179873388 el comunista manifiesto por ivan de la nuez

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  • Ivn de la Nuez

    El comunista manifiestoUn fantasma vuelve a recorrer el mundo

    Prlogo de Josep Ramoneda

  • Los grandes hechos ocurren, como si dij- ramos, dos veces en la historia: la primera como tragedia, la segunda como farsa. Gra-cias al retorno cclico de los acontecimientos, esta frase de Marx ha permanecido infalible.

    Hay, quiz, una tercera posibilidad para los grandes hechos: la de suceder como esttica. Esa eventualidad cruza este libro.

  • primera parte

    El fantasma

  • UN ESPECTRO

    Un fantasma se cierne sobre Europa... es el fantasma del comunismo.

    Ha pasado siglo y medio largo desde que Marx y Engels lanzaran esta amenaza nada ms empezar el Manifiestocomunista, la madre de todos los panfle-tos; y han transcurrido veinte aos desde la cada del Imperio Sovitico

    Pero es ahora cuando se da por muerto y en-terrado, que el comunismo sale del sarcfago y con-sigue apuntalar la frase en su sentido ms preciso.

    Si lo propio de los fantasmas, segn los dicciona-rios, es aparecer despus de la muerte, entonces no es antes del comunismo perodo en el que Marx y En-gels despliegan la metfora, sino a posteriori,cuan-do podemos hablar de ese espritu temible.

    Visto as, la metfora seminal del Manifiesto sue-na extraa, como no resuelta del todo, pues slo en su presencia de ultratumba alcanza un fantasma su capacidad ptima de terror.

    De modo que nicamente despus del derribo del Muro de Berln es cuando el comunismo se convierte en un fantasma que recorre Europa; el espectro de un

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    mundo muerto que insiste, con ardides muy dispa-res, en tirar de los pies a los que le han sobrevivido.

    Ese fantasma inicia su andadura en 1989, ao que cifra la cada de un PC (Partido Comunista) y el adve-nimiento de otro PC (Personal Computer). Justo en la frontera entre el ocaso de aquellas sociedades que se decan basadas en el proletariado el trabajo manual

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    y el apogeo de la poca actual, determinada por el mundo virtual espectral? de la sociedad informati-zada.

    El que hoy resurge es un comunismo de baja in-tensidad que no dispone, como en la poca de aquel antiguo PC, de un baluarte estatal en el que fijar su modelo y su meta. (Las dictaduras del Bloque Sovi-tico ya no aguardan al otro lado del Teln de Acero.)

    De hecho, y aunque parezca contradictorio, si a algo est conectada esta resurreccin no es, precisa-mente, al estandarte de Libertad,Igualdad,Fraterni-dad propio del Occidente moderno, sino a los mo-vimientos y eslganes que echaron abajo aquellas tiranas de la constelacin sovitica. As, no es difcil percibir los ecos de la Glasnost (la poltica de transpa-rencia que inici el deshielo de la Unin Sovitica) en proyectos como Wikileaks. La convocatoria diaria a refundar la democracia occidental nos remite a la Perestroika (aquella reconstruccin invocada por Gorbachov como nica posibilidad de salvar el anti-guo sistema). Y en las movilizaciones de los indigna-dos hay algo que evoca a Solidarno, el sindicato sur-gido en Gdansk que apel, como su nombre describe, a la adhesin comunitaria para subvertir el rgimen polaco.

    No es casual que Lech Walesa resurgiera en el Nueva York del ao 2011 l tambin como un viejo fantasma para brindar su apoyo a los manifestantes del movimiento OccupyWallStreet. Tampoco es fortuito que el premio que lleva su nombre recayera, ms o menos por las mismas fechas, en Inzio Lula

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    da Silva y as se zanjara, por fin, un antiguo conflicto entre ambos. Entre el obrero catlico que propici la democracia liberal en la Polonia comunista y el obre-ro comunista que encaram a Brasil como una po-tencia de la globalizacin.

    Las lneas del sindicalista Lula y del sindicalista Walesa no lo haban tenido fcil para cruzarse. El primero no poda admitir explcitamente que la vida estaba en otra parte, fuera del comunismo, como sostena Solidaridad en los aos ochenta del siglo xx. El segundo no poda aceptar que los obreros de Oc-cidente sus hermanos de clase miraran hacia otro lado ante esa paradoja no prevista en el Mani-fiestocomunista: que los trabajadores del Este se lanzaran a tumbar el paraso por el que sus colegas luchaban al otro lado del Muro.

    Para decirlo en una frase, Walesa haba converti-do en pasado lo que Lula haba visto, alguna vez, como el futuro. Esta contradiccin no tiene otro apelativo que dramtica haba dilatado el en-cuentro entre los dos lderes obreros hasta que la crisis reciente consigui unir lo que haba separado la guerra fra!

    Ustedes, entonces, no tenan razn; ahora s la tienen.

    As le dijo Walesa. Y as quedaron unidos estos dos hombres gracias a una hecatombe poltica, eco-nmica y cultural que est siendo capaz de empare-jar a antiguos contrincantes en la misma franja crti-ca de la sociedad.

    Entre la Crisis del Comunismo y la Crisis del Ca-

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    pitalismo fue necesaria una transicin para que, fi-nalmente, Lula y Walesa pudieran encontrarse. Un periodo de eufemocracia en que el capitalismo, as tal cual, era impronunciable. Parecan suficientes trminos como Era Global, Mundializacin, Socie-dades Posthistricas, Economas de Mercado o el inefable Mundo Libre (ste ms prximo a los anti-guos estilos de Radio Europa Libre o La Voz de las Amricas que a los tiempos digitales de la posguerra fra). Todos estos parmetros sirvieron para mitigar un vocablo demasiado estridente para la msica li-srgica del fin de la historia.

    Y si innombrable fue el capitalismo, el comunismo no fue mucho ms pronunciable que dijramos. Pues-to que haba quedado bajo los escombros del Muro y de la propia historia represiva de su configuracin es-tatal, las alternativas crticas preferan esquivar la pa-labra maldita. De ah calificaciones como Antisiste-ma, Antiglobalizacin y un largo anti-todo hasta arribar al estatuto reciente de indignados.

    Bajo esa variedad semntica, han encontrado co-bijo el comunismo primitivo y la democracia partici-pativa, el socialismo utpico y la autogestin colecti-va, las pulsiones igualitarias y, no hay que olvidarlo, las posibilidades totalitarias.

    Un ligero viento comunista sopla en las gratuida-des que facilita Internet y en el impacto de las nuevas tecnologas en los criterios de propiedad que haban gobernado, hasta hace muy poco, nuestro estilo de vida. En el despliegue de formas comunales de aso-ciacin y en el renacimiento del panfleto como libro-

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    resorte. En la puesta en solfa del mercado y la en- tronizacin de la masa annima. En la crtica a la democracia y en la sublimacin del Este como fanta-sa de la cultura occidental.

    Tan lejos del PCUS, y tan cerca de Blanchot, los actuales usos comunistas parecen devolver la inc-moda palabra a su semntica primigenia: comunis-mo, afirmaba el escritor francs, no es otra cosa que crear comunidad. Si es inconfesable, mejor, sola aadir de manera casi imperceptible; como un susurro en medio de una conspiracin.

    En esa cuerda, se reciclan pensadores como Jacques Rancire o Alan Badiou, Boris Groys o Jean-Luc Nancy. (Una antologa, Democraciaensuspen-so, editada por La Fabrique, en Francia, y por Casus Belli, en Espaa, aborda el asunto desde esta pers-pectiva.)

    Y aunque el comunismo no es algo de lo que todo el mundo habla como presuma con alguna exageracin el Manifiesto, el ms extravagante de los autores neocomunistas, Slavoj Zizek, puso el parche, por si las moscas, antes de que el fantasma de la guerra fra sobrevolara con demasiada intensi-dad las protestas recientes.

    No somos comunistas!As habl Zizek. Gesticulando desde una tribuna mientras arenga-

    ba a los manifestantes neoyorquinos dispuestos a invadir la Bolsa.

    No puede decirse que Zizek mintiera. Como no puede afirmarse que esos destellos comunistas de la

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    actualidad tengan como referentes a los antiguos re- gmenes de corte sovitico en Europa, a los comunis-mos perifricos supervivientes a 1989 (Vietnam, Cuba, Corea del Norte) o al omnipresente modelo chino

    Curiosamente, tampoco podemos encuadrarlos en el mal menor de la socialdemocracia. Y no por-que sus agendas bajo la ptina anarcoide de su est-tica no recojan ideas socialdemcratas, sino porque el Estado del bienestar ha sido el segundo gran dam-nificado en la escala de demoliciones posteriores al derrumbe del Muro de Berln. Es ms, crece la sen- sacin de que ste solo funcion, en la guerra fra, como un capitalismo de rostro humano con el que enfrentar al Bloque Sovitico. As que ahora, con el comunismo fuera de juego, la socialdemocracia se puede dar por amortizada.

    De alguna manera, las sociedades occidentales pa-recen reproducir a nivel domstico lo que hace un par de dcadas se conceba como un conflicto geopoltico. Acaso estamos viviendo el desplazamiento de la gue-rra fra hacia un terreno familiar donde ni el Esta- do puede realizar su dominio en la sociedad, ni la sociedad quiere realizar su alternativa en el Estado. Cada parte juega en su campo, y su punto de encuen-tro no son las instituciones polticas sino un mercado que ha roto su binomio con la democracia como el tndem idneo del liberalismo. Un mercado que es salvado, pero no intervenido, por sus garantes; y es usado, pero no demolido, por sus crticos.

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    GOWEST!

    Ms que como un fantasma, durante los primeros aos de la posguerra fra el comunismo sobrevol Occidente como un zombi. Derrotado en lo poltico, se refugi de forma paulatina en una cierta comodi-dad esttica.

    Con su aura extica de mundo perdido y el mis-terio propio de un imperio destronado cuando ya no poda ser comparado con una aspirina del ta-mao del mundo, que dijera el poeta, fue ganan-do un terreno peculiar al otro lado del Muro, en aquellos dominios de los vencedores de la guerra fra.

    En ese territorio, el comunismo se ha hecho ma-nifiesto en centenares de exposiciones, pelculas, libros, obras de teatro, publicidades varias. Con- vertido, por momentos, en un parque temtico, se ha consolidado como el museo inabarcable que Occidente ha erigido al antiguo Enemigo, siem- pre dispuesto y expuesto para el redescubri- miento.

    Despus de ocurrir como tragedia, despus de acontecer como farsa (Milan Kundera ha observado que en la puesta en escena del socialismo es impres-cindible encomendarse al kitsch), el comunismo en-trada la segunda dcada del siglo xxi est suce-diendo en Occidente como esttica.

    Llammosle Fantasma a este regreso o Tercera Posibilidad de los Acontecimientos.

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    Llammosle Eastern. El Eastern describe un gnero cultural que cubri-

    ra los ms de veinte aos que se deslizan entre la crisis del comunismo y la actual crisis del capitalis-mo. Y, como el Western primigenio, no puede enten-derse sin la conquista del espacio. Sin esas invasiones perpetradas hacia all por las democracias occi-dentales, con su recetario de promesas para la nueva vida. Tampoco podemos calibrarlo del todo sin tener en cuenta las sucesivas inundaciones provenientes de los pases ex comunistas, al ritmo de la banda sono- ra de los Pet Shop Boys, desde aquel emplazamiento irnico-fascistoide lanzado una vez derrumbado el Imperio Sovitico: GoWest!

    Entre el Western y el Eastern hay, desde luego, diferencias. sta, por ejemplo: mientras que en el Western los villanos podan convertirse en hroes Billy The Kid o Doc Holliday, en el Eastern, por el contrario, los hroes (desde Leonid Brzhnev hasta Vladimir Putin pasando por Bors Yeltsin) suelen ter-minar convertidos en villanos.

    Bien mirado, el Eastern consuma una cierta ven-ganza del comunismo, que ahora consigue asomar en el territorio que lo haba derrotado. Con antece-dentes notables en la cultura precomunista (Tolsti, Kafka, Jan Neruda), y ms tarde en la disidente (Sol-zhenitzyn, Kundera, Forman, Tarkovski, Polanski), el Eastern se asienta como un fenmeno occidental del mundo pos-Berln. Un gnero particular de estos aos en los que se completa Europa y los pases ex comunistas pasan a convertirse en un paisaje entre

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    pintoresco y temible cada vez ms familiar para la cultura de Occidente.

    En poco tiempo, artistas como Frank Thiel, Bo-ris Mikhailov, Deirmantas Narkevicius o Dan Per-jovschi, dejan de ser invisibles para los museos de Occidente. Slavoj Zizek o Boris Groys dejan de ser inaudibles en los salones de la teora global. Nove-listas como Vktor Pelevin, Imre Kertsz o Andre Makine, dejan de ser exticos para las editoriales.

    Y otro tanto suecede con Sergei Bubka, Pedja Mijatovic o Irina Ysinbayeva en los campos depor-tivos.

    No hablemos ya de la invasin de skodas o da-cias, esos coches que atraviesan las calles de Occi-dente, amparada ms de una vez su publicidad en los eslganes del socialismo:

    ItsTimeforAnotherRevolution.Ah llegaremos ms tarde, pero volvamos al Eas-

    tern... Y a una caracterstica que lo apuntala como un gnero verdaderamente universal y que no reside tan slo, ni fundamentalmente, en la inundacin hacia el Oeste de escritores, artistas y deportistas del ms all, sino en la pasin por el Este de los creadores occidentales. Precursores tan notables como el perio-dista John Reed, el dibujante Saul Steinberg, el fot-grafo Robert Capa o los novelistas George Orwell y John Steinbeck ya haban dado cuenta de ese mundo bajo el bolchevismo y el estalinismo. Despus, Gra-ham Greene, John Le Carr o Frederick Forsyth ha-ban intentado desentraarlo durante la guerra fra. Todos ellos con una mezcla de fascinacin, temor, avi-

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    dez por lo extico y ansiedad por descubrir lo que se esconda, verdaderamente, detrs del Teln de Acero.

    Hoy, ese entusiasmo occidental ha desatado todo tipo de recuperaciones. Desde el aclamado redes- cubrimiento de Vidaydestino, la novela de Vasili Grossman, hasta el revival pop de la cantautora che-ca Marta Kubisova, musa de la Primavera de Praga y de la resistencia a la invasin sovitica del 68. Des-de el rescate de los textos de Alexandra Kollontai por parte de Luis Magriny hasta la saga ucraniana tejida por Jonathan Safran Foer en su novela Todoestiluminado.

    Pocas cosas, en este mundo, tan iluminadas como la fotografa. En parte herederos de Robert Capa, y con aproximaciones muy diversas al mundo perdido del comunismo, ah estn Andreas Gursky o Joan Fontcuberta, Eric Lusito o Dani & Geo Fuchs. Ellos han captado las ruinas del Imperio Sovitico o el hieratismo norcoreano, la fascinacin por la cos-monutica socialista o la exposicin de los archi-vos secretos de la Stasi...

    Mientras, los cuadros y las instalaciones de Mona Vatamanu y Florin Tudor, italianos de origen ruma-no, vislumbran en Occidente la sombra siniestra de Nicolai Ceaucescu.

    En el blog Muequitos rusos (munequitosrusos.blogspot.com) se informa y discute acaloradamente acerca de los dibujos animados de la era comunista con una meticulosa precisin de los detalles tcnicos. Muequitos rusos es como se nombraban estos dibujos animados en Cuba, pas con un Estado co-

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    munista en pleno Occidente, cuyo aporte al Eastern ha tenido su importancia. Y no me refiero a los pala-dines tropicales del realismo socialista algunos hoy convertidos al idealismo capitalista con la misma pa-sin y dogmatismo, sino a obras ms complejas en las que se aborda esa isla del Caribe como parte del Imperio Sovitico. Es el caso de Jos Manuel Prieto Nuncaanteshabasvistoelrojo, EnciclopediadeunavidaenRusia, Livadia, del aroma del Este perceptible en LascuatrofugasdeManuel, ltima novela de Jess Daz, o de la revista Criterio, desde la que el traductor y crtico Desiderio Navarro ha construido, durante dcadas, un acucioso catlogo de pensadores y tericos del antiguo Bloque Comu-nista.

    En el Cono Sur, estiramos un poco ms la cartogra-fa, Fogwill imagin, anticipndose incluso al derri-bo del Muro, nada menos que una Argentina soviti- ca en UnguinparaArtkino, novela poblada de ca-maradas y encomiendas absurdas con el fin de man-tener la pureza del, llammosle as, comunismo austral.

    El Eastern, cmo negarlo, ha conocido la pasin espaola. Dejemos a un lado, por el momento, a una zona de la izquierda que, en lugar de percibir en el derrumbe del Muro una de sus grandes oportunida-des, ha persistido en maquillar el Gulag. Pasemos por alto la abundancia de pelculas y tramas televisi-vas en las que prevalecen, caricaturizados, los rusos, las mafias y el plutonio. Lo cierto es que no hay mu-seo o galera espaola sin su artista del Este, ni edito-

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    rial que no puede ufanarse de su escritor, ni club de ftbol que no disponga de su jugador.

    Ya metidos en literatura, vale la pena rescatar a dos precursores. Uno, Eduardo Mendicutti, que traza, en su novela Losnoviosblgaros, una diver-tida comedia en la cual la picaresca espaola es su- perada por la picaresca poscomunista. El otro, Ig- nacio Vidal-Folch. Desde La libertad, su novela rumana, hasta Loquecuentaeslailusin, pasan-do por Nochesobrenoche, Vidal-Folch ha abierto un campo nico mediante el cual el completamiento de la novela europea es inconcebible sin la inclu-sin de la nueva cartografa abierta por la cada del Muro de Berln. De ah que su obra narrativa desvele curiosos paralelos entre la transicin espaola y la de los pases del Este, con unos personajes goberna-dos por conductas contradictorias que alcanzan, al-ternativamente, la esperanza, el desenfreno o el de- sencanto.

    Ese completamiento est presente, asimismo, en Cuentosrusos, falsa antologa de Francesc Sers; o en Maletas perdidas, de Jordi Punt. Ambos son conscientes, como Vidal-Folch, de que no hay Euro-pa sin ese otro mundo que se abalanza sobre Oc-cidente y del que siempre parece que ignoraremos ms de lo que llegaremos a saber.

    En estas manifestaciones espaolas del comu- nismo despus de muerto, tiene lugar, igualmente, una mutacin urbana. As, lo que signific Nueva York para la generacin anterior Antoni Miral-da, Muntadas, Francesc Torres es hoy un espacio

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    ocupado por Berln del Este, tierra prometida para artistas, escritores, msicos y vanguardistas de todo pelaje.

    En direccin opuesta, vale la pena recordar que Espaa ha acogido el protagonismo literario de Mo-nika Zgustova, Mihaly Des o Bashkim Shehu...

    Resulta obvio, a estas alturas, que este libro no aspira a convertirse en una teora sino en el tanteo de un sntoma. Y est escrito desde la Espaa del Este, territorio a cuyos aborgenes catalanes, por cierto, se les suele llamar polacos. De ah que, tal vez para ser consecuentes, han nombrado Polnia a su ms conocido programa de stira poltica; y Crackvia a su correlato dedicado al deporte. Todo ello sin olvi-dar que en Barcelona hay una sede de la revista Pa-nenka, que ha cambiado la mirada sobre el deporte, o que durante largos aos la noche del barrio de Gracia ha estado animada por una discoteca llama-da... KGB!

    OSTLGICOS, LUDITAS, AMNSICOS

    Un gnero que se precie, ha de tener subgneros. Cumpliendo con este axioma, el Eastern puede pre-sumir de la Ostalgia, que en principio puede tradu-cirse como la nostalgia por el Este, aunque en rea-lidad sera ms acertado asumirla como nostalgia por el comunismo.

    La Ostalgia habla de una melancola tenue y crtica unas veces, exuberante y laudatoria en otras

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    en la que el pasado socialista aparece como objeto de aoranza ante las adversidades del recin estre-nado capitalismo. Subgnero berlins en principio, la Ostalgia no es slo morria. Es tambin expre-sin de una cultura de resistencia: ante la reunifica- cin alemana (la nica que tuvo lugar despus del fin del comunismo, todo lo dems fue explosin), frente a un mercado omnvoro o la vida en la in-temperie.

    La Ostalgia es miedo a la libertad, para decirlo con las viejas palabras de Erich Fromm, como de-muestran las pelculas BerlinisinGermany, GoodByeLenin o Lavidadelosotros, en las que desde una madre amnsica hasta un espa sentimental in-tentan, por todos los medios, aplazar el fin definitivo de un mundo.

    En lo que al arte se refiere, la Ostalgia puede ufa-narse de la Escuela de Leipzig. En particular, de Neo Rausch, su artista ms reconocido, que ha pintado el horizonte previo a 1989 con ribetes buclicos pro-pios del Medievo. Su melancola evoca las ruinas y el mundo predigital, el trabajo con las manos y la tex-tura pictrica, la sublimacin de los obreros y la aversin a la tecnologa.

    Dado que el comunismo se viene abajo coinci-diendo con la explosin de Internet, la Ostalgia se deja leer tambin como una pulsin ludita. Contra lo que conocemos como Era digital y ese panten que ha consagrado un Dios (Steve Jobs), coronado un rey (Bill Gates) y condenado a un demonio (Kim Dotcom). Contra una poca que mide su tiempo por

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    la velocidad de conexin, su espacio por el ancho de banda, y su horizonte por la pantalla

    Todo a partir de una ntica (como la ha calificado Pekka Himanen), que hoy marca la moral producti-va del capitalismo as como los conflictos generados por el vrtigo de su apoteosis conectiva. Con el des-plazamiento del PC al telfono (bajo cualquiera de sus formas), nos vamos convirtiendo en un cborg cotidiano para quien el archivo se ha transparenta-do, las puertas del laboratorio se han dinamitado, los medios de comunicacin se han multiplicado y las fronteras entre lo privado y lo pblico se han de-rribado. Qu decir, entonces, de lo que hasta hace poco compartamos como sociedad y como arte, como literatura o poltica?

    Con esos truenos, no puede resultar extrao el crecimiento paulatino de una tendencia a la desco-nexin, o al desenchufe radical de nuestra cableada experiencia. Una sintomatologa que podemos perci-bir en el sueo de regresar a cierta escala tctil o a la magnitud artesanal de los oficios (como ha evocado Richard Sennet). En la nostalgia por el slowfood y en la aoranza de la hemeroteca. En la reivindica-cin del disco de vinilo o en el rquiem por el pa- pel (No podemos hablar, acaso, de una papiros-talgia?).

    Bajo estas actitudes subyace, de muchas mane- ras, un nuevo tipo de ludismo. Una ira ms o me-nos enftica que quiz tuviera su momento semi- nal en un da de 1978, cuando el FBI clasific a Unabomber como neoludita. Una vez ledo el ma-

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    nifiesto contra la sociedad industrial que sostena a sus acciones, podemos constatar, sin embargo, que el prefijo neo era exagerado; y que el terrorista se comportaba ms bien como un ludita convencio-nal, atrapado en su particular RageAgainstTheMa-chine.

    En todo caso, el ludismo contemporneo es algo ms complejo y en ningn caso debe reducirse a la tecnofobia. (No tratamos con un escuadrn de cas-carrabias que optan por regalarse una jornada, un-plugged, de vida natural.) Es ms, buena parte de los nuevos luditas son disidentes de la tecnologa (el caso sintomtico de Jason Lanier), cuya compren-sin de la mquina no est dirigida contra los ar-tefactos sino contra el sistema que los aloja.

    Plantados entre las nuevas tecnologas y su ana-crnica legalidad, encontramos lo mismo a autopro-clamados luditas sexuales (cuyo objetivo no es otro que dar rienda suelta a las pasiones inmora-les en la cotidianidad y en las intimidades), que a esos crackers ultratecnolgicos capaces de desman-telar cualquier sistema (desde archivos militares has-ta webs de celebrities). A ecologistas y a movimien-tos anti-sistema. A las teoras del colectivo Tiqqun sobre el presente de la Guerra Civil y a las performan-ces de ric Cantona contra la omnipresencia de los bancos. Tampoco hay que olvidar el ludismo esta-tal de los gobiernos que se oponen a Internet.

    En la blogosfera, por la parte que le toca, el an-nimo ataca a la autora, el hacker al sistema mismo del blog, el troll al sentido de lo que se dice

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    Desde Kafka, Musil o Deleuze, sabemos que las mquinas no son slo los ferrocarriles y los orde- nadores, los tanques de guerra y las catapultas: lo maqunico se inserta en nuestros cuerpos y com-portamientos. Vistos los apndices de nuestra vida interconectada, no cabe duda de que esa conviccin est a punto de alcanzar su apoteosis. Y que las batallas de los luditas actuales tendrn, cada vez ms, la forma de una contienda fisiolgica, casi na-tural.

    Acaso el nuevo ludismo represente la militancia de una sociedad lquida (descrita por Bauman) con-tra un poder slido. Y si desde Karl Marx hasta Marshall Berman todo lo slido se desvaneca en el aire, hoy podemos decir que todo lo slido pare-ce disolverse en la Red. Incluidos nosotros mismos; expuestos como estamos a cerrar el crculo suicida que caracteriza tambin, no lo olvidemos, cualquier ludismo que se precie.

    En medio de esta situacin, la Ostalgia cifra una potica de la derrota que nos remite a un mundo ce-rrado y opresivo, pero al mismo tiempo protegido por el Teln de Acero que lo haba mantenido a sal-vo del otro mundo erguido, amenazante y tenta-dor, al otro lado del Muro.

    La Ostalgia traspasa los lmites alemanes, como si aprovechara, ella tambin, la apertura de fronteras que supuso el desplome del socialismo real. Y es ah donde se expande como un estado mental y un terri-torio por explorar. (Acaso por eso el Este ha funcio-nado como el set ideal para un Hollywood que ha

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    encontrado en estos pases un plat gigantesco, in-franqueable hasta hace dos dcadas.)

    Tan cerca de Berln, y tan lejos de la caza de bru-jas, sin este nuevo horizonte no seran concebibles del todo las misiones imposibles de Tom Cruise ni la revitalizacin de James Bond o Jason Bourne, esos dos J. B. programados para salvar a Occidente. Tam-poco filmes como Promesas delEste o FreedomFury, produccin de Quentin Tarantino (ah tam-bin llegaremos) en la que se reproduce, minuto a minuto, el histrico partido entre Hungra y la Unin Sovitica en las Olimpiadas de Melbourne de 1956, coincidente en el tiempo con la invasin de los tan-ques rusos a Budapest.

    Algunas veces, la Ostalgia ni siquiera se asienta en un recuerdo, sino en una simulacin de la memoria. Otras, ms que lidiar con el olvido, est obligada a hacerlo con la lobotoma.

    Es el caso de Marianne, la madre extremista alre-dedor de la cual gira GoodByeLenin, de Wolfang Becker, que cae en coma la misma noche del derribo del Muro de Berln. Cuando Marianne regresa a la vida, ya su Repblica Democrtica Alemana ha dejado de existir. Sobrevive como ficcin, como arte, a travs de los cortometrajes que arman esos teledia-rios falsos que le van dando noticias de un mundo, el suyo, que es tambin un fantasma.

    Distante de Berln, pero tambin en 1989, el re-curso del estado de coma es utilizado para abordar la supervivencia del y en el comunismo. Ahora en Pekn, la metfora le sirve al novelista chino Ma

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    Jiang en un libro con ttulo obvio: Peknencoma. Esta novela, ms compleja que el ttulo, cuenta la si-tuacin de Dai Wei, estudiante que recibi un dispa-ro en la cabeza mientras protestaba en las jornadas que dieron lugar a la matanza de Tianamn. Wei pasa los diez aos siguientes totalmente inerte, a la vez que China va acometiendo los cambios frenti-cos en su economa que la han situado como poten-cia global del siglo xxi.

    Una madre alemana. Un hijo chino...Las transformaciones se van sucediendo, pero

    ellos, aparentemente, no se enteran. A la madre ale-mana, como a Walesa, le han cambiado el pasado, y al hijo chino, como a Lula, le han cambiado el futuro. (Es obvio que no se lanz a la protesta para que Chi-na fuera lo que es hoy). Siempre late la posibilidad de que ambos intuyan o sepan lo que ocurre, y que, a fin de cuentas, hayan elegido permanecer en su propio limbo continuar dormidos para quedar al margen del desmoronamiento. Probablemente, para no te-ner que lidiar con eso que llaman realpolitik, en la que miembros del KGB o la Stasi aparecen ms tarde reciclados, y tutelando sin el menor reparo las pautas del capitalismo actual. Dormir, quiz, para no tener que enfrentarse con otras amnesias acaso ms cni-cas. La del no me acuerdo y el me tenan engaa-do; el estaba ciego o el no se poda hacer otra cosa de decenas de intelectuales a los que se les su-pone, precisamente, como albaceas de la memoria...

    Yo mismo he visto a otro espectro arrastrndose por Europa. Antiguo fantico del realismo socialista

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    cubano que escriba poemas a milicianos y siempre vesta l mismo como ellos. Entonces, se esmeraba en acusar a siniestra; ahora, se desvive por hacerlo a diestra. Ayer, en nombre de Stalin o Castro; hoy, en nombre de Jesse Helms.

    La Ostalgia es, pues, el asidero dictado por un trnsito incierto. Por ese momento en que los cama-radas, en lugar de ciudadanos, pasan a ser consumi-dores; dejan de ser sbditos para convertirse en clientes. Por eso los ostlgicos, dentro de su desu-bicacin, se presentan como una reaccin contra los conversos. Y por eso no resulta extrao que muchos de ellos rumien una disidencia doble: contra el socia-lismo de antao y contra el capitalismo de la actuali-dad, contra el Estado anterior y el mercado del pre-sente, contra el Vladimir Putin del KGB y el Vladimir Putin de la Nueva Oligarqua.

  • Publicado por:Galaxia Gutenberg, S.L.

    Av. Diagonal, 361, 1. 1. A08037-Barcelona

    [email protected] de Lectores, S.A.

    Travessera de Grcia, 47-49, 08021 Barcelonawww.circulo.es

    Primera edicin: octubre 2013

    Ivn de la Nuez, 2013 del prlogo: Josep Ramoneda

    Procedencia de las ilustraciones: Pensadores. Marx, de Jos Antonio Hernndez Dez Galeria Estrany-de la Mota, pg. 22; Cartel Marx PSJM, 2008

    Colectivo PSJM, pg. 44; Derechos reservados, pg. 52; Ivan y Kloka en su actividad extravehicular, 1968, de la serie Sputnik Joan Fontcuberta, pg. 70; Mig-21, 126th Fighter Aviation Regiment, Mongolia Eric Lusito, pg. 80; Festival Airang, May Day Stadium, Pyongyang, 2005 Suntag NOH, pg. 90; Fotograma de la pelcula This Aint California Wildfremd Production GmbH, Berln, 2011, pg. 101; T eliges Miguel Brieva, pg. 151; Luz permanente, de Ivan Shadr, 2013, grafito sobre

    lienzo, 182 x 365 cm. Glexis Novoa, pg. 162 Galaxia Gutenberg, S.L., 2013

    para la edicin club, Crculo de Lectores, S.A., 2013

    Preimpresin: Maria GarciaImpresin y encuadernacin: Liberdplex

    Depsito legal: B. 15338-2013ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-15863-34-2ISBN Crculo de Lectores: 978-84-672-5723-6

    Cualquier forma de reproduccin, distribucin, comunicacin pblica o transformacin de esta obra slo puede realizarse con la autorizacin

    de sus titulares, a parte las excepciones previstas por la ley. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos) si necesita fotocopiar o escanear fragmentos de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)