valle, alejandro- el terror en arthur machen y clive barker
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“EL TERROR” En Arthur Machen y Clive Barker
“le parecía cada vez menos pertinente distinguir entre realidad y ficción. Esa gran distinción era para los jóvenes, que aún tenían que enfrentarse a la vida”
Clive Barker
I.- INTRODUCCION AL TERROR.
¿Cómo dar unidad a un análisis sobre de dos autores tan asimétricos como Arthur Machen y Clive Barker? – Escribió el estudiante en el documento aún blanco y luminoso de la computadora. Inmediatamente después se detuvo y miró con dudas su enésimo comienzo. Era obvio que ya estaba pensando en voz alta. Sabía que la angustia y la incertidumbre se expresan entre signos de interrogación, mientras que una premisa sólida se expresa en certezas que fluyen y se encadenan con otras hasta la meta.
Estaba desconcertado. Había llegado a su estudio armado con líquidos y tabaco, y con la profunda sensación de estar a punto de dar con un descubrimiento profundo, de haber encontrado (durante las sesiones exhaustivas y apasionadas de relatos de horror en las últimas semanas) un túnel oscuro entre los terrores de dos autores situados en ambos polos del siglo XX.
Había llenado por las noches una docena de páginas con notas casi ilegibles de reflexiones sobre el miedo y la literatura de terror. Había encontrado lazos insólitos entre el misticismo de Machen y la carnalidad atormentada de Clive Barker. Entre el espíritu y la carne. Lazos tenues, pero que en el vacío nocturno le solían parecer luminosos a mitad de una lectura vitalmente siniestra.
Sin embargo, una vez escrito el encabezado “El Terror”, realzado con letras grandes y negras. Su texto fluyo en una cascada incontinente de dudas y preguntas angustiosas que a fuerza de escribir y cortar empezaron a fracturar su
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aplomo y su raciocinio hasta el punto en que sintió que era otra persona quien intentaba expresarse a través de sus dedos en el teclado.
Finalmente, tal vez por mero agotamiento, siguió el juego, pero la rigidez de sus dedos subió por sus brazos y el cuello hasta tomar sus ojos que miraban paralizados el dolor patético que las palabras describían en la pantalla.
Entonces ya no le gustó el juego. Interrumpió su estúpido transe, seleccionó el texto y borró el escrito con sólo un golpe de tecla, intentando, con la mayor contundencia, dar marcha atrás a las fuerzas que había convocado.
Ya eran las tres de la mañana, pero intentó no desesperarse y fingiendo lucidez comenzó de nuevo, alarmado, al descubrir que las dudas y preguntas volvían a suscitarse.
II.- RESEÑA DE “EL TERROR” Y LOS “LIBROS DE SANGRE” I Y II.
“¿Cree usted, entonces, que los grandes pecadores son unos ascetas como los grandes santos?”
Arhtur Machen (“El pueblo Blanco”)
Como científico humanista, Carl Gustav Jung sentía una profunda reverencia por el misterio de la creación artística. En una recopilación de ensayos y discursos publicada bajo el título de “Sobre el fenómeno del espíritu en el arte y en la ciencia” Jung analiza los procesos creativos de diversos personajes de la historia elegidos casi aleatoriamente y que van desde el médico alquimista Paracelso, hasta la psicología de la Poesía, el reduccionismo de Freud, el legado de Richard Wilheim traductor del I Ching y la obra de Joyce, y de Picasso. Encontrando en
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todos éstos análisis el fenómeno del espíritu creativo del hombre enfrentado a la mentalidad invariablemente estrecha de su época.
Para Jung el artista es un explorador profundo del inconsciente colectivo que busca “la expresión de lo innombrado en la disposición de la época y que conjura, de hecho o imagen, lo que la necesidad incomprendida de todos esperaba, ya sea bueno o malo, para la curación o la destrucción de una época”.
Basándonos en esta premisa, podemos encontrar consonancia y complicidad entre la obra, aparentemente opuesta, de dos autores sobresalientes de la literatura de horror anglosajona: Arthur Machen y Clive Barker. Obras articuladas por el lenguaje distante de principios y finales del siglo XX, y situada en los territorios antagónicos del alma y la carne. Obras tan desiguales en su contundente originalidad, que finalmente se vinculan en una ofensiva feroz, casi herética, contra el espíritu de su tiempo.
“El Terror” de Machen, es un terror que se crea y reproduce como un enjambre en
lo que literariamente se conoce como “zonas de indeterminación”, los vacíos de la narración donde los lectores proyectamos nuestras inquietudes, y que corresponden a la oscuridad espiritual de los habitantes de un pueblo alejado del mundo. La desolación rocosa de los riscos marinos, las colinas y pantanos que aíslan a los aldeanos, son el contexto para la metáfora de una guerra lejana de la que nada sabemos, pero de la que sin duda, llegaremos a sufrir las consecuencias.
Es bien sabido que Arthur Machen detestaba el espíritu materialista surgido de la revolución industrial. Y que toda su vida luchó, a través de su obra, contra el racionalismo y su puritano espíritu, apuntalado en armas de destrucción masiva.
Es el silencio el verdadero portador del miedo que se apodera de los corazones de la gente de Meirion. Es el alma torturada por la incertidumbre y la especulación de nuevas formas de destrucción y terror durante la primera guerra mundial.
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De igual forma que sucede en “El pueblo blanco” y otras obras sobresalientes de éste autor, es en “El Terror” la duda, quien provoca ese temblor en los cimientos de la razón y el espíritu, creando esas grietas oscuras por las que podemos adivinar esos horrores primigenios.
Y respecto a esa visión, Carl Jung afirma: “cuando una religión que glorifica el espíritu empieza a declinar, a cambio una imagen primigenia de la materia creadora se haga consciente en la vivencia interior”. La vida y obra de Machen encarnan a la perfección esta noción. Su obra, mucho más allá de buscar un efecto y de cumplir con las expectativas de un género literario, intenta abrir una grieta en la costra endurecida del materialismo y la razón, para mostrarnos que debajo de esa costra existe aún la lava hirviente de la experiencia.
Poco importa entonces la explicación racional que Machen nos ofrece al final de sus relatos. El final de “El Terror” donde los animales, contagiados de alguna forma por el odio humano, se volvieron contra nosotros por un momento, bien pudo ser un clímax digno de la mejor película de Hitchcock. Sin embargo la historia que Machen quiere contarnos no esta plasmada en el mundo, sino en el espíritu humano, frágil, como es la razón que intenta contenerlo.
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Clive Barker es en muchos aspectos la antítesis de Arthur Machen: su obra está escrita sobre el cuerpo humano, al que hiere, penetra y transgrede hasta desgarrarlo por completo y transfigurar su alma. Las fuerzas sobrenaturales que dominan al hombre no están contenidas en el silencio, sino en las propiedades explícitas y casi escatológicas de la carne.
Cada relato de Clive Barker es una catarsis. Un estremecimiento de inocencia extraído a base de arrancar la piel viva de los músculos faciales, de desgarrar las terminaciones de la médula espinal, de fracturar los huesos hasta compactarlos a su mínima expresión como un auto comprimido en un cubo compacto de acero retorcido.
Pero al final de tanta humillación de la carne ¿no se trata del mismo intento de Machen por volver a la inocencia, a la percepción purificada del mundo?
Una visión que Barker purifica con sangre como en el relato inicial de los “Libros de Sangre” donde un joven fraudulento, falso espiritista, es devastado por el transito inmisericorde de los muertos hasta convertirlo en un libro vivo. Un libro en carne viva.
Tal como hace Machen con la razón, Barker atormenta la carne y la exprime hasta extraer de ella el espíritu y retorno del misterio de la existencia.
La inocencia, como recompensa deseada del castigo inflingido, torna en placer el dolor de la tortura, y en ésta nueva embestida contra la hipocresía moral (estrecha y castrante en su visión estética, en ausencia de la simple ética), Barker no tiene pudor en presentarnos monstruos o demonios salidos directamente del Averno, pues lo hace con la maliciosa confianza en la carga poética de sus imágenes, que tuercen la burda farsa moderna hasta convertirla en ironía sangrienta.
Pues ninguno de los dos autores pretende que suspendamos nuestra credulidad para convencernos de los fantasmas del espiritismo, la parapsicología y
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parafernalia. Y ninguno recurre a las convenciones ni utiliza conceptos cercanos o familiares para explicar el misterio, sino que nos muestran imaginativamente, las incongruencias de una cosmovisión social arrogante y enana, a la que perezosamente hemos sacrificado nuestra mirada y nuestro asombro.
Finalmente el horror literario persigue, igual que la poesía, esa visión inocente del mundo y ese mismo estremecimiento de la mirada pura frente al misterio de la existencia, sorteando los mismos obstáculos de la incredulidad, el cinismo y las limitaciones de percepción.
Tal como expresaría uno de los personajes de los libros de sangre: “parte del trabajo consistía en reconocer el miedo, jugar con él y
utilizarlo contra el infiel”, en la certeza inocente, claro, de que en la poesía no rige la certeza infame y verdaderamente reaccionaria de los campos de concentración, la psiquiatría, la medicina de patentes o la bolsa de valores.
Por el contrario, la literatura fantástica y de horror, que es su forma más pura, honra la memoria de dioses y espíritus antiguos que, subyacentes, en los niveles más ocultos de la conciencia, mantienen abiertos los ojos y el corazón humanos, y la sed de conocimiento, y de asombro.
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III.- CONCLUCIÓN.
“No hay placer como el terror. Si fuera posible sentarse sin ser visto entre dos personas en cualquier tren, sala de espera u oficina, la conversación entreoída rondaría una y otra vez este tema. Podría parecer que se trataba de algo completamente distinto: el estado de la nación, una charla despreocupada sobre
las muertes en carretera, la subida de las minutas de los dentistas; pero poniendo al desnudo la metáfora, la insinuación, ahí, encerrado en el corazón del discurso, se encuentra el terror. Mientras aceptamos sin discusión la naturaleza de Dios y la posibilidad de vida eterna, rumiamos alegremente las minucias de la miseria. El síndrome no tiene limites; tanto en los baños como en el seminario se repite el mismo ritual. Con la inexorabilidad de una lengua que se retuerce para explorar un diente dolorido, volvemos una, dos y mil veces a nuestros miedos, sentándonos para discutir sobre ellos con la impaciencia de un hombre hambriento ante un plato lleno y humeante.”
Con éste párrafo comienza Clive Barker el segundo volumen de sus “Libros de Sangre” a manera de introducción de su primer relato titulado “Terror”, casi homónima (excepto por el artículo) de la novela de Arthur Machen. Y en efecto, el terror se encuentra en todas partes: en los accidentes de tránsito, en los pasillos de los hospitales, en el tejido bulboso que alguien ha descubierto bajo la piel, hasta el paisaje más bellos lo esconde en los nidos de serpientes y en la cercanía sigilosa de un ciempiés o un escorpión. El mundo, la existencia entera está poblada por el horror. Pero si, como piensan algunos, en eso consistiera el género de terror, entonces la cumbre de éste arte se encontraría en el periódico de nota roja. Pero no es así. La literatura de horror no es la crónica macabra de la historia humana, en cualquier caso es una historia subyacente y paralela a la historia del hombre, que se encuentra, no en las convenciones por supuesto, sino, tal como he intentado expresar torpe y atropelladamente en éste trabajo, el horror literario se encuentra en las imágenes, sugerentes y sugestivas, que nos entrampan una y otra vez, como el camuflage con que el depredador atrae a la
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víctima, y nos obligan sorpresivamente a mirar de frente un filo insólito de la realidad. Algún aspecto inexistente a nuestra realidad en base a nuestra renuencia a percibirlo. Es sólo entonces cuando ese horrible accidente de tránsito, o esa caminata por el pasillo de un hospital, se transforma en una experiencia estética y el arte literario ilumina un área oscura (por intolerable) de nuestra percepción y nuestro universo. El horror poético lo rozamos muy pocas veces en nuestra vida y queda prendado a nosotros en la forma de esas imágenes con frecuencia infantiles, donde súbitamente la muñeca abrió los ojos para sonreírnos con maldad, o descubrimos el rostro de la mujer muerta en la ventana. Quienes recordamos esa experiencia estamos siempre a la espera de una nueva trampa que nos haga mirar de frente hacia donde el talante se había negado a mirar. Nos hemos vuelto un tanto inmunes, por supuesto, y nos resulta difícil encontrar el asombro invocado en la imagen literaria o cinematográfica. Sin embargo, quienes hemos desarrollado nuestros sentidos hacia esas áreas oscuras de la percepción, somos capaces de reconocer un material con el potencial de trabajar nuestro inconsciente, y de sorprendernos a mitad de la noche, cuando nuestras defensas duermen y nos encontramos expuestos. El relato que presento en seguida, como complemento a éste trabajo, no pretende asustar a pesar de sus imágenes y sus invocaciones. Es de hecho una descarada carta de amor que incluye un pequeño homenaje a los autores que he descubierto o redescubierto en éste lapso de tiempo tan personalmente significativo para mi.
Alejandro Valle