lo grotesco; finos por la intensidad de su expresin de firmeza, de inmutable resolucin, de absoluto desprecio hacia la tortura humana. Vi que los decretos de lo que para m era el destino brotaban todava de aquellos labios. Los vi torcerse mientras pronunciaban una frase letal. Los vi formar las slabas de mi nombre, y me estremec, porque ningn sonido llegaba hasta m. Y en aquellos momentos de horror delirante vi tambin oscilar imperceptible y suavemente las negras colgaduras que ocultaban los muros de la estancia. Entonces mi visin recay en las siete altas bujas de la mesa. Al principio me parecieron smbolos de caridad, como blancos y esbeltos ngeles que me salvaran; pero entonces, bruscamente, una espantosa nusea invadi mi espritu y sent que todas mis fibras se estremecan como si hubiera tocado los hilos de una batera galvnica, mientras las formas anglicas se convertan en hueros espectros de cabezas llameantes, y comprend que ninguna ayuda me vendra de ellos. Como una profunda nota musical penetr en mi fantasa la nocin de que la tumba deba ser el lugar del ms dulce descanso. El pensamiento vino poco a poco y sigiloso, de modo que pas un tiempo antes de poder apreciarlo plenamente; pero, en el momento en que mi espritu llegaba por fin a abrigarlo, las figuras de los jueces se desvanecieron como por arte de magia, las altas bujas se hundieron en la nada, mientras sus llamas desaparecan, y me envolvi la ms negra de las tinieblas. Todas mis sensaciones fueron tragadas por el torbellino de una cada en profundidad, como la del alma en el Hades. Y luego el universo no fue ms que silencio, calma y noche.Me haba desmayado, pero no puedo afirmar que hubiera perdido completamente la conciencia. No tratar de definir lo que me quedaba de ella, y menos describirla; pero no la haba perdido por completo. En el ms profundo sopor, en el delirio, en el desmayo... hasta la muerte, hasta la misma tumba!, no todo se pierde. O bien, no existe la inmortalidad para el hombre. Cuando surgimos del ms profundo de los sopores, rompemos la tela sutil de algn sueo. Y, sin embargo, un poco ms tarde (tan frgil puede haber sido aquella tela) no nos acordamos de haber soado. Cuando volvemos a la vida despus de un desmayo, pasamos por dos momentos: primero, el del sentimiento de la existencia mental o espiritual; segundo, el de la existencia fsica. Es probable que si al llegar al segundo momento pudiramos recordar las impresiones del primero, stas contendran multitud de recuerdos del abismo que se abre ms atrs. Y ese abismo, qu es? Cmo, por lo menos, distinguir sus sombras de la tumba? Pero si las impresiones de lo que he llamado el primer momento no pueden ser recordadas por un acto de la voluntad, no se presentan inesperadamente despus de un largo intervalo, mientras nos maravillamos preguntndonos de dnde proceden? Aquel que nunca se ha desmayado, no descubrir extraos palacios y caras fantsticamente familiares en las brasas del carbn; no contemplar, flotando en el aire, las melanclicas visiones que la mayora no es capaz de ver; no meditar mientras respira el perfume de una nueva flor; no sentir exaltarse su mente ante el sentido de una cadencia musical que jams haba llamado antes su atencin.Entre frecuentes y reflexivos esfuerzos para recordar, entre acendradas luchas para apresar algn vestigio de ese estado de aparente aniquilacin en el cual se haba hundido mi alma, ha habido momentos en que he vislumbrado el triunfo; breves, brevsimos perodos en que pude evocar recuerdos que, a la luz de mi lucidez posterior, slo podan referirse a aquel momento de aparente inconsciencia. Esas sombras de recuerdo me muestran, borrosamente, altas siluetas que me alzaron y me llevaron en silencio, descendiendo... descendiendo... siempre descendiendo... hasta que un horrible mareo me oprimi a la sola idea de lo interminable de ese descenso. Tambin evocan el vago horror que senta mi corazn, precisamente a causa de la monstruosa calma que me invada. Viene luego una sensacin de sbita inmovilidad que invade todas las cosas, como si aquellos que me llevaban (atroz cortejo!) hubieran superado en su descenso los lmites de lo ilimitado y descansaran de la fatiga de su tarea. Despus de esto viene a la mente como un desabrimiento y humedad, y luego, todo es locura -la locura de un recuerdo que se afana entre cosas prohibidas.Sbitamente, el movimiento y el sonido ganaron otra vez mi espritu: el tumultuoso movimiento de mi corazn y, en mis odos, el sonido de su latir. Sucedi una pausa, en la que todo era confuso. Otra vez sonido, movimiento y tacto -una sensacin de hormigueo en todo mi cuerpo-. Y luego la mera conciencia de existir, sin pensamiento; algo que dur largo tiempo. De pronto, bruscamente, el pensamiento, un espanto estremecedor y el esfuerzo ms intenso por comprender mi verdadera situacin. A esto sucedi un profundo deseo de recaer en la insensibilidad. Otra vez un violento revivir del espritu y un esfuerzo por moverme, hasta conseguirlo. Y entonces el recuerdo vvido del proceso, los jueces, las colgaduras negras, la sentencia, la nusea, el desmayo. Y total olvido de lo que sigui, de todo lo que tiempos posteriores, y un obstinado esfuerzo, me han permitido vagamente recordar.Hasta ese momento no haba abierto los ojos. Sent que yaca de espaldas y que no estaba atado. Alargu la mano, que cay pesadamente sobre algo hmedo y duro. La dej all algn tiempo, mientras trataba de imaginarme dnde me hallaba y qu era de m. Ansiaba abrir los ojos, pero no me atreva, porque me espantaba esa primera mirada a los objetos que me rodeaban. No es que temiera contemplar cosas horribles, pero me horrorizaba la posibilidad de que no hubiese nada que ver. Por fin, lleno de atroz angustia mi corazn, abr de golpe los ojos, y mis peores suposiciones se confirmaron. Me rodeaba la tiniebla de una noche eterna. Luch por respirar; lo intenso de aquella oscuridad pareca oprimirme y sofocarme. La atmsfera era de una intolerable pesadez. Me qued inmvil, esforzndome por razonar. Evoqu el proceso de la Inquisicin, buscando deducir mi verdadera situacin a partir de ese punto. La sentencia haba sido pronunciada; tena la impresin de que desde entonces haba transcurrido largo tiempo. Pero ni siquiera por un momento me consider verdaderamente muerto. Semejante suposicin, no obstante lo que leemos en los relatos ficticios, es por completo incompatible con la verdadera existencia. Pero, dnde y en qu situacin me encontraba? Saba que, por lo regular, los condenados moran en un auto de fe, y uno de stos acababa de realizarse la misma noche de mi proceso. Me habran devuelto a mi calabozo a la espera del prximo sacrificio, que no se cumplira hasta varios meses ms tarde? Al punto vi que era imposible. En aquel momento haba una demanda inmediata de vctimas. Y, adems, mi calabozo, como todas las celdas de los condenados en Toledo, tena piso de piedra y la luz no haba sido completamente suprimida.Una horrible idea hizo que la sangre se agolpara a torrentes en mi corazn, y por un breve instante reca en la insensibilidad. Cuando me repuse, temblando convulsivamente, me levant y tend desatinadamente los brazos en todas direcciones. No sent nada, pero no me atreva a dar un solo paso, por temor de que me lo impidieran las paredes de una tumba. Brotaba el sudor por todos mis poros y tena la frente empapada de gotas heladas. Pero la agona de la incertidumbre termin por volverse intolerable, y cautelosamente me volv adelante, con los brazos tendidos, desorbitados los ojos en el deseo de captar el ms dbil rayo de luz. Anduve as unos cuantos pasos, pero todo segua siendo tiniebla y vaco. Respir con mayor libertad; por lo menos pareca evidente que mi destino no era el ms espantoso de todos.Pero entonces, mientras segua avanzando cautelosamente, resonaron en mi recuerdo los mil vagos rumores de las cosas horribles que ocurran en Toledo. Cosas extraas se contaban sobre los calabozos; cosas que yo haba tomado por invenciones, pero que no por eso eran menos extraas y demasiado horrorosas para ser repetidas, salvo en voz baja. Me dejaran morir de hambre en este subterrneo mundo de tiniebla, o quiz me aguardaba un destino todava peor? Demasiado conoca yo el carcter de mis jueces para dudar de que el resultado sera la muerte, y una muerte mucho ms amarga que la habitual. Todo lo que me preocupaba y me enloqueca era el modo y la hora de esa muerte.Mis manos extendidas tocaron, por fin, un obstculo slido. Era un muro, probablemente de piedra, sumamente liso, viscoso y fro. Me puse a seguirlo, avanzando con toda la desconfianza que antiguos relatos me haban inspirado. Pero esto no me daba oportunidad de asegurarme de las dimensiones del calabozo, ya que dara toda la vuelta y retornara al lugar de partida sin advertirlo, hasta tal punto era uniforme y lisa la pared. Busqu, pues, el cuchillo que llevaba conmigo cuando me condujeron a las cmaras inquisitoriales; haba desaparecido, y en lugar de mis ropas tena puesto un sayo de burda estamea. Haba pensado hundir la hoja en alguna juntura de la mampostera, a fin de identificar mi punto de partida. Pero, de todos modos, la dificultad careca de importancia, aunque en el desorden de mi mente me pareci insuperable en el primer momento. Arranqu un pedazo del ruedo del sayo y lo puse bien extendido y en ngulo recto con respecto al muro. Luego de tentar toda la vuelta de mi celda, no dejara de encontrar el jirn al completar el circuito. Tal es lo que, por lo menos, pens, pues no haba contado con el tamao del calabozo y con mi debilidad. El suelo era hmedo y resbaladizo. Avanc, titubeando, un trecho, pero luego trastrabill y ca. Mi excesiva fatiga me indujo a permanecer postrado y el sueo no tard en dominarme.Al despertar y extender un brazo hall junto a m un pan y un cntaro de agua. Estaba demasiado exhausto para reflexionar acerca de esto, pero com y beb vidamente. Poco despus reanud mi vuelta al calabozo y con mucho trabajo llegu, por fin, al pedazo de estamea. Hasta el momento de caer al suelo haba contado cincuenta y dos pasos, y al reanudar mi vuelta otros cuarenta y ocho, hasta llegar al trozo de gnero. Haba, pues, un total de cien pasos. Contando una yarda por cada dos pasos, calcul que el calabozo tena un circuito de cincuenta yardas. No obstante, haba encontrado numerosos ngulos de pared, de modo que no poda hacerme una idea clara de la forma de la cripta, a la que llamo as pues no poda impedirme pensar que lo era.Poca finalidad y menos esperanza tenan estas investigaciones, pero una vaga curiosidad me impela a continuarlas. Apartndome de la pared, resolv cruzar el calabozo por uno de sus dimetros. Avanc al principio con suma precaucin, pues aunque el piso pareca de un material slido, era peligrosamente resbaladizo a causa del limo. Cobr nimo, sin embargo, y termin caminando con firmeza, esforzndome por seguir una lnea todo lo recta posible. Haba avanzado diez o doce pasos en esta forma cuando el ruedo desgarrado del sayo se me enred en las piernas. Trastabillando, ca violentamente de bruces.En la confusin que sigui a la cada no repar en un sorprendente detalle que, pocos segundos ms tarde, y cuando an yaca boca abajo, reclam mi atencin. Helo aqu: tena el mentn apoyado en el piso del calabozo, pero mis labios y la parte superior de mi cara, que aparentemente deban encontrarse a un nivel inferior al de la mandbula, no se apoyaba en nada. Al mismo tiempo me pareci que baaba mi frente un vapor viscoso, y el olor caracterstico de los hongos podridos penetr en mis fosas nasales. Tend un brazo y me estremec al descubrir que me haba desplomado exactamente al borde de un pozo circular, cuya profundidad me era imposible descubrir por el momento. Tanteando en la mampostera que bordeaba el pozo logr desprender un menudo fragmento y lo tir al abismo. Durante largos segundos escuch cmo repercuta al golpear en su descenso las paredes del pozo; hubo por fin un chapoteo en el agua, al cual sucedieron sonoros ecos. En ese mismo instante o un sonido semejante al de abrirse y cerrarse rpidamente una puerta en lo alto, mientras un dbil rayo de luz cruzaba instantneamente la tiniebla y volva a desvanecerse con la misma precipitacin.Comprend claramente el destino que me haban preparado y me felicit de haber escapado a tiempo gracias al oportuno accidente. Un paso ms antes de mi cada y el mundo no hubiera vuelto a saber de m. La muerte a la que acababa de escapar tena justamente las caractersticas que yo haba rechazado como fabulosas y antojadizas en los relatos que circulaban acerca de la Inquisicin. Para las vctimas de su tirana se reservaban dos especies de muerte: una llena de horrorosos sufrimientos fsicos, y otra acompaada de sufrimientos morales todava ms atroces. Yo estaba destinado a esta ltima. Mis largos padecimientos me haban desequilibrado los nervios, al punto que bastaba el sonido de mi propia voz para hacerme temblar, y por eso constitua en todo sentido el sujeto ideal para la clase de torturas que me aguardaban.

Estremecindome de pies a cabeza, me arrastr hasta volver a tocar la pared, resuelto a perecer all antes que arriesgarme otra vez a los horrores de los pozos -ya que mi imaginacin conceba ahora ms de uno- situados en distintos lugares del calabozo. De haber tenido otro estado de nimo, tal vez me hubiera alcanzado el coraje para acabar de una vez con mis desgracias precipitndome en uno de esos abismos; pero haba llegado a convertirme en el peor de los cobardes. Y tampoco poda olvidar lo que haba ledo sobre esos pozos, esto es, que su horrible disposicin impeda que la vida se extinguiera de golpe.La agitacin de mi espritu me mantuvo despierto durante largas horas, pero finalmente acab por adormecerme. Cuando despert, otra vez haba a mi lado un pan y un cntaro de agua. Me consuma una sed ardiente y de un solo trago vaci el jarro. El agua deba contener alguna droga, pues apenas la hube bebido me sent irresistiblemente adormilado. Un profundo sueo cay sobre m, un sueo como el de la muerte. No s, en verdad, cunto dur, pero cuando volv a abrir los ojos los objetos que me rodeaban eran visibles. Gracias a un resplandor sulfuroso, cuyo origen me fue imposible determinar al principio, pude contemplar la extensin y el aspecto de mi crcel.Mucho me haba equivocado sobre su tamao. El circuito completo de los muros no pasaba de unas veinticinco yardas. Durante unos minutos, esto me llen de una vana preocupacin. Vana, s, pues nada poda tener menos importancia, en las terribles circunstancias que me rodeaban, que las simples dimensiones del calabozo. Pero mi espritu se interesaba extraamente en nimiedades y me esforc por descubrir el error que haba podido cometer en mis medidas. Por fin se me revel la verdad. En la primera tentativa de exploracin haba contado cincuenta y dos pasos hasta el momento en que ca al suelo. Sin duda, en ese instante me encontraba a uno o dos pasos del jirn de estamea, es decir, que haba cumplido casi completamente la vuelta del calabozo. Al despertar de mi sueo deb emprender el camino en direccin contraria, es decir, volviendo sobre mis pasos, y as fue cmo supuse que el circuito meda el doble de su verdadero tamao. La confusin de mi mente me impidi reparar entonces que haba empezado mi vuelta teniendo la pared a la izquierda y que la termin tenindola a la derecha. Tambin me haba engaado sobre la forma del calabozo. Al tantear las paredes haba encontrado numerosos ngulos, deduciendo as que el lugar presentaba una gran irregularidad. Tan potente es el efecto de las tinieblas sobre alguien que despierta de la letargia o del sueo! Los ngulos no eran ms que unas ligeras depresiones o entradas a diferentes intervalos. Mi prisin tena forma cuadrada. Lo que haba tomado por mampostera resultaba ser hierro o algn otro metal, cuyas enormes planchas, al unirse y soldarse, ocasionaban las depresiones. La entera superficie de esta celda metlica apareca toscamente pintarrajeada con todas las horrendas y repugnantes imgenes que la sepulcral supersticin de los monjes haba sido capaz de concebir. Las figuras de demonios amenazantes, de esqueletos y otras imgenes todava ms terribles recubran y desfiguraban los muros. Repar en que las siluetas de aquellas monstruosidades estaban bien delineadas, pero que los colores parecan borrosos y vagos, como si la humedad de la atmsfera los hubiese afectado. Not asimismo que el suelo era de piedra. En el centro se abra el pozo circular de cuyas fauces, abiertas como si bostezara, acababa de escapar; pero no haba ningn otro en el calabozo.Vi todo esto sin mucho detalle y con gran trabajo, pues mi situacin haba cambiado grandemente en el curso de mi sopor. Yaca ahora de espaldas, completamente estirado, sobre una especie de bastidor de madera. Estaba firmemente amarrado por una larga banda que pareca un cngulo. Pasaba, dando muchas vueltas, por mis miembros y mi cuerpo, dejndome solamente en libertad la cabeza y el brazo derecho, que con gran trabajo poda extender hasta los alimentos, colocados en un plato de barro a mi alcance. Para mayor espanto, vi que se haban llevado el cntaro de agua. Y digo espanto porque la ms intolerable sed me consuma. Por lo visto, la intencin de mis torturadores era estimular esa sed, pues la comida del plato consista en carne sumamente condimentada.Mirando hacia arriba observ el techo de mi prisin. Tendra unos treinta o cuarenta pies de alto, y su construccin se asemejaba a la de los muros. En uno de sus paneles apareca una extraa figura que se apoder por completo de mi atencin. La pintura representaba al Tiempo tal como se lo suele figurar, salvo que, en vez de guadaa, tena lo que me pareci la pintura de un pesado pndulo, semejante a los que vemos en los relojes antiguos. Algo, sin embargo, en la apariencia de aquella imagen me movi a observarla con ms detalle. Mientras la miraba directamente de abajo hacia arriba (pues se encontraba situada exactamente sobre m) tuve la impresin de que se mova. Un segundo despus esta impresin se confirm. La oscilacin del pndulo era breve y, naturalmente, lenta. Lo observ durante un rato con ms perplejidad que temor. Cansado, al fin, de contemplar su montono movimiento, volv los ojos a los restantes objetos de la celda.Un ligero ruido atrajo mi atencin y, mirando hacia el piso, vi cruzar varias enormes ratas. Haban salido del pozo, que se hallaba al alcance de mi vista sobre la derecha. An entonces, mientras las miraba, siguieron saliendo en cantidades, presurosas y con ojos famlicos atradas por el olor de la carne. Me dio mucho trabajo ahuyentarlas del plato de comida.Habra pasado una media hora, quiz una hora entera -pues slo tena una nocin imperfecta del tiempo-, antes de volver a fijar los ojos en lo alto. Lo que entonces vi me confundi y me llen de asombro. La carrera del pndulo haba aumentado, aproximadamente, en una yarda. Como consecuencia natural, su velocidad era mucho ms grande. Pero lo que me perturb fue la idea de que el pndulo haba descendido perceptiblemente. Not ahora -y es intil agregar con cunto horror- que su extremidad inferior estaba constituida por una media luna de reluciente acero, cuyo largo de punta a punta alcanzaba a un pie. Aunque afilado como una navaja, el pndulo pareca macizo y pesado, y desde el filo se iba ensanchando hasta rematar en una ancha y slida masa. Hallbase fijo a un pesado vstago de bronce y todo el mecanismo silbaba al balancearse en el aire.Ya no me era posible dudar del destino que me haba preparado el ingenio de los monjes para la tortura. Los agentes de la Inquisicin haban advertido mi descubrimiento del pozo. El pozo, s, cuyos horrores estaban destinados a un recusante tan obstinado como yo; el pozo, smbolo tpico del infierno, ltima Thule de los castigos de la Inquisicin, segn los rumores que corran. Por el ms casual de los accidentes haba evitado caer en el pozo y bien saba que la sorpresa, la brusca precipitacin en los tormentos, constituan una parte importante de las grotescas muertes que tenan lugar en aquellos calabozos. No habiendo cado en el pozo, el demoniaco plan de mis verdugos no contaba con precipitarme por la fuerza, y por eso, ya que no quedaba otra alternativa, me esperaba ahora un final diferente y ms apacible. Ms apacible! Casi me sonre en medio del espanto al pensar en semejante aplicacin de la palabra.De qu vale hablar de las largas, largas horas de un horror ms que mortal, durante las cuales cont las zumbantes oscilaciones del pndulo? Pulgada a pulgada, con un descenso que slo poda apreciarse despus de intervalos que parecan siglos... ms y ms base aproximando. Pasaron das -puede ser que hayan pasado muchos das- antes de que oscilara tan cerca de m que pareca abanicarme con su acre aliento. El olor del afilado acero penetraba en mis sentidos... Supliqu, fatigando al cielo con mis ruegos, para que el pndulo descendiera ms velozmente. Me volv loco, me exasper e hice todo lo posible por enderezarme y quedar en el camino de la horrible cimitarra. Y despus ca en una repentina calma y me mantuve inmvil, sonriendo a aquella brillante muerte como un nio a un bonito juguete.Sigui otro intervalo de total insensibilidad. Fue breve, pues al resbalar otra vez en la vida not que no se haba producido ningn descenso perceptible del pndulo. Poda, sin embargo, haber durado mucho, pues bien saba que aquellos demonios estaban al tanto de mi desmayo y que podan haber detenido el pndulo a su gusto. Al despertarme me sent inexpresablemente enfermo y dbil, como despus de una prolongada inanicin. Aun en la agona de aquellas horas la naturaleza humana ansiaba alimento. Con un penoso esfuerzo alargu el brazo izquierdo todo lo que me lo permitan mis ataduras y me apoder de una pequea cantidad que haban dejado las ratas. Cuando me llevaba una porcin a los labios pas por mi mente un pensamiento apenas esbozado de alegra... de esperanza. Pero, qu tena yo que ver con la esperanza? Era aqul, como digo, un pensamiento apenas formado; muchos as tiene el hombre que no llegan a completarse jams. Sent que era de alegra, de esperanza; pero sent al mismo tiempo que acababa de extinguirse en plena elaboracin. Vanamente luch por alcanzarlo, por recobrarlo. El prolongado sufrimiento haba aniquilado casi por completo mis facultades mentales ordinarias. No era ms que un imbcil, un idiota.La oscilacin del pndulo se cumpla en ngulo recto con mi cuerpo extendido. Vi que la media luna estaba orientada de manera de cruzar la zona del corazn. Desgarrara la estamea de mi sayo..., retornara para repetir la operacin... otra vez..., otra vez... A pesar de su carrera terriblemente amplia (treinta pies o ms) y la sibilante violencia de su descenso, capaz de romper aquellos muros de hierro, todo lo que hara durante varios minutos sera cortar mi sayo. A esa altura de mis pensamientos deb de hacer una pausa, pues no me atreva a prolongar mi reflexin. Me mantuve en ella, pertinazmente fija la atencin, como si al hacerlo pudiera detener en ese punto el descenso de la hoja de acero. Me obligu a meditar acerca del sonido que hara la media luna cuando pasara cortando el gnero y la especial sensacin de estremecimiento que produce en los nervios el roce de una tela. Pens en todas estas frivolidades hasta el lmite de mi resistencia.Bajaba... segua bajando suavemente. Sent un frentico placer en comparar su velocidad lateral con la del descenso. A la derecha... a la izquierda... hacia los lados, con el aullido de un espritu maldito... hacia mi corazn, con el paso sigiloso del tigre. Sucesivamente re a carcajadas y clam, segn que una u otra idea me dominara.Bajaba... Seguro, incansable, bajaba! Ya pasaba vibrando a tres pulgadas de mi pecho. Luch con violencia, furiosamente, para soltar mi brazo izquierdo, que slo estaba libre a partir del codo. Me era posible llevar la mano desde el plato, puesto a mi lado, hasta la boca, pero no ms all. De haber roto las ataduras arriba del codo, hubiera tratado de detener el pndulo. Pero lo mismo hubiera sido pretender atajar un alud!Bajaba... Sin cesar, inevitablemente, bajaba! Luch, jadeando, a cada oscilacin. Me encoga convulsivamente a cada paso del pndulo. Mis ojos seguan su carrera hacia arriba o abajo, con la ansiedad de la ms inexpresable desesperacin; mis prpados se cerraban espasmdicamente a cada descenso, aunque la muerte hubiera sido para m un alivio, ah, inefable! Pero cada uno de mis nervios se estremeca, sin embargo, al pensar que el ms pequeo deslizamiento del mecanismo precipitara aquel reluciente, afilado eje contra mi pecho. Era la esperanza la que haca estremecer mis nervios y contraer mi cuerpo. Era la esperanza, esa esperanza que triunfa an en el potro del suplicio, que susurra al odo de los condenados a muerte hasta en los calabozos de la Inquisicin.Vi que despus de diez o doce oscilaciones el acero se pondra en contacto con mi ropa, y en el mismo momento en que hice esa observacin invadi mi espritu toda la penetrante calma concentrada de la desesperacin. Por primera vez en muchas horas -quiz das- me puse a pensar. Acudi a mi mente la nocin de que la banda o cngulo que me ataba era de una sola pieza. Mis ligaduras no estaban constituidas por cuerdas separadas. El primer roce de la afiladsima media luna sobre cualquier porcin de la banda bastara para soltarla, y con ayuda de mi mano izquierda podra desatarme del todo. Pero, cun terrible, en ese caso, la proximidad del acero! Cun letal el resultado de la ms leve lucha! Y luego, era verosmil que los esbirros del torturador no hubieran previsto y prevenido esa posibilidad? Caba pensar que la atadura cruzara mi pecho en el justo lugar por donde pasara el pndulo? Temeroso de descubrir que mi dbil y, al parecer, postrera esperanza se frustraba, levant la cabeza lo bastante para distinguir con claridad mi pecho. El cngulo envolva mis miembros y mi cuerpo en todas direcciones, salvo en el lugar por donde pasara el pndulo.Apenas haba dejado caer hacia atrs la cabeza cuando relampague en mi mente algo que slo puedo describir como la informe mitad de aquella idea de liberacin a que he aludido previamente y de la cual slo una parte flotaba inciertamente en mi mente cuando llev la comida a mis ardientes labios. Mas ahora el pensamiento completo estaba presente, dbil, apenas sensato, apenas definido... pero entero. Inmediatamente, con la nerviosa energa de la desesperacin, proced a ejecutarlo.Durante horas y horas, cantidad de ratas haban pululado en la vecindad inmediata del armazn de madera sobre el cual me hallaba. Aquellas ratas eran salvajes, audaces, famlicas; sus rojas pupilas me miraban centelleantes, como si esperaran verme inmvil para convertirme en su presa. A qu alimento -pens- las han acostumbrado en el pozo? A pesar de todos mis esfuerzos por impedirlo, ya haban devorado el contenido del plato, salvo unas pocas sobras. Mi mano se haba agitado como un abanico sobre el plato; pero, a la larga, la regularidad del movimiento le hizo perder su efecto. En su voracidad, las odiosas bestias me clavaban sus afiladas garras en los dedos. Tomando los fragmentos de la aceitosa y especiada carne que quedaba en el plato, frot con ellos mis ataduras all donde era posible alcanzarlas, y despus, apartando mi mano del suelo, permanec completamente inmvil, conteniendo el aliento.

Los hambrientos animales se sintieron primeramente aterrados y sorprendidos por el cambio... la cesacin de movimiento. Retrocedieron llenos de alarma, y muchos se refugiaron en el pozo. Pero esto no dur ms que un momento. No en vano haba yo contado con su voracidad. Al observar que segua sin moverme, una o dos de las mas atrevidas saltaron al bastidor de madera y olfatearon el cngulo. Esto fue como la seal para que todas avanzaran. Salan del pozo, corriendo en renovados contingentes. Se colgaron de la madera, corriendo por ella y saltaron a centenares sobre mi cuerpo. El acompasado movimiento del pndulo no las molestaba para nada. Evitando sus golpes, se precipitaban sobre las untadas ligaduras. Se apretaban, pululaban sobre m en cantidades cada vez ms grandes. Se retorcan cerca de mi garganta; sus fros hocicos buscaban mis labios. Yo me senta ahogar bajo su creciente peso; un asco para el cual no existe nombre en este mundo llenaba mi pecho y helaba con su espesa viscosidad mi corazn. Un minuto ms, sin embargo, y la lucha terminara. Con toda claridad percib que las ataduras se aflojaban. Me di cuenta de que deban de estar rotas en ms de una parte. Pero, con una resolucin que exceda lo humano, me mantuve inmvil.No haba errado en mis clculos ni sufrido tanto en vano. Por fin, sent que estaba libre. El cngulo colgaba en tiras a los lados de mi cuerpo. Pero ya el paso del pndulo alcanzaba mi pecho. Haba dividido la estamea de mi sayo y cortaba ahora la tela de la camisa. Dos veces ms pas sobre m, y un agudsimo dolor recorri mis nervios. Pero el momento de escapar haba llegado. Apenas agit la mano, mis libertadoras huyeron en tumulto. Con un movimiento regular, cauteloso, y encogindome todo lo posible, me deslic, lentamente, fuera de mis ligaduras, ms all del alcance de la cimitarra. Por el momento, al menos, estaba libre.Libre... y en las garras de la Inquisicin! Apenas me haba apartado de aquel lecho de horror para ponerme de pie en el piso de piedra, cuando ces el movimiento de la diablica mquina, y la vi subir, movida por una fuerza invisible, hasta desaparecer ms all del techo. Aquello fue una leccin que deb tomar desesperadamente a pecho. Indudablemente espiaban cada uno de mis movimientos. Libre! Apenas si haba escapado de la muerte bajo la forma de una tortura, para ser entregado a otra que sera peor an que la misma muerte. Pensando en eso, pase nerviosamente los ojos por las barreras de hierro que me encerraban. Algo inslito, un cambio que, al principio, no me fue posible apreciar claramente, se haba producido en el calabozo. Durante largos minutos, sumido en una temblorosa y vaga abstraccin me perd en vanas y deshilvanadas conjeturas. En estos momentos pude advertir por primera vez el origen de la sulfurosa luz que iluminaba la celda. Proceda de una fisura de media pulgada de ancho, que rodeaba por completo el calabozo al pie de las paredes, las cuales parecan -y en realidad estaban- completamente separadas del piso. A pesar de todos mis esfuerzos, me fue imposible ver nada a travs de la abertura.Al ponerme otra vez de pie comprend de pronto el misterio del cambio que haba advertido en la celda. Ya he dicho que, si bien las siluetas de las imgenes pintadas en los muros eran suficientemente claras, los colores parecan borrosos e indefinidos. Pero ahora esos colores haban tomado un brillo intenso y sorprendente, que creca ms y ms y daba a aquellas espectrales y diablicas imgenes un aspecto que hubiera quebrantado nervios ms resistentes que los mos. Ojos demoniacos, de una salvaje y aterradora vida, me contemplaban fijamente desde mil direcciones, donde ninguno haba sido antes visible, y brillaban con el crdeno resplandor de un fuego que mi imaginacin no alcanzaba a concebir como irreal.Irreal...! Al respirar lleg a mis narices el olor caracterstico del vapor que surga del hierro recalentado... Aquel olor sofocante invada ms y ms la celda... Los sangrientos horrores representados en las paredes empezaron a ponerse rojos... Yo jadeaba, tratando de respirar. Ya no me caba duda sobre la intencin de mis torturadores. Ah, los ms implacables, los ms demoniacos entre los hombres! Corr hacia el centro de la celda, alejndome del metal ardiente. Al encarar en mi pensamiento la horrible destruccin que me aguardaba, la idea de la frescura del pozo invadi mi alma como un blsamo. Corr hasta su borde mortal. Esforzndome, mir hacia abajo. El resplandor del ardiente techo iluminaba sus ms recnditos huecos. Y, sin embargo, durante un horrible instante, mi espritu se neg a comprender el sentido de lo que vea. Pero, al fin, ese sentido se abri paso, avanz poco a poco hasta mi a